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ANTÓN CHÉJOV Selección y nota de RUBÉN SALAZAR MALLÉN UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL DIRECCIÓN DE LITERATURA MÉXICO 2008

Revista UNAM - Anton Chéjov (antología cuentos)

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Revista UNAM - Anton Chéjov (antología cuentos)

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ANTN CHJ OV Seleccin y nota de RUBN SALAZAR MALLN UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO COORDINACIN DE DIFUSIN CULTURAL DIRECCIN DE LITERATURA MXICO 2008 NDICE ANTN CHEJ OV 3 Rubn Salazar Malln LA TRISTEZA 6 VANKA 12 UN ASESINATO16 LOS MRTIRES 21 ANTN CHEJ OV AntnChejov(1860-1904)esunodelosescritores quedierongrandezayesplendoralanarrativarusa anterior a la Revolucin de Octubre. Est junto a Tols-toi, Dostoyevski, Gogol, Turguenev, Andreiev y Ko-rolenko, pero ocupa un espacio propio. Leg a la posteridad una extensa obra literaria, de la cual las novelas cortas y los cuentos han tenido una amplia difusin, aunque en vida de su autor no fueron esos trabajos literarios los que dieron renombre a Che-jov y le ganaron un envidiable xito, sino las obras de teatro. Tanto es as, que el Teatro del Arte, de Mos-c,fueconstruidoespecialmenteparaqueenlse representara a Chejov. Coneltranscursodeltiempo,laimagendelautor teatral, sin perderse, cedi importancia a la del narra-dor y particularmente a la del cuentista. Mencionar a Chejov es evocar cuentos que figuran entre los mejo-res de la literatura universal. Aunque varia y diversa, la obra narrativa de Chejov guard una acendrada unidad en el que podra llamar-seestiloChejov,presente lo mismo en la produc-cin dramtica que en la narrativa. Este estilo se apo-yaenunrecursodeaparentesencillezyprobada eficacia: para definir a sus personajes, Chejov no ape-la a las grandes situaciones ni a las grandes actitudes, es decir, no apela a lo espectacular, sino que, situando a sus personajes en un marco de vida ordinaria y las ms de las veces sencilla, introduce en el proceso de la creacin elementos en apariencia insignificantes, aun-queenrealidadhenchidosdeimportancia:sonala maneradeclavesyproducenefectossubliminales, que dan su justa dimensin y su profundidad al relato, logrando para l tanta intensidad como significacin. Chejov tuvo el acierto de no excederse en el uso de esos elementos y de no darles un relieve especial, por-que eso lo habra empujado a la minuciosidad y, con la minuciosidad, a la monotona y el aburrimiento. Lo que con ellos hizo fue colocarse en el lugar adecuado, en aquel desde el cual su influencia poda fluir, y lo hizoaconsejadoporlaintuicin.Puesenelcasose trata de un mecanismo intuitivo, no reflexivo. La inte-ligencia, tal vez, no podra ser tan acertada para indi-car el lugar exacto y la forma de ocuparlo sin que se note. Es ste un rasgo distintivo, un modo de sensibi-lidad,podradecirse,queconvienesubrayar,porque mercedallaobradeChejovsepresentasiempre fcil y limpia. Otra singularidad de esta obra radica en la preferen-cia que su autor otorg a la caracterizacin de los per-sonajes. No es frecuente que en el cuento o en la na-rracinbrevesedisciernatalpreferencia,que conviene a la novela, salvo en ciertos gneros, como el policiaco. No es el asunto o la intriga lo que inter-esa o preocupa primordialmente al novelista sino los personajesqueparticipanenelasuntoolaintriga, cuya justa caracterizacin es parte inseparable de las buenas novelas. La caracterizacin de los personajes, antepuesta a la trama,laconsiguiChejovhastaensusmsbreves relatos, esos que parecen simples bosquejos o senci-llas ancdotas. Hay en Chejov cuentos que se reducen a la semblanza y que son, sin embargo, cuentos. Chejov emple con cierta frecuencia una irona o un humorismo,quesinllegaralacomicidad,comoen Averchenko o en Goncharov, dan ligereza y amenidad a la narracin. Es probable que en el empleo de ese recurso tenga parte el hecho de que Chejov, en su ini-ciacin literaria, escriba pequeos trabajos de matiz humorsticoquepublicabaenperidicosyrevistas, amparndose en el seudnimo Chejonte. Ya en el ejercicio de la profesin mdica, Chejov perfeccion sus dotes de observador acucioso y tuvo oportunidadparaestablecerestrechocontactoconla amarga realidad de la Rusia zarista, a cuyas capas in-ferioresseaproximmucho,cuando,comomdico voluntario, tom parte en la lucha contra la peste de 1892. Crudasexperiencias,ascomolatuberculosisque finalmente lo llev a la tumba, hicieron que aquel que fuerahumoristaensuiniciacin,declinarahaciael escepticismo y la tristeza que seala a la mayor parte de su obra de madurez. Las narraciones de esta poca rematan muy a menudo en la decepcin y el fracaso, sin que por eso deje de asomar en ellas algunas veces un atisbo jovial o una acotacin irnica, que, cuando tropiezanconlaamargura,suelendesviarsehaciael sarcasmo. Es entonces cuando surge el Chejov crtico indirec-to de la sociedad en que le toc vivir. Esta sociedad y la vida que en ella se arrastraba, dieron a Chejov acti-tudes de profundo desencanto. En una de sus novelas cortas escribi: La vida de nuestras clases superiores es gris y co-mo envuelta en crepsculos, la del pueblo, la de los obreros y campesinos es un noche negra formada de ignorancia, de pobreza y de toda suerte de prejuicios. ElcontactoconesarealidadempujabaaChejov hacia la melancola, otras veces hacia una gran tristeza y otras todava hacia una indignacin que encontraba cauce en el sarcasmo. De aqu la variedad y la riqueza de su obra; pero tambin ese tono de angustia que la satura, al proyectarse en ella las experiencias del escri-tor. Si la Rusia zarista, con su opresin, su miseria y