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Parroquia San Juan de los Lagos

San José

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Trienio Diocesano: Año de San José

San José, esposo de María

Después de Dios, nada hay tan grande y excelso como su Madre Santísima. Después de María, no puede imaginarse nada más sublime que su virginal Esposo y el Padre nutricio de Jesús.

ESTUDIO TEOLÓGICO DE LA PERSONA Y MISIÓN DE SAN JOSÉ

Los teólogos han tardado muchos siglos en poner de manifiesto la dignidad y el papel excepcional que hubo de desempeñar en este mundo el humilde carpintero de Nazaret. El pueblo cristiano, en cambio, intuyó desde siempre, con sobrenatural sentido la grandeza de San José.

"Nunca las intuiciones cordiales han llevado tanta delantera a la teología como en el caso de San José. La especulación teológica entretenida con graves cuestiones tardó mucho en considerar al Santo Patriarca… Cierta ocasión una viejecita para dar razón de su gran devoción a San José contestó: ¿No ve usted que lleva al Niño en sus brazos?" (P.B. Llamera, Teología de San José, BAC, Madrid, 1953, p.XV).

Efectivamente, toda la grandeza de San José se desprende de ese hecho al parecer tan natural y sencillo: llevar al Niño Jesús en sus brazos. Todo lo demás son consecuencias que se desprenden espontáneamente como fruta madura del árbol.

Un estudio teológico sobre la Persona y la Misión de la Santísima Virgen María no puede darse por concluído sin una exposición sobre la Persona y la Misión de San José, al considerar con palabras de la Escritura que "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt. 1,16). Consta por la Revelación que José es inseparable de *María y de Jesús. Si Dios ha unido a "1a trinidad de la tierra", la ciencia teológica y la piedad no pueden ni deben separarlos.

Criterios para su estudio

El estudio teológico sobre San José tiene su fundamento en la Revelación, tal Y como lo muestra la Escritura y la Tradición y ha sido declarado por el Magisterio de la Iglesia. Sobre esa base, la reflexión teológica trata de descubrir todas las virtualidades que encierran las enseñanzas magisteriales y el sentir de la piedad de] pueblo cristiano.

El Magisterio enseña, como principios fundamentales de la teología sobre San José, estos dos: Ser el Esposo de María y Padre castísimo de Jesús.

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… las causas y razones especiales de ello es el haber sido Esposo de María y Padre, según se creía, de jesucristo. De esto se deriva toda su dignidad, gracia, santidad y gloria" (León XIII, Enc. Quamquam pluries, 15- VIII-1889).

En la literatura cristiana encontramos las manifestaciones de un largo y lento proceso de la reflexión teológica sobre San José. Así por ejemplo, entre otros, hablan de él: San Ireneo, Orígenes, San Ambrosio, San Epifanio, San Agustín. En la edad media: Gerson, San Bernardo; más tarde Santa Teresa de Jesús y, recientemente, el Venerable Josemaría Escrivá de Balaguer.

San José, Esposo de María

a) Sagrada Escritura

“A una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María" (Lc. 1,27).

"Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo" (Mt. 1,16).

“Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt. 1,24).

(cfr. Mt. 2, 13.18.22).

b) Tradición

Los Padres de la Iglesia profundizan en los datos revelados y así, por ejemplo:

San Ireneo: "Persuadido José y sin duda de ninguna clase, tomó a María por esposa, y en clima de alegría prestó sus servicios en todo lo que quedaba para la educación de Cristo… Y lo tomaban como padre del Niño" (PG. 7,1048).

San Agustín: "Pues como el suyo era matrimonio y matrimonio virginal, así lo que la Esposa dio a luz virginalmente, ¿por qué no iba a aceptarlo castamente el esposo? Pues lo mismo que la Esposa lo era en castidad, en castidad era el esposo; y lo mismo que Ella fue casta Madre, él fue casto padre" (Sermo 51; PL. 38, 348).

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San Bernardo: "José es el servidor fiel y prudente a quien el Señor constituyó para ser el consuelo de su Madre, el padre nutricio de su carne y el único cooperador fidelísimo sobre la tierra del gran designio de la Encarnación" (Sermo, Super missus est,2,16).

c) Magisterio de la Iglesia

,"A San José le hizo Dios Señor y Príncipe de su casa…Ya que tuvo como esposa a la Inmaculada Virgen María, de quien por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor Jesucristo, quien, entre los hombres, se dignó ser tenido como hijo de José, y a él estuvo sometido" (Pio IX, Decr. Patrocinio de San José, 8-XII-1870).

José esposo de María y padre, según se creía, de Jesucristo … Si Dios concedió a la Virgen a José como esposo, se lo dió en verdad no ya sólo como compañero de la vida, testigo de la virginidad y defensor del honor, sino también partícipe de su excelsa dignidad, en virtud de la misma alianza matrimonial" (León XIII, Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889).

"Custodio purísimo de María Santísima y padre putativo del Redentor" Juan XXIII, Aloc. 28-11-1962).

", Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazareth. Lo que se ha cumplido en Ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María" (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.23).

Padre legal y virginal de Jesús

a) Sagrada Escritura

""Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo (Mt. 1,16).

"María dijo al ángel: ¿de qué modo se hará esto, pues no conozco varón?" (Lc. 1,34).

" … mira cómo tu padre y yo, angustiados te buscábamos … Y bajó con ellos, y vino a Nazareth, y les estaba sujeto`* (Lc. 2,48.51).

"Jesús … según se pensaba, hijo de José” (Lc. 3, 23).

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“¿No es éste el hijo del artesano…" (Mt. 13, 55).

b) Tradición

San Bernardo: "José… a quien manifestó los secretos y misterios de su sabiduría y le dio el conocimiento de aquel misterio, que ninguno de los príncipes de este mundo conoció; a quien, en fin, se concedió no sólo ver y oír al que muchos reyes y profetas, queriéndolo ver, no lo vieron y queriéndolo oír no lo oyeron, no sólo verlo y oírlo, sino tenerlo en sus brazos, llevarlo de la mano, abrazarlo, besarlo, alimentarlo y aguardarlo" (Sermo, Super missus est,2,16).

San Francisco de Sales: -`Acostumbro decir que, si una paloma llevase en su pico un dátil y lo dejara caer en un jardín, ¿no se diría, acaso, que la palmera que de el provendría pertenece al dueño del jardín? Pues si esto es así, ¿quien podra dudar que el Espíritu Santo, habiendo dejado caer este divino dátil, como divina paloma, en el jardín cerrado de la Santísima Virgen, el cual pertenecía a San José, como la mujer esposa pertenece al esposo, quien dudará, digo, que se puede afirmar con toda verdad que esa divina palmera -Jesús- que produce frutos de inmortalidad pertenece por entero a San José?" (Obras completas, t.3, p.541, Ed. Vives).

Bernardino de Laredo: "Así como la más elegible, más amable y más digna de ser servida y reverenciada criatura que Dios crió, es nuestra muy gran Señora, así, después de Ella, no cabe que se dé a otro la ventaja, sino a aquel que escogió Dios ab aeterno para fidelísimo esposo y custodio y compañero de ésta suavísima Virgen, y para testigo firmísimo Y fidelísimo de su inocencia y pureza virginal…El sapiéntisimo Niño que se deleita y descansa en el gremio y en los brazos de su amantísimo siervo, ayo, y padre putativo del glorioso San José" (Josefina, Ed. Rialp, 1977, facsímiles, pp.16-17).

c) Magisterio de la Iglesia

"El matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia" (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.7). "San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad" (Ibidem, n.8).

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Confrontar, además, los textos del Magisterio que antes hemos citado sobre San José, como esposo de María.

DIGNIDAD Y EXIMIA SANTIDAD DE JOSE

Dignidad de San José

La dignidad de San José se desprende de su condición de esposo de María y padre virginal y legal de Jesús. De éstas relaciones con Jesús y con María se deduce de modo inefable su relación con la Santísima Trinidad como lo expresa el siguiente texto pontificio.

"He aquí el misterio, el secreto de la divina Encarnación, de la Redención, que la Santísima Trinidad revela al hombre. Realmente es imposible subir más alto. Estábamos en el orden de la unión hipostática, de la unión personal de Dios con el hombre. Es en este momento cuando Dios nos invita a considerar al humilde y gran santo; es en este momento cuando Dios pronuncia la palabra que explica todas las relaciones existentes entre San José y todos los grandes profetas y los demás grandes santos, aun aquellos que han desempeñado misiones públicas de gran relieve, como los Apóstoles. No hay honor que supere al de haber recibido la revelación de la unión hipostática del Verbo de Dios … El divino Redentor es la fuente de toda gracia; después de El está María, la dispensadora de los tesoros celestiales. Pero, si alguna cosa hubiese que pudiera despertar en nosotros una confianza todavía mayor, lo sería, en cierta manera, el pensar que José es el único que puede hacerlo todo así con el divino Redentor como con su Madre divina, y eso de tal manera y con tal autoridad que sobrepasa la de un mero administrador o guardían … En consecuencia, nuestra confianza con este Santo debe ser muy grande, puesto que se funda en tan prolongadas, más aún, en tan únicas relaciones con las mismas fuentes de la gracia y de la vida, la Santísima Trinidad" (Pio XI, Homilía, 19-111- 1935).

Como se desprende de este testimonio, San José tiene una dignidad tan alta y es tanta su grandeza que tiene primacía sobre todo otro santo en virtud de las relaciones que sólo a él correspondió mantener con María y, a través de Ella, con Jesús y la Santísima Trinidad.

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Eximia santidad

La santidad de San José está muy por encima de los Patriarcas y Profetas del Antiguo Testamento, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes y aun de los mismos Angeles.

a) Razones teológicas

la) La razón teológica de la santidad de San José, la establece Santo Tomás de Aquino cuando dice: "Cuanto alguna cosa recibida se aproxima más a la causa que la ha producido, tanto más participa de la influencia de esa causa" (S. Th. III , q.7, a.1). La causa única de donde procede toda santidad es el mismo Dios. Luego cuanto más próxima o cercana a Dios esté una criatura, tanto más participará de su infinita santidad. Nadie como San José -después de Jesús y de María- se ha acercado tanto a Dios, luego hay que concluir que su santidad excede a cualquier criatura humana o angélica.

2a) Lo mismo se puede afirmar en virtud de los siguientes principios ciertos en teología:

a) Dios da a cada uno la gracia según aquello para lo que es elegido;

b) una misión divina excepcional requiere una santidad proporcionada.

San José recibió de Dios la gracia necesaria para ser digno esposo de María y digno padre de Jesús. Su misión fue única e irrepetible en la historia de la salvación. A tanta gracia y a tan alta misión correspondió de modo admirable pues la misma Escritura lo llama hombre justo (Mt. 1, 19), luego debemos concluir que su santidad excede a todos sin excepción alguna.

La eximia santidad de San José y el carácter especial del culto que la Iglesia le rinde, ha movido a los teólogos a aplicarle a su culto el título de suma dulía, que expresa su inferioridad frente al culto a María de hiperdulía y, su superioridad respecto al de los santos, de simple dulía.

b) Las virtudes de San José

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»"Brillan en él, sobre todo, las virtudes de la vida oculta, en un grado proporcionado al de la gracia santificante: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad, que no puede ser quebrantada por ningún peligro; la sencillez, la fe, esclarecida por los dones del Espíritu Santo; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Guardó el depósito que se le confiara con una fidelidad proporcionada al valor de este tesoro inestimable" (Garrigou-Lagrange, R., San José, Buenos Aires, 1947, p.301).

"¿Cómo acertar a referir los progresos de su santidad al contacto de Jesús y en la sociedad más íntima con la Madre de Dios? No eran los sacramentos los que obraban en él, era el Autor de los sacramentos y de la gracia. Si Jesús les ha comunicado a sus sacramentos tanta gracia para santificar las almas, ¿como podían, por ventura, sus caricias, su sonrisa, su contacto, aun cuando de un modo distinto, producir efectos mucho más maravillosos? ¿Qué era la vida de San José sino una comunión continua con Jesús y con la plenitud de la santidad que habitaba en El: por los ojos, que con tanta frecuencia descansaban en Jesús; por la boca, cuando San José besaba con tanto amor al divino Niño; por el contacto, cuando Jesús descansaba entre sus brazos; por el pensamiento, que se volvía sin cesar a Jesús y a María; por toda pena, por toda prueba, por toda alegría, por todo trabajo, por todo movimiento? … Pues nada existía en su vida que, por el sacrificio, la abnegación, el amor, no pusiese en contacto su alma con el alma de Jesús" (Sauvé, C., San José, Barcelona, 1915, p.361).

El Evangelio llama a San José hombre justo (Mt. 1, 19). "Una alabanza más rica de virtud y más alta en méritos no podría aplicarse a un hombre … Un hombre … que tiene una insondable vida interior, de la cual le llegan órdenes y consuelos singulares, y la lógica y la fuerza, propia de las almas sencillas y limpias, de las grandes decisiones, como la de poner en seguida, a disposición de los planes divinos, su libertad…" (Pablo VI, Homilía, 19-111-1969).

“San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración" (Juan XXIII, Alocución, 17-111-1963).

"Expresión cotidiana de amor en la vida de la Familia de Nazareth es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero … La obediencia de Jesús en la casa de Nazareth, es entendida también

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como participación en el trabajo de José. El que era llamado el hijo del carpintero había aprendido el trabajo de su padre putativo. El trabajo humano y, en particular el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial … José acerco el trabajo humano "al misterio de la redención" (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.22).

MAESTRO DE LA VIDA INTERIOR

La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con El. Por ello, San José, mejor que ningún otro santo sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por esta razón la tradición cristiana recoge las palabras de la Escritura: "Ite ad Ioseph" (Gén. 41, 55), id a José, para tratar a Jesús.

Escribe santa Teresa de Jesús: (Vida, c. 6, nn. 6-8). "Querría yo persuadir a todos fueren devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios.

Así como a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; de este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.

Quien no hallare maestro que le enseñe a hacer oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino" (Vida, c.6, nn.6-8).

Uno de los maestros de espiritualidad -como dijo el Emmo. Cardenal Primado de España- que más han meditado sobre la figura de San José, a quien amaba y veneraba con un cariño teologal y afectivo, es el venerable Josemaría Escrivá de Balaguer (cfr. González Martín, M., La figura de José, Palabra, nn.156-157). De la lectura de sus escritos se descubre un cuadro completo de las virtudes de San José, en los que se destacan:

Su disponibilidad incondicional a los planes divinos; su amor entrañable y, a la vez, respetuoso a Jesús y a su Madre Santísima; su castidad como fruto de ese mismo amor; su obediencia pronta a la voluntad de Dios, sin extrañezas ni excusas; su espíritu contemplativo; su sencillez y humildad que le llevan a cumplir su misión con dignidad y silencio; su trabajo, al que se entrega con decisión, paciencia y responsabilidad y, al mismo tiempo, con el que se santifica y sostiene a

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Jesús y a María; su espíritu de servicio y fidelidad al deber; y, en general, haber acogido y desarrollado en su vida las gracias recibidas en una vida de trabajo ordinario.

"José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de El con abnegación alegre. ¿No será esta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como maestro de la vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con El. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo testamento" Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.56).

"Todos, siguiendo cada uno su propia vocación -en su hogar, en su profesión u oficio, en el cumplimiento de las obligaciones que le corresponden por su estado, en sus deberes de ciudadano, en el ejercicio de sus derechos-, estamos llamados a participar en el reino de los cielos.

Eso nos enseña la vida de San José: sencilla, normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre igual, de días humanamente monótonos, que se suceden los unos a los otros. Lo he pensado muchas veces, al meditar sobre la figura de San José, y ésta es una de las razones que hace que sienta por él una devoción especial" (Ibidem, n.44).

PATRONO UNIVERSAL DE LA IGLESIA

En la misión sublime de San José la Iglesia ha visto la razón fundamental para hacerlo su Patrono y Protector universal y, Patrono de todos y cada uno de los fieles.

"Por la sublime dignidad que Dios confirió a este siervo fidelísimo, la Iglesia siempre, después de la Virgen Madre de Dios, Esposa suya, honró al bienaventurado José con los mayores honores y alabanzas e imploró su protección en las dificultades" (Sagrada Congregacióti de Ritos, 1869).

Pio IX declaró solemnemente al Patriarca San José Patrono de la Iglesia Católica, poniéndose a sí misma y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del Patriarca (cfr. Decr. Quemadmodum Deus, 8-X-1870).

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León XIII añadió: "San José es, a título propio, patrono de la Iglesia, y ésta, a su vez, muchísimo espera de su defensa y patrocinio … Del mismo modo que María, Madre del Salvador, es Madre universal de todos los cristianos, José mira a toda la multitud de todos los cristianos, multitud que le sigue confiada. Es defensor de la Santa Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el. reino de Dios en la tierra" (Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889).

"La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. A lo largo de los siglos se ha hablado de él, subrayando diversos aspectos de su vida, continuamente fiel a la misión que Dios le había confiado. Por eso, desde hace muchos años, me gusta invocarle con el título entrañable: Nuestro Padre y Señor (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.39).

