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AÑo III MÉXICO, la QUINCENA DE MARZO DE 1900 NÚM. 5 REVISTA MODERNA ARTE Y C. IENCIA. DlRECTOR: JESUS E. VALEN ZUELA . ADMINISTRADOR: G. DE LA PEÑA

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AÑo III MÉXICO, la QUINCENA DE MARZO DE 1900 NÚM. 5

REVISTA MODERNA ARTE Y C .IENCIA.

DlRECTOR: JESUS E. VALEN ZUELA. ADMINISTRADOR: G . DE LA PEÑA

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REVISTA MODERi\"A.

D. JUAN RUÍz DE ALARCÓN)- MENTlOZA.

DON JUAN RUIZ DE ALARCON y MENDOZA.

LA YERDAD SOSPECHOSA.

PARA ,JESÚS E. YALF.NZlTELA.

DON GARCIA.

Cinco lustros después de haberla leIdo por yez primera, hemos repasado y vuelto á repasar La Verdad Sospechosa, célebre comedia moral, tan in­geniosa y bien dispuesta que por su invención, negociando lícitamente con Espafía, no obstante la guerra entre ambas coronas, Pedro Corneille ofre­cia dos de sus piezas mejores (1), lo que vale tanto como si hubiese querido dar Cina y Los Horacios.

Por obra tan famosa, dice Voltaire (2)-autoridad indiscutible en tales asuntos,-deben á España los franceses su primera comedia de carácter, como le deben, por haberla tomado de Guillén de Castro, su primera tragedia interesante. Y agrega el criti­co que probablemente por Alarcón tienen sus como patriotas á Moliere, el mayor de los poetas cómicos.

Hoy, como en nuestros alegres años juveniles, cuando entre una escena del escabroso Terencio y un coro de Séneca, nos engolfábamos en el. mar di­latado del teatro español (el primero del mundo),

I Dedicatoria y Examen de Le filil//mr.

2 Prólogo á comentarios de la misma comedia.

la obra iIicomparable de tan peregl'ino dramático nos ha embelesado y seducido, en tal manera, que, á no tener en cuenta que es inherente á la misera condición humana menospreciar de lo propio, por muy fino y aquilatado que sea, para rendir parias á lo ajeno, asi no tenga calidades que para tanto lo acrediten, no acertarlamos ni á comprender ni á explicarnos cómo y por qué hasta ahora,-y eso merced al talento y á la suprema cultura de pre­claro artista, -hemos llegado á ver y á aplaudir en uno de nuestros coliseos, en el que ha debido y de­he ser asiento de glorioso tri pode pal'a las letras mexicar.as, comedia de valor tan subido y de tan alto mérito; y que hasta hoy se hayan tributado allf al insigne Alarcón. principe de nuestros ingenios, palmas y laureles que ha tiempo debimos prodigar­le; laureles y palmas en mil ocasiones ofrecidos, y veces y veces mal gastados, en triunfal homenaje, á muchas insignificantes medianias extranjeras.

Pitreceme Alarcón en nuestra historia Íiteraria como pslahón de 01'0 y de diamantes que une pasa­do y presente, una edad y otra edad, un mundo y

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otro mundo; que nos enlaza con la Madre España; que mantiene en pié castizas tradiciones, que no debemos desdeñar, y que si mañana-Dios no lo quiera-dpjásemos de existir como pueblo libre, dueño de si mismo, con carácter y letras propias Huyas; cuando las gentes mexicanas, desde Sonora á Chiapas, hablaran extraña y pobre lengua, yaes­apareciera de aquí la nuestra castellana, solemne como la voz de nuesh'as cascadas, habla de reyes y ' de genios, opulenta de voces, giros y donaires, como tan ricos de oro nuestl'os montes, en la histo­,'ia del Arte, en los anales del pensamiento humano, ,'ivida nuestl'a patria con Alu'cón, en quien res­r'an'ipce magnifica el alma española dulcificada por la risueña alegria de nuestros campos en los cuales reina constante primavera, y calentada por los soles de Anáhuac,

SI; en las eternas páginas del teatro español per­durará por siglos de siglos, viva y real, con reali­dad patente y vida verdadera, sin que la achiquen tiempos nuevos, ni la opaquen flamantes usos, la he,'mosa figura de un mozo garrido de buenas par­tt\s, arrestado y ardiente, liberal y piadoso, magná­nimo y sagaz, en quien prendas tan altas son afea_ das por el vicio de cno decir siempre verdad,~ figu­ra singular, hecha de ' carne y sangre humanas, y animada por un soplo divino, en la cual supremas dotes de la inteligencia é hidalgas prendas del co­razón, son vencidas á cada paso por . una variedad siempre activa y una imaginación fecunda, pode­rosisimos·y muy principales elementos de un carác­ter hábilmente estudiado, profundamente compren­dido, de perfectisima traza, y diseñado por una pluma magistral.

En nuestra lectura, no escasa por cierto (y nadie tome tal dicho á falta de modestia), en muchos es­tudios literarios y artisticos, no hemos encontrado precedente á este personaje de Alarcón, ni figura semejante al bizarro doncel protagonista de La Verdad Sospechosa,

¡Y qué bien combinados que aparecen en don García las cualidades que informan su carácter y 80n partes constitutivas de su modo de ser! ¡Y qué atinadamente que las equilibró el poeta para no hacer antipático á su galano maucebo!

Aparente ecuanimidad, por singular fenómeno p.-oductora de un vicio, hijo de una excelente fa cultad y de maJ[sima pasión, que suelen la plenitufl intelectual y la entereza de corazón engendrar una vanidad, por todo distinta de la que anida en 1'1 necio y vive de él con irifecundas manifestaciones, La vanidad en el hombre es, á las veces, y más fre­cuentemente de lo que el vulgo, ajeno á toda ob­sél'vación psicológica, piensa y cree, productora de Jloblt>s hecho~, de excelsas ob,'as y de hazañas' dig­Has de loa, De aqui que el producto de al'tisticas labores no pueda vivÍl' en el olvido y que afronte los azares de la publicidad, antes que pel'manecel' en la obscuridad de un gabinete,

¡Y 'Iué donosamente que supo el dramaturgo po­ner en contraste tales prendas y tales dotes y tales calidades, aliado de la sesuda y parsimoniosa gra­vedad de don Beltrán, cerca de la glacial experien­cia del Letrado, y junto á la turbia rectitud de Tris­tAn, más que criado, amigo, y más que amigo, con-

fidente, en quien,-por modo extraño, mas no por extraño menos verdadero y humano, se adunan las tolerancias de un viejo recto y honrado con las tru­hanerías de un bellaco, En Tristán está el hombre práctico, desengllñado de la vida, en quien pueden más que los empeñils de un padre cariñoso como don Beltrán, y que los atractivos de una Corte, los medros probable(de un corregimiento productivo,

¡Qué fina perspicacia psicológica demuestra Alar­cón, al sorprender los móviles arcanos de la con­ducta de don:García! ¡Cómo de un conjunto de cua­lidades hace brotar uu vicio que todo lo empaña, todo lo desluce y todo lo afea!

