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REVISTA EUROPEA. NDM. 110 2 DE ABRIL DE 1876. AÑO ni. POLÍTICA DEL TALLER. LA MUJER EN LAS FÁBRICAS. V. * ¿Quién nos dará el remedio? ¿el Estado ó la inicia- tiva de los particulares, las leyes ó las costumbres? Los que acuden al Estado no concuerdan en la ma- nera de darle intervención: unos, y son los menos, quieren cerrar todas las fábricas á las mujeres; otros, y son los más, se contentan con sujetarlas á reglamentos oficiales. Es natural que la prohibición absoluta cuente con pocos partidarios. En el terreno del derecho es la negación de la libertad del trabajo: en el político y en el económico es decretar la ruina de la indus- tria, ó cuando menos, introducir en ella una per- turbación irremediable. El derecho y el deber de trabajar son leyes natu- rales de la humanidad, y no atributo especial de! sexo masculino. Atrévase quien quiera á demostrar lo contrario: atrévase á probar que la mujer carece de necesidades, ó que no hay para ella ni utilidades ni valores, ó que para obtener estos valores no posee virtud propia y necesita siempre y sin remisión del esfuerzo de su compañero. Si esto fuese verdad, la distribución económica del género humano sería sencillísima; mitad productora, mitad consumidora; y los que rompiendo así la unidad de la especie, apartan á la mujer de toda fatiga corporal, de toda actividad y movimiento para no dejarla más que el goce, la vida pasiva y el quietismo, no aciertan á ver que, lejos de levantar su nivel, contribuyen á ponerla en una dependencia parecida á la de las personalidades incompletas, ó á la de los seres in- feriores, á la tutela del niño, á la perpetua minoría del incapaz ó á la condición abyecta de los irra- cionales. Acerca de esto no puede caber duda, y todos estamos de acuerdo en que la ley del trabajo es común á ambos sexos. ¿Por qué no lo hemos de es- tar también en las formas del trabajo? Admitimos una ley común á hombres y mujeres, ¿y no admiti- remos en todos las condiciones naturales y esencia- les de esta ley? Y si la primera condición del trabajo Véase el número anterior, pág. 121, TOMO VII. es la libertad, si así lo hemos declarado ó consen- tido al deshacer los gremios, si no queremos torcer la vocación de los" hombres, si á todos les concede- mos igual derecho para trabajar cuándo, cómo y en donde mejor les pareciere, ¿por qué hemos de obrar de distinta manera con las mujeres? ¿En virtud de qué principio vamos á sustituir la voluntad de un legislador ó la opinión particular de un gobernante á lo que resulte de las necesidades de la industria ó de la importancia, destreza, inclinaciones y, si se quiere, también necesidades de la población fe- menina en cada comarca? ¿Hay sobra de manos en las fábricas y escasez de verdaderas madres de familia en el hogar del pobre? No curareis este mal cerrando la fábrica á las ope- rarías. Por de pronto abriréis un gran vacío en la manufactura; y mientras llenáis con jornaleros los claros qre deje la mujer, trastornareis todos los elementos actuales de la producción, provocareis una crisis de salarios, y llevareis, no un consuelo, sino una nueva penuria á las buhardillas. Entonces sí que envileceréis el jornal de los hombres, lo cual, por sensible que siempre sea, puede de alguna ma- nera compensarse cuando procede de la marcha natural de las cosas; mas si es efecto de un golpe de Estado, no tiene justificación ni fácil enmienda. Tampoco las tendrá el inmenso perjuicio que vais á causar á las mujeres que trabajen en su casa ó estén ocupadas sn talleres pequeños. Sobro ellas vendrá á caer inmediatamente el aluvión de las que iban á lasvtfabrieas: para un mercado tan reducido, la oferta de brazos será enorme: lasque ganaban algo, perderán; lasque intenten ganar, recobrando lo que les quitasteis, ó no hallarán acomodo, ó tendrán que allanarse á una retribución mezquina y más preca- ria. De manera que, habiéndoos propuesto suprimir una sola forma del trabajo femenino, acabareis por mermarlas todas, dejando á la mujer sin valor in- dustrial. En esta cuestión es muy común que los partida- rios de medidas extremas, como Larcher y otros pa- recidos, ó no den importancia á aquellas menuden- cias, ó afecten desentenderse de ellas. He leído que cierto doctor belga, celosísimo higienista y ardiente sostenedor de la exclusión absoluta, cuando le pre- guntaban cómo iba á dar colocación á las excluidas, contestaba con el mayor donaire:—¿Y á mí, qué? Nada tengo que ver con esto.—¿Cómo entablar discu- siones con hombres de esta especie? A fuerza de qui- 13

REVISTA EUROPEA. - ateneodemadrid.com · sencillísima; mitad productora, mitad consumidora; y los que rompiendo así la unidad de la especie, apartan á la mujer de toda fatiga corporal,

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REVISTA EUROPEA.NDM. 110 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . AÑO ni.

POLÍTICA DEL TALLER.

LA MUJER EN LAS F Á B R I C A S .

V. *

¿Quién nos dará el remedio? ¿el Estado ó la inicia-tiva de los particulares, las leyes ó las costumbres?Los que acuden al Estado no concuerdan en la ma-nera de darle intervención: unos, y son los menos,quieren cerrar todas las fábricas á las mujeres;otros, y son los más, se contentan con sujetarlas áreglamentos oficiales.

Es natural que la prohibición absoluta cuente conpocos partidarios. En el terreno del derecho es lanegación de la libertad del trabajo: en el político yen el económico es decretar la ruina de la indus-tria, ó cuando menos, introducir en ella una per-turbación irremediable.

El derecho y el deber de trabajar son leyes natu-rales de la humanidad, y no atributo especial de!sexo masculino. Atrévase quien quiera á demostrarlo contrario: atrévase á probar que la mujer carecede necesidades, ó que no hay para ella ni utilidadesni valores, ó que para obtener estos valores no poseevirtud propia y necesita siempre y sin remisión delesfuerzo de su compañero. Si esto fuese verdad, ladistribución económica del género humano seríasencillísima; mitad productora, mitad consumidora;y los que rompiendo así la unidad de la especie,apartan á la mujer de toda fatiga corporal, de todaactividad y movimiento para no dejarla más que elgoce, la vida pasiva y el quietismo, no aciertan áver que, lejos de levantar su nivel, contribuyen áponerla en una dependencia parecida á la de laspersonalidades incompletas, ó á la de los seres in-feriores, á la tutela del niño, á la perpetua minoríadel incapaz ó á la condición abyecta de los irra-cionales.

Acerca de esto no puede caber duda, y todosestamos de acuerdo en que la ley del trabajo escomún á ambos sexos. ¿Por qué no lo hemos de es-tar también en las formas del trabajo? Admitimosuna ley común á hombres y mujeres, ¿y no admiti-remos en todos las condiciones naturales y esencia-les de esta ley? Y si la primera condición del trabajo

Véase el número anterior, pág. 121,

TOMO VII.

es la libertad, si así lo hemos declarado ó consen-tido al deshacer los gremios, si no queremos torcerla vocación de los" hombres, si á todos les concede-mos igual derecho para trabajar cuándo, cómo y endonde mejor les pareciere, ¿por qué hemos de obrarde distinta manera con las mujeres? ¿En virtud dequé principio vamos á sustituir la voluntad de unlegislador ó la opinión particular de un gobernanteá lo que resulte de las necesidades de la industriaó de la importancia, destreza, inclinaciones y, sise quiere, también necesidades de la población fe-menina en cada comarca?

¿Hay sobra de manos en las fábricas y escasez deverdaderas madres de familia en el hogar del pobre?No curareis este mal cerrando la fábrica á las ope-rarías. Por de pronto abriréis un gran vacío en lamanufactura; y mientras llenáis con jornaleros losclaros qre deje la mujer, trastornareis todos loselementos actuales de la producción, provocareisuna crisis de salarios, y llevareis, no un consuelo,sino una nueva penuria á las buhardillas. Entoncessí que envileceréis el jornal de los hombres, lo cual,por sensible que siempre sea, puede de alguna ma-nera compensarse cuando procede de la marchanatural de las cosas; mas si es efecto de un golpede Estado, no tiene justificación ni fácil enmienda.Tampoco las tendrá el inmenso perjuicio que vais ácausar á las mujeres que trabajen en su casa ó esténocupadas sn talleres pequeños. Sobro ellas vendráá caer inmediatamente el aluvión de las que iban álasvtfabrieas: para un mercado tan reducido, laoferta de brazos será enorme: lasque ganaban algo,perderán; lasque intenten ganar, recobrando lo queles quitasteis, ó no hallarán acomodo, ó tendrán queallanarse á una retribución mezquina y más preca-ria. De manera que, habiéndoos propuesto suprimiruna sola forma del trabajo femenino, acabareis pormermarlas todas, dejando á la mujer sin valor in-dustrial.

En esta cuestión es muy común que los partida-rios de medidas extremas, como Larcher y otros pa-recidos, ó no den importancia á aquellas menuden-cias, ó afecten desentenderse de ellas. He leído quecierto doctor belga, celosísimo higienista y ardientesostenedor de la exclusión absoluta, cuando le pre-guntaban cómo iba á dar colocación á las excluidas,contestaba con el mayor donaire:—¿Y á mí, qué?Nada tengo que ver con esto.—¿Cómo entablar discu-siones con hombres de esta especie? A fuerza de qui-

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tarse do encima molestias y dificultades, llegan áolvidarse de lo práctico y elemental. Díganme, sivienen á España, de qué manera concillarían la ex-clusión absoluta de las fábricas con la condición ci-vil de nuestras mujeres. Hasta los 23 años gozan delbeneficio de menores; pero si son de clase pobrey pueden ganarse el sustento en una fábrica, ¿quécurador ni qué juez les impedirá estipular su jornalron un maestro? Si son casadas, hay de por medio laautoridad marital: ¿la cambiaremos por la del Es-tado? ¿Quitaremos al marido el derecho de dar licen-cia expresa ó tácita á la mujer para contratar? O, áfin de conceder este derecho al juez, ¿apelaremossiempre á la ficción legal de que el esposo se hallaen estado de demencia, ó habiéndose ausentado no°e espera su venida, ó haya peligro en la tardanza,únicos casos en que las leyes de Castilla se desen-tienden del marido? Dirán que esto se remedia fá-cilmente con algunas alteraciones en el Código civil.Fácilmente no, porque esto significa un cambio enla organización legal do la familia, tarea gravísimasi nos ha de servir de base para limitar los recursosde la mujer cuando es casada, es decir, precisamentecuando más falla le hacen para atender á las nuevasobligaciones que contrae.

Afortunadamente no hay gran peligro por estelado de la prohibición absoluta, que, según he dicho,tiene muy contados partidarios. Lo que más gene-ralmente priva os la reglamentación, sistema prac-ticado en Inglaterra, y vivamente apoyado por losdoctores alemanes y toda la falange de neo-socia-listas.

VI.

Cómo Inglaterra, siendo tan consecuente con lalibertad industrial, se ha dejado tentar por el siste-ma reglamentario en la cuestión de operarías, no esfácil adivinarlo. Hay en Inglaterra muchas contra-dicciones por este estilo. Pueblo que sabe hacer lamejor política democrática con ser el más aristo-crático de la tierra; que preciándose de culto tomapor diversión favorita el más brutal de los pugilatos;que enseña el ahorro á los demás pueblos, y noüubo gente más manirota que sus lores hasta muyentrado este siglo , ni hez social más aguardentosaque la suya en todos tiempos; caballeresco si le mi-ramos por el perfil de sus caudillos ilustres, puraprosa cuando nos; acordamos de las pensiones deMarlborough y de las libras esterlinas con que secompraban los empleos del ejército; generoso hastael heroísmo cuando rompe las cadenas de los ne-bros, egoísta y cruel cuando harta de opio á loschinos y consiente las tratas de coolies; á veces re-publicano hasta el delirio, y otras tan abyecto cor-tesano que apenas le conmueven las torpezas y vi-llanías de un Jorge IV; nación que hace un gran

ministro del impuro y descroido Bolingbroke, comode un Pitt ó de un Canning, y casi un académicodel excéntrico y desaliñado Carlyle, como del se-vero y elegantísimo Macaulay; pueblo que con serel grande apóstol del libro cambio, todavía hace es-carceos proteceionistas con nosotros en la cuestiónde vinos: tal es la nación inglesa, toda espíritu yperfección para Montesquieu, materia y tienda paraNapoleón, sublime para unos, para otros estrecha ymezquina, para todo el país de los contrastes.

Las leyes inglesas reglamentaron el trabajo de losniños mucho antes que el de las mujeres; pero yatomada esta senda, las restricciones legales fueronmenudeando; que una vez puesta en la pendiente, lamanía de reglamentar no conoce límites ni freno.Empezaron por fijar el máximum de horas que puedetrabajar la operaría de una fábrica ; después le pro-hibieron el trabajo de noche; más tarde dictaron re-glas para las industrias insalubres, y últimamente,cobrando ánimo el legislador, la emprendió con lostalleres pequeños, y, si no se atrevió con el trabajocasero, fue sin duda por el profundo respeto queinspira á los ingleses el principio de la inviolabilidaddel domicilio.

Los franceses no han tenido aliento para tanto, ysolamente en 4848 limitaron á doce horas el trabajode las fábricas por una ley común á ambos sexos.Después de aquella focha, y principalmente en estosúltimos tiempos, el trabajo de la mujer se ha tomadopor tema favorito; y lo que saco en conclusión dela vivísima polémica entablada sobre el asunto, esque los escritores más exigentes, contando en estenúmero á los neo-socialistas, se contentarían conque la ley fijase cuatro condiciones á la industria dela mujer: 1.", limitación de las horas de trabajo;2.a, prohibición absoluta del trabajo de noche;3.% medidas de salubridad para ciertas industrias;4.", aplicación de la ley á todo establecimiento queemplee más de diez jornaleras, aunque no haga usodo motores hidráulicos ó de vapor. Concretado á es-tos extremos el sistema reglamentario, veamos elinflujo que cada uno de ellos pueda tener en la con-dición general de la operaría.

Prescindo desde luego de las medidas de salubri-dad, y lo hago por dos razones. La primera, porqueestas medidas pertenecen á la higiene pública, y elgrado de intervención que en ella haya de tener elEstado se enlaza con razones y fundamentos extra-ños á la cuestión industrial. La segunda, porque lasreglas higiénicas que se dicten para las industriasinsalubres han de ser comunes á hombres y mujeres,y aquí tratamos.únicamente de leyes aplicables á lassegundas. Lo mismo digo de la limitación de horasde trabajo, tal como la entendió la ley francesa de1848, y como la entienden ahora los socialistas ale-manes de la cátedra. Tanto aquella como éstos fijan

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la duración legal del trabajo en doce horas, pero lafijan para, ambos sexos, os decir, que aquí no atien-den á la condición especial de la mujer sino á lacondición general del operario. Es un principio li-mitativo de la contratación de la mano de obra, queponiéndonos en otro terreno, á otro terreno debellevarse y pienso llevarlo.

Los ingleses son los únicos que han limitado lashoras de trabajo para las mujeres, reduciéndolo ásesenta horas por semana á razón de diez diarias,con una pequeña rebaja los sábados. El trabajo delos hombres no tiene limitación legal,la de los niñostiene otro fundamento. Claro está, por consiguiente,,que en Inglaterra so ha atendido á la condición dela mujer. ¿Se ha conseguido mejorarla por este ca-mino? ¿Se- ha logrado el objeto primero y principalde irla atrayendo al hogar doméstico,poniéndola enmejor disposición de atender á los menesteres dela casa? Las diez horas deben tomarse, según la ley,entre las seis de la mañana y las seis de la tarde.¿No son todavía demasiadas para distraer de la fami-lia á la operaría? ¿No son las más precisas para losquehaceres domésticos? ¿Tendrá que consagrarleslas horas de sueño á fuerza de madrugar ó acostán-dose á deshora? Pues entonces, ni siquiera se con-sigue el resultado que ha tenido á la vista la ley in-glesa y parece haber sido economizar las fuerzasde la mujer con un trabajo más moderado que el delos hombres. Esto bastaría á mi juicio para demos-trar la ineíicacia de los reglamentos; que por lo de-mas, si con ellos se pretende disminuir la concur-rencia de las mujeres á las fábricas, ya se ha vistoque lo desmiente la misma Inglaterra con su cre-ciente número de operarlas.

Tampoco veo grandes resultados en la prohibi-ción legal del trabajo de noche, porque no se con-sigue el ideal de separar á la mujer de la fábrica, yse coloca en una situación crítica á aquellos esta-blecimientos que, por su índole especial ó por cir-*cunstancias del momento, no pueden interrumpirde noche sus trabajos.

Pero donde se toca más de cerca la ineíicacia deesta clase de disposiciones y mejor se advierte loque tienen de arbitrario y caprichoso, es en los ta-lleres reducidos, cuando el legislador intenta llevará ellos su criterio particular sobre moralidad y eco-nomía de fuerza. Tomemos el acta inglesa de -1867,que extiende la reglamentación á toda clase de ta-lleres grandes ó-pequeños. Si la operaría está ocu-pada en un taller, su trabajo no podrá exceder dedoce horas, y realmente no serán más que diez ymedia, porque hay que descontar seis cuartos'dehora para las comidas: tendrá libres los domingos yá las dos de la tarde se le dará punto los sábados.Pero nada de esto es necesario cuando la operaríatrabaja en un establecimiento que no emplea más

de cinco personas y cuyas tareas se limitan á fabri-car artículos destinados á venderse al pormenor óá simples reparaciones ó composturas de los delmismo linaje. ¿Quién me explicará el motivo de es-tas diferencias? ¿Es que en una reunión de cincopersonas el trabajo es monos penoso y su duraciónmás llevadera? ¿Es que es más santo ó más desaho-gado los domingos, ó menos ocasionado á distraer ála mujer de sus quehaceres ordinarios? Ni esto esverdad, ni caben tales metafísicas en la positivistaInglaterra. Como las reglas de policía exigen natu-ralmente una inspección rigorosa y esta tiene sulímite constitucional en el domicilio del ciudada-no, los ingleses so han echado para la industria átrazar este límite á la buena de Dios y á la ventura:de cinco operarios abajo, domicilio; de cinco paraarriba, taller ó fábrica. ¿Es esto serio, por muchoque lo bauticemos de inglés? ¿Es así, con minuciasde esta especio, como darían satisfacción nuestrosreglamentistas á las poderosas exigencias del re-cato, honestidad y atracción de la mujer al seno dela familia?

VIL

Desengañémonos: esta atracción jamás será re-pentina, ni la hará por sí ningún gobierno. Convieneque se verifique y se verificará; mas ha de ser pormedio de una trasformacion lenta y sucesiva, que lainiciativa particular, individual ó colectiva, operaráen las costumbres con incansable perseverancia. Siesta opinión pareciere sospechosa viniendo de per-sonas amigas de los economistas liberales, citaré eltestimonio de Julio Simón, que en Economía políticaes un simple aficionado, y pasa más generalmente ycon razón por docto filósofo y profundo moralista.«Es de desear, dice, que las mujeres se vayan ale-jando de las fábricas, pero no esperéis que sea porun decreto. Ellas las dejarán, y si no lo hacen, ar-mémonos de paciencia y continuemos esparciendola buena semilla.»

Puede que la idea do J. Simón no sea tan abso-luta como indica su lenguaje. Ya nos contentaría-mos con que fuese decreciendo el número de ope-rarías do fábrica sin necesidad de que la abandonentodas. Sea como quiera, esta es cuestión incidental:lo que importa es averiguar or dónde empezare-mos á obtener la disminución ó el alejamiento abso-luto si á tanto se aspira.

Por dónde empezar nos lo diría en seguida y consu habitual desenfado la escuela emancipadora. Meestoy figurando hasta dónde nos llevaría para bus-car la raíz de la trasformacion libre de la operaría.No bastaría la operaría; sería preciso trasformar lamujer, y de depuración en depuración y de ideal enideal, subiríamos hasta la deificación del sexo bello,

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hasta aquel Eterno femenino que el coro místico deGoethe deja caer como una esperanza en el yertocorazón de la potire Margarita.

Por mi parte, no veo la necesidad de irse á per-der entre estas nebulosidades para encontrar la raízde una simple trasformacion industrial. No diré quesea fuera del caso averiguar si todas las diferenciasde derechos que las legislaciones actuales estable-cen entre los dos sexos están justificadas por lamisma naturaleza de las i-elaciones sexuales. Peroquédese esta tarea para el filósofo y el jurisconsulto.Ellos analizarán, como es debido, la personalidadjurídica que hoy por hoy tienen reconocida las mu-jeres: ellos cuidarán de rehacerla, si por ventura noestá muy conforme con el progreso de los tiempos:á fHos toca decidir si en el orden civil ó en algúnolí oxisten ciertas desigualdades de que convengarelevar á la mujer por no tener otro origen que elderecho del más fuerte. Entre tanto, la prudencianos aconseja encerrarnos aquí en el aspecto pura-mente económico de la cuestión; y esto sentado,vuelvo á preguntar por dónde empezaremos. ¿Quénueva forma ha de dar la libertad al trabajo de lasmujeres? ¿Pretenderá también suprimir el trabajo encomún y reducirlo todo á doméstico?

Pongámonos primero ds acuerdo en el sentido delas palabras. ¿Qué clase de trabajo queremos reser-var á las mujeres? Una labor sosegada, bien retri-buida, de moderada duración y con excelentes con-diciones de moralidad. ¿Concurren estos requisitosen el trabajo por el mero hecho de ser doméstico?¿Dejan de concurrir en él por el mero hecho de serde fábrica ó taller? ¿Qué es trabajo doméstico, quées trabajo de taller cuando nos referimos á la vidaindustrial de un pueblo? Ambos tienen idéntico fin,porque, en lenguaje industrial, no podemos llamardoméstico al trabajo que atiende únicamente á lasnecesidades de la familia, sino al que sirvo lo mismoque el de fábrica para la generalidad del consumo.Aceptemos este sentido genuino, y ya nos andare-mos con algún tiento antes de conceder la palma altrabajo doméstico. ¿Es la comodidad, es la higiene,es la brevedad lo que buscamos? La fábrica puedeeo. -ínir lentamente las débiles fuerzas de la ope-raivi; pero al fin la tarea se reparte entre muchas:hay ventilación; hay luz; hay espacio; hay un regla-mento interior que tiene tasado el tiempo. No esfácil calcular cuánto hemos mejorado en esta parte,gracias á la simultánea diligencia de la ciencia y dela industria. Ya lo reconocen y declaran los escrito-res menos inclinados á la vida de fábrica. Todo seha perfeccionado, dicen, en beneficio de la opera-ría: telares, procedimientos, cuadras, escaleras. Loque antes era sórdido y estrecho, lo que asfixiaba,es ahora desahogado, pulcro y casi elegante. Ele-gante, sí, porque los fabricantes no tienen en menos

estima la belleza de los locales que la de sus ar-tefactos.

¡Cuántas operarías domésticas se darían por sa-tisfechas con la mitad de estas ventajas! Vedlas ensu desván junto á una labor ingrata: atadas comoen un potro durante doce, catorce y á veces diez yseis horas; si es con máquina de coser, amenazadasde tisis; si son bordadoras ó encajeras, con peligrode la vista ó de otras alteraciones orgánicas; enverano con un calor sofocante; en invierno transi-das de frió; algunas noches sin dormir porque apre-mia la tarea. Esto que ha ejercitado tantas vecesel pincel de novelistas y dramaturgos no es exage-ración, no es fantasía; es pura realidad y monedamuy corriente. ¿Lo compensa siquiera el salario?Triste compensación, porque la salud no tiene pre-cio; y aunque tan triste, tampoco la conseguimos.Reuniendo los estadistas algunos datos recogidosen Inglaterra, Francia y Bélgica, demuestran queha ido subiendo el jornal de las mujeres en lagrande industria, mientras que el de los talleres par-ticulares se ha estacionado. Admitamos todavía queambos hubiesen aumentado en la misma proporción,y siempre estaría la ventaja del lado de la fábrica.Quiero que la tarea sea igual, igual la fatiga, igualla duración y el jornal, por ejemplo, de dos pesetas.¿Qué falta para una igualdad perfecta? Dos condicio-nes esencialísimas: la seguridad y la constancia.Por regla general, más difícil es colocarse en tallerparticular que en fábrica grande, y en esta el tra-bajo es más seguido porque son menores las con-tingencias de una paralización.

Tocante á moralidad, si no nos contentamos conla propia experiencia, hablen las personas diligen-tes que han ido examinando la cuestión de la ope-raría región por región, taller por taller é industriapor industria. Desde que Villermó nos trazaba aque-llos cuadros tan sombríos de desmoralización en lasfábricas, han pasado bastantes años: hoy ha venidoReybaud, y estudiando punto por punto la fabrica-ción francesa, no sabe dónde contar más víctimasde la disipación, si en los talleres domésticos ó enlos comunes; y en cuáles de los nuestros sean másfrecuentes las ocasiones de pecar, dígalo el que sedé una vuelta por tiendas y obradores.

Mucho convendrá tener en cuenta estas indica-ciones si no queremos que nuestra deseada trans-formación quede reducida á un mero cambio de si-tio. Para esto sí que bastaba la varita mágica delEstado, y es una de las razones que prueban mejorsu ineficacia.

A otra clase de transformación más profunda yvaledera se prestan las costumbres de algunos paí-ses. Las de nuestros vecinos facilitan á la mujer unsinnúmero de ocupaciones finas, sosegadas y de-corosísimas, sea en el comercio, sea en el gobier-

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no y administración de compañías, sea tambiénen las industrias elegantes. Taine dispara su lenguamordaz contra esta moda de que las mujeres luzcanen las oficinas y mostradores, y de ello toma piépara decir que las francesas sólo consiguen brillaren tres oficios: el de señora principal, el de loretay el de tendera. Otros, por el contrario, ven en elsistema francés una tendencia que debería generali-zarse si acertásemos á dominar algunas preocupa-ciones y á vencer conocidas repugnancias. Ten-dencia la llamo, y no quiero darle más valor; porqueesos mismos países que han abierto tantas salidascómodas alas industrias femeninas, son los que másse lamentan del incremento que han tomado lasoperarías de fábrica, y son aquellos en que se hanpublicado sobre la materia escritos más virulentosy páginas más sentidas. Todo esto me parece natu-ralísimo, y nada tiene de extraño que en un país in-dustrial abunden las mujeres para toda clase deprofesiones. La industria de nuestro siglo crece si-multáneamente en todos los ramos, y lo mismo enlas esferas superiores que en las más materiales ymecánicas. ¿Cómo no ha de crecer en proporción elpedido de inteligencias y de brazos, y cómo no to-mar unas y otros de la población femenina, segúnsean sus condiciones, cuando todo urge, todo hacefalta y de todo necesita la voraz actividad de la ge-neración presente? Si en algunos pueblos quiso subuena suerte llevar un gran número do mujeres áocupaciones delicadas, no por esto es lícito espef arque vayan todas. Ni creo que llegue á establecersejamás una verdadera división intersexual del traba-jo, ni que consigamos delimitar con una precisiónmatemática el respectivo dominio industrial dehombres y mujeres.