CULTO Y DEVOCIÓN A SAN JOSÉ

Su culto en la Iglesia

a) El papa Sixto IV, en el año 1476, establece para la diócesis de Roma el 19 de marzo como fiesta de San José, que luego se extendió a la Iglesia universal.

b) Pio IX lo declara Patrono Universal de la Iglesia (8-XII1870).

c) Pio XII establece la celebración de San José Obrero, el lo de mayo, presentándolo como modelo de los trabajadores.

d) Benedicto XV declara a San José como singular protector de los moribundos (25-VII-1920).

e) Juan XXIII lo incluye en la relación de Santos, después de María, en el Canon Romano de la Misa (S.C. de los Ritos, Decr. (13-XI-1962).

Devociones más extendidas

a) Como maestro de oración (cfr. Santa Teresa de Jesús, Vida, cap.6);

b) como maestro de la vida interior (cfr. Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.39 y ss);

c) patrono de los moribundos (cfr. Benedicto XV, 25-VII-1920);

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d) la familia de José, la Sagrada Familia, modelo de los hogares cristianos (cfr. Benedicto XV, 25-VII-1920);

e) las Letanías de San José (cfr. Pio XI, 21-III-1935);

f) dedicarle los miércoles, de cada semana;

g) del mismo modo el mes de marzo, de cada año;

h) la piadosa consideración de sus siete dolores y gozos;

i) los siete domingos de San José, anteriores al 19 de Marzo de cada año.

"Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de San José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo milenio cristiano" Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.32).

""Para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente" (Ibidem, n.1).

Tomado de: TEOLOGÍA DE LA SMA. VIRGEN MARÍA – GUSTAVO RUIZ / ALBERTO VEGA

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Excelencia de San José

José, descendiente de David y a quien la Sagrada Escritura llama "justo" (cfr. Mt. 1, 19

José, descendiente de David y a quien la Sagrada Escritura llama "justo" (cfr. Mt. 1, 19), es decir, varón de eximia santidad, fue el hombre elegido padre de Cristo en un doble sentido:

a) ante la ley, en cuanto era el esposo de María;

b) por el amor y cuidado que tuvo con el niño Dios, a quien prestó los servicios del más cariñoso de los padres.

San José es llamado padre nutricio del Salvador en cuanto lo nutrió y alimentó, y padre putativo, en cuanto era reputado por el común de las gentes como verdadero padre de jesús, pues el misterio de la encarnación quedó oculto a ellas.

Estos títulos, sin embargo, no pueden hacer pensar que las relaciones entre José y Jesús eran frías y exteriores. Es verdad que la fe nos dice que no era padre según la carne, pero su paternidad fue más profunda que la de la carne, y quiso a Jesús como el mejor de los padres ama a su hijo.

Jesús, en lo humano, señala San Josemaría Escrivá de Balaguer, debió parecerse a José: "en el modo de trabajar, en los rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José" (Es Cristo que pasa, n. 55).

Después de Santa María, es José la criatura más excelsa; en virtudes, en perfección, en grandeza de alma.

"Como San José -señala el Papa León XIII- estuvo unido a la Santísima Virgen por el vínculo conyugal, no cabe la menor duda que se aproximó más que persona alguna a la dignidad sobre eminente por la que la Madre de Dios sobrepasa a las restantes naturalezas creadas… Sí, pues, Dios dio a la Virgen por esposo a José, no sólo se lo dio, ciertamente, como sostén en la vida, sino que también le hizo participar, por el Vínculo matrimonial, en la eminente dignidad que ésta había recibido" (Enc. Quaquam Pluries).

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Así lo explica San Bernardino de Siena: "Cuando, por gracia divina, Dios elige alguno para una misión muy elevada, le otorga todos los dones necesarios para llevar a cabo esa misión, lo que se verifica en grado eminente en San José, padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo y esposo de María" (Sermo I de S. Joseph).

A él, que es quien trató con mayor intimidad a Jesús y a María, le venera la Iglesia como maestro de vida interior. El Papa Pío IX lo declaró el 8-XII-1870 como especial protector y patrono de la Iglesia. Fomenta, además, su devoción, viendo en ella un camino fácil para aumentar el amor a su Esposa y a su Hijo:

"Si crece la devoción a San José, el ambiente se hace al mismo tiempo más propicio a un incremento de la devoción a la Sagrada Familia… José nos lleva derecho a María, y por María llegamos a la fuente de toda santidad, a Jesús, quien por su obediencia a José y María consagró las virtudes del hogar" (Benedicto XV, M. pr. Bonum sane et salutare).

La duda de San José

San José es el mayor de los santos después de María.

San José es el mayor de los santos después de María. Esta doctrina está hoy generalmente aceptada. León XIII, en la Encíclica Quamquam plures ([1]), escrita para declarar a San José patrono de la Iglesia universal, dice: "Como San José estuvo unido a la Santísima Virgen por el vínculo conyugal, no cabe la menor duda que se aproxima más que persona alguna a la dignidad sobreeminente por la que la Madre de Dios sobrepasa de tal manera a las naturalezas creadas … ; si, pues, Dios le dio por esposo a José, ciertamente no sólo se lo dio como ayuda en la vida, sino que también le hizo participar, por el vínculo matrimonial, en la eminente dignidad que Esta había recibido".

Juan XXIII, en el año 1962 ([2]), enseña: «San José, ilustre descendiente de David, luz de los Patriarcas, esposo de la Madre de Dios, guardián de su virginidad, padre nutricio del Hijo de Dios, vigilante defensor de Cristo, Jefe de la Sagrada Familia; fue justísimo, castísimo, prudentísimo, fortísimo, muy obediente, fidelísimo, espejo de paciencia, amante de la pobreza, modelo de obreros, honor de la vida doméstica, guardián de las vírgenes, sostén de las familias, consolación de los desgraciados, esperanza de los enfermos, patrono de los moribundos, terror de los demonios, protector de la Iglesia Santa. Nadie es tan grande después de la Virgen María».

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La razón de esta preminencia está en la plenitud de gracia recibida por San José, proporcionada a su misión de padre nutricio de Jesús, puesto que fue directa e inmediatamente elegido por el mismo Dios para esta misión única en el mundo. La misión de San José, en efecto, supera el orden mismo de la gracia y linda con el orden hipostático constituido por el misterio mismo de la Encarnación.

«La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. A lo largo de los siglos se ha hablado de él, subrayando diversos aspectos de su vida, continuamente fiel a la misión que Dios le había confiado. Por eso, desde hace muchos años, me gusta invocarle con el título entrañable: Nuestro Padre y Señor» ([3]). Las virtudes de San José señaladas por Juan XXIII son un espléndido modelo propuesto para nuestra imitación. "Nuestro Padre y Señor San José es Maestro de la vida interior.-Ponte bajo su patrocinio y sentirás la eficacia de su poder" ([4]).

La duda de san José

Parece que, después de la Anunciación, la Virgen Madre, guardó para sí el gran misterio que había acontecido en Ella, la Encarnación del Verbo. Ni había palabras para expresarlo ni parece que el Señor quisiera que lo revelara por sí misma, ni siquiera a San José. No obstante, Isabel fue informada del misterio por el Espíritu Santo, como se deduce de la escena de la Visitación. ¿Habían hablado previamente de ello María y José? ¿Acompañó José a María en la visita a Isabel? ¿Había tenido lugar ya la revelación del Ángel a José? Los textos evangélicos dejan todas las respuestas abiertas.

Las traducciones que han llegado hasta nosotros no facilitan la intelección de los sentimientos y actitudes de José: «El origen de Jesucristo fue así: Desposada su madre María con José, antes de que convivieran resultó que había concebido del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo (dikaios) y no quería denunciarla (deigmatisai), pensó repudiarla (apolusai) en secreto”.(Mt 1,19).

Es muy difícil creer que José – que era muy santo y estaba sin duda dotado del don de sabiduría, así como los demás del Espíritu Santo, más que cualquier otro salvo la Virgen Santa -, conociendo como conocía a María, se le ocurriese pensar en alguna especie de infidelidad. Lo más razonable es pensar que José recordase la profecía de Isaías sobre la virgen que había de concebir al Enmanuel. Es lo más seguro que de algún modo se diera cuenta de que un gran misterio divino había acontecido en María, aunque no sospechara quizá la divinidad del niño que

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la Virgen llevaba en su seno. Pero el Mesías estaba anunciado para aquellos tiempos. La duda de José no era sobre la inocencia de María, sino sobre su papel y situación en aquel misterio. En este sentido se han pronunciado una parte de los Padres y santos doctores de la Iglesia (no todos, por lo que vamos a ver a continuación).

Afortunadamente, los análisis filológicos y la más reciente exégesis bíblica parecen haber resuelto el difícil texto de Mt 1, 19, traducido de modos muy diversos, afectando, como es lógico, a la comprensión en diversos sentidos de la actitud de José ante el misterio de la concepción de Jesús. Mt 1, 19 contiene tres palabras de difícil traducción:

1) dikaios

2) deigmatizô

3) apoluô

Vistas las diversas interpretaciones nos parece la más sólida y congruente la que se resume seguidamente.

1 ) Hoy está claro que dikaios se traduce por “justo”

-No en el sentido de ser simplemente riguroso observante de la Ley judía, que favorecería la interpretación según la cual José hubiera pensado que su esposa – según la Ley – había de ser denunciada y lapidada.

-Tampoco es exacto traducir dikaios simplemente por “bueno” o “de buen corazón”. Como José era “de buen corazón” decidiría “repudiar” (apolusai) en secreto a María, para evitar la lapidación que mandaba la Ley. Esta no puede ser buena traducción puesto que dikaios nunca ha significada “bueno” o “persona de buen corazón”; el griego dispone de otros términos para expresar ese sentido ([5] ).

-Lo más razonable es traducir dikaios por “justo” en el sentido de un respeto total por la voluntad de Dios y por su acción en nuestra existencia. Se puede resumir así: «En el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina; otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo. En una palabra, el justo es el que ama a Dios y

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demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres ([6])

2 ) El verbo deigmatizô es muy raro en griego y quizá por eso se ha traducido e interpretado de formas muy diversas. Es más usual el verbo compuesto – no sinónimo de aquél – paradeigmatizô, que tiene el sentido peyorativo de “exponer a la afrenta”, “exponer las injurias”. Pero esta resonancia negativa no se incluye necesariamente en el verbo sencillo (deigmatizô). Éste puede significar simplemente “dar a conocer”, “sacar a luz”, “revelar”, “hacer visible”, “manifestar” sin resonancia negativa alguna. Será negativa o no según lo que se “saque a relucir”. Lo que se “revela” puede ser bueno o malo, edificante o vergonzoso.

3) El verbo “luô”, del que deriva el término “apoluô”, utilizado en Mt 1, 19, puede significar “despedir”, y especialmente se dice en el sentido de “deshacer, romper el vínculo del matrimonio”. Por eso, según ciertos autores, podría significar “repudiar”, “divorciar”. Pero también puede significar simplemente “dejar libre”, “dejar ir”.

En consecuencia, puede ser perfectamente correcta la traducción:

«José, su esposo, como fuese justo y no quisiese revelar (el misterio de María), resolvió separarse de ella secretamente»[7]

Es muy congruente esta interpretación técnicamente irreprochable, puesto que siendo José santo, era prudente. No se le ocurrió acusar de delito alguna a su esposa, ni tampoco “repudiarla”. El divorcio era un acto público, ante testigos, y aquí el verbo va acompañado por el adverbio “secretamente”. No tendría mucho sentido. Lo que decide en conciencia es lo más costoso para él: “abandonarla”, “separarse” de Ella secretamente.

Queda explicar por qué. La respuesta se encuentra en la línea de aquellos Padres de los que se hace eco Santo Tomás de Aquino: «José quiso abandonar a María no porque tuviese ninguna sospecha sobre ella, sino porque, debido a su humildad, temía vivir unido a tanta santidad; por eso después le dijo el ángel: no temas» [8]

Es muy comprensible que José, ante la inmensidad del misterio de la maternidad virginal de María, pensase que él había errado el camino al desposarse con la Virgen anunciada por los

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profetas. La única salida, aunque durísima para él, era la “secreta”. De este modo, Dios podría llevar a cabo los planes sobre María sin el “estorbo” que José erróneamente se consideraba.

El Ángel no sólo le confirma que lo sucedido en su Esposa es obra divina, sino que le comunica que él tiene también una misión en el misterio: poner el nombre a Jesús, lo cual significa, en el modo de hablar bíblico, que iba a ser el padre de Jesús según la ley.

La paternidad de san José

Ahora bien, ¿la paternidad de José fue meramente legal? Evidentemente fue mucho más que “legal”, “putativa” o “adoptiva”. Juan Pablo II dice que en José «se reflejó más plenamente que en todos los padres terrenos la paternidad de Dios mismo» ([9]). Con sobria y densa elocuencia, nos lo había presentado san Mateo al decir: «José, esposo de María, de la cual nació Cristo» (Mt 1, 16) «Virum praedestinatum Maríae», dice San Ireneo [10]. Es el mismo Padre Dios quien elige para su Unigénito un padre humano virgen. José, obviamente, no es padre como la Virgen es Madre. Pero lo es en un sentido muy real y profundo, espiritual. «¿Cómo era padre José? – se pregunta San Agustín -. Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad» Y añade: «A José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno» ([11]).

Salvada la virginidad, el Padre Dios otorga a José todo lo que constituye a un hombre como padre: la cabeza y la responsabilidad, pero ante todo, lo que le da el Creador de los corazones (Qui finxit singilatim corda eorum ([12])> es un corazón a la medida del Hijo de Dios y de su Madre María ([13]).

En el Evangelio José aparece siempre como padre y cabeza de la Sagrada Familia. Impone el nombre a Jesús, recibe las órdenes del Ángel. «Veneramos a José – dice Juan Pablo II -, que construyó la casa familiar en la tierra al Verbo Eterno, así como María le había dado el cuerpo humano. ‘El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros’» ([14]). Al extremo que el Unigénito del Padre “le estaba sujeto”.

Prerrogativas de san José

José ha sido llamado por los clásicos castellanos “criador del Creador”, “providencia de la Providencia”, “Cuna que a Dios mece”, “Brasero de amor que le calienta”, “Cama blanda donde

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se adormece”, “Árbol donde Dios se arrima y regocija”, “Árbol que con su buena sombra a Dios cobija”, “Redemptor de Jesús, liberador y salvador” (recordemos la huida a Egipto), “Descanso de Jesús y María”, “Dulce refrigerio de Jesús y María”, “Ángel de la guarda (de Jesús y María)”, “Don de Dios”, “Viceparáclito”…

Valga como resumen intuitivo de la dignidad de José (solo superada por la Madre de Dios) este párrafo de un autor espiritual: “Los reyes de la tierra han de inclinarse en su presencia porque él es más rey que todos ellos, puesto que gobierna al Rey de los reyes, rige la Sagrada Familia y manda al Rey del mundo. ¡Qué grande es el reino interior de Nazaret! Tiene algo de infinito (…) Rigiendo a Jesús, rige en cierto modo toda la naturaleza creada, resumida en la humanidad de Nuestro Señor (…) Es, realmente, una maravilla que José reine sobre unos seres tan superiores como Jesús y María, quienes le aventajan respectivamente según un grado infinito y según un grado que no se puede concebir. Reverenciemos las maravillas del buen Dios y no olvidemos que, habiendo sido José tan honrado por Dios, es de razón que nosotros le rindamos también un alto tributo de honor” ([15])

La institución de una fiesta litúrgica específicamente dedicada a San José acontece en 1476, por Sixto IV; Inocencio VIII (1486) la eleva a mayor categoría. Gregorio XV, en 1621 la declara obligatoria para todo el orbe católico. En 1870, el Concilio Vaticano I, se plantea la proclamación de San José como «primero y principal patrono de la Iglesia universal»; el documento no puede ser firmado. Pío IX, el Papa que había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción, reconoce el título el 8 de diciembre de 1871.

Juan Pablo II ha dedicado a San José una Exhortación Apostólica, Redemptoris custos ([16]), en la que recoge la tradición patrística y teológica sobre San José, abriendo horizontes de estudio y meditación sobre la figura de este santo, que está, en la escala que baja del Cielo, inmediato a María, por encima de los Ángeles.

[1] LEON XIII, Encíclica Quamquam plures, del año 1899.

[2] JUAN XXIII, Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del año 1962, por el que se incluía el nombre de San José en el Canon de la Misa.

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[3] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 39

[4] Camino, 560

[5] Cfr. IGNACIO DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993, pp 70-71.

[6] Es Cristo que pasa, 40

[7] IGNACIO DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993, p. 69.

[8] SANTO TOMAS DE AQUINO, In IV Sent. 30, 2, 2.

[9] JUAN PABLO II, Homilía al pueblo de Terni (19-lII-1981).