Mucho nos engañamos, ó la vanidad ostentosa y la imaginación, por demasiado activa frecuente­mente desenfrenada, son las bases en que se asien­ta el carácter del mentiroso,

Textualmente lo dice Alarcón, por boca de su protagonista, ahondando, hasta lo más profundo, con tacto digno de Shakespeare,-«el buzo inmortal de los océanos del alma»-en el corazón de su per­sonaje:

Don Garcia:

¿Diceme bien este traje?

Tristán:

Divinamente, señor, ¡Bien hubiese el inventor Deste holandesco follaje!

á lo cual don García, constándose á si mismo, repli­ca contra el elogio que hace Tristán, no sin diabó­lica malicia de las modas de Flandes:

POI' esa y otras razones Me holgara de que saliera Premática que impidiera Esos vanos canjilones, Que demás desos engaños, Con su holanda el extranjero Saca de España el dinero Para nuestros propios daños, Una valoncilla angosta, Usándose, le estuviera Bien al rostro, y se anduviera Más á gusto á menos costa, Y no que con tal cuidado Sirve un galán á su cuello, Que por no descomponello, S/3 oh liga á andar empalado,

Entonces como ahora, sea dicho de paso, un cue­llo solia dar á su dueño demasiado quehacer,

Más adelante (Escena VII del Acto 1), pone el poe­ta en labios de su galán pintoresca descripción de una fiesta dada en las orillas del rio (descripción tradudda, casi al pie de la letra, por la atildada musa de Corneille), cuadro deslumbrante en que el facundo mozo que apenas llegado á la Corte sueña ya con brillantes fiestas y galantes aventUl'as, ha­ce derrochador alarde de poética fantasia,

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68 REVISTA MODERNA.

Cuantos hayan visto ó leido la comedia recorda­rán tan linda descripción. En ella el autor, uno de los dos principales elementos del carácter de don Ga¡'cía. La fiesta ha sido suntuosa, y la mesa

A lo italiano curiosa, A lo español opulenta.

Ni podia ser de otra manera, como imaginada por mozo tal, inteligente, vanidoso, vivo de pensamien­to y de palabra, heredero de un mayorazgo, y que en las platerias, á la puerta de un joyero, acaba de decir á Jacinta:

Las joyas que gusto os dan Tomad deste aparador

El afán de mentir asi queda explicado más ade­lante, cuando Tristán le interroga acerca del su­puesto convite, :í lo cual resp0nde don García:

Fingílo porque me pesa Que piense alguno que hay cosa Que movér mi pecho pueda A invidia ó á admiración, Pasiones que al hombre afrentan; Que admirarse es ignorancia, Como invidiar es bajeza. Tú no sabes á qué sabe, Cuando llega mi portanuevas, Muy orgulloso, á contar Una hazaña ó una fiesta, Taparle la boca yo Con otra tal, que se vuelva Con sus nuevas en el cuerpo, y que reviente con ellll~.

Tristán:

¡Caprichosa prevención, Si bien peligrosa treta! La fábula de la corte Serás si la flor te entrevan.

Don Garcia:

Quien vive sin ser sentido, Quien sólo el número aumenta, y hace lo que todos hacen, ¿En qué difiere de bestia? Ser famosos es gran cosa, El medio cual fuere sea. Nómbrenme á mi en todas partes y murmúrenme siquiera, Pues uno por ganar nombre Abrasó el templo de Efesia.

y como última razón que disculpe su vicio, agrega:

y al fin, es este mi gusto Que es la razón de más fuerza.

En estos pasajes, todos ellos del Acto J, quedan apuntados los móviles que impulsan á mentir á man­cebo tan listo y tan hidalgo, acabado de llegar de Salamanca, donde al decir del anciano bajo cuya tutela habia vivido,

Son mozos, gastan humor, Sigue cada cual su gusto: Hacen donaire del vicio, Gala de la travesura, Grandeza de .a locura; Hace al fin, la edad su oficio:

y es del caso hacer notar, después de esta cita como rasgo interesante del carácter que vamos ana lizando, tan sabiamente pintado por el poeta meji­cano, que no es don Garcia ni mujeriego ni liberti­nO,-por mucho que en él rebosenenergias juveni­les,-como podrian suponerlo oyentes y lectores de la comedia, á poco de conocer los anteriores ver­sos colocados con mucho acierto en las primeras escenas de la obra, no; don Gm'cía en la Escena JII del Acto l,-diálogo que en el teatro no escucha­dan sin escándalo nuestras pudibundeces.finisecu­lares,-aunque suelen ellas estar muy á sus anchas y muy regocijadas ante las burdas crug.ezas del género minúsculo; diálogo que acusa en Alarcón pasmosa habilidad, pues con lo que se dice en tal pasaje da soberbia belleza al carácter de Su prota­gonista haciéndole por extremo amable, don Gm'cía escucha con marcada indiferencia la relación de Tristán acerca de las codicias y liviandades de las mujeres de la Corte. Oyele el mozayo, y óyele con­trariado, y no porque tema caer en un lazo, sino porque no cuadra de amorfos vergonzosos contra los cuales le sirve de escudo su fantasia ensoñado­ra, noblemente galante. Desvía la conversaci6n, tratando de descubrÍl' la vida pasada de su criado, y á poco, como si le impulsara un ángel bueno, se lanza en pos de dos damas bellas y aristocráticas que á la sazón bajan de un cal'l'uaje frente á la tienda de un orifice.

Estos sencillos elementos fueron suficientes á Alarcón para trazar el carácter de su personaje COII el cual se conquistó perdurable fama y gloria du­radera, alcanzando puesto al lado de Ivs más en­cumbrados dramaturgos. A su talento artlstico, á su conocimiento y á su dominio de la escena débe­se la fábula cómica; pero á su observación psicoló­gica, á su penetración filosófica, á su práctica en el mundo y á su experiencia de la vida, es debido es· te personaje de don Gl1rcía, esta creación maravi­llosamente humana, la mentira y el embuste son gemelos, y el mentiroso llega á. creer firmemente en sus mentiras. No se le escapó á nuestro dramá­tico esta natural engaño de la propia imaginación, y acertó á consignarle en una de las escenas más interesantes, en la Escena IX del Acto n, cuando don Beltrá.n, indignado, echa en cara á su hijo el vicio que le domina,' le afrenta afeándole sus pro­cederes y demostrándole la inutilidad de la menti­ra y lo infructuoso de ella, en comparación con los demás vicios de que adolece la triste humanidad. Don Garcta se indigna á su vez, y exclama:

Quien dice que miento yo Ha mentido.

