ROLLAND, J. - Yo [Tampoco] Soy Marxista. Reflexiones Teóricas en Torno a La Relación Entre Marxismo y Arqueología (Articulo)

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    Reflexiones tericas en torno a la relacin entremarxismo y arqueologa

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    Theoretical reflections on the marxism-archaeology relationship

    Jorge ROLLAND CALVO

    Departamento de Prehistoria. Instituto de Historia (CSIC). C/Serrano, 13. 28001 [email protected]

    Recibido: 20-12-2004Aceptado: 18-02-2005

    RESUMEN

    El trabajo es el mediador fundamental de las relaciones sociales en el capitalismo, as como el terrenoprimordial de la dominacin en ese modo de produccin. La interpretacin propuesta por el materialis-mo histrico, segn fue formulado por K. Kautsky con unas intenciones polticas muy concretas, convier-te este enunciado, en nombre de Marx, en un axioma antropolgico. ste ha sido reproducido, con ms omenos exactitud, en el terreno de la arqueologa prehistrica. Ante un planteamiento poltico distinto, cen-trado en el carcter combativo de la investigacin y en el antagonismo e historicidad de las relacionessociales desde la prehistoria reciente, es posible plantear otra lectura de Marx y de su propuesta sobre ladeterminacin material de las formas sociales.

    PALABRAS CLAVE:Marx. Materialismo histrico. Esencialismo. Poder. Trabajo. Determinacin material. Totalidad.

    ABSTRACT

    Labor is the essential mediator of social relations in capitalism, as well as the primordial ground of dom-ination in that mode of production. The interpretation proposed by historical materialism, as formulat-ed by K. Kautsky with very specific political purposes, transforms this proposition, in the name of Marx,into an anthropological axiom. This has been reproduced, more or less exactly, in the field of prehistoric

    archaeology. Adopting a different political approach, focused in the combative character of research andin the antagonism and historicity of social relations since recent prehistory, we may address in a differentway Marx and his proposal relating to a material determination of social forms.

    KEY WORDS:Marx. Historical materialism. Essentialism. Power. Labor. Material determination. Totality.

    SUMARIO 1. Introduccin. 2. Arqueologa y marxismo: contextualizacin historiogrfica. 3. Otraarqueologa, otro marxismo. Arqueologa agonista y antagonista. 4. Marx y las sociedades no capitalistas.5. Conclusiones.

    Complutum, 2005, Vol. 16: 7-32 ISSN: 1131-69937

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    1. Introduccin*1

    El inters de diferentes arquelogos por Marx ysu legado les ha comprometido, a lo largo del sigloXX, con la tarea de fundamentar cientficamentealgunas de sus propuestas sobre historia y prehis-toria. En torno a stas, encontramos variados trata-mientos sobre las formas de produccin que prece-den al capitalismo, el origen del Estado, las clasessociales y la propiedad privada, la divisin socialdel trabajo y el comunismo primitivo. Estos trata-mientos han perseguido, normalmente, que los re-sultados de la investigacin arqueolgica contribu-yeran a un conocimiento de la realidad y sus regu-laridades para su transformacin.

    Ser arquelogo marxista ha implicado asumiruna teora de la realidad histrica que otorga unacausalidad preferente a las actividades econmicasen la formacin de las sociedades y de aspectos re-lacionados con la cuestin del poder. Las activi-dades econmicas se definen fundamentalmentecon arreglo a la relacin que el ser humano mantie-ne con la naturaleza para obtener sus bienes desubsistencia. A partir de esta relacin, los seres hu-manos construyen las sociedades. Esta construccinest condicionada por dos aspectos: por un lado,

    por un desarrollo constante de las fuerzas produc-

    tivas (sobre todo de los instrumentos de trabajo),que permite un aumento de la capacidad producti-va del trabajo, y, por otro, por el choque o contra-diccin que aparece entre las oportunidades plante-adas por ese desarrollo y las relaciones sociales de

    produccin impuestas por la tradicin y los gruposde inters. Estas relaciones de produccin se defi-nen por el tipo de vnculo entre los productores yel resultado de su trabajo, es decir, por relacionesde propiedad.

    El arquelogo marxista entiende que, a travs delestudio de los testimonios de las actividades eco-nmicas (los instrumentos de trabajo, el medio fsi-co u objeto de trabajo, los restos seos como testi-monio corpreo de la fuerza de trabajo, los produc-tos y los desechos), se puede explicar una sociedadconcreta. Esto es posible porque esos testimoniosconstatan tanto un modo especfico que tiene el serhumano de relacionarse con la naturaleza como lainfluencia particular de un desarrollo concreto delas fuerzas productivas y de la contradiccin entrestas y las relaciones de produccin. As, podemosdecir que los objetos arqueolgicos sealan un mo-do de produccin particular. Como la sociedad est

    determinada en su formacin por el modo de pro-duccin, entonces los objetos arqueolgicos, al

    constatar los aspectos que lo constituyen, permitenla explicacin de la sociedad.Estas ideas forman el ncleo de la teora de la

    realidad, histrica y material, de la arqueologamarxista. Son herederas de las propuestas de Marxy, sobre todo, de la tradicin que nace en torno a su

    persona, el marxismo inspirado en la concep-cin materialista de la historia elaborada por KarlKautsky en nombre de Marx. En este trabajo nosdisponemos a plantear otra relacin entre el mar-xismo y la arqueologa, que permita entender la in-terpretacin y prctica arqueolgicas de un modo

    particular a travs de una lectura no esencialista de

    Marx.Segn esta lectura, la arqueologa marxista no

    debera significar la trasposicin directa de las ideasde Marx (sobre el capitalismo y sus orgenes hist-ricos) a las sociedades del pasado; si efectivamen-te significa eso, entonces no me considero arque-logo marxista. En mi opinin, una arqueologa mar-xista, es decir, coherente con las propuestas deMarx y su enfoque enunciativo, comprometida conel estudio de sociedades pre y no capitalistas, sedebera definir del siguiente modo: como conjuntode prcticas que aspira, por un lado, a determinar

    las configuraciones histricamente especficas derelaciones de alteridad que producen una totalidadconcreta en el pasado, a travs del estudio del re-gistro y la informacin arqueolgicos, y, por otro,a que el conocimiento de esas configuraciones pue-da ser empleado polticamente en el presente. Am-

    bos aspectos constituyen los componentes funda-mentales del enfoque enunciativo y la prctica in-vestigadora de Marx, al menos en el libro primerode El capital (Marx 1999 [1867]). En este trabajonos dedicamos a discutir el aspecto ontolgico deuna arqueologa de sociedades no capitalistas co-herente con Marx: la teora de la realidad histrica.El componente militante de una prctica arqueol-gica de inspiracin marxiana ser abordado lateral-mente, a la espera de un tratamiento especfico, enaras de una mayor claridad expositiva.

    La reivindicacin del estudio de las configura-ciones histricamente especficas de relaciones dealteridad es coherente con Marx, a la hora de estu-diar historia, porque es en ese terreno en el que re-side la idea de la determinacin material, que lmismo emplea para dar cuenta de la formacin delas sociedades a lo largo de la historia. Ahora bien,

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    esto no conduce a extrapolar a otros perodos hist-ricos el contenido histricamente especfico de la

    determinacin del capitalismo. De hecho, Marx rea-liza un corte de alteridad entre sociedades capi-talistas y sociedades no capitalistas, con el objetode sealar la especificidad histrica del capitalis-mo y de su superacin por el comunismo.

    As, para el Marx de El capital, como para el delos Grundrisse (Marx 2001 [1939-41]), la determi-nacin de las relaciones sociales por el trabajo serestringe al capitalismo. Simplificando al mximo,

    podemos decir que es una configuracin particularde relaciones de alteridad, de corte fundamental-mente antagnico, que aparece histricamente a fi-nes de la Edad Media, la que emplea diferentes ac-

    tividades de transformacin de la naturaleza comoterreno esencial de dominacin y reproduccin so-ciales. Ello provoca que esas actividades aparezcancomo la esencia humana que, adoptando formas

    particulares, explica nuestra experiencia histrica ylas de todas las dems sociedades a lo largo de lahistoria. Sin embargo, Marx puntualiza que el pro-

    pio concepto del trabajo en general es una cons-truccin epistmica que impone el capitalismo (verinfra), un concepto que no puede emplearse mec-nicamente para caracterizar cualquier sociedad,

    porque a la nica que caracteriza es a la capitalis-

    ta. Y, segn su tesis, la caracteriza porque se haconvertido en una totalidad abstracta que escondeel substrato material o conjunto de relaciones dealteridad que establecen mediaciones histricamen-te especficas entre agentes sociales para la repro-duccin del antagonismo y las desigualdades. Eseste substrato el que, en realidad, ha otorgado exis-tencia histrica a la totalidad, es decir, a esa socie-dad y a las categoras mediante las cuales la inter-

    pretamos, de lo que se deriva que el uso de la tota-lidad contempornea (el trabajo) para dar cuentade la formacin de otras sociedades es polmico,

    porque en ellas falta la trama que ha creado hist-ricamente esa totalidad. Obviar esto implica regre-sar a la ontologa hegeliana, que concibe la historiacomo el desarrollo o reproduccin transhistricade un sujeto o esencia, como puede ser el trabajo,a travs de la variacin de sus formas, que son ele-mentos aadidos a esa presencia ontolgica inmu-table y significativa en s misma.

    De este modo, entenderemos que, de cara a unanlisis social y/o histrico, Marx reivindica siem-

    pre el estudio de esas relaciones especficas, por-que son las que cualifican a las totalidades que sir-

    ven como base para la caracterizacin (de la socie-dad y de sus formas de dominacin). En lugar de

    caracterizar una sociedad concreta, una realidadhistrica diferente, mediante la reunificacin iluso-ria de las relaciones de alteridad que suponen lastotalidades (reunificacin que es originaria de nues-tras realidades), la estudiaremos mediante la tramaespecfica de relaciones de alteridad. De ah que locoherente con Marx es estudiar el trabajo desde el

    punto de vista de la sociedad, antes que la sociedaddesde el punto de vista del trabajo.

    Esta tesis no permite an establecer cules sonlos determinantes de ciertos desarrollos histricos,como son los de la desigualdad social y el poder.Slo un estudio histrico concreto podr hacerlo.

