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DANIEL-ROPS LA IGLESIA DE LOS APÓSTOLES Y DE LOS MÁRTIRES LUIS DE CARALT EDITOR BARCELONA

ROPS-Historia de La Iglesia de Cristo 01

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Daniel RopsHistoria de la Iglesia CatólicaVol. I. Jesús y su tiempo.14 VolúmenesCírculo de Amigos de la Historia-Madrid, 1971-1972.Magna y monumental obra de la historia del cristianismo a lo largo de dos milenios, con la que el autor se consagró como historiador. Henri Petiot, conocido como Daniel-Rops, 1901- 1965.

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  • D A N I E L - R O P S

    LA IGLESIA DE LOS APSTOLES Y DE LOS MRTIRES

    LUIS D E C A R A L T EDITOR

    B A R C E L O N A

  • E l Censor,

    D r . I s i d r o G om , C annigo B arcelona, 3 r de ju lio de 1954

    Im prm ase :

    t Gr e g o r io , A rzob isp o -O b isp o de B arcelona

    P or m andato de Su I^xcia. R vm a.,

    A l e j a n d r o 1e c h , P bro.Canciller- Secretario

  • 'O.yjy

  • Ttulo de la obra original

    LGLISE DES APOTRES ET DES MARTYRS

    Versin espaola de

    LUIS HORNO LIRIA

    Diciembre, 1955

    RESERVADOS T O D O S LOS D ER ECH O S

    LUIS DE CARALT, 1955

    Librairie rtheme Fayard : Paris

    I M P R E S O E N E S P A A

    C a sa Provincial de Caridad: Im prenta-lis cuela : M ontalegre, 5, Barcelona

  • (TRADUCCIN DE LA CARTA DIRIGIDA POR LA SECRETARA DE ESTADO DEL VATICANO

    AL AUTOR DE ESTE LIBRO)

    Secretara de Estado de Su Santidad.N. 184845.

    Vaticano, 30 septiembre 1948.Querido seor:

    Me complazco en acusarle recibo, de parte de Su Santidad, del ejemplar, elegantemente impreso y filialmente dedicado, que recientemente le envi usted, de su ltima obra La Iglesia de los Apstoles y de los Mrtires.

    Continuando su Historia Sagrada y su Jess en su tiempo, que con tanto favor fueron acogidas por el pblico, esta historia de la naciente Iglesia quiere ser tambin una sntesis en la que el lector del siglo X X pueda hallar, bajo una forma atractiva, un alimento, tanto para su fe como para su inteligencia.

    Su Santidad se complace en verle continuar as, con agudo sentido de las necesidades de nuestra poca, la ruta de aquellos apologistas de la primitiva Iglesia, a los cuales consagra usted en su libro las pginas pertinentes. Qu mejor apologa del Cristianismo puede hacerse hoy, en efecto, que el relato objetivo y sereno de los primeros siglos de esta maravillosa historia, en la que tan manifiesta est la intervencin divina para cualquier espritu carente de prejuicios?

    Usted ha empleado su talento en esa tarea y no cabe duda de que la acogida que se depare a esta nueva obra habr de recompensarle, como en las anteriores, del largo y minucioso trabajo que necesariamente hubo de poner. El Santo Padre se complace en desearlo as de

  • todo corazn. Pero todava ms que un xito literario, anhela un influjo bienhechor y profundo de esta obra en las almas de quienes la lean.

    Con esos sentimientos, le enva cordialsimamente, con su gratitud por su filial homenaje, una particular Bendicin Apostlica.

    Me considero personalmente muy honrado con que se haya usted dignado dirigirme tambin un ejemplar de este hermoso libro, y le ruego por ello que reciba, con la expresin de mi ms viva gratitud, la renovada seguridad, de mi total cario en N. S.

    J. B . M o n t in i Subst.

  • LA SALVACIN VIENE DE LOS JUDOS

    LOS HERMANOS DE JERUSALN

    En los ltimos aos del reinado de Tiberio, es decir, hacia el 36 el 37 segn nuestro calendario, difundise entre los grupos judos dispersos por el Imperio un rumor que despert entre ellos vivsimo inters.

    Por entonces, todo estaba tranquilo en aquel mundo mediterrneo al que Roma haba moldeado en tres siglos, conforme a sus principios. En aquel inmenso Imperio todo daba una impresin de orden y estabilidad. Cierto que su ms que septuagenario Emperador, recluido voluntariamente en las rocas de Capri, en donde se haban construido para su placer doce lujosas villas, malgastaba los posos de su vida en excesos y crueles diversiones; y que la aristocracia senatorial, ebria de bajezas y delaciones, miraba con angustia hacia aquella isla de donde apenas le llegaban otra cosa que condenas a muerte. Pero aquellas sangrientas fantasas del viejo misntropo no repercutan en el equilibrio del Estado; pues la ciudad viva sosegada, las provincias estaban perfectamente sometidas y el comercio prosperaba maravillosamente por todos los caminos del mar y de la tierra.

    Tampoco pareca que en Palestina, la ms pequea de las partes del Imperio, pasase nada excepcional. El orden reinaba en Jerusaln, bajo la desconfiada y a veces brutal autoridad del Procurador imperial Poncio Pilato. Bien aceptase gustosa la tutela romana, o bien la tolerase a la fuerza, la comunidad juda llevaba, como siempre, desde haca cinco siglos, su minuciosa vida de ritos y de observancias, segn los rgidos preceptos de la Torah y bajo el vigilante control del San- hedrn. Quin hubiese podido pensar, por consiguiente, que aquella obscura doctrina, que se pona en tela de juicio tan pronto como se la conoc a, pero a la que el ala del pjaro llevaba hasta los cuatro extremos del mundo, estaba llamada a trastocar sus cimientos, y que, menos de cuatrocientos aos. despus, habra de parecer a todo el Imperio la revelacin de la verdad?

    Tan extraordinario mensaje emanaba de un grupo reducido de

  • judos de Jerusaln. En nada los distinguiran de los dems fieles quienes los encontrasen en los atrios sagrados o en las empinadas callejuelas de la Ciudad Santa. Hasta su fe era ms viva y ejemplar, pues todos ellos eran muy asiduos al Templo, en donde se les vea reunirse de ordinario bajo el Prtico de Salomn (Hechos, V, 12, y III, 11; cf. tambin San Juan, X, 23), para recitar diariamente al amanecer y en la hora de nona la piadosa retahila de las Dieciocho Bendiciones, y observaban el sbado1 y todas las prescripciones rituales e incluso ayunaban dos veces por semana,2 segn la ancestral costumbre de los fariseos.

    No pertenecan a las clases directoras, ni tenan trato con los Prncipes de los Sacerdotes y los Ancianos del Pueblo. Y tan slo algn raro notable como Nicodemo, mantena con ellos relaciones benvolas. Pues en su mayora eran gente de humilde condicin, proveniente toda ella del pueblo; eran, para decirlo todo, am-ha-arez,s de esos a quienes menospreciaban y de quienes recelaban los instruidos escribas y los ricos saduceos. Muchos de entre ellos eran de origen galileo, lo cual se comprenda al instante en Jerusaln por su especial acento regional. Pero tambin los haba de los dems cantones de Palestina, as como de las ms lejanas colonias judas en pases infieles, del Ponto y del Egipto, de Libia y de Capadocia; e incluso los haba romanos y rabes; todo lo cual constitua, en verdad, un curioso mosaico.

    A menudo se los vea reunirse aparte, para realizar unas ceremonias cuyas apariencias seguan siendo judas, pero a las cuales daban ellos nueva significacin. Tales eran, por ejemplo, sus comidas en comn, en las cuales interpretaban de un modo extrao los ritos antiguos. Reinaba entre ellos una gran armona. Al principio se haban llamado discpulos, porque haban tenido un Maestro, un fundador;

    1. En S a n M ateo (X X IV , 20) leem os: Orad para que no tengis que huir en invierno, ni en Sbado. Pues en tiempo de Cristo se observaba el riguroso descanso sabtico.

    2. En vida de Jess reprocharon a sus discpulos que no ayunasen. Y el Maestro rep lic : P ueden ayunar los com paeros del esposo, mientras el esposo est con ellos? Durante todo el tiem po que lo tengan con ellos, no pueden ayunar. Pero ya vendrn das en que el esposo les ser arrebatado, y entonces ser cuando ayunen... (S an M a r c o s , II, 19, 20). En la Iglesia prim itiva existi esta costum bre del ayuno bisemanal, que fu introducida por la secta farisea, tal com o se ve por el m onlogo de l fariseo del Tem plo, en el fam oso Evangelio del Fariseo y del Publicano (S an L u c a s , X X V III, 12).

    3. Para todos los trminos judos particulares que hayamos de utilizar aqu, nos remitimos a Jess en su tiem po, Luis de Caralt, Barcelona, 1953. Vase principalm ente su captulo III, Un cantn en el Im perio, prrafo de ha Comunidad cerrada, para la explicacin de las palabras fariseo, saduceo, am -ha-arez, etc. (En las notas siguientes la referencia a Jess en su tiem po se har ba jo las siglas DR-JT, y la de H istoria Sagrada, Luis de Caralt, Barcelona, 1953, ba jo el signo DR-PB.)

  • pero luego les haba parecido que otra expresin se avena mejor con la misteriosa comunin que sellaba su alianza, y desde entonces se designaban ellos mismos con la palabra hermanos.

    No formaban, sin embargo, una secta como las diversas que se conocan en Israel. No afectaban la exterior austeridad de los fariseos, a quienes se vea constantemente con las filacterias en la frente, vestidos de luto y con un andar concienzudamente grave; ni pasaban su tiempo elucubrando como ellos sobre los mil y pico de preceptos que regan el descanso del sbado. Tampoco huan del mundo, como aquellas agrupaciones de esenios que all en las soledades del Mar Muerto haban asentado verdaderas formaciones conventuales, en las que, vestidos de lino blanco, multiplicaban los ayunos y renunciaban a las mujeres. Ni siquiera se haban constituido en sinagoga independientemente, en Knseth, como lo autorizaba la Ley a todo grupo que contase con un mnimo de diez fieles, tal y como haban hecho muchos ncleos de judos venidos de colonias lejanas, los cuales, fuera de las ceremonias colectivas del templo, gustaban de orar a Dios entre sus compatriotas. La gente de esta tendencia no trataba de aislarse ni de recluirse; antes al contrario, se mostraba. abierta a todos y sus jefes no cesaban de llamar a las almas piadosas para que se reunieran a su grey. De querer adherirlos a una de las corrientes religiosas establecidas, la nica que, en general, les hubiese convenido, hubiese sido la llamada de los Pobres de Israel o de los Anavim,4 que escandalizados por el lujo de la casta sacerdotal y de- .masiado incultos para poder alistarse en las filas de los fariseos, reaccionaban con humilde celo contra lo que les pareca malo en el ms santo de los pueblos, sin que tuvieran otra regla de vida que aquella cuya perfecta frmula di el Salmista: Dichoso el que teme a Yahvh y el que sigue sus caminos! (Salmo CXXVIII, 1).

    Qu vnculo reuna, pues, a los fieles de esta comunidad tan mal definida, pero cuya fortaleza era tan grande que no necesitaba de ninguna barrera exterior para mantenerse perfectamente coherente? Y por qu seguan agrupados all en Jerusaln, como si todava hubiera de realizarse en aquel mismo lugar de la accin divina algn acontecimiento cuyo secreto poseyeran?