Don Beltrán:

También eso Es mentir. Que aun desmentir No sal}es sino mintiendo.

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Rasgo de profunda observación, y último golpe de cincel con que el insigne corcovado, gloria de España y de Mexico, dió término á este carácter, que con otror que mucho se le parece, y entre los cuales hay afinidades comunes, el don /lfendo de Las Paredes oyen, bastan y sobran para dar soli­dez y perennidad á una fama, y asegura¡' á un au­tor gloria perdurable en los anales artlsticos de una nación y en la memoria de los pueblos cultos.

¡Tanto merece el ingenio humano, cuanto tanto al­('.anza! Tal gloria no consiste en imaginar y decir bien, sino en vencer y dominar las rebeldes pujan­zas de la forma, «y sobre todo-como dice Menén­dez Pelayo, á propósito de Shakespeare,-en elma­ravilloso poder de crear caracteres y fisonomías humanas, reales y vjvas, que es entre todas las fa­cultades artísticas la que más acerca al hombre á su divino Hacedor. >

A MARIA GUERRERO.

Señora, hasta las gradas de tu trono me envia Mi Emperatiz, la Santa y Augusta Poesia!

Ser orfebre quisiera y en tus regias diademas Pulir los alabastros y abrillantar las gemas; O un pintor bizantíno por nimbar tu . figura Con el oro sagrado que en Bizancio fulgura; O un cincel que esculpiera en el noble Carrara Tu beldad; ó una lira que tu nombre aclamara; O una abeja sUl'giendo de la flor del laurel Por dejar en tus labios una gota de miel!

Pero vengo sangrando del vía crucis sombrio y el dolor me lacera y me abruma el hastio .. .. Del cenobio he surgido! La leyenda de antaño Hoy se cambia, Señorá, y el obscuro ermitaño Que á las crueles mordidas del cilicio sangraba, Va buscande en sus ansias á la Reina de Saba! ¡Oh Belkiss! tú eres ella, tu eres ella ¡oh María! Tu alma blanca y radiante ilumina á la mia; El incienso y la mirra que recelan tus urnas Embalsaman las hondas soledades nocturnas; Atraviesa las sombras del desierto inclemente Con parábola de 01'0 la falárica ardiente, .. ! Ahí van tus camellos, tu elefante, tu onagro y el desierto se incendia con la luz del milagro!

Sufre mucho Maria, quien se llama Poeta . . .. En la arena hay un laul'o cuando triunfa el atleta y las rosas estallan y el clarin vocinglero Alabando la gloria del invicto guenero!

A esas dichas ajeno el Poeta entretanto Va vertiendo en su lira Jos diamantes del llanto. Va dejando en las frentes fulgurantes estrellas y ens&ngrienta el camino con sus trágicas huellas! Va llevando cortejos con triunfal harmonia y agravando el silencio en su alma vacia . .. ; Es un Tántalo enfrente de las dichas ajenas y un Procusto en un lecho de amarguras y penas!

El Poeta, el bastardo de la diosa Fortuna Mece ritmicamente del infante la cuna, Hasta el tálamo ebúrneo acompaña á la esposa y entreteje para ella con el lirio la rosa, y si al héroe arrebata la glacial sepultura Por eluumen del bardo su renombre perdura!!

RAFAEL DELGADO.

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70 REVISTA- MODERNA.

¡Ah! mas si el bardo canta en la noche sombria, La Dama cierra al punto su alta celosia . ... En vano se estremece la ansiosa serenata Que al fin en la tiniebla sus notas desbarata! El balcón es de mármol: está felo y distante .. . _ No hay manojos de rosas para Siebel amante! No hay escalas de seda para el dulce Romeo, Son mudas y son hondas las ondas del Leteo _ ... !

¿Amas las margaritas, oráculos de amores? . . . Asi somos nosotros, asi, como esas flores; Cuando sólo y sin hojas mustio queda el botón Dice al fin la adorada: Era yo su pasión! ¡La Dama y el Poeta! Ya viste ese desvío y al trovador errante bajo el balcón vacio .. .. ¿Y el Poeta y el prócer? ¿El paladin y el Vate? ¡Ah! también es de mármol la casa del magnate! y sólo llega el numen hasta el palacio yerto Para dejar su ofrenda sobre Mecenas muerto!

No es ambición, Señora, la que mi canto inspira, Pero siempre la espada fué hermana de la lira Y siempre, antes que César lograra su trofeo, Vibraron belicosos los himnos de Tirteo .... ! No ambiciono los dracmas del opulento Creso, Es más rubia una trenza y es más .sonoro un beso! Y como numismática, la imagen de mi amada El bronce ele mi pecho ostenta troquelada; Sonoramel ,t,~ brotan zequies y talentos De sus ojos radiosos, de sus labios sangrientos Yes el más noble exergo, después de mi reclamo, Un musical, un dulce, un trémulo: te amo!

Perdona, ilustre artista, si el alma ante ti deja Un himno en cuyo fondo vibra una triste queja! Si sangre hay en los lirios que para ti he cortado, En mi pecho han nacido y mi pecho ha sangrado! Perdona si al brindarte la copa que mereces Por darte todo el vino te he dado hasta las heces! Bajo el claro de luna de tu alma blanca y pia Han brotado las hiedras de mi alma sombria. Deja que tu diadema de emperatriz celebre Engarzando obsidianas el pesaroso orfebre .... !

Señora, hay en .mi patria muchos gloriosos días! Hay épicos relieves; hay un épico haz: Hidalgo y Mina; Juárez junto á Porfirio Diaz, Los rayos de la guerra y el iris de la paz!

Qué instante más propicio! Cuándo mejor que ahora Podrá tender el arte su adamantina aurora! Si ya apagó la Guerra sus lividos fulgores, El Floreal del Arte puede regar sus flores. Si huyó el Invierno triste, si duerme el vendaval, Ya pueden en la encina cantar los ruiseñores Y arder sobre la noche la Aurora Boreal!