    Subraya, sin embargo, que el punto de partida paraello no reside en la asuncin incondicional de cate-goras antropolgicas como el trabajo, sino en suuso crtico y materialista, que rechace la traslacinde esencias a contextos que les son ajenos. Esto exi-ge al arquelogo marxista un replanteamiento ini-cialmente terico de la relacin discursiva entreMarx y las sociedades no capitalistas, que demues-tre la necesidad de proseguir la crtica de la econo-ma poltica en arqueologa prehistrica. El estudiodel registro arqueolgico no va a permitir explicarlas sociedades del pasado por el mero hecho de

    constatar una actividad esencial (el trabajo) y lainfluencia externa de una serie de procesos consti-tuidos aparte de las relaciones sociales (el desarro-llo inmanente de las fuerzas productivas). Por elcontrario, el registro va a ser explicativo porqueconstata complejamente unas condiciones socialesque son las que, a su vez, explican histricamentela actividad esencial del trabajo, los desarrollos es-

    pecficos de las fuerzas productivas y cualquier re-quisito para la reproduccin de las desigualdadessociales.

    Este artculo aborda en primera instancia las l-neas por las que ha discurrido la interpretacin ar-queolgica inspirada en Marx (punto 2). A conti-nuacin, en el punto 3, definimos la postura teri-ca desde la que leemos a Marx y que nos permitereivindicar una lectura no esencialista de sus pro-

    puestas. Este punto nos ayuda a desentraar porqu se desarroll y se ha mantenido una interpreta-cin esencialista de Marx, con lo cual rechazamosataques indiscriminados e intentamos centrar dis-cursivamente nuestra propuesta, al subrayar las im-

    plicaciones poltico-prcticas que tienen unos enun-ciados u otros. En el punto 4 desarrollamos la lec-

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    tura que hacemos de Marx, donde se caracteriza yjustifica, en el terreno de la teora de la realidad

    histrica, la relacin que proponemos entre el mar-xismo y la arqueologa.

    2. Arqueologa y marxismo:contextualizacin historiogrfica

    El primer arquelogo destacado que se interespor los textos de Marx y el materialismo histricofue V.G. Childe (1892-1957). Este autor se ocupde los orgenes de la civilizacin, es decir, de los

    procesos histricos que dan lugar a la formacin ydesarrollo de las clases sociales, los Estados y di-

    versos conocimientos cientficos, en torno a las Re-voluciones Neoltica y Urbana en Prximo Orientey Europa.

    Para Childe (1971: 10, 1979: 93), la historia seexplica por los modos en que los seres humanos sehan organizado para proveerse de sus medios desubsistencia. Esta sera una enseanza fundamentalde Marx, que habra entendido la historia comouna sucesin de sistemas sociales de produccin(Childe 1965: 15, 17-8, 25). La historia muestra,

    pues, un patrn (Childe 1971: 14), que es la orga-nizacin del trabajo, y un progreso, que subraya el

    control creciente que el ser humano logra sobre sumedio a travs de la cultura, desarrollando lasfuerzas productivas y ajustando las relaciones so-ciales y las instituciones y creencias colectivas aesos avances (Childe 1979: 94), fundamentalmen-te a travs de etapas de revolucin o parlisis (Chil-de 1971: 120ss). La historia seala, por tanto, uncomplejo proceso de evolucin social (Childe1963). Para Childe (1971: 14, 23, 114), esta evolu-cin est ms autodeterminada que teleolgica-mente dirigida, tal y como exiga Marx.

    En Childe (1963: 23, 1965: 17-8, 1971: 117), latecnologa, como conjunto de instrumentos y cono-cimientos para la provisin de medios de subsis-tencia, es el terreno en el que acaece el cambio his-trico (la tecnologa como fuerzas productivas de-sarrolladas) y en el que puede sealarse la evolu-cin (la tecnologa como medio de adaptacin).Para Childe (1963: 43, 1971: 25-28), la tecnologano satisface necesidades exclusivamente fisiolgi-cas, sino tambin necesidades socialmente estable-cidas. Esto exige al arquelogo comprometido conel materialismo dialctico superar el estudio for-mal de las reliquias (Childe 1979: 95) y explorar

    las condiciones sociales, las tradiciones y los cono-cimientos a partir de los que se incorporan las in-

    novaciones en la sociedad (Childe 1963: 21, 1965:28); para ello puede emplear el concepto de cul-tura arqueolgica, como conjunto de restos aso-ciados recurrentemente que indica la accin de lacultura viva sobre el mundo material (Childe 1963:40-3).

    El ncleo argumental que explica, en las obrasms explcitamente histricas de Childe (1963,1965), las bases de poder para la formacin de lasclases sociales y del Estado gira en torno a la pro-duccin y acumulacin de un excedente social.ste procede originariamente de un excedente agra-rio, que permite mantener a diversos grupos apar-

    tados de la produccin primaria, sin que ello signi-fique una asimetra importante. El desarrollo de lasclases privilegiadas procede, en cambio, de laacumulacin de este excedente, sobre todo entorno a la institucin del templo, lo que les propor-ciona a sus miembros una riqueza mediante la queconsolidan la asimetra. El proceso de la civiliza-cin se encuentra guiado por la divisin o espe-cializacin internacional del trabajo, que parte deuna especializacin industrial intercomunal, exi-gida por determinadas comunidades a ciertos gru-

    pos para la provisin de materias primas de las que

    ellas carecen, y que culmina con el comercio in-ternacional, que implica lo mismo pero en escalaampliada (difusin ondular) (Childe 1963: 93,1965: 210). Esta organizacin del trabajo y de losintercambios establece un mercado internacionalde materias primas que brinda un volumen enormede riqueza material para la acumulacin.

    La arqueologa marxista anglosajona que suce-de a Childe no toma forma hasta los aos setenta.Entre uno y otra median los momentos centrales dela Guerra Fra. A partir de los setenta, encontramosa diferentes autores que rechazan ciertos principiosde la nueva arqueologa y de la ecologa cultural,como la perspectiva armoniosa de las sociedades,el sometimiento de cualquier aspecto social a losimperativos adaptativos y el positivismo; inclusodenuncian la influencia que ejercen determinadasfacciones en el seno del bloque de poder, segnel concepto de N. Poulantzas, sobre el desarrollo yfinanciacin de los objetos de estudio, como hizoT. Patterson (1986). Ello es interpretado por A. Gil-man (1989) como el nacimiento de una tradicinde arquelogos, en su mayor parte implcitamentemarxistas o materialistas, que emplean concep-

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    tos marxianos pero rechazan una prctica investi-gadora abiertamente militante.

    El elemento ontolgico central que aparece enlos arquelogos marxistas anglosajones es el de lalucha entre los agentes sociales como principio or-ganizador de las sociedades; es decir, una perspec-tiva del conflicto frente a una perspectiva del con-senso. En Ph. Kohl (1981: 108-11, 1984) el nfasisse sita en torno a la actividad, entendida en unsentido poltico, con lo que defiende una complejainteraccin entre los aspectos ideolgicos y loseconmicos. Los sujetos histricos son entes acti-vos, agentes que actan, que toman decisiones, quetienen intereses y luchan por ellos. Kohl (1981) de-fiende al Marx materialista histrico del 18 Bru-

    mario de Luis Bonaparte (1852) yLa guerra civilen Francia (1871).

    Gilman (1989: 67-8), por su parte, caracteriza laposicin marxista, en cuanto al origen y naturalezade las sociedades clasistas y no clasistas y al temade la ideologa, como una perspectiva centrada enlas tensiones y luchas que se producen entre los gru-

    pos y los agentes conscientes, sobre todo en tornoa las relaciones sociales de produccin. En susestudios histricos sobre el sureste de la PennsulaIbrica, Gilman (1976, 1981) se centra en el uso

    parcial, militarista, destinado al aumento de poder,

    que ciertos grupos realizan respecto de la introduc-cin de tcnicas de intensificacin de la produc-cin, como el arado, el policutivo mediterrneo, lairrigacin, uso que es aceptado por la poblacin

    para salvaguardar la inversin de trabajo que hanrealizado en ese desarrollo de las fuerzas producti-vas. Por otra parte, el ncleo del antagonismo delas sociedades clasistas de la Edad del Bronce resi-de en la enajenacin de trabajo o apropiacin, por

    parte de determinados grupos, de una parte de laproduccin de otros, sobre una base permanente yestable (tributos o rentas) que liga las formas de

    poder a aspectos controlables de la economa (latierra) (Gilman 1987: 27, 33).

    M.J. Rowlands (1982: 166, 172) tambin ha de-fendido la importancia de la poltica, siguiendo aA. Gramsci, como principio organizador de la tota-lidad social que gira en torno a las luchas entreagentes. Su defensa de Marx se traduce en el reco-nocimiento de su contribucin al estudio de la his-toria, aunque sta deba ser matizada a la luz del tra-

    bajo emprico que le sucede, y en el carcter hist-ricamente especfico del objeto de estudio que in-vestig (el capitalismo).

    Patterson (2003: 99, 116) defiende asimismo laperspectiva del conflicto frente a la de la integra-

    cin y entiende el proceso de formacin de los Es-tados a tenor de la imagen de represin en casa yconquista en el extranjero. Como R. McGuire(1992: 117-9), Patterson (2003: 40-2) reivindicaque, de acuerdo con Marx, los seres humanos hacensu propia historia, aunque en ocasiones se ven em-

    pujados por constricciones ajenas a su voluntad yheredadas del pasado.

    La mayor parte de estos autores defiende la de-terminacin material de las formas sociales. As,Kohl (1981: 90) argumenta que la arqueologa esmaterialista porque se ocupa de los restos de las ac-tividades de transformacin de la naturaleza en las

    sociedades pretritas, que pasan a considerarse de-terminantes de la historia.

    En Gilman (1989: 69, n. 10), la centralidad deestas actividades radica en que son lo nico queconstatan los objetos arqueolgicos. Sin embargo,

    bajo una perspectiva marxiana, lo importante delos procesos sociales son las dinmicas internas yla organizacin social de la produccin, lo que noexcluye la defensa de una compleja mediacin en-tre ideas y materia (Gilman 1976: 311).

    Gledhill y Rowlands (1982: 145; Rowlands 1982:168-9) reivindican que la determinacin material

    esgrimida por Marx se refiere, en el terreno de lassociedades no capitalistas, a una compleja y din-mica vinculacin entre procesos ideolgicos, pol-ticos y econmicos (tcnicos) para el control, por

    parte de los grupos de poder, del flujo de bienes yde la creciente tensin entre autonomizacin y cen-tralizacin. El comportamiento de las fuerzas pro-ductivas debe ser entendido a la luz de esta nocinde determinacin material (Rowlands 1982: 167).