    4. Hubo quien crey que habra existido una especie de com unidad organizada, llamada Pobres de Israel (A . C atjsse, L es pauvres d Israel, Estrasburgo, 1922). Pero

    hoy apenas si se acepta esta tesis y ms bien se reconoce en el m ovim iento de los A navim una actitud general del judaism o ms sencillamente tradicional, una corriente de pensamiento venida de lo ms lejano de la conciencia juda, hum ilde y totalmente fiel, que se haba expresado p or igual en m uchos Salmos del Antiguo Testamento y en otros textos no cannicos, com o los Salmos de Salom n y el Testam ento de los X II Patriarcas.

  • E l g r i t o d e l m e n s a j e r o de a l e g r a

    La respuesta se hallaba en esta breve frase, con la que se expresaba toda su fe: El Mesas vino entre nosotros! El mundo, desgraciadamente, ha ido olvidando este mensaje, que ha perdido as su sentido de misteriosa revelacin y su novedad subversiva. Para medir el peso que entonces posea habra que volver a encontrar las vivas races de la tradicin juda y sentir en lo ms profundo de nuestro ser ese encrespado amor y ese terror augusto que un alma fiel experimentaba ante la sola evocacin de esa venida.5

    La corriente mesinica tena su fuente en lo ms profundo de la historia de Israel. Estaba ligada en su origen al dogma nacional de la eleccin divina y transmita a travs de los siglos la fe en la antigua promesa hecha por Yahvh al patriarca Abraham, y confirmada luego muchas veces a Jacob en el suelo de Betel, a Moiss en el retumbante Sina y a los Reyes en la gloria de su capital. Cuando el viento mortal de la desgracia haba soplado sobre el Pueblo elegido, nada haba podido agostar esta agua viva. Al contrario: la certidumbre ancestral, ms poderosa y ms precisa, cristalizaba en esperanza y consuelo. Los grandes profetas se haban referido a ella sin cesar. En un admirable captulo (el undcimo), Isaas haba evocado con detalle los das en que el retoo de Jess sera como un estandarte enarbolado para los pueblos. Ezequiel haba visto cmo resucitaban los muertos y cmo la futura Jerusaln renaca de las cenizas de la antigua. Y el libro de Daniel, captando toda la historia en su conjunto, haba designado su fin providencial, la implantacin del Reino de Dios sobre la tierra mediante la restauracin gloriosa de Israel y el establecimiento de un pueblo de santos.

    Sobre todo, a partir del regreso de la Cautividad, esta imagen grandiosa se haba individualizado. Dios realizara evidentemente la Antigua Promesa, pero no directamente. El Altsimo utilizara para cumplirla a un sagrado intermediario, a un Ungido, a un Mesas, a un Cristo. Esa profunda tendencia, que siempre yace en el corazn humano, a encarnar sus ms queridos sueos en seres a quienes pueda l amar, coincidi con el dogma nacional de la Eleccin. Y confusa y contradictoria, pero con una presencia singular en todas las conciencias, la imagen del personaje sobrenatural que vendra a devolver

    5. Para un estudio ms detallado del Mesianismo y de su im portancia, remitimos a D R-PB, ltim o captulo, y a DR-JT, captulo I, prrafo La espera del Mesas. Vanse, tambin, nuestras indicaciones bibliogrficas.

  • a Israel a s mismo y a realizar la obra de Yahvh, se haba ido imponiendo cada vez ms.

    En este comienzo del primer siglo de nuestra Era no cabra dudar de que la corriente mesinica fomentaba lo mejor de la conciencia juda. En aquel momento las esperanzas temporales parecan caducadas ; se haban hundido en sangre los descendientes de los macabeos, y pequeos prncipes herodianos y funcionarios de Roma se repartan la Tierra Prometida. Y sin embargo, ningn judo pensaba en abandonarse a la desesperacin. Antes al contrario. Basta con abrir los Evangelios para captar el temblor de esperanza que estremeca sin cesar a la raza santa. Qu fueron a preguntarle a Juan Bautista los sacerdotes y los levitas cuando predicaba a orillas del Jordn? Que si era el Mesas. Qu dijo Andrs cuando corri hacia Simn? He encontrado al Mesas! Y, en su humilde fe, qu haba confesado tambin a su interlocutor la mujer samaritana delante del pozo?: Yo s que el Mesas tiene que venir y que, cuando venga, nos lo explicar todo.

    Cierto que esta imagen se interpretaba de muchas maneras en los distintos sectores de la sociedad juda. Cada cual comprenda el mesia- nismo segn su temperamento y su cultura. Un nacionalista fantico vea al Salvador como a una especie de Judas Macabeo, despiadado con sus enemigos. Un fariseo se lo representaba como a un Maestro eminentemente virtuoso, que sera la encarnacin viviente de la Ley sagrada. El vulgo, siempre hambriento de maravillas, lo rodeaba de un halo sobrenatural y milagroso. Y a veces, aprovechndose de lo violento de esta esperanza, se sublevaba un aventurero, que alentaba a sus compaeros a la inmediata realizacin de la Promesa: se haba llamado sucesivamente Judas, Simn o Athronges; y todos ellos, transcurridas algunas semanas de agitacin, se haban desplomado, uno tras otro, bajo el pilum, custodio del orden; pero ello no haba servido de leccin.

    Un gnero literario, en extremo difundido entre el siglo II antes de nuestra Era y el I de ella, explotaba incansablemente esta veta: era el Apocalptico, cuyo punto de arranque puede verse en el libro bblico de David y cuyo desenlace es el Apocalipsis de San Juan. Abundaba entonces una extraa poesa atestada de disertaciones, entre sublimes y absurdas, en las que el inflamado ensueo de una nacin en quiebra se mezclaba con especulaciones de intelectuales duchos en las disciplinas del arcano. La esperanza mesinica ms concreta, la ms temporal, serva en l de base a doctrinas escatolgicas que pretendan revelar los ltimos fines del hombre y el ltimo sen

  • tido de los dramas csmicos. Estos libros, apartados por la Iglesia del Canon del Antiguo Testamento6 y, por consiguiente, apcrifos el Libro de Henoch, el Libro de los Jubileos, el Testamento de los Doce Patriarcas, y, un poco ms aparte, los Salmos de Salomn, en los cuales es ms sensible la intencin piadosa, y ms tarde, el Apocalipsis de Esdrs ejercieron seguramente profunda influencia sobre el alma juda de su poca. Demuestran hasta qu punto, en el Israel de entonces, se esperaba la venida del Mesas como una revelacin fulminante a la que tena que acompaar una subversin repentina. Dichosos los que vivan en los das del Mesas se cantaba , pues vern la felicidad de Israel y a todas sus tribus reunidas! Pero tambin se repeta, bisbisendolo al odo, que la venida del Ungido sealarase con atroces signos, que ta madera goteara sangre, las piedras hablaran y en muchos lugares del mundo se abrira un abismo. Y la alegra de sus esperanzas se mezclaba as con el pavor.

    Todo este conjunto psicolgico, compuesto de fe sencilla, viva piedad, deseo de revancha, terror ntimo y gusto popular por lo fantstico, cosas todas que formaban reunidas una extraa exaltacin espiritual, es lo que hay que intentar captar para comprender lo que poda significar la expectacin del Mesas en un alma israelita de la dcada treinta; y para entender tambin los sentimientos de estupor y de angustia que tuvieron que anonadarla en el instante en que se le afirm que se haba cumplido la espera.

    Que resuene en Sion el clarn de las fiestas! Lanzad en Jerusaln el grito del mensajero de alegra! Decid que Yahvh visit misericordioso a Israel! De pie, Jerusaln; arriba los corazones! Mira a tus hijos de Levante y de Poniente agrupados por el Seor! Su divino jbilo llega tambin del Norte y se renen desde las ms lejanas islas. Nivelronse los montes, se esfumaron las colinas y los bosques les dieron sombra durante su camino. Recogieron maderas aromticas de toda especie, a fin de hallarse dispuestos para la fiesta del Seor. Viste tus galas de gloria, Jerusaln; limpia tu veste de santificacin. Porque Dios prometi a tu pueblo la dicha en el siglo actual y en la prosecucin de los siglos. Que venga, que se cumpla la promesa de Dios, hecha antao a nuestros Padres, y que Jerusaln resurja para siempre por el santo nombre! (Salmos de Salomn, XI).

    Tal era la plegaria del judo creyente. A la cual respondan los miembros de la comunidad de los hermanos que estas cosas se

    6. Sin embargo., ha de observarse que el L ibro de Henoch, m uy reverenciado en la Iglesia prim itiva hasta el siglo iv, se cita en la epstola de San Judas (14), y que la Iglesia etope lo tiene p or cannico.

  • haban cumplido ya, y que el grito del mensajero de alegra haba resonado ya sobre aquellas colinas. Y uno de ellos, Simn, apodado Pedro, que conducase como jefe, un da que hablaba ante un auditorio importante, haba dado estos detalles, todava ms difciles de admitir:

    Hombres de Israel, escuchad esto. Jess de Nazareth, Ese hombre por el que Dios haba atestiguado, por los actos de poder, los prodigios y los milagros que le visteis realizar entre vosotros; Ese mismo a quien, segn los designios de la presciencia de Dios, hicisteis vosotros que muriera por manos de los impos, clavado en una cruz; a se, Dios lo resucit, rompiendo para l los lazos de la muerte, y de ello somos testigos todos nosotros. Y desde entonces, segn la profeca de David, est sentado a la diestra del Padre. Que toda la casa de Israel lo sepa, pues, como una certidumbre: Dios hizo Seor y Mesas a ese mismo Jess a quien vosotros crucificasteis! (Hechos, II, 22).

    L a f e e n J e s s y s u s g a r a n t a s e s p i r i t u a l e s

    De dnde vena a esos hombres la conviccin que as afirmaban? Jess de Nazareth, cuyo destino humano y cuya misin divina resumiera perfectamente Pedro en tan pocas frases, haba afirmado que l era el Mesas. Cuando, llevado ante el Sumo Sacerdote, en una hora decisiva, haba tenido que formular una respuesta en la que comprometa su vida, no haba vacilado en reivindicar ese ttulo de Salvador. Eres t el Cristo? El hijo del Bendito? Lo soy, y veris al Hijo del Hombre sentarse a la diestra del Todopoderoso y venir, rodeado de las nubes del cielo (San Marcos, XIV, 61).

    Esta misma frase, tenida por blasfema, fu la que determin a los jefes de Israel a ensaarse con l y a condenarlo a muerte. Su testimonio, sellado as con sangre, poda ser, pues, de mximo peso; pero la historia ha conocido muchos aventureros que, en persecucin de quimeras, estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo, incluso su existencia.

    En vida de Jess aun poda comprenderse esta fe. Los testigos refieren que emanaba de l un poder singular, compuesto de irradiacin espiritual y de ternura, una fuerza inexplicable que someta las inteligencias, colmaba de amor los corazones y que, al difundirse en las almas, las elevaba hasta su cima. Fueron incontables los ejemplos de hombres y de mujeres que, desde la primera vez que lo encon

  • traron, se sintieron ligados a l, como si, desde toda la eternidad, les hubiese estado esperando y llamando por sus nombres. Y desde aquel momento, y para seguirlo, haban aceptado rechazar toda su vida antigua y realizar en s mismos una transformacin total.

    Pero, una vez muerto, cmo pudo sobrevivir la conviccin de que aquel Crucificado del Calvario era en verdad el vencedor del Tiempo? El misterio de la fe en Jess, razn y gracia a un tiempo, existi ya en estos lejanos orgenes, como hubo de brillar luego en toda su evidencia en aquellas dramticas horas en que, frente a los verdugos de Roma, millares de seres la prefirieron a todo, incluso a su vida; o como, a travs de los siglos, se ha seguido prolongando en el silencio de los Carmelos y de las Cartujas o en los obscuros sacrificios de las misiones o de los asilos.

