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Roberto Arlt - Docufiction – prod. Argentina, sottotitoli ITA (32 min) con: - Blas Matamoro, escritor argentino

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Roberto Arlt - Docufiction – prod. Argentina, sottotitoli ITA (32 min)https://www.youtube.com/watch?v=ti_OkFfEiAM con:

- Blas Matamoro, escritor argentino.- Reina Roffé, escritora argentina.

Presentación : Susana García Iglesias, escritora argentina.

http://www.letras.ufrj.br/pgneolatinas/media/bancoteses/amandaamaraltese.PDFO OLHAR DO CRONISTA-FLÂNEUR ROBERTO ARLT SOBRE A CIDADE DE BUENOS AIRES NAS AGUAFUERTES

PORTEÑAS

Mesa redonda : Roberto Arlt: anticipación y locura https://www.youtube.com/watch?v=tlKifpG2jYQ(66 min)

Nuevas aguafuertes (extractos)http://www.librodot.com/uploads/DVD/arlt/nafarl89.pdf

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Roberto Arlt(Buenos Aires, 1900 - 1942)

Escritor y periodista argentino, una de las figuras más singulares de la literatura rioplatense. Autodidacta, lector de Nietzsche y de la gran narrativa rusa (Dostoievski, Gorki) y vinculado a principios de la década del veinte con el progresista y didáctico Grupo de Boedo, se le considera el introductor de la novela moderna en su país, aunque su reconocimiento no le llegó hasta los años cincuenta.

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Grupo de Boedo

Fue un agrupamiento informal de artistas de vanguardia de la Argentina durante la década de 1920. Tradicionalmente, la historiografía cultural Argentina lo opuso al grupo Florida. Recibieron ese nombre porque uno de sus puntos de confluencia era la editorial Claridad, ubicada en calle Boedo, 837, por entonces eje de uno de los barrios obreros de Buenos Aires. El grupo se caracterizó por su temática social y su deseo de vincularse con los sectores populares y en especial con el movimiento obrero.

El grupo de Florida era conformado, entre otros, por los escritores Conrado Nalé Roxlo, Horacio Rega Molina, Oliverio Girondo, Ricardo Molinari, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez, Raúl Gonzalez Tuñón, Eduardo González Lanuza, Norah Lange y, a la cabeza, Ricardo Güiraldes. El grupo de Boedo lo integraban, entre otros, los escritores Álvaro Yunque, Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo, César Tiempo y Roberto Mariani.

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Existió en Buenos Aires, entre los años 1920 y 1930, dos grupos literarios que motivaron más leyendas que vanguardias: los de Florida y los de Boedo. Si bien no marcaron dos actitudes estéticas bien definidas y concretamente asumidas, pasaron a la historia de la literatura nacional como dos vertientes opuestas, nacidas del Martinfierrismo.

Ambos grupos contaban con sus respectivas publicaciones: el grupo de Florida llamado así por estar ubicada su redacción sobre la calle Florida, céntrica, aristocrática y europeizante contaba, entre otras publicaciones, con la revista Proa, y el grupo de Boedo su redacción ubicada en la calle alejada, proletaria y tanguera del mismo nombre estaba representado por las revistas Los Pensadores y Claridad.

No obstante, no intentaron cimentar sus diferencias solamente colaborando con distintas publicaciones sino también marcando su intencionalidad frente a la producción literaria. Los de Florida, dirigiendo su preocupación hacia una nueva vanguardia estética, sin ingredientes ideológicos. Los de Boedo, inclinando su interés a una literatura que refleje los problemas sociales, inspirados en el mundo del trabajo y la ciudad.