[10] «La existencia de un verdadero matrimonio entre la Santísima Virgen y San José viene afirmada por el Magisterio de la Iglesia. El papa León Xlll enseñaba: «Pero sin embargo, ya que medió un vínculo matrimonial de San José con la Santísima Virgen… Ahora bien, si Dios le dió un esposo a la Virgen, no fue sólo para darle una compañera en su vida, testigo de su virginidad, y defensora de su honestidad, sino también para hacerlo participe de su excelsa dignidad en virtud del compromiso conyugal), (Encíclica Quamquam pluries, 15-VIII-1889, ASS 22,66). Este magisterio se apoya principalmente en el pasaje evangélico en que María es presentada como esposa y José es llamado su esposo (Mt 1,16-20). Por su parte los santos Padres, al referirse al matrimonio entre María y José, ponen de relieve la providencia y sabiduría divinas al disponer que Jesucristo naciera virginalmente de una Madre desposada» Javier Ibáñez – Fernando Mendoza, María, Madre del Redentor, pp. 4O-52). Juan Pablo II, en Redemptoris custos, 7, indica el fundamento de la paternidad de José en el verdadero matrimonio con María. Respecto a éste, ver RC, 8 y 18

[11] SAN AGUSTIN, Sermo 51, 20. Los Padres que han tratado con mayor profundidad teológica a San José son san Agustín, san Hilario, san Jorónimo, san Cirilo, san Juan crisóstomo, san Juan Damasceno y san Bernardo.

[12] Salmo 32, 15.

[13] JUAN PABLO II, RC, 8

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[14] JUAN PABLO II, Homilía al pueblo de Terni (19-lII-1981).

[15] R. BERINGUER, San José, Barcelona 1932, p. 2.

[16] JUAN PABLO II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989.

Texto íntegro del capítulo VIII del libro de Antonio Orozco, Madre de Dios y Madre nuestra. Introducción a la Mariología, Ediciones Rialp, Madrid, 1ª edición 1996

(6ª edición, año 2000). En Venezuela, Ediciones Vértice, 1997.

Traducido al inglés en Estados Unidos de América, por Scepter Publishers, 1997.

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San José, padre y señor

Crecer en devoción al Patrono de la Iglesia universal es tan eficaz para llevar el primer anuncio de Cristo» como para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado

El 15 de agosto de 1989, el Santo Padre Juan Pablo II daba a la Iglesia la Exhortación apostólica Redemptoris custos, sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia. Recordaba en ella cómo «desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con mucho empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo Místico, la Iglesia, de la que la Virgen es figura y modelo» (n.1). Nos alentaba a crecer en devoción al Patrono de la Iglesia universal, tan eficaz para llevar el primer anuncio de Cristo» como para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado (1). Próxima la Solemnidad de San José, cabeza de la Sagrada Familia, nos parece oportuno dedicarle una meditación.

José, esposo de María, de la cual nació Cristo (2). Con sobria y densa elocuencia le presenta la Escritura Santa y proclama la alteza incomparable de su dignidad y misión, sólo inferiores a la de la Madre Virgen. San Ireneo le llamó «esposo destinado, desde lo eterno, a María». Cualquiera en su lugar se hubiera enamorado de Ella. Pero era José quien había de custodiarla intacta y ser padre virginal del Dios hecho hombre, Jesús. San Ambrosio le llama «esposo de María y padre de Dios».

«A José -explica San Agustín- no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno. ¿Cómo era padre, José? Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad» (3).

FECUNDIDAD ESPLÉNDIDA DE LA SANTA PUREZA

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Dios mismo, hecho Niño, le llama padre. Y lo hará aun cuando crezca en sabiduría, edad y gracia bajo su sombra; y también ahora cuando ya está en el Cielo. ¿Qué cosas acontecen en su corazón grandioso, cuando oye llamarse así por su Creador y Redentor?

Qui finxit singillatim corda eorum (4), el Creador de los corazones, creó el de José a la medida del suyo. Tu natum Domini stringis (5), tú has estrechado con delicadeza suma al nacido Señor de señores, Rey de reyes. Todos deben inclinarse en tu presencia, porque eres mayor que todos ellos, señor del reino de Nazaret. Riges a Dios y a la Reina y Señora de todo lo creado. ¡Eres grande, José!

¡Padre y Señor mío!, providencia de la Providencia. Los ángeles te superan en naturaleza, tú les aventajas en dignidad y unión íntima con Dios Padre, con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo y con Santa María. Tú eres, por eso, maestro de vida interior, espejo de toda virtud, y muy especialmente de oración contemplativa en medio del mundo.

SALVE A SAN JOSÉ

Una antigua oración, que se remonta al siglo XVII, reza así:

«Dios te salve, José, lleno de gracia del Espíritu Santo, el Señor es contigo, bendito eres entre todos los hombres, como tu Esposa bendita entre las mujeres. Porque Jesús, fruto bendito del vientre virginal de Nuestra Señora la Virgen María, fue tenido por tu Hijo.

Ruega por nosotros, Virgen y Padre de Cristo, para que el que en esta vida quiso ser súbdito tuyo, por tus merecimientos nos sea propicio ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén» (6).

Otra oración tradicional:

¡Oh, feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido no sólo ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, y no oyeron, sino también abrazarlo, vestirlo y custodiarlo!

Ruega por nosotros, bienaventurado José.

San Josemaría Escrivá de Balaguer la cita implícitamente:

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San José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos.

Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos -ocultos y luminosos-, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria (7).

ORAR SIEMPRE

¡Siempre estaba en oración! Ni el trabajo en el taller o en los hogares vecinos; ni el descanso, ni siquiera el sueño impedían su coloquio con los moradores del Cielo.

¿Cómo, si no, hubiera podido el Ángel hablarle en sueños cuando hubo que huir a Egipto o volver a Nazaret? Supo con toda certeza que no era un sueño lo que oyó mientras dormía. Tengo para mí que era tan habitual en él tener la mente «metida» en Dios que hasta dormido podía escuchar su palabra y entender sus designios. Más de un caso se ha visto. Es una maravilla que el Todopoderoso concede a algunos santos, que han esforzado largamente la memoria para tener sin pausa en presente que en él vivimos, nos movemos y existimos. Yo mismo he conocido alguno; he tenido esa inmensa suerte. En cierta ocasión –primeros de julio de 1974– hacía el Fundador del Opus Dei su incansable catequesis en Santiago de Chile: «a Dios -afirmaba- lo encontramos en nuestra vida diaria, en nuestros momentos de cada día aparentemente iguales (…). Está en nuestra comida y en nuestra cena, en nuestra conversación y en nuestro llanto y en nuestra sonrisa. Está en todo. Dios es Padre. Si queremos ir a Él lo encontramos en cualquier momento (…). Mientras trabajas, mientras manejas el coche -como se dice aquí-, mientras te ocupas de tu trabajo profesional, mientras te diviertes con un poco de música, cuando estás ya para dormirte, en el momento de despertar… ». Y añadía: «Se lee en la Escritura que hemos de permanecer orando día y noche; conozco almas que hacen oración dormidas también. Y no me consideréis loco, que no lo estoy» .

No debiéramos dudar de hechos semejantes.

A los árboles altos los lleva el viento

y a los enamorados el pensamiento.

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El amor de Dios es infinitamente más poderoso que el humano. Algunos se asombran hasta de los milagros narrados en el Evangelio, con tan mala sombra, que les parecen maravillas «excesivas», y por tan fausto motivo se niegan a creerlas: ¡es demasiado!, piensan, y contra todo rigor histórico amputan el texto sagrado, lo acomodan a sus livianos esquemas, y «releen» la palabra de Dios como si fuese un cuento de hadas o, a lo más, un libro de Homero. ¡Qué pobre concepto tienen de Dios y de su poder! No saben lo que se pierden.

Pero volvamos a nuestro asunto: «es necesario orar siempre sin cesar», nos dice claro el Señor; «para que ya estemos despiertos o durmamos, vivamos en Él» (9); de modo que «cuando los ojos se cierren con el sueño, el corazón permanezca velante en Ti» (10).

Esto es propiamente vida contemplativa, asequible -por la Gracia- a todos, porque todos somos llamados a vivirla de alguna manera. Pero ¿qué puso de su parte San José? ¿No recorrería también él el proceso del bejuco -planta trepadora de verticales muros-, que con tanto donaire se canta allende los mares:

El bejuco cuando nace

nace hojita por hojita

Así principia el amor;

palabra por palabrita.

UN CAMINO ASEQUIBLE

Al menos éste parecía haber sido el camino que anduvo quien mucho le amó e hizo que muchos le quisiéramos tanto -de nuevo San Josemaría-: «Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra…, hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres…: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio. Vivimos entonces como cautivos, como prisioneros. Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán. Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto».

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Hojita por hojita, palabra por palabrita.

Es cosa hacedera, de pequeños aunque constantes esfuerzos por recordar siempre que somos -no sólo «estamos»- contemplados por Dios, con amor inmenso, con ternura infinita, a todas horas, también cuando la cotidiana fatiga ha clausurado nuestros ojos y apagado la luz de la mente. No es preciso soñar con ángeles; basta que nos durmamos sabiéndonos en los brazos de nuestro Padre Dios, bajo la dulce mirada de Nuestra Madre del Cielo, y también al encanto de los ángeles y santos del paraíso. Qué bien se duerme entonces; o qué bien no se duerme, si Dios lo quiere. En cualquier caso, son horas de profunda oración, que preparan las de la entera jornada siguiente.

INTERCAMBIO DE «CONTEMPLACIONES»

Así se establece entre el alma y Dios un intercambio delicioso de contemplaciones. Le confiamos nuestras alegrías y nuestras penas, nuestras ilusiones y afanes; nuestras pequeñas aventuras diarias. La lucha -deportiva, alegre, apasionante- habrá de durar años, tal vez. Pero, al fin «sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas» (11).

Es lo que a San José, nuestro Padre y Señor, le acontecía con intensidad única. Sus manos trabajaban la madera y el hierro, pero en su corazón se hallaban siempre nítidas las imágenes de Jesús y de María, puntos focales de toda su intensa actividad. Y esa unidad de vida, esa coherencia e íntima compenetración de fe, amor y conducta -trabajo y oración– eran consecuencia, quizá inadvertida en lo reflejo, del misterio que se cumplió en su hogar llenándolo de Luz.

LA GRAN VERDAD

Esta es la gran verdad que llena de gozo la existencia de los hijos de Dios: Dios es Padre, Dios es Amor y, con su Amor, a todas las criaturas envuelve, y

Ama tanto estar con ellas

Que está muy más dentro en ellas,

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Que ellas mismas sin quererle (12)

Vale la pena esforzar la memoria para recordar siempre la amorosa morada de la Trinidad en el alma, porque «el hombre, mientras se mantiene en presencia de Dios, se encuentra lleno de luz; si se ausenta de Él, de inmediato se entenebrece» (13). Es lo que le pasó a Simón: pensó que el Maestro se hallaba tan ocupado en lo que sufría, que no tenía ojos ni tiempo para advertir sus cobardes negaciones; y aquella misma noche tristísima descendió por tres veces al oscuro abismo de la traición.

Hasta que el Señor «se volvió y miró a Pedro» (14). ¡No estaba tan ocupado como era de esperar! Y la mirada de Jesús encendió de nuevo las luces que el olvido había apagado en el alma de Simón. Ascendió de nuevo a la altura de su condición de Apóstol. Salió fuera y lloró con abundancia su triple pecado. No volvería a suceder.

La soledad es el gran riesgo, más aún, es la seguridad de vivir bajo mínimos, por debajo de la altura de la misión divina que cada quien ha de cumplir en la tierra. El hombre solo, rigurosamente solo, es sin duda la tristeza misma; y la tristeza es la mayor aliada del adversario.

Pero el hijo de Dios nunca está solo:

No le llames soledad

a este andar con Dios en todo.

Llámale más bien

un modo de inmensidad (15).

Es estar a un tiempo en el Cielo y en la tierra, con Dios Padre, con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo, con la Madre de Dios y Madre nuestra, con San José, nuestro Padre y señor: ¡qué grandes amigos, que jamás traicionan! Siempre acompañados, contemplados por la Trinidad del Cielo y por la Trinidad de la tierra.

«Trato de llegar a la Trinidad del Cielo por esa otra trinidad de la tierra: Jesús, María y José. Están como más asequibles. Jesús, que es perfectus Deus y perfectus Homo. María, que es una mujer, la más pura criatura, la más grande: más que Ella, sólo Dios. Y José, que está inmediato a

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María: limpio, varonil, prudente, entero. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué modelos! Sólo con mirar, entran ganas de morirse de pena: porque, Señor, me he portado tan mal… No he sabido acomodarme a las circunstancias, divinizarme. Y tú me dabas los medios: y me los das, y me los seguirás dando…, porque a lo divino hemos de vivir humanamente en la tierra».

«San José, que no te puedo separar de Jesús y de María, San José, por el que he tenido siempre devoción pero comprendo que debo amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro vientos (…) San José, nuestro Padre y Señor, intercede por nosotros» (16).

Tú, que eres llamado por la Iglesia -que es la extensión de tu Sagrada Familia-:

José justísimo,

José castísimo,

José prudentísimo,

José fortísimo,

José obedientísimo,

José fidelísimo,

Espejo de paciencia,

Amador de la pobreza,

Ejemplo de los que trabajan,

Ennoblecedor del vivir en familia,

Custodio de los vírgenes,

Terror de los demonios,

Protector de la Santa Iglesia…

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¡Ruega por nosotros! (17)

1. Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, 15-VIII-1989. Ed. Palabra, Folletos MC, n. 499, nn. 1 y ss.

2. Mt. 1, 16.

3. San Agustín, citado por J. ESCRIVA DE BALAGUER, en la Homilía titulada En el taller de José, de 19-III-1963, publicada en Es Cristo que pasa, n. 55.

4. Sal 32,15.

5. Himno Te loseph.

6. Antigua oración que fue muy indulgenciada. Lleva el imprimatur «Toleti, die 14º Aprilis 1965. Henricus Card. Archiep. Toletanus».

7. Forja 553.

8. Lc 18,1; cfr. Eccli 18,22; 1 Tes 5,17.

9. 1 Tes 5, 9-11.

10. Liturgia de las Horas, Himno de Completas.

11. Beato Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 307.

12. Juana de Fuentes, Perú, siglo XVI.

13. San Agustín, In VIII super Genesis, XII, 26.

14. Lc 22, 61.

15. Versos de José María Pemán.

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16. J. Escrivá de Balaguer, citado por S. BERNAL, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Ed. Rialp, 6ª ed., Madrid, 1980, p. 360.

17. Letanías de San José.

San José y su eminente santidad

Por su santidad y por los méritos singulares que adquirió el Santo Patriarca en el cumplimiento de su misión de fiel custodio de la Sagrada Familia, su intercesión es la más poderosa de todas, si exceptuamos la de la Santísima Virgen.

El Magisterio de la Iglesia ha declarado en repetidas ocasiones que los santos en el Cielo ofrecen a Dios los méritos que alcanzaron en la tierra por quienes todavía nos encontramos en camino. También enseña que es bueno y provechoso invocarles, no sólo en común, sino particularmente, poniéndolos por intercesores ante el Señor (Cfr. CONC. DE TRENTO , Sesión 25, De invocatione et veneratione sanctorum; Dz 984; CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 49).

Santo Tomás explica la mediación de los santos diciendo que ésta no se debe a la imperfección de la misericordia divina, ni que convenga mover su clemencia mediante esta intercesión, sino para que se guarde en las cosas el orden debido, ya que ellos son los más cercanos a Dios (Cfr. SANTO TOMAS, Suma Teológica, Supl. , q. 72, a. 2 c y ad 1). Pertenece a su gloria prestar ayuda a los necesitados, y así se constituyen en cooperadores de Dios, "por encima de lo cual no hay nada más divino" (Cfr. Ibídem, a. 1).

Aunque los santos no están en estado de merecer, pueden pedir en virtud de los méritos que alcanzaron en la vida, los cuales ponen delante de la misericordia divina. Piden también presentando nuestras súplicas, reforzadas por las de ellos, y ofreciendo de nuevo a Dios las obras buenas que hicieron en la tierra (Ibídem, a. 3), que duran para siempre. Aunque ya no merecen

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para sí -el tiempo de merecimiento terminó con la muerte-, sin embargo sí están "en estado de merecer para otros, o mejor, de ayudarlos por razón de sus méritos anteriores, ya que, mientras vivieron, merecieron ante Dios que sus oraciones fuesen escuchadas después de la muerte" (Ibídem, ad 4). Las ayudas ordinarias y extraordinarias que nos consiguen los santos dependen del grado de santidad y de unión con Dios que lograron, de la perfección de su caridad (Ibídem, 1-2, q. 114, a. 4), de los méritos que alcanzaron en su vida terrena, de la devoción con que se les invoca "o porque Dios quiere declarar su santidad" (Ibídem, 2-2, q. 83, a. 11 ad 1 y 4). La intercesión de algunos de ellos es especialmente eficaz en algunas causas y necesidades: para lograr que una persona alejada de Dios se acerque al sacramento de la Penitencia, en las necesidades familiares, en el trabajo, en la enfermedad… (Ibídem, Supl. , q. 72, a. 2 ad 2). No se aparta de la verdad la piedad de las almas sencillas que encomiendan a determinados santos una necesidad específica. La intercesión de los santos "depende muy particularmente de los méritos accidentales que adquirieron en sus diversos estados y ocupaciones de la vida -enseña Santo Tomás-. El que mereció extraordinariamente padeciendo una enfermedad o desempeñando un oficio particular, debe tener especial virtud para ayudar a aquellos que padecen y le invocan en la misma enfermedad o se ejercitan en el mismo oficio y cumplen los mismos deberes" (B. LLAMERA, Teología de San José, p. 312).