su crueldad, fue un tema que estuvo presente casi siem-pre en la trama o en los protagonistas de las narracio-nes de Chejov, ste tambin encontr estmulo en la certidumbre de que el sentido prctico del hombre que se asfixia en el materialismo es otra realidad agobia-dora. Su obra teatral ms conocida, El jardn de los cere-zos,eslahistoriadeunbellsimojardnque,alser adquirido por gente adinerada y poseda por el sentido prctico, es destrozado sin piedad y cae en la fealdad desde su antigua belleza. Esa falta de sensibilidad de la gente prctica la hace extensiva Chejov a casi todos los aspectos de la reali-dad. La sordidez, la mezquindad y el egosmo domi-nan con harta frecuencia a los personajes de sus rela-tos, y como estos personajes estn caracterizados tan diestramente, con tanto arte, la obra de Chejov parece, en su conjunto, una gran galera con retratos de seres en que un escondido miedo de vivir, o el dolor y la miseria han provocado lamentables deformaciones. Por eso parece tan certera la opinin de Benjamn J arns: La bajeza que pinta Chejov comienza con la prdi-da de la fe en las fuerzas propias y en la prdida pro-gresiva de todas esas esperanzas luminosas e ilusiones que constituyen el encanto de toda actividad; y luego, paso a paso, esa bajeza destruye todas las fuentes de la vida. Slo quedan esperanzas rotas, corazones desga-rrados, fuerzas destrozadas. A pesar de que toda su obra es una protesta contra la miseria humana, Chejov no cay en ideologas ni en partidarismos polticos. l mismo lo dijo: Yo no soy liberal ni conservador, ni militante ni abstencionista. Quisiera ser solamente un artista libre y me duele que Diosnomehayadadolafuerzaparaserlo.Odiola mentira y la violencia bajo todos sus aspectos. Muri Chejov el 3 de julio de 1904, asistido por su esposa,laactrizOlgaKnipper,conquiensehaba casado en 1901. RUBN SALAZAR MALLN. LA TRISTEZA La capital est envuelta en las penumbras vespertinas. La nieve cae lentamente en gruesos copos, gira alrede-dordelosfarolesencendidos,seextiende,enfina, blanca capa, sobre los tejados, sobre los lomos de los caballos, sobre los hombros humanos, sobre los som-breros. El cochero Yona est todo blanco, como un apareci-do. Sentado en el pescante de su trineo, encorvado el cuerpo cuanto puede estarlo un cuerpo humano, per-manece inmvil. Dirase que ni un alud de nieve que le cayese encima le sacara de su quietud. Sucaballoesttambinblancoeinmvil.Porsu inmovilidad, por las lneas rgidas de su cuerpo, por la tiesura de sus patas, parece, aun mirado de cerca, un caballo de dulce de los que se les compran a los chi-quillos por un copeck. Hllase sumido en sus reflexio-nes;unhombreouncaballo,arrancadosdeltrabajo campestre y lanzados al infierno de una gran ciudad, como Yona y su caballo, estn siempre entregados a tristes pensamientos. Es demasiado grande la diferen-cia entre la apacible vida rstica y la vida agitada, toda ruido y angustia, de las ciudades relumbrantes de lu-ces. Hace mucho tiempo que Yona y su caballo perma-necen inmviles. Han salido a la calle antes de almor-zar; pero Yona no ha ganado nada. Las sombras se van adensando. La luz de los faroles sevahaciendomsintensa,msbrillante.Elruido aumenta. Cochero! oye de pronto Yona. Llvame a Viborgskaya! Yona se estremece. Al travs de las pestaas cubier-tas de nieve ve a un militar con impermeable. Oyes? A Viborgskaya! Ests dormido? Yona le da un latigazo al caballo, que se sacude la nieve del lomo. El militar toma asiento en el trineo. El cochero arrea al caballo, estira el cuello como un cisne yagitaelltigo.Elcaballotambinestiraelcuello, levanta las patas, y, sin apresurarse, se pone en mar-cha. Ten cuidado! grita otro cochero invisible, con clera. Nos vas a atropellar, imbcil! A la derecha! Vaya un cochero! dice el militar. A la dere-cha! Siguen oyndose los juramentos del cochero invisi-ble. Un transente que tropieza con el caballo de Yona grue amenazador. Yona, confuso, avergonzado, des-carga algunos latigazos sobre el lomo del caballo. Pa-rece aturdido, atontado, y mira alrededor como si aca-bara de despertarse de un sueo profundo. Sediraquetodoelmundohaorganizadouna conspiracin contra ti! dice con tono irnico el mili-tar.Todosprocuranfastidiarte,meterseentrelas patas de tu caballo. Una verdadera conspiracin! Yonavuelvelacabezayabrelaboca.Seveque quiere decir algo; pero sus labios estn como paraliza-dos, y no puede pronunciar una palabra. El cliente advierte sus esfuerzos y pregunta: Qu hay? Yonahaceunnuevoesfuerzoycontestaconvoz ahogada: Ya ve usted, seor... He perdido a mi hijo... Muri la semana pasada ... De veras? ... Y de qu muri? No lo s... De una de tantas enfermedades... Ha estado tres meses en el hospital y a la postre... Dios que lo ha querido. Aladerecha!yesedenuevogritarfuriosa-mente. Parece que ests ciego, imbcil! A ver! dice el militar. Ve un poco ms apri-sa. A este paso no llegaremos nunca. Dale algn lati-gazo al caballo! Yona estira de nuevo el cuello como un cisne, se le-vanta un poco, y de un modo torpe, pesado, agita el ltigo. Se vuelve repetidas veces hacia su cliente, deseoso de seguir la conversacin; pero el otro ha cerrado los ojos y no parece dispuesto a escucharle. Por fin, llegan a Viborgskaya. El cochero se detiene ante la casa indicada; el cliente se apea. Yona vuelve a quedarsesoloconsucaballo.Seestacionaanteuna tabernayespera,sentadoenelpescante,encorvado, inmvil. De nuevo la nieve cubre su cuerpo y envuelve en un blanco cendal caballo y trineo. Una hora, dos . . . Nadie !Ni un cliente! Mas he aqu que Yona torna a estremecerse: ve de-tenerse ante l a tres jvenes. Dos son altos, delgados; el tercero, bajo y