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Sanabria, F. Profesor

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Taller de edición • rocca®

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© TallerdeEdición•Rocca®S.A. Bogotá, D. C., Colombia Primera edición, 2013 ISBN: 978-958-8545-32-5

© FabiánSanabria

Imagen de cubierta: Matrioshka - ¿Profesor?, Edgar Guzmanruiz, 2012. Concepto: Fabián Sanabria. Fotografía: Santiago Mateus.

Ediciónyproduccióneditorial: Taller de Edición • Rocca® S. A. Carrera 4aA No. 26A-91, oficina 203 Teléfonos/Fax.: 243 2862 - 243 8591 [email protected] www.tallerdeedicion.com

Impresiónyacabados:

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida en su todo o en sus partes, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea

mecánico o fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor y del editor, Taller de Edición.

Impreso y hecho en Colombia • Printed and Made in Colombia

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Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida.

Mario Vargas llosa

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Para Felipe Borràs A quien le debo estos delirios…

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Ni confesión, ni auTobiografía. El presente es un nuevo ejercicio de ficción, otra suerte de desdo-blamiento. En este relato transcribo y adapto la voz de un narrador, construyendo quizás una realidad pa-ralela. Aquí vuelvo a delirar en primera persona para descubrirme como «otro». En ese sentido, la mayor parte de mis ecos constituye un alegato sin pausa ni receso. Por eso, en los capítulos que siguen, tampoco habrá comas sino vacíos que generan una letra Ma-yúscula. De algún modo, trato de encontrarme con alguien que quiere huir para acercarme a él sin alivio. ¿Cómo ha ocurrido eso?

Hace un tiempo enfermé gravemente, tuvie-ron que hospitalizarme y enviarme durante varios días a una Unidad de Cuidados Intensivos. Estuve en «coma inducido» y no podía respirar autónomamente. Si se quiere, entré en un profundo letargo. La falta de aire me permitió recrear —sin censuras— buena parte de mi vida. De repente, surgieron personajes que desde la más temprana infancia han influido en este trayecto: mis padres, algunos maestros, ciertos

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amigos, colegas a quienes evoco con el apodo que mi memoria identifica. Independientemente de lo que son o fueron, algo de su ego me contagió, estoy hecho de sus voces y gestos. En dos palabras: soy ellos.

En la clínica me aterraba repasar el montón de «manías de profesor» que durante cuarenta años he adquirido. Todas esas minucias y protocolos que sin darme cuenta persigo: hacer listas, ordenar cosas, clasificar simétricamente objetos, evocar alumnos imaginarios, preparar intervenciones y planificar el futuro. Pero en medio de un juego: un ensayo serio, muy serio, tan serio que no quiero tomarlo en serio.

El relato que sigue a dos tiempos trata de eso. De «jugar a ser profesor» mientras los médicos me curan, de la pretensión de «enseñar» en la que defi-nitivamente No creo. ¿Acaso alguien enseña? ¿Quién soy yo para enseñar? ¿No debería decirse errar y apre-hender? En buena medida, el «juego de profesar» es un oficio exhibicionista y no necesariamente «ejemplar» que desde niño practico.

En esa dirección, no aspiro a que el lector se iden-tifique conmigo. Simplemente le pido que observe a través de las gafas que me he puesto lo que «veo», y que trate de percibir mediante las líneas transcritas lo que «invento». Un ambiente que en cuatro décadas me ha conformado, al que particularmente por medio de la ficción reconozco. Obviamente cabe la posibi-lidad de que las voces y gestos, descritas y narrados desde la clínica y la escuela, sean sólo un delirio.

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¿Es una especie de burla o ironía? Normalmente los profesores somos tan sofisticados… Proclama-mos en calidad de «expertos» lo que se debe, incluso pontificamos sobre lo bueno, lo recto, lo justo y lo bello. Mas ¿aquello que decimos saber no es justa-mente un creer, una búsqueda, un deseo? Algo nos falta… He ahí el dilema. «Ser profesor» para mí con-siste en desear con todas las ganas del mundo, porque nunca es suficiente y siempre seremos incompletos.

Por supuesto que a lo largo de las páginas que pre-sento aflorarán numerosos complejos de «gran señor» y frases de «autor incomprendido». A eso no le temo y —pese a los nombres que fugazmente trastoco— quisiera no resultar ofensivo. En buena medida sigo siendo un niño y, aunque los adultos me «censuren» por jugar con un credo, dejo en las manos del lector este acto fallido: con el intento que sigue quise con-vertirme en «titular» de la institución a la que simbó-licamente pertenezco. Como sabía que mi Alma Mater concedía ese título —igual que el de doctor Honoris Causa— en términos generales, me atreví a indicar la cátedra que tras mi retorno quería orientar… Eviden-temente esa insolencia del modo más burocrático me fue negada. Por eso bautizo aquí la serie que desde El tramoyero había anunciado: «Autoficciones»… Así puede llamarse.

Bogotá, veintinueve de enero de 2013

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NeuMonía neuralgia Neurisma Neumología Neura… ¿Tienen que ver con los pulmones o provie-nen del cerebro? Entre espíritu y alma me toca deba-tirme. Amanezco con un dolor en el brazo izquierdo y una opresión en el pecho que me aterran. Espero no sean síntomas cardiacos ni el preámbulo de algu-na complicación respiratoria. No pude dormir hasta que se me ocurrió en la madrugada llenar la bañe-ra con agua hirviendo y recostar allí mi hombro. Ar-día Iba amaneciendo y de a poco me fui aliviando. Tal vez acumulé sin darme cuenta otro resfrío. Detes-to tener que decirle a mi mano ¡Muévete! para que lo haga. No sé cómo logré vestirme cuando en esas se soltó el aguacero… Para colmos Gaucho escondido: ¡Gauchito Gauchito Gauchito! No responde el con-denado gato… Tiene miedo de que lo regañe porque últimamente no hace sino orinarse por todo el apar-tamento Además lo echaron del colegio y voy a tener que educarlo sin escuela. Tras la muerte de Mitzuko apareció como Pedro por su casa peleándose con un mastodonte grisáceo por culpa de una chocolatosa.

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Llegó bostezando con su oreja izquierda carcomida y así se quedó: Gaucho con [au] que se lee [o] por puro afrancesamiento. En seguida engulló media libra de carne y se bebió un tazón de agua quedándose pro-fundo. Más tarde se volvió callejero: lo atropelló una moto y tras tres días errante regresó arrastrando una pata. En la Universidad Nacional lo operaron Guardó reposo tercamente hasta que compré piso y tuvo que adaptarse a su nueva morada: aquí es el emperador de Palacio. Está bien No voy al Café Pasaje Me quedo. Relamiéndose mi felino sale de su escondite. Estaba detrás del sofá Lo atrapo y acaricio mientras bate la cola. Me quito el abrigo y pongo en el lavaplatos los trastos del desayuno sacudiendo las carpetas de tanta miga Avanzo a la biblioteca donde tomo los cuader-nos destinados a mi propósito Vuelvo a la mesa del comedor y los despliego. Será un relato dieciséis se-siones o Mejor dicho Una trama de XVI capítulos.

De niño jugué cuatro clases de juegos pero sólo uno me quedó gustando. Al principio quise ser astro-nauta y recuerdo que saltaba descalzo en una colcho-neta. Los fines de semana comprábamos pollo asado en Kokoriko Restaurante que distribuía sus domici-lios en cajas de cartón similares a caretas. Un buen día tomé una de la cocina La limpié cuidadosamente y en seguida la lucí como máscara. Mamá observaba y acolitaba secretamente aquella escena. Si mis cuentas

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no fallan Por aquella época ajustaba mi primer cua-trienio. Al verme con vocación de astronauta Ella me adaptó un overol azul para que contara con traje espa-cial y empezó a hablarme de la llegada del hombre a la Luna. Mi padre me llevaba de paseo queriendo apar-tarme de ese juego.

Más acá de planear empiezo a sudar frío. La cosa es como de fiebre Otra gripe que debí haber incu-bado. Toca suspender el proyecto. Apenas garabatea-dos recojo y guardo los cuadernos. Me pongo una ruana No resisto la congestión Tengo que acostarme un rato: —¡Vamos Gauchito! Otra vez a la cama… ¡A escalar montañas entre las cobijas para que no nos coma el zorro! Detesto a los médicos y si la cosa se complica tendré que visitar alguno. Benditos los remedios caseros Empecemos por ellos: aguapanela con limón Tres ramas de hierbabuena y dos pastillas de acetaminofén —a ver si con esa combinación los síntomas cesan. Antes de explorar volcanes y nevados llamo a Pilar para que me consiga una cita en unisa-lud confiando en que ninguna excursión de urgen-cias resulte necesaria.

Mis padres solían hacer diligencias en los juzga-dos de la Jiménez y para ser más eficaces se separaban y reunían a lo largo de una jornada Yo me quedaba

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con ella. Les encantaba encontrarse en dos iglesias: en San Francisco y Saltándose la pálida Veracruz En La Tercera. El primer santuario por su oscuridad me encantaba. Lo asimilaba a un templo oriental pintado por Rembrandt hasta que de la noche a la mañana los mezquinos curas se lo tiraron: cambiaron las vela-doras que derramaban parafina por lámparas artifi-ciales y los pabilos amarillos que le daban ese aire de misterio por enroscados tubos ahorradores el día en que los conventos franciscanos se taquearon de paisas que impusieron sin cesar su tacañería. La Ter-cera —por el contrario— era muy clara: su construc-ción en madera lacada aterraba. Hoy apenas miro al San Francisco que pisa el mundo para patearlo y uno cree que se desprende de Cristo cayendo encima del público. ¡Eso sería fantástico! De resto esos dos tem-plos están en completa decadencia. Mis padres allí se daban cita y cada vez que nos atrapaban los ser-mones Papá sonreía ante la ignorancia de los frailes mirando hacia los altares laterales Mamá fruncía el ceño y pedía que nos retiráramos Ella se persignaba y los tres salíamos. Esas entradas y salidas a iglesias en buena medida eran deleites estéticos Especialmente porque mi padre no era creyente y jamás quiso que me bautizaran. Para calmar los ánimos Mamá proponía que almorzáramos peto en el Tía y de buena gana lo hacíamos. Todos esos trazos de encuentros y despe-didas se repiten como una cinta en blanco y negro… El color surge una tarde soleada en la que estoy con

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mamá Voy con ella en un trolebús por la carrera die-cisiete a la altura de la calle sesenta y tres rumbo a La Porciúncula —donde tenemos cita con papá— Pero algo trastoca mi primer juego: la careta que uso desde hace una semana se deshace con el calor de la tarde y cual juguete que ya no sirve la desecho.

Una cobija El cobertor La ruana de lana… Aparto las sábanas y agrupo las almohadas. ¡A sudar toda la fiebre del mundo estoy dispuesto! Tirito y golpeo mis dientes como si estuviera en un congela-dor Tambaleo cual avioncito destartalado aterrizando en un gran aeropuerto. Ojalá que no vaya a entrar en delirio: —¡Gauchito Gauchito Quédese aquí Gau-chito! Si mamá estuviera conmigo Lo primero que haría sería destaparme. Yo en cambio hago lo con-trario: me cubro cuanto puedo para que transpirando la enfermedad se vaya. En esas suena el teléfono. Es Pilar que con el doctor Bahamón acaba de conse-guirme una cita. Me dice que si quiero envía a don Benicio con su auto para que a las cuatro en punto me recoja Ni modo. A las mamás así no queramos termi-namos haciéndoles caso.

Los trolebuses eran enormes Rojos Rusos. Una cabina separaba al conductor de los pasajeros. Al exterior llevaban un par de poleas que gracias a la

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electricidad les permitía rodar suavemente. Iban de sur a norte No muy acelerados porque corrían el riesgo de desengancharse. Cuando eso ocurría El chofer debía detener el autobús Descender y arreglar el problema. Las varadas de un trole ¡Todo un espectáculo! Curio-sos y usuarios queriendo ayudar hasta que la situación se arreglaba. Así íbamos mamá y yo la tarde de mi nuevo juego cuando en un giro del trolebús las poleas se zafaron. El conductor frenó y descendió precipi-tado Trató de acomodarlas Los pasajeros se agolparon en las ventanas (sin querer estábamos encerrados)… Como pudo el chofer separó con fuerza los cables enredados pero algo le falló: por un azar que los adul-tos me impidieron ver chispazos lo alcanzaron Y no sé qué más pasó porque alguien logró abrir la puerta y mamá me alzó y sin pensarlo dos veces abandonó el vehículo Detuvo un taxi y le pidió que nos llevara a toda máquina hacia La Porciúncula.

Con abrigo negro Bufanda de lana Guantes y sombrero que me hacen ver cual rabino Llego a la bendita cita con el doctor Bahamón. Felizmente no me hace esperar Me saluda haciendo un gesto de cortesía y pregunta qué me aqueja. Le sintetizo mi malestar mientras él se dedica a llenar formatos en un computador para dar cuenta de su atención al público. Luego me pide quedar semidesnudo Recostarme en la camilla Respirar y toser hondo. Él escucha a través

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del fonendoscopio Vuelve al escritorio y prescribe. Me ordena tomar Naproxeno cada ocho horas Lora-tadina cada doce Acetilcisteina disuelta en agua cada seis y Salbutamol haciendo puff con un inhalador cada cuatro. Me despide Paso a la farmacia Me entregan los medicamentos y con resignación busco el auto de don Benicio para que me devuelva a casa.

Aunque papá no era creyente sostenía amistad con ciertos clérigos. Entre ellos figuraba fray Severo Velásquez: un franciscano de hábito caoba grueso y sandalias relucientes cuyos sermones en otro tiempo contribuyeron a la caída del dictador Gustavo Rojas-Pinilla. Varias veces nos paseamos por los pasillos del antiguo colegio Virrey Solís: mi padre con él discu-tiendo y yo saboreando uvas. La tarde del trolebús fue particularmente significativa. Era la víspera de mi cumpleaños y fray Severo me tenía un regalo: un busecito de juguete rojo que para un niño le pareció adecuado. Con mi padre salí de allí saltando Me gus-taba. No obstante le faltaba algo. Al llegar a casa no jugué con el obsequio prefiriendo dejarlo en la sala de adorno. Fui directo al cuarto donde estaba la col-choneta y tomando un cojín Un platón de plástico La bomba del baño Un espejo y un par de planti-llas de no sé qué zapatos Me convertí en conductor de trolebús —eso era lo que realmente quería. Mamá lo supo de inmediato. Como a la media hora trajo

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un cartón gigante para aislarme a modo de cabina y agregó sonriendo: —Tenga cuidado Señor con estos buses porque son muy peligrosos.

Pese a seguir la prescripción médica paso una noche de perros. No debí haber ido donde el tal Baha-món que ni siquiera me examinó completo. Doy mil vueltas en la cama La fiebre aumenta No sé si volver a los remedios caseros. Ya está: otra aguapanela con todos los limones que encuentro. Terrible sufrir y peor aún padecer insomnios. Mejor recitar muero porque no muero… ¿Qué tal que fuéramos eternos? Toda una desgracia aunque la gente anhela eso. Con la noche helada me calmo Amanezco empapado en sudor Sigo con más remedios. Tomo mi baño habitual Lenta-mente me visto Leo un rato También garabateo Desa-yuno. Hacia el medio día llega Felipe (El Infantino). Me percibe enfermo Dice que me toca ir al médico Le digo que ya fui Se calma. Trato de disimular mi males-tar El teléfono suena Contesto y es Pilar para pregun-tarme cómo me encuentro… Le digo que peor y ella inmediatamente agrega: —No se preocupe profesor que ahora mismo le busco otra cita para las cuatro de la tarde con el doctor Páez que es buenísimo.

Conductor de trolebús fue pues mi segundo juego. No sólo quería hacerlo en grande sino también

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en muñequero. Amanecía mi cumpleaños y bien sabía que podía pedir un deseo. Enloquecí a todos dicién-doles que quería una sombrilla Pero nadie me hizo caso. El día transcurrió normal Hubo ponqué Cyrano recién horneado donde los franceses del Samper Mendoza Me dieron arroz con leche y uvas pasas. ¡Delicioso! Al final de la tarde Papá debía entrevis-tarse con la dueña de una librería alemana al norte de la ciudad para recoger un libro que había encargado Le pedí que me llevara y así lo hizo. Cuál no sería su sorpresa cuando saludando a la Matrona sin vacilar le dije: —Señora: ¿me regala su sombrilla? Salí de aquel local con un paraguas negro entre manos. Todos cre-yeron que lo estrenaría en el siguiente aguacero y no fue así: esa misma noche lo desbaraté y le quité las poleas Sólo necesitaba dos para completar mi juego. Las pegué con plastilina al techo del busecito que me había obsequiado fray Severo E instalé con piola de cometa todo un circuito eléctrico hasta que al fin: no sólo era conductor de un trole grande sino también de otro pequeño.

En Casa Vieja almuerzo un exquisito ajiaco con El Infantino. Cual terco que él es jura que no lo descresta A mí me descoyunta. Saliendo vemos de pasada algunos títulos en las vitrinas de la Lerner que me hacen exclamar: —¡Cómo será la cubierta de El tramoyero! En seguida nos disponemos a obedecer:

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tomamos un taxi rumbo a unisalud para cumplirle la cita al doctor que según Pilar es buenísimo. Tras mil trancones llegamos a las instalaciones del Uriel Gutiérrez y Felipe me ayuda a caminar pues parezco un abuelito. Viene ahora otra espera El lugar está ati-borrado de pacientes. Entre ellos reconozco a dos colegas: Florence Thomas y Bruno Mazzoldi. Tími-damente saludo y ellos me preguntan qué padezco. Les digo que gripa esperando que no sea la porcina. Observo que se apartan unos pasos pero luego se acercan y al unísono repiten: —Esos son puros cuen-tos. En seguida me desean pronta recuperación y pro-sigue la espera.

Papá continuaba frecuentando a fray Severo y casi siempre me llevaba consigo. Muchas veces nos tocaba esperarlo hasta que acabara de celebrar misa. Rodaban las frases de sus sermones: ¿De qué sirve la fe sin obras? Dios no se demuestra sino que se muestra… Poco a poco me fui habituando a ver al cura en el altar vestido de distintas maneras Quiero decir con diver-sas estolas y capas según la ceremonia. Esa estética me fascinaba. Más que su prédica: sus formas de con-sagrar inequívocas. Los feligreses veíamos en esos gestos pases mágicos perfectos Jamás se distraía. Un día —finalizando otra charla con papá— me regaló una ruana terracota con capucha Precisamente de mi talla. Recuerdo que en casa mamá tenía dos copones

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de madera y los viernes fritaba hojuelas… Con los días me aburrí de ser conductor de trolebús del mismo modo que me ocurrió siendo astronauta. Esta vez quería ser fraile franciscano Mejor dicho Sacerdote como Severo Velásquez porque su carisma me encan-taba. Ahora me doy cuenta de que mamá tomó muchas precauciones para acolitarme ese nuevo juego: sólo lo permitía si papá no estaba en casa. Generalmente los viernes en la tarde cuando amasaba la comunión para mis fieles imaginarios. Entonces me preparaba: pri-mero salía a la calle y golpeaba en un poste metá-lico durante tres momentos distintos con la piedra del lavadero (aquella era mi campana) Luego me ponía la ruana franciscana más una bufanda que me dejaba listo para la Eucaristía. Al cabo de los años aprendí de memoria cánones y prefacios y aunque de adulto decidí bautizarme por cuenta propia Ya no frecuento monasterio alguno salvo si es benedictino: desgracia-damente los curas que conozco muestran más fervor tomándose un tinto que postrados de rodillas ante el Santísimo Sacramento.

Por fin llega mi turno en el consultorio tres con el doctor Páez que me espera en la puerta Saluda e invita a quedar semidesnudo para pasar a la cami-lla donde me examina. Me pide respirar y toser una y otra vez Abrir la boca para ver mis ganglios con una linterna Luego observa mis pupilas y orejas Me

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palpa el vientre hasta que dice ¡Vístase! En seguida escribe en su computador Me interroga sobre los sín-tomas que padezco Le cuento aproximadamente lo mismo que al doctor Bahamón… Entonces ordena una radiografía de tórax.

Sinteticemos: astronauta Conductor de trolebús y fraile franciscano hasta un diez de febrero Día en que me llevaron por primera vez a la escuela. Pese a que Severo Velásquez había conseguido una beca para que estudiara en el Virrey Solís Mi padre sólo creía en la educación pública. Y no en cualquiera: bien sabía que las escuelas del Centro eran de baja cali-dad Por eso se inventó una dirección en Chapinero prefiriendo recorrer conmigo todos los días más de setenta cuadras: desde La Candelaria hasta la Concen-tración Distrital Modelo del Norte: una edificación de ladrillo lacado Ubicada en la calle 64 No. 20-21. Allí comenzaría —sin darme cuenta con el tiempo— la pulsión fervorosa de mi cuarto juego.

Mientras sale el resultado de la radiografía En la Sala de Urgencias me aplican nebulizaciones. El Infantino me acompaña y tranquiliza. Como sos-pecho que la cosa va para largo Le entrego a Felipe las claves de mis cuentas con instrucciones precisas en caso extremo: una misa presidida por alguno de

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mis amigos sacerdotes es posible Siempre y cuando se celebre en la capilla de la Ciudad Universitaria y Mauricio Nasi toque el órgano. No quiero que me entierren porque aún no soy famoso: prefiero que me cremen y a la orilla del mar esparzan mis cenizas. El negativo de mis pulmones es catastrófico: toca hospi-talizarme de inmediato. Entre tanto me toman varias muestras de sangre para que esté preparado. Una hora después consiguen cupo en la Clínica Nueva de Nues-tra Señora de la Magdalena y llega una ambulancia en la que lentamente me transportan. Horrorizado con-templo el bendito lugar donde supuestamente han de curarme Un doctor de apellido Chaparro me examina Dice que la cosa es delicada y tiene que enviarme a la Unidad de Cuidados Intensivos… No sé si en ese momento me sedan y pierdo el conocimiento Lo cierto es que hasta allí recuerdo.

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Desde que Me corTó la teta Mamá se convirtió en mi maestra. Ocurrió cuando cumplí los cinco años. ¡Increíble! Durante un cuatrienio me amamantaron. Había que detener semejante aberración ¡Tocaba qui-tármela! Además hacía tiempos que comía de sal y me encantaban las hojuelas. Con la entrada a la escuela mis primeros juegos fueron reemplazados El mundo cambiado: ya no tenía caretas Trolebuses ni altares. Mi único pasatiempo serían los cuadernos Tocaba lle-narlos. Primero de planas repitiendo frases de Coqui-to: Yo amo a mi mamá y mi mamá me mima El león atrapa al conejo pero este le hace cosquillas escapando de sus fauces fe-linas. Luego debía realizar centenares de sumas Res-tas Multiplicaciones y divisiones: el fascinante juego de los números. Todo eso lo sabía cuando me lo en-señaron en la escuela… Por eso generalmente ocupa-ba los primeros puestos.

En la clínica van a tener que entubarme y a pesar del sedante sigo despierto. Trato de levantarme de la

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camilla porque tengo ganas de ahorcar a una enfer-mera. Varias manos me detienen y doblegan Vuelven a inyectarme y esta vez lo logran. A Cuidados Intensi-vos hay que ingresar como vinimos al mundo. Brazos expertos me ponen una bata e inmediatamente me acuestan y conectan casi inerte a un montón de apara-tos. Los paramédicos prestan especial atención a dos tubos: al de respirar y al de suministrar alimento. Aun inconsciente me dejan bien atado.

Vayamos despacio: la directora de la Concentra-ción Distrital Modelo del Norte Doña Vitalia de Célis —una maestra gorda y de cachetes rosados que par-queaba en el patio de la escuela un escarabajo cuyo azul oscuro sabiamente pintado representaba el color de su partido— Se dio cuenta de que nosotros no éramos del barrio. Lo digo en plural porque aunque parezca hijo único yo tenía un hermano… De él des-pués hablo. Lo cierto es que con condiciones la ilustre dama permitió que a los niños Sanabria los matricu-laran. Algo quizás vio o simplemente le faltaba llenar dos cupos. En todo caso Muy recomendados Alfredo y yo ingresamos a primaria. La entrada principal era una gigantesca puerta metálica que conducía a un patio rectangular donde al fondo se veía una estatua de la Virgen y en la parte central una tarima con su atril para las izadas de bandera. Girando hacia las monta-ñas estaban cafetería más baños y aulas de clase. Todo

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en ladrillo caoba lacado que le daba un aire de casita de chocolate. ¡Ah! Lo olvidaba: en el segundo piso de la edificación había una puerta enrejada que condu-cía a una torre inclinada donde nadie iba pues Según decía la aseadora poniendo cara de horror Poco des-pués de construida decidieron clausurarla.

¡Aquí experimentan conmigo! Quiero zafarme de estos aparatos y tubos a los que me tienen conec-tado. Los paramédicos me atan más fuerte y entro en delirio: no muy lejos escucho el estallido de una bomba… Médicos y enfermeras se retiran Parten agi-tados pues les interesa el afuera dejándome a la deriva. En medio de reflectores veo micrófonos y cámaras de televisión Oigo sirenas de ambulancias Mentalmente cuento varios heridos que ingresan en camillas des-tartaladas. ¡Un ambiente apocalíptico! De pronto sos-pecho que van a retratarme A tomarme quizás otra radiografía. ¡Seguro les conviene hacerme pasar por víctima del atentado! Al cabo de unos minutos llega un colega: es Carlos Uribe que ha visto mi rostro en el noticiero y por eso ha venido. Le pido que busque a Jaime González Trata de calmarme diciendo que no me preocupe Que en un hospital la salud depende de las enfermeras. Al poco tiempo vislumbro en la penumbra a tres amigos: Edgarinos Jaime y Felipe. No puedo comunicarme con ellos. Al Infantino se le ocurre que anote lo que deseo en un cuaderno Me

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alcanza un estilógrafo y antes de desfallecer escribo: Hablen con la doctora Wiesnner o busquen a Hernando Sal-cedo… Pero se me agotan las fuerzas para decirles lo que más temo: Por favor No permitan que me trasla-den al desierto.

Alfredo era dos años mayor que yo y de niño papá lo prefería. Mamá fue cómplice de mis juegos hasta mediados de la primaria. Después volqué mi afecto hacia el viejo y como era un alumno ejemplar fui su mayor orgullo. A mi hermano le iba regular en el estudio Cosa que significaba fallas en el primogé-nito. Papá se volvió con mi hermano mayor muy duro Mamá lo complacía en todo. Pero antes de alcanzar ese punto acabábamos de ingresar a La Modelo. Nos pusieron en cursos separados Aunque claro está en los recreos y a la salida nos encontrábamos. Sobre todo al terminar cada jornada porque maestros y alumnos partían: nosotros éramos los únicos que quedába-mos. A veces nos tocaba esperar hasta bien entrada la noche cuando papá nos recogía. Entre tanto La pro-fesora Isabel —una maestra costeña que desde hacía décadas cuidaba la escuela— nos permitía jugar en el edificio. Le hacíamos compañía a Tránsito —la asea-dora— mientras volteaba pupitres y limpiaba salo-nes. Mi hermano nos contaba historias de terror para infundirnos miedo. Decía que a media noche por la reja de la torre aparecía un monje sin cabeza que

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deambulaba en pena… Eso me hacía retorcer y gritar de espanto Hasta que felizmente doña Isabel nos lla-maba a tomar chocolate y asunto concluido. Después llegaba papá y con él partíamos. Iniciábamos otra tra-vesía. Primero tomábamos un bus rumbo a la calle Veinticuatro con Décima… Caminábamos dos cua-dras hacia el restaurante La Posada del Gordo donde el generoso humorista había dado instrucciones para que gentilmente nos atendieran. Allí reclamábamos la cena que en casa calentábamos: cada noche una carne distinta acompañada de arroz con papas fritas y ensa-lada —me encantaban las chatas exquisitamente pre-paradas— Luego hacíamos fila india en la estación de San Victorino para tomar un colectivo rumbo a La Candelaria Llegábamos hacia las once y saludába-mos a mamá Comíamos y bebíamos Reposábamos diez minutos y contábamos con media hora para ter-minar las tareas.

Mi delirio es consistente: lo que más temía ha pasado. Estoy postrado en un catre semidesnudo Amarrado y custodiado por personajes extraños. Constato que mi cuarto es una carpa cuyo telón per-mite ver a contraluz el resplandor de la mañana: me albergan en una ranchería. Afuera presiento que todo tiene aire de internado Debe ser Nazaret en la Alta Guajira. Alguna vez se instalaron por aquí los capu-chinos y más tarde unos doctores quisieron cambiarle

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la medicina a los indios. En seguida corroboro mis miedos: una enfermera regorda se acerca con una jeringa. Primero me toma los signos Después anota algunos números en su planilla No habla Me inyecta sin compasión Dice a quienes me guardan que deben vigilarme muy atentos Que ante cualquier movi-miento no duden en tocar la campanilla. El pánico me embarga Me retuerzo Quiero zafarme No puedo. La mujer que acaba de pincharme da media vuelta y sentencia: —Toca reforzarle el tratamiento porque necesita otra dosis de Claritromicina.

Sin perder tiempo en la escuela conquisté las miradas de mis maestras: de Lucía Rincón-Gómez De Martha de Ramírez De Betty de Morales y de Elizabeth Beltrán-Trujillo. La señorita Lucía en pri-mero y segundo elemental fue mi profesora. Era una paisa sonriente de gafas carey redondas que sin des-canso quería que leyéramos. Recuerdo su acento sim-pático y espíritu vanguardista recitándonos cuentos y poesías hasta que una tarde descubrí que le gusta-ban los recortes de hostia: durante el recreo la alcancé para decirle que yo no entendía por qué en la comu-nión los sacerdotes distribuían pedazos de pan insí-pidos Que al menos en Navidad deberían cambiar el Cuerpo de Cristo por el Dulce Jesús Mío: un buen trozo de oblea untado de arequipe. Ella se echó a reír y me confesó que unas monjitas en la calle Sesenta

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con carrera Séptima vendían recortes de las sagra-das formas que ella regularmente les compraba Que seguro valía la pena hacer ese experimento: probar todo ese trigo acompañado de manjar blanco. Con semejante secreto no tuve más remedio que conven-cer a mis papás de que fuéramos Y dicho y hecho: a la semana volví a clase con un regalo que al finalizar la jornada orgullosamente deposité en sus manos: una bolsa transparente repleta de recortes más un pote de arequipe. Esas dos cosas muy bien acompasadas en una suerte de cofre. Por supuesto me la gané con el obsequio. Aquella tarde fui muy feliz observando desde un escondite cómo mi maestra compartía parte del regalo con su colega Isabel Sánchez de Ariza que exclamaba: —¡Hum Qué delicia! Así sí vale la pena ir a misa.

Mi cuerpo se resiste a obedecer como un cadáver Eso es para jesuitas. Quiero encogerme Acurrucarme en posición fetal Dar media vuelta Envolverme en las sábanas Enrollarlas y apartarlas Tomar una almo-hada y abrazarla… No me dejan. ¿Cómo decirles que no me voy a rebelar ni a escapar de aquí arrancándo-les mi vida? Tan sólo deseo algo de calidez Un poco de comodidad para soportar el tratamiento. ¿Dema-siado pedir? Hablar no puedo. Tampoco alcanzo a renegar Maldecirlos deseo. Debo conformarme con estas imágenes que camuflan el inclemente sol del

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desierto a medio día: adentro objetos opacos Afuera las cosas deben brillar encegueciendo. Ellos quieren a toda costa separar Clasificar Analizar Establecer pros y contras. Si lo juzgaran necesario me dejarían morir pues sólo les interesa saber cómo reacciono Jamás acertarán con el diagnóstico: ignoran lo inútil de pelar una cebolla.

Durante mis primeros años de escuela todos los bimestres ocupé el primer puesto. Eso signifi-caba que en las izadas de bandera me imponían una medalla tricolor en el pecho tras recitar fragmentos de fábulas disfrazado de Juan Matachín (¡Mírenle la estampa! Parece un ratón Que han cogido en trampa con ese morrión… Fusil Cartuchera Tambor y morral Tiene cuanto quiera Nuestro General…) Hasta que cometí mi primera falta: una tarde Lucía nos pidió dibujar en un papel en blanco la imagen de Dios Pero al cabo de media hora no pude resistir la tentación de entregárselo tal cual lo había recibido: sin una línea. Ese gesto la des-concertó tanto que me puso cero en religión y por supuesto semejante nota me bajó el promedio. En la siguiente ceremonia obtuve apenas una medalla roja que correspondía al segundo puesto. Con los días enfermé y llegué a tener una fiebre tan alta que me incapacitaron y durante dos semanas me quedé en casa. Pese a todos los remedios Mis padres tuvieron que pedirle cita a la profesora. Ella muy amablemente

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me mandó una esquela que todavía conservo: «Que-rido Fabián: Eres un alumno brillante y tienes un futuro promisorio. El único problema puede ser ilu-minar demasiado: eso encandila todo. Por lo tanto es prudente descender alguna vez a la penumbra. Allí se contempla el mundo de otro modo. En sus casas tradicionales los japoneses tienen un lugar som-brío donde colocan los objetos más preciados… Ese sitio les permite admirar lo que cualquier resplandor malograría. Ahora debes saber que la enfermedad se parece a esa especie de limbo. Espero estés de vuelta muy pronto restablecido Lucía».

Los días son eternos en el desierto. Las noches curiosamente las olvido. Cada vez que abro los ojos descubro las siluetas de tres niños vestidos con mantas guajiras Un tanto tristes observándome. A veces el más alto me cuenta historias de sus ancestros Pero no logro escucharlo Un zumbido impide con-centrarme. De repente tiemblo y siento pánico No es para menos: un doctor impecablemente vestido se acerca Me desata y levanta mis manos Me incorpora y pide que tome aire por la nariz y lo bote por la boca Luego toso y desespero Él me calma. En seguida ingresa una enfermera que aprieta mi cuello advir-tiendo que ya me dieron otra dosis de antibiótico Veo que los niños se han ido y estornudo El médico dice que es buen signo La mujer indelicadamente me

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inyecta El doctor lo admite Lentamente me acuesto y quedo profundo.

Pasado un fin de semana me alivié y reconci-lié con Lucía. Aprobé el segundo año y nuevamente ocupé el primer puesto. Pero algo no quedó resuelto: la idea de que las acciones humanas sólo pudieran ser buenas o malas… En los siguientes cursos esa cuadrí-cula la percibí en mis maestras: se esforzaban tanto en formarnos para que correctamente extendiéramos las manos (Izquierda Derecha Izquierda Adelante Detrás Un Dos Tres)… Secretamente detestaba la manera como evaluaban: si el alumno respondía —aunque fuera hipócritamente— según las expectativas… Su calificación era Aprobado. Mas ¡ay del que cuestio-nara! No sólo era un indisciplinado sino que merecía una nota roja de censura. Por supuesto no me refiero al desacierto en la información Eso que los burócra-tas llaman competencias. Lo que más me molestaba y propulsó a iniciar un nuevo juego fue el rollo de las calificaciones. En mi tercer año odiaba que las notas en letras resultaran arbitrarias y nunca correspondie-ran con los números. Definitivamente el bien y el mal empecé a juzgarlos bastante relativos: ¿un vaso de agua era bueno o malo? Si se le ofrecía a un sediento ¡Magnífico! Pero si se le daba a un ahogado… Repen-tinamente comencé a rayar las páginas de los direc-torios telefónicos: aquellas serían las previas de mis

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discípulos imaginarios. No estaba contento con la B de bueno Ni con la R de regular y menos con la M de malo. Tenía que haber otra forma de evaluar a los alumnos. Paulatinamente se me ocurrió que las respuestas de un estudiante podían corresponder o no a lo que se le exigía Dependiendo del momento y del contexto. Así llegué a inventar al final de pri-maria un sistema que tuviera en cuenta varios mati-ces: un examen podía ser Excelente Sobresaliente Coherente Aceptable Regular Deficiente Incoherente Lamentable Nulo o Vacío… Teniendo cada una de esas expresiones su correspondencia numérica: 5.0-4.5-4.0-3.5-3.0-2.5-2.0-1.5-1.0 o cero. En ese sentido Lucía había sido justa conmigo: haberle entregado un dibujo de Dios en blanco siendo ella tan católica Representaba una insolencia. En cuanto a mi cuarto juego Debo subrayar que lo perfeccioné para com-petir con mis maestras. Como no soportaba su nor-malidad Me convertí en un impostor: en público fui modelo de lo correcto y en privado un transgresor que osaría controvertir todo aquello que me enseña-ran a repetir como loro.

Un sueño dentro del sueño La lección sobre la lección El juguete en el juguete Mi matrioska rusa. Por virtud del sedante deliro y en el delirio también me inyectan para que no sufra y descienda a lo profundo. La verdad es que entro en coma: estado ideal para

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fantasear Donde no hay túnel ni juego de luces o cosa que se le parezca. Mis amigos angustiados se asus-tan No puedo verlos. Ni siquiera a los indiecitos arro-pados con mantas guajiras que me vigilaban atentos. Estoy sumido en un estadio de casi nada y si sigo por esta vía puedo perderme Pero un condenado ruido me detiene. No sé en qué dimensión alguien grita: ¡Se nos está yendo la abuela…! Siento que piernas ajenas corre-tean Una voz femenina las frena pidiendo respeto por los demás pacientes Mientras avanza la noche. Súbi-tamente algunas imágenes quieren conducirme de nuevo a la Alta Guajira: veo a un misionero ataviado de blanco atravesando conmigo el desierto: junto a un oasis me muestra unos cultivos hidropónicos e invita a beber limonada y a cenar pescado fresco. Prosegui-mos. De repente un muchachito nos alcanza. Toca despertar: —Desde El Cabo hasta Nazareth todos los caminos yacen inundados. Nos devolvemos. Escucho el eco de un llanto lejano. ¡Silencio! El teatro está a oscuras y mi carne descansa serena: ha perdido todas sus ansias de amores inflamada.

En medio de la escuela mi padre quiso acercarme a la música. Desde los seis años empezó a llevarme todos los sábados a un auditorio cuyas sillas de cuero mostaza me impresionaban. Aquel mundo despierta otros fantasmas. Allí escuché por primera vez la melo-día de una ópera bufa que aún resuena en mi cabeza: Pa

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Pa Pa —Pa Pa Pa… Pa pa Pa pa —Pa pa Pa pa… Pa pa pa pa pa pa pa Pa —Pa pa pa pa pa pa pa Pa… Papa Papa Pa —Papa Papa Pa… Es el último dueto de La flauta mágica donde Papageno no se suicida pues su amada aparece y lo arrastra en una especie de alfombra voladora. El caza-pájaros salta sobre su mujer y ambos rodeados de niños que los golpean con almohadas se elevan felices cual cometa. Al final de la pieza supe que nunca ten-dría el idilio de fundar una familia.

Queda el eco de aplausos que partieron Asien-tos desocupados Luces apagadas Telón caído y esce-nario vacío. ¡Cuando se cierran las puertas Nadie más ingresa! Hay que regresar al otro día. Mejor no preocuparse y tratar de dormir. ¡Mañana despertarán quienes tengan que estar vivos!

A Martha de Ramírez la recuerdo como a la maestra más rezandera: era una dama gorda y morena que usaba faldas largas con sandalias y medias de lana. En tercero elemental nos despachaba casi todas las tardes con un buen trozo de Biblia. Parecía Testigo de Jehová obligándonos a aprender de memoria capítu-los y versículos del Antiguo Testamento: Génesis I: 26-27 Éxodo XX: 3-17 El Salmo 139 y casi todo el Libro de Job acompañado del Eclesiastés más el Cantar de los Cantares. Fue gracias a ella que empecé a descubrir un enorme

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parecido entre los cuentos que nos leía Lucía y las Sagradas Escrituras. Años después —cuando por puro rayón estudié teología— al enterarme de que los evangelios se basaron en narraciones posteriores a la muerte del Nazareno… Constaté que el cristianismo no podía ser más que otro idilio: idéntico al legado del coronel Aureliano Buendía o a las versiones de Guarini El indio del Amazonas disparándose a través de su propia cerbatana.

En la Unidad de Cuidados Intensivos las visi-tas sólo son permitidas durante dos horas: de dos a cuatro de la tarde. Antes de ingresar es obligatorio observar estrictas medidas higiénicas. Los acudientes deben lavarse las manos y el antebrazo con un jabón especial Secarse con una servilleta de papel dispuesta para ello Tomar una bata protectora y ponérsela Usar tapabocas desechable y Una vez en la sala circular Acudir sin hacer ruido al cubículo específico para ver al paciente que por lo general se encuentra en pro-fundo letargo. Si los familiares o amigos del enfermo consideran prudente hablarle Pueden hacerlo. A la salida normalmente hay un encargado dispuesto a entregar los últimos reportes de los estados clínicos.

Betty de Morales era la profesora más veterana. Usaba unas enormes gafas redondas que se quitaba

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para juzgar a los estudiantes dejando al descubierto sus ojos claros que traslucían una mirada lejana. Su tono de voz suave ocultaba un cierto cansancio: había perdido la cuenta de sus años enseñando. Según me enteré —en cuarto de primaria cuando fue mi maes-tra— acababa de ser abuela. Sus colegas comen-taban que se sentía dichosa tras haber logrado que su hijo contrajera matrimonio. De ella aprendí algo de geografía (nos ponía a competir adivinando las capitales de distintos países del mundo) Un poco de historia (contada como si el Todopoderoso cada acontecimiento milimétricamente lo dispusiera) Y tal vez la necesidad de lo que en ese entonces se llamaba civismo. En sus clases nos explicaba por qué eran importantes las maneras. No hablaba obviamente de su arbitrariedad Simplemente subrayaba que gracias a ellas podríamos acceder a varios círculos. En rea-lidad doña Beatriz cumplía a cabalidad la función de institutriz: con toda dulzura lograba que sus educan-dos aprendiéramos a comportarnos correctamente en sociedad —labor que desde que se creó la escuela Naturalmente fue encomendada a los maestros.

El cielo yace negro y a esta hora irrumpe un torrencial aguacero. En los países tropicales no caen copos de nieve sino pepitas de granizo que golpean los tejados. Los capitalinos duermen y quienes deam-bulan por ahí deben ir bien abrigados. Nuestros

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cerros orientales que alguna vez pintara Rogelio Sal-mona están cubiertos como hace cientos de años. ¿Alguien los imagina volcánicos? Monserrate Gua-dalupe La Viga Diego largo El Verjón y Cruz Verde hace doscientos años eran bastante temidos. Hoy su vegetación foránea podría despertarlos Hacer que se rasquen Reacomodarlos y de paso generarle una tra-gedia a los bogotanos. El sistema de salud jamás daría abasto: si se cuentan clínicas y hospitales Nuestra ciudad —de ocho millones— apenas puede atender diez mil heridos. ¿Vislumbramos ese caos?

Elizabeth Beltrán-Trujillo sí que era distinta: ele-gante Blanca Alta Delgada Muy fina y de ojos celes-tes enamorados de un joven arquitecto. Sus colegas se retorcían cuando su prometido la recogía en un automóvil rojo Deportivo. Si era tan de alta alcur-nia ¿Qué hacía enseñando en una escuela? En aquel tiempo estaba de moda una serie de televisión llamada La mujer biónica Así la apodábamos. Era licenciada en Ciencias Sociales y en mi último año de primaria con-cluía su carrera de Periodismo. Con ella aprendí a leer artículos de prensa y a no tragar entera la informa-ción que suministraban los medios. Nos preparó de la mejor manera para los Exámenes de Estado: era el momento de escoger un tipo de bachillerato De optar por un buen colegio. De ella no puedo afir-mar que con sus alumnos pretendiese ser mamá

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como las demás maestras Al contrario: sospecho que la proposición sólo las mujeres se realizan siendo madres le repugnaba. Para mí fue una gran cómplice que en su profunda discreción me permitió cualificar mi juego: el maestro no podía ser un inquisidor que se las sabía todas sino un guía que a lo sumo facilitaba encuen-tros. En sus clases le gustaba que fabricáramos his-torias para entender por medio de metáforas lo inútil de las teorías. De algún modo era lo opuesto a Lucía: más que inducirnos a repetir lo que otros hacían Eli-zabeth quería que reinventáramos el mundo. Hoy recuerdo sus palabras durante mi primera ceremo-nia de clausura. Fue una tarde soleada y espléndida cuando todos estábamos en el patio: profesoras Estu-diantes Graduandos Invitados de honor y padres de familia… En nombre de la directora nos felicitó por conquistar la educación básica agregando en seguida: —Quienes sigan jugando este juego se darán cuenta de que acaban de ingresar a un laberinto.

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Concluida la VisiTa a un paciente en Cuida-dos Intensivos sus familiares casi siempre formulan las mismas preguntas: ¿Será que se recupera? ¿Cómo es su estado de ánimo? ¿Él sí escucha cuando se le habla? ¿Ya salió el último examen? ¿Hasta cuándo lo van a tener conectado? ¿Cuál es al fin la enfermedad que padece? Obviamente los médicos responden se-gún su especie con toda serenidad y asepsia. Al tercer día de hospitalización mis amigos me encuentran in-consciente e hinchado. No pueden ocultar su tristeza ante el aspecto vegetativo y amarillento que presento La única proposición que escuchan se resume en dos palabras: pronóstico reservado. El Infantino se desespera y viendo pasar al doctor Chaparro lo detiene en el pa-sillo. El galeno amablemente le dice: —Tranquilo… En este momento su amigo tiene dos opciones: o se recupera O se muere. Hay que tener paciencia.

Afortunadamente en mi formación elemental no pasé por Kínder ni Transición Ni el montón de

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idioteces que los comerciantes de la pedagogía se han inventado. Aclaro eso subrayando que habiendo cum-plido cinco años ingresé a primaria y Bueno Al completar diez me matricularon en el República de Colombia: un liceo público y mixto que quedaba a pocas cuadras del Jardín Botánico. Mi hermano entró al Jorge-Elié-cer Gaitán y desde entonces nos separamos. Ante mis ojos surgieron dos bloques que multiplicaban el área de la escuela. El colegio contaba también con patio y tarima donde todos los días formábamos y cada fin de mes extrañamente aparecía un cura Muy dispuesto a celebrar la misa que precedía nuestras izadas de ban-dera. —Imagínense el horror: ¿un instituto laico con cura y misa? (alegaba furibundo papá como si viviera en Francia o Alemania). —Pero si así es aquí (contes-taba mamá tratando de calmarlo).

En el campo de la salud hay que aprender a dis-tinguir las jerarquías. Del mismo modo que sotana negra de simple cura se diferencia de la de trazos mora-dos de obispo y éstos a su vez se distinguen del escar-lata cardenalicio… Una cosa es un paramédico y otra muy distinta un auxiliar de enfermería: ambos llevan bajo el blanco un enterizo: verdoso el primero y medio caqui el segundo. Y nada tienen que ver con terapistas y jefes de piso que normalmente usan overoles celestes los unos y azul rey espantoso los otros. Los doctores de verdad son caso aparte: simplemente se ponen una bata

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tras quitarse la chaqueta. Hay que juzgarlos por la cor-bata. El doctor Chaparro —por ejemplo— la tarde en que me internaron lucía una tira tan elegante que debió comprarla en Suiza. Toca fijarse bien para no emba-rrarla y decirle como las presentadoras de televisión Doctor a cualquier pelagato. ¿Cuándo aprenderemos a llamar a cada quien por el título que le corresponde?