¡Oh Artista noble y grande! sé la augural estrella Que anuncia el plenilunio-y vivida destella! Traigan, si ya el Diluvio cesó y el astr(asoma, Olivos y laureles tus alas de paloma; Sé el iris fulgurante tras deJa tempestad! Señálanos la era de la gloriosa edad! Sé la fecunda lluvia! sé la temprana flor Para la Primavera del Arte y del Amor!

JosÉ JUAN TABLADA.

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REVISTA MODER~A 71

LA DE SAN QUINTIN.

Benito Pérez Galdós, ese observador plástico de la vida que, ennoblecido por el trabajo, posee ya un sillón de blasonado respaldo en la asamblea de los ilustres, después de levantar con atlántico es­fuerzo las impertérritas columnas de la novela es­pañol a contemporánea, ambicionó laureles más nue­vos, epinicios más sonoros y triunfos más opul en­tos.

Su nombre era glorificado desde antaño por la devoción de los hombres de pensamiento, bajo los sauces del Jardin ElIseo donde Honorato de Bal­zac tiene, sobre un plinto formado con los volúme­nes que integran la Comedia Humana, el altivo obe­lisco de mármol que sólo otorga el entusiasmo uni­versal, á los grandes arquitectos, á los cerebrales excesivos, á los trabajadores fuerte~, á los que tu­vieron la elocuencia necesaria para monografiar una generación y la voz apocaliptica lle los profe­tas biblicos, para elevar hasta las excelsitudes de lo que nunca muere, los infortunios de -las criatu­ras.

Las adustas sombras de Lope de Vega y Tirso de Molina estremeciendo la' seda de sus flotantes

sudarios ' de inmortales, se tornaron risueñas, al aproximarse, surgente entre la gloria de un orto astral, ese nuevo cultor de la comedia que, después de buscar en Stratford el sepulcro de Shakespeare para orar ante él como un cruzado, llegaba, con el desinterés del oblato y la unción del catecúmeno á ofrendar las luminosas explosiones de sus células bajo el iconostasio del divino Esquilo.

No era un fatigado peregl'Íno que, roto el bácu­lo, imploraba piedad para sus plantas ensangrenta­das por las anfractuQsidades del camino.

Era un rubio paladin de merovingias guedejas que había pasado á la vera de la ruta de Panurgo con la mirada fija, en las frondas de la selva roja, sin que lograran distraer su oido vigilante los ba­lidos de los carneros legendarios, ni extraviar la obsediación de su pupila serena, el incierto parpa­deo de los astros agoreros.

Bajaba de las altísimas torres del falansterio que habitan los estetas más austeros!

Estilista sin preciosismo, sabía tallar los ignivo­mos topacios, pulir las perlas hasta darles orientes de luminosidad lunar, ' identificar los viejos ma.rfi

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les, restaul'ar los camafeos de numismáticas lineas, beneficiar por medío de esotéricos sistemas las más raras piritas del léxico ' . , ,

Sus conocimientos en la gran ciencia de escribir, le habian acreditado de insuperable entre los mejo­res de su oficio, en uno de los paises donde más no­blemente se ha escl'Íto desde que el libro pasó de las manos de los copistas á las prensas de Magun­cia para sel' un fal'o encendido y una fuerza de evo­lución inexorable,

Analista, conocía muy bien los complicados fenó­menos de la vida interior,

Habia explorado con fortuna las más hurañas conciencias obtelliendo siempre la revelación cla­ra y precisa de las enfermedades artificiales que al alma moderna agobian,

Valiéndose de un método rigurosamente cientifi­co, disciplinaba con singular rigidez, sus faculta­des especulativas, llegando fácilmente al origen de las pasiones naturales que, con tan rara videncia, condensaba en las páginas de sus libros.

Compositor, era sagaz, proficuo en floraciones de ingenio, y moderno en los procedimientos, sin ama­neral' por ello la originalidad de sus pl'oducciones, con vehemencias imaginativas ó inverosimilitudes, de las que alteran la lógica secuela del romance,

Sabia ser convulsionarío sin caer en las intempe- . rancias de lo trágico,

El amor que hacia sentir á sus muj "llS era el de todas las hembras que han amado de" ,itl el génesis de las edades hasta nuestl'os dias, á todos los hom­bres de todos los tiempos, desde el brutal lacustre hasta el metropolitano finisecular,

Ningún recurso intimamente vinculado al pro­blema que se proponia plantear, le el'a desconoci­do ó rebelde, porque, dotado de una sensibilidad equidistante, poseia, perfectamente adaptadas á su privilegiado organismo, todas las faculta.des de los sentidos que afinadas por el rudo trabajo de la ce­rebración, permiten al literato sorprender por igual manera la musical tenuidad de los sonidos que producen los diáfanos ritmos del espacio, que las palpitaciones del corazón~ agitado tras la reja de las costillas, .

¡Habia logrado adquirir el maravilloso panteís­mo de crear de un latido una voz elegiaca del do­lor y de un arpegio de las moléculas dispersas un clamor de la naturaleza. sensitiva!

Pensador, sin sel' fabrí¿ante de apotegmas con­ceptuosos, oi energúmeno de los que vociferan, avanzaba á la vanguardia de ·los más implacables é inconoclastas demoledores,

Era. socialista, amorosa y blancamente, por al­truismo de cultura y simpática dilección hacia los oprimidos, sin pretender por eso, imponel' los capi­tulos del credo futuro con la canina rabiosidad de los sectarios que intentan hacer triunfar la subli­me idea de la igualdad por medio da la violencia, haciendo de los fanáticos, mártires insentatos y de las explosiones dinamiteras, lúgubres cantos de victoria,

Uno de los más perfectos cuadros veristas del dramaturgo, llevados á la escena, fué la historia del casamiento de Victor de Nada, nieto de nadie, con Rosario de Trastamara, nieta de reyes,

En la católica Ficobriga, en el pueblo donde la­apasionada Gloria de Lantigua sacrificó su cora­zón cl'istiano, en pro nel amor hueno, ~n la conven­cional villa marítima en que la. blouda esposa de Daniel Morton pereció fulminada en las lumbres de la pasión después de mecer á su niño en la tela de araña fabricada con las babas de la intriga, en aquel mundo de los pequeños, donde el sol no alumbra muy bien, porque á veces la corrupción so­cial vela sus fuegos con pardas nubes preñadas de estridores, se verificó ese drama, en el cual, las al" mas de fuego no detollaron con estertoroso acento, ni el miedo puso sus rictus lividos en los flancos de los puñales esgrimidos por el impulsivismo, ni la sangre ornó con sus rojos lambrequines, la carne tl'emulenta, al ser vertida por las manos de los ase­sinos.