chepudo. Cochero,llvanosalpuestodepolica!Veinte copecks por los tres! Yona coge las riendas, se endereza. Veinte copecks es demasiado poco; pero, no obstante, acepta; lo que a l le importa es tener clientes. Los tres jvenes, tropezando y jurando, se acercan al trineo.Comoslohaydosasientos,discutenlarga-mente cul de los tres ha de ir de pie. Por fin se decide que vaya de pie el jorobado. Bueno; en marcha! le grita el jorobado a Yona, colocndoseasuespalda.Qugorrollevas,mu-chacho!Meapuestocualquiercosaaqueentodala capital no se puede encontrar un gorro ms feo. . . El seor est de buen humor! dice Yona con risa forzada. Mi gorro ... Bueno, bueno! Arrea un poco a tu caballo. A este paso no llegaremos nunca. Si no andas ms aprisa te administrar unos cuantos sopapos. Me duele la cabeza dice uno de los jvenes. Ayer, yo y Vaska nos bebimos en casa de Dukmasov cuatro botellas de caa. Eso no es verdad! responde el otro. Eres, un embustero, amigo, y sabes que nadie te cree. Palabra de honor! Oh, tu honor! No dara yo por l ni un cntimo. Yona,deseosodeentablarconversacin,vuelvela cabeza, y, enseando los dientes, re atipladamente. J i, ji, ji Qu buen humor! Vamos, vejestorio! grita enojado el chepudo. Quieres ir ms aprisa o no? Dale de firme al gandul de tu caballo. Qu diablo! Yona agita su ltigo, agita las manos, agita todo el cuerpo. A pesar de todo, est contento; no est solo. Le rien, le insultan; pero, al menos, oye voces humanas. Losjvenesgritan,juran,hablandemujeres.Enun momento que se le antoja oportuno, Yona se vuelve de nuevo hacia los clientes y dice: Y yo, seores, acabo de perder a mi hijo. Muri la semana pasada.. . Todos nos hemos de morir! contesta el chepu-do. Pero quieres ir ms aprisa? Esto es insoporta-ble! Prefiero ir a pie. Si quieres que vaya ms aprisa, dale un sopapo! le aconseja uno de sus camaradas. Oyes, viejo estafermo? grita el chepudo. Te la vas a ganar si esto contina. Y, hablando as, le da un puetazo en la espalda. J i, ji, ji! re, sin gana, Yona. Dios les con-serve el buen humor, seores! Cochero,erescasado?preguntaunodelos clientes. Yo? J i, ji, ji! Qu seores ms alegres! No, no tengo a nadie... Slo me espera la sepultura... Mi hijo ha muerto; pero a m la muerte no me quiere. Se ha equivocado, y en lugar de cargar conmigo ha cargado con mi hijo. Y vuelve de nuevo la cabeza para contar cmo ha muerto su hijo; pero en este momento el chepudo, lan-zando un suspiro de satisfaccin, exclama: Por fin, hemos llegado! Yonarecibelosveintecopecksconvenidosylos clientes se apean. Les sigue con los ojos hasta que des-aparecen en un portal. Torna a quedarse solo con su caballo. La tristeza in-vade de nuevo, ms dura, ms cruel, su fatigado cora-zn. Observa a la multitud que pasa por la calle, bus-cando entre los miles de transentes alguien que quiera escucharlo. Pero la gente parece tener prisa y pasa sin fijarse en l. Su tristeza a cada momento es ms intensa. Enorme, infinita, si pudiera salir de su pecho inundara el mun-do entero. Yona ve a un portero que se asoma a la puerta con un paquete y trata de entablar con l conversacin. Qu hora es? le pregunta, melifluo. Van a dar las diez contesta el otro. Aljese un poco; no debe usted permanecer delante de la puer-ta. Yona avanza un poco, se encorva de nuevo y se su-me en sus tristes pensamientos. Se ha convencido de que es intil dirigirse a la gente. Pasa otra hora. Se siente muy mal y decide retirarse. Se yergue, agita el ltigo. Nopuedomsmurmura.Hayqueirsea acostar. El caballo, como si hubiera entendido las palabras de su viejo amo, emprende un presuroso trote. Una hora despus Yona est en su casa, es decir, en unavastaysuciahabitacin,donde,acostadosenel suelo o en bancos, duermen docenas de cocheros. La atmsfera es pesada, irrespirable. Suenan ronquidos. Yona se arrepiente de haber vuelto tan pronto. Ade-ms,nohaganadocasinada.Quizporesopiensa se siente tan desgraciado. En un rincn, un joven cochero se incorpora. Se ras-ca el seno y la cabeza y busca algo con la mirada. Quieres beber? le pregunta Yona. S. Aqu tienes agua... He perdido a mi hijo. . . Lo sabas?...Lasemanapasada,enelhospital...Qu desgracia! Pero sus palabras no han producido efecto alguno. El cochero no le ha hecho caso, se ha vuelto a acostar, se ha tapado la cabeza con la colcha y momentos des-pus se le oye roncar. Yona exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia. Casi ha transcurrido una semana desde la muerte de su hijo; pero no ha tenido an ocasin de hablar de ella con una persona de corazn. Quisiera hablar de ella larga-mente, contarla con todos sus detalles. Necesita referir cmo enferm su hijo, lo que ha sufrido, las palabras que ha pronunciado al morir. Quisiera tambin referir cmo ha sido el entierro. . . Su difunto hijo ha dejado en la aldea una nia, de la que tambin quisiera hablar. Tiene tantas cosas que contar! Qu no dara l por encontrar alguien que se prestase a escucharle, sacu-diendocompasivamentelacabeza,suspirando,com-padecindole! Lo mejor sera contrselo todo a cual-quiermujerdesualdea;alasmujeres,aunquesean tontas, les gusta eso, y hasta decirles dos palabras para que viertan torrentes de lgrimas. Yona decide ir a ver a su caballo. Se viste y sale a la cuadra. El caballo, inmvil, come heno. Comes? le dice Yona, dndole palmaditas en el lomo Qu se le va a hacer, muchacho? Como no hemos ganado para comprar avena hay que contentarse conheno...Soyyademasiadoviejoparaganarmu-cho... A decir verdad, yo no deba ya trabajar; mi hijo me hubiera reemplazado. Era un verdadero, un sober-bio cochero; conoca su oficio como pocos. Desgracia-damente, ha muerto . . . Tras una corta pausa, Yona contina: S, amigo..., ha muerto... Comprendes? Es