En el colegio mixto el aprendizaje se diversifi-caba. Ya no había una sola profesora para el mismo nivel sino un montón de maestros: el de Matemáticas La de Biología El de Religión El de Inglés El de Lite-ratura Las de Geografía e Historia El de Civismo y Educación Física. A medida que avanzábamos nuevos cuadernos y libros que correspondían a diferentes materias engrosaban mi biblioteca: Química-Física-Álgebra-Trigonometría-Cálculo-Filosofía-Francés y no sé por qué diablos una asignatura llamada Com-portamiento. Sin darme cuenta me fui inclinando por las humanidades y las letras Seguramente por ser las áreas que más repasaba. Ahora lo veo: como seguía enseñándole a un montón de alumnos imagi-narios Mis cursos también evolucionaron: contaba con un excelente sistema de calificaciones Pero las clases debían ser más dinámicas. Fue cuando empecé a robarme las tizas y decidí inaugurar como tablero la puerta de mi cuarto que cada noche con una almo-hadilla untada de alcohol limpiaba. Así me parecía a

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mis maestros: laborando en varios niveles y hasta en distintos establecimientos. ¿Cómo era eso? Muy sen-cillo: para ajustarse un mejor sueldo la mayoría de mis profesores trabajaba en diferentes colegios Incluso las tres jornadas: mañana Tarde y noche. Conversando con ellos aprendí a conocer otros institutos Especial-mente los de religiosos. Me contaban que al inicio de cada clase tocaba rezar un padrenuestro con su res-pectiva avemaría porque en el San Carlos la misa en inglés era obligatoria y el padre Francis se mostraba muy estricto con la segunda lengua… Que los Herma-nos de la Salle controlaban cada movimiento del pro-fesorado para que los maestros de universidad pública no contaminaran a los alumnos con ideas marxianas Que los franciscanos trasladados a la Ciento setenta se volvieron unos mercaderes de la pedagogía Que las madres del Sacré-Coeur aplicaban la misma regla de los jesuitas cambiando de clase a ese par de adoles-centes si de pronto los pillaban de mucho pipí cogido Que las niñas del Alvernia aprendían muy temprano a volárseles a las monjitas con sus novios afrancesa-dos del Liceo Pasteur Que era un asco pensar que en Colombia el monopolio de la educación desde la Colo-nia lo había ejercido la Iglesia so pretexto de formar a los dirigentes sin explicarle a la sociedad por qué dia-blos de lo engendrado y no creado de su misma natu-raleza había surgido una manada de pícaros… Para muestra nuestros Honorables Parlamentarios o Dicho en plata blanca Los políticos.

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Unos suben y otros bajan Algunos indiferen-tes Los demás indolentes. ¿Qué les vamos a pedir? Ellos ordenan y las mujeres cumplen su tarea: están acostumbradas. Yo sigo aquí empotrado entre cables y tubos sufriendo como Cristo manda en esta Unidad de Cuidados Intensivos. A cada rato las enfermeras supervisan mis signos Me vigilan Voltean y observan. Me inyectan antibióticos y suero controlando riguro-samente los medicamentos Puntualmente me asean. Mi conciencia despierta en la noche cuando la mayo-ría duerme y varios personajes suben a escena: un hombre Cabeza de Manzana Una pequeña banda de músicos Un tramoyista (El director de la Orquesta de la Ciudad Universitaria de París: Adrian MacDo-nald) y cinco grandes amigos disfrazados de creyentes (Edgarinos Jaime y Felipe acompañados de Leonor y Carlos-Guillermo) Más un par de maestros ataviados con hábitos religiosos: Michel Maffesoli y Fernando Vallejo.

El República de Colombia era un colegio con capacidad para dos mil alumnos y ciento veinte pro-fesionales Entre maestros y auxiliares sumado el per-sonal administrativo: la rectora y los coordinadores de disciplina El orientador vocacional y las secretarias Más un par de celadores junto a los diez empleados

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de la cafetería y los prestadores de servicios de aseo. Inés-Marina Vizcaíno de Cubillos era la jefe de todos. Una dama alta de calzado amplio y voz ronca que hacía una década había ingresado al magisterio tras concluir en la Universidad Militar Nueva Granada su carrera de abogacía. Cinco aspectos la caracteri-zaban: una excelente capacidad ejecutiva Su lucidez a la hora de tomar decisiones Cierta aureola de autori-dad que nadie cuestionaba Y dos elementos indispen-sables: una libreta forrada en cuero de hojas doradas Acompañada de un estilógrafo exclusivo para estam-par su firma o escribir los borradores de esquelas de llamada de atención o felicitación a sus subordinados. Todas las tardes llegaba a las dos en punto cuando los alumnos habíamos ingresado. Conchita Rodríguez de Perdomo y Carlos González (los coordinadores de disciplina) le entregaban el parte de cada jornada Luego se entrevistaba con el psicólogo Mario Her-nández de quien de algún modo desconfiaba Y en seguida atendía innumerables asuntos. Nosotros sólo la veíamos en las ceremonias mensuales o caminando de prisa rumbo al Consejo de profesores. Tal vez por no mostrarse tanto supo mantener el respeto que infundía y Gracias a su labor Nuestro colegio figu-raba entre los mejores del Distrito.

Observando a Maffesoli y a Vallejo constato que se comportan cual franciscano y jesuita. El uno

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pro-positivo y ecléctico al elogiar lo que ocurre en el instante eterno de incontables momentos efímeros… El otro pesimista y austero lanzando trallazos de des-esperación a quienes repasan las verdades mortales de su reiterado Don de la vida. Ambos se encuen-tran en mi estado cataléptico. Los acabo de ver y sé que son mis vecinos. ¿Debo presentarlos para que al oírlos discutir los lectores saquen provecho?

De sexto a noveno cierta uniformidad Los dos últimos grados marcaban otro ritmo. Algo debe quedar de la labor docente… Sin revisar apuntes Simplemente recordando. ¿Y si olvido los nombres? Vacíos sus aportes. ¿Y si son rostros los que desapa-recen? Hay que suprimir tales fantasmas. En los pri-meros niveles la novedad impactante. Profesores de dos clases: controladores aterrorizando a estudian-tes Versus magníficos conversadores. Los unos gene-ralmente mediocres Los otros ejemplares. Por pudor señalaré lo que me quedó de algunos: aquel rasgo Quizá un gesto Una manera de leer que me obliga a descolgar los íconos. ¿Enseñar? ¡Cuánta impostura! ¿Quién te crees tú para declararte maestro? Si apenas eres aprendiz de mago Cultivador de quimeras. ¿Pre-tendes iluminar faros y profesar verdades cuando en realidad erramos?

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Mente y corazón se oponen en mí y cuando éste afirma consolándome Aquella duda con escep-ticismo. Sentimientos franciscanos y razonamientos jesuíticos: no sé si escribir verdades mortales o seguir inventando mentiras vitales. A veces prefiero un sayal de publicista medieval con cordón y capa curtidos. En ocasiones me pongo la sotana negra de cien boto-nes que los seguidores de Ignacio de Loyola desu-san. Me petrifica el control de Quinta Columna que todavía ejerce la Policía Secreta del Catolicismo: se vigilan mutuamente para denunciar los errores del hermano a fin de reprenderlo fraternalmente con la Regla Interna de la Caridad. ¡Ambas órdenes con el paso de los siglos tan cambiadas! A Pedro Arrupe lo sucedió un lingüista holandés que según cuentan sus acólitos detestaba viajar en primera clase porque al Ministro General de los franciscanos cada vez que venía a Santiago de Cali lo transportaban sus meno-res en autos blindados repletos de vigoréxicos. De esas jaulas de locas merecerían ser azotadas en bola —junto al reloj donado por los suizos en pleno Parque Nacional— dos madrastras emblemáticas: en cruz de San Andrés contra Oriente: Juana Córdoba (designada por mayoría porcina Secretaria Episcopal de Colombia) Y dándole el rabo a Occidente: Luisa Uribe (antigua directora espiritual de los Barco seve-ramente amonestada por catequizar soldados entre frondosos árboles de la San Buenaventura). Cierto No hay que mirar la paja en el ojo del vecino sino la

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viga en el propio. Fue exactamente lo que le dije a la primera dama en un debate radial sobre la pederas-tia de los curas Pues si queriendo hacer el bien que quiero hago el mal que no quiero ¿Quién nos librará de este cuerpo temerario?

Da urticaria precisar pero toca entrar en minu-cias. Una semana de treinta y cinco horas (de cua-renta y cinco minutos cada una) Entre lunes y viernes de a siete por día. Ingresábamos a las doce y cuarto Luego de doce y media a dos de la tarde las dos pri-meras clases Sumadas a otro par hasta las tres y media conformando el siguiente bloque. Después un des-canso (recreo) hasta las cuatro y cuarto y las tres siguientes sesiones ocupando hasta las seis y media de la tarde No cuadra. Recortemos la duración de las horas: pongámoslas de cuarenta minutos y que las clases empiecen a las doce y veinte El recreo sería a las tres en punto con una hora sagrada jugando el segundo tiempo de veinte para las tres hasta las die-ciocho horas… ¿Tal vez así marchaban las cosas? Ahora sobra. Volvamos a los cuarenta y cinco minu-tos por hora. Ya veo: entrábamos a las doce en punto y los cursos iniciaban a las doce y cuarto yendo la pri-mera ronda de a dos bloques hasta las tres y cuarto A fin de salir a recreo que sólo duraba treinta minutos para que el segundo conteo de tres horas fuera hasta las seis en punto. ¡Perfecto! Cada cuarenta alumnos

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conformaban un curso que tenía un director de grupo encargado de entregar juiciosamente el reporte de calificaciones ante los padres de familia todos los bimestres. En aquel tiempo no existía el adefesio de la promoción automática Al contrario: durante el primer periodo se evaluaba lo visto en ese lapso Y en el segundo lo del primero más el siguiente acumu-lando puntos para el tercero Hasta que en el cuarto momento se recapitulaba todo —consignando rigu-rosamente las notas en planillas que automatizaban el promedio— Luego del colegio público salíamos muy bien preparados. Los profesores rasos debían dictar veinticuatro horas semanales pero si eran directores Veinte. Recuerdo que también había jefes de área pri-vilegiados porque sólo respondían por doce horas de clase a la semana Obvio: debían reunirse cientos de veces con sus colegas de Matemáticas o Sociales y Literatura En fin La paridad que llaman. De sexto a noveno había seis cursos por cada nivel sumando cin-cuenta y cuatro aulas ubicadas en el Edificio A Mien-tras que los últimos grados se reducían a cuatro por dos en el conjunto B para totalizar sesenta y dos salo-nes de los cuales cómodamente disponía el colegio. Los alumnos del República de Colombia usábamos dos tipos de uniformes: los muchachos llevábamos jeans azules y saco escote en V del mismo color com-binado con camisa blanca Más zapatos negros de amarrar lustrados. Las niñas lucían faldas a cuadros con medias blancas y saco también escotado en V

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con blusas impecables para dejar el nombre de la ins-titución en alto. El atuendo de educación física nos igualaba: pantaloneta más medias y tenis blancos con camiseta azul larga que practicando voleibol arreman-gábamos. ¿Qué otra prenda usábamos? Por suerte en los liceos oficiales no exigían uniforme de gala.

¿Aún sedado vallejiando? ¡Y pensar que todavía no hablo de mis colegas! No todo es perverso cuando a jesuitas o a franciscanos me refiero. En otro capítulo casi condecoro con la Orden de las Palmas Académicas al fraile amigo de papá que de niño me inspiró un mag-nífico juego. La Compañía de Jesús en Colombia tam-bién podía exaltar su propio Pájaro Espino: años atrás dirigía el Centro de Investigación Popular ubicado en un barrio de invasión aunque cada mes desayunara con el Presidente roscón en la Casa de Nariño. Para ponerlo a prueba sus compañeros de orden al Magda-lena Medio lo desterraron Cuando con el tiempo ¡Oh sorpresa! Pacho regresó restablecido: el lingüista holan-dés lo designó superior provincial y desde entonces no hizo otra cosa que despotricar de los cínicos. Contra-diciendo a los nostálgicos de lo absoluto despidamos el fatídico dilema de lo uno o lo otro proclamando a los cuatro vientos Esto y aquello. ¿Acaso no puedo tener corazón franciscano y mente jesuítica?

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Lunes Miércoles y viernes una cierta clase de cursos Martes y jueves otra. Ya dije que estudiaba en las tardes Sin madrugar a lo para-bestia desde las cuatro de la mañana. Mi colegio jamás tuvo rutas de buses Luego nunca hubo policías desde casa: profe-sores y alumnos llegábamos por cuenta propia. Las asignaturas duras De sexto a noveno eran tres veces por semana: Matemáticas y Biología. Después de a dos las Sociales con un poco de Religión y Educa-ción Física. Olvidaba lo esencial: Español y Litera-tura Y ahora sí pongámonos de pie Cosa que según los ilustres pedagogos había que hacer por respeto a las clases y no tanto para recibir a los maestros. Que pase Hilda Carreño de Castañeda fumando Pielrojas entre líneas y círculos con su voz delgada y tipluda haciendo tambalear a los distraídos: —Jovencito Ese ángulo no está bien dividido. ¿Qué me quedó de ella? Sus bellos signos. No la recuerdo vestida de faldas: me encantaban los pantalones cuadriculados de pura geo-metría que usaba. Sonaba dándole paso al siguiente bloque una sirena (Huuuu Huuuu Huuuu) y ella: Nos vemos el miércoles y no olviden los ejercicios de Arit-mética… Entraba sin saludar a su colega Blanca-Ceci-lia Suescún de Castro con un vozarrón repitiendo: —¿Cambiamos de clase? Extendía su abrigo azul apa-nado en el pupitre y empezaba a hablarnos de Darwin. De ella me quedaron algunas divisiones taxonómicas: reino-philum-clase-orden-familia-género y especie que para divertirme de vez en cuando utilizo. Salíamos a

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recreo y en la cooperativa compraba mantecada con Pony Malta. ¿Se me acababa la plata? Cuando al final de alguna jornada quedaba varado Retacaba. ¿Cómo? Subiendo por la calle Sesenta y ocho le pedía a los transeúntes colaboración para mi pasaje y si resulta-ban tacaños Caminaba. En tiempos del colegio nos habíamos mudado al barrio Gaitán. Si de amnesia no padezco Cada miércoles las tres últimas horas eran de gimnasia y como en paseo bugueño a niños y niñas nos separaban. En el patio central con Chucho Sandoval practicábamos los pelaos baloncesto además de saltar lazo porque nuestro entrenador detestaba el fútbol. Su truco para que hiciéramos correctamente los ejercicios consistía en amenazarnos con darnos correa. Supongo que esa sentencia nos excitaba al máximo puesto que fallábamos… Entonces ponía al capitán del equipo a corregirnos. Así jugábamos inocentes antes de nues-tros primeros frotamientos. ¿De eso para qué hablo? Pasemos a las Ciencias Sociales: muy similar a Paloma San Basilio doña Irma Sierra nos contaba secretos de la Historia alternando con Berta Hernández el relleno de numerosos cuadernos de Geografía. ¡Cómo olvidar las enormes cordilleras y los distantes océanos! De la clase de Religión recuerdo las enormes corbatas pasa-das de moda de Víctor-J Parra-Castro que me obli-gan a exaltar un título: Seamos mensajeros de la educación Porque en cada curso se la pasaba promocionando ese libro. ¡Que siga más bien Gilberto Romero con sus trajes impecables y la barba de pirata correctamente

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alineada haciéndonos poner de pie para que lo salu-demos! (A él le debo no decir como Julito Sánchez delante del doctor Casas habían diez libros sino había). Nos obligaba a llenar cientos de fichas de autores y obras de la literatura universal No sólo para memori-zar sino a fin de saborear distintas prosas y a leer se dijo. La poesía le parecía dulzona salvo los versos que él mismo traducía: Por un delirio idiota veo a tu doble puro / ¡Amor Canción Mi reina! / ¿Es un espectro macho entrevisto en el juego de la pupila pálida / Quién me examina así sobre el yeso del muro? / No seas inclemente y deja cantar maitines a tu corazón bohemio / Guárdame un solo beso ¡Dios mío! porque voy a morir sin poderte apurar / En mi vida de nuevo sobre mi corazón y mi verga.

Entre pretextos clericales me hallo suspendido. ¿Se agota acaso la escritura? Ocurre cuando estoy dibujando pues justamente el esbozo patina y aunque en esta clínica me atrapa el tedio Resisto. Graves voces me asedian: No olvides comprar el soporte para el proyector de diapositivas y pedir que algún obrero venga a insta-lártelo. Tengo que taparme los oídos Ensordecer esos ecos para perseverar en mi absurdo.

Los idiomas extranjeros por sus sonoros ruidos me encantaban. Mi profesor de inglés era un sindica-lista curtido en asambleas: Adolfo Cruz que siempre

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usaba vestido gris y boticas desgastadas debido a las innumerables marchas donde le enseñaban frases de cajón para nunca levantar sospechas. Fue él quien nos repetía que cuando nos preguntaran con You se res-pondía con I y si la cuestión era en plural debía utili-zarse We: —Are you at home? —No We are in the park. En cambio Jorge Gómez-Latorre… Ese flaco e his-triónico señor sí que nos enseñó —más allá de sus trajes oscuros y buzos cuello de tortuga explicándo-nos su teoría de la E— a volvernos afrancesados: —Je ne trouve pas la clé qui peut ouvrir la porte de mon coeur et de mes sentiments Parce qu’elle est cachée dans un autre coeur. En décimo y once el bachillerato era a otro precio: junto a las clases de Filosofía aparecieron los cocos de Trigonometría y Cálculo Más los astros de Química y Física. Además tocaba presentar nuevos Exámenes de Estado y se acercaba el instante de partir Llegaba el momento de elegir una carrera.

La frase del párrafo antepenúltimo sobre el pro-yector corresponde a un video-beam que encendido a pocos metros de un telón deslizado al fondo de mi sala permitía disfrutar de buen cine sin salir de casa. Para ocultar el cableado necesitaba comprar una espe-cie de palanca que con la ayuda de algún operario debía empotrar en el techo. He ahí la tarea pendiente la tarde del aguacero cuando acudí por segunda vez al médico sin saber que me hospitalizaban…

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El reflejo de mis maestras de primaria durante el bachillerato con toda lucidez recayó sobre María-Clara Segura: la profesora de Filosofía que a todos nos decía doctores para que así mismo le correspon-diéramos. Sin lugar a dudas una dama elegante y culta con quien aprendí varias curiosidades de los presocrá-ticos levantando sospechas contra el idealismo plató-nico Bastante cobarde por cierto en lo concerniente al cuerpo pues lo convirtió en carcelero de la nebu-losidad del alma trazando de ese modo el puente que siglos más tarde conduciría al patetismo morboso de la cruz. Los cocos Panesso y Acosta De Trigo-nometría y Cálculo respectivamente Eran unos gri-tones: aunque buenos matemáticos y sabelotodos en ecuaciones diferenciales Se la pasaban atemorizando a los estudiantes con las notas. De ellos recuerdo sus pintas: combinaban mal zapatos y vestidos: prefe-rían los colores zapote y aunque el primero era alto y el segundo estadísticamente enano… Parecían un par de gnomos sacados de alguna tira cómica. Final-mente sobre los duchos en Química y Física Jamás olvidaré el acento español de José-Manuel Plata-Fer-nández enseñándonos los dibujos de tantos alcanos y alquinos manchando generalmente su bata en el labo-ratorio Ni la rigidez de Marta Arévalo mordiéndose los labios para que repitiéramos las más elementales nociones de dinámica hasta que al fin memorizáramos

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sin saber cómo aplicar en la vida real el concepto de Movimiento Rectilíneo Uniforme.

Desde la cima de mi delirio en esta Unidad de Cuidados Intensivos quisiera repentinamente arro-jarme al vacío Despojarme de todos los hábitos entre-gándoselos a los comerciantes de Eros…

Mis fratellos de adolescencia jamás fueron del colegio Los encontré afuera. No sé qué me movió un domingo En vísperas de graduarme de bachiller a regresar a La Porciúncula. Pasé por allí —supongo— y me dio por entrar a misa. Junto al altar divisé —poco antes de la comunión pues el rito concluía— a un grupo de jóvenes muy apuestos que cantaban mientras la gente se daba la mano. Al final de la cere-monia pasé al frente y sin ruborizarme les dije que quería formar parte de la banda Ellos gustosamente me aceptaron. En seguida nos dirigimos a un salón que quedaba saliendo de la iglesia hacia el interior de un edificio enmarmolado Cuando súbitamente resur-gió mi infancia: aquel era el mismo terreno que de niño recorría con papá y fray Severo… Los curas lo habían vendido a la empresa Granahorrar trasla-dando a la Ciento setenta con Autopista el antiguo liceo: ahora sólo quedaba un centro comercial en esos predios. Trastabillando ingresé al teatro de ese

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grupo medio ecologista Donde con los meses con-seguí novia e inolvidables amigos En cuya compañía descubrí mis primeros frotamientos.

Qué bien sé yo la fonte que mana y corre Aunque es de noche Y con ella despertar no puedo. Sigo recluido delirando la comedia que otros representan. ¡Que se levante de nuevo el telón y mis amigos desempeñen sus roles! A mi lado continúan los dos maestros (fran-ciscano y jesuita) Maffesoli y Vallejo: —Me da mucho gusto que hayan venido… ¿Les provoca tomar algo? Bueno… Sólo puedo ofrecerles Dextrosa al cinco por ciento que es más agradable bebida que inyectada. ¡Cómo duelen las malditas agujas! Por favor Siéntense Pónganse cómodos Maestros Porque en el próximo capítulo ustedes serán los protagonistas.

Un veintiocho de noviembre En el Club de Ofi-ciales de la Policía —donde solían graduarse los del República de Colombia— Me otorgaron el título de Bachiller Académico. En calidad de representante del Bienestar Estudiantil —cosa que no había dicho y pretendía omitir pues para mis compañeros signi-ficaba ser un regalado— fui quien dio el discurso de graduandos recibiendo de manos de Inés-Marina Vizcaíno de Cubillos una placa que todavía conservo: Al alumno FS en reconocimiento a su magnífico desempeño

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como presidente del BE La comunidad educativa agradecida. ¡Casi olvido a Antonio Mariño! El eterno profesor de Música Apodado por mis camaradas Beethoven Quien tocaba en su acordeón una vez concluida la marcha triunfal de Aída: Juventud-Juventud colombiana… Castos hijos de raza valiente Que lleváis con virtud en la frente un laurel de luz y honor… ¡Cuán fervientes se volve-rían para mí las ceremonias de grados! Con el paso de los años se convirtieron en espectáculos coloridos viendo hacer fila a los cansados viejos Junto a las tías fumadoras y a las hermanas lobas entre vestidos apre-tados fucsia sosteniendo a la pobre nona envuelta en un montón de chales que no sé por qué diablos la tra-jeron Salvo por los hermosos conjuntos de machitos nunca antes vestidos de paño combinando lustrosos mocasines con impecables medias deportivas.

A Michel Maffesoli le encantan los sombreros de ala ancha cardenalicios que hacen juego con su hábito café oscuro y capa de cachemira. Fernando Vallejo prefiere usar sotana negra aunque aborrece a sus compañeros de orden. Ambos están El uno a mi diestra y el otro a la siniestra. Nos separa una colga-dura blanca que lo transparenta todo. Los dos pare-cen ilustres visitantes Escépticos confesores. ¿Si uno de ellos fuera rabino? Felizmente no son directo-res de conciencia. Espontáneamente han aparecido Están aquí y debo saludarlos. Han venido a compartir

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deliciosas dosis de humor e ironía para que persevere. Ellos por éstas ya pasaron: a Michel hace tiempos que en el Hôtel-Dieu le practicaron una biopsia Y a Fer-nando en la Barraquer recientemente lo operaron de cataratas… —¿Cómo van los hermanos? ¡Pónganse cómodos!

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IV

¡Ay! los años MaraVillosos que nunca volverán No vuelven. Caída una tarde abandonada del colegio En la esquina nororiental Bajo el techo de una case-ta de lata devoraba pasteles de queso o arepas de hue-vo con Pony Malta. Hoy esos sabores refritos ni me provocan. La matrona con su delantal tiznado freía en el mismo aceite los envueltos de la semana. A veces me topaba con los hermanos Pacheco —de ellos me acuerdo— Y al menor (Óscar) casi siempre lo invitaba: sus marfiles sonreían en un rostro moreno Redondo Bien formado. Se suponía que eran mormones: Santos de los Últimos días. Siguiendo sus pasos A semejante secta casi me convierto: por puro ardor fraterno y cul-pa de sus misioneros gringos que de alegre inocencia me colmaban. Los soñaba cual vaqueros en alguna ca-baña Muy pronto semidesnudos cortando leña Trans-formándose en nuevos ídolos de mi cinematógrafo.

Aún profundo y envuelto entre sábanas todo resulta representación Pieza de teatro. Mi cuarto se

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transforma en el de otro tiempo pues no sólo en el delirio detesto las clínicas nuevas Ésta tiene algo de antigua: la administran monjas Dominicas del Buen Pastor que asocian dolor con pecado. ¡Ecco! En medio de la penumbra veo al Infantino tratando de quitar de la pared una estatuilla muy fea: es la de un cruci-ficado Imposible de arrancar porque está empotrado en los muros. He ahí el ejemplo del cristianismo: un hombre torturado que nos salva. Odio los hospitales que carecen de techos altos. Los pisos en que figuro mi reposo son baldosas pretéritas e importadas de La Habana: similares a las del Hotel Inglés donde Hemingway se inventó los primeros mojitos. Las cortinas que me separan de los vecinos ahora están hechas de una lona blanca Pesada. ¿Estoy en el último piso o me tienen recluido en los sótanos? Por razones solares anhelo una terraza pero lo sé No me han ele-vado: en vez de Unidad de Cuidados Intensivos este lugar parece anfiteatro. Hace más de medio siglo lo construyeron para tuberculosos. ¿Será esa la enfer-medad que padezco? Se supone que hace décadas del mundo la erradicaron. Aunque pensándolo bien aquí estoy por una crisis respiratoria.

A Óscar Pacheco un incandescente viernes de fin de año me lo topé desnudo haciendo cola a mi lado. Estábamos en un corredor del Batallón Pri-mero en la calle Cien con Autopista: aguardábamos

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a que los milicos nos revisaran. Cientos de mucha-chos de todos los colegios y pelambres Allí parquea-dos: empelotos y sin rubor contando chistes Mientras pasábamos al patio principal y luego a la carpa ver-dosa de aquella tarde intrépida en que nos llamaron. Desde las cuatro de la madrugada Cual modelos para un casting renegando habíamos llegado. El concurso tenía que ver con el maldito Servicio Militar Obli-gatorio. Lo maldecíamos porque sólo era y seguirá siendo para los de ruana: los señoritos de cuello blanco ya habían comprado sus libretas. ¿Y nosotros? Pues ahí Montando guardia. Hacia las tres de la tarde la voz de un comandante exclamó ¡Pacheco Óscar! Y yo quedé estupefacto. Al cabo de diez minutos lo vi salir de aquel circo estirando trompa: al Guardia Presidencial lo destinaban. No tuve tiempo de conso-larlo y sin darme cuenta lo ayudé a vestir pasándole mis pantaloncillos En esas me llamaron… Una vez al interior Dos chanchos vestidos de médico y cape-llán Haciendo señas me pidieron pararme al frente y sacar de una urna de cristal otra balota: —¡Amarilla! Exclamó el más cerdo. Sobrante el señor ¡Qué lás-tima! A la salida encontré al niño Óscar desesperado porque había perdido sus zapatillas y entre apuros me estiraba sus calzoncillos: —¿Entonces qué? Ponqué. —Creo que de ésta me acabo de salvar Pero no importa Hermanito Póngase también mis tenis que así sea descalzo Le juro que el año entrante no habrá domingo que me impida venir a verlo.

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El teatro continúa. Ahora sí que pasen los amigos. Es media noche y parece que extendieron el horario de visitas… —Felipe: corre esas corti-nas y saluda de mi parte a los hermanos Maffesoli y Vallejo. Que sigan los demás sin miedo pues la pieza está a punto de empezar: ustedes son los acto-res. Si pudiera los ayudaría soplándoles los diálogos Pero como ven me tienen entubado Les toca solitos. ¡Vamos! Únanse: a mi diestra o a mi siniestra Hay que tomar partido. Michel es optimista Franciscano Pro-positivo: le encantan Orfeo y Dionisio… Escojan. Fernando es pesimista Jesuita Negativo: le fascinan Lázaro y Sísifo… ¿Quién se les une? Espontánea-mente los demás fieles laicos comienzan a ligárseles: con el hermano Maffesoli van Jaime y Leonor Y del lado de Vallejo Felipe y Edgarinos. Ya veo: acaban de entrar Carlos-Guillermo y Rose-Marie… ¡Que el uno se vista de negro y la señorita lleve un hábito terra-cota! Los demás compinches si llegan tarde pueden ser músicos: Adrian MacDonald (el director de este elenco que pensándolo bien es otro tramoyero) los necesita para que toquen cuerdas y vientos… Percu-sión no debe haber porque se despiertan los demás enfermos.

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De las inolvidables visitas al Guardia Presiden-cial religiosamente cada semana Debo contar que fueron espléndidas Mucho más gratas de lo imagi-nado. Primero: los amigos de los soldaditos no tenía-mos que empelotarnos como para ver a un preso. Segundo: sospechaba que los demás acudientes de los guardianes del Presidente también habían intercam-biado prendas con aquellos. Todos tan similares sin ser forzosamente retratos de familia. Así El primer domingo del nuevo año había llegado y ante la sor-presa de todos Se asomó el primer mandatario con su caminado roscón acompañado de un jesuita: era el Pájaro Espino a quien perseguían las católicas por el derecho a decidir que ante semejante horror se había atrevido a acompañar al jefe de Estado en sus faenas: a contemplar desde el palco presidencial tan sucu-lento banquete de mamíferos.

¿Quién empieza primero? Te toca a ti Michel. Habla en francés si así te sientes cómodo que aquí todos entendemos y por escrito yo te traduzco. Una luz se concentra en el franciscano —emérito profesor de la Sorbona— que al instante cuelga su sombrero de ala ancha y capa de cachemira. En seguida saca una pipa que carga Enciende Aspira el humo y lanza hacia el público una Dos Tres bocanadas… —C’est bon! Dije que traduciría y está bien A partir de este ins-tante lo hago: No sé por qué los izquierdistas hablan

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de crisis cuando todo el mundo se la pasa comprando Además la gente recibe compensaciones Aguinaldos Primas… Miren un rato hacia las calles repletas de transeúntes: yo no necesito hacerme el gringo para ignorar el mercado. Al lado opuesto se oyen murmu-llos Sonrisas Un eructo. Michel Maffesoli prosigue: Hay que descubrir el mundo tal cual es No como los inquisidores pretenden. Toca exorcizar el condenado deber ser de los moralistas Dejar tanto porqué dedicán-donos mejor a los cómo… La fuerza de lo cotidiano supera los racionalismos Vivimos nuevamente en el tiempo de las tribus. ¿Alguien tiene un poco de calva-dos? Del bando contrario se lo alcanzan (Este francis-cano es todo un buena vida —susurran)… —Claro que sí. ¡Qué tal no disfrutar las delicias de la naturaleza! Con otro trago de éstos se hace el hueco normando para seguir bebiendo. Mejor gozar que sufrir contagiando a los demás de culposos sentimientos. —En eso tiene usted razón Profesor. De paso déjeme decirle que me da mucho gusto (irrumpe el hermano Vallejo) ¿Pro-seguimos? —Sí Decía que la razón sólo conduce a un callejón sin salida: desde la Ilustración nos mantuvo obnubilados Acabó con la mística cambiándola por política Reemplazó la orgía por el contrato y trans-formó los dones que invitan al despilfarro en meros intercambios. Despreció toda clase de sensualidad eliminando el erotismo.

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Al finalizar el primer domingo de mi nuevo año de desocupado Acabé celebrando con mis amigos del grupo ecológico La fiesta de los Reyes Magos. Fue una ocasión espléndida: en el barrio Egipto de la capi-tal dramatizaban el relato de tres hombres que viaja-ban desde los más recónditos extremos de la tierra para entregarle sus presentes a un niño recostado en un pesebre Envuelto entre pobres y humildes pajas. Lo cierto es que no muy lejos de allí En el Teatro de La Candelaria Representaban esa misma noche un cuento más rayado: la historia del cuarto rey mago. Otro monarca que abandonó su reino desde muy joven En busca de un muchachito prometido y mal llamado Mesías A quien desgraciadamente nunca encontró pues cuando decenios después llegó a Jeru-salén Recién desembarcado se topó con un hermoso pescador que huía llorando porque acababan de cru-cificar a su maestro… Allí volví a corroborar lo que más tarde aprendí del Nuevo Testamento: que los evan-gelios eran puro cuento o si se quiere retazos de oídas Dichos que se propagaron.

¡Silencio! Luces tenues hacia el jesuita. Él son-riendo: —Yo ya ni sé… Lo único que creo es que nadie da puntada sin dedal. —¡Lo ven! (el francis-cano exclama). —Cuando a mí alguien me va a rega-lar algo Casi siempre me pregunto: ¿Qué querrá a cambio? A menos que sólo me de El don de la vida que

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es pura muerte. Lo único que se puede dar… ¡Y eso! —Se dan cuenta… Ahí tienen un claro ejemplo de lo dado contra lo cambiado: nos falta quietismo (nueva-mente irrumpe el franciscano Esta vez hacia los músi-cos y demás extras que van ingresando: el bostoniano MacDonald que a la entrada del anfiteatro estira su brazo derecho hasta que aparece el último visitante: Nico Morales con una especie de oboe. Yo no sabía que al hijo de la feminista le gustara soplar algo. Se sienta de último y ahora sí el señor director avanza a pasos largos marchando cual tramoyero No hay aplausos. Al compás de una varita mágica una melo-día resuena: es el allegretto de la Séptima que reconozco porque desde la mitad alguien introdujo clandestina-mente las percusiones).

El único empleo para bachiller de colegio público —en mi época— consistía en encontrar puesto de mensajero. ¡Al menos eso! Dirían los cíni-cos de la Protección Social para quienes sólo cuentan las estadísticas. Por azares del destino terminé enro-lado en una asociación cultural «sin ánimo de lucro»: la Nueva Ágora se llamaba. Pero resulta que aquella organización resultó ser una secta neofascista. Su fun-dador —un hijo de italianos Natural de Buenos Aires a quien llamaban JAL: Jorge-Ángel Livraña— En los años setenta se había cansado de su condición obrera: poco a poco reclutaría a los mejores ejemplares de

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la protesta estudiantil que pese a tantas noches de lápices seguían haciendo ruido. Con retórica clásica los convenció hasta que tras años de intensas prue-bas los ordenó Guardianes de los Nuevos Sellos para enviarlos en misión al mundo a fin de conquistarlo. De aquellos era Fernando Gilardi: un arqueólogo de la Universidad de San Marcos Representante de esa secta en Bogotá Quien además administraba una firma francesa que le vendía repuestos de avión a la Aeronáutica Civil Colombiana. Dicho señor sería mi jefe. El puesto exigía ser mensajero de ambas empre-sas Con la obligación de hablar francés o al menos estar dispuesto a aprenderlo. Semejante anzuelo era perfecto: obviamente allí laboraría y aunque en ade-lante tuviera que madrugar sin parar Ese sacrificio no importaba. Desde el primero de febrero me con-trataron. De siete a nueve de la mañana Todos los días hábiles acudía sin falta a clases de francés en la Alianza del centro Gracias a una beca que por gene-rosidad del embajador Parfait mi puesto incluía. En seguida Hasta la una de la tarde reclamaba y entregaba correspondencia haciendo consignaciones y regis-trando despachos de un extremo a otro de la ciudad Luego contaba con una hora de almuerzo Y de las catorce a las dieciocho continuaba con la mensajería asegurándome de separar bien los documentos finan-cieros de los asuntos culturales de la Nueva Ágora. Posteriormente tenía otra hora de receso e inmedia-tamente ingresaba de siete a diez de la noche a clases

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de Filosofía Esotérica Con el ánimo de aprender sin descanso la gloriosa filiación que a puerta cerrada me acogía: después de la Doctrina Secreta de Madame Blavatsky Pasando por rosacrucistas y masones Eran ellos los portadores de la antorcha.

Afuera debe haber un bosque de otoño como el de la Ciudad Universitaria de París Donde a fina-les del siglo pasado escuchaba en mi walkman ese alle-gretto: buscaba algo entre los árboles y no lo hallaba hasta que el estruendo se calmaba Y nada. Oprimía una tecla y repetía el movimiento. —No más nada No me pregunten quién soy ni por qué me he inven-tado Además yo ya pasé por esas. Alguna vez dije Me morí tras hacer maroma y media y punto. De momento sigo entre ustedes oliendo seguramente a Lázaro porque el mundo se ha vuelto putrefacto (¿Quién habla aquí? —Vallejo).

De los neomasones ¿Qué más digo? Con esos colegas empecé a sentir mis primeros impulsos por la antropología Así para ellos el verdadero conoci-miento jamás pudiera errar entre las universidades. No obstante gracias a mis cursos de francés conocí al mejor profesor de esa lengua y con él empecé a pur-garme de tanto fanatismo: aprendí párrafos que con el tiempo desencadenarían mis pulsiones literarias.

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De Jaime González —le professeur— jamás olvidaré sus clases de Fonética: aquellas donde nos hacía dife-renciar los dieciséis ruidos de las vocales galas Recor-dándonos que nos era menester adquirir once Pues en nuestro castísimo español apenas manejábamos cinco. Así la [é] castellana tan sólo era un fonema y teníamos que abrir la boca para lograr la [ai] o la [ei] y entubarla a fin de pronunciar correctamente la casi muda [e] Alargándola luego en forma de flauta para adquirir el vocablo [eu] que no se debe confundir con la [au] o la [eau] Las cuales suenan como nues-tra [o] E inmediatamente disponernos a dar un beso para conquistar la [u] Completamente distinta a la de nuestra lengua materna que en francés se escribe [ou] Haciendo varias veces el ejercicio de abrir y cerrar pronunciando ese sonido hasta alcanzar la [i] que se dobla sin cesar al volverse [y] Y bueno… De las nasa-lizaciones nos repetía que la [un] podía asimilarse a una pastilla sostenida con los labios La [on] a una papa criolla también sostenida con los labios Las [en] y [an] a un dado asegurado entre los dientes Y la [in] a una mina de Kilométrico —la marca preferida de los estilógrafos escolares de la época— detenida con mucha pereza entre incisivos y caninos.

La Séptima sinfonía calla mientras los seguidores del hermano Maffesoli (Rose-Marie Jaime y Leonor —esta última no ha hecho otra cosa que marcar

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cincuenta veces al día el conmutador de la Secreta-ría de Salud para que envíen cuanto antes los resulta-dos de mis exámenes de la gripa cochona Mal llamada H1N1) empiezan a encender veladoras alrededor de mi cama. Michel continúa: —Hay que reconocer nuestra parte del diablo y regocijarnos con los placeres de la carne aunque ustedes no lo crean… —¡No me diga Distinguidísimo profesor Que ahora va a cele-brar con nosotros otro Oficio de Tinieblas! (vuelve a irrumpir el jesuita). ¿Acaso no basta con los sermones del plagiario José Cela? ¿Profundidad de la piel? Pre-fiero el instinto de los animales con sistema nervioso complejo: Zoología en vez de Sociología. ¿Por qué no me dediqué a eso?

Faltaban más lecciones de Fonética. Nuevamente la teoría de las [é]. Inminente saber que en francés esa bendita vocal resultaba muy importante Pues el éxito de pronunciarla bien equivalía a ganarse el beneplá-cito de los malditos parisinos que sólo miran a quien correctamente la articula Porque las consonantes finales casi nunca suenan y hay que saber que la [e] sin acento es casi muda pero puede convertirse fonética-mente en [é] cuando en algunos casos va seguida de dos consonantes. Por ejemplo En el término expression Las dos vocales [e] van seguidas de dos o más con-sonantes… Pues bien Mi querido profesor de fran-cés me enseñó a tildar mentalmente miles de vocales

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similares hasta que aprendiera que sonaban como nuestra [é]. ¿Y bien? Además tuve que saber que todas las consonantes finales valían por dos Salvo doña ese en polisílabos. Ejemplos: manger que sin tildar se lee como si estuviera escrito mangér (obviamente no pro-nunciando la consonante final según acabo de pres-cribirlo) y les que sin el acento gráfico se pronuncia lé. ¿Más ejercicios? Sí Nuevamente que la [y] nuestra en francés equivalía a dos [ii] suficientemente abier-tas Mientras su sonido en español se asemejaba a las consonantes francesas [g] o [j]. También que la s entre vocales es muy distinta de la doble esse pues así la pri-mera sonara como el zumbido de una mosca zzzz La segunda es nuestra s que igualmente puede escri-birse con c cedilla [ç] Siendo preciso distinguirlas para no confundir cojín con primo (coussin con cousin) Ni desierto con postre (désert con dessert) o pescado con veneno (poisson con poison). ¿Alguna inquietud? Sí Que la [oi] suena como [ua] y la mejor manera de adquirir la [r] que nunca perdió la feminista Florence Thomas se alcanzaba repitiendo: Ergre con ergre cigargro Ergre con ergre bargril Rgrápido rgruedan los cargros cargrga-dos de azúcargr al fergrocargril…

Como por arte de magia en mi pieza de teatro irrumpen dos felinos: el difunto Mitzuko —primo-génito de mis gatos— y Gauchito Cointreau (que se lee cuantró) Apodado así porque desde que su lengua

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descubrió tan suculento licor de naranjas amargas tuve que apartarle la jeta de ese jarabe. Helos aquí El uno junto al fan de Sísifo y el otro acompañando al predi-cador de Dionisio. —¿Se dan cuenta? La animalidad en nosotros abunda y más vale jugar con ella evitando que se bestialice. Por eso dice usted oler a Lázaro Estimado novelista (prosigue el hermano Maffesoli) ¡Benditos sean los humores Más aún los hedores que sabiamente combinados producen deliciosos perfu-mes! —Perdone profesor pero esta comedia parece un show de televisión ¿Acaso actuar de otro modo no nos dejan? (¿Quién dijo eso? —Leonor Aguilar haciendo gala de su apellido). —Puede ser Distin-guidísima dama Mas es la mentalidad del momento: construir leyendas moralmente edificantes… Por eso la invito a usted y a todos a dejar el virtuosismo en la puerta Vislumbremos de otro modo la apariencia y ¡qué viva el instante eterno!

Las demás clases con Jaime González fueron pura literatura. Al cabo de los meses sus lecturas influyeron para que acabara con la idiotez de la secta neofascista y presentara el examen de ingreso a la Pontificia Universidad Nacional de Colombia. Como mis padres jodían tanto con la abogacía Me dio por estudiar Derecho. Presenté la prueba No pasé Sentí una ira tremenda. ¿Quería ser otro leguleyo engro-sando las filas de los desempleados? Mi mentor me

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vio tan desesperado que creyó necesario ayudarme a conseguir una beca. Por aquellos días me presentó a una amiga suya —María-Paulina Riveros— Bastante cercana al doctor Hinestrosa. Una mañana reluciente me concedieron audiencia en su despacho. Sofocado llegué hasta la Rectoría del Externado: era una mesa inmensa y lacada en cuyo centro se sentaba el gran car-pintero: —¿Por qué quieres ser abogado? (me inquirió ese señor a quemarropa). No sabiendo qué respon-derle al Honorable Doctor de la Sorbona Tosí y tras tres segundos sin poder respirar le dije: —Para guar-dar la hipocresía colectiva… Mi respuesta no debió gustarle un ápice: me despachó sin beca para estudiar en ese santuario del Derecho. ¡Alabado sea Mahoma!

Momentos efímeros son los tan mentados ins-tantes eternos. ¿Para qué tanto eufemismo? (¿Quién habla aquí? Imagínenlo). —De acuerdo Profesor No hay que desaprovechar el instinto. En cada bolsillo de mi chaqueta llevo una libreta: la una está al lado del corazón celebrando a Eros La otra a la derecha sabiendo que la maldita muerte siempre triunfa. Pero fíjese: mientras en la de la siniestra aparecen crono-lógicamente los nombres de los muchachos con los que incesantemente me he frotado En la bravucona de la diestra fosilizo alfabéticamente a mis muertos. ¿Por qué no sigue mi ejemplo? —Opto por la pri-mera Por la del corazón La que representa el gozo y la

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exuberancia Eppur si muove… Por favor No la cambie por la del remordimiento. —¡Cuánto quisiera no tener que hacerlo Pero en la de los muertos he tenido que inscribir a varios Hijos de Eros!

Entre mensajero y militante de una secta trans-currió mi primer sabático. Un año se esfumó sin saber qué hacer con el futuro. Por aquella época conocí —gracias al grupo de La Porciúncula— a un capuchino extraordinario: consejero de primoro-sos machitos que con inagotable fervor lo acompa-ñaban: Álvaro Díaz-Zorro Director de la Juventud Franciscana. Acompañado de los más bellos ecolo-gistas que de centro a norte y de norte a sur pasando por los costados del país con él viajaban. A ellos me apegué Me uní a sus travesías. Renuncié a la Nueva Ágora para recorrer con mis nuevos amigos selvas y montañas Valles y desiertos. Conocí todas las misio-nes de los capuchinos: en la Alta Guajira y Puerto Nariño En los llanos Orientales y la Sierra Nevada de Santa Marta En las islas de San Andrés y Provi-dencia. Meses después regresé a Bogotá sin un peso: la experiencia había sido magnífica Pero yo no quería ser misionero. Entonces conocí a un compañero del padre Zorro (como lo llamábamos): a otro jesuita de apellido Córdoba que años después se convertiría en una auténtica madrastra. Ese cura me invitó a realizar ejercicios espirituales con el ánimo de discernir mi

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vocación futura Y gracias a las artimañas del Caba-llero de Loyola decidí convertirme al catolicismo. Inicié los trámites burocráticos para demostrarle a la Santa Madre Iglesia que de niño nunca me bautiza-ron: pedí que me dejaran profundizar en los miste-rios de la fe cursando un semestre de teología. Así llegué a las Facultades eclesiásticas de la Javeriana donde estudié Cristología y Eclesiología Introducción al Antiguo y Nuevo Testamento Además de Histo-ria de los sacramentos Creo. Con eso me bastó para entender que el cristianismo era otro mito: los evan-gelios habían sido escritos decenios después de haber muerto El Nazareno… Pero siguiendo la casuística ignaciana Sin dudarlo declaré aceptar los Misterios de la revelación a sabiendas de que sólo me interesaba la liturgia. De esa forma me dispuse a recibir tres sacra-mentos en uno: bautismo Primera comunión y con-firmación en la misma ceremonia. Elegí pues a mis padrinos: Carlos-Guillermo Zárrate (mi mejor amigo del grupo de La Porciúncula) y Jaime González (mi profesor de francés ateo). Con ellos y el cura Cór-doba Viajamos un sábado santo hacia las ocho de la noche Rumbo al cerro de Cruz Verde: allí había una casa de los jesuitas. Al cabo de no sé cuánto tiempo y en medio de un aguacero llegamos a la loma. Era una especie de ermita el lugar donde me bautizaron. Hasta ese punto subió en seguida el obispo para cele-brar en medio de peregrinos una turbulenta Vigilia de Pascua. Al final de la ceremonia El muy panzón

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me entregó un pedazo de pan y un poco de vino al tiempo que me daba una cachetada. Recuerdo que lle-vaba en el bolsillo izquierdo de mi chaqueta un libro que me habían regalado: Aurora De Nietzsche. Con los años —releyendo las proposiciones del filósofo que acusara a Saulo de Tarso de inventor del cristia-nismo— nunca supe si arrepentirme de aquel des-varío… Sólo sé que así como nadie me entregó el diploma de mi primera comunión Me quedé con las ganas de recibir de las corroídas manos de monseñor Rubiano el título de excomulgado.

Sin lamentos hay que aceptar que todo pasa y muy poco queda: las ilusiones sólo son para retener-las Forman parte de la vida. Si no Pregúntenle a los que nunca destetaron. ¡Y de la loca no me hablen! No me obliguen a desparramar más improperios. ¿Acaso no ven que los progenitores son unos criminales? Los suyos y los míos: los de todos. Sacarnos voluptuosa-mente del vacío de la nada para arrastrarnos a la per-dición de la muerte… ¡Asesinos! —Bueno maestro ¿Por qué no paramos un momento? Déjeme tocar una melodía para alegrar el rato (Quien habló aquí fue Edgarinos —sacando un acordeón dispuesto a interpretar Senderito de amor— aguándonos los ojos).

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Convertido en católico les pedí plata a mis padri-nos para comprar otra vez el formulario de la Nacional e intentarlo de nuevo. De inmediato me puse a repasar los apuntes del colegio desempolvando los cuadernos de Sociales y Literatura: esta vez le aposté a Antropo-logía y en octubre lo logré. Al mes de haber presentado el examen hallé el código de mi tarjeta de inscripción pegado en la Oficina de Admisiones Subrayado con tinta china. Entonces a alistar papeles: certificados de calificaciones del bachillerato Copia del diploma y del acta de grado Igualmente de la Cédula de Ciudadanía o la Tarjeta de Identidad en su defecto Así como de la Libreta Militar de segunda clase en mi caso ¡Ben-dito el que viene en nombre del Señor! Certificado médico expedido por la Secretaría de Salud estudian-til de la Nacho Copia de la Declaración juramentada de mis padres como No-Declarantes ni poseedores de bienes superiores a cinco millones de pesos Fotoco-pia del Contrato de arrendamiento de la última casa donde residíamos pues desde que nací jamás tuvimos rancho propio ¡Hosanna en el cielo! Constancias labo-rales de los padres Es decir Nada porque papá y mamá siempre fueron trabajadores independientes y en aquel tiempo hasta cierto rango de ingresos no se necesitaba la firma de un contador público Copias de los últimos recibos de agua y luz del predio donde habitábamos para poder liquidar el valor semestral de la matrícula. Recuerdo que todos esos papeles entre una carpeta de cartón los llevé por triplicado.

