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rEvoltijo MUSICAL en la memoria del linyera de alma carlos rafael domínguez -2010-

Revoltijo Musical

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recuerdos

. un revoltijo. Música. palabras. imágenes.

lugares. aromas. sentimientos. todos juntos en una extraña

mezcla. sin orden. aparecen como fueron golpeano a la

puerta y, a veces, a la ventana de la la mente del linyera

de alma. con desesperación por entrar. SIEMPRE EN MOMENTOS

MUY ESPECIALES

¿tríadas?

El linyera ya mencionó unas cuantas en su blog, generalmente identificándolas por medio del nombre o parte de la letra de una canción. Por ejemplo: ave de paso, moulin rouge, brumas de los mares, orangután, amargura, cuesta abajo, volver, ya

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viene la mañana, flor de lino, san lorenzo, papusa, zingara, manuelita.... Son prácticamente incontables las circunstancias, grandes y pequeñas, vividas por el linyera, presentes en sus recuerdos, siempre ligadas a un tema musical. Con la consiguiente carga sentimental. Había ensayado una somera explicación de este tipo de recuerdos: Aquí la presenta:

. . . . . . . . . . . . . . .

EXTRAÑAS TRÍADAS (marcas indelebles)

Por lo que sé, una tríada es simplemente un conjunto de tres cosas. No importa cuáles. Agrupar cosas es algo absolutamente frecuente. Casi instintivo. Agrupar cosas de a dos o de a tres no parece tampoco algo demasiado novedoso. Es por demás común. Algunos hasta han dicho que los males vienen de a tres. Los ritmos musicales se clasifican esencialmente así. También se suelen unir tres instrumentos de música para un trío. Se juntan tres cantores para una ejecución coral. En la historia de la política ha habido numerosos triunviratos gobernantes. Hay también no pocas sociedades comerciales compuestas por tres personas. Y esto por no mencionar la Santísima Trinidad, las tres Parcas, Tres Arroyos, los tres Mosqueteros… He leído también que la palabra “tríada” es ampliamente utilizada en criminalística, en biología, en computación, y mil cosas más.

En el caso al que me refiero aquí no se trata de ninguna de esas habituales tríadas. Aquí me voy a permitir mencionar una clase muy definida de asociaciones que podrían denominarse simplemente, para evitar equívocos, “asociaciones triples”. Digo que me voy a permitir porque siempre es conveniente solicitar permiso cuando uno va a tomarse el atrevimiento de sacar a la luz pública recuerdos, algo íntimos, que tal vez no le interesen a nadie más. Pero muchas veces uno tiene una cierta necesidad de exteriorizarlos de alguna manera. ¿Para qué publicarlos? Repito: necesidad casi imperiosa de exteriorizarlos de alguna manera.

¿De qué se trata? Se trata de algunos elementos guardados en mi memoria. Eso no es novedad. La particularidad consiste en que están allí guardados de una manera especial. En casilleros muy particulares. De a tres. Solo de a tres. Y nada más que de a tres. Formando tríadas. Ciertos recuerdos se han trenzado en un nudo de características muy marcadas al que han concurrido tres cuerdas diferentes. El caso es que a cada una de las cuerdas concurrentes en uno de esos nudos triples no las puedo evocar hoy en forma separada. Tiro de la punta de una y sale afuera el nudo. Tiro de una punta de otra y se arrastra el mismo nudo. Pruebo tirar de la tercera, y sale también el nudo entero, siempre el mismo. Por cualquiera de las tres puntas que elija. O aunque no lo elija, porque muchas veces no se trata de un acto voluntario, sino de alguna circunstancia no buscada que abre inesperadamente uno de esos casilleros. Cuando alguna circunstancia fortuita me pone en contacto con el extremo de una de las cuerdas, invariablemente se arrastra todo el nudo.

Trataré de explicar algunos de esos extraños nudos, traduciendo el genérico “cuerda” a términos más entendibles. Empezaré por decir que esos que he llamado nudos están formados por la siguiente trilogía: una canción – un lugar – una atmósfera emocional. Cada nudo, al aflorar, despierta una resonancia diferente, particular, específica, inconfundible, que me hace revivir de una manera total el momento preciso en que las tres cuerdas se unieron en un nudo en un lugar preciso del planeta.

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Nunca sabré cuál de los tres hilos juega el papel de aglutinar a los otros dos. Si es que hay uno. Tengo la intuición de que se trata de las canciones. Ciertas notas musicales, cuando me atrapan en un estado emocional particular, parecen meterse adentro de manera imborrable arrastrando esa atmósfera y marcando ese lugar preciso en que ocurrió el encuentro. Casualmente me crucé hoy con un libro muy reciente “Musicophilia”, del neurólogo y psiquiatra inglés Oliver Sacks. quien afirma que la música ocupa más áreas de nuestro cerebro que el lenguaje y que, así, los humanos son realmente una especie musical. Mis relatos solo son relatos. Cosas que me pasaron. Ni por asomo pretendo elaborar una teoría.

Un detalle no menor que me parece imprescindible destacar es que las circunstancias de esos nudos que he dado en llamar “extrañas tríadas” han perdido todo carácter de temporalidad con respecto a su ubicación en un determinado escalón del desarrollo de mi existencia. Cuando hoy reviven lo hacen “sin tiempo”. Solo es un nudo de lugar-música-sentimiento. Sin corresponder en lo más mínimo a una franja etaria de mi vida. Cada una, eso sí, señaló en el camino de mi vida un punto importante en cuanto a cierto rumbo. Pero no fueron señales en un orden cronológico estricto. Son más bien señales en una especie de desarrollo circular recurrente.

Pero vamos a lo concreto. Lo más práctico es siempre ir a los ejemplos. Podría mencionar muchos de estos nudos. Muchísimos. En el blog voy citando solo algunos, sin un criterio de selección demasiado riguroso. Tal vez asomen primero, no los que entraron últimos, sino, probablemente, los que más se han clavado en lo hondo de mi ser, aunque no parezcan demasiado importantes. Los menciono en el orden azaroso en que van aflorando. Puede ser que si se los colocara en orden cronológico marcarían algún rumbo en la vida. No sé. Siempre hay idas y vueltas y cosas que se reciclan. Todos presentan, eso sí, una característica común. Todos esos nudos surgieron en un momento de un fuerte impacto emocional y por la influencia preponderante de algún motivo musical, acompañado, generalmente, de una letra que actúa como disparador. No necesariamente fueron esos impactos lo que en una biografía ordinaria uno llamaría circunstancias determinantes en el rumbo de una vida. Pero por algo se anudaron las tres cuerdas. Y por algo se guardaron así. Y así, sencillamente, las voy presentando de vez en cuando.

prendi questa mano

Cuando el linyera se decidió a mandar al ciberespacio algunas experiencias muy personales por el solo gusto de compartirlas al azar con algún otro caminante y vio que hay quienes no solo las reciben sino que se sienten en sintonía con ellas, se ve lleno de una extraña nueva experiencia que lo estimula a continuar la marcha.

Si hay una vida cambiante es la del linyera. Todo parece rutina, pero todo es cambio a cada instante. Un sueño tras otro.. Aquí transcribe otra de las “tríadas”, es decir de esos nudos triples: una canción + una escena + un estado emocional.

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prendi questa mano - una clase de música - todo cambia

“Prendi questa mano, zingara…”

comenzó a lucirse una fina voz de tenor de ópera. Correspondía a un compañero en uno de los cursos de la carrera de magisterio. Allá lejos y hace tiempo. Con el profesor de música estábamos viendo no recuerdo qué cosas más bien tradicionales de las consideradas, no sin razón, grandes joyas musicales. Precisamente estaba en esos días en Buenos Aires un gran director de orquesta alemán que iba a dirigir en el Colón. Este compañero al que me estoy refiriendo, respetuosamente, pide la palabra, y, con anuencia del profesor, nos cuenta sobre el Festival de San Remo y ciertas innovaciones que marcaban la tendencia del gusto en las canciones populares de ese momento, al menos en Italia. Después de algunos comentarios, a manera de ejemplo, entonó a capella la canción premiada hacía poco en ese festival.

“Prendi questa mano, zingara…”

y nos prometió traer el disco completo para la próxima clase.

En ese momento no pasó nada importante. La clase continuó normalmente y no mereció el hecho demasiados comentarios de parte del profesor. Tampoco en los días posteriores. Nunca hablé sobre el caso con el entusiasta mensajero de la simpática “zingara.” Pero a mí la melodía de la “zingara” se me había metido en la cabeza con su colorida figura y daba allí vueltas y vueltas. La idea de algo nuevo, de un cambio, de un futuro distinto empezó también a girar. Esa alegre “zingara” me pide la mano y yo, dócilmente, se la dejo tomar. “ Lee mi futuro en ella,`zingara´ No tengas miedo en decírmelo todo. Tal cual lo veas.”

Tal vez yo había estado acostumbrado hasta entonces a ciertas rutinas en más de uno de los aspectos de la vida. Todo era más bien siempre lo mismo. . Sin horizontes nuevos. La melodía de la “zingara” fue como una voz de alerta. Una clarinada estridente. Basta de los mismos ocasos y las mismas alboradas. Las cosas cambian, la vida cambia, los gustos cambian, todo cambia. También yo voy a cambiar. Tengo que cambiar. ¿Cuándo? ¿Qué me deparará la vida? Sin duda algo impensado, algo distinto, algo nunca visto ni entrevisto…Lo conocía solamente la “ zingara.”..

Hoy la palabra “cambio” está muy de moda. Digo la “palabra”. Sobre todo en política. Es un eslogan atractivo. Pero, sin embargo, no hay dos personas para las que esa palabra signifique exactamente lo mismo. Hay que estar muy atento para no tragarse las palabras con las que trata cada uno de explicar el cambio. En la mayoría de los casos simplemente es seguir en lo mismo o dar algunos pasos atrás. No sé lo que pasaba por mi mente en aquel momento Pero, eso si, en aquel momento y con aquella melodía aprendí a auscultar no sé en qué profundidades el sentido de hondas tendencias personales de cambio ocultas tras las palabras. La “zingara” me hizo adquirir una especie de instinto especial para eso.

En un análisis retrospectivo muy superficial y, por cierto, nada científico, de mi propio andar por esos instantes de conciencia que llamamos la vida, tomando como eje el concepto del cambio, aunque sea de manera simple y burda, llego a la conclusión de que siempre estuve envuelto en cambios importantes en mi entorno físico y social. Desde mi nacimiento hasta, digamos, mis quince años, viví en

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alrededor de diez domicilios diferentes; perdí a mi madre de pequeño y a mi padre de adolescente; pasé por seis o siete escuelas; tuve varias enfermedades… ¿A qué seguir enumerando? Sin embargo, era como si los cambios pasaran a mi lado o por encima. Yo me sentía siempre igual. Estático. No iba yo a distintos lugares. Era como si los lugares vinieran a mí. Eso me hizo lo que yo diría un poco “conservador”. No apreciaba el cambio sino que esperaba con cierta indiferencia que el cambio viniera.

Lo que me trajo la “zingara” no fue el deseo del cambio sino simplemente la conciencia del cambio. Desde entonces empecé a estar alerta y tratar de aferrarme, como un náufrago, al primer salvavidas al alcance de mi mano o de treparme a la cresta de la próxima ola. Ningún instante es igual al anterior.

Y vuelvo a la música. Es lo cierto, que de todas las clases de música que tuve en mi vida aquella fue la única que me dejó un “nudo” perdurable. La melodía de “Prendi questa mano,” + el salón con la voz de aquel compañero + la idea de movilidad constante en las cosas de la vida. No llegué a asimilar la mayoría de los cambios de gusto generalizado en la música popular, pero sí me quedó impresa a fuego la sensación de cambio en las mil cosas que constituyen mi marcha de linyera, tratando de aferrar cada instante porque cuando quiero acordar ya se fue. .

idilio en azul

Los andares de este linyera son ahora casi exclusivamente urbanos. De los añorados campos, que fueron su entorno en otros tiempos, conserva, muy guardadas en el rincón más romántico del alma, unas cuantas postales. Aquí va una.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

Es una postal con características algo especiales. A pesar de pertenecer a mi primera infancia, se presenta bajo la forma de una composición solo posible gracias a la magia de una moderna computadora.

Como fondo se presenta un campo inmenso, que cubre toda la postal, extendido hasta el infinito, sin límite alguno, allá, allá, allá... Voy cortando el aire y el polvo en el International del almacén, playero y sin cabina. Una alfombra de flores azules, muy

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azules, se hamacan con la brisa en ondulaciones tan gentiles como si fuesen las más elegantes de las bailarinas de un ballet danzando en punta. Un mar cautivante de paz y armonía. Todo azul. Un escenario que invita a lanzarse al océano de la vida sin temores ni angustias...

En un rincón de la postal, como una ventanita, un pequeño sobre de papel madera con una etiqueta que tiene cuatro letras L-I-N-O. El sobre se encuentra, en un estante sobre el escritorio de mi padre, en la compañía de otros varios que dicen “trigo”, “maíz”, “cebada”, “centeno” y varios más. Pero el sobre del “lino” parece destacarse. No sé, es más elegante, es el centro, es el rey. Es como si mis ojos lo vieran azul. La “soja” no aparecía en aquellos años.

El tercer elemento de la composición no tiene que ver con lo visual. Sin duda se añadió a la postal un poco después en el tiempo. Es un vals de Homero Expósito de 1947. La imágenes corresponden a varios años antes. Pero, no sé exactamente la razón, esos compases musicales allí se pegaron y resultan inseparables (Al menos, para mí).

“Flor de Lino, qué raro destino truncaba un camino de linos en flor...”

¡Qué música acariciante! ¿Estaría allí escondida veladamente esa mujer misteriosa que estaba aguardando al linyera en un recodo algo remoto del camino?

“Deshojaba noches esperando en vano que le diera un beso, pero yo soñaba con el beso grande de la tierra en celo.”

“Yo la vi florecer como el lino de un campo argentino maduro de sol...”

¡Ah, esos campos de lino! ¡Tan azules! ¿Es todo esto un mundo del ayer? ¡No!

“Hay una tranquera por donde el recuerdo vuelve a la querencia...”

Y falta un cuarto elemento pegado a esa misteriosa postal como una cataplasma. Precisamente como una cataplasma. Con todo el aroma de la harina de lino de las cataplasmas que me aplicaba la abuela cuantas veces lo creía necesario y beneficioso para mi salud. Eso pasaba frecuentemente. Era un aroma que yo encontraba delicioso y que impregnó para siempre esta vieja postal con la nota del cariño, si algo le faltaba. Hasta parecía un perfume de color azul.

¡Qué riqueza de sensaciones! Todas juntas en una ya borrosa postal. Borrosa pero aún capaz de reavivar muy gratas e imperecederas memorias. Pasado que sigue siendo presente y será futuro hasta... ¡Idilio en azul!

Sin intervención de mi voluntad me vi precozmente alejado, en la vida real, de aquellos campos azules... ¿Hubiera sido otro el rumbo de mi vida si hubiese seguido flotando en ellos? ¡Oh, aquel campo de lino!

“...tu recuerdo me persigue siempre por la siempre noche de mi soledad...”

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un jardín de ensueño

Melancolías vespertinas. Experimentadas por el linyera al salir de la infancia. Era una salida con fórceps. Deseada, querida, pero temida. Una sangrienta lucha entre buscar ser grande y seguir siendo niño. Entre empezar a asumir responsabilidades y preferir ser cómodamente llevado de la mano por otros.

El escenario fue esa vieja casa de la calle Ensenada donde tantas cosas pasaron dentro del alma del linyera... La casa ya no está. Hace muchos, muchos años la fue a buscar un día para contemplarla unos minutos, al menos desde afuera.... No se hubiera atrevido a tocar el timbre. Pero la casa ya no era la misma. Ni siquiera estaba allí el enorme algarrobo de la vereda. La había sustituido un insípido edificio de varios pisos, sin voz ni gusto ni color ni aroma para el linyera. ¿Y los recuerdos? ¿Y las noches de luna llena? Solo en el alma.

ya viene la mañana...

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Una acariciante melodía que no me entró en el alma como un impacto repentino, como había sido, por ejemplo, “Manuelita” en las playas de San Bernardo, según ya relaté. Fue por insistencia. Fue por repetición. Repetición muy agradable. Y cadenciosa. Alguien la machacó y la machacó sobre mis oídos. Fue una voz muy dulce, la del para mí inolvidable mejicano Juan Arbizu.

Ese bolero (creo que era un bolero), impregnado de un no sé qué, despertaba en mí los más embriagadores sueños.

“ Ya viene la mañana...”

¡Qué me importaba la contradicción! Eran más o menos las cinco de la tarde. Creo que lo mismo casi todos los días. Era la cortina para abrir el programa musical de no me acuerdo qué radio de Buenos Aires.

“Ya viene la mañana...”

Instantáneamente dejaba la lapicera con la que estaba escribiendo mis deberes sobre la mesa de la antecocina (iba a la escuela por la mañana) y entraba en un raro embeleso, lejos, lejos, en un jardín misterioso... “Ya viene la mañana, perfumada de flores...”

Todos los aromas más fragantes del mundo me envolvían en esos atardeceres rutinarios y me sentía realmente en el jardín más maravilloso del mundo. Un éxtasis de colores, de brisas acariciantes, de pura vida interior, de una paz misteriosa y absorbente. Todo mi entorno desaparecía en una vaporosa nube de una fragancia total. Ya no había lapicera, ni cuadernos, ni manual del alumno, ni libro de lectura, ni la mesa grande de usos múltiples, ni las varias puertas de acceso a las otras reparticiones de la casa, ni la abuela en la cocina, ni nada ni nadie, solo yo y esa atmósfera ultraterrena...

“¡Reloj no marques las horas!”

“A escuchar la triunfante canción de nuestro amor...” “Levántate, ángel mío...”

Palabras que resonaban como en un cuento de Las mil y una noches. Todo misterio, fantasía, sueños, lugares remotos y arcanos, seres tenues y delicados. ¿Quién sería ese ángel? ¿Lo imaginaba acaso? Allí estaba perfumándome con su aliento y mojando mis labios con la miel de los suyos... Todo paz y ternura...

¡Ah, aquel jardín de mis tardes, envuelto arcanamente en una canción matinal! ¡Qué hermoso revivir esos momentos aunque solo sea por un segundo y a cualquier hora del día, escuchando en mi imaginación la dulce voz de Arbizu en

“Ya viene la mañana…”

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gardel 

Al linyera siempre le hubiera gustado ser no solo un ambulante sin rumbo sino un cantautor, un verdadero juglar, para exteriorizar su interior en compañía de una guitarra. Hubiese querido poder decir como Ángel Greco: “Saldrá el sentimiento criollo enancao al pensamiento, en el flete de un lamento...” No se dio ni ya se dará.

Pero es lo cierto que la música constantemente lo acompañó y lo acompaña, dentro de su cabeza, más que en sus oídos. Y generalmente es para darle suaves empellones de optimismo.