como si t tuvieras un hijo y se muriera... Naturalmente, su-friras, verdad?... El caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala un aliento hmedo y clido. Yona,escuchadoalcaboporunserviviente,des-ahoga su corazn contndoselo todo. VANKA Vanka Chukov, un muchacho de nueve aos, a quien haban colocado haca tres meses en casa del zapatero Alojin para que aprendiese el oficio, no se acost la noche de Navidad. Cuando los amos y los oficiales se fueron, cerca de las doce, a la iglesia para asistir a la misa del Gallo, cogi del armario un frasco de tinta y un portaplumas conunaplumaenrobinada,y,colocandoanteluna hoja muy arrugada de papel, se dispuso a escribir. Antes de empezar dirigi a la puerta una mirada, en la que se pintaba el temor de ser sorprendido, mir al icono oscuro del rincn y exhal un largo suspiro. El papel se hallaba sobre un banco, ante el cual esta-ba l de rodillas. Querido abuelo Constantino Makarich escribi: Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de las Navidades y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo pap ni mam; slo te tengo a ti. . . Vanka mir a la oscura ventana, en cuyos cristales se reflejaba la buja, y se imagin a su abuelo Constan-tino Makarich, empleado a la sazn como guardia noc-turno en casa de los seores Chivarev. Era un viejeci-lloenjutoyvivo,siemprerisueoyconojosde bebedor.Tenasesentaycincoaos.Duranteelda dorma en la cocina o bromeaba con los cocineros, y por la noche se paseaba, envuelto en una amplia pelli-za, en torno de la finca, y golpeaba de vez en cuando con un bastoncillo una pequea plancha cuadrada, para dar fe de que no dorma y atemorizar a los ladrones. Acompabanle dos perros: Caneloy Serpiente.Este ltimosemerecasunombre:eralargodecuerpoy muy astuto y siempre pareca ocultar malas intencio-nes; aunque miraba a todo el mundo con ojos acaricia-dores, no le inspiraba a nadie confianza. Se adivinaba, bajo aquella mscara de cario, una perfidia jesutica. Le gustaba acercarse a la gente con suavidad, sin ser notado, y morderla en las pantorrillas. Con frecuencia robaba pollos de casa de los campesinos. Le pegaban grandespalizas;dosveceshabaestadoapuntode morir ahorcado; pero siempre sala con vida de los ms apurados trances y resucitaba cuando le tenan ya por muerto. En aquel momento, el abuelo de Vanka estara, de fijo, a la puerta, y mirando las ventanas iluminadas de la iglesia, embromara a los cocineros y a las criadas, frotndose las manos para calentarse. Riendo con risita senil les dara vaya a las mujeres. Quiere usted un polvito? les preguntara, acer-cndoles la tabaquera a la nariz.Las mujeres estornudaran. El viejo, regocijadsimo, prorrumpiraencarcajadasyseapretaraconambas manos los ijares. Luego les ofrecera un polvito a los perros. El Cane-loestornudara,sacudiralacabeza,y,conelgesto hurao de un seor ofendido en su dignidad, se mar-chara. El Serpiente,hipcrita, ocultando siempre sus verdaderos sentimientos, no estornudara y meneara el rabo. El tiempo sera soberbio. Habra una gran calma en la atmsfera, lmpida y fresca. A pesar de la oscuridad delanoche,severatodalaaldeaconsustejados blancos, el humo de las chimeneas, los rboles platea-dos por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas pareceran hacerle alegres guios a la Tierra. La Va Lctea se distinguira muy bien, como, si con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve... Vanka, imaginndose todo esto, suspiraba. Tom de nuevo la pluma y continu escribiendo: Ayer me pegaron. El maestro me cogi por los pe-los y me dio unos cuantos correazos por haberme dor-mido arrullando a su nene. El otro da la maestra nos mand destripar una sardina, y yo, en vez de empezar por la cabeza, empec por la cola; entonces la maestra cogi la sardina y me dio en la cara con ella. Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el polvo. Casi siempre tengo hambre. Por la maana me dan un mendrugo de pan; para comer, unas gachas de alforfn; para cenar, otro mendrugo de pan. Nunca me dan otra cosa, ni siquiera una taza de t. Duermo enelportalypasomuchofro;adems,tengoque arrullar al nene, que no nos deja dormir con sus gri-tos... Abuelito, s bueno, scame de aqu, que no pue-do soportar esta vida. Te saludo con mucho respeto y te prometo pedirle siempre a Dios por ti. Si no me sa-cas de aqu me morir. Vanka hizo un puchero, se frot los ojos con el puo y no pudo reprimir un sollozo. Te ser todo lo til que pueda continu momen-tosdespus.Rogarporti,ysinoestscontento conmigo puedes pegarme todo lo que quieras. Buscar trabajo, guardar el rebao. Abuelito: te ruego que me saques de aqu si no quieres que me muera. Yo escapa-ra y me ira a la aldea contigo; pero no tengo botas, y hace demasiado fro para ir descalzo. Cuando sea ma-yortemantendrconmitrabajoynopermitirque nadie te ofenda. Y cuando te mueras, le rogar a Dios por el descanso de tu alma, como le ruego ahora por el alma de mi madre. Mosc es una ciudad muy grande. Hay muchos pa-lacios,muchoscaballos,peroniunaoveja.Tambin hay perros, pero no son como los de la aldea: no muer-den y casi no ladran. He visto en una tienda una caa de pescar con un anzuelo tan hermoso, que se podran pescar con ella los peces ms grandes. Se venden tam-bin en las tiendas escopetas de primer orden, como la detuseor.Debencostarmuycaras,lomenoscien rubloscadauna.Enlascarnicerasvendenperdices, liebres, conejos, y no se sabe dnde los cazan. Abuelito: cuando enciendan en casa de los seores el rbol de Navidad, coge para m una nuez dorada y escndela bien. Luego, cuando yo vaya, me la dars. Pdesela a la seorita Olga Ignatievna; dile que es para Vanka. Vers cmo te la da.Vanka suspira otra vez y se