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¿Seguimos hablando de Eros? Eso lo digo segu-ramente con los ojos encharcados mientras Felipe trata en vano de limpiármelos. —No es gratuito que al orgasmo lo apoden Pequeña muerte (continúa el hermano Maffesoli). Tal vez morir sea el supremo acto de la vida y ésta no valga la pena Pero nada vale tanto como la vida. —No me venga con buenas inten-ciones Querido profesor… ¿No ve que según nuestro paciente yo soy el jesuita? —No lo decía casuística-mente: me refería al vientre y a la tierra… —De esa sí que no espero nada. ¡Desde que unos hijueputas ven-dieron a menos precio la finca de mi abuela! —Por favor Hagamos otra pausa (creo que vuelvo a susu-rrar sin articular sílaba)… Siento que me mareo y me dan ganas de vomitar porque una maldita enfermera comienza a expulsar a mis amigos Incluidos los dos felinos que a los pies de mi catre estaban echados. Sin avisar ha entrado al cubículo Dizque para tomarme los signos y cual bruja mortecina me ha pinchado sin clemencia Supuestamente porque no encontraba la venita.

El día del alumbrado Es decir un siete de diciem-bre Salió mi recibo. Debía pagar cinco mil pesos por concepto de matrícula Más otro tanto que olvidé en virtud del Servicio médico y el Bienestar estudiantil

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que según supe después se había inventado Marquito Palacio. Consigné esas cifras y listo Todo listo para presentarme el año entrante Un cuatro de febrero. Primero en la mañana para recibir la clase de mi tutor Y después en la tarde acudiendo al segundo piso del Auditorio León de Greiff donde gustosamente nos daría la bienvenida el vicerrector académico.

¡Increíble! Así de repente nos rompen los juguetes y todo da al traste Incluidos los amigos. Nuevamente me dejan profundo mirando al vacío. ¿Cómo voy a volver a contactarlos? Me siento como si frotándome (digámoslo en castizo: pajeándome) Una puta monja me hubiera pillado. Millón de veces más frustrante que no poder estornudar es el coitus interruptus. ¡Maldita sea! ¿Y ahora qué hago? ¿Qué gesto mágico he de adquirir para que regrese la tropa Mi pequeña banda de teatro? Es casi media noche y todas las puertas están cerradas Curioso: tengo sed y frío Me siento cagado y de eso sí ninguna condenada trabajadora de la salud se entera. Debe llover afuera pues aquí caen goteras. Este negro escenario Más que anfiteatro se parece a una cápsula ciega: sigo en la maldita Unidad de Cuidados Intensi-vos. No hay Dios que valga u Orfeo o Sísifo y mucho menos Dionisio o Lázaro Ni franciscano o jesuita. No hay quien me devuelva al océano. Toca serenar mi des-esperación: en un minuto tan cruel como la eternidad me han despertado. Todo sigue en tinieblas Nadie me

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ve ni oye Sólo intuyo en la penumbra una silueta bur-lona: —¿Quién eres tú Maldita momia? Es el hombre Cabeza de Manzana que baja con un maletín ataviado de luto. ¿Es un cura o un levita? Más bien parece rabino: acaba de ponerse el sombrero… ¿Alguien cer-cano a mí —me refiero a este espacio— está a punto de ser finado? Ni siquiera puedo morderme los labios o la lengua: no debo tener tanta conciencia porque me arranco el tubo que me conecta a la vida.

Antes de alcanzar mi primer día de universitario Otra Navidad y por supuesto el Año Nuevo… Últimos villancicos tarareados al compás de varias novenas El pesebre gigante de La Porciúncula Las procesiones de cada noche paseando al Divino Niño Más vino y galletas Éstos y aquellos festejos. El grupo juvenil se disolvía: casi todos partíamos a estudiar profesio-nes distintas Los restantes a trabajar porque en medio de la emoción habían metido las patas… ¿Qué digo? La picha una y otra vez sin preservativo. Entonces a responder por cada criatura imposible de abortar por culpa del catolicismo: inicialmente hembras por negarse mis machitos cabríos a los fervores insopor-tables Luego más princesas. ¿Cuáles? Si tenían cara de gaminas… Hasta que por fin un varoncito en suce-sión indefinida Y así cada cual improvisando su vida porque el tiempo de las tribus para nosotros jamás volvería.

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¿Muerte al yo para conquistar un ser más vasto? ¡Cacorradas! Don Miguel de Unamuno decía: ¡Mi yo Que me asesinan el yo! Tal es la única ilusión que tenemos mientras todo se convierte en polvo: porque allá volvemos. Me siento de nuevo en el limbo. ¿Lo sabían? Según decía mamá —para supuestamente asustar a papá— Éste era una especie de cueva a la que caían los no bautizados Cuya única esperanza consistía en aguardar la visita de la Virgen cada ocho días con una lucecita por toda la eternidad a fin de consolarnos. ¡Qué tal el terrorismo católico! Me he vuelto a dormir y esta vez percibo dos veladoras encendidas junto a los pies de mi cama… Ahora sólo me acompañan las sombras de los hermanos Maffe-soli y Vallejo que han cambiado de sitio. El Infantino me susurra que don Fernando (en lugar de la impo-sible voz de Cristo diciéndole ¡Levántate Lázaro!) prefiere a Orfeo por desafiar a la muerte cantándole versos. —¡De acuerdo! Sigo con ustedes Pero ¿dónde están los otros? —Los echaron. Sólo pudo camu-flarse mi niño pues los demás la orden temeraria de la puta enfermera obedecieron.

Mamá se sintió muy orgullosa porque pasa-mos a la Nacional: la Universidad de ella. También mi hermano había logrado ingresar a la carrera de

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Artes Plásticas. De él no he hablado ni hablaré más porque cometió el crimen de dejar hijos regados por el mundo. Pese a nuestro triunfo continuamos dis-tanciados. Cada cual en lo suyo El destino seguía ordenándolo. Días antes de nuestro ingreso a la U festejamos mis dieciocho años. En la mañana papá se dio cuenta de que tropecé en una escalera y por pura precaución me llevó donde el doctor Spitz: un amigo suyo que de tiempo atrás había fundado en el centro de Bogotá la Óptica Alemana. Dicho señor delicadamente me examinó y obsequió unas hermo-sas gafas que en seguida estrené cual nuevo ciuda-dano. Recuerdo que aquella noche cenamos pavo y descorchamos una botella de Casillero del Diablo.

Mostrándonos Exhibiéndonos Retratándonos: ustedes sentados cual par de madrastras y a los pies de la cama del moribundo Un pastorcillo… ¿No estamos muy posudos? ¡Eso Michel! Vuelve a fumar y tú Fer-nando: ¿Por qué no te tomas un tequila? ¿En dónde quedamos? Ya sé: escuchábamos Senderito de amor tara-reado en el acordeón de Edgarinos: mis ojos estaban llorosos Pero además quedó en puntos suspensivos la libreta de los muchachos… ¿Era verdad tanta belleza? —¡Para qué recordarla si a los machitos cabríos los sacrificaron! En Taormina no había sino viejos Lo mismo que en Roma y en Medellín e igualito que en el Terraza Pasteur de Bogotá cuando desterraron a los

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putos. ¡Sólo quedan en Barcelona y Cartagena a pre-cios astronómicos! Los restantes se volvieron mode-litos de pantalla y la otra mitad la pasaron al papayo. ¿Les leo los nombres de mi cuaderno? —No maes-tro Más bien díganos si se va a instalar en Colom-bia (pregunta El Infantino). —Pues tampoco sé… Hace meses que busco casa pero todas las tumbaron. Ahora hacen edificios detestables Multifamiliares que aborrezco Torres de cartón Cajas de fósforos. ¡Mejor pidamos la cremación! —Ssh Ssh Por favor… Si segui-mos así le vamos a provocar un ataque de risa y no queremos eso Fíjese: Dos veces han tenido que entu-barlo (comenta el hermano Maffesoli)… A mí hace años me hicieron una biopsia y ¡qué cosa más horri-ble! Mejor lo dejamos. ¿Qué tal que estando aquí nos hagan un chequeo? Eso ni de riesgos: uno acude a un simple control y resulta que al par de horas nos inter-nan. ¡Por nada del mundo! —Cálmense maestros que aquí yo soy el único clandestino (advierte Felipe). ¡Voy a esconderme porque vienen las brujas!

Sueños y más sueños ¡Pesadillas! Semanas antes de mi ingreso a la Universidad acababan de estre-nar Indiana Jones y el templo de la perdición. Ahora debía cuadrar el horario. Para los primíparos todo era muy simple: asignaturas y salones estaban prescritos. Los cinco cursos que debía seguir parecían pan comido: 1) Introducción a la Antropología con mi tutor Roque

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Páramo 2) Biología Integral asumida por el profe Alvis 3) Arqueología del Viejo Mundo dizque con Ignacio Calderón 4) Geografía Humana con el maes-tro Henry González y 5) Lógica de las Ciencias dic-tada por Carlos-Eduardo Vasco.

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Mis herManos VisiTanTes especiales —como por arte de magia— Muy pacientes. Maffesoli y Va-llejo aparecidos de sopetón para consolarme y de un chequeo a otro Ahora tendidos a mi lado Sedados. Ambos en mecedoras porque a la seguridad social co-lombiana desde que se la inventaron le faltaban ca-mas. La cosa empezó complicándose pues una vez se fundó la capital lejos del mar fuimos hostiles con los extranjeros: —El profesor francés ya tendrá quien lo atienda cuando por estos pasillos circulen los di-plomáticos de su gobierno… Y al maestro escritor ¿Quién lo mandó a cambiar de nacionalidad por ca-pricho? ¡Que pague las consecuencias! El Infantino la última vez se escondió bajo mi lecho y así se quedó y nadie lo molesta. Al fondo de este anfiteatro hay una especie de sofá que de noche él despliega y cual ángel de la guarda allí se acuesta. ¿Quién se atreve a joder a mis fantasmas si sólo yo los veo? Mientras el uno delira El otro interpela y así en lo sucesivo. Los dur-mientes escuchamos a los despiertos por pura asocia-ción libre Para matar el tiempo. Técnicas Americanas

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de Estudio que con los meses se llamarán Cursos de Meditación Trascendental autografiados por David Lynch ¡Aprenda a inventar ficciones mientras duer-me! Acaba de salir el resultado de la segunda radiogra-fía que me tomaron poco antes de enviarme a la Alta Guajira Por favor que alguien la lea. «Proyección úni-ca frontal en decúbito que comparada con el control previo a hospitalización no muestra cambios signifi-cativos. Persiste externo infiltrado mixto de predo-minio alveolar difuso bilateral La silueta cardiaca se encuentra magnificada por proyección y el patrón de vascularización pulmonar no puede ser adecuada-mente evaluado en la imagen disponible del tubo en-dotraqueal externo proyectado a cuatro centímetros de la carina con catéter subclavio derecho ensombre-cido en la unión cabo arterial… Las estructuras óseas y los tejidos blandos no presentan alteraciones».

¿Mi primera clase en la Nacional? Nada del otro mundo. Tras recorrer desde muy temprano esa ciu-dadela blanca (acababa de ingresar a otro edificio descascarado por la humedad Similar a los de la Anti-gua Cortina de Hierro: toda la Ciudad Universitaria de Bogotá podría ser un gran parque turístico para recordar el comunismo que nunca fue y jamás será con sus grafitis kitsch que la asemejan a una secta)… Me hallaba en un salón en el primer piso de un bloque curtido cuyo único atractivo consistía en huir por las

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ventanas. Mis compañeros no cesaban de hacer ruido cuando al cabo de unos minutos se parquearon ante nuestros ojos un par de vacas: habían escapado de la Facultad de Veterinaria y aunque un auxiliar ves-tido de overol trataba de apartarlas Las muy tercas parecían ir de vitral en vitral Seguramente buscando la lección menos aburrida. Nuestro profesor había ingresado quedándose en completo silencio Miraba al horizonte lejano. Numerosos estudiantes reían a carcajadas y sus malditos ecos espantaron el ganado. ¡Qué lástima! Luego nos saludó el maestro presen-tándose como Roque Páramo Y en seguida dijo que estudiar Antropología tal vez podía ayudarnos a com-prender mejor a las demás especies. Era muy curioso su vestuario: parecía un contador público De esos que llevan vestido de paño oscuro con chaleco de lana y corbata azul de rayas muy juiciosamente anudada Calzando además zapatos de amarrar recién lustra-dos. Nada qué ver con el Indiana Jones de mis idi-lios cinematográficos. Pero algo había en él: tal vez su pausado tono de voz o algunos tics cuando de un lado a otro se desplazaba dando la impresión de conversar con alguien de afuera Quizá con su alter ego. Tras cua-renta minutos de idas y venidas poniendo ejemplos agronómicos Aterrizó en la palabra cultura. Subrayó que Colombia no era suelo propicio para producir buen vino Salvo la tierra de Villa de Leyva. Senten-ció que en este país dentro de unos pocos años sería imposible cultivar porque desde que nacimos como

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República Independiente empezamos a acabar con los campesinos. Yo me sentí perdido en la lejanía de su mirada hasta que las horas pasaron y concluyó la clase sin mayor impacto. ¡Qué extraño! ¿Los profeso-res de Antropología eran así de esotéricos?

Toda obsesión ayuda a entrever más allá del cuerpo las enfermedades del alma. ¿Por qué diablos nos olvidamos de ella? Ah Señor No señor Usted aquí esta noche se queda. Eso le pasó a mis fantas-mas que sin querer los internaron. ¿Creyeron estar de vacaciones? Para nada. Fíjense: viajando desde París y México con el ánimo de visitar a un enfermo en Bogotá… Pasión era el inicio de un nuevo trata-miento. Desde comprar pasaje a tiempo y además por pinchados acudir a alguna palanca para obtener cupo inmediato en clase de negocios Debieron madrugar con dos horas de anticipación al aeropuerto Llegar muy juiciosos vestidos de sport para no parecer eje-cutivos Pasar controles de seguridad y atravesar los puestos de inmigración tomando el avión de Taca y de Air France no pudiendo dormir ni ver pelícu-las horrendas Entonces a releer los bosquejos de sus últimos libros (El tiempo que vuelve Más San Rufino-José Cuervo). ¡He ahí lo que cuestan los amigos! Pero bueno A tratar de descansar mientras el cohete seguía su ritmo disfrutando al menos el almuerzo: —¿Otra copa de champagne? —Está bien señorita. Cada viaje

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cual espectáculo de ballet sabiendo que los pasos de todo bailarín para nada son sencillos Hasta que de repente: Estamos próximos a aterrizar Sírvanse abrochar los cinturones de seguridad Abrir completamente las persianas de las ventanillas Recoger la mesa individual y mantener su silla en posición vertical… Y ahora sí a chirriar las ruedas en la única pista internacional de El Dorado habilitada e inmediatamente a pasar nuevos controles de seguri-dad Esta vez ante el das (la sigla que identificará para siempre las chuzadas de Topogigio. ¿Dónde lo leye-ron?) En seguida otros pasillos brillantes que todavía anunciaban réplicas de piezas precolombinas Y mis hermanos mirando al fondo con desdén todos esos rodachines eléctricos donde los demás pasajeros se aglutinaban para recoger las maletas que felizmente ustedes no cargan pues desde muy jóvenes aprendie-ron a viajar ligeros Cuando por fin sofocados atra-vesaron la pasarela de los curiosos Y un taxi y otro amistándolos de una para ir al mismo hotel que por culpa del nieto de nuestro único dictador (¿será eso cierto?) se encontraba rodeado de escombros (¡quién lo viera!) Y en este preciso instante los tengo junto a mí pues por pura recocha le dije al doctor que a Cui-dados Intensivos me envió: —¿Por qué no les hace un chequeo? Uno nunca sabe… Y él ni corto ni pere-zoso: —¡Por supuesto! Qué pena me da Carísimos… Los invito a que se abriguen con suficientes mantas y bufandas Más guantes y gorros de lana para salir con gafas oscuras En esta noche clara de inquieto

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lucero A la terraza de mi sanatorio idílico a fin de res-pirar el frío que todo lo cura mientras se despierta el naciente… ¡Que Philippus Infantinus nos asista!

Concluida mi primera clase comparé inevitable-mente al profesor Páramo con el arqueólogo Gilardi. Pronto supe que mientras el uno era todo un huma-nista Mi antiguo jefe sólo podía ser un arqueólogo de pacotilla. Mejor dicho el segundo sí se aproximaba a la versión criolla del famoso Indiana Jones Proba-blemente al de Cazadores del arca perdida. Con los días entendí que la arqueología nada tenía que ver con las zagas gringas y menos con los especiales de Discovery patrocinados por judíos. Poco a poco fui siguiendo la lógica de mi carrera: con el padre Vasco —en ese entonces jesuita— aprendí matemáticas observando simetrías de frisos entre tejidos y ecuaciones diferen-ciales que reemplazaban mentalmente cientos de bal-dosas. Así enseñaba él con su ingenio: recuerdo que nos hacía ensayos de previas hasta que al fin Sin rajar-nos Acertábamos en las respuestas. Con su estilo sen-cillo y sereno Carlos-Eduardo se convertiría en el paradigma de mi profesor de matemáticas: llegaba muy puntual a clase cargando bajo su brazo mon-tones de carpetas Casi siempre luciendo los mismos mocasines Pues quienes lo conocían aseguraban que en las mañanas laboraba en una escuela pública En las tardes alternaba nuestros cursos con otros en

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el Colegio San Bartolomé de la Merced Y cada seis meses interrumpía su labor pastoral porque también era profesor invitado de la Universidad de Harvard.

Con franqueza definida lo afirmo: ¡nuestra enfer-medad no se encuentra en los pulmones sino que radica en el alma! Vivimos mezclando pasado con presente Trastocando el tiempo. Lo que fue ha de ser —nos ase-guraba Michel— consolándonos con el mito del eterno retorno. Pero el pasado ya se fue y siquiera se murieron los abuelos —tristemente agregaba Fernando. Los días azules no vuelven El encanto de la juventud ha des-aparecido Nuestros semblantes emergen barnizados de amarillo. Felipe lentamente ayuda a cubrirnos mientras en mi terraza fantasiosa un alero nos protege del viento. El frío de la montaña con un calentador a gas se aísla ¡Bebamos un poco de cognac Brindemos por esta pérdida de tiempo! ¿De qué conversan los enfermos del alma cuando los azares los asocian? De banalidades: Maffe-soli ha regresado de los Alpes con un nuevo manus-crito: El tiempo que vuelve (ya estaba escrito) y Vallejo revive la curiosidad de niño tras su último periplo europeo (bien sabía que se robaría el show en el Teatro del Odeón cuando las bellezas extranjeras lo aplaudie-ran recordando a don Rufino). Yo añoro mi próxima estadía en París cuando homenajeando a Georges Bataille establezca una asociación entre la maldad y lo arcangélico. Hablar entre nos es un monólogo ¿Acaso

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escuchamos? El Infantino bien sabe que conversarnos es como hablarle a felinos: así ellos ronroneen No hay que presentarlos en público. Y eso tiene su lógica: la de la enfermedad amplificada entre delirios. Henos aquí pues al borde del amanecer sublimando nuestros res-fríos Olvidando tomar nuestro vaso de leche caliente con bocadillo Prefiriendo el brandy francés para aumen-tar el hueco normando. Abajo hemos dejado la bochor-nosa ciudad porque entre cómplices nos entendemos. ¿Castigo es nuestra pena? En modo alguno. ¡Benditos nuestros impulsos junto a las sombras juguetonas de este exilio! Aquí somos dichosos vagabundos que a ningún reino pertenecemos. ¿Cuál es nuestra ciudadanía? La de la diosa ambigüedad Esa sabia que mejor emponzoña. ¿Qué crees tú de los que sin reparo alegan: Por algo será Bien lo merecen…? Mejor no juzgar a los que nos con-denan Allá ellos. Estos estertores respirando amanecer son sólo cauterizaciones Nuestras heridas yacen en lo profundo. ¿Por inspirar tanta desconfianza los demás nos odian? Padecemos una enfermedad extraña: unos la ven cual justo karma Otros como bendición inspira-dora. Desde este balcón meciéndonos ¡Cuánto quisiéra-mos exorcizar nuestro desasosiego!

En la Universidad no sólo se alteraba el tiempo También cambiábamos de espacio. Las clases de Bio-logía las tomábamos en un salón oscuro del antiguo Edificio de Ciencias. El profesor que nos las dictaba

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—de quien sólo supe alguna vez su apellido— era un tipo calvo Mal vestido y despistado que hablaba enredadísimo. Mis compañeros lo apodaban el «Bac-teriólogo». Capaba clase como ninguno y con él ni repasamos las taxonomías que en el colegio aprendí con Blanca-Cecilia Suescún de Castro. ¡Una lástima! Lo mismo que las arqueologías de la carrera: la del Viejo Mundo junto a la de América y la de Colom-bia. La primera Por culpa de Ignacio Calderón que ni siquiera nos enseñó los más elementales trazos de Egipto Grecia o Roma… Siempre alardeaba con reta-zos de culturas indígenas vomitando ecologismos. La segunda Por maldición del destino con el mismo profe tacaño de pañoletas compradas en mercados de pulgas que se la pasaba humillando a los estudiantes y exigiéndonos reverencias hacia el Estado que afor-tunadamente nos brindaba educación pública Cuyas clases eran a las siete de la mañana en un edificio carcomido por la humedad a las afueras del campus llamado Centro de Estudios Sociales… Lo cierto es que a la Arqueología de ese individuo la aborrecí como a ninguna por culpa de las lecturas que jac-tanciosamente nos obligaba a memorizar en spanglish para enrostrarnos su ascenso social pues lo acababan de recibir como alumno de un doctorado que jamás concluyó en la Universidad de Kentucky Y alguna vez el susodicho arqueólogo me amenazó con perder su curso por aseverar que la antropología era una aventura. Entonces tuve que acudir con todos mis

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exámenes ante otro profesor experto en la cultura de San Agustín —de apellido Llanos— buscando un segundo evaluador para que con mejor gusto los calificara. Ya de colegas con Ignacio Calderón nos reconciliamos Pero de estudiante no quise sopor-tar su presencia cuando supe que también dictaría en tercer semestre Arqueología de Colombia. Decidí aprovechar sin reparos el convenio existente entre la Universidad Nacional y la de los Andes para que los estudiantes de una y otra institución intercambiára-mos conocimientos. Fue así como conocí a la Toya Uribe con quien inscribí la bendita Arqueología de mi país y un semestre después Métodos cualitativos aprendiendo en poco tiempo las tramoyas más ele-mentales para elaborar proyectos exitosos de modo que las instituciones patrocinadoras de investigación los aprobaran. Igualmente seguí los cursos de Deya-nira Rivera quien me dictó Antropología de la Salud junto con Roberto Pineda que era profesor en las dos instituciones —enseñando en la privada Historia de la Antropología en Colombia— Y también recibí las inolvidables lecciones de Isabelina Reichel con quien —pese a la cobarde envidia que hacia ella destilaban sus colegas— aprendí buena parte de las mal llama-das Escuelas Antropológicas.

Tomando la pócima y respirando la cura El Infantino nos mira sonriendo. ¿En verdad está aquí

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con nosotros o es un joven practicante que visita tuberculosos? No estoy seguro y aunque apenas lo intuyo saludando con gestos budistas Su presen-cia es una bendición y en ella creo. Mejor así pues más vale sentir e intuir este amanecer lluvioso que nos obliga a guarecernos Seguramente caerá granizo. —¡Ven Felipe Ayúdanos! Nuevamente al cuarto y a juntar las sillas que apenas he mencionado (Debía-mos estar acostados en algo así como chaises longues pero en Colombia no hay y por eso tienen que ser objetos de mimbre que en el Caribe llaman mecedo-ras). ¡Vamos al anfiteatro Al otro escenario donde sin parar seguimos este ensayo! Ojalá que regresen los músicos junto con los gatos. ¿Adónde habrán huido aquellos que sonaban tan claro? Ruego a los dioses que cuando amanezca les concedan un recreo a fin de que jugando con el absurdo deliciosamente se froten. Ha empezado a llover ¡Lo sabía! Quizá sea bueno para ti Mi prometido Sal pues de tu escondite y cuén-tamelo todo No seas tan hermético y dime si crees que algún día recuperaré la salud del alma contagiada.

Estudiar en los Andes era cuento aparte. Una gran libertad y supuesta amplitud moral Eso decían. Todo poéticamente correcto. Allí hice nuevos amigos: entre el cacorrismo mágico de los estudiantes de Ciencia Política que tomaban clases de Antropología Me amisté con el hijo de la feminista francesa Nico

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Morales Y junto a los despistados de arquitectura que soñaban con espacios más profanos Digamos que me fraternicé con Edgarinos. Hoy no aprovecharía ese convenio porque The Andes University está muy trasto-cada: tras el ingreso de los hamponcitos de Topogigio a ese claustro Las cosas bellas se putearon. Más fácil cruzar los controles del Departamento de Estado Norteamericano que atravesar las palancas mágicas del Stanford bogotano. Pero bueno Allí aprendí algu-nas manías: con la Toya de nalgas gigantescas y voz de acento mexicano A clasificar tiestos tecomate y a diseñar proyectos de investigación para conseguir recursos en un par de horas (dicho y hecho). Con Deyanira la «Ortodoncista» —así la apodaban— Una historia imborrable referente a un paciente anémico que juraba en la Clínica del Bosque que se había tra-gado un ratón por dormir con la boca abierta Y gra-cias a la ayuda de la antropóloga de la salud lograron formularle hierro al enfermo de modo que defecara color sangre y así creyera que paulatinamente cagaba al roedor Hasta curarlo de la anemia. Con Pinedita que era tan bueno y llevaba casi siempre los botones de la camisa desabrochados exhibiendo sin querer la barriga Repasé todo el rollo de cómo llegó a trans-formarse el Instituto Etnológico Nacional en Cató-lico de Antropología contando desde su fundación con puros egresados uniandinos —a excepción de un antropólogo de la Nacional de apellido Villa que tan sólo duraría a la cabeza de tan inmaculado centro

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humanístico tres meses Debido a que los militan-tes de la tolerancia y abanderados de la diversidad le declararon la guerra. Y con Isabelina Reichel —la hija del ario fundador de la Antropología en Colombia— incontables nociones porque en fe de la verdad Ella merece párrafo aparte.

¿Han huido mis fantasmas? Una enfermera inopor-tuna los ha espantado Tal vez no vuelvan. Un pin-chazo me saca abruptamente del teatro arrastrándome sin querer a este lado: la sala multifamiliar de Cuida-dos Intensivos. ¿Es Era? Las condenadas auxiliares de salud preocupadas por las inyecciones y las pastillas Por el suero y los antibióticos temiendo a cada rato no sé qué contagio Son unas chismosas. Les interesa saber quién visita a quién y ruborizadas comentan qué paciente tiene la verga más gruesa y en seguida ríen y callan. Ellas toman mis signos vitales de manera mecánica. Cada vez que me asean y encuentran cagado miran para otro lado. ¿Por qué estudiaron enfermería? Inmediatamente me zarandean y así secretamente se vengan Entonces desde mi coma inducido les frunzo el ceño: ¡Malpari-das! Sin previo aviso han cortado el cordón umbilical que me ligaba a un bello sanatorio. Quiero llorar pero no puedo pues los fármacos me lo impiden Estas hijas de María vuelven a sedarme dejándome de nuevo en el limbo: el auditorio vacío. Ni siquiera sombras Sólo un sonido: gotas que golpean contra los vitrales Granizo en

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los tejados. Acaba de caer un rayo y nada Sigo entubado vomitando el dolor de mi alma en medio de este vacío.

La hija de don Gerardo y doña Alicia: Isabelina o «Kika Reichel» —como cariñosamente le decía-mos— destilaba literatura. Primero Por seguir al igual que su hermana Inés la misma profesión de su padre. Segundo Porque ese complejo jamás lo superaría: ser hija del ario fundador de la sacrosanta disciplina la obligó para siempre a ser la mejor Así se arrepintiera. ¡Y pensar que estaba entre mediocres donde el dicho que reza en tierra de ciegos el tuerto es rey No se cumplía! Ajustando cuentas con su padre Más de un colega con ella se vengaría: entre esos Fabricio Micolta (un mediocre bonito Casado con una archimillona-ria que desde que lo conoció prometió a los cuatro vientos civilizarlo). Aquel también dictaba clases en la Nacional mirando a los hijos de la pública con des-precio pues su verdadero nicho se hallaba en el club de los Uniandinos. ¿Qué le pasaba a Kika con Fabri-cio? Según ella Él la perseguía de mil maneras: ante sus colegas se burlaba de las dos maestrías (en Ingla-terra y Francia) que ostentaba Pues juraba y mordía tierra apostando a que la loca esa jamás concluiría su doctorado en Cornell estudiando a los Tanimuca. A los estudiantes les decía que las interpretaciones de la señora Reichel eran demasiado subjetivas Medio esotéricas. ¿Se imaginan las calumnias? Mas ella ni

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corta ni perezosa revirándole en todos los escena-rios posibles Especialmente cuando se lo encontraba con su mujer en Pomona de Rosales haciendo mer-cado: —¡Este sitio apesta porque acaba de colarse una rata de alcantarilla! (gritaba Kika ante las cajeras)… Señorita Hay que revisar quien repta por aquí porque ¡Uf ! (respiraba hacia la jeta de Fabricio) Huele a carne podrida… Y las cosas allí no paraban. En el Depar-tamento de Antropología tapizado de madera carco-mida Kika también despotricaba de sus demás colegas: de la doctora Uprimy junto con la Toya famosa por ex reina de belleza tras publicar el libro Matar Rematar y Contramatar llamándolas Mujeres de vientre estéril. A Alberto Uribe lo calificaba de arqueólogo de las multinacionales Del boyacense Moralitos afirmaba que jamás comprendería lo que significaba etnobotá-nica Y hasta a Roberto Pineda lo llamaba pervertido porque dizque su mujer lo arañaba. El punto es que Kika en los Andes además de ser una excelente pro-fesora tenía contrato indefinido y no podían botarla. Semestre a semestre las agujas giraban hasta que de buenas a primeras el Presidente de caminado roscón quiso conformar como primicia de su gobierno una Misión de Diez Sabios para reformar la educación colombiana. Entre éstos se contaban el matemá-tico Vasco junto al historiador Marquito Palacio y el escritor don Gabo al lado de Rudy Llinás: un neuró-logo que se la pasaba estudiando el cerebro humano. Éste último llamó a Isabelina Reichel como asistente

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profesional Ella lo pensó durante tres días pues tenía que pedirle a la condenada Universidad una comisión renunciando a su contrato indefinido Hasta que al fin aceptó y bueno Se consagró a trabajar con Llinás entre Bogotá y Nueva York sin duda alguna. La tarea de Kika consistía en complementar los aportes de Rudy Llinás al Sistema Educativo Nacional a partir de las cosmovisiones indígenas que ella había estu-diado. Pero las cosas se complicaron: aunque tras mil vueltas y revueltas en el informe final Isabelina Rei-chel debía figurar como autora ¡Anatema! Su nombre en ninguna parte aparecía: ni siquiera en los agrade-cimientos. Y ¿quién dijo mío? La cosa fue que Kika denunció al ladrón del Llinás a diestra y siniestra mos-trando cómo apenas le había pagado un avance irriso-rio de infames mil dólares por su trabajo. Mas como el canoso ese era lo suficientemente famoso Bastaba con que dijera Esa vieja está loca y le creyeran… Sólo le quedaba a Kika Reichel contarle a medio mundo la clase de tramoyero que era ese frustrado director de orquesta: un sadomasoquista misógino que odiaba por igual a jesuitas y a judíos Pues además de taita incestuoso —igualito a su papá que le había infun-dido semejante rayón por el cerebro— sus valiosísi-mos aportes a duras penas consistían en cacorradas tales como que los sentimientos más profundos esta-ban en el hemisferio izquierdo y el complejo de culpa en el derecho junto al enigma de Dios en el centro. Así eran más o menos mis tertulias con La Reichel

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alcanzando tal familiaridad que durante horas tomá-bamos té y comíamos prójimo. Con el tiempo la fui perdiendo de vista hasta que años después me enteré de que ad portas de ingresar a otra carrera profesoral —esta vez en la Pontificia Universidad Nacional de Colombia— El flemático semiólogo Normando Silva la había perseguido ensañándose con ella Al punto de que la acababa de obligar a optar por un exilio en Ginebra donde a un retiro ajeno a las mezquindades de los académicos ingresaría. Hace meses un amigo suizo me consiguió sus coordenadas y desde entonces no cesamos de hablar por Skype pues pese a lo que rajen de ella Sus ecos literarios me embriagan: Kika de mi corazón Gracias a ti aprendí a no tomarme en serio el desierto de la antropología.

¿Enfermedad extraña decía Maffesoli? Este aire aséptico me roba la vida. No puedo evadirme y hace poco tenía mucha euforia Casi no dejo hablar a mis amigos. Aún sedado eso pasa. ¿Y ahora? No están aquí A nadie le predico. Adiós a la carnalidad Mi cuerpo parece etéreo Dicen que vivo húmedo Que a cada rato me encuentran empapado. ¿Dónde me habré mojado? La fiebre aumenta y creo que toso mientras mi brazo izquierdo no lo puedo mover pues sigue atado. Esta enfermedad es como una pasión que me devora No da tregua Debo tener el rostro pálido. ¿Habrá mañana? ¡Cómo saberlo! Sin personajes me he

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quedado huérfano. ¿Estarán descansando en alguna suite del Tequendama? Y El Infantino dorado… ¿Me habrá abandonado? En pocas horas Cuando vuel-van los músicos Les diré sin parpadear: Acérquense No teman Tóquenme. ¡Fíjense que no huelo a carne podrida! ¿Los dejarán? Algunos sólo se asomarán a la vitrina Otros entrarán secándose los ojos y luego saldrán a llorar como Norita y Pilar diciendo: Pobre profe… Pero en seguida se calmarán cuando un nuevo visitante irrumpa. ¿Se contendrán? ¿De qué forma? Amaneceré sin lágrimas y las enfermeras no lo nota-rán ¡Qué va! Me siento tan deprimido que ni aliento tengo de arrancarme estos cables. ¡Cómo quisiera huir Viajar Partir Volar! Aspirar nuevos aires Reco-rrer sitios más bellos Retornar al mar y caminar des-calzo por la arena… Escaparme de la multitud y errar sin tregua Encontrar una roca a lo lejos Tomar una siesta sobre ella y de pronto constatar que ha subido la marea. ¿Y la playa? Borrada. Entonces a chapucear y a batirme como pueda porque no voy a dejarme ahogar y debo nadar incansablemente hasta la orilla. ¿Van a seguir aislándome? Soy un apasionado pero me con-tengo Necesito curar mi alma para luego sanar el espíritu. ¿Y el cuerpo? ¡Maldita religiosidad la de estas monjas! La fiebre habla de mí pues así lo he pedido Odio las luces claras. ¡Por favor No jueguen con-migo! ¿Adónde me llevan? Siento que de madrugada me desvisten y revisten Me sacan de la celda y trans-portan por un pabellón Ahora me aíslan e ingresan a

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un cuarto oscuro. Aquí cual presidiario me retratan: una placa y otra Dos más para asegurarse ellos. Inme-diatamente me sueltan y otra vez de regreso: pasillos Azulejos Espejos cóncavos Pacientes sin rostro (En una esquina el hombre Cabeza de Manzana)… Rueda la camilla: —Ahora sí no olvides atarlo (dice una voz grave Incauta). ¿Ya es de día? ¡En este frasco todo es tan oscuro! He tosido ronco Muy ronco No doy cuenta de mí pues esa tarea recae en el infierno de los otros. ¡Signos vitales en peligro: hay que estabilizar-los! Me inyectan más medicamentos y tras sujetarme cual bestia salvaje me conectan al tubo.

Vuelvo a la Nacional. Durante mi carrera fui un estudiante serio ¡Lástima! Aclaro esa palabra: asistía regularmente a clases y casi todos los días frecuentaba la biblioteca. Leía Indagaba Combinaba mis deberes con una vida cultural ajetreadísima: no capaba expo-sición novedosa en el Museo de Arte Moderno. Los miércoles en la noche acudía a la Sala de Conciertos de la Luis-Ángel Arango Compraba una boleta para alcanzar la exclusiva silla K1 a fin de escuchar desde allí lo mejor de la música de cámara que el Banco de la República sin reparar en gastos a Bogotá traía. Y claro Seguía yendo sin falta todos los sábados a las cuatro de la tarde a contemplar los compases clási-cos de tres directores inolvidables: Dimitar Manolov Carmen Moral y Francisco Rettig.

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Esta vez sin carpa ni ranchería en la Alta Gua-jira Veo a los indiecitos de mi primer delirio sollo-zando. El más alto disimula un nudo en la garganta y aprovechando un descuido de la enfermera Se quita el tapabocas y acerca para susurrarme algo. Canta en portugués el relato de un sueño difícil de contar pero hace esfuerzos por reconstruirlo: Eu sonhei um sonho com amor E uma janela e uma flor Uma fonte de água e o meu amigo E não havia mais nada Só nós a luz e mais nada… Luego me cuenta la historia de un príncipe travieso llamado Loki que en la mitología nórdica acaban de condenar a vivir en el pesado cuerpo de un árbol hasta que alguien derrame una lágrima por él… En seguida me dice que Loki se las arregla para sacudirse cuando un bello guerrero se sienta a descansar bajo sus ramas Entonces una hoja cae en los párpados del mancebo y éste llorando sin saber libera al monarca de su cautiverio. En ese momento entra un médico que pregunta a mis amigos: —¿Nada que resucita? Ellos sonríen con tristeza mientras una corazonada me dice que el indiecito que acaba de contarme seme-jante sueño es El Infantino. Mi cuerpo parece tan pesado que en alguna dimensión me siento árbol: hay un guerrero que reposa bajo mi sombra y en este pre-ciso instante sé que debo sacudirme.

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Continúo con mis clases de Antropología. Durante mi formación hubo otros maestros de los que inevitablemente aprendí el oficio. En primer lugar de Jaime Arocha Quien con sus largas barbas de abuelo y buzos de lana de ovejo nos enseñó a llevar diarios intensivos de campo Acostumbrándonos a citar en el maldito formato ApA a numerosos autores de la teoría antropológica. Inolvidable su histrionismo enros-trándonos sus rollos de investigación que siguiendo a Saturnina Sánchez tenían que ver con las negritudes: las huellas de africanía —como él bien las llamaba. En segundo lugar Debo mencionar a Roberto Pineda —esta vez en la Nacional— Quien dictándonos Teoría Funcionalista con sus gestos complacientes cada vez que los estudiantes le pedíamos cacao por no haberle entregado a tiempo un ensayo: —Lo traíamos Profe-sor Acabábamos de imprimirlo cuando se nos cayó en un charco… Nos reconciliaba diciéndonos: —No importa Me lo entregan la próxima semana. Siempre tan buena gente y cortés hablando de las caucherías del Amazonas Desapuntadas eso sí sus chaquetas que traslucían camisas mal abotonadas excepto cuando lo nombraron director del Instituto Católico de Antropo-logía: allí aplicaría sin pestañear el funcionalismo que nos enseñaba. En tercer lugar Toca invocar al profesor Henry González —todo un papá— de Geografía. Con él viajamos por varios sitios de Colombia: recuerdo cuando alguna vez acampamos en La Macarena. En aquel entonces esa montaña no era un lugar prohibido

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y los estudiantes podíamos apreciar las riquezas de la zona. ¡Muy chéveres las salidas de campo! Tan pronto llegábamos a un pueblo la gente nos acogía: El bus de la Nacho ¡Bienvenidos! Aquellos sí eran gratos tiempos pues hasta viáticos la Rectoría nos daba. Con una amiga nos los gastábamos llevándole la contraria a la tropa que se hospedaba en residencias —vale decir en pichade-ros— para beberse casi todo en guaro mientras noso-tros al mejor hotelito del pueblo nos dirigíamos. Y en cuarto lugar Tras salvarme de la vagancia congénita del yerbatero Pinzón No puedo olvidar al profesor que aunque haciéndose pasar por especialista en mitos y ritos me enseñó Parentesco y Etnología: Francisco Correa. ¿Qué era eso? Pues pura organización social para saber quién se casaba con quién y por qué moti-vos estratégicos se aliaban las tribus Más un inventario general de los usos y costumbres de las distintas etnias de Colombia: qué clase de lengua hablaban Qué sem-braban y cosechaban Dónde vivían Cómo se vestían Cuáles eran sus principales rituales En qué creían los indígenas que para tantos antropólogos parecían ser el único objeto de estudio. En cuanto a Mimí Jimeno jamás tomé clases con ella Evitando sin querer su Teoría del Conflicto y ¡loado sea Belcebú! que me libró de Lucy Zambrano y las memorias hegemónicas de su tutor y primo bastante lejano del jesuita Vasco. Por razones estéticas me libré de ese par de dicharacheros.

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Tras la historia del guerrero bello llorando por mi vida vegetativa Las visitas se calman. Súbitamente conversan de política. Hablan —creo— del hampón de Uribito que tenía que rechazar la embajada de Italia porque ya casi lo tenían pillado y el Gran Inqui-sidor no podía alcahuetearlo. Contaban que como aún no habían llegado los resultados de mi prueba de H1N1 Leonor Aguilar se parqueó en persona ante un funcionario de la Secretaría de Salud para expli-carle la gravedad de mi caso: que ella le había dra-matizado al bendito tipo que mi situación no era la de un paciente mal sentado con dolor en la pierna y el brazo izquierdos sino el asunto de vida o muerte de un profesor eminentísimo que llevaba una semana en Cuidados Intensivos en la Clínica Nueva de Nues-tra Señora de la Magdalena Y sin ese resultado los médicos no sabían a ciencia cierta lo que en realidad padecía. Parece que el afectado funcionario le juró y perjuró que ya venían los resultados en camino… Mas en este segundo tiempo Nanái Naranjas.

Obviamente sin aprender un ápice y por ser alumno de Antropología Social en la Nacional pasé por las malditas clases de Marx dictadas por el eterno secretario del Partido Comunista Colombiano: el tipejo Caycedo de chaquetas de cuero mostaza com-binadas con corbatas y zapatos zapote que feliz-mente terminó de concejal de Bogotá pues sí que

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era irresponsable… A clase llegaba en «burbuja blin-dada» con par de escoltas que le vigilaban hasta el culo cuando debía ir al baño y no hacía otra cosa que despotricar del capitalismo exhibiendo claro está su chequera del Citybank Subrayando en seguida que las contradicciones sociales por supuesto se reflejaban en la universidad pública. Pero ¡Ay! Se me olvidaban los profes de Lingüística: además del descarriado Piero Marín que enviaba al indio Eudoxio a que nos distra-jera enseñándonos Úrue du nai munúe en uitoto Merece especial renombre por ser toda una aristócrata la maes-tra Genoveva Esguerra Ella sí que nos aplanchaba. No tanto por sus carreras cuando era directora de la Oficina Nacional de Programas Curriculares sino por sus compromisos de familia: con decir que su tío Domingo fue quien suscribió a nombre del Gobierno colombiano —hace ya bastantes años— el Tratado Esguerra-Bárcenas que nos dio potestad sobre las islas de San Andrés y Providencia. Lo que pasaba era que a la profesora Esguerra la añorábamos como a Madonna y de repente cancelaba todo Hasta que al fin Un buen día llegaba y ¡Oh júbilo inmortal! Nos sentíamos avergonzados de haber desconfiado de tan bella dama al punto de creer que no merecíamos sus enseñanzas. Le tocaba pues romper el hielo y descen-der de su pedestal de mármol florentino al andén de ladrillo y concreto: —¿Cuánto vale una buseta? (excla-maba refiriéndose al valor del pasaje que los estu-diantes pagábamos por el transporte público) Pero el

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ejemplo le fallaba… Entonces un compañero de ape-llido Ciappe y origen italiano la salvaba: —Quinien-tos pesos Profesora. Y ella con mucho ingenio retraía de esa insignificante cifra todo su contenido lingüís-tico. Con el tiempo aprendí que Genoveva practicaba meditación trascendental para que su clase social no se le notara logrando pasar desapercibida en medio de sus colegas que al verla sonreír se revolcaban de envi-dia Y al cabo de los años ella se convertiría en la inol-vidable curadora del Instituto Caro y Cuervo que por culpa de ciertos viejitos semiólogos que olían a naf-talina más valía clausurarlo. Así pasarían dos déca-das desde que por primera vez la vi descender de un escarabajo blanco para disimular el magnífico gusto que en mi época de estudiante vaticinaba el destino de convertirla en contertulia de Su Majestad la Reina de España.

¿Cómo se llama la enfermedad que padezco? Todo es evasivo. Sólo sospechan que viajo y de repente doy muestras de tremenda vitalidad Pero en seguida recaigo. Ignoran que incluso postrado mi fantasía vuela y nadie puede domeñarla. Aunque perezca en mis delirios Desde ahora maquillo la hora postrera. Tengo conciencia de fenecer y no temo. ¿Qué otra cosa sospecharán de mí? ¡Confiésenlo! Con la auto-rización de Felipe (mi único familiar pues Gauchito está enclaustrado en el apartamento y El Infantino

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ahora lo educa) Van a sacarme más sangre para una prueba severa. Esta vez con total parsimonia buscan la venita y cual cáliz de la Nueva Alianza se llevan la muestra. Mi rostro sigue pálido con los ojos vidriosos y estas fosas nasales no pueden ni respirar el aire de la montaña. Contrastes violentos dicen los médicos: —Casi vuelve en sí Lo escuchamos gemir Tal vez toser cuando le tomamos las placas y Nada. ¿Querrá el paciente…? Puntos suspensivos de silencio pues el diagnóstico no es conclusivo. Días después leen el resultado de la prueba de elisa: negativo. Extraños interrogantes mi cuerpo les genera: Vamos a suspen-derle temporalmente el antibiótico a ver si se reanima —dice el doctor Chaparro que ha pasado dando ronda. ¡Santo remedio! Si me quitaran aunque fuera por un par de horas el maldito veneno… Tal vez lograrían sacarme de este túnel oscuro. Permitirían que mis amigos sin ser masones serenamente conju-guen post tenebras spero lucem.

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A las dos en punTo de la tarde de mi primer día de universitario debía acudir a una charla de bienve-nida que dictaba el vicerrector académico: un mate-mático de estatura regular que vestido de traje oscuro parecía muy entusiasmado de encontrarse con los úl-timos primíparos de la Pontificia Universidad Nacio-nal de Colombia. Nos saludamos levantando el brazo derecho En la escalera que conducía al salón de con-ferencias del auditorio donde tiempo después ese mismo profesor incumpliera una promesa al Presi-dente de la República. De reojo lo observé sacudir uno de sus zapatos Gambinelli para librarse de algu-na piedrita que seguramente había atrapado desde el parqueadero de la torre de Enfermería —donde lo había dejado el viejo Ford amarillo que saltando de hueco en hueco servía como vehículo a los vicerrec-tores académicos— hasta el escenario repleto de de-butantes. Al iniciar su charla se quitó la chaqueta y la corbata Manifestó que se sentía cansado con el uni-forme que debía llevar para no incomodar al doctor Mosquera Quien andaba todo el tiempo ocupado en

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juntas muy importantes con sus asesores de imagen preparando el lema de su campaña política para el Se-nado. De inmediato afirmó que en su lugar prefería burlarse del poder pues sencillamente no le interesa-ba Que cuán ingenuos eran los hombres dispuestos a hacer cuanto fuera por un pedacito de prestigio Que era necesario esquivar esa trampa de la que muy po-cos participantes se salvan Pero que ese no era el tema y mejor iba a hablarnos de la Universidad en tanto institución comunitaria matriz de conservación y de cambio. Entonces nos echó el rollo de la Acción Co-municativa de Habermas proclamando que en medio del desacuerdo tocaba mantener una actitud coope-rativa compartiendo un presupuesto de confianza ra-dical para que la discusión fuera conducente Afirmó que quien se compromete con la tradición escrita está obligado a reconocer que la obra de la humanidad desborda de lejos los logros de los individuos aislados y debe estar dispuesto a considerarse a la luz de esa obra Nos leyó un fragmento del Testamento de Ga-lileo argumentando que la informática no suprimía la escritura sino que por el contrario desarrollaba al infi-nito sus posibilidades de disponer y controlar muchos procesos reales Exhibió su nueva agenda electróni-ca agregando que en Colombia no sólo subsistía sino predominaba en casi todas las profesiones un amplio sector académico que no lograba convertirse en pro-ductor de investigación sino en consumidor asiduo de los resultados de la misma… Se puso a inflar un

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muñeco de plástico subrayando que reconocía en su exposición un exacerbado voluntarismo pedagógico pero le parecía razonable proponer un mínimo de ho-nestidad para no propagar la mentira cotidiana (des-infló el muñeco y lo escondió entre las mangas)… Aclaró que el mundo académico debía tratar de multi-plicar las posibilidades críticas y transformadoras del discurso a través del cultivo de criterios y tradiciones desde las cuales pudiera orientar una permanente am-pliación de lo posible apoyando el cambio en sus prin-cipios de solidaridad para producir una intelectualidad diferenciada de otros sectores sociales. Por último se puso a jugar con una perinola que lanzó al aire y se bebió toda la botella de Colombiana que le habían puesto para que no pasara saliva concluyendo sofoca-do que la misión de la Universidad y sus hijos consis-tía en saber ser fieles a sí mismos. Una vez desenrollada la carreta los asistentes lo aplaudimos El exótico orador preguntó si alguien tenía algún comentario u objeción a su discurso Que para eso estábamos: para reflexio-nar y dialogar hasta saciarnos. Todos aguardamos atentos y anonadados mientras el profesor se anudó nuevamente la corbata y se puso la chaqueta Se dirigió hacia la puerta y vaciló algunos instantes… Entonces solemnemente dijo: —Bienvenidos a la Academia.