La pieza en su estructura dramática, no tiene na­da de teatral en el sentido en que pudieran intel'­pretar el calificativo los dramaturgos poco escru· pulosos con el árte verdadero que, ambicionan úni­camente, el inmediato triunfo de los falsos efectos escénicos, sin experimentar remordimiento alguno, cuando, al caer el telón, excitando las bestiales acla­maciones de los burgueses, la verdad fecunda, la verdad verdadera, resulta infibulada como una ye­·gua de hipódromo, padeciendo en esa' infanda bre­ga todas las crucifixiones, todos los atentados, to­das las injurias que puede desarrollar la protervia del autor, para quedar al fin, tan esclisiada y do­liente, com, quedara la Venus de Milo después de sufrir en la impolutamente blanca blancura de su rostro, las osculaciones de un carbonero beodo, , , ,

El argumento de que se sirvió el excelso artista para expresar por medio de imágenes veridicamente plantificadas, su ideas y sentimientos respecto á una importantisima faz de la vida contemporánea, es sobrio en su prótasis, ingenioso y patético en la par­te intermedia, sujestivo y bellisimo en el desen­lace:

Los señores de Buendia, antiguos pasteleros en­riquecidos ya, celebran jovialmente el octogésimo-_ octavo_ natalicio del laborioso Don José, del propio apellido, abuelo paterno de la familia y patl'iarca muy querido en el lugar,

En un instante en que el octogenario y su único he­redero (Don César) logran sustraerse á las atencio­nes de las visitas, propone el viejo á su muy queri­do hijo que, tomando en consideración los intereses de la casa, acepte en matrimonio á Rosita Moreno, propietaria á medias de una productiva fábrica de escabeches y salazones.

Rechaza el cincuentón la propuesta del anciano, alegando entre otras razones tener dos hijos adul­tos, sanos y muy capaces de perpetuar su dinastía,

El viejo observa que la jovdn (Rufina) se hará monja cuando él muera, y el varon (Víctor) por su mala cabeza y las ideas disolventes adquiddas en los libros, será incapaz de observar el severo régi­men interior de aquel hogar engrandecido por me­dio de la incesante prp,ctica del ahorro y la inaudi ta observación del agio en las operaciones financie­ras.

Después, anunciada previamante por su primo, un marqués entrampado y botarate, que ha ido esa

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REVISTA MODER~A. 73

mañana á lil mansión de los Buendia para finiqui­tar una deuda de usura contraida con Don César, aparece, jubilosa y en la plenitud de su hermosura, Rosario de Trastamara, linajuda señora, recién viu· da que, arruinada por los dispendios de su difun­to marido, va á solicitar consejos del viejo que la conoció con larga antelación, desde muy pequeñita, cuando el buen bizcochero no el'a más que un hu­milde mayordomo de sus ilustres antepasados, los señores de San Quintill,

Don José, entl'e carantoñas y halagüeñas frases, propone á su amiga que acepte alojamiento en la casa de los Buendia, ella rehusa de pronto, al recor­dar el infame comportamiento de Don César con los duques, sus progenitores, en ciertos negocios poco limpios del prestamista, pero al fin, seducida por las súplicas y los ofrecimientos del viejo, cede, sin ' amenguar por ello la heredada antipatia que le ins­pil'a el negociante,

Decidida Rosario á aceptal' la hospitalidad del antiguo intendente procede en compañia de su don­cella á abrir sus petacas para desempacar los ves­tidos que en ellas lleva,

Al estal' embargada en esa desagl'adable tan.a, llega Victor á quien la dama ha tomado por un ope­rarÍo y después de forzar una cerradura rebeld!', se hace identificar de la duquesa, recordándole cierta época de baños de mar en Ostende,

El mozo, después de aprender mecánica en Lie­ja, fué á Searing á tl'abajar en una gran fábrica, alli intimó con buenos compañeros, y los sábados, acostumbraba emigrar con ellos á Malinas ó Bru­jas, para correrla alegremente, enamorando á las muchachas, fl'ecuentando las tabernas y hasta ha­ciéndose querer de las barajas,

Una vez, los calaveras jugaron á la ruleta, ga­nando lo suficiente para hacerse pasar durante al­gunas horas por unos exóticos prlncipes,

Victor, aprovechándose del disfraz, invitó á pa­sear á la orgullosa señora de San Quintin y luego de aprovechar un entl'eacto de concierto y visital' la vaquería, en el baile, tuvo la natural osadia de hacer una apasionada declaración de amor á su no­ble pareja.

Refiérele luego lós detalles de su prisión, en Am­beres, cuando seducido por la idea socialista, pro­nunció discursos é inquietó á las multitudes, su re­greso á Madrid al reconciliarse con Don César y el culte amoroso que tuvo en la villa por su bella des­conocida de Ostende, por la elegante duquesa de San Quintin, alojada desde ese momento, en la hu­milde casa de los Buendia""

¿Cuáles relieves de la personalidad poseía el qui­merista para hacerse tan simpático?

¿Cuáles cuerdas sentimentales habia tocado en la lira de su alma máscula para lograr impI'esionar efusivamente á la mujer querida?

¿Por qué el fenómeno? La duquesa llega á renunciar por completo á sus

costumbres mundanas, la duquesa adopta sin es­fuerzo los hábitos de los Buendla, la duquesa apren­de á planchar, la duquesa lava la ropa ó amasa la harina con sus delicadas manos, la duquesa, á pe­sar de la secular magnificencia de sus blasones y de la invencible altiveza de su alcurnia, escucha

alegremente las filípicas demoledoras del nivelador social, del hijo:espiritual de Kropotkin, del pobre ViCtOl', del espurio á quien Don Césal' abruma á fuerza de castigos inmotívádos y afrentosas humi­llaciones .. . .

En la estacionaria placidez de aquella nuevaexis­tencia de Rosario, como un borrón sobre el atisua­do rosa pálido de un cI'epúsculo autumnal, flotaba tt'ágica, en su pensamiento, atribulándolo, con mu­chos pávidos presentimientos, la grosera figura del hijo de Don José ....

Don César, cuyo saturnismo es incu\'able, ha de­clarado en diferentes (ormas, su pasión pOI' la de San Quintín.