¿Quién logrará, pues, complacernos si nos nega-mos á todo partido, si cuantas trasformaciones in-dustriales se proponen, otras tantas hemos de ii\-rebatiendo y rechazando? Trasformacion por mediodel Estado, violenta y ruinosa: trasformacien libredel trabajo común en doméstico, recurso ineficaz:trasformacion de industrias bastas en otras deli-cadas, recurso limitadísimo. ¿Es posible ser másdifícil y descontentadizo? No hay más remedio queserlo. Por muy distantes que estén de) primero losdos métodos libres, vienen á coincidir los tres enun punto esencialísimo, y es en no tomar por basela diversidad que hallan establecida en las funcio-nes industriales. Ningún gobierno ha decretado,ningún fabricante ha exigido que haya operaríasde fábrica, operarías de taller y operarías domésti-cas: esta clasificación ha nacido espontáneamentede la marcha general de la industria. Pues si estaclasificación es natural, hagamos lo que es natu-ral, partamos de ella misma. Busquemos primerolos medios de ir mejorando el trabajo de la mujer

dentro de cada grupo conocido; procurémosle como-didad, moralidad, economía de fuerzas: si eslas trescondiciones las obtenemos simultáneamente en lafábrica, en el taller y en el hogar, las alteracionesserán menos ruidosas: si no, el taller y la fábricairán cediendo el paso á un trabajo doméstico yamejorado, y habremos conseguido el suspiradoideal sin dictaduras ni atropellos.

Para esta clase de trasformacion intima veo trescaminos segurísimos: la acción de los jurados mix-tos, el concurso de las sociedades obreras mutuasó de patronato, y la cultura intelectual de la mujer.Dudo que haya nadie más competente que uajuradolibre para determinar las horas que la operaría hayade dar al trabajo y á la familia, los días de descan-so, la índole de sus ocupaciones y el precio de losjornales. Dudo que nadie pueda apreciar mejor lascircunstancias de cada localidad, las fuerzas de cadatrabajadora, el estado de prosperidad ó de quebran-to de cada industria, las necesidades del consumo,las exigencias de cada edad ó de cada situación per-sonal en las jornaleras. Nada digo si, como seríamuy razonable, entrasen mujeres á formar parte delos jurados libres; que las hay discretas de sobra ybastante experimentadas para terciar con los hom-bres en asuntos tan peculiares de su sexo y que tande cerca les atañen.

Las sociedades obreras, donde se las consientelibertad, han hecho y harán más por la causa de lamujer que algunos filósofos con sus jeremiadas yque las lágrimas hermosas, pero á veces infecundas,de las buenas almas. No plegué á Dios jamás que yocombata las limosnas repartidas por la caridad pri-vada en el mísero hogar de la operaría: solamenteexigiría que á la buena intención do siempre acom-pañase la eficacia. Pero, sin desconocer la utilidaddel patronato sobre las clases obreras, encuentroinmensas ventajas en el movimiento iniciado dentrode ellas mismas para obtener ahorros, precaver cri-sis, acercarse á la propiedad y hacer menos dolo-rosos los reveses por razón de enfermedad ú otrascausas. De lo que se ha logrado hasta ahora á loque quisiéramos alcanzar, hay gran distancia: de-masiado lo sé; pero por esta senda de la previsióny de la economía es menester seguir, y ¡ojalá nues-tro país hubiese empezado á tomarla! Nuestro mo-vimiento obrero (hablo del ordenado y que se en-camina á buenos fines) está casi en la infancia: esflojo, si acaso existe, el relativo á la operaría. ¿Quéno daríamos por ver á nuestros fabricantes introdu-cir, entre otras mejoras, los colegios de internas dela clase obrera que conocen los Estados-Unidosdesde hace tantos años? Ya se han esparcido porFrancia, Inglaterra, Alemania y Suiza con aplausogeneral y no escaso fruto.

Destíñanse á las hijas de jornaleros, y están al

166 REVISTA EUROPEA. 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° i 10cuidado de prudentes directoras: allí se instruyenlas operarías, allí aprenden la economía domésticay se ejercitan en alguna de las artes de la industriagrande ó pequeña. En unas partes perciben todo eljornal; en otras se distribuye entre los gastos de lacasa, los particulares de la educanda y la suma ne-cesaria para ir juntando una dote. Con este sabioproceder ganan á un tiempo la familia y el trabajo:la familia, porque se va formando la madre; el tra-bajo, porque no queda desatendida la parte de utili-dad que el sexo femenino puede llevar á la manu-factura.

Bien só dónde está el secreto de la eficacia deestos colegios: está en que cuidan ante todo de laeducación de la mujer, y este ha do ser el funda-mento de todas las trasformaciones que se solicitan.S¡ y algo libre de taclia en las teorías de emanci-par ion femenina, es su constancia en inculcar lacultura del sexo. Sansimonianos, furrieristas, mu-tualistas, todos abundan en esta idea; y el sigloabunda también sin aceptar sus errores. Aquellosmismos que ponderaban antiguamente la santa ig-norancia de la mujer para mejor dominarla, se ocu-pan hoy en levantar su espíritu, siguiendo la máxi-ma de su amigo de Maistre que reclamaba la ins-trucción de las jóvenes si, como él decía, en suregazo se han de formar los dos objetos más pre-ciosos de la vida, un hombre honrado y una mujerhonrada.

La cultura intelectual de la mujer ha empezadotomando una dirección más favorable á las clasessuperiores que á las operarías. Esta primera direc-ción, aunque muy digna de aplauso, no es aquí demi incumbencia. Me alejaría demasiado de la esferaindustrial si entrase á hablar de la enseñanza supe-rior de las mujeres en el extranjero, de cursos comolos de Zurich, de las alumnas de Cambridge y Fila-delíia, de escuelas de mujeres como las que hay es-tablecidas en Berlín, Leipzig y Munich, ó como losgimnasios y progimnasios de niñas en Rusia.

El deseo de instruir y educar á la mujer pobre,á la operaría, ha venido más tarde; pero se ha en-trado en ello con gran fe y perseverancia. A vecesel -'ado tomó la iniciativa; pero la de los particu-lar-1 >• ha sido más com.in y siempre más provechosa.Desdo que en 1861 crearon los ingleses el Art de-parlment para el fomento de la enseñanza popular,dieron á las mujeres libre entrada en todas las es-cuelas de este género. Allí pueden ser alumnas, allíllegar á maestras: en la escuela normal no sólo sonadmitidas sino también pensionadas: en los Institu-tos mecánicos tienen los mismos derechos que loshombres.

En el dominio privado, quien inició el movimientoen favor de la instrucción de la operaría fue la fa-mosa Asociación para el progreso de las ciencias

sociales. Dirigida por lord Brougham, empezó tra-tando la cuestión en algunas de sus reuniones pú-blicas, y luego promovió la creación de otras socie-dades destinadas á buscar ocupación á las mujeresque hubiesen recibido la clase do instrucción con-veniente. Tres caminos siguen estas sociedades, yson facilitar á las jóvenes el aprendizaje de oficioslucrativos, buscarlas colocaciones y combatir en laprensa y en la cátedra las muchas preocupacionespopulares que tienen todavía tanto crédito en elsexo femenino. Ya se han obtenido grandes resulta-dos, no sólo en trabajos bastos sino en labores de-licadas y en verdaderos productos artísticos, y todoel afán de las sociedades es ir introduciendo poco ápoco á las mujeres en las carreras mercantiles.

A esto principalmente se encaminan en Alemanialas escuelas comerciales creadas por la iniciativaparticular en algunas poblaciones, aunque el nivelde los estudios parece un poco alto para lo que exi-gen las ocupaciones ordinarias de los talleres y fá-bricas. También en aquel país van siendo numero-sas las sociedades que se proponen cultivar la inte-ligencia y la capacidad industrial de la mujer, citán-dose entre las más famosas las de Breslau, Leipzig,Hamburgo, Praga, Viena y Berlin. En las escuelasque crean suele darse una enseñanza comercialcompleta; hay talleres donde se ejercitan las jóve-nes en variedad de oficios, ábrense bazares para laventa de los artículos elaborados y tienen oficinaspara buscar colocaciones. A este tenor podríamosir recorriendo otros puntos del extranjero, sin abul-tar los hechos ni exagerar las proporciones de estenuevo movimiento, reducido por ahora á un felicí-simo ensayo. Aquí lo hemos intentado más modestoen el Conservatorio de Artes de Madrid, y cierta-mente con gran fruto, á juzgar, si no por el númerode las jóvenes que asisten á las clases de dibujo, almonos por la perfección de sus trabajos y por losjustos premios que suelen obtener en exámenes yexposiciones.

Todo anuncia que no han de trascurrir muchosaños sin quo en la condición de la operaría veamosefectuarse un cambio notable, debido á la difu-sión de ideas sanas y al mejoramiento de las cos-tumbres. No só por qué hemos de ser tan impa-cientes para la mujer, cuando todo en el mundoadolece de males que quisiéramos ver remediadosen el acto y tenemos que irlos conllevando. Muchasde las penas que afligen á la operaría proceden decausas generales que no pertenecen á su estado nitienen nada que ver con la flaqueza del sexo. La in-dustria es un fenómeno tan complejo, que, paraapreciar la más mínima perturbación en cualquierade sus agentes ó funciones, necesita ser mirado enconjunto y visto desde muy alto; y es máquinacompuesta de tantas piezas y con tan complicados

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resortes, que apenas tocamos una de aquellas óqueremos cambiar uno de éstos, cuando ya la fá-brica amenaza venirse al suelo, si antes no cuida-mos de interrogar la ley universal de concierto yarmonía que Dios tiene señalada en todas las cosas.A esta regla de buen sentido, que es al propio tiem-po lógica inflexible, he procurado atenerme pun-tualmente al tratar del trabajo de las mujeres; yahora he de hacer lo mismo con el de los niños,asunto espinoso en cuyo estudio han abundado lasbuenas intenciones, pero tampoco han escaseadolos errores.

JOAQUÍN MARÍA SANROMA.

TEORÍA DE LA HERENCIA.

En un trabajo publicado en 1868 decía M. Darwin:«parece generalmente admitido que el cuerpo secompone de multitud de unidades orgánicas, cadauna de las cuales posee sus atributos propios,y hasta cierto punto, independientes de las otras.»Podemos asegurar, sin temor de equivocarnos, quela opinión general de los biólogos no ha cambia-do desde que se escribieron estas líneas. Es cosacierta que la hipótesis de las unidades orgánicascon todas sus consecuencias es uno de los funda-mentos de la teoría de la herencia. Quédanos quedeterminar los demás puntos de esta teoría y exa-minar en qué medida se aplica la hipótesis de lasunidades orgánicas á todos sus detalles y lo quepuede decirse cuando existe desacuerdo.

Para simpliear este estudio, podemos dividir endos grupos los hechos que puede explicar una teo-ría completa de la herencia: el primero compren-derá las particularidades congenitales que existíanigualmente en uno ó muchos ascendientes del su-jeto en cuestión; el segundo las particularidadescongenitales que, sin haber existido en ninguno delos ascendientes, las adquirieron uno ó muchos deellos durante su vida, á consecuencia de un cambiode condición de la misma vida, cambio de clima,de alimentación ó de costumbres, enfermedad ómutilación.

El primero de estos dos grupos tiene particularimportancia por el considerable número de hechosbien comprobados que contiene, hechos que se ex-plican de una manera general por más do una delas teorías que se apoyan en la hipótesis de las uni-dades orgánicas. El segundo grupo contiene mu-chos hechos discutibles, hechos cuya comprobaciónos siempre muy difícil, y cuya mayor parte, en nues-tra opinión, están muy lejos do justificar las con-clusiones que se pretenden deducir. En este trabajo

he dividido la teoría general de la herencia en dospartes correspondientes á cada uno de estos gru-pos. La primera se sostiene por sí misma; la se-gunda es absolutamente suplementaria y está su-bordinada ála otra.

Ninguna teoría de la herencia se ha enunciadocon mayor claridad y de una manera más completaque la de la Panganesis de M. Darwin, y la intro-ducción de esta teoría contiene el resumen másconcienzudo que existe de los varios hechos queuna teoría completa de la herencia debe poder ex-plicar. Lo que vamos á decir se apoya en gran parteen los argumentos y consideraciones indicados porM. Darwin, y, sin embargo, veráse que nuestras con-clusiones difieren esencialmente de las suyas. Pa-rece que la panganesis se aplica especialmente álos casos del segundo grupo, casos cuya significa-ción es secundaria y frecuentemente dudosa; y ve-ráse que aceptamos esta teoría con modificaciones,sin embargo, como parte suplementaria y acceso-ria de una teoría completa de la herencia; pero deninguna manera como la parle esencial y más im-portante.

Antes de entrar en materia advertiremos que va-mos á emplear en un sentido particular la palabraestirpe, que deducimos de la latina stirpes, raíz,para expresar la suma de gérmenes rudimentarios—sea el que quiera el nombre que se les dé—que,según todas las teorías de las unidades orgánicas,se encuentran en el huevo recientemente fecun-dado, es decir, en el mismo principio de la fasepre-embrionaria, desde cuyo momento el huevo norecibe, ni aun de la madre, otra cosa que la nutri-ción. (No necesitamos advertir al lector que ni unasola gota de la sangre de la madre penetra en losvasos del embrión, sino que las dos circulacionesson absolutamente distintas, recibiendo la placentaá que está unido el embrión y con la que está enrelación vasicular, recibiendo la placenta, repeti-mos, su nutrición de la madre, únicamente por im-bibición.) Esta palabra estirpe, que nos permitimosintroducir aquí, se aplica igualmente al contenidodo las yemas; es muy cómoda y creemos que nosgarantiza de toda confusión de lenguaje.

La estirpe entera, con cierta cantidad de sustan-cias nutritivas, presenta un volumen que no es ma-yor que el de una cabeza de alfiler; y, cosa curiosa,este volumen es igual en el huevo fecundado de to-dos los mamíferos. Es evidente que la observacióndirecta nada puede enseñarnos sobre la forma deobjetos tan pequeños como son los gérmenes con-tenidos en la estirpe, como tampoco sobre la ma-nera con que obran; estos gérmenes escaparíanal microscopio más poderoso, aunque fuese dife-rente la acción de cada uno de ellos sobre la luz.Ahora bien, esta diferencia do acción no existe

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porque el huevo fecundado presenta un color casiidéntico en todos sus puntos. Las células y sus con-tenidos son, sobre poco más ó menos, para los bió-logos que las examinan al microscopio, como lossacos de despachos y montones de cartas son paralos curiosos que los miran á través de las vidrierasde una administración de correos. Estos curiosospueden deducir de lo que ven datos exactos sobrelas comunicaciones postales en general; pero nopueden leer una sola palabra del contenido de lascartas. Solamente el raciocinio, y no la observacióndirecta, puede enseñarnos algo sobre los elementosde la estirpe, viéndonos, por consiguiente, reduci-dos á formar una teoría.

Empezaremos por sentar los cuatro postuladosque parecen casi necesariamente comprendidos en/oda hipótesis de unidades orgánicas, y que lo son•. '.a de la panganesis. Primeramente, cada una del;=s innumerables unidades, por decir así, indepen-dientes, de que se compone el cuerpo, tiene unorigen y un germen separado. En segundo lugar,la estirpe tiene multitud de gérmenes, mucho másvariados y numerosos que las unidades orgánicasdel cuerpo que ha de salir de estos gérmenes ; demanera que el número de gérmenes que llegan ádesarrollarse es relativamente pequeño. En tercerlugar, los gérmenes que no se desarrollan conser-van su vitalidad; se propagan permaneciendo enestado latente, y contribuyen á formar la estirpe delos retoños. En fin, en cuarto lugar, la organizacióndepende de una manera absoluta de las afinidadesy de las repulsiones que existen entre los gérmenesseparados, primero en estado de estirpe y despuésen todos los periodos de su desarrollo.

Las razones que pueden invocarse en favor deestos postulados es necesario buscarlas en los ar-gumentos de Darwin; y podemos decir desde luegoque existen motivos plausibles para admitirlos comorazonables. Así, por ejemplo, en favor del origenindependiente de las diferentes partes del cuerpopuede citarse el hecho tan frecuentemente obser-vado de la procedencia diferente de ciertas faccio-nes. Ahora bien, se ha comprobado que ciertas par-ticularidades, frecuentemente de proporciones mi-c, «¡ópieas, pueden trasmitirse por herencia, de lo(|ti>; puede deducirse que las partes del cuerpo,hasta las más pequeñas, tienen origen distinto. Yahemos dicho que la estirpe contiene muchos másgérmenes de los que se desarrollan; y lo que loprueba es que un individuo puede trasmitir á sushijos ciertos rasgos de sus antepasados, rasgos queól mismo no poseía. Todo lo que el individuo habíarecibido de sus antepasados debía estar encerradoen su estirpe; luego esta estirpe contenía todos losrasgos que se han desarrollado en su propio orga-nismo, y además todos los demás rasgos de sus an-

tepasados que el mismo individuo no tenía, pero queha legado á uno ó muchos de sus descendientes.Preciso es también admitir que la estirpe contienemuchos más gérmenes de los que llegan á desarro-llarse en el individuo producido per la estirpe. Ade-más, es necesario que estos gérmenes no desarrolla-dos conserven su vitalidad y contribuyan á formarla estirpe de los descendientes, como explicaremosen seguida más detalladamente. En fin, el cuarto yúltimo postulado, según el cual la organización de-pende enteramente de las afinidades que existenentre las diferentes unidades orgánicas, este postu-lado se impone, por decirlo así, por la sencillez y lasuficiencia de lo que se pide; prueba de ello serácasi todo lo que hemos de decir. Pero no olvidemosque la otra hipótesis, la de una fuerza plástica ge-neral, se parece á todas las demás concepcionesmísticas que han estado en boga al principio de to-das las ciencias físicas y que han sido reemplazadaspor teorías moleculares á medida que se extendíanlos conocimientos. La ciencia de la herencia estáaún en su principio y la analogía nos lleva á creerque seguirá la misma marcha que las que le hanprecedido. En cuanto á la posibilidad, en objetostan pequeños como son los gérmenes, de poseeruna percepción bastante delicada para permitir ácada uno de ellos, á pesar de su gran número, en-contrar su puesto, Darwin ha dado por prueba ladelicadeza de percepción de los granos del polende diferentes plantas. «El número de las plantascompuestas, nos dice, es próximamente 10.000, yno es dudoso que si se pudiesen colocar juntos ósucesivamente los granos del polen de todas las es-pecies sobre el estigma de una especie determinada,esta elegiría infaliblemente su propio polen.» Loscasos mismos en que estas afinidades se extravíanparcialmente son muy instructivos; como, por ejem-plo, cuando una mancha de la piel se trasmite porherencia, apareciendo en una parte inmediata ú ho-mologa. Sentados estos preliminares, podemos avan-zar libremente.

Los fisiólogos se asombran al ver que ningunaraza de un grado algo elevado puede propagarsemucho tiempo por generación unisexual; la raza sealtera en seguida, probablemente por falta de algúnehmento de su estructura, y concluye por perecer.Parece que en virtud de una ley universal, la uniónde los dos padres sea una condición muy importan-te, hasta esencial, según algunos, para la persisten-cia de una raza de organización compleja; y, pornuestra parte, nos inclinamos á creer que la dife-rencia de sexos en una raza es el resultado y no lacausa de esta necesidad. En los organismos menoselevados hay dos padres, pero no hay diferenciaaparente de sexo, porque dos células cualesquierapueden reunirse y mezclar su contenido en una

N.° 110 F. GALTON.—TEORÍA DE LA HERENCIA. 169misma célula; además, estos sores admiten fácil-mente la multiplicación unisexual por vía de divi-sión ó de yemas. Si nos elevamos en la escala delos seres, vemos pronunciarse más la diferencia desexos, y al mismo tiempo se hace rara la propaga-ción unisexual, llegando después al nivel, en el quela separación de sexos es completa, desapareciendocompletamente la propagación por un mismo sexo.Ahora bien: la necesidad especial de dos sexos paralos organismos complejos deriva de una manera in-mediata de la teoría de las unidades orgánicas y degérmenes. Consideremos una serie determinada degeneraciones unisexuales, y sigamos la historia deesta serio; supongamos que hemos elegido, cortadoy plantado el segundo botón, y cuando este ha lle-gado á madurez, cogemos su segundo botón, y asísucesivamente. En cada generación sucesiva existesiempre una probabilidad para uno ó muchos delos gérmenes que contiene la estirpe, mueran ódesaparezcan; y una vez desaparecidos, estos gér-menes desaparecen para siempre sin poder ser re-emplazados por otros. De tiempo en tiempo, estaprobabilidad desfavorable debe producir su efectoy ocasionar la desaparición de algún elemento or-gánico, y, por consiguiente, el deterioro de la raza.Si el elemento perdido era indispensable, la razaperecerá en seguida; si no es tan indispensable, laraza languidecerá y sufrirá necesariamente otraspérdidas, cuya acumulación concluirá por serle fatal.Lo que es verdad para la serie de los segundos bo-tones, lo es necesariamente para una serie cual-quiera, como lo podrían acreditar los jardineros,apoyándose en su práctica (1). El mismo razona-miento es aplicable á cualquier otro modo de multi-plicación unisexual: todos llegan al deterioro, yfinalmente á la extinción de la raza. Por otra parte,si hay dos padres, la especie particular de germenque faltase casualmente en uno, podría suministrar-la el otro. Sin duda alguna, serán raros los casosen los que la misma especie de germen falte en losdos padres, y será muy pequeño el número de fami-lias que perezca por esta causa. Además, aunqueperecieran, el mal no sería muy grande. Las otrasfamilias están perfectamente sanas ó tienden á es-tarlo en la generación siguiente, llenando facilísi-mamente el hueco. Asi vemos que, con la genera-ción unisexual, cada familia está condenada á ex-

(!) Sin embargo, este hecho no se verifica siempre en el estado de

naturaleza y libertad, porque en este ceso reemplazarían las plantas sanas

a lus débiles. Aquí tenemos que considerar por una parte la probabilidad

:! deterioro de una serie dada, y por otra el número crecientecreciente dide todas la:razón de 1:motivo par¡

leries posibles. l a s dos siguen progresión geométrica; y si lasegunda fuese más grande que la de la primera, no habríaque se extinguiese la raza. Pero esta suposición favorable

sería inadmisible en cuanto se llegase á cierto grado de complexidad, por-que esta aumeutarla las probabilidades de deterioro, y al mismo tiempodisminuiría la fecundidad. (H. Spencer, Biología, tom. I, multiplicación.)

tinguirso más ó monos pronto, mientras que con lageneración bisexual se extingue solamente pequeñonúmero de familias ó sufren temporalmente por lacausa que hemos indicado: la inmensa mayoría nosufre en ningún concepto, y las otras tienden á re-habilitarse. Por otra parte, como la estirpe de queprocede el hijo no puede tener más volumen que lamitad del de las estirpes reunidas de sus dos padres,sigúese que ha de quedar suprimida la mitad de suherencia posible. Este hecho implica una lucha muyviva entre los gérmenes que se disputan el puesto,y, según toda probabilidad, el triunfo de la mitadmejor de sus numerosas variedades.

Siendo limitado el espacio en la estirpe, se sigueque no solamente las variedades de cada especie degermen, sino también el número de individuos per-tenecientes á cada variedad lo son igualmente. Esnecesario no perder de vista esta consideración queexplica el restringido número de subdivisiones áque se trasmiten ciertos rasgos particulares. No nosocupamos ahora del caso en que tal ó cual carácterde una raza desaparece lentamente y por gradacio-nes inservibles, porque este cambio puede atri-buirse, al menos en parte, á una alteración de lacualidad de los gérmenes; tampoco hablamos delcaso en que evidentemente una de dos cualidadescontrarias ahoga á la otra, sino de aquellos en queestas cualidades aparecen igualmente poderosas y

I susceptibles de aliarse. Así, en la desaparición gra-dual de la sangre negra podremos reconocer que elcolor del mulato representa la mitad, y el del cuar-terón, la cuarta parte del color de sus abuelos ne-gros; pero si avanzamos más, veremos que el frac-cionamiento de la sangre es muy irregular y no si-gue la progresión geométrica descendiente de unoctavo, un decimosexto, etc., siendo frecuente-mente muy marcada la presencia de sangre negra,ó al contrario, imperceptible hasta que desapareceporv completo. Existen naturalmente gradacionesmucho más delicadas en los efectos complejos, ta-les como la expresión de la fisonomía, porque unode los elementos puede existir ó faltar; y como elnúmero de combinaciones ó permutaciones posi-bles, hasta entre un número pequeño de elemen-tos, es muy grande, deben poder existir considera-ble número de grados entre la trasmisión completade la expresión y su total desaparición.