Ensayo y error Ensayo y error Así es la ciencia. Experimentan con el paciente reduciéndole las dosis

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de antibiótico Aumentándoselas Suprimiéndoselas. Entre tanto mi pobre cuerpo postrado va divagando por territorios desconocidos Supone una existencia del alma: añora pasiones Emociones Pulsiones casi mís-ticas. Sedado y profundo En una especie de estado hipnótico vuelvo a soñar con mi antiguo sanatorio: construido por órdenes de don Carlos Restrepo hace más de medio siglo para imitar a ciertos auspicios europeos Sólo para tuberculosos. Alguna vez cuando tras varios años de cierre liquidaban sus instalaciones En visita oficial fui a conocerlo y en secreto dije: Esta clínica —cueste lo que cueste— la Universidad Nacional tiene que comprarla. Si por azares de la vida he de enfermarme Aquí quisiera entregarme al santo oficio de la cura. Y bueno Con el tiempo mi gloriosa Universidad adquirió este espectro para restaurarlo. ¡Pésimo negocio! Resultó más caro el caldo que los huevos… Pero la estética no tiene precio. Un bosque todavía rodea el antiguo hospital San Carlos con sus instalaciones de piedra y ladrillo que le dan ese aire de amplitud Ese aspecto de retiro. Sus espa-ciosos pasillos de techos altos llegan hasta el séptimo piso donde quedan las terrazas para que los pacien-tes tomen baños de sol deslumbrantes. Los expertos en finanzas afirmaban que costaba menos tumbarlo y hacerlo de nuevo. Obviamente ignoraban lo que sig-nifica el patrimonio: toda una tradición Un reino de costumbres Horas y signos que condicionan palabras y acciones para enfrentar el misterio del tiempo —la vida que paulatinamente fenece. Es aquí donde en

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mi delirio estaba cuando los pinchazos de las torpes enfermeras me aislaron. Del anfiteatro mágicamente ascendí al último piso con mis hermanos Maffesoli y Vallejo Íbamos a tomar el aire fresco del amanecer asistidos por El Infantino… Hablábamos de la vida y de la muerte De las libretas para no olvidar los nom-bres de Tánatos y de Eros. En medio de esa dicha cor-taron otra vez la cinta y qué amargura volver a la cruda realidad para escuchar Vamos a suspenderle el antibiótico a ver si se reanima. Sin sanatorio ¿Para qué quiero estar enfermo? Debo aguardar hasta la noche a ver si mis fantasmas regresan… Durante el día —aunque pasean por aquí— lamentablemente no los veo.

Años atrás Atanasio Moskus era un filósofo ico-noclasta que a pesar de transportarse en una bicicleta destartalada y usar casi siempre los mismos pantalo-nes de pana combinados con chaquetas de paño cru-zadas Sus discípulos lo veneraban como al maestro más lúcido de la Pontificia Universidad Nacional de Colombia. Con los años se convertiría en un polí-tico postmoderno Virtualmente encantador gracias a las ficciones legales de la democracia. ¿Cuál sería su transmutación alquímica?

En el brazo izquierdo Sobre todo en el izquierdo es donde pinchan. De tanta tortura no puedo moverlo.

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Para colmos Si estuviera aquí mi gato En él se frotaría: es el recodo que más le gusta. No sé por qué Rara vez prefiere al diestro. Mi felino es todo un tramoyero: primero se acerca y ronronea Luego lame mi mano Después me muerde en la muñeca dejando marca-dos sus colmillos en el puño de la camisa En seguida se acomoda simulándolo todo cual criatura inofen-siva E inmediatamente como una bestia se frota. De repente noto un líquido pegajoso: no es propiamente saliva. Gauchito acaba de gozar pero una sola vez no le basta Quiere otra y muchas más Similar a las mal-ditas enfermeras que exclaman: —¡Tengo que volver a pincharlo porque no le encuentro la venita! ¿La venita? Pues de tanto machacar ya ni se nota. Enton-ces haciendo un torniquete me aprietan Amarran el músculo y dan tres palmaditas hasta que la sangre brota. ¿Nuevamente más muestras? ¿Para qué verga-jos las desean?

En la última década los logros del profesor Moskus desembocaban en una inminente aspira-ción a la Presidencia de la República. Poco antes de ser elegido por votación popular dos veces alcalde de la capital Se había desempeñado como vicerrec-tor académico y rector del primer claustro educativo nacional. Acababa de impulsar una propuesta peda-gógica para implantar la discusión racional a través de la reorientación de la acción multiplicada con la

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consigna de educar anfibios culturales y parteras del futuro Fervientes promotores todos de la participa-ción ciudadana. A su capital político debía adicionár-sele el chisme de orinar desde la ventana de un edificio a un grupo de estudiantes para saludar días después con una espada de plástico al Presidente de caminado roscón en su Casa de Nariño. El mismo profesor declararía que venía de prometer no volver a desabro-charse los pantalones en público Aunque incumpliera esa promesa cuando se atrevió a mostrarle las nalgas a los colombianos desde el Auditorio León de Greiff de la Ciudad Universitaria Tras obtener sin querer el favor de ciertos mamertos e idiotas útiles que al acu-sarlo de inmoral promovieron sin querer su campaña. De nuevo invicto No se aguantaría las ganas de elevar su fama al mayor exponente: contraería matrimonio en un circo para que lo conocieran a través de la tele-visión y el periodismo cuantos aún no lo conocían Y se rasgaran las vestiduras quienes todavía no se las habían rasgado ante los gamonales que desde las gue-rras independentistas se adueñaron de los destinos de Colombia.

Las radiografías que interrumpiéndome el sueño me tomaron acaban de arrojar el siguiente resultado: «Se encuentran opacidades en los campos pulmo-nares Distribuidas especialmente hacia las regiones periféricas y basales de ambos hemitórax Asociadas

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a pequeñas bandas de atelectasia que deben ser eva-luadas. Comparativamente con el control previo No hay mayor modificación en la posición del tubo endo-traqueal que se encuentra adecuadamente colocado. El catéter subclavio derecho se halla con su extremo diestro a nivel de la vena cava superior. Persiste acu-mulación de estructuras vasculares en forma bilateral con áreas parchadas escasas y sin mayores cambios. Ángulos costo y cardiodiafragmáticos libres Silueta cardiomediastínica central y magnificada Densidad ósea y tejidos blandos sin alteraciones».

Desde mi primera tarde de universitario me topé indefinidamente con la sombra de Atanasio. En el orinal de la Cinemateca Distrital cuando le gri-taba en lituano a la autora de sus días que le apu-rara porque se había equivocado de baño Haciendo una cola tan distraídos que ingresamos de últimos al estreno de la Quinta sinfonía de Mahler en el anti-guo Camarín del Carmen Devorando entusiasmados varias noches de viernes las lasañas del restaurante ¡Oh Sole Mio! hasta que lo cerraron Saltando atrevidos un balconcito del Teatro Colón para disfrutar mejor de La Bohemia —él en compañía de la agregada cultu-ral de la embajada francesa y yo rozándole las piernas al pelao que en ese momento me enfervoraba— Men-tándole a dos voces la madre a un hideputa taxista que salpicaba de barro a los peatones que esperaban el

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colectivo en la Avenida Caracas con Cincuenta y En fin La tarde en que medio Bogotá escuchó a través de la emisora run-run que se acababan de quebrar los vidrios del quinto piso del Uriel Gutiérrez por culpa de los gritos de doña Irma: —Profesor Moskus ¡Apú-rele! No suelte el agua del inodoro que desde ayer no sirve la palanca ¡Venga! ¡Tome! Límpiese rápido que lo espera en el teléfono el Presidente de la República… Mi jefecito no es más mi jefe pues tiró la toalla y se nos largó para el Senado… Póngale cuidado y verá que usted es el nuevo rector de la Pontificia Universi-dad Nacional de Colombia.

En medio de este retiro vislumbro una abadía. Cuando preparaba la defensa de mi tesis doctoral en Francia Pernocté allí un par de semanas. Es Saint-Pierre de Solesmes: una imponente construcción de piedra en el Valle de La Sarta que acaba de cumplir mil años. Cual monje ataviado de cuervo me veo reco-rriendo sus pasillos rumbo al comedor Bordeando una inmensa chimenea. Allí caben doscientos benedicti-nos distribuidos en mesas rectangulares y perfecta-mente alineadas. En el centro se encuentra sentado el abad Philipe Dupont que nos observa a todos desde una pantalla pequeña Instalada en su puesto para controlar hasta el más mínimo movimiento. De pronto con su anillo episcopal suavemente golpea en la madera y automáticamente todos nos ponemos de

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pie entonando un himno para bendecir los alimentos. En seguida nos sentamos y los hermanos encargados del servicio van alcanzando jarrones de agua fresca y vino tinto Además de charolas repletas de ensaladas para cada mesa. Un novicio desde un atril lateral lee como si recitara los salmos El relato de la conversión de Saulo —yo imagino que son las páginas de Aurora donde Nietzsche acusa al soberbio apóstol de inventor del cristianismo— Después nos pasan cestos de pan y sopa caliente de lentejas Luego viene la poteca y el puré más un trozo de carne bastante jugosa —lenta-mente saboreamos esas delicias— Por último llegamos al postre que son duraznos en su almíbar cuando el abad vuelve a golpear con su anillo en la mesa Enton-ces nuevamente de pie cantamos Laudamoste Deo y en silencio cada quien se retira a cumplir otros oficios.

Dicho y hecho. Al profesor Moskus lo nom-

braron patrón de doña Irma para que la moderni-zara sacándola a dar vueltas en el Mercedes café con leche mientras el desquiciado rector volvía a despla-zarse en bicicleta. Ella con un nudo en la garganta suplicándole: —Por favor No me dicte en estas con-diciones el memorando para el decano de Derecho pues en una de esas se me cae Y esta noche no me vaya a hacer saltar las rejas de la Rectoría si encontra-mos a los celadores durmiendo ¡Qué diablos! Los des-pertamos así piensen lo que se les antoje… De todas

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maneras Dios sabe que nos quedamos trabajando hasta media noche para poner en marcha la reforma académica Además hay que aumentar las matrículas porque lo que pagan los muchachitos de Ciencias es una vagabundería comparado con lo que despilfarran en materiales y equipos Debemos salvar la imagen que no pudo recuperar Marquito Palacio Toca bregar a ver cómo acabamos con las pedreas pues de lo con-trario nos cierran el claustro Tenemos que hacer una tregua con los guardias rojos para que acaben con los jíbaros que se adueñaron del Jardín de Freud y acaban de sembrar una parcela de marihuana y ya la tienen lista para traficarla… ¡Ay! Pasemos por donde el doctor Páramo a ver si acepta ser el nuevo vicerrec-tor académico.

Mi realidad es bien distinta: por la manguera que me alimentan va deslizándose muy espesa la maldita soya que ni siquiera sabe a vainilla Mi única bebida es suero intravenoso. Como un astronauta encerrado en su cápsula me siento dopado con grageas. Des-graciadamente de niño renuncié a los viajes espacia-les sin tocar madera cuando me deshice de mi careta Ahora me toca beber de estas aguas amargas. ¿Cuánto tiempo más me tendrán así? Hasta que sea necesario. ¿Quién determina eso? El neumólogo.

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Mientras cursaba mi carrera de Antropología transcurrieron tres años al cabo de los cuales en la Universidad Nacional se implantó una reforma aca-démica. Cual obreros de una gran colmena Repen-tinamente se clarificaron las reglas: se renovó el currículo en todas las formaciones de pregrado abriendo cuarenta nuevos postgrados Los estudiantes pagaban algo más que cifras simbólicas al firmar sus matrículas La Universidad había concentrado el cin-cuenta por ciento de la investigación científica nacio-nal y Gracias a las excentricidades del señor rector El primer centro educativo del país recuperó su presti-gio. Por aquella época el profesor Moskus declaró a la prensa hablada y escrita que aunque se sentía exte-nuado de modernizar aquel claustro Estaba dispuesto a realizar cuanto estuviera a su alcance para mante-ner el fruto de sus reformas. Fue cuando cayó en sus manos una entrevista concedida por Umberto Eco a la revista francesa Nouvel Observateur en la cual el ilustre semiólogo italiano daba un consejo para todo político postmoderno: Si mañana usted quiere ver su foto en la primera página de los periódicos Hay un medio muy simple: preséntese ante una multitud que tenga una cámara de televisión y bájese los pantalones. Por supuesto Atana-sio no era la primera vez que en público lo hacía y aquellas palabras influyeron en el acto que lo con-dujo a incumplir su promesa al señor Presidente de caminado roscón (como ya lo dije y todos lo sabe-mos)… Se desató un escándalo de La Madonna que

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lo obligó a renunciar a la Rectoría y tuvo que impro-visar durante tres meses un curso de contracultura que también abandonó a mitad de camino pues ya estaba untado de la exquisita mierda de la gloria… Entonces tras mucho meditar siguiendo el consejo de un amigo Se atrevió a hacerle mamola a quienes lo acusaron de inmoral a ver si no era capaz de llegar con todo y nada a la Alcaldía Mayor de la Capital de la República.

En vez de conferencias sobre enfermedades del alma En esta clínica despiertan todas las mañanas a los pacientes con misa Afortunadamente sigo profundo. ¡Qué tal que en un amanecer de éstos Haciéndose las ingenuas las condenadas monjas Hacia la capilla me conduzcan! No quiero bendiciones de ningún clérigo pues me basta con los gestos sacerdotales de El Infan-tino. Además por culpa de no sé qué supervisión han expulsado a mis amigos: ellos estaban anoche aquí conmigo y ahora no sé si vuelvan Pónganme mejor más antibiótico pues si a mis fantasmas no los veo Tampoco quiero oír a los vecinos.

La más emblemática imagen que quedaría con-densada en el tiempo de Atanasio Moskus como alcalde de Bogotá sería la de casarse en un circo. Ante cientos de cámaras de televisión El Alcalde Mayor de la Capital de Colombia contrajo matrimonio encima

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de un elefante. Con la complicidad de un futuro Pro-vincial de la Compañía de Jesús más un grupo de inte-lectuales Aquella noticia le daría la vuelta al mundo. El burgomaestre contaba con un gabinete encargado no sólo de difundir esa novedad sino de explicarla para transformar lo que él inmediatamente denomi-naría cultura ciudadana. De manera que con los pasos de su Administración también habría que resaltar las setenta y siete veces que apareció dando cartilla en la primera página de los periódicos o en la portada de alguna revista Las ciento cuarenta y cuatro entrevistas que concedió a la televisión para dar respuestas tara-das en rap a los genios del Espejo de Narciso —en las que le preguntaban desde si usaba o no preservativo pasando por el tipo de prácticas sexuales que a lo largo de su vida había experimentado Hasta qué fue lo que pasó con la represa de Chingaza que los bogotanos se quedaron sin agua— Y por supuesto el truco de los mimos a los que su gobierno contrató para enseñar al pueblo a caminar por donde se debe logrando que los conductores portaran el cinturón de seguridad a fin de evitar mayores accidentes de tránsito… La vaina de las tarjetas rojas y blancas cuya mano era evidente-mente la suya felicitando o madreando cívicamente a los que se las mostraran después de sus heroísmos o metidas de pata El famoso Súper-cívico de sudadera amarilla y calzoncillos rojos para desarmar a Bogotá gracias a la loca ocurrencia del señor arzobispo La suspensión de la pólvora en época navideña y la ley

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zanahoria durante el resto del año… ¿Qué otra cosa recuerdo? Los concursos recreativos de ¡a ver quién encuentra la sombra más larga y tapa el hueco más grande! ¡A ver qué barrio del sur presenta su mejor disfraz en el aniversario del seis de agosto de mil qui-nientos treinta y ocho! ¡A ver qué casa se atreve a pintar mejor su fachada! En fin ¡A ver si acabamos con los chupas y ponemos en su lugar a los soldaditos bachilleres para que los choferes obedezcan mejor las señales de la carne fresca y no le mamen a la autoridad tanto gallo! ¡Qué carajo! En ese momento le tocaba renunciar al cargo si quería conquistar la tercera etapa de su carrera política Pues podía darse el lujo de perder las elecciones ya que de todos modos el man-darín de turno del próximo gobierno tendría que con-tratarlo como asesor en temas de cultura ciudadana.

¡Que no vuelvan Que no regresen mis amigos a este sanatorio! Prefiero morir mientras ellos huyen y divagan en el país llano. Allá los necesitan para purgar incautos: el uno con su franciscanismo dio-nisiaco El otro seduciendo incrédulos. Porque hay que fundar una nueva orden de misioneros vestidos con jeans y suéteres de capucha Consagrar modernos frailes para que calcen en vez de sandalias zapatillas deportivas y enrollen en sus cuellos a modo de esto-las enormes bufandas. Porque vale la pena fomen-tar en la llanura encuentros donde belleza y virilidad

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salten a flor de piel a fin de superar toda clase de pruebas iniciáticas. ¿Dónde se patentizan las mejores facciones? En la cara. Particularmente en ojos aten-tos y labios carnosos. Colombia ¡Maldita sea! Debería mejorar su estirpe… ¡El colmo que nuestros solda-dos sean tan patéticos! Necesitamos varones ague-rridos que con verdadera sensualidad defiendan esa cosa llamada «patria». En nuestro idealismo vencido Por culpa de tantas montañas Sólo existen atrofiados. Se me ocurre otra idea: que a los muchachos bellos los críen las abuelas en vez de las madres porque éstas fomentan el machismo: —¿Acaso no le vas a res-ponder? (le dicen al pelao…) Entonces el parcerito se viene con su estaca a meterme veinte puñaladas. Se dan cuenta lo que logran ¡Resentidas! Pero tú Niño divino No escuches a las acomplejadas… Mejor ven a ungirme con tu aceite y revístete de sacerdote Alista tu matraca redoblándola para darme la comunión que otorga el Sacro Viático Ilumina esta oscuridad Señor de los abismos ¡Descarga con todo tu vigor ese Cuerpo de Cristo Consagrado!

De modo que Atanasio Moskus se lanzó a la Pre-sidencia de la República. Empezó cobrando por las entrevistas que concedía Se volvió periodista del noti-ciero más popular de la televisión Armó un simpático equipo de gobierno con sus colaboradores de alcal-día y —desde el taller surrealista de su madre— se

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dispuso a ejecutar una cruzada nacional meta-política jugando al cazador y la liebre con la peligrosa com-plicidad de los medios masivos de comunicación. En esa campaña de dignidad y vergüenza Prometió no hacer manifestaciones publicitarias tratando de cam-biar más bien las costumbres políticas. Ante la pre-caria situación del país por culpa del Proceso Ocho Mil que acusara al nuevo mandatario de los colombianos de haber recibido dineros del narcotráfico para finan-ciar su campaña Moskus propuso un modelo de reac-tivación de la economía a través de la racionalización de los recursos y la flexibilidad productiva del empleo Planteó la idea de indultar a guerrilleros y paramili-tares fusionando a semejantes actores del conflicto en un solo ejército para que todos lucháramos por la paz de la patria Extraditar a los narcotraficantes con retroactividad y sin contemplaciones Desafiar a la clase dirigente obligándola a abandonar sus anti-guas dinastías anquilosadas Salvar a Colombia de la crisis Recuperar la soberanía nacional ejerciendo el poder como misión y no como carrera Renun-ciar a las ideologías comunes y a las representacio-nes convencionales Realizar grandes sacrificios que por fuerza afectaran intereses e hirieran vanidades acarreando reacciones… Porque el espíritu patrió-tico necesitaba de nuevos líderes capaces de pactar un acuerdo con las banderas del pluralismo y de la tole-rancia De la fraternidad y la justicia Del fervor y la esperanza… ¡Hermano dame tu mano que también

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los colombianos nacimos libres e iguales en digni-dad y derechos! Mejor dicho a entonar todos juntos al unísono esta buena noticia: ¡Proclamación del Santo Evangelio de la Cultura Ciudadana! Vamos a jurar ser caballeros andantes de la nueva política A unir nues-tros esfuerzos por la modernización del Estado ¡Ben-dito el que viene en nombre del Señor! He aquí que habrá sin falta durante nuestro gobierno mayor pro-ductividad para redistribuir la riqueza ¡Hosanna en el Cielo! Recreación y deporte para todos ¡Aleluya y Amén!

Nada que despierto. De golpe sueño un deli-cioso delirio y quisiera salir de él para contárselo a mis amigos No puedo. ¿Es este un estado catalép-tico? Mi enfermedad mayor es un amor desvirtuado Prohibido Una pasión que me consume sin remedio. Las monjas dirán que es mi maldad. ¡Bendito pecado! ¿Adónde huyó mi niño adorado? La gracia se escapa sin avisarnos. Paulatinamente —palabra que le cuesta pronunciar a Jean-Michel Marlaud— voy aclimatán-dome Ya ni protesto. Me tienen encerrado Dopado Atado Desnudo Vigilado. ¿Qué más quieren de mí? ¡Díganlo! Esta mañana quise acabar y me halaron hacia acá para que contemplara la luna Me prohibie-ron jugar con mis amigos. En el pasillo percibo una voz dando explicaciones: —Cuando uno hace carrizo así y se redobla el dolor… Puede ser la gripa porcina.

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Es Leonor Aguilar que resuena en mi subconsciente contándole a mis amigos sus explicaciones ante el funcionario de la Secretaría de Salud. ¿No se dan cuenta distinguidos doctores? Mis labios se mueven y cual gato que acaba de cenar me saboreo Sonrío a solas y suelto sin que ustedes se den cuenta tralla-zos de pedos… En seguida recuerdo el sueño con-tado por El Infantino: entre risas y lágrimas en otra dimensión suelto una hoja que cae en los párpados de mi guerrero obligándolo a llorar por mí y él me libera Inmediatamente el telón se levanta y retorno por fin al anfiteatro donde reaparecen los hermanos Maffe-soli y Vallejo meciéndose sonrientes y acariciando a mis felinos… Poco a poco ingresan todos mis amigos vestidos de músicos: Leonor Jaime y Edgarinos… Carlos-Guillermo y Rose-Marie… Nico Pablo y Este-ban… Nora Pilar y Gabriela… ¡Dios de los abismos No permitas que sigan mis colegas! No quiero que me consuelen las siervas del doctor Mesa ni que recen por mí los sociólogos Tampoco que los católicos comunistas me compadezcan Vade Retro Homo Acade-micus Más bien ábranle calle de honor a Adrian Mac-Donald (ese otro tramoyero) y que Hernando Salcedo dejando a un lado sus juntas de médicos le entregue a cada quien su partitura. Que ingrese como solista e invitado de honor Philippus Infantinus: Tú tocarás el cello mágico ¡Eso! Todos listos Un Dos Tres Vamos: Al compás del chachachá Del chachachá del tren ¡Qué gusto da viajar Cuando se va en Express! / Pues parece que el amor

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Con su dulzón vaivén Produce más calor Que el chachachá del tren… Sigamos en fila india conformando los vago-nes de este tren imaginario ¡Magnífico! Al compás del chachachá Del chachachá del tren ¡Qué gusto da viajar Cuando se va en Express! / Pues parece que el amor Con su dulzón vaivén Produce más calor Que el chachachá del tren… Ahora mismo médicos y enfermeras vengan a quitarse las batas Más palmas amigos ¡Afuera máscaras! Muy bien doctores ¡Eso! Por favor Sigan dando vueltas y no teman reírse conmigo de la maldita enfermedad que en este precioso instante conjuro.

El profesor Moskus fue derrotado en las elec-ciones. Pese a su unión de última hora con la can-didata más conservadora de Colombia —ante quien aceptó ser tan sólo su fórmula vicepresidencial— No tenía otro remedio que reconquistar la Alcaldía. Más acá de algunos obstáculos para inscribir de nuevo su nombre Sumergido en la fuente construida en honor a Rafael Uribe en pleno Parque Nacional… Atana-sio Moskus pidió solemne perdón —dejándose azotar con el látigo de un chamán— por haber abandonado el cargo de Alcalde Mayor antes de concluir su man-dato. En adelante la imagen que proyectaría sería la de un ejecutivo: el aspirante se puso serio Contrata-ría a un diseñador exclusivo y los medios de comuni-cación respaldarían su anhelo de repetir alcaldía. De vuelta gobernando trabajaría mostrando resultados y

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—ante la demanda autoritaria de la época que boste-zaban millones de colombianos— concluiría su ges-tión portando un chaleco antibalas roto a la altura del pecho para desafiar con su corazón a los violentos.

¿Ataque de tos o de risa? Las enfermeras asegu-ran lo primero. En todo caso Regreso. Ellas ignoran por culpa de tanta asepsia los humores de sus pacien-tes: casi me ahogo de tanto divertimento. Las explica-ciones de Leonor ante el funcionario de la Secretaría de Salud para que la condenada entidad enviara los resultados de mi prueba de H1N1 Sumada a la histo-ria de Felipe Me despertaron. Empecé a sacudirme de risa creyéndome un árbol que dejaba caer sobre los párpados de un caballero que se abrigaba bajo su sombra una hoja para que éste llorara por mí y me liberara… Lenta y mágicamente lo hice hasta que todos empezamos a ser hechizados al compás del chachachá y ahora he vuelto. En adelante no volve-rán a sedarme pues así como a los muchachos que se frotan conmigo les exijo la conciencia ¡Con mayor razón a los médicos! No puedo perder estos sueños para recrear al menos un par de delirios: mi estadía en la Alta Guajira y el reposo feliz en un sanatorio desconocido. ¿Dónde era? Debió ser probablemente en la Clínica Lleras. Cierto: aunque nos estafaron con ese negocio He ahí nuestra más bella adquisición académica.

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Tras su segundo gobierno de Alcalde Mayor Atanasio Moskus sería invitado como profesor de la Universidad de la Sorbona. Su magisterio incluía visitar diversos auditorios Entre otros el del Insti-tuto Parisino de Estudios Políticos. Fue allí cuando a vuelta de los años y por azares del destino nos reen-contramos. Días antes me había topado con un aviso de Le Monde anunciando una liturgia que me com-petía: «Doctorado Honoris Causa para antiguo alcalde bogotano». En aquel tiempo también yo laboraba en la Ciudad Luz de Soledades y gracias al ruido de la prensa reconstruiría nuevamente sus pasos. Una vez en la ceremonia Escuchando su discurso de agrade-cimiento —en el que paradójicamente insinuaba una absurda aspiración a la Presidencia de Colombia— Vislumbraba esa aventura política como una trágica apuesta. Ingenuamente creía que su pedagógico juego había sido sólo una broma.

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VII

DesperTar es aburrido y no sé si quiero. ¿Con-ciencia de la realidad? ¿De qué sirve eso? Constatar que tengo patas y barriga hinchadas Que hace días lle-vo el culo cagado y la piel descascarada Que mi sa-natorio apenas es una clínica nueva y sus techos no son altos Ni los pisos azulejos traídos de La Habana… Que ni siquiera en este cuarto hay un escritorio de ma-dera… Prefiero entregarme al absurdo: la rosa no tiene por qué y eso es todo Mi pobre verga está entumida y presiento que tiene una gigantesca costra por culpa de la sonda. ¿Cuándo podré limpiarla? El doctor Chapa-rro súbitamente aparece: —Acaba de resucitar Lázaro (afirma sonriendo). Ahora nos toca pasarlo a Cuidados Intermedios (le dice a una enfermera). ¡Qué curioso! A ella no la había visto: es bella y morena De rostro bien formado O quizás sí Tal vez en sueños… ¿No fue a la que quise ahorcar la tarde en que me internaron?

La pasión por Atanasio Moskus me ha llevado demasiado lejos Retrocedamos. Hay un maestro del

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que sin duda aprendí el oficio de antropólogo: todo lo que creo saber de la palabra cultura se lo debo a Roque Páramo. Curiosamente él sucedería a Atana-sio en la Rectoría de la Nacional y Gracias a su apoyo Lograría una beca para doctorarme al otro lado del Atlántico. Pero vayamos despacio. Cuatro clases de mi tutor merecen ser mencionadas: su aproximación a los mitos Algunos restos de Pureza y peligro El rollo del arca de Noé en afinidad electiva con la teoría del Big-Bang Más los restos de dos películas. Siguiendo las huellas de un texto de Borges contenido en la Zoología fantástica Una tarde Roque Páramo nos habló de dos animales extraños: del Goofus Bird y del Goofang. El primero era un pájaro que volaba hacia atrás porque no le interesaba saber adónde iba sino de dónde venía y justamente por eso construía sus nidos a la inversa. El segundo conformaba una especie de pez aparte pues no nadaba hacia adelante ya que le molestaba que le cayera agua en los ojos Era del mismo tamaño que el pez rueda sólo que un poco más grande. La forma típica de los mitos estaba condensada en uno de esos dos modelos: en el del pájaro que volaba hacia atrás o en el del pez que no nadaba hacia adelante. El problema radicaba en que el segundo tipo impli-caba una contradicción: se suponía que el Goofang era del mismo tamaño que el pez rueda Salvo que un poco más grande. ¿Cómo era posible tener un cierto tamaño y al mismo tiempo superarlo? Según Páramo Alguien podía referirse a un ángel sentado

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sobre la raíz cuadrada del color verde y dicha propo-sición en lógica era consistente. Mas hablar de que se es y no se es al mismo tiempo resultaba tan pro-blemático como declarar que Dios es uno y trino en este instante Que existe una Virgen-Madre del Salva-dor de los hombres Que un elefante blanco fecunda a una mujer dejándola preñada de una criatura llamada Siddartha Gautama Que sin ton ni son alguien resu-cita de entre los muertos o que Guarini (El indio del Amazonas) se dispara a través de su propia cerbatana. He ahí entonces una característica fundamental de los mitos: conviven con contradicciones lógicas. Por esa vía don Roque Páramo nos demostraba que la cul-tura debía entenderse como un «juego de máscaras» Donde los humanos representamos numerosos roles relativamente bien fundados. Así evocaba en otra de sus clases a los Pergoleros de Nueva Guinea: unas aves que realizan la mejor revista militar de todos los tiempos coqueteándoles los machos a las hembras Aunque ningún animal de sistema nervioso com-plejo hasta ese día enterrara o le rindiera culto a sus muertos. De ese modo nuestro profesor nos hablaba de una dimensión ritual de las culturas y de la nece-sidad de asumir litúrgicamente nuestras máscaras. Claro está Nos traía a colación incontables ejemplos de cómo en todas las sociedades existen comporta-mientos permitidos Conductas prohibidas y acciones obligatorias… Releía con gran gusto numerosas pági-nas del libro más conocido de doña Mary Douglas

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para ilustrarnos de muchas formas en qué consiste la noción de tabú y En fin Señalaba que más acá de toda trascendencia los ritos se los han inventado los hombres para recordar que no estamos comple-tamente solos. En cuanto a la tercera gran clase del maestro Páramo Basta recordar sus ejercicios especu-lativos a partir de la obra del etnólogo francés Lévi-Strauss llevando hasta sus últimas consecuencias la noción de estructura: muy apasionado Roque Páramo nos recreaba parsimoniosamente el mito del Arca de Noé comparándolo punto a punto con la concepción científica del Big-Bang en cuanto a que el mito tiene su ciencia y la ciencia su mito… Ambas teorías partici-paban matemáticamente del mismo principio: de un origen común de las especies o del universo —repetía dejando escapar su mirada. Y la otra gran charla del maestro tenía que ver con lo que él llamaba consonan-cias y disonancias cognoscitivas. Sirviéndose de una com-paración entre la personalidad del genio de Mozart y su obra (ilustrando sus contradicciones por medio de la cinta Amadeus de Milos Forman) Con el artista absolutamente consistente que sería el Señor de Sainte-Colombe (representado en la película de Alain Corneau Tous les matins du monde) Don Roque Páramo sacaba todas las consecuencias de esos dos modelos señalándonos cómo desde su fundación la Univer-sidad oscilaba entre consistencias e inconsistencias entre conocimiento y vida. Gracias a esas lecciones Poco a poco me fui encaminando hacia el estudio

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de las religiones hasta que por azares del destino La mañana de mis primeros veinte años encontraría un campo propicio para explorar ese universo.

Condicionalmente sueltan mi brazo izquierdo porque lo tengo morado. Con un gesto de asenti-miento prometo no hacer tonterías como quitarme los tubos o la mascarilla de oxígeno. ¡Alabados sean los doctores! ¿Sabían que me muero por rasgar esta torpe bata y empeloto asfixiarme entre las cobijas? Estaría feliz en posición fetal para luego estirarme en un bosque magnífico… Me figuraría acostado al lado de algún Niño y Señor de mis anhelos al que le pedi-ría soplar sobre mí su aliento y abrazarme con todas sus fuerzas… Más tarde le suplicaría que me permi-tiera besar sus pies inmaculados en señal de agrade-cimiento por todos los favores recibidos. ¿Por qué quiero eso? No me lo pregunten y déjenme seguir fantaseando. Finalmente le imploraría a mi compañe-rito de juegos que partiéramos de exploradores hacia alguna isla desierta o no sé Si a él le da la gana Podría-mos ir al Amazonas. Entre tanto —junto a nuestra maloka de delirio— numerosos guerreros prepara-rían una fogata donde asarían un pargo que diligen-temente nos alcanzarían para que cual cautivos de ardor devorásemos Y entonces mucha sed pero no quisiera beber limonada sino la dulce saliva de mi amado Con ella me basta. ¡Maldición! Esas imágenes

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pasan. Sospecho que afuera hace un calor de medio día mientras en esta cama de hospital tirito de frío. En estos centros asistenciales debería haber calefac-ción para los enfermos No quiero silencio para mono-logar conmigo Necesito música Más música porque a pesar de tanta mierda deseo proclamar ¡Viva la vida! Si alguien se topa en los pasillos con El Infantino Pídale que por favor me traiga el iPod.

La mañana de mi vigésimo aniversario me sor-prendió con un embotellamiento del tráfico. Via-jando entre Manizales y Pereira una procesión de vehículos me detuvo durante horas dejándome a la deriva. Al constatar que el tiempo transcurría y la situación no mejoraba Decidí abandonar el automóvil que me transportaba para saber lo que ocurría. Atra-vesé cientos de buses y camiones preguntando a toda clase de personas que nunca supe si me respondieron Hasta que un muchachito me explicó lo que pasaba: la Virgen se estaba apareciendo en el jardín que se le había construido. Al escuchar semejante respuesta —no pudiendo creerla— solté una carcajada. Entonces el jovencito me invitó a conocer el Paraíso de María.

¡Buenos días! Dos paramédicos atléticos ingre-san a mi urna de cristal y en par de minutos me des-visten y revisten —al primero de ellos lo ordenaría

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caballero. Inmediatamente posan mi cuerpo sobre una especie de lona como cuando —si mal no recuerdo— se burlaba el populacho de Sancho Panza en la venta. Ahora me balancean a la cuenta de tres y listo. Ya está Amarran el montón de cables y tubos más la pipeta de oxígeno a una camilla para trans-portarme y esto sí que parece un sueño: dos herma-nitos mayores jugando conmigo cual Cristóforos que en sus espaldas llevan al Niño. ¿Con cuál de ellos me quedo? En este preciso instante abandonamos el lugar que en mi delirio ciego tenía cara de anfi-teatro y vamos rumbo a un ascensor gigantesco que se abre y sólo el paciente con sus edecanes ingresa Transcurren algunos segundos mientras el más alto de mis guardianes se quita el tapabocas para inhalar aire puro. Veo su figura radiante cuando en esas la canasta se detiene y prosigue el viaje dejando atrás a otros enfermos esperando su turno Yo tengo privile-gios. Tras oprimir un botón el auxiliar que me mues-tra sin querer su divino rostro abre otra compuerta y ¡bienVenido a la unidad de cuidados inTerMedios! Subraya una enfermera. Los legiona-rios del Altísimo tras depositarme cual mueble viejo que requiere nuevamente de reparación ni se despi-den Al frente apostaría a que tengo una vecina judía porque veo junto a su mesita de noche una botella de colonia que me transporta a otro tiempo: es agua de Jean-Marie Farina. Ah ¡Cuánta falta me hace un poco de verbena! Necesito que me aseen con otra clase de

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perfumes… Cuando vea a Felipe le pediré que me compre eso.

Abriéndonos paso entre la multitud logramos abandonar la ruta principal hasta encontrar un cami-nito polvoriento que nos condujo a una especie de laberinto que recorrimos saltando entre los pere-grinos amontonados en los escalones demarcados por catorce cruces de madera correspondientes a las estaciones del Vía-crucis. Al fondo divisamos un campo colmado de personas que se arrojaban al suelo pidiendo perdón por sus pecados Mientras los curio-sos trataban de enfocar mejor sus cámaras fotográficas para captar los reflejos del sol que según muchos dan-zaba. El bendito jardín tenía la forma de un triángulo surcado por una malla metálica a cuyos lados había doce banderas izadas que según mi guía representa-ban algunos de los países donde simultáneamente se estaba apareciendo la Virgen: cuatro países latinoa-mericanos Cuatro países europeos Estados Unidos y tres naciones restantes. En el centro del triángulo se destacaba una roca enmarcada por un arco ligado a una barra rectangular a través de la silueta de algu-nos pececillos de plástico Sobre la cual descansaban dos imágenes: la del Corazón Inmaculado de María y —un poco más alta— la del Sagrado Corazón de Jesús junto a una cruz de concreto. En ese escenario sobresalía un altar consagrado para celebrar misa y a

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los lados se percibían dos sectores claramente defini-dos: uno de ellos con una cruz de madera suficiente-mente alta como para crucificar a un hombre El otro repleto de flores y veladoras que aportaban regular-mente los peregrinos. Junto al altar estaba arrodillada una muchacha cuyo rostro se dirigía al firmamento Tenía las manos a la altura del pecho y las yemas de los dedos enfrentadas unas contra otras en señal de oración Hablaba de espaldas a la multitud utilizando un tono de voz terriblemente agudo mientras la gente se recogía para escuchar lo que su eco de ultratumba repetía… Ella callaba y los asistentes lloraban hasta que la noche nos envolvía y el viento comenzaba a mover las ramas de los árboles como si la tierra tem-blara Entonces las personas empezaban a mover sus manos al cielo en señal de despedida y yo comprendí que algo acababa… En ese instante decidí quedarme sin imaginar cuánto tiempo a fin de reconstruir lo que presenciaba.

Aterrizando en Cuidados Intermedios se me cruza una escena de La naranja mecánica. No sé qué crimen cometí —tal vez azoté sin piedad a algún alumno— Porque sigo creyendo que experimentan conmigo. ¿Me han vuelto bueno? Quiero escuchar a Beethoven para comprobarlo: debo saber qué me pasa ante los portentosos compases de la Novena sin-fonía. Pero antes quisiera oír la Pasión según San Mateo

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en versión de Gustav Leonhardt: así despediré esta semana que desde lo profundo he vivido.

Para comprender lo ocurrido conseguí hos-pedarme durante un par de meses en la casa de mi guía Y desde allí comencé a entrevistar a las perso-nas más cercanas a lo acontecido. Al principio todos me respondían lo mismo Me decían que la aparición se originó el último día de las brujas cuando la joven Lucila Valencia convenció a su madre Fabiola de haber tenido una extraña experiencia en la mañana mientras se dirigía en un bus urbano a su colegio: una señora se sentó a su lado y llamándola por el nombre le hizo varias preguntas dándole a entender que sabía dónde vivía y que conocía personalmente a su mamá. Posteriormente entraron en un diálogo y la señora le hizo recomendaciones acerca de no usar minifalda ni ropas inmodestas. En seguida la dama le advirtió que una vez se bajara del bus encontra-ría una imagen y que si esa imagen la impresionaba Ésa sería Ella. Me repetían que Lucila se bajó del bus como atontada —anonadada— Que al entrar al colegio miraba alrededor porque tenía la impresión de que alguien la observaba De pronto se fijó en la entrada donde tradicionalmente había una imagen de la Virgen descubriendo que la mirada provenía de allí Entonces al acercarse recordó todo lo que le había ocurrido Se postró de rodillas ante esa imagen

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Rezó tres avemarías y brotaron algunas lágrimas de sus ojos. Después me contaron que durante los dos miércoles siguientes Lucila volvió a tener la misma visión en su casa —junto al lavadero— y que a prin-cipios de noviembre varios niños afirmaron que tam-bién habían visto la imagen de la Virgen en los ojos de Lucila. Todo eso obligó a los familiares de la ele-gida a construir un altar en su casa y a transformar la modesta residencia en una especie de centro mariano o Como tantas veces me aclararon En un santuario para que la Madre del Cielo los siguiera acompañando hasta que le construyeran el jardín que Ella pediría para permanecer más tiempo entre los pereiranos.

Primero ingresas triunfante y luego te vituperan Las personas que hoy te alaban mañana te critican. Aquí las enfermeras me entretienen con placebos: frente a ti alabanzas Tras tu puerta un asco. Prefiero a los paramédicos. ¿Por qué demonios en las clíni-cas no abundan enfermeros? ¡No me digan que por la paridad de las aerolíneas! Bien sé que curarse es un viaje Pero son más eficaces los del mismo género. Cuando me recupere voy a crear un hospital-monaste-rio para los sacrosantos fervores insoportables: todos los padres de familia —arrepentidos— podrán ingre-sar tranquilos. A curarse del matrimonio sin preocu-parse por sus hijas: ellas lo saben de sobra. ¿No se han dado cuenta de cuánto los compadecen? En el

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fondo quisieran acostarlos con sus novios Mas ese es un tabú malparido. Entonces frescos y a disfrutar de los intensos masajes de un monje-novicio. Les garan-tizo pensión completa y cura segura: mi personal ha sido altamente seleccionado. ¿Quiénes lo integran? Soldaditos y policías Futbolistas y rockeros. Antes de su conversión muchos fueron sicarios Otros Bandi-dos. Ahora todos llevan la cabeza rapada en señal de entrega Aunque claro está disfrutan a más no poder practicando los santos ardores. Qué pena tener que decirlo pero mi sanatorio es una guarnición Mil veces mejor que la de cualquier brigada. El personal se encarga de todo: desde el diagnóstico previo —pasando por el riguroso tratamiento— Hasta la inevi-table cura. El único problema es ponerle punto final al retiro: suele haber penitentes que deciden ingresar para siempre a mi monasterio También es eso posi-ble. El único sacrificio que se exige consiste en donar todos los bienes a la Venerable Orden de los Legiona-rios del Altísimo.

Al dialogar con los testigos de lo sucedido Me aseguraron haber visto también el reflejo de la Virgen en los ojos de Lucila De forma muy similar a la imagen de la Medalla Milagrosa. Allí descubrí que esas perso-nas constituían un grupo importante de actores: los miembros de la Junta administradora de las Aparicio-nes Marianas. —Pero ¿cómo se organizó esa junta?

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—Las personas situadas alrededor del altar le formu-laban preguntas a María y Ella les daba las respues-tas correspondientes a través de Lucila. Así Nuestra Señora llamó una noche a un grupo de once luego de una vigilia de veinte horas para que conformaran un comité encargado de todo lo referente a sus mani-festaciones. Y en efecto esas personas —todas reco-nocidas de la comunidad— integraban la junta que organizaba y difundía lo referente al complejo culto mariano acaecido en Pereira.

¿De qué cosas hablan? Como para preparar un paso de Semana Santa entra el cortejo de enfermeras a mi cuarto: jefe de piso más tres auxiliares Dizque a tomarme los signos y aunque me felicitan por haber resucitado A renglón seguido lamentan que en mi cuarto no haya televisión y no pueda ver la boda del príncipe. ¿De cuál príncipe? Del británico. Bueno Siquiera no tengo ese aparato Ustedes me contarán el libreto. ¿Quiénes acudirán a la fiesta? Supongo que los poderosos del mundo y de vez en cuando hay que perdérselos. Además ¿para qué quiero enterarme de la boda de Guillermo? Que la madre superiora permi-tió excepcionalmente en la Clínica Nueva de Nuestra Señora de la Magdalena que a los pacientes dispuestos a las tres de la madrugada los despertaran… ¡Maldi-tas dinastías que recrean a Disneylandia! La boda del año: Will & Kate / Kate & Will —la pareja perfecta

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saliendo del palacio en carroza rumbo a la abadía— Que los invitados a la ceremonia no necesariamente serán los mismos de la recepción y al embajador de Túnez le anularon su tarjeta sellada porque la monar-quía inglesa respeta la democracia. ¡Con lo cara que cuesta! Pero tranquilas Distinguidísimas damas ata-viadas de blanco: no hay de qué inquietarse pues los gastos de representación los pagan los contribuyentes. ¡Ojalá que al príncipe encantado se lo coma el zorro!

¿Cómo continuaron las apariciones? —Teresita Mejía (una de las integrantes de la Junta de la Virgen que viajaba continuamente a Quito en busca de libros para difundir los mensajes que según decía impartía María en sus eventos…) Visitó a Lucila poco antes de partir de nuevo. Entonces la vidente pereirana le agradeció su presencia contándole que desde hacía varios días la Virgen le había pedido que fuera a otro sitio donde también se estuviera apareciendo. Así improvisaron una peregrinación que llegó el Miérco-les de Ceniza siguiente a la región de El Cajas (junto a Cuenca) Donde encontraron una multitud dispuesta a iniciar el rezo del ángelus. Durante su estadía en Ecua-dor Lucila entendió mejor las devociones de tantos peregrinos y se acercó a la vidente de ese lugar para confesarle sus secretos.

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¡No puedo ver a mis discípulos! Quisiera estar revestido de abad para lavarles los pies y lentamente descalzarlos Quitarles sus zapatillas y calcetines depor-tivos Sentarlos a la mesa de mi última cena. ¿Con quié-nes la celebraría? Con los alumnos de mis delirios. ¿Y dónde? Si estuviera en París En la iglesia de San Eusta-che. ¡Con semejante órgano! ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Inmediatamente les distribuiría la sagrada comunión y luego los santos óleos. Cierto En el ponti-ficado anterior los anularon: ya no hay extremaunción sino simple bendición de los enfermos… ¡Si lo impor-tante es la agonía! No importa. A cada uno lo revestiría de colegial con uniforme de educación física y arrodi-llándome ante sus pies pasaría besándoselos. De reojo los observaría consagrando el pan de sus braguetas. Y si estoy en Bogotá Pues no sé… ¡Me pido la iglesia de San Francisco! Con la oscuridad de mi infancia resulta-ría un excelente antro. ¡No entiendo cómo los cacorros obispos hasta el casting de los jueves santos lo tienen descuidado! Además no puede faltar el buen vino en mi banquete Ya no regateo: cajas de Saint-Émilion de dieciocho años —aclarándole a la senadora verdosa que no confundo pederastia con efebofilia— ¡Y que se embriaguen conmigo! Ay Las orgías de mi juven-tud ¡Cuánto las echo de menos! Felizmente a Colombia no le llegaron tan rápido los protestantes: nos hubieran quitado el poco paganismo que escondíamos.