queda mirando a la ven-tana. Recuerda que todos los aos, en vsperas de la fiesta, cuando haba que buscar un rbol de Navidad para los seores, iba l al bosque con su abuelo. Dios mo, qu encanto! El fro le pona rojas las mejillas; pero a l no le importaba. El abuelo, antes de derribar elrbolescogido,encendalapipaydecaalgunas chirigotas acerca de la nariz helada de Vanka. J venes abetos, cubiertos de escarcha, parecan, en su inmovi-lidad, esperar el hachazo que sobre uno de ellos deba descargar la mano del abuelo. De pronto, saltando por encima de los montones de nieve, apareca una liebre en precipitada carrera. El abuelo, al verla, daba mues-tras de gran agitacin y, agachndose, gritaba: Cgela, cgela! Ah, diablo! Luego el abuelo derribaba un abeto, y entre los dos lo trasladaban a la casa seorial. All, el rbol era pre-parado para la fiesta. La seorita Olga Ignatievna po-na mayor entusiasmo que nadie en este trabajo. Vanka la quera mucho. Cuando aun viva su madre y serva en casa de los seores, Olga Ignatievna le daba bom-bones y le enseaba a leer, a escribir, a contar de uno a ciento y hasta a bailar. Pero, muerta su madre, el hur-fano Vanka pas a formar parte de la servidumbre cu-linaria, con su abuelo, y luego fue enviado a Mosc, a casa del zapatero Alajin, para que aprendiese el oficio ... Ven,abuelito,ven!continuescribiendo,tras unacortareflexin,elmuchacho.Ennombrede Nuestro Seor te suplico que me saques de aqu. Ten piedad del pobrecito hurfano. Todo el mundo me pe-ga,seburladem,meinsulta.Y,adems,siempre tengo hambre. Y, adems, me aburro atrozmente y no hago ms que llorar. Anteayer, el ama me dio un pes-cozn tan fuerte, que me ca y estuve un rato sin poder levantarme.Estonoesvivir;losperrosvivenmejor que yo ... Recuerdos a la cocinera Alea, al cochero Egorkayatodosnuestrosamigosdelaaldea.Mi acorden gurdale bien y no se lo dejes a nadie. Sin ms, sabes te quiere tu nieto Vanka Chukov. Ven en seguida, abuelito. Vanka pleg en cuatro dobleces la hoja de papel y la meti en un sobre que haba comprado el da anterior. Luego,meditunpocoyescribienelsobrelasi-guiente direccin: En la aldea, a mi abuelo. Tras una nueva meditacin, aadi: Constantino Makarich. Congratulndosedehaberescritolacartasinque nadie le estorbase, se puso la gorra y, sin otro abrigo, corri a la calle. El dependiente de la carnicera, a quien aquella tarde le haba preguntado, le haba dicho que las cartas deb-an echarse a los buzones, de donde las recogan para llevarlas en troika1 a travs del mundo entero. Vankaechsupreciosaepstolaenelbuznms prximo... Una hora despus dorma, mecido por dulces espe-ranzas. Vio en sueos la clida estufa aldeana. Sentado en ella, su abuelo les lea a las cocineras la carta de Van-ka. El perro Serpiente pasebase en torno de la estufa y meneaba el rabo. . .

1Trineo arrastrado por tres caballos. (N. del T.) UN ASESINATO Es de noche. La criadita Varka, una muchacha de trece aos, mece en la cuna al nene y le canturrea: Duerme,niobonito, que viene el coco ... Una lamparilla verde encendida ante el icono alum-bra con luz dbil e incierta. Colgados a una cuerda que atraviesa la habitacin se ven unos paales y un panta-ln negro. La lamparilla proyecta en el techo un gran crculo verde; las sombras de los paales y el pantaln se agitan, como sacudidas por el viento, sobre la estu-fa, sobre la cuna y sobre Varka. La atmsfera es densa. Huele a piel y a sopa de col. El nio llora. Est hace tiempo afnico de tanto llo-rar; pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Parece que su llanto no va a acabar nunca. Varka tiene un sueo terrible. Sus ojos, a pesar de todos sus esfuerzos, se cierran, y, por ms que intenta evitarlo, da cabezadas. Apenas puede mover los labios y se siente la cara como de madera y la cabeza peque-ita cual la de un alfiler. Duerme, nio bonito . . .. balbucea. Se oye el canto montono de un grillo escondido en una grieta de la estufa. En el cuarto inmediato roncan el maestro y el aprendiz Afanasy. La cuna, al mecerse, gime quejumbrosa. Todos estos ruidos se mezclan con elcanturreodeVarkaenunamsicaadormecedora, que es grato or desde la cama. Pero Varka no puede acostarse, y la musiquita la exaspera, pues le da sueo yellanopuededormir;sisedurmiese,losamosle pegaran. La lamparilla verde est a punto de apagarse. El cr-culo verde del techo y las sombras se agitan ante los ojos medio cerrados de Varka, en cuyo cerebro semi-dormido nacen vagos ensueos. La muchacha ve en ellos correr por el cielo nubes negras que lloran a gritos, como nios de teta. Pero el viento no tarda en barrerlas, y Varka ve un ancho ca-mino, lleno de lodo, por el que transitan, en fila inter-minable,coches,gentescontalegosalaespalday sombras. A uno y otro lado del camino, envueltos en la niebla, hay bosques. De pronto, las sombras y los ca-minantes de los talegos se tienden en el lodo. Para que hacis eso? les pregunta Varka. Para dormir! contestan. Queremos dormir. Y se duermen como lirones. Cuervos y urracas, posados en los alambres del tel-grafo, ponen gran empeo en despertarlos. Duerme, nio bonito . . ., canturrea entre sueos Varka. Momentos despus suea hallarse en casa de su pa-dre. La casa es angosta y oscura. Su padre, Efim Ste-panov, fallecido hace tiempo, se revuelca por el suelo. Ellanolove,perooyesusgemidosdedolor.Sufre tanto atacado de no se sabe qu dolencia, que no puede hablar. J adea y rechina los dientes. Bu-bu-bu-bu . . . La madre de Varka corre a la casa seorial a decir que su marido est murindose. Pero por qu tarda en volver? Hace largo rato que se ha ido y deba haber vuelto ya. Varka suea que sigue oyendo quejarse y rechinar los dientes a su padre, acostada en la