La rapidez de los cambios, que pueden compro-barse en la sustancia del huevo recientemente fe-cundado, prueban que los gérmenes contenidos enla estirpe están sin cesar en movimiento para tomarnuevas posiciones de equilibrio orgánico, sin dudaá consecuencia del desarrollo desigual de algunosgérmenes que resultan mejor nutridos que otros. Eneste movimiento vemos verificarse reparaciones almismo tiempo que agregaciones, y es razonable su-

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poner que concurren al resultado fuerzas de repul-sión y fuerzas de afinidad. Nada sabemos aún sobrela naturaleza de estas repulsiones y afinidades; peroparece casi imposible de explicar todo lo que ocurrepor la hipótesis de un sencillo desarrollo gradual,como el que propone la panganesis B siguiendo A,y C viniendo después de B, y así sucesivamente. Di-fícil es admitir que las inlluencias recíprocas de losgérmenes no se ejercen más que siguiendo líneascomo las que reúnen los corpúsculos de la sangreen largos cilindros al principio de la coagulación;tampoco podemos suponer que estas influencias selimiten á ciertos planos como las que gobiernan losarmoniosos agrupamientos de la fauna y de la floraen la superficie de una comarca abandonada á laacción de la naturaleza; más bien debemos suponerque obran siguiendo las tres dimensiones del espa-cio, como, por ejemplo, puede suponerse que enun¡ enjambre de seres alados los gustos particularesó las aversiones de un individuo de los que se com-pone deben determinar su posición en el enjambre.Cada germen tiene considerable número de veci-nos: una esfera rodeada de otras esferas de la mismamagnitud, por ejemplo, unen una bala de cañón enuna pila tan compacta como se pueda construir, y encontacto inmediato con otras doce esferas. Pode-mos estar seguros de que ciertos gérmenes debenestar sometidos por todos lados á fuerzas numero-sas que varían según el puesto que ocupan; debenpasar por muchas posiciones de equilibrio tempo-ral y momentáneo y experimentar larga serie demovimientos renovados sin cesar antes de tomarseparadamente las posiciones definitivas que lesconvienen mejor. Aunque nada sepamos aún sobreel carácter de estas afinidades y repulsiones, ó de loque M. Herbert Spencer llama sus polaridades enlos capítulos tan instructivos del primer volumendo sus Principios de biología, nos basta estar con-vencidos de su existencia para formarnos una ideageneral de lo que debe ser su modo de acción, ypara poder hacer comprender las consecuencias ne-cesarias por gran número de ejemplos tomados dela vida ordinaria. Elegiremos preferentemente nues-tros ejemplos entre los hechos de la vida política,tales como la lucha por los empleos y el poder, laelección y la representación. Así, pues, sabemosque las células primitivas se dividen y subdividen,y podemos comparar con bastante exactitud cadafraccionamiento sucesivo á la división de un cuerpopolítico en partióos, los cuales tienen desde luegoatributos diferentes. 0 podemos comparar tambiénla estirpe á una nación, y los gérmenes que lleganá completo desarrollo á los hombres notables queconsiguen llegar á ser los representantes de la na-ción. Y estas no son vanas metáforas, sino analo-gías perfectamente exactas, que sostienen el exa-

men y merecen considerarse seriamente porquedan á nuestras ideas sobre la herencia la claridadque les es necesaria.

La gran diferencia que se encuentra á veces entrelos hermanos ó las hermanas es fácil de explicar ypuede aumentarse la claridad de la explicación pormedio de comparaciones tomadas de la política. Poruna parte, las estirpes deben ser casi semejantes,porque los gérmenes son organismos simples y estosorganismos reproducen exactamente su especie; porotra parte vemos salir de estas estirpes estructurasmuy diferentes. Las conocidas inseguridades de laselecciones políticas y sus causas nos ofrecen á lavez la reproducción y la explicación de este hecho.Sabemos muy bien que si están representadas mu-chas opiniones en un distrito electoral, las circuns-tancias más insignificantes pueden cambiar el equi-librio de los partidos, y de esta manera, aunque elcuerpo electoral se modifique muy poco; el carácterde los votos puede cambiar bruscamente de unaelección á otra. Por el contrario, un distrito dondereina uniformidad de opiniones tendrá siempre re-presentantes de tipo igual; y este hecho correspondeexactamente á lo que pasa en los animales deraza pura, cuya estirpe sólo contiene una variedadó muy corto número de variedades do cada especiede germen. Cuanto más se mezcla la raza, más va-riados son los retoños. La diferencia que con muchafrecuencia se observa entre gemelos de un mismosexo es más marcada que la que se advierte entrehermanos ó hermanas ordinarios, á pesar de la casiidentidad de las condiciones embrionarias. Esta par-ticularidad es muy curiosa y exige explicación.Hemos tenido ocasión de estudiar de un modo par-ticular la cuestión de la semejanza de los gemelos,y he reconocido que los gemelos verdaderos, esdecir, aquellos que hasta el momento del nacimientoestuvieron encerrados en una misma membrana, yque, por consiguiente, proceden de dos puntos ger-minales del mismo huevo, presentan dos grupos quedifieren de una manera extraña uno de otro. Encuanto" á los casos intermediarios son muy raros.En el grupo más numeroso, los gemelos presentansemejanza física é intelectual muy considerable:crecimiento, enfermedad, declinación, todo es pa-recido en ellos, realizando ó poco menos los hechosextraños que encontramos sobre este asunto en lasobras de imaginación. El segundo grupo, que nollega á la cuarta parte del primero, nos ofrece ge-melos completamente diferentes el uno del otro;á veces hasta se les cita como complementarios,puesto que tiene el uno lo que le falta al otro. ¿Cómose explica que una estirpe primitiva idéntica puedadar dos sores ó absolutamente diferentes ó casiiguales entre sí? En cuanto á los casos intermedia-rios, su corto número nos permite incluirlos en uno

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muy diferente y menos raro, aquel en que los geme-los preceden de dos huevos distintos. lió aquí cómose puede contestar en mi concepto á la pregunta:La semejanza de los gemelos verdaderos se explicafácilmente; en efecto, según la estadística, es muynatural pensar que las dos mitades de un grupocualquiera de gérmenes deben parecerse mucho.Las estirpes secundarias de dos gemelos son seme-jantes y las circunstancias de su desarrollo, siendocasi idénticas, Tos resultados deben parecerse mu-cho. En cuanto á los gemelos complementarios,puede admitirse que si ha pasado mucho tiemposuficiente antes de que la estirpe primitiva empozaseá dividirse entre ellos, sus gérmenes pudieron dis-ponerse hasta cierto punto, según sus afinidades,de suerte que las dos mitades pueden ser muy dife-rentes una de otra. Cuando nace un solo hijo, elgermen,—por simplificar no digo los gérmenes,—decada especie que llega á su completo desarrollopuede compararse al representante único de uncuerpo de electores que cada cual tiene su voto.Cuando se trata do dos gemelos, diremos que cadaelector continúa teniendo un voto, pero que se eli-gen dos representantes. Supongamos ahora que unode los partidos políticos predomina ligeramente; en-tonces, si el cuerpo electoral se divide por una lincatirada al azar, el mismo partido predominaría encada una de las dos divisiones; y si la elección sehiciese según este principio, los dos representantesserían ciertamente miembros del mismo partidopredominante. Pero si el cuerpo electoral votasesin dividirse, sería imposible al partido predomi-nante elegir más de un candidato, y los dos repre-sentantes pertenecerían á partidos opuestos.

La parte de la estirpe desarrollada se ha consi-derado umversalmente como el principal agente quemantiene la propagación do los gérmenes. Sin duda,esta es una condición esencial en la teoría de lapanganesis, como lo indica el mismo nombre de lateoría; ésta admite que cada célula separada dejaescapar, en el momento de su formación, gérmenesque circulan libremente en el cuerpo, al mismotiempo que otros gérmenes trasmitidos por via deherencia se agrupan según sus afinidades y formande esta manera los elementos sexuales. Por nuestraparte, reconociendo que existen pruebas incontes-tables de la existencia de esta facultad, pruebas queexaminaremos al ocuparnos del segundo grupo decasos, nos proponemos demostrar que la influenciade esta facultad debe sor extraordinariamente dé-bil. Los gérmenes que se desarrollan de maneraque formen tejidos son relativamente muy poconumerosos para tener mucho efecto por herencia;y cuando han llegado á lodo su desarrollo, quedanpasivos y estériles. Parécenos que, como la fecun-didad debe tener su asiento en alguna parte, este

asiento debe encontrarse en el residuo no desarro-llado de la estirpe, ó más bien en sus retoños y re-presentantes—sea el que quiera, por otra parte, sunúmero y su naturaleza,—en el momento en que elindividuo ha llegado á la edad adulta.

La hipótesis según la cual los gérmenes desarro-llados son relativamente poco numerosos y estéri-les, está de acuerdo con gran número de hechos;dando á comprender la razón en virtud de la cual,aunque la semejanza hereditaria sea la regla gene-ral, muchas veces falta en el descendiente el rasgomás pronunciado del padre. Fácilmente compren-demos que los caracteres dominantes de la estirpeestarán en su conjunto fielmente representados porel organismo del individuo que procede de ellos;poro si el organismo individual representa fielmentelos gérmenes que dominan, debe representar muyfavorablemente los gérmenes en general, y con ma-yor razón el residuo que no se ha desarrollado; yde la misma manera, en los casos extremos, el in-dividuo debe representar muy mal este residuo,porque la abundancia accidental del ejemplar esté-ril de cierta especie importante de germen ha qui-tado al residuo fértil todos los gérmenes de estaespecie. Esta suposición es tanto más admisible,cuanto que ya hemos visto que no puede ser muyconsiderable el número de gérmenes de cada espe-cie. La historia prueba que los hijos de los hombresde genio son frecuentemente de talento muy limita-do, y este hecho se ha comprobado, especialmenteen los casos en que el mismo hombre do geniodescendía de antepasados poco notables por su ta-lento: dedúcese de esto, según la teoría que acaba-mos de exponer, que el número de gérmenes dealgún valor era débil, y todos se han empleado yhecho estériles para constituir el organismo delhombre de genio.

La^endencia persistente de los rasgos excepcio-nales á debilitarse, se demuestra también por la di-ficultad que experimentan siempre los cultivadorespara conservar los caracteres de alguna variedadpreciosa que se ha producido por efecto de la ca-sualidad, es decir, por una afortunada reunión decausas variables desconocidas.

Otra consecuencia de la esterilización de millaresde elementos de la estirpe es la tendencia bien mar-cada de todas las razas dotadas de cualidades ex-cepcionales á deteriorarse al propagarse. Esto esexacto en cuanto a las razas que viven en estado denaturaleza, puesto que las razas actualmente exis-tentes, solamente pueden conservar su nivel, gra-cias á la selección más estricta. Si se las dejaselibres solamente durante una generación, aumenta-rían los individuos débiles, y la cualidad media dela raza quedaría necesariamente aminorada.

Por otra parte, la esterilidad de los elementos

172 REVISTA EUROPEA. 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 , N.° 1 1 0desarrollados do la estirpe explican cómo ciertasenfermedades saltan de una ó muchas generacionescon tal de que se admita—lo que parece muy proba-ble—que los gérmenes de estas enfermedades soná la vez proliflcos y están dispuestos por grupos.Así, pues, casi todas las moléculas gotosas de laestirpe de donde ha salido A, han podido, graciasá su agrapamiento, desarrollarse en el organismode A y esterilizarse de esta manera; el débil restofecundo que se encuentra en su estirpe no será su-ficiente para formar en la estirpe de su hijo B elnúmero de gérmenes gotosos, necesarios para do-minar y desarrollarse en la persona de B, y por con-siguiente este resto se quedará en reserva; perocomo es prolíñco, se multiplicará en el estado la-lente en el organismo de B, de manera que multi-plicará en la estirpe de C, hijo de éste ó en la de D,su nieto, gérmenes bastante numerosos para des-arrollarse en la persona de C ó en la de D, comolos primeros se desarrollaron en la de A, existiendoasí un ciclo que se repetirá indefinidamente.

La observación confirma por completo todo loque precede, y podemos deducir: 1.°, que el conte-nido de la estirpe debe formar divisiones y subdivi-siones distintas, de la misma manera que un granpartido político puede subdividirse en considerablenúmero de fracciones diferentes; 2.°, que los gérme-nes dominantes en cada una de estas subdivisionesson los que llegan á desarrollarse, y 3.°, que losgérmenes restantes y sus retoños son los que for-man los elementos sexuales ó yemas.

Es evidentemente imposible que este fracciona-miento se verifique con perfecta exactitud; nunca sedivide en dos secciones un partido político sin quealguno de los miembros de la una se encuentrecomprometido en las filas de la otra, y vice-versa.Podemos, por lo tanto, estar seguros de encontraren cada subdivisión sucesiva gérmenes de muchasespecies extrañas á esta subdivisión. También puedesuponerse que el tejido de los gérmenes desarrolla-dos debe ofrecer á los gérmenes extraños muchos¡nintos favorables para su asiento y desarrollo; porconsiguiente, representantes de todas las partes delresto de la estirpe se encuentran repartidos en todoel cuerpo. En fin, es muy probable que estos gér-menes extraños, al aumentar y multiplicarse, tras-pasarán algo los límites de la célula ó del espaciointercelular, en los que se alojaron primeramentesus progenitores, puesto que sabemos que un cuer-po del grueso de uno de los corpúsculos de la san-gre atraviesa algunas veces sin romper la pared deun vaso capilar. Y aquí no admitiremos, como hahecho la panganesis, la libre circulación de las gé-mulas, aunque nuestra hipótesis tenga todas las ven-tajas de ésta—al menos en lo concerniente á laherencia de las cualidades eongenitales en los as-

cendientes,—sin encontrarse expuesta á las mismasobjeciones. Las principales de estas objeciones sonlas siguientes: Bajo el punto de vista físico no po-demos comprender cómo cuerpos coloideos, talescomo lo son evidentemente las gómulas pangenéti-cas, pueden atravesar libremente las membranas.Además, aunque esto fuese posible, las gémulaspaternas que se encontrasen en el feto se reparti-rían igualmente en la sustancia de este feto y en lade la madre, debiendo, por consiguiente, quedarmuy pocas en el cuerpo del niño, que, por el con-trario, quedaría invadido por las gémulas maternas.Resultaría de esto que se trasmitirían al niño los ca-racteres de la madre más bien que los del padre, ó,en otros términos, que debería parecerse más á suabuela materna que á sus demás ascendientes, locual no está demostrado en manera alguna. Verdades que las gómulas no se encuentran en los vasossanguíneos y que no circulan con la sangre: citare-mos como pruebas los experimentos en que hemosverificado la transfusión de la sangre de una espe-cie de conejo á la especio gris plateada macho yhembra. Repetida esta operación en tres generacio-nes sucesivas, nunca nos ha dado más que crias gris-plateadas de raza pura, sin la menor alteración.

Además, la libre circulación de las gémulas, talcomo la admite la panganesis, haría ciertos aconte-cimientos extraordinariamente frecuentes, mientrasque la hipótesis de una ligera separación fuera desus límites, demuestra que estos acontecimientosson posibles, aunque raros, lo cual está confirmadopor los hechos. Refiérome á anomalías, tales comola aparición de rayas cebradas en un potro hijo deun caballo y de una yegua de pura sangre, lo quedemostraba que la yegua había tenido en otro tiempoun mulo hijo de una cebra, ó también á la accióndel polen en los tejidos adyacentes al pistilo fecun-dado de una variedad de planta diferente. La dis-persión de los gérmenes por la acción que admitoen todas las partes del cuerpo explicaría comple-tamente la renovación de un miembro perdido enalgunos animales inferiores, y la reaparición de lostejidos simples en los superiores. Estudiar á fondoestas cuestiones y las que con ellas se enlazan, se-ría traspasar los límites impuestos á este trabajo;además, no es necesario, porque basta consultar laobra de Darwin ya citada, en la que se discutencuidadosamente estas cuestiones, y examinar , alleer; si la teoría que proponemos no puede susti-tuir ventajosamente á la de la panganesis. Lo repito,estas observaciones sólo se aplican á los casos, muynumerosos por cierto, comprendidos en el primerode los dos grupos, en los que estudio la cuestión dela herencia. Ahora vamos á considerar el segundo.

Los casos que componen este grupo son aquellosen que los caracteres producidos artificialmente en

N.°140 F. GALTON.—TEORÍA DE LA HERENCIA. 173los padres se hacen hereditarios en los descendien-tes. En este estudio se necesita cuidar mucho de noconfundir entre ellos los efectos debidos á causasde un género completamente diferente.

Hasta ahora hemos considerado tres agentes dis-tintos: 1.°, la estirpe, agregación organizada de unamultitud de gérmenes: 2.°, la organización particu-lar producida por un corto número de estos gérme-nes; 3.°, elementos sexuales engendrados por elresto de la estirpe. Los casos que vamos a estudiarson aquellos que parecen probar que el organismoreacciona sobre los elementos sexuales. Considere-mos primeramente la categoría más numerosa, laque tiene relación con la adoptividad de la raza.Dícese que el organismo de un animal cambia se-gún las condiciones en que se encuentra colocado;que sus descendientes heredan una parte de estasmodificaciones y se modifican todavía más en elmismo sentido; que lo mismo sucede en todas lasgeneraciones sucesivas hasta que queda realizadoun cambio notable en todos los caracteres congé-nitos de la raza.

Deducen algunos de estos hechos que un cambioen el organismo individual ha reaccionado sobre loselementos sexuales. Por nuestra parta combatimosesta deducción general, fundándonos en los siguien-tes motivos. Está umversalmente admitido que losagentes primitivos del crecimiento, de la nutricióny de la reproducción, son los mismos, y que debeconsiderarlos de esta manera toda teoría exacta dela herencia. En otros términos, estos tres efectos sedeben al desarrollo de la misma sustancia germinal,en posiciones diferentes. Por lo tanto, cuando entodas partes está sometida á las mismas condicio-nes, deberá modificarse en todas partes de la mis-ma manera. Si los gérmenes que producen el pelotienden á desarrollar una modificación nueva en loscélulas más inmediatas á la superficie del cuerpo,bajo la influencia de ciertos cambios de clima y dealimentación, estos gérmenes deberían al mismotiempo desarrollar una modificación análoga en loselementos sexuales. Los cambios esenciales se cor-responderían, aunque sería quizá diferente el mo-mento en que se desarrollarían los gérmenes modifi-cados. Pero la modificación de la estructura de lospelos está tan lejos de arrastrar una modificación delos gérmenes de los órganos sexuales, que con muchafrecuencia estos son los primeros en cambiar. Porejemplo, los carneros de lana espesa recientementeimportados en las regiones tropicales, producencorderos de lana menos tupida. Nada prueba que laadaptividad de una raza á condiciones nuevas,obrando igualmente sobre todas las partes del cuerpo,se deba á la reacción del organismo individual mo-dificado sobre los elementos sexuales. Sabido esque el borracho tiene hijos idiotas, si bien los

hijos que tuvo antes de entregarse á la bebida po-seen todas sus facultades; pero esto no pasa de serun caso de acción simultánea. El alcohol penetratodos los tejidos del borracho, y naturalmente,ejerce sobre la sustancia germinal de los elementossexuales la misma influencia que sobre la sustanciade todo su organismo, influencia que ha determina-do la alteración de sus propios nervios. Los mismosefeetos deben producirse en muchas afecciones or-gánicas determinadas por larga persistencia de cos-tumbres irregulares. No está probado en maneraalguna que la facultad que posee una raza de adop-tarse á condiciones nuevas, obrando igualmentesobre todas las partes del cuerpo, se deba á la ac-ción ejercida por los tejidos modificados sobre loselementos sexuales. No sucede lo mismo en cuantoá las condiciones cuya influencia es puramente lo-cal; pero las razas no las adquieren sino al cabo demucho tiempo; citaremos como ejemplo las callosi-dades de las rodillas de los animales que se sirvenfrecuentemente de esta parte del cuerpo.

Invócase también otro género de hechos paraproveer á la herencia de los caracteres que no soncongénitos: refiérome á las mutilaciones. Es indu-dable que las investigaciones de M. Prosper Lúeasy de otros muchos sabios han puesto en claro bas-tantes datos muy curiosos; pero los testimonios ne-gativos, es decir, la prueba de que en un númeroinmenso de casos las mutilaciones no se trasmitenpor herencia,—Darwin: Variaciones de las plantasy de los animales en el estado doméstico, vol. n, pá-gina 23,—las pruebas, repetimos, son tan numero-sas, que se pueden considerar los primeros casossolamente como coincidencias extrañas. El primercaso citado que parece merecer se tome en consi-deración, porque puede ser comprobado, es el delos conejos do Indias epilépticos del Dr. Brown-Sequard; sin embargo, si hemos comprendido bienel informe del citado doctor á la Sociedad real, noestá exento de toda objeción. M. Brown-Sequard hacomprobado en el curso do sus experimentos, quepracticando cierta operación en la médula espinalde un conejo de Indias provocaba una afección con-vulsiva que presentaba grandes semejanzas con laepilepsia. Ha realizado esta operación en gran nú-mero de conejos de Indias, los ha aislado de suscongéneres no operados, y ha reconocido que sushijuelos quedaban sujetos de tiempo en tiempo áconvulsiones epileptiformes, mientras que los de losconejos no operados quedaban exentos de estosataques; de lo que ha deducido que la epilepsia de-terminada artificialmente se había hecho heredita-ria. Ahora bien, á esto puede contestarse que siindividuos pertenecientes á la raza humana se cria-sen desde la infancia en una sala de epilétieos, ad-quirirían infaliblemente predisposición á los ataques

174 REVISTA EUROPEA.—2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° noepileptiformes por la sola influencia de la imita-ción. Es un hecho establecido que en muchos epi-lépticos los primeros ataques han sido determina-dos por la vista de un acceso de epilepsia en otro.Sin embargo, nuestra objeción puede no ser fun-dada: tal vez hemos comprendido mal el experi-mento en cuestión, que merecía se refiriese conmayores detalles. Sentimos que no se hayan publi-cado los últimos informes de M. Brown-Sequard,pero el eminente fisiólogo ha comunicado al TheZancet un resumen muy importante de otros resul-tados obtenidos á propósito de la herencia de efec-tos puramente físicos producidos en los conejos deIndias por mutilaciones de nervios, y presentándoseen los hijos en el mismo orden que en los padres.

Puede asignarse una causa especial á la atrofiahereditaria producida por la inacción de los órga-nos; ya se ha dicho que todo órgano desarrolladode una manera excepcional tiende á deteriorarse;por consiguiente, los que no están protegidos porla selección deben perecer. El nivel de la fuerzamuscular del ala de un ave de vuelo enérgico sólose conserva en la raza, como el nivel del agua en eltonel agujereado de una Danaide, por un esfuerzoconstante, por decirlo así; si este esfuerzo calma,el nivel baja en seguida.

Sin insistir en otros muchos argumentos quepodrían invocarse contra pruebas á que, hasta elpresento, se ha concedido demasiada importancia,debemos recordar que es imprudente atribuir laadaptación gradual de una raza á condiciones deexistencia modificadas, como prueba de la trasmi-sión hereditaria de costumbres adquiridas, porque,si se necesitan muchas generaciones para compro-bar un resultado apreciable, la selección puede ha-ber tenido todo el tiempo necesario para ejercer suinfluencia. Observemos que una raza emplea muchomás tiempo en adaptarse á las condiciones que afec-tan solamente una parte del cuerpo, que á aquellascuya influencia es general; y este hecho está per-fectamente do acuerdo con las ideas expuestas másarriba. Es muy difícil encontrar testimonios en favorde la acción del organismo sobre los elementos se-xuales que no estén sujetos á graves objeciones.Los más fuertes de estos testimonios son aquellosque se refieren á los cambios nerviosos manifesta-dos, por ejemplo, por la herencia de las costumbresdomésticas en los perros, y los resultados obteni-dos por M. Brown-Sequard.

Lo que puede deducirse de todo lo que precedees que la cuestión de la acción de las células delorganismo sobre los elementos sexuales no se haresuelto aún; podemos admitir que si existe esa ac-eion es en todo caso muy débil; en otros términos,las modificaciones adquiridas opacas son heredita-rias en el verdadero sentido de la palabra. Si no

fuesen trasmisibles, desaparecería entonces el se-gundo grupo, y quedaríamos al abrigo de toda difi-cultad; si existen, aun en grado muy débil, debodar cuenta de ellas una teoría completa de la he-rencia. Como acabamos do decir, proponemos quese admita que son hereditarias en grado muy débil,y que so expliquen por una modificación de la teo-ría pangenésica. Puede suponerse que cada célulaemite algunos gérmenes que se extienden en lacirculación, y que de esta manera tienen algunasprobabilidades de introducirse entre los elementossexuales y naturalizarse allí. Para explicar mejornuestra idea, volvamos á nuestra comparación po-lítica, ó imaginemos que la estirpe está represen-tada por un país, y los gérmenes por los habitantesdel mismo país. Sabemos que en todos los paísesencuentran á veces algunos extranjeros una colo-cación que les conviene más que la de su naciónó de cualquiera otra, y que se establecen en ella deuna manera definitiva. La población del país puedeestar organizada de un modo tan perfecto como esnecesario admitir que lo están los elementos sexua-les; pueden considerarse completos todos los ofi-cios y todas las profesiones, y sin embargo, bienpor superioridad, bien por favorable casualidad, elextranjero puede acomodarse. Tal vez ocupa elpuesto de uno de los habitantes del país; tal vezencuentra un rincón vacío, del que se apodera; locierto es que se establece de una manera definitiva.

La hipótesis de las unidades orgánicas nos per-mite indicar de una manera muy clara la relacióncuriosamente indirecta que une al retoño con suspadres. La idea de una relación de descendenciadirecta, en el sentido que ordinariamente se da áesta vaga expresión, es absolutamente insosteni-ble, y de ella procede principalmente el embarazoque causa á los que estudian la cuestión de la irre-gularidad aparente de la trasmisión hereditaria. Laestirpe del niño puede considerarse como proce-dente directamente de una parte de la estirpe decada uno de los padres; pero, por otra parte, el or-ganismo personal del niño no es más que una re-presentación imperfecta de su propia estirpe, y elorganismo de cada uno de sus padres no es tam-poco más que la representación imperfecta de laestirpe de cada uno de ellos. El lazo político á quese compara ordinariamente, aunque con impropie-dad, el lazo filial, es aquel que une á los colonoscon. la madre patria; en nuestra opinión, la relaciónverdadera es mucho más indirecta y más débil: pa-récese á la que existe entre el gobierno representa-tivo de la colonia y el de la madre patria. Esta, almenos, es una primera aproximación; en cuanto ála segunda, es necesario tener en cuenta la fáciltrasmisibilidad de los caracteres adquiridos, es de-cir, de la reacción del organismo individual sobre

N . ° 4 1 0 A. PULIDO.—LA DESERCIÓN DE LA VIDA. 175los elementos sexuales, y por consiguiente sobre laestirpe futura. Esto puede explicarse suponiendoque la madre patria tiene la facultad de nombrarcierta parte de los colonos.

