Ruben Dario - El Fardo

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  • 8/16/2019 Ruben Dario - El Fardo

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    EL FARDO

    RUBÉN DARÍO

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    Allá lejos, en la línea, como trazada con ulápiz azul, que separa las aguas y los cielosse iba hundiendo el sol, con sus polvos de or

    y sus torbellinos e chispas purpuradas, comun gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los guardas pasaban de un punto a otro, las gorrametidas hasta las cejas, dando aquí y allá suvistazos. Inmóvil el brazo de los pescanteslos jornaleros se encaminaban a las casas. Eagua murmuraba debajo del muelle, y ehúmedo viento salado que sopla de mar afuera a la hora en que la noche sube, mantenílas lanchas cercanas en un continuo cabeceo

    Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañanse estropeara un pie al subir una barrica a ucarretón, y que, aunque cojín cojeando, habí

    trabajado todo el día; estaba sentado en unpiedra y, con la pipa en la boca, veía triste emar.

    - ¡Eh tío Lucas! ¿Se descansa?- Sí, pues, patroncito.

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    Y empezó la charla, esa charla agradable suelta que me place entablar con los bravohombres toscos que viven la vida del trabaj

    fortificante, la que da la buena salud y lfuerza del músculo, y se nutre con el grandel poroto y la sangre hirviente de la viña.

    Yo veía con cariños a aquel viejo, y le oícon interés sus relaciones, así, todas cortadas, todas como de hombre basto, pero dpecho ingenuo. ¡Ah, conque fue milita¡Conque de mozo fue soldado de Bulnes¡Conque todavía tuvo resistencia para ir corifle hasta Miraflores! Y es casado, y tuvo uhijo y...

    Y aquí el tío Lucas:- ¡Sí, patrón, hace dos años que se murióAquellos ojos chicos y relumbrantes baj

    las cejas grises y peludas, se humedecieroentonces.

    - ¿Qué como se murió? En el oficio, podarnos de comer a todos: a mi mujer, a lochiquitos y a mí, patrón, que entonces mhallaba enfermo.

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    Y todo me lo refirió, al comenzar aquellnoche, mientras las olas se cubrían de brumas y la ciudad encendía sus luces; él, en l

    piedra que le servía de asiento, después dapagar su negra pipa y de colocársela en loreja, y de estirar y cruzar sus piernas flacay musculosas, cubiertas por los sucios pantalones arremangados hasta el tobillo.

    El muchacho era muy honrado y muy dtrabajo. Se quiso ponerlo a la escuela desdgrandecito; pero ¡los miserables no debeaprender a leer cuando se llora de hambre eel cuartucho!

    El tío Lucas era casado, tenía muchohijos.

    Su mujer llevaba la maldición del vientrde los pobres: la fecundación. Había, puesmucha boca abierta que pedía pan, much

    chico sucio que se revolcaba en la basuramucho cuerpo magro que temblaba de fríoera preciso ir a llevar qué comer, a buscaharapos, y para eso, quedar sin alientos trabajar como un buey.

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    Cuando el hijo creció ayudó al padre. Uvecino, el herrero, quiso enseñarle su industria, pero como entonces era tan débil casi u

    armazón de huesos y en el fuelle tenía quechar el bofe se puso enfermo y volvió aconventillo. ¡Ah, estuvo muy enfermo! Perno murió. ¡No murió! Y eso que vivían euno de esos hacinamientos humanos, entrcuatro paredes destartaladas, viejas, feas, ela callejuela inmunda de las mujeres perddas, hedionda a todas horas, alumbrada dnoche por escasos faroles y en dónde resuenan en perpetua llamada a las zambras dechacorvería, las arpas y los acordeones, y e

    ruido de los marineros que llegan al burdedesesperados con la castidad de las largatravesías, a emborracharse como cubas y gritar y patalear como condenados. ¡Sí! Entre la podredumbre, al estrépito de las fiesta

    tunantescas, el chico vivió y pronto estuvsano y en pie.

    Luego llegaron sus quince años.

    *

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    El tío Lucas había logrado, tras mil privaciones, comprar una canoa. Se hizo pescador.

    Al venir el alba, iba con su mocetón aagua, llevando los enseres de la pesca. Euno remaba, el otro ponía en los anzuelos lcarnadas. Volvían a la costa con buena esperanza de vender lo hallado, entre la brisa fríy las opacidades de la neblina, cantando ebajo voz alguna "triste", y enhiesto el remtriunfante que chorreaba espuma.

    Si había buena venta, otra salida por ltarde.

    Una de invierno había temporal. Padre

    hijo en la pequeña embarcación, sufrían en emar la locura de la ola y del viento. Difícera llegar a tierra. Pesca y todo se fue aagua, y se pensó en librar el pellejo. Luchaban como desesperados por ganar la playa

    Cerca de ella estaba; pero una racha malditles empujó contra una roca; y la canoa shizo astillas. Ellos salieron sólo magullados¡gracias a Dios! Como decía el tío Lucas anarrarlo. Después, ya son ambos lancheros.