    En cambio, la perspectiva de Patterson (2003:23, n. 6 del cap. 1) otorga validez transhistrica ala imagen arquitectural (ferroviaria) de la base (ra-les) y la superestructura (material rodante), que de-fiende la determinacin de las formas sociales porla base. La aparicin del Estado y de las clases so-ciales es explicada a tenor de la quiebra de un esta-do de comunismo primitivo y de la progresiva for-malizacin de la economa, que sostiene, a travsde una organizacin particular del trabajo, la desi-gual acumulacin de los excedentes por parte delos diferentes grupos que forman la jerarqua (Pa-tterson 2003: 99-100).

    McGuire (1992: 91-2, 126), apoyndose en ladialctica hegeliana, argumenta que la totalidad so-

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    cial es un todo fluido y dinmico, construido porrelaciones que definen partes en contradiccin; as,

    la relacin entre lo material y lo mental es comple-ja y de unidad contradictoria. La cultura material,para McGuire (1992: 102-6), es resultado de latransformacin de la materia por el trabajo social,lo que incluye tanto las fuerzas productivas comolas relaciones de produccin; adems, es un ele-mento activo, porque no es slo resultado y esce-nario, sino tambin medio para la accin, en conso-nancia con la teora de la doble estructuracin,

    procedente de la teora social (Giddens 1990) ytambin aplicada en arqueologa desde posturasajenas al marxismo (Barrett 2001; Dobres y Robb,eds. 2000).

    El desarrollo del materialismo histrico en ar-queologa no se ha reducido al mundo anglosajn,aunque ste, a travs de Childe, ha influido en laarqueologa marxista de otras zonas. Entre los ar-quelogos de Amrica Latina, encontramos, desdelos aos cincuenta y, ms an, desde los sesenta, lareivindicacin de una arqueologa social, que re-chaza el positivismo, vive una experiencia polticacomn latinoamericana y se ve progresivamenteinfluida por el materialismo histrico. Entre losaos setenta y ochenta, esta arqueologa basculacon mayor intensidad hacia el marxismo, en torno

    al Grupo de Oaxtepec (reuniones en 1984 y 1986),que acoge diversas tendencias (Bate 1998: 18-20).L.G. Lumbreras (1984 [1974]) representa difa-

    namente, junto a J. Montan (1980), una de ellas.Lumbreras (1984) entiende que los elementos de latotalidad social estn vinculados dialcticamente,de modo que la base o ser social y la superes-tructura se corresponden e interactan. La tarea delarquelogo no consiste nicamente en estudiar losobjetos arqueolgicos (arqueografa), sino enreconstruir la cultura (), para enriquecer nuestraimagen del proceso social y conocer sus leyes; es-to constituye a la arqueologa como una ciencia so-cial (Lumbreras 1984: 26-7). La caracterizacin delmodo de produccin, como objeto de conocimien-to, parte del estudio de la tecnologa como repre-sentacin o reflejo de la resolucin de la contradic-cin entre los instrumentos y el objeto de trabajo(dialctica interna de las fuerzas productivas), esdecir, de la capacidad de una sociedad para adap-tarse, controlar el medio y ahorrar energa (Lum-

    breras 1984: 53, 64). Paralelamente, el estudio dela propiedad y sus formas permite conocer las tra-

    bas impuestas en cada situacin al desarrollo de las

    fuerzas productivas, pues analiza la relacin (nor-malmente divergente) entre el ser humano y sus

    medios de produccin con arreglo a una distribu-cin particular (y desigual) de los resultados deltrabajo; esta relacin impide a la mayor parte de la

    poblacin aprovechar al mximo los productos desu trabajo (Lumbreras 1984: 93, 124). En la inves-tigacin arqueolgica, el arquelogo se concentraen los contextos y las asociaciones de materiales,que permiten determinar cmo son distribuidos losresultados de la produccin, lo que contribuye a lacaracterizacin de la desigualdad social (Lumbre-ras 1984: 112-21).

    L.F. Bate (1998) representa otra de las tenden-cias del grupo. Su elaboracin est marcada por

    una crtica radical al positivismo, que le conduce adefender que los presupuestos metodolgicos de-

    penden de los ontolgicos. Como stos son los queestablecen el nexo entre la realidad pretrita apa-rente (constatada en los datos) y nuestro presente,se hace necesaria la reflexin sobre la cadenagentica de la informacin arqueolgica, en cuan-to a la teora sustantiva (teora de la historia) y a lasteoras mediadoras, que se ocupan de los procesosde formacin, transformacin y presentacin de loscontextos arqueolgicos y de la produccin y pre-sentacin de la informacin arqueolgica (Bate

    1998: 135-9 y fig. 3.1). A nosotros nos interesa con-centrarnos en la teora de la historia, que es la quecorresponde explcitamente al materialismo hist-rico, aunque entendemos que, de cara a la prcticaarqueolgica, resulta fundamental abordar los con-tenidos de una teora de la observacin, pues per-miten establecer las conexiones entre los fenme-nos empricos observables y las regularidades querigen la causalidad y estructura fundamentales delos procesos reales estudiados (Bate 1998: 104-6).

    Para Bate (1998: 76 y cap. 3), el materialismohistrico permite dar cuenta de la complejidad dela realidad social, fundamentalmente a partir de ladescomposicin de la categora de sociedad con-creta, entendida como totalidad, en las categorasde formacin econmico-social, modo de vi-da y cultura. En la primera aparece, por un la-do, una existencia objetiva, que es la del ser so-cial y que describe las relaciones materiales esta-

    blecidas entre los seres humanos para la reproduc-cin social, y, por otro, una conciencia social einstitucional, que es la de las superestructuras.La formacin social se ve determinada por la pri-mera en la medida en que en el seno del modo de

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    produccin se desarrollan las contradicciones fun-damentales, en torno a la lucha entre fuerzas pro-

    ductivas y relaciones de produccin (Bate 1998:58, 103). No obstante, Bate (1998: 63, 65) recono-ce que en la prctica del ser social intervienen com-

    plejamente las superestructuras, como la concien-cia, la afectividad y, sobre todo, la institucionali-dad, que es la que dicta normativamente la repro-duccin social, de modo que puede ser en su pro-

    pio terreno (sobre todo en el del Estado) en el quese opere la lucha por la transformacin social enlas sociedades clasistas no capitalistas, en funcin,eso s, de la posicin que ocupen los agentes en lasrelaciones sociales de produccin. Adems, Bate(1998: 82, 87) defiende que los desarrollos de las

    fuerzas productivas, por ejemplo a propsito de larevolucin tribal, expresados en una magnitud,deben ser estudiados y explicados con arreglo a sucorrespondencia con las calidades fundamentalesde la sociedad implicada (propuestas desde la teo-ra), lo que supone rechazar un evolucionismo uni-lineal que haga del crecimiento de las fuerzas pro-ductivas un desarrollo inmanente. Ello nos exige,en cada investigacin histrica, dar cuenta del ni-vel fenomnico o de mxima singularidad (la cul-tura) y de su conexin con el de mxima generali-dad (la formacin econmico-social) a travs de la

    categora de modo de vida.La arqueologa marxista en Espaa est repre-sentada por diversos investigadores que se han de-dicado, desde inicios de los aos ochenta, a la re-flexin terica y el estudio histrico de diferentes

    problemticas, sobre todo correspondientes a lasEdades del Bronce y del Hierro. Entre ellos desta-can los trabajos de F. Nocete (2001), A. Ruiz y M.Molinos (1993), F. Contreras (y otros, 1995) o J.M.Vicent (1991, 1998). Nosotros hemos decididoconcentrarnos en esta ocasin, principalmente por

    problemas de tiempo y espacio, en los investigado-res del antiguo Departament dHistoria de les So-cietats Pre-capitalistes y Antropologia Social de laUniversidad Autnoma de Barcelona, que comogrupo de investigacin constituye una muestra co-herente y explcita de arqueologa marxista.

    Los trabajos de este grupo muestran un rechazocontundente del positivismo, porque reivindicanque el conocimiento de la realidad aparente y desus regularidades se ve mediado siempre por unateora, por una representacin, que, adems, debearticularse con una programacin metodolgica

    particular de contrastacin para que se formalice

    como teora explicativa (Lull 1988: 68-71). La dia-lctica o tensin entre los grupos y entre sus com-

    ponentes es uno de los aspectos claves (Lull y Es-tvez 1986: 442). Por otro lado, se defiende, porejemplo respecto a las prcticas funerarias, laimportancia histrica y social de las condicionesmateriales, que expresan una capacidad econmi-ca (tecnolgica) para un proceso de trabajo, esdecir, un desarrollo particular de las fuerzas pro-ductivas, y unas relaciones sociales de produccindeterminadas (Lull 2000: 578-80). Las tumbas sondepsitos de trabajo social, cuyo significado de-

    be entenderse en la esfera de la economa y su va-lor en el de la sociedad (Lull 2000: 578). Represen-tan la existencia de grupos de inters en la medida

    en que en la sociedad implicada se da una relacinparticular y dialctica entre produccin (mundo delos vivos) y consumo (mundo de los muertos) (Lully Estvez 1986: 442; Lull 2000: 579-80).

    La formulacin ms precisa sobre la estructura-cin de las sociedades reside en su teora de las

    prcticas sociales (Castro y otros 1996). Para es-tos autores, las prcticas sociales son acontecimien-tos que vinculan y constituyen a los componentesde las condiciones objetivas de la vida social (agen-tes sociales y condiciones materiales); son de tipo

    parental, econmico y poltico. El estudio de estas

    prcticas permite dar cuenta de la distancia so-cial entre agentes, inteligible en trminos de di-simetra social y diferenciacin sexual (Castroy otros 1996: 35-6, n.1). Las prcticas socioparen-tales abarcan aquellas actividades que realizanhombres y mujeres, vinculados por lazos de con-sanguinidad o afinidad, para la produccin y man-tenimiento de la fuerza de trabajo, de modo que

    posibilitan la produccin. Las prcticas socioeco-nmicas vinculan a los agentes con el mundo delos objetos para que la transformacin de la mate-ria permita la satisfaccin de las necesidades mni-mas de vida. Las prcticas sociopolticas, en fin,establecen formas de cooperacin o distancia entrelas condiciones objetivas de la vida social, median-te acuerdos o imposiciones, e involucrando a losobjetos materiales o no (Castro y otros 1996: 37,38, 40).