La quiere con todos los brutales al'l'anques de su temperamento indisciplinado, la necesita para com­pletar su individualidad, llegar á poseerla es su más hermoso sueño, para realizarlo, ha 1':Í sacrificios, que en otras circunstancias, llenal'ian de pánicos su al­ma cobarde, se ha empeñado en ese afA.n. p",,¡r>n­do en tensión su orgullo de plebello ¡s~ni. su ~lIpO­sa aunque ella no quiera! la demencia de las de- ' mencías le domina por completo, en su desboca­miento de inconsciente, escalará como un sonánbu­lo las más aItas altitudes ó se estrellará lo mismo que las cosas inertes en los abismos que el acaso ponga á sus pies, cumpliendo como ciego instru­mento de la fatalidad ciega!

Derrochará el dinero á pesar de su avaricia, se hará elegante, comprará yeguas procedentes de las cuadl-as del duque de Northumberland, su atrevi­miento lo desafiará todo . , .. debe ser el dueño y señor de la blonda castellana!

Es la revancha! ¡Valiéndose de su fortuna, llegará triunfante has-

ta la última heredera de sus antiguos amos, se im­pondrá contra todas las pragmáticas, proclamando sus derechos de conquistador, ennoblecerá su viri­lidad de lacayo en el sexo de la última descendie!l­te de una raza de ungidos de Dios, pal'a celebrar después su victoria de lobo, con el rojo entusiasmo de un descamisado!

Para la duquesa, aquel amor implo es como Ulla

brasa que removiera las cenizas de los odios apla­cados, resucitando su cólera emhravecida contra el miserable que no vaciló en calumniar á la que la vida le habia dado.

Afortunadamente su primo llegaba cún buenos elementos á proponerle venganza.

Poseia Falfán de los Godos, siete cartas de la ma­dl'e de Victor, siete epístolas que comprobaban ple­namente que el muchacho no era hijo de Don Cé-8ar, sino de cierto coronel Bal'inaga que á la vez que el matatías, tuvo amores con la cortesana.

Rosario vacila al asociarse al marqués en tene­brosa liga contra el expoliador de ambos, porque, enmedio de su implacable aborrecimiento ál hijo de Don José, cual entre la desoladora enormidad de procelosa noche rutilara una errabunda estrella, se levanta, lastimosa y pálida, pálida y lastimosa co­mo el mal'tirio, ebumificada por los insomnios, y sus pesadumbres aledañas, nimbada por clara á indefi­ciente luz, la hermosa cabeza de Víctor, la cabeza del inocente, con los grandes ojos abiertos para contemplarla en éxtasis, con los labios tendidos

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para jurade su amor varonil, con las manos aler­tas para tocar su cuerpo hermoso y defenderlo co­mo defienden á sus hurañas consortes los leones de la montaña!

Cómo heril' de muel'te al padre sin que el filo del hacha justiciera ca~'ese también sobre el cuello del valiente socialista!

Vence el odio, Rosario, amasando la subStancia de las rosquillas,

cavila temerosa é indecisa, En su conciencia, la pel'versidad y la misericor­

dia, producen oscilaciones de esas que á. veces 10-gl'an quebrantar las almas de buen temple.

Se presenta Don César: deuna manera brusca, sin encubl'Ír siquiera la rudeza de los impulsos que le domiman, apelando á las súplicas serviles, á las in­jurias groseras, á los ofrecimientos estúpidos, inten­ta arranc,ar de la cl'Íspada boca de la duquesa. la palabra decisiva, la palabra que colmara el reci­pientede sus ambiciones mezquinas .... la pala­bra!

El mentecato interpreta á su fa VOl' la inquietud que á la viuda embarga.

Al ver en la bolsa del delantal de Rosario el pa­quete que forman las cartas de su concubina, se apodera de él, creyendo que es la contestación fa­vorable de la esquiva.

Sucede entonces que, en el dia preciso en que el diligente notario Canseco aprestaba sus papeles pa­ra levantar con toda solemnidad una acta por me­dio de la cual, Victor, el bastardo, el desheredado, quedaria legalmente reconocido por Don César .. . la realidad, implacable como la muerte, revela, que el intrigante no es el padre del mancebo, sino el coronel Barinaga, muerto ya.

Vlctor recibe estoicamente el golpe. El dolor no puede abatirle, pues su voluntad es

poderosa y su espiritu está perfeccionado ya en ese infortunio que nulifica'á los pusilánimes, mientras más vigoriza á los valientes.

La cólera de Don César al saber que fué explota­do y engañado por la, barragana, llega casi á la lo­cura.

Repudia al que creia su hijo, reduce á pequeñl­simos fragmentos los documentos del atónito Can­seco y en el paroxismo de la rabia animal, exaspe­rado por el convencimiento de su impotencia, se aleja del aposento, sostenido en sus claudicaciones por Rutina y el curial.

Victor es sacado de su asombro por la duquesa, que invocando la verdad, le revela sin vacilaciones el secreto de su nacimiento.

El desaliento no prospera ni hace brechas en el indomable carácter de ese hombre verdaderamente fuerte.

Después de una bre\'e reflE-xión se iergue con bravura de gladiado,: Víctor. ¡Mi voluutaJ! .\.hi tiene Ud. lo único que

me queda. Rosar. (Con intención). ¡Y algo más! Victor. Me queda un triste amor sin esperanza, aho-

ra con menos esperanza que nunca .. .. . . (Con gran vehemencia y profunda curio­sidad). Pero digame Ud., Rosario de mi vi-

da, por amOLO de Dios, ¿qué interés tenia Ud. en revelar á mi padre, á Don César, eso .... eso, . .. ? no sé lo que es.

Rosar. ¡Un interés grande, inmenso! Víctm'. ¿ Cuál? Rosar. (Cohibida). Yo queria decirte .... Víctor. (Con ansiedad). Qué? Rosar. Una cosa que no podría decirte, siendo hi­

jo de ese hombl'e, que aborrezco. Entre el padre apócrifo y el hijo postizo, he abi61'­to un abismo infranqueable, (Transición de ternura), Y ahora que estás' solito en el mundo, ahora que no tienes sobre ti la som­bra execrable de Don César de Buendla, puedo decÍl·te que .. . ,

Víctor, ¿ Qué? Rosar. (Con arranque de amor y entusiasmo).

Nieto de Adán, desheredado de la fortuna, huérfano .... del mundo entero, pobrecito mio .... (Pausa: clava los ojos en Vict01'. Este abriendo los brazos '!:a hacia ella), te quiero ....

El dia 15 de Agosto, fecha en que se celebra rum­bosamente en Ficobriga la romerfa de NuestL'a Se­ñora del Mar, en todo el pueblo no se picoteaba de otra cosa, que no fuese el matrimonio de Don César de Buendia con Rosario de Tl'astamara.

Las murmuraciones de los desocupados, no te­nlan fundamento, pues en la casa, la calma habia vuelto á ser inalterable después de ocurrido elper" can ce que un día amargara de muerte la patriarcal existencia de aquellas gentes.