 Santa Teresa de Jesús, hablando de la eficacia de la intercesión de San José, señala que así como a otros santos parece que Dios les otorgó la capacidad de interceder por alguna necesidad en particular, "a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que el Señor quiere darnos a entender que ansí como le fue sujeto en la tierra -que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar-ansí en el Cielo hace cuanto le pide" (SANTA TERESA, Vida, 6). No dejemos de acudir a él en tantas necesidades como tenemos, principalmente en las de aquellos que tenemos encomendados.

Por su santidad y por los méritos singulares que adquirió el Santo Patriarca en el cumplimiento de su misión de fiel custodio de la Sagrada Familia, su intercesión es la más poderosa de todas, si exceptuamos la de la Santísima Virgen, y es, además, la más universal, extendiéndose a las necesidades, tanto espirituales como materiales, y a cada hombre en cualquier estado en que se encuentre. "De igual modo que la lámpara doméstica que difunde una luz familiar y tranquila -señalaba Pablo VI-, pero íntima y confidencial, invitando a la vigilancia laboriosa y llena de graves pensamientos, conforta del tedio del silencio y del temor a la soledad (…), la luz de la piadosa figura de San José difunde sus rayos benéficos en la Casa de Dios, que es la Iglesia, la

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llena de humanísimos e inefables recuerdos de la venida a la escena de este mundo del Verbo de Dios hecho hombre por nosotros y como nosotros, que vivió la protección, la guía y la autoridad del pobre artesano de Nazaret, y la ilumina con el incomparable ejemplo que caracteriza al santo más afortunado de todos por su gran comunión de vida con Cristo y María, por su servicio a Cristo, por su servicio por amor" (PABLO VI, Homilía, 19-III-1966).

Jesús y María, con su ejemplo en Nazaret, nos invitan a recurrir a San José. Su conducta es modelo de lo que debe ser la nuestra. Con la frecuencia, amor y veneración con que acudían a él y recibían sus servicios, han proclamado la seguridad y confianza con que hemos de implorar nosotros su ayuda poderosa. Cuando "nos lleguemos a José para implorar su auxilio, no titubeemos ni temamos, sino tengamos fe firme, que tales ruegos han de ser gratísimos al Dios inmortal y a la Reina de los ángeles" (ISIDORO DE ISOLANO, Suma de los dones de San José, IV, 8). Nuestra Señora, después de Dios, a nadie amó más que a San José, su esposo, que la ayudó, la protegió, y gustosamente le estuvo sometida. ¿Quién puede imaginar la eficacia de la súplica dirigida por José a la Virgen su esposa, en cuyas manos el Señor ha depositado todas las gracias? De aquí la comparación que se complacen en repetir los autores: "como Cristo es el mediador único ante el Padre, y el camino para llegar a Cristo es María, su Madre, así el camino seguro para llegar a María es San José: De José a María, de María a Cristo y de Cristo al Padre" (B. LLAMERA, o.c. , p. 315).

La Iglesia busca en San José el mismo apoyo, la fortaleza, la defensa y la paz que supo proporcionar a la Sagrada Familia de Nazaret (Cfr. E. S. GIBERT, San José, un hombre para Dios, Balmes, Barcelona 1972, p. 175), que fue como el germen en el que ya se encontraba contenida toda la Iglesia. El patrocinio de San José se extiende de modo más particular a la Iglesia universal, a las almas que aspiran a la santidad en medio del trabajo ordinario, a las familias cristianas y a los que se encuentran próximos a dejar este mundo camino a la Casa del Padre.

"Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.

"-Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 554).

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El patrocinio de San José sobre la Iglesia es la prolongación del que él ejerció sobre Jesucristo, Cabeza de la misma, y sobre María, Madre de la Iglesia. Por esta razón fue declarado Patrono universal de la Iglesia (Cfr. PIO IX, Decreto Quemadmodum Deus, 8-XII-1870; Carta Apost. Inclytum Patriarcam, 7-VII-1871). Aquella casa de Nazaret, que José gobernaba con potestad paterna, contenía los principios de la naciente Iglesia. Conviene, pues, que José, así "como en otro tiempo cuidó santamente de la Familia de Nazaret en todas sus necesidades, así ahora defienda y proteja con celestial patrocinio a la Iglesia de Cristo" (LEON XIII, Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889). Esta declaración fue hecha en momentos difíciles por los que pasaba nuestra Madre la Iglesia, circunstancias y motivos que hoy subsisten (Cfr. JUAN PABLO II, Exhort. apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 31). Por eso nosotros acudiremos siempre a él, pero de modo particular cuando veamos que es más atacada, menospreciada, cuando se la quiere arrinconar fuera de la vida pública, y se intenta volverla inoperante en las vidas de los hombres; vidas que debe iluminar y conducir hasta Dios. Los Papas han alentado continuamente esta devoción a San José (SAN PIO X, Carta al Cardenal Lepicier, 11-II-1908; BENEDICTO XV, Breve Bonum sane, 25-VII-1920; PIO XI, Discurso, 21-IV-1926).

La misión de San José se prolonga a través de los siglos, y su paternidad alcanza a cada uno de nosotros. "Querría yo persuadir a todos fuesen grandes devotos de este glorioso santo -escribe la Santa de Avila-, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida; si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.

"Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas (…). Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Angeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den las gracias a San José por lo bien que les ayudó a ellos" (SANTA TERESA, o.c. , 6).

A San José no se le oye en el Evangelio; sin embargo, nadie ha enseñado mejor. Él "ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con

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abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 56). Acudamos frecuentemente a su patrocinio, y de modo muy particular en estos días cercanos ya a su fiesta. Sigamos el ejemplo de "las almas más sensibles a los impulsos del amor divino", las cuales "ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior" (JUAN PABLO II, o.c. , 27). Sé siempre, San José, nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique y alegre, en unión con tu Esposa, nuestra dulcísima Madre inmaculada, en el solidísimo y suave amor a Jesús, nuestro Señor (JUAN XXIII, AAS, 53, 1961, p. 262.).

MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Exhortación Apostólica Redemptoris CustosSobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia Sumo Pontífice Juan Pablo II

A los Obispos, Sacerdotes, Diáconos, Religiosos, Religiosas,  y a todos los fieles:

INTRODUCCIÓN

1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, "José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt 1, 24).

Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente de María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo,1 también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo. En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quam quam pluries del Papa León XIII2, y siguiendo la huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios "confió la custodia de sus tesoros más preciosos."3 Con profunda alegría cumple este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente.

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De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de "participar" en la economía de la salvación.4 Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación.

Precisamente José de Nazaret "participó" en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre "nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo" (Ef 1, 5).

I. EL MARCO EVANGÉLICO

El Matrimonio con María

2. "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." (Mt 1, 20-21).

En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia. El Evangelista Mateo explica el significado de este momento, delineando también como José lo ha vivido. Sin embargo, para comprender plenamente el contenido y el contexto, es importante tener presente el texto paralelo del Evangelio de Lucas. En efecto, en relación con el versículo que dice: "La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18), el origen de la gestación de María "por obra del Espíritu Santo" encuentra una descripción más amplia y explícita en el versículo que se lee en Lucas sobre la anunciación del nacimiento de Jesús: "Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1, 26-27).

Las palabras del ángel: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28), provocaron una turbación interior en María y, a la vez, le llevaron a la reflexión. Entonces el mensajero tranquiliza a la Virgen y, al mismo tiempo, le revela el designio especial de Dios referente a ella misma: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1, 30-32).

El evangelista había afirmado poco antes que, en el momento de la anunciación, María estaba "desposada con un hombre llamado José, de la casa de David". La naturaleza de este "desposorio" es explicada indirectamente, cuando María, después de haber escuchado lo que el

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mensajero había dicho sobre el nacimiento del hijo, pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34). Entonces le llega esta respuesta: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 35). María, si bien ya estaba "desposada" con José, permanecerá virgen, porque el niño, concebido en su seno desde la anunciación, había sido concebido por obra del Espíritu Santo.

En este punto el texto de Lucas coincide con el de Mateo 1, 18 y sirve para explicar lo que en él se lee. Si María, después del desposorio con José, se halló "encinta por obra del Espíritu Santo", este hecho corresponde a todo el contenido de la anunciación y, de modo particular, a las últimas palabras pronunciadas por María: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de las semanas se manifiesta ante la gente y ante José "encinta", como aquella que debe dar a luz y lleva consigo el misterio de la maternidad.

3. A la vista de esto "su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto" (Mt 1, 19), pues no sabía cómo comportarse ante la "sorprendente" maternidad de María. Ciertamente buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una salida a aquella situación tan difícil para él. Por tanto, cuando "reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 20-21).

Existe una profunda analogía entre la "anunciación" del texto de Mateo y la del texto de Lucas. El mensajero divino introduce a José en el misterio de la maternidad de María. La que según la ley es su "esposa", permaneciendo virgen, se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo. Y cuando el Hijo, llevado en el seno por María, venga al mundo, recibirá el nombre de Jesús. Era éste un nombre conocido entre los israelitas y, a veces, se ponía a los hijos. En este caso, sin embargo, se trata del Hijo que, según la promesa divina, cumplirá plenamente el significado de este nombre: Jesús-Yehosua, que significa, Dios salva.

El mensajero se dirige a José como al "esposo de María", aquel que, a su debido tiempo, tendrá que imponer ese nombre al Hijo que nacerá de la Virgen de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José confiándole la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María.

"Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt 1, 24). El la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero.

II. EL DEPOSITARIO DEL MISTERIO DE DIOS

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4. Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de Zacarías para visitar a su pariente Isabel, mientras la saludaba oyó las palabras pronunciadas por Isabel "llena de Espíritu Santo" (Lc 1, 41). Además de las palabras relacionadas con el saludo del ángel en la anunciación, Isabel dijo: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Estas palabras han sido el pensamiento-guía de la encíclica Redemptoris Mater, con la cual he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II que afirma: "La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz"5 y "precedió"6 a todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo.

Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: "Feliz la que ha creído", en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al "anuncio" del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2Cor 10, 5-6).

Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: "Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él."7 La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.

5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio "escondido desde siglos en Dios" (cf. Ef 3, 9), lo mismo que se convirtió María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama "la plenitud de los tiempos", cuando "envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" para "rescatar a los que se hallaban bajo la ley", "para que recibieran la filiación adoptiva" (cf. Gál 4, 4-5). "Dispuso Dios -afirma el Concilio- en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2Pe 1, 4)."8

De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María -y también en relación con María- él participa en esta fase culminante de la auto-revelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por Dios en la vía de la "peregrinación de la fe", a través de la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y singular.9

6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida

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mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble, donde el "plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí."10 Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires.11

El servicio de la paternidad

7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José -una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8, 28 s.)- pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia.

Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5).

Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. "¿Por qué -se pregunta san Agustín- no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo."12

El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: "A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne."13. En este matrimonio, no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: "En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio."14

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Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la "indivisible unión espiritual", en la "unión de los corazones", en el "consentimiento,"15

elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena "libertad" el "don esponsal de sí" al acoger y expresar tal amor.16 "En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida."17

¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque "la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor" y "la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa"18; es en la Sagrada Familia, en esta originaria "iglesia doméstica"19, donde todas las familias cristianas deben mirarse. En efecto, "por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas."20

8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente "ministro de la salvación."21 Su paternidad se ha expresado concretamente "al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa."22

La liturgia, al recordar que han sido confiados "a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la salvación de los hombres,"23 precisa también que "Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito."24

León XIII subraya la sublimidad de esta misión: "El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre."25

Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús "por don especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer."26 Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el

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amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3, 15).

En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar, respetando aquella "condescendencia" inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: "Así sucedió, para que se cumplieran..." y la referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.

Con la Encarnación las "promesas" y la "figuras" del Antiguo Testamento se hacen "realidad": lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser "el coordinador del nacimiento del Señor,"27 aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción "ordenada" del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto "privada" como "escondida" de Jesús ha sido confiada a su custodia.

El censo

9. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre "Jesús, hijo de José de Nazaret" (cf. Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles, pero también "salvador del mundo". Orígenes describe acertadamente el significado teológico inherente a este hecho histórico, ciertamente nada marginal: "Dado que el primer censo de toda la tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos los demás, también José se hizo registrar junto con María su esposa, que estaba encinta, Jesús nació antes de que el censo se hubiera llevado a cabo; a quien considere esto con profunda atención, le parecerá ver una especie de misterio en el hecho de que en la declaración de toda la tierra debiera ser censado Cristo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo; y después de esta declaración escribía a todos los hombres de la tierra en el libro de los vivos, de modo que cuantos hubieran creído en él, fueran luego registrados en el cielo con los Santos de Aquel a quien se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén."

El nacimiento en Belén

10. Como depositarios del misterio "escondido desde siglos en Dios" y que empieza a realizarse ante sus ojos "en la plenitud de los tiempos", José es con María, en la noche de Belén, testigo

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privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo. Así lo narra Lucas: "Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento" (Lc 2, 6-7).

José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecida en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel "anonadamiento" (Flp 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva (cf. Lc 2, 15-16); más tarde fue también testigo de la adoración de los Magos, venidos de Oriente (cf. Mt 2, 11).

La Circuncisión

11. Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito (cf. Lc 2, 21) ejercita su derecho-deber respecto a Jesús. El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.; 10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús el "cumplimiento". La Alianza de Dios con Abrahán, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13), alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el "sí" de todas las antiguas promesas (cf. 2Cor 1, 20).

La Imposición del Nombre

12. En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la salvación (cf. Hech 4, 12); y a José le había sido revelado el significado en el instante de su "anunciación": "Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.

La presentación de Jesús en el templo

13. Este rito, narrado por Lucas (2, 2 ss.), incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia de Jesús a los doce años de edad en el templo. El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado por la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús, que es el verdadero "precio" del rescate (cf. 1Cor 6, 20; 7, 23; 1Pe 1, 19), no sólo "cumple" el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate.

El Evangelista pone de manifiesto que "su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2, 33), y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la "salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos" y "luz para

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iluminar a los gentiles y gloria de su pueblo Israel" y, más adelante, también "señal de contradicción" (cf. Lc 2, 30-34).

La huida a Egipto

14. Después de la presentación en el templo el evangelista Lucas hace notar: "Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él" (Lc 2, 39-40). Pero, según el texto de Mateo, antes de este regreso a Galilea, hay que situar un acontecimiento muy importante, para el que la Providencia divina recurre nuevamente a José. Leemos: "Después que ellos (los Magos) se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar el niño para matarle""(Mt 2, 13). Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del "rey de los judíos" (Mt 2, 2). Y cuando partieron los Magos él "envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para abajo" (Mt 2, 16). De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido "rey de los judíos", de quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su corte. Entonces José, habiendo sido advertido en sueños, "tomó al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: "De Egipto llamé a mi hijo"" (Mt 2, 14-15; cf. Os 11, 1).

De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. Así como Israel había tomado la vía del éxodo "en condición de esclavitud" para iniciar la Antigua Alianza, José, depositario y cooperador del misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que realiza la Nueva Alianza.

Jesús en el templo

15. Desde el momento de la anunciación, José, junto con María, se encontró en cierto sentido en la intimidad del misterio escondido desde siglos en Dios, y que se encarnó: "Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14). El habitó entre los hombres, y el ámbito de su morada fue la Sagrada Familia de Nazaret, una de tantas familias de esta aldea de Galilea, una de tantas familias de Israel. Allí Jesús "crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él" (Lc 2, 40). Los Evangelios compendian en pocas palabras el largo periodo de la vida "oculta", durante el cual Jesús se preparaba a su misión mesiánica. Un solo episodio se sustrae a este "ocultamiento", que es descrito en el Evangelio de Lucas: la Pascua de Jerusalén, cuando Jesús tenía doce años.

Jesús participó en esta fiesta como joven peregrino junto con María y José. Y he aquí que "pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres" (Lc 2, 43). Pasado un día se dieron cuenta e iniciaron la búsqueda entre los parientes y conocidos: "Al cabo de tres días, lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles. Todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas" (Lc 2, 46-47). María le pregunta: "Hijo ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,

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angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2, 48). La respuesta de Jesús fue tal que "ellos no comprendieron". El les había dicho: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que yo debía ocuparme en las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49-50).

Esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido poco antes llamándole "tu padre". Y así es lo que se decía y pensaba: "Jesús... era, según se creía, hijo de José" (Lc 3, 23). No obstante, la respuesta de Jesús en el templo habría reafirmado en la conciencia del "presunto padre" lo que éste había oído una noche doce años antes: "José... no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo" (Mt 1, 20). Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios, y Jesús en el templo evocó exactamente este misterio: "Debo ocuparme en las cosas de mi Padre".

El mantenimiento y educación de Jesús en Nazaret

16. El crecimiento de Jesús "en sabiduría, edad y gracia" (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de "criarle", esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre.

En el sacrificio eucarístico la Iglesia venera ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, pero también la del bienaventurado José 29 porque "alimentó a aquel que los fieles comerían como pan de vida eterna."30

Por su parte, Jesús "vivía sujeto a ellos" (Lc 2, 51), correspondiendo con el respeto a las atenciones de sus "padres". De esta manera quiso santificar los deberes de la familia y del trabajo que desempeñaba al lado de José.

III. EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO

17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer "fíat" pronunciado en el momento de la anunciación, mientras que José -como ya se ha dicho- en el momento de su "anunciación" no pronunció palabra alguna. Simplemente él "hizo como el ángel del Señor le había mandado" (Mt 1, 24). Y este primer "hizo" es el comienzo del "camino de José". A lo largo de este camino; los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el "justo" (Mt 1, 19). Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne "lo nuevo y lo viejo" (Mt 13, 52).

18. El varón "justo" de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de "una virgen desposada con un hombre llamado José" (Lc 1,

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27). Antes de que comience a cumplirse "el misterio escondido desde siglos" (Ef 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa. Según la costumbre del pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto periodo, el esposo introducía en su casa a la esposa. Antes de vivir con María, José era, por tanto, su "esposo"; pero María conservaba en su intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el "matrimonio". La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, "esposa prometida" de José. María pronuncia su "fiat."

El hecho de ser ella la "esposa prometida" de José está contenido en el designio mismo de Dios. Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras dichas a José: "No temas en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo" (Mt 1, 20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el "Hijo del Altísimo" asume un cuerpo humano y viene a ser "el Hijo del hombre".

Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: "No temas tomar contigo a María tu mujer". Por tanto, lo que había tenido lugar antes -esto es, sus desposorios con María- había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar, viviendo como "una virgen, esposa de un esposo" (cf. Lc 1, 27).

19. En las palabras de la "anunciación" nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre "justo", que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.

"José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt 1, 24); lo que en ella había sido engendrado "es del Espíritu Santo". A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el amor humano? Este amor de Dios forma también -y de modo muy singular- el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.

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"José... tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo" (Mt 1, 24-25). Estas palabras indican también otra proximidad esponsal. La profundidad de esta proximidad, es decir, la intensidad espiritual de la unión y del contacto entre personas -entre el hombre y la mujer- proviene en definitiva del Espíritu Santo, que da la vida (cf. Jn 6, 63). José, obediente al Espíritu, encontró justamente en El la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel "varón justo" podía esperarse según la medida del propio corazón humano.

20. En la liturgia se celebra a María como "unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor."31 Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo. "La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo," 32 que es comunión de amor entre Dios y los hombres.

Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole "don esponsal de sí". Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios.

Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. "Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad -al que de por sí va unida la comunión de bienes- se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella."33

21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y -al igual que en la encarnación- a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es "aparente" o solamente "sustitutiva", sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también "asumido" todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también "asumida" la paternidad humana de José.

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En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: "Tu padre y yo... te buscábamos". Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret. José, que desde el principio aceptó mediante la "obediencia de la fe" su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad.

IV. EL TRABAJO EXPRESIÓN DEL AMOR

22. Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos" (Lc 2, 51). Esta "sumisión", es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el "hijo del carpintero" había aprendido el trabajo de su "padre" putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.

23. En el crecimiento humano de Jesús "en sabiduría, edad y gracia" representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser "el trabajo un bien del hombre" que "transforma la naturaleza" y que hace al hombre "en cierto sentido más hombre."34

La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos "que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey."

34. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: "San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas."36

V. EL PRIMADO DE LA VIDA INTERIOR

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25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José "hizo"; sin embargo permiten descubrir en sus "acciones" -ocultas por el silencio- un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio "escondido desde siglos", que "puso su morada" bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.

26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada "en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta."37

Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión.38

27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo el aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres: "En virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo fueron salvíficas para nosotros, produciendo en nosotros la gracia tanto por razón del mérito, como por una cierta eficacia."39

Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p.e., Mc 1, 41) y el influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno (cf. Lc 1, 41-44). El testimonio apostólico no ha olvidado -como hemos visto- la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por el "misterio" de gracia contenido en tales "gestos", todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha intimidad.40

Puesto que el amor "paterno" de José no podía dejar de influir en el amor "filial" de Jesús y, viceversa, el amor "filial" de Jesús no podía dejar de influir en el amor "paterno" de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior.

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Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, cosa posible en quien posee la perfección de la caridad. Según la conocida distinción entre el amor de la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis)41, podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad.

VI. PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO

28. En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró "Patrono de la Iglesia Católica."42 El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, "la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias."43 ¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: "Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús (...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (...). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo."44

29. Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de re-evangelización en aquellos "países y naciones, en los que -como he escrito en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles laici- la religión y la vida cristiana fueron florecientes y" que "están ahora sometidos a dura prueba."45 Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial "poder desde lo alto" (cf. Lc 24, 49; Hech 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos.

30. Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José; un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las funciones de cada fiel. Como se dice en la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, la actitud fundamental de toda la Iglesia debe ser de "religiosa escucha de la Palabra de Dios"46, esto es, de disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesús. Ya al inicio de la redención humana encontramos el modelo de obediencia -después del de María- precisamente en José, el cual se distingue por la fiel ejecución de los mandatos de Dios.

Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio "como la Iglesia, en estos últimos tiempos suele hacer; ante todo, para sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción

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divina con la acción humana, en la gran economía de la redención, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15, 5), nunca está dispensada de una humilde, pero condicional y ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como resplandecen en san José."47

31. La Iglesia transforma estas exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le pide que le conceda colaborar fielmente en la obra de la salvación, que le dé un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado, y que "por el ejemplo y la intercesión de san José, servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad."48

Hace ya cien años el Papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La Carta Encíclica Quamquam pluries se refería a aquel "amor paterno" que José "profesaba al niño Jesús"; a él, "próvido custodio de la Sagrada Familia" recomendaba la "heredad que Jesucristo conquistó con su sangre". Desde entonces, la Iglesia -como he recordado al comienzo- implora la protección de san José en virtud de "aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María", y le encomienda todas sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la familia humana.

Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con las mismas palabras de León XIII: "Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad."49 Aún hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres a san José.

32. Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de san José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano. El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia "las grandes cosas de Dios", hacia la "economía de la salvación" de la que José fue ministro particular. Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien Dios mismo "confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes"50 aprendamos al mismo tiempo de él a servir a la "economía de la salvación". Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado.

El varón justo, que llevaba consigo todo el patrimonio de la Antigua Alianza, ha sido también introducido en el "comienzo" de la nueva y eterna Alianza en Jesucristo. Que él nos indique el camino de esta Alianza salvífica, ya a las puertas del próximo Milenio, durante el cual debe

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perdurar y desarrollarse ulteriormente la "plenitud de los tiempos", que es propia del misterio inefable de la encarnación del Verbo.

Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año 1989, undécimo de mi Pontificado.

Joannes Paulus, PP II

NOTAS

1. Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, IV, 23, 1: S. Ch 100/2, pp. 692-294.

2. León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889: Leonis XIII P. M. Acta, IX (1890), pp. 175-182.

3. Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): Pii IX P.M. Acta, pars I, vol. V, p. 282; Pio IX, Carta Apóstol. Inclytum Patriarcham (7 de julio de 1871): l.c., pp. 331-335.

4. Cf. S. Juan Crisóstomo, In Math. 5, 4: PG 57, 57 s.; Doctores de la Iglesia y Sumos Pontífices, en base también a la identidad del nombre, han visto en José de Egipto la figura de José de Nazaret, por haber simbolizado, en cierto modo, la labor y la grandeza de custodio de los más preciosos tesoros de Dios Padre, del Verbo Encarnado y de su Santísima Madre; cf., por ejemplo, S. Bernardo, Super "Missus est", Hom. II, 16: S. Bernardi Opera, Ed. Cist., IV, 33 s.; León XIII, Carta Encicl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 179.

5. Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 58.

6. Cf. Ibid., 63.

7. Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 5.

8. Ibid., 2.

9. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 63.

10. 10. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación, 2.

11. S. Congr. de los Ritos, Decr. Novis hisce temporibus (13 de noviembre de 1962): AAS 54 (1962), p. 873.

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12. S. Agustín, Sermo 51, 10, 16: PL 38, 342.

13. S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I. 11, 12: PL 44, 421; cf. De consensu evangelistarum, II, 1, 2: PL 34, 1071; Contra Faustum, III, 2: PL 42, 214.

14. S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I, 11, 43: PL 44, 421; cf. Contra Iulianum, V. 12, 46: PL 44, 810.

15. S. Agustín, Contra Faustum, XXIII, 8; PL 42, 470 s.; De consensu evangelistarum, II, I, 3: PL 34, 1072; Sermo 51, 13, 21: PL 38, 344 S.; S. Tomás, Summa Theol., III, q. 29, a. 2 in conclus.

16. Cf. Alocuciones del 9 de enero; 16 de enero; 20 de febrero de 1980: Insegnamenti, III/I (1980), pp. 88-92; 148-152; 428-431.

17. Pablo VI, Alocución al Movimiento "Equipes Notre-Dame (4 de mayo de 1970), n. 7: AAS 62 (1970), p. 431. Análoga exaltación de la Familia de Nazaret como modelo absoluto de la comunidad familiar se halla, por ejemplo, en León XIII, Carta Apost. Neminem fugit (14 de junio de 1892): Leonis XIII P.M. Acta, XII (1892), pp. 149 s.; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): AAS 12 (1920), pp. 313-317.

18. Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 17: AAS 74 (1982), p. 100.

19. Ibid., 49: l.c., p. 140; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 11; Decreto Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los Seglares, 11.

20. Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 85: l.c., pp. 189 s.

21. S. Juan Crisóstomo, In Matth. Hom. V, 3: PG 57, 57-58.

22. Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1966): Insegnamenti, IV (1966), p. 110.

23. Cf. Missale Romanum, Collecta: in "Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B.M.V.".

24. Cf. Ibid., Praefatio in "Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B.M.V.".

25. Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 178.

26. Pio XII, Radiomensaje a los alumnos de las escuelas católicas de los Estados Unidos de América (19 de febrero de 1958): AAS 50 (1958), p. 174.

27. Orígenes, Hom. XIII in Lucam, 7: S. Ch. 87, pp. 214 s.

28. Orígenes, Hom. X in Lucam, 6: S. Ch. 87, pp. 196 s.

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29. Cf. Missale Romanum, Prex Eucharistica I.

30. Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): l.c., p. 282.

31. Collectio Missarum de Beata Maria Virgini, I, "Sancta Maria de Nazaret", Praefatio.

32. Exhort. Apost. Familiaris consortio, (22 de noviembre de 1981), 16: l.c., p., 98.

33. León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., pp. 177 s.

34. Cf. Carta Encicl. Laborem exercens (14 de setiembre de 1981), 9: AAS 73 (1981), pp. 599 s.

35. Ibid., 24: l.c., p. 638. Los Sumos Pontífices en tiempos recientes han presentado constantemente a san José como "modelo" de los obreros y de los trabajadores; cf., por ejemplo, León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 180; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): l.c., pp. 314-316; Pio XII Alocución (11 de marzo de 1945), 4: AAS 37 (1945) p. 72; Alocución (1o. de mayo de 1955): AAS 47 (1955), 406; Juan XXIII, Radiomensaje (1o. de mayo de 1960): AAS 52 (1960), p. 398.

36. Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969): Insegnamenti, VII (1969), p. 1268.

37. Ibid.: l.c., p. 1267.

38. Cf. S. Tomás, Summa Theol., II-IIae, q. 82, a. 3, ad 2.

39. Ibid., III, q. 8, a. 1, ad 1.

40. Pio XII, Carta Encícl. Haurietis aquas (15 de mayo de 1956), III: AAS 48 (1956), pp. 329 s.

41. Cf. S. Tomás, Summa Theol., II-IIae, q. 182, a. 1. ad 3.

42. Cf. Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): l.c., p. 283.

43. Ibid., l.c., pp. 282 s.

44. León XIII, Carta Encicl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., pp. 177-179.

45. Exhort. Apost. Post-Sinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34: AAS 81 (1989), p. 456.

46. Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 1.

47. Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969): Insegnamenti, VII (1969), p. 1269.

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48. Cf. Missale Romanum, Collecta; Super oblata en "Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B.M.V."; Post. commn. en "Missa votiva S. Ioseph".

49. Cf. León XIII, "Oratio ad Sanctum Iosephum", que aparece inmediatamente después del texto de la Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): Leonis XIII P.M. Acta, IX (1890), p. 183.

0. Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): l.c., p. 282.

San José: Quamquam Pluries

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Carta encíclica del Papa León XIII promulgada el 15 de agosto de 1889.

SOBRE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ

A Nuestros Venerables Hermanos los Patriarcas, Primados, Arzobispos y otros Ordinarios, en Paz y Unión con la Sede Apostólica.

1. Aunque muchas veces antes Nos hemos dispuesto que se ofrezcan oraciones especiales en el mundo entero, para que las intenciones del Catolicismo puedan ser insistentemente encomendadas a Dios, nadie considerará como motivo de sorpresa que Nos consideremos el momento presente como oportuno para inculcar nuevamente el mismo deber. Durante períodos de tensión y de prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz. El fruto de esas piadosas oraciones y de la confianza puesta en la bondad divina, ha sido siempre, tarde o temprano, hecha patente. Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.

2. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al pueblo cristiano y exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. Estando próximos al mes de octubre, que hemos consagrado a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, Nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que participen de las actividades de este mes, si es posible, con aun mayor piedad y constancia que hasta ahora.

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Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en ella. Si, en innumerables ocasiones, ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? No, por el contrario creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales. Pero Nos tenemos en mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en ustedes, Venerables Hermanos, avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen-Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma. Con respecto a esta devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera vez el día de hoy, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto la devoción a San José, que en el pasado han desarrollado y gradualmente incrementado los Romanos Pontífices, crecer a mayores proporciones en nuestro tiempo, particularmente después que Pío IX, de feliz memoria, nuestro predecesor, proclamase, dando su consentimiento al pedido de un gran número de obispos, a este santo patriarca como el Patrono de la Iglesia Católica. Y puesto que, más aún, es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las diarias prácticas de piedad de los católicos, Nos deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra autoridad.

3. Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone entre

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todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres. De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. El se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.

4. Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma, que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente, más allá del hecho de haber recibido el mismo nombre —un punto cuya relevancia no ha sido jamás negada— , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre ellos; principalmente, que el primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que —todavía más importante— presidió sobre el reino con gran poder, y, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el

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Rey decretó para él el título de "Salvador del mundo". Por esto es que Nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y al vez brindó grandes servicio al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra. Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José como custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio de su trabajo. En cuanto a los trabajadores, artesanos y personas de menor grado, su recurso a San José es un derecho especial, y su ejemplo está para su particular imitación. Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo.

5. Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven con el trabajo de sus manos han de ser de buen corazón y aprender a ser justos. Si ganan el derecho de dejar la pobreza y adquirir un mejor nivel por medios legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el orden establecido, en primer instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero el recurso a la fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener tales fines son locuras que sólo agravan el mal que intentan suprimir. Que los pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en las promesas de los hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor compasión de ellos.

6. Es por esto que —confiando mucho en su celo y autoridad episcopal, Venerables hermanos, y sin dudar que los fieles buenos y piadosos irán más allá de la mera letra de la ley— disponemos

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que durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, sobre el cual ya hemos legislado, se añada una oración a San José, cuya fórmula será enviada junto con la presente, y que esta costumbre sea repetida todos los años. A quienes reciten esta oración, les concedemos cada vez una indulgencia de siete años y siete cuaresmas. Es una práctica saludable y verdaderamente laudable, ya establecida en algunos países, consagrar el mes de marzo al honor del santo Patriarca por medio de diarios ejercicios de piedad. Donde esta costumbre no sea fácil de establecer, es al menos deseable, que antes del día de fiesta, en la iglesia principal de cada parroquia, se celebre un triduo de oración. En aquellas tierras donde el 19 de marzo —fiesta de San José— no es una festividad obligatoria, Nos exhortamos a los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de prácticas privadas de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera un día de obligación.

7. Como prenda de celestiales favores, y en testimonio de nuestra buena voluntad, impartimos muy afectuosamente en el Señor, a ustedes, Venerables Hermanos, a su clero y a su pueblo, la bendición apostólica.

Dado en el Vaticano, el 15 de agosto de 1889, undécimo año de nuestro pontificado

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San José: Le Vocis

Exhortación Apostólica del Papa Juan XXIII promulgada el 19 de Marzo de 1961

SOBRE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ

LOS PONTÍFICES Y LA IGLESIA

Venerables Hermanos y queridos hijos:

1. Las voces que de todos los puntos de la tierra Nos llegan, como expresión de alegre esperanza y deseos por el feliz éxito del Concilio Ecuménico Vaticano II, impulsan cada vez más Nuestro ánimo a sacar provecho de la buena disposición de tantos corazones sencillos y sinceros, que con amable espontaneidad se vuelven a implorar el auxilio divino para acrecentamiento del fervor religioso, para clara orientación práctica en todo lo que la celebración conciliar supone y nos promete incremento de la vida interior y social de la Iglesia y de renovación espiritual de todo el mundo.