Alguien que con su voz, real o soñada, vino al rescate del linyera cuando se encontraba hundido en algún pozo, fue Carlos Gardel. Y lo sigue haciendo de vez en cuando.

Una de las “extrañas tríadas” (una canción + un lugar + un sentimiento) que tiene registradas en su archivo dice así:

volver – sala de música - vacío total

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Uno de esos momentos en que se vive suspendido en medio de la niebla. Ni arriba, ni abajo, ni derecha, ni izquierda. Ni voces amigas, ni manos amigas. Ni recuerdos, ni sueños. Ni ser, ni estar. Solo niebla. Espesa, pesada, oprimente. Silencio de cementerio. Quietud de féretro.

Había intentado yo un salto al vacío. Desesperado. Sin objetivos. Huir. ¿Hacia dónde? El vacío fue pura niebla. Nada más que niebla. Todo peor.

Sala de música de un colegio. Adonde el destino me había tirado. No mi voluntad. Me había dejado llevar. Todo oscuro. Fuera de las paredes. Dentro de las paredes. Dentro del cuerpo. Dentro del alma. En los ojos. En los oídos. En las neuronas...

De pronto

“...guardo escondida una esperanza humilde...”

Alguien había captado mi absoluta soledad y había encendido el tocadiscos. Llegó un hilo de voz. Muy lejano. Apenas audible. Fue como un rayo de luz.

“Volver...”

¿De dónde? ¿Adónde? ¿Quién lo sabe?

“.. una esperanza humilde...”

Aunque sea humilde, muy humilde, casi imperceptible. era ¡una esperanza al fin! ¿Dónde? ¿Cuál?

Me puse a reflexionar... Caigo en la cuenta, de manera experimental, que el bien y el mal no existen. Simplemente somos. ¿Qué? ¿A quién le interesa? Somos. Alguien inventó esas palabrejas o, mejor dicho, sus equivalentes en lenguas más antiguas. Poco a poco todo empezó a clasificarse de un lado y de otro. Algunos intentaron especulaciones imposibles y aumentaron la grieta. Otros la aprovechan para controlar y explotar a los demás constituyéndose en intérpretes y absolutos administradores de lo que ellos llaman “bien”.

“ ...Guardo escondida una esperanza humilde....”

La voz de Gardel fue un repentino rayo de luz. Una ventana se abrió en la cueva tenebrosa... ¿Hacia dónde? Hacia cualquier parte... ¡Una ventana! ¡Increíble! ¡Todo parecía un encierro tan hermético! Y fue la voz de Gardel la que consiguió abrirla.

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de nuevo con gardel

Gardel fue por cierto uno de los seres a quien el linyera encontró más de una vez en su camino. Encuentros siempre positivos. La voz de Carlitos presurosa al rescate, sin ser llamada. Como adivinando alguna necesidad íntima del linyera.

Lo siguiente quedó registrado en el álbum de sus “extrañas tríadas”. Reapareció precisamente cuando recibe una foto de su hija frente a la casa de Toulousse.

era para mí la vida entera – bernal – aromas de glicinas

Años, en lo profundo, bastante ingratos, por razones que no es necesario explicar acá, pero con destellos superficiales de intensa felicidad, unas veces muy fugaces, y otras veces algo más extendidos en el tiempo y, algunos pocas, con una intensa fuerza capaz de marcar a fuego huellas que renacen una y otra vez ante ciertos toques mágicos.

En este caso, el lugar fue Bernal, una localidad al sur de la ciudad de Buenos Aires, no tan densamente poblada entonces como ahora. Un lugar tranquilo. Un colegio enorme. Un patio de baldosas gastadas por el tiempo, ya de un color indefinible,

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tirando a un gris inexpresivo. Un dosel de vistosas y perfumadas glicinas ponía una nota alegre en el inmenso patio y en mi pequeña alma, solitaria, aunque integrada en una fila como de treinta compañeros esperando la señal para dirigirnos al aula de primer año del ciclo básico común. Había sonado el toque de timbre para formar las filas pero, extrañamente, se estaba demorando el segundo toque para hacer silencio y empezar el camino hacia la escalera del edificio que nos esperaba con un arco florido de jazmín del país. Todo muy primaveral como entorno de mi mente melancólica y soñadora. Melancólicamente triste y misteriosamente soñadora en ese día. No sé por qué. En esa espera, excepcionalmente prolongada, un compañero de fila, rubicundo y entusiasta, comenzó a cantar:

“Era para mí la vida entera como un sol de primavera..”.

¡Qué soplo de felicidad repentina! ¡Gracias, Francisco!

“Sabía que en el mundo no cabía toda la humilde alegría de mi pobre corazón..”

Timbre. Silencio. Empiezo a marchar con una gotita de luz dentro de mí. ...

“mi esperanza y pasión..”

¿Cuál? ¡Qué importaba! Algo había entrado en mi alma.

Gardel siempre supo despertar en mí las más intensas reminiscencias nostálgicas. Siempre ha estado para mí fuera de todo juicio artístico. Oírlo es revivir en todos los rincones de mi cerebro y de mi corazón experiencias que parecen haberme acompañado desde el vamos de mi ser. Pero, inevitablemente,

“Era para mí la vida entera…”

despierta un eco inigualable.

Hoy, décadas y décadas más tarde de aquella mañana en Bernal, suena la voz de Gardel o alguno de sus émulos con esa vieja letra y, al primer compás ya estoy en aquel patio, que nunca más he vuelto a pisar, y un sacudón de fervor primaveral me moviliza desde lo más íntimo. Veo glicinas o, simplemente, me las nombran, y allá voy. Siento un aura fresca de primavera en mi piel o, simplemente, me entra por los ojos desde alguna pintura y se me llenan los oídos con la voz de Francisco y el corazón con un toque repentino de una increíble dicha. Me nombran Bernal y toda ese enorme conglomerado se reduce a un dosel de glicinas sobre un patio gris.

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una vez más gardel

Recuerda el linyera aquí un tercer encuentro con aquel que, vaya a saber por qué indescifrable ucase del destino, beneficioso en este caso, siempre acudió en su ayuda, con su voz cargada de melancólica esperanza, en momentos aparentemente cruciales.

amargura...arrabal amargo...soledad - solo - incertidumbre

¿Cuándo? Una noche. ¿Dónde? Una cama. ¿Quién? Yo. ¿Con quién? Con una radio apagada.. Estaba triste. Muy triste. Casi con lágrimas. ¿Por qué? Esa tristeza que no tiene explicación. Que toma posesión de todo el ser, hasta la médula de los huesos, las tripas, las uñas de los dedos de los pies... ¿Futuro incierto? Sí. ¿Pesar del camino recorrido? Hasta cierto punto. ¿Deseo de llegar a la paz absoluta? Tal vez. ¿Cómo? Ninguna idea concreta. Solo deseo. ¿No es más feliz el mosquito que no piensa tanto?

Prendo la radio. A ver si la música me levanta el ánimo. Cualquier cosa. Lo que salga. A suerte y verdad.

“. hoy hay en mi huella solo llanto y mi dolor... Arrabal amargo, metido en mi vida, como una condena de una maldición... y ahora vencido arrastro mi alma... En mi larga noche el minutero muele la pesadilla de su lento tic-tac...” etc., etc., etc...

Al terminar la tercera canción, pasadas en ese orden estricto, apagué la radio. ¿Cansado? ¿Sobrepasado? No. Nada de eso. Para evitar que otras canciones me

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robaran la sensación que me dejaban esas tres. Apagué la radio y encendí el reproductor musical de mi propia imaginación, que siguió y siguió repitiendo las tres melodías, con su música y su letra, hasta que me desperté cuando un rayito de luz se coló por la hendija de una persiana y me hizo abrir los ojos a un nuevo día, que daba comienzo, tal vez, a una larga serie de días nuevos..

Esos momentos son hoy casi inexistentes. Cuando escucho ahora esas melodías o las imagino en alguna noche sin sueño, me envuelve algo así como una nevizca melancólica, dulce y acariciante, tibia, nunca lastimera... como cuando salí del quirófano sin las piernas, pero con una sensación de bienestar....

“metido en mi vida, como una condena...”

¡No! ¡Condena no! ¡Un empellón muy fuerte hacia nuevas y más felices realidades!

serenata nocturna 

¡El linyera y sus noches! Casi con seguridad podría decirse que fueron, en definitiva, más importantes que sus días. Siempre. Con distintos matices. Temores, sueños poéticos, pesadillas, visiones proféticas, creaciones, planes, descanso, placer...

A propósito de esto, aquí reproduce una página acerca de una de esas extrañas tríadas (una canción + un lugar + un sentimiento) cuyo nudo se produjo en una de esas noches de tantas.

moulin rouge – secretaría de un colegio – melancolía al cubo

"…whenever we kiss… " , giraba un long-play…

"I worry and wonder…", seguía el tocadiscos…

"but where is your heart?…  "

Una y otra vez, en repetición. Incansable, aunque algo amortiguado, para no perturbar la noche de otros, continuaba el pequeño parlante. Por supuesto, mi mano estaba detrás de esas repeticiones. Era algo automático.

No sé si la atención la tenía puesta en las palabras, de frustración romántica, o

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simplemente me sentía cautivado por esa melodía suave y acariciante. Jamás, por supuesto, había estado en el Moulin Rouge. Eso añadía misterio al misterio. Tenía en los huesos y en la mente toda la fatiga de un día de labor escolar. Solo, en la secretaría del colegio, donde me había quedado para terminar algunas planillas para darle una mano al responsable.¿ Generosidad? No. No quería ir a dormir. Lo sentía como si fuera ir a mi tumba. Ya había oscurecido. Calor. Mucho calor. Humedad. Todo unido a la fatiga del día. Encendí el Winco y dejé el disco que estaba puesto. ¿Quién lo habría colocado allí? ¿Importa? Lo que saliese. Un café instantáneo. Una vaga melancolía a mi alrededor... Y dentro de mí. De esas que no tienen definición. Si la tuviera... Una tristeza difusa, pero continua… ¿Un deseo ciego de algo indefinible? Una noche más. ¿Y después? No quería ir a dormir….Quería seguir despierto… ¿Para qué? ¿Para continuar el trabajo de secretaría? ¡No! Para seguir en un vivir pleno. ¿Tenía algún sentido mi vivir?

El disco volvía a empezar:. Por enésima vez... 

"Whenever we kiss... "

¿Tenía esa letra que ver con algún íntimo y oculto deseo? Ningún desengaño, por cierto. ¿Pura fantasía? ¿Solo una música arrobadora? 

"I worry and wonder…Your lips may be here…"

¿Los labios de quién? Un ser muy indefinido entonces... Sin nombre... ¿Lo tendría algún día?

Dejemos que la noche siga, me decía a mí mismo. ¿Para qué cortarla? ¡Se está tan bien acá! Sin nada más que hacer. Los registros están terminados. Sin nada nuevo que esperar mañana. Volví a repetir la pasada del disco. ¿Y por qué no seguir así toda la noche? Una noche sin minutos, sin horas, sin fin... ¡Ojalá no hubiera otro amanecer! ¿Qué busco? ¡Qué sé yo! ¡Si supiera! Algo distinto... Algo...

Me puse de pie y me preparé otro café instantáneo. Me asomé a la ventana que daba al parque. Primavera total. Noche sin luna. Las estrellas detrás de un colchón de nubes. ¿Tormenta? No tan cercana. Serenidad pura. Atmósfera húmeda. Penetrante.

Volví a poner la púa en el surco de la misma canción.. Una vez más. Y el minutero siguió corriendo y el disco girando hasta que el sueño me sumergió en el dulce arrullo de un no-sé-qué..

Y el nudo se repite cada vez que asoma alguna de las tres puntas del ovillo,

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el orangután

Por hoy el linyera transforma su caja cerebral en una pantalla de TV y hace desfilar por allí una escena por cierto muy anterior a la era de Tinelli.

Saca una postal con una “tríada” (orangután + tv + año nuevo) grabada hace más de cincuenta años.

el orangután – tv – año nuevo

“ estaba el orangután.... y la pobre orangutana... comiéndose una banana... los pies en la palangana... estaba el orangután..”.

Y así por largo rato. Yo estaba por primera vez en la vida ante la pantalla de un aparato que me dijeron que era un televisor. Por supuesto, en blanco en negro. Se veía discretamente bien. Allí había una multitud en un salón danzando y danzando muy alegre e incansablemente al ritmo de “el orangután y la orangutana...” Alguien más conocedor que yo de esas cosas me comentó que los danzarines eran todos artistas famosos de la farándula de Buenos Aires. Otro añadió que la canción era de un tal Chico Novarro.

A decir verdad todo eso me resultó novedoso. Era la noche del 31 de diciembre. ¿1951? Yo era estudiante de filosofía en una así llamada, impropiamente para mi gusto, “casa de formación” de una institución religiosa. Nos mantenían herméticamente aislados de eso que llamaban “mundo” para que la “formación” fuese higiénicamente aséptica.

Esa noche, jamás sabré por qué, la persona circunstancialmente a cargo del grupo de los “filósofos”, tuvo una ocurrencia genial, que probablemente más tarde le haya

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costado algún tirón de orejas. El director había comprado un televisor, gran novedad en ese tiempo en el país , y lo usaba aparentemente él solo. El aparato estaba en el aposento reservado para visitantes ilustres. Vaya a saber por qué (¡qué aburrida sería la vida si todo estuviese previsto!) esa noche, después de la cena, a un grupo reunido en el patio, el responsable nos dijo:

- Vamos a ver el nuevo invento.

- ¿De qué se trata?

- ¿Saben que desde octubre está funcionando la televisión en el país?

- Algo sabemos. Pero, ni idea.

- Vengan

- ¿Adónde?

- Al cuarto de huéspedes. Ahí está el aparato nuevo.

- ¿El director sabe?

- Salió a pasar la noche con su familia.

- ¿Y nosotros acá como pajarones?

- Vengan y vemos de qué se trata.

Subimos la escalera con cierta sensación de misterio. El aparato ya estaba encendido y funcionando. Cine en miniatura. Todo transmitía alegría desbordante. Me senté. Cerré los ojos y me incorporé a la fiesta danzante.

“ el orangután... y la orangutana... el orangután... y la orangutana...”

Imborrable. Todos los días en que comienza un nuevo año, este recuerdo reviv

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puertos

Las oportunidades que tuvo el linyera de navegar fueron limitadas aunque muy gratas. Eso sí, siempre en agua dulce. De pequeño (y de no tan pequeño) soñaba con estar, como el capitán pirata, “sentado alegre en la popa” y cantando “¿Qué es mi barco? Mi tesoro. ¿Qué es mi Dios? La libertad. Mi ley, la fuerza y el viento. Mi única patria, la mar.”

Sueños, nada más. El linyerita se sentaba con su abuelito contra la pared de alguno de los depósitos en los muelles del viejo y auténtico Puerto Madero mirando la interminable fila de estibadores con bolsas de trigo sobre los hombros para las bodegas de algún barco extranjero y las ratas, en competencia, haciendo equilibrio sobre los cables de amarre, hasta los topes que les impedían llegar a bordo.

Con todo esto se mezcla otra “tríada musical” que el linyera había una vez descripto de esta manera:

entre las brumas de los mares–escarlatina–viajes imaginarios

No existían las telenovelas. Porque no existía la televisión. Al menos, fuera de ciertos laboratorios de avanzada. En los hogares, ¡ni en sueños! La pantalla, con sus escenarios, había que tenerla prendida dentro de la propia cabeza ayudados por las directas o indirectas y hasta subliminales sugerencias de los que nos entretenían con los radioteatros. Entretenían y atrapaban.

Una de las atrapadas era mi abuelita. No se perdía ni un minuto. Tenía una radio en la cocina. Otra estaba en la pieza donde yo había sido apartado por mi escarlatina. “Tiene para cuarenta días”, había dicho el doctor. Y así iba a ser. Una dieta estricta. Las molestias tradicionales en la piel. Cierto decaimiento. Cama rigurosa. La radio era una compañía nada despreciable. A toda hora.

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En este punto lo que más se me impregnó en la memoria es el horario del mediodía. Mientras tenía delante un plato con un poco de pechuga de pollo sin sal y una porción de papa hervida, también sin sal. En la radio empezaba el teatro de todos los días. Con su música pegadiza. No sé si recuerdo exactamente la letra.

“Entre las brumas de los mares... en cada puerto tengo amores que alegran mi destino...”

Se repetía cada vez que tenía lugar una pausa. Miento si digo que me acuerdo de alguna escena o de algún personaje. Por cierto el personaje era, eso sí, un marinero, que siempre estaba sobre la cubierta del barco, que se llamaba el POCO A POCO .

“ pero muy pronto he de llegar al puerto en que me espera, una mujer que debe estar con un niño a su vera...”

Tuve que preguntar sobre el significado de “vera”. Y creo que alguna imprecisa noción rondó por mi mente sobre la infidelidad conyugal de los marineros... No me pareció nada importante ni escandaloso. Lo seguía a ese marinero, cuyo nombre no recuerdo, de puerto en puerto, cuyos nombres tampoco recuerdo, y sus encuentros con tantas mujeres distintas, cuyos nombres se me han borrado.

Lo único que se me quedó grabado es la canción, repetida en cada interrupción de la continuidad de la novela...

” al puerto en que me espera... una mujer que debe estar con un niño a su vera...”

Y a su arrullo me pongo a viajar por los mares del mundo... aunque, a veces, tenga que ser entre brumas...

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ave de paso 

La vida de un linyera (al menos del que lo es, sobre todo y esencialmente, en el alma) se caracteriza por una continua tensión entre una monótona continuidad y los cambios más sorpresivos. Sus varios lugares de residencia en el país jamás obedecieron a decisiones voluntarias. Ese es un ejemplo de lo sorpresivo en su vida. Y el ejemplo más patente de continuidad es su tarea como enseñante durante ya más de sesenta años. Siempre en un aula como lugar de trabajo. Su taller.

Momentos de tránsito en esa continuidad fueron aquellos en que anualmente debió despedirse de los distintos grupos de estudiantes. Mezcla de melancólico adiós y esperanzadas expectativas para el grupo y para sí mismo.

A propósito de uno de esos momentos escribió cierta vez acerca de otra extraña tríada que se había anudado en su alma (canción + lugar + sentimiento)

ave de paso – un aula – una nueva vida

¿Cuándo se termina la vida? Es muy simple: cuando uno quiere. ¿Y la muerte? ¿Qué es la muerte? Hay muchas clases de muerte. La biológica es solo una de esas clases. Se termina allí de deshacer una unidad que ya se había ido deshaciendo desde el primer momento de la concepción. Partecitas de lo que llamamos nuestro yo se van repartiendo día a día entre otros seres y otras nuevas se nos van integrando por un tiempo. Nacemos y morimos constantemente. El período de nuestra conciencia personal es solo un paso fugaz en ese andar incesante sin que sepamos por donde. Ese pasaje efímero del que tengo conciencia y memoria lo narré en alguna parte bajo el título de Diario de un linyera de alma.