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Durante mucho tiempo se trató de vincular a este grupo, como su figura más importante, a Roberto Arlt. Lo cierto es que él nunca se identificó plenamente con ninguno de los dos lados. Si bien poseía una mayor afinidad estética e ideológica en su obra con los de Boedo, es verdad que Castelnuovo le rechazó la publicación de su primera novela "El Juguete Rabioso", pudiéndola publicar gracias a la atención y generosidad de Ricardo Güiraldes, puntal de los de Florida. Un caso similar se dio con Raúl Gonzalez Tuñón, quien formaba parte del grupo de Florida, sin embargo la temática social de su poesía, así como su ideología revolucionaria, lo relaciona estrechamente con los bodeistas. Por otro lado, Nicolás Olivari, habiendo sido uno de los fundadores del grupo de Boedo, es uno de los primeros en abandonarlo para pasarse al de Florida. Así, con el correr del tiempo, ambos grupos se fusionan. Algunos integrantes de Florida manifiestan preocupaciones por los problemas sociales y algunos de Boedo, como Olivari, se interesan por las nuevas técnicas literarias Jorge Luis Borges afirmó, en 1927, que "demasiado se conversó de Boedo y Florida, escuelas inexistentes", pero al año siguiente publica un artículo en el diario "La Prensa" titulado "La inútil discusión de Boedo y Florida".

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En 1930, Elías Castelnuovo declaró: "tanto Boedo como Florida sirvieron de pretexto para iniciar una discusión que por entonces era necesaria. Muerta la discusión, ambos grupos pasaron a la historia".

Leónidas Barletta afirmó que los dos grupos desaparecen definitivamente cuando encuentran un enemigo en común en la dictadura militar del 6 de septiembre de 1930, dictadura que silencia la democracia y la cultura nacional.

Críticos e historiadores de la literatura insisten en subrayar la dependencia mutua y la constante necesidad de "tenerse en cuenta" de ambos grupos. Lo cierto es que, más allá del terreno literario, los grupos de Florida y Boedo se anticiparon a una antinomia social y cultural que zanjará nuestra historia del siglo XX.

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Roberto Arlt en Buenos Aires (1935)

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Roberto Arlt nace en una familia humilde de inmigrantes. Su padre, Karl Arlt, descendiente de alemanes, es hombre violento e injusto. La madre, Ekatherina (Cataline) Iobstraibitzer, triestina nacida en Tirol del Sur, imaginativa y sensible, le recitaba versos de Dante y de Torquato Tasso. La infancia de Roberto Arlt transcurrió en el barrio de Flores (Buenos Aires).

En 1908 Roberto Arlt fue expulsado de la escuela y continuó su formación en la Escuela Mecánica de la Armada, de donde también fue expulsado dos años después. Tras abandonar su hogar cuando era un adolescente a causa de disputas con su padre, una persona violenta y represiva, Roberto Arlt comenzó su formación autodidacta frecuentando bibliotecas de barrio y leyendo desordenadamente todo lo que estaba a su alcance – preferencialmente novelas de aventura, como los de Rudyard Kipling, Ponson du Terrail, Emilio Salgari, Jules Verne, Robert Louis Stevenson y Joseph Conrad, entre otros.

Trabajó como dependiente de librería, aprendiz de hojalatero, mecánico, corredor de papel, vendedor de artículos varios, trabajó en un periódico local, fue ayudante en una biblioteca, pintor, soldador, inventor, trabajador portuario y empleado en una fábrica de ladrillos.

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En 1924 Roberto Arlt comienza a relacionarse con el progresista y didáctico "Grupo de Boedo" que constituía una corriente literaria comprometida en la crítica de la sociedad y al "Grupo de la florida", de tendencias estéticas más formales e integrado por Ricardo Güiraldes y Jorge Luis Borges entre otros.

Roberto Arlt empieza a trabajar como secretario de Ricardo Güiraldes a fines de 1924 lanza artículos en la revista Proa que Güiraldes dirige, además de escribir crónicas policiales en el diario "Crítica". En 1926 publica su primera obra marcadamente autobiográfica, El juguete rabioso, para muchos una de las mejores novelas argentinas, que inicialmente pensó llamar "La vida puerca" pero por consejo de Güiraldes pasó a llamarse El juguete rabioso.