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    ¡Sí! Lancheros; sobre las grandes embarcaciones chatas y negras; colgándose de lcadena que rechina pendiente como una sier

    pe de hierro del macizo pescante que asemeja una horca; remando de pie y a compásyendo con la lancha del muelle al vapor y devapor al muelle; gritando: ¡hiiooeep!, cuandse empujan los pesados bultos para engancharlos en la uña potente que los levantbalanceándolos como un péndulo. ¡Sí! Lancheros; el viejo y el muchacho, el padre y ehijo; ambos a horcajadas sobre un cajónambos forcejeando, ambos ganando su jornal, para ellos y para sus queridas sanguijue

    las del conventillo.Ibanse todos los días al trabajo, vestido

    de viejo, fajadas las cinturas con sendas bandas coloradas y haciendo sonar a una suzapatos groseros y pesados que se quitaba

    al comenzar la tarea, tirándolos en un rincóde la lancha.

    Empezaba el trajín, el cargar y descargaEl padre era cuidadoso:

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    - ¡Muchacho, que te rompes la cabeza¡Que te coge la mano el chicote! ¡Que vas perder una canilla!

    Y enseñaba, adiestraba, dirigía al hijo, cosu modo, con sus bruscas palabras de rotviejo y de padre encariñado.

    Hasta que un día el tío Lucas no pudo moverse de la cama, porque el reumatismo lhinchaba las coyunturas y le taladraba lohuesos.

    ¡Oh! Y había que comprar medicinas y almentos, eso sí.

    - Hijo, al trabajo, a buscar plata; hoy e

    sábado.Y se fue el hijo, solo, casi corriendo, si

    desayunarse, a la faena diaria.Era un bello día de luz clara, de sol de oro

    En el muelle rodaban los carros sobre su

    rieles, crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del trabajo que dvértigos el son del hierro, traqueteos por doquiera y el viento pasando por el bosque dárboles y jarcias de los navíos en grupo.

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    Debajo de uno de os pescantes del muellestaba el hijo del tío Lucas con otros lancheros, descargando a toda prisa. Había qu

    vaciar la lancha repleta de fardos. De tiempen tiempo bajaba la larga cadena que rematen un garfio, sonando como una matraca acorrer con la roldana; los mozos amarrabalos bultos con una cuerda doblada en dos, loenganchaban en el garfio, y entonces éstosubían a la manera de un pez en un anzueloo del plomo de una sonda, ya quietos, yagitándose de un lado a otro, como un badajo, en el vacío.

    La carga estaba amontonada. La olía mo

    vía pausadamente de cuando en cuando lembarcación colmada de fardos. Estos formaban una a modo de pirámide en el centroHabía uno muy pesado, muy pesado. Era emás grande de todos, ancho, gordo y oloros

    a brea. Venía en el fondo de la lancha. Uhombre de pie sobre él, era pequeña figurpara el grueso zócalo.

    Era algo como todos los prosaísmos de limportancia envueltos en lona y fajados co

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    correas de hierro. Sobre sus costados, emedio de líneas y de triángulos negros, habíletras que miraban como ojos. - Letras e

    "diamante" - decía el tío Lucas. Sus cintas dhierro estaban apretadas con clavos cabezudos y ásperos; y en las entrañas tendría emonstruo, cuando menos, linones y percales

    Sólo él faltaba.- ¡Se va el bruto! - dijo uno de los lanche

    ros.- ¡El barrigón! - agregó otro.Y el hijo de Lucas, que estaba ansioso d

    acabar pronto, se alistaba para ir a cobrar

    desayunarse, anudándose un pañuelo a cuadros al pescuezo.

    Bajó la cadena danzando en el aire. Samarró un gran lazo al fardo, se probó si estaba bien seguro, y se gritó: ¡Iza!, mientra

    la cadena tiraba de la masa chirriando y levantándola en vilo.

    Los lancheros, de pie, miraban subir eenorme peso, y se preparaban para ir a tierra, cuando se vio una cosa horrible. El far

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    do, el grueso fardo, se zafó del lazo, como dun collar holgado saca un perro la cabeza; cayó sobre el hijo de tío Lucas, que entre e

    filo de la lancha y el gran bulto quedó con loriñones rotos, el espinazo desencajado echando sangre negra por la boca.

    Aquel día no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas, sino el muchacho destrozado, al que se abrazaba llorando el reumáticoentre la gritería de la mujer y de los chicoscuando llevaban el cadáver a Playa Ancha.

    Me despedí del viejo lanchero, y a pasoelásticos dejé el muelle, tomando el camin

    de la casa, y haciendo filosofía con toda lcachaza de un poeta, en tanto que una brisglacial, que venía de mar afuera, pellizcabtenazmente las narices y las orejas.