En esta pincelada de lo que llamo Extrañas tríadas quiero describir aproximadamente (con precisión me es imposible) el nudo sentimental triple que se me instaló en algún rinconcito del alma en el momento de una despedida. Una de esas tantas muertes y nacimientos que constituyen la vida. ¿Despedida? A todos los

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eventos, grandes o pequeños, hay que ponerles algún rótulo. Despedida puede decirse, aunque no sería, por cierto, en este caso, el término exacto.

Fue en un aula. Una más de los centenares de aulas visitadas en el curso de seis décadas. Con un grupo de estudiantes que, a lo largo de su carrera universitaria de profesorado de inglés, me habían acompañado, con muy pocas bajas, durante los cuatro últimos años. Era la última de mis clases con ese grupo. No se llenó, en ese momento, el aire con ninguna melodía audible, como había sucedido en las otras ocasiones en que se formaron esos “nudos triples”. La música pasó solo por mi mente en la voz inolvidable de Charlo. Me pareció oírlo nítidamente en “Ave de paso…

“Ha llegado el momento… Adiós…”

¡Qué emoción! ¡Qué nostalgia! No era

“la luna de Río…”

Era otra cosa…muy otra cosa. El viejo linyera se sentía en ese momento realmente como un “Ave de paso” que ya debía tomar otro rumbo. Los cuatro años pasados con ese mismo grupo fueron cuatro. Muy fugaces y muy especiales. ¿Por qué? Al linyera le debieron un día amputar ambas piernas y tuvo que emprender entonces el duro aprendizaje de tener que caminar por la vida con una enorme dosis de ayuda ajena, indispensable y, a veces, difícil de aceptar. Una experiencia nueva. En lugar de tirarse en un rincón y esperar el final aprendió que en vez de piernas se podían tener alas.

Supo que podía volar y, en su vuelo, tirar al aire jirones de su vida para compartir sus pequeñas experiencias con tantos otros seres. Supo que había muchos otros que lo entendían y sentían con él. Supo que podía dar a los demas algo que no fuesen solamente conocimientos secos.

“Ave de paso”. Un nuevo tramo había terminado. Pero el linyera levantó vuelo con las alas cargadas de ganas de seguir su viaje hacia donde la brújula de su instinto lo siga guiando..

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che, papusa

El linyera constató (ya lo expresó muchas veces) que de una manera ocasional y extraña se anudaron en su cabeza en ciertos momentos especiales, una canción, un lugar determinado y una sensación o un sentimiento particular.. Por lo general no parece existir una relación lógica para esas uniones triples. En este caso, ¿qué tiene que ver una linda chica porteña con un pueblito perdido en el medio de la pampa y con una insoportable sensación de calor? Allí estuvo dos veces sumando un total de unos pocos días, pero solo una escena de uno solo de esos días le quedó claramente grabada en una postal.

Él mismo escribió lo que le ocurrió un lejano día hace más o menos medio siglo:

che, papusa – quemú quemú – calor insoportable

“che papusa, oí los acordes melodiosos que modula el bandoneón... che papusa, oí...”

El vozarrón de Julio Sosa resonaba con una fuerza tremenda que lo llenaba todo, como un trueno, desde los parlantes de la propaladora del pueblo. Unos avisos comerciales y de nuevo la misma canción:

“si entre el lujo del ambiente..”.

¿Por qué estaba yo en Quemú Quemú? No interesa en este caso. Tal vez ni quiero acordarme. Allí estaba. Por pocos días. Había salido esa mañana de enero a dar unos pasos. En ese momento era el mediodía y me encaminaba a la fonda para almorzar algo. El sol más ardiente que nunca. La arena de las calles sin árboles era de fuego. No había calles asfaltadas. Hacía meses que se estaba extrañando la lluvia.

“Muñeca, muñequita, que hablás con zeta…”

No había ninguna muñequita que hablara con zeta o con jota… Tal vez estuviese por ahí escondida. Yo solo veía calles desiertas y quemantes.

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“Muñeca, muñequita, papusa y breva...”

¡Por fin! Parecía imposible, pero me instalé en la mesita de la fonda. Me serví un vaso de vino con un cubito y me parecía estar en el paraíso. Julio seguía incansable tras un par de avisos.

“Y por raro esnobismo tomás prissé…”

Yo disfrutaba mi vino refrescante con un chorrito de soda mientras empapaba mi pañuelo secándome el sudor de la cara….

Julio Sosa está lejos de cansarme. Es uno de mis favoritos. Pero el caso caso es que siento su poderosa voz casi en forma automática cuando me veo sumergido en la atmósfera de un día sofocante, mientras mi imaginación vuela a Quemú-Quemú.

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mariposa de alas negras

Otro encuentro del linyera con Piana y Manzi. Encuentro lejano e indefinido. Indefinido porque, a diferencia de otros encuentros con composiciones musicales (innumerables) que se le clavaron en el alma, no quedó grabado el sello preciso de “lugar y tiempo” tal como sucedió en las otras ocasiones. Pero sí, fue en 1938…

mariposa de alas negras volando en el callejón…

El linyera había visto a veces en sus noches camperas algunas de esas grandes mariposas de alas negras…pero nunca tan grandes y tan evocadoras como la de la canción…

mariposa de alas negrasvolando en el callejón…

El linyera se puso a seguirla. Volando, volando, volando… por el callejón claroscuro de su memoria… Hacia atrás. Semanas. Meses. Años. Hasta 1938. La mariposa siguió dando en el aire giros y giros y giros… Por fin se detuvo en la puerta de una vieja casa con el número 281 de la calle Orán. Abrió la discretamente elegante puerta de hierro y cristales. Tomó el zaguán. Pasó delicadamente la puerta cancel. El hall, amplio y fresco. El patio, con su toldo corredizo. Las habitaciones. El comedor. La cocina. El baño. La escalera de acceso a la azotea y a la habitación de servicio.…

mariposa de alas negrasvolando en el callejón…

Hasta que, lentamente, en un atardecer casi noche lo llevó al linyera a recostarse debajo de la frondosa rama del paraíso de la vereda que se extendía por sobre la azotea y allí se posó la mariposa de alas negras y el linyera se adormeció repitiendo los ensueños de un ya muy lejano 1938… y volvió a soñar y soñar…

al rumorear la bordona junto a la paz del malvón.

Y por la mente del linyera entredormido pasaron, como arrastrados en hilera por las enormes alas de la mariposa mil duendes de aquel Orán 281… Un largo desfile de seres borrosos como fantasmas… el inflexible agente de policía de la 43 en bicicleta

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que se llevó la pelota de goma con la que jugaban los chicos en la vereda… un grupo del barrio en la esquina de Bogotá que le gritaban ¡bataclana! a otro chico provocó que el linyera tuviera que ir al día siguiente al diccionario… los caballos negros negros de la cochería fúnebre vecina que regresaban para pasar la noche... Era como si

al evocar en la noche voces que el tiempo llevó, van surgiendo del olvido las mentas del payador...

¡1938! Un año muy corto. Solo unos meses en esa casa… Un año escolar interrumpido por razones de salud… una noche de Reyes con un rifle Diana en los zapatos… una caja con cien chocolatines que le mandó el padre desde el negocio del campo… su iniciación en la lectura de fondo (todas las noches, antes de acostarse, dos o tres páginas de Don Quijote) y su gran enciclopedia: El tesoro de la Juventud…

mariposa de alas negrasvolando en el callejón…

El interminable callejón de los recuerdos… desfilando como sombras en el Hades…

Y la mariposa se fue haciendo cada vez más pequeña… Volando ya lejos, lejos, lejos… hasta perderse… dejándolo al linyera dormir un sueño de un 1938 imborrable… Y dormía, dormía…

al rumorear la bordonajunto a la paz del malvón…

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algún día

Una nueva tríada (musical – local - sentimental) da vueltas en estos momentos (¿por qué?) alrededor del linyera. Viene esta vez de la mano de tres grandes del tango. Pelay, Canaro y Mores.

“Adiós, pampa mía... me voy, me voy a tierras extrañas. Adiós, caminos que he recorrido, ríos, montes y quebradas. tapera donde he nacido...”

Canto y reminiscencias. No es, al menos por ahora, un adiós de despedida definitiva, sino más bien de un retorno a esas llanuras inmensas del oeste bonaerense que fueron su cuna y que las está viendo como el lugar ideal para el reposo último y total de lo que haya sido su vivir consciente. “Entiérrenme en campo verde, donde me pise el nadado”.

El linyera sigue con los oídos atentos.

”...ojos y alma se me llenan con el verde de tu pasto y el temblor de las estrellas; con el canto de los vientos y el sollozar de vigüelas que me alegraron a veces y otras me hicieron llorar”

Tiempo atrás, al son de los mismos compases, había escrito una página: La había escrito hace tiempo, cuando pensar morir en una cama no era la utopía que es hoy. Escribía y soñaba con ese postrer adiós.

adiós, pampa mía – lecho de muerte – duñlce silencio

“Adiós, pampa mía... me voy, me voy a tierras extrañas”.

“Adiós, pampa mía...”.

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Todo empezó por escuchar la canción. Me encantó de inmediato. ¿Por qué? Cerré los ojos y volví a escuchar. Una y otra vez. “ ...me voy a tierras extrañas..”. Ojos cerrados. Hacia la paz y el silencio total. Dulcemente. Bogando en un vago y tibio recuerdo de las llanuras de mi infancia. Siempre pensé que me agradaría escuchar esas notas en mis últimos momentos. Pienso alguna vez en la muerte, ¿quién no? y empiezo a escuchar

“Adiós, caminos que he recorrido..”. hasta que me sumerjo en esa ausencia total de música y de ruidos... “Adiós...”

Oigo estos acordes y se despiertan en mí todas las más raras y escondidas nostalgias, nostalgias de eternidad, de ser todo, de ser siempre, de amar hasta el delirio, de ser nada, de entrar en la vorágine de una energía primitiva y simple, de fundirme en el sueño de los sueños. ¡Qué compleja se fue haciendo la vida! Un universo en mí de partículas inasibles, imposibles de atar en un nudo central y abarcador..

. “Adiós, pampa mía...”

Quiero retornar a lo simple, lo simple que es el todo. Lo complejo es la nada.¡Qué me importa lo que han dicho los filósofos, los profetas, los adivinos, los visionarios... solo palabras, esos endebles pequeños instrumentos que ellos mismos fabricaron...

“Adiós, pampa mía..”

Oigo también, a lo lejos, la voz de Neruda:

“como un náufrago hacia adentro nos morimos, como ahogarnos en el corazón, como irnos cayendo desde la piel del alma”

“Adiós, adiós, adiós, pampa mía..”.

Ahora me voy al encuentro del silencio total, sin ninguna canción que me arrulle. Silencio, a perderme en el silencio, a reposar en el silencio... con todos y con todo, con mis seres más queridos, y con nadie y con nada. Llegué a querer al mundo. Quiero irme de un mundo querido y no de un mundo odiado A otro mundo más universal.

“Adiós... pampa mía... Me voy camino de la esperanza. Adiós, llanuras que he galopado, sendas, lomas y quebradas, lugares donde he soñado.”

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tacuarí (I)

El linyera continúa hurgando en su caja de postales. Una más de su lejana infancia pero que, como va a contar más tarde, extrañamente se ha mezclado con otra que representa algo que le ocurrió en fecha muy reciente.

Extrañamente ambas vinculan una contradicción que se hizo carne en su vida. Por un lado, su rechazo instintivo a lo que fuese “escolaridad” y por otro lado , su destino ligado permanentemente a las aulas, hasta el punto de que con más de ochenta años sobre su espalda sigue en ellas.

Aquí va la postal vieja:

....................

“Es un grupo de argentinos el que marcha a combatir; es la Patria quien los mueve y es Belgrano su adalid. Con la bala y con la idea traen de Mayo el boletín; y las selvas paraguayas van abriendo al porvenir, mientras juega con sus chismes el Tambor de Tacuarí.”

Esto nos hacía escribir, copiando del pizarrón, la flaca de música que ya nos había dictado semanas antes la Marcha San Lorenzo. Mi segundo grado. 1938. En la escuela Segurola. De hecho era el primer año que estaba asistiendo regularmente a una escuela..

Había escrito satisfactoriamente una composición sobre “la vaca” y eso me permitió poder ser admitido en segundo grado en esa escuela , dado que no había terminado el primero, por razones de traslado o de salud ni en la escuela Remedios de Escalada, ni en la Cornelio Saavedra ni en la Joaquín V.González. Esta fue la vencida y entré en segundo. Era quizás un poco mayor en edad que mis compañeros (ya iba a cumplir diez años). Escribía y leía correctamente y tal vez pensase un poco más que la mayoría de ellos.

Copiaba los versos. Y pensaba. Me gustaba cantar esas marchas. Era divertido. Pero ¿por qué todo tenía que ver con peleas y guerras? ¿No había cosas más lindas? ¡Un chico como yo que moría tocando el tambor en un combate! “Con la bala y con la idea”.

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¿No había una manera mejor de llevar una idea.? Solo con balas. Puras reflexiones infantiles. Después lo constaté en muchas ocasiones. En todo el mundo. En toda la historia.

Entre tanto iba acumulando, en mi tesoro de palabras impactantes, dos que serían inolvidables y sugerentes: Yapeyú, que asocié con San Martín y la marcha San Lorenzo y Tacuarí, con Belgrano y Paraguay. .Yapeyú y Tacuarí. Tacuarí. ¡Qué linda! Linda palabra, pero con escenas de horribles combates. . ¡Para chicos de segundo grado!¿Eso era lo que había que aprender en la escuela?

“Es horrible aquel encuentro: cien luchando contra mil; un pujante remolino de humo y llamas truena allí. Ya no ríe el pequeñuelo: suelta un terno varonil, echa su alma sobre el parche y en redobles le hace hervir: que es muñeca la muñeca del Tambor de Tacuarí.”

“La señora Blanca después les va a explicar algo más sobre esta campaña libertadora de Belgrano en el Paraguay”. Eso nos dijo la maestra de música antes de dejar el salón. “El martes que viene ensayamos con el piano.”

La señora Blanca, nos explicó lo mejor que pudo lo relativo a la campaña del Paraguay. Resultó ser, personalmente, una gran admiradora y defensora de la figura de Belgrano, a pesar de su fracaso militar en esa campaña, porque, nos decía, se trataba de un civil sin preparación militar que vistió el uniforme cuando la patria se lo pidió. Lo consideraba superior a San Martín. Yo pensaba que era tratarlos casi como a los jugadores de fútbol que yo estaba acostumbrado a comparar. En fin... Pero esos nombres de lugares exóticos para mí eran sonoros y danzaban y danzaban a mi alrededor...

“Por América cundieron, Hasta en Maipo, hasta en Junín, Los redobles inmortales Del Tambor de Tacuarí”

Tacuarí, Tacuarí, Tacuarí... Caminé las cinco cuadras desde la escuela a casa mientras repiqueteaban en mis oídos los redobles del tamborcito... Tacuarí, Tacuarí, Tacuarí...

una más

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La vida del linyera de alma está tan abierta a todo lo que le ocurre que casi podría decir que la sorpresa para él no existe.

Más de una vez le ha sucedido que, al encontrarse a veces después de largos años con alguien, pudo comprobar que el detalle más saliente que lo ataba a la memoria de esa persona era algo en lo que jamás hubiera puesto su atención...

Aquí narra uno de esos casos. Para el linyera es una instancia más de esas tan frecuentes para él triples asociaciones de canción + lugar + estado anímico.

....................

fume, compadre – mar chiquita - expectativas

Hace, por o menos, cuarenta y tantos años. Cantábamos y charlábamos y fumábamos. Noche de luna. Templada. Junto a la laguna.

“Fume, compadre, fume y charlemos, y mientras fuma recordemos que como el humo del cigarrillo ya se nos va la juventud.”

“Fumar es un placer, genial, sensual...”

“Fume compadre, fume y charlemos...”. Creo que nunca había probado un cigarrillo hasta entonces. O en alguna rara ocasión. Y muy pocas veces después de entonces. Era un hecho esporádico y casi perdido en el cesto de las cosas intrascendentes. Y ese hubiera sido el destino definitivo e irrecuperable de esa postal a no ser porque inesperadamente una vez.

- ¿Sabés con quién me encontré? me dijo un amigo.

- Ni idea. Te encontrás con tanta gente...

- Alguien que no te ve hace mucho.

- ¡Hay tantos!

- Fue alumno tuyo en el secundario... hace tiempo...

- Son muchísimos. Dame una pista. .

- Fue en una excursión con vos en bicicleta a Mar Chiquita.

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- ¡Cuando la laguna no estaba tan civilizada! ¡Era otra cosa! A los saltos por el camino de serrucho sin asfalto...

- Eso me contó. Y me dijo que lo que más recordaba de vos no eran tus clases ni nada de eso...

- Eso era lo que menos me importaba también a mí.

En conclusión. Me dijo que lo que más se acordaba de vos era una noche en Mar Chiquita, en un grupo, sentados a la orilla de la laguina, charlando amigablemente de las expectativas de cada uno en la vida, porque casi todos estaban en 4º o 5º años, y fumando para pasar la noche con poca comida. En ese escenario dice que vos les enseñaste a cantar los tangos “Fume, compadre” y “Fumando espero”. Y todavía lo recordaba...

Tiempos lejanos. Pero siempre presentes. El pasado nunca se deja atrás. Eso es una ilusión. Siempre está con nosotros. Mejor, en nosotros. Lo vivido se incorpora a nuestro ser. Hoy somos simplemente lo vivido. Al menos en mi propia vida eso es muy claro. Muchas veces quise arrancar violentamente de mí algunas cosas que detestaba de mi pasado. Jamás pude lograrlo. Tuve que aceptarlas. Cuando las sentí parte de mí, mi tranquilidad fue total. Es como con el cuerpo. Un día, por razones de fuerza mayor me tuvieron que amputar ambas piernas. Pero ellas siguen conmigo. Más de una vez siento, por ejemplo, picazón en los dedos de los pies. El doctor llama a esto “la pierna fantasma.” Pero es “mi” pierna.

Poco o nada interesan estas consideraciones de pura especulación. Es lo cierto que al pensar en Mar Chiquita o, simplemente, oír ese nombre, lo primero que se me representa no es la albufera, ni los montes ni las lanchas. Al oír “Mar Chiquita” inmediatamente me veo envuelto en una gruesa nube de humo. Un humo espeso, de tabaco ordinario, el más barato. Charlando, charlando, charlando. Cada uno con sus cosas, sus ideas, sus proyectos, sus problemas...

“Fume compadre... Fume y charlemos.”

Junto a la laguna Unos cuantos chicos discutiendo sus proyectos de vida. Cada uno los suyos. Casi todos sabían lo que querían. Todos tenían sus planes. Una profesión. Un negocio. Quien más quien menos, una noviecita. Entre una nube espesa espesa de humo. Solo el linyera tenía su casillero de expectativas completamente vacío. Solo se iba llenando con ese humo negro, muy negro... Y cantábamos ya con las voces roncas, los chicos, con la nostalgia de una vida escolar terminada y una vida nueva que los esperaba. El linyera, con un pasado que ansiaba dejar y la esperanza de algo no muy claramente entrevisto.