En 1930 Roberto Arlt obtuvo el tercer premio del Concurso Literario Municipal con Los siete locos (1932), una inquietante novela sobre la impotencia del hombre frente a la sociedad que lo oprime y lo condena a traicionar sus ideales. Ya como periodista, Roberto Arl escribía la columna llamada Aguafuertes porteñas (1933), en la que arroja una mirada incisiva sobre la ciudad de Buenos Aires y sus habitantes, siendo todos textos llenos de ironía y mordacidad, retratos de tipos y caracteres propios de la sociedad porteña. Colaboró con numerosas revistas de la época, como "Claridad", "El Hogar", "Azul" y "Bandera Roja“ y fue corresponsal en Europa y África, donde colaboró con el periódico "El mundo" y elaboró Aguafuertes españolas (1936) y El criador de gorilas (1941). Tras visitar familiares en Córdoba, vuelve a Buenos Aires y fallece de un ataque al corazón. El estilo de Arlt se caracteriza por frases cortadas o desestructuradas y por la incorporación de jergas y barbarismos y su obra refleja la frustración de las clases populares urbanas durante la crisis económica mundial conocida como la "Gran depresión" (1930).

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Ya casado se trasladó a Córdoba, pero el fracaso en su intento de mejorar la situación económica le obligó a regresar con su familia a Buenos Aires: traía consigo el manuscrito de El juguete rabioso. En la capital trabajó como periodista e inventor.

En la Revista Popular publicó su primer cuento, Jehová, al que le siguió un ensayo, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires.

Luego colaboró en Patria, periódico nacionalista de derechas, pero dos años después pasó a publicaciones de signo opuesto como Extrema Izquierda y Última Hora.

Tras varios intentos logró publicar en la revista Proa dos capítulos de su novela El juguete rabioso (1926), que llegaría a considerarse un hito en la literatura argentina.

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lecturasNovela:El juguete rabioso (primer cap. „Los ladrones“)

Los siete locosCap. 1 La sorpresaCap. 3 La farsa

http://biblio3.url.edu.gt/Libros/roberto/los-7-locos.pdf

Los lanzallamasHaffner caeLa agonía del Rufián Melancólico

Cuentos:http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/arlt/ra.htmLas fierasEl jorobadito

Teatro:El fabricante de fantasmas

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El periodismo fue, para Arlt, el medio principal de subsistencia. En 1927 ya era cronista policial en Crítica y un año después pasó a ser redactor del diario El Mundo. Allí aparecieron sus cuentos El jorobadito y Pequeños propietarios.

Su columna Aguafuertes porteñas (1933), en la que arrojaba una mirada incisiva sobre la ciudad y sus habitantes, le dio gran popularidad: eran textos llenos de ironía y mordacidad, retratos de tipos y caracteres propios de la sociedad porteña.

Dio a conocer artículos, cuentos y adelantos de novelas desde las páginas de las revistas Claridad, El Hogar, Azul y Bandera Roja. Resultado de su labor como corresponsal en Europa y África son Aguafuertes españolas (1936) y El criador de gorilas (1941), cuentos de temática "oriental“, o sea, magrebí.

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Para muchos su obra más acabada es Los siete locos (1929), una inquietante novela sobre la impotencia del hombre frente a la sociedad que lo oprime y lo condena a traicionar sus ideales. La novelística de Arlt incluye también Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932).

La colección de cuentos El jorobadito (1933) reitera la temática de sus novelas: la angustia, la humillación y la hipocresía de la sociedad burguesa.

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Arlt protagonizó un intento de renovación del teatro argentino a través de Trescientos millones (1932), a la que siguieron otras siete piezas dramáticas:

Piedra de fuego (1932)

Saverio el cruel

El fabricante de fantasmas (1936)

La isla desierta (1937)

África (1938)

La fiesta del hierro (1940)

El desierto entra a la ciudad (1941).

Fueron presentadas casi todas en el Teatro del Pueblo que dirigía L. Barletta.

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Aunque conoció el éxito y fue leído masivamente, los sectores académicos criticaban sus incorrecciones sintácticas. A finales de los años cincuenta su obra comenzó a ser reivindicada como uno de los mayores logros de la literatura argentina. El estilo arltiano se caracteriza por frases cortadas o desestructuradas y por la incorporación de jergas y barbarismos.