Sin embargo, el drama, como las corrientes sub­terráneas, se desarrollaba, cl'ecia hasta agigantar­se, multiplicaba sus perjuiciosas confluencias y len­tamente, lentamente, lo desvastaba todo!

El generoso Victor se hallaba lejos de la casa que fué para él paterna.

La duquesa sufda desesperada la ausencia del so­cialista, Don César degeneraba rápidamente, Ruti­na, la buena Rufina, evocaba, poseída de filiales ter­nuras, la grata memoria del hombre á quien, á pe­sar de todo, amaba como herinano .... Don José ya era una ruina!

¡Creyél'ase que con el huérfano habla emigrado para siempre la serena paz en que habian vegeta" do los pasteleros!

El postizo pl'Ogenitor del repudiado, queriendo mostrarse magnánimo á su modo, habia ordenado á Canseco que, ofreciera en su nombre á Victor, una vieja barca fletada de mineral desechado, con la exclusiva condición de que en ella se alejaría pa­ra siempre de aquel hogar al que habia llevado, sin sospecharlo, la desolación y el estupor.

El patriarca convencido de la inutilidad de su prestigio para imponer autoridad alguna sobre su vástago, había renunciado á ella, manifestándolo así á la de San Quintin.

Don César, con terquedad campesina, renovaba diariamente sus eróticas expresiones hacia Rosario, sin desalentarse por los repetidos desdenes de ella.

El notario llega á dar cuenta á sus clientes de la delicada comisión parlamentaria que ellos le enco­mendaron cerca del desterrado, manifestándoles que, el mancebo solicita, en términos casi exigentes,

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nna entrevista con sus antiguos protectores, espe­rando cerca de alll, el necesario permiso para en­trar al aposento.

Don César se niega terminantemente á recibirle, Don José vacila, Rufina lo desea, Rosario ordena que sea introducido á pesar de las reiteradas pro­testas de su enamorado.

El estupor de los Buendia llega á su colmo cuan­do, al presental'se Vietor, declara solemnementt', que no está dispuesto á aceptlt.r, y no acepta, los graciosos ofrecimientos de tan hidalgos como cari­tativos varones.

El objeto de su intempestiva presencia alll, se re­duce únicamente á interrogar á Don César para que desmienta ó confirme los rumores que, respecto á su matrimonio, circulan en el lugar, pues en caso de ser ciertas las pretensiones atribuidas al nego­ciante, Victor, con toda la soberana energia de su voluntad se opondrá terminantemente á la ceremo­nia, pues ama á Rosario y la arrancará de los bra­zos del atrevido que intente arrebatársela.

Don César califica de ignominiosa la conducta del joven, y dirigiéndose á la duquesa, que es la única que puede decidir la cuestión, le ordena que ha­ble.

Ella obedece:

Rosar. (Se levanta. Expectación de todos. Pausa. Con solemne acento pronuncia la palabras que siguen): Soy noble, naci en la más alta esfera social. De niña enseñáronme á pro­nunciar nombres de magnates, de prínci­pes, de reyes que ilustraron con virtudes heroicas la historia de mi raza.. .. Pues bien, mi nobleza, la nobleza heredada, ese lazo espiritual que une mi humildad pre­sente con las grandezas de mis antepasa­dos, me obliga á proceder en todas las oca­siones de la vida, conforme á la ley eterna

del honor, de la justicia, de la conciencia. Yo privé á este hombre de todos los bienes de la tierra. El cree que mi mano es la úni­ca compensación de su infortunio, y yo se la doy, y con ella el alma y la vida!

La gran empresa de engrandecimiento acometida por el prestamista, se derrumba ante aquellas sen­cillas palabras, como se denumbara una grandiosa Atlántida fabricada con vapores de pantano en la ineal gigantomaquia de las nubes, ante el brusco acometimiento del aire purificado ....

Los amantes se alejan de esa casa en ruinas. Unidos por la mutua atracción de un afecto casi

paradisiaco, emigran, llevando su idilio amoroso á una tierra pacifica y lejana, á una tierra do las savias nuevas prolifican, á un florecido jardin, don­de no lidiaran más con los pecado!': que, en la pug· na engendrada por la brega ciuJaJ.aua, hieren sin compasión á las virtudes dolientes, dolientes cual mansas palomas asaeteadas .. , .

El mal quedaba en el mundo de los pequeños, tri­turando los corazones buenos para elaborar las pa­siones absurdas, como Canidia tritura al claro de luna la tierna carne de los niños para elaborar el jugo de sus filtros enloquecedores!

* ... * Oh, noble señol'a, cuán plamellte es amé yo aque­

lla noche! Lográsteis encarnal' en Rosario de Tl'astamara

con el ágil esfuerzo de los artistas geniales! Lográsteis poner un glóbulo de sangre encarna­

dina y viva en el corazón del magnifico diamante lapidado por el maestro Galdós!

Sois intelectual y sensitiva, Doña Maria Gue­rrero.

Permitid que grabe mi beso en vuestra mano!

CUtO B. CEBALLOS.

A MARIA GUERRERO.

Tienes, señora, por palmas, Por laureles, por blasones, Como actriz, los corazones, y como madre, las almas.

¿Que el arte está en agonia? Quien tal dice nos engaña; El Arte vive en España Porque vives todavia!

JUAN DE DIOS PEZA.

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;\LARiA GUERREIW ~N "EL VERGONZOSO EN PALACIO."

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FRAGMENTO DE UN DISCURSO. (A MARIA GUERRERO).

¿Cuál es la cierta, vos lo sabéis, Señora, sin duo da, cuál es la real, la del teatro antiguo, la de Lo­pe, pomo de cristal en que la pasión vierte una go­ta de esencia que basta á perfumar una época, co­mo los gl'anos de almiztle de los sarcófagos egipcios que han perfumado la muerte durante cincuenta sí~los, ó esta mujer de Echegaray, la hiperbólica heroina de una sola, de una misma tragedia que pudiera llamarse -entre el deber yel deber,> per­petuo conflicto moral resuelto por la pasión, según el dogma romántico, y que saca á la mujer de la verdad humana general, para colocarla, no en la verda(particular, sino en la excepcional, y ahl des-

. vanecerla en metáforas y sublimarla en lirismos de modo que su contacto con la realidad, sea como el contacto de una nube eléctrica con la tierra, por medio del rayo, del crimen, de la muerte?