“Fume compadre, fume y soñemos... al ver hoy que como el humo se desvanece la juventud.”

“Fumando espero a la que tanto quiero tras los cristales de alegres ventanales

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y mientras fumo mi vida no consumo, porque flotando el humo me suelo adormecer”

el linyera descubre la navidad

Un día lejano el linyera conoció casi simultáneamente tres cosas nuevas para él : la misa de gallo, la sidra y el pan dulce. Y a todo eso lo puso para siempre desde allí bajo el paraguas de una sola palabra: NAVIDAD,

Así lo relata:  

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gloria a dios en las alturas – la candelaria – alegría navideña

Me habían bautizado algunos años antes. Indudablemente en una iglesia. Era muy pequeño. Después supe que había sido en la de Bartolomé Mitre y Suipacha en Buenos Aires. Más tarde, tenía ya cuatro años y tengo algún recuerdo. A manera de flash veo en mi memoria el bautismo de mi hermana menor en la parroquia de la ciudad de Lincoln. Es una imagen muy nítida. En mi pueblo no había iglesia. Tras el fallecimiento de mi madre pasé a vivir con mis abuelos. Ya de ocho años me llevaron una vez a una misa en San Cristóbal de Buenos Aires. Me quedó grabado todo ese marco de ceremonias jamás vistas hasta entonces. Impresión profunda. Ni pizca de interés en lo que eso podía significar. Solo un mundo sensorial envolvente y que, como una nube rosada, me llevaba a un país de hadas. Nos mudamos, poco después, a un barrio más alejado. Para Navidad, fuimos, a la tardecita, con mi abuela y una tía, a la iglesia de la Candelaria. La cuarta iglesia de la serie. Ni recuerdo si entramos. Pero ha de haber sido, porque teníamos que asistir a la misa de gallo.

Yo tendría 9 años y era la primera vez que oía esa palabra: NA-VI-DAD. NA-VI-DAD. . . . . . . . . . . . . .

Toda la plaza de enfrente, Vélez Sarsfield, estaba bullendo con festejos sonoros y luminosos. En la torre parroquial había una gran bocina que repetía una y otra vez el mismo cántico:

“ Gloria a Dios en las alturas... Gloria a Dios en las alturas...” ¿Cómo olvidarlo? repetido mil veces. “Yo miraba hacia arriba, pero los festejos parecían estar en la plaza con chicos jugando y familias paseando. Arriba las estrellas parecían mudas y quietas, tranquilas observadoras del bullicio terrenal. “ Gloria a Dios en las alturas, donde se ostenta su faz...” Hechas las averiguaciones sobre lo que significaba “ostenta” y “faz” , comprobé que yo solo veía algunas estrellas que parecían responder alegremente con algún guiño a mis inquietas miradas. “Gloria a Dios en las alturas”. El nudo se hizo. Y vuelve así una y otra vez a rondar en mis oídos, en mi mente y en mi corazón. Un canto alegre en lo alto, una iglesia frente a una plaza en plenos festejos y mi espíritu repleto de esa felicidad novedosa que llamaban alegría navideña. Una vez en casa, conocí lo que era una copa de sidra y un trozo de pan dulce. Imágenes imborrables.

Pero la impresión fuerte fue la que recibí frente a la iglesia y en la misa de gallo. Fue un contacto muy sensorial con lo que se puede llamar “religión”, es decir, con ese mundo arcano que a menudo parece convocarnos seductoramente desde no se sabe donde. En mi caso creo que poco a poco esa atmósfera empezó a envolverme y envolverme.... Hasta que de los sentidos pasó a algún rincón muy íntimo de lo que solemos llamar alma y allí se encendió una brasa inextinguible que me impulsaba desgarradoramente a encontrar ese algo que me dijeron que se llamaba Dios. Fueron años de búsqueda intelectual y mística. Muy interior. Y también exterior. Lo fui a buscar a lo que me dijeron que era su casa.

Poco a poco, muy lenta y sufridamente, y tras repetidos fracasos, desandé y desandé el camino...

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. . . . . . . . . . . . . . .

Creo que, físicamente, nunca he vuelto a ver, en los últimos setenta años esa iglesia de la Candelaria, frente a la plaza. Pero, en la imaginación la vuelvo a ver todas las navidades. Con festejos o sin festejos, más a menudo casi sin festejos Todo 25 de diciembre, de a ratos rondan a mi alrededor, con una vaga alegría, los sones de ese cántico misterioso, la visión de una plaza alegremente bulliciosa y la palabra “candelaria” envuelta en todo eso.

¿Es un recuerdo grato y alegre? Es un recuerdo. Algo mezclado y nostálgico. Cada uno tiene su .Navidad. El sincero creyente festeja el nacimiento de Jesucristo y se imagina que ese festejo puede simbolizar un profundo deseo de paz y armonía para la sociedad humana. El comerciante ve solo una manera de engrosar sus ingresos. El político . ve un momento de pausa en las críticas y agresiones que recibe a diario. El ateo brama de rabia contra esa tradición cultural. Millones de personas ven allí el momento de reunirse en familia con todo lo que esto implica de reencuentros, desavenencias y llantos por los ausentes. Y así cada uno tiene su Navidad.

El linyera, con serenidad y sin el menor resentimiento, tiene fundamentalmente en su alma el recuerdo de esa “palabra marcada” que se le grabó a fuego aquella noche en aquel barrio porteño, cuando tenía nueve años, entre el tañido de campanas, cánticos , sidra y pan dulce. Sin estridencias, levanta una copa con sus más íntimos.

tiempos viejos

”Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos! eran otros hombres, más hombres los nuestros, no se conocían coca, ni morfina, los muchachos de antes no usaban gomina”.

Dicen que los arqueólogos urbanos acaban de descubrir restos inequívocos del mítico café de Hansen. ¿Podrá el linyera contemplar esos restos y poner sus pies sobre ese viejo patio antes de que se termine su viaje?

A principios de año, escribió el linyera en VIEJA ALCANCÍA, tercera parte de la saga

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de su “Diario de un linyera de alma” una relativamente larga viñeta en la que pinta, demasiado parcialmente, lo que significó el tango en su vida, bajo el título “Vahos de tango (fantasías, ensueños, realidades)” cubriéndose con el disfraz de un tal José.

Entre esas fantasías (infantiles, adolescentes, juveniles), aunque allí no lo menciona, estaba la de frecuentar “lo de Hansen”. Por supuesto, pronunciado ANSEN, como siempre dijeron todos los tangueros, Gardel y Sosa entre otros. No JANSEN, como dicen hoy los periodistas, como si fuera un lugar de rock.

“¿Te acordás, hermano, la rubia Mireya? que quité en lo de Hansen al loco Cepeda;”

¡Hasta la medida del verso exige decir ANSEN! El café se cerró definitivamente en 1912, cuando el linyera era simplemente una posibilidad en los genes de los que en 1928 fueron sus progenitores. Pero en las décadas de los años 30s, 40s y 50s, el linyera lo visitaba frecuentemente. Allí compartió misteriosas e imborrables noches con Mireya, rodeado por todos los guapos de entonces.

Solo ensueños vaporosos, dulces, musicales, arcanos, lejanos, imposibles. pero ensueños que configuraban un mundo allí “under, under”. Un mundo que le ayudaba a soportar ese otro mundo de su realidad.

Es como si hoy, con ese hallazgo, la realidad viniese al encuentro de lo que solo fueron sueños. Nada más que sueños. Indefinidos. Erráticos. Nada más que respirando una atmósfera de fantasías, sin “coca ni morfina”, pero llena de un extraño “vaya a saber qué”, absolutamente contrapuesto a la realidad cotidiana del linyera en ese entonces, que lo hacía viajar por imaginarios carriles entre nubes de poesía.

Quizás los ensueños no hayan sido nada más que evanescentes deseos de algo tan placentero como desconocido. Posiblemente la misma realidad del Hansen en sus años de vida fuese algo muy diferente de lo que el linyera veía y sentía en sus sueños.

Pero aunque el Hansen de los ensueños del linyera nada tuviera tal vez que ver con el Hansen de Palermo, siempre lo consideró y lo considera todavía, un refugio salvador en sus horas de oscuridad. Y su emoción es muy honda al saber que , con fortuna, podría pisarlo.

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¿tarde? ¡nunca!

Casi siempre algún tango estuvo colado, para bien, en circunstancias en que, improvisamente, el linyera se encontró frente a bifurcaciones del camino sin precisos carteles indicadores.

“De cada amor que tuve tengo heridas, heridas que no cierran y sangran todavía”

Así escribía al dorso de una postal al recordar que un día ya lejano, tras dejar la vida religiosa, y encontrándose sin recurso alguno, un antiguo amigo, cruzado al azar en su camino, le ofreció oportuno trabajo en un colegio, algo retirado de la ciudad:.

Una nueva tríada.

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tarde – pirán – horiuzontes

Aula en un colegio secundario del pueblo. Un curso chico. Pocos alumnos. Cuatro varones y tres mujeres. Una experiencia nueva. En un pueblo pequeño. Tiene sus peculiaridades. Siempre se aprende. Pero no es la experiencia propiamente docente de lo que aquí se trata. Eso es rutina laboral y nunca me resultó importante.

El curso se desarrollaba en forma normal. Con un grupo tan poco numeroso el ambiente era realmente cordial y sereno. Llegamos hacia mitad de año. Los alumnos pensaban en una fiesta de fin de año para todo el colegio. Eran de 4º Año, pero como aún no había 5º, eran los mayores y, por lo tanto, responsables de la organización. Entre otras cosas se hizo una rifa. Colaboré, por supuesto, y resulté premiado con un long- play. Una de las pocas veces en la vida que gané algo en una rifa.

- Puede elegir. Buscamos el que usted quiera. - me dijo la organizadora.

- Bueno... - Pensé unos minutos. - Quiero uno donde esté incluido el tango “Tarde”.

- Lo conseguimos fácil. Pero...¿nos puede decir por qué?

- Tengo una razón, pero no sé si a ustedes les puede interesar. - Claro que sí. A esta altura del año lo consideramos un amigo. - Bueno. Les cuento. Pero no sé si me van a entender.

- Sí, sí, por favor.

- Porque “tarde me di cuenta”... - ¿De qué?

- ¿Qué sé yo? De algo. De que estoy en busca de algo.. .porque.. - ¿Por qué?

- Porque “de cada amor que tuve tengo heridas”.. - Cuente, cuente...

- ¿Para qué? Ya dije bastante. Traigan el disco y la semana que viene lo pasamos juntos... “heridas que no cierran...”

- ¿Cuáles? ¿Cuáles?

- “...y sangran todavía.” Buenas tardes. Hasta la semana que viene. A lo mejor allí les cuento más.

- Bueno, paciencia, lo esperamos.

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Llegó la semana siguiente. Jueves. Fue una clase especial. El tocadiscos. “Tarde” pasado varias veces entre charla y charla y entre mate y mate. Era una tarde muy linda y habíamos ido para la clase al parque de la escuela, bajo unos añosos sauces. “Siempre puse el alma entera, de cualquier manera...” “Y al final de cuentas, me quedé sin fe...”

Con el correr de los años comprendí que la palabra “tarde” no existe para designar algo que nos sucede en el curso de la vida. Lo que subjetivamente consideramos como llegado tarde, llegó cuando llegó. Ni tarde ni temprano. Poco después, de ese pueblo salió, sin saber cómo, quien sería mi compañera en la vida... No fue demasiado tarde..

Y allí se hizo el nudo de esa nueva “extraña tríada”, en medio de horizontes borrosos que solo la vida iría transparentando...

una española...

Casi infaliblemente todo recuerdo vívido del linyera, lo ha repetido sin cansarse una y otra vez, se presenta con una envoltura de imagen y sonido. En las memorias cuya atmósfera es típicamente de una nostálgica melancolía el envoltorio está marcado invariablemente con una cortina musical formada entre “el llorar del violín” y los ecos de “remotos bandoneones”.

Hoy, la reminiscencia viene montada en escenario de un ómnibus de paseo deslizándose a través de un delicado aire primaveral entre coloridas sierras cordobesas y la música estridente de la radio del vehículo entremezclándose con las extrañas sensaciones corporales arrancadas por los pinchazos de una situación jamás vivida antes por el linyera.

Así lo escribía al dorso de una de sus postales:

una española – sierras de córdoba – nervios y dudas

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“Yo conocí una española, natural de Cataluña...”

O algo así era la letra que se escapaba de la radio. En un ómnibus alquilado. Con otros estudiantes compañeros. Rumbo a un pequeño lugarcito escondido en un enclave de las sierras. No era un viaje de placer. Nos estaban “evacuando” porque había rumores de un probable bombardeo a la ciudad de Córdoba por parte de los “leales”. Era en setiembre de 1955. Clima de nerviosismo y dudas creado más por los rumores que por las realidades. Pero alguna realidad había entrado por los oídos cuando por un par de noches silbaron los obuses cruzando por encima de nuestro techo para estallar y repartir esquirlas con gran estruendo y generosidad. Desde los cuarteles de Artillería bombardeaban a las fuerzas leales que habían tomado posiciones entre el edificio del instituto y el Río Primero, que hoy denominan Suquía. Muchos olivos próximos al edificio mostraron por la mañana sus ramas partidas y hasta un viejo quebracho quedó severamente herido. Varios proyectiles quedaron clavados sin explotar en los surcos de la tierra arada entre las hileras de árboles. Esos fueron algo más que rumores. ¿Qué pasaba? Nuestro instituto estaba rodeado por las Escuelas de Artillería, de Infantería y de las Fuerzas Aerotransportadas. La Esuela de Aviación militar estaba a pasos. ¿Qué ocurría? Nosotros, estudiantes entonces de teología, no teníamos acceso a demasiada información. Más bien, a ninguna. Salvo la que provenía filtrada por los labios de quienes nos dirigían o pretendían dirigirnos y mantenían un hermético control sobre todo lo que fuese información de carácter político. Allí íbamos ahora, como caballos con anteojeras. Por suerte mis oídos estaban destapados, a pesar de los infernales estruendos de las noches pasadas, pero, por contraste, se me llenaban con las alegres melodías de la radio del vehículo que hábilmente manejaba el demasiado arriesgado “Miniuta”, un cordobés muy entretenido, por tortuosos caminos en las sierras.

Nunca me había interesado la política en sí misma. Estaba casi exclusivamente dentro del habitáculo de mi propia alma. Pero ahí empecé a caer en la cuenta de que, aunque no quisiera prestarle atención, la política de la sociedad que me rodeaba estaba allí, al lado mío, dispuesta esta vez a hacerme pasar un mal rato. Hasta ese momento mi vida había transcurrido más dentro de mi mente que fuera de ella. Era casi como un monje budista. Ese viaje con la escucha forzada de “Yo conocí una española....” fue algo así como una bisagra con respecto a mi interés en ese campo.

“...conocí una española, natural de Cataluña....quería que tocara castañuelas y bailara con la uña...¡Caramba! ¡Carambita! ¡Caracoles!...”

Y también conocí por experiencia hasta qué punto de violencia podía llegar el antagonismo entre peronistas y antiperonistas.

Pocos años después mi vida tomó otros rumbos y, aunque seguí estando lejos de sentir alguna inclinación por lo que podría llamar una militancia social, empecé a experimentar un creciente interés por lo que pasaba en la sociedad circundante. Ese viaje fue como un sacudón violento que me hizo sentir en lo más íntimo que ciertamente estaba viviendo no solo en algún lugar físico del planeta sino también en un hueco de una sociedad de congéneres hasta el que llegaban incesantemente cimbronazos débiles o fuertes desde las más remotos confines.

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Eso me exigió un largo proceso mental. Diría que solo en las últimas décadas del siglo veinte tuve una visión más o menos clara de todo lo que había pasado en el país después de 1941, año en que comencé ese misterioso aislamiento físico y, sobre todo, espiritual, del que tardé quizás demasiado en liberarme. No fue una “liberación”. Pero insisto en que ese viaje fue un quiebre importante. La española de Cataluña, con sus alegres castañuelas, fue un factor de gran peso.

Ninguna otra palabra. Solo música. Con su letra inspiradora. En eso estaba yo concentrado. Creo que escuché más de una canción. Pero solo una se me clavó en los oídos, en la mente, en el corazón y en los tuétanos.... Solo esa seguía resonando sin interrupción para mí, que no prestaba atención ni a los comentarios agoreros de mis compñeros de viaje ni a los ininterrumpidos chistes de “Miniuta” “Yo conocí una española... Quería que tocara castañuelas....y bailara... “ Nada más, la española de Cataluña y yo. Ni compañeros, ni chofer, ni sierras, ni barrancos, ni ruidos lejanos de metralla y obuses... Solos, “la española, natural de Cataluña,” y yo.

Siempre alguna música vino hacia mí al rescate en momentos de nerviosismo. Y en esos momentos vuelve, con el paisaje cordobés y aquella atmósfera, esa “española natural de Cataluña,” a recordarme que soy solo una partecita de ese mundo de millones de seres con los que comparto algo más que la atmósfera terrestre.

carnaval...

“Y siempre es carnaval, van cayendo serpentinas, unas gruesas, otras finas que nos hacen tambalear.”

Así cantaba ininterrumpidamente Antonio mientras iba colocando prolijamente un ladrillo tras otro tomando la mezcla de los baldes que el linyera le alcanzaba. Acababa de apagar la mezcladora eléctrica y tenía para alcanzarle unos cuantos baldes más. La pared del anexo del salón de industrias lácteas ya estaba a más de un metro de altura. Había comenzado esa construcción hacía poco más de una semana. Antonio, con el linyera a sus órdenes. Estaban en una escuela agrícola cerca de Cañuelas.

“...van cayendo serpentinas, unas gruesas, otras finas...”

Antonio cantaba alegremente mientras el linera trataba de irle haciendo eco... eL trabajo marchaba mejor a ese alegre ritmo. Poco a poco, hasta el techo.

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“Y viva el carnaval, vos ves siempre lucecitas, sos la eterna mascarita que gozás con engañar.”

Cuando el linyera era chico los días de carnaval eran solo tres en el año. Ni uno más. Antes del Día de las Cenizas. Poco a poco se fue extendiendo con bailes y corsos por muchas semanas. y meses. Sin embargo, ya mucho antes los Fresedo habían expresado en ese tango que el carnaval era continuo.

“Este mundo es escenario de un gran cine continuado, que nos hace consumir.”