    La traduccin de esta teora al estudio de losobjetos arqueolgicos (sobre todo artefactos) exigeentender que stos tienen unas formas de ser yunas maneras de estar (Castro y otros 1996: 42).Las primeras son definidas por el proceso de tra-

    bajo y el conjunto de movimientos concretos o

    Jorge Rolland Calvo

    13Complutum, 2005, Vol. 16: 7-32

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    tcnicos a l asociado; como prcticas socioecon-micas, estos movimientos otorgan a sus resultados

    o valores de uso una funcin original y esencialdestinada a satisfacer las exigencias mnimas devida (Castro y otros 1996: 38, 42). Con motivo dediversas relaciones espaciales entre estos produc-tos, esta funcin original es colonizada por otros ti-

    pos de prcticas, que les infunden un significadoms social y, en ocasiones, ocultan a quienes hansido sus autores o han hecho posible su produccin(Castro y otros 1996: 40, 42-3). En cualquier caso,los objetos arqueolgicos representan la materia-lidad social o gestin social de la materia, comomanifestaciones fsicas concernientes a las trescondiciones objetivas de la vida social (Castro y

    otros 1996: 42).Como podr entenderse, existen muchos ms

    aspectos abordados por estos y otros arquelogosmarxistas que permitiran desarrollar la caracteri-zacin de su relacin con el marxismo. Entre ellosse encuentra el tratamiento de los aspectos polti-co-prcticos de la investigacin. Los autores aquestudiados reconocen, en general, la importanciade la ciencia histrica o arqueolgica para conocerel pasado, denunciar la explotacin en la historia ytransformar el presente (Childe 1971: 9, 11, 115,133; Montan 1980: 124, 128-9; Lumbreras 1984:

    31, 34, 166; Lull 1988: 68, 75; Gilman 1989: 71;Castro y otros 1996: 36; Bate 1998: 80). Sin em-bargo, debido a que muy pocos de ellos han dedi-cado, por razones que an no hemos podido estu-diar, publicaciones especficas sobre sus propiasexperiencias militantes, o si lo han hecho no hantendido a recogerlas en sus trabajos propiamentehistricos, no ha sido formalizada extensamente larelacin entre actividad investigadora y transfor-macin social en los trminos de la praxis, a pro-

    psito de prcticas concretas.Algunos arquelogos, como Lull (1991), han

    dejado constancia de la formacin de un discursoterico de la resistencia, frente al de la competi-cin, en el marco de una lucha poltica asamblea-ria que persigui, a finales de los aos setenta ycomienzos de los ochenta, una gestin horizontaldel patrimonio y la promocin y subvencin demo-crticas de programas de conservacin, restaura-cin e investigacin arqueolgicos en Catalua. Dehecho, hoy en da se prosigue la discusin sobre el

    papel poltico de los profesionales de la arqueolo-ga en algunos programas de doctorado, como es eldel Departament dAntropologia Social i Prehisto-

    ria de la UAB. Adems, el propio hecho de que al-gunos arquelogos diluciden diferentes estructuras

    de poder que intervienen en la profesionalizacinde la arqueologa, tanto en Espaa (Daz del Ro2000) como en Estados Unidos (Patterson 1999),

    por ejemplo, as como la relacin de la arqueologacon otros agentes y comunidades sociales (Patter-son 1999: 167-9), supone una propuesta de debate

    para la aportacin y ejecucin de alternativas sub-versivas.

    3. Otra arqueologa, otro marxismo.Arqueologa agonista y antagonista

    Karl Marx (1818-1883) puede ser ledo de muydiferentes maneras. Esta posibilidad se convierteen un resultado necesario en el momento en que re-conocemos que a cualquier autor se le lee siempredesde una especificidad histrico-discursiva y des-de unas motivaciones particulares. Se comienza porconocer una serie de textos (aspecto que no se cum-

    ple en todos los comentaristas), entendidos comoconfiguracin especfica de enunciados, como ver-dad textual concreta, que en el caso de Marx gira-r aqu en torno al libro primero de El capital, y sedesarrolla ese conocimiento estratgicamente. Es-

    to supone que las lecturas difcilmente se agotan yque esas lecturas no descubren ninguna verdad esen-cial oculta en los textos de un autor. Con ello, sim-

    plemente se reconoce la historicidad de las lecturasy la importancia de asumir el nexo con el presente

    para que puedan ser empleadas materialmente.Nosotros defendemos una lectura de Marx a la

    luz de un marco terico concreto que nos dispone-mos a explicitar en este apartado. Como consecuen-cia de ese marco terico planteamos otra relacinentre el marxismo y la arqueologa, ya que incluye

    principios ontolgicos tanto sobre el primero comosobre la segunda. Su consecuencia principal es queel axioma histrico, proclamado en nombre deMarx, de la determinacin econmica de las for-mas sociales, en el que el trabajo juega un papelcentral en la estructuracin de cualquier prctica yrepresentacin social y en el que la escisin entre

    produccin y distribucin tiene una validez antro-polgica para medir, respectivamente, los elemen-tos permanentes y esenciales, por un lado, y loscambiantes o formales, por otro, se transforma ra-dicalmente. La implicacin poltica de esta pers-

    pectiva se resume en la bsqueda arqueolgica de

    Jorge Rolland Calvo

    14Complutum, 2005, Vol. 16: 7-32

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    los determinantes histricamente especficos de lasformas sociales y las formas de poder, entendiendo

    que slo sobre la base de la interaccin dialcticaentre nosotros y este objeto de estudio podemostransformar las realidades contemporneas en quevivimos.

    El marco terico aqu defendido para el estudiode las diversas propuestas sobre la relacin entremarxismo y arqueologa se articula en torno a dos

    puntos, que se definen tanto en s mismos comorecprocamente. Por un lado, incorpora una ontolo-ga contraria al esencialismo y un objeto de estudiodedicado al poder en la historia, persiguiendo unateora poltica de la historia que permita un cuestio-namiento de la experiencia contempornea del po-

    der y la proposicin y ejecucin de formas no auto-ritarias de relacin social. Por otro lado, este marcoterico entiende que una de las lecturas ms comu-nes de Marx, la que convierte al trabajo en el deter-minante de la formacin de las sociedades a lo lar-go de la historia, responde a un discurso especfico,que puede ser estudiado en funcin de los contex-tos y las motivaciones en que se cre y desarroll,y que puede ser rebatido desde otros planteamien-tos como el que aqu defendemos. Veamos ambosaspectos separadamente para abordar en el siguien-te punto los contenidos de la lectura que propone-

    mos (punto 4).

    3.1. Arqueologa agonista y antagonista

    Como muchos otros arquelogos, he decididodirigir mi mirada retrospectiva hacia el estudio ar-queolgico de las bases y la naturaleza de cualquierforma de poder, autoridad y desigualdad social, es-

    pecializndome en la prehistoria reciente porqueconsidero que en ella aparecen los fundamentos decualquier experiencia de poder (sociedades patriar-cales, economas monetarias, tensin nomadismo-sedentarismo, produccin excedentaria, oposicincampo-ciudad). El punto de partida y el objetivofinal son de carcter reivindicativo. El conocimien-to y la capacidad de reflexin permiten en nuestrassociedades la constitucin de una actitud crticafrente a la colonizacin del individuo y los colecti-vos por el capital y sus mecanismos de alienacin.El conocimiento de la historia en particular actacomo foco de memoria y reflexin para la resisten-cia frente a cualquier autoridad y la proposicin deformas libertarias de relacin social, porque nos re-cuerda la reiteracin, renovada en cada caso, de las

    experiencias de poder, explotacin y violencia. Es-te conocimiento histrico no descubre una historia

    oculta de la explotacin, sino que enfoca el estudioarqueolgico desde una ptica libertaria para elcuestionamiento de cualquier forma de autoridad.Esto supone conectar polticamente el pasado anuestras realidades (Chesneaux 1984).

    Para construir un conocimiento histrico de estaclase es necesaria, en mi opinin, una elaboracinterica concreta, que desentrae un nudo ontolgi-co y otro epistemolgico, porque ambos afectan alos contenidos que deben servir para el cuestiona-miento de la experiencia contempornea del poder.Por un lado, una arqueologa combativa, agonista,

    preocupada por la conflictividad y el antagonismo

    de las relaciones sociales, defiende un conocimien-to no esencialista del pasado, que aborda la tensinentre alteridad e identidad. Esto implica entenderque la experiencia social y subjetiva del poder a lolargo de la historia responde a la repeticin renova-da de esa experiencia, a una tensin entre aspectoscambiantes o histricos y permanentes o antropo-lgicos. El poder aparece particularmente en unasociedad porque es una trama de relaciones anta-gnicas la que lo exige. Sin embargo, ocurre queson numerosas sociedades las que demandan unantagonismo constante para su propia reproduc-

    cin, ms all de sus particularidades, como socie-dades jerrquicas. Existe, pues, una tensin quenos impide afirmar que la historia se pueda reducira un combate entre opresores y oprimidos, y que,al mismo tiempo, rechaza que las experiencias del

    poder sean nicas. Se plantea, por tanto, la cues-tin del poder en trminos no esencialistas, recla-mando estudios de los mecanismos y condicionesespecficos que hacen aparecer en cada sociedad ladesigualdad y el despotismo. Slo as puede ata-carse las bases especficas sobre las que se erigecada experiencia contempornea del poder, propo-niendo otras formas de relacin social en funcinde las necesidades locales, del contexto global ydel respeto al otro.

    Por otro lado, se hace preciso el cuestionamien-to de los modos de produccin y distribucin delconocimiento propuesto por los investigadores. Es-te cuestionamiento debe conducir a una programa-cin de actuacin concreta que permita la consecu-cin del conocimiento histrico crtico que propo-nemos. El debate, la reflexin y la actuacin debenir dirigidos hacia dos puntos. Primeramente, haciauna profunda crtica epistemolgica, que aborde la

    Jorge Rolland Calvo

    15 Complutum, 2005, Vol. 16: 7-32

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    compleja articulacin entre discurso y realidadeshistricas y polticas, en el sentido de M. Foucault

    (1990, 2000). Esta crtica permite subrayar la espe-cificidad de cada construccin epistmica, de suscategoras y de la posicin de cada investigador, demanera que el conocimiento producido reflexionasobre s mismo y su propia historicidad e intencio-nalidad. Y, en segundo lugar, hacia el papel polti-co del conocimiento histrico y de los investigado-res en la sociedad. Esta discusin cuestiona el pro-fesionalismo, que separa jerrquica y falazmente la

    profesin de la sociedad; el sistema de formacinde estudiantes e investigadores, que dificulta la

    participacin de los mismos en su ordenacin aca-dmica, y el concepto de difusin del saber, que

    mercantiliza y reduce a una relacin unidireccionalel encuentro entre el conocimiento y los agentessociales no acadmicos o no profesionales. Estecuestionamiento permite trazar vas horizontales y

    participativas para la produccin y distribucin deun conocimiento histrico crtico, en el sentido deChesneaux (1984: 22, 26-7, 217-8) y Freire (2002).