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Al regreso de Cuenca los peregrinos de Pereira empezaron a pedirle a la Virgen que se comunicara como lo hacía en Ecuador puesto que querían escuchar su voz y que la vidente alcanzara estados de éxtasis. Entonces Lucila empezó a salir ante el público vestida de novia e inmediatamente caía de rodillas: su columna verte-bral alcanzaba a formar un ángulo mayor de noventa grados con respecto al plano vertical y empleaba una voz muy suave —de acento español y extremadamente agudo— para de manera pausada dirigirse a los fieles. Los llamaba de diversas maneras: hijitos Pequeños y aun bebés. Parece que en sus sermones la Virgen pedía a través de su vidente el rezo diario del rosario y ayunar todos los domingos a pan y agua. Además exigía a las señoritas el uso de la camándula en el pecho y a los muchachos el escapulario en el tobillo rechazando enfá-ticamente el porte de pantalonetas deportivas al tiempo que recomendaba la invocación permanente a los arcán-geles San Miguel y San Rafael para proteger a los pere-grinos bajo su manto y no permitir que Satanás reinara en el mundo Ni dejar que la música rock y las prendas excitantes se apoderaran de los adolescentes. Según me aseguraron Todos los mensajes de María fueron cons-tantes: desde fines de marzo del noventa y uno hasta el veintinueve de enero del noventa y tres cuando María anunciaba su retirada física Y aunque buena parte de las alocuciones la Virgen supuestamente las señaló con día y hora precisos Hubo muchas que se dieron en los momentos menos esperados.

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¡Lo que faltaba! Las enfermeras me cuentan que el Domingo de Pascua también van a beatificar a Wojtyla… ¡Era de esperar! La monarquía decadente de la Santa Ciudad del Vaticano no podía quedarse rezagada. Si los dueños del mundo estaban en Londres el viernes ¿Por qué no desenguayabarse el sábado y durante la noche volar bañados en champagne rumbo a Roma? Así se purificarían el domingo contemplando los coágulos sacros. Si no estoy mal En eso consiste el rito: en exhibir ante la multitud las muestras de sangre del beato. ¡Qué barbaridad! Los católicos siempre tan morbosos: como en este país conservando al Inma-culado Corazón de Jesús en un frasco de formol lla-mado Colombia Pasión. ¡Qué asco! Pero que viva el Voto Nacional carcomido por los chulos y bien putre-facta esté la tumba de don Laureano… Reverenda Madre Ore por mí que no soy digno de ver semejante espectáculo por televisión y más bien déjeme descan-sar también este domingo a las tres de la madrugada.

¿Cómo evolucionaron las apariciones? —La Virgen definió su nombre como Llave espiritual de la fe Porque nadie llega al Padre sino por El Hijo y nadie llega al Hijo sino por Ella. Los pereiranos para recordarla acudie-ron a una pintora conocida de dos de los miembros de la junta (que ya había realizado retratos hablados de la

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Virgen en otros contextos) Con el fin de que les dibujara un cuadro aproximado de La Niña. Entonces la Virgen pidió que se le construyera un jardín similar al de sus tres últimas manifestaciones: al de Cuenca (Ecuador) Al de San Nicolás (Argentina) Y al de Betania (Vene-zuela). De suerte que encontraron un terreno con un arroyito milagroso en el kilómetro diez de la vía hacia Armenia Perteneciente a la vereda El Jordán que regaló su propietario con tal de que lo bautizaran Paraíso de María. —¿Y mucha gente acudía a ese sitio? —Dele-gaciones enteras de otras ciudades venían entusiasma-das al Jardín de María. Al principio venía mucha gente de Manizales y de Bogotá: abogados Médicos Profesio-nales… Eso era por lo alto. Gente humilde ni se veía porque la clase se le notaba especialmente a los maniza-litas… Ahora es cuando se ven muchachos humildes Al campesinito y a personas de la vereda que comienzan a ir al jardín… Pero eso sí Todo se va saneando y se sigue desterrando a Satanás. —Algunas personas observa-ron ciertos «juegos luminosos» ocurridos en el jardín… ¿Cómo era eso? —Toda esa multitud de personas que cada ocho días venía se sentía atraída por la danza del sol que al principio se opacaba y luego resplandecía empezando a rebotar como un balón que se lanzaba y volvía. Entonces la gente tomaba fotografías y empe-zaba a llorar de arrepentimiento y a gritar «La Virgen La Virgen…» Hasta que al fin… —Y ¿Qué pasaba el último veintinueve de enero? —Ese fue el mensaje final de Nuestra Señora. Gracias a Dios acudió el mayor

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número de personas jamás visto. En esa oportunidad María nos motivó a seguir practicando las instruccio-nes que hasta ese momento había impartido aclarando que si bien el Padre Celestial le pedía su retirada física de Pereira Ella seguiría presente en su jardín todos los miércoles hacia el medio día y los últimos sábados de cada mes De ocho de la mañana a cuatro de la tarde Para recibir las tristezas y alegrías de sus hijos a fin de derramar gracias abundantes sobre los peregrinos.

Me he dejado conducir Bien lo sé Así fue como me atraparon. Me despojaron de ropa y calzado… ¿Quién tendrá mis pertenencias? Ridículas las batas que te ponen en la clínica ¡Si al menos fueran cami-sas de fuerza! ¿Qué creerá Gauchito de mi ausencia? Debe asomarse cada rato a la ventana Disimular su dolor siguiendo con la mirada a una mirla perdida… ¿Sabrá que no la puede cazar? Entonces de nuevo. Cierto La comida Mejor dicho El cuido y Por qué no Un poco de agua… ¿Estará rebosante el lavadero? Sólo allí se trepa y Cual monje del desierto Bebe sin remedio Tal es su oasis. ¿Qué más pedirle a la vida? Que vuelva pronto su amo. Ahora que he despertado ¿Cuándo me sacarán de aquí? ¡Maldita sea: carajo!

Hasta el momento contaba con un conjunto de testimonios que si bien me situaba ante el complejo

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proceso de apariciones Desafortunadamente me impedía comprender las prácticas que fueron imple-mentadas. De manera que debí esquivar las explica-ciones de los informantes que trataban de justificar a toda costa lo ocurrido. En consecuencia empecé a definir algunos tipos de actores que ya había iden-tificado y traté de caracterizarlos mejor. El primero de éstos lo conformaban la vidente y sus familiares Incluyendo allí a un personaje que estaba en todo sin estar y controlaba todo sin notarse: el director espiri-tual de Lucila. Se trataba de un franciscano renovado —procedente de La Calabria (Italia)— que vivía a las afueras de Pereira en medio de la austeridad de una comunidad de autosubsistencia construida con mate-riales reciclados. El lugar era tan desprovisto que en vez de convento parecía tugurio Pero era limpio y agradable y había cabras y cabritos Gallinas y perros guardianes. La presencia de fray Carmelo descon-certaba: parecía un ser traído del medioevo por la máquina del tiempo Con el hábito tosco y sus largas y ralas barbas de chivo Los pies descalzos en contacto con la tierra La tonsura radical de la que sólo se sal-vaba un aro de pelo Y el don de hablar con naturali-dad de lo sobrenatural. Lo único que me dijo cuando traté de entrevistarlo fue sencillamente que prefe-ría no hablar del asunto pues bien sabía cuán difícil era de creer Que me invitaba sin embargo a compro-bar cómo decenas de familias separadas se reunían Muchos viejos descreídos se confesaban y cientos de

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jóvenes abandonaban la droga. Aquel religioso fue el único representante de la Iglesia que le creyó a Lucila cuando ella buscaba un sacerdote para confesarle que se le había aparecido el hada madrina en el bus Que sabía todo de ella Que qué haría si de veras era la Virgen como le decía su mamá. Desde que Lucila fue a verlo por primera vez —a pesar de que ella estaba muy asustada— Se convirtió sin más motivos en su inseparable padre espiritual.

Adiós a ti Señor Cabeza de Manzana. Ya sé que eres un espectro La sombra del tramoyero. A ti ya te sepulté describiendo tu juego. ¿No lo has leído? ¿Acaso no recuerdas cuando hui de tu silueta vién-dote llegar junto a la Boca del Puente en Cartagena? Ibas a casarte y obviamente no lo hiciste Bien sé que eres padre de familia… ¿Ejerces esa función pública? Yo estaba allí Tan lejos Tan cerca… ¿Te percataste de mi presencia? ¿Acaso no me enseñaste a viajar por el ciberespacio? No pretendas volver a seducirme pues no me he muerto y además he adoptado un Infantino. De modo que sigue huyendo pues acabas de pasar como yo la mitad de la vida. Ya no me asustas ni tor-turas ¡Enfrenta tu soledad suicida!

Lucila me pareció una muchacha sencilla y alegre: proveniente de una familia humilde integrada por sus

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padres Dos hermanos menores y su abuela materna. A pesar de haber recibido una educación católica ase-guraba no distinguirse por su piedad antes de haber visto a la Virgen Aunque la preocupaban —me lo repitió varias veces— los ritos satánicos que practica-ban algunos jóvenes del barrio convocándose a través del rock a todo volumen para reunirse a meter mari-huana y después frotarse entre ellos: —Sobre todo los de la esquina que por allá no hay ni que asomarse… Es mejor mantenerse a distancia portando el escapu-lario al cuello Si no uno se labra su propia condena-ción practicando tanto sexo. Comprobé que la vidente se sometió a los exámenes psicológicos solicitados por el obispo de la diócesis poco antes de que Su Santidad lo ordenara Prefecto de la Congregación del Clero en el Vaticano. El diagnóstico clínico advertía un peli-gro de esquizofrenia a causa de los contenidos repre-sentados en éxtasis Especialmente por contarles a los doctores sus visiones dantescas del infierno Por des-cribir las maldades de las sectas satánicas Por hablar de orgías y bacanales De prácticas de canibalismo y sacrificios de bebés así como de profanaciones de hos-tias por parte de pelaos que se desarrollaban en ellas. La última noticia que supe de Lucila fue que ingresó a un convento de clausura presionada por familiares y amigos Por las damas voluntarias de la Llave espi-ritual de la fe Por su director de conciencia Por los rockeros del barrio quienes al cabo de tres años com-ponían villancicos navideños Por los monseñores de

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la Conferencia Episcopal cuya travestida secretaria sudaba grasa cada vez que dictaba instrucciones pas-torales al pueblo de Colombia… Por la Sagrada Con-gregación del Rito para que los cardenales de Roma le pararan bolas al asunto Por los arcángeles San Miguel y San Rafael Por las almas de Santa Teresita y Santa Bernardita sufrientes Por la tradición de los Santos Padres de la Iglesia Por la historia universal y la sal-vación del mundo Especialmente de los muchachos impíos.

Me internaron De acuerdo. Arrastré una pipeta de oxígeno tropezando con ella en cada pasillo y por querer escaparme me amordazaron Luego me pusie-ron en un cuarto helado En una especie de cápsula donde frente a un crucifijo que Felipe nunca pudo arrancar porque estaba empotrado Me sedaron. ¿Por qué tenían que torturarme? En estos días de rabia quisiera volver a grabar para la radio de la Pontifi-cia Universidad Nacional de Colombia un programa que se transmita a todo el país el próximo Viernes Santo: Siete palabras paganas para que las madrastras de la Conferencia Episcopal que por esta época con gestos roscones absuelven a todos los hampones de Colombia se queden mamando. Padre Perdónalos porque no saben lo que hacen…

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El segundo tipo de actores lo constituían los miembros de la Junta Administradora de las Apa-riciones de Pereira De cuyos once integrantes logré entrevistar a todos excepto a la presidenta Una dama de la clase alta pereirana Doña Gladys del Opus que me dijo: —Tan pispo entrevistándonos pero ahora no puedo responderte porque me deja el avión de Miami… Si de algo te sirve decíme dónde te firmo Dónde testifico que me curé de un cáncer en el seno visitando el Paraíso de María… Por eso acepté que la Virgen me postulara en su Junta Porque había que agradecérselo ya que Ella es muy buena y hay que pedirle la paz para Colombia. Los demás miembros eran comerciantes y hacendados de Pereira entre los cuales estaban Teresita Mejía (la dama que compraba y vendía libros de toda clase de apariciones) En seguida los esposos Lizcano (economistas que enviaban a su único hijo a estudiar donde los gringos para librarlo de ser arrabalero) Luego los antioqueños Giraldo (tesoreros de la junta y propietarios de doce plantacio-nes de café) Después los profesores Trejos (carismá-ticos publicistas del fenómeno) Y no podían faltar las hermanitas Duque con su exótica tienda de unifor-mes militares «para que los jóvenes pereiranos apren-dieran a vestirse como machos y por ningún motivo se volvieran roscones…» ¡Ah! Y por supuesto toca nombrar a los industriales Jaramillo (propietarios de Papeles de Antioquia «un tanto arrepentidos de haber sido mormones y vendido a menos precio sus fincas

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cafeteras por culpa de las revelaciones del profeta») Y por último la viuda millonaria Adela Mesa que no sabía qué hacer con sus hijos descarriados hasta que a cada uno se le fue apareciendo la Virgen.

¿A qué ladrón bueno he de decirle Hoy mismo estarás conmigo en El Paraíso? Porque los hay buenos y sobre todo preciosos: completamente opuestos a los hampones de cuello blanco. A esos habría que azo-tarlos empelotos junto a las madrastras episcopales en plena Plaza de Bolívar Arrastrándolos desde el Capi-tolio. Cuando vivía en Medellín —en la Calle Junín junto al Parque Bolívar— descubrí cuatro clases de putos: aquellos que se vendían por necesidad —des-graciadamente los más feos— Los que pichaban por placer —lamentablemente muy locas— Los pelaos de ocasión —allí empezaba lo grato— Y los raqueteros: esos eran machitos muy hermosos que se dedicaban a seducir para robar y apalear a sus clientes… Alguna vez me enamoré de alguno. Recuerdo que incluso le escribí un poema: Llévate cuánto quieras Ladrón de mis sueños… A uno de esos delincuentes lo alojaría Me entregaría sin dudar a su compañía.

Los otros actores —del tercero al cuarto olvi-dando mejor al quinto tipo como solía decir a mis cole-gas— Eran los peregrinos-creyentes en las apariciones

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Entre los cuales había que incluir al pelao que fuera mi principal guía en semejante aventura Los peregrinos-foráneos provenientes de otras ciudades de Colombia y de países vecinos Y la población variable dividida entre turistas Visitantes esporádicos y espectadores de todas las profesiones que por ser hombres de poca fe no merecen ser mencionados. Buena parte de los peregrinos locales y extranjeros eran de estrato popu-lar y clase media Cuyas familias se caracterizaban por la ausencia de la figura paterna y un fuerte rol materno en su estructura interna Lo cual permitió la conver-sión de los hijos y el retorno del padre a los hogares Al tiempo que todos se sentían bastante preocupados por la descomposición moral de la sociedad y horro-rizados con la idea del juicio final retratada en el Apo-calipsis. En cuanto a los últimos actores Siempre me pareció preferible ignorarlos pues una intención poco ortodoxa los condujo a aproximarse a los creyentes A encararlos e indagar en sus secretos olvidando que sus testimonios mientras más veraces eran más simples Porque entre más simples tenían que ser más comu-nes y entre más comunes parecían más naturales pues así suele ocultarse de acuerdo con los místicos la sabi-duría divina.

Ahora me encuentro con el homoerotismo: Mujer Ahí tienes a tu hijo… Hijo Ahí tienes a tu madre… Esa debería ser la consigna para las próximas Gay

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Pride latinoamericanas: que los muchachos marchen con sus madres y amantes porque el padre desde su nacimiento los ha aborrecido. Que le digan a todo el que se topen por el camino Mamá lo sabe y no se acabó el mundo Al contrario: ella me lo alcahuetea y Allá usted mijo. Además mi amiga feminista Florence Thomas —a ella sí la nombro porque las otras géneras son dema-siado mamertas— podría hacer desde Carrefour una campaña diciendo ¡Chévere que adoptes hijos! ¿Para qué traer más criaturas al mundo? Con los que hay basta y sobra y mejor desarrollarse con los hermanitos.

Después de caracterizar a los actores identifi-qué tres instituciones que alteraban bruscamente las prácticas sociales de las personas relacionadas con lo sucedido: la familia La Iglesia y la comunidad. Los entrevistados aseguraron un fortalecimiento de los lazos de solidaridad al interior de sus familias: —Gra-cias al liderazgo de las madres que en la mayoría de los casos fueron las difusoras de la noticia mostrando a sus hijos buena parte de las fotografías que espon-táneamente habían tomado para dar testimonio de semejante milagro Se instituyó el rezo del Rosario en los hogares donde se renovó el altar familiar con las paredes repletas de imágenes de santos y advocacio-nes de todos las especialidades en las cuales se volvió a depositar la fe como resolutoria a las necesidades… Las mamás se encargaron de que sus hijos no volvieran

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a usar tangas ni pantalonetas estrechas Les colgaron el escapulario en el tobillo y la camándula en el pecho Les cosieron calzoncillos largos para guardarlos castos hasta el día del santo matrimonio… A las jovencitas les bordaron enaguas y tejieron mantillas para que se presentaran en el templo cubiertas por respeto al San-tísimo Sacramento… Y a los hombres les prohibieron salir de noche a las discotecas y lugares donde ¡Dios mío! Nuestros ancestros por quienes Doña Adela Mesa aún no acaba de pagar misas pasaban los fines de semana sinvergüenciando y ¡el Ángel de la Guarda nos ampare si alguna vez no se desordenaron entre ellos!

Elí Elí ¿Lama sabactaní? ¿Quién no se siente aban-donado ante la inseguridad demográfica de un país que se dedicó a cazar guerrilleros? Colombia es un desastre sin remedio —lo dijo hace tiempos Vallejo y yo aquí en este instante lo reitero. Hasta que no des-cendamos a los profundos abismos de nuestra historia atando en cada uno de los círculos del Infierno a los traidores y hampones que so pretexto de gobernarnos nos sumieron en este desbarrancadero Remontando inmediatamente cual penitentes la Montaña del Pur-gatorio para exorcizar terraza tras terraza a cada uno de los asesinos de la Nación… Nuestro país de paco-tilla jamás podrá contemplar un amanecer de nuevo.

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El fenómeno ocurrido le planteó un serio reto a las jerarquías eclesiásticas pues los fieles estaban tras-ladando el culto del domingo en la catedral al sábado en el potrero: —Monseñor no pudo apresurarse a desvirtuar ni a prohibir la liturgia en ese lugar ¡Ima-gínese! Tuvo que nombrar más bien una comisión de expertos para que estudiara el caso con toda serie-dad llamando a medianoche a los párrocos para que expresáramos nuestra prudencia por medio de ser-mones y avisos aclaratorios que básicamente dijeran que sólo los señores obispos después de una minu-ciosa investigación de los acontecimientos eran los únicos autorizados para dar aprobación canónica a las apariciones y mensajes de origen sobrenatural… Subrayando que la aprobación episcopal fundamen-talmente significaba el acuerdo de esas revelaciones con la recta doctrina de la fe y las buenas costumbres Además de autorizar el culto público y las peregrina-ciones oficiales a los lugares reconocidos.

¡Tengo sed! He ahí la esencial palabra y aquí no me dan ni suero. ¡Cuánto quisiera un sorbo de agua! Que alguien empape mis labios para calmar este aliento infernal con el que se sale de Cuidados Intensivos. Hace días que no enjuago mi boca y siento que la garganta me arde Las enfermeras tampoco se per-catan de ello. El procedimiento es muy sencillo: se toma el cepillo de dientes del paciente y se envuelve

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en un poco de algodón —un trozo de gasa sirve— Se empapa esa estopa con enjuague bucal y suavemente ¡Oigan bien Trabajadoras de la salud! Con total deli-cadeza se pasa por la lengua y el paladar del enfermo. ¿Mucho pedir? ¡Supongo que a ustedes no les pagan por eso! Siempre he sufrido de sed y sólo mamá se percataba de ello. Cuando me den de alta voy a llenar una jarra todas las noches junto a mi cama para no volver a vivir este suplicio.

La comunidad de Pereira no había respondido suficientemente a la difusión que se había hecho de tamaño acontecimiento a través de todos los medios de comunicación Hasta que de pronto el Jardín de la Virgen empezó a convertirse en un parque turís-tico donde una multitud de gente extraña acudía sin razón cada ocho días. Entonces varias voces qui-sieron hacerse escuchar: habló el gobernador por la cadena uno y el alcalde por la cadena dos Pero nadie sintonizó esas intervenciones porque en Señal Colombia estaba entrevistando Bernardo Hoyos al Mago Blanco: ¡Figúrese! Era una entrevista en vivo y en directo desde la piscina del Hotel Rialto en la que el señor Cadena le mostraba al país su colección de títulos académicos… Declaraba que en Pereira había un trastorno social grave Que toda la culpa era del Brujo Negro y sus satánicos Que ya no podían per-vertir más a los futbolistas con pensamientos sucios

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Que las misas negras del Papa Negro no funcionaban porque los jesuitas modernizaron los ejercicios igna-cianos Que apenas las sombras del demonio podían colarse entre los sueños con una amarga nostalgia de la juventud (de ese momento tan triste de la condición humana en el que se queman los últimos cartuchos)… Y ahí fue cuando el director de la Policía interrum-pió el programa de su vida para pedirle al doctor una declaración de sólo quince minutos ¡Como usted diga Mi General! Porque habían descubierto varios cen-tros satánicos donde adultos corrompidos recluta-ban jóvenes sicarios sirviéndose de la droga y de toda clase de perversiones para iniciar pelaos en las oscuras sendas de la delincuencia.

Todo está consumado y cual saldos de invierno y verano el maldito consumo nos consume. Como multitud —que somos todos y no los demás Así lo nieguen los sociólogos— seguimos comprando… ¿Quién da más? ¿Cuánto vale ese foulard? ¿Puedo pro-barme el pantalón? ¿Qué me dice de aquellas zapati-llas? El artista de las sopitas enlatadas —que cuando estoy en sano juicio recaliento— decía que el mayor placer de nuestra sociedad bien podía consistir en subastar el mundo. ¡Claro que sí! ¿Cuánto cuestas? El Infantino dorado en uno de sus mundos fantás-ticos sueña con congelar al Papa para que en el año dos mil cincuenta las eminencias reverendísimas de la

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Santa Madre Iglesia simplemente paseen en una basí-lica móvil a un muñeco por el ciberespacio a fin de solucionar con costosísimas bendiciones los conflic-tos de nuestra galaxia: ¡Bendita sea Su Santidad Gelatta! ¡Qué le vamos a hacer si de semejante patetismo no tenemos escapatoria!

Finalmente llegó el último día de mi estadía en Pereira y aunque quise concluir debí continuar con mi expedición mariana. Conocí a una familia de Bogotá que como tantas otras cumplía la promesa de viajar a los principales santuarios de apariciones simultá-neas de la Virgen en Suramérica: a Pereira (Colombia) A Cuenca (Ecuador) A San Nicolás (Argentina) Y a Betania (Venezuela). Se trataba de un paquete turís-tico organizado por el universitario Andrés González que también aseguraba ver de un momento a otro a la Virgen Y reunía en su casa del norte de Bogotá a una centena de los mejores ejemplares de niños y niñas bien de la capital que se cogían de la mano y se roza-ban las piernas durante las letanías para sentirse en comunión fraterna. Gracias a esa familia Integrada por el papá profesional La madre ama de casa y el tocayo del apóstol Logré aproximarme durante tres meses más a tres nuevos jardines virginales Camu-flando mi mirada escéptica entre ecuato-argentinos y venezolanos… Pero ese relato francamente lo quedo debiendo.

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Antes de que se rasgue el velo del templo Justo cuando se remuevan las lápidas de los cementerios pues un montón de Lázaros comenzarán a desenro-llarse en este mundo putrefacto —¡ya viene a escala planetaria la rebelión de los Muñecos de palo!— Corresponde decir con todo fervor postrados de rodi-llas ante el Santísimo expuesto: Padre ¡En tus manos encomiendo mi miembro!

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VIII

Las apariciones de la Virgen me obligaron a in-terrumpir durante un semestre la carrera. En agosto de mis veinte años pedí reingreso y como un des-quiciado empecé a seguir los últimos cursos Quería agotar los que me faltaban: Antropología física (con Vicente Rodríguez) Indicadores sociales (a cargo de Anita Rico de Alonso) Estructuralismo (con Fabri-cio Micolta) Una electiva sobre Pensamiento sartrea-no (dictada por Bernardo Correa) y Esta vez con toda seriedad Taller de técnicas etnográficas. A esa altura del partido no me explicaba por qué había aplazado una asignatura tan apasionante como Paleontología. En realidad se llamaba de otro modo: consistía en re-constituir la identidad de hombres desaparecidos a partir de sus cráneos. Recuerdo que por aquella época la Fiscalía le había entregado a la Universidad Nacio-nal un montón de esqueletos de víctimas del Palacio de Justicia en calidad de comodato… La verdad es que en el laboratorio dirigido por el profesor Rodrí-guez Todas las tardes a las cuatro en punto Se asoma-ba un espectro de magistrado (alto y robusto) Vestido

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con gabardina Quien con el paso de los días empezó a asustarnos. Nosotros quedábamos petrificados ante la serenidad objetiva de nuestro profesor y reputado científico formado en Rusia que nos llamaba: «¡Co-bardes!». Él argumentaba que en el oficio de antropó-logo era menester aprender a convivir con fantasmas. Anita Rico —omitiendo el apellido de su marido— no era una cuchilla sino todo lo contrario: nos enseñó a hacer buenas estadísticas hablándonos de esoteris-mo y leyéndonos el Tarot sabiamente camuflado entre sus trajes imitación Chanel… ¡Qué dirían sus colegas! Sobre todo cuando no se cansaba de repetir enrollan-do sus largas bufandas de seda que algún día en el De-partamento de Sociología se cumpliría el acertijo que ella profetizaba: Hésper Pérez Serás. Fabricio Micolta por contraste era muy aburrido. Pese a lucir magnífi-cos trajes de pana y excelentes zapatos de cuero minu-ciosamente combinados con sus anteojos tipo Joyce Debía sentir placer humillando a sus alumnos —ya dije que su verdadero sitio estaba en el Stanford bo-gotano Donde apenas ganaba la mitad de lo que le pa-gaban por capar clases en la universidad pública. ¡Pero qué va! Con la esposa millonaria que tenía Eso no le hacía mella. Me acuerdo que el muy hideputa expli-cándonos un capítulo del Pensamiento salvaje ridiculiza-ba a los estudiantes haciéndolos pasar al frente para que expusieran sus puntos de vista y en seguida cor-tarlos: —No entiendo ese detalle esotérico… Segura-mente estaba traumatizado con su colega Kika Reichel

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de los Andes a quien casi siempre descalificaba. De él lo único que aprendí fue que más valía leer por cuen-ta propia las Mitológicas pues la pedantería de ese señor era diametralmente opuesta a la simplicidad conteni-da en la metáfora levistraussiana de La miel y las cenizas. Bernardo Correa en cambio ¡Sí que era un maestro! Hombre de baja estatura y voz suave que preparaba con todo rigor sus seminarios. Era imposible entrar a clase sin haber leído los capítulos correspondientes al libro de Lo imaginario. Gracias a él entendí aspectos capitales de la disputa feroz entre Sartre y Camus Es-pecialmente porque el autor de El extranjero no pre-tendía formar sistema Salvo el de sus frases sonoras cortejando estéticamente el absurdo. Y ¡Ay! Las Téc-nicas etnográficas resultaron una pesadilla: lamenté no haber validado por suficiencia el curso que tiem-po atrás había tomado con el abuelo Arocha. Aquí se trataba de contemplar y aplaudir en un curso tipo pa-sarela Sin poder criticar las supuestas hazañas de los más connotados etnólogos y arqueólogos colombia-nos… ¿Qué cabía anotar de eso? Que los maestros con toda conmiseración enseñaban mil modos de rei-vindicar los derechos de indígenas y afrodescendien-tes —más desplazados y antisociales— llenándonos de mesianismo para que una vez profesionales fundá-ramos una ong a fin de captar excelentes ayudas de la cooperación internacional en nombre de los pobres.

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Dicen que como el Nazareno me he levantado de entre los muertos. En verdad sólo veo en la resu-rrección un efecto cinematográfico de los evangelios. Prefiero la literatura. Aquí el sudor es mi único rego-cijo: vivo nadando en él y así siento que la enfermedad se evade. También la diarrea me despierta Sobre todo cuando es explosiva. ¡Qué pena adorables enfermeras pero ustedes no llegaron a tiempo con el pato! Sí Con el bicho ese metálico que le alcanzan a uno cuando se toca el timbre diciendo Popó: te lo meten bajo las cobijas descubriéndote la bata Y ahora sí ¡Bienvenido! El problema es que cuando viene la corriente Ella no da espera. ¡Lo lamento!

Un semestre después de adelantar las materias restantes Varios estudiantes con afinidades similares convencimos al maestro Páramo de que nos dictara Laboratorio de investigación en Antropología social La última asignatura del pénsum. Pese a ser el vice-rrector académico Bien sabíamos que nuestros temas monográficos eran inéditos y sólo él podía orientarlos: las novelas de ciencia ficción Los sitios de lectura del Tarot en Bogotá El cuerpo en la ciudad y la ciudad en el cuerpo Expomoda Los juegos de rol Las prácticas mágicas del cementerio del Sur de Bogotá Los grupos alternativos del rock Las apariciones contemporáneas de la Virgen. Roque Páramo con todo gusto aceptó la propuesta y Manos a la obra: durante cuatro meses que

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duraba el semestre nos la pasamos visitando iglesias y museos Además de leer el célebre texto de Las estructu-ras antropológicas de lo imaginario. Desde aquella época me estrené como docente auxiliar o monitor académico. Mi trabajo consistía en preparar minuciosamente cada salida de campo así como en alistar todas las lecturas. De vez en cuando reemplazaba al maestro en alguna discusión a la que él no podía asistir y también califi-caba en primera instancia las previas. Fue así como se me ocurrió al final del semestre que nos retiráramos de la ciudad varios días En una suerte de salida espiri-tual para concluir el laboratorio. Y listo. Me encargué de reservar durante una semana el Monasterio aban-donado del Ecce Homo en Villa de Leyva que resultó ni mandado a hacer para nuestro propósito. Allí nos apropiamos de las instalaciones con el ánimo de dis-cutir los avances temáticos de cada uno. Visitamos el desierto de La Candelaria y un buen número de tem-plos coloniales Descubrimos un sitio donde no muy lejos del decadente convento la gente del pueblo prac-ticaba brujería Recorrimos el mercado el sábado y reli-giosamente todas las noches el profesor Páramo nos dictaba una conferencia en el refectorio. Al regresar a la capital con todo fervor nos despedimos un tanto tristes dándole un abrazo al maestro De algún modo presentíamos que jamás volveríamos a tenerlo en clase Él en cambio muy sonriente se declaraba satisfecho.

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En esta clínica hay dos clases de enfermeras: veteranas y aprendices. Las unas son madres rega-ñonas Las otras hermanas consentidoras —prove-nientes de Pasto o del Eje Cafetero. Me siento en un ambiente almodovarezco: de reojo las veo cuchi-chear Hoy una jovencita quería ponerme desodorante Debían podrirla mis axilas. Felizmente la matrona le dijo que se fuera acostumbrando Que en los hospi-tales así se lave a los pacientes Ellos transpiran. Y cierto Yo lo hago a borbotones y quien me quiere lo hace a sabiendas: con sudor Aliento y todo. Además suele ser bastante erótico Bueno Ciertas axilas —no todas— Por supuesto. Una vez Al otro lado del mar olí las de un jovencito que me enloquecía… De sólo dormir junto a su costilla amanecí lavado Completa-mente bañado Íntegro. Aquí la gente se escandaliza ¡Y de los franceses ni hablar! Torpemente dicen que son sucios ¡Si supieran! ¿Qué resulta más cochino: tener troncos de mierda en el culo o padecer de chucha o pecueca? Pues bien Los franchutes se inventaron el bidé hace tiempos Y no es para las mujeres como creen los machistas. En absoluto: sirve para limpiarse muy bien el hoyito: con agua y jabón después de evacuada la mierda. A los machitos cariocas les molesta —igual que a numerosos caleños— el sudor rebosante en los pies hermosos. A mí fundamentalmente me excita: ¡Ah Cuántas veces no he suspirado por mis bellos machitos en uniforme de educación física! Ahora miro hacia el suelo No veo gran cosa Ni siquiera los

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azulejos de La Habana Así es la vida Se enrosca como virus y bacterias.

Al regresar de Villa de Leyva nos enteramos por televisión de que Atanasio Moskus se había bajado los pantalones en el Auditorio León de Greiff y ante la presión de la godarria colombiana no le quedó otro remedio que renunciar a su cargo. Dos días después debíamos encontrarnos nuevamente en clase con el maestro Páramo. Fue una tarde lluviosa en la que como de costumbre sus alumnos lo esperábamos y Nada Él no daba rastro. En la noche reportó Cara-col que la ministra de Educación lo había nombrado rector encargado Y a la semana siguiente me llamó doña Irma para que fuera a la Rectoría a fin de recibir instrucciones de cómo concluir el laboratorio. Desde esa época comencé a enterarme de las funciones recto-rales o presidenciales de universidad Como las llaman en Europa. De algún modo los directores de mis tesis han pasado por esos menesteres Lo cual me enorgu-llece tras constatar que por más de que el sistema los atosigó Nunca fueron burócratas. Pero volvamos al despacho del señor rector de la Pontificia Universidad Nacional de Colombia (punc). Primero En la sala de recibo del quinto piso del Uriel Gutiérrez había tres gorilas que luego comprendí eran los guardaespaldas Segundo Doña Irma no dejaba pasar a nadie y con todo cariño su función consistía en negar al doctor

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Páramo: —Mi amor ¿Sabía usted que mi jefe no es de escritorio? Escriba una notica en esta libreta que yo se la paso… Ah Sí Ya veo Usted es el alumno del curso Mire Por aquí le dejó este sobre con las notas finales Hay que pasarlas en limpio. Tercero Los deslumbran-tes muebles de cuero a todo el mundo descrestaban… Cuarto El rector tenía una puerta secreta que tiempo atrás había mandado construir Marquito Palacio para aparecer y desaparecer a su gusto. Los gajes del poder —dirían algunos— Sí De algún modo… Aunque de la punc ocupando el puesto de rector se podía salir damnificado: después detallaré eso.

Entre todas las enfermeras de la clínica En Cui-dados Intermedios existe esta morena extraordinaria: Marlene. Me cuenta que al principio la ataqué Que la quería ahorcar no sé por qué diablos. Parece que acaban de trasladarla y ahora la tengo a mi cargo… Ah Sí Lo recuerdo: traté de matarla porque estaba dispuesta a entubarme Fue cuando me sedaron. Sentí que varios gorilas me hicieron un torniquete. ¡Qué pena! No sé cómo disculparme con ella pues admiro su profesionalismo. Primero No me trata en diminu-tivo ni como a un niño Segundo Dice lo necesario con cortesía Tercero Cuando me asea lo hace deli-cadamente y sin escrúpulos —sabe ponerle la dosis exacta de crema a mis nalgas— ¿Quién hace eso? Cuarto Me conversa de cosas cotidianas reconociendo

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que no soy un idiota… En fin No creo que practi-que ninguna ideología y espero que tenga a un churro de novio porque es bellísima. Si es así Se lo merece. ¡Ojalá que no sea un baboso y sepa corresponderle! Porque los novios ¡Dios mío! Si son hermosos Mejor que se callen. Cuando abren la jeta sólo dicen tonte-rías Y los feos pues ni modo. Si al menos tuvieran buena verga… Tampoco. Marlene querida: aunque mi reino no es de este mundo De ti me acuerdo grata-mente cada día. Jamás podré olvidar tus castos cuida-dos: en las noches cuando cambian de turno te llamo y ahora Desde este punto ¡Tan lejos Tan cerca! Siento que vas a aparecer cual hada madrina. En mis sueños creo que me traes compañía: ¡ya veo! Llegas con un muchacho hermoso para que me haga la visita… Tú no eres moralista y sabes lo que necesito: todo un varón que me alimente la hombría.

Con rector a bordo de un buque simbólico llegó el día de defender mi trabajo de grado frente a dos payasos: ante el yerbatero de Alberto Pinzón y junto al arribista de Fabricio Micolta. Bueno Todo ocurrió muy bien La Virgen se había aparecido Les eché el rollo de las estructuras antropológicas de lo imagi-nario. Ellos ni comprendieron Pero en todo caso me formularon varias preguntas: que cómo me sentí en el terreno Que qué tal la vidente y el guía que me llevó hacia su santuario Que qué pensaba de la danza del

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sol y los demás reflejos extraordinarios Que si a mí sí se me había aparecido la Virgen o al menos concedido algún deseo Que cómo había construido semejante teoría de los milagros Que qué maravilla tantas fotos. Hasta que al ingenioso del Micolta le dio por formu-lar una última duda: —¿Es usted católico? ¡Qué tal el malparido! Pasaron diez segundos infernales hasta que le dije: —¿Usted cree Profesor? Abandonando la escena juré olvidarme de la Virgen y dedicar el resto de mis días a la búsqueda del Divino Niño.

Una enfermera cómplice ¡Sabor de cerezas! De las chilenas que venden en París todos los veranos ¡A precios astronómicos! Pero deliciosas y sin reparo. Quisiera una copa de Chablis con aceitunas negras. ¿Quién me concede eso? Dicen que aún no puedo probar bocado. Cuando lo autoricen volveré a ser un bebé y tocará empezar por las compotas: las de pera siguen siendo mis favoritas Bueno También las de Gauchito —lo admito. Tengo mucha hambre y ruego a Mahoma que los torturadores lo comprendan Que dejen la asepsia porque no estoy en Guantánamo. Imploro a todos los budas que les hagan entender a mis distinguidos doctores que no quiero más tubos que vomitan soya insípida Ni siquiera bienestarina. ¡Por amor a Cristo Rey que no me inyecten más suero! De niño papá me lo daba como limonada. Quiero un verdadero desayuno y nada de avena Si gustan les

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admito un caldo de costilla Eso: el pot-au-feu nues-tro. ¡Lástima que no lo acompañemos con pepinillos! Delirios y más anhelos gastronómicos: si el enfermo pide comida es un excelente signo: ¡Quiero vivir! ¿Acaso no se dan cuenta? ¡Condenados!

Recuerdo mi grado de científico social en el León de Greiff hace ya veinte años. Una tarde de sol que encandilaba Yo estrenando un traje de paño azul marino con bota italiana Zapatos negros y no tan brillantes de amarrar Más un buso gris cuello de tortuga —en aquella época odiaba las corbatas. Y la misma escena La de siempre y todas las veces con los familiares y amigos en fila india felices y a regaña-dientes Aunque eso sí miles de machitos hermosa-mente ataviados con trajes oscuros y medias blancas exquisitamente calzadas entre mocasines. ¡Bendito sea el Amado! Atropellado con mis padres ingresa-mos al gran auditorio cuando ¡Oh sorpresa! El teatro de solemnidad estaba revestido: apareció el rector con el Consejo Superior Universitario… Se acomo-daron los distinguidos miembros en la mesa prin-cipal y Después de los himnos de rigor El profesor Roque Páramo proclamó un discurso sobre los ritos de paso —uno que por cierto también he memori-zado— Eso fue todo. En seguida tocaba pasar a las facultades: en mi caso a la de Ciencias Humanas. Allí En el Auditorio Camilo Torres doña Rocío Botero

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—la decana— me entregó el título de antropólogo. ¡Quién lo iba a imaginar! Veinte años después fui yo desempeñando esa misma función quien la graduaría de doctora universitaria.

Vueltas y más vueltas Me revuelco. Ensopado en sudor ya no me atan. Gracias a Marlene La enfermera jefe autorizó una tregua. ¡Bendita entre las ataviadas de blanco! Cada movimiento es como un nuevo ama-necer El sueño de una noche de verano. ¿Cuántos ruiseñores? He perdido la cuenta. Como cada desas-tre de los amores estudiantiles que pasan de largo. Empero Todo es distinto y las ganas de renegar me aburrieron. Me he vuelto tan paciente que estoy sor-prendido Ni siquiera pido que vuelvan mis fantasmas Bueno ¡Salvo mis gatos! Gauchito Mitzuko Igorino Ambrosio y los que faltan. Benditos los que acudan al llamado de su amo. ¡Hosanna en las alturas! Escucho voces que cuchichean Algunos ríen… ¿Quiénes están ahí? ¡Respondan!

Tras graduarme de antropólogo me sobraron los empleos. Primero Otro religioso amigo de papá qepd —a quien por su humildad y sabiduría no nece-sito elogiar— El Hermano Martín Carlos (Fundador de la Universidad de la Salle) Me nombró profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de ese claustro.

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Segundo Un colega me presentó a Fernando Álva-rez quien me invitó a dictar clases de Antropología y Sociología en una facultad recién creada de la Fun-dación Universidad Central de ese entonces. Tercero Roberto Pineda —mi antiguo profesor de Historia de la Antropología en Colombia— a quien el director de Colcultura acababa de nombrar jefe del Instituto Católico de Antropología Me llamó para que creara la primera red colombiana de investigadores socia-les. Cuarto El cura Córdoba que me había bautizado Me pidió que dictara un seminario sobre espacios de lo sagrado en la Facultad de Artes de la Universidad Javeriana. Y dicho y hecho: le aposté a todos. Ahora sí sería feliz gracias a Dios: mis alumnos ya no eran ima-ginarios. Empecé a elaborar los programas A sedu-cir con mis cursos y Claro Descubrí sin pronunciarlo en tono muy alto que mis pulsiones estaban allí con-centradas: quería jugar a las escondidas con los estu-diantes y que ellos conmigo gozaran. Fue así como conocí a los mejores ejemplares de mi vida Al punto de que a uno de ellos —hoy futbolista famoso— de vez en cuando le acariciaba las piernas explicándole por qué la masturbación es todo un rito si se rea-liza bien acompañado. La cosa de la investigación en cambio me pareció aburrida: entender que la ciencia —en todo caso la social— consistía en una enreda-dísima telaraña… Desde entonces jamás he podido tomarla en serio: ni las indexaciones Ni las propues-tas Ni los proyectos y menos las metodologías que

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pontifican a-b-c-d o los parámetros que los nostálgi-cos de lo absoluto establecen predicando la sacramen-tal fórmula de tesis-antítesis-síntesis… Ni siquiera lo que los nerdos llaman Bibliometría. ¡Imagínense! Hay gente tan amargada en la vida que se dedica a eso: a medir citas de autores y obras.

Ahora reconozco a los tres indiecitos: Jaime Edgarinos y El Infantino. Esas eran las siluetas que me vigilaban en la Alta Guajira. ¿Todo era un deli-rio? Como tantas cosas que creemos. El más alto —Felipe— Luego El más amplio —Edgarinos— Y el más nervioso Jaime: mi profesor de francés ateo. ¡Dios mío! No le pasan los años… Además la barba le luce. ¿Realmente eran ustedes mis ángeles custodios? Pues muchas gracias porque no sé cómo me salva-ron. Hospitalizándome los doctores querían hacer lo que se les venía en gana: buscaba el medicucho Vive-ros por todos lados un tal «neumococo pulmonar» Indagando a escondidas de los tuberculosos del Santa Clara así tuviera que mentirle al ministro de Agri-cultura recién inscrito entre sus protocolos. Para ese doctorcito todo valía por la ciencia o Mejor dicho Por el prestigio de seguir ascendiendo como jefe de Cui-dados Intensivos de La Marly… ¿De quién hablo? No me hagan caso. ¿No ven que estoy reconstruyendo un delirio? Así se llamaba el malparido que me inyec-taba en el desierto. Ahora lo recuerdo: ¿Viveros o

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De Viveros? Un apellido tipo supermercado aunque en todo caso jamás pudo ser Carulla porque aque-llos sí son de buena familia. En este instante necesito música Por favor Un poco de música. Creo que me hice entender o ya lo habían adivinado Afortunada-mente me alcanzan el aparato y está bien Hagámosle publicidad al difunto Steve Jobs: ¡Bendito sea el iPod!

Un semestre después la felicidad de enseñar se iba disipando. Las enormes minucias de la dicta-dura de clases sumadas al moralismo administrativo me aburrían. Si continuaba así Terminaría espe-rando una pensión cual taxista-profesor a los setenta años Y eso ni amarrado: tenía que huir de Colombia No cabía duda. Entonces a conseguirlo. Fue en ese punto cuando acudí a una magnífica colega del pro-fesor Roque Páramo La bellísima historiadora uru-guaya Ana-María Urán que de tiempo atrás el rector me había presentado. Con ella y otros profesores nos reuníamos todos los jueves al caer la tarde en el apar-tamento de un cura incapaz de confesar abiertamente sus fervores insoportables para estudiar religiones comparadas. Allí me enteré de que ella viajaba y la invitaban de todo el mundo Supuse que con su expe-riencia internacional podía orientarme para conseguir una beca. Ni corto ni perezoso se lo dije y ella son-riente no me inculpó por el atrevimiento. Al contra-rio Gracias al profesor Páramo Ana-María conocía mi

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trabajo de grado. Entonces me invitó a formar parte del Instituto Colombiano para el Estudio de las Reli-giones que en ese momento estaba fundando. ¡Qué grata noticia! La historiadora uruguaya se convirtió desde entonces en una especie de madrina: con ella desarrollé numerosos proyectos y me seguí formando hasta que meses después consideró que ya estaba listo para partir al extranjero. El francés impecable apren-dido con Jaime González me ayudó cuando llegó el momento de llenar un formulario y presentar una candidatura. Yo quería estudiar una maestría en Filo-sofía A ella la acababan de nombrar profesora invi-tada en la Facultad de Humanidades de la Católica de Lovaina. Partió pues con el propósito de hallar para mí algo. A los quince días recibí un fax del Departa-mento de Filosofía de la ucl: el profesor Emmanuel Lévinas estaba dispuesto a dirigirme. Yo no cabía de alegría. Mi proyecto de estudios guardaba una enorme afinidad electiva con el pensamiento del célebre filó-sofo. Comencé a hacer los trámites para poder sufra-gar mis estudios Decidí presentarme a las dos becas más importantes de la época: a la de colfuTuro y a la de colciencias. Así las semanas pasaron cuando de repente ¡Oh sorpresa! Por la prensa supe que al profesor Lévinas lo acaban de internar en un hospital parisino… Ana-María me llamó para confirmarme la noticia Me dijo que también iría durante unos días a la Ciudad Luz a dictar un ciclo de conferencias. Sin pen-sarlo dos veces le pedí que retirara mis documentos

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de Lovaina y se los llevara para La Sorbona Ella así lo hizo. Entonces —cuando se cerraban las inscrip-ciones oficiales ante Colciencias— recibí otro fax fir-mado por un latinoamericanista amigo de Ana-María que me aceptaba en una maestría en Antropología y Sociología de lo Político En la Universidad de París Viii. Así presenté los papeles y Bueno Me gané la beca.

Con gestos y gemidos convertidos lentamente en palabras saludo a mis amigos que sin asco se acer-can Quieren besarme pero no los dejan: no se pueden quitar los tapabocas Así es la asepsia. Sus rostros me contagian de alegría. —¿Tan mal estuve? Ahora com-prendo por qué dicen que regresé de ultratumba: sin-tieron que me perdían y se equivocaron Supongo que seguiré dando lora. Por ahora no tengo cómo agra-decerlo: ustedes son lo máximo Bien saben que los amo ¡Figúrense! Aún delirando estaban conmigo. ¡Ah Gracias por el bicho! Felipe ¿Puedes encen-derlo en el último de La novena y ponerlo justo en mis orejas? Apenas voy recuperando el movimiento. ¡Uf: qué magia! Un equívoco No importa Ya mismo me pierdo… Es la marcha militar de mis soldados veraniegos: ellos van dando vueltas cual pergoleros de la Nueva Guinea. ¿A quién le coquetean? Franca-mente espero que a su superior pues me doy cuenta de que no estoy completamente curado… ¡Aleluya:

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sigo siendo el mismo! Ya sé Voy a tratar de cambiar el cursor Mejor dicho No tan rápido… ¿Tan contento estoy con el juguete? Empiezo a jugar al director de orquesta Hasta luego Medellín y ahora sí pongamos el cuarto movimiento La alegría de todos mis feli-nos. De una vez voy al coro que luego repararé en las voces de los solistas No aguanto Es como una eya-culación que nadie puede detener ¡Viva la vida! Jamás me pidas que cambie el gozo por el remordimiento.