estufa. Mas he aqu que se acerca gente a la casa. Se oye trotardecaballos.Losseoreshanenviadoaljoven mdico a ver al moribundo. Entra. No se le ve en la oscuridad, pero se le oye toser y abrir la puerta. Encended luz! dice. Bu-bu-bu! responde Efim, rechinando los dientes. La madre de Varka va y viene por el cuarto buscan-do cerillas. Unos momentos de silencio. El doctor saca del bolsillo una cerilla y la enciende. Espere un instante, seor doctor! dice la ma-dre. Sale corriendo y vuelve a poco con un cabo de vela. Las mejillas del moribundo estn rojas, sus ojos bri-llan, sus miradas parecen hundirse extraamente agu-das en el doctor, en las paredes. Qu es eso, muchacho? le pregunta el mdico, inclinndosesobrelHacemuchoqueestsen-fermo? Mehallegadolahora,excelencia!contesta, con mucho trabajo, Efim. No me hago ilusiones. . . Vamos, no digas tonteras! Vers cmo te curas... Gracias, excelencia; pero bien s yo que no hay remedio. . . Cuando la muerte dice aqu estoy, es intil luchar contra ella ... El mdico reconoce detenidamente al enfermo y de-clara: Yo no puedo hacer nada. Hay que llevarle al hos-pital para que lo operen. Pero sin prdida de tiempo. Aunqueesyamuytarde,noimporta;tedarcuatro letras para el doctor y te recibir. Pero en seguida, en seguida! Seor doctor, y cmo va a ir? dice la madre. No tenemos caballo. No importa; les hablar a los seores y os dejarn uno. El mdico se va, la vela se apaga y de nuevo se oye el rechinar de dientes del moribundo. Bu-bu-bu-bu . . . Media hora despus se detiene un coche ante la casa; lo envan los seores para llevar a Efim al hospital. A los pocos momentos el coche se aleja, conduciendo al enfermo. Pasa, al cabo, la noche y sale el sol. La maana es hermosa, clara. Varka se queda sola en casa; su madre se ha ido al hospital a ver cmo sigue el marido. Se oye llorar a un nio. Se oye una cancin: Duerme, nio bonito ... A Varka le parece su propia voz, la voz que canta. Su madre no tarda en volver. Se persigna y dice: Acaban de operarlo, pero ha muerto! Santa glo-ria haya! ... El doctor dice que se le ha operado dema-siado tarde; que deba habrsele operado hace mucho tiempo. Varkasaledelacasaysedirigealbosque.Pero siente de pronto un tremendo manotazo en la nuca. Se despierta y ve con horror a su amo, que le grita: Mala pcora! El nene llorando y t durmiendo! Le da un tirn de orejas; ella sacude la cabeza como para ahuyentar el sueo irresistible y empieza de nue-vo a balancear la cuna, canturreando con voz ahogada. El crculo verde del techo y las sombras siguen pro-duciendo un efecto letal sobre Varka, que, cuando su amo se va, torna a dormirse. Y empieza otra vez a so-ar. De nuevo ve el camino enlodado. Infinidad de gente, cargadacontalegos,yacedormidaentierra.Varka quiere acostarse tambin; pero su madre, que camina a sulado,noladeja;ambassedirigenalaciudaden busca de trabajo. Una limosnita, por el amor de Dios! implor la madre a los caminantes. Compadeceos de nosotros, buenos cristianos! Dame el nio! grita de pronto una voz que le es muy conocida a Varka. Otra vez dormida, mala pcora! Varka se levanta bruscamente, mira en torno suyo y se da cuenta de la realidad; no hay camino, ni cami-nantes, ni su madre est junto a ella; slo ve a su ama, que ha venido a darle teta al nio. Mientraselniomama,Varka,depie,esperaque acabe. El aire empieza a azulear tras los cristales; el crculo verde del techo y las sombras van palidecien-do. La noche le cede su puesto a la maana. Toma el nio! ordena a los pocos minutos el ama, abotonndose la camisa. Siempre est lloran-do. No s qu le pasa! Varka coge al nio, lo acuesta en la cuna y empieza otravezamecerle.Elcrculoverdeylassombras, menos perceptibles a cada instante, no ejercen ya in-flujo sobre su cerebro. Pero, sin embargo, tiene sueo; su necesidad de dormir es imperiosa, irresistible. Apo-ya la cabeza en el borde de la cuna, y balancea el cuer-poalparqueelmueble,paradespabilarse;perolos ojos se le cierran y siente en la frente un peso plmeo. Varka, enciende la estufa! grita el ama, al otro lado de la puerta. Es de da. Hay que comenzar el trabajo. Varka deja la cuna y corre por lea a la porchada. Se anima un poco; es ms fcil resistir el sueo andando que sentado. Lleva lea y enciende la estufa. La niebla que en-volva su cerebro se va disipando. Varka, prepara el samovar! grita el ama. Varka empieza a encender astillas, mas su ama la in-terrumpe con una nueva orden: Varka, lmpiale los chanclos al amo! Varka,mientraslimpialoschanclos,sentadaenel suelo,piensaqueseradeliciosometerlacabezaen unodeaquelloszapatonesparadormirunrato.De pronto, el chanclo que estaba limpiando crece, se infla, llena toda la estancia. Varka suelta el cepillo y empie-za a dormirse; pero hace un nuevo esfuerzo, sacude la cabeza y abre los ojos cuanto puede, en evitacin de que los chismes que hay a su alrededor sigan movin-dose y creciendo. Varka, ve a lavar la escalera! ordena el ama a voces. Est tan cochina, que cuando sube un parro-quiano me avergenzo! Varkalavalaescalera,barrelashabitaciones,en-ciende despus otra estufa, va varias veces a la tienda. Son tantos sus quehaceres, que no tiene un momento libre. Lo que ms trabajo le cuesta es estar de pie, inmvil, ante la mesa de la cocina, mondando patatas. Su cabe-za se inclina, sin que ella lo pueda evitar, hacia la me-sa; las patatas toman formas fantsticas; su mano no puede sostener el cuchillo. Sin embargo, es preciso no dejarsevencerporelsueo;estallelama,gorda, malvola, chillona. Hay momentos en que le acomete a la pobre muchacha una violenta tentacin de tenderse en el suelo y dormir, dormir, dormir ... Transcurre el da. Llega la noche. Varka, mirando las