    Sin embargo, los hombres que siguieron, en vida, a Jess, no eran ms que hombres; y no carecan de esas debilidades por todos conocidas. Y as, cuando el Gran Consejo decidi triturar el movimiento del Galileo, pudo parecer que lo haba logrado. El terror dispers a su pequeo grupo. Hasta el primero de los discpulos reneg de su Maestro. Y al pie de la Cruz, slo pudo verse a un puado de obstinados, sobre todo mujeres, pues los dems haban huido, escondindose, por lo que se contaba, en alguna de las tumbas helensticas erigidas al fondo del barranco. Por qu, pues, unos piadosos judos, buenos ciudadanos de la Ciudad Santa, persistan en su fidelidad a la memoria de ese agitador vencido, que deba parecerles justamente castigado por sus autoridades?

    Los miembros de la comunidad de los hermanos oponan a semejantes preguntas una respuesta situada en el mismo plano de las realidades sobrenaturales que deban manifestar la Era mesinica. S, ellos vean en Jess al Mesas a pesar de todo, a pesar del atroz fracaso de su destino terrestre, pero no en virtud de una sencilla adhesin sentimental, sino porque les haban sido suministradas unas pruebas flagrantes de su carcter providencial. Estas prendas sobrenaturales eran tres. Todos los libros escritos por la primera generacin cristiana, Evangelios, Hechos, Epstolas, hacen resaltar su importancia y demuestran que la fe descansaba sobre ellas.

    La primera haba sido dada por el mismo Jess la vspera de su muerte, en la noche del jueves. Al compartir con los suyos la Cena de su ltima Pascua haba partido el pan, cogido una copa de vino y dadas las gracias, diciendo: Este es mi cuerpo, dado por vosotros: esta es mi sangre, derramada por vosotros. Con este gesto, haba sintetizado en una frmula sacramental una enseanza sobre la cual

  • haba insistido con anterioridad en varias ocasiones. Cuatro veces por lo menos haba advertido a los suyos del drama con que debera acabarse su misin sobre la tierra, subrayando la ineluctable necesidad de su muerte y el sentido de sacrificio que debera entraar. En Ca- farnaum, su admirable leccin sobre el Pan de Vida haba precisado de antemano esta doctrina: Yo soy el Pan de Vida. Si alguien comiere de este Pan, vivir eternamente. Y el Pan que yo dar para la salvacin del mundo, ser Mi carne.

    De momento no haba sido comprendido. Cegados por la imagen, ms difundida en Israel, de un Mesas glorioso y predestinado a la victoria, los discpulos y el mismo Pedro se haban negado a creer en la necesidad de la oblacin. Pero al pasar a los hechos (una vez transcurrido el momento, muy comprensible, de humano desconcierto) la muerte de su Maestro haba tomado una importancia decisiva para la fe de los suyos. Primero, porque haba confirmado de modo clamoroso sus dotes profticas. Luego, porque haba establecido entre l y ellos un vnculo que nada podra romper, puesto que era el de una participacin en su vida divina, segn su propia promesa.Y por fin, como tambin lo haba dicho l, porque era el signo de una nueva alianza;;. Para algunos judos creyentes, instruidos en los textos, como ellos eran, resultaba patente que la necesidad de la inmolacin haba estado ligada siempre al misterio de la Alianza, desde el sacrificio de Abraham al del Cordero pascual; y el sacrificio del Calvario haba tomado as para ellos su verdadero alcance. Y lo mismo que Israel en el curso de los siglos haba obtenido su fuerza de su inquebrantable conviccin de su antigua Alianza con Dios, los fieles de Jess iban a enfrentarse con la Historia sostenidos por la certidumbre de que la muerte de su Maestro era para ellos la prenda de la Nueva Alianza.

    Tanto ms cuanto que el carcter sobrenatural de su destino les haba sido confirmado esplendorosamente por el ms asombroso de los Milagros: por la Resurreccin. Cuando en la maana de Pascua, las Santas Mujeres al llegar a la tumba la haban hallado vaca y haban corrido a llevar la noticia a los aterrados discpulos, la luz se haba hecho en ellos. Aunque no en seguida. Les haba parecido el hecho tan increble, que haban vacilado en admitirlo. Haban desconfiado de esas historias de mujeres. Un poco ms tarde, Toms incluso haba de exigir comprobar antes de consentir. Pero la Resurreccin, confirmada por numerosos testimonios, haba ocupado un lugar determinante en la nueva fe y se haba convertido en la clave de bveda de su edificio doctrinal.

  • Y as. ya lo hemos visto. Pedro la haba proclamado solemnemente como una certidumbre. Y cuando en el colegio aue diriga a la pequea comunidad, hubo que sustituir a uno de ellos. Judas, muerto por su traicin, se haba dicho expresamente que el sustituto debera ser un testigo de la Resurreccin. Y ms tarde, el mayor mensa- iero de la nueva fe dira a un grupo de fieles a quienes escriba: Si Cristo no resucit, es vana nuestra predicacin y vana tambin nuestra fe y la de todos vosotros (San Pablo, Primera Corintios, XV , 14).

    Qu significaba, pues, esta prenda de la Resurreccin? No era slo una promesa personal, al dar las ...primicias de los que murieron (I Corintios, 20); ni colmaba tan slo esa antigua esperanza de los hombres, que haban formulado las grandes voces profticas de Israel; Isaas, Daniel, Ezequiel, Job, al decir que con este esqueleto, revestido de nuevo con su carne, ver a Dios; ni era tampoco una respuesta a la interrogacin, mezcla de burla y de inquietud, del pagano Sneca cuando deca: Para que pueda yo creer en la inmortalidad, sera preciso que resucitase un hombre sino que asentaba en el alma de los fieles la certeza de su victoria. Porque si esta promesa de resucitar al tercer da, que Jess haba hecho, se haba cumplido, siendo la ms difcil de cumplir, era incontestable que tambin se cumpliran todas las dems y, sobre todo, aquella en la que diio aue l vencera al mundo y que los suyos asistiran a su glorioso retorno.

    Y, por otra parte, acaso no haban visto ellos, con sus propios ojos, la primera manifestacin de esta apoteosis? Transcurridos cuarenta das desde la maana de la Resurreccin, cuarenta das durante los cuales Jess multiplic las pruebas, pasmosas e irrefragables a un tiempo, de su supervivencia, hallndose un da sobre el Monte Olvete, a la vista de los Apstoles, elevse de l tierra y desapareci en una nube, escapando a sus miradas (Hechos, I, 9. 11). No constitua tambin un signo esta Ascensin? Porque nadie subi nunca al Cielo, smo El que descendi del Cielo, el Hijo del Hombre (San Juan, III, 13).

    Los fieles de Jess, refirindose a semejantes hechos, tan evidentemente mesinicos, tenan, pues, unos serios argumentos frente a sus compatriotas. Pero, habran tenido la fuerza de sostenerlos, de ir a contracorriente de casi toda la opinin, que rechazaba el mesianismo de su Maestro, y de oponerse a la autoridad de la cosa juzgada? Para ello diseles una tercera prenda, consistente tambin en una promesa del Maestro: Yo os enviar al Espritu consolador les haba dicho , y l convencer al mundo y os guiar en toda la verdad (San

  • Juan, XVI, 7, 13). Y esta promesa se haba cumplido el da de Pentecosts. Conmemorbase entonces la revelacin hecha por Dios a Moiss, y he aqu que haba surgido otra revelacin an ms importante. Hallndose reunidos los Apstoles de repente, haba venido. del cielo un ruido, parecido al de un viento imperioso, y toda la casa se natta llenado de l, luego haban aparecido unas lenguas, como de fuego, y se haban posado una sobre cada uno de ellos, y todos se na oan sentido llenos del Espritu Santo. Y en seguida haban empezado a nabiar en toda ciase de lenguas; tal como el mismo Espritu les haba concedido que se expresaran (Hechos, II, 4).

    Para comprender plenamente el sentido de este otro misterio hay que referirse tamoin aqu a la tradicin protica juda, de la cual estacan imbuidos todos estos hombres. La efusin del Espritu deba ser el uitimo signo de la Era rnesiamca. El Ungido haba sido con- ceoido siempre como el mensajero del Espritu; y este Espritu deba difundirse a su alrededor, transformando al mundo y exnortando a los hombres a una vida nueva, de herosmo y de santidad. Ezequiel (XXXVI, 28 y ss.) haba dicho as: Les dar slo corazn y pondr en ellos un espritu nuevo. Les arrebatar su corazn de piedra y les dar un corazn de carne, para que caminen en mis mandatos y cumplan mis rdenes. Y difundir un espritu de gracia y de oracin sobre la casa de David y el pueblo de Jerusaln.

    La venida del Espritu Santo haba sido, pues, la tercera y ms definitiva prenda sobrenatural. A partir de ese momento, aquellos hombres no haban formado ya una simple comunidad fraternal, sino una entidad a un tiempo humana y sobrehumana de almas elegidas, enteramente renovadas y dispuestas a asumir por su fe todos los riesgos; es decir, esa comunidad que luego llamse la Iglesia. Todos los textos primitivos sealaron la importancia del hecho. Quienquiera no tenga el Espritu de Cristo, no es de Cristo, dijo San Pablo (Romanos, VIII, 9). Y por el contrario, San Pedro, cuando vacilaba en recibir en el seno de la Iglesia a unos paganos convertidos, reconoci : Cabe rehusar el bautismo a gentes que han recibido el Espritu Santo como nosotros mismos? (Hechos, X, 47). A partir de Pentecosts, la fe de los fieles de Jess no slo se haba afianzado, sino que hzose conquistadora. Presintieron que ellos constituan, en el seno de la comunidad juda, cuya existencia y cuyos ritos compartan, otra especie de hombres, una nueva raza destinada a sembrar la tierra. Y desde entonces llevaron en s esa fuerza que da victoriosa audacia a las minoras resueltas.

    Y eso fu exactamente lo que se manifest tan pronto como se

  • hubo realizado la efusin del Espritu. El ruido del fenmeno atrajo alrededor de la casa a una muchedumbre pues justamente la fiesta de Pentecosts haba llevado a Jerusaln a muchos visitantes , y el espectculo de la agitacin y los poliglotas discursos de aquellos hombres la movi a risa. Burlronse de ellos: Han bebido demasiado vino dulce! Pero Pedro se irgui y se encar en la multitud. Ya no tena miento; jams haba de volver a cantar ya, para l, el gallo de la negacin. Y fu entonces cuando proclam su fe por vez primera, en los trminos que leimos antes, esa su inquebrantable fe en Jess como Mesas. Y en ese instante, con esa declaracin apologtica, que era tambin una declaracin de guerra al mundo, comenz la historia cristiana.