Pero ¿qué hacía allí el linyera? Diciembre del 54. El linyera había terminado en Córdoba su primer año de teología. Un año ya le pareció más que suficiente para haber borrado de su cabeza de manera “científica” las místicas creencias que ya hacía tiempo había puesto entre paréntesis por pura intuición. Como quiera que fuese, necesitaba un período de desahogo mental y aceptó la invitación del director de una escuela agrícola para distenderse en las vacaciones. ¿Cómo? A su manera. Fatigando el cuerpo y guardando la mente en algún rinconcito apartado por dos o tres meses. El director lo entendió y le asignó para ese verano la tarea de peón de albañil como ayudante de Antonio que era el albañil ejecutor de los planos para la construcción de un salón anexo a la quesería.

Y allí estaba el linyera. Lo que no había calculado era que iba a estar más que metido en un jubiloso carnaval. Por las mañanas y tardes enteras de casi tres meses trabajó entusiastamente con Antonio entonando repetidamente los mismos versos, cada vez con más convicción. Si el carnaval nació entre otras cosas como un período de relajación y descanso en la dura rutina anual aquel fue un verdadero carnaval para el linyera. Esas serpentinas se arrollaron en torno de su alma empujadas por la voz de ese providencial albañil y no se soltaron nunca.

¿Se lo agradeció alguna vez a Antonio? Nunca volvió a encontrarse con él para hacerlo. Pero su voz lo sigue acompañando y viene al rescate más de una vez.

“Y siempre es carnaval, van cayendo serpentinas unas gruesas, otras finas, que nos hacen tambalear.”

Tambalear de exuberante felicidad...

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obama´s inauguration day

The hobo at heart usually covers the association of a place, a sentiment and a song in special moments of his life with the label of “strange triads”. They were very numerous. Almost infinite. From time to time, however, a new “triad” is added to the long list.

A recent one is formed by “the world + hopes/fears + norah´s “my dear country” Obama´s inauguration day is near. Maybe too near. Expectations are generally better than realizations. What in this case?

The hobo at heart, perhaps together with most of his fellow men in the world, wants to express his feelings borrowing the warm, gentle voice of Norah Jones. Let´s listen to her:

"MY DEAR COUNTRY"

'Twas Halloween and the ghosts were out, And everywhere they'd go, they shout, And though I covered my eyes I knew, They'd go away.

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But fear's the only thing I saw, And three days later 'twas clear to all, That nothing is as scary as election day.

But the day after is darker, And darker and darker it goes, Who knows, maybe the plans will change, Who knows, maybe he's not deranged.

The news men know what they know, but they, Know even less than what they say, And I don't know who I can trust, For they come what may.

'cause we believed in our candidate, But even more it's the one we hate, I needed someone I could shake, On election day.

But the day after is darker, And deeper and deeper we go, Who knows, maybe it's all a dream, Who knows if I'll wake up and scream.

I love the things that you've given me, I cherish you my dear country, But sometimes I don't understand, The way we play.

I love the things that you've given me, And most of all that I am free, To have a song that I can sing, On election day.

...............

Un canto de esperanza Quisiéramos cantar... ¡Qué letra tan difícil para la humanidad!

SOME HOPES // MUCH FEAR

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tríada patriótica

Tal vez sea cierto eso de que surge un raro sentimiento de patria cuando uno, por cualquier circunstancia, se encuentra lejos de ella.

El linyera, mirando un día una vieja postal, vio que al dorso hace muchos años había escrito lo que sigue:

. . . . . . . . . . . . . . . . .

la reina del plata – empire state - patria

Nueva York. Crudo invierno. En el mirador más alto del Empire State. Hace unos diez lustros. Por detrás de los vidrios. La nieve caía. No tan mansamente. Bajaba. Y subía. Y se retorcía en remolinos. Para todos lados. De mil colores, con los reflejos luminosos de la gran ciudad. Mil puntitos danzantes. Un brillo espectacular. Un escenario de fantasía.

¿Y dentro de la mente? Algo raro. Muy infrecuente. Ya en ese punto de mi vida la idea de “patria” y más todavía el correspondiente sentimiento tenían muy poca cabida en las vísceras más íntimas. Era algo muy lejano en el espacio y mucho más en el afecto. Sin embargo, sin saber por qué, salí repentinamente al balcón exterior y envuelto en la nevizca y semiahogado por el frío surgió en mi garganta un grito espontáneo:

“buenos aires, la reina del plata, buenos aires mi tierra querida...”

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¿Era la patria lejana? Creo que no. Era solo el Buenos Aires de mi infancia. Mejor dicho, de un corto período de mi infancia. Ni era tampoco todo Buenos Aires. Eran esos cuatro o cinco rincones indelebles para mí. Sin embargo creo que un vago, muy, muy vago y borroso sentimiento de patria andaba dando vueltas por ahí. Algunas cenizas quedaban. Pero solo de ciertos rinconcitos...

” escuchá mi canción... que con ella va mi vida..”.

Creo haber seguido cantando allí arriba por un buen rato. Nadie me prestaba atención. Cada uno allí hace la suya y deja hacer a los demás. Seguí solo con la nieve y con mi Buenos Aires. Creo que usar la palabra “patria” es un craso error en este caso. Eran solo unos pocos pedazos de una ciudad querida que daban vueltas a mi alrededor con las gotitas brillantes..

Entre la nieve y las luces multicolores desfilaron también algunas escenas del pasado, como flashes de una película de lo que había sido para mí la “patria”. La primera escena que pasó por mi mente asociada con la palabra “patria” me llevó allá, a los años treinta y tantos. Llevaba poco tiempo en Buenos Aires. Una tía me llevó a la Avenida Alvear un 9 de Julio. Un día radiante en pleno invierno. Un impresionante desfile militar como nunca volví a ver. ¿Para qué? A decir verdad, nunca más intenté ir a ver ninguno. El presidente Justo, con un colorido uniforme, en una carroza señorial. Los distintos cuerpos de las fuerzas armadas marchando gallardamente entre aplausos y aplausos. ¿Eso era la patria? Hay me río, pero ese día mi mente infantil se lo creyó.

En adelante, todos los días 9 de Julio y 25 de Mayo solo significaron asuetos escolares, días sin tener que ir a la escuela. Nada más. ¿La patria? Tampoco asocié nunca a la patria con los días de elecciones, o los sucesivos golpes militares o juras presidenciales… Mientras innumerables jóvenes se debatían en ardorosas controversias en una puja incontenible por lograr una sociedad más justa a su alrededor, yo gasté mi juventud tras un ideal religioso individualista que mantuvo mi cabeza muy lejos de todo mi entorno. Sin embargo, como entre sueños, la palabra “patria” despertaba una extraña resonancia emocional con ribetes de un cuerpo social, una tierra, una historia común, cierto ideales… Cuando regresé al mundo real tardé bastante, tardé mucho, en empezar a conocerlo y mucho más en lograr comprender algo. Algo había entrevisto a través de pequeñas hendijas y como entre espesas nieblas. Pero todo era distinto. Entre otras cosas busqué a la “patria”. No encontré nada parecido.a lo soñado alguna vez…

Sin embargo, en aquella noche en medio de la nieve en lo alto de aquella torre en una lejana ciudad, yo cantaba y cantaba

“Buenos Aires, mi tierra querida”,

mientras en mi interior más profundo un extraño sentimiento de “patria”, vaporoso, sutil y poético, parecía estarse resolviendo.

¿Y hoy? ¡Qué pregunta!

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pentagramas

La vida del linyera de alma marchó invariablemente por las vías quie circunstancias no buscadas ni deseadas le fueron tendiendo ante sus pies, a veces vacilantes, bajo el impulso de su instinto de una supervivencia lo más feliz posible.

Invariablemente sus pasos fueron siguiendo acompasadamente los sones de las más variadas melodías procedentes de cualquier parte. No se conocían ni ahora él utiliza los modernos instrumentos para descargar música continua en el oído. Las melodías golpearon y golpean con una acariciante intensidad casi exclusivamente dentro de su cabeza, sin pasar, al menos en forma aparente, por los canales habituales de los sentidos.

Algunas se anudaron fuertemente a recuerdos imborrables de lugares o cosas. En general fueron de valor positivo. Muy positivo. Sostuvieron su andar. A veces fueron como salvavidas en momentos de bajones anímicos. Otras, reiteraron y reiteran momentos muy felices. Pero también las hay que resultaron sutilmente engañosas.

A más de una de esas melodías de las primeras clases ya se refirió el linyera en este mismo blog. A la última clase piensa tratarla próximamente.

Aquí simplemente las evoca a todas como sus cariñosas compañeras de viaje.

. . . . . . . . . . . . . . . . .

pentagramas movedizosdanzantesballet de negras,blancas,

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redondas,

notasvibrantesjubilosassollozantesbombardeando oídosneuronascorazones voces del cielorompiendo nieblasportadorasde luzde pazde sueñosde un allálejosindefinidoalguna vez

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trampas musicales

La música, bajo las presentaciones más diversas, siempre ejerció una profunda influencia sobre el linyera a lo largo de toda su vida. Especialmente, las que podrían llamarse piezas melódicas. Muchísimas se asociaron férreamente a la memoria de un lugar preciso y un sentimiento inconfundible. A más de una de esas tríadas ya se refirió el linyera en este blog.

En general las melodías que alguna vez le causaron placer podría decirse que fueron absolutamente positivas para el linyera y lo ayudaron acompañándolo en su caminar o ayudándolo a tomar impulso en momentos de parálisis.

Pero debe empezar a mencionar también toda una clase de melodías cautivadoras para él, atrapantes. Tan atrapantes que tejieron a su alrededor una red de seda muy fina y suave, que lo mantuvo preso con sus arrullos, adormecido con sus néctares....

Guarda escondida una caja espaciosa, colmada con postales pertenecientes a ese tipo. Verdaderas trampas musicales.

El linyera de alma extrajo hoy una de ellas. Al azar. Y relee lo escrito en su dorso.

. . . . . . . . . . . . . . .

El linyera de alma, linyerita entonces incauto y soñador, había cumplido trece años (¿Tendrá algo que ver ese número fatídico?). Al día siguiente de su ingreso al “aspirantado” pusieron en sus manos, en carácter de préstamo, un grueso volumen con título latino: LIBER USUALIS. Por decir mejor, todo el volumen estaba escrito en latín. No solo. Sobre las líneas latinas se encontraban unas raras figuras llamadas tetragramas salpicadas con gruesos puntos negros que subían y bajaban y se unían en raras combinaciones. Todo un misterioso descubrimiento. Un laberinto novedoso que se le presentaba como un desafío. Un rompecabezas. Pensó el linyerita que descifrando esos jeroglíficos encontraría algo del espíritu divino. Valía la pena emprender la exploración..

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Empezó a preguntar. Y preguntar. Supo que allí estaba atesorado, desde el siglo XI, el repertorio que cubría cada fiesta del día y cada evento de la liturgia de la Iglesia. Los textos sagrados usados en ese libro tenían su propia característica. Existía una variedad de formas: introitos, antífonas, graduales, aleluyas, ofertorios, comuniones, secuencias, etc. a lo cual hay que agregar aquellas partes de la liturgia denominadas "ordinario": Kyries, Glorias, Credos, etc.

Poco a poco ese mundo del canto gregoriano se convirtió en un mundo muy extraño y envolvente. Fue un verdadero refugio para su espíritu donde una inmensa parte de lo demás que lo rodeaba, excepto las horas de estudio, le resuiltaba repugnante y cruel. ¡Cómo ansiaba esas horas de paz y ensueño con esas melodías gregorianas resonando en sus oídos! El linyerita se sentía como supone que se sienten hoy los jóvenes en una disco. Embriagado sin alcohol. Viajando por mundos irreales y fantásticos sin necesidad de drogas. En un fumadero de opio espiritual. En el mismísimo Olimpo.

Una rara combinación de letra y música. Textos esotéricos, pretendidamente revelados, con una envoltura musical acorde. Para volar con la imaginación y los sentidos. Ayudado por la “reclusión” en una comunidad que, anacrónicamente, abundaba en rasgos de un medievalismo monacal, que el linyera se sentía inclinado a aceptar en plenitud.

Pasó el tiempo. Medido en años. La vida se encargó, afortunadamente para él, de sacar, violentamente, al linyera de esa adicción. Huracanes en lo más interior de su alma y terremotos en las rutinas cotidianas.

Hoy puede escuchar esas melodías medievales con el más puro placer estético, sin la contaminación de sentimientos espurios.

Pero esas melodías gregorianas fueron ciertamente una verdadera trampa musical.

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pongalé por las hileras

“Pongalé por las hileras sin dejar ningún racimo. Hay que llenar la bodega, ya se está acabando el vino.”

El linyera escribe hoy al son de una cueca cuyana. No está en una bodega mendocina ni físicamente saboreando un buen vino, ni con el más exquisito y aromático de sus recuerdos.

Vuela con su memoria, acostumbrada a esta clase de andanzas, a un pequeño sector de un paraje cordobés. Un área plantada con olivos. ¿Tamaño? Una medida entre lo que llamamos una hectárea y lo que los ingleses llaman un acre. Algo intermedio.

El linyera cursaba lo que denominan teología (aunque de “ciencia de dios” tiene poco). Un importante edificio para ciento cincuenta estudiantes en medio de una vasta extensión de montes de churquis y arbustos silvestres. El olivar se encontraba entre el edificio y uno de los canales que corren paralelos al Río Primero.

Cualquier ocasión era buena para lograr una “salida transitoria” o un tiempito de “libertad condicional” fuera de la prisión de la comunidad. Por eso el linyera dio un rápido “sí” cuando solicitaron una cuadrilla de una media docena de voluntarios para efectuar la poda de los olivos durante una semanita.

Allí estuvo. el linyera un lunes por la mañana, en pleno monte de olivos. La cuadrilla rodeaba al instructor, un “teólogo” que tenía el título de enólogo y conocía de olivos. Nos entregó las herramientas: tijera, serrucho y una escalera triangular de troncos. Les dio las instrucciones fundamentales. Les asignó una hilera a cada uno. Después, a manera de aliento místico comenzó a cantar:

“Pongalé por las hileras sin dejar ningún racimo. Hay que llenar la bodega, ya se está acabando el vino.”

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Lo repitieron, cantando a coro, varias veces hasta aprenderlo a perfección. Luego el enólogo hizo el recitado:

“Son mejores los racimos cuando se podan las cepas. Pa' las provincias de Cuyo vaya esta ofrenda hecha cueca, y al regarlas con mi canto... abro todas las compuertas.”

Volvieron a todos a cantar a coro el estribillo. Y dio la orden de ataque. Cantando se lanzaron escaleras arriba a cortar ramas y ramitas aquí y allá siguiendo las precisas y didácticas instrucciones del jefe de la cuadrilla.

“Ya dejó el mozo el canasto; ella deja las tijeras, y ensayan como jugando una cueca en las hileras.”

Una semana inolvidable. Cantando a las viñas y podando los olivos. Sin siquiera pensar en la “prisión” que les aguardaba al término de la poda.

En su momento, la cosecha de aceitunas fue extraordinaria.

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pero olga no viene

Un caso de romanticismo abstracto. Una más de las extrañas tríadas atesoradas en la caja de recuerdos profundos del linyera de alma, o sea, un tema musical + un escenario + un determinado sentimiento. Lo narró de este modo:

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

pero olga no viene - noche de luna - romanticismo abstracto

Noche de luna. ¡Siempre esa luna! Un camino muy polvoriento en plena zona rural. Sin viviendas a la vista. Luna llena. En el centro de un cielo sin nubes. Con otros dos amigos. Caminábamos detrás de la “volanta” que habíamos dejado alivianado a cargo del viejo zaino que marchaba delante a paso lento y regular. Conocía el camino e iba hacia la querencia.

“Ah no cantes, hermano, no cantes…”

empezó a entonar sonoramente y de manera sorpresiva uno de los dos amigos que me acompañaban en esa caminata. Era pleno verano y la noche era muy calurosa y húmeda. Pero él cantaba:

“que Moscú está cubierta de nieve… “

Fuera de esa voz, el silencio era total, pero, según el cantor …y los lobos aúllan de hambre Nieve, lobos, Moscú y una noche sofocante en el corazón de la pampa húmeda.

Seguimos paso tras paso. Cansados, pero disfrutando. Unos tragos de sidra helada y el cantor siguió:

“¡y Josefa no viene no viene!”

- ¿Josefa? – le pregunto asombrado. – Yo creía que se trataba de Olga…

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¡En las nieves de Rusia!

- ¿Qué más da? A mí me gusta más Josefa…Le hizo decir la sidra...

Y siguió cantando :

“y Josefa no viene, no viene…”

Lo repitió varias veces. Y nosotros continuamos andando y andando… ¿Qué pasó después? ¿Llegamos a algún lado? ¿De dónde veníamos? ¿Adónde íbamos? La sidra...No me acuerdo y no interesa. En este nudo triple están solo mis dos amigos, la “volanta” marchando sola con el zaino, la noche de luna llena y la voz del amigo evocando a Josefa-Olga. Y el corazón del linyera lleno de un romanticismo muy vago, muy indefinido. Romanticismo abstracto.

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alta gracia y gardel

En más de una ocasión el linyera se refirió en este blog a la íntima relación que mantuvo con Alta Gracia en su infancia en alternancia con su pueblo natal, El Triunfo.

Con Gardel el linyerita mantenía una extraña relación romántica, a través de algunos tangos en bien guardados discos de pasta y de una vieja radio activada con unas grandes pilas cilíndricas. Pero más todavía que con sus canciones Gardel ocupaba un enorme espacio en su almita infantil como un personaje realmente misterioso y dotado de una poderosa magia. Gardel era eso, Gardel. Único. Infaltable. Omnipresente.

Junio de 1935. El linyerita vivía con su padre, sus hermanas y Petra, la criada de toda la vida. En esta etapa de la estadía en la ciudad serrana ya no habitaban Villa Nydia donde entonces residía la familia Guevara, vecinos del barrio. El linyera estaba en un viejo chalet cuyos fondos daban a un extenso terreno baldío y al lado de un lujoso chalet del que eran cuidadores los padres de Dante Vidosa, íntimo amigo de quien más tarde fue llamado el Che y también del linyerita. Era un chaler viejo. La fecha, 24 de junio de 1935. El linyera estaba ya en la cama, después de la cena mirando los tirantes del techo por donde solían desplazarse de vez en cuando algunas enormes ratas. Entra en la pieza su hermana mayor. Ella había terminado la primaria y le había enseñado a leer con un libro llamado René. El leía perfectamente. Cuando al año siguiente fue a la escuela en cuanto a lectoescritura no tuvo nada que aprender. Eso sí, le hicieron llenar cuadernos con palotes.

Su hermana traía en la mano la edición de Crítica y la desplegó ante los ojos del linyera. Sin palabras: SE MATÓ CARLITOS GARDEL. Ni una palabra. Solo lágrimas, lágrimas y lágrimas, toda la noche.

cuando pa chile me voy

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Otra instancia más de una canción ligada indisolublemente a un lugar preciso. En esta ocasión atada también a una serena sensación de paz y frescor nocturno bajo las estrellas. Con la mente en un dulce blanco. La tríada esta vez quedó conformada del modo siguiente:

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cuando pa chile me voy – lago aluminé – noche serena

Una noche como pocas. Lejos de todas las luces ciudadanas, las estrellas habían recobrado su ancestral dominio sobre la oscuridad nocturna. Eran reinas y señoras. Sin competencia. Creo que nunca había visto tantas. Su número parecía haber crecido repentinamente. Tampoco tenían que disputar el terreno con la luna, que se había tomado vacaciones.