tinieblas enlutar las ventanas, se aprieta las sienes, que se sienten como de madera, y sonre de un modo estpido, completamente inmotiva-do. Las tinieblas balagn sus ojos y hacen renacer en su alma la esperanza de poder dormir. Hay aquella noche una visita. Varka, enciende el samovar! grita el ama. El samovar es muy pequeo, y, para que todos pue-dan tomar t, hay que encenderlo cinco veces. Luego Varka, en pie, espera rdenes, fijos los ojos en los visitantes. Varka, ve por vodkal Varka, dnde est el saca-corchos? Varka, limpia un arenque! Por fin la visita se va. Se apagan las luces. Se acues-tan los amos. Varka, abraza al nio! es la ltima orden que oye. Canta el grillo en la estufa. El crculo verde del te-choylassombrasvuelvenaagitarseantelosojos, medio cerrados, de Varka y a envolverle el cerebro en una niebla. Duerme, nio bonito . .., canturrea la pobre muchacha con voz soolienta. .. El nio grita como un condenado. Est a dos dedos de encanarse. Varka, medio dormida, suea con el ancho camino enlodado, con los caminantes del talego, con su madre, con su padre moribundo. No puede darse cuenta de lo que pasa en torno suyo. Slo sabe que algo la paraliza, pesa sobre ella, la impide vivir. Abre los ojos, tratando de inquirir qu fuerza, qu potencia es sa, y no saca nada en limpio. Sin aliento ya, mira el crculo verde, las sombras... En este momento oye gritar al nio, y se dice: Ese es el enemigo que me impide vivir. El enemigo es el nio. Varkaseechaarer.Cmonoselehaocurrido hasta ahora una idea tan sencilla? Completamente absorbida por tal idea, se levanta y, sonriendo, da algunos pasos por la estancia. La llena de alegra el pensar que va a librarse al punto del nio enemigo. Lo matar y podr dormir lo que quiera. Rindose, guiando los ojos con malicia, se acerca con tcitos pasos a la cuna y se inclina sobre el nio. Le atenaza con entrambas manos el cuello. El nio se pone azul, y a los pocos instantes muere. Varkaentonces,alegre,setiendeenelsueloyse queda al punto dormida, con un sueo profundo. LOS MRTIRES Lisa Kudrinsky, una seora joven y muy cortejada, se ha puesto, de pronto, tan enferma, que su marido se ha quedadoencasaenvezdeirsealaoficina,yleha telegrafiado a su madre. He aqu cmo cuenta la seora Lisa la historia de su enfermedad: Despus de pasar una semana en la quinta de mi ta, me fui a casa de mi prima Varia. Aunque su marido es undspotayolematara!,hemospasadounos dasdeliciosos.Laotranochedimosunafuncinde aficionados, en la que tom yo parte. Representamos Un escndalo en el gran mundo. Frustalev estuvo muy bien.Enunentreactobebunpocodelimnhelado concoac.Esunamezclaquesabeachampaa.Al parecer, no me sent mal. Al da siguiente hicimos una excursin a caballo. La maana era un poco hmeda y me resfri. Hoy he venido a ver a mi pobre maridito y a llevarme el traje de seda. No haba hecho ms que llegar, cuando he sentido unos espasmos en el estma-go y unos dolores.. . Cre que me mora. Vasia, claro!, sehaasustadomucho;haempezadoatirarsedelos pelos, ha mandado por el mdico. Han sido unos mo-mentos terribles! Tal es el relato que la pobre enferma les hace a todos sus visitantes. Despus de la visita del mdico se duerme con el so-segadosueodelosjustosynosedespiertaenseis horas. En el reloj acaban de dar las dos de la maana. La luzdeunalmparaconpantallaazulalumbradbil-mente la estancia. Lisa, envuelta en un blanco peinador desedaytocadaconuncoquetngorrodeencaje, entreabre los ojos y suspira. A los pies de la cama est sentadosumarido,VasiliStepanovich.Alpobrele colma de felicidad la presencia de su mujer, casi siem-pre ausente de casa; pero, al mismo tiempo, su enfer-medad le desasosiega en extremo. Qutal,querida?Estsmejor?lepregunta muy quedo. Un poco mejor! gime ella. Ya no tengo es-pasmos; pero no puedo dormir! ... Quieres que te cambie la compresa, ngel mo? Lisaseincorporaconlentitud,pintadounintenso sufrimiento en la faz, e inclina la cabeza hacia su ma-rido,que,sintocarapenassucuerpo,comosifuese algosagrado,lecambialacompresa.Elaguafrala estremece ligeramente y le arranca risitas nerviosas. Yt,pobrecito,nohasdormido?gime,ten-dindose de nuevo. Acaso podra yo dormir estando enferma mi mu-jercita? Esto no es nada, Vasia. Son los nervios. Soy una mujer tan nerviosa...! El doctor lo achaca al estmago; pero estoy segura de que se engaa. No ha comprendi-do mi enfermedad. Son los nervios y no el estmago, te lo juro! Lo nico que temo es que sobrevenga algu-na complicacin . .. No, mujer! Maana se te habr pasado ya todo. Noloespero...Nomeimportamorirme;pero cuando pienso que t te quedaras solo... Dios mo!... Ya te veo viudo! Aunque el amante esposo est solo casi siempre y ve muy poco a su mujer, se amilana y se aflige al orla hablar as. Vamos, mujer! Cmo se te ocurren pensamien-tos tan tristes? Te aseguro que maana estars comple-tamente bien. . . No lo espero... Adems, aunque yo me muera, la pena no te matar. Llorars un poco y te casars luego con otra.. . El marido no encuentra palabras para protestar co-ntra semejantes suposiciones, y se defiende con gestos y ademanes de desesperacin. Bueno,bueno,mecallo!ledicesumujer. Pero debes estar preparado... Ypiensa,cerrandolosojos:Sefectivamenteme muriera ... El cuadro de su propia muerte se le representa con todo el lujo de detalles. En torno del lecho mortuorio lloran Vasia, su madre, su prima Varia y su marido, susamigos,susadoradores.Estplidaybella.La amortajan con un vestido color de rosa, que le sienta a lasmilmaravillas,ylacolocansobreunverdadero tapiz de flores, en un atad magnfico, con aplicacio-nes doradas. Huele a incienso; arden las velas funera-rias. Su marido la mira a travs de las lgrimas. Sus adoradores la