    V id a c o m u n a l

    El Nuevo Testamento ofrece a quien quiere conocer los comienzos de la sementera cristiana y la vida de esa primera comunidad que cobij al Evangelio a raz de su nacimiento, un documento de primer orden, que es el libro de los Hechos de los Apstoles. Escrito muy poco tiempo despus de los acontecimientos hacia 60-64 por un hombre que, sin ser su testigo directo, movase an en la ms viva tradicin, es obra de un inters nico. Verdad es que est bastante incompleta, porque su autor, por concienzudo que quisiera ser, no pudo conocerlo todo ni reunir todos los hechos; porque su origen y sus vnculos personales7 le impulsaron a considerar la accin de tal o cual jefe antes que todo el conjunto; y sobre todo, porque su propsito, como el de todas las obras del cristianismo primitivo, no fu satisfacer la curiosidad de la historia, sino exaltar la fe. Ello no obstante, en la perspectiva en que voluntariamente se sita, es un testimonio admirable. No cabe leerlo sin emocin. Cierto es que no vemos en l ese brillo sobrenatural que, en los Evangelios, brota directamente de la persona de Jess: y que todo el relato hace sentir all el inmenso vaco dejado por la desaparicin del Maestro. Pero, por ms inspirado que sea, es tambin un libro humano que cuenta acciones de hombres y como tal nos conmueve. De qu otro texto podr nunca surgir una imagen ms dulce y ms confortadora que la que nos dan los Hechos de ese cristianismo casi exento de las servidumbres del mundo y que trat de realizar sobre la tierra el Reino de Dios, a pesar de las miserias inherentes a nuestra naturaleza?

    7. Vase ms adelante, en el captulo II, el prrafo Anunciacin de Cristo a los gentiles. San P ed io y San Pablo aparecen en los H echos en prim er plano, mientras que los dems Apstoles casi son totalmente ignorados. Sobre el libro de los Hechos y bu autor, vase el capitulo VI, prrafo Gestos y textos de los Apstoles.

  • Cuntos fueron estos primersimos fieles? Es casi imposible decirlo. San Lucas indica en los Hechos (I, 15) la cifra de ciento veinte, y San Pablo (I Corintios, XV, 6) habla de que quinientas personas reunidas vieron aparecerse a Jess resucitado. Pero, aparte de que estos datos se refieren al primer comienzo, a las mismas semanas que siguieron a la muerte de Cristo, nada prueba que se tratase all de todos los miembros de la comunidad naciente. A continuacin del primer discurso de San Pedio, nos cuentan los Hechos que tres mil personas se adhirieron de una vez a la nueva fe (II, 41); y un poco despus hablan de cinco mil adeptos (IV, 4). Luego, si pensamos que, hacia el 35 el 37, Jerusaln contaba con varios millares de creyentes, pero que stos eran todava en la ciudad una dbil minora, debemos estar en lo cierto.

    Tampoco cabe formarse de su organizacin ms que una idea aproximada. La tenan ciertamente, pues toda empresa humana la supone, y el mismo triunfo del Cristianismo en el plano temporal prueba que su crecimiento obedeci a esa profunda ley de la historia que quiere que, para desarrollarse, un movimiento haya de tener un personal slido, un principio de mando y un mtodo de accin, todo ello en estrechas relaciones y como fundido con la doctrina. Por otra parte, el mismo Jess haba dado todo eso a los suyos e incluso uno de los ms asombrosos aspectos de su actividad en la tierra es, para quien sabe leer el Evangelio, ese esfuerzo prctico de organizacin y de educacin que realiz y cuyas consecuencias se prolongan hasta nosotros. Todo prueba que Dios hecho hombre saba que, para so- brevivirle, su obra necesitara de instituciones humanas.8

    Por eso, los fundamentos institucionales creados por l se encuentran tambin en la comunidad primitiva. Tenemos la impresin de que los Apstoles, sus primeros testigos, los que l mismo design y estableci, gozaron, como es natural, de una gran autoridad moral.

    8- No es ste uno de los aspectos de Cristo que ms se estudian, pero es, sin embargo, uno de los ms apasionantes y quizs aquel en el que ms ha de ahondar el porvenir. Jess no fu slo el poderoso despertador de almas, el autor y el portavoz de la sublime doctrina y la vctim a sobrenatural que todos sabemos, sino que se revel tambin com o el ms sabio de los fundadores, el ms preciso de los educadores y el ms eficaz hom bre de accin. D i a los suyos una enseanza concreta, digna de una escuela de mandos o de un curso de propaganda; les ense una tctica. En todo caso, tenemos derecho a decir que la Iglesia naci de Cristo, pues tanto las instituciones com o los dogmas que verem os desarrollarse en el curso de los siglos, tienen sus races en su enseanza, y as, desde sus com ienzos, present la Iglesia ese doble carcter que persistira en ellas hasta nuestros das (y que hace que su historia sea tan d ifcil de captar) de ser, a l mismo tiem po, una m anifestacin de fe, com o cuerpo m stico del Dios vivo, que es su alma, y un conjunto de instituciones humanas, queridas tambin por Dios. Aspecto de la obra de Cristo quf tratamos de iluminar en los captulos V, VI y IX ds Jess en su tiem po,

  • Hasta la cifra de doce, en que limit a su grupo, tuvo ciertamente un valor de signo, pues apenas se supo el suicidio de Judas, y aun antes mismo de que hubiese soplado el hlito sagrado de Pentecosts, Pedro pidi a los dems que lo sustituyesen por cooptacin, y al proponer el Colegio Apostlico a dos candidatos, el Espritu Santo design a Matas por medio de la suerte (Hechos, I, 15, 26). Pedro parece haber ocupado un lugar de primer orden entre esos doce. Le veremos repetir a menudo lo que hizo con ocasin de esa eleccin, pues l era quien tomaba las iniciativas. Su opinin pesaba. Fuera de l, apenas si hubo otro que apareciese a viva luz, de no ser Juan, el hijo de Zebedeo.

    Esta preeminencia de Pedro, cuya importancia fu considerable en cuanto a sus consecuencias en la historia cristiana, descansaba tambin sobre la declaracin expresa del Maestro, que quiso dar a su formacin un principio jerrquico y que design claramente como la piedra sobre la cual se edificara la Iglesia a aquel hombre prudente y de corazn generoso, que fu Simn, el viejo roca.9

    Junto a los Apstoles, hubo ciertamente ayudantes, auxiliares, una especie de apstoles secundarios. Cabe enlazarlos con el colegio ampliado de los Setenta (o setenta y dos) que instituy el mismo Jess, en el segundo ao de su actuacin, al ver crecer el nmero de sus fieles?10 Fueron el origen de esos presbteros que hemos de hallar en todas las comunidades cristianas? Cul fu exactamente su papel? No sabramos precisarlo.

    Tambin tenemos la impresin de que, al lado de la autoridad apostlica y quiz sobre un plano diferente, existi en la comunidad de Jerusaln la de otras personalidades, concretamente la de Santiago, a quien llamaban el hermano del Seor, es decir, uno de sus primos hermanos.11 Cuando, en el siglo iv, Eusebio, el primero de los historiadores cristianos, recogi unas tradiciones distintas a las de los Evangelios y los Hechos, insisti sobre el papel de este santsimo personaje que no beba vino, ni bebida embriagadora, ni coma nada que hubiese tenido vida... y al que se le haba llegado a volver la piel de las rodillas tan callosa como la de los camellos, de tanto estar arrodillado orando. Habremos de ver en este Santiago, conforme a semejante retrato, al jefe de una tendencia especficamente juda,

    9. N o queremos reanudar aqu la clebre discusin sobre la autoridad del pasaje evanglico en que form ulse esa designacin (S an M ate o , X V I, 13, 20). Expusimos ya en DR-JT, captulo V, prrafo Pedro y la gloria de Dios, las razones que la crtica catlica tiene para tenerla com o irrefutable

    10. Vase DR-JT, captulo VII, prrafo Am igos y fieles.11. Sobre el sentido de la expresin hermanos del Seor, vase, en DR-JT,

    el ndice de las cuestiones discutidas.

  • que habra encerrado a la nueva fe en el marco del ms estrecho lega- lasmo, en oposicxon mas o menos neta con la del Colegio Apostlico que prefera el Espritu a la .Letra? Porque en tal caso las instituciones oe la primera comunidad habran reflejado, muy de prisa, esa divergencia en la interpretacin del mensaje de Jess que, efectivamente, nemos de ver producirse.12 Pero sin duda es exagerado situar en los trminos de una visible oposicin de personas lo que, en principio, no debi ser ms que una simple diferencia de acentuacin. Porque entre esos fieles existan demasiados vnculos slidos para que las reacciones de la naturaleza humana viniesen a comprometer gravemente tan admirable unidad.

    As como no podemos comentar los detalles de la organizacin, tampoco podemos examinar los ritos y las observaciones que caracterizaban a los primeros fieles, con la precisin con que desearamos hacerlo. Sin embargo, distinguimos entre ellos tres fundamentales y que constituyeron luego las bases de la vida religiosa cristiana; el bautismo, la imposicin de manos y la comida comunal.

    Los Hechos, como las Epstolas de San Pablo, presuponen que el bautismo se sobreentenda en las primeras iglesias y que todo nuevo adepto lo reciba en el momento de su admisin. Por qu? Evidentemente porque el mismo Jess lo haba recibido de Juan Bautista y porque, despus, sus discpulos haban bautizado. Pero el rito cristiano posey ciertamente caracteres propios. El bautismo de Juan se haba diferenciado de las abluciones judas y de los mik-weh rituales13 por el hecho de ser un bautismo de penitencia. El de los cristianos inclua ciertamente la voluntad de renovacin y de purificacin moral, pero implicaba otra cosa. Los Hechos decan que cada cual deba ser bautizado en nombre de Jesucristo, para el perdn de los pecados (Hechos, II, 38) y vemos as que cuando San Pablo encontr en feso a unos bautizados de Juan, les revel que el rito por ellos cumplido no bastaba, y los bautiz de nuevo en nombre de Jess (Hechos, XIX, 1, 5). Habra que admitir, pues, que segn una frmula que se ha perdido, los bautizados de la nueva fe deban reconocer el mesiazgo de Jess y abjurar de la falta nacional cometida contra su persona?1*

    12. Cabra ver la huella de esta especie de dualidad en el Apocalipsis (X X I, 13; IV, 4; V , 8>, pues el vidente halla inscritos en la Jerusaln celeste los doce nombres de los Apstoles sobre los doce basamentos de la muralla, pero los ancianos estn alrededor del trono del cordero, sentados en veinticuatro tronos.

    13. Vase DR-JT, captulo I, prrafo El mensaje del dautista.14. El rito mismo del bautismo no nos ha sido descrito ni en los H echos ni en

    los Evangelios. Pero la Didach, texto cristiano de fines del siglo i, nos ensea que, administrado normalm ente por inmersin, tambin poda serlo, excepcionalm ente, por aspersin.

  • La accin sobrenatural del bautismo parece perfeccionarse con otra ceremonia: la de la imposicin de manos. Tratbase tambin all de una antiqusima prctica israelita., cuyos ejemplos en el Antiguo Testamento son innumerables, para cuando haba que conferir a un ser una eficacia sobrenatural, la potestad de padre de familia, o el poder real (por ejemplo Gnesis, XLVIII, 17). Tambin haba sido familiar a Jess (San Marcos, V, 23; San Mateo, IX, 18; XIX , 13, 15; San Lucas, IV, 40; XIII, 13). Renn vi en ella el acto sacramental por excelencia de la iglesia de Jerusaln, lo que quiz sea demasiado decir, aunque es cierto que se la ve repetida muchas veces en la historia de los primeros tiempos cristianos (Hechos, VI, 6, y VIII, 17, 19; IX, 12, 17; XIII, 3; XIX, 6; XXVIII, 8). Qu sentido tena exactamente? Es difcil fijarlo. Parece que implicaba ya la significacin que le vemos conservar en nuestros das en el sacramento del Orden, es decir, la de ser una transmisin directa de todos los dones que el Espritu Santo haba derramado sobre los primeros discpulos en el da de la Pentecosts, dones de gracia, de luz, de valor y de prudencia. El bautismo abrira pues, a los creyentes, la puerta de la verdad, pero la imposicin de manos les permitira proseguir su camino.