    Dada esta concepcin de la prctica e investiga-cin arqueolgicas, al leer a Marx buscaremos enqu medida permite dar cuenta, mediante su pers-

    pectiva histrica, de la tensin entre alteridad eidentidad y en qu sentido concibe la prctica del

    anlisis social e histrico.

    3.2. Marx y los marxistas

    Paralelamente a este planteamiento general dela prctica arqueolgica que defendemos, aprecia-mos que el modo en que diferentes autores se hanrelacionado con los textos de Marx y su figura, co-mo activista y terico del movimiento obrero, pue-de ser entendido en funcin de la oposicin entreun planteamiento simplificador y esencialista, porun lado, y una prctica investigadora polidrica yradical, centrada en la historicidad de las relacio-nes sociales y guiada por una postura coherente-mente materialista, por otro. Esto es igualmenteaplicable a las propuestas de numerosos arquelo-gos a lo largo de la historia de la disciplina, en lamedida en que han participado, como marxistas, enun discurso que supera su individualidad como au-tores originales.

    Diferentes investigadores han defendido la opo-sicin o divergencia entre Marx y los marxistas.Entre ellos, destaco a M. Postone (2003) y M. Gal-cern (1997), aunque tambin he contado con F.

    Fernndez Buey (1999) y J. Garca Lpez2. Consi-dero que, en funcin del marco terico que estable-

    cen todos ellos, se puede explicar el distanciamien-to que el propio Marx cree necesario subrayar, res-pecto a la elaboracin que al final de su vida ya co-menzaba a configurarse en su nombre, cuando ex-

    pres que l mismo no se consideraba marxista.El marxismo tradicional convierte al trabajo,

    como actividad esencial del ser humano, en el me-diador y estructurador fundamental de las relacio-nes sociales a lo largo de toda la historia humana.Adems, transforma en axioma del cambio histri-co la contradiccin entre fuerzas y relaciones pro-ductivas, en la medida en que defiende la existen-cia de un desarrollo inmanente de las fuerzas pro-

    ductivas, destinado al ahorro de trabajo, y de unconflicto provocado por una distribucin malficade los resultados de la produccin, es decir, porunas relaciones de propiedad particulares. Estas re-laciones son entendidas con arreglo al vnculo ex-terno que mantienen los seres humanos con los re-sultados de su trabajo (relacin entre seres y co-sas), porque el propio proceso de su produccin seconsidera evidente por s mismo y ajeno al uso his-trico que se hace de sus resultados, pese a que losmarxistas lo sitan en los encabezamientos demuchos de sus estudios histricos. A partir de este

    planteamiento, se entiende que la historia sealauna serie de modos de produccin que se sucedenunos a otros como consecuencia de una deduccincientfica necesaria, conformando la trada comu-nismo primitivo-sociedades clasistas-socialismo,cuyas leyes la arqueologa, como disciplina com-

    prometida con el marxismo cientfico, descubre(Montan 1980: 55-6, 85; Lumbreras 1984: 27, 31).

    Con ello, el marxismo ha cado alarmantementeen argumentos esencialistas, centrados en la oposi-cin entre una produccin natural, esencialmente

    buena, de valores de uso dirigidos a la satisfaccinde necesidades naturales, y una distribucin hist-rica, coyunturalmente corrompida, dictada por va-lores de cambio establecidos por grupos de intersen su propio beneficio que colonizan los parasosde las esencias primigenias. Estos argumentos ha-

    ban sido rechazados por el propio Marx a propsi-to de su crtica de la economa poltica y de los mo-ralismos y simplificaciones de numerosos tericosdel movimiento obrero decimonnico, como P.J.Proudhon (1970, 1975), a la hora de determinar lanaturaleza del valor (Marx 1987). Adems, ni la li-nealidad que se deriva de la trada, ni el valor que

    Jorge Rolland Calvo

    16Complutum, 2005, Vol. 16: 7-32

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    se otorga a la historia como proceso cuyas leyesdeben ser descubiertas, invitan, en ningn caso, a

    que la investigacin suponga un medio de transfor-macin activa de la realidad, porque la historia dis-curre por un camino prefijado, que slo puede serconocido, y ante el cual estamos predestinados.Lejos queda, pues, ese Marx de El capital que con-cibe la investigacin como prctica integralmentesocial, que no slo rechaza la especulacin, sinoque adems vincula anlisis de lo que hay con va-loraciones (Fernndez Buey 1999: 182-3). EseMarx que relega la oposicin fijista entre sujeto yobjeto, y argumenta que la dilucidacin de la ver-dad es un problema nicamente resoluble en elmbito de la praxis, de la actividad, pues es en ella,

    y slo en ella, donde el hombre puede probar (noen el sentido lgico formal, sino como experimen-tacin) la verdad de su pensamiento (FernndezBuey 1999: 132).

    Postone (2003: 69-71, 142, 170) entiende que laformacin del marxismo responde a tres factores:la propia forma que tiene el trabajo de aparecer enel capitalismo, el contexto de desarrollo de losmovimientos obreros en la segunda mitad del sigloXIX y comienzos del XX, y la manera en que Marx

    plantea la crtica en El capital. Para este autor, eltrabajo aparece en el capitalismo como el resultado

    del encuentro material entre el hombre y la natura-leza, con una entidad esencial al margen de su for-ma concreta; slo Marx habra sabido o querido se-alar este aspecto. Por otra parte, el contexto de de-sarrollo de los movimientos obreros de fines del si-glo XIX exigi formulaciones claras para dotar alas luchas de una identidad definida con que pre-sentarse polticamente, de modo que se simplificextremadamente las propuestas marxianas. Porltimo, Marx plantea su crtica en El capital de unmodo inmanente, partiendo de la forma en queaparece la riqueza en el capitalismo (la forma mer-canca) y llegando a las estructuras que la constitu-yen realmente (el capital); por algn motivo, loshacedores del marxismo tradicional obviaron este

    juego de apariencias y esencias en la propia expo-sicin de Marx.

    Galcern (1997), por su parte, defiende que lainvencin del marxismo consisti en la elabora-cin de una doctrina que permitiera sobrevivir, tan-to ideolgica como poltica y fsicamente, a una

    parte importante del movimiento obrero alemn yaustriaco que se debata entre el reformismo y elrevolucionarismo, ante la ola represiva que repre-

    sent el perodo de la Ley de excepcin (1878-90)impuesta por Bismarck para anular las luchas obre-

    ras. Karl Kautsky (1854-1938), intelectual, activis-ta y periodista nacido en Praga, dedicado desde fi-nales de los aos 70 del siglo XIX a los escritos po-lticos, director y redactor desde 1883 hasta 1917de Die Neue Zeit (La nueva poca, Stuttgart), yapoyado por Engels desde 1885 para convertirseen idelogo del ala radical de la socialdemocraciaalemana, fue el hacedor principal de esta elabora-cin. Kautsky configura una teora no conflictivade la revolucin, en nombre de los padres del so-cialismo, fundamentalmente Engels y Marx. Dadala disyuntiva a la que les someta la situacin, entrela integracin y la destruccin, esta elaboracin de-

    ba permitir la continuidad de la lucha obrera altiempo que el aplacamiento de los elementos msradicales y desestabilizadores.

    As, hubo que huir del debate sobre la compleji-dad de la realidad y los medios para su transforma-cin, lo que se logr axiomatizando diferentes pro-

    puestas y teoras marxianas y aceptando las reglasdel juego que impona el sistema de Bismarck. Enun sentido positivista y simplificador, se proclamaque la historia demuestra el carcter inevitable dela revolucin, entendida no como objetivo poltico,sino como dato de la evolucin, como destino de la

    humanidad que restituye la unidad esencial entre eltrabajador y los resultados de su trabajo (monis-mo). Esta unidad haba sido rota con la destruccindel comunismo originario y la sociedad mercantilsimple, es decir, con el origen del capitalismo, y semide en funcin de una simple oposicin entre lonatural (bueno) y lo social (malo). De ello se des-

    prende que la actividad poltica se deba reducir ala participacin en las elecciones legislativas y a lalucha parlamentaria por una relacin jurdica igua-litaria entre trabajadores y patrones que restituyeraa los primeros el valor ntegro de los resultados desu trabajo. Esta actividad poltica no se deriva del

    presente, sino de su inclusin en un pretendido de-sarrollo general que descubre el propio materia-lismo histrico, como concepcin materialistade la historia elaborada por Karl Marx.

    4. Marx y las sociedades no capitalistas

    La elaboracin fundamental de El capital giraen torno a la caracterizacin del capitalismo comomodo de produccin histricamente constituido y

    Jorge Rolland Calvo

    17Complutum, 2005, Vol. 16: 7-32

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    por tanto histricamente especfico. Cualquier es-tudio histrico inspirado en los textos de Marx de-

    ber plantear una clara oposicin entre las so-ciedades capitalistas y las no capitalistas, pues a loque se dedica, desde el comienzo, es a la caracteri-zacin categorial de un conjunto de sociedades hu-manas y a su delimitacin histrica y espacial (lassociedades capitalistas, principalmente la inglesa)(Marx 1999: xiv). As lo reconoce Postone (2003:150) cuando afirma que within the framework ofMarxs approach, [the abstract labor form of socialdomination] sufficiently differentiates capitalistsociety from all other existent forms of social life,so that, relative to the former, the latter can be seenas having common features they can be regarded

    as noncapitalist, however else they may differfrom one another.

    Las sociedades pre capitalistas, a las que Marxse refiere mayoritariamente cuando apela a las for-mas sociales histricas no capitalistas, deberan en-tenderse estrictamente como aquellas sociedadestardomedievales europeas que presentan procesosy fenmenos que desembocan histricamente en laformacin del capitalismo, como los sistemas deeconoma mundo nacidos de la expansin colonialde ultramar, o el desarrollo de la burguesa, la ban-ca, el crdito, la usura, la bonificacin de tierras y

    la manufactura. Este matiz aparece conceptualmen-te en Marx, aunque no siempre se halla formaliza-do en dos trminos diferentes (precapitalismo y nocapitalismo). Con l podemos defender el carcterno teleolgico de la propuesta histrica de Marx,

    porque subraya la independencia de muchas socie-dades (no capitalistas) respecto de las dinmicasdel capitalismo y sus orgenes (precapitalismo).

    4.1. La caracterizacin por antnimos

    Habiendo reivindicado una oposicin fundamen-tal entre las sociedades capitalistas y las no capita-listas, a partir del reconocimiento de la especifici-dad histrica del capitalismo, se plantea, en mi opi-nin, una caracterizacin por antnimos en lostextos de Marx. La perspectiva histrica marxiana

    propone la existencia de otro tipo de sociedades apartir del capitalismo. Estas sociedades sern ca-racterizadas por cualquier aspecto menos por aque-llos que definen y (en el planteamiento de Marx)singularizan a las capitalistas. As, podramos repre-sentar formalmente la oposicin entre capitalismoy no capitalismo como A=noA, antes que como A=B.