Y ved cómo nos encontramos ahora, al aparecer la nueva primavera de este año y ante la proximidad de la Sagrada Liturgia Pascual, con la humilde y amable figura de San José, el augusto esposo de María, tan caro a la intimidad de las almas más sensibles a los atractivos de la ascética cristiana y de sus manifestaciones de piedad religiosa, contenidas y modestas, pero tanto más agradables y dulces.

En el culto de la Santa Iglesia, Jesús, Verbo de Dios hecho hombre, pronto tuvo su adoración incomunicable como esplendor de la substancia de su Padre, que se irradia en la gloria de los Santos. María, su madre, le siguió muy de cerca ya desde los primeros siglos, en las representaciones de las catacumbas y de las basílicas, piadosamente venerada como sancta María mater Dei. En cambio, José, fuera de algún brillo de su figura que aparece alguna vez en los escritos de los Padres, permaneció siglos y siglos en su característico ocultamiento, casi como una figura decorativa en el cuadro de la vida del Salvador. Y hubo de pasar algún tiempo antes de que su culto penetrase de los ojos al corazón de los fieles y de él sacasen especiales lecciones de

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oración y confiada devoción. Estas fueron las alegrías fervorosas, reservadas a las efusiones de la edad moderna -¡cuán abundantes e impresionantes!-, y entre ellas Nos ha complacido especialmente fijarnos en un aspecto muy característico y significativo.

SAN JOSÉ EN LOS DOCUMENTOS DE LOS PONTÍFICES DEL SIGLO PASADO

2. Entre los diferentes postulata que los Padres del Concilio Vaticano I, al reunirse en Roma (1869-1870), presentaron a Pío IX, los dos primeros se referían a San José. Ante todo, se pedía que su culto ocupase un lugar más preeminente en la sagrada Liturgia; llevaba la firma de ciento cincuenta y tres Obispos. El otro, suscrito por cuarenta y tres Superiores generales de Ordenes religiosas, suplicaba la proclamación solemne de San José como Patrono de la Iglesia universal[1].

PÍO IX

3. Pío IX acogió con alegría ambos deseos. Desde el comienzo de su pontificado (10 de diciembre de 1847) fijó la fiesta y rito del patrocinio de San José en la dominica III después de Pascua. Ya desde 1854, en una vibrante y devota alocución, señaló a San José como la más segura esperanza de la Iglesia, después de la Santísima Virgen; y el 8 de diciembre de 1870, en el Concilio Vaticano, interrumpido por los acontecimientos políticos, aprovechó la feliz coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar más solemne y oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase[2].

Fue aquel -el del 8 de diciembre de 1870- un breve pero gracioso y admirable Decreto "Urbi et Orbi" verdaderamente digno del "Ad perpetuam rei memoriam", el que abrió un venero de riquísimas y preciosas inspiraciones a los Sucesores de Pío IX.

LEÓN XIII

4. Y he aquí, por cierto, al inmortal León XIII, que en la fiesta de la Asunción en 1889 publica la carta Quanquam pluries[3], el documento más amplio y denso que un Papa haya publicado nunca en honor del padre putativo de Jesús, ensalzado en su luz característica de modelo de los padres de familia y de los trabajadores. Allí comenzó la hermosa oración: A vos, bienaventurado San José, que impregnó de tanta dulzura nuestra niñez.

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SAN PÍO X

5. El Sumo pontífice Pío X añadió a las manifestaciones del Papa León XIII otras muchas de devoción y amor a San José, aceptando gustosamente la dedicatoria, que se le hizo, de un tratado que expone su culto[4]; multiplicando el tesoro de las Indulgencias en el rezo de las Letanías, tan caras y dulces de recitar. ¡Qué bien suenan las palabras de esta concesión! Sanctissimus Dominus Noster Pius X inclytum patriarcham S. Joseph, divini Redemptoris patrem putativum, Deiparae Virginis sponsum purissimum et catholicae Ecclesiae potentem apud Deum Patronum -y observad la delicadeza de sentimiento personal- cuius glorioso nomine e nativitate decoratur, peculiari atque constante religione ac pietate complectitur[5]; y las otras, con que anunció el motivo de nuevas gracias concedidas: ad augendum cultum erga S. Joseph, Ecclesiae universalis Patronum[6].

BENEDICTO XV

6. Al estallar la primera gran guerra europea, mientras los ojos de Pío X se cerraban a la vida de este mundo, he aquí que surge providencialmente el Papa Benedicto XV y pasa como astro benéfico de consuelo universal por los años dolorosos de 1914 a 1918. También él se apresuró pronto a promover el culto del Santo Patriarca. En efecto, a él se debe la introducción de dos nuevos prefacios en el Canon de la Misa: el de San José y el de la Misa de Difuntos, uniendo ambos felizmente en dos decretos del mismo día, 9 de abril de 1919[7], como invitando a una unión y fusión de dolor y consuelo entre las dos familias: la celestial de Nazaret y la inmensa familia humana afligida por universal consternación a causa de las innumerables víctimas de la guera devastadora. ¡Qué triste, pero al mismo tiempo qué dulce y feliz unión: San José por una parte y el signifer sanctus Michael por otra, ambos en trance de presentar las almas de los difuntos al Señor in lucem sanctam!

Al año siguiente, 25 de julio de 1920, el Papa Benedicto XV volvía sobre el tema en el cincuentenario, que se preparaba entonces, de la proclamación -llevada a cabo por Pío IX- de San José como Patrono de la Iglesia universal y aún volvió sobre ello iluminando con doctrina teológica por el "Motu proprio" Bonum sane[8], que respiraba, todo él, amor y confianza singular. ¡Oh, cómo resplandece la humilde y benigna figura del Santo, que el pueblo cristiano invoca como protector de la Iglesia militante, en el momento mismo de brotar sus mejores energías espirituales e incluso de reconstrucción material después de tantas calamidades y como

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consuelo de tantos millones de víctimas humanas abocadas a la agonía y para las cuales el Papa Benedicto XV quiso recomendar, a los Obispos y a las numerosas asociaciones piadosas esparcidas por el mundo, implorasen la intercesión de San José, patrono de los moribundos!

PÍO XI Y PÍO XII

7. Siguiendo las mismas huellas, que recomiendan la fervorosa devoción al Santo Patriarca, los dos últimos Pontífices, Pío XI y Pío XII -ambos de cara y venerable memoria- continuaron con viva y edificante fidelidad evocando, exhortando y elevando.

Cuatro veces por lo menos Pío XI en solemnes alocuciones, al exponer la vida de nuevos Santos y con frecuencia en las fiestas anuales del 19 de marzo -por ejemplo en 1928[9] y luego en 1935 y aun en 1937- aprovechó la oportunidad para ensalzar las variadas luces que adornan la fisonomía espiritual del Custodio de Jesús, del castísimo esposo de María, del piadoso y modesto obrero de Nazaret y patrono de la Iglesia universal, poderoso amparo en la defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial empeñado en la ruina de las naciones cristianas.

8. También Pío XII, siguiendo a su antecesor, observó la misma línea e igual forma en numerosas alocuciones, siempre tan hermosas, vibrantes y acertadas; por ejemplo, cuando el 10 de abril de 1940[10] invitaba a los recién casados a ponerse bajo el manto seguro y suave del Esposo de María; y en 1945[11] invitaba a los afiliados a las Asociaciones Cristianas de trabajadores a honrarle como a sublime dechado e invicto defensor de sus filas; y diez años después, en 1955[12], anunciaba la institución de la fiesta anual de San José artesano. De hecho, esta fiesta, de tan reciente institución, fijada para el primero de mayo, viene a suprimir la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta tradicional del 19 de marzo señalará desde hoy en adelante la fecha más solemne y definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal.

El mismo Padre Santo, Pío XII, tuvo muy a bien adornar como con una preciosísima corona el pecho de San José con una fervorosa oración propuesta a la devoción de los sacerdotes y fieles de todo el mundo, enriqueciendo su rezo con copiosas indulgencias. Una oración de carácter eminentemente profesional y social, como conviene a cuantos están sujetos a la ley del trabajo, que para todos es "ley de honor, de vida pacífica y santa, preludio de la felicidad inmortal". Entre

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otras cosas, se dice en ella: "Sednos propicio, ¡oh San José!, en los momentos de prosperidad, cuando todo nos invita a gustar honradamente los frutos de nuestro trabajo, pero sednos propicio, sobre todo, y sostenednos en las horas de la tristeza, cuando parece como si el cielo se cerrase sobre nosotros y hasta los instrumentos del trabajo parecen caerse de nuestras manos"[13].

19 DE MARZO: FECHA DEFINITIVA PARA LA FIESTA DEL PATROCINIO

9. Venerables Hermanos y queridos hijos: Estos recuerdos de historia y piedad religiosa Nos pareció oportuno proponerlos a la devota consideración de vuestras almas formadas en la delicadeza del sentir y vivir cristiano y católico, precisamente en esta coyuntura del 19 de marzo, en que la festividad de San José coincide con el comienzo del tiempo de Pasión y nos prepara a una intensa familiaridad con los misterios más conmovedores y saludables de la sagrada liturgia. Las prescripciones, que mandan velar las imágenes de Jesús Crucificado, de María y de los Santos durante las dos semanas que preparan la Pascua, son una invitación a un recogimiento íntimo y sagrado en las comunicaciones con el Señor por la oración, que debe ser meditación y súplica frecuente y viva. El Señor, la Santísima Virgen y los Santos esperan nuestras confidencias; y es muy natural que éstas se inclinen hacia lo que mejor conviene a las solicitudes de la Iglesia católica universal.

EXPECTACIÓN DEL CONCILIO ECUMÉNICO

10. En el centro y en el lugar preeminente de estas solicitudes está, sin duda, el Concilio Ecuménico Vaticano, cuya expectación está ya en los corazones de cuantos creen en Jesús Redentor, pertenecen a la Iglesia Católica nuestra Madre o a alguna de las diferentes confesiones separadas de ella, aunque deseosas -por parte de muchos- de volver a la unidad y a la paz, según la enseñanza y oración de Cristo al Padre celestial. Es muy natural que esta evocación de las palabras de los Papas del siglo pasado esté encaminada a promover la cooperación del mundo católico en el feliz éxito del gran propósito de orden, de elevación espiritual y de paz a que está llamado un Concilio Ecuménico.

EL CONCILIO, AL SERVICIO DE TODAS LAS ALMAS

11. Todo es grande y digno de ser destacado en la Iglesia, tal y como la instituyó Jesús. En la celebración de un Concilio se reúnen en torno a los Padres las más distinguidas personalidades del mundo eclesiástico, que atesoran excelsos dones de doctrina teológica y jurídica, de

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capacidad de organización y de elevado espíritu apostólico. Esto es el Concilio: el Papa en la cumbre; en torno suyo y con él, los Cardenales, Obispos de todo rito y país, doctores y maetros competentísimos en los diferentes grados y en sus especialidades.

Pero el Concilio está destinado a todo el pueblo cristiano, que está interesado en él en virtud de aquella circulación más perfecta de gracia, de vitalidad cristiana, que haga más fácil y expedita la adquisición de los bienes verdaderamente preciosos de la vida presente, y asegure las riquezas de los siglos eternos.

Todos, pues, están interesados en el Concilio: eclesiásticos, y seglares, grandes y pequeños de todas las partes del mundo, de todas las clases, razas y colores; y si se piensa en un protector celestial para impetrar de lo alto, en su preparación y desarrollo, esa virtus divina, que parece destinado a marcar una época en la historia de la Iglesia contemporánea, a ninguno de los celestiales patronos puede confiársele mejor que a San José, cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia.

12. Escuchando de nuevo, como un eco, las palabras de los Papas de este último siglo de nuestra historia, como Nos ocurre a Nos, ¡cómo Nos conmueven todavía los acentos característicos de Pío XI, incluso por aquella manera suya reflexiva y tranquila de expresarse! Tales palabras Nos vienen al oído, precisamente de un discurso pronunciado el 19 de marzo de 1928 con una alusión que no supo, no quiso silenciar en honor de San José querido y bendito, como le gustaba en invocarle.

"Es sugestivo -decía- contemplar de cerca y ver cómo resplandecen una junto a otra dos magníficas figuras que aparecen unidas en los comienzos de la Iglesia: en primer lugar, San Juan Bautista, que se presenta desde el desierto unas veces con voz de trueno, otras con humilde afabilidad y otras como león rugiente o como amigo que se goza con la gloria del esposo y ofrece a la faz del mundo la grandeza de su martirio. Luego, la robustísima figura de Pedro, que oye del Maestro Divino las magníficas palabras: Id y enseñad a todo el mundo, y a él personalmente: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Misión grande, divinamente fastuosa y clamorosa".

Así habló Pío XI y luego proseguía muy acertadamente: "Entre estos grandes personajes, entre estas dos misiones, ved aparecer la persona y la misión de San José, que pasa, en cambio,

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recogida, callada, como inadvertida e ignorada en la humildad, en el silencio; silencio, que sólo debía romperse más tarde, silencio al que debía suceder el grito, verdaderamente fuerte, la voz y la gloria por los siglos"[14].

¡Oh San José, invocado y venerado como protector del Concilio Ecuménico Vaticano II!

Venerables Hermanos e hijos de Roma, Hermanos e hijos queridos de todo el mundo: Aquí es donde deseábamos llevaros, al enviaros esta Carta apostólica precisamente el 19 de marzo, cuando con la celebración de San José, Patrono de la Iglesia universal, vuestras almas podían sentirse movidas a mayor fervor por una participación más intensa de oración, ardiente y perseverante por las solicitudes de la Iglesia maestra y madre, docente y directora de este extraordinario acontecimiento del Concilio Ecuménico XXI y Vaticano II, del que se ocupa la prensa pública mundial con vivo interés y respetuosa atención.

Sabéis muy bien que se trabaja activamente en la primera fase de la organización del Concilio con tranquilidad operante y consoladora. Por centenares se suceden en la Urbe prelados y eclesiásticos distinguidísimos, procedentes de todos los países del mundo, distribuidos en diversas secciones muy ordenadas, cada una entregada a su noble trabajo siguiendo las valiosas indicaciones contenidas en una serie de imponentes volúmenes que encierran el pensamiento, la experiencia, las sugerencias recogidas por la inteligencia, la prudencia, el vibrante fervor apostólico de lo que constituye la verdadera riqueza de la Iglesia católica en lo pasado, en lo presente y en lo futuro. El Concilio Ecuménico sólo exige para su realización y éxito luz de verdad y de gracia, disciplinado estudio y silencio, serena paz de las mentes y corazones. Esto, en lo que toca a nuestra parte humana. De lo alto viene el auxilio divino que el pueblo cristiano debe pedir cooperando intensamente con la oración, con un esfuerzo de vida ejemplar que preludie y sea prueba de la disposición bien decidida, por parte de cada uno, de aplicar, después, las enseñanzas y directrices que serán proclamadas cuando felizmente termine el gran acontecimiento que ahora lleva ya un camino prometedor y feliz.

Venerables Hermanos y queridos hijos: El pensamiento luminoso del Papa Pío XI, del 19 de marzo de 1928, nos acompaña todavía. Aquí, en Roma la sacrosanta Catedral de Letrán resplandece siempre con la gloria del Bautista; pero en el templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la Cristiandad, también hay un altar para San José, y Nos proponemos con fecha de hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo

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esplendor, más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para cada alma, y para innumerables muchedumbres. Bajo estas celestes bóvedas del templo Vaticano, es donde se reunirán en torno a la Cabeza de la Iglesia las filas que componen el Colegio Apostólico provenientes de todos los puntos del orbe, incluso los más remotos, para el Concilio Ecuménico.

¡Oh, San José! Aquí, aquí está tu puesto de Protector universalis Ecclesiae. Hemos querido ofrecerte a través de las palabras y documentos de Nuestros inmediatos Predecesores del último siglo, desde Pío IX a Pío XII, una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las Naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de buen trabajo y de oración, para servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y dulce amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea!

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo de 1961, tercer año de Nuestro Pontificado.

[1] Acta et Decreta Sacrorum Conciliorum recentiorum.- Collectio Lacensis 7, 856-857.

[2] Decr. Quemadmodum Deus 8 dec. 1870 Acta Pii IX P. M. 5 (Roma, 1873) 282.

[3] Acta Leonis XIII P. M. (Roma, 1880), 178-180.

[4] Epístola ad R. P. A. Lépicier O. S. M., 12 febr. 1908: Acta Pii X P. M. (Roma, 1914), 168-169.

[5] A. A. S. 1 (1909), 220.

[6] Decr. S. Congr. Rit. 24 iul. 1911 A. A. S. 3 (1911), 351.

[7] A. A. S. 11 (1919), 190-191.

[8] 25 iul. 1920 A. A. S. 12 (1920), 213.

[9] Discorsi de Pio XI. S. E. I. 1 (1922-1928) 779-780.

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[10] Disc. e Rad, 2, 65-69.

[11] Ibid. 7, 5-10.

[12] Ibid. 17, 71-76.

[13] Ibid. 20, 535.

[14] Discorsi di Pio XI, 1, 780.

ORACIONES

Letanía de San José

Especialmente, “la Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de la muerte, … confiándonos a San José, patrono de la buena muerte.”[1]

Señor, ten piedad, Señor, ten piedad.

Cristo, ten piedad, Cristo, ten piedad.

Cristo, óyenos, Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos, Cristo, escúchanos.