    El ms emocionante de estos antiqusimos ritos era el de la comunin. Era tambin uno de los ms practicados. Los primeros fieles eran asiduos a la enseanza de los Apstoles y a la comunidad, a la fraccin del pan y a las plegarias (Hechos, II, 42). Estos gapes comunales eran verdaderas comidas. El texto lo dice formalmente: tomaban su alimento (II, 46). Pero, implicaban, como la actual Eucarista, un sentido muy superior? Comer en comn es, en todos los pases, un rito de unin; entre los judos, en el umbral de la comida sabtica se parta solemnemente el pan, consagrndolo al Seor. En el uso cristiano, hubo ciertamente algo ms, y aunque los Hechos no establezcan relaciones formales entre esas ceremonias comunes y el recuerdo de Cristo, la verosimilitud sugiere que existieron en el espritu de los fieles. Cmo se hubiese entendido, si no, en los Evangelios, la frase de Jess cuando orden en la ltima Cena Haced esto en memoria ma!?

    Nos representamos bien a estos primeros creyentes, que partan el pan con alborozo, alabando a Dios, y hacan alternar el Maraa Tha, o Ven, Seor tradicional, con los hosannas que clamaban su certeza del cumplimiento mesinico, uniendo as el pasado de su raza al porvenir de su fe ; y que al consumir el pan de vida sentan con toda su alma ferviente que, ms que un rito conmemorativo, era aquello una participacin en la vida divina. Pues sin duda fu por

  • la comunin cmo estos primeros creyentes se percataron de que, en verdad, desde que el Espritu Santo sopl sobre ellos, ms que una asamblea de amigos y ms que una reunin piadosa o que la escuela de un maestro, ellos eran una sociedad de hombres que vivan en Cristo y para Cristo, una comunidad de santos, una Iglesia.15

    Vivir en Cristo, por l y para l; tal es, en efecto, el nico designio que revela su existencia. Si no captamos sino las lneas generales de la constitucin y del culto de la primera Iglesia, hay una realidad humana que se impone al espritu con una irresistible fuerza de conviccin, cuando consideramos sus rasgos. Es la de un esfuerzo admirable realizado para poner en prctica los preceptos del Maestro y para realizar en cada ser la renovacin completa que l exigi. Todo el texto de los Hechos est sembrado de exquisitas frases que retratan bien esta atmsfera de generosidad y de fervor. La alegra y la sencillez de corazn estn difundidas por doquier. La multitud de los creyentes no tiene ms que un corazn y un alma. Practicaban verdaderamente esta caridad dulce y humilde, esta amistad de hermanos que alab San Pedro en su primera Epstola. Y la prueba de que este cuadro no era slo idlico, sino tambin verdadero, es que el redactor de los Hechos no vacil en marcar en l unas sombras, en dejar ver que la naturaleza humana, volviendo por sus fueros, introduca all, a veces, un rasgo de miseria y de pecado.

    Cristo estaba an all, muy prximo. Le conocieron muchos de los que dirigan la comunidad. Evocaban recuerdos personales; referan lo que vieron y oyeron cuando Jess enseaba en el lago de Tiberades o en los atrios del Templo, entre la multitud. Recogironse todos los detalles que sobre su vida posean y elaborse as una cate- quesis que se concret mediante tradicin oral antes de que fuese escrita y se convirtiera en el Evangelio. La presencia del Maestro en el seno de las almas era tan sensible como lo haba sido ya para la Magdalena y para los discpulos de Emmas; cada cual la notaba dentro de s mismo con una certidumbre entusiasta y un emocionante ardor: Qudate con nosotros, Seor! El Maestro est ah!.

    Manifestse una intensa vida espiritual. Rivalizaban todos en el esfuerzo de santidad. El mundo pareca germinar en gracias por

    15. El reconocim ieno de Jess en la fraccin del pan atestigua la relacin que existe originariamente entre la fe de la resurreccin y la cena eucaristica. En la comida de com unidad se afirmaban al mismo tiem po la fe en la resurreccin y en la presencia de Jess en m edio de los suyos, pues ambas no formaban, por decirlo as, ms que una misma fe en Cristo siempre v ivo . La im portancia particular de estas frases deriva de haber sido escritas por un hom bre poco sospechoso de com placencia ; por A lfred Loisy (Les A ctes det A potres, Pars, 1920, pg. 217).

  • doquier. Se multiplicaban los prodigios y los milagros. Visiblemente se realizaba sin cesar aquella Su promesa de que a quien crea en M, le brotarn de su seno ros de agua viva (San Juan, VII, 38). Y como la expectacin apocalptica que yaca en el corazn de Israel se mezclaba secretamente a estas imgenes, preguntbanse si no estara muy prximo el glorioso retorno del Mesas, si no iran a verlo reaparecer sobre las nubes del Cielo, en una aterradora manifestacin. En verdad que era ste el momento de que las vrgenes prudentes comprobasen si haba aceite en su lmpara y preparasen su alma para la visita del Esposo.

    Un rasgo importante y frecuentemente comentado de esta Era cristiana primitiva procede a un tiempo del ideal de fratenidad y de la conviccin de una prxima parusa. Los Hechos refieren que los fieles ponan todo en comn. Todos los que posean campos o casas las vendan y aportaban el precio de lo que haban vendido y lo depositaban a los pies de los Apstoles. Luego se distribua a cada cual segn sus necesidades (Hechos, IV, 32, 35). Se haba, pues, convertido en regla comn el precepto que Jess impusiera al joven rico: Vende lo que tienes, distribyelo a los pobres, y tendrs un tesoro en el cielo (San Jucas, XVIII, 22). Se citaba con admiracin a un hombre, Jos, apodado Bernab, cuya generosidad parece haber sido saludablemente contagiosa. Y referase, por el contrario, con terror, la historia de aquellos dos esposos, Ananas y Safira, que haban intentado engaar al Espritu Santo, fingiendo aportar todos sus bienes a la comunidad, cosa que no estaba impuesta, siendo as que disimulaban parte de ellos, y a los cuales la justicia divina haba fulminado sucesivamente (Hechos, V, 1, 11). Esta prctica comunal, sin haber sido exigida por ninguna ley, pareci pues generalizarse, y la fraternidad cristiana no fu, as, en aquel momento, una palabra vana.

    Tal es el cuadro que present la primera Iglesia. Y esas imgenes tan conmovedoras persistieron, de siglo en siglo, en la tradicin cristiana, como modelo y como nostalgia.

    No PODEMOS CALLAR ESTAS COSAS

    Pero el desarrollo de la comunidad cristiana no iba a tardar en presentar problemas. Y el primero, el de sus relaciones con aquel mundo judo del cual formaba parte. Lo vimos ya: los primeros fieles de Cristo no se situaron ciertamente fuera de la obediencia de la Torah. Acaso no haba afirmado Jess que no haba venido a abolir la ley, sino a cumplirla? No haba proclamado que ni una sola

  • tilde de la Lev caducara? (San Mateo. V. 17. 19). Era. pues, natural que estuviesen atentos o devotos en las radones y en las ceremonias del Templo, que estuviesen incluso ms atentos y con ms devocin que otros muchos israelitas, puesto que la fe en la realizacin me- sinica-exaltaba sus almas y las acercaba a Dios.

    Sin embarco, deba dibuiarse insensiblemente una fisura entre ellos v los dems ludios. Aun sin que ellos lo quisieran, y simplemente ooraue vivan en Jess, su existencia iba a diferenciarse en la Dretica de la de quienes para nada crean en l. As. por ejemplo, la fiesta semanal ritual, el Sabhat. minuciosamente consagrado a la oracin, situbase en el sbado. Sabemos oue los primeros fieles, a fuer de ludios lo observaban. Pero a su lado se les haba impuesto otra fiesta, la del Da del Seor, en la cual conmemoraban la Resurreccin; en las Epstolas de San Pablo (I Corintios, XVI, 2), en los Hechos (XX. 7), as como en ese texto no cannico llamado Carta de Bernab, que data de alrededor del 132, se halla la prueba de que este primer da de la semana era fiesta para los cristianos. De ah result una rivalidad entre esos dos das igualmente santos y, poco a poco, venci el domingo.16 Por rasgos de este gnero, los primeros cristianos iban, pues, a sentirse ellos mismos y a revelarse netamente a todos, como judos diferentes de los dems.

    Pero estas divergencias de actitud, aun siendo considerables en el ms formalista de los pueblos, no eran nada todava al lado de la oposicin fundamental que, tarde o temprano, deba manifestar la vigilancia oficial contra los herederos del Crucificado. Las autoridades sacerdotales hubieran podido desdear a un puado de fanticos que rumiasen entre ellos sus recuerdos; pero desde el instante en que los cristianos continuaron una propaganda que pareca tener xito, vironse obligadas a ponerse en guardia. Al afirmar que Jess era el Mesas, los miembros de la comunidad no slo se situaban en rebelda contra Dios y la Ley, ya que su iefe haba sido condenado por el Tribunal sagrado bajo una acusacin particularmente grave y conforme a un procedimiento que nadie quera discutir, sino que caan tambin en el absurdo, pues resultaba patente que los grandes signos

    16. Esta primera disensin origin otra. Los judos ayunaban el jueves, pero los cristianos juzgaron conveniente ayunar, de preferencia, el viernes, da de la Pasin, en el cual se les arrebat al Esposo. La tradicin ms austera, la de los fariseos, era la de ayunar tambin otro da, el lunes; pero los cristianos adoptaron com o segundo da de expiacin el mircoles, por ser el da en que com enz la Pasin. La sustitucin de las antiguas observancias por las nuevas no haba de com pletarse sino a fines del siglo n . Pues en las Cartas de San Ignacio de Antioqina y en la Didach. es decir, antes de 150, se halla todava la prueba de la oposicin entre Sbado y Domingo.

  • de la realizacin mesinica no se haban producido en absoluto, ya que los soldados de Roma seguan apostados all, sobre las murallas de la fortaleza Antonia, y que Israel no haba recobrado su gloria; y lo que era peor todava, atentaban a lo que siempre encuentra ms susceptible un pueblo: a su orgullo, y ese orgullo, en la nacin juda, se identificaba con la certidumbre de su misin.

    Toda la tradicin mesinica juda pareca pesar sobre la conciencia de los Sacerdotes para decidirlos al castigo de esos disidentes; esa tradicin tan naturalmente arraigada en el corazn de un pueblo oprimido desde haca cinco siglos, ese deseo de recuperar su arrogancia, su libertad, su fuerza, que tantos textos expresaban. Danos un rey, Seor; un hijo de David, y celo de podero para que sean triturados los prncipes injustos, y destruidos los impos paganos! (Salmos de Salomn, apcrifos, XVII, 23, 27).17 Y no es que no existiera otro dato mesinico en los Libros Santos y en especial en el famoso captulo LUI de Isaas, segn el cual el servidor de Yahvh sufrira y morira traspasado por los pecados de los hombres, fragmento que muchos rabinos conocan perfectamente. Pero les pareca tan escandaloso, tan poco conforme a la gran imagen del Israel bblico, guiado hacia la gloria por Yahvh, que vacilaban en admitirlo, y algunos se preguntaban si no se aplicaran esas frases profticas a otro personaje distinto del Ungido del Seor. El judio Trifn, discutiendo con San Justino, pronunci, en el siglo n, estas frases, reveladoras de un estado de espritu anticristiano por excelencia: Sabemos que las Escrituras anuncian un Mesas doloroso que volver con gloria para recibir el reino eterno del Universo. Pero que haya de ser crucificado y morir en semejante grado de vergenza y de infamia con una muerte maldita por la Ley, eso prubanoslo, pues nosotros ni siquiera logramos concebirlo!