Su obra refleja la frustración de las clases populares urbanas durante la crisis que culminó en 1930: sus personajes son a menudo marginales que atraviesan situaciones límite; el mundo cotidiano de la gran ciudad aparece vinculado con un universo enrarecido, sórdido y hasta fantástico.

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A Arlt nunca le interesó mantenerse dentro del "buen gusto", ni se privó de utilizar ninguna herramienta al alcance de su escritura que fuera eficaz para retratar la realidad de un modo descarnado; por ello algunos de sus libros causaron revuelo y escándalo.

La "desprolijidad" de su escritura, los "errores ortográficos" que se le imputaban, quedan reducidos a meros detalles anecdóticos a la hora de evaluar una obra que ocupa un lugar esencial dentro de la literatura argentina del siglo XX, justamente por la fuerza de un estilo y de unos argumentos ajenos a toda voluntad estetizante, característicos de otras corrientes dominantes en la literatura nacional.

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En el prólogo a Los lanzallamas (que suele ser considerado como una manifestación esencial y definitiva de sus ideas en torno a la labor literaria), Roberto Arlt defiende su papel de creador frente al establishment, al tiempo que critica con dureza el sistema de reconocimiento y promoción cultural de la época.

Prólogo a Los lanzallamas - Palabras del autor (1931)

Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos.Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.

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Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surménage.

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.

Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.

Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.

Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco.

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Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.

Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados.

En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.

De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:

"El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc."No, no y no.Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen".

El porvenir es triunfalmente nuestro.

Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932. Y que el futuro diga.

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La obra de Arlt ha sido vista como un espacio de confluencia de los discursos más significativos de su tiempo: desde las utopías socialistas y anarquistas de las primeras décadas del siglo XX a la subsiguiente irrupción de los proyectos totalitarios (especialmente, el nazismo y el fascismo), así como un amplio repertorio de saberes vinculados a las ciencias ocultas.

En su novela Los siete locos, este último aspecto se evidencia con mayor contundencia, a través de los sueños y las fantasías que encarnan en sus personajes y que se vinculan con toda una iconografía ocultista.

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En la casi totalidad de sus obra, el autor presenta unos personajes (las más de las veces desclasados, marginales, humillados) que se enfrentan, en notoria situación de desventaja, con las perversas leyes de la sociedad burguesa. El robo, la traición o la decepción constituyen las preocupaciones temáticas en torno a las cuales gira el destino de los personajes de Arlt.

Arlt retrató con exasperado realismo a la pequeña burguesía porteña, a emigrantes sin raíces y seres que bordeaban la marginación. Su primera novela, El juguete rabioso (1926), con abundantes elementos de inspiración autobiográfica, relata la difícil iniciación en la vida de Silvio Astier, un adolescente soñador de origen humilde cuyos fracasos le impulsan a una afirmación por la rebeldía y la delincuencia.

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A esta obra siguió el díptico narrativo formado por Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931). Si en su primera novela se daba todavía algo parecido a una estructura y la escritura se sometía a ciertas convenciones literarias, el autor en estas dos nuevas novelas actúa con total libertad (en ocasiones, por ejemplo, no se sabe quién narra) y logra dar el adecuado tono de pesadilla que conviene a su asunto.

Un antihéroe, Erdosain, acusado de desfalco y abandonado por su esposa, se asocia con el Astrólogo, insólito personaje que controla el inframundo social y que urde una conspiración para terminar con la sociedad capitalista y salvar a la humanidad. El reto a la sociedad fracasa y, atrapados en la falacia de una revolución irrealizable, los personajes quedan perdidos en su soledad y mueren o desaparecen.

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Arlt renovó con originalidad el teatro en su país. Se inició en la escena en 1932 con Trescientos millones, "obra en un prólogo y tres actos“.