Dios Padre celestial, Ten piedad de nosotros.

Dios Hijo Redentor del mundo,

Dios Espíritu Santo,

Santa Trinidad, un solo Dios,

Santa María, Ruega por nosotros

San José,

Esposo de la Madre de Dios,

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Custodio de la Virgen,

Padre Adoptivo del Hijo de Dios,

Solícito defensor de Cristo,

Jefe de la Sagrada Familia,

José justo

José casto

José prudente

José fuerte

José obediente

José fiel

José pobre

José paciente

Modelo de los trabajadores

Ejemplo de amor al hogar

Amparo de las familias,

Consuelo de los que sufren,

Esperanza de los enfermos,

Abogado de los moribundos,

Protector de la Santa Iglesia,

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Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.

Perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.

Escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.

Ten misericordia de nosotros

Oración

Oh Dios, que has querido elegir a San José para esposo de tu Madre Santísima: te rogamos nos concedas que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle por intercesor en el cielo: Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

V. San José, haz que vivamos una vida inocente,

R. Asegurada siempre bajo tu patrocinio.

[1] F. Fernández Carvajal, Antología de Textos, 1984

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San José: Oración para pedir la pureza

Piadosa oración para pedir la Virtud de la Santa Pureza

Oh custodio y padre de vírgenes san José,

a cuya fiel custodia fueron encomendadas

la misma inocencia, Cristo Jesús,

y la Virgen de las vírgenes María,

por estas dos queridisimas prendas, Jesús y María,

te ruego y suplico me alcances que,

preservado de toda impureza,

sirva siempre castísimamente

con alma limpia y corazón puro

y cuerpo casto a Jesús y a María.

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Amén.

Pensamientos e invocaciones a San José para el mes de Marzo

Un pensamiento diario que puede ayudar a tratar más y mejor a San José

Día 1:

Padre adoptivo de Jesús. Escogido por el Eterno Padre con amor previsor y gratuito, para ser custodio y defensor de Jesús, tú, oh San José, entras plenamente en el proyecto de la Salvación, según las promesas hechas por Dios al pueblo hebreo. Ayúdame, San José, a leer hoy, con amor, el Evangelio que describe la genealogía de Jesús.

Día 2:

Custodio de Jesús. Durante la vida terrena de Jesús, tú, oh San José, no te has preocupado de hacer cosas grandes sino de hacer bien la voluntad de Dios, también en las cosas más sencillas y humildes, con mucho empeño y amor. Enséñame San José la prontitud en buscar y realizar la voluntad de Dios.

Día 3:

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Esposo de la Madre de Dios. Después de la perturbación inicial, oh San José, tu "sí" a la voluntad de Dios fue claro y preciso, aceptando a María como Esposa. Entonces, por ti, Jesús entró en la genealogía de David con pleno derecho delante de la ley y de la sociedad. Te confiamos, oh San José, a todos los padres para que siguiendo tu ejemplo acepten en el seno materno el don inestimable de la vida humana.

Día 4:

El hombre del silencio. Te acostumbraste al silencio, oh San José, estando con Jesús y María. La casa de Nazaret era un templo y ¡en el templo, sobre todo, se reza!.Enséñame, oh San José, a dominar mi locuacidad y a cultivar el espíritu de recogimiento.

Día 5:

El hombre de fe. Más que Abraham, a ti, oh San José, te tocó creer en lo que es humanamente impensable: la maternidad de una virgen, la encarnación del hijo de Dios. Fortalece, oh San José, a quien se desanima y abre los corazones para confiar en la Providencia de Dios.

Día 6:

El hombre de la esperanza. En la persona de Jesús, oh San José, tuviste la garantía del cielo y, por lo tanto, siempre estuviste lleno de profunda paz interior. Aumenta, oh San José, mis motivos para tener coraje, alimenta el aceite para mis lámparas.

Día7:

El hombre del amor a Dios. Oh San José, tú distepruebas

de amor a Dios cuidando amorosamente a Jeús en vida escondida y en profunda sintonía con la voluntad de Dios. Enséñame oh San José, a amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.

Día 8:

El hombre de la acogida. Oh San José, diste ejemplo de espíritu de acogida en la afectuosa ternura con tu esposa, en los servicios prestados a la gente, buena o mala, y estando siempre al

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lado de Jesús, el salvador de las almas. Oh San José, ¡Que yo descubra aquellos gestos que me hacen imagen viva de Dios amor, los gestos de acogida y de paz, los gestos de disponibilidad y de dedicación incondicional !.

Día 9:

El hombre del discernimiento. Con los ojos del alma, oh San José, ordenaste tu vida de piedad, tu trabajo, tu alimento, tu reposo, tus pensamientos más profundos, tus afectos, tus juicios, tus intenciones en el obrar. Ayúdame oh San José, a avanzar en las virtudes por la acción del Espíritu Santo que renueva la vida de las personas y de las comunidades.

Día 10:

El hombre de la docilidad. Santo Tomás define la docilidad como atención constante y deferente a las enseñanzas de los sabios. Tú, oh José, fuiste siempre muy dócil a las enseñanzas de Jesús y de María, su Madre. Aleja de nosotros oh San José, la presunción, la tonta estima de mis opiniones, la obstinación de seguir mis ideas.

Día 11:

El hombre de la entrega. Tú oh San José, no perdías tiempo en cosas vanas e inútiles y no obrabas con disgusto o mala gana. Ayúdame oh San José, en la oración, a no permitir que mi alma, se quede dormida y alcánzame una habitual disposición y fervor en mi vida.

Día 12:

El hombre de la simplicidad. Esta virtud oh San José, hacía parte de tu carácter y cada día más se perfeccionaba por el desapego de las criaturas. Ayúdame oh San José, a desear y gustar solamente a

Dios y a despegarme de todo lo que no sirve para mi vida espiritual.

Día 13:

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El hombre de la confianza. Tu seguridad oh San José, estaba en adherir a la voluntad de Dios como se manifestaba día tras día. Haz oh San José, que nosotros tengamos la seguridad de quien confía en Dios y que en cualquier situación, aunque adversa, estemos en sus manos.

Día 14:

El hombre de la paz. Tú, oh San José, fuiste el custodio de aquel que trajo la paz al mundo, que predicó el amor, la fraternidad y la unidad y proclamó " felices los que trabajan por la paz". Oh San José, ayúdame a promover la paz en el ambiente donde yo vivo y trabajo.

Día 15:

Ejemplo de humildad. ¡ Como te sentías pequeño a tus ojos, oh San José!, ¡Como amabas tu pequeñez!. No hiciste milagros y mantuviste tu vida tan escondida que casi nada sabemos de ella. Ayúdame, oh San José, a huir de las alabanzas y de la gloria humana. Haz que encuentre gusto en vivir escondido y en relativizar mis intereses personales.

Día 16:

Ejemplo de fortaleza. Sin duda, oh San José, tu fortaleza alcanzó un grado de perfección muy elevado. Ella se manifestó especialmente en el soportar con serenidad el exilio en Egipto y la dureza del trabajo de cada día. Ayúdame oh San José, a no desfallecer frente a las tentaciones, fatigas y sufrimientos.

Día 17:

Ejemplo de obediencia. Tu obediencia, oh San José, fue admirable, especialmente cuando tuviste que huir a Egipto, luego de una orden delante de la cual habías tenido tantas razones para no realizar. Aleja de mí, oh San José, todas las excusas que mi egoísmo plantea para no cumplir la voluntad de Dios.

Día 18:

Ejemplo de justicia. Viviendo alejado de las cosas del mundo, oh San José, practicaste siempre la virtud de la justicia especialmente a través de tu trabajo de carpintero. Y ¡qué respeto tuviste para

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con el Rey y la Reina del Cielo! Alcánzame, oh San José total pureza de intenciones y de corazón y plena adhesión a Dios y a su voluntad.

Día 19:

Ejemplo de prudencia. Tu prudencia, oh San José, se manifestó en el desapego del mundo, en la castidad, en la pobreza, en tu espíritu de pobre y en la dedicación al trabajo de cada día. Haz, oh San José, que yo no haga nada sin antes confirmarme: "que sirve esto para la eternidad".

Día 20:

Ejemplo de pobreza. Tú, oh San José, viviste la pobreza voluntaria, sufriste las privaciones y las incomodidades de la pobreza, pero no quisiste cambiar tu condición por ningún tesoro de este mundo. Obténme, oh San José, la gracia del desapegarme de las riquezas y de desear únicamente los bienes eternos.

Día 21:

Ejemplo de gratitud. Nadie después de tu Esposa, oh San José, recibió tanto como tú, de la bondad de Dios. En tu justicia dabas gracias a Dios continuamente. Veías solo a Dios, pensabas sólo en Dios ; no obrabas sino por ÉL. Haz, oh San José, que yo tenga verguenza de mis ingratitudes y que tenga valentía de humillarme delante de Dios.

Día 22:

Ejemplo a los obreros. Como cada uno de nosotros, también tú, oh San José, probaste la fatiga, y el cansancio del trabajo de cada día. Ayúdame, oh San José, a redescubrir la dignidad de mi trabajo, sea cual sea, y de desarrollarlo con entusiasmo para el bien de todos.

Día 23:

Ejemplo de la misión. Oh, San José, ¡Que gran amor tuvistes por las almas! ¡Cuantas oraciones hiciste para su salvación! ¡Y todo eso inspirado por Cristo que habría de morir por la salvación del mundo!. Haz, oh San José, que yo pueda con la palabra y con la vida, ayudar al hombre de hoy a encontrar a Jesús, la Palabra que da respuesta definitiva a todas las preguntas esenciales del hombre.

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Día 24:

Custodio de la virginidad. La Voz del Espíritu Santo encontró en tí, oh San José total acogida, porque tu vida fue llena únicamente de

Dios y tu fuerza fue sólo el amor que tuviste para Él. Haz, oh San José, que yo deje mis caminos y siga sólo a Dios que me llama a participar de su vida, y que tenga fuerza de hacer fructificar sus dones.

Día 25:

Consuelo de los que sufren. Oh San José, toda tu vida estuvo marcada por el sufrimiento: exilio, trabajo, pobreza. Pero tu corazón era feliz y tu alma siempre serena. Ayúdame oh San José, a darme cuenta de que la vida eterna y no el dolor, es la verdadera vocación del hombre. Presérvame ahora y siempre del llanto de los que no tienen esperanza.

Día 26:

Esperanza de los enfermos. En tu vida, oh San José, no todo fue claro y fácil de comprender. Sin embargo supiste encontrar tu misión única e irrepetible en la historia. Te ruego, oh San José, consolar hoy a todos los que están afligidos por la enfermedad. Llena sus días de personas amigas y desinteresadas.

Día 27:

Patrono de los moribundos. Tú, oh San José, tuviste la suerte de morir asistido por Jesús y tu esposa María. Tuviste siempre presente en tu vida la meta final o sea el cielo, con la certeza de alcanzarla; siempre atento a tu interioridad y dedicado a la contemplación. Ayúdame, oh San José, a pensar a menudo en el cielo donde todos somos invitados al banquete eterno.

Día 28:

Amparo de las familias. Oh, San José, la Escritura afirma que a tu lado y de María, Jesús "crecía en edad, sabiduría y gracia". Te ruego, oh San José, que los niños encuentren en la familia el ambiente ideal para desarrollar el amor y asumir los verdaderos valores.

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Día 29:

Modelo de vida doméstica. Oh, San José, en la Familia de Nazaret asumiste plenamente tu responsabilidad con espíritu de colaboración y de humildad evangélica. Haz, oh San José, que los padres sepan unir todas las potencialidades del amor humano a las de una sana y adecuada espiritualidad.

Día 30:

Terror de los demonios. Oh, San José, fortificado por la presencia y el recuerdo de Jesús has podido vencer siempre cualquier ataque a tu fe por parte del demonio. Limpia, oh San José, mi corazón y mi mente de toda maldad para que sea un cristiano lleno de vida redimido por la sangre de Cristo.

Día 31:

Patrono de la Iglesia Universal. Oh, San José, por la misión que te fue confiada a la iglesia de Cristo haciendo que camine siempre en la verdad y el amor para ser luz del mundo. Guía oh, San José, a la Iglesia de Cristo en el camino de la santidad para que sea siempre más eficaz y alegre anunciadora del Evangelio.

San José: Nueve oraciones para una Novena

Una selección de las oraciones más bellas al padre nutricio de Jesús

1. Para pedir la virtud de la humildad

Señor, Padre bueno, tú que a los que eliges das un corazón humilde para hacer tu voluntad, te pedimos que San José, nuestro amigo, nos ayude a abrir nuestro corazón para que nos inunde tu amor que elimina toda soberbia y prepotencia, para poder así cumplir mejor tu voluntad.

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Trienio Diocesano: Año de San José

Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

2. Por los novios y los que están por casarse

OhDios, que por tu gran amor hacia nosotros nos has dado a tu Hijo Jesucristo, para que muriendo y resucitando nos diera vida nueva, te pedimos, por medio de San José, que cuides y protejas a todos los que están de novios y a los que están por casarse. A nosotros, danos un corazón enamorado que busque entregarse a tí cada día con más intensidad. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

3. Por las familias

Oh Dios, que quisistes revelarnos en San José de qué manera debemos estar unidos a Jesús, tu Hijo y a María, nuestra Madre, te pedimos, por intercesión de esta Sagrada Familia, que elimines de nosotros toda semilla de duda y de falta de confianza; que en el seno de nuestras familias aumente la búsqueda de unidad; que acerques a los que están alejados, que reúnas a los que han partido de esta vida a tu casa celestial donde, un día, deseamos encontrarnos todos como familia alrededor de la mesa de tu Reino. Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

4. Para decir "sí" a Dios

Padre bueno, que en la Palabra de tu evangelio nos mostrastes cómo elegistes a San José para ser el padre adoptivo de tu Hijo y el esposo de María, te pedimos un corazón de esposos que pueda, sostenido por tu amor y tu palabra, decirte "sí" cada día: en el trabajo, en nuestro estudio, en nuestro hogar y así podamos caminar seguros a tu encuentro, con tu Hijo Jesús, con San José, con María y todos los santos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

5. Para obtener la virtud de la esperanza

Señor, Padre bueno, escucha la oración que te dirigimos, a través de nuestro amigo San José, que supo caminar con un corazón lleno de esperanza, para que su ejemplo nos anime también a nosotros a ser peregrinos de Dios, con la misma esperanza que lo animó a él. Así, ante cualquier duda o temor, recurriremos a tu amor que no abandona nunca al débil ni al que te invoca de todo corazón. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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6. Por los padres

Dios, Padre de todos los hombres, que en tu bondad elegistes a San José como padre adoptivo de tu Hijo, aquí en la tierra, por su intercesión escucha los ruegos que te elevan nuestros corazones que recibieron el regalo de ser padres. Que te seamos siempre gratos. Escucha especialmente a los que tienen dificultades para ser padres dignos, para que se conviertan; los que no logran generar la vida, que no se desalienten; a los padres separados, para que se reconcilien. No olvides a aquellos padres (a mi/s padre/s) que ya viven en tu Reino, para que un día todos juntos, guiados por tu Espíritu de Amor, podamos cantar las alabanzas de los Hijos de Dios en tu casa del Cielo.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

7. Por los trabajadores

Señor, Creador de todas las cosas, que confiaste al hombre tu creación para que la trabajara y la hiciera fructificar, te pedimos por medio de San José, que gustó el valor del trabajo humano, por todos los trabajadores del mundo para que valoricen y amen su trabajo. Te pedimos también por los desocupados, para que no les falte tu aliento; por los jubilados que dieron gran parte de sus vidas trabajando, para que reciban la justa recompensa; por todos nosotros, para que llenos de tu amor, continuemos trabajando en la construcción de tu Reino. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén.

8. Para obtener un corazón de pobre

Señor Jesús, que movido por tu gran amor, no quisiste dejarnos solos, sino que te hiciste uno de nosotros y que por medio de tu Espíritu de Amor, caminas con nosotros y nos hablas al corazón, te pedimos que, como San José, nos vayas formando un corazón de pobre, que sepa escucharte en el silencio, estar firme en el sufrimiento, alabarte en las alegrías y amarte en la soledad, para que así, presentándonos ante ti con las manos vacías, las vayas llenando de tus bienes hasta alcanzar el bien supremo: La Vida Eterna.

TÚ que vives y reinas, con Dios Padre, por los siglos de los siglos de los siglos. Amén.

9. Para obtener confianza y alegría espiritual

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Padre Bueno, que ante la caída del hombre, enviaste a tu Hijo para salvarlo de la muerte y del pecado que lo encadenaba, te pedimos por medio de San José, que imitándolo vivamos apartados de todo egoísmo y, llenos de confianza y alegría, podamos celebrar juntos el regalo de la fe que nos anima, y caminar así hacia la Fiesta Eterna.

Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén.