Réstanos ahora resumir lo dicho. Hemos empe-zado diciendo que la mayor parte de los biólogosadmiten ciertos postulados que suministran á lateoría de la herencia una base sólida. Estos postu-lados y sus consecuencias inmediatas nos han per-mitido explicar la utilidad del doble parentesco delos seres y la de los sexos. En seguida hemos in-sistido sobre los movimientos incesantes de los gér-menes en la estirpe y sobre las atracciones y re-pulsiones diversas, y hemos explicado por qué loshermanos y las hermanas se parecen tan poco al-gunas veces; también hemos demostrado, bajo otropunto de vista, en qué consiste que los gemelosprocedentes de una misma estirpe primitiva son tanparecidos ó tan diferentes entre si, y para estonos hemos apoyado en los resultados de nuestraspropias investigaciones. Después hemos sostenidoque la parte desarrollada de la estirpe es casi esté-ril, y que los elementos sexuales provienen de laparte que queda sin desarrollar. De esta manera he-mos podido demostrar la intrasmisibílidad casi com-pleta de las modificaciones adquiridas, y la falta fre-cuente en los niños de las cualidades más notablesdel padre ó de la madre; igualmente he referido á lamisma causa la ley en virtud de la cual ciertas en-fermedades saltar, una ó dos generaciones. Hemosemitido la idea de que las segmentaciones sucesivasde la estirpe no son completamente claras y francas;pero que cada tejido contiene muchos gérmenesextraños, los cuales extienden en todo el cuerpo lasemilla de cuanto contiene el residuo de la estirpe.Esto explica muchos hechos que la panganesis exa-gera sin prestarse á las mismas objeciones.

En seguida hemos discutido los hechos que se in-vocan como pruebas de la reacción de las modifica-ciones del organismo sobre los elementos sexuales,y hemos hecho ver que ciertos cambios, que se con-sideran como debidos á la herencia, no son en elfondo más que cambios colaterales. Sin embargo,hemos admitido algunos de los hechos invocados enfavor de la reacción de los cambios orgánicos sobrolos elementos sexuales, y, para explicarlos, headoptado una modificación de la panganesis; hemossupuesto que cada célula naciente emite gérmenesque pasan algunas veces á la circulación y van áalojarse á los elementos sexuales ya constituidos;esta acción es, pues, independiente de las causas áque se atribuyen principalmente la trasmisision he-reditaria. En fin, hemos definido la relación exactaque existe entre los padres y sus descendientes.

FRANCIS GALTON.

BOSQUEJOS MÉDICO-SOCIAIES PARA LA MUJER.

LA DESERCIÓN DE LA VIDA.

Mcrtetn horret, non opinio, iett natura.(SAN AGUSTÍN).

1.

Cierto filósofo que pretendía haber fatigado algosu inteligencia tras de aquel célebre Nosce te ipsum,que, en nombre del oráculo, respondieron discretossacerdotes á una pregunta del rey Creso de Lidia,osó decir que «el hombre es dentro de su perfec-ción el ser más imperfecto de cuantos existen sobrela tierra,» sin duda porque no hay otro que presen-te tantas y tan funestas aberraciones morales.

Diríjase, efectivamente, el pensamiento sobretodas las especies que le son inferiores, desde esoscuadrumanos que los naturalistas llaman antropc-morfoideos, por ser los que más se aproximan alhombre, hasta las más insignificantes, y se verácómo todos sus sentimientos, actos y tendenciasobedecen á necesidades meramente naturales, im-puestas por su modo de ser y subordinadas al prin-cipio de su vida y perpetuación de la especie.

El hombre, por el contrario, entre sus muchosdesatinos y crímenes, comete frecuentemente uno,insensato como ningún otro, y que bastaría para ca-racterizarle si otros muchos atributos no le separa-sen ya de los restantes seres. Nos referimos al sui-cidio.

II.

Nadie ignora que el suicidio puede ser efecto deuna perturbación intelectual preexistente al crimen,ó sea de una verdadera locura cuyo estudio y trata-miento deben acometerse dentro de un manicomio;pero además de esos infelices seres que obran sinconcierto porque les falta la razón, existen otrosmuchos individuos, que nadie califica de enajena-dos, que viven en soeiedad y se aburren de la vidapor innumerables causas, hasta el extremo de sen-tirse impelidos á la realización de ese triple atenta-do, contra Dios, contra la sociedad y contra símismo.

Prescindamos por ahora de los primeros y ocu-pémonos sólo de los segundos, no obstante losalienistas los juzguen también dominados por unaperturbación intelectual, siquiera sea momentánea.

Basta echar una rápida ojeada sobre la vida hu-mana, para convencerse que las causas determinan-tes del suicidio ruedan confundidas lo mismo en elorden moral que en el físico; de ahí que las veamosconsistir unas veces en pasiones contrariadas, como

176 REVISTA EUROPEA.- DE ABRIL DE 1876. N." 110

el juego, el amor, los celos, la deshonra, la ambi-ción, la ociosidad, el tedio, los remordimietos, lavanidad, la envidia, etc.; y otras en la pobreza, laembriaguez, los dolores físicos incurables...

Todas y cualquiera de ellas, amasadas convenien-temente con una imaginación viva, un espíritu iras-cible, inquieto, colérico, y casi siempre con unaincredulidad religiosa, trastornan al individuo, learrebatan y le colocan al borde de un abismo en elque se precipita con notoria facilidad.

Pero además de dichas causas, existen otras nomenos importantes y decisivas.

Una de ellas es el espíritu de imitación.Parece imposible que esa impulsión interna, que

obliga á la persona á reproducir hechos observa-dos en otros seres, pueda empujar á un crimen tangrande como el suicidio, y, sin embargo, es verdad.

Pero lo es tanto, que la aberración de la cualtratamos es de las que más elocuentemente pruebanlo que puede ofuscar el espíritu de imitación.

Vamos á ejemplos.Plutarco refiere queJin Mileto se ahorcó una jo-

ven, y de tal manera y tan de veras comenzó á pro-pagarse el suicidio entre las demás del pueblo, queel Senado ordenó para combatirle que los cadáveresde las suicidas se expusieran desnudos en medio dela plaza pública.

Reeordamos haber leído que en Poitiers sucedióun caso análogo.

Una de las educandas de un colegio se ahorcó, yá los pocos dias ya lo habían hecho también otrascondiscípulas.

Indecisa se hallaba la autoridad sobre la disposi-ción que debía tomar para atajar este contagio,cuando en la población comenzaron á presentarsenumerosos atentados.

Entonces el prefecto publicó un bando dondeamenazaba con exponer desnudos en medio de ¡aplaza los cuerpos de las suicidas, lo cual contuvoalgo la epidemia; pero al ver que la amenaza no secumplía, volvieron á repetirse los atentados conigual intensidad, hasta que se dio orden terminantede cumplir el castigo impuesto.

¡Sólo exhibiendo el cuerpo desnudo de algunasinfelices se logró corregir aquella imitación queamenazaba concluir con las jóvenes del pueblo!

M. Desloges, médico de Saint-Maurice (en el Va-lais), observó 3n 4813 una epidemia análoga en elpueblecito de Saint-Pierre Monjan. Habiéndoseahorcado una mujer, casi todas tuvieron tentacionesde seguir su ejemplo.

Montaigne habla de una epidemia de suicidiosocurrida en el Milanesado, pero circunscrita á loshombres: en menos de una semana se mataron 25maestros de obras.

El doctor Rech, de Montpeller, refiere que en 1820

hubo en dicha ciudad más suicidios que en los vein-te años anteriores.

A los suicidios de Ricardo Smith y de FelipeMordant, siguieron en Inglaterra otros muchos porimitación.

Las grandes conflagraciones nacionales, esas hon-das perturbaciones de los pueblos que acompañaná las revoluciones políticas, religiosas, comerciales,y en las que se sienten conmovidas, cuando no lan-zadas por tierra, las más antiguas tradiciones, lomismo que la invasión de los Estados por la miseriay los ejércitos extranjeros, constituyen ocasionesmuy abonadas para estos delirios.

Habituada entonces la imaginación á ver por do-quiera la desolación y la muerte, se identifica conésta y se menosprecia la vida.

Así, durante el año 1793, la ciudad de Versallespresentó el espectáculo de 1.300 muertas volun-tarias.

También durante esta misma revolución francesa,cuando los condenados á la guillotina salían en car-retadas al patíbulo, algunos que se vieron aban-donados por el desorden general que reinaba, yhubieran podido escaparse confundiéndose entrela muchedumbre, reclamaron voluntariamente suspuestos en las carretas que marchaban al suplicio.

Las estadísticas de esta misma nación arrojandurante estos últimos años un número de suicidiosmayor del acostumbrado.

Hechos parecidos se repiten con frecuencia, ymerece observarse que cuando los periódicos co-mienzan á referir casos de suicidio, estos aumentanvisiblemente.

En Paris, por ejemplo, donde los suicidios sonmuy frecuentes, los gobiernos se ven precisados áimpedir de vez en cuando que los diarios noticierosdivulguen las catástrofes que ocurren, como reme-dio para evitar otras nuevas.

También en Madrid se ha podido comprobar quehay épocas en que los homicidios propios menu-dean, y yo recuerdo de ocasiones en que he vistojuntos cinco y más cadáveres de suicidas en eldepósito judicial del Hospital general.

Tan penetrados estamos de esta influencia, quenosotros vedaríamos, sin reparo y de una maneraterminante, la publicación de estos desgraciadossucesos.

III.

Otra causa también indudable es la impresiónproducida por las novelas y los dramas donde seensalza este crimen, colocándole á la altura de unbecho heroico.

Creo que todas mis lectoras admitirán lo peligrosode estos absurdos, y si alguna lo dudase podríanlesconvencerla con infinitos acontecimientos.

N.° 110 A. PULIDO.—LA DESERCIÓN DE LA VIDA. 177Citaremos sólo dos:A la publicación del Judío Errante siguieron infi-

nidad de suicidios por el ácido carbónico, reme-dando así la muerte de la jorobadita de dicha obra.

Mad. Stael, que durante los primeros años desu juventud se sintió muy inclinada al suicidio,confesó después que el Werther de Goethe (1) haproducido más suicidios en Alemania que todas lasmujeres de dicha nación.

Es evidente que las obras de todos esos soñado-res ó espíritus melancólicos, como Chateaubriand,Lamartine y otros muchos, cuyos trabajos parecenun eterno gemido de ultratumba, afectan siempredesgraciadamente á las imaginaciones vivas y ro-mánticas.

Por esta razón, si pudiera graduarse en el pensa-miento de los suicidas las impresiones que les pro-dujeron las lecturas y los espectáculos de sangrien-tos desenlaces, posible es que muchas veces remon-tásemos á ellas los primeros gérmenes de su delirio.

IV.

La vida agitada, infernal, de lucha y desengaños,propia de las grandes capitales, es otra causa queexplica la diferente proporción que hay de los sui-cidios entre las poblaciones urbanas y las rurales.

Londres, Paris, Hamburgo, Genova, Berlín, Copen-hague, Nueva-York... presentan cifras desconsola-doras y que estremecen el corazón.

Paris, solamente desde 1794 á 1804, tuvo, términomedio, 107 suicidas por año: desde 1814 á 1823 laproporción aumentó hasta 334; desde 1830 á 1835 lacifra se elevó á 382.

En 1783,'Mercier escribía en el Tablean, de Paris:«Desde algunos años se cuentan cerca de 100 suici-dios por año en Paris.» Hoy es evidente que la cifraanual pasa de 600.

Si de Paris extendemos nuestro examen á todo elresto de la Francia, venio? que, según la Statisliqueo/Jicielle del suicidio en Francia, publicada por elministerio de Gracia y Justicia, durante el año 1861el número de suicidios fue, término medio, de 10á 11 por día, ó sean 3.899 por año.

En este número se incluyeron 842 mujeres, 3.057hombres y 16 niños: 9 de quince años, 3 de cator-ce, 2 de trece, y 2 de once.

La obra del Suicide en France, publicada en 1862por M. Hippolite Blanc, jefe de negociado en el mi-nisterio de Instrucción pública, dice que el númerode suicidios se elevó en Francia desde 1827 á 1858,ó sea en el espacio de treinta y dos años, á la enor-me cifra de ¡99.662!

En Italia han ocurrido en estos últimos años lossiguientes suicidios:

En 1867, 753.En 1873, 975.En 1874, 1.015.En Prusia hubo durante el año 1874, 3.075.Muy fácil nos sería enriquecer con copiosas cifras

este estudio, pues nos las suministran abundantesy curiosas los Anuales de higiene publique el mede-cine légale de Francia; pero conocemos que gustanmuy poco de números nuestras lectoras, y esto nosobliga á ser muy parcos en datos estadísticos.

Sigamos.Londres, cuyos habitantes adolecen de un carác-

ter que todos califican de excéntrico, ofrece cifrastodavía mayores.

Creen algunos, con Montesquieu, que la frecuen-cia del suicidio en esta populosa capital debe atri-buirse á que la atmósfera que se cierne sobre ella,de ordinario triste y nebulosa, produce caracteresmelancólicos que concluyen por el tedio á la vida.

No negamos en absoluto la posibilidad de estainfluencia atmosférica; pero es de notar, con Descu-ret, que bajo el cielo de Rusia, mucho menos agra-dable que el de Londres, los suicidios son muyraros.

Y de España, ¿qué podemos decir?Que felizmente los desertores de la vida son en

menor número que en la mayoría de los otros Esta-dos europeos.

En el período de 1859 á 1864 (1), ó sea en eltrascurso de cuatro años completos, se han suici-dado en la Península é islas adyacentes 892 perso-nas, que arrejan un promedio anual de 223, ó seaalgo menos de 14 por cada millón de habitantes.

Esta proporción, comparada con la de otros paí-ses, produce la siguiente escala (2):

Suicidiosporcada millónde habitantes.

( i ) Werlherisvw te llamaba entonces á la perturbación intelectual

que arrastraba al suicidio después de la fatídica obra de Goetc.

TOMO Vil .

Dinamarca 288Gónova(3) 267Sajonia 202Prusia 108Noruega 108Francia 100Inglaterra 84Suecia 67Bélgica 57España 14

1I) Anuario de Madrid, ya citado.(2) Annulet de Higiene publique. Enero de 1862, pág. 88.(5) Se incluye á Genova en esla tscala de naciones por ter «1 punto

d(t Europa donde los suicidios son más frecuentes.

14

178 REVISTA EUROPEA. 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

Circunscribiéndonos á Madrid, tenemos que en loscuatro años citados sólo ocurrieron 81, es decir,un promedio anual de 20. ¡Cifra consoladora y quemerece colocar á nuestro pueblo entre los primerospor su moralidad!

Verdad es que estos últimos años se lia elevadoalgo más; sin embargo, todavía no alcanza la cifrade los países citados.

Y.

Ciertas condiciones climatológicas parece asi-mismo que pueden favorecer el suicidio.

Fodoró y Douglas han observado que cuando eltermómetro se eleva en Marsella 22° sobre cero,son más frecuentes los homicidios propios.

El viento abrasador del Desierto, dicen los médi-cos franceses, fundándose en las observacionesque han hecho en Argelia, ocasiona congestionescerebrales y vértigos de suicidio.

De igual modo la primavera produciendo movi-mientos humorales, el verano algunas excitacionesde la cabeza, y los tránsitos bruscos de un tiempohrimedo á otro seco, favorecen bastante la propen-sión al suicidio.

VI.

Pero la influencia que se alza por encima de to-das, la que llévala batuta (valga esta hipérbole) enese concierto infernal de causas, es la filosofía es-pecial del sujeto, subordinada casi siempre al ca-rácter religioso de la época.

La mayor parte do los suicidios, dice Foissac ensu excelente tratado Higiene de l'ame, presentan latendencia de su siglo; y es una verdad de todafuerza.

Nadie ignora que han existido y todavía existenpueblos en los que un ciego fanatismo reclama yhasta sublimiza el sacrificio inútil, de la vida.

Por ejemplo, en ciertos puntos de la India lasmujeres se arrojaban á las hogueras, considerán-dose felices al mezclar sus cenizas con las de suesposo.

En la capital de Ceos, patria de Simónides, erapermitido y hasta habitual matarse á la edad de se-senta años, y por eso no se veía ningún anciano.

Cuando un sujeto llegaba á la edad dicha, congre-gaba sus parientes, y después de coronarse de flo-res, tomaba una copa de cicuta ó adormideras.

Los gimnesojltas, que son unos filósofos indiosque hacen profesión de la desnudez, desprecian to-dos los placeres y se dedican exclusivamente á lacontemplación de la naturaleza, viven entre las sel-vas, meditan incesantemente 'sobre la muerte y lamiran como un bien supremo.

La fiesta del Ticonal en Bengala ocasiona siemprevíctimas.

Es difícil, dice el doctor Deville, que la ha visto ycomunicó á Esquirol su descripción, formarse unaidea de tan atroz y brillante fiesta, á la que acudendevotos y curiosos de los puntos más lejanos de laIndia.

Después de diez dias de preparativos, abre la es-cena la procesión ó carrera del carro, que consisteen un vehículo compuesto de zócalos colocados losunos sobre los otros y sostenidos por dos ejes mon-tados sobre ruedas.

Este carro, que lleva al ídolo Djaggernalh, es muypesado y le decoran las más ricas telas y las máspreciosas pedrerías. En él se queman perfumes ex-quisitos, y le rodean las bayaderas, que son unasmujeres cuya profesión consiste en danzar y cantardelante de las pagodas y del ídolo, y los brahmas 6sacerdotes, que van en pié derecho delante delídolo, aventándole con los punkad ó abanicos.

Se atan al carro cuerdas muy largas, para quemillares de indios puedan arrastrarlo durante lamarcha, que es cerca de 20 millas, y entonces losdevotos se precipitan bajo las ruedas y se hacenaplastar, siempre en número de 400 á 500, sin quenadie lo impida; mientras otros se hacen incisionesen los brazos y piornas, y empapados en sangre de-safian los ardores del sol y de! dolor.

Unos y otros creen alcanzar así una felicidadeterna.

Los pueblos del Norte de Europa miraron porlargo tiempo como una deshonra perecer en el le-cho, fuese por vejez ó enfermedad, y se buscabanla muerte en los combates ó se suicidaban.

En la interesante obra Etudes sur Vavenir de laRussia, publicada el año de 1863 en Berlín porD. K. Sehedo-Ferroli, se refieren curiosos datos so-bre las sectas de Rusia, algunas de las cuales se dis-tinguen por la extravagancia de sus doctrinas.

Presentaremos como muestra las de unas cuantas.La de los kapitones, así llamada porque el nombre

de su fundador era Kapiton, es la más antigua detodas, carece de clero y considera el suicidiopara la fe como la más meritoria de todas las ac-ciones.

La de los bespopouzi, de Siberia, vive en la creen-cia de que el Antecristo apareció ya y ha reinado enla Iglesia rusa, y, por consiguiente, que es necesa-rio evitar todo contacto con sus ministros y adhe-rentes.

Además, estos mismos sectarios recomiendan,como medio seguro de sustraerse al peligro de servíctimas de las astucias del diablo, el suicidio porel fuego.

Y por cierto que estas recomendaciones no sonvanas, pues hubo un dia en que 1.700 personas pe-recieron voluntariamente por el inmaculado bautis-mo del fuego, que reclamaron de su jefe.

N.° 110 A. PULIDO. LA DESERCIÓN DE LA VIDA. 179

Los pomaerenes y los Jilopones profesan la mismacreencia en la eficacia del suicidio para la fe.

Hay otras sectas, si cabe, más monstruosas.La de los matadores de niños es una de ellas, pues

creen que es un acto meritorio enviar al cislo elalma pura y virginal de un niño pequeño.

La de los ahogadores cree que el cielo no se abremás que para los que sucumben de muerto violenta,y miran como un deber asfixiar por sumersión ó ma-gullar á los que una enfermedad grave amaga conuna muerte natural.

Los más fanáticos de esta secta llevan su fervorhasta el extremo de encargarse de hacer este buenservicio á sus más queridos deudos y amigos.

VII.

Prescindiendo ya de estas abominables preocupa-ciones, es indudable que en los pueblos donde hanregido firmes y severas creencias religiosas los sui-cidios han sido más escasos.

Nadie se atreverá á negar que una religión biendogmatizada es el mejor freno para las pasiones,como un ateismo completo es el mayor incentivoque arrastra á ellas.

El epicurismo minando los principios de todacreencia religiosa, y el estoicismo proclamando lalibertad y autocracia del hombre, fueron la causade numerosos desastres en Roma y los pueblos quese dejaron infestar por dichas doctrinas.

Buonafede, al ocuparse en su Histoire de suicidede este mismo asunto, asegura que, durante laépoca en que el reinado de Satán estaba en su ma-yor apogeo por el mundo, fue cuando el suicidiocausó sus victimas en mayor escala.

Perseguido y batido después por el cristianismo,sigue diciendo, reapareció potente con el Renaci-miento, y á medida que éste fue aumentando susproducciones, el suicidio fue desenvolviéndose.

Sin embargo de esta última coincidencia, á todasluces innegable, no culparemos, como lo hace elescritor dicho y parece apoyar el ilustrado abateGaume (1), al Renacimiento de esta funesta ten-dencia.

Y siendo el Renacimiento un empuje do la civili-zación, aprovechamos tal coyuntura para vindicar áesta de las injustas acusaciones con que muchosprocuran zaherirla.

Si la civilización de un pueblo consiste, como asíes, en la regencia de un gobierno dulce y sabio, enla codificación de buenas leyes que promulguen ygaranticen los derechos de los ciudadanos, cuidan-do de regular sus relaciones mutuas, haciéndolesconocer sus derechos y sus deberes, y asegurando

Traite tu Siinl-Esprll, París, 1861, pág. 530 del tomo I.

á todos una justicia imparcial; si consiste en el es-plendor de las ciencias, en el fomento de las bellasartes y en el perfeccionamiento de toda industria;si consiste en la abundancia del trabajo y en la afi-ción á su ejercicio; si consiste en la práctica de lavirtud y la persecueion del vicio; si consiste en quetodos encuentren modo y manera de desarrollar suactividad y sus fuerzas físicas, morales ó intelec-tuales, para el bienestar propio y común, base d©la felicidad humana; entonces la civilización nopuede ser causa del suicidio ni puede alimentarcrimen alguno.

Cuando observemos lo contrario, cuando veamosá los gobiernos miserables y corrompidos, bastar-deadas las leyes, rota la armonía de las relacionessociales, vulnerados los derechos de ciudadanía,cohechada la justicia, adulteradas las ciencias, de-caída la industria, enervado el trabajo, escarne-cida la virtud, atropellada la razón y debilitadaslas creencias divinas; entonces no existe civili-zación.

No, no existe, y nos crispa los nervios oír ince-santemente que la civilizacien ocasiona infinitos de-sastres, cuando precisamente tiende fatal y necesa-riamente á lo contrario.

¡Civilización y crimen! Hó aquí dos palabras querabian de verse juntas y que se contradicen; ó unaú otra; las dos juntas nunca.

vin.

Hoy que, ápesar de un progreso indudable, el es-cepticismo invade todas las clases sociales; hoy quese conmueven las sociedades con las agitaciones deuna profunda revolución y el cisma cunde, y hoyque todos hacemos alarde de no creer más que loque palpamos, y aun de esto dudamos como buenospiSrónicos, el número de suicidios aumenta sincesar.

Hoy ya el suicidio es moneda corriente que ánadie alarma ni horroriza; lo mismo hombres quemujeres, militares, que sacerdotes, ancianos que ni-ños, en las grandes ciudades como en las pequeñasaldeas, se apresuran á rendir homenaje al suicidio.

Y esto es lógico, es de rigurosa consecuencia.La falta de fe divina, la negación completa de

todo principio religioso y de todo temor do Dios,conduce á él fatalmente.

Desde el momento que el hombre se persuade deque es dueño absoluto de sus acciones, de las cua-les á nadie tiene que rendir cuenta, y de que nohay más placeres y dolores que los do este inundo,en donde abundan los segundos y escasean los pri-meros, ¿por qué razón se ha de soportar una vidahenchida de sufrimientos?

¿Por qué se ha de prolongar voluntariamente una

180 REVISTA EUROPEA. 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

existencia odiosa y que amargan incesantementesombríos desastres?

La tumba entonces es el reposo eterno; brindacon lodos los encantos de la paz, y es forzoso es-cuchar su voz amiga cuando el infortunio oprime, ysepultarse entre sus brazos, únicos en donde residela tranquilidad.

¿No hay valor para dispararse un tiro? ¡Qué impor-ta! Existen infinitos medios que llenan de flores eltránsito de la vida á la muerte. Tenemos los cal-manles de todos géneros, como el opio, el láudano,el beleño y multitud de sustancias que lanzan in-sensiblemente al cuerpo en el seno de la tumba.

IX.

Hemos advertido en el capítulo anterior, y volve-mos á recordar aquí, que el que estas líneas escri-be no es uno de esos espíritus fanáticos que vivenreñidos con lo que arroja la sociedad actual.

No, muy lejos de eso, es uno de los que sientenlatir tan imperiosa su razón, que repugna los miste-rios de toda clase.

Pero eso no obsta, sin embargo, para que lamen-te las inconscientes negaciones y torpes doctrinasque algunos siembran entre las masas ignorantes,como también lamenta las intolerancias religiosasdo los que creen que todos deben admitir forzosa-mente sus creencias.

Hecha esta aclaración, que concederá á nuestrasobservaciones el valor que legítimamente les per-tenece, no el que nosotros queramos darlas, confe-samos que creemos á ojos abiertos, cerrados, y detodos modos, que la religión es una necesidadsocial.

El hombre, sí, podría vivir entregado á sus natu-rales impulsos si estos fuesen buenos siempre. Perodesde el momento en que se convenga que el indi-viduo es una olla corrompida de pasiones, y que asícomo á unos les basta conocer sus deberes paracumplirlos, otros se sienten atraídos siempre por el

- vicio, sin que los detengan las penas de esta vida..i el menosprecio de los demás, es necesario implo-rar el auxilio de uua fuerza poderosa que lleve suacción hasta el alma, para poder batir ala enferme-dad en su mismo campo de batalla.