    Para Marx, la caracterizacin directa de las so-ciedades no capitalistas no es posible sino partien-

    do inicialmente de la categorizacin y anlisis delas realidades y experiencias presentes. Su crticaes, en palabras de Postone (2003: p.e. 36-9), unacrtica inmanente, en la medida en que discute larelacin entre la especificidad histrica y socialdesde la que construimos el conocimiento y nues-tro objeto de conocimiento como realidad externa.Esto implica que las categoras con las que damoscuenta de la realidad social parten del presente ycuando las aplicamos al pasado deben ser decons-truidas o historiadas. Esto exige analizar todos suscomponentes discursivos y plantear un opuesto quesirva como primer marco aproximativo a las din-

    micas de las sociedades no capitalistas. Una ar-queologa pre y protohistrica de inspiracin mar-xiana actuar como disciplina cientfica para la ve-rificacin o refutacin de ese marco general, y parala historizacin de sus categoras de anlisis.

    Postone (2003: 125, 149-53, 163, 166, 171-2)ha propuesto que, en trminos marxianos, a tenor deuna caracterizacin antinmica, las sociedades nocapitalistas deberan conceptualizarse del siguientemodo. En cuanto a la dominacin social, en las so-ciedades no capitalistas encontraremos una domi-nacin explcitamente social y cualitativamente

    particular. En cuanto a la mediacin en la produc-cin social, en las sociedades no capitalistas los re-sultados del trabajo se reparten mediante relacio-nes sociales manifiestas y por criterios fundamen-talmente cualitativos (calidad y utilidad). El hechode que los resultados se repartan mediante relacio-nes sociales explcitas implica que no es en unacualidad intrnseca a los productos en la que resideel criterio de reparto o intercambio, o si lo es, no loser en el trabajo que contengan, porque no se va-lorar la objetivacin del trabajo (como trabajoabstracto) en un producto. En cuanto a la forma deaparecer que tiene el trabajo, en las sociedades nocapitalistasparece que las actividades productivasy sus resultados determinan las relaciones sociales.Los resultados del trabajo nunca son meros obje-tos, sino que estn infundidos de significados (sim-

    bolismo) y de ese modo se asume que son ellos losque determinan la posicin social, la definicin t-nica, etctera, cuando en realidad son las relacio-nes sociales las que constituyen estos resultadosdel trabajo de un modo tan significativo. Esto indi-ca, por tanto, que el trabajo no constituye la socie-dad en las sociedades no capitalistas, sino, al re-

    Jorge Rolland Calvo

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    vs, se ve constituido por ellas, pese a las aparien-cias. En cuanto a la naturaleza de la accin, en fin,

    en las sociedades no capitalistas las personas ela-boran sus relaciones de un modo espontneo y me-nos enfatizado que en las capitalistas, lo que impi-de una distancia entre individuos y sociedad queconduzca a la reflexin social y, de algn modo, ala actividad crtica y poltica. Esto ltimo es apoya-do por otros autores ajenos al marxismo, cuandosealan que la distancia emocional con el mundo yun modo metafrico de relacin con l aparecen enla medida en que aumenta la complejidad social(divisin de funciones y especializacin socioeco-nmica), y lo hacen asociados al gnero masculino(Hernando 1999, 2002, 2003).

    4.2. Aspectos ontolgicos, epistemolgicos ymetodolgicos

    Para Marx, segn Galcern (1997: 209), la tota-lidad es una forma abstracta de las relaciones de al-teridad. En esta forma abstracta la alteridad desa-

    parece, producindose una reunificacin ilusoria.Sin embargo, tanto la realizacin como la destruc-cin de las interrelaciones que integran la totalidad,as como la totalidad misma, se cumplen a travsde esas mismas relaciones y no de la abstraccin,

    como ocurre en Hegel. En esto consiste fundamen-talmente la postura materialista de Marx.Esta teora de la realidad tiene una traduccin

    gnoseolgica particular, es decir, crea una teoraconcreta sobre la relacin entre realidad y conoci-miento de la realidad. Tal y como ha observado Gal-cern (1997: 209), a propsito de la polmica entreMarx y el economista C. Rodbertus, aqul rechazaun estudio histrico de las diferentes formas his-tricas de una misma relacin, por ejemplo del ca-

    pital, pues da por supuesto que determinadas rela-ciones son especficas de una determinada forma-cin social y el uso de las mismas palabras para re-laciones distintas () permite averiguar muy pocosobre las relaciones reales que en ellas se denotan,ms bien al revs, es un elemento fundamental desu encubrimiento.

    De este modo, el empleo de una categora comotrabajo para proclamar, en nombre de Marx, ladeterminacin antropolgica de las relaciones so-ciales histricas es, cuanto menos, polmica. Lacategora empleada por el marxismo tradicional, eltrabajo con maysculas, que entendemos como to-talidad conceptual abstracta, da cuenta de ciertas

    realidades en la medida en que se ve respaldadapor relaciones concretas de alteridad, que son las

    que constituyen al capitalismo como modo de pro-duccin histricamente especfico y permiten con-ceptualizarlo como tal. Sin embargo, en el momen-to en que estas relaciones concretas de alteridad fal-tan, sencillamente porque estudiamos otros modosde produccin, la categora de la que partimos,constituida especficamente en el capitalismo, no

    permite definir las relaciones concretas que preten-demos explicar, o lo permite exiguamente.

    Como veremos en las siguientes pginas, estoexige entender que, en el momento en que nos des-

    plazamos a otros momentos histricos, el objeto deconocimiento que perseguimos, por ejemplo la or-

    ganizacin del trabajo en torno a la minera y meta-lurgia de la Edad del Bronce en Eurasia, no puedeexplicarse en funcin de una esencia o categora

    pretendidamente neutral como la organizacin deltrabajo y de laforma que adquiere. Es preciso en-tenderlo histricamente, es decir, teniendo en cuen-ta las relaciones concretas de alteridad que en rea-lidad dotan de existencia histrica al objeto de co-nocimiento al que aludimos con nuestras catego-ras, y que existe independientemente de nosotros.Esto supone elaborar una teora que medie entrenuestro presente y el objeto de conocimiento.

    Esta es la elaboracin exigida por una posturamaterialista inspirada en Marx, porque entendemosque la forma que adquiere una supuesta esencia, le-

    jos de ser un mero envoltorio, reconstituye esa pro-pia esencia, dando lugar a una realidad nueva quedebe ser entendida en s misma, histricamente, enfuncin de las relaciones concretas que la crean.En la realidad se dan relaciones de mediacin entrelo que podemos conceptualizar como formas yesencias, pero lo importante de stas, de cara a unanlisis y explicacin de su existencia histrica, esla mediacin, y no su existencia separada, pues esaqulla la que las hace aparecer histricamente enla realidad pretrita. Por tanto, nicamente dandocuenta de esa mediacin es como podemos expli-car en nuestro presente su existencia histrica.

    Si mantenemos el estudio de la organizacin deltrabajo en sociedades no capitalistas, a travs de lainvestigacin tecnolgica o de la divisin sexualde las actividades, es porque consideramos quedescribe una actividad perenne en los seres vivosque moviliza a toda o casi toda la poblacin y por-que se sirve de la materia para su desempeo, algoque nos interesa especialmente como arquelogos.

    Jorge Rolland Calvo

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    Esto no otorga, sin embargo, ninguna causalidadpreferente a las realidades estudiadas, al contrario

    de lo que asumen varios arquelogos cuando serefieren al contenido de los textos de Marx (p.e.Shanks y Tilley 1987: 166). De hecho, como enMarx, lo que interesa en todo momento es la cuali-ficacin histricamente especfica que, para el casode las sociedades no capitalistas, realizan las rela-ciones sociales respecto de las estructuraciones yfenmenos analizados.

    Estas ideas constatan la postura contraria al po-sitivismo que caracteriza a Marx y que, con su in-sistencia en la necesidad de la elaboracin terica

    para lograr una mediacin entre la realidad y el co-nocimiento de la realidad, le distancia del empiris-

    mo y la autocomplacencia del esquema kautskya-no. Este es un aspecto crtico que han recogido ma-gistralmente algunos arquelogos, en cuanto a unateora de la representacin en arqueologa (Lull1988) o a la exploracin de la cadena gentica dela informacin arqueolgica (Bate 1998), comohemos visto.

    Un ltimo aspecto ontolgico marxiano permiterechazar las simplificaciones del materialismo his-trico, al tiempo que subraya, junto al principio an-tipositivista referido, las consecuencias poltico-

    prcticas de la defensa de un Marx no esencialista.

    En opinin de Galcern (1997: 226-7), una de lasgrandes aportaciones de Marx y Engels radica ensu comprensin de la sociedad (capitalista) desdeel punto de vista de la reproduccin global. ElAn-ti-Dhring (1877), escrito por Engels con la cola-

    boracin de Marx, y la Nota sobre Rodbertus, in-cluida en aqul, demuestran cmo la eficacia, o la

    propia intervencin histrica, de un aspecto gene-ral, como la extraccin de rentas o el uso de la vio-lencia, en una sociedad particular pasa por su in-sercin en la articulacin especfica de relacionesde alteridad o substrato material que constituyeesa formacin social concreta. Refirindonos a so-ciedades no capitalistas entenderemos, de un modocoherente con Marx y Engels, que el alcance deciertos fenmenos o procesos deber medirse enfuncin de ese substrato material, que se concep-tualizar necesariamente sin el elemento que lo ha-ce aparecer concretamente en el capitalismo, a sa-

    ber: la dinmica socioeconmica, que se debate enel terreno de la produccin. Ello nos obliga a rete-ner al menos el fondo del concepto de determina-cin material propuesto por estos autores, que esla articulacin fundamental de relaciones de alteri-

    dad, de tipo tanto econmico, como social y polti-co, en el sentido sealado por Gledhill y Rowlands

    (1982: 145). As, podemos apreciar cmo la deter-minacin material no se reduce ni en Engels ni enMarx a una frmula aplicable mecnicamente acualquier formacin social como determinacineconmica.