Antes de cruzar por primera vez el Atlántico me habían invitado —gracias al instituto creado por Ana-María Urán— a un Congreso Internacional de Historia de las Religiones En México. Un profesor muy amable y distinguido Que siempre usaba gomina en el cabello —llamado Roberto Maxferrer— De la Escuela Nacional de Antropología Sería el anfitrión del encuentro. El certamen estuvo muy bien organi-zado en el fantástico Claustro de Sor Juana: durante cinco días pude compartir con investigadores sociales de casi todas las religiones del mundo. Coincidíamos en la vitalidad de nuestro campo de estudio frente a la fragmentación inevitable del catolicismo y la emer-gencia de incontables protestantismos —no tanto de los históricos sino de los pentecostalismos— a escala planetaria. Algunos colegas dibujaron los árboles religiosos de sus respectivos países Otros prefirie-ron hablar cual iluminados de las múltiples clases de

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espiritualidades prehispánicas y afroamericanas De la guerra espiritual y los tele-evangelismos De la Nueva era y la nebulosa místico-esotérica reinante De los problemas planteados por la laicidad y la seculariza-ción De las implicaciones político-culturales del Islam Del no proselitismo de los judíos junto a lo difícil de tratar como religión al budismo De las relaciones entre poesía sufí y homoerotismo Del fútbol y el rock en tanto manifestaciones de las emociones más pro-fundas Del declive de las iglesias frente al creer inter-subjetivo En fin Del culto a los santos y del miedo a los ovnis así como de las apariciones contemporáneas de la Virgen. En medio de tanto rollo Conocí a un profesor de La Sorbona experto en sociedades secre-tas: el historiador Pierre-Antoine Fèvre Quien me aseguró que cuando estuviera en París con todo gusto podríamos conversar en profundidad de mis inves-tigaciones. En medio del congreso nuestro anfitrión del modo más simpático nos hizo una visita guiada del centro histórico de Ciudad de México: nos llevó a una magnífica exposición de pinturas del barroco en el Palacio de Iturbide que por lo visto a él no lo impactó lo suficiente Luego fuimos al Zócalo y a la Catedral Recorrimos íntegra la sede del gobierno. Allí mi sorpresa fue constatar cómo aquel hombre que se preciaba de laico y liberal nos detuvo ante una esca-lera gigantesca donde había un enorme grabado de Diego Rivera que cuenta fabulosamente la historia de México. Detalle a detalle El caballero ejemplar se

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transformaba: sin pensarlo dos veces nos enseñaba el catecismo de su pueblo. Concluida la visita nos llevó a cenar a Coyoacán Ese lindo barrio me encantó y allí probé el más grato mezcal de mi vida… Pero como lo bello es efímero En la madrugada debía partir… Al día siguiente —una vez llegara a Bogotá— ten-dría que hacer volando las maletas para abordar el tubo que me conduciría por primera vez a mi eterna Ciudad Luz de Soledades.

Tras cuatro conciertos seguidos o escuchas con-secutivas Un enfermero alto Muy bello y fornido Con su cráneo rapado interrumpe mi fabuloso orgasmo. Entra a mi cuarto con un monstruo: la máquina de placas ambulante. Dice que debe tomarme una para que los doctores sepan lo que en adelante harán con-migo. Lo autorizo sin reparo Él anuncia que me va a prestar ayuda y cierto Él hace casi todo: me quita la bata Acerca mi pecho a las plaquetas heladas Me sujeta con fuerza y consuela con palabras y gestos para que soporte el brevísimo martirio. Listo. En esas entra una enfermera dizque con mi almuerzo: una espe-cie de sopa. ¿Es para mí? ¿No se habrá equivocado? ¡Cómo! Si hasta ahora no he probado bocado. El enfermero sin más comprende y Sin ser su responsa-bilidad De puro chévere vuelve a incorporarme y no permite que la tonta que ha ingresado con la comida deje la bandeja tirada. Él la toma y cuidadosamente

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la coloca a la altura de mi pecho Realmente me auxi-lia. Paso a paso me permite recordar cómo se toman los alimentos: coloca una cuchara en mi mano dere-cha Luego un poco de caldo Lo pruebo El siguiente sorbo y los diez o veinte que restan —el enfermero acaricia mi cabeza y sonríe— Ahora la bebida: un jugo de lulo que me transporta al Paraíso.

Todo un tumulto en El Dorado No voy a hablar en esta ocasión de eso. Sólo subrayo que no tendrán perdón de Alá los usureros que a punta de terror —para supuestamente impedir que en las aerolíneas a los pasajeros les camuflen coca— convencen a los ingenuos de forrar sus male-tas con plástico. Evoco el costado siniestro del segundo piso del terminal aéreo: las terribles escenas de despe-didas de familiares y amigos llorando: —¡Llámanos tan pronto aterrices y cuídate mucho! Hasta luego. Un tres de octubre —vísperas de San Francisco— Pre-senté mis documentos y pasé a la fila respectiva para que los amables detectives del das en mi pasaporte pusieran un sello: —¿Adónde viaja? —A Francia. —¿Viaje de placer o de negocios? —Voy a estudiar —¿Y eso? —Voy a hacer un doctorado. —Siga. Ni siquiera me desearon Buen viaje. Inmediatamente me topé con un montón de tiendas donde vendían café y arequipe Perfumes y gafas de sol más toda clase de baratijas que sin necesidad de pagar impuestos se llevaban como obsequios al otro lado del Atlántico.

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Luego otra fila y nuevos controles hasta llegar a la puerta sexta donde faltaba la última requisa. En seguida una espera turbia —como de quince minu-tos— y al final empezaban a llamar a las mujeres y a los niños. Más tarde por orden de asiento ingre-saba observando que los pasajeros de clase ejecutiva podían presentarse en cualquier momento. A mí me tocó una ventana como a la mitad de la nave y al lado un señor que se descalzaba. ¡Lástima que no fuera un pelao! Los demás protocolos todos los sabíamos y si no era así De malas. Tras el cierre de la puerta prin-cipal y con el cinturón bien abrochado Las azafatas de Air France empezaban a pasar fumigando Puri-ficando el aire antes de que el avión arrancara. Diez horas de vuelo nos aguardaban y entonces a leer lo que pudiera o a ver las películas de las que evidente-mente jamás me acordaría Ni modos. Muchos años después pude constatar que tomar un vuelo trasatlán-tico en clase económica era bastante similar a ingre-sar a un hospital en estado de emergencia.

A la hora postrera Cuando la tarde se convierte en noche Me embarga una terrible tristeza. El Infan-tino llega para saber qué más necesito. Me cuenta que todos al mediodía se fueron muy contentos Cambio entonces de cara Le sonrío y digo que también yo estoy muy feliz de verlo. Le hago señas de querer escri-bir y él me alcanza una tabla con papel y marcador y

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allí dibujo: primero La última imagen de El principito que se la dedico Después lo pinto a él Luego a Edga-rinos En seguida a Jaime con Carlos-Guillermo y a Leonor Más tarde al abuelo Lerner En seguida a la profesora Beatriz y a otros colegas… Así sigo garaba-teando y rayando hojas Como cuando calificaba los exámenes de mis alumnos imaginarios. Recuerdo que soy profesor y ya no me desvela ese oficio Vuelvo a jugar sin más Como si fuera un niño. Hacemos una pausa y Felipe pregunta si me puedo levantar Le digo que aún no lo he intentado Que tengo una sonda Él dice que no importa Que si quiero me ayuda. Tras evadir el reto hablando un montón de veces del agua de colonia de la vecina De los jabones de verbena y las lociones que me tienen alucinando… A la cuenta de diez me atrevo. Establezco contacto con el piso y lentamente reconozco desde otro ángulo el mundo que me marea.

Once horas en Francia y para mí eran las cinco de la madrugada. El airbus AF840 (procedente de Bogotá) aterrizó en el Aeropuerto Internacional Char-les de Gaulle También conocido como Roissy. En esa época los aviones que venían de países de quinta no contaban con autorización para parquear en una de las ramas del terminal aéreo. Dejaban a los pasaje-ros perdidos entre la niebla A kilómetros de distan-cia. Un busesito llegaba a recoger primero a los de

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clase ejecutiva Minutos después al resto de la manada. Así alcancé a reclamar mi equipaje al medio día y en seguida tuve que mostrárselo a los agentes de seguri-dad que empeñados en buscar cocaína revisaron mis maletas. Finalmente atravesé la última compuerta y ¡Aleluya! A continuar con el martirio. Tocaba cam-biar dólares por francos para pagar el autobús que me llevaría hasta el Arco del Triunfo —aún no se habían inventado el euro ni establecido la comedia del Indisociable Espacio Económico Europeo. En la calle haciendo fila Por primera vez supe lo que era el viento helado Un gorila guardó mi equipaje en el maletero y subí al pullman aturdido Trataba de soñar desde la ventana. ¡Qué día más gris! Quise decirle a mi reflejo. Tras una hora desperté del embrujo Junto al arco del que mi padre sin conocerlo De niño me había pintado: lo admiré como pude arrastrando todo mi peso hasta un acopio de taxis donde abordé uno que me llevó al Distrito xiV Hacia un convento fran-ciscano El lugar de mi hospedería. A dos cuadras de la Calle Alésia estacionamos frente a una iglesia de ladrillo Y ante el único portón establecido toqué una campana. Al cabo de algunos segundos un anciano se asomó y me dio la bienvenida: —Ah ¿Usted es el joven recomendado por el padre Lugo de Colom-bia? Siga ¡Bienvenido! Pase por aquí y tenga cuidado con la escalera. ¡Eso! El último al fondo es su cuarto Aquí tiene la llave y apúrese porque ya casi se acaba el almuerzo… Hoy es el día de nuestro Patrono. Dejé

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arrumadas como pude las maletas y volé al refec-torio. En efecto los monjes estaban culminando su regocijo cuando el mismo anciano que me atendió en la entrada me invitó a la mesa y me sirvió comida: budin noir aux pommes Mi primer plato parisino. Sabía a gloria. Más tarde acompañé a los frailes al ritual de lavar la loza y casi cayéndome estreché las manos de algunos: —Hasta mañana.

Mientras converso con Felipe Otro enfermero amable vestido de overol caqui ingresa Saluda y anun-cia que mañana me trasladarán por fin a un cuarto exclusivo. ¡Te das cuenta Señor! Al fin me hiciste un milagro y del mismo modo me sacarán de aquí mañana Así lo presiento. Continúo observando a mi alrededor el mundo: la cama elástica Una mesa de noche A la derecha un crucifijo empotrado y aquí una silla incómoda que se pliega junto a otra metá-lica —las monjas tacañas no compran los muebles de madera. Repentinamente me acuerdo de Gauchito y le pregunto por él al Infantino: —Está muy bien y bastante gordo. De él ya hablaremos.

Cuatro días de retiro ¡Suficientes! Yo no había venido a París para encerrarme en un convento. Al cabo de ese tiempo me propuse averiguar qué había pasado con un dossier que meses atrás había llenado

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desde Colombia para obtener cupo en una de las casas de la Ciudad Universitaria. Recuerdo que toda una tarde me la pasé marcando y nada. Entre tanto me propuse buscar a un amigo trompetista de la Filar-mónica que en otro tiempo tomaba clases de fran-cés con Jaime González y era muy amigo del artista Luis Caballero. Él muy amable me dijo que si quería podíamos compartir su taller bastante espacioso Que allí yo podía quedarme Y dicho y hecho: cambié el sagrado monasterio por cuatro días más de desen-frenos. Al cabo de ese lapso me arrepentí pues mi nuevo anfitrión era un adicto: una tarde de vagabun-deo Llegando al apartamento cercano a La Bastilla Observé de lejos una patrulla de la Policía… Resulta que al bendito trompetista le gustaba mambear coca Cosa complicada en París para un extranjero. Me dije que en cuanto el chico lo arreglara su protector Al día siguiente partiría de allí así tuviera que dormir a la intemperie. Y obvio El pintor de pastorcillos enfer-mos salvó a su mancebo. Aquella noche tuve el honor de conocer a Luis Caballero: era de muy mal genio y detestaba a los colombianos. Debí caerle muy bien porque al final de la velada me regaló una serigrafía. No obstante mi decisión estaba tomada: a la mañana siguiente lo primero que hice fue volver a llamar a la Ciudad Universitaria cuando ¡Sorpresa! En una de sus casas —en la Maison des Provinces de France— había un cupo a nombre de Monsieur Sanabria y Si no lo tomaba se lo asignarían a otro. Inmediatamente

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partí con mis maletas hacia el 55 Boulevard Jourdan Y desde entonces me instalé en un estudio con balcón exclusivo.

Todo lo juntan: los chécheres que caben en dos bolsas ¡Ah! También hay un pequeño maletín donde guardan mis atuendos. ¿Qué se llevan? Los imple-mentos de aseo: jabón-dentífrico-champú-desodo-rante-cremas Cepillos y seda dental más cortaúñas. Todas esas cosas que a uno le llevan al hospital y dejan en manos de las enfermeras. Marlene aparece y le sonríe al Infantino: contrario a las demás no le pregunta si es mi hijo De sobra sabe nuestro paren-tesco. Le sugiere que ahora sí vale la pena que me traiga piyamas Levantadoras Un par de sandalias Y si puede cuadernos y estilógrafos para que escriba. ¿Por qué no un computador? Eso sí valdría la pena. Este procedimiento sencillamente es un trasteo. Mi estadía en Cuidados Intermedios ha sido cosa de un día. ¡Siquiera! Ya estoy listo Cuando digan doctores. ¡Fíjense que ya no opongo resistencia!

Desde la tarde del 12 de octubre de 1995 Día en que ingresé a la Cité-U Me dispuse a conocer la Universidad de París Viii donde el latinoamerica-nista amigo de Ana-María Urán me había recibido. El alcalde Chirac acababa de trasladar ese campus

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por revoltoso: ahora quedaba confinado en un subur-bio cuyo único atractivo era que muy cerca se encon-traban enterrados los restos de los reyes de Francia. Emprendí pues la odisea. Tras una hora en tren y luego media en autobús (aún el metro no llegaba hasta el sitio) Las instalaciones parecían locales comerciales para vender artículos de contrabando. La única dife-rencia era que todo estaba envuelto en un completo desorden y las paredes vomitaban afiches con con-signas revolucionarias. Lo inevitable había ocurrido: a los intelectuales bochornosos los habían expulsado del hermoso bosque de Vincennes y nunca más vol-verían a tener una torre de marfil sino semejante castillo de terror para sus discusiones filosóficas. Tratando de hallar el lado amable busqué el Depar-tamento de Antropología y Sociología… La secreta-ria gentilmente me dijo: —Las clases comienzan en tres semanas Pero si quiere inscriba ahora mismo sus cursos para que no pierda la venida. Así lo hice: tras detallar uno a uno los programas Matriculé las asig-naturas obligatorias de todo el año. Se suponía que las electivas las podía ver en algún lugar más civilizado. Decidí tomar los cursos de Sylvain Lazarus sobre Antropología y Sociología urbanas De Emmanuel Méndez-Argot en torno a Problemas de Ética y Esté-tica El de mi bendito director (José González-Díaz que lo dictaba en París y se apodaba: Religión y Polí-tica en América Latina) Y el de Cornelius Castoriadis llamado Institución imaginaria de las sociedades.

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¿Para qué resistirse si el viento paráclito me transporta? Simplemente me dejo conducir Acabo de escribirlo. Voy a hacer de cuenta que estamos en agosto y es tiempo de salir a una manga sin amarras No quiero cubrirme el pecho. Abandono pues abrigo y bufanda Y en camisa quiero salir a la explanada. Ya no tengo padres o maestros que me lo prohíban Incluso ellos mismos —pese a mi tos— lo admiti-rían: —Doctores Por favor No teman Quiero ser ese niño elevando una cometa…

Hacía ocho semanas que de la Cité-U rumbo a Saint-Denis y otras veces al centro de París cual cole-gial entusiasta seguía varios cursos. Pese a las difi-cultades de tener que viajar hasta el otro extremo del mundo Los maestros resultaron ingeniosos. Las clases de Lazarus y su calva de San Antonio eran todo un acontecimiento: en cada nueva sesión acababa de regresar de la China o de la India Y con pasión nos hablaba de ciudades extraordinarias. De Méndez-Argot me fascinó su tono de voz grave y el rigor con el que estudiamos la Ética de Spinoza: dedicamos semanas enteras a desentrañar una frase: ¿Qué puede un cuerpo? En cuanto a Castoriadis Él era un psicoana-lista atípico y bastante neura que sólo hablaba y nunca escuchaba pues en sus clases deliraba peleándose con

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Lacan por culpa de tres términos: lo real Lo simbólico y lo imaginario. Nosotros cual discípulos indignos A duras penas tomábamos nota. Y de mi bendito tutor González-Díaz ¿Qué me cabe recordar? Su curso aún no arrancaba Él estaba en misión en Guatemala y el seminario sobre Religión y Política era en el segundo semestre. Así me atrapó entusiasta mi primera Noche Buena lejos de casa. Al medio día del veinticuatro de diciembre de mi primer año en Europa Recibí una llamada del superior del convento donde el día de San Francisco había llegado. El padre Luc Mathieu me invitaba a que —si no tenía plan alternativo— acudiera desde las veinte horas a la Rue d’Alésia para pasar Navidad con los fratellos. Por supuesto que fui y gocé mucho: eché de menos la vida que precipita-damente había abandonado tras mis primeros días parisinos. Asistí a la misa de gallo Cantamos y cena-mos exquisito cuando Al despuntar el veinticinco El anciano de la portería nos sobresaltó a todos: en la clí-nica de la esquina acababa de fallecer el gran filósofo lituano Emmanuel Lévinas y quienes quisiéramos podíamos darle el pésame a su hermano. Inmediata-mente en compañía del padre Mathieu y otros frailes me dirigí hacia el hospital vecino Recorrimos algunos pasillos Subimos por una escalera hasta que al final llegamos a un cuarto enorme e ¡Increíble! Desde el estupor contemplé durante algunos instantes al maes-tro que tiempo atrás para dirigirme una tesis con toda gentileza me había escrito.

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Tras oTro paseo en camilla ambulante Nueva-mente el ascensor y más recovecos. Heme aquí re-costado en la habitación 506 de la Clínica Nueva de Nuestra Señora de la Magdalena Donde muy pronto recibiré visitas. Ahora sí me siento en un confortable cuarto de hotel para reposar tras una larga agonía. La habitación es espaciosa y posee un gigantesco venta-nal que transparenta las torres y el campanario de una vieja iglesia También observo que algunos árboles ro-dean mi nuevo cautiverio. ¡Qué bueno! Al menos un cuadro de naturaleza muerta me hará compañía. Me alcanzan un control remoto para la televisión que sin mayor desdén me niego a usar porque en todos los canales hablan de lo mismo: de la boda de Guiller-mo y de la beatificación de Wojtyla. Al fondo me di-cen que hay un baño para mis necesidades Que si lo deseo puedo ducharme. ¡Vaya! Por fin reconocen que soy mayor de edad ¡Quién lo hubiera imaginado! Y una excelente noticia: a mi diestra hay un sofá y varias sillas confortables para los amigos. Si tú quieres Pue-des quedarte esta noche conmigo.

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La Cité Internationale Universitaire de Paris quedó grabada en mi inconsciente como el sitio ideal para tener un cuarto propio. La Maison des Provinces de France (Mpf) me acogió como huésped durante cuatro largos años Durante los cuales no hice otra cosa que disfrutar del paisaje y escribir ante un balcón que me abría una ondeante cortina roja De cara a un her-moso bosque. Cientos de veladas literarias Cinema-tográficas Teatrales Musicales o simples rumbas que los estudiantes de todo el mundo hacían cada fin de semana marcaron el compás de mi estadía. Y un excelente restaurante —donde cada día había cinco menús distintos de comida internacional— recreó el ambiente perfecto para perseverar en mis estudios sin necesidad de creer que la vida estaba en otra parte. Allí hice inolvidables amigos: el machito más tierno de mis tiempos parisinos Loïc Dumont —oriundo de Aix en Province que estudiaba Ingeniería en la Escuela de Artes y Oficios— Marc Wagner —un sin igual londinense amante de la ópera con quien durante largas veladas escuché magníficas arias— La argentina Peñalva —apodada con todo cariño Susana de los Espíritus— Y el primer novio oficial que tuve en la vida: el matemático y actor Vincent Delhaye A quien desde la primera ocasión que abracé llamé sin vacilar «Gamín de ruda belleza». Con ellos viajé por casi toda Europa y aprendí un montón de recetas para

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hacer la vida más amable Descubrí el Mediterráneo y el Mar del Norte valorando aquellos imponderables que pasando por olores y sabores me permiten aún proclamar: ¡Viva la vida!

Un amigo es aquel que te acompaña en medio de la soledad El punto capital radica en no pregun-tar gran cosa En poderse quedar cual par de amantes en silencio. Hablar y hablar es una necedad Basta con mirarse a los ojos. Cuando escribía los primeros párra-fos de esta ficción —justo antes de que me enfermara e internaran— Gauchito Cointreau Mi gato adorado Trataba de juguetear conmigo. En seguida compren-dió que este rollo del fervor iba en serio y simple-mente se ponía ante el balcón durante horas mirando al horizonte lejano… Luego se cansaba y volvía a ron-ronearme para que le prestara atención Yo hacía una pausa y era todo. Jugábamos con sus pelotas de caucho Él correteaba hasta que nuevamente debía regresar a la mesa Pero la fiebre lo impidió y tuve que meterme con el felino entre las cobijas para que no nos comiera el zorro. Ahora yo estoy aquí esperando al Infantino dorado y mi gato con él se halla. ¿Me habrá olvidado? Una vez abandone este sitio nos tomará algunos días readaptarnos Todo volverá a ser como antes Y tú Amigo desconocido: ¡acompáñame a estar solo!

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Concluyendo la maestría en la Universidad de Saint-Denis (no le digo más París Viii) Tras el por-tentoso ajetreo de ir casi todos los días de París hacia allá y del suburbio hacia acá Una noche Loïc Dumont me invitó a un acontecimiento especialísimo: el más prestigioso sociólogo del momento lanzaba su último libro en la Casa de Alemania. Pese al cansancio de la jornada e impulsado por el ardor que indiscutible-mente Loïc me inspiraba Acudí precipitado a la cita. A la entrada encontré al machito de mis sueños Bastante tímido excusándose de tener que partir esa misma noche hacia Aix en Provence Pero con una invitación que había obtenido para que yo ingresara al evento. Se lo agradecí y con un inolvidable beso en el cuello que superaba la simple cortesía nos despedimos. En el auditorio tomé asiento y al cabo de unos minutos aparecieron en el escenario dos eminentes profesores: Michael Löwy con una sencilla chaqueta de cuero y Pietro Bourdeo luciendo un combinado de blazer y camisa azul a cuadros más pantalón gris con zapa-tos de amarrar marrón Redondos. El primero elogió sin preámbulos la obra del segundo: Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. Señaló que valerse de La educación sentimental para dar cuenta del origen de la novela era la mejor metáfora que en materia roman-cesca hasta ese momento se había producido. Inme-diatamente Pietro Bourdeo tomó la palabra y con un tono de voz bastante suave habló de disposiciones para ocupar posiciones que a su vez corresponden a

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tomas de posición en un campo de juego. En seguida se refirió al ojo del Quattrocento y a la pintura de Piero de La Francesca En particular a la Virgen de la Miseri-cordia Y a la manera como paulatinamente los pinto-res empezaron a adquirir autonomía frente al poder del dinero y los mecenas. Recuerdo que al final de su intervención la gente aplaudió entusiasmada El profe-sor Löwy se despidió y Pietro Bourdeo se quedó para compartir un vaso de cerveza que le ofrecían. Aunque no supe si por temor nadie se atrevía a hablarle —esa noche nevaba— Yo veía desde mi rincón al emi-nente sociólogo saboreando la espuma Cuando sin pensarlo dos veces me acerqué a su lado Lo saludé y empezamos a conversar surgiendo al cabo de medio minuto el nombre de García-Márquez. Así fue como el Papa de la Sociología (con ese apodo lo recono-cían) me invitó a su laboratorio y a entrevistarme con una colega suya de apellido Saint-Martin para que me trasladara una vez concluida mi maestría a la presti-giosa escuela donde él enseñaba.

Al fin puedo comer por mis propios medios Ya no hay enfermero que me dé ánimo. Me toca a mí solito tomar la cuchara Probar la sopa tratando de no quemarme la lengua y así continuar con el seco: cortar lentamente el pollo Saborear las verduras No dejar caer el arroz e ir bebiendo leves sorbos de jugo. Aunque al comienzo todo es una sorpresa La comida

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de hospital se va volviendo insípida: nada de sal ni azúcar y mucho menos condimentos En fin Tengo que acostumbrarme Supongo.

¿Usted habló con Bourdeo? Me preguntaba entre incrédula y escéptica la señora Saint-Martin Cuando meses después del lanzamiento de Las reglas del arte me presenté en su despacho. —Sí Profesora Y justa-mente él me pidió que la buscara tan pronto aprobara mi maestría. ¡Si quiere puede verificarlo! —No hay necesidad… El problema es que los traslados entre instituciones no son tan fáciles. No sé si usted se da cuenta de eso. Sin embargo Su director de París Viii también trabaja en los laboratorios de Armand Augé y de Daniela Ligera… Si quiere Déjeme su dossier a ver si en uno de esos dos sitios lo reciben. Obviamente le entregué a Madonna Saint-Martin mi montón de papeles y al cabo de dos semanas de suspenso me convocaron. Resulta que el profesor González-Díaz —asociado a París Viii— En la Escuela de Altos Estudios Sociales (o ehes en lengua franca) podía y no podía dirigirme… Me explico: aunque era director de investigaciones del Centro Nacional de la Rebús-queda Científica (cnrs) Todo maestro externo para dirigir a un doctorando en la ehes Necesitaba una habilitación especial concedida por el Consejo Aca-démico. No obstante El presidente Armand Augé En él confiaba plenamente. Podía entonces inscribirme

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bajo su tutela Aunque en realidad fuera el latinoame-ricanista quien de mí se ocuparía. Empero había otro inconveniente: a esa altura del partido En el Docto-rado en Antropología no había cupos… Luego tocaba en el de Sociología Siempre y cuando la directora del laboratorio que estudiaba los Hechos Religiosos —Daniela Ligera— así lo autorizara. Pese a la burocra-cia La cosa se dio sin mayor contratiempo: tras varios bamboleos terminé inscrito en el doctorado en Socio-logía de la ehes Adscrito al laboratorio de la señora Ligera Bajo la dirección de Armand Augé y la super-visión de José González-Díaz Comprometiéndome en tomar un curso de actualización en método socio-lógico con un profesor de apellido Mauget porque supuestamente cambiaba de disciplina.

En la tarde recibo visitas. Inicialmente de Jaime y Leonor que con estupefacción me hablan del susto que vivieron… ¿Cuál susto? Pues el que les di porque según ellos Casi me muero. Que de la última noche no pasaba Que los resultados de la gripa porcina apenas llegaban Que los médicos no sabían lo que padecía Que las únicas respuestas eran Paciencia y paciencia. Me encuentran ya «de este lado» y a ren-glón seguido agregan que Magnífico. En últimas me dan una especie de bienvenida. Yo les pregunto por ellos y los veo sonreír Aseguran que lo importante soy yo Me congratulan por El Infantino. Según ellos

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De no ser por ese angelito aún no hubiera resucitado. Por supuesto que lo sé. ¿No ven que a él le dedico estos escalofríos? Y no es un pago a la manera de don y contra-don o cosa por el estilo Simplemente una sonrisa de esas que le gustan cuando pregunta si lo quiero. Un novio ejemplar Sí señores. ¿Novio? Pues sí: aunque a los cuarenta no debería usar esa palabra y menos delante del señor Procurador. ¡Qué va! ¿Suena raro? El vocablo más adecuado sería compañero. ¿Me gusta? No tanto… Los demás términos que se usan suelen ser tan lobos… Prefiero llamarlo Infantino porque a Felipe desde que lo conocí supe que sería mi púber aeternus.

Los cursos y seminarios de la ehes arrancaron. Durante tres años acudí muy puntual a los altares de Pietro Bourdeo De Armand Augé De Daniela Ligera y de vez en cuando me asomé a las clases de los poli-tólogos Ariel Pécaut y Aladin Touraine. Obviamente seguí el famoso curso del señor Mauget para ponerme al día en cuestiones de método y Claro está No pude huir de los sermones de mi bendito supervisor Alter-nados cada quince días con los discursos de Michael Löwy y Patrick Michel sobre religión y política. ¿Qué me quedó de eso? La grisácea silueta de un campo. El Papa Bourdeo por medio de sus acólitos —algu-nos jueves en la mejor sala de la Maison des Sciences de l’Homme y a las once horas precisas— Secretamente

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nos convocaba… Hablaba muy bajo esbozando los capítulos que luego aparecían en sus encíclicas o los temas de los artículos que en compañía de sus dis-cípulos figurarían en Los hechos de los científicos sociales. Siempre llevaba a un prestigioso invitado: desde Su Eminencia El cardenal Le Goff ataviado de escar-lata y quien alguna vez nos habló de la invención del Purgatorio Pasando por Jacques Dubois vestido com-pletamente de negro para que clarificara con su eru-dición el sentido de lo social en la Búsqueda del tiempo perdido Hasta Günter Grass con quien preparaba una emisión televisiva sobre la tradición de abrir la jeta. En los años en que lo conocí jamás lo vi usar cor-bata ni vestido completo Pañoletas y gafas enormes de vez en cuando. Escribía detrás de las hojas raya-das con estilógrafos poco costosos y bellos Recono-cía con pequeños gestos a cada uno de sus discípulos. Entre sus espaciados seminarios viajaba por todo el mundo: contribuyó a la caída de un Primer Ministro que pretendió privatizar la seguridad social en Fran-cia Aparecía a diestra y siniestra sosteniendo nume-rosos movimientos sociales Practicando lo que él denominaba un deporte de combate. Alguna vez al final de una clase volví a abordarlo en privado Se acordaba de nuestra charla en la Casa de Alemania sobre Gar-cía-Márquez Me dijo que acababa de conocerlo. Así como aparecía tan modesto frente a sus estudiantes Era feroz con sus adversarios: a ningún colega des-viado del camino que él de antemano había trazado

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lo perdonaba. Durante su pontificado en el Ateneo de Francia —de cuyos cursos sólo diré que eran multitu-dinarios y había que llegar con dos horas de anticipa-ción para encontrar silla— aumentó geométricamente la lista de excomulgados. Armand Augé en cambio fue todo un abad dirigiendo la Escuela: desde su pre-sidencia logró una apertura indiscutible hacia Europa del Este Asia África y América Latina. Nunca dejó de enseñar pese a convertirse en un gran viajero: dictaba su seminario de Lógica Simbólica e Ideología acom-pañado de Emmanuel Terray: un etnólogo desencan-tado del comunismo y altamente comprometido con los indocumentados. De Augé retuve su acento ele-gante y franco Su sentido del humor leyendo lo coti-diano Su agudeza mental frente a los ideólogos de la transparencia Su sencillez invitándonos a interve-nir en sus clases Sus giros hacia la ficción que mar-carían en mí nuevos desafíos. Daniela Ligera —con gran voluntarismo pedagógico— tras los pasos de un historiador acabaría como presidenta Sería toda una Dama de Hierro. Casi nunca hablaba bajo Levantaba la voz a fin de recitar los conceptos fundamentales de los clásicos Exigía claridad y precisión en sus alumnos Tomaba atenta nota de cada una de las investigaciones en curso exhibiendo sus estilógrafos Monte Blanco… Su inteligencia adaptando conceptos le había valido un altísimo reconocimiento Definió sociológicamente la religión para constituir una «caja de herramientas». Desafortunadamente en numerosas oportunidades

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afirmaba su catolicismo militante con rostro inquisi-torial disfrazado de solidario. Según Pietro Bourdeo había ingresado a la Escuela por intrigas de Aladin Touraine Quien en aquel tiempo confesaba al pre-sidente Cardoso de Brasil y dirigía espiritualmente al impostor de Ariel Pécaut. ¡Obvio! En la ehes había seminarios excelentes Sobresalientes Coheren-tes Aceptables Regulares Deficientes Incoherentes Lamentables Nulos Vacíos y los de Pécaut. De resto ese par de ramplones sólo proyectaban torsiones de envidia: el uno hacia Su Santidad Bourdeo por no haber alcanzado nunca la cátedra de Sociología en el Ateneo de Francia ni la presidencia de la ehes. El otro haciéndose invitar a Bogotá y Medellín con toda clase de lujos cada semestre Gracias a los mamertos del Ins-tituto de Estudios Políticos para explayar jactanciosa-mente sus hipótesis sobre la violencia en Colombia. Recordando esos trazos Mejor clausuro este párrafo elogiando la cultura alemana de Michael Löwy y la aproximación a los cambios políticos de Europa del Este por parte del inolvidable colega y amigo Patrick Michel… En cuanto a mi profe González-Díaz Sim-plemente lo llamaré Courtial de Pereiras para que para-fraseando ese nombre tú tengas siempre presente las imposturas académicas.

Conforme van llegando las visitas toca prepa-rarse. Por eso llamo a Marlene para pedirle que unte

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el cepillo de dientes de enjuague bucal y me calme este aliento amargo Ella comprende. Las demás con-denadas se hacen las indiferentes: —Para qué Si los familiares entienden… ¡Gonorreas! No ven que el pudor existe. Aun al borde de la tumba toca aparen-tar Maquillarse. ¿Por qué creen que hay expertos en decorar cadáveres? No será para luego pasar su hoja de vida a alguna empresa de Hollywood. La mayor desgracia de un profesor es tener mal aliento. ¿Quién escuchará sus clases? Toca seducir a los alumnos para que se acerquen y sientan ganas de besar su jeta dizque sabia. Por eso existen pastillas de todo tipo: última-mente las mejores acaban de fabricarlas los judíos de adaMs: Halls Mentho-Lyptus —sin azúcar— En empaque especial de treinta unidades y a muy buen precio. Francamente ¡las recomiendo!

Las clases en la ehes eran insuficientes. Pese al rigor destilado por los maestros para convertirnos en investigadores de los hechos sociales Faltaba amplitud de espíritu Si se quiere vida. De modo que una tarde decidí acudir a La Sorbona Con el fin de asistir a una clase del historiador que con gran alegría durante mi Primer Congreso Internacional de Religiones había conocido en México. Me dirigí con mucho entusiasmo al anfiteatro Durkheim para minutos antes de que Pie-rre-Antoine Fèvre hiciera su aparición Instalarme en alguna silla. Durante un par de horas lo escuché muy

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atento… ¡Todo lo que decía resultaba tan esotérico! La mayoría de sus alumnos eran damas emperifolla-das Forradas de pulseras y collares hasta el cogote. Al final observé cómo el profesor descendiendo de su altar y haciendo una mueca entre despótica y sober-bia daba la mano a algunas de sus predilectas. Dis-cretamente me acerqué a la fila Pero ¡Oh sorpresa! Su Eminencia Reverendísima me negó la mano para que le besara el anillo. ¡Cómo! ¿En su Sede apostó-lica ni siquiera me reconocía? Ante tanta paraferna-lia abandoné el recinto deprimido. En la puerta me detuve No podía creer tanto engreimiento. En esos momentos se acercó un profesor empavado de abrigo de cachemira y sombrero de ala ancha cardenalicio que fumando pipa lanzaba enormes bocanadas Me preguntó si la clase ya había terminado pues a él le tocaba el turno. Efectivamente numerosos estudian-tes comenzaban a tropezarse con los que salían del sagrado recinto. Sin saber a quién trataba debí hacer algún comentario odioso sobre la arrogancia parisina Mi interlocutor me miró con ternura. De algún modo sentí sus avances… Con un gesto noble me invitó a su clase Me dijo que si quería podía escuchar algo dife-rente: un curso sobre el imaginario humano. En esas recordé Las estructuras antropológicas de Gilbert Durand… El refinado profesor afirmaba que semejante autor era su maestro. A los dos minutos todo el mundo había ingresado y supongo que alguien desde adentro le hacía señas porque él se despidió dándome un par

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de palmadas en el hombro Yo lo seguí sin más obser-vando cómo descargaba su maletín quitándose abrigo y sombrero… Al personaje le sentaba muy bien el corbatín de seda Se llamaba Michel Maffesoli y desde aquel día nos volvimos amigos.

Trato de levantarme y de repente se me van las ganas. Esta cama es como volar en primera clase: se endereza Voltea y hasta proporciona sensuales masa-jes. Obviamente aprendiendo a oprimir los botones Hay que entrenarse para no recibir el estímulo inade-cuado. Felipe dijo que las fabrican en el Estado de Israel… Con razón están tan bien hechas. Entonces una y otra vez pruebo a enderezarme y recostarme Luego a la derecha Ahora a la izquierda Un masaje en la espalda Otro en las nalgas ¡Qué delicia! Supongo que numerosos pacientes practican estos ejercicios constantes: desde este momento que entre ellos me cuenten. Nuevamente vuelvo a jugar Esta vez de lado Un Dos Tres Me ayudo dando breves movimientos como si fuera un atleta Es todo lo que las fuerzas me permiten. Creo que ya no estoy tan hinchado. Tengo mucha sed y eso me aterra. ¿Llamo a la enfer-mera? No. ¡Para qué molestar a Marlene! A mi lado hay una mesa de noche con una jarra de agua fresca Voy a tratar de alcanzarla haciendo equilibrio a ver si no fallo. ¡Eso! Nada. Vuelvo a intentarlo Tampoco. Una tercera vez ¿De acuerdo? ¡Uf ! Listo. Casi se cae

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y rompe… Eso hubiese sido fatal: las condenadas monjas me habrían regañado.

Gracias a Michel Maffesoli conocí el Espacio Paul Ricard donde cada mes en horario vespertino él invitaba a un intelectual postmoderno. En ese sitio vi por primera vez a Gilbert Durand vestido con una chaqueta militar de incontables botones Conversé en medio de la audiencia que acudía al lanzamiento del Intercambio imposible con Jean Baudrillard Y en par de ocasiones crucé algunas palabras pese a su sordera con Edgar Morin. Constaté que la Academia oficial era bastante estrecha descalificando a esos pensadores por no seguir los protocolos oficiales. Los llamaban impostores Astrólogos poco serios Prestidigitado-res de las ciencias sociales Reaccionarios incapaces de explorar un solo terreno. Olvidando los adjeti-vos que irresponsablemente los descalificaban Con el tiempo preferí aquellas tertulias. Por una razón sen-sible: simple y llanamente Michel y su séquito desti-laba humanidad Compartían sin complot Intuían sin mayor preámbulo lo actual y lo cotidiano.

Tres golpecitos dan a la puerta y ésta se abre. ¡Oh sorpresa! Aparecen Porfirio Ruiz —mi exdirec-tor de Filosofía— y Andreus Rubiano: un antiguo asistente que el Arcángel Gabriel me destinó cuando

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fui decano. Les pido tomar asiento y que me cuen-ten novedades No saben qué decir Sonríen. Andreus como de costumbre todo lo dice con sus ojos. Veo que se preocupó por mí ¡Qué bueno! Al menos para algo le sirvo. Porfirio en cambio Muy orondo empieza a despacharse contra el sistema de control de visitas. ¡Mentiras! Sólo lo hace para romper el hielo. Dice: —Uy ¡Qué chévere este cuarto! ¿No cierto? Y a renglón seguido añade: Usted nos pegó un susto tremendo. ¡Dios mío! La cosa fue tan seria que por todas partes en la Facultad circulaba el chisme de que te morías… Incluso tus enemigos cuchichea-ban que era de sida… ¡Qué pena contar eso pero es que en la Universidad hay un manojo de malparidos! Por eso Todos los días las secretarias establecieron un reporte de tu caso para el que quisiera enterarse Eso sí pidiendo explícitamente por órdenes del pro-fesor Bolaño que no pasáramos por la clínica pues estabas inconsciente. —¡Bendito sea! ¿Qué tal yo a punto de cruzar el túnel que entre otras cosas nunca vi y aquí Sor Teresa con la Hermana Clementina…? ¡Por Cristo! Eso sí que me hubiera matado. Feliz-mente Sergio (el decano que me sucedió) tomó cartas en el asunto y bueno Les cuento que dicen que he vuelto a vivir y Nada Gracias por la visita. A propó-sito Querido Andreus Este cuarto me transporta a una Abadía… Ya leerás si alguna vez cuento esta his-toria por qué los hospitales guardan celosamente el tiempo benedictino Como el del padre Francis de tu

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colegio. Todo tan puntual y pulcro Aún educando a pelaítos ricos como tú Figúrate. ¡Cómo quisiera fundar mi propio monasterio! Pero no les cuento más si no Andreusito va a pensar que quiero convertirlo… ¿A qué secta quisiera? Pues a la de mis fervores insopor-tables. No Mejor le cambio ese nombre por Orden de los Legionarios del Altísimo. Un abrazo Amigos No puedo besarlos como quisiera Gracias por venir a oír los ecos de mis delirios.

Meses y estaciones pasaron cambiando mi casa de colores mientras escribía la famosa tesis sobre las apariciones de la Virgen. Una vez procesados los res-tantes terrenos que años atrás había descubierto Con-taba con una cartografía a escala latinoamericana del fenómeno. Durante los veranos venía a Colombia para ver a mis viejos y compartir con los amigos de al lado Luego atravesaba de nuevo el Atlántico y entre vacaciones de Pascua y demás fiestas que en Fran-cia se volvieron seculares Partía en auto-stop acom-pañado del inglesito Marc Wagner De Loïc Dumont o del Gamín de ruda belleza. Con ellos conocí casi toda Italia Llegué a la tierra de Orán Pamuk Descu-brí con eterno fervor la Acrópolis de Atenas abor-dando el transporte público que antes de la crisis griega estaba repleto de metáforas. Lo más grato de éstas y aquellas escapadas consistió en aprender que el mundo era grande y hermoso Que la vida podía

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ser más gratificante si ésta se asumía sin censuras: me refiero específicamente a la posibilidad de besar y acariciar el cuerpo desnudo de un amigo Al concretí-simo hecho de poder revolcarse con otro machito sin negación culposa A la magnífica experiencia de no sólo frotar el ardiente tallo de un colega sino al feliz episodio de dejarse taladrar por la rugosa tranca de un compañero.

Mis amados visitantes parten y yo me quedo pensando en la abadía milenaria de Saint-Pierre de Solesmes y en Roma. Nuevamente aparecen las som-bras de Philipe Dupont y de Michel Maffesoli: ellos son mis superiores. Los veo ataviados de abades con sendos báculos y anillos cardenalicios Muy prestos a revestirse para celebrar no sé qué rito: Eminen-cias Reverendísimas que a todas estas se parecen. Recuerdo también a Sor Giovanna Mi amiga la monja de Casarsa Con quien conocí el castillo del Papa en calidad de representante de las Juventudes Católi-cas Latinoamericanas. ¿Qué será de ella? La última vez que la pregunté en Saint-Gervais me dijeron que monseñor Pierre-Marie la había trasladado a Floren-cia… ¿Se acordará de nuestro vagabundeo? Yo a ella no puedo olvidarla. ¿Cómo perder el recuerdo de un tren donde recitábamos cual adolescentes —en com-pañía de un amado clandestino— poesías en forma de rosa? Non rinuncio a la gioia che con troppa Facilità

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discioglie nel segreto / Delle mie intimissime manovre Il giaccio dei sudori e delle prove Mancate / Questo gioco mi è consueto: Non cambio la gioia col rimorso !

De todos mis viajes hay uno que jamás podré olvidar debido a mis transgresiones. La primera vez que desembarqué en Roma acompañado de una monja benedictina. ¿Cómo ocurrió eso? Resulta que aún en París con todo y mi agnosticismo Yo seguía soste-niendo amistades clericales. Desde niño —como ya lo escribí en otro lado— lo único que me interesó de la Iglesia fue su liturgia Lo demás ni me resbalaba. De modo que viviendo en la Ciudad Luz de Soleda-des Cuando me cansaba de pichar en los antros donde Michel Foucault se hacía fuetear de hermosos tuneci-nos… Acudía de paso a una iglesia cuyos ritos me chi-flaban: la Comunidad Mística de los Hijos de Jerusalén en el céntrico templo de San Gervasio y San Protasio. Allí me enamoré —fíjense amigas géneras que no soy misógino— de una monja italiana llamada Giovanna Oriunda de Casarsa: la tierra de Pier-Paolo. Alguna vez dándome un saludo de Pax et Bonum la sorella me invitó a que después de misa la acompañara con otros monjes al convento. Y ni mandado hacer: me amisté con varios novicios y Claro está con ella Pues su voz me hechizaba. Además recitaba de memoria nume-rosos versos de Las cenizas de Gramsci… Hasta que al fin el destino una alianza sellaba: resulta que pocos

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meses después El Papa Wojtyla vendría a París a inau-gurar las no sé qué Jornadas Mundiales de la Juventud y Bueno Los hermanos de Jerusalén eran los encarga-dos de organizar el evento teniendo que acudir pres-tos a Roma con delegados de todo el mundo para planear el asunto. Fue así como Giovanna una tarde me propuso ante su superior como representante de las Juventudes de América Latina. Monseñor Pierre-Marie con cuerpo y rostro de madrastra simpatizó conmigo aceptando la postulación de modo que con ellos viajara. Todo eso se lo dije a mi adorado Gamín de ruda belleza para que reservara cupo en el mismo tren donde cual peregrinos iríamos a la Ciudad Santa. Y dicho y hecho: camuflándose en otro vagón supi-mos volarnos en el momento en que los ensotana-dos ya se habían acostado Simple y llanamente con el ánimo de frotarnos. ¡Quién lo creyera! Arribando a Castelgandolfo Giovanna nos pilló y se hizo la de la vista gorda. Más aún Se las ingenió para que su supe-rior aceptara al machito de mis sueños en la comitiva: con él compartí entonces celda y cena en pleno Cas-tillo del Papa Frotándonos y recitando con la compli-cidad de una monja poemas de Pasolini… ¡Dime si aquella experiencia no encierra el ideal postmoderno: católico y pagano!

Anochece y llueve. ¿Se han ido mis fantas-mas? En modo alguno. Ellos continúan por ahí

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parqueados Escondidos. Ser profesor consiste en eso: en jugar a las escondidas con ellos —supongo que ya lo dije— Pasemos. Esta llovizna odiosa sólo da ganas de retozar De viajar a través de mundos subte-rráneos enrollándome entre las cobijas. ¿Cómo estará Monserrate? Cubierto de bruma. ¡Lástima que a esa montaña no le caiga nieve! Sería hermoso observarla manchada desde mi ventana. Me alegraría saber que el clima de Bogotá se transforma en veraniego con una punta al Oriente cubierta de helado. ¿De qué sabor la quiero? De pistacho. Toda una crema Berthillon que exportaríamos. ¡Qué va! Las faldas de ese santuario son un atracadero. Incluso hasta la cúspide entrando a patadas al San Isidro una pequeña banda de hampo-nes Cual Pedro por su casa a medianoche se atrevió y frescos: pura impunidad tras el robo porque ¡quién manda a llevar turistas a ese cerro! Y yo que días antes de este retiro entre frailejones festejé el cumpleaños de El Infantino… Por chupar frío me enfermé. ¿Qué otra cosa iba a dejarme el sereno?

Antes de que estallara mi cuarto verano en París La tesis estaba lista. ¿Prematura? Sin razón alguna Pero producto de la no lectura de mi supervisor quien contrario a Armand Augé la creía inconclusa. Tuve que acatar el chantaje de José González-Díaz y viajar a Guatemala para dictar un curso intensivo en una maestría que él supuestamente dirigía y con la

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cual engatusaba a medio mundo. Lo hice sin escrú-pulos y partí sin novedad al país de los pigmeos. De ese par de meses sólo diré que me fastidió la manera como el condenado latinoamericanista embaucaba a los pobres indígenas: cual OeNeGero experto sabía captar millones de la cooperación internacional para capacitar en liderazgo comunitario a madres y huér-fanos cabezas de familia. Yo los trabuqué como pude para que el profe José me firmara los papeles. A rega-ñadientes lo hizo. No obstante gracias a esa autoriza-ción ya podía imprimir mi tesis y pedirle a Daniela Ligera que en calidad de coordinadora de escolaridad nombrara el jurado. Le supliqué al gaminchito de mis desvelos que le allegara un ejemplar a cada miembro. Yo entre tanto pasaría un par de semanas en Colom-bia Nuevamente con mis viejos. Y bueno Todo salió de perlas Los jurados contentos Nada qué hacer ¡Mag-nífico! Había que fijar un día para la defensa cuando ¡Oh sorpresa! El malnacido de González-Díaz des-apareció y tocaba esperar a que se asomara. ¡Cómo! Si apenas era un simple supervisor y para nada mi tutor pero por respeto a la otredad del campo acadé-mico ese argumento no valía. Así pasaron septiem-bre y octubre hasta que a fines de noviembre Ante una increpación de la señora Ligera Mi bendito Cour-tial de Pereiras dijo que sí Que bueno Que como todos los demás estaban de acuerdo El veinte de diciembre hiciéramos la defensa. Con esa fecha partí en compa-ñía de Susana de los Espíritus y del adorado Gamín

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de ruda belleza rumbo a Moscú para conseguir varias latas de caviar que por pura gratuidad quería ofrecer con champagne el día de mi consagración como doctor en Sociología. Y listo: quince días después de tomar de ida y vuelta el transiberiano regresamos del infra-mundo. En la capital rusa nevaba como un demonio: habíamos rentado un apartaestudio en pleno centro a un tipo apodado Stanislavsky Al que Susana quería exorcizar mientras con Vincent Delhaye conseguía el caviar de contrabando. Recuerdo que durante siete noches recalentamos comida muy picante y Más allá de atravesar la Plaza Roja patinando Ante mis ojos sólo aparecían interminables kilómetros de subterrá-neo. De éstos y aquellos gestos tomando a pico de botella varias botellas de vodka no me olvido Tam-poco de las dificultades para pajearme con el Gamín debido al pudor que nos inspiraba la dama de los Espíritus. Contrahechos regresamos a París una semana antes del evento. ¿Estaba preparado para el matadero? Sin objetar esa duda Al día siguiente partí rumbo al Valle de La Sarta a fin de refugiarme en Saint-Pierre de Solesmes: la abadía milenaria donde prepararía debidamente la celebración del rito.