Existe un suicidio que yo me atrevo á calificar defilosófico, porque obedece á los desórdenes de unaamarga filosofía, fomentada al calor de la incredu-lidad religiosa.

Podría citar bastantes ejemplos, pero voy á pre-sentar uno sólo: el de un querido amigo mió.

Como el suceso es reciente, creo excusado ad-vertir que viven casi todas las personas que cono-cieron al desdichado de quien vamos á ocuparnos,incluso su señor padre,

X.

Ricardo N era un muchacho á quien apreciá-bamos bastante sus condiscípulos.

Hijo único de un padre que le adoraba y procura-ba satisfacer sus caprichos, si es que alguno tenía,se había visto privado desde muy temprana edad douna madre á la que tributaba tan indelebles comocariñosos recuerdos.

Era de regular desarrollo, rostro agraciado", aun-que de color muy bajo, y se distinguía por su natu-ral despejo, su aplicación y el afecto que tributabaá los compañeros.

Ya desde muy pequeño habíamos observado en éluna formalidad impropia de los primeros años, puesyo no recuerdo haberle vjsto figurar nunca en esasasonadas que provocábamos sus condiscípulos, nijamás le descubrí vicio alguno.

Ricardo engañaba á cualquiera. Todos le creía-mos un muchacho feliz, nunca su semblante apare-cía triste, y sin embargo, una amarga filosofía lehacía insoportable su existencia, retorciéndolo sutierno corazón en la desgracia.

Sólo tratándole mucho y acompañándole con fre-cuencia á ciertas diversiones, se podía vislumbrarque, lejos de ser dichoso, era un verdadero mártirde dolorosas decepciones, que hallaba aun en lascosas más triviales.

Una tarde estaba con otro condiscípulo viendouna graciosa comedia que á cada momento hacíaprorumpir en ruidosa hilaridad al público.

Todos se reían, y sólo Ricardo de vez en cuandodibujaba una leve sonrisa que desaparecía pronto.

—Pero , hombre, ¿no te ries?—exclamó admi-rado el amigo que le acompañaba, y me refirióeste episodio.

—No puedo,—respondió con acento de marcadaamargura.

—¿Te sucede algo?—No, nada; es propio de mi carácter.Esto sucedía siempre. En sociedad se sonreía

porque se creía obligado á ello; pero esa risa alegrey franca que arranca del corazón y hace batir lasmandíbulas, nunca la tuvo.

Ricardo contrajo estrecha amistad con otro jovende un carácter parecido al suyo, y siempre se losveía juntos, paseando por lugares retirados y dis-curriendo sobre la vida.

Poco disfrutó de esta compañía, para él tan grata,pues la tisis arrebató á su amigo, sumiendo á Ri-cardo en una profunda tristeza.

Contrajo después relaciones con una linda y vir-tuosa joven, á la que amaba apasionadamente, yde la cual era igualmente correspondido, teniendola dicha de que no nublasen tan puros amores celosni inquietudes de ninguna clase,

N.° 110 A. PULIDO. LA DESERCIÓN DE LA VIDA. 481

En tales condiciones, una tarde de mediados deMarzo del año 1872, sin que precediese causa co-nocida, y sin que disgusto alguno le desesperara"más que ordinariamente pudiera estarlo, tomó laresolución de matarse.

Se encierra en el despacho de su padre, le es-cribe una carta de despedida tan lacónica comotierna (1), después una nota en la que daba algunasdisposiciones sobre cambios de libros, y lo colocatodo en sitio donde pudiera ser fácilmente encon-trado.

Terminado esto, se metió una pistola de dos ca-ñones en el bolsillo, estuvo después jugando conlos dependientes de su casa, al parecer más contentoque otras tardes, y ya anochecido se despide paraver, según costumbre, á su novia.

Vivía esta en la calle Ancha de San Bernardo, yal llegar allí la suplicó saliese á pasear, manifestán-dola sin perífrasis su loco propósito.

Sobrecogida la infeliz, y no dudando de aquellaspalabras, abandonó su casa conforme se hallabavestida; y ella tratando de disuadirle, y él irrevo-cable en su resolución, estuvieron recorriendo ca-lles hasta hora avanzada de la noche.

Durante este tiempo aconteció que, atemorizadala joven en vista do que eran infructuosas cuantasreflexiones, súplicas y lágrimas empleaba, cuidó dever si encontraba alguna persona amiga para lla-marla y que la ayudase á impedir aquel atentado,aun cuando tuviese que arrancar de las manos desu trastornado amante el arma fatal.

Una vez creyó distinguir lo que deseaba, y ex-clamó con mal reprimida ansiedad.

—¡Ah! por allí viene fulano.—¡No le llames!—dijo con energía el insensato;—

antes de que llegase hasta mí observarías un es-pectáculo desagradable.

—¡No, no es!—repuso en seguida la joven ater-rada con tan inquebrantable firmeza.

Terminado este incidente, siguieron pascando.

[l) Tenemos el gusto de publiear aqní este documento, copiado lite-ralmente y sin añadir siquiera una coma. Su contenido confilma nues-tro juicio. El Upo (le letra era perfecto, y no demostraba la más levoalteración del pulso; decía asi:

«Marzo 1... de 1872.

Padre mió: Por no hacerte sufrir; por no amargar los últimos años de

tu existencia; por evitarte el sentimiento de mi ingratitud, de mi crimen,

y de mi muerte, ha renunciado varias veces a quitarme la vida, único

alivio á mis padecimientos morales. Hoy ya, mi dolor es tan grande, y

mis sufrimientos tan superiores a la resistencia que puedo oponer, que

temo llegue a realizarse en este dia, el insensato deseo que alienta mi

trastornada razón hace algún tiempo.

En este caso, padre mió, espero, que haciendo justicia a mis desdi-

chas, me concedas ti: perdón y te compadezcas de un hijo que por en-

viarte su último y cariñoso adiós, está pasando el mas horroroso y cruel

de los tormentos.

Adiós, padre querido, adiós; recibe mi bendición y mi cariño, y rue-

ga alguna vez por tu desventurado hijo.—Hlcardo.»

Cerca de la una de la mañana sería, y hallábanseambos en la calle de Silva, cuando el semblante deRicardo comenzó á descomponerse por una violentaexaltación.

En vez de su palidez ordinaria, apareció encendidocomo si tuviese el joven abrasadora calentura; susojos lánguidos se inyectaron de sangre como si fue-sen á saltar, y lanzaban al través de las pupilas ra-yos de fuego; bañaba su frente un sudor frió; lasmanos se crispaban tetánicamente, y el pecho seagitaba con oprimida ansiedad.

¡Oh! Aquel era un vértigo horrible, una verdaderasacudida de crueles padecimientos que debían ate-nacear su angustiada alma, pues llevándose el des-dichado su convulsa mano á la frente, y apretándolacomo si temiese que estallara con la fuerza de sulocura, exclamó con voz enronquecida y mirandoal cielo:

—¡Madre, madre mia, qué noche más cruel estoysufriendo!!

De pronto, y como si sacudiese de sí una angus-tiosa pesadilla, cogió la mano de su amada, la es-chó con frenesí entre las suyas, y dijo:

—¡Adiós, hasta la eternidad!En seguida echó á correr en dirección á la pla-

zuela de Santo Domingo.La joven comenzó á llamarle con voces ahogadas

por el sollozo, y viendo que nada escuchaba, corriódesolada á su propia.casa, puso en alarma á sus pa-dres, les refirió con rapidez lo sucedido, suplicán-doles fuesen á la plazuela de Santo Domingo á evi-tar la muerte de Ricardo.

Todo fue inútil.Cuando el padre de la joven pisaba la plazuela oyó

una detonación que salía de entre los jardinillos queallí existen.

íiu^so ver si aún era tiempo; pero al llegar al lu-gar del siniestro, el cuerpo exánime de Ricardoaparecía caido sobre un banco, con la cabeza man-chada en sangre.

El infeliz se había disparado sobre la sien de-recha, y la bala había cortado su vida con la rapidezdel rayo.

En el dia siguiente varios amigos y condiscípulossuyos contemplábamos con lágrimas en los ojos sucadáver sobre una sucia y escueta mesa del depó-sito judicial de! hospital General.

Todos los que allí estábamos le queríamos entra-ñablemente ; todos hacía muchos años veníamossiendo condiscípulos suyos, y entonces recordába-mos ¡aciaga coincidencia! que no hacía mucho tiempoobservábamos en su compañía y en aquel mismo si-tio, el cadáver de otro condiscípulo, muerto tambiéndesgraciadamente.

Aquello nos parecía un sueño.¡Pobre Ricardo!!

182 REVISTA EUROPEA.—-2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 410

XI.

He referido este triste suceso, aunque haya afli-gido mi corazón con amargas reminiscencias, por-que quiero demostrar que no siempre la locura nilas catástrofes individuales, ni las bancarotas, ni losamores desgraciados, ni la imitación, ni cuanto he-mos expuesto pueden explicar el suicidio de cier-tas personas.

Hay todavía algo más; existe otra causa que deun modo misterioso y paulatino va tejiendo en lospliegues de la inteligencia la idea y la resolucióndel suicidio; esa causa, ya lo hemos dicho, es unabastarda filosofía cuando las decepciones que á susombra brotan no son alentadas ni aminorados sustormentos con los dulces encantos de la religión.

Decíamos hace años en un artículo, cuando muyniño todavía no habíamos podido estudiar los des-varios de la razón enferma, y repetimos hoy quenos preciamos de conocerlos algo:

«Las pasiones contrariadas, los apuros apremian-tos y las ideas falsas de honor, todas influyen mu-cho y aun son causas que determinan una mayoríade atentados. Pero no son solas; entre ellas figuraotra no monos interesante: tal es la preocupación,la meditación filosófica, que, siendo triste, arrastranecesariamente á la hipocondría, pues hace paten-tes y agranda hasta la crueldad los desengaños mássoportables, y empezando por despertar, quizás alacaso, la idea del suicidio, puede terminar por pre-sentarle como el iris de ventura para los espíritustristes, como la clave que resuelve la tranquilidaddeseada poniendo un veto á las profundas penali-dades.

Hay una época en la vida del hombre, proseguía-mos, durante la cual se verifica una modificación,tanto en su físico como en su moral, porque al des-envolvimiento completo del organismo acompaña lamanifestación de sus inclinaciones, de su ulteriorcarácter, de lo que ha de ser: esta es la edad dequince á veinte años (4).

En ese breve período, la vida, amenazada por mul-titud de causas destructoras (2), tiene una desúsprincipales manifestaciones en el desarrollo intelec-tual del sujeto, que le hace fijarse con particularempeño en lo que le rodea, en lo que es el hombre,en sus fines, en la sociedad, en la civilización, enese maremagnun que tiene por atributo lo ficticio,la hipocresía; y si su inteligencia no está educada,su raciocinio no penetra en él; pero si una brillanteinstrucción la coloca en aptitud de conocerle, entón-"ees la imaginación, muy susceptible de ser fuerte-

(1) Por más que tas estadísticas señalen la mayor frecuencia de los

suicidios enUo ¡os veinte y los cincuenta años, los sucesos demuestran

que también es frecuente entre las edades citadas arriba.

(2) Nos referimos á las enfermedades propias de esta edad.

mente impresionada, lucha sin descanso, y en esacruel pelea, el desconsuelo y la postración repre-sentan la derrota que cae sobre el desdichado, queal comprender lo miserable de esta vida, esa mas-carada ruidosa que se llama sociedad, ó se lanza enmedio del torbellino, ó desdeña entrar en la danza,en cuyo caso sufre al ser simple espectador y alsentirse atropellado en las numerosas revueltas queejecutan los demás.»

Es evidente; la filosofía amarga de ios desenga-ños y la meditación causal muy prolongada, puedensor fruto de provechosas lecciones, no lo dudamos;pero también son el origen de numerosas des-gracias.

La ilusión es lo que engalana y atavía lisonjera-mente las cosas de este mundo. Vivir entre ilusio-nes es vivir. ¡Desdichado aquel que procura re-mover ese falso oropel, esa ligera hojarasca quedisfraza la vida! El desengaño que sufre es tan do-loroso como el que, seducido á distancias por loshermosos matices del arco iris, se aproximara á élpara coger el polvillo donde aparecen desleídos.

Una vez metido en su aureola, en balde buscaríalo que tanto había fascinado su mirada; sus manosse agitarían entre las descomposiciones de la luz yno encontrarían nada. ;De cerca todo se habia des-vanecido!

Pero variemos de rumbo, y dejemos estas refle-xiones que han surgido de mi mente como precisocorolario de un triste recuerdo.

¿Quién es capaz de cortar los vuelos de la imagi-nación?

¿Quién puede impedir que cada inteligencia vealas cosas de distinto modo?

Entre Demócrito y Heráclito, entre la risa y elllanto, existe la misma distancia que entre Epicuroque buscaba el placer y Zenon que preconizaba lavirtud^como la felicidad suprema de esta vida.

Comedia y tragedia: hé aquí los dos polos entrelos cuales gira la humanidad. Las carcajadas demedia humanidad han formado siempre coro con lossozollos de la otra media.

¡Felices los que logran acomodar á sus ojos unprisma risueño que los permite verlo todo por sulado más alegre!

XII.

No obstante ser el suicidio un atentado que re-pugna á la misma naturaleza, hay ocasiones en quemerece disculpa y hasta admiración.

Cuando la religión, la patria y el verdadero honorde la persona lo reclaman, puede tornarse en unhecho heroico.

Los infinitos mártires déla religión que se dejaronmatar, ó se precipitaron con valor en la muerte an-tes que faltar á su fe, como por ejemplo, Santa Pe-

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lagia, que se arrojó de lo alto de una casa para li-brarse de sus verdugos, y Sansón que, sintiéndoserecobrar sus fuerzas perdidas, se aproxima á las co-lumnas del templo, hace bambolear el edificio y pe-rece entre sus ruinas con miles de filisteos;

Los héroes que consintieron sacrificar su vida an-tes que vender á su patria ó divulgar importantessecretos de Estada, como Felipe Slrozzi el Floren-tino, que prefiere atravesarse con su espada á de-clarar los nombres de los conjurados que habían desalvar á su patria querida de la opresión y el despo-tismo; Aníbal, Temístocles y otros infinitos héroesque la historia registra;

Y la casta joven que, como Lucrecia, derrama susangre para reparar su deshonra, ó para librar suhonor amenazado, no pueden ser comprendidos en-tre la reprobación general que ocasiona un crimentan odioso como el homicidio de sí mismo en otrascircunstancias.

XIII.

Salvo raras ocasiones en que el suicidio es unaresolución fortuita, por lo común representa la eje-cución de un propósito alimentado durante largotiempo.

El suicidio filosófico es uno de los que más sigueneste curso, y por ende el que suele llevarse á cabocon mayor sangre fria.

Hay sujetos que lo realizan con toda la naturali-dad de una operación profesional cuotidiana.

Mi amigo Ricardo preparó el suyo con una sere-nidad imperturbable, con la misma que había de-mostrado en otras ocasiones que trato de realizar-lo y por circunstancias varias no lo logró.

Foissac refiere que un hombro célebre, que habíavisto fracasados sus proyectos de reforma social, yhabía perdido con ellos su fortuna, resolvió darsela muerte.

Reflexionó un mes entero, y el dia antes del quehabía señalado como el último de su vida, se en-cerró en su aposento para pensar en lo que iba áhacer.

Dejó pasar veinticuatro horas, y después cogióuna pistola cargada, metió el cañón en su boca, yse concedió todavía otro cuarto, de hora de medi-tación.

A ser árabe, hubiese dicho que estaba escrito,pues llegó el último minuto, y, firme en su decisión,disparó y cayó bañado en sangre.

Aunque ejecutado con una calma extraordinaria,este suicidio no ocasionó la muerte, y apenas elinfeliz vio un cirujano vecino que había acudido alruido de la detonación, lo primero que se le ocur-rió fue la siguiente pregunta:

—Explicadme, doctor, cómo es posible que un

hombre que tiene dos balas en la cabeza pueda ha-blaros todavía.

Inglaterra goza fama de ser la primera nacióndonde abundan esta clase de suicidios. Verdaderoó falso, es ya proverbial que un inglés se mata conla misma flema que se toma un vaso de cerveza.

Pero predomine ó no esta calma incomprensible,es indudable que el crimen que nos ocupa repre-senta casi siempre un desenlace hace tiempo con-cebido.

Temible es que por cualquiera causa comience á¡¡jarse la imaginación en la idea del suicidio; des-pués es difícil olvidarse de ella.

Del mismo modo que una tenaz fantasma acosa laasustadiza imaginación de un niño apenas queda su-mido en la oscuridad, también implacable la ideadel suicidio asalta la mente del infeliz apenas nublansu alma las sombrías tinieblas de la desdicha.

Mad. Stael dice que las tentativas de suicidio quela asaltaron á los 17 años de su edad, y al cual sesentía atraída como por un encanto misterioso, fra-casaron sólo por un concurso dichoso de circuns-tancias.

Kotzebue escapó al pensamiento del suicidio, queie acosaba incesantemente, componiendo con febrilpasión su drama Misanlropie el repeniir.

Sabemos un caso que oímos referir á nuestrosabio maestro el doctor Esquerdo, cuando nos dabasus brillantes y fogosas lecciones sobre el delirio, yque es más notable que los citados.

Un joven dio por fijarse en la muerte, y de talmodo se familiarizó con ella, que cualquier disgus-tillo provocaba en él conatos de suicidio.

Un dia |uo en la academia no supo la lección seabochornó de tal manera que, llegado á su casa, sodispuso á realizar su premeditado alan.

Coge una pistola, se la aplica á la sien y se estre-mece al frió contacto de aquel metal. ¡6osa rara!Aqusila frialdad le acobarda; y sin embargo, quierematarse.

Busca entonces un cartón, le,agujerea para quepueda pasar la bala, se lo pone sobre la sien, encimala pistola y se mata.

Y basta ya de episodios, que harto preñado deellos tenemos este artículo.

Vamos á terminar con el suicidio.

XIV.

El progresivo aumento que durante el siglo XIXviene adquiriendo este funesto atentado obliga ápensar maduramente sobre los medios que debenemplearse para atenuar su propagación.

Sabido es que los legisladores han impuesto pe-nas contra los suicidas; pero ¿puede admitirse que eltemor á ellas influirá algo en quien se despréndelo-

18* REVISTA EUROPEA.—% DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

lunlariamente de la vida? Contesten por nosotros laslectoras.

Mejores resultados creemos pueden obtenerse conotros medios, y á ellos deben acudir los gobiernosilustrados, en primer lugar, y las familias después.

Los principales son los siguientes:Sembrar una buena educación durante las prime-

ras edades; despertar la aficcion al trabajo; perse-guir el juego y las otras malas pasiones que trastor-nan la razón; prohibir todas las obras y espectáculosen que se ensalze el suicidio.

Se ha observado que el celibato, ó sea la vida des-arreglada é independiente que le acompaña, favo-rece mucho el suicidio, y entonces debe procurarsecontraer obligaciones, como el casamiento, que'•gan con afecciones de familia á la vida.

También las pasiones mismas pueden contrapo-nerse como un eficaz auxilio para combatir el tedioá la vida. ¡Cuántos deberán al amor la reconci-liación con una existencia que les era insopor-table!

Pero sobre todas ellas, volvemos á repetirlo, seencuentra la religión; y para ello los gobiernos es-clarecidos deben impedir que se propaguen malasdoctrinas, y que se inculque en el corazón de esasmasas ignorantes é inconscientes el escepticismo,pues de él aunca resultará bien alguno.

No pedimos con esto que se respeten y declareninviolables las prácticas religiosas cuando éstas sonbastardeadas por los más interesados en hacer dela religión un bálsamo consolador para los desdi-chados de esta vida y un freno para las pasiones;no, entre los santos dogmas de una religión y lasprácticas más ó monos detestables de algunos desus ministros hay la misma diferencia que entre eladmirable credo de una república bienhechora y lostorpes desaciertos de los republicanos.

Por consiguiente, á los individuos que sientan,por naturaleza y por un desmedido orgullo, que nosatisfacen á su razón los dogmas de una doctrinatan admirabre y virtuosa como el cristianismo, lescreemos con derecho á opinar dentro del fuero desu conciencia como mejor les plazca, pero nunca ádifundir entre las gentes sencillas ese escepticismoque borra del corazón humano un código de mora-lidad.

Todo hombre que vive en sociedad tiene un de-recho y un deber innatos; el primero difundir lo quepuede servirle de algún beneficio, y el segundoevitar cuanto tienda á su perjuicio y desorgani-zación.

Sentado esto, ¿qué frutos esperan de sus doctri-nas esos que abogan en sociedad por el reinado dela diosa razón y combaten todas las religiones?

Decididamente ninguno bueno.Yo admito, comprendo y disculpo que, dentro de

la ciencia, y entre hombres ilustrados, se discutany depúrenlos orígenes üe'lasluerzas vitales, porquesé que del ateo ilustrado se deben esperar todaclase de virtudes humanas; pero lo que no com-prendo es que haya quien siembre entre gentes ru-das la semilla de la incredulidad, porque es lógicoque del ateo inconsciente deba esperarse todo lomalo.

Verdadera ó falsa la idea del Dios Supremo, an-terior ó posterior al hombre, fuera locura poner enduda su necesidad social. Respetémosla, pues, enesto sentido, y procuremos sacar de ella todo elpartido posible para el bienestar y la tranquilidadde la vida en este valle de lágrimas.

DR. ÁNGEL PULIDO.

E L A S O A S T R O N Ó M I C O 1 8 7 6 .

El 1." de Enero del año bisiesto de 1876 es el 11Nevoso del año 84 de la República francesa; señalael año 1876 de la Era cristiana, adoptada 586 añosdespués del nacimiento de Jesucristo; el 5636 dela Era de los judíos; el 1293 de la egira ó ea-lendario turco, año que comienza después de laluna nueva, el 28 de Enero; el 2629 de la fundaciónde Roma, era que ha desaparecido ya; el cuartoaño de la 663 Olimpiada, era no menos olvidada ennuestros siglos modernos; el 2623 de la era do Na-bonassar, etc., etc., así como otras cien eras chi-nas, japonesas, africanas, etc., más ó menos nuevas,más ó menos locales, por las que las tribus de lahumanidad diferentes de las nuestras cuentan tam-bién sus años y su historia.

El movimiento de nuestro globo girando alrede-dor del sol no es perfecto, sencillo y uniforme comofuera de desear, y no se realiza en un númeroexacto de dias, sino en un período de 368 de éstos,más una fracción, y esta maldita fracción es la queimpide ó impedirá siempre formar un calendario re-gular.

Si esta fracción fuese de un cuarto de día precisa-mente, bastaría añadir un dia al año cada cuatro, ytodo estaría arreglado. Pero el año no es de 365dias y 6 horas justas, sino de 365 dias, 5 horas, 48minutos y 47 y2 segundos. Estos 11 minutos y 12 y2

segundos de menos son muy embarazosos y difíci-les de colocar. Haciendo, en efecto, un año bisiestoregularmente de cuatro en cuatro años, como lodecidieron los astrónomos del tiempo de Julio Cé-sar organizando el calendario Juliano, se hace lamedida del tiempo un poco más larga, y la diferen-cia-llega á tres dias en 400 años. En el siglo XVIera ya la diferencia de 10 dias, y el año civil era

N.° 4 1 0 C. FI.AMMAR1ON. EL AÑO ASTRONÓMICO 1 8 7 6 . 185may/ir (psns. tó (lias), ojie, chaña I'.PJIL.así, poco á poco, de siglo en siglo, llegaría la pri-mavera el 10 de Marzo, el 1.° de Marzo y el 20 deFebrero en lugar del 24 de Marzo, y las estacioneshabrían retrocedido.

Ya en aquel tiempo era muy importante la fechade la Pascua; y mientras que el Concilio de Nicea,en 325, había creído determinarla para siempre ba-sándose en el calendario Juliano, el Concilio deTrento, en 563, hizo constar que no había mediode calcularla sino conforme al rito de la resurrec-ción, colocándola en la luna llena del equinoccio,pues de otro modo habría concluido por llegar eninvierno. Los astrónomos del tiempo del PapaGregorio XIII calcularon entonces el caleadarioGregoriano, que se aproxima mucho más á la ver-dad que el Juliano. Como era necesario quitar cercade tres dias cada 400 años, se decidió que los añosbisiestos fuesen arreglados como antes, pero quede cuatro años seculares sólo hubiese uno bisiestoen vez de cuatro. Así, los años de 1700, -1800 y 1900son bisiestos en el calendario Juliano y no lo sonen el Gregoriano. Hay una regla muy sencilla paraencontrar si un arlo secular es bisiesto ó no: supri-mir los dos ceros de la derecha; si las cifras res-tantes son divisibles por cuatro, el año es bisiesto,y nó en caso contrario. Hé aquí toda la diferenciaentre el calendario Juliano y el Gregoriano.

¡Cuan niños son los hombres! ;Cuán poco razona-bles son los pueblos! Nadie puede asegurar queno haya ventaja en ponerse de acuerdo con la natu-raleza, sobre todo en materia de una utilidad tanuniversal y tan constante como la medida del tiem-po. Pues bien: fuera de los países que obedecendirectamente la jurisdicción espiritual del Papa,nadie quiere adoptar la reforma gregoriana. Has-ta 1752 no se decidió á ello Inglaterra. Los paísesprotestantes declaraban que preferían estar endesacuerdo con el sol que de acuerdo con el Papa.Y todavía hoy existe un gran país que no la haadoptado, la Rusia, que al presente se halla retra-sada en 12 horas, y que lo estará en 13 dentrode 24 años. No hay ciertamente motivo alguno queexplique esta anómala persistencia. La Polonia, quecorrigió su calendario después de 1586, tuvo quevolver al malo por orden de la Rusia. Hé aquí unarutina en que cada uno reconoce el absurdo, y quese perpetúa (como tantas otras, por otra parte) átravés de las generaciones y de los siglos y á pesarde las revoluciones más estrepitosas.