    El cuestionamiento del positivismo y la defensade una estructuracin compleja de las prcticas so-ciales empujan a Marx a reivindicar en todo mo-mento el anlisis de la realidad concreta, paralela-mente al activismo, como medio para transformar-la. Con ello combate explcitamente el voluntaris-mo y moralismo de Lassalle, Bakunin o Proudhon,que se plantean en muchas ocasiones la existencia

    de la miseria (la cuestin social) en trminosesencialistas y eticistas3. Frente a ellos, Marx estu-dia los procesos y fenmenos en trminos histri-cos, en funcin de los mecanismos concretos (eco-nmicos) que provocan la miseria (en el capitalis-mo), es decir, segn las relaciones antagnicas en-tre capital y trabajo, su origen histrico y su din-mica tendencial. Esta clase de estudios son unacondicin clave para la transformacin de realida-des concretas, porque definen las condiciones enque se desarrollan. Lo mismo ocurre con el temade la revolucin y la llegada del socialismo, y el

    desarrollo de las fuerzas productivas (vase Galce-rn 1997: caps. 4, 5, 6, 7). Con la repeticin enKautsky de aquello que critica precisamente Marx,comprobamos que el materialismo histrico nosupo superar el nudo terico que el propio Marx

    plantea en estas polmicas, con lo que aqul supu-so un cambio de orientacin del papel militante dela filosofa y la investigacin de graves consecuen-cias polticas, como ha sido el rechazo de la revo-lucin social como objetivo combativo.

    4.3. Trabajo, capitalismo e historia

    Como consecuencia de sus principios ontolgi-cos y metodolgicos, Marx afronta el estudio delcapitalismo, como modo de produccin histrica-mente constituido, buscando la articulacin con-creta de relaciones de alteridad que determina losmecanismos de explotacin de la clase obrera. Esas como llega al mbito de la produccin y del tra-

    bajo. Nos interesa conocer qu seala especfica-mente sobre la mediacin social caracterstica delcapitalismo (el trabajo abstracto), para subrayar laespecificidad histrico-discursiva de la categora

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    de trabajo y la dificultad de aplicarla a otros perio-dos histricos como determinante esencial de la

    estructuracin de las prcticas sociales. Con elloplanteamos la necesidad de entender histricamen-te los procesos y fenmenos, es decir, la configura-cin particular de relaciones de alteridad o substra-to material que los crea. En ello consistira el n-cleo de la arqueologa marxista que defendemos.

    Apreciaremos cmo el trabajo es una totali-dad conceptual abstracta, creada por una serie con-creta de relaciones de alteridad, las relaciones so-ciales de produccin capitalistas. Adems, veremosque esta categora supone una ocultacin de la na-turaleza de la dominacin social capitalista, porquedescribe una pretendida realidad esencial (el traba-

    jo con maysculas), frente a una existencia coyun-tural (el trabajo capitalista), que es la que se supo-ne que corrompe a la primera y establece la domi-nacin social. Esto ocurre con otras categoras.Marx denuncia, as, la formacin de binomios, queoponen una esencia a una forma, y rechaza el em-

    pleo de su componente esencial para caracterizar elcapitalismo si no es acompaado de un estudio delas relaciones de alteridad que en realidad le danexistencia epistmica y ontolgica. En ello se diri-me el resultado de la lucha poltica, en la medidaen que al sealar esas relaciones especficas ataca-

    mos la propia base de la experiencia contempor-nea del poder, mientras que si entendemos que lalucha radica en la transformacin de la forma deltrabajo, el ncleo de su antagonismo queda sincuestionar.

    Nosotros concluiremos que el empleo del com-ponente esencial de cada binomio tampoco sirvepara caracterizar los mecanismos de explotacin ydesigualdad en sociedades no capitalistas, a menosque sealemos su especificidad histrico-discursi-va (como categora contempornea y polmica) y

    planteemos su historizacin a partir de una arqueo-loga no esencialista. Ello supone analizar, consi-derando las configuraciones especficas del regis-tro arqueolgico en todas las dimensiones posibles,la cualificacin histrica que realizan las relacio-nes sociales de una formacin o sistema de forma-ciones sociales concretas respecto de las activida-des de produccin. Son esas relaciones las que sereunifican en una abstraccin histricamente espe-cfica, resultando en una totalidad (conceptual ymaterial) que vendra a representar el modo espe-cfico en que existe el trabajo en esa sociedad con-creta. As, podemos entender histricamente el tra-

    bajo y, en definitiva, la forma en que el poder ges-tiona la materialidad, partiendo de que no es en las

    actividades productivas donde reside la riqueza so-bre la que se desarrollan la desigualdad social yotros aspectos relacionados con la autoridad.

    Marx argumenta que, ante la prdida del controlsobre las condiciones objetivas del trabajo en losmomentos previos al capitalismo (vase Marx1965, 1999: 480), los trabajadores sienten que losresultados de su actividad cobran una vida propia,como mercancas producidas para ser intercambia-das y para permitirles subsistir. Este hechizoaparece en el momento en que la mercanca es in-fundida de una cualidad que se emplea como crite-rio del intercambio, aparte de su utilidad: la canti-

    dad de trabajo vivo (humano) materializado en ella.Esta cualidad, convertida en valor como traba-

    jo abstracto, representa lo que el empresario debepagar al obrero por el tiempo que ste dedica al tra-bajo, con el objeto de permitir su reproduccin fsi-ca. El trabajo se objetiva, se fija, se imprime en lamercanca y es sta la que aparentemente determi-na el criterio del intercambio entre el que emplea yel que es empleado, y posteriormente entre el com-

    prador y el vendedor. A partir de unas condicioneshistricas muy particulares, el contenido de que sedota a las mercancas va a permitir, adems, al

    capitalista obtener un medio de adquirir beneficios(sobre la base del consumo de la fuerza de traba-jo para crear ms mercancas, del pago del equi-valente del trabajo desplegado y de la reduccindel valor para una movilizacin beneficiosa de lasmercancas). As, la relacin social establecida en-tre los seres humanos que intervienen en esta clasede intercambios (trabajo asalariado y sistema mer-cantil) y que les conduce forzosamente a trabajar-

    para-otros-para-vivir, queda oculta, cosificadaen la mercanca.

    De este modo, el capitalismo produce la domi-nacin abstracta (Postone 2003: 30), a travs delfetichismo de las mercancas y de la cosificacinde las relaciones sociales (Marx 1999: cap. 1, D,4). Este tipo de dominacin se asienta sobre el de-sencadenamiento de un juego de esencias y formasque ha caracterizado el discurso de la economa

    poltica clsica y de numerosos idelogos del mo-vimiento obrero a lo largo del siglo XIX, entreotros de Kautsky.

    De acuerdo con este juego, el trabajo es una ac-tividad esencial y perenne en la humanidad. Con-siste en la inversin de energa y la realizacin de

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    diferentes movimientos particulares o tcnicos,con el objeto de obtener valores de uso o cosas

    (mercancas) para la satisfaccin de las necesida-des bsicas de subsistencia. En cada poca encon-tramos una forma particular de trabajo, un modoespecfico de ganarse la vida. Sin embargo, lo quecaracteriza cada forma es el uso particular que sehace de los resultados de ese trabajo. Este uso esexplicado por un modo especfico de distribucin ocambio. El modo de distribucin muestra la admi-nistracin particular o histrica de un producto quees resultado evidente de una actividad esencial.

    Esta perspectiva nos empuja a concebir que, enel capitalismo, la organizacin social est determi-nada por las relaciones de distribucin. Son ellas

    las que aaden al resultado del trabajo un valor decambio, que gira en torno a un equilibrio idealentre los resultados de la produccin (oferta) y elconsumo (la demanda). De este modo, las relacio-nes de produccin capitalistas, como modo espec-fico que tiene el ser humano de subsistir en unapoca determinada, son explicadas a tenor de larelacin externa que guardan entre s las cosas o,como mucho, segn la relacin (de propiedad) queguardan los seres humanos con las cosas. Cual-quier aspecto de la realidad responde a la adminis-tracin particular de una esencia; sta es evidente

    por s misma y no requiere de una caracterizacinespecial.Con su crtica de la economa poltica, Marx de-

    nuncia globalmente en El capital que esta perspec-tiva se limita al nivel de las apariencias. Esta crti-ca tiene importantes consecuencias para la investi-gacin histrica y la militancia.

    En su opinin, esta perspectiva no denuncia c-mo el antagonismo social se halla en el propio actodel trabajo, de modo que aqul queda ocultado. Lascondiciones histricas, por ejemplo a propsito dela expropiacin de tierras agrcolas en Irlanda parala explotacin del ganado lanar (Marx 1999: 605),obligan a que el que se va a convertir en obrero sevenda para sobrevivir, a cambio de un salario, esta-

    blecido exclusiva y exactamente con arreglo altiempo en que ha producido el equivalente de losmedios que precisa para subsistir. No tiene ms al-ternativas si quiere sobrevivir. El que luego sercapitalista compra la mercanca que le ofrece eltrabajador, la fuerza de trabajo, que posee la pere-grina cualidad de ser fuente de valor al tiempo quees consumida (la fuerza de trabajo como creadorade bienes materiales que representan trabajo vivo).

    Con ello, el empresario obtiene un volumen deter-minado de mercancas, que moviliza y por las que,

    ahora s, exige un precio siguiendo los criterios delmercado (entre otros la oferta y la demanda); conun desarrollo particular y estratgico de las fuerzas

    productivas (la innovacin tecnolgica), que per-mite reducir ese tiempo de trabajo en que el obre-ro produce el equivalente de sus medios de subsis-tencia, el empresario logra un dinero extra que nonecesita pagar al obrero (Marx 1999: 121-2). El ca-

    pitalista explota esta situacin hasta organizar todolo que est a su alcance en funcin del mercado,empujando a la poblacin (urbana y rural) a la asa-larizacin (estructuracin clasista), con o sin laayuda del Estado. El ncleo del capitalismo no se

    encuentra, pues, para Marx, slo en el uso de loproducido, sino en que el intercambio entre traba-jador y patrono, en el momento mismo de la pro-duccin, exige una estructuracin que constituye elantagonismo inherente al fenmeno de las clases(la necesidad del proletariado de venderse para vi-vir); esa estructuracin se resume en el propio tra-

    bajo capitalista.El capitalismo crea, por tanto, una nocin de

    trabajo que se define en la realidad por estas rela-ciones antagnicas entre los seres humanos y no

    por una necesidad pretendidamente esencial, como

    es el trabajar para vivir. Es evidente que para vivirhay que trabajar, pero Marx comprende que no setrabaja en abstracto, sino histricamente, de mane-ra que trabajar (en un momento y lugar especficos,en el capitalismo) significa trabajar-para-otros-pa-ra-vivir, y es ese matiz el que importa. No se traba-

    ja en abstracto, a menos que consideremos que eltrabajo es una actividad esencial que se puede des-ligar eternamente de un modo de distribucin par-ticular, argumentando que una cosa es lo que se

    produce concretamente y otra diferente el uso so-cial que se hace de ello. Defender este esquema es

    precisamente a lo que nos empujan las mercancascomo materializaciones de trabajo vivo. Para Marx,el propio acto del trabajo (como pretendida esen-cia) est constituido por los requisitos de reproduc-cin de las desigualdades, en el capitalismo; suexistencia, como totalidad conceptual y material,viene dada por la trama especfica de relacionesque dicta el capital. La destruccin del capitalismoexige, as, para Marx, la destruccin del ncleo delantagonismo, y ste exige, por encima de cualquiermoralismo, abordar la forma concreta en que exis-te realmente el antagonismo, que es el trabajo.