El lago era como otro cielo al haberle robado con sus tranquilas aguas todo el brillo a la bóveda superior. Un espejo perfecto, Todo era tranquilidad. Absoluta calma. Allá, a lo lejos, la única edificación del lugar, la confitería, con sus escasas comodidades de alojamiento. Ninguna casa.. Eso sí, innumerables pehuenes. Una casa rodante a un centenar de metros. Silencio absoluto por doquiera. Aire diáfano y fresco. Nuestra carpa y nosotros sentados junto a ella.

Estaba recostado junto a la carpa simplemente disfrutando la noche, mientras mi familia descansaba dentro y otra familia amiga ocupaba una carpa al lado de la nuestra. Todo era nada más que religioso silencio y solemne quietud. De repente, y con cierta intensidad, llegan los aires de una cueca…

“Cuando pa Chile me voy…”

La atmósfera se llenó de voces de alegría y entusiasmo. Provenientes de un grupo de turistas que se estaban instalando a un centenar de metros. Por unos minutos. Luego bajaron los decibeles y retornó la serena paz de aquella noche cordillerana matizada apenas por las notas, ya suavizadas, de aquellos compases que me llevaban al otro lado del Llaima. En un ensueño nocturno que se tornó inolvidable.

el barrio del linyera

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Los temas que trata le van cayendo al linyera no sabe de dónde. A veces se sienta frente al teclado y pareciera que las letras del título se van ordenando por sí solas.

Sin saber por qué hoy va a referirse el linyera nada menos que a un divorcio. No, no se trata de algo de sus cosas personales, pues ya va camino a los cuarenta años de convivencia con la única mujer de su vida en todo el sentido de la palabra. Tampoco va a meterse con algún caso de la farándula, porque esos casos ya los tratan ampliamente los numerosos programas televisivos de chimentos.

Aquí va a tocar un caso no demasiado frecuente en ese mundo verbal tan particular del linyera de alma. Se trata de un misterioso divorcio entre uno de los sentimientos más profundos que alberga en su corazón y la palabra que lo designa. No es el único caso de ese tipo de divorcios que el linyera tiene registrado, pero este es algo así como paradigmático.

“Barrio” es para él una palabra muy, muy cargada. Una carga más de sentimientos muy intensos y de imaginaciones frondosas que de realidades cotidianas. Escucha la palabra “barrio” y todos sus sentidos se ven transportados instantáneamente a un riquísimo escenario donde se entremezclan sensaciones tan variadas que resulta imposible describirlas. Si empieza a querer hablar del mundo de los sonidos, se le abalanzan tangos y tangos y tangos, todos mezclados en un pupurrí simultáneo que desafía al mejor de los músicos a transcribirlo en una notación con sentido y menos aún a interpretarlo con alguno de los instrumentos conocidos,

El mundo de las luces y los colores se convierte en una nube caleidoscópica que no se toma un instante de reposo en sus cambios de tonalidades. Todo lo envuelve y lo perfuma además con ese inconfundible e indefinible aroma de los lugares tangueros.

Afuera, ese “barrio” se puebla con los más extraños personajes con los que nunca el linyera convivió excepto en sus extravagantes delirios imaginativos. Aparecen malevos, taitas, cantores, paicas, grelas, papusas y otros muchos héroes barriales.

Las calles y las casas solo aparecen en medio de una espesa bruma que las hace irreconocibles. No es de día ni de noche. Hay faroles semiencendidos. Hay sol sobre un patio techado con madreselvas y glicinas y cae la luz de la luna sobre un empedrado mojado por la lluvia.

¡A qué continuar! Hay mil memorias más que cual un granizo incontenible se abaten sobre el corazón del linyera despertando las emociones más vívidas que haya experimentado en su existencia. Como si allí se aunaran todos los momentos más intensamente inolvidables que jamás gozó.

Ese es el barrio en el corazón y la mente del linyera. Aparece sin dilación, automáticamente, cuando la palabra mágica “barrio” acaricia su oído o deleita sus ojos. “Barrio”, así solamente en esa presentación, en español. En ninguna traducción tiene ese efecto ni aproximadamente. Está ligado a esos sonidos y a esas letras. No hay imagen que los sustituya. Es, sin duda alguna, una barrio porteño. ¿De cuándo? ¿Cuál? Cualquiera. Todos.

Y, sin embargo, el divorcio es total con los barrios reales en los que históricamente

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vivió. Son muchos. Son tantos que, tal vez por eso, ninguno se le metió adentro con su realidad concreta.

“¡Barrio, barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental!”

tambores

A lo largo de su infancia el linyera casi constantemente estuvo oyendo ecos y ecos, más lejanos o más próximos, de tambores de guerra. Algunos anuncios eran de luchas

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reales y sangrientas (España, Europa, el mundo). Otros eran conflictos imaginarios. Los tambores no dejaron nunca de resonar. Leyendo recientemente en “Me lo tenía merecido”, memorias autobiográficas de Eliaschev, supo que también Pepe vivió una niñez de miedos. Fue un consuelo.

En la escuela primaria, aparte de las cuentas, el noventa por ciento del resto fueron narraciones de guerras. Una historia en particular, la de “El tambor de Tacuarí” ya mereció hace poco la atención del linyera en uno de sus posteos. Fue un tambor muy especial, ligado a recuerdos íntimos.

Eran solo tambores en la imaginación. El contacto físico con un tambor empezó cuando el linyerita entró en el aspirantado de Ramos Mejía. Alí le sucedieron prontamente muchas cosas que ya relató en diversos posteos, pero hay una a la que nunca se refirió. Su encuentro y su divorcio con el tambor. En ese instituto, poco antes de su ingreso, habían creado un cuerpo que era una especie de vedette. Se trataba de la banda de música. Un grupo de chicos vestidos con elegantes uniformes (pantalones largos blancos, sacos azules, botones dorados, gorras de marinos). Un elegante tambor mayor y un número discreto y variado de instrumentos como para poder ejecutar varias marchas militares. Le servía al colegio para lucirse en los desfiles locales.

Al linyera, muy ingenuo en aquellos días, le pareció todo. un poco extraño. Él había ingresado pensando adoptar allí una vida de humildad y retiro y se encontraba con que le ofrecían una oportunidad para satisfacer su vanidad en un mundano lucimiento. En efecto, a menos de una semana de su ingreso lo llamaron y le ordenaron presentarse en el sector destinado a los ensayos de la banda. Allá fue. Le colgaron del hombro un tambor y le colocaron en las manos sendos palillos. Recibió las primeras instrucciones. Pasó alrededor de una semana, al ritmo de una hora por día, dándole y dándole al parche. Solo y en compañía de otros varios ya experimentados.

Ya le estaba tomando el gusto a los redobles cuando se le acercó el director de la banda y le dijo que debía dejar el tambor, puesto que tenían mayor necesidad de otro clarín para completar la banda lisa. Y el linyerita tuvo que pasar otra semana ensayando con el nuevo instrumento. Fracaso total. Ni por asomo consiguió dar con la embocadura. Lo echaron con duras palabras y se quedó sin clarín y, sobre todo, sin ese tambor al que había empezado a querer. Otro más de sus cortes con cualquier ligadura sentimental.

Aquel tambor real no fue. Pero, eso sí, los viejos tambores de guerra siguen sonando muy cerca todos los días en sus oídos.

como el clavel del aire

Hay mañanas en las que el linyera se despierta con la mente en blanco absoluto. Pero hay algunas mañanas en las que el linyera se despierta con una melodía determinada en sus oídos. A veces es como si se hubiera quedado durmiendo allí alojada la que había estado oyendo o tarareando la noche anterior. Pero otras veces

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sucede algo bastante raro. Empieza a dar vueltas y vueltas en su cabeza alguna canción que había estado lejos de su sentido auditivo por un tiempo muy largo.

Son como un chaparrón repentino .Refrescante. Nostálgico. Despertador de semillas de luz. A menudo son insistentes. Se clavan. Vuelven a cada momento. Cambian volumen. Hacen “ritornellos” inacabable.

“Como el clavel del aire, así era ella, igual que la flor prendida en mi corazón”

Esa es la canción que dulce y repetidamente acosó los oídos del linyera el otro día. Hacía meses que físicamente no la escuchaba.

Ese “ella” es un pronombre que no se refiere (en el vocabulario privado del linyera), al menos en este caso, a una mujer determinada. Es, eso sí, una palabra parecida a un vientre de mujer preñado con innumerables criaturas. Es verdaderamente un misterioso y fecundo tetragrámaton. “Ella” representa por todos los instantes de felicidad que el linyera disfrutó en su vida. Incontables. Instantes de placer. De todo tipo. Pero siempre fugaces. Irrecuperables. Sustituibles por otros nuevos. Parecidos. Iguales. Pero nunca los mismos. Llegan...y pasan...

“¡Oh, cuánto lloré porque me dejó! Como el clavel del aire, así era ella, igual que la flor”.

Pasan. Se despiden. Y otro viene. Y se va. Y otro aparece. Y el linyera vuelve a cantar.

”Un ave cantó en mi ramazón, y el árbol sin flores tuvo su flor”.

Cuando se van lo hacen como arrastrados por el pampero. Se van. Se van. Se van. Para no volver.

“Mas un feliz viajero —viajero maldito— el pago cruzó; en brazos de él se me fue y yo me quedé de nuevo sin flor. El que cruzó fue el viento,

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el viento pampero que se la llevó. “

Pero vuelven otros momentos. En sucesión inagotable. Son momentos nunca repetidos. Cada uno tiene lo suyo. Sin ellos no se podría vivir. El linyera no los busca. Los espera. Los recibe. Los despide. Y espera. Un clavel del aire tras otro.

tinta roja

Otra postal que conserva una de las “extrañas tríadas” del linyera de alma. La describió así él mismo hace ya algún tiempo.

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tinta roja – av.perito moreno – infancia porteña,

“tinta roja en el gris del ayer...

Tu emoción de ladrillo feliz sobre mi callejón con un borrón pintó la esquina...”

En un viejo Fiat 600. ¿Cuándo? Alguna vez. Por la Perito Moreno, que muchos años antes había yo recorrido más de una vez, caminando entre los rieles, buscando aventuras, cuando esa que hoy es una importante avenida era solo un ramal de trenes de carga casi abandonado. Un Fiat viejo, pero tenía una radio que sonaba bien. ¡Y cómo!

“Veredas que yo pisé..”.

¡Esas veredas de mi Buenos Aires! Mi tierra adoptiva de la niñez. Si algo se me había quedado dentro del alma de aquel “Mi Buenos Aires querido” eran casi casi exclusivamente sus empedrados y sus veredas. ¡Esas “veredas que yo pisé”! Las miraba y las re-miraba a los costados de la avenida. No eran las mismas, ciertamente, pero eran esas veredas de mi Buenos Aires de entonces.

“Y aquel buzón carmín, y aquel fondín donde lloraba el tano su rubio amor lejano que mojaba con bon vin.”

Ahora me iba desplazando por una avenida de asfalto muy reciente, flanqueado por villas no muy elegantes que no había conocido en aquellos años lejanos. ¡Qué Buenos Aires raro! Nunca había visto antes algo así. ¡Qué distinto! Cuando andaba con algún amiguito por la antiguas vías se veían algunas viviendas realmente pobres. Pero ¡Este amontonamiento! Sin calles intermedias. Ya había sufrido otra enorme desilusión al ver los viejos galpones de Puerto Madero convertidos en restaurantes. ¡Cuántas veces me había sentado contra esas paredes de ladrillo para mirar por largos ratos las hileras de trabajadores que cargaban al hombro bolsas de trigo en las bodegas de los barcos! ¿Qué le había pasado a mi Buenos Aires? ¡Era otra! “¡Los hombres te han hecho mal!” El progreso, los avances sociales… ¡Quizás! ¡Pero era otro Buenos Aires! No era el de mi infancia, feliz o no, pero mi infancia al fin. Se me cruzaban y cruzaban las imágenes más insólitas de aquel Buenos Aires. Por ejemplo, cerré los ojos y me vi de repente en la vieja calle Lacarra contemplando sin entender demasiado esa larga

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fila de carros tirados por caballos cargando no sé hacia donde, hacia el sur, la basura que producían los porteños….¡Tantas cosas de entonces que ya no son!

“¿Dónde estará mi arrabal? ¿Quién se robó mi niñez? ¿En qué rincón, luna mía,volcás como entoncestu clara alegría?”

tranqueando en la tarde

“Tango flaco tranqueando en la tarde. Sin aliento al chirlazo cansao. Fracasado en su último alarde bajo el sol de la calle Callao.”

Así, tranqueando en la tarde vienen esta vez las memorias de la infancia del linyera.

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Sentado en un viejo coche, en la conmovedora compañía de Piana y de Manzi y con Alberto Castilllo en el pescante

“Yunta oscura trotando en la noche. Latigazo de alarde burlón. Compadreando de gris sobre el coche por las piedras de Constitución.”

El linyera de alma no lleva nunca a cuestas el alma toda entera. Fue dejando pedacitos de alma en cada rinconcito por donde anduvo alguna vez en sus andanzas. De vez en cuando intenta ir a recoger algunos de esos trozos... Pero solo puede hacerlo con la imaginación. La realidad ya cambió. Ya no la va a reencontrar nunca.

”¡Vamos!... cargao con sombra y recuerdo. ¡Vamos!... atravesando el pasado. ¡Vamos!... al son de su tranco lerdo.”

Todo es un poco brumoso. Muy brumoso. Indefinido. Las calles. Los edificios. Los faroles. Los mateos. La gente. Los perros. Las chimeneas. Los tranvías. La enorme estación . El humo. El olor de comidas fritas. Las nubes que cubren el cielo. El olor a tren. Alguna gota de lluvia. El aire de nostalgia. Un lejano rezongo tanguero. El vigilante en la garita dirigiendo el tránsito.

Todo.. todo es algo oscuro e inaferrable, como en un largo sueño en blanco y negro.

Vamos, recuerdos, vamos... Vamos tranqueando.

”¡Vamos!... camino al tiempo olvidado. Vamos por viejas rutinas, tal vez de una esquina nos llame René...”

Quizás, doblando esa esquina, allí esté ese pedacito de alma que algún día dejó el linyera.

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pasional

Nuevamente está el linyera encerrado en una galería muy privada. Frente a otro cuadro cuya contemplación es una vez más gentileza de la artista plástica Laura Stringhini.

Hace poco, en esa misma galería, se había visto arrastrado a flotar, flotar y flotar, casi con el alma en blanco, rodeado por un misterioso cortejo de intrigantes medusas.

Hoy el linyera se sienta atento ante la tela y se dispone a entrar, según su estilo, en onda sentimental. Empieza por oír a la distancia unos acordes de bandoneón:

”No sabrás... nunca sabrás

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lo que es morir mil veces de ansiedad. No podrás... nunca entender lo que es amar y enloquecer.”

Entrevé un brazo apretando con pasión una cintura de mujer y esto lo transporta al instante a un Buenos Aires que el linyera solo vivió en mil afiebrados sueños juveniles, muy alejados de su opaca realidad circundante. Mientras los rezongos del fuelle se van acercando.

”Tus labios que queman... tus besos que embriagan y que torturan mi razón. Sed... que me hace arder y que me enciende el pecho de pasión.”

La cintura cede dócilmente a la pasión del ardoroso brazo. Un incendio de pasión.

“Estás clavada en mí... te siento en el latir abrasador de mis sienes.”

Es ocioso repetir que el linyera es cualquier cosa menos un crítico de las artes plásticas. Frente a una pintura, él simplemente se mete dentro del cuadro o bien deja que el cuadro se meta en él.

La visión es estática pero el linyera se siente arrastrado a girar y girar s bailarines.

”Te quiero siempre así... estás clavada en mí como una daga en la carne. Y ardiente y pasional... temblando de ansiedad quiero en tus brazos morir.”

Poco a poco todo el ambiente en el que está inmerso el linyera tiende a un cambio repentino. Se apagan los murmullos de la voz del cantor. Se hunden en la lejanía los ecos de los bandoneones y los violines. Desaparecen los frenéticos movimientos de la danza. Todo es quietud. Silencio. El cuadro se transforma en un solo haz de luz multicolor. Morado, azul, negro,rojizo, tonos claros, tonos oscuros, más oscuros, más oscuros... diluyéndose en una mezcla violácea de un arcano crepúsculo... El linyera queda absorto en la paz de su silla de ruedas.

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linyera, viento y lluvia

 

Otra viñeta acompañada por un tema musical.

viento, dile a la lluvia – diarios viejos – evasión

Uno de esos momentos intermedios, si existen. Ni triste ni alegre. Siempre hay una inclinación, aunque sea pequeña, hacia alguno de los lados. Pero convengamos en que era un momento más bien neutro en cuano a

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ese parámetro del ánimo que oscila entre esas dos puntas. No es el único parámetro. Pero esa oscilación, a lo largo de esa líneas, era frecuente, por no decir constante, por esos años...

Estábamos recogiendo diarios viejos de diversos domicilios. ¿Cartoneros? No, sería demasiado honor. Era con dos o tres voluntarios, para una obra de bien. Estábamos acomodando las pilas de papel en la caja de la camioneta. El dueño, que la conducía, cantaba solo:

”Viento, dile a la lluvia....llevo toda una semana..”.

Y lo repetía una y otra vez, con buena voz y buena entonación

Lo escuché con mucha atención. Me encantó la melodía y me impactó la letra. Seguí mecánica y automáticamente acomodando los diarios, pero la mente no estaba ya en esa tarea. Le pedí al muchacho que conducía que repitiese la canción.

“Viento, dile a la lluvia…”

¡Qué conversación hermosa! ¡Poder oír ese diálogo! ¡Libre como el viento y la lluvia!

En un rapto de ensueño me fui de la camioneta y volé con el viento y la lluvia y me mezclé en su diálogo. Huí con ellos. ¿Hacia dónde? Adonde me quisieran llevar. Yo quiero “volar y volar”...

tango y rumba

 

En general, la vida del linyera ha estado estrechamente entrelazada con el tango. Con su carga de fracasos, de nostalgias y misteriosas sorpresas. Siempre, eso sí, en una pesada atmósfera de incertidumbre.

Cuando la vida decidió que perdiera las piernas del caminante físico, tenia necesidad de una aunque más no fuese pequeña dosis de optimismo. A falta de piernas echó a andar en una marcha virtual con su computadora. Y, mientras allí estaba ante la pantalla, vino extrañamente en su ayuda la voz de Marcela Morelo para aplicarle esa imprescindible inyección de energía espiritual.