Como quiera que sea, la tierra gira anualmentealrededor del sol en el período dicho más arriba, yproduce en su curso las estaciones y los fenómenosastronómicos. Cada año tiene sus situaciones cós-micas especiales. Los aficionados á la astronomíaque quieren estar al corriente de los principales

TOMO VH.

fpjií'OTipjins.<\ftJftüJ.íüi,,v,

pie vista, ú observarlos con el auxilio de un pe-queño anteojo astronómico, con frecuencia encuen-tran obstáculos para conocerlos, sin que, por otraparte, ninguna publicación se los indique en suconjunto: ni el Conocimiento de los tiempos, ni elAnuario de la Oficina de longitudes, ni los almana-ques. Respondiendo al deseo expresado por ciertonúmero de nuestros lectores, publicamos aquí lasobservaciones que serán más interesantes en elcurso del presente año 1876.

Comencemos por los eclipses. En el año de 1876habrá cuatro: dos de sol y dos de luna. Los eclip-ses de sol serán invisibles. El primero, que tendrálugar el 25 de Marzo, será anular; comenzará en lasislas del Océano Pacífico á 169 grados de longitudoriental y 8 grados 46 minutos de latitud Norte, ysu línea central se dirigirá hacia el Nordeste; atra-vesará la América del Norte y concluirá á los 47grados 43 minutos de longitud Oeste y 67 gradosde latitud Norte. El segundo eclipse de sol se veri-ficará el 17 de Setiembre y será total: su línea cen-tral estará completamente comprendida en el Océa-no Pacífico. Estos dos eclipses estarán, pues, enmalas condiciones para que sean observados. Encuanto á los de luna, ambos serán visibles, peroparciales.

El primero tendrá lugar el 10 de Marzo y comen-zará á las cuatro de la mañana para concluir al salirel sol. Por una coincidencia bastante rara, se podráver al mismo tiempo salir el sol (pues su salida ten-drá lugar á las 6 y 25 minutos) y ocultarse la luna,lo que se verificará á las 6 y 30 minutos. Este seráprecisamente el momento del eclipse de luna, y asipodremos ver al mismo tiempo el sol iluminando laluna llena, parcialmente eclipsada. El tamaño deleclipse será de 0,295, siendo el diámetro de la lunade 1, es decir, que la parte eclipsada será un pocomás de un cuarto del diámetro de la luna.

El hecho de ver el sol durante un eclipse de lunasería imposible sin la refracción de la atmósferaterrestre que eleva ambos astros por encima desu posición verdadera, mientras que en realidadlos tres centros del sol, do la tierra y de la lunase encuentran entonces en una misma línea recta.

El segundo eclipse de luna tendrá lugar el 3 deSetiembre, y comenzará á las 6 y 56 minutos de latarde, un cuarto de hora después de salir la luna;la entrada en la sombra se verificará á las 8 y 25minutos; la mitad del eclipse á las 9 y 32 minutos;la salida do la sombra á las 10 y 39 minutos, y elfinal del eclipse, ó salida de la penumbra, á las 12y 6 minutos de la noche.

Un fenómevo raro y curioso tendrá lugar el 7 deAgosto próximo: el admirable planeta Saturno seaproximará á la luna, tanto, que concluirá por to-

15

4 86 REVISTA EUROPEA. 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

caria y aun por pasar por detras y salir por el otroIndo. La inmersión ó contacto del anillo de Saturnoron la luna se verificará á las 5 y 22 minutos de lamañana; la ocultación durará cerca de una hora, yla emersión ó salida tendrá lugar á las 6 y 14 mi-nutos de la mañana. El espectáculo sería del mayorinterés si se verificase durante la noche; desgra-ciadamente el 7 de Agosto sale el sol á las 4 y 23minutos, y será ya pleno dia cuando la ocultaciónse verifique. Pero examinando desde la víspera laposición de Saturno relativamente á la luna, se po-drá observar fácilmente el fenómeno con un ante-ojo astronómico aun de escasa potencia, y se for-mará idea de esta magnífica conjunción del máshermoso planeta de nuestro sistema con nuestro sa-

¡ite. Dos dias después será luna llena, y la luna<: ocultará ya ese dia á las 6 y 48 minutos de la

mañana.liste año habrá muchas ocultaciones de estrellas

muy interesantes de observar, siendo las más cu-riosas las de las pléyades, delante de las cuales pa-sará la luna cuatro veces este año para un habitantede París, pues á causa de la corta distancia de laluna á la tierra, no se ven en Lion y en Marsella lasmismas ocultaciones de estrellas que en París ó enDunkerque, y hay un efecto de perspectiva ó deparalaje, cuya observación os muy instructiva. Dosde las principales de osas ocultaciones son la deSaturno y la de las pléyades, que tendrán lugar el 6(Je Octubre desde las 8 y 48 minutos de la tarde álas 10 y 41 minutos.

Las mayores mareas del año tendrán lugar el 19de Setiembre (105), el 21 de Agosto (104), el 11 deMarzo (102), el 27 de Marzo (102) y el 2S de AbrilnO-l). Será interesante por extremo observaren es-tas épocas la subida como el descenso del mar enlas playas del monte San Miguel, de Saint-Malo, y entodas las costas do pendientes suaves á las orillasdel mar, así como el fenómeno, siempre imponente,del reflujo en Caudebec.

Examinemos ahora las épocas en que cada planetaestará en mejor situación para que se le observe,vóximo como está al sol y constantemente sumer-:••do en sus fuegos, Mercurio sólo es visible paranosotros en las partes de su órbita que concurren á¡orinar un ángulo recto con la tierra, es decir, ensus mayores elongaciones (alejamientos aparentes)occidentales ú orientales. Las mayores elongacio-nes de la tarde tendrán lugar: el 28 de Enero, época<;ii (¡ue se oculta una hora y 14 minutos después depuesto el sol; el 24 de Mayo, en que se pone hora ymedia después que este astro, y el 47 de Setiembreen que lo verifica hora y media también después delsol. Las mayores elongaciones de la mañana tendránlugar el 9 de Marzo, el 9 de Julio y el 28 de Oc-tubre.

El planeta Venus continuará centelleando todaslas tardes en el cielo occidental hasta el mes deJunio. El 4 de Mayo aleanzará su mayor elonga-ción y se retardará en más de 3 horas respecto delsol; se le verá brillar al Sudoeste, y con un anteojoastronómico podrá reconocerse que ofrece entoncesel aspecto de la luna en su primer cuarto. Su diá-metro, que sólo es de 11 segundos el 4.° de Enero,será entonces de 23 segundos; después, y á medidaque se aproxime al sol y á la tierra, aumentará hastaalcanzar 57 segundos al comienzo de Julio, épocaen la que pasará por delante del sol, no precisa-mente como el 9 de' Diciembre de 1874, sino un pocomenos, y cesará de ser visible. Su mayor brillotendrá lugar en el mes de Junio, época en que sepresentará en un anteojo bajo la forma de media lunaplateada, aminorándose cada vez más. Pasando en-seguida al otro lado del sol, vendrá á ser estrellade la mañana en el mes de Agosto, alcanzará sumayor elongación el 23 de Setiembre, y continuarácomo estrella de la mañana hasta Diciembre.

El planeta Marte se aleja cada vez más de nos-otros, y no volverá á estar en buenas condicionesde observación hasta 1877, época en que se apro-ximará á la tierra en su mínima distancia, lo que noha hecho desde hace quince años, y lo que nos per-mitirá continuar los mapas que construimos de esemundo tan semejante al nuestro.

El brillante Júpiter se cierne en la constelacióndel Escorpión, en la que describe sinuosidades quehemos observado y hecho constar en nuestro mapade ese planeta. Estará en oposición con el sol el17 de Mayo, y entonces pasará por el meridiano ámedia noche. A partir de esta época, se retardarárespecto del sol y continuará visible por la tardehasta que la constelación en que se encuentra des-cienda bajo el horizonte á la puesta del sol. Se ve,pues, que en los meses de Mayo, Junio y Julio estaráen la mejor situación para que se le observe, bri-llando al Sur como la primera estrella del cielo. Susfajas se hacen cada vez más débiles.

Los anillos de Saturno van cerrándose cada vezmás, cambio que es muy visible de año en año, auncon un anteojo de poco poder; desaparecerán porcompleto en 1877; la combinación de los movimien-tos de traslación de Saturno y de la Tierra conduci-rán á nuestro planeta al plano de los anillos, y alsol también, de tal modo que éste los ilumine sólopor el canto.

Pocas observaciones hay que hacer sobre Urano,y nada que decir de Neptuno ni de los pequeñosplanetas situados entre Marte y Júpiter, que actual-mente son en número de 157, ni de los cometastelescópicos que pueden atravesar el cielo. Estasson ya observaciones reservadas á los astrónomosde profesión y que necesitan grandes instrumentos.

N.° 110 J . J . AGIDS. PARÍS, BOSQUEJO ESTADÍSTICO. 187

Para terminar, podemos indicar, sin embargo, unasunto para hacer observaciones durante el dia: lasmanchas del sol, tan fáciles y tan interesantes deseguir y de dibujar, aun con un anteojo de escasapotencia.

CAMILO FLAMM.VRIO.N.

PARÍS.BOSQUEJO ESTADÍSTICO.

VI. *

MONTE BE PIEDAD. — CAJA I1E AHORROS.

Este establecimiento, fundado en tiempo deLuis XVI y reorganizado por Napoleón I, es, nosólo una caja de socorro para el necesitado, sinondemás un banco de préstamos para la clase media,y un establecimiento de crédito para el pequeñocomercio: tal es el número y extensión de suspréstamos, que importaron 22.59S.601 francos en4852, y 43.672.772 en 1873. Las devoluciones óreintegros ascendieron á 23.434.481 francos en1852, y á 72.853.806 en 1873.

Los beneficios líquidos percibidos por el estable-cimiento han ascendido desde 335.447 francos en1882 á 683.639 en 1872.

No es menos importante la Caja de Ahorros deParis, instituida en 1818 con 505 depósitos, impor-tantes 54.867 francos, y que al comenzar el año1845 apareció con un saldo de más de 142 millonesde francos á favor de los deponentes. En 4872 estesaldo era de 37 millones.

Las clases que en primer lugar se aprovecharonde esta institución son las obreras, que representa-ban el 59 por 400 de las 23.(501 personas que lleva-ron sus ahorros á la Caja en 1872; los sirvientesformaban el 18 por 100; los empleados el 10.

Clasificados según su edad y sexo los expresados23.601 deponentes, resultan las siguientes cifras.

Númerode

deponentus.

SumasdeposilRdas.

Francos.

Varones..

Hembras.

(Mayores de edad..(Menores(Mayores(Menores

44.5042.9047.8842.122

1.593.035109.702

1.001.331130.344

23.601 2.834.432

Bajo el punto de vista de la cuantía de los depósi-tos, éstos se clasifican así:

Véase el número anterior, ¡>ág. 14f>.

De 4 á 300 francos.De 501 á800De 801 á 1.000De 1.000 en adelanteOtros depósitos

Nlímero.

206.18942.6437.2364.638

420

Sumas.

19.038.7337.920.4376.543.0704.689.691

Términonifiüo.

92626900

1.032292.492 2.437

Las proporciones que ofrecen los precedentescuadros guardan grandísima analogía con las cifrasrelativas á otros años; pero no puede deducirse delos deponentes de 1872 la cifra en que deben calcu-larse las personas que anualmente llevan sus econo-mías a la Caja de Ahorros de Paris, por ser un añoanormal influido por los sucesos de los dos añosanteriores.

VIL

I N D U S T R I A .

Paris es también un gran centro industrial. No seencuentran ciertamente en Ja capital de Ja naciónvecina los vastos talleres é innumerables fábricasque existen en otras poblaciones manufactureras;por el contrario, las establecimientos de osla clase,situados en los municipios anexionados á Paris en1870, tienden á alejarse de la capital, huyendo delos grandes alquileres, de los subidos salarios y delos combustibles caros. Pero en cambio, es infinitoel número de talleres de medianas y pequeñas pro-porciones que Paris encierra, y con figurar Franciamuy justamente entre los países más industrialesdel globo, los negocios realizados por la industriade su capital representan el 26 por 100 de los lle-vados á cabo por la totalidad de la nación, y ascen-dieron ya en el año 1860 á la enorme suma de3.3 )̂9 millones do francos, según las investigacio-nes hechas por la Cámara de Comercio, á quien sedebe la siguiente clasificación del número do esta-blecimientos é impuesto de los negocios realizadosen los diferentes ramos de la industria de Paris:

G II U I> O S .

AlimentaciónHilados y tejidosConstrucciónMueblesIndustria química y cerámica.Oro, plata, platino, etcAcero, hierro, cobro y zinc...Artículos de ParisVestidoCuerosImpresos, grabados y papel..

Estableci-mientos.

29.06923.8005.3787.3912.7193.4993.4405 4402.836

6852.759

Millones defrancos.

4.08T9454' 5345' 3499' 8193'6483' 4463' 8427'5420' 040!'094'2

188 REVISTA E U R O P E A . - — 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

GRUPOS. Estableci-mientos.

1.7381.3682.2479.402

Millonesfrancos.

93'27'66'

441'

de

; 8•o

•o•i

Carruajes y monturasUtensilios de maderaInstrumentos de precisiónIndustrias no clasificadas

El número total de fabricantes era en la mismalecha (año 1860) 101.171, distribuidos en estaforma: 7.492 que empleaban on sus establecimien-tos más de 10 operarios; 31.480 que ocupaban dedos á diez operarios, y 62.199 que trabajaban solos,ó eran auxiliados por un sólo dependiente, cifrasque ponen de manifiesto lo que hemos dicho acerca*'f! las proporciones relativamente pequeñas quet ..icen los talleres en la capital de Francia. Nues-tros lectores pueden, en efecto, observar que losfabricantes con más de 10 operarios no representanmás que el 7 por 100 del número total, mientras quelos que trabajaban solos ó acompañados de un ope-rario, constituyen el 62 por 100.

Los establecimientos industriales cuyo númeropresenta en París las cifras más elevadas según lainvestigación llevada á cabo en 1860, son los si-guientes:

Expendedurías de vino 9. 7S0Talleres de planchadoras 5.237Zapaterías 4.660Fábricas de papeles pintados 4.459Talleres de costureras ! . 4.278Sastrerías 3.468Especierías 3.370Restaurants 3.322Fruterías 2.829Botillerías 2.199Lecherías y queserías 1.781Ebanisterías 1.642Carpinterías 1.210Carnicerías 1.132Camiserías 1.096Cerrajerías 1.015'."alleres de pintores 989•Calieres de modistas 919Broncistas 820Tocinerías 671Imprentas y litografías 670Prenderías 633Pastelerías 622Talleres de encuademación 607Sombrererías 604Sillerías 602Tapicerías 580Fábricas de licores S64Pasamanerías 550Fábricas de máquinas 533

TintesFábricas de corsés.

517514

Las industrias á que corresponden las mayorescifras en los negocios realizados por este ramode la producción, fueron en igual época las quesiguen:

Milloneade francos.

Fábricas de carruajes 251'0Fábricas de equipos militares 231'0Expendedurías de vinos 195'5Fabricas de baúles-cajones 187'0Carnicerías 152'9Especierías 139'2Guarnicionerías 123'0Albañilería 121'5Restaurants 104'8Sastrerías 100'7Fábricas refinadoras 95'3Panaderías 95'2Zapaterías 82'7Bisutería fina 69'3Botillerías 62'5Construcciones de máquinas 48'7Confección de ropa blanca 42'2Farmacias y droguerías. 37'9Carpinterías 37'1Cerrajerías 36'7Fábricas de curtidos 35'9Lecherías 35'5Fruterías 34'6Ebanisterías 34'4Productos químicos 34'2Establecimientos tipográficos 32'0

Los obreros de Paris ascendían en 1860 á416.841, clasificados en los siguientes términos:285.861 varones, 105.410 hembras, 19.059 niños(menores de 16 años) y 9.481 niñas.

Hé aquí el número de obreros dedicados á cadauna de las industrias más importantes de Paris enla citada fecha:

Albañiles 31.676Plateros, diamantistas y fabricantes

de bisutería 18.731Zapateros 18.082Sastres 10.271Lavanderas 9.574Impresores y litógrafos 9.486Carniceros 8.792Constructores de máquinas 8.627Pasamaneros 8.426Ebanistas 7.951

N.° 110 J . J . AGIUS. PARÍS, BOSQUEJO ESTADÍSTICO. 189

Mozos de reslaurants 7.340Cerrajeros 6.175Pintores de brocha gorda 6.147Expendedores de vino 5.378Encuadernadores 5.242Costureras 8.191Carpinteros 5.018Panaderos 4.489Fabricantes de papeles pintados 4.459Mozos de botillerías 4.068Fundidores de metales 4.026Plomeros 3.595Tapiceros 3.591Fumistas 3.550Silleros 3.421Sombrereros 3.354Modistas 3.352Fabricantas de gorras 3.323

Caracteriza de tal modo la industria de la capitalde Francia y tiene tal importancia la fabricaciónde los llamados Artículos de París, que de intentola hemos excluido de la relación anterior para for-mar de sus diferentes ramos un cuadro especial ymás detallado, que es el siguiente:

INDUSTRIAS.Estableci-mientos. Obreros.

Flores artificiales 877 7.831Cajas y pastillas 663 3.682Botones 260 3.059Paraguas y sombrillas 637 2.222Peluquerías 1.616 1.670Juguetes 380 1.608Carteras, petacas, etc 191 1.163Peines 135 984Abanicos 49 969Estuches 209 930Plumeros, penachos, etc 94 899Guantes 140 710

El número total de operarios á que daban ocu-pación estas diferentes industrias en 1860 ascendíaá 25.698: 10.742 varones, 12.619 mujeres y 2.337niños de ambos sexos.

Los establecimientos llegaban á 5.140: 1.616 pe-luquerías, 841 manufacturas de flores artificiales,637 fabricas de paraguas y sombrillas, 392 de cajasy pastillas, 380 de juguetes, etc.

El valo;1 de los negocios realizados en la totalidadde las anteriores manufacturas, conocidas con elnombre de Artículos de París, ascendieron en 1860á 127 millones y medio de francos, de los cuales cor-respondieron 28 millones á los fabricantes de flo-res artificiales, 20 á los de cajas y pastillas, 18 á losde sombrillas y paraguas y 10 á las peluquerías.

Finalmente, en 1872 se han exportado de Fran-cia cabello labrado por valor de 4.835.400 francos;flores artificiales, hasta cerca de 14 millones defrancos (13.804.293); objetos de modas, por valorde 21 millones y medio (21.455.003), y délos de-mas artículos de Paris, 8 millones próximamente.Agregúense á estas cifras el valor de los objetos deestas clases consumidos por el mismo Paris ypor el resto de Francia, y fácil será formar idea dela gran importancia que en la capital de la vecinarepública tiene la fabricación de los expresados ar-tículos de comercio.

Al verificarse el censo de 1866 se hizo constar laprofesión de los habitantes registrados; pero lo ar-bitrario de la clasificación adoptada con este objeto,y sobre todo la diferencia de criterio con que enmateria tan importante procedieron los encargadosdel expresado recuento y la Cámara de Comercio,no permite hacer comparaciones entre los datosde 1860 y los de 1866. Todavía, sin embargo, pue-den entresacarse de aquel documento varias cifras,interesantes algunas y curiosas todas.

Según el censo de 1866 había en Paris, entreotros ramos menos importantes:

132 fábricas de papel.341 id. de instrumentos músicos.371 id. de instrumentos científicos.670 imprentas y litografías.607 talleres de encuademación.348 fábricas de bastones y paraguas.387 id. de peines y cepillos.863 id. de flores artificiales.

1.519 id. de tejidos.647 id. de curtidos.

2.261 id. de objetos de metal.3.171 joyerías, relojerías, etc.^ 715 sombrererías.1.083 establecimientos de modistas.2.530 sastrerías.2.768 zapaterías.1.381 carpinterías.

975 cerrajerías.2.510 carnicerías.

502 tintorerías.1.660 camiserías.2.591 talleres de planchadoras.2.985 restaurants, fondas y tabernas.2.171 chocolaterías y lecherías.

976 cafés.637 pastelerías.

1.398 panaderías.En cuanto al número de personas ocupadas en

diferentes ramos de la industria parisiense, el censode 1866 ofrece, entre otras, las consignadas á con-tinuación:

15)0 REVISTA EUROPEA. 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

l'ROFESIONES. Hombres. Mujeres. Tolal.

Carniceros 4.044 140 4.184--Eiiruadernadores 2.688 2.S54 8.24-2Sombrereros y gorreros.. . 5.255 5.158 6.581Mo.lisias 32 6.455 6.483Curli.los 6.212 44» 6.6S7Flore, artilicuiles 92-2 7 432 8.554Impresores y litógrafos..,. "8.707 779 9.486l'iutoiesy íidíieios 11.886 69 11.978icjiios 5.945 8.795 14.736Carpinteros.... 17.170 46 17.216Sastre! 13.808 4.619 18.427Oficiales de camiserías.... 328 20.BU7 20.907rlamhado 827 20.080 21.813Zamuros 17.560 6.284 25.844I'kitpiDÍ, relojeros, cincela-

dores, etc 21.339 5.666 27.005incautes de objetos de

uiclal 29.188 229 29.387Coslura 25 81.109 51.192

Seguramente no habrán dejado de observar nues-tros lectores el considerable número de mujeresempleadas en varias industrias monopolizadas antespor el sexo masculino, así como los muchos hom-bres que figuran en ciertos trabajos, como el deplanchado, costura, modas, flores artificiales y otrosque están más en armonía con las aptitudes natura-les del sexo femenino. Respecto al primer hecho,llama verdaderamente la atención el número de mu-jeres dedicadas á la fabricación de joyas y relojes,á trabajos de imprenta y litografía, que representanel X por 100 del total de operarios ocupados enestos ramos de la industria, y las empleadas en lostalleres do encuademación, que son tantas comolos hombres dedicados al mismo trabajo (2.554 por2.68S respectivamente).

También en el censo del año 1872 se han recogi-do «blindantes datos acerca de las profesiones; peroúnicamente conocemos las cifras generales, que,respecto á la industria, son las siguientes:

Hombres. Mujeres. Total.

Individuos que ejercían real-mente profesiones indus-'•¡•ilcs SOS.211 197.087 495.198

:i 'ividuos que componún'us familias de los ante-'¡uires 106.&66 204.422 510.938

Sirvientes de estas familas.. 2.631 9.223 11.854

404.408 411.632 816.040

Ahora bien, como según el referido censo el nú-mero de individuos que ejercían una profesiónen 1872 ascendía á 875.068, resulta que las perso-nas dedicadas á la industria en París constituyen elT,C> por 100 de los habitantes con profesión en ejer-cicio.

lié aquí la clasificación completa de los habitan-Íes de París según su profesión:

PROFESIONES.

Trasportes, instituciones decrédito y comisiones . . . .

Profesiones liberales

Varonee.

2.361295 211148 651

48.66195.8009.076

Hembras.

655197.98752.207

5.88117.2196.659

Total.

3.016493.198200.858

49.242113.01918.735

896.760 278.508 87S.068

Las personas que vivían de sus rentas eran111.488; los sirvientes do ambos sexos 142.031; losque no tenían ningún modo de vivir (mendigos, va-gabundos é individuos sin colocación), 15.258;aquellos cuya profesión no pudo precisarse 12.733;en fin, los estudiantes, enfermos en los hospitales,clementes y detenidos 12.733.

Son tan interesantes las noticias recogidas por laCámara de Comercio acerca de los salarios ó ins-trucción de los obreros de Paris, que no podemosprescindir de consignar las más principales.

La expresada corporación dividió los operarios,bajo el punto de vista del importe de sus salarios,en tres secciones: la primera , comprendía los ni-ños, aprendices, braceros y operarios poco diestrostodavía, que ganaban desde 1 á 3 francos; la se-gunda la formaba la generalidad de los operarios deParis, y sus salarios oscilaban entre 3,25 francosy 6 francos; en la tercera, finalmente, figuraban losoperarios dedicados á trabajos artísticos y los demérito excepcional, los cuales cobraban desde 6,50á 20 francos diarios.

La Cámara de Comercio, al consignar las cifrasrecogidas, decía que ni la primera ni la tercera sec-ción pueden ser tomadas como base para calcularel término medio de los salarios de los obreros deParis, y asi lo habrán comprendido nuestros lecto-res al considerar las clases de trabajadores que fi-guran en ellas. Por lo tanto, nos limitaremos á de-cir, respecto á ambas secciones, que en la primerase incluyeron 64.080 operarios y 15.038 en la ter-cera. La segunda sección, que comprende 211.621individuos, y que tanto por lo elevado de su cifracomo por los elementos que le componen es la únicaque se presta á deducciones provechosas, se des-compone en los siguientes términos:

Francos.

7.663 ganaban 3,2524.711 — 3,505.820 - 3,7541.083 — 45.627 — 4,2835.543 — 4,504.428 — 4,7552.929 — 5

Ñ.° 110 E. HECKEL -EL EIDER V EL MACAKOSO. 191

Francos.

1.193 ganaban 5,259.532 — 5,50

493 - 5,7519.539 — 6

De suerte que los salarios más generalizados enParis son los de 5, 4 y 4,50 francos.

Las operarías aparecen divididas también en tressecciones en la investigación del año 1860. La pri-mera comprende las menores de 16 años, y todaslas que recurren á la costura como ayuda ó trabajocomplementario. Su númerq asciende á 17.203, yel salario oscila entre 0,50 franco y 1,25; pero ásemejanza de lo que hemos dicho respecto á lossalarios del sexo masculino, no pueden tampoco es-tas cifras servir, por lo excepcionales, para ningúncálculo, é igual sucede con los salarios desde 4,50francos á 10 que ganan las de la tercera sección,tanto por ser muy pocas las obreras que se hallanen este caso (767 mujeres), como porque tan crecidaremuneración sólo la cobran en Paris las directorasde los establecimientos y algunas operarías de unmérito excepcional (las mujeres que ganan de 7 á 10francos sólo eran 73 en 1860). Únicamente la segun-da sección, que comprende todas las operarías encondiciones ordinarias (88.340) es la que puede daridea del modo cómo se paga en Paris el trabajo delas mujeres, y por lo mismo sólo su clasificación esla que daremos á conocer, y es la siguiente:

Francos.

16.722 ganaban 1,507.644 — 1,75

24.810 — 27.723 — 2,25

17.873 — 2,502.055 — 2,757.588 — 3

411 — 3,252.250 — 3,501.264 — 4

88.340

De modo que el salario de 2 francos es el más ge-neralizado entre las obreras de Paris, aunque sonmuchas también las que ganan 2,50, y casi las mis-mas las que no ganan más que 1,50.