    El conflicto, pues, era fatal, y el libro de los Hechos muestra ya un episodio suyo en los primeros captulos (III y IV). Sin duda fu poco tiempo despus de Pentecosts; Pedro y Juan suban al Templo para la oracin de la hora nona. Haban cruzado ya el patio de los paganos, en el que poda entrar cualquiera, aun incircunciso, y el ruidoso amasijo de las mesas de los cambistas, los vendedores de ganado para el sacrificio, los curiosos y los paseantes. Suban la escalinata del atrio, cuando un paraltico les pidi limosna. Y San Pedro le respondi: No tengo ni oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy.Levntate y anda, en nombre de Jess de Nazareth!. Difundise el

    17. Sobre esos dos aspectos del Mesianismo, vanse las indicaciones que dimosantes, en la nota 5.

  • rumor del milagro, y la muchedumbre se abalanz hacia el prtico de Salomn, donde rode al taumaturgo. Y el Apstol habl, aprovechando la ocasin para afirmar que, efectivamente, haba sido en nombre de Jess, del mismo que fu crucificado, como se haba realizado tan asombrosa curacin. Repiti su fe en Jess como Mesas. Quienes le escuchaban, quienes mataron al Maestro e incluso sus jefes, pecaron por ignorancia. Pero, que se arrepintieran!, que se convirtiesen!

    En este momento surgieron unos sacerdotes y el comandante de los guardias del Templo, los cuales se apoderaron de los Apstoles y los encarcelaron. Y al da siguiente se reuni el Sanhedrn, presidido por Anns, el Sumo Sacerdote; volvemos a encontrar all a nuestro viejo conocido Caifs y, sin duda, a muchos de los que condenaron a Jess. Interrogaron a Pedro, a quien animaba el Espritu Santo. Habl una vez ms y desafi la vindicta del Tribunal. La piedra que desechasteis se convirti en piedra angular. No hay salvacin ms que en Jess, y ningn otro nombre por el que puedan salvarse dise nunca a los hombres bajo el cielo. El Sanhedrn pareca ms vacilante que feroz. Pero quiz fuese solamente hbil. Esa agitacin se extinguira por s sola. Prohibieron a los dos hombres que hablaran y enseasen en nombre de Jess. Y fu entonces cuando Pedro y Juan dieron la respuesta que iba a ser el axioma fundamental de la propaganda cristiana: No podemos callar las cosas que vimos y omos! Vale ms obedecer a Dios que a los hombres (Hechos, IV, 20).

    As se defini la oposicin, cada vez ms flagrante, entre judos de la Torah y judos de la Cruz. La relativa mansedumbre de los jefes de Israel ces muy pronto y fu sustituida por una severidad creciente. Pedro y Juan la experimentaron por s mismos cuando, al ponerse otra vez a predicar la Buena Nueva, volvieron a ser detenidos y, en aquella ocasin, fueron azotados con vergas. De un lado, las autoridades de Jerusaln, y muy pronto las de todas partes, lucharon contra la propaganda del nuevo mensaje por todos los medios en su mano; y del otro, los primeros cristianos, fieles a la enseanza del Maestro, negronse a poner la luz bajo el celemn. No podan callarse! Cuanto ms se les persiguiera, ms fuerza y ms audacia tendran, alegres porque se les hallara dignos de padecer oprobios en nombre de Jess.18

    18. La segunda detencin de los Apstoles se seal por un incidente m uy curioso. Rabbi Gamalel, un escrba eminente, heredero de un linaie de doctores de la Ley, nieto del clebre Rabbi Hillel, intervino en favor de P edro y Juan. P or qu? P or afn de justicia? P or secreta simpata cristiana, com o lo cre yeron las tradiciones medievales? P or deseo de molestar a los sacerdotes saduceos? No sabemos. En todo caso, su argumentacin es interesante: No persigis a esa gente. Si su empresa viene de los hombres, se destruir por s m ism a; si viene

  • S ie m b r a de l a p a l a b r a f u e r a d e J e r u s a l n

    La expansin del cristianismo empez. as, inmediatamente despus de su fundacin y ya no ha cesado nunca. Ese es el rasgo ms impresionante de toda su historia. La Iglesia no es una entidad anquilosada. definida y delimitada de una vez para siempre: es una fuerza viva aue progresa, una realidad humana que se desarrolla en la sociedad, segn una lev aue cabra llamar orgnica, por lo bien que sabe adaptarse a las circunstancias, utilizar para sus fines las condiciones de lugar o de tiemoo, ser prudente en su audacia y lentamente persuasiva hasta en las rupturas que determina, sin que jams pierda de vista su nico fin, aue es la implantacin del reino de Dios.

    Su primera expansin realizse en el estrecho mbito de Jerusaln. Pero, por su misma fuerza, se desbord rpidamente, sobre todo por Palestina y sus inmediatos contornos. Habituados como estamos a los modernos medios de locomocin, nos es difcil representarnos la importancia de los desplazamientos, que los pueblos de la antigedad podan realizar sin automviles ni ferrocarriles. Slo quienes han vivido en Oriente o en pases rabes conocen esa asombrosa movilidad de unas masas que parecen desdear las fatigas de los viajes y menosprecian nuestros gustos caseros. Acaso no vemos a Mara, en el umbral del Evangelio, recorrer, a pesar de su embarazo, la larga distancia que va de Nazareth a Ain-Karim para visitar a Isabel, y luego, pocos meses ms tarde, franquear de nuevo, con su esposo, ciento cincuenta kilmetros para dirigirse a Beln; y por fin, poco despus del nacimiento del Nio, marchar hacia Egipto por la aterradora pista del Negeb? Y todo eso con la nica ayuda de un burrito trotero. Hemos de representarnos al pueblo de Israel en incesante desplazamiento por el marco de Tierra Santa, recorridos sus caminos por caravanas de mulos y camellos, llenos de viajeros y- de mercancas sus incmodos hostales, y sirviendo de ocasin todos esos desplazamientos y esos encuentros para esas conversaciones de los pases orientales que tan de prisa hacen volar las noticias.

    Una de las principales razones de estos movimientos era religiosa. Los judos piadosos suban a Jerusaln con ocasin de diversas fiestas rituales. La Pascua, sobre todo, atraa hacia la ciudad de David a unas muchedumbres comparables a las que hoy confluyen hacia los grandes

    de Dios, qu podis contra ella? A medida que el Cristianismo progresase, aparecera ms obra de D ios, y su xito se aumentara por s mismo. Rasgo que ha de retenerse entre los que explican la rapidez de su propagacin.

  • centros de peregrinaciones cristianas o, en el Islam, hacia La Meca. Flavio Josefo asegura que, ciertos aos, se inmolaron 255.600 corderos, lo que, a razn de una vctima por cada diez peregrinos, correspondera a una marea humana de dos millones de almas. Esos piadosos visitantes venidos de todos los rincones de Palestina, regresaban, una vez concluida la fiesta, salmodiando los versculos de los himnos: El Eterno es quien vela sobre nuestra partida y quien protege nuestro regreso. Mi socorro viene del Eterno, que hizo la tierra y los cielos.Y al volver a sus casas contaran, evidentemente, lo que hubiesen aprendido en la Ciudad Santa a aquellos conciudadanos suyos, menos favorecidos, que no haban tenido la dicha de hollar los atrios sagrados.

    Pero las corrientes de intercambios mercantiles y de peregrinaciones que determinaron ciertamente la primera siembra de la Buena Nueva no interesaban slo a la Tierra Prometida. Palestina, minsculo cantn entre los inmensos territorios de Roma, hubiera podido verse totalmente agitada por el anuncio de la Era mesinica sin que el mundo se enterase de ello, si no hubiese existido entre ella y el resto del Imperio un vnculo geogrfico importantsimo: el de la dispersin juda, denominada en griego la dispora.19

    Como se recordar, haca mucho tiempo que algunos grupos de israelitas se haban visto obligados a instalarse en pases extranjeros. Ya antes del destierro, una colonia hebrea resida en Damasco y comerciaba all. En el siglo vi, las sucesivas deportaciones de samaritanos a Asira y de judos vencidos a Babilonia, haban dejado colonias llenas de vida, en las orillas del ufrates y del Tigris, e incluso hasta en las mesetas irnicas, como lo prueban los relatos de Tobas y Ester. Muchas otras causas haban obrado luego en el sentido de esta diseminacin : Alejandro haba atrado judos a Alejandra, su nueva capital, y haba asentado en Mesopotamia a todo un lote de ellos entregndoles tierras; los selucidas, perseguidores encarnizados de los judos en Palestina, haban fomentado los asentamientos judos en Anatolia; y Roma, tras la captura de las tropas palestinianas al servicio de Antoco Epfanio, las instal en Italia. Todas las agitaciones de la historia haban impulsado, pues, a la dispora.

    Lo cierto es que, en los primeros tiempos de nuestra Era, existan comunidades judas en todas las provincias del Imperio, y que la dispersin continu todava durante quinientos aos por lo menos. El libro de los Orculos sibilinos haca ya decir a Israel: Toda la '(

    19. Estudiamos con ms detalle la dispora en DR-PB, cuarta parte, captulo II, y en DR-JT, captulo III, Vanse tambin nuestras Indicaciones -bibliogrficas en la presente obra.

  • tierra, e incluso el mar, est llena de ti! Flavio Josefo declar que sera difcil hallar una sola ciudad en donde no hubiese judos, lo que confirma Estrabn en trminos casi semejantes. Y San Agustn cita esta frase de Sneca: Los hbitos y las costumbres de esta condenada raza se han asentado en todos los pases. Hallamos, en efecto, sus huellas, tanto en Babilonia como en Dlos, la isla santa de Grecia, en donde se haban construido una sinagoga, como en Srdica o como en la Galia romana. Y en Alejandra de Egipto eran tan numerosos, que dos de los cinco barrios de la ciudad estaban bajo su dominio e influencia. En frica septentrional judaizaban a las tribus bereberes, y hasta se ha afirmado20 que llegaron hasta el Niger por los oasis saharianos y aportaron all los grmenes de esa civilizacin tan curiosa que deban realizar en el reino de Ghana los Peuhls o Foulbs.

    Cabe tratar de cifrar esta dispora? Evidentemente, no hay que tomar en serio las exageraciones de Filn cuando asegura que los judos formaban la mitad del gnero humano y que casi igualaban a los indgenas en los pases donde se haban afincado Pero es indiscutible que eran numerosos, muy numerosos, ms numerosos de cuanto lo son hoy en Francia o en Alemania. Seguramente es ser moderado el admitir que contaban milln y medio de almas en el Prximo Oriente (comprendidos Egipto y Siria), y otro tanto en el resto del Imperio, lo que, sobre una poblacin global de unos 55 millones de habitantes, representaba cerca del 3 por 100. El fenmeno de la dispora es, pues, de una importancia mxima en la historia, y especialmente en la historia religiosa de aquel tiempo.

    Porque los judos de la dispora, as esparcidos por los pueblos, no se mezclaban con ellos. En apariencia, se injertaron en la vida del pas donde se hallaban, hablaban su lengua y aceptaban sus usos. Pero, agrupados en sus sinagogas, en las que comentaban la santa Torah, dirigidos por un consejo de ancianos y un jefe elegido, salvaguardaban celosamente su independencia espiritual. No constituan una masa amorfa y sin vnculo orgnico preciso como son hoy, por ejemplo, los italianos o los polacos en los Estados Unidos. Seguan siendo una rama del Pueblo elegido, desgajada del viejo tronco por la historia, pero que le permaneca fiel y le peda incesantemente savia.