Una trabajadora doméstica llamada Sofía, seducida por el hijo de la casa, escapa de su realidad soñando que, gracias a la intervención de un personaje imaginario apodado Rocambole como referencia al personaje de Pierre Alexis Ponson du Terrail, recibe una herencia de trescientos millones. En base a eso, ella moldea toda una vida en su realidad imaginaria, en la que viaja por el mundo, se enamora y tiene una hija. En la obra, se hace una división entre el mundo de las ensoñaciones y fantasías excéntricas, mundo que representa a los deseos cursis de la sirvienta, y el mundo real, representado por la patrona y su hijo borracho.

La mezcla de imaginación y realidad se percibe también en El fabricante de fantasmas (1936), sobre un dramaturgo que asesina a su esposa y reproduce el crimen en sus obras hasta ejecutar al fin la sentencia en sí mismo.

En Saverio el Cruel (1936), la fantasía degenera en locura y muerte porque los personajes no logran hacer coincidir sus respectivas ensoñaciones.

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El conjunto de la obra dramática de Arlt se caracteriza por su esencia fantástica y farsesca, aunque con desenlaces trágicos, muchas veces seguindo estructuras y modelos pertenecientes a las convenciones del folletín.

Por otra parte, y al igual que en su narrativa, es siempre visible un trasfondo de crítica social. Sus personajes encarnan la proyección de deseos, vivencias, frustraciones, escrúpulos de conciencia o remordimientos, dentro de una estética que aproxima a las obras teatrales de Arlt a tendencias dramatúrgicas elaboradas, tales como la mise en abyme del “teatro dentro del teatro” y el teatro grotesco.

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Si en su narrativa la angustia aparece como motivación recurrente, en el teatro de Arlt el equivalente sería el "soñar despierto". Pero estos sueños se enfrentan con la dura realidad y se desvanecen bruscamente. De ahí que uno de los soportes que más predomina en su propuesta teatral sea el del imprevisto, que irrumpe en mitad del sueño reinstalando violentamente al personaje en la realidad.

Estas obras, escritas durante los diez últimos años de la vida de su autor, continuaciones de la tradición grotesca fundada por Armando Discépolo, fueron estrenadas en algunos casos de manera póstuma y muy representadas durante las décadas siguientes. Cabe destacar el vínculo de Arlt con Leónidas Barletta (1902-1975) y su Teatro del Pueblo (a partir de 1932).

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Sobre la muerte prematura del autor, la viuda de Arlt cuenta:

«...Yo estaba de espaldas a él, mirando la pared. Le pregunté la hora y él me contestó no sé; esto fue lo último que dijo. Después oí un ronquido: ya se había producido el ataque. Corrí a llamar a un médico. Después no me dejaron subir(...) Tengo la idea de que no fue una muerte apacible (...) Nunca vi morir a nadie de un ataque al corazón, pero lo de él fue muy angustioso»

(en: Francisco Urondo, «Roberto Arlt, intimidad y muerte», reportaje a Elizabeth Shine, en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 231, marzo de 1969).

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<La juguetería rabiosa de Roberto Arlt>, por Blas Matamoro (http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/arlt/introduccion.htm)

En la que es quizá la mejor novela escrita en la Argentina, El juguete rabioso (1926), Roberto Arlt nos propone una de las incontables definiciones que admite la obra de arte: ser un rabioso juguete. En efecto, el escritor juega con un artefacto, es decir que toma un instrumento y le quita sus funciones normales para convertirlo en otra cosa. Pero esta cosa no es algo inerte, sino que se subleva de modo enrabiado contra su autor y contra sus lectores. Les estalla en las manos, los obliga a ponerse activos, defenderse o complicarse con el curioso artefacto.

Para trabajar con tan riesgosa maquinaria, Arlt contaba con un dispositivo aparentemente escaso. No era un escritor de la tradición letrada, sobreescrita, culterana, que había cobrado identidad «profesional» a partir del modernismo.

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No contaba con la enciclopedia lingüística y literaria de un [Leopoldo] Lugones [1874-1938] o un [Enrique] Larreta [1875-1961], con la ambición de polígrafos que animaba a Ricardo Rojas o a Manuel Gálvez. Tampoco sumaba las astucias de biblioteca de su contemporáneo Borges. Ni siquiera lo inquietaban las novedades técnicas y las densas justificaciones doctrinarias de las vanguardias, que proliferaban en los tiempos de su juventud.