¿De qué depende que la emoción viene siempre y que pugna por contener un sollozo inmenso el pecho comprimido hasta la agonía? ¿Por qué esa fábula trágica que parece desarrollarse no en la tierra, sino en un planeta más cercano al sol, pro· duce en nosotros el efecto de una realidad vivida que surge de nuestro interior y se torna movimien­to y drama en la escena? Ese eS el' secreto ,de vues­tro autor preferido; secreto que consiste, por ,ven­tura, en que, por absurdas que las combinaciones teatrales sean, por excesivos é irreales que los ca­racteres parezcan, por defol:mados que resulten los sentimientos, asi los siente y los vive el autor den­tro de su alma, con incontrastable energla y as[ nos lo impone.

Si es el secreto del autol' y el vuestro, vos nos habéis revelado la unidad del genio dramático, de España, que no puede comprenderse fuera del -me­dio. español, dicen criticos conspicuos, lo que es nada más una media verdad.

Nos habéis revelado esa unldad profunda, con sólo interpretar las obras, con sólo mostrarlas en acción sobre la escena donde vuestros distinguidos compañeros de labor os secundan con tanto acierto, en donde con 'vos colabora con tan exquisita é in­teligente devoción del arte y del artista, el admi­rable Gabriel de Medina de ayer, vuestro Fernando de siempre. Al veros, al oíros, al sentiros, hemos comprendido que la mujer del teatro de Lope es, no la abuela de la mujer escénica de Echegaray, sino la misma, transformada, complicada infinita­mente por el <medio;' sociál, como la de Calderón es la de ZorriJIa y Garcla Gutiérrez, como la de Tirso y de Moreto es la de Moratin y de Bretón y para mostrarnos que en toda esa literatura eminente­mente convencional, no · hay de ficticio más que la trama, ni hay de facticio más que la imagen, pero

que el sér interno vive con la má( intensa de las vidas, habéis encontrado un arte sorprendente, el de ser vos misma, el de no forzar ni vuestro talen­to ni vuestra expresión á traducir otra cosa que lo que sentis; á ser ingenua, á ser sincera, á ser hon­rada, puesto que la plen'a conformidad co~ nosotros mismos es la fórmula misma de la honradez; esa propiedad de vuestro talento, ese candor con que os abandonáis á los recursos que os sugiere vuestra conciencia de artista, es, en vos, señora, tan gra­ciosamente natural, que añade siempre á vuestra voz acariciadora y grave, un acento peculiar que suelen imprimirle flexioijes infantiles; ellas hacen recordar la perenne ingenua que en vos vive, el agua clara que hay en el fondo del vaso de lágri­mas y sangre.

'" ......

RÉwelándonos así vuestros poetas favoritos (otros nos los hablan presentado, vosotros nos los habéis revelado), habéis refutado la teor1a de que fuera de España no existe la mujer del drama español; locu­ra; es la· misma de todas partes, es un sér frágil y divino, viviendo en el medio social que el hombre ha hecho para elIa; ¿qué digo? en un medio que es el hombre mismo, y reobrando con el sentimiento contra ese medio, hasta modificarlo y apropiarlo ít su evolución, ¡Oh! no, señora, ni vos ni yo somos «feministas,' no es cierto? es decir, si lo somos en el sentido genuino de la palabra, porque deseamos que la mujer siga siendo mujer, mientras el .femi­nismo> es la doctrina que enseña el modo de con­vertir á. la mujer en hombre, lo que debe de ser por todo extll'emo molesto y feo, ¡Oh! no; ¿para qué que­réis ser iguales al hombre, si les sois superiores? Yo no sé si en vuestra patria s,e verifica ésto, pero de la mía os sé decir, hablando en serio, que el fe­nómeno se verifica y que,' moralmente, diez mexi­canos no valen una mexica.na; yo, al menos, no ha­ria el cambio, Pero sin sel' feministas, habrá que . convenÍl' e·n que es preciso facilitar á la mujer la modificación del hombre; y ella tiene en el senti­miento una energiade tal potencia, que todas las de la naturaleza nada son en comparación suya .. , Todas las fuerzas naturales sumadas llevan á una interrogación para la que el UJI,iverso no tiene res­puesta, las energias morales, las corrientes, de la sensibilidad llevan á una suprema afirmación: Dios; y esta afirmación es la respuesta á la pregtinta del

. Universo.

JITSTO SIERRA,

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DON FERXANIJO DiAZ DE l\IENDOZA.-EN «SANCHO ORTLz DE f.AS HOEL.AS.,

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REVISTA MODERNA.

A MARIA GUERRERO.

¡Palpita un genió en ti! ¡oh laureada Maga gentil que en la triunfal escena Vuelves al mundo aquella edad que llena De Lope y Calderón la musa alada!

Por ~i resurge, en nuestra edad turbada Por hondos males, de tu voz serena manda al conjuro la inexhausta vena, Gloria fecunda de la edad pasada.

y brota nueva flor de la marchita Planta del arte, cobra su decoro y el sentimiento de lo bello excita.

¡Salve, oh sonrisa, oh luz! ¡salve, oh tl'SOI'O De poesfa y amor! en ti palpita Todo el genio español del siglo de oro!

ENRIQUE FERNANDEZ GRANADOS.

México.

A MARIA GUERRERO.

De tu boca la pulpa de cerezos floridos, de tu rostro el altivo perfil de cesarina, de tus mejillas-suaves pétalos de eglantina­los dos cautivadores hoyuelos de amor nidos, de tus ojos ebriantes de luz, semidormidos, el relámpago breve de fiereza felina, de. tu cuerpo nervioso de mora granadina el súntuoso indumento de siglos extinguidos; hacen de tí la dama de alta alcurnia española, sutil y apasionada , rara flor del ingenio á quien su aroma el arte prodigó en la corola. y despertó al augusto beso de luz del genio .. ... Ave! pues que tu carro nos arrolla oh! princesa del Siglo dA Oro! Lope es tu Dnx, dogaresa!

RUBÉN l\I. CAMPOS.

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78 REVISTA MODERNA.

Quiero en la urna del soneto darte todo el perfume de la patria selva, quiero que el verso castellano vueh'a :1 ser el regio portavoz del Arte.

Que en Nueva España bajo el estandarte de Alarc6n, sus alb6rbolas disuelva la mañana, en la verde madreseh'a con que adornamos tu bajel que parte.

La España que palpita en tu teatro, es la España inmortal, la que idolatro en Lope, Calder6n, Tirso y Moreto.

Oh, egregia artista! á cuya boca han ido tí hacer los versos pr6ceres su nido, vueh'e miel en tus labios mi soneto.

JESÚS E. V ALENZUELA.