    Haba relacin constante entre las comunidades judas dispersas y Palestina. Jerusaln segua siendo por unanimidad la Ciudad Santa, la Capital espiritual donde lata el corazn de la nacin juda, hacia la que se volvan para orar y a donde soaban con regresar un da.

    20.. Vase M. D elafosse, Les Noirs de lAfrique, Pars, 1922.

  • Todos los emigrados de la dispora persistan en considerar al Sanhe- drn como una autoridad suprema, a la que recurran en apelacin de las decisiones de los tribunales de las sinagogas. Desde que cumpla veinte aos, todo judo, estuviera donde estuviese, deba pagar anualmente un didracma (alrededor de 13 pesetas), como impuesto sagrado del Templo; pero, adems, en todas las ciudades del mundo donde vivan judos, haba unos cepillos para recoger limosnas, a menudo considerables, cuyo producto se llevaba solemnemente a la Ciudad Santa; e incluso Augusto, por una serie de ordenanzas, haba garantizado la libertad de esta transferencia de dinero. Y en los das de fiesta mayor, los que habitaban en Mesopotamia, en Capadocia, en el Ponto, en la provincia de Asia, en Frigia, en Pamfilia, en Egipto y en los pases lbicos que estn cerca de Cyrene y hasta en las mesetas de Media y de Elam (Hechos, II, 9), llegaban de todas partes en barcos abarrotados, por los puertos de Jopp y de Cesrea, hasta la Tierra Santa, que besaban piadosamente al desembarcar.

    Esta afluencia humana incesantemente renovada, este continuo ir y venir, han de tenerse en cuenta para intuir la rapidez de la siembra evanglica. Las juderas de la dispora acogeran maana a los fieles de Cristo perseguidos en Jerusaln o a los misioneros en viaje; pero apenas muerto Jess, ya haba corrido el relato de su destino, llevado a travs del mundo por los peregrinos. Algunos afirman en Jerusaln que ha venido el Mesas, y esta frase se repeta tanto en el barrio judo del Faro como en las callejuelas del Trastevere.Y es que el Espritu de Dios haba soplado y diseminado la semilla.

    H e l e n is t a s ? j u d a iz a n t e s

    Pero c;sta espontnea expansin del Cristianismo iba a tener pronto como consecuencia una nueva dificultad. No se trataba ya de luchar contra la sauda desconfianza de los adversarios; iba a ser preciso decidir en el seno mismo de la comunidad, entre dos tendencias que parecan igualmente respetables, con todos los riesgos de discusin y de secesin que implica una eleccin semejante. En Jerusaln haba crecido el nmero de los fieles venidos de la dispora, y en el Imperio se haban formado por doquier ncleos cristianos en el seno de las juderas, hecho que iba a plantear graves problemas, a la vez tericos y prcticos; de las soluciones que a ellos se dieran dependera en gran parte el porvenir de la Iglesia y de la Fe.

    Tambin aqu hay que situarse en las perspectivas judas para comprender el asunto. En Israel coexistan, desde haca mucho tiempo,

  • dos corrientes espirituales que determinaban actitudes contrarias para con el extranjero. Una era la del particularismo. Insista. ste con orgullo sobre la eleccin nica del Pueblo de las Tribus. Subrayaba, con justo ttulo, que slo su feroz resistencia a las contaminaciones paganas le haba permitido sobrevivir y cumplir su misin. Apartaba as con violencia a la nacin santa de esas razas malditas desde su origen, cuyo solo contacto era una mancha. El Legislador nos encerr en los frreos muros de la Ley, para que, puros de alma y de cuerpo, no nos mezclemos para nada con nacin alguna, dira un escritor judo del siglo n, el autor de la Carta de Aristeo. Este sentimiento, que iba desde la simple repulsin hasta el odio activo, llegaba a un exclusivismo, del cual suministraban muchos ejemplos probatorios los textos bblicos. En lneas generales, era sta la posicin de los judos de Jerusaln y de Palestina, que vivan apretujados alrededor del Templo, con el recuerdo, tan doloroso todava, de todos los sufrimientos que los extranjeros haban infligido a la Tierra Santa, que ignoraban soberbiamente al mundo y que para nada se cuidaban de ser ciudadanos suyos.

    Pero en la conciencia de Israel haba existido siempre paralelamente otra corriente, una corriente universalista, respetuosa del extranjero, que acoga a todo hombre de buena voluntad, que no anatematizaba a los paganos y que conduca a los ms generosos de los judos por la misma direccin en la que apareci Jess. Estos creyentes no tomaban a la ligera la promesa hecha a Abraham de que En ti sern benditas todas las familias de la tierra!, ni la profeca de Jeremas, por la cual se prevea un tiempo en el que todos los pueblos conoceran a Dios, ni las rdenes dadas a Jons cuando ste se neg a predicar a los ninivitas. Para estos judos universalistas, la misin del Pueblo elegido se defina segn las admirables palabras del viejo Tobas: Si Dios os dispers entre las naciones que lo ignoran, es para csue les contis su gloria, para que Ies hagis reconocer que es nico y es Todopoderoso (Tobas, XIII, 4).

    Y en efecto, la tendencia universalista se manifestaba sobre todo entre las comunidades dispersas. En Jerusaln era excepcional; citbase. con escandalizado asombro, al prudentsimo Rafcb Gamaliel. uno de los ms ilustres doctores de la Ley, que haba aprendido el griego, tena trato con los paganos e incluso haba llegado a sumergirse en el agua de los baos dedicados al dolo de Afrodita como si fueran una simple piscina. Por el contrario, en la dispora. el judaismo, aunque permaneca unido al Templo por slidos lazos, haba sufrido una lenta transformacin en el curso de los siglos. El espritu se haba

  • abierto. Se empleaba el griego, lengua nueva, necesaria para los negocios, hasta el punto incluso de olvidar el arameo de los Padres y de no usar ya el hebreo sino como lengua litrgica. La civilizacin pagana haba ofrecido sus tentaciones y su encanto a estos judos dispersos, pero tambin sus posibilidades de enriquecimiento espiritual, y ya no se les apareca as nicamente como el reino del Demonio. Muy al contrario: fuera de algunos apstatas que se dejaban engullir en ella cuerpos y almas, la mayora de los fieles de la Ley soaban con llevarla a Yahvh.

    El lugar privilegiado de esta tendencia era Alejandra de Egipto. All, en contacto con cuanto de ms sutil y ms refinado posea el mundo helnico, su enorme colonia juda haba germinado en extraas plantas espirituales, todava enraizadas en el mantillo mosaico, pero que proyectaban ya sus tallos en pleno cielo griego. El faran lagida Ptolomeo II, segn una tradicin ms simblica que histrica, haba hecho traducir los libros santos de Israel por una comisin de setenta sabios, todas y cada una de cuyas versiones, acabadas en setenta das, coincidieron milagrosamente, constituyendo as la versin de los Setenta, cuyo texto haba de difundirse por doquier. Tambin haba enseado all una escuela de exgetas judos que buscaba en el Pentateuco la respuesta a todos los graves problemas de la filosofa griega y vea en los hroes del Antiguo Testamento a los smbolos encarnados de la razn, de la prudencia y de las virtudes, tales como las haban definido Platn o los estoicos. Y, sobre todo, all viva el gran rabino Filn,21 contemporneo de Cristo (pues haba nacido el 20 antes de J. C.), que fu un judo fiel y devoto a la causa de su nacin, hasta el punto de arriesgar por ella su vida, pero que estuvo a la vez imbuido de la doctrina de las ideas segn Platn el santsimo Platn , del simbolismo pitagrico de los nmeros y de la teora estoica de las causas finales; y que trat conscientemente de utilizar la cultura griega para ponerla al servicio de su fe.22

    21. Ms adelante estudiaremos las ideas religiosas de Filn y su influencia, en el captulo V I: Las fuentes de las letras cristianas, prrafo Las exigencias del pensamiento.

    22. Otros textos judos, igualmente originarios de la dispora, revelan las mismas tendencias. La Carta de A risteo, que data de m itad del siglo i, interpreta el mensaje de los Profetas de Israel en un sentido universalista, al admitir que todo hombre puede salvarse a condicin de practicar las virtudes y creer en un Dios nico, creador y providencial. La Sabidura de Salom n, unos sesenta aos posterior, aunque com bate vigorosamente a los impos, asimila la Sabidura, la S'ophia de los griegos, al espritu de Dios. El Cuarto libro de los M acabeos, de la misma poca, m ezcla curiosamente los argumentos filosficos y las citas bblicas. Se conocen asimismo oraciones judeo-helnicas en las que la conviccin de la eleccin de Israel se asocia a un generoso m petu cosm opolita hacia una reconciliacin de toda la tierra y de todos los pueblos er el seno de Dios.

  • La corriente universalista implicaba, como consecuencia normal, el proselitismo. Y as las almas eran atradas al culto del verdadero Dios, con moderacin en Palestina, pero muy activamente en la dispora. Si ha de creerse a Flavio Josefo eran muchos los que practicaban celosamente las observancias judas; el descanso semanal, los ayunos, la iluminacin de las lmparas e incluso los usos referentes a la alimentacin. En el Evangelio se vislumbran algunos de esos proslitos, de esos temerosos de Dios, por ejemplo, el Centurin de Cafarnam. Pero esa extensin del judaismo se lograba slo con dificultades y resistencias. Los espritus rigoristas desconfiaban de los conversos. Por otra parte, si queran convertirse verdaderamente en hijos de Yahvh y miembros de la comunidad juda, se les impona a todos el rito de la circuncisin, ante el cual retroceda buen nmero de ellos.23 Vacilante entre un exclusivismo, que se hizo cada vez ms violento, hasta la catstrofe de la Guerra Juda, y un universalismo respetable, pero que no se atreva a sacar sus ltimas consecuencias y afirmar as que ya no haba ni circuncisos ni incircuncisos, la conciencia juda pareca estar, pues, en un equilibrio inestable y sin apoyo.

    En las comunidades nacidas de Jess apareci muy pronto el mismo dilema trasladado al plano cristiano. Sin embargo, los elementos de oposicin parecan menos claros, pues lo que omos a travs de todo el Evangelio es ese gran grito liberador que llama a la salvacin y a la remisin a todos los hombres sin distincin de origen; la leccin que nos parece fundamental es la del Mesas a sus Apstoles, en los das de la Resurreccin: Id, ensead a todas las naciones, bautizadlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo, y enseadles a guardar todo lo que Yo os he mandado (San Mateo, XXVIII, 19, 20). Nunca ense Jess nada que llevase al aislamiento, al particularismo, al egosmo sagrado.

    Pero al pasar a travs del espritu judo, impregnado de su orgullo tradicional y, en cierto sentido, legtimo , la enseanza ms generosa y ms amplia poda tornarse mezquina. La salvacin viene de los judos, haba dicho Jess a la samaritana (San Juan, IV, 22).Y semejantes frases caan en un suelo demasiado preparado para recibirlas. Y as, en la comunidad cristiana persista una corriente que tenda a interpretar la Buena Nueva en trminos estrictamente judos; a imponer a los futuros conversos al cristianismo los mismos ritos que a los proslitos de las sinagogas, especialmente la circuncisin, y que,

    23. Por ello las mujeres proselitas eran mucho ms numerosas que los hombres.

  • en ltimo trmino, corra el riesgo de aprisionar el mensaje de Jess en el mbito de una pequea secta juda. Era tan viva esta corriente que el mismo San Pablo tuvo que tener miramiento con las susceptibilidades que sembraba en los corazones. Pero tena en su contra la verdad de la enseanza de Cristo y la dinmica de la historia.