Bajo el punto de vista de la instrucción, los obrerosde Paris se clasificaban en 1860 del modo siguiente:344.531, ó sea el 87 por 100, que sabían leer y es-cribir; 4.778, el 1 por 100, que sólo sabían leer, y47.760, el 12 por 100, que ignoraban ambas cosas.

J. JIMEKO AGUJS.(Concluirá.)

CRÓNICA DE HISTORIA NATURAL.

EL EIDER Y EL MACAROSO DE ISLAND1A.

Entre las numerosas palmípedas que habitan lasregiones frias do nuestro globo, el Maearoso y c!Eider no son ciertamente exclusivos á Islandia,como podría suponerse por el título de este artículo;es mucho más considerable su área de extensión;pero puede decirse que en los mares glaciales delglobo, la Islandia es el espacio de tierra más estre-cho en que estas aves están difundidas con profu-sión. Bajo este punto de vista puede considerarseque estos animales, útiles por muchos conceptos,son uno de los principales recursos industriales yalimenticios do un país muy poco favorecido por suposición geográfica y atormentado por fenómenosgeológicos que son perpetua amenaza para sus ha-bitantes.

Estas palmípedas emigrantes, que rara voz visitanlas costas templadas de Europa, y de las que una,el Eider, no es para nosotros más que una ave dopaso, han sido objeto de atentos estudios. Sin em-bargo, en uu reciente viaje á Islandia hemos obser-vado algunas particularidades curiosas poco cono-cidas, ó desconocidas totalmente, sobre la vida deestas extrañas aves, y esto es lo que nos induce ádar rápidamente idea general de su vida y de lasparticularidades observadas por nosotros, que ten-drían poco interés si las separásemos por completode la historia general de los citados animales.

El Eider (Anas mollissima, vulgarmente ánadeEyder) pertenece al orden de las palmípedas y algénero ánade, teniendo costumbres muy semejan-te^ á las de otras especies del mismo género. Suscaracteres principales son: pico alto en la base, pieldesnuda ó un tubérculo carnoso en la frente, las plu-mas frontales adelantándose de punta sobre el picoy el pulgar ligeramente palmeado. Es muy comúnen Islandia, donde gracias á prudentes prohibicio-nes (no se permite cazarlo) está asegurada su con-servación y reproducción, viéndosele llegar á sufría patria en los meses de Marzo y Abril, y empe-zando el apareo en Mayo. En esta fase especial dosu vida fisiológica, consagrada á la reproducción, oscuando este ave es á la voz interesante para el na-turalista y útil al industrial. Durante el periodo delcelo es fácil acercarse al Eider; reconócense lossexos en que el macho tiene la cabeza blanca y ne-gra, el pecho negro y las alas blancas, mientras quela hembra, algo más pequeña, es gris oscura. Anidansiempre en las islas; al alejarse del continente y eli-giendo parajes retirados, estrechos y rodeados deagua por todas partes, el Eider manifiesta previsión,

192 REVISTA EUROPEA. 2 DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

porque de esta manera escapan él y su pollada á laconocida voracidad del zorro azul (1).

La isla de Ingoé, muy cerca de Reykiawik, espunió predilecto para estas aves: en la estaciónpropicia encuéntrase casi completamente cubiertade nidos de Eider, y es de advertir que los Macaro-sos, de los que en seguida hablaremos y que ani-dan al mismo tiempo, no aproximan jamás su proge-nitura á la del Eider, aunque uno y otro eligen islascasi desiertas para abrigar su nidada. No se encuen-tran Macarosos en una isla frecuentada por Eiders yreciprocamente. Imposible ha sido explicar estealejamiento instintivo.

El suelo de Islandia presenta la particularidad dem e , donde crece un poco de yerba, no hay verda-. ._,,a llanura, sino una serie de pequeños mamelo-nes muy poco distantes unos de otros; y precisa-mente en estos espacios, que abundan en las islasque frecuenta el Eider, hacen sus nidos estas aves.Probablemente no se presentan estas particularida-des geológicas en Groenlandia ni en Suecia, y estasaves buscarán para abrigar sus nidos accidentes deterreno naturales ó artificiales, como aseguran losque las han observado en aquellas ingratas tierras.Para confeccionar el blando almohadillado que hade abrigar á los tiernos polluelos, la madre empiezaá sacrificarse, arrancándose con el pico el plumóndel vientre en la cantidad necesaria para hacer elprimor nido. Terminada esta obra maestra, muchotiempo antes de la postura de los huevos, el caza-dor se la arrebata, y el ave continúa despojándosedel plumón para construir otro nido, que sufre lamisma suerte. En este caso, no pudiendo la madredespojarse más sin comprometer su existencia, cedeel puesto al macho, que, imitando á su compañera,se despoja á su vez del plumón y da á la nidada unabrigo que el cazador tiene interés en respetar sino quiere comprometer el porvenir de su industria.El plumón se vendo con el nombre de edredón(corrupción de la palabra Eyderdum, plumón deEider), despuesde limpiarle de las materias extrañasque lo manchan, tales como tierra, plumas, restos.: cascaras de huevos, etc., etc.

Kl edredón const.'tuye una renta bastante consi-

[ 1) El zorro azul (Isatis, Vulpes Uigapus) existe también en Islandia,y es taiu conocido que nada diríamos de él si no crcyéseir.os necesario rec-tiliear un error demasiado extendido relativamente a este carnívoro. Se-gún algunos autores, es blanco en invierno y gris ó azul en verano: enel atlas unido al viaje de! Rcchcrche figura con estos dos colores; peroeste zorro no cambia de pelaje, como se hu asegurado, y si el color azuldel pelo algunas veces se mezcla con el blanco, el tinte genera! que do-mina es azul ó gris. Es probable que existan dos variedades de pelajediferente que se han confundido en una con la propiedad de cambiar elcofor de la piel durante el invierno. La prueba en que seapoya esta opi-nión en la siguiente: solamente en invierno se caza el zorro, porque enesla eshitcion abandona las montañas para acercarse á la costa, y precisa-mente etn esta época se matan blancos y azules ó grises. La denomina-ción especial de ligoftts no le convendría bajo este concepto.

derable para los propietarios de las islas de Eider:sobre el paraje de la recolección se vende de 28á 30 francos la libra de 499 gramos. Según docu-mentos oficiales, en 1868 se exportaron 7.026 li-bras; en 1869, 6.668 libras, y en 1870, 7.909. Estascifras, publicadas oficialmente, no indican sino loque pasa por aduana, y es evidente que se vendemucho más; pero aun ateniéndonos á las primerascifras, bastan para dar idea de la buena renta de lospropietarios de las islas de Eiders, y explican tam-bién por qué estos propietarios, en vez de cazarlasó permitir su caza, emplean todos los medios posi-bles para atraer estas aves y fijarlas en los parajesque han encontrado favorables para su reproduc-ción. Para llegar á este objeto vivamente deseado,no hay recurso que HO empleen: atan objetos bri-llantes á cuerdecitas tendidas entre estacas, arro-jan á estas aves restos de pescados, impiden quelas cacen los perros, y en fin, no dejan jamás deperseguir á tiros al Corvus Coras, que en Islandiallega á tener dimensiones enormes, y frecuente-mente arrebata las polladas con nido y todo (1).Dicen los islandeses que el Eider, en vez de asus-tarse del tiro, ve con satisfacción caer á su lado ásu más cruel enemigo. En todo caso, es cierto queesta protección le tranquiliza completamente y haceque cobre afecto al sitio que ha elegido para criarsus polluelos. El Eider, que se aleja de Islandia enla época de las escarchas, vuelve siempre, graciasá esta protección, á los mismos parajes en quenació.

La hembra joven no pone más de cinco ó seishuevos; pero cuando tiene dos ó tres años, la pos-tura es más considerable; de los 12 ó 15 huevos queen esta edad pone, mucho mayores que los de ga-llina, de color blanco azulado y manchados de ne-gro, nunca le dejan más de cinco ó seis. Durante elperiodo de incubación, el hombre puede pasar allado del nido sin que se mueva el ave. Las hem-bras incuban, y los machos se colocan en la partesuperior del mamelón á cuyo pié se encuentra elnido; centinela vigilante é inmóvil, no se separade la hembra más que para ir á buscar el alimentocomún.

En cuanto los polluelos son bastante grandes,toda la familia abandona la isla para ir al mar y vivircerca de la costa en las inmediaciones de rocascubiertas de ovas. Estas criptógamas abrigan peque-ñas neritas, derramadas con profusión por la costa,y de las que se alimenta habitualmente el Eider.Encuéntranse estos mariscos en gran número en elbuche y molleja de estas aves, y aunque la concha

(1) El cuervo es una calamidad para los islandeses; algunas veces

arrebata bacalaos enteros puestos á secar, y esto basta pura comprender

la considerable fuerza de que dispone.

N.° 110 V. BARRANTES. LAS DEFORMIDADES LITERARIAS. 193

es muy dura, el estómago del Eider es bastantemusculoso para romperla.

En cuanto los pequeñuelos han adquirido ciertodesarrollo, el macho abandona á su compañera, de-jándole todos los trabajos de la maternidad sin com-partirlos jamás. Entonces se hace la hembra tanarisca como familiar era antes; en cuanto se acercaalguien á su pollada entregada á sus juegos, vóse áesta, á un grito de la madre, cesar de jugar y diri-girse prudentemente mar adentro. Cuando no creenhuir con bastante rapidez, los polluelos se colocansobre el dorso de la madre, que nada velozmentepara ponerles fuera de alcance.

Desde el mes de Agosto casi no se ve un Eider enIslandia, porque emigran hacia zonas más cálidaspara regresar en Marzo ó Abril.

Como se ve por lo que acabamos de decir, estapalmípeda, bajo el punto de vista de los serviciosque presta al hombre, puede comparársela á la go-londrina salangana: si la primera le proporciona consu nido medios para librarse de los rigores del in-vierno, la segunda le proporciona con su nido mis-mo un alimento muy apreciado por ios orientales.Estas son las dos únicas aves que nos son útiles sinque tengamos que sacrificarlas, y cuyo poderosoinstinto de reproducción, bien explotado, aseguraun producto útil y por lo mismo muy apetecido.

El Macaroso (Mormon fratercula) es igualmen-te conocido en Islandia. Este ave tiene pico de co-torra, rojo y gris, y anida en las islas: abundanmucho en la de Akeroe, cerca de Reykiawik, enla que no se presentan jamás los Eiders. Esta pal-mípeda tiene la singular costumbre de anidar en lasmadrigueras de conejos que encuentra abandona-das, ó de abrir ella misma agujeros sirviéndose delpico y de sus aceradas uñas. La galería tiene unmetro de profundidad, algunas veces dos, y frecuen-temente forma un codo. Algunas veces estas gale-rías tienen dos pisos, pero con una sola abertura.El Macaroso no tiene, por regla general, más queun polluelo, rara vez dos, que, á pesar do tener elplumaje de su familia, no adquiere el pico como suspadres hasta que llega á cierta edad. A los dos me-ses, un Macaroso llevado al Havre tenia el picoderecho, sin ninguna curvatura y de color negruz-co. A los tres meses de edad, empezó á encorvarsela parte superior del pico, persistiendo el color os-curo (1). El pico tiene surcos muy marcados, cuyo

( i ) ¿No podría admitirse, para explicar de una manera plausible esta

singular y poco común anomalía, que esta extraña modificación que re-

cibe e! pico de los Macaro3os, especialmente si se le compara con el de las

especies vecinas (Pingüinos Guillemots), ha sido resultado de la costum-

bre de horadar el suelo; que osla Irasformacion adquirida y determinada

por la costumbre, no es suficientemente antigua para que pueda reprodu-

cirse por completo durante el periodo de desarrollo en el huevo, y que es

necesario que el animal haya entrado en el periodo de la vida indepen-

diente y activa para completar eate principio de trasforruacion?

número y profundidad varía según la edad y el sexo.La curvatura de este órgano se modifica bajo diver-sas influencias, entre las que tiene gran parte laedad. En cuanto á las dimensiones, aunque muy va-riables, puede decirse que es el único carácter serioque ha permitido distinguir en estas aves dos espe-cies: el Macaroso monje y el Macaroso glacial; todoslos demás caracteres, color del pico, número de es-trías, etc., no pueden tomarse seriamente en consi-deración.

En Islandia solamente existe el Macaroso monje.A mediados de Agosto, época en que los polluelosse encuentran aún en la terrera, los cazan durantemuchos días. En cuanto se acerca álguijn á estedesventurado animal, se refugia en su agujero, dedonde lo sacan destruyendo la terrera con picos ypalas. Cuando se acercan al fondo de las galerías,la hembra se adelanta para delender su pollada, yaprovechan el momento para matarla. Durante losprimeros dias de caza, los Macarosos se asustantan poco por la presencia del hombre, que ni si-quiera se retiran á sus terreras cuando le ven acer-carse, y se verifican entonces verdaderas hecatom-bes (2.800 á 3.000 por dia) á palos. Esta caza tansingular como repugnante solamente dura dos ótres dias, al cabo de los cuales el ave conoce á suenemigo, y para cogerla se necesita destruir lasterreras, como antes hemos dicho.

Arráncasele la pluma para venderla como edre-dón falso, y el cuerpo, salado ó ahumado, sirve dealimentación á los islandeses durante el invierno.

EDUARDO HECKEL.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Real Academia Española.25 MARZO -1876.

Con la solemnidad de costumbre se ha verificadola recepción pública del nuevo académico 1). VicenteBarrantes, que sustituye al malogrado Sr. GodoyAlcántara, que no llegó á tomar asiento en tanilustre corporación. El Sr. Nocedal ha sido el en-cargado de contostar al nuevo académico, y deambos discursos vamos á dar cuenta copiando suspárrafos más importes.

LAS DEFORMIDADES LITERARIAS

DE LA FILOSOFÍA DE KKAUSE.

Son los tiempos de falsa ilustración tiemposde grande vanidad, y los hombres de ellos, flojos enlas creencias, vacilantes en la fe, dudosos y aun ne-gativos del poder Supremo, porque el suyo propiolos deslumhra y desvanece. Cada mediana intehgen-

194- REVISTA EUROPEA. % DE ABRIL DE 1 8 7 6 . N.° 110

eia, cada carácter un tanto viril, aspira á ser hoy unsistema, una organización, un Estado, opuesto,distinto, incompatible con todo otro sistema, contoda otra organización, con cualesquiera otro Esta-do. Por eso vemos que nunca se preconizó tanto laarmonía en la ciencia, en los espíritus y aun en lascosas mundanales, y nunca ha sido tan imposible,ni la oposición tan viva entre los hombres, así en elorden moral como en el material. Oid á Tiberghien,uno de los oráculos de la escuela, proclamar ya rea-lizada por Krause «la armonía de la especulación y»de la vida, que soñaron PHágoras, Platón, Plotino,«Orígenes y Leibnitz,» para confesaros á renglón se-guido, contradiciéndose vergonzosamente, que hay"ii la actualidad «anarquía en las teorías, anarquía••en las creencias, anarquía en la sociedad;» quehay «tañías opiniones como hombres;» que nisiquiera se ha creado «una unidad científica,» y queel mundo moral vive en el caos. Yo preguntaría enlenguaje más llano á esos inyentores de sistemasarmónicos, á esos padres del Armonismo universal,del Armonismo absoluto, pues ellos por palabrasbárbaras no se detienen, si no les avergüenza y es-panta la antítesis dolorosa que con sus deliriospresenta este triste mundo de las realidades. No hayen Europa una sociedad tranquila, ni una agrupaciónsin lucha interna y fundamental, ni un organismoque no parezca próximo á desmoronarse. Los pue-blos soliviantados, las conciencias sin sosiego, lasinstituciones en equilibrio inestable, ¿no son hartaprueba de que va muy descarriada en nuestros diasla ciencia que tiene por única misión trazarnos loscaminos de la vida moral? ¡Ah! Si volviera á nacer elbueno de Scverino Boecio, no escribiría ciertamentela Consolación, sino la Desolación de la Filo-sofía.

(Después de estas consideraciones, que vienen áser como el complemento del tema—indicado en elepígrafe—do su discurso, el Sr. Barrantes se ex-tiende en otras, encaminadas á demostrar la falta deoriginalidad de la llamada filosofía moderna, prin-cipalmente en sus novísimas evoluciones. Refiérese:n seguida al sistema de Krause, principal objetivole su estudio, y dice:)

Pero de todas las pretensiones de novedad é in-vención que la filosofía seudo-española abriga, nin-guna tan vana y huera, ninguna tan destituida defundamento como la que se refiere al lenguaje, quepretende haber purgado de los barbarigmos esco-lásticos, cuando lo que ha hecho ha sido imitarlos yaun exagerarlos sin necesidad ni disculpa. Ella, tanenemiga de la teología y de las escuelas católicas,aunque lo contrario sostenga; ella, que ha encon-trado ya á los idiomas en su plenitud, y concretán-donos al nuestro, tan atildado y abundoso, tan llenode elementos propios para la locución científica y

para las más remontadas abstracciones, ella no tieneinconveniente en copiar los vicios del sistema quoanatematiza, contradiciéndose una vez más y pro-bando hasta en esto su falta de originalidad. Bárba-ra fue sin duda la tecnología de los escolásticos;pero no invención de la teología por cierto, que lausó con parsimonia, reconociendo sus abusos y re-prendiéndoselos, si no de la jurisprudencia y la me-dicina, ciencias á quien no pone tilde la filosofíamoderna, porque son sus ciegas auxiliares ó mejoraún sus esclavas. Si con verdad y justicia califica-mos de bárbaro aquel lenguaje, ¿qué calificaciónmerecerán los que muchos siglos después usan otromás bárbaro aún? Importa, sin embargo, advertir,que aquellos términos ca tegoreméticos y• sincatego-remáticos, aquellas quiddilates y uliqtiitates, aque-llos punios copulantes ó terminantes del continuo,tenían muy alta significación en la ciencia, si no enla gramática, según observó ya defendiendo la mis-ma tesis un ilustre catedrático de Sevilla en 1866,y no pueden remotamente compararse con la termi-nología que usan los jergui-parlantes de nuestrosdias, ni ésta consiste solamente en palabras reve-sadas, como aquella, sino que pone su punto y sugloria en revesar la frase, el estilo y hasta el pen-samiento, en sembrarlos de zarzales, en cubrirlosde marañas, pareciendo que viertan sobre el escri-to, en vez de pdvo, guijo y almendrilla, para quese lea á tropezones, á descalabradura por palabra.Los Góngoras del filosofismo — y perdone fu com-paración el gran poeta cordobés de venerable me-moria,—no adulteran el lenguaje por exuberanciade fantasía, como el cisne del Bétis, ni recogen tra-diciones lingüísticas de un país meridional, dondeya el sobrino de Séneca por la pomposidad y laexageración de las metáforas fue digno precursorde los poetas árabes; ni, como Góngora, desciendende la caballería de la Edad Media, que en sus libros,por D. Quijote inmortalizados, acostumbró al pue-blo español á los revesamientos del estilo, y á lostruques y retruques del vocablo, con que solían ha-cer gallarda música y concepto alambicado, peroconcepto al fin; que estos los usan á trompón y ásalga lo que salga, unas veces para encubrir la va-ciedad de sus pensamientos y otras su enormidad ypeligrosa tendencia, que de ambas cosas hay ejem-plos abundantes. En los siglos escolásticos quetanto se censuran, estaba el latin corrupto, y el ro-mance, como todas las lenguas, en mantillas, cir-cunstancia que disculpa á los filósofos y aun á juris-consultos y naturalistas; mientras ahora, que todasaquellas causas han desaparecido, ellos desbarrande oscuridad y extravagancia, y el escolasticismoresplandece maravilloso de claro y concreto. ¿Seráque digan más los unos que los otros? ¿Será que pe-netren más hondo en los abismos de la metafísica

N.MIO V. BARRANTES. LAS DEFORMIDADES LITERARIAS. 195

Al contrario. Comparemos al último gran pensadorde la escuela tomista—último en la serie de lostiempos,—al P. Ceferino González, obispo de Córdo-ba, con el maestro de los llamados filósofos de lagermano-española.

D E L MAL,

(OBISPO DE CÓRDOBA.)

«La voluntad humana es de su naturaleza defecti-ble, flexible en orden al bien y al mal, y libre y res-ponsable en sus actos... á Dios como provisor uni-versal del mundo y especial del hombre, S''J1O lecorrespende dar á éste los medios y auxilios nece-sarios para obrar el bien moral, pero no el matar nianular su libertad imponiéndole la necesidad físicade obrar el bien... La santidad infinita de Dios ex-cluye necesariamente todo pecado respecto delmismo Dios, es decir, la existencia en Dios del pe-cado y la volición directa y positiva del mismo; perono se opone á la permisión de su existencia en lascriaturas...»

(Filosofía elemental, Madrid, 1873.—Tomo II, páginas 5t>(¡ y 558.)

DEL MAL.

(KHAUSE.)

« el mal como la inmoralidad procede exclu-sivamente la limitación de los seres finitos vivos...de la falla ó uso defectuoso de ¡a libertad finita. .respecto do Dios esto puede decirse, que el mal yla maldad en el sistema de la vida de los seres fini-tos son producidos en Dios por una manera eterna,toda vez que Dios es la eterna causa de la finilud, ypor consiguiente, do la finita circunscrita libertadde todos los seres finitos racionales.»

(Lecciones sobre el sistema cíe hi filosofía pnitctslic del níemntKrause, por D. Juao M. Ortí y Lara. —Madrid, 18GS, pág. 207.)

No os fijéis en las diferencias do doctrina, aunquesaltan á los ojos, por ser la de Krause tan monstruo-sa como pura la del ilustre misionero filipino; fijaosúnicamente en la frase, en el estilo, en la sencillezy claridad de los conceptos del uno y en lo intrin-cado y bárbaro del otro. ¿Cuál será más escolástico,el tomista ó el panteista?

Apresuróme á decir que yo no niego á la metafí-sica ni á ninguna ciencia—¿quién sería tan insensa-to?—un lenguaje suyo, propio, técnico, especial,oscuro, ó por decirlo mejor, abstracto.—Defiendo lacausa de los hombres ilustrados, y principalmentede la juventud escolar, que en un año de matemáti-cas aprende á resolver problemas, y en igual espa-cio de tiempo no acertaría á pensar en castellano unpensamiento de Krause. Con ellos y para ellos pre-gunto yo:—¿Es un tecnicismo científico ei que talescuela usa? He aquí la cuestión. ¿No necesitan losfilósofos de otras escuelas, para entender ese tecni-cismo, ir haciendo en la lectura un trabajo de tra-ducción, semejante al del niño que deletrea, comolo probó Taino, á propósito de Maino de Ciran, elmás parecido, según él, á Krause de todos los filó-

sofos? Los mismos escritores krausistas, cuando lossorprendemos en un arranque de sinceridad, ¿noconfiesan que su tecnicismo es una ridicula jerigon-za? Tiberghien, propagandista infatigable de aquelladoctrina, y el más inteligente de todos, para defen-der las extravagancias filoeóficas del maestro, sinnegarlas, porque sería negar la luz del dia, hace enla pág. 81 de su libro Enseignement et pMlosophiela peregrina confesión de que «sólo para losalema-»nes son ininteligibles aquellos neologismos, que .«los extranjeros apenas si perciben,» cosa que

| está tan lejos déla verdad, como de lo que dictael sentido común. ¡Que una innovación filosóficaserá más perceptible al nacional que al extranjero!Pero á fe que otro escritor famoso, alemán per aña-didura, y no enemigo de Krause ni de su escuela,Zeller, en la Historia de lajilosofia, confiesa á suvez costarle tanto trabajo entender el lenguajekrausista, como si fuera arábigo ó ssnsknto, que es

¡ grande ponderación y para el argumento de Tiber-ghien, de remate. Más categórico todavía el francésTaine, acusa en su estilo humorístico al maestrode haber inventado sustantivos «de una lengua,» sinperjuicio de preferir su lenguaje al de Maine de Bi-ran, filósofo que hacía cardos metafisicos en vez deoraciones. Y aquí nos sale al paso otra vez la de-cantada armonía de los sistemas armónicos, pues elmismo escritor español que ha alegado algunos deesos textos en un artículo de la REVISTA EUROPEAde 15 de Agosto último, acaba por deducir de ellosque el estilo de Krause es de sobra inteligible, perono aquende el Rhin sino allende, ó sea para los ale-manes puros; cuenta que ajustará con Zeller y conel activo profesor de la Universidad libre de Bruse-las, cuyas opiniones, como acabamos de ver, sonabsolutamente contrarias.

Tícense por de contado, y para mayor contradic-ción, esas citas en defensa de D. Julián Sanz del Rio,á quien so atribuye haber realizado, como hablista,una misión igual á la de Krause en Alemania, quefue limpiar al idioma do impurezas y de influenciasextrañas librarlo. Para ello parece que se requería,no sabemos por qué, exagerar la necesidad del tec-nicismo. ¿Fue esto efectivamente lo que hizo Sanz,ó fue plagiar al maestro de un modo servil, aplican-do sin ton ni son á nuestra lengua, que no lo necesi-taba, el trabajo crítico que sobre la alemana atribu-ye Tiberghien á Krause?

En sus Cartas inéditas áD. José de la Revilla, queacaban de ver la luz, arrojándola muy clara sobrelos errores científicos y las responsabilidades políti-cas de los hombres que han dirigido la instrucciónpública en España, asienta Sanz del Rio, entre lasmás curiosas contradicciones de estilo y concepto,que la edad do oro de nuestra lengua «estaba lejos»dc ser época de madurez y perfección que nos deba

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«servir de modelo en todo... que se desarrolló sólo«bajo un aspecto parcial (¿la edad ó la lengua? por-»quc aquí se nos ha perdido el agente de la oración),«esto es, como expresión del sentimiento y del ca-«rácter humano; mas no bajo la relación más íntima»y fundamental suya, esto es, como expresión del«pensamiento y de la razón.» Si nosotros entende-mos bien estas campanudas frases, parece que elsentimiento y el carácter son sólo un aspecto parcial(del idioma) y manca por ello nuestra gran literatu-ra. La humanidad para Sanz del Rio pierde su con-cepto absoluto, no sustantiva ya cuanto se refiere alhombre y á las colectividades, así en la esfera moralcomo en la material, y pasa á ser un tonto de capi-rote el que dijo aquello que hasta hoy ha corrido poroontenoia... nihil kurnanum á me alienum puto,teoría enteramente opuesta á todas las de Krause ydel propio Sanz, como es notorio. En cuanto al sen-limiento, cualidad baladí, no enaltece sino rebaja alescritor, máxime si siente con carácter humano, esdecir, reflejando los sentimientos generales de lahumanidad. Ved de qué suerte para Sanz del Rio elpensamiento viene á ser antítesis del sentimiento ydel carácter humano, y ni en uno ni en otro cabe larazón, y cómo llegan á ser de todo en todo incom-patibles, razón, sentimiento y humanidad. ¿Hásevisto nunca tan extraño galimatías, ni tan funda-mental contradicción en un reformador humani-tario?