Arlt cobró, por consiguiente, cierta fama de escritor intuitivo, silvestre, poco letrado. Intuitivo lo fue, como todo artista. Pero no silvestre ni iletrado. Se nutrió de las letras que pudo robar, como los chicos de su novela, que sustraen libros de una biblioteca pública y se encuentran con las lugonianas Montañas del oro. Y así propone un estatuto de escritor ladrón, que se apodera por la fuerza de su decisión personal de cuanta literatura tiene a su alcance, sin someterse a una disciplina escolar y aprenderse la cartilla o el canon —como ahora se prefiere decir— de la Necesaria y Gran Literatura.

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La literatura argentina no estaba destinada a ser grandiosa ni debía cumplir con semejantes deberes. Era la literatura de un país esquinado, reciente, un invitado tardío y pobretón a la fiesta del discurso occidental. Libre, por lo mismo, de forjarse sus propias tradiciones y de nutrirse con lo que tenía al alcance de la mano: novelistas rusos mejor o peor traducidos, folletines franceses y españoles, una lengua mestizada por la inmigración, de confusa y poliglósica matriz hogareña, como para contestar en eco, desde el extremo austral del mundo, a las solicitaciones de las ilustres y antiguas academias.

A ello se sumaba la cercanía de un arte recién inventado, el cine, con lo cual gozaba de un privilegio que los siglos anteriores no disfrutaron: ver nacer un novedoso lenguaje, entreverado de memorias literarias y teatrales, pero que no tenía ni páginas en blanco para rellenar ni voces para recitar poemas o cuentos.

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No olvidemos que el cine nació y creció mudo, gesticulante, fantasmal, silencioso, hasta que en 1929 se le añadieron la voz y la música.

A ello cabe agregar que Arlt murió joven. Nació con el siglo y duró hasta 1942. Tuvo tiempo bastante de escribir cuatro novelas, algunos relatos, incontables crónicas y un puñado de obras teatrales. En vida sumó lectores pero no la estima de los doctos. Pasaron décadas antes de que se lo leyera con seriedad y dieran cuenta de sus textos los especialistas. Hoy es un monumento internacional, pero él no lo pudo saber, ni siquiera le inquietó que le pudieran ocurrir semejantes accidentes.

El rabioso juguete sigue funcionando, estallando en rabietas e interesando a gentes que están lejos de los lugares y los instantes que rodearon su aparición. Sus aventureros, sus delirantes, sus locos, sus mujercitas, sus mujerzuelas, sus maniáticos, sus revolucionarios, sus déspotas, sus ladronzuelos, sus rufianes, pertenecen para siempre al cambalache del siglo xx que, según adjetiva el tango, fue problemático y febril. Nos vuelven capaces de horrorizarnos de sus desvaríos hasta la compasión porque son los nuestros. No lo sabíamos hasta que Roberto Arlt fue capaz de mostrárnoslos.

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Enrique Santos Discépolo: CambalacheQue el mundo fue y sera una porqueria, ya lo se... En el quinientos seis y en el dos mil también! Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublés... Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos... Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor..! Ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador! Todo es igual! Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafon, los inmorales nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambicion, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizon...

Que falta de respeto, que atropello a la razon! Cualquiera es un señor! Cualquiera es un ladron! Mezclao con Stavisky va Don Bosco y "La Mignon," Don Chicho y Napoleon, Carnera y San Martin... Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia contra un calefon.

Siglo veinte, cambalache problematico y febril! El que no llora, no mama, y el que no afana es un gil. Dale nomas! Dale que va! Que alla en el horno nos vamo a encontrar! No pienses mas, sentate a un lao. Que a nadie importa si naciste honrao. Que es lo mismo el que labura noche y dia, como un buey que el que vive de los otros, que el que mata o el que cura o esta fuera de la ley.

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