    Y as, la tendencia exclusivista fu vencida, y los helenistas, es decir, los judos conversos universalistas, originarios sobre todo de la dispora, triunfaron en la Iglesia sobre los judaizantes, trabados en exceso por los lazos de una fidelidad mal entendida. Sin embargo, ello no sucedi sin que ese conflicto agitase en muchas ocasiones los destinos de la comunidad.

    Los SIETE DICONOS Y EL MARTIRIO DE SAN ESTEBAN

    Un incidente referido por el libro de los Hechos, a pesar de estar prudentemente redactado, hace presentir con claridad las consecuencias de esta oposicin. En aquel tiempo, al multiplicarse los discpulos, los helenistas se quejaron contra los hebreos porque sus viudas eran descuidadas en las distribuciones cotidianas (VI, 1). Nota que, en apariencia, es una pequeez, pero que tiene gran peso. Por detalles semejantes es por los que se mide la verdad de este relato, sublime por tantos aspectos, pero que el redactor no quiso recargar de colores idlicos. El rgimen comunal plante problemas muy concretos, de administracin y de reparto, pues la naturaleza humana, por ms santificada que est, siempre asoma la oreja. Los helenistas teman ser tratados como cristianos de segunda clase, especialmente cuando se trataba de distribuir las subvenciones. Lo cual era, en el plano de la prctica, la manifestacin de la tensin espiritual que vimos exista.

    Esas quejas se hicieron pronto lo suficientemente vivas como para que se les hubiera de buscar una urgente solucin. Cuando en Roma, en el siglo v, una parte de la poblacin, la plebe, se haba declarado descontenta del rgimen y dispuesta a separarse, se instituyeron unos magistrados especiales, elegidos de su seno, a los que se encarg de proteger sus intereses, y que fueron los tribunos de la plebe. El mismo razonamiento llev a la comunidad cristiana a dar iguales prendas a los helenistas y a designar una especie de funcionarios escogidos en los medios extrapalestinianos que, al mismo tiempo que descargaran a los Apstoles de las tareas administrativas, velasen para que la equidad reinase entre ambos grupos de la Iglesia.

    As se instituyeron los diconos, a propuesta de los Doce y con

  • el asentimiento de toda la comunidad. Su nmero fu de siete, quiz porque en las ciudades judas el consejo municipal constaba de siete miembros, o tambin porque la segunda multiplicacin de los panes, hecha por Jess en tierra helnica de la Decpolis (San Marcos, VIII, 1, 9), y figura de la conversin de los no-judos, se haba operado con siete panes y haba dejado siete cestos de residuos. Todos fueron helenistas de origen. Lo prueban sus nombres: Esteban, Felipe, Prcero, Nicanor, Timn, Parmenas y Nicolao; este ltimo era incluso un proslito de Antioquia, es decir, un griego converso. Qu papel iban a desempear estos nuevos jefes secundarios de la comunidad? Evidentemente, de administracin, pues para eso se los creaba; pero ciertamente que tambin de predicacin y de propagacin. No cabe dudar de su carcter sagrado, ya que su designacin fu seguida de una ceremonia en la cual los Apstoles les impusieron las manos, invocando sobre ellos las gracias del Espritu Santo. Y una vez consagrados, no fueron slo los ministros de un oficio material, sino que formaron parte de la jerarqua, y su ttulo qued en la Iglesia asociado al Sacramento del Orden, del cual constituye un grado indispensable.

    Con ello ganaron, pues, los helenistas una baza importante. Todo se haba realizado, ciertamente, bajo el impulso de los Apstoles, que haban propuesto esta designacin y, sobre todo, de Pedro, a quien se ver ligado en su accin a tal o cual de los Diconos, en especial a Felipe. Hay un signo cuya .importancia es menester subrayar : mientras que la familia de Jess, legtimamente influyente en la primera Iglesia, pareca ms o menos encerrada en el marco judo, los Doce, depositarios de la Palabra, presintieron, por su parte, la necesidad de que la fe saliera de l. Adems, como sucede siempre en las empresas movidas por un altsimo designio, una decisin entra otra, y cada acto trajo consigo nuevas posibilidades de desarrollo. Estos Diconos, a los cuales la comunidad acababa de confiar un papel tan importante, eran hombres ms jvenes, ms abiertos a toda inquietud, ms inclinados hacia la propaganda exterior y menos trabados por el conformismo hebreo. Haban de dar a la Iglesia naciente un nuevo y vigoroso impulso. En el libro de los Hechos sigue al relato de su eleccin este significativo comentario: La palabra de Dios difundase cada vez ms y el nmero de los discpulos creca mucho en Jerusaln (VI, 7).

    La historia de Esteban (Hechos, VI, 8, a VII, 60) hace sentir claramente el elemento dinmico que los Diconos aportaron a la Iglesia. Era Esteban un alma de fuego, irradiante de audacia, el primero y el modelo de esa inmensa serie de hombres admirables que poseera

  • luego el Cristianismo al servicio de su causa y que, tras haber encontrado la vida en Jess, juzgaran natural sacrificrsela. Helenista, quizs incluso alejandrino de origen,24 pero en todo caso al corriente tanto de las doctrinas filosficas como de las tradiciones hebreas, encarnaba maravillosamente el espritu nuevo, orientado hacia la conquista y decidido a cuantas rupturas fuesen necesarias. Saba hablar a la gente forastera mejor que los judaizantes, pero se cuidaba tambin mucho menos de la susceptibilidad de los viejos creyentes de la Torah. Cuando San Pedro enseaba a la muchedumbre de Jerusaln procuraba demostrar sobre todo que Jess haba sido el Mesas, el ltimo pice de Israel. En cambio, Esteban retena sobre todo las frases en las que se dijo que no se echa vino nuevo en odres viejos, ni se cose un pedazo nuevo a un manto viejo. Y as los judos piadosos no se equivocaban al considerar que haba en l un adversario ms peligroso. La gente de la dispora, en particular, no se dej engaar un instante. Este hombre deca no cesa de proferir blasfemias contra el Lugar Santo y contra la Ley.

    Y el Sanhedrn se reuni. Por aquellos das (36 de nuestra Era) sentanse las autoridades judas ms libres que de ordinario, pues Poncio Pilato acababa de ser llamado a Roma para dar cuenta de algunas recientes y demasiado flagrantes violencias, y se defenda m al delante de Calgula. Era un momento esplndido para intentar una redada contra esa secta creciente. Esteban fu llevado ante los jueces. Ni por un instante pens en salvar su cabeza. No se trataba para l de defenderse, sino de gritar su fe, tan alto, que sus palabras hubieren de ser odas: sa habra de ser siempre la actitud de los mrtires. El discurso que pronunci fu hermoso y estuvo lleno de rigor y de fuerza en el razonamiento, pues relacion el mensaje de Cristo con todo lo que lo anunciaba en las Escrituras, y lo mostr como una conclusin ineludible de stas; pero todava fu ms excelso por su intrepidez. Aun omos el chasquido de sus acusaciones contra la nacin predestinada, pero infiel. Termin su largo desarrollo apologtico con estas terribles frases: Vosotros, hombres de cuello endurecido, incircuncisos de corazn y de odos, resists siempre al Espritu Santo. Vuestros padres fueron as, y as sois vosotros. A cul de los Profetas no persiguieron vuestros antepasados? Ellos mataron a quienes les anunciaron la venida del Mesas, igual que vosotros

    24. Se ha supuesto as por el conocim iento que parece haber posedo de las doctrinas de ilon, en boga em onces, soDre iodo en Alejandra, y porque em ple cuadro veces en su discurso la palabra oabiduna, m uy usada en los m edios judos de Egipto. (De ah viene el libro b b lico de la Sabidura.)

  • habis traicionado y muerto ahora al mismo Mesas. Y esa Ley que os dieron los ngeles no la habis observado!

    Era demasiado. Los judos aullaron ante su provocacin. De sobras saba Esteban la suerte que le esperaba. De antemano vea abiertos los cielos y al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Padre. Y lo dijo. Blasfemia! Blasfemia! El auditorio, exasperado, abalanzse sobre l y lo arrastr. El Procurador romano no sabra nada de esta ilegal condena a muerte; y en todo caso ya no podra hacer nada. La pena de .los blasfemos, la lapidacin, eso era lo que mereca el impo. Volaron los guijarros e hirieron al heroico dicono, que rezaba al Seor y le suplicaba que perdonase a sus verdugos. Desde un rincn, un joven estudiante fariseo segua la escena con un rictus en el rostro; se llamaba Saulo y se haba ofrecido para guardar los vestidos de los verdugos.

    He aqu haba dicho Jess que os enviar profetas y prudentes sabios; mataris y crucificaris a unos y azotaris a los dems en vuestras sinagogas. Pero, en verdad os digo, todas estas cosas recaern sobre esta generacin (San Mateo, XXIII, 34, 39). Cuando treinta aos despus se convirtiera Jerusaln en la casa desierta predicha por el Mesas, la muerte del primer mrtir se pagara con una inmensidad de dolor, pero habra contribuido poderosamente a difundir la Buena Nueva, al dar al Cristianismo el primero de los testimonios sellados con sangre.

    L abo r de S a n P edro y del d ic o n o F e lip e

    La persecucin que sigui a la ejecucin de Esteban no paraliz la propaganda cristiana. Hombres piadosos le sepultaron, llorndole amargamente, lo que prueba que no se tema demasiado a los judos. Los helenistas, contra quienes se apuntaba ms especialmente, apartronse de la Ciudad Santa y buscaron asilo provisional en sus patrias de origen. Y as, la expansin cristiana iba a verse favorecida por quienes deban quebrantarla. Vosotros seris mis testigos en Jerusaln y en toda Judea y tambin en Samara, y hasta en los ltimos confines de la tierra (Hechos, I, 8), haba dicho Jess a sus fieles.Y esta profeca del Resucitado iba cumplindose.

    La propaganda cristiana se haba dirigido, al comienzo, slo a los ambientes judos, fuesen palestinianos o helenistas. Era ello una primera etapa necesaria para asentar slidamente las bases del movimiento. Acaso no haba sealado claramente el mismo Jess que era indispensable una gradacin, cuando al comenzar la accin de los

  • Doce les haba prohibido que fuesen a tierra de paganos y les haba ordenado que no se ocuparan sino de las ovejas perdidas de Israel? (San Mateo, X, 5). Pero tras algunos aos de esfuerzos, la comunidad cristiana, ms fortalecida ya, poda atreverse a ms, salir de los lmites del Pueblo elegido, para obedecer a las ltimas instrucciones del Maestro y dirigirse a todas las naciones. Se debi entonces ver partir por los caminos, sin duda de dos en dos, segn la costumbre instituida por el Seor (San Marcos, VI, 7, 13; San Lucas, X , 1, 16), a esos misioneros de la nueva fe, llenos de celo y de incansable audacia. No deban llevar dinero ni provisiones; tan slo una tnica, unas sandalias y un bastn. Si se negaban a recibirlos, sacudan el polvo de sus pies y reemprendan la marcha para llevar ms all la Buena Nueva. Una gran esperanza constitua su fuerza: acaso no haba prometido el hijo del Hombre que volvera an antes mismo de que ellos hubiesen pasado por todas partes? (San Mateo, X , 23). Pues ellos entendan este texto al pie de la letra y como de inmediato cumplimiento.

    En esta expansin del Evangelio fuera