Triduo a San José para obtener gracias

Sugerencias de un Triduo para la fiesta de San José

Primer día:

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Trienio Diocesano: Año de San José

San José, a ti acudo para que obtengas del Sagrado Corazón de Jesús la gracia que te pido … y así, por tu valiosa intercesión, te agradeceré eternamente. (Gloria)

Segundo día:

Acuérdate que nadie en el mundo, por más pecador que haya sido, fue desilusionado en la fe y en la esperanza depositadas en ti; por el contrario, resplandecen las gracias y brillan los favores que otorgas a los afligidos. Muéstrate potente y generoso también conmigo, y así diré :"Honor para siempre al Padre adoptivo de Jesús".(Gloria)

Tercer día:

Sublime jefe de la Sagrada Familia, te venero profundamente y de todo corazón te invoco. Dígnate consolar con tu ayuda mi alma dolorida que no encuentra descanso en medio de la angustia. San José, consolador de los afligidos, ten piedad de mi dolor. (Gloria).

Siete Domingos de San José

La Iglesia, siguiendo una antigua costumbre, prepara la fiesta de San José, el día 19 de marzo,

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Trienio Diocesano: Año de San José

dedicando al Santo Patriarca los siete domingos anteriores a esa fiesta, en recuerdo de los principales gozos y dolores de la vida de San José.

Comienzan el séptimo domingo antes del 19 de marzo (último domingo de enero o primero de febrero).

FORMA BREVE:

PRIMER DOMINGO

• El dolor: cuando estaba dispuesto a repudiar a su inmaculada esposa.

• La alegría: cuando el Arcángel le reveló el sublime misterio de la encarnación.

Oración. ¡ Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad en que estabais sin saber si debíais abandonar o no a vuestra esposa sin mancilla! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría cuando el ángel os reveló el gran misterio de la Encarnación!

Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

SEGUNDO DOMINGO

• El dolor: al ver nacer el niño Jesús en la pobreza.

• La alegría: al escuchar la armonía del coro de los ángeles y observar la gloria de esa noche.

Oración. Oh bienaventurado patriarca, glorioso San José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre: el dolor que sentisteis viendo nacer al niño Jesús en tan gran pobreza se cambió de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.

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Por este dolor y gozo alcanzadnos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles y a gozar de los resplandores de la gloria celestial.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

TERCER DOMINGO

• El dolor: cuando la sangre del niño Salvador fue derramada en su circuncisión.

• La alegría: dada con el nombre de Jesús.

Oración. Oh ejecutor obedientísimo de las leyes divinas, glorioso San José: la sangre preciosísima que el Redentor Niño derramó en su circuncisión os traspasó el corazón; pero el nombre de Jesús que entonces se le impuso, os confortó y llenó de alegría.

Por este dolor y este gozo alcanzadnos el vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos, con el santísimo nombre de Jesús en el corazón y en los labios.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

CUARTO DOMINGO

• El dolor: la profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María.

• La alegría: la predicción de la salvación y gloriosa resurrección de innumerables almas.

Oración. Oh Santo fidelísimo, que tuvisteis parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José; aunque la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María os causó dolor mortal, sin embargo os llenó también de alegría, anunciándoos al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa que de ahí se seguiría para un gran número de almas.

Por este dolor y por este gozo conseguidnos ser del número de los que, por los méritos de Jesús y la intercesión de la bienaventurada Virgen María, han de resucitar gloriosamente.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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QUINTO DOMINGO

• El dolor: en su afán de educar y servir al Hijo del Altísimo, especialmente en el viaje a Egipto.

• La alegría: al tener siempre con él a Dios mismo, y viendo la caída de los ídolos de Egipto.

Oración. Oh custodio vigilante, familiar íntimo del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José, ¡cuánto sufristeis teniendo que alimentar y servir al Hijo del Altísimo, particularmente en

vuestra huida a Egipto!, pero cuán grande fue también vuestra alegría teniendo siempre con Vos al mismo Dios y viendo derribados los ídolos de Egipto.

Por este dolor y este gozo, alcanzadnos alejar para siempre de nosotros al tirano infernal, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que, ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos y muramos gozosos en su amor.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

SEXTO DOMINGO

• El dolor: a regresar a su Nazaret por el miedo a Arquelao.

• La alegría: al regresar con Jesús de Egipto a Nazaret y la confianza establecida por el Ángel.

Oración. Oh ángel de la tierra, glorioso San José, que pudisteis. admirar al Rey de los cielos, sometido a vuestros más mínimos mandatos; aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor a Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el ángel, vivisteis dichoso en Nazaret con Jesús y María.

Por este dolor y este gozo, alcanzadnos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo, poseer la paz de conciencia, vivir seguros con Jesús y María y morir también asistidos por ellos.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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SÉPTIMO DOMINGO

• El dolor: cuando sin culpa pierde a Jesús, y lo busca con angustia por tres días.

• La alegría: al encontrarlo en medio de los doctores en el Templo.

Oración. Oh modelo de toda santidad, glorioso San José, que habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, le buscasteis durante tres días con profundo dolor, hasta que, lleno de gozo, le hallasteis en el templo, en medio de los doctores.

Por este dolor y este gozo, os suplicamos con palabras salidas del corazón, intercedáis en nuestro favor para que jamás nos suceda perder a Jesús por algún pecado grave. Mas, si por desgracia le perdiéramos, haced que le busquemos con tal dolor que no hallemos sosiego hasta encontrarle benigno sobre todo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y cantar eternamente con Vos sus divinas misericordias.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

FORMA MEDITADA:

PRIMER DOMINGO

Su dolor: cuando decidió abandonar a la Bienaventurada Virgen María.

Su gozo: cuando el ángel le comunicó el misterio de la Encarnación: que el niño nacido de María es Hijo de Dios y el Mesías esperado.

Oración

Glorioso San José, esposo de María Santísima.

Como fue grande la angustia y el dolor de tu corazón,

en la duda de abandonar a tu purísima Esposa,

así fue inmensa la alegría

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cuando te fue revelado por el Ángel

el soberano misterio de la Redención.

Por este dolor y gozo,

te rogamos nos consueles

en las angustias de nuestra última hora

y nos concedas una santa muerte,

después de haber vivido una vida

semejante a la tuya junto a Jesús y María.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lectura Bíblica

Mateo 1, 18-25.

La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre ésto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. Todo ésto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta, que dice:

“He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre «Emmanuel», que quiere decir «Dios con nosotros».”

Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa, la cual, sin que él antes la conociese, dio a luz un hijo y le puso por nombre Jesús.

Consideración

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“Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación, mientras que José —como ya se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mateo 1, 24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José».[1] 

“En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.

“«José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mateo 1,24); lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Romanos 5,5) configura de modo perfecto el amor humano?…[2]

Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios.”[3]

Para concluir, la Letanía de San José puede ser rezada, o bien la siguiente oración:

Oración

Oh Dios,

que con inefable providencia,

elegiste a San José como esposo de la Madre de tu Hijo,

concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo

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al que veneramos como protector en la tierra.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

SEGUNDO DOMINGO

Su dolor: cuando vio al niño Jesús nacer en la pobreza.

Su gozo: cuando los ángeles anunciaron su nacimiento.

Oración

Dichoso Patriarca San José,

elegido para cumplir los oficios de padre

cerca del Verbo Humanado.

Grande fue tu dolor al ver nacido a Jesús

en tan extrema pobreza,

pero este dolor se cambió en gozo celestial

al oír los cantos de los ángeles

y contemplar el resplandor de aquella luminosa noche.

Por este dolor y gozo,

te suplicamos nos alcances la gracia de que,

después de haber seguido nuestro camino en la tierra,

podamos oír las alabanzas angélicas

y gozar de la vista de la gloria celestial.

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Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lectura Bíblica

Lucas 2, 1-20

Aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Estando allí, se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.

Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».

Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: Vamos a Belén a ver ésto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del Niño. Y cuantos los oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo ésto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, según se les había dicho.

Consideración

“Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José de Nazaret» (cf. Juan 1, 45) en el registro del

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Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles, pero también «salvador del mundo»…”[4] 

“Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos «en la plenitud de los tiempos», José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo.

“José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento», al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva; más tarde fue también testigo de la adoración de los Magos, venidos de Oriente.”[5]

Para concluir, la Letanía de San José puede ser rezada, o bien la siguiente oración:

Oración

Oh Dios,

que con inefable providencia,

elegiste a San José como esposo de la Madre de tu Hijo,

concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo

al que veneramos como protector en la tierra.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

TERCER DOMINGO

Su dolor: cuando vio la sangre de Jesús vertirse en la circuncisión.

Su gozo: cuando lo llamó «Jesús».

Oración

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Glorioso San José,

ejecutor obediente de la Ley de Dios.

La Sangre preciosa que en la circuncisión

derramó el divino Redentor,

te traspasó el corazón;

pero el nombre de Jesús, que se le impuso,

te llenó de consuelo.

Por este dolor y gozo,

te rogamos nos alcances la gracia de vivir

luchando contra la esclavitud de los vicios,

para tener la dicha de morir con el nombre de Jesús

en los labios y en el corazón.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lectura Bíblica

Lucas 2, 21

Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno.

Consideración

“Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito ejercita su derecho-deber respecto a Jesús.

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Trienio Diocesano: Año de San José

“El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad, explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos también el de la circuncisión halla en Jesús el «cumplimiento». La Alianza de Dios con Abrahán, de la cual la circuncisión era signo, alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas.

“En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la salvación; ya José «anunciación»: «Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.”[6]

Para concluir, la Letanía de San José puede ser rezada, o bien la siguiente oración:

Oración

Oh Dios,

que con inefable providencia,

elegiste a San José como esposo de la Madre de tu Hijo,

concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo

al que veneramos como protector en la tierra.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

CUARTO DOMINGO

Su dolor: cuando oyó la profecía de Simeón.

Su gozo: cuando supo que los sufrimientos de Jesús salvarían al mundo.

Oración

San José,

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Trienio Diocesano: Año de San José

modelo de fidelidad

en el cumplimiento de los planes de Dios.

Grande fue tu dolor al saber,

por la profecía de Simeón,

que Jesús y María estaban destinados a padecer;

mas este dolor se convirtió en gozo

al conocer que los padecimientos de Jesús y María

serían causa de salvación para innumerables almas.

Por este dolor y gozo, te rogamos que,

por los méritos de Jesús y María,

seamos contados entre aquellos

que han de resucitar gloriosamente.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lectura Bíblica

Lucas 2, 22-35

Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la Ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la Ley del Señor que «todo varón primogénito sea consagrado al Señor», y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.

Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo de que no

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vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido del Espíritu, vino al templo, y al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la Ley sobre Él, Simeón le tomó en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo: Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo, Israel. Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de Él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones.

Consideración

“Este rito, narrado por Lucas, incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia de Jesús a los doce años de edad en el templo.

“El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en ésto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate, no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate.

“El Evangelista pone de manifiesto que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de el», y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la «salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y gloria de su pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción».”[7]

“De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con María— él participa en esta fase culminante de la autorevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante.”[8]

Para concluir, la Letanía de San José puede ser rezada, o bien la siguiente oración:

Oración

Oh Dios,

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Trienio Diocesano: Año de San José

que con inefable providencia,

elegiste a San José como esposo de la Madre de tu Hijo,

concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo

al que veneramos como protector en la tierra.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

QUINTO DOMINGO

Su dolor: al huir a Egipto con Jesús y María.

Su gozo: al estar siempre en su compañía.

Oración

San José, Custodio y familiar íntimo

del Verbo de Dios encarnado.

Grande fue tu sufrimiento

para alimentar y servir al Hijo del Altísimo,

sobre todo en la huida a Egipto;

de igual manera fue grande tu alegría

al tener siempre en tu compañía al mismo Hijo de Dios

y ver cómo caían en tierra los ídolos de Egipto.

Por este dolor y gozo,

te rogamos nos alcances la gracia de que,

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Trienio Diocesano: Año de San José

huyendo de las ocasiones de pecado,

venzamos al enemigo infernal

y hagamos caer de nuestro corazón

todo ídolo de pasiones terrenas, para que,

ocupados en servir a Jesús y a María,

vivamos únicamente para ellos

y tengamos una muerte feliz.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lectura Bíblica

Mateo 2, 13-18

Partido que hubieron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate; toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y estáte allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Levantándose de noche, tomó al niño y a la madre y se retiró hacia Egipto, permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes, a fin de que se cumpliera lo que había pronunciado el Señor por su profeta, diciendo: «De Egipto llamé a mi hijo». Entonces Herodes, viéndose burlado por magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en sus términos de dos años para abajo, según el tiempo que con diligencia había inquirido de los magos. Entonces se cumplió la palabra del profeta Jeremías, que dice:

«Una voz se oye en Ramá, lamentación y gemido grande; es Raquel, que llora a sus hijos y rehusa ser consolada, porque no existen».

Consideración

Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del «rey de los judíos». Y cuando partieron los Magos él «envío a matar a todos los niños de Belén y de toda la

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Trienio Diocesano: Año de San José

comarca, de dos años para abajo». De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido «rey de los judíos», de quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su corte.”[9]

La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la Encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la Encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo, junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José.”[10]

Para concluir, la Letanía de San José puede ser rezada, o bien la siguiente oración:

Oración

Oh Dios,

que con inefable providencia,

elegiste a San José como esposo de la Madre de tu Hijo,

concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo

al que veneramos como protector en la tierra.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

SEXTO DOMINGO

Su dolor: cuando temía volver a su casa.

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Trienio Diocesano: Año de San José

Su gozo: al ser avisado por el ángel de ir a Nazaret.

Oración

Glorioso San José,

que tuviste sujeto a tus órdenes al Rey de los Cielos.

Si tu alegría al regresar de Egipto

se vio turbada por el miedo a Arquelao,

después, al ser tranquilizado por el Ángel,

viviste contento en Nazaret con Jesús y María.

Por este dolor y gozo,

alcánzanos la gracia de vernos libres de temores,

y gozando de la paz de conciencia,

de vivir seguros con Jesús y María y morir en su compañía.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lectura Bíblica

Mateo 2, 19-23; Lucas 2, 40

Muerto ya Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque son muertos los que atentaban contra la vida del niño. Levantándose, tomó al niño y a la madre y partió para la tierra de Israel. Mas habiendo oído que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre Herodes, temió ir allá, y advertido en sueños se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliese lo dicho por los profetas, que sería llamado Nazareno.

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Trienio Diocesano: Año de San José

El niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.

Consideración

“Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lucas 2, 51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también ésto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. E1 trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la Encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la Redención.”[11]

“En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre».”[12]

“Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».”[13]

Para concluir, la Letanía de San José puede ser rezada, o bien la siguiente oración:

Oración

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Trienio Diocesano: Año de San José

Oh Dios,

que con inefable providencia,

elegiste a San José como esposo de la Madre de tu Hijo,

concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo

al que veneramos como protector en la tierra.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

SÉPTIMO DOMINGO

Su dolor: al perder al niño Jesús.

Su gozo: al encontrarlo en el Templo.

Oración

San José,

ejemplar de toda santidad.

Grande fue tu dolor al perder, sin culpa,

al Niño Jesús, y haber de buscarle,

con gran pena, durante tres días;

pero mayor fue tu gozo cuando al tercer día

lo hallaste en el templo en medio de los Doctores.

Por este dolor y gozo,

te suplicamos nos alcances

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Trienio Diocesano: Año de San José

la gracia de no perder nunca a Jesús por el pecado mortal;

y si por desgracia lo perdiéramos,

haz que lo busquemos con vivo dolor,

hasta que lo encontremos

y podamos vivir con su amistad

para gozar de Él contigo en el Cielo

y cantar allí eternamente su divina misericordia.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lectura Bíblica

Lucas 2, 41-50

Sus padres iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando era ya de doce años, al subir sus padres según el rito festivo, y volverse ellos, acabados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo echasen de ver. Pensando que estaba en la caravana anduvieron caminode un día. Buscáronle entre parientes y conocidos, y al no hallarle, se volvieron a Jerusalén en busca suya. Al cabo de tres días le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas.

Cuando sus padres le vieron, quedaron sorprendidos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote. Y Él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre? Ellos no entendieron lo que les decía. Bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto, y su madre conservaba todo ésto en su corazón. Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres.

Consideración

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Trienio Diocesano: Año de San José

Esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido poco antes llamándole «tu padre». Y así es lo que se decía y pensaba: «Jesús… era, según se creía, hijo de José». No obstante, la respuesta de Jesús en el templo habría reafirmado en la conciencia del «presunto padre» lo que éste había oído una noche doce años antes: «José… no temas tornar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios, y Jesús en el templo evocó exactamente este misterio: «Debo ocuparme en las cosas de mi Padre».”[14]

Para concluir, la Letanía de San José puede ser rezada, o bien la siguiente oración:

Oración

Oh Dios,

que con inefable providencia,

elegiste a San José como esposo de la Madre de tu Hijo,

concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo

al que veneramos como protector en la tierra.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

[1] Juan Pablo II , Exhortación Apostólica“Redemptoris Custos”(=GR), 17, 1989.

[2] GR, 19.

[3] GR, 20.

[4] GR, 9.

[5] GR, 10.

[6] GR, 11-12

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Trienio Diocesano: Año de San José

[7] GR, 13.

[8] GR, 5.

[9] GR, 14.

[10] GR, 21.

[11] GR, 22.

[12] GR, 23.

[13] GR, 24.

[14] GR, 15.

NOTA: todo este material se trascribió de: http://encuentra.com/santos_clasicos1038/#SANJOSE.

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