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Como de entre las teclas surgió una mañana:

“Lere, lo ley, lo, oh, oh. Hoy tengo un buen día y lo voy a cuidar un presentimiento que me acompaña. Tengo una rumba en mí que amarra los versos de mi esperanza, tengo una rumba en mí que amarra los versos...”

El impacto fue muy profundo. El linyera se sintió de golpe lleno de un raro entusiasmo.

“¡Tengo una rumba en mí!”

Vibraciones. Ganas de hacer. De comunicarse. De compartir. La rumba pasó del corazón al cerebro y del cerebro a las manos, a los dedos, a las teclas. Brotaron así una viñeta tras otra. Apiladas en pequeños libros, en posteos de blog...

Nunca la rumba desplazó al tango en sus preferencia musicales. Pero en este caso la adoptó como clarinada para iniciar las actividades del día.

Es una actitud especial, nacida al impulso de seguir viviendo con alegría al tener que enfrentar una nueva etapa en la vida confinado a una silla de ruedas. Algo nuevo. Algo distinto. Pero, afortunadamente, sumada a los incomparables, indispensables y más cariñosos cuidados de aquella con quien comparte la vida hace más de treinta y cinco años, nació cada mañana ese sentimiento de que

“tengo una rumba en mí, que amarra los versos de mi esperanza…”

Con su teclado y su pantalla, y al ritmo tempranero de un misteriosa rumba, a veces con la penetrante voz de Marcela perforando físicamente sus oídos cansados, desde el disco en el driver. Palabras, palabras, más palabras con alas. Con alas muy sutiles que echan a volar con destino marcado o sin destino alguno. A volar adonde el viento las guíe.

Así volaron las palabras, miles y miles… desde un teclado, desde unos dedos a veces torpes, desde un cerebro y un corazón estrechamente enlazados, alguna vez apretadas en bandada, como si fueran las tapas de un libro… Muchas de esas avecillas regresaron con sorpresivos mensajes que acusaban recibo de algún apretón de manos y alguna evocación emocionalmente compartida… Un mundo distinto… un mundo nuevo para el linyera... al son de una rumba.

“Tengo una rumba en mí que amarra los versos de mi esperanza, tengo una rumba en mí que amarra los versos... “

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milonguita

Una viñeta más (entre las innumerables) que ilustra la incidencia, siempre arcanamente profunda, que tuvo y tiene el tango, en la existencia de este linyera de alma.

Allá, por mil novecientos sesenta y...

”¿Te acordás, Milonguita? Vos erasla pebeta más linda 'e Chiclana;la pollera cortona y las trenzas,y en las trenzas un beso de sol”

El linyera, sentado ante su nueva creación, su aparato radiotransmisor, construido pacientemente por él, con la guía de un ingeniero amigo, valiéndose de viejos elementos de surplus de guerra, restos de la radio de alguna “fortaleza volante” o de un tanque Sherman, Dos enormes válvulas 1625 establecían la onda portadora. Clic, y ¡a modular! LU5 DSI....a la curuya...

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Casi al toque, un contacto. La identificación no la hace una voz. Es un remoto piano. Una y dos veces suena una melodía inconfundible. Pausada. Penetrante. Limpia. En la octava normal y luego en una más aguda... Sí... ¡Milonguita! No era una voz. Delfi hablaba con sus dedos y usando como presentación tal vez su tango más querido. Sí. Era Enrique Delfino. El primer contacto real del linyera con un personaje real del tango, ese tango que hasta entonces solo había existido para él en el mundo de los sueños...

Todo pasa. Y ese momento pasó Y los momentos pasados no vuelven. Pero dejan cosas. Y los momentos vividos intensamente dejan cosas que se sienten intensamente cuando uno de esos recuerdos llama a la puertecita de la memoria de un viejo linyera. Sobre todo, si fueron grabados al compás de alguna música.

Lo que vuelve no es, por cierto esa chica a la que se le preguntaba

“Y en aquellas noches de verano,¿qué soñaba tu almita, mujer,al oír en la esquina algún tangochamuyarte bajito de amor?”

Ni tampoco la “Estercita” que

” hoy te llaman Milonguita,flor de noche y de placer,flor de lujo y cabaret.”

Lo que perdura y vuelve es algo muy sutil, que trasciende toda letra y toda música. Es como si hubiera una pequeña y extraña tecla que se oprime y, al instante, todo el ser del linyera es rodeado, por dentro y por fuera por un aura mágica. Es una misteriosa atmósfera de melancolía y nostalgia, algo como la “morriña” y “saudade” de su padre, que envuelve al linyera y lo hace ascender en una nube rosada a mundos soñados que nunca fueron vividos y tal vez nunca lo serán, pero que al devolverlo a este suelo lo entregan con el alma renovada y feliz para seguir, tumbo más, tumbo menos, andando por los caminos que el destino le vaya abriendo.

“Si llorás...¡dicen que es el champán!”

¿Qué es lo que pasa en el alma del linyera? Ni él lo sabe. Y ¿para qué saberlo? Basta vivirlo...

“Milonguita,los hombres te han hecho maly hoy darías toda tu almapor vestirte de percal.”

Las últimas notas se apagan, lánguidas, llorosas, en los oídos del linyera ... Retorna un silencio fecundo, cargado de una extraña savia vital, poderoso nutriente, misterioso resorte para una marcha incansable.

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el último café

Un tango más atado a la memoria del linyera. No es extraño. Esta ve, con dos nudos sentimentales muy fuertes. Uno de carácter tanático y el otro relacionado con uno más de sus archivos verbales.

Llega tu recuerdo en torbellino,vuelve en el otoño a atardecermiro la garúa, y mientras miro,gira la cuchara de café.

Así empezó a sonar el piano. Bajo los dedos, con sus inocultables marcas amarillentas de cigarrillo, de Eduardo. Era el año sesenta y tantos… Se acababa de comer un asado en el terreno del fondo, en Moreno, y el dueño de casa invitó a los comensales a pasar al living a tomar un café. Se sentó al piano y anunció “El último café”, un tango nuevo, de Cátulo Castillo y Héctor Stamponi.

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A Eduardo ya lo conocía el linyera desde su niñez en Buenos Aires porque iba de visita con cierta frecuencia a casa de sus abuelos e invariablemente se sentaba al piano que había pertenecido a la madre del linyera. Eduardo no leía música pero tocaba de oído el tango que le pidieran. Eso había sido en los años treinta y algo…

Llovía y te ofrecí, ¡el último café!

Sonó la última melancólica nota del piano. La letra de ese tango la conoció el linyera bastante después. Entonces solo supo que se llamaba “El último café”,

Hubo una repetición de cafés para los presentes y de la pieza sobre el teclado. Despedida. El linyera se llevó, eso sí, en lo más profundo de su mente y de mi corazón ese nuevo tango que lo había hecho vibrar tanto, no sabía por qué.

A los pocos días se enteró del fallecimiento repentino de Eduardo. ¡El último café!

* * * * * * * * * * * * * * * * * *

La letra original de Cátulo Castillo la conoció algo más tarde. Tanguera como la que más. Mezcla de café caliente, labios fríos, suspiros, azúcar, hiel, un vértigo final….Una pila de impactos muy fuertes…Pero ninguno de ellos se apoderó en este tango del alma del linyera. La frase que se le colgó fue “…lo nuestro terminó..” y de esta frase, una palabra, aparentemente inofensiva, se le quedó clavada. “nuestro”.

En su ya larga relación con las palabras, el linyera tiene un vínculo muy especial con ese grupo que los gramáticos suelen llamar “posesivos”. Aquí solo va a tomar “nuestro”, el del tango en cuestión.

“Nuestro” es un término que se las trae. El linyera, en estos últimos años, estuvo distribuyendo una parte importante de su vocabulario en diferentes archivos. “Nuestro” no parece caber en ninguno, al menos, por entero. Según algunos aspectos entra en el archivo de las “palabras queridas” y, tal vez, en la subcategoría de “palabras muy queridas”. Pero según otros aspectos, se ubica cómodamente en el horno de las “palabras malditas” y en la subcategoría de las “muy malditas”, de esas que le producen irritación cada vez que las escucha.

Es verdaderamente un signo de cariño genuino para él solo cuando él mismo la elige para expresar un dominio compartido sobre algo, material o espiritual, que él ha decidido compartir. “Nuestro hogar”, “nuestra cuenta bancaria”, “nuestros recuerdos comunes”, “nuestro amor”. …

Pero cuando el “nuestro” le es impuesto a mazazos desde afuera, muy frecuentemente, aunque sea de manera inocente por parte de periodistas poco reflexivos, le resulta una palabra realmente odiosa. ¡Que lo incluyan donde no le interesa estar! ¡Que le atribuyan propiedad sobre algo que nunca podrá tener ni usar! ¡Que lo asocien con gente con la que no le interesa compartir algo! Le resulta tan horrible como el peor de los insultos. “Nuestra Patagonia”. ¿Suya? “Nuestro seleccionado”. ¿Lo eligió él? “Nuestro embajador” Él no lo nombró.. Y así miles y miles de usos abusivos en los que lo incluyen en donde no tiene ganas de estar.

Poco a poco el linyera consiguió bloquear sus oídos y no dejarse perturbar por esas intromisiones en el pequeño pero apreciado campo de libertad, al menos mental, que le ha quedado.

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golondrinas

“Golondrinas de un solo veranocon ansias constantes de cielos lejanos...”

Esta melodía con sus evocadoras palabras se pasea recurrentemente por los oídos del linyera, acariciándolos con sus fluctuantes ondas de melancolía tanguera, siempre la más adecuada para asociarse a la melancolía genéticamente natural de un linyera de alma.

Cada letra tiene un sentido que vivió el autor al insertarla en un pentagrama. Para el linyera esta misma letra tiene para él el sentido con el que la vivió cuando la escuchó por primera vez y se le metió en el revoltijo enmarañado de sus vivencias más hondas. Puede coincidir o no (raramente lo hace) con lo que sintió el autor.

Para Le Pera las golondrinas eran amores fugaces e inolvidables. Para el linyera las golondrinas son mil y mil cosas… Tantas cosas, que aquí se va a tener que limitar a enumerarlas al vuelo.

“Golondrinas con fiebre en las alas, peregrinas borrachas de emoción...”

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¡Qué imagen más exacta de lo que ocurría en el alma del linyera a cada paso que daba en su camino! Miles de ilusiones revoloteando en su cerebro y en su corazón. Ilusiones ardientes en un vuelo desesperado hacia una realidad imposible siempre más y más lejana.

Recuerda cierta vez, haciendo un pedregoso y polvoriento camino a través de un atajo en una serranía entre dos paredes de tierra, haber tenido un contacto muy cercano e inolvidable con golondrinas. Centenares, revoloteando inquietas por encima y alrededor de su cabeza, entrando y saliendo al instante de innumerables orificios en la tierra de las paredes a sus costados. Era un incesante agitarse de puntos negros con dos alitas dando vueltas y vueltas alrededor del linyera. Pero más vueltas y vueltas daban las golondrinas dentro de su cabeza. Fue uno de esos momentos en que hubiera querido detener el tiempo y quedarse para toda la vida con con esas alegres avecillas alrededor y dentro de él. Pero “siempre sueña con otros caminos la brújula loca de tu corazón... “

Y siguió buscando otros caminos y otras golondrinas. ¿Buscando qué? Su razón nunca se lo reveló. El destino lo conocía solamente una misteriosa e invisible brújula escondida en lo más íntimo de su instinto, muda pitonisa que por largos años le mantuvo oculto su oráculo:

“su anhelo de distancias se aquietará en tu boca con la dulce fragancia de tu viejo querer... “

Fue un remanso. El comienzo de otro camino. Ahora, acompañado, pero siempre con golondrinas dando vueltas y vueltas y vueltas en su mente de linyera de alma...

“otras lunas siguieron tus huellas, tu solo destino es siempre volar. “

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jacarandá

El otro día, el linyera (cosa ahora muy infrecuente) se encontraba en Buenos Aires. En su silla de ruedas, sobre la ancha vereda de Bernardo de Irigoyen entre Méjico y Venezuela, miraba y miraba y miraba... Los jacarandás cubiertos de flores celestes. Miraba y miraba y miraba. Esas flores gatillaron su imaginación hacia atrás, exactamente hasta 1936.

Mientras miraba y miraba y miraba, le parecía estar oyendo a María Elena Walsh:

“Una flor y otra flor celeste Del jacarandá Una flor y otra flor celeste Del jacarandá”

Su imaginación caminó unas pocas cuadras, hasta San Juan y Pichincha, el departamento de sus abuelos. Allí se apilaron, uno sobre otro, los varios recuerdos más impactantes de sus primeros meses en la ciudad porteña en aquel inolvidable 1936. Por su cabeza empezaron a desfilar las luces de neón al bajar del tren en Once. Luego los empedrados de las calles adyacentes. Poco después, el subterráneo Chadopyf. que, si no me equivoco, hoy es la línea D. El imponente obelisco inaugurado pocos meses antes. Los comienzos de la Avenida 9 de Julio. El

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entubamiento del arroyo Maldonado con la simultánea construcción sobre él de la Avenida Juan B. Justo, con sus veredas todas de baldosas rojas. Y así y así...

Pero una memoria muy, muy especial es la de la visita del presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. Había llegado al puerto en un barco de guerra americano, en el mes de diciembre. El linyera había escuchado por radio la transmisión del acto de recepción en el puerto. Recuerda claramente que la banda del barco ejecutó ambos himnos nacionales y al concluir el himno argentino repitió solo dos veces “O juremos con gloria morir”. Pero lo realmente importante es que en esos días le aseguraron que el presidente Roosevelt se había enamorado de las flores del jacarandá y quiso que le llevaran esas encantadoras plantas a Estados Unidos. No sé si fue un buen gobernante pero ciertamente tenía buen gusto.

“El cielo en la vereda Dibujado está Con espuma y papel de seda Del jacarandá”

Al menos tres veces el azul caló hondo en las neuronas del linyera. Con distintos tonos. Siempre con rayos luminosos provenientes del reino vegetal. Hay un ramo azul-celeste muy apretado y muy clavado allí, compuesto triplemente con flores de lino, con flores de paraíso y con flores de jacarandá.

”Al este y al oeste, Llueve y lloverá Una flor y otra flor celeste Del jacarandá Una flor y otra flor celeste Del jacarandá

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mi barrio reo

Otra vez el tango. Siempre el tango. En el momento preciso. En el instante en que la brújula loca que guía los pasos del linyera de alma debe señalar un nuevo rumbo. Fueron casos de una extraña coincidencia. Casos ni frecuentes ni raros. Se dieron en momentos determinados y fueron decisivos en el trazado de las distintas hojas de ruta que fueron dando matices cambiantes a la marcha del linyera por la vida.

Varías décadas atrás. Bien podría el linyera haber cantado con Dante “nel mezzo del cammin di nostra vita, mi ritrovai per una selva oscura.”. Años raros. Brumosos. Muy brumosos. El tango tocó varias veces a las puertas de su alma para sacar al linyera de hondas depresiones. Aquí trata de fotografiar una de esas veces. Una llamada muy, muy fuerte. Casi un puñetazo salvador aplicado en el momento oportuno y con sabia precisión.

“Viejo barrio de mi ensueño...”

Llegó una voz arrabalera como la que más. Hugo del Carril. Sí, lo habría escuchado mil veces. Pero esa vez llegó, golpeó y entró hasta lo más hondo del alma. Habló de “vendavales”, de azotes del “dolor” del barrio “envejecido”

“Treinta años y mirá, mirá que viejo estoy” .

La radio se metió por los oídos hasta el fondo del desván de la memoria y empezó a poner en vibración por resonancia las fibras más delicadas del corazón. Fue un himno total de nostalgia. ¿Nostalgia de qué? ¡Si el linyera algún día llegase a

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saberlo...! Absurda nostalgia de un pasado que no fue, un presente que quiere ser y no puede ser y un futuro que tal vez nunca será. ¿Nostalgia? ¿Morriña? ¿Saudade? “Eu queroche tanto, terra do meu pai...” Es lo cierto que para el linyera, jamás sabrá por qué, el tango es algo así como sentimiento en estado puro.

Por otra extraña relación, en numerosos casos, por un fenómeno que el linyera llamó georromanticismo, una de las vibraciones se localiza en un lugar y lo trae violenta y placenteramente al rincón de los recuerdos. Se produce una bilocación. El linyera está en un lugar sin relevancia alguna para él, escuchando ese tango, y se siente transportando, como milagrosamente, al lugar escogido por el extremo de esa onda sentimental expansiva.

“Mi barrio reo, mi viejo amor, oye el gorjeo, soy tu cantor.”

El linyera,. como un robot, se puso a cantar al unísono con Hugo. Los ojos cerrados. Bien cerrados.

“Escucha el ruego del ruiseñor, que hoy que está ciego canta mejor.”

Y el barrio escuchó el ruego. Y lo atrapó en sus dulces garras. Sin huida posible. Lo retuvo un largo rato. ¡San Cristóbal. Su primer barrio porteño. Poco tiempo. Pero profundo. Profundísimo. De 1936 a 1938. La gran San Juan primero. Humberto I después. En el corazón del barrio. Un regreso inolvidable. A la cuna de su alma tanguera.

“Barrio reo..”

Con toda la carga emocional que encierra para el linyera esa palabra. Vive dentro de su imaginación codo a codo con malevo, antisocial... bravo... celoso de su independencia.

Se ve de golpe transportado a esa

“cuna de taitas y cantores, de broncas y entreveros, de todos mis amores...”

Pasó el rapto. Recobra los sentidos. Vuelve al mundo real. ¿El de unos minutos antes? No. Ya era otro . Con ganas de vivir y esperar otro encuentro profundo y vital con el tango.

“Fuiste cuna y serás tumba de mis líricas tristezas”

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milonga triste

  Jugarreta del destino. O feliz bienvenida. ¡1936! Uno de esos conjuntos de cuatro dígitos que marcaron en eso que llaman tiempo un rumbo decisivo en una de las etapas del andar del linyera de alma. ¡1936! Buenos Aires, esperando al niño linyera, con la 9 de Julio y el monumental obelisco recién inaugurado... Por esos días Piana y Manzi escribían una partitura que parecía destinada a recibir al pequeño exiliado. Su madre había sido arrancada de su lado por la muerte antes de que llegase a conocerla realmente. Solo flashes muy fugaces de su figura guardaba en su cabecita... Ahora, arrancado de su pueblo natal, de sus raíces... Lejos de su padre... Es cierto, siempre entre seres queridos... Pero en una íntima soledad de destierro...  Esta milonga, que canta la tristeza, parecía escrita para él. Nunca sabrá por qué. Cada vez que la escucha o simplemente la evoca se le presenta aquel desembarco en la estación Once del Ferrocarril Oeste entre brillantes luces de neón en las calles y pálidas estrellas en el cielo.  

“Llegabas por el senderodelantal y trenzas sueltas.Brillaban tus ojos negrosclaridad de luna llena.” 