Felipe decide quedarse conmigo. Las enferme-ras le ayudan a extender el sofá-cama Le alcanzan sábanas Cobijas y almohadas Apagan la luz y supues-tamente se despiden. Al cabo de quince minutos una

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comitiva ingresa: es la madre superiora para pregun-tarme cómo voy y qué clase de parentesco tiene el joven con el enfermo. Casi que le digo que no es mi hijo Ni mi primo Ni mi hermano sino mi amante Pero me muerdo la lengua y le contesto que somos amigos. Debí decirle Hermana Él es mi prometido Tan pronto salga de esta jaula nos vamos a casar en La Procuraduría. Torpemente guardé silencio y ahora me arrepiento. ¡Vaya! A la cuenta de tres con las demás sorellas nos deseó Buena noche y felices sueños Mas… ¡Krishna Krishna! Apenas pasadas dos horas Nueva-mente otras cuatro emisarias: esta vez el séquito de enfermeras. Que dizque para tomarme la tensión y los signos vitales Que para saber si necesitaba algún calmante Si no tenía muy hinchada la venita debido a los pinchazos Que tocaba comprenderlas. ¡Conde-nadas! ¿Acaso sospechaban que en semejante estado iba a mamársela al Infantino? Debí hacerlo pese a mis pobres alientos.

Tras otra semana de encierro salí de Saint-Pierre de Solesmes para mostrarle al mundo los resultados de las apariciones contemporáneas de la Virgen. Era un viernes y almorcé cuscús con el Gamín en la Mez-quita de París Recorrimos todo el Distrito Quinto haciendo escalas en numerosas esquinas del Barrio Latino. Por puro placer quise atravesar el Luxemburgo recordando al eminente antropólogo que presidiría

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mi jurado Sabía que defender una tesis era toda una salada. Te preguntan que cómo hiciste Que por qué no citaste a Fulano y en cambio sí a Zutano Que la contextualización histórica frente al marco teórico resultaba bastante compleja Pero el problema era que tanta brillantez obnubilaba Mas ese no era el lío… En realidad lo imperdonable era ser tan suficiente. ¡Qué pena! Eso era lo que de ellos había aprendido. Enton-ces tocaba que abandonáramos el sacro recinto donde Jacques Derrida dictaba sus seminarios y al cabo de cinco minutos nos llamaron. Me pidieron pasar al frente para que con toda solemnidad Armand Augé Doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios Socia-les por unanimidad me consagrara. Todos aplaudie-ron y ¡Felicitaciones! En seguida dije algunas palabras de agradecimiento invitando al coctel que con tanto esmero el Gamín de ruda belleza había preparado: diez latas de caviar estaban abiertas El pan de poîlane debidamente cortado y varios corchos de champagne yacían por el suelo. Supongo que ante tanto lujo mis invitados creyeron que yo era hijo de algún mafioso. ¡No señores: se equivocaron! Olvidé contarles que para la ocasión mi amigo Edgarinos vino desde Ale-mania: él era el fotógrafo oficial al que le pedí que Sin ninguna clase de escrúpulos Disparara.

Amanece y muy pronto nos despiertan Corren cortinas y saludan las monjas con la Santa Comunión…

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¡Qué desgracia! El feliz momento en que me estaba quedando dormido Abruptamente lo interrumpen: —Muchas gracias hermanas Nosotros no tenemos la fe que ustedes profesan Más bien recen por nuestros cuerpos… Felipe angustiado se despierta: —¿Qué fue Qué pasa? —Nada Infantino Nada. Felipe da varias vueltas en el sofá de cuero y sigue profundo. Yo me quedo meditando sobre el maldito rollo de embutirle pedazos de pan insípidos a los enfermos. Deberían preguntar por puro pudor si alguien quiere eso Mos-trar un poco de respeto para no agredir con tanto proselitismo. ¿Para qué quieren salvar si nadie puede redimirse? En esas aparece una enfermera con el desayuno. Con horror contemplo lo que trae: un jugo de caja congelado Un café con leche bastante negro Un pan duro y dulce de guayaba en un empaque de plástico. Tengo tanta ira que deseo tirarlo todo Me contengo. Echo de menos la merienda de la Abadía de Saint-Pierre de Solesmes: hierba de Earl Grey para someter a infusión en una tetera Leche recién orde-ñada Pan de centeno bien cortado y un sabor que me hace agua la boca: mermelada de fresas en un tazón de cerámica.

Un viernes 20 de diciembre Cuando me consa-graron doctor en París Antes de media noche debía remitir un montón de papeles al otro lado del Atlán-tico. Resulta que en la sede Medellín de la Pontificia

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Universidad Nacional de Colombia había un concurso para ocupar un puesto de profesor de tiempo com-pleto. A las dieciocho horas de la Ciudad Luz de Sole-dades todos los requisitos los cumplía. Me llamaba la atención el azar de establecerme en otra ciudad dis-tinta a Bogotá para crear allí una Escuela de Cien-cia Política. Ahora era un antropólogo doctorado en Sociología. ¿Acaso no había estudiado suficientes teo-rías del poder y del creer como para asumir ese reto? Desde el hielo de Moscú y en la Abadía de Saint-Pie-rre de Solesmes había esbozado un proyecto de tra-bajo que bebiendo la última copa de champagne tomé la decisión de enviar junto con los documentos que exi-gían. El compromiso de retorno a la Patria Boba cual botella lanzada al mar lo estaba cumpliendo.

Por pura promiscuidad asexuada en este momento cambio de abadía. Me sueño acampando en los prados de la Comunidad Ecuménica de Taizé Rodeado de cientos de hermosos machitos Todos ellos rebosantes de fervor entonando al unísono: Can-tate Domino canticum novum… Cantate Domino ominis terra / Cantate Domino et benedicte nomini eius Annuntiate de die in diem salutare eius / Annuntiate inter gentes gloriam eius In ominbus populis mirabilia eius / Quoniam magnus Dominus et laudabilis nimis Terribilis est super omnes deos…

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presenTándoMe a la convocatoria de Medellín me atravesé sin querer en el camino de un eminente politólogo paisa Para quien estaba destinado el pues-to de «profesor asociado» en esa sede de la Pontifi-cia Universidad Nacional de Colombia. Yo entonces creía que los concursos académicos eran absoluta-mente transparentes. En mi caso así resultó por pura coincidencia. Después comprendí que las plazas do-centes —hasta en la institución más prestigiosa del mundo— suelen estar reservadas para un candidato. ¡Qué le íbamos a hacer: son gajes del oficio! Pues bien Los caciques de la Capital de la Montaña ya habían vislumbrado al colega Alberto Patiño para que fuera aclamado victorioso. Desafortunadamente no conta-ban con la candidatura de un antropólogo recién doc-torado en París Ni con el elogio de mi proyecto que haría el profesor Alejo Vargas —en aquel tiempo vi-cerrector general— fungiendo como jurado externo. Resulté ser el ganador y aunque poco después Alber-to Patiño impugnara el concurso con el argumento de que yo había enviado los papeles pasada la hora

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oficial del último veinte de diciembre… Me favore-ció el hecho de que París estaba seis horas adelan-te de Medellín Si lo que contaba era la hora oficial de Colombia. De modo que no hubo caso. Un mes des-pués me declararon vencedor y punto. A la semana tuve que desembarcar en una ciudad extraña Y en par de días instalarme en un apartamento bastante central con la ayuda del colega Alonso Hoyos. Así fue como llegué a ocupar todo un piso en el Edificio Santa Cla-ra que lindaba con el mágico Parque Bolívar en Me-dellín Justo el día en que en plena catedral el director alemán Barbet Schröder concluía de grabar las últi-mas escenas de La Virgen de los sicarios. Recuerdo que esa tarde haciendo una pausa en mi trasteo Me dio por visitar la enorme iglesia de ladrillo. A lo lejos vi a un par de personajes vestidos de blanco: en coro le daban instrucciones a un muchacho para que se qui-tara la camisa… Eran realizador y autor del guión que precisamente filmaban. Atrevidamente me acerqué y los saludé como si desde siempre los conociera. El es-critor Fernando Vallejo me invitó a que los acompa-ñara a tomar café a un sitio cercano llamado Versalles y desde aquel día empecé a seguirle la pista al novelis-ta que años después influyera considerablemente en estos delirios.

Marlene me cuenta que acaba de fallecer la paciente más antigua de la clínica. Ahora soy su

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reemplazo. Afirma que era una noble dama judía Por eso veía bajar continuamente a un rabino. ¿Sería mi hombre Cabeza de Manzana? No: aquel era el Tra-moyero. Una viejita de lo más tranquila —prosigue— y para nada daba lidia. En cambio yo ¡Cuánto jodo! Necesito una bata para poderme levantar Se la pediré al Infantino. Lentamente me la pondré e incorpo-raré Me arrastraré dando tumbos a través del cuarto Luego me sentaré en el sofá durante horas hasta que caiga del cielo una nueva visita. Así mis amigos me verán animado Con ganas de dejar la clínica. Dirán que es buen signo pues eso es lo que quiero. Y de zapatos ¿Cuáles? Los de playa son los que necesito. Sobre todo para exultar mis humores como lo suelo hacer en la Costa.

Un auténtico retozadero fue lo que encontré en el Edificio Santa Clara. Mis amigos decían que era un potrero al mejor precio del mundo: ciento cincuenta metros cuadrados Con una terraza para asolearme y secar la ropa Además de escuchar cual privilegiado todos los domingos a la Banda Sinfónica de Antio-quia por sólo quinientos mil pesos. Cada tarde que podía me asomaba a la catedral de ladrillo: desde mi primer día en Medellín me sorprendió gratamente el hervidero de bellezas. Después supe que eran putos de pueblo: eso no me importó Seguí acudiendo a la santa misa. Pero volvamos a mi apartamento.

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Constaba de una sala comedor inmensa Más un estu-dio desde el que contemplaba un jardín interior en cuyo centro había un árbol gigantesco Dos cuartos enormes Un baño excelente con su respectiva tina —toca decir bañera porque los montañeros confunden esa palabra— y una antigua cocina con todas las de la ley conservando el piso original de baldosa y los techos magníficos. Una tarde incandescente conocí a doña Rosa: toda una matrona oriunda de Copaca-bana Ella sería durante mi larga estadía en Medellín mi ama de llaves. Me sobreprotegía Dejaba la ropa impecable En particular mis camisas… Todo el reto-zadero quedaba oliendo a lavanda cada miércoles que venía y preparaba los mejores platos para calentar De modo que también convidara a los vecinos. No pro-piamente a los del edificio sino a los machitos que cual mangos tomaba del jardín frutal llamado Parque Bolívar. Ellos devoraban las delicias de mi casa y en seguida con todas las ganas del mundo A pichar se dijo: sin piedad nos rompíamos el culo. Recuerdo que entre tantos pelaos —y por eso le creo a Vallejo que haya completado miles de nombres en su diestra libreta— conocí a un hermoso sicario llamado Raúl del que perdidamente me enamoré Hasta que eviden-temente lo borraron. No voy a relatar aquí ese episo-dio… Para esa gracia invito a releer La Virgen… de Fernando y listo. Sólo diré que los mayores placeres carnales que en mi vida he probado Gratuitamente me los propició ese angelito. ¡Que Jehová lo tenga en

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su santa gloria revolcándose con viriles mensajeros! Debido a él comencé un libro de poemas llamado Ple-garias inútiles Que aún no me he atrevido a publicar evocando los nombres de los numerosos muchachos que han nutrido durante décadas mis fervores insopor-tables. Cuando concluya de armar este rompecabezas le entregaré el manuscrito a algún editor dispuesto a perder plata conmigo. ¡Dios proveerá! dijo Abra-ham antes de disponerse a sacrificar —obedeciendo las voces oscuras de Yahvé— al Niño de la promesa.

Un bello sol aparece por la ventana y me encan-dila. Trato de contemplarlo directamente No puedo. Ya sé También necesito mis gafas oscuras. Así me sentiré cual turista: como si recorriera súbitamente la isla de Saint-Louis o más bien el Boulevard Saint-Germain para buscar el Pasaje del Odeón ¡Cierto! La última vez que fui al Procope estaba cerrado: lo tenían en restauración y me dejaron con las ganas de probar las mejores papas al vapor del mundo Siga-mos. ¿Dónde almorzaré? Voy a tener que subir hasta El Polidor a ver si esta tarde han preparado la Blan-quette de veau ¡Qué resequedad! Dejemos ese delirio. Ahora veo nuevamente las miniaturas Aclaro: los crucifijos empotrados que en vano quiso arrancar El Infantino. También los cuadros sin perspectiva Pin-tados por no sé qué monja desocupada La Hermana Florinda Creo. ¡Increíble que hayan adornado todos

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estos cuartos con los bodegones y naturalezas muer-tas de semejante religiosa!

El día en que conocí la sede Medellín de la Nacho me dio una terrible depresión al contemplar el bloque Cuarenta y Seis donde supuestamente dic-taría mis clases. Un pedazo de edificio ochentero Pegado con ladrillos a medio acabar Oscuro y sinies-tro Apenas para cocinarse a medio día. En aquella época los profesores nuevos no teníamos oficina sino casilleros para guardar lo que quisiéramos Afortuna-damente porque con el tiempo aprendí que los cole-gas de allá (que entre otras cosas se comunicaban a los gritos: ¡Oíste…!) recurrentemente usaban la frase Toca hacer presencia Es decir Calentar silla no impor-tando lo que se hiciera. ¡Una desgracia el moralismo ramplón del que estaba untada la Academia paisa! Felizmente no todos los profesores eran así y con los días descubrí a excelentes cómplices: de un lado un mundo de amigos discretos que se habían refugiado en la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas fundando un Departamento de Estética: me refiero a Aníbal Córdoba A Jorge Carvajal Al profesor Palau A Iván Márquez y a Darío Castrillón que para reconci-liarse con la sociedad terminaron casados Así como a Beethoven Zuleta y varios arquitectos. Del otro lado encontré toda la alcahuetería de La Mona La Blanca La Negra Cata-Catá y la eminente María-Claudia.

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Todas ellas se transformaron en madres putativas dis-puestas a educarme… ¡Y yo que venía huyendo de la mía! Haciéndose las que no Empezaron a regalarme muebles y enseres para mi apartamento. Cada ocho días me invitaban a sus fincas Me presentaron a los burgueses y pequeño burgueses con los que se roza-ban Me aconsejaron Me cuidaron Querían que tan pronto y se cumpliera el contrato de seis meses en el Santa Clara huyera del centro porque ¡Qué peligro! En medio de esos muchachos de mala vida que cir-culaban por allá… ¡Qué iba a decir la buena socie-dad medellinense del profesor que nos cayó del otro lado del Atlántico! Obviamente me tocó empezar a tomar todo lo que ellas decían y hacían con beneficio de inventario. De lo contrario entre doña Rosa y ellas terminarían oliéndome los calzoncillos ¡Y eso jamás! Si algo había conquistado en Europa eran mis pul-siones y no estaba dispuesto a renunciar a ellas: tras cinco años en París descubrí que yo no era un marica culposo ni tampoco un cacorro vergonzante al que le tocaba casarse y tener una hija para aparentar que no le gustaban los pelaos No: desde adolescente intuí algo que explícitamente no he escrito y Bueno Aquí viene: jugar a ser profesor me quedó gustando porque gracias a esta magna labor se pueden seducir miles de machitos cabríos Voilà le truc He ahí mi soberana razón para seguir perseverando en este oficio ingrato.

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En medio de cavilaciones entra El Infantino. Sigilosamente cierra la puerta Se quita el delantal más el tapabocas que lo obligan a llevar y susurra: —En este sitio están obsesionados con la salvación A toda hora usan esa palabra. —¿Y salvar de qué o a quién Y además para qué? ¡Qué martirio! —¿Acaso no ves que son monjas? —Sí Madres sufrientes que nunca lo fueron. —Yo por eso prefiero el budismo. —No digas… —Pues porque la vía de Siddartha no busca salvar a nadie y además no hay proselitismo. ¡Si vieras las bellezas de budas que en estos días he encontrado! Al contrario de estos crucifijos son unos jóvenes dan-zantes que sólo de sensualidad viven. Ayer vi uno en particular que parecía aprendiz de capoeira Todo de blanco y hermoso Sin ninguna pretensión Simple-mente estirado. —¿Dónde lo viste? —En Google. Cuando te traiga el computador te lo muestro. —Por favor Lo necesito. Recuerda que si me ponen a ver televisión en este sitio me muero. —Mañana te lo traigo. ¿Hoy quién más ha venido? —Aparte de ti Nadie: Marlene está muy pendiente de todas las visi-tas… —Siquiera. Ella no es como las demás: para nada una madre culposa. En esas alguien toca imper-ceptiblemente a la puerta: —¿Quién llama? —Diles que dejen la timidez y ¡adelante!

Con los días mi fama aumentó entre los machi-tos cabríos de Medallo. Ahora no sólo probaba mangos

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de los frondosos árboles del Parque Bolívar sino que descubría mejores ejemplares. En mis cursos de Polí-ticas de la amistad De Creer y poder hoy Del amor en los tiempos del sida De Antropología de la fic-ción contemporánea De Arqueología de lo frívolo De Espacios de lo profano y lo sagrado en Medellín De Cuestiones de Historia y Literatura… Porque eso sí: para que me amañara en la Capital de la Montaña mis amados colegas me dejaron dictar lo que se me diera la gana. Así Un buen día me prestaron —gracias a las gestiones del Hermano sol Diego Herrera— al Depar-tamento de Antropología de la Universidad de Antio-quia. Y ¿quién dijo Gracias? Ante los bostezos que me provocaba tanta hermosura de muchachitos que venían a clases en pantaloncitos calientes ¡No podía dar abasto! Buda me concedió magníficas reencarna-ciones de la mitología griega. Fue así como cayeron a mis brazos los estudiantes más apuestos e inteligen-tes para que les dirigiera sus tesis: David Machado Nicolás Diazgranados Marcos Osorio Sergio Sala-zar Andrés García Fernando Mesa —mis mejores alumnos. La Nacho tampoco se quedaba atrás con los niños de Arquitectura e Historia y alguno que otro de Ciencia Política. Así también se unieron a la pequeña banda Daniel Restrepo Esteban Giraldo Pablo Cuar-tas Ariel Castaño Lukas Jaramillo y Julián Sepúlveda. Respecto a la hombría de mis alumnos simplemente aclararé que como ellos juraban que preferían a las Mujeres Por consiguiente todos los miércoles

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disfruté en su compañía de muy castas tertulias com-plicando hasta el amanecer los argumentos de gran-des pensadores que inexplicablemente nunca supimos por qué no se consagraron a la Literatura.

Acaba de ingresar Edgarinos con Nico Morales. El Infantino se sale para que no venga una enfermera a decir que hay demasiadas personas en el cuarto. ¡Fal-taba más Qué bueno! Nico Morales hace cara de estu-pefacción ante mi restablecimiento. Felipe me contó que cuando me vio en Cuidados Intensivos apenas se asomó y salió al pasillo a llorar… ¡Tan mal me habrá visto! En seguida Edgarinos rompe el hielo: —Siquiera regresaste Fabianchito Porque estabas al otro lado… Ambos sonríen y me cuentan que afuera sigue el mismo caos: las calles imposibles debido al montón de obras que la Alcaldía ha emprendido Dizque para mejorarle la movilidad a los bogotanos. ¡Con tal de que no se roben el presupuesto! Cosa imposible: ya van varios encarce-lados por el Carrusel de la Contratación y al alcalde lo han suspendido: parece que fingió ceder un contrato por cuarenta mil millones de pesos y si le comprue-ban eso… ¡Que se pudra el malparido! El colmo que semejante robo lo haya cometido un niño rico. —Esos son los mayores hampones (interrumpe Nico). No ves que como tienen de todo Juran que pueden pasar por encima del mundo: que nadie los puede atrapar porque cuentan con inmunidad de apellido.

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En medio de los doce apóstoles No podía faltar la Virgen María. Lina Villegas: una inolvidable dama alta y bella De voz fascinante a quien jamás olvidaré pues con toda sutileza logró atraer mi atención para que sin titubear le dirigiera su monografía en Socio-logía. Me conquistó con sus apreciaciones cotidianas y especialmente con su sentido práctico. Me sedujo cual hermanita incestuosa pues no temía que a su fra-tello le atrajeran los primos. Recuerdo que con mis días en Medellín ella se convertiría en total confidente. ¡Disfrutaba tanto de su compañía! ¿Por qué será así la sublimación de los instintos? Distanciado de Lina que hoy vive en Nueva York me pregunto cómo habrá procesado mis afectos… Alguna vez quisiera escri-bir una novela sobre eso: allí agruparía a todas mis amigas bajo el título de Susana de los espíritus Conti-nuemos. Lo cierto es que no sé cómo Lina intuyó que a mí me faltaba algo Seguramente un hijo. Ella sabía que por puro pudor jamás traería bebés a este mundo Entonces tras unas vacaciones —sin excusa alguna— un 29 de enero me regaló un hermoso felino. Era un cachorro ínfimo de manchas blanco-negruzcas que con todas sus fuerzas gruñía. En El tramoyero expli-qué cómo fui domesticándolo hasta convertirlo en un principito aferrado para siempre a su padre putativo. Lo bauticé Mitzú con zeta porque con ese se llamaba el gato del pequeño Balthus que luego sería famoso.

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Yo acababa de regresar de Venecia tras ver la mayor retrospectiva de semejante pintor Entendiendo con un nudo en la garganta por qué los gatos suplen de algún modo nuestros deseos: a punta de bostezos.

Nuevamente golpean a la puerta Me despido de Nico y Edgarinos Pasan pues otras tres momias —lo digo por los delantales y tapabocas que llevan— Son los colegas Sergio Bolaño y Germán Gutiérrez acompañados de Esteban Giraldo. Afectuosamente me saludan e igualmente les respondo. Se sientan en el sofá Sonríen Exclaman: —¡Uf qué salvada! Sergio empieza a contarme novedades de la U: que todos en la Facultad muy preocupados Que el rector me mandaba muchas saludes Del mismo modo la profe-sora Beatriz y que Gabrielita todas las tardes sacaba un reporte de mi estado de salud pues él en calidad de decano les pidió a mis colegas que no vinieran a verme porque estaba inconsciente… Justamente es lo que más le agradezco: —¡Que tal más mojigatas viniendo a consolarme para juagarse las culpas con la generosidad que las caracteriza! No señores ¡Líbra-nos Krishna de semejante suplicio! En ese instante Germán suelta una carcajada y dice que el comenta-rio que acabo de hacer es fiel prueba de mi restable-cimiento. ¡Claro! Cuando se recuerda con ganas a los enemigos Ése es un signo de mejoría. Esteban agrega que maravilloso Que siquiera resucité para volver

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a la Facultad a seguir dando lora. Yo le digo que sí Pero que para eso todavía falta tiempo Luego pre-gunto a Sergio cómo le va en los consejos académi-cos. Él hace una pausa Toma aire y agrega: —Pues el último fue insoportable… Me salí porque no resistí la inmadurez de la tonta vicerrectora. Figúrate que se puso a proyectarnos imágenes de Mickey Mouse y del Pato Donald para mostrarnos lo que es la pla-neación institucional por medio de tiras cómicas. Y el séquito de decanos de Medellín ¡Fascinados! Como si la idiota esa que sólo estudia bacterias contara la mayor novedad del mundo. —Vaya Vaya Así es la vida (les digo)… La pobre U hace tiempos que quemó sus últimos cartuchos. Ahora sólo le quedan mediocres entretenimientos. En esas vuelven a dar tres golpe-citos en la puerta ¡Qué maravilla! Veo que hay gente que me quiere: ¡Sigan Bienvenidas! Son Gabriela Pilar y Nora.

La felicidad nunca es completa y las mamás sin querer queriendo nos la dañan. Seis meses de desorden en el Parque Bolívar eran intolerables. Terminaron La Mona La Blanca La Negra Cata-Catá y hasta María-Claudia convenciéndome de dejar el centro e insta-larme en unas Torres miamescas del barrio Carlos E. Restrepo Mal llamadas de Agua Marina. No sé cómo diablos pude hacerles caso. Lo cierto es que allí fui a parar y una de ellas —creo que Blanca Melo— con

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todo el gusto del mundo fue mi fiadora. Mis madres putativas se pusieron tan contentas que no se cam-biaban por ninguna: sentían que paulatinamente al hijo bastardo lo iban domesticando. ¡Una desgracia! Sobre todo porque ahora vivía más cerca de ellas y sin saberlo era controlado por los malditos porteros que les informaban con quiénes entraba y salía. Además en ese condenado sitio no podía invitar sino a estu-diantes Nada de sicarios y mucho menos a parceros del Bolívar. Un nuevo semestre seguía su curso y entre cambios de clases alguna de mis madres —digamos María-Claudia— me presentó a un séquito extraño: a sus amigos lacanianos. Los miembros de esa secta pronto quisieron raptarme: me invitaron a sus reunio-nes donde luego reconocí a dos colegas: al viejo Toño Restrepo que les mamaba gallo por sectarios y a su esposa Gloria que sin más Creía en ellos. Paseando por ahí nos encontramos con otro lacaniano Medio renegado: con Jaime Cardona quien acababa de ser nombrado director de un programa de Psicología Social en la Fundación Universitaria Luis Amigó Muy cerca de la Nacional Por cierto. Ese señor me invitó a que si quería le llevara la hoja de vida para que en el horario nocturno les dictara algunos cursos. Su oferta no la eché en saco roto y al día siguiente fui a verlo y sin mayor rollo me nombró profesor de la asignatura Problemas Sociales Contemporá-neos. Era una dicha No puedo negarlo. Pese a que esa especie de politécnico estaba repleto de lolitos y

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yayitas Jamás me aburrieron. Al contrario: allí conocí a nuevos ejemplares para invitar a las Torres de Agua Marina. Si con los de la Nacional o con los parceros de La de Antioquia me aburría A lo hecho Pecho. Llegué inclusive a transformar mi curso con la autorización del psicólogo Cardona en una suerte de reality show para motivar a los alumnos. Pajita en boca lo llamé y yo era el feliz animador enseñando conceptos adaptados de Su Santidad Bourdeo. ¡Qué días aquellos Cuánto los echo de menos! Dictar clases en medio de anoche-ceres calurosos era fantástico Espléndido sobre todo cada vez que podía rozarles y acariciarles las piernas a semejantes mancebos.

Mismo protocolo que con Nico y Edgarinos y otro relevo. Esta vez ingresan con cara de felici-dad Gabriela Pilar y Nora (mis ojos Manos y orejas administrativas de cuando fui decano). Pilar se aba-lanza a darme un beso y una enfermera en el acto la detiene: —¡Todavía no Señora! ¿No ve que hasta ahora se está recuperando? Ella con humildad acepta el regaño Se sienta al fondo y escurre un montón de lágrimas. Hijas de Jerusalén No lloréis por mí… Casi les digo. Norita y Gabriela desempacan el mundo de regalos que me traen: manzanas Uvas Fresas Uchuvas Galletas Quesos Peras… ¡Los sabores que me hacían falta! Luego se alegran infinitamente de verme tan alentado Me cuentan otros pormenores y transmiten

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los saludos de varios colegas. Yo les agradezco tanto cariño. Gabrielita me pregunta si no es hora de cerrar la cortina Le digo que todavía no Que me gusta ver cómo cae la tarde y al hermano sol acostándose. En esas entra Felipe: —¿Interrumpo? —Para nada (en coro le dicen). Entonces él sigue sin más Mis tres amigas continúan contando detalles de mi hospitali-zación De lo que les decían los doctores De las angus-tias que pasaron y las cadenas de oración que en sus parroquias convocaron a fin de que me recuperara… Mejor dicho De así yo no lo creyera De cómo se fue gestando el milagro. El Infantino se ríe y ellas se son-rojan. Entonces él les explica —No es por eso… ¡Es que me aterra tanto sufrimiento! Pero bueno Así son casi todas las madres y toca aceptarlas.

¡Me cansé de vivir en esa especie de Miami! Sin consultárselo a nadie cancelé el contrato en las Torres de Agua Marina y me devolví para el centro. A otro potrero en el cuarto piso del Santa Clara. ¡Ese sí que era un retozadero! El mismo día de mi regreso fui casi de rodillas a la catedral para entregarle mi ofrenda floral a algún angelito. En medio de la ansiedad Me topé con un cabo del Ejército. ¡Dios mío: alabado seas por permitirme este encuentro! Casi sin palabras lo llevé a mi apartamento. Me ayudó a desempacar y como se iba haciendo noche en una estera nos tira-mos dispuestos a manchar el piso. A ese soldadito de

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nombre Rubén de vez en cuando le daban salidas y sagradamente me visitaba. Nos emborrachábamos y en ocasiones hasta con compañeros de cuartel lle-gaba… ¡Qué instantes tan eternos Jamás regresarán porque fueron efímeros! Alá quiera que mi poeta de la catedral no pierda esas dulces compañías. Entre tanto me amisté más intensamente con el colega Beetho-ven Zuleta. Él acababa de trasladarse a la Facultad de Arquitectura porque no soportaba el cacorrismo de los estéticos. Con Beethoven —que también se llama Fabián— nos la pasábamos en cine en El Colombo. Un buen día Saliendo de la penumbra Junto al cajero de Bancolombia nos abordó un machito: —Yo a usted lo conozco Profesor Necesito trabajo. Su belleza era tal que durante casi un minuto quedamos exhaustos. Le respondí que con todo gusto Que si quería bajara con nosotros a mi apartamento Que estábamos ensa-yando el guión de una película. En ese preciso ins-tante se me ocurrió el cortometraje Raqueteo. Resulta que en el Pasaje Junín que conducía al Parque Bolívar se parchaban tres clases de putos: los de pura necesidad Los de mediano placer y los raqueteros. Supongo que eso ya lo dije y ahora lo estoy repitiendo No importa. En todo caso a mí sólo me interesaban los raquete-ros. Porque atracaban a los señores cacorros que les coqueteaban Aunque eso sí Eran los más hermosos. Sin permitir evasiva alguna Entusiasmé a Beetho-ven y al pelao Llamé a media noche a César Tapias —que para ese entonces era novio de Lina— a fin

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de que al día siguiente —domingo— viniera con su cámara. Supongo que aquella vez no dormimos pues todo el tiempo nos la pasamos cuadrando el guión Mejor dicho Ensayando. El pelao debía dejarse sedu-cir por mi colega —quien lo traería a su apartamento Es decir al mío— Y allí Cuando tratara de frotarlo Ni mierda: raqueteo. Pese a la paliza que sin extras el machito debía darle a mi colega (—¿Cómo se lla-maba? —Ya sé Terroncito de azúcar)… Meses des-pués el profesor Zuleta se lo volvería a encontrar y Bueno Reincidiría. Pero cosa curiosa: esta vez el pelao se dejaría enfervorar y frotar sin miramientos. El corto concluía con algunas imágenes de la travesti Danny que todos los sábados hacia las veinte horas presen-taba su show junto al atrio de la catedral de ladrillo en pleno Parque Bolívar Todo en memoria de Raúl Echeverri —quien para la época estaba enterrado en Jardines de Paz— y al compás del introito de la Pasión según San Mateo.

Me quedo nuevamente a solas con El Infantino. Las madres sí Ellas Las locas esas que con su egoísmo cual lobas defienden a sus críos y luego se entrometen hasta en el detalle más ínfimo Nos huelen los calzon-cillos a ver con quien nos pajeamos… Toca sobrelle-varlas Comprenderlas. Tal es su deber Para eso las forman. De algún modo somos fruto de sus vientres: todos esos complejos y ambiciones los arrastramos.

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La mía —ya lo dije— fue mi primera maestra y la tuya también Y vivimos peleando con ellas. Más tarde vienen los pactos Los acuerdos: —¿Cómo es que se llama su amigo? —Felipe Mamá y no es sólo un amigo Es mi novio. Entre tanto toca seguirles la cuerda y eso sí Regalarles objetos Bolsos y carteras para que los guarden y nunca los usen. Porque jamás llega la ocasión propicia. ¿Cuál de tantas? Ninguna. Ellas ahorran y economizan No sé con qué propó-sito Son así y punto. Critican todo Los demás nada bueno tienen Toca señalar siempre el agujero negro El lunar que con sarcasmo convierten en verruga. De momento que sufran Que sigan sacrificándose Hay que quererlas pues de no ser por una de ellas —por Pilar de todos los Ángeles— no estaría contando estos asuntos.

Ay ¡La Ciencia Política: tan cerca del poder y tan lejos de ser una disciplina! Decía el Papa Bourdeo. En Medellín me tenían prestado en la de Antioquia: dictaba clases en la Escuela de Historia de la punc y ¿acaso no había ganado un concurso para dirigir el Departamento de Ciencia Política? Dos semes-tres después no pude esquivar esas responsabilidades. A Alberto Patiño —quien hubiera impugnado mi puesto y seis meses después de mi llegada había ingre-sado— me tocaba sustituirlo. Gratamente nos hici-mos amigos Él estaba mamado de los moncayistas.

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Debí asumir ese cargo haciéndome el marica pues jamás imaginé encontrar semejante manada de mamertos: Rigobertos Gilbertos Egbertos y Robertos del pC Seguidores del rector izquierdoso que suce-dió al maestro Páramo. Profes que a duras penas calentaban silla sacándole plata al municipio Eso sí vendiendo proyectos de liderazgo y participación ciu-dadana cual tesos. Victorino Moncayo había multi-plicado la burocracia y aumentado los salarios para los más altos cargos administrativos Ahora valía la pena ser vicerrector o decano. Ni siquiera por simple cortesía había invitado a su predecesor a la inaugu-ración de la Seccional Caribe Sin mayor escrúpulo decidió poner en cada sede a fichas del Partido. Su tremendo vozarrón predicaba una defensa acérrima de los Derechos Humanos. La verdad a mí nunca me cayó bien su estilo politiquero Ni el de sus colabora-dores semejantes al panzón que dándoselas de Pava-rotti administraba la sede Bogotá como se le regalaba la gana. Felizmente yo estaba refugiado en Medellín Lejos de las Sor Teresas de Mantillas o las Clemen-tinas Tejeiros —en algún momento volveré sobre ellas por asuntos estéticos. En la provincia las cosas marchaban a otro ritmo Aunque por todas partes se veía la decadencia: en investigación y extensión pues por culpa de la decana dizque humanista de Bogotá La Universidad no podía ser colaboracionista de la empresa privada. En cuestión de Bienestar los pro-gramas implementados eran mero asistencialismo Y

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en docencia ni hablar: pese a los pres y los prie la mediocridad pululaba. Quizá el único incentivo era que la administración contaba con un excelente vice-rrector general que sin falta redactaba las demandas presupuestales contra el Gobierno. La cosa no pin-taba bien cuando al bando contrario a los del poder le dio por unirme a sus filas: conocí a Horacio Marín y a Argemiro Cano. Ellos le habían escrito a Mar-quito Palacio un telegrama al Colegio de México: —¿Por qué no te presentas a las próximas eleccio-nes de rector a ver si levantamos el claustro? Palacio ya había pasado por esas y una pausa no le caía nada mal… Además a él le encantaba contar los siete días de la semana y veinticuatro horas al día con chofer privado y escoltas.

Dejando de lado a las madres Ingresa un médico terriblemente comestible. Muy joven y hermoso el hideputa Todo un machito de acento samario. Viene a practicarme las terapias respiratorias A adminis-trarme nebulizaciones. —Lo que usted quiera doctor Dígame cómo me pongo Qué debo hacer… ¡Lástima que usted no sea el que introduce los supositorios! Felipe debe retirarse Aguardar afuera. Yo me quedo con este magnífico ejemplar que con una máscara de oxígeno me ahoga Me mira con total serenidad Sos-pecha que mis ojos ven más allá de su rostro. No se incomoda Al contrario Se aprovecha: hace algunos

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movimientos quitándome y poniéndome la máscara para que sienta la falta de oxígeno y huela. Al cabo de veinte minutos se acaba la fiesta. ¡Quiero más Otro poquito Señor de la Alhambra No se vaya Quédese otro rato! Inútil. Deber ordena y el moro se retira: con su piel tiznada de hindú o de pakistaní y esos ojos claros cuya mezcla sólo he visto en Río de Janeiro.

De director de Ciencia Política duré cerca de tres meses porque el decano del momento me consideró para otro cargo más amistoso: vicedecano de Bien-estar —cosa que le agradecí mucho. Ahora cuadraba mi horario Tenía una grata oficina Mis amigos del otro bando me observaban cautelosos. Pese a que me seguían invitando Traté de mantenerme al margen de cualquier Partido. Cumplía a cabalidad con el oficio Mis clases seguían siendo famosas Incluso me lla-maron de la lujosa Universidad eafiT para que los sábados les dictara un seminario: Antropología de la Organización a administradores de negocios. Pese a andar tan atareado La felicidad de jugar a ser pro-fesor seguía acompañándome. En esas conocí a un alumno acomodado que era piloto. Tratando de ocul-tarlo me enamoré de su sonrisa Se llamaba Eduardo Cárdenas y trabajaba en Servientrega: una empresa de correos con la que volaría todos los viernes a la capital de la República. Dominaba perfectamente el inglés Le encantaba el buen cine y aunque su único defecto

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era que años atrás había renunciado por culpa de un amigo a cualquier clase de frotamiento… Amistosa-mente me ofreció llevarme cada ocho días de con-trabando en su avioneta rumbo a Bogotá para que pudiera ver a mis viejos. Las hazañas volando con Eduardo fueron inolvidables: recuerdo una vez en que atravesando las montañas casi chocamos Fue la única ocasión en que sin pedirle permiso me atreví a palpar su verga —la tenía bastante erguida a causa de los nervios. Al aterrizar le dije: —Perdóneme Eduardo Pero si alguna vez el avión en que vuelo va en picada… Antes de que muera Con un compañero quisiera hacerme la paja.

Vuelve a entrar El Infantino. Su mirada me cen-sura. Sabe que me quedé babeando por el médico. ¡Qué puedo hacer arcángel de mis ojos! ¿No ves que ese tipo está buenísimo? Él lo sabe Nada dice Calla. Alguna vez me autorizó a conseguir amantes Eso sí Avisándole para a su vez él hacer lo mismo. Ante esas proposiciones uno simplemente se hace el pendejo y deja constancia en el inconsciente Obviamente por si acaso. Con ese divague vuelve a abrirse la puerta Es el doctor Chaparro (mi elegante neumólogo) que quiere conversar sobre mi recuperación. Delante de Felipe asevera que la salud retorna a buen ritmo Que después me hará tomar otra radiografía de tórax Que tengo que cuidarme de las visitas pues todas —sin

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excepción y mira al Infantino— deben usar tapabocas porque es por mi bien No tanto por el de ellos: nadie me puede pegar ningún virus Ni siquiera las monjas repartiendo el Cuerpo de Cristo. Debido a una razón elemental: en una clínica los pacientes ingresan con una enfermedad y suelen salir con numerosas.

Desde que conocí a Eduardo con él viajaba casi todos los viernes a Bogotá y no sólo yo También empacaba en un guacal a mi gato. Grata aventura presentarme en una puerta secreta del Aeropuerto Olaya-Herrera No tener que hacer fila y volar de copiloto con un amigo en cuya compañía haciendo bromas le poníamos a la caja de Mitzú un letrero que decía: Servientrega es entrega segura. El animalito al prin-cipio se asustaba pero después hasta pedía que volára-mos maullando cual bebé degollado. Aterrizábamos cerca a un hangar del Puente Aéreo Me despedía de Eduardo y tras atravesar montón de bodegas tomaba un taxi que me conducía directo a la casa de los abue-los. Mis papás felices Especialmente mamá que cui-daba como un tesoro al condenado gato. Era muy especial compartir cada fin de semana con ellos Salir por ahí Hacer mercado De pronto ir a cine y sobre todo disfrutar de las Hamburguesas del Corral que son las que me amarran la lengua cada vez que reniego de Colombia. Así pasaron varios meses Cuando de repente mis papás enfermaron: mamá no daba abasto

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teniendo que llevar a papá a unisalud para que a duras penas se tomara la pastilla que contra la diabe-tes le recetaban. Ella padecía dolores en la vesícula y sólo cuando eran graves se quejaba. En general no les gustaba el rollo de las consultas Concretamente pedir que les diagnosticaran enfermedades teniendo que salir con montón de órdenes para practicarse can-tidad de exámenes hasta saber lo que padecían. Fue así como mamá pidió en la Caja de Previsión Social que la autorizaran con papá a frecuentar mejor la homeopatía.

Cae la noche y todos huyen Me he quedado solo. No tengo sueño Toca ver televisión. ¡Qué remedio! Detesto tanto este maldito aparato que daría lo que fuera por hacerlo estallar en mil pedazos No puedo. Empiezo a canalear y nada La misma mierda: retazos del último partido de fútbol Noticias de aquí y allá en inglés y en español Programas deportivos Concursos donde los asistentes humillados salen premiados El Desafío 2011 Telenovelas venezolanas Los chismosos Unos tipos buenones que cocinan Películas de acción Más sentimentalismos Rayitas de suspenso porque obviamente en la Clínica de la Magdalena está ter-minantemente prohibida la pornografía. ¡Lástima: el único consuelo! En seguida una monja capuchina y otras cuantas religiosas Su Eminencia Reverendísima acompañando a Su Santidad Benedicta —esa loca

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que cuando se baja de su jet privado ni amarrada besa el piso— Otros divertimentos Más comedias. Prosi-guen los chefs que enseñan a preparar bistec a caba-llo Un documental de Discovery Channel No aguanto cinco segundos ¡Voy a apagar esta cosa infernal! Sigo metiendo el dedo —en cincuenta años los humanos tendremos deformaciones en las manos— ¿Qué veo? Un programa llamado El Radar en el que la madrastra de Josefina Vargas anuncia a dos invitados: monseñor Castro quien con escepticismo comentará los resulta-dos de la Comisión Nacional de Reparación y después de comerciales mi amigo César López exhibirá sus nuevas escopetarras. No todo es una mierda Me quedo pensando. Además del Pájaro Espino —provincial de los jesuitas— monseñor Castro es de los pocos sacer-dotes decentes que no sudan grasa ni tienen acento roscón cuando hablan. Su cruz no es como la de Sor Juana Córdoba (enchapada en oro macizo) y sus hábi-tos son de tela sencilla Como hace años los usaban ciertos curas obreros. Cada respuesta de él es pausada y concreta Plantea un buen número de interrogan-tes a la Ley de Víctimas Reconoce los esfuerzos del Gobierno por ir más allá de un simple show mediático en la restitución de tierras. No mete a Dios donde no cabe Ni concluye con una oración o invocando su nombre Se despide con un sencillo Hasta pronto. César López es todo un artista. Pasan varios videos de todo lo que en los últimos años ha hecho transfor-mando escopetas en especies de guitarras Celebran la

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convocatoria que en compañía del CiNep —no voy a traducir la sigla— él ha conquistado Simplemente proyecta su sensibilidad y desde esta cama de hospital fabricada en el Estado de Israel dando deliciosas vuel-tas le creo: los muertos de Colombia a él y a mí me duelen Se humedecen mis ojos… Soy hijo de un con-denado país cuya desgracia consiste en que ni quiero ni puedo cambiarlo por otro.

De aquí para allá y de allá para acá seguía yendo y viniendo de Medellín a Bogotá y a la inversa cuando Un domingo después del fatídico once de septiem-bre en que no viajé Me di cuenta de algo horrendo. No tenía comida en la nevera. Tuve que acudir a un supermercado desde siempre aborrecido Llamado Éxito. Tras llenar la canasta de alimentos hice una fila espantosa y para distraerme tomé una de las revistas que por puro divertimento colocaban en las cajas. Se trataba de un Libro de oro de Coné —no de Condorito Aclaro— En cuyo interior había una historieta que me deprimió para el resto de mis días: resulta que en una ocasión el tío Condorito acompañado de su novia Yayita le pregunta al sobrino Coné por qué acostum-braba a llamar a sus maestros profes... Entonces el pequeño pajarraco le responde de una: —Porque no son hombres de negocios Porque en realidad los veo como muy poquita cosa Porque no están hechos para ganar plata… Por eso les digo profes. En retrovisor me

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quedo aterrado Más aún estupefacto constatando que a mi alrededor hay decenas Quizá cientos de abuelas Madres Hijas y nietas junto a mí comprando víve-res Pero disfrazadas todas de Yayitas. Me explico: las mujeres que frecuentaban aquel supermercado eran como la novia de Condorito: ese personaje feme-nino que muestra las tetas porque se acaba de implan-tar varios kilos de silicona y además se siente muy orgullosa de medir 90-60-90. En seguida comprendí que todas esas damas eran las mismas Que sólo les interesaba la reproducción pues tan pronto abando-naban aquel almacén Especies de Pepes Cortisonas —o sea enanos empaquetados con cadenas de oro en el pecho— las recogían. Entonces sin pensarlo dos veces prometí solemnemente: en adelante voy a hacerme respetar y ningún estudiante va a volver a llamarme Profe… Tengo que abandonar este yayismo trágico No puedo seguir viviendo en una ciudad tan mafiosa Debo decirle hasta luego a Medellín Y ¡de malas si se ofenden los traquetos!

Pensando en mi desgraciado país reitero que el nombre de nuestra tragicomedia debe ser Colombia Pasión. Hasta no descender a los círculos de nuestros profundos infiernos Colocando allí a los hampones Asesinos Corruptos y traidores que durante doscien-tos años han desbarrancado a nuestra Pobre Patria Boba para inmediatamente ascender por la Montaña

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del Purgatorio Ubicando en cada terraza correspon-diente a los nuevos hampones Asesinos Corruptos y traidores —enumerando apenas unas cuántas cate-gorías— Sólo hasta entonces nuestros tataranietos —ese ejercicio como mínimo tarda cuatro generacio-nes— podrán contemplar un nuevo cielo donde brille el sol y las demás estrellas…

El lunes siguiente a mi atroz descubrimiento del Yayismo mágico En una carta firmada por Anne Pater-sen La embajadora de los usa me comunicaba que por recomendación del director general del Centro Colombo Americano El Departamento de Estado Norteamericano me invitaba durante un mes a cono-cer varias ciudades de Estados Unidos En calidad de profesor visitante de un Programa de Intercambio llamado Foreign Policy Decision Making Processes… Que además me concederían una visa especial y todos los gastos correrían por cuenta de su Gobierno. Entonces decidí mejorar mi inglés con Eduardo Cárdenas Y pre-parar algunas intervenciones porque con excelentes colegas de diversas disciplinas del mundo durante un mes compartiría. Básicamente estuvimos en Texas En Boston Nueva York y Washington. ¿Cuál fue el obje-tivo? Escuchar el sermón impartido por numerosos asesores del gobierno de Mickey Mouse —corrijo: de George Bush Jr— en compañía de diecinueve politólo-gos y sociólogos del mundo para que nos enteráramos

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de cómo los Estados Unidos eran perseguidos por las fuerzas más oscuras del Planeta Y entonces cons-tatar que resultaba inminente y contra todo su amor por la paz declararle la guerra al terrorismo e inva-dir a Irak Simplemente porque los hermanos ameri-canos debían seguir propagando la democracia en el mundo. Mejor dicho Volví a sentirme en Castelgan-dolfo Salvo que aquí no había cardenales ni inqui-sidores que buscaran salvarle el alma a los impíos transmitiéndoles —después de abjurar y no tener que entregarlos al brazo secular— la Buena Nueva de los Evangelios sino ciudadanos de valor dispuestos a pro-pagar la verdad revelada de la menos peor de todas las formas de gobierno. Vaya Vaya… ¿Qué me quedó de aquel periplo? Además de ser alojado en costosísimos hoteles y de cenar en lujosos restaurantes De cono-cer el horrendo pueblo derechoso-petrolero de Texas Donde todo estaba hecho artificialmente para proyec-tar la imagen de un paraíso disneylandesco… De darle la vuelta a hermosas mansiones en Boston y conocer las instalaciones del MiT que para exhibir lo política-mente correcto de sus recursos tiene a Chomsky… Paseando en seguida por la hermosa Facultad de Divinity School en la Universidad de Harvard —en cuyo frente se halla la más completa tienda de tabaco que nunca antes habían contemplado mis ojos— y poder claro está visitar la New School for Social Research de Nueva York y reconocer que en aquel lugar debía cursar su doctorado mi amiga Lina Villegas Poco

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antes de ingresar al legendario Edificio de las Nacio-nes Unidas Volando en seguida a la Capital del Tesoro donde a pesar de la tronera que acababan de borrar del Pentágono —cosa que no habían podido hacer en el hueco de las Torres Gemelas— Saber que los gringos se pueden dividir entre los millones de idiotas útiles que creen y pujan y siguen creyendo y pujando Y unos cuantos hideputas patentados que espían al orbe a través de sus agencias diplomáticas.