contemplan con admiracin. Se dira murmuranqueestviva.Hastaenelatadest bella! Toda la ciudad se conduele de su fin prematu-ro... El atad es transportado a la iglesia por sus adora-dores, entre los que va el estudiante de ojos negros que leaconsejquebebieselalimonadaconcoac...Es lstima que no acompae a la procesin fnebre una banda de msica... Despus de la misa, todos rodean el atad y se oyen los adioses supremos. Llantos, sollo-zos, escenas dramticas... Luego, el cementerio. Cie-rran el atad... Lisa se estremece y abre los ojos. Estsah,Vasia?pregunta.Nohagoms que pensar cosas tristes, no puedo dormir!... Ten pie-dad de m, Vasia, y cuntame algo interesante! Qu quieres que te cuente querida? Unahistoriadeamorcontestaconvozmori-bunda la enferma, una ancdota... Vasili Stepanovich hasta bailara de coronilla con tal de ahuyentar los pensamientos tristes de su mujer. Bueno; voy a imitar a un relojero judo. El amante esposo pone una cara muy graciosa de ju-do viejo, y se acerca a la enferma. Necesita usted, por casualidad, componer su re-loj,hermosaseora?preguntaconunapronuncia-cin cmicamente hebrea. S, s! contesta Lisa, riendo y alargndole a su marido su relojito de oro, que ha dejado, como de cos-tumbre,enlamesadenoche.Compngalo,com-pngalo! Vasili Stepanovich coge el reloj, le abre, le examina detenidamente, encorvado y haciendo muecas, y dice: No tiene compostura; la mquina est hecha una lstima. Lisa se re a carcajadas y aplaude. Muybien!Magnfico!exclama.Eresun excelenteartista!Hacesmalennotomarparteen nuestras funciones de aficionados. Tienes talento. Ms que Sisunov. Sisunov es un joven con una viscmica admirable. Slo al verle la cara es morirse de risa. Fi-grate una nariz apatatada, roja como una zanahoria, unos ojillos verdes... Pues y el modo de andar?... An-dadeunmodograciossimo,igualqueunacigea. As, mira... La enferma salta de la cama y empieza a andar des-calza a travs de la habitacin. Salud, seoras y seores! dice con voz de bajo, remedando al seor Sisunov. Qu hay de bueno por el mundo? Su propia toninada la hace rer. J a, ja, ja! J a, ja, ja! re su marido. Y ambos, olvidada la enfermedad de ella, se ponen a jugar, a hacer nieras, a perseguirse. El marido logra sujetar a la mujer por los encajes de la camisa y la cu-bre de ardientes besos. Deprontoellaseacuerdadequeestgravemente enferma. Se vuelve a acostar, la sonrisa huye de su rostro... Es imperdonable! se lamenta. No consideras que estoy enferma! Me perdonas? Si me pongo peor, t tendrs la culpa. Qu malo eres! Lisa cierra los ojos y enmudece. Se pinta de nuevo en su faz el sufrimiento. Se escapan de su pecho dolo-rosos gemidos. Vasia le cambia la compresa y se sienta a su cabecera, de donde no se mueve en toda la noche. A las diez de la maana vuelve el doctor. Bueno; cmo van esas fuerzas? le pregunta a la enferma, tomndole el pulso. Ha dormido usted? Se siente mal, muy mal! susurra el marido. Ella abre los ojos y dice con voz dbil: Doctor, podra tomar un poco de caf? No hay inconveniente. Y me permite usted levantarme? S; pero sera mejor que guardase usted cama hoy. Los malditos nervio ... susurra el marido en un aparte con el mdico. La atormentan pensamientos tristes... Estoy con el alma en un hilo. El doctor se sienta ante una mesa, se frota la frente y lerecetaaLisabromuro.Luegosedespidehastala noche. Almediodasepresentanlosadoradoresdelaen-ferma, con cara de angustia todos ellos. Le traen flores y novelas francesas. Lisa, interesantsima con su pei-nador blanco y su gorro de encaje, les dirige una mira-da lnguida en que se lee su escepticismo respecto a una curacin prxima. La mayora de sus adoradores nohanvistonuncaasumarido,aquientratancon cierta indulgencia. Soportan su presencia armados de cristiana resignacin; su comn desventura les ha re-unido con l junto a la cabecera de la enferma adora-ble. A las seis de la tarde Lisa torna a dormirse, para no despertar hasta las dos de la maana. Vasia, como la noche anterior, vela junto a su cabecera, le cambia la compresa, le cuenta ancdotas regocijadas. Pero, a dnde vas, querida? le pregunta Vasia, a la maana siguiente, a su mujer, que est ponindose el sombrero ante el espejo, A dnde vas? Y le dirige miradas suplicantes. Cmo que a dnde voy? contesta ella asom-brada. No te he dicho que hoy se repite la funcin de teatro en casa de Mara Lvovna? Un cuarto de hora despus toma el tole. El marido suspira, coge la cartera y se va a la ofici-na. Las dos noches de vigilia le han producido un fuer-te dolor de cabeza y un gran desmadejamiento. Qu le pasa a usted? le pregunta su jefe. Vasia hace un gesto de desesperacin y ocupa su si-tio habitual. Si supiera vuestra excelencia contesta lo que he sufrido estos dos das! ... Mi Lisa est enferma! Diosmo!exclamaeljefe.LisavetaPav-lovna? Y qu tiene? El otro alza los ojos y las manos al cielo, como di-ciendo: Dios lo quiera! Es grave, pues, la cosa? Creo que s! Amigo mo, yo s lo que es eso! suspira el alto funcionario, cerrando los ojos. He perdido a mi es-posa ... Es una prdida terrible! ... Pero estar mejor la seora, verdad? Qu mdico la asiste? Von Sterk. Von Sterk? Yo que usted, amigo mo, llamara a Magnus o a Semandritsky... Est usted muy plido. Se dir que est usted enfermo tambin . .. S, excelencia... Llevo dos noches sin dormir, y he sufrido tanto ... Pero para qu ha venido usted? Vayase a casa y cudese! No hay que olvidar el proverbio latino: Mens sana in corpore sano . . . Vasia se deja convencer, coge la cartera, se despide del jefe y se va a su casa a dormir.

Los cuentos aqu incluidos han sido tomados del libro Los campesinos. Traduccin de Nicols Tasn, Coleccin Universal. No. 301 y 302. Ma-drid, 1930