Llegaba su Buenos Aires, que había soñado lejana siguiendo con la mirada los rieles que se perdían en la distancia, inalcanzable, visitada en tinieblas cuando lo habían rociado con las aguas bautismales en un rincón de Bartolomé Mitre y Suipacha. Su Buenos Aires que lo iba a acoger por un lustro para acunarlo en sus empedrados de barrio, en su viejo puerto, en sus túneles subterráneos con trenes veloces, entre sus humeantes chimeneas, su lujosa Florida, su llorar de bandoneones y gemir de

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violines... que encontraron abierta la ventana de su alma y allí se le metieron para no salir jamás...  ¿Era Buenos Aires una metáfora de aquella joven de carne y hueso que lo estaba esperando mucho, mucho más lejos? 

“Mis labios te hicieron dañoal besar tu boca fresca.Castigo me dio tu manopero más golpeó tu ausencia. ¡Ay!...” 

La joven solo quedó en su inconsciente. El barrio porteño lo atrapó entre tanto con sus suaves caricias de una vaporosa melancolía y una indefinida nostalgia. ¡Ese San Cristóbal inolvidable! Su pueblo natal lo llamaba a un regreso imposible.   “Volví por caminos blancos,volví sin poder llegar.Grité con mi grito largo,canté sin saber cantar.” 

Pero también en ese barrio porteño, acurrucada en la calle Jujuy, muy cerca de donde el linyera vivía con sus abuelos maternos y sus tías, estaba firme la iglesia de San Cristóbal, emergiendo hacia el cielo como dueña y señora. Fue el primer topetazo del linyera con esa gran institución milenaria que lo empezó a aferrar con sus guantes de seda y sus aromas anestesiantes hasta hacerle perder por algunos años toda noción de la auténtica realidad.

“Volví por caminos muertosvolví sin poder llegar.Grité con tu nombre bueno,lloré sin saber llorar”  Hasta...

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naranjo en flor

El tango siempre acompañó al linyera. Lo repitió ya mil veces, por lo menos. El tango vivió con él, o mejor, en él, desde su primera infancia. Se le fue metiendo sigilosamente. Sin demasiado ruido. Sin que el entorno lo envolviera demasiado. Se colaba nadie sabe por qué misteriosas hendiduras. Siempre con un marcado dejo nostálgico. ¡Raras nostalgias de quien empezaba a vivir!

Algunos tangos se asociaron con momentos de su vida en situaciones muy específicas, perfectamente localizables en el tiempo y el espacio. Allí están acurrucados y desde allí surgen automáticamente a la superficie ante algún oportuno llamado, una circunstancial convocatoria.

El acariciante perfume de los azahares llegó tempranamente al órgano. olfativo del linyera allá en su pueblo natal, pero el aroma del “naranjo en flor” de Homero Expósito solo se acercó algo tardíamente a su vida. ¿Por qué? No tiene importancia. Entró tarde pero penetró muy hondo. Hasta lo más recóndito del alma. Y envuelto en la embriagante atmósfera de ese “naranjo en flor” vuela en retrospección a un momento muy particular de su vida.

“Era más blanda que el agua,que el agua blanda...”

Sí, así era ella. Era ella. Con una piel suave y fresca como una doncella de un cuento de hadas. Se llamaba Ilusión. Nada más que Ilusión. Nada menos que Ilusión. Más blanda que el agua, que el agua blanda.... Suya, suya para siempre... Pero el agua corrió y corrió y la frescura de la piel de Ilusión se le esfumó para siempre de entre las manos... Nunca se sabrá adónde. Solo un recuerdo, solo un recuerdo. Ilusión, oh, Ilusión...

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“era más fresca que el río,naranjo en flor... “

Sí, fue allá lejos... muy lejos ya... en la temprana adolescencia del inocente linyera...Cayó él en la rd como cae una jovencita incauta que entrega su cuerpo por pasión creyendo encontrar el amor y queda entrampada en una dura esclavitud. El linyerita entregó todo: cuerpo, alma, corazón...¿qué más? Creía hacer pleno uso de su libertad con apenas doce años. ¿Libertad? Presunta libertad y fe ciega en quienes consideraba representantes de un misterioso Ser que lo llamaba con una seductora voz que denominaban vocación. . Bajo la figura de Ilusión... Quiso atraparla entre sus brazos y se escurrió como el agua, el agua blanda... ¡Era tan bella! Y solamente

“dejó un pedazo de viday se marchó...”

Y así el linyera quedó atrapado con un beso traidor. Los embbriagadores aromas que lo envolvieron eran nada más que

“Perfume de naranjo en flor,promesas vanas de un amorque se escaparon con el viento. “

Fue una larga y dura noche, tal vez inadvertida para todos quienes lo rodeaban. Solo noche para él. Dura y larga. Demasiado larga. Estuvo envuelto, sin esperanzas, en esa noche del ayer. Por mucho tiempo pensó que no había para él un mañana. Ni siquiera un hoy. Solo un ayer perenne.

“Toda mi vida es el ayerque me detiene en el pasado,eterna y vieja juventudque me ha dejado acobardadocomo un pájaro sin luz.”

“Naranjo en flor” llegó a la vida íntima del linyera de una manera muy, muy sigilosa. Como llega un ladrón a medianoche. No sabe ni dónde ni cuándo se produjo esa misteriosa asociación de la melodía de Homero con las ansias del pájaro sin luz de tomar vuelo. Esta melodía llegó a su alma como el agua mansa, sin ruido... Cada vez que la oye renace fugazmente aquel instante de “ilusión” pero al momento el pájaro recobra la luz y bate sus alas hacia un mañana.

Y esto se renueva una y mil veces en el interior del linyera cada vez que sus oídos se llenan con esas notas o cada vez que se ve envuelto en una atmósfera perfumada de azahares.

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un viejo verde

Las auténticas “marcas” en el camino del linyera son las palabras que incoprporó en determinados instantes de su vida, muy hondamente esculpidas a fuego en su ser entero. Muchas veces, con música. Su llegada a un inolvidable departamento del cuarto piso en el edificio Méndez de Andés en San Cristóbal fue el ámbito para la inscripción en su mente de tres palabras con que lo recibió la ciudad de Buienos Aires. .Esas palabras fueron: viejo verde, tilingo, guarango.

El linyera lo cuenta así:

* * * * * * * * *

- Queca, ¿qué es un “viejo verde”?

- Bueno, te explico...Pero ¿de dónde sacaste eso?

- Hace cinco minutos. en la radio.

- ¿Quién lo dijo?

- Pasaban un tango...

- ¡Ah!

- Cuando prendí la radio, escuché: “Un viejo verde, que gasta su dinero, emborrachando a Lulú con su champán...”

- ¡Qué memoria!

- Lo oí recién Me gustó. Creo que entendí todo. Pero quiero saber qué es un “viejo verde”... Estaba empezado cuando puse la radio...

- Es un tango que se llama Acquaforte... La primera parte dice: “Es media noche. El cabaret despierta. Muchas mujeres, flores y champán”...

- Después me explicás lo de cabaret... Pero ahora decime qué es un “viejo verde”...

- Bueno, escuchá...

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* * * * * * * * * *

Yo tenía ocho años. Acababa de establecerme en la ciudad porteña,, que hacía poco había erigido su orgulloso obelisco. Tras la muerte de mi madre y los problemas de salud de mi padre, me habían llevado a vivir con mis abuelos maternos. Era mi primer día allí. En la avenida San Juan. Estaba solo, después de desayunar en la cocina, en el ambiente destinado a comedor, con escaso uso para esa función. Junto a un amplio ventanal orientado hacia el río. Una mesa grande con una carpeta y un adorno central, un piano, una radio Víctor y yo. Pensando. ¿En qué? Totalmente en blanco. Ni pasado, ni presente, ni futuro. Giro el botón de la radio y aparece el misterioso “viejo verde”...En eso entra una de mis tías y recibió sin más el ataque de mi pregunta...

La conversación duró un rato. Es la primera charla que recuerdo con ella y mi primera charla en Buenos Aires. Tango, Gardel, Buenos Aires, el Río de la Plata... la vida porteña, la diversión, el mundo del trabajo... Creo que entendí todo...

* * * * * * * * * *

Nos quedamos un rato mirando por la ventana. En aquellos años la vista llegaba prácticamente hasta el río...

* * * * * * * * * *

- Queca, vos sabés todo... - No tanto... - Ya que estamos... Hay otra palabra que oí por la radio anoche y que no entendí... - ¿Cuál? - “Tilingo” ¿Te suena? - Demasiado Buenos Aires está llena de tilingos, Ya me tienen cansada. Moreno era otra cosa. . .

* * * * * * * * * *

Y me contó con lujo de detalles. Y me habló también de la diferencia entre un “tilingo” y un “guarango”. Por eso algo más adelante comprendí muy bien cuando escuché: Aunque el orgullo rodó por el fango y al más tilingo lo aclamen campeón,

Ese fue mi inicio terminológico para los cinco años que iba a tocarme vivir como “porteño”. Empecé inconscientemente a sentirme un “linyera urbano”.

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pastor de nubes

El linyera, en su infancia, sufrió continuos trasplantes de un suelo a otro. Es por esa razón, tal vez, que la tríada musical que lo liga sentimentalmente a su pueblo natal quedó extrañamente aferrada a una canción de un lugar muy lejano a su terruño.

Lo narró: así:

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

pastor de nubes + el triunfo + raíces

“este que canta es Barboza, pastorcito tafileño..”.

Cualquiera creería que la imaginación vuela hacia Tucumán. Nada más equivocado. Se trata de un vuelo más cercano, nada más que al oeste de la Provincia de Buenos Aires. A un pueblo pequeño, tal vez un poco más pequeño con el correr del tiempo, a medida que hay más carreteras y menos ferrocarriles.

En ese pueblo había pasado yo, en forma algo intermitente, buena parte de los ocho primeros años de mi vida, empezando por haber allí visto la luz de este mundo. Fueron solo pedacitos de existencia, pero muy fuertes, imborrables, cargados de sentimientos profundos, de ecos envolventes, de sueños, de sorpresas, de misterio…

Muy pocas veces volví físicamente allí. Fueron algunos retornos muy breves y esporádicos. Hace décadas. Por alguna razón que jamás llegaré a entender el recuerdo, algo sutilmente vaporoso de mi pueblo, se anudó con una melodía que, aparentemente, poco tiene que ver con él. Fue en una una de esas ya lejanas y cortas vueltas al pago. Asistía a un cierto festejo en el club. En el escenario, una chica de la escuela, acompañándose diestramente con su guitarra y con una voz encantadora entonó “pastor de nubes”. Era la primera vez que lo oía. Se me clavaron hondo las nubes y la escena toda.

Oigo esa canción y en lugar de volar al NOA me quedo enraizado en el oeste bonaerense, en El Triunfo.

florecer tardío

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Hace casi ochenta años. Oculta, muy oculta. En algún rinconcito de alguna neurona. Una semillita. Muy pequeña. Recibe de pronto un rayo de luz y calor . Estalla. Crece y crece con rapidez asombrosa. Una planta. Un pimpollo. Una rosa fragante.

Por el jardínencantador de la ilusión

va cantando el amor

Esa melodía y esa letra produjeron primero y, tras largos años, hicieron germinar la semilla. Allá por los primeros años 30s. En El Triunfo. En el salón destinado a comedor. Un fonógrafo, entonces ya viejo, A cuerda. Que duraba para pasar un solo disco de pasta. Creo que no tenía más de dos o tres, comprados enfrente, en lo de Sanz…Tomasa, En una relojería, Cacería en la Selva Negra… y… ¡En el jardín del amor!

Esta última canción se me había metido muy adentro. ¿Por qué? ¿Lo sabré alguna vez? Supe que el autor era un tal Francisco Canaro. Lo interpretaba una voz femenina. Se metió, se metió, se metió… Con una atmósfera de misterio…

Del rosal del amoruna flor arranqué

y a la flor, con temor por mi amor pregunté…

La semillita entró en una mente muy tierna. ¡Qué sabía del amor! Demasiado tierna para hacer que la semillita germinase…. Allí quedó. En eso que podemos llamar subconsciente. Estaba allí, dentro de mí, y yo no lo sabía. No lo supe por años y años. Pensando que el amor solo existía en los libros de mística y en la literatura romántica. Pero no para mí. Pero la semilla allí estaba. Hasta que un día, inesperadamente

en el vergelprimaveralmi corazón

ha encontrado un rosal

Fue como un flash-back repentino y misterioso. Me vi sorpresivamente en aquel comedor, moviendo la manija para dar cuerda a mi fonógrafo. Y, de golpe, salté del comedor a un arcano jardín donde había una única planta, un extraño rosal, nunca visto,

en el rosal escondido y en florebrio de luz, un pimpollo de amor,

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que se encendióy estremeció

al acercarme yo

Y lo que parecía una ilusoria evocación se convirtió de improviso en una realidad

Y el rosal del querercomenzó a florecer.Y la rosa encantada

respondió que mi amadaiba allí a aparecer

y el rosal transformose en mujer.

revelación inesperada

El linyera, amante incondicional de tantas palabras, muy comunes, que por un misterioso destino se convirtieron en su propiedad privada, al menos con el contenido especialísimo que para él atesoran. tenía el propósito inicial de ir arrancando, al voleo, algunas páginas de las que ya andan vagando por ahí, encuadernadas y

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numeradas, presas entre dos tapas, y concederles un mayor grado de libertad. Hoy, sin embargo, como queriendo devorar un tiempo que se le escapa, tomó otro montón de esas palabras, la mayoría de las cuales todavía no cayeron en las manos de Gutenberg, y las tira, sin pudor alguno, al ciberespacio.

Tiene guardados, apilados sin orden, otro montón de recuerdos, atados misteriosamente cada uno a un sentimiento particular, a un lugar particular y a una melodía particular. Son una serie de evocaciones que, a falta de un nombre mejor, las llama “extrañas tríadas

Aquí va el primer fruto de este nuevo alumbramiento múltiple. Una postal

manuelita - san bernardo - libertad

Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Así cantaba de chico en las fiestas escolares. Tanto lo repetí que el desgaste producido por el tiempo y el uso (o el abuso) ha ido borrando el sentido profundo de esa palabra. Hoy está casi eliminado, o totalmente eliminado en mí el sentido más racional de la palabra. Pero no, ese sentimiento inefable que está, por el contrario, arraigado cada vez más hondamente. ¡Mi libertad! Esa libertad que soñé alguna vez a los diez años cuando me sentía el “capitán pirata” de Espronceda, cantando alegre en la popa “¿Qué es mi Dios? La libertad”

Pero en el mundo de las palabras es otra cosa. Cuando me dicen “durazno” o “cacerola” todo es muy claro. Podré tener alguna duda en cuanto al color, al tamaño, al toque de sabor, al punto de sazón, a la variedad de un durazno o a la forma y el material de una cacerola… Pero un durazno es un durazno. Una cacerola es una cacerola. Lo mismo me pasa cuando me dicen “silla” o “perro” o “nariz”. Cuando, en cambio, me hablan de “libertad” ya es algo distinto. Si me quieren explicar lo que significa libertad, me acumulan palabras sobre palabras y seguimos estando en el mismo mundo de abstracciones sobre abstracciones y, por lo tanto, convenciones sobre convenciones. Cada uno entiende lo que quiere. Aparte de que en lo que se da en llamar sistemas filosóficos es casi imposible encontrar coincidencias realmente profundas en la trama de sus laberintos verbales.

Si me dan ejemplos de libertad, como suelen hacer los diccionarios, me presentan generalmente los aspectos negativos: no ser esclavo, no tener ataduras ni cadenas, no estar en una jaula. Pero el problema es que hay muchas clases de esclavitud, muchas clases de cadenas, muchas clases de jaulas. Algunas se ven. Otras son invisibles o casi invisibles. Como no experimenté la mayoría de esas situaciones, no las puedo comprender del todo. Me dice, por ejemplo, que la libre se siente libre. ¡Pero yo nunca fui liebre!

“El hombre ha nacido libre”, había leído años atrás en el Contrato Social. Yo no lo sentía tan así. Tenía limitaciones artificiales por todos los costados. Para que una palabra tan abstracta tenga sentido para mí necesito sentirla. No me basta con asociarla o contextualizarla. Eso queda en ilusorios castillos verbales. Tengo que sentirla. Sí, sentirla. Experimentarla. Y eso no puede proceder de un propósito o una intención. Eso, simplemente, alguna vez puede darse porque sí. O nunca

Libertad en estado puro.. Sin obligaciones a la vista. Lejos de los lugares habituales. Avenida principal en San Bernardo. Media mañana. Verano. Discreta cantidad de gente. Aire diáfano. Temperatura agradable. Sin recuerdos pesados. Sin proyectos

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inquietantes. Sin nube alguna en el horizonte, ni climática ni cerebral. Tal vez no se dé esto demasiado a menudo. Pero alguna vez se da. ¿Cuándo? Cuando uno menos lo espera. Si se planifica, no llega. Siempre hay ataduras. Andábamos ese día, Guillermo y yo, en nuestras bicicletas de carrera. Habíamos recorrido largos y trabajosos kilómetros, en más de una jornada, durmiendo al aire libre, bajo las estrellas y bajo las benévolas ramas de algún árbol generoso a la orilla del camino. A ser posible siempre elegíamos caminos de tierra, para andar más tranquilos, sin más compañeros que el polvo y algunos mosquitos. A Guillermo le encantaban los caminos con numerosas curvas porque, decía, se imaginaba estar recorriendo muslos de mujer.

En la atmósfera diáfana resonaba sin cesar, desde el aturdidor parlante de una disquería.

“...con tu traje de malaquita...” . Esa palabra, entonces nueva para mí, se me fue metiendo una y otra vez, mucho más adentro a través de la pared de los órganos auditivos. Anduvimos, ida y vuelta, por las mismas escasas cuadras, y siempre la misma música:

“Manuelita, Manuelita, Manuelita ¿dónde vas?... y tu paso tan audaz.”

Un largo rato... Una sensación verdaderamente muy rara, nunca experimentada. Al menos, con tanta plenitud de conciencia. Una sensación de ser yo. En posesión plena de eso que con tan variados sentidos denominan identidad. Infancia, juventud, vejez, todo vivido en un instante, con un fulgor irrepetible. ¿Habrá que haber transitado experiencias duras y amargas para poder disfrutar ese momento? No lo sé. Pero si sirvieron para poder disfrutar ese elixir de vida, bien valió la pena pasarlas

Hoy me nombran San Bernardo y empieza a resonar en mi mente

“...con tu traje de malaquita”

Hoy, oigo “Manuelita”

y me imagino estar en San Bernardo en mi bici naranja, inspirando profundamente las brisas más limpias que he conocido jamás. Me encuentro al aire libre en una mañana de tibio sol en cualquier parte del planeta con las caricias del aire fresco y me siento montado en mi “trueno naranja” por la avenida princuipal de San Bernardo, escuchando la canción de María Elena Walsh... Un nudo imposible de desatar. Y ¿para qué desatarlo?

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