    Jorge Rolland Calvo

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    Como arquelogos preocupados por cualquierforma de antagonismo en la historia, e inspirados

    en ciertas propuestas de Marx, buscaremos el n-cleo que lo hace aparecer en otras formas histri-cas, para conocer las bases de cualquier forma deautoridad y realizar un planteamiento crtico de lu-cha libertaria. Ello exige, al igual que cuando nosenfrentamos al capitalismo, estudiar la cualifica-cin histricamente especfica de las relacionesque provocan el antagonismo en sociedades nocapitalistas. Debido a la defensa antropolgica quehacemos de la determinacin histrica de las for-mas sociales (como articulaciones especficas derelaciones entre seres humanos) y debido a nuestro

    planteamiento antinmico, entendemos que el an-

    tagonismo en las sociedades no capitalistas no ra-dica en el trabajo. Esto es preciso demostrarlo,analizando la cualificacin social que se hace, enuna sociedad no capitalista concreta, de las activi-dades productivas. Ello nos permite el anlisis dela materialidad como terreno que utiliza y en el quese expresa el poder. As, se nos abren las puertas alconocimiento de la articulacin concreta de las re-laciones que hacen posible el antagonismo, enten-diendo la cualificacin social e histrica que serealiza en las sociedades no capitalistas respecto delos valores y el trabajo en trminos de poder y des-

    igualdad, y no al revs.El rechazo de Marx a analizar el trabajo, comoterreno fundamental de dominacin y estructuracinsocial en el capitalismo, desde sus aspectos msesenciales, genricos o ahistricos (ms concre-tos), puede hallarse en una serie de binomios quel mismo formaliza en El capital. Su argumenta-cin fundamental reside en que el fenmeno gene-ral al que alude cada binomio, compuesto por laformalizacin de una esencia o elemento perma-nente y transhistrico y de una forma o elementocambiante o histrico, slo es inteligible desde unaarticulacin especfica de relaciones de alteridad osubstrato material, pues es ste el que en reali-dad hace aparecer histricamente ese fenmeno.Esto implica que, en Marx, la forma no es un meroenvoltorio de una esencia, sino que la reconstituyecomo nuevo sujeto. Lo importante, en cualquiercaso, son las mediaciones que aparecen histrica-mente, es decir, en un lugar y momento determina-dos, antes que la existencia previa o transhistricade una esencia y una forma. Nosotros defendemosque, como arquelogos, debemos retener este mo-do de analizar la realidad.

    Descomponiendo los elementos internos de lamercanca, Marx (1999: 9-10) seala el doble ca-

    rcter del trabajo en el capitalismo. Observa quelas relaciones sociales de produccin capitalistasconducen a que el trabajo se aparezca como traba-jo concreto y como trabajo abstracto. El trabajoconcreto o trabajo til supone la movilizacin deenerga, dirigida a un encuentro con la materiali-dad, para conseguir un fin determinado. Es este as-

    pecto esencial el que es empleado mayoritariamen-te para caracterizar las actividades productivas enel capitalismo, mientras que el uso particular quese hace de sus resultados es el que se emplea paracaracterizar las de distribucin.

    Frente a l, aparece el trabajo abstracto, que

    es la abstraccin, en forma de tiempo socialmentenecesario para la produccin de una mercanca par-ticular, que permite la equiparacin de diversos y

    privados trabajos concretos para el intercambio demercancas. En mi opinin, este es el aspecto que,en Marx, explica el acto del trabajo en el capitalis-mo. La compulsin fisiolgica de la satisfaccin delas necesidades supone nicamente una contextua-lizacin muy genrica y del todo insuficiente; esevidente que para que una sociedad exista histri-camente necesita subsistir y desarrollar actividadesde provisin de medios de subsistencia. Lo que

    permite que los resultados del trabajo existansocialmente en el capitalismo es el hecho histricode que encarnan trabajo abstracto; si no lo hubie-ran encarnado, no habran sido producidos en laforma concreta, tcnica en que lo fueron. Este es eldato relevante que permite una caracterizacin (ex-

    plicacin) histrica de un aspecto particular.Lo mismo ocurre con la divisin social del tra-

    bajo y la divisin social del trabajo capitalista. Laprimera puede considerarse una divisin genrica,elaborada desde diferentes puntos de partida (Marx1999: 9, 285-6). Sin embargo, no puede explicar eltrabajo capitalista ni la divisin particular que pre-senta ste, precisamente porque falta lo especfico.Marx (1999: 9-10) seala que la divisin social deltrabajo en el capitalismo se constituye en el mo-mento en que lo que tericamente es una generali-dad, es decir, los distintos trabajos tiles realizadosindependientemente los unos de los otros (divisinsocial del trabajo genrica), adopta una especifici-dad histrica, como es la realizacin de esos traba-

    jos como actividades privativas de otros tantosproductores independientes. Lo que cualifica real-mente la divisin social del trabajo no es ni una

    Jorge Rolland Calvo

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    esencia ni la forma que adopta, sino el carcterantagnico de las relaciones sociales, es decir, una

    mediacin histricamente especfica entre agentes.El binomio que refleja ms claramente este pun-to es el que confronta el proceso de trabajo con elproceso de valorizacin. Marx (1999: 146, 248)subraya en diversas ocasiones la naturalizacin delas relaciones de explotacin que implica enfocarel proceso productivo como proceso de trabajo tily concreto (proceso de trabajo), en lugar de ha-cerlo desde los aspectos histricos que en realidadhacen aparecer a ese proceso productivo como pro-ceso de trabajo neutro (proceso de valorizacin).En el primer caso, la produccin se entiende en unsentido cualitativo, como un proceso dirigido a la

    satisfaccin de necesidades evidentes a travs delos valores de uso, en el que el obrero emplea unosmedios de produccin. En el segundo, la misma

    produccin se entiende en un sentido histrico, co-mo proceso dirigido, desde un punto de vista cuan-titativo, a la creacin de valor, en el que ya no es elobrero el que emplea los medios de produccin, si-no que son stos los que lo emplean a l para ab-sorber trabajo ajeno. Marx (1999: n.8 en p. 133,425-6) concluye que en el anlisis del capitalismoel elemento explicativo reside en la trama de rela-ciones histricamente constituida y no en una pre-

    tendida esencia o en los aspectos concretos o tcni-cos: [E]l concepto del trabajo productivo no en-traa simplemente una relacin entre la actividad yel efecto til de sta, entre el obrero y el productode su trabajo, sino que lleva adems implcita unarelacin especficamente social e histricamentedada de produccin, que convierte al obrero en ins-trumento directo de valorizacin del capital. Deah el ejemplo que plantea (Marx 1999: 426) sobreel maestro que existe, que es productivo, es decir,socialmente relevante, no slo por moldear la ca-

    beza de los alumnos, sino porque adems, y sobretodo, ese acto sirve para enriquecer al patrono. Eltrabajo productivo, el que existe socialmente, es elque sirve al proceso de valorizacin; no existe nadams all y cualquier propuesta poltica que planteeotro tipo de mediacin social deber abordar la

    propia esencia de ese objeto de transformacin,que es en realidad su existencia histrica.

    El cuarto binomio marxiano aborda el tema dela cooperacin en el proceso de trabajo y la coo-peracin simple precapitalista. El periodo de lacooperacin simple en el precapitalismo, que pre-cede al de la manufactura y la gran industria, no

    puede ser caracterizado, para Marx, en funcin deuna genrica cooperacin en el proceso de trabajo

    y de la forma que adquiere, sino de las relacionesque se forman especficamente en el contexto bajo-medieval, que reconstituyen la propia esencia. s-tas dan como resultado un concepto especfico decooperacin que debe ser entendido como tal, co-mo esencia particular y no como forma histrica deuna esencia transhistrica. As, la cooperacin ca-

    pitalista no se presenta como una forma histricaespecial de cooperacin, sino que sta reviste laforma peculiar del proceso capitalista de produc-cin, forma especfica que le caracteriza y le dis-tingue (Marx 1999: 270).

    El ltimo binomio del que nos ocupamos aqu

    es el que plantea una oposicin entre trabajo exce-dente y plusvala. Para Marx (1999: 164, 180-2), eltrabajo excedente es una esencia en todas aquellassociedades en que una parte de la poblacin poseeel monopolio de los medios de produccin. En es-tos tipos econmicos de sociedad existe una oposi-cin entre trabajo necesario y excedente, y el ele-mento que los distingue es la forma en que ste l-timo le es arrancado a los productores directos. Sinembargo, de nuevo, estaforma debe ser explicadams que por la constante transhistrica o por unabase natural de la plusvala, por los requisitos de

    reproduccin que exige la trama de relaciones his-tricamente establecida por el capital. As, Marx(1999: 182, 428) seala que la cualificacin de laforma de explotacin dominante capitalista, que lasingulariza y la hace exclusiva de este modo de

    produccin, radica en que del carcter mismo dela produccinbrote un hambre insaciable de traba-

    jo excedente.Como marco general para la interpretacin de

    sociedades no capitalistas a partir de las propuestasde Marx, deberemos considerar que el trabajo enellas tiene un carcter radicalmente distinto al que

    posee en el capitalismo, fundamentalmente porquelas relaciones de alteridad que constituyen la tota-lidad histrica que supone la produccin social enuna formacin no capitalista corresponden a otrasordenaciones. Como consecuencia de la antonimiaque aparece en Marx, debemos esperar que en so-ciedades no capitalistas no sea en el trabajo donderesida el terreno de la dominacin. En este sentidoentendemos la defensa que realiza Marx (1999:297-9) del predominio del criterio cualitativo fren-te al cuantitativo en las sociedades no capitalistas,

    pues en ellas los productos del trabajo no se en-

    Jorge Rolland Calvo

    24Complutum, 2005, Vol. 16: 7-32

  • 7/26/2019 ROLLAND, J. - Yo [Tampoco] Soy Marxista. Reflexiones Tericas en Torno a La Relacin Entre Marxi