Traduciendo seriamente lo que quiso y no supodecir el Sr. Sanz del Rio, brujulearemos entre susfrases nebulosas una acusación á nuestra lengua porno haberse prestado en el siglo de oro, y menoshoy, á los desarrollos de la lucubración filosófica,por lo cual urge hacerla, según él, «precisa, clara,«enteramente distinta entre sí, en sus elementos«interiores, y coherente, rica, llena de carácter y«vida en sus modos, sus composiciones, sus deriva-aciones, sus conjugaciones, etc., etc.« Traducidadel alemán sin duda esta jerigonza, y para la lenguaalemana escrita, demuestra que el Sr. Sanz no co-nocía el instrumento que manejaba, ó, dicho en tér-minos populares, pero gráficos, que no estaba el|.andero en manos que lo supiesen tañer, pues como.si desconociese el valor de las palabras, acusa ánuestro castellano de oscuro, cuando es clarísimo;de incoherente, cuando es concreto; de pobre,cuando es rico; de falto de carácter y vida en susmodos, composiciones, etc., cuando se puede ase-gurar que él mismo no sabía cómo y por qué mediosse revela en los idiomas el carácter y la vida, nipor qué usaba estos términos en vez de otros cua-lesquiera.

(Nuevos textos de Krause y nuevas oscuridades desu estilo cita después el Sr. Barrantes de un modobastante extenso, para llegar al examen de la intro-

ducción en España de la filosofía krausista y de susresultados.)

Era Sanz del Rio hombro bondadoso, afable,místico, que trajo, como era de esperar, de Alema-nia un tono dogmatizador y unos como vislumbresy destellos de iluminismo, harto propios para fas-cinar á jóvenes inexpertos. Lo revesado de la doc-trina, que la hacia parecer nueva, y hasta inocentey católica á los espíritus superficiales, y las tradi-ciones de gongorismo que resucitaba, nunca en lapatria de Lucano y Gerardo Lobo muertas, hicieronfácilmente lo demás, dándose la mano con sucesospolíticos de todos conocidos. ¡Fecha triste! Desdeentonces el cuerpo escolar no ha vuelto á producirgrandes escritores, ni siquiera medianos hablistas,ni menos poetas de alto vuelo, sino oradores y dis-cutidores, dialécticos é ideólogos; observación queconviene hacer aquí por vía de ejemplo de cuántoconfunde, amanera y esteriliza la inteligencia esadoctrina filosófica. Lastimoso error, volvemos ádecir, porque en aquellos jóvenes á quien fascinóla nueva moda cifraban sus esperanzas la patria yla literatura, donde algunos habían hecho ya conlucimiento sus pruebas, mostrándose en el estilo yen el arte de escribir, objeto principal de nuestratesis, puros, nacionales, verdaderamente españoles.Pero ¿qué había de suceder, si el jefe de la secta,como hemos visto, declaraba inútil y tosco el ins-trumento que manejaban, y los hacía avergonzar-se de escribir como sus padres escribieron? ¿Quéhabía de suceder, si con su ejemplo los arrastrabaá formar en medio de nuestra sociedad literariauna especie de sanhedrin misterioso, un como antrode sibilas, de donde sólo debían salir, envueltas envapores oscuros y flameantes, palabras laberínticas,enmarañados conceptos, estilos de pura convenciónpara seducir á las gentes indoctas? En el mismoSanz del Rio, como en Pitágoras, hubo dos hombresdiferentes, el público y el privado. Aunque medianoorador, era en sus explicaciones ex-cátedra, claroy castizo, según cuentan, lo que no parece invero-símil, recordando su Discurso ina%g%ral del añoacadémico 4857 i 58, y algún otro rasgo fugitivo desus obras; pero cuando al coger la pluma de filósofose le acordaba su pretendida misión profética ytrascendental, arropábase con su manto de oscuri-dad y tinieblas, á fin de parecer más que un hom-bre. En aquella actitud, indudablemente fe poseía,como demonio tentador, un profundo despreciohacia todo elemento nacional, empezando por lagramática de esta Academia y por sus mismos lec-tores, á quienes juzga tan atrasados, que única-mente repitiéndoles una y mil veces los conceptosmás triviales, y exponiéndoselos ab ovo, podríanser de ellos comprendidos.

Sólo así nos explicamos las pomposas vaciedades

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que han salido de su pluma y las de sus discípulos,donde la critica más zahori, para descubrir en elfondo algún vislumbre de pensamiento, y eso pue-ril y rancio y tortuoso, tiene que hacer esfuerzossemejantes á los del marino que sondea el grandeOcéano para sacar al cabo de muchas horas y fati-gas un puñado de arena ó un manojo de algas. Asíy sólo así concebimos, en escritos llamados arro-gantemente filosóficos, desvarios como casi todaslas notas y adiciones del Ideal de la humanidad, suobra maestra, de sus pobres discípulos embeleso, yde nosotros los simples mortales desesperación.Aquellos Mandamientos de la humanidad, parodiaimpía de los de la Ley de Dios, plagio rastrero delCatecismo positivista de Augusto Compte, que aca-baba de publicarse en París (1852), divididos engenerales y particulares, donde se desconoce portal modo la noción rudimentaria de lo que es par-ticular y lo que es general, como la significación delas palabras más comunes, no ya en estilo pura-mente literario, que esto podía ignorarlo impune-mente Sanz del Rio, sino en el filosófico, que erasu especialidad; aquellos consejos al hombre de quesantifiqueá Dios y se santifique á sí mismo (l.°y 3.°),que entrañan un paralelo herético entre el Criadory la criatura, acaso por haber aplicado el verbosantificar sin conocer su significación; aquel man-damiento de amar á todos los seres y á sí mismocon pura inclinación (8.°), como si no hubiera ennuestro idioma palabra más gráfica y expresivapara designar el amor del espíritu, huyendo de todosentido material, que es justamente el que la incli-nación revela, por lo cual resulta doblemente in-aplicable con el objetivo puro; aquellas recomenda-ciones de combatir la fealdad con la belleza (22),frases tan desnudas de toda metáfora, tan bajas óimpropias, que parecen copiadas de un anuncio decosméticos y perfumes; y todo aquello mezcladocon los más disolventes apotegmas de la teoríapanteística, como ordenar al hombre que nieguetributo á la fe y á la autoridad, é infundirle la espe-ranza de convertirse en Dios más tarde ó más tem-prano; todo aquel cúmulo de monstruosidades, paraser puesto en su verdadero punto crítico, exigiríamayores talentos que yo poseo, mayor espacio queel que me resta.

No concluiré, sin embargo, con el porta-estan-darte de los germanófilos en España sin traeros ála memoria su famosa disertación sobre el organis-mo científico-universitario de la sociedad futura,que hasta en documentos oficiales se ha queridoparodiar recientemente, con ser el más rancio yridículo estrambote que al Ideal de la humanidadpuso su traductor. A vosotros se os habrá caido ellibro de las manos al llegar á tan estupendo pasaje,sin que os tomarais nunca la molestia de pensar por

qué; pero es preciso que apuréis la amarga copahasta las heces, penetrando conmigo en aquel dé-dalo de frases enmarañadas y de oraciones sin con-cluir, donde se repiten cien veces los más vulgaresconceptos y los originales no se entienden ningunavez; donde el único plan que el autor parece ha-berse propuesto es volver las Universidades á laEdad Media y convertirlas en behetrías, con su fueroespecial científico y jurídico, incompatible con laarmonía histórica-espiritual-natural á la vez, quepara las demás instituciones de la sociedad regene-rada preconiza. Cierto que ningún crítico imparcialdebe haber penetrado hasta hoy en semejante maz-morra, donde el espíritu se asfixia y entontece.

Tres son, según el propagador krausiano, las ins-tituciones interiores de la ciencia (¡instituciones in-teriores!) «que se relacionan particularmente con la«institución científica (universidad) llamando así la«sociedad humana para la ciencia.» Helas aquí: «laBiblioteca, la Academia, la Cátedra.» (Al revés melas calcé, dirá cualquiera entendido.) Óigase ahoranueva y sorprendente doctrina sobre las tres insti-tuciones.

A la Biblioteca nos la presenta buscando libros,junta en uno con el bibliotecario y en una sola per-sona confundidos, como si el bibliotecario no fuesede carne y hueso y la biblioteca de cal y canto. Elmérito de los libros ha de clasificarse «sin juzgar«directamente de su valor literario, sino su relación«histórica, y la que guardan con las producciones«contemporáneas, con el autor, como su padre , y«con el estado literario del pueblo y del siglo;» ga-limatías que en cristiano quiere decir, que se clasi-fique el libro con relación á su época, á su autor yá la ciencia de que trata; lo cual si no resulta juiciocritico, y literario y directo, venga Dios y véalo. Encuanto á novedad científica, mucha más tiene cual-quier* artículo del Reglamento oficial de archiveros-bibliotecarios. A la Academia la llama «instituciónpersonal» en unas partes, y en otras «particular yrelativa,» como si pudiera ser duendina, á tenor delos entes del P. Fuentelapeña; la atribuye «finesmuy varios, y cada cual propio,« sacándonos delerror de que pudieran ser ajenos, y añade muy ho-rondo que ha de «tratar cuestiones» y ha de «hacerconsultas,» notabilísimo descubrimiento filosófico-administrativo, que dejará espantados á los oráculosde la Administración española, Posada Herrera yColmeiro. Finalmente, «la verdad hallada» en laAcademia ha de tomar «forma exterior,» que es lacátedra, y en la cátedra ha de ser «expuesta (¡pás-mese el orbe!) en forma de doctrina científica,» y noen coplas de Calaínos ni en recipe de botica. ¡Seño-res Académicos! ¿No es esto escribir por escribir,sin saber lo que se escribe? ¿No es esto amontonarpalabras, como el minero amontona escoriales á la

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boca de la mina, sin distinguir lo que es tierra de loque es oro?

(El Sr. Barrantes concluye examinando la misiónlingüística, que á sí misma se atribuye la escuelafilosófica de Krause, y haciendo breves reflexionessobre la manía de reformar los idiomas en quecoinciden casi todos los visionarios filosóficos.)

* * *

LA SALVACIÓN' DE LAS CREENCIAS V DEL IDIOMA

POR LA MUJER.

El discurso del Sr. Nocedal, aunque hreve, puedeconsiderarse dividido en tres partes; en la primeraestudia la lucha entre la incredulidad y la fe; en la

inunda señala orígenes comunes en España á la¡dea del progreso y á los principios filosóficos querompen con la fe, y en la tercera indica á la mujer,-u noble misión en estos tiempos.

A finos del pasado siglo, dice, la protesta religio-sa, convertida, cual era de esperar, en escépticafilosofía, pasó, como también era do suponer, áconvertirse en orgía revolucionaria y sangrienta.El drama patibulario de la revolución francesa fu ócombatido por toda Europa; pero sucedió que todaKuropa, al combatirle, quedó con el contacto infi-cionada. Permitió Dios que un hombre de entendi-miento gigantesco, provisto de todas las dotes degran capitán, enfrenando, al parecer, la revoluciónen su patria, la paseara en realidad triunfante porlodo el mundo, esplendorosa con el brillo de susvencedoras armas. Los soldados de aquel caudilloque, en apariencia, había restablecido el culto ylevantado los derruidos altaros, llevaron en laspuntas de sus bayonetas, de nación en nación y depueblo en pueblo, los funestos principios de la re-volución infernal que se gloriaban de haber aherro-jado y vencido. ¿Quién tuvo la feliz idea de cono-cerlo y do oponerse denodada, tenaz y desespera-damente, movido por seguro irresistible instinto, á¡a invasión armada do las ideas filosóficas de la re-volución francesa? El pueblo español, este heroico'• altivo pueblo, que sin saber á punto fijo por qué,:in explicárselo bien, sin hacer ni escuchar largasarengas que se lo pusieran de manifiesto, por in-tuición, como movido por el dedo de Dios, dijo alsoberbio, feliz y triunfador propagandista: De aqv/íno pasarán; y del propio modo que las soberbiasolas del Océano no pasan nunca, ni en las másgrandes mareas, del límite que las puso Dios conomnipotente dedo en blanda y movediza arena, yde allí retroceden rugiendo á las playas antípodas,asimismo el católico pueblo en que vivimos dijo alcoloso: «no llegarás á las columnas de Hércules;» yno llegó, y retrocedió sin parar y sin lograr momen-to de reposo, hasta la roca de Santa Elena.

Esto hizo España, no solamente para defender áuna dinastía, no por conservar tan sólo su integri-dad, sino por conservar su fe y su unidad católica,y por cerrar sus puertas á impías sectas y á intru-sas filosofías.

Esto, y no otra cosa, fue nuestra guerra de la In-dependencia; para esto, y no para otros fines, dioMadrid el generoso grito de alarma en el memora-ble Dos de Mayo, y respondió sin vacilar Españatoda; para esto se llenaron de sangre nuestros cam-pos y nuestros ríos, los fértiles valles y las inacce-sibles montañas. Por esta razón tuvieron por here-jes casi todos los españoles á los invasores; poresta razón escribieron en sus banderas nuestrospadres /Dios, Patria y Rey! Por esta razón se de-fendió Gerona tomando por caudillo a San Narciso,y so levantó á los cielos el nombre de Zaragoza,apellidando á sus innumerables mártires, y can-tando de la Virgen del Pilar,

Que no quiere ser francesa,que quiere ser capitanade la gente aragonesa.

Unos cuantos ilusos, hombros de bien á carta ca-bal, mas por todo extremo candidos, reunidos enCádiz, encerraron en un Código los principios quetraían en sus aceradas bayonetas las huestes inva-soras; y defendiéndose heroicamente, como todaEspaña, de las bombas y granadas enemigas, admi-tieron ¡ceguedad lamentable! los envenenados pro-yectiles políticos y filosóficos. En vano, en vanoinvocaron á la Santísima Trinidad; inútilmente con-fesaron que la religión católica, apostólica, romanaes la única verdadera : los principios filosóficos sehan divorciado después de la religión verdadera, yhoy los que se llaman hijos y herederos de los le-gisladores de Cádiz, ó eligen lo que ellos llaman li-bertad, dejando á un lado la fe de sus madres, ódesfiguran la historia de los santos, ó blasfeman dela Santísima Trinidad, á despecho de los que la in-vocaban al frente de su Código, ó conceden al errorlos fueros y franquicias que sus inadvertidos pro-genitores reservaban á la única religión verdadera.

¿Qué hay que admirar en todo esto? Principal-mente un misterio profundísimo de la omnipotenciay sabiduría divina; un misterio digno de que se re-cuerde á toda hora, por consuelo de lo presente,como esperanza para lo porvenir; que del agrado deDios fue siempre ocultar muchas cosas á los sabiosy prudentes, y revelárselas á los pequemielos.

Descuide el Sr. Barrantes, mi amigo querido ybien intencionado colega; descuiden los afligidos yespantados españoles que lloran con escasa espe-ranza do remedio: los prudentes nos han extra-viado; los hábiles nos han confundido; nos han per-dido los sabios; cuando Dios quiera nos han de

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salvar los pequenuelos. Entonces todos en Españaadorarán á Dios con el culto de la religión verda-dera, y se hablará, sin mezcla de jerga extraña, elidioma rico, armonioso, enérgico y cristiano deFr. Luis de Granada y de Santa Teresa, de Lope deVega y de Cervantes. Va lo uno con lo otro, y todolo ha de salvar Dios por ministerio de los peque-fiuelos. [

Por lo pronto diré, á riesgo de que se rían los quese apellidan sabios y de ignorante me motejen, quehay fundada esperanza, pudiera llamarse seguridadcompleta, de que la lengua de La guía de pecado-ros, la de Los nombres de Cristo, la de Las mora-das; en fin, la lengua castellana, será conservada delÍnflcionamiento krausista por unos pequenuelos quese llaman las mujeres.

No llevareis á mal, vosotras las que honráis esteacto con vuestra presencia, que os llame pequenue-los. Nada hay más fuerte que lo débil; nada másgrande que la piedrecdla que derribó la estatua deNabucodonosor. Pequeñuelas sois en comparaciónde los sabios y filósofos; lo sois, sobre todo, en elsentido del Evangelio; lo sois, y lo habéis de ser,en el sentido de salvadoras providenciales de unasociedad que vuelve la espalda á Jesucristo.

Ni es la vez primera que lo digo, ni es por ga-lantería, sino que mueve mis labios convicciónfuertísima y desapasionado juicio. De quien esperoyo en la época tristísima que atravesamos la salva-ción de España, de sus creencias, de sus tradicio-nes, y por consecuencia de su idioma, es de las mu-jeres, que saben la doctrina cristiana, y ponen enmanos de sus hijos eLsencillo y profundísimo cate-cismo del P. Ripalda, ó el precioso libro compuestopor el P. Astete. Ellas saben, y nos enseñan, y se-guirán enseñando á las generaciones venideras, queDios es un Señor infinitamente bueno, sabio, pode-roso, principio y fin de todas las cosas; y se rien, yse reirán perpetuamente de ese Mundo-Dios, ema-nación necesaria y efusión continua de la sustanciade lo absoluto, como dicen los panteistas disparata-damente; de ese Dios que contiene en bajo mediantesí el mundo, como añade Krause, en mal castellanopor añadidura, porque no se presta el castellano ádefinir correctamente otro Dios que el verdadero.

Cierto que los muchachos salen del hogar domés-tico, y son llevados á unos pozos de ciencia en que,á expensas del Estado, se les enseña filosofía krau-sista; que tanto vale como decir que se les enseñaá renegar de la sencilla y sublime fe de sus madres,y á considerarlas como ignorantes por no saber másque la doctrina cristiana. Pero aun con este gravetropiezo, que es justo deplorar mientras extirparseno pueda, no se ha perdido todo, aunque se hayaperdido muchísimo. Es posible, y aun probable, queel que de niño escuchaba embebecido á su madre,

se ria cuando joven de sus santas enseñanzas, si-guiendo las lecciones de científicos maestros y doc-tores. Pero el din menos pensado se apodera de sucorazón el amor de una mujer; por ella suspira yvive; por su amada rie y llora, y enfurécese celoso,ó tiembla de ternura enamorado. Pues en esa horarecobra la mujer su cetro, y mientras permanezcacristiana, no hay más remedio que hablarla encristiano. La mujer, en tal momento, sigue siendoconservadora de las creencias del pueblo español yde su habla hermosísima; porque el apasionado jo-ven, extasiado de amor, olvida á los doctores, yvuelve á aprender que hay Dios que tachona de es-trellas el cielo y cubre los campos de flores incom-parables; que Dios, crucificado, redimió de la servi-dumbre d3l pecado al género humano todo entero,y que, además, sacó á la mujer de la abyecciónmiserable en que vivia; y lo que no lograron ni elcielo con su rico manto do estrellas, ni el campocon su alfombra de lirios, violetas y rosas, consi-gúelo la sonrisa de la mujer amada, y todo en ellale parece encantador, bellísimo y casi divino, y ex-clama entusiasmado y gozoso: Gloria al Dios de lasVírgenes y de los castos amores; gloria al Dios hu-manado, que ennobleció á la mujer; gloria al Hijode la Virgen que elevó el matrimonio á sacramento;bendito sea Aquél que santificó la familia, uniendouno con uno, y para siempre.

No haya miedo que la requiebre do amores enalgarabía krausista; no hay temor de que la hablodel yo mismo reconocido en la conciencia y á distin-ción determinada del cuerpo, que como le conside-ramos propia y primeramente en nuestro ser ypropiedades, las puras nuestras interiormente sinnecesaria atención en este al cuerpo y lo tocante á élconsiderado, no haciendo esto primeramente i nues-tro propio ser—ser de espíritu y conciencia—sinosolo <S cuerpo y nuestro conocimiento de él, comoconjunto é íntimo conmigo.

Si cosas tan estupendas viniese á decir un ena-morado, la señora de sus pensamientos, por muchagana que tuviera de casarse, lo recibirla y contes-taría con una carcajada. Y este burlón alborozode la solicitada prenda de su alma, es gran conser-vador del patrio idioma-, que ni consiente el amorverse traído y llevado con tan enrevesados términos,ni olvidan nuestras bellas y despejadísimas españo-las que el engaño y la falsía van siempre envueltosen oscuras palabras; saben que en buen romance ymejor castellano aprendieron la verdad sn el cate-cismo, engrandecedora, sencilla, clara, sublime; yquieren el castellano, y no algarabía que las suenaá matrimonio civil y á casamiento á espaldas delcura y por detrás de la Iglesia.

Es necesario que el enamorado olvide á sus doc-tores y recuerde á su madre; deje á Krause y á sus

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discípulos, sus filosofías y sus estrambóticas frases,

y diga á su amada estas ó parecidas palabras:

¿Por quién me encuentran velandolas aves cuando amanece?¿Qué está en mi alma pasandoque me halla siempre llorandola luna cuando anochece?

La fuente clara y serena,las parvas llenas de trigo,mi huerta de flores llena,todo sin tí me da pena,todo me alegra contigo.

Como mi amor extremadono hay en todo el mundo dos;más que á mi madre te he amado,y si no fuera pecado,te amaría más que á Dios (4).

No es maravilla que las mujeres sigan fieles á Je-sucristo, aunque le vuelva la espalda el filosofismoreinante. ¡Tienen tanto que agradecerle! Y ellas,que obran por sentimientos y afectos del corazón,é impulsos nobilísimos del alma, le guardan la gra-titud que le deben. Nosotros solemos lavarnos lasmanos, esquivar compromisos, evitar peligros, ótemer burlas; ellas, entre tanto, despreciando todoeso, que en efecto vale poco, siguen la tradición deaquellas sanias mujeres que acompafiaron á la Vir-gen en el Calvario, y fueron con aromas á buscar áCristo en su sepulcro al amanecer del tercero dia.El ángel del Señor, cuyo aspecto era como un re-lámpago, y sus vestiduras como de nieve, les dijo áellas, y en ellas á cuantas sigan su camino: «-No te-máis vosotras, porque sé que buscáis á Jesús quefue crucificado.» Y con efecto, no temieron ni du-daron; ni ahora dudan ni temen, antes bien nos danejemplos que nosotros no imitamos; unos por te-mor, otros por mala vergüenza, y otros, que son lospeores, por echarla de sabios no queriendo repetirlo que dicen las ignorantes mujeres. ¡Pobres semi-sabios, ciegos y verdaderos ignorantes! Huyendodel clarísimo hablar de la mujer, que es ahora elpequeñuelo del Evangelio , inventan disparatadasfrases y locución tenebrosa, para pasar como des-cubridores de un mundo hasta hoy desconocido; yno saben que hace veinticuatro siglos que los re-trató de cuerpo entero el Rey Profeta en aquellasinolvidables pí.labras: «Dijo en su corazón el necioé ignorante, no hay Dios.» Dícenlo hoy muchos ódánlo á entender con frases tenebrosas, desporti-llando el muro que defiende y engrandece á la so-ciedad humana. Pero abandonado lo más importantede la fortaleza al femenino, devoto sexo, defién-

(1) El Juez de *;i cauta, comedia en tres actos, por un ingenio deesta corte.

dele con valor incontrastable, con sencilla tranqui-lidad, con perseverancia pasmosa.

(El Sr. Nocedal concluye saludando á la mujer es-pañola, tipo de la mujer cristiana, en quien fia laconservación de las creencias de esta católica tier-ra y de su cristiano lenguaje.)

MISCELÁNEA.

La hemospasia.

El doctor Junod acaba de publicar en Paris pororden del gobierno una obra que está llamada áejercer gran influencia en el estudio y progreso deuna parte muy importante de la medicina.

El doctor Junod es el principal iniciador de unmétodo, fecundo en aplicaciones, al que se ha dadoel nombre de hemospasia ó aeroterapia. Sabido esque consiste en sustraer á la presión atmosféricanormal una parte más ó menos extensa de la capacutánea por medio de aparatos especiales que for-man el vacío hasta un grado conveniente.

El libro es un resumen del método y la historiado la hemospasia, con detalles técnicos del proce-dimiento operatorio, exposición doctrinal, observa-ciones clínicas y documentos oficiales y pruebasjustificativas; partes diferentes, ligadas entre sí,que constituyen una obra importante y completa.

Aunque los efectos fisiológicos constituyan el ob-jeto real de una medicación, son, sin embargo,muy importantes para el módico, porque le guían,le esclarecen y le preservan de un ciego empiris-mo. Esos efectos demuestran cómo la hemospasiaobra sobre las grandes funciones de la economía,cuya energía reprime y debilita momentáneamente.Su misión es la de u*n poderoso modificador quedebe ser clasificado entre los contra-estimulantesmás activos. Es verdaderamente sorprendente lafacilidad con que el médico puede provocar á suvoluntad la traspiración ó el sueño, dos resultadosimportantes que á veees se intentan en vano em-pleando todos los recursos de la materia módica.

Las enfermedades en que el doctor Junod ha em-pleado su método con grandes resultados son prin-cipalmente las congestiones, las flegmasías, lasneurosis y las hemorragias, todas las cuales hanencontrado en la hemospasia un paliativo y algunasveces un medio curativo.

La hemospasia no descansa sobre dogmas y teo-rías; se apoya principalmente en la experiencia; asíes que el doctor Junod ha recogido y presenta en suobra una larga serie de observaciones clasificadasmetódicamente, con un índice muy útil para el mó-dico que quiere buscar cómodamente casos análo-gos á los que se le presenten. En esta revista clí-nica están representadas igualmente la medicina yla cirugía en sus acepciones generales y en sus di-ferentes especialidades.