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¡ToMe aire bóTelo… Tome aire Bótelo! Repite sin cesar el doctor samario que me practica terapias respiratorias. Lo que más me gusta es cuando me pal-pa: lo hace delicada y bruscamente hasta que sus movi-mientos me resultan sensuales. Esto en un profesional de la salud es imperdonable —imagino que murmu-lla. No obstante con suma paciencia vuelve a tocar-me Después pasa ligeramente el fonendoscopio por mi pecho Luego me examina la espalda Me pide toser fuerte Una Dos Tres veces: ¡Eso! Aclama victorioso y ordena que dé media vuelta para con cuidado estirar mis piernas rozando indiferente mis pies a fin de que ese gesto no lo malinterprete. Yo agradezco sus bue-nos oficios Él sonríe Dice que siga como voy Pregunta si ya me trajeron la levantadora Le digo que creo que con Marlene me la dejaron Nuevamente veo sus mar-files… ¿Será que semejante semental es el novio de mi enfermera? De ser así digo adiós a cualquier insinua-ción Ella se lo merece todo: renuncio a mis instintos.

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Marco-Antonio Palacio-Rudas (un abogado de la Libre que se volvió historiador en Inglaterra) Veinte años atrás había sido rector de la Academia. Deste-rrado por sus enemigos disfrutaba de una grata dis-pensa como profesor de Historia Colonial en el Colegio de México. Era recordado por sus astucias políticas: durante año y medio en otra época la Universidad estuvo clausurada Él con su casuística logró la reaper-tura. Para sentirse cómodo evitando el bullicio de los revoltosos Con el primer decreto de su administración trasladó la Rectoría: la instaló definitivamente en las viejas residencias estudiantiles adaptándolas como ofi-cinas. Hizo construir una entrada secreta A la que le quedó faltando un ascensor para él y quien lo suce-diera. Esta vez sin embargo las cosas eran distintas: debía enfrentar a la masa fortalecida. Horacio Marín viajó a México para convencerlo y logró su cometido. A vuelta de una semana En el auditorio de la ciudad uni-versitaria un inesperado candidato argüía: —Esta casa no puede seguir siendo decimonónica Sin el impulso a la investigación nuestra misión fracasa Con el pre-supuesto estatal nos basta y sobra Hemos perdido el contacto con el mundo. Necesitamos mejores biblio-tecas Proyectarnos a la sociedad y adaptarnos a las cir-cunstancias modernas: carreras largas son una proeza Quizá estemos enseñando demasiado… Mi apuesta va por los postgrados La participación universitaria no tiene por qué ser populista La próxima administra-ción debe realizar una gran reforma… Sin rubores el

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público lo abucheó Estudiantes contestatarios lo acu-saron de vendido Algunos casi lo linchan. El doctor Moncayo ni siquiera se inmutó Pasó al atril a exponer su Nuevo Plan de Desarrollo Lanzó arengas contra el neo-liberalismo. Luego tomó la palabra una candi-data persistente: la antropóloga Jimeno. Como nadie la escuchó se puso una barba protestando contra el machismo Entonces la gente se calmó a carcajadas. Semejante espectáculo se multiplicó en las seccio-nales de Medellín Manizales y Palmira Las sedes de frontera reprodujeron los debates por medio de tele-conferencias. ¡Cosa complicada fue la designación del nuevo rector de La Nacho! Para evitar mayor alboroto los consejeros se reunieron a media cuadra de la Casa de Nariño y en el Observatorio Astronómico pacien-temente ponderaron datos. Tras vueltas y revueltas llegó el momento anhelado: la ministra de Educación Los emisarios del Gobierno El delegado de otras uni-versidades y el comisionado de los decanos respal-daron a Marco Palacio. El vocero de los ex rectores y el líder estudiantil apoyaron a Moncayo El repre-sentante profesoral con sofisticadas explicaciones se abstuvo. Era pues rector Marquito Palacio. Pero la historia no podía detenerse en ese punto. A la nueva cabeza visible de la U el bando opuesto le haría la vida imposible: le tocó despachar durante su primer mes desde el Ministerio Jamás los estudiantes le permitie-ron ingresar libremente al campus universitario Él les pidió que no lo quisieran pero sí que lo respetaran.

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Firmas y contrafirmas Tutelas y alegatos Bloqueos y protestas fueron el pan de cada día. En síntesis No lo dejaron gobernar y lo poco que logró tampoco ayu-daba. Entonces cada semana el historiador toreaba el avispero: Contestatarios Izquierdosos Mamertos… Con mil decretos descalificaba a sus contradictores. En cierta ocasión cuando estuve en su despacho para pedirle que me trasladara a Bogotá en virtud de la salud de mis viejos Los gritos de la multitud nos aturdían. Sin agüero el rector Marco-Antonio llamó a la Fuerza Pública y una vez frente al comandante de la Policía dijo: —Por favor Mi capitán ¡Riéguelos con tinta! Al cabo de los meses publicó para gobernar una cartilla titulada: Plan de innovación institucional. Más o menos su pretensión era Borrón y cuenta nueva. Había que jubilar a los improductivos Cambiar los estatutos Lanzar un súper-concurso para vincular verdaderos doctores Reducir las carreras a cuatro años Multipli-car geométricamente los postgrados Crear una Vice-rrectoría de Investigaciones Recuperar el control de la prensa universitaria Nombrar nuevos decanos. En últimas transformar completamente la misión y visión de la Pontificia Universidad Nacional de Colombia. Obviamente esas acciones a sus enemigos enardecie-ron. Con más ahínco le armaron corrillos: el repre-sentante profesoral lo insultaba cada vez que lo veía descender de su automóvil blindado: lo saludaba con el brazo en alto exclamando ¡Heil Hitler! Los muros de la Ciudad Universitaria debieron ser cientos de veces

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repintados Por todas partes aparecían grafitis procla-mando «¡Fuera Marco Paraco!» Pedreas iban y venían. Los consejos académicos se tornaron insoportables Toda propuesta suya resultaba neoliberal cuando no fascista… Su séquito de aduladores hacía lo que él exigía Nadie refutaba a Palacito porque implacable-mente los regañaba: tocaba sacar las reformas a raja tabla.

Es un nuevo día que vuelvo a reconocer tras echar de menos otra vez el desayuno de Solesmes. Sin darse por vencidas tres monjas vuelven a insistir irrum-piendo con falsa ternura en mi cuarto. Quieren que reciba el pan insípido o Sagrada Comunión Y como tengo hambre les digo ¡Amén y Aleluya! Devoro des-esperado el Cuerpo de Cristo. Inmediatamente aparece una enfermera para ponerme otro antibiótico: asegura que el doctor samario a quien creía un príncipe así lo ha prescrito. ¿Por qué no me lo dijo? También observo que la dama de blanco quiere instalarme otro cable Le pregunto para qué y ella simplemente comenta: —Es el potasio. Parece que lo tengo bajísimo y la falta de ese condenado duele. Tienen que inyectármelo pues resulta esencial para aumentar las defensas. El suero sigue goteando y ahora siento un ardor terrible en los brazos Parezco un crucificado de esos que tienen las religiosas empotrados a los muros. Todo mi cuerpo pesa y espontáneamente bostezo: —¿Qué habrá pasado

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con el desayuno? —Ya viene (dice la enfermera). Con mucha ansiedad lo aguardo al punto de que cuando me lo dejan me abalanzo sobre él y con todas las ganas del mundo mojo el pan en la taza del café con leche. De inmediato veo el espectro de la esposa de Topogigio excla-mando en Santa Helena: —¡Pobre la Colombia que le tocó gobernar a mi marido! Al tiempo que empapa un delicioso pedazo de croissant en su capuchino.

Atravesando zonas de turbulencia llegó mi tras-lado a Bogotá Al Departamento de Sociología que en aquel tiempo era otro foco de la crisis. Por estos días miro de soslayo a un personaje que tembloro-samente dos colegas echan de menos. En su rostro aparece un luto permanente: trazos que ante todo infunden temor como principio de reconocimiento. Ellas lo describían sentado en su cátedra —hablando con tono muy pausado— después de llamar a lista. Nadie podía interrumpir aquel culto viviente pues sólo estaba permitido el canto de los pájaros. Ese señor recitaba párrafos inéditos de la Fenomenología del espíritu. Cada semana contaba la última novedad de los periódicos Obligaba a leer con profunda devoción a los padres fundadores de su disciplina Entrenaba adeptos para que nunca fueran más allá de sus méto-dos Convidaba temerariamente al resentimiento —a la mecánica de tan sólo repetirlo. Los hijos de ese hombre andan dispersos. Muchos lo odian y otros lo

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veneran. Mis dos colegas —fruto del fanatismo— le eran incondicionales. Ellas De izquierda a derecha y sin pudor cuando por primera vez las tuve al frente exclamaron: —Si usted hubiera conocido al doctor Mesa… El apologético. Aquél que terminó expul-sando de sus dominios al verdadero maestro. Pero ¿acaso en la Academia existen profetas? Al princi-pio todos fuimos impostores Empezando porque el bendito doctor nunca se doctoró ni lo doctoraron. Se refugió en Bogotá huyendo de Abejorral su pue-blito natal refundido. Para él sólo existía la capital Lo demás era tierra caliente. Por eso aprendió alemán como lengua alterna Porque odiaba su infancia. Así se convirtió en el inefable formador de militantes de la tolerancia… ¡Lástima que sus discípulos con las reformas de Palacio también debían jubilarse!

Rondando el mediodía me confirman que acaban de llegar los resultados de la prueba de H1N1: negativos. ¿Y entonces qué carajos padezco? Una neumonía atípica Es lo que incansablemente repiten. —¿Y con qué se cura? —Con el tratamiento que jus-tamente le estamos impartiendo (aclara otro médico). ¡Dios! ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Ahora apuesto a que van a seguir experimentando conmigo. Mi cuerpo es una pobre máquina a la que hay que medirle el aceite pues Si me acelero Le cortan los frenos. Perfectamente los doctores son comparables

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a mecánicos Destacando entre ellos —claro está— al robusto samario. ¡Con un overol engrasado qué bien se vería! De acuerdo: detengo las rosconiandades. Conti-núo juicioso agradeciendo cada vez que me mueven y pinchan porque lo hacen por mi bien como los gori-las que en los aeropuertos requisándote dicen: —Es por su seguridad ¡Compréndalo! Por favor Acompá-ñeme al cuarto de atrás y sáquese todo lo que lleva.

Lo de las jubilaciones resultó cosa seria. Así como en el Liceo de tiempo atrás no había campo para tantos En la Academia sí que menos. Marquito Palacio conocía esa sentencia mucho antes de que lo llamaran. Su tarea no podía ser fácil: eso de marcar con una equis a los improductivos De rociar con tinta roja a los mamertos De arrasar con los de la vieja guar-dia… Por supuesto sus decretos resultaron imbéci-les. Por más patrono que se declarara o intelectual reconocido en el círculo del doctor Melo y de doña Márgara Garrido tenía que transar Debía negociar y eso jamás: prefirió tirar la toalla enemistándonos. Porque en el gremio de los docentes no había profe-sor que careciera de celos Y la envidia crecía como levadura: si alguien se creía de mejor familia ¡Pobre-cito el soberbio! Más le valía no haber nacido. Porque eso sí Entre colegas mutuamente nos vigilábamos… Tú ganas esto y yo aquello Usted acaba de llegar y yo aquí llevo cuarenta años ¡Respete! A pagar servicio

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militar obligatorio y a rendirle pleitesía a los mayores. De esa forma días después de mi llegada los colegas se agarraron. La solución que resultó Tras el apoyo decidido de Carlos Uribe y Arturo Laguado Consis-tió en nombrarme director del Departamento. Lo que pasaba era que en la Academia —a pesar de los paraísos sapienciales— los recelos se multiplicaban: si no se sublimaban Se reprimían y luego emergían en cualquier momento Especialmente cuando preten-dían reformarnos. Ahí sí se armaba la de «Cristo es Dios» Y eso era lo que pasaba durante la Rectoría del historiador Marco-Antonio.

Voy a tratar de orinar y cagar por mí mismo. Me acaban de quitar la sonda y esta vez a la cuenta de tres Me levanto porque me levanto. Uno Dos Tres ¡Arriba! Cosa difícil incorporarse cuando han pasado más de dos semanas en la cama. Las piernas no res-ponden Toca darles la orden: a ver Queridas: ¡Leván-tense! Muy bien Ahora vamos a salir de este encierro. Apoyo mi pie derecho buscando las zapatillas menu-das —esas que en el Caribe se usan sin medias— Listo. En seguida el otro pie Muy bien Continuemos. ¿Podré dar un paso adelante? Ensayemos. ¡Uf: qué maravilla! Paralítico no estoy y sin Cristo le he dicho a mi camaján ¡Levántate y anda! Pero qué vaina: no me había dado cuenta de todos los cables que llevo. Estoy conectado al oxígeno —puedo respirar sin él— ¿Dejo

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también el suero y el potasio? Me desconecto del que más me duele y cual astronauta que en otra atmós-fera se desplaza voy con el tubo hacia el baño. No puedo levantar las patas Parezco un abuelito… ¡Qué desgracia! Tengo que alcanzar esa maldita puerta sin necesidad de llamar a las de blanco. Ya está Perfecto. Dejémosla entreabierta por si algo grave ocurre o en esta travesía me caigo Orinemos sentado. ¡Uy Qué pedo! No Es la corriente que pasa: pura diarrea.

El primer gesto que realicé como director del Departamento de Sociología consistió en crear la Cátedra Inter-Universitaria Orlando Fals-Borda. Al abuelo fundador de esa disciplina en Colombia lo acababa de conocer gracias a María-Mercedes Araújo. Ella era una dama alta y muy distinguida que tan pronto supo que yo era el profesor más joven en diri-gir la Sociología de la Nacional me invitó a que for-mara parte de su grupo de tertulias Todos los jueves en su casa de Santa Ana. Por allí habían pasado desde hacía décadas los más destacados intelectuales y artis-tas a quienes de algún modo ella les servía de mece-nas. Recuerdo que una noche María-Mercedes nos habló de un libro que con todo empeño estaba escri-biendo: El país que no quiero que hereden mis nietos. Fue en esa oportunidad cuando por primera vez estreché la mano de Orlando Fals-Borda. Con él viajaría poco después a Valledupar pues la Universidad Popular del

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Cesar nos invitó a que en su auditorio principal dictá-ramos un par de conferencias. Aquella sería una oca-sión reveladora. Tras habernos contado el maestro Fals numerosas anécdotas sobre el origen de su teoría de la Investigación y Acción Participativa Un conjunto de hermosos acordeoneros nos invitó a acompañar-los al río Guatapurí para que cantáramos vallenatos y luego nos laváramos los pies prometiendo que regre-saríamos. En esas descubrí que con el abuelo Fals-Borda compartíamos un mismo gusto: nuestro fervor por los pelaos. Entonces entendí por qué la godarria incondicional del séquito del doctor Mesa años atrás al venerable maestro había expulsado. Por una razón elemental y pacata: como la mayoría de esos fanáticos eran católicos y mamertos Nunca pudieron aceptar que Orlandito Fals no hubiese consumado su matrimo-nio. ¡Aquel era el horror El anatema! Por eso el paisa de Abejorral que debió ser un cacorro culposo Tan pronto acaparó el poder de la tienda sociológica le hizo la vida imposible a quien alguna vez con ampli-tud de espíritu lo acogiera. He ahí la historia de los gobernadores de una ínsula que como la de Barataria creyó servir de consejera a duques que con desdén la ignoraban. Salvo en una ocasión nuestra carrera tuvo una escasa incidencia: cuando el presidente Betancur nombró al colega Gabriel Restrepo subdirector de la Oficina de Planeación Nacional… De resto a los mandatarios de turno de cada Gobierno les importó un soberano rábano que existiera o no una escuela

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consagrada en el país a la cuestión social Fundada por dos religiosos (un cura guerrillero —el padre Camilo Torres— y un pastor protestante: Orlando Fals-Borda).

Bien limpiado Cual fanático del bidé vuelvo a la cama. Mi reposo será corto Me preocupa tener el culo pelao. Las cremas son inútiles pese a la fama de las de Marly. Soy un bebé al que cambiaron mal los pañales. En breve quiero por cuenta propia tomar un baño. Marlene ya me ha enseñado lo suficiente Ahora es mi turno. Por la ventana veo pasar las horas Mis pensamientos son lentos y cada matiz de nubes equi-vale a un párrafo: prefiero los cielos azules al gris que acaba con mi alegría. ¡Nada como los cerros despe-jados! ¿Estoy en otra ciudad o la imagino? Fantasías. Tampoco el centro está tan lejos. Esta enfermedad me ha envejecido Me aterra volver a contemplar mi rostro: hace poco en el espejo vi una barba tosca Mis labios estaban llenos de fuegos La fiebre segu-ramente Todos dirían. Me aburre la cama No quiero que mis extremidades sigan hinchadas. ¡Vamos: otra vez afuera! A la cuenta de diez repasando mi fran-cés Listo. Lentamente me ubico en el sofá He vuelto a ponerme la bata. Son como las once del día Quité-monos estos amarres. Contando los movimientos me pongo en pie Sigo arrastrándome hacia el lavamanos: ¡Eso es! Quiero cepillarme los dientes. Mucha crema

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dental Que salga el agua. Cortezas de mal aliento fluyen de mi boca El agua las arrastra y cientos de veces escupo. Ahora deseo afeitarme. ¡Cómo quisiera un peluquero! Paso a paso extiendo crema en mi cara En seguida la cuchilla Muy bien Que el agua se lleve las canas. Tengo que sentarme porque no resisto el peso de mi cuerpo. Tanto tiempo en esta posición me aterra. Pero quiero estar pulcro para el almuerzo No puedo quedarme sentado. Las fuerzas se van ago-tando A tientas me recupero. Otra vez vuelvo a luchar contra el universo En pie de nuevo. Puerta abierta Piyama afuera Descalzo. Que se gradúe el agua tibia No tan caliente pues no soy tan gallina. Eso es: ahora bajo la ducha ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento! Dulcemente me enjabono También le pongo champú a mis crespos. Sí El agua es vida que purifica Me seco. Parte a parte y miembro a miembro ¡Ah! Olvidé jua-garme la verga No puedo quedarme así Entonces al agua de nuevo. Toca quitarle las costras suavemente para que no duela. Este jabón de verbena es mila-groso Ya está: ¡Muchas gracias Señor de mis desvelos!

Sociología era un Departamento que vivía de leyendas De un pasado mítico que ocultaba los com-plejos de grandes señores y damas desposeídas. Eso fue lo que encontré además de una fuente de dog-matismo. El pensum de la carrera era como de los sesenta: repleto de teorías clásicas e inamovibles De

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combinaciones tipo Bach con Mozart y Beethoven sin incluir a un Mahler y mucho menos a Vivaldi Dejando obviamente por fuera toda clase de música contempo-ránea. Me explico: no sólo existían cursos obligato-rios de Durkheim con Marx y Weber (estos últimos diversificados en dos niveles) sino que los profesores que los dictaban juraban que bajo su cadáver se habla-ría de pensadores actuales o de seminarios temáticos: sólo ellos eran los legítimos propietarios del conoci-miento Los portadores de la antorcha. Simplemente como ejemplo debo señalar que a Weber i y ii se lo alternaban entre un señor misógino que ni siquiera hablaba alemán pero se creía el médium del gran clá-sico Y un prestidigitador que cuando preparaba sus exposiciones los mamertos abandonaban el auditorio extasiados. Ahora bien De Marx ni hablemos: los dos niveles se los distribuían exclusivamente dos monji-tas de la misma orden Las herederas del doctor que nunca se doctoró: Mesa. En primer lugar Su brazo derecho Clementina Tejeiros Que a su vez era mili-tante del Opus y exigía que los alumnos le respon-dieran cual catecúmenos los exámenes marcando con una x la respuesta correcta… Y en segundo lugar Sor Teresa de Mantilla Que tras hacer llorar cada semes-tre a casi todos los primíparos contándoles que ella alcanzaba orgasmos a las dos de la madrugada subra-yando a Hegel… Ahora les tocaba seguir su ejemplo con el barbudo porque si no aprendían las tesis-antí-tesis y síntesis de El capital Jamás serían dignos de

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llamarse sociólogos. En cuanto a los demás colegas me atrevo a calificarlos recordando la cuadrícula car-tesiana de Lucila Gaviria El conservadurismo progre-sista de Eduardo Pérez La placidez estoica de Estela Jaramillo El conformismo revolucionario de Patricia Rodríguez La genialidad rocambolesca de los esta-dísticos Suárez y Reyes El voluntarismo pedagógico de Manuel Campo La soberbia jesuítica de Enri-que González La petardez irremediable de Julio Vale-roso La erudición histórica de Natanael Cipagauta El sofisticado empirismo de los profesores Uribe y Laguado El urbanismo ponderado de Rocío Botero La discreción inglesa de Matilde Restrepo y el fan-tástico deconstructivismo de su hermano. La ventaja era que cuando me nombraron director había cinco plazas para concurso. Entonces me dediqué a cruzar los dedos deseando que llegaran nuevos obreros dis-puestos a pintar de otro color la casa. Así se instala-ron en nuestra tienda el uniandino Iván Salazar El psicólogo jactancioso de leer a Foucault en traduc-ciones inglesas Javier Obregón El economista de la Universidad de Padua Carlo Tognato Y dos perlas de las que nunca sabré si alguna vez rompieron la ostra: Mauricio Beltrán y Miguelito Sabanero. Con la vieja y la nueva guardia —apoyado por Arturo Laguado— logré renovar la carrera y al final de dos años por lo menos se hablaba de autores modernos y el dogma se iba debilitando… Los estudiantes empezaron a reco-nocer que si querían hacer algo con sus estudios no

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podían cortarse del mundo ni dejar que las opinio-nes sociales recayeran en faranduleros como Catrina Gurizati o Jota Mario. De algún modo intuían que valía la pena surfear en el ciberespacio.

Bien seco Nuevamente paso al cuarto y junto al lavamanos tomo el desodorante. Esta vez soy yo quien vuelve a untarlo. El sudor se ha ido Otra vez estoy empiyamado Ya no tengo problemas regresando a la cama. Empecemos a jugar en ella: masaje a la dere-cha Luego a la izquierda Inmediatamente boca abajo. ¡Qué delicia: benditos los judíos! Ahora sí estoy listo Prometo que no renegaré Qué venga el almuerzo. ¡Bienvenida señora bandeja! Sopa caliente —una suerte de sancocho— arroz con verduras Pollo al horno Papas al vapor y ensalada. De sobremesa jugo de piña. ¡Delicioso! Con buen apetito me alimento. ¡Qué grato volver a comer! Hoy todo lo he hecho por cuenta propia. Para estar más juicioso dejo a un lado la charola Tomo el cable del oxígeno y cual alumno obediente me lo pongo. Pronto será nuevamente hora de visitas. ¿Quién vendrá esta vez? Despierto y ya me faltan… ¿Dónde estarán escondidos mis alumnos? ¿Alguien les habrá avisado? Hacia las tres de la tarde aparece Alejandro: usa los jeans entubados de siem-pre Calza zapatillas deportivas y medias impecable-mente blancas. Luce aquellas camisetas a las que para mostrar su pecho afeitado les arranca sin piedad el

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cuello. Él bien sabe que lo quiero: alguna vez sin cen-sura intimamos Fuimos como par de amantes fur-tivos en La Habana Hicimos un trato: a orillas del mar viviríamos lo que en Bogotá él jamás se permiti-ría. Acordado y pactado. Una semana de inolvidable amor tomando mojitos Cenando delicioso Yo foto-grafiándolo mientras dormía desnudo En seguida despertando al muy consentido Luego vistiéndo-nos de blanco para perdernos aquí y allá cual par de gomelos. ¡Qué recuerdos Cómo decírselos! Él nunca los podrá negar pues Si alguna vez amor ha sentido Aquello testifica en su contra. ¿Esta vez de qué con-versamos? De las novias impresentables que abier-tamente le reprocho Igual que su cobardía: hay otro alumno que de Alejandro hace tiempos se ha enamo-rado Haciéndose el pendejo Por supuesto… También ha jurado serle fiel a su novia Aclaro. Con El Infan-tino alguna vez apostamos a que estos dos serían la pareja perfecta… ¡Qué desgracia: queriéndose como lo saben Ni siquiera se tutean! Entonces le hablo de la conciencia del cuerpo Le comento para avergonzarlo que hoy por mi propia cuenta he orinado y cagado Además de que me he pajeado. Supongo que el muy pudoroso se aterra ¡Qué va! ¡De sobra sabe que no puede censurarme! Que amor Cuerpo y muerte Esos tres no son sino uno.

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Durante mi mandato como director de Socio-logía Todos los viernes participé en un programa lla-mado un-Análisis. Aunque siempre he detestado madrugar Nunca le fallé a la emisora run-run A las siete en punto de la mañana los últimos días hábiles de cada semana. Aquellas grabaciones me enternecen: por nuestros micrófonos pasó un sinnúmero de escritores Pintores Críticos de arte Realizadores de cine Edito-res Directores de revistas culturales… En compañía del locutor Guillermo Parada cada ocho días provo-cábamos a la audiencia. Recuerdo que con la venia de mi antiguo amigo de Medellín Alberto Patiño —quien también sería trasladado a la capital y ahora dirigía uniMedios— Durante un Viernes Santo nos inge-niamos un sermón de «siete palabras paganas» que casi nos cuesta el puesto. ¡Padre perdónalos porque no saben lo que hacen! Exclamó Atanasio Moskus dirigiéndose a la gue-rrilla. Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso fue una disertación a cargo de un consejero de paz al que la gente apodaba doctor ternura. Mujer He ahí a tu hijo… Hijo He ahí a tu madre Recayó en la feminista Florence Thomas quien habló sobre el aborto. Padre ¿Por qué me has abandonado? Pronunció sin alivio Marquito Palacio. Tengo sed le tocó al médico Patarrollo. Todo está consumado fue la frase de Francisco Sanín —director del Instituto de Estudios Políticos— Y Padre En tus manos encomiendo mi espíritu Esa frase la reservé para mí que aquel día cometí al aire el mayor de mis lapsus.

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Al cabo de un rato Alejandro se despide e ingresa Edgarinos. A este último hace veintidós años que lo conozco. Es con Carlos-Guillermo Zárrate mi otro gran hermano. Fabianchito Me dice y Yo a él lo llamo Edgarinos. ¿Por qué así? Muy sencillo: de estudiante de Arquitectura él tenía el cabello más hermoso de todos mis amigos del mundo… Mas un día me visitó en París sin un pelo. ¿Qué le había pasado? Nada Sim-plemente los perdió todos. Ante la sorpresa no supe qué decirle Me acordé de Nosferatu representado por Klaus Kinsky gimiendo… Ah Ah Ah… Hasta que tras unos segundos recompuse su nombre y se quedó Edgar-y-nos. Con él converso sobre los viejos tiem-pos parisinos Recordamos la vez en que lo llevé a los seminarios de Pietro Bourdeo y de La Madre Daniela —así la bautizamos porque tenía voz de generala. Constatamos que para nosotros aquellos tiempos ya pasaron Que no volverá a haber maestros como esos ¡Con todo y sus egotismos! Ahora sólo quedan profes que se dedican a enormes minucias Jamás creadores ni intelectuales Mucho menos pensadores. Interrum-piendo la charla le pido que me acompañe al baño a orinar Él me ayuda a incorporar y a calzar Me lleva de la mano y ayuda a trastear el tubo del suero —la escena es de teatro— En este instante abrimos la puerta y Edgarinos me colabora sacándome el pipí porque las fuerzas no me dejan —eso a él no le da pena pero si fuera Alejandro se moriría de miedo— Entonces un

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magnífico chorro cae del cielo y con esa lluvia dorada riego de felicidad el mundo: Doux comme le Seigneur du cèdre et des hysopes Je pisse vers les cieux bruns très haut et très loin Avec l’assentiment des grands héliotropes.

¿Una vedette? ¿Un sociólogo con talento mediá-tico? ¿Un profesor deseoso de exhibirse ante el Espejo de Narciso? Tal vez en todas esas categorías y en muchas más me convertí por aparecer frecuen-temente en los medios. Me gané la rabia y envidia de mis colegas que paulatinamente me lapidaban frente a sus alumnos. Por supuesto simbólicamente pues en mi cara siempre sonreían. Lo cierto es que me volví consultor obligado de temas socioculturales y políti-cos para numerosas cadenas de radio y televisión Así como referencia innegable de varios diarios y sema-narios Obviamente con sus más y sus menos. Reco-nozco que buena parte de los insultos y felicitaciones que en la vida me he ganado Se los debo a la puta pantalla. No obstante como alguna vez dijo Pasolini: Escandalizar es un derecho y ser escandalizado un placer… Quien se niega esa gratificación es un moralista y yo no lo soy Entonces asumo las consecuencias. En cierta ocasión un amigo Director de un canal Me llamó para que en mis ratos libres presentara un programa denominado Generación@ sobre temas juveniles y dirigido exclu-sivamente a pelaos. ¿Cómo me iba a negar a la sucu-lenta oportunidad de contemplar casi todas las tardes

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en vivo y en directo a los mejores ejemplares de la carne fresca bogotana? Ni modos. Asumí el reto y me divertí muchísimo. ¿Me froté con algún entrevistado? La verdad es que pese a que un presentador seduzca a sus invitados El mayor goce se obtiene dilatando los frotamientos. Evidentemente hay excepciones y ries-gos que vale la pena correr Aunque se disfruta más retardando la efervescencia.

De nuevo entre este sobre llamado lecho de enfermo sigo conversando con Edgarinos. Hablamos de la inutilidad de las ciencias sociales En especial de la Sociología. ¿De qué sirve decir las constantes y variables que sin más nos inventamos de la vida aso-ciativa? ¡Pobre papa Pietro Bourdeo pontificando que aquello era un deporte de combate! Al menos Armand Augé lo supo a tiempo y se dedicó a escri-bir novelas. La pura ficción sí ¡Bendita sea! Sólo en ella creo. Para mí es más verdadera que la realidad: por eso redacto esto. Mis colegas jamás lo entende-rán y seguro me odiarán cuando vean sus reflejos. Es lo que me ha quedado de ellos. ¿Acaso puedo fal-sear el modo en que los contemplo? El mundo nos comprende como un círculo encierra a un punto —decía Pascal— Nosotros con nuestro pensamiento podemos comprender aquello que nos comprende Agregaba el Papa de la Sociología. Cierto. Pero eso no anula lo que fuimos: acomplejados de señoríos

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Frustrados desposeídos o En el mejor de los casos Rebeldes dominados.

El lastre de estudiar las religiones me permitió convocar a los más connotados estudiosos del fenó-meno a una Cátedra Manuel Ancízar en el Audito-rio León de Greiff que congregaría a mil estudiantes sobre el tema de Creer y Poder hoy. Veo el afiche de semejante hito que más tarde se transformaría en portada del bello libro dibujado por mi amigo Edga-rinos: una nueva carta del Tarot donde aparecen dos torres gemelas: una de ellas coronada de la estrella de seis picos La otra de una cruz latina Más dos lobos que aúllan a la luna. Evidentemente la alusión tiene que ver con una cierta saturación de las religiones del libro. Durante dieciséis sábados congregamos a cien-tos de muchachos para mostrarles cómo se des-regu-laban creer y poder en las sociedades contemporáneas. Por pura diplomacia tuve que admitir en la coordi-nación de la cátedra a la hermana Clementina Tejei-ros De quien al final me separé irremediablemente pues la muy astuta militante del Opus y profesora de Marx pretendía llevarse todos los créditos… ¡Y eso tampoco! De chévere la había admitido en el grupo de investigaciones que dirigía —pese a que la monjita no tenía publicación alguna sobre estudios sociales de las religiones en la época— ¡Cuánto tuve que apren-der de ese episodio! Con los días Clementina quería

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quedarse con la patente del grupo y todo… Entonces ni corto ni perezoso pedí que disolviéramos ese con-cubinato: que ella se quedara observando a rezande-ros y yo me dedicaría a lo psicodélico. Fue así como nació el hoy famoso Grupo de Estudios de las Subje-tividades y Creencias Contemporáneas (gescco) El cual felizmente captaría al mayor número de machi-tos postmodernos.

Tiempo ¡Tiempo! Como dicen en los partidos de fútbol Se acabó la visita. Edgarinos se despide y esta noche El Infantino no puede quedarse conmigo: mañana tiene un parcial en la U con el mismo profe que años atrás me agarré y tuve que pedirle segundo calificador para cada uno de mis exámenes. Aspiro a que Felipe en sus manos corra con mejor suerte porque de lo contrario nuestra venganza será con-tundente: como sea seduciremos a su hijo para que se una a la Orden de los Legionarios del Altísimo… Ver a Esteban El primogénito de Ignacio Calderón ¡marica! Sería el mejor castigo. No creo que tenga-mos que acudir a esa medida extrema. Ya de cole-gas somos bastante amigos y supongo que lo pasado Pasado. Aquí tengo miedo de quedarme solo Tantas veces me ha ocurrido y ahora volviendo a ser niño Así es la vida. La noche ha caído y no recuerdo si me trajeron cena Siento hambre y sed feroces Debo nuevamente levantarme Ya sé Voy a morder con gran

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gusto las frutas y los quesos que me trajo Norita… ¡He ahí la solución! ¿Cómo no lo había pensado?

Mientras dirigía el Departamento de Sociología habité un monasterio ubicado en la Calle del Sol Muy cerca de la casa de mis padres en La Candelaria Gra-cias a la ayuda del colega y amigo Jorge Bula —quien desde la fundación del Instituto Colombiano para el Estudio de las Religiones por parte de Ana-María Urán me conocía. En un apartamento del conjunto que tiempo atrás había servido de seminario menor y durante la dictadura de Rojas-Pinilla fuera conocido como centro de torturas Terminé instalándome con algunos muebles en compañía de Mitzuko. Aquellos meses fueron los más deliciosos para el felino: erraba por los pasillos con el fin de treparse a los techos y vagabundear con otros gatos del vecindario. A veces se perdía y me angustiaba terriblemente aunque al cabo de mis desvelos regresaba cascado después de los agarrones que seguramente por culpa de alguna gata había tenido y Tras varios días de encierro Se reponía y otra vuelta. Así iba y venía Mitzú y yo era feliz con él consintiéndolo. De pronto entró la tem-porada de lluvias y el bendito animalito andaba calle-jeando Supongo que perdió el rastro… Entonces tuve que acudir a una indiecita del Putumayo para que con pases mágicos lo reorientara —eso creo que también lo escribí en otro lado. He ahí mi dicha

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conviviendo con un gato y laborando en la Pontificia Universidad Nacional de Colombia. Al final de mi mandato recibí una invitación para ser profesor de la Cátedra de Estudios Colombianos Antonio Nariño en la Universidad de la Sorbona. ¡Me alegró la noti-cia! Me preparé con todas las de la ley Saqué la visa y los permisos y alquilé un apartaestudio en el último piso de un viejo edificio en el Boulevard Raspail en París Desde donde contemplaría el universo. ¿Qué me quedó de aquello? Un documental que en home-naje al filósofo Jacques Derrida realicé en compa-ñía de mis bellos doctorandos de allá Titulado Dar la muerte —sobre el imperdonable perdón colombiano. ¡Ah! Y una cosa banal Claro: la cuenta corriente que en un banco francés —gracias al magnífico sueldo que por aquel semestre me pagaron— logré abrir y todavía conservo.

La noche avanza e imágenes trasnochadas me desvelan. Así suele ocurrir No puedo conciliar el sueño. Ahora transpiro como un caballo Empiezo a temblar Necesito más cobijas. Tirito cual Gauchito recién bañado: eso jamás se lo he hecho. El Infantino sí Ni corto ni perezoso. Una vez lo agarró por haberse orinado y De una a la bañera Aunque chillara. ¡Pobre-cito! El felino lloraba Pero de a poco se fue amol-dando hasta que Felipe le puso champú y dulcemente lo consolaba… En seguida tuvo que secarlo y ponerlo

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al sol para que todo se arreglara. Yo en cambio aquí no tengo quien me arrulle ni mime Ahora la fiebre aumenta Me duele la cabeza —cosa que rara vez acontece— Siento que estalla Voy a tener que llamar a la enfermera. Toco el timbre Me desespero Nadie llega ¡Maldición! Marlene no está y de pronto apa-rece una monja: me regaña por tanto escándalo Pre-gunta qué pasa Me dice que debo tener paciencia Que hoy apenas hay ocho auxiliares en toda la clínica Que pronto vendrá alguien en mi auxilio. Al cabo de quince minutos infernales aparece una señora igual de regañona Me tira un calmante y a regañadien-tes sirve agua apagando las luces Pero deja la puerta abierta. ¡Malparida! Lo olvidaba: cada vez que están enfurecidas las putas matronas dejan la puerta de par en par Lo mismo que cuando tengo visitas. No tienen la más mínima consideración El sentido de la privaci-dad ni les importa. Me toca incorporarme Renegar de nuevo y en voz alta maldecir a la estúpida que desde el pasillo me escucha Se devuelve Le digo que no deje la puerta abierta Yo la cierro Le digo que mañana me voy a quejar con su superiora Me dice que ella es la jefe Entonces no me queda otra que afirmar: —¡Mal-dito cristianismo! Eso sí le duele a la condenada. Len-tamente tomo el agua y el anhelado calmante Apago las luces y al lecho judío regreso.

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De profesor invitado en la Ciudad Luz de Sole-dades me reencontré con Atanasio Moskus. Asistí a la entrega del doctorado Honoris Causa que con toda pompa le diera el Instituto Parisino de Estudios Polí-ticos. Recuerdo la frase inicial de su discurso: Si en vez de recibir de parte de ustedes un título… ¿Qué pasaría si más bien me enviaran a la cárcel? Era la época de viejos y nuevos bananeos entre el Gobierno colombiano y la guerrilla… Las frases de Atanasio no dejaban de tener connotación política. Entonces me preguntaba: —¿Será que este hombre es tan calculador y su inta-chable humildad reviste una capa de soberbia? No Eso no podía ser. El profesor Moskus era de lo más comprometido con el país Aún recibiendo el máximo galardón académico. En esas lo saludé y él me estre-chó la mano Me dijo que en Bogotá nos encontrá-ramos. Yo le obsequié mi último libro indicándole que mi estadía concluía y tenía que regresar a Bogotá de urgencias. ¡Muy cierto! Pese a que mamá durante aquel tiempo había callado Me entraron unas terribles palpitaciones de que la encontraría enferma.

Durante dos horas medio concilio el sueño. Un ataque de tos me despierta Escupo reverendas flemas Debe ser tan fuerte mi quejido que sin tocar el timbre aparecen médico y enfermeras… En medio veo al her-moso doctor samario cuya belleza me calma. Ordena que me quiten la bata y con su fonendoscopio me

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examina Siento que me ahogo Inmediatamente pide que traigan oxígeno. ¡Una mascarilla! Mientras tanto las enfermeras corren a buscarlo Yo entre sus robus-tos brazos me quedo. Al fin llegan con la pipeta Casi ni respiro Justo a tiempo el aire retorna. ¡Cómo dia-blos habré recaído! Lentamente vuelvo en mí Mañana tendrán que revisar minuciosamente mis pulmones.

Un martes —a las dieciséis horas— aterricé en el congestionado aeropuerto de Bogotá y cual relám-pago me dirigí a la casa paterna. Dejé la maleta tirada como pude pues ahora sabía que mamá estaba grave Muy enferma. Durante toda mi estadía en Francia ella no me pintó el más mínimo signo La menor palabra. Simplemente acudió solita al médico Se hartó de los jijuemil exámenes Siguió tomando pepas homeopáti-cas. Papá tampoco decía gran cosa cada vez que lo llamaba. Sólo cuidaban religiosamente a mi gato Mit-zuko Y punto. ¡Qué barbaridad: sabían que aquel era el hijo que jamás podría darles! Una vez la tuve al frente Le tomé la tensión y el pulso Ella sin más ago-nizaba… Inmediatamente traté de vestirla y llamar una ambulancia Era inútil. En Colombia más vale quedarse en casa que acudir de emergencia a una clí-nica. Entonces no tuve más remedio que sostenerla en mis brazos La noche caía y nadie acudiría en nues-tro auxilio. Así transcurrieron incontables minutos A lo mejor un par de horas. Lo cierto es que entrada

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la noche mamá suspiró en mis brazos… ¡Fallecía! En un mismo gesto debí honrar y eliminar Fungir de sacerdote y médico. Me tranquilicé Llamé a mis mejores amigos A los de siempre: a Jaime González A Carlos-Guillermo A Edgarinos A Leonor Agui-lar y a Nico Morales. Ellos me ayudaron con todos los preparativos: el papeleo que seguía La sala de velación Los pormenores de las exequias en la igle-sia de La Porciúncula. Indudablemente en el entierro todos mis colegas me acompañaron Allí se perdo-naron y olvidaron cualquier clase de diferencias De algún modo el muchachito jefe era su hijo. La suerte estaba echada. En medio del trauma me correspondió ir a vivir con papá e instalarme en su cuarto y estar pendiente de él en todo lo posible Aguantarme sus chocheras sometiéndolo a la dieta prescrita Cuando comprobé los absurdos consejos de las nutricionistas Esa otra tortura: ¡qué carajos! A comer y a beber lo que se le antojara. Contraté de tiempo completo a una matrona para que de él se ocupara y sabiamente lo consintiera. Muy recomendada llegó como caída del cielo Edilma Liévano a casa. Ella sería mi brazo dere-cho durante los seis meses de idas y venidas a control donde los médicos mientras yo seguía dirigiendo el condenado Departamento de Sociología: que esto y aquello Que los desayunos dietéticos Que por hoy un almuerzo con más proteína Que las cenas de verdu-ras Que los ejercicios y las terapias Que los paseos al parque y la media vuelta a la manzana Que a ver las

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telenovelas así don Juan se sobrepasara Hasta que las fuerzas le flaquearon. Por más teatro que le improvi-sáramos resultaba imposible ocultarle que le faltaba su ser más querido: la mujer de su vida.

En toda clínica dan de alta por dos razones: por curación o por próximo fallecimiento. Ese fue el caso de papá cuando en compañía de Edilma y Edgari-nos me tocó sacarlo tras un mes de estar interno en la Shaio: cuando ya no pudieron sacarnos más plata… Hasta luego. ¿Me van a demandar señores que con total ramplonería atendieron al vicepresidente de la República? ¡Adelante! Yo ratificaré lo que escribo: esta es una ficción y ustedes quedarán para siempre como unos hijueputas. Volviendo a mis cabales veo a mi padre —que siempre fue un abuelo— agonizante saliendo de la clínica La cual por pura coincidencia es vecina de Caracol Televisión ¡Para que vean! Des-pués de mil gestiones burocráticas en una ambulancia por el mundo lo transporto Llegamos a nuestra casa de La Candelaria y con la ayuda de Edgarinos en su cama queda instalado. Muy pronto a sus pies dormi-rán Igorino y Ambrosio Los dos gatos que lo amaban. Desde el patio se siente revolotear a Mufasa El conejo semental de la cofradía. Papá respira sereno ¡Cuánto quisiera darle de comer! Dicen que lo mataría. Toca que pase esa maldita soya que lo alimenta Muy pronto cae la noche y decidimos que suene su música: Silva y

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Villalba entonando Arre torito bravo… El tiempo pere-zoso transcurre y a las dos de la madrugada llega Her-nando Salcedo Habla con don Juan Lo examina Le da unas esencias florales Luego me llama temeroso Presto acudo Tomo al abuelo en mis brazos Pido a todos que salgan y con él hasta el amanecer me quedo. Hacia las seis de la mañana mi padre me aprieta el brazo Me sacudo Lo acaricio Sonrío y él suspira entre-gándose a la hermana muerte sin miedo.

Seis meses después de fallecer mamá tuve que asistir a otras exequias. Esta vez en la capilla de la Universidad Nacional —nuevamente rodeado de mis colegas. Una misa fofa en la que felizmente Mauricio Nasi tocaba el órgano. Para compensar la rutina leí un texto de Shakespeare: somos banquete de gusa-nos. Antes de cargar el féretro rumbo al crematorio recibí un abrazo inesperado: era de H El protago-nista de mi primera novela. Luego abordé un vehí-culo en compañía de mis amigos —esta vez presente como nunca Lukas Jaramillo. En el Cementerio de Chapinero mientras entregábamos el cuerpo de papá En lugar de rito había una mujer gritando Que pase el siguiente… Por irreverente me puse a insultarla y dos profesores me calmaron. Nos informaron que ocho días después nos entregarían las cenizas. Así ocu-rrió cuando me descubrí íngrimo: estaba en una casa enorme y apenas rodeado de un conejo y tres gatos.

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De pronto caí en cuenta de que hacía días no veía a Igorino ni a Ambrosio. ¡Habían desaparecido! Sólo sentí el chillido de Mufasa El conejo de papá que se lo estaban comiendo los gusanos. Sin dudar lo tomé en mis brazos e inmediatamente me dispuse a sacri-ficarlo. En seguida supe que no tenía a nadie Salvo al adorado Mitzuko. No obstante pronto sería Navidad y quería viajar Cruzar nuevamente el Atlántico… A un par de amigos encomendé mi felino.

Una nueva mañana despunta. ¡Aleluya! El Infan-tino llega. Con un delicioso desayuno me entrega las gafas de sol que necesitaba Y cual actor que concursa en Cannes me las pongo y así disfrazado tomo jugo de naranja Café con leche y pan con mermelada. Tam-bién devoro el huevo frito que contiene otro plato. Él se alegra Le pregunto por mi computador Me dice que todavía no me lo trae para que no me distraiga Le digo que es el colmo Que cuanto antes lo necesito. Era una broma: de un maletín lo saca. —¿Y qué pasó con el iPhone? Me dice que se dañó porque él no sabía el código Que tendré que quedar incomunicado hasta cuando salga de la clínica y alguien lo arregle. Vaya… Ni modos. Sin aguantarme las ganas enciendo el Mac-book tratando de buscar alguna red de Internet y nada. ¡Qué desgracia! En Nuestra Señora de la Magdalena por puro ahorro le niegan el ciberespacio a los pacien-tes. Tengo que conformarme con el mal de archivo.

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Desde que fallecieron mis padres empecé a pasar navidades en compañía de Hélène y Michel Maffe-soli. El invierno parisino me encantaba La ciudad se vestía de colores Era todo un rito: con la mujer y las hijas de Michel compartía espléndidos regalos Pero antes un poco de religión resultaba necesaria. Salía-mos a recorrer iglesias para captar fragmentos de las fulgurantes misas de gallo: pasábamos por donde los integristas Luego nos asomábamos donde los orto-doxos y a veces descendíamos hasta Nôtre-Dame. En seguida volvíamos a atravesar El Sena para reto-mar el Boulevard Saint-Michel y ascender por la Rue Saint-Jacques ¡Majestuoso! Concluíamos el recorrido en Saint-Étienne du Mont cantando Adeste fideles y otros villancicos. Ahora sí a la casa porque el des-tape de obsequios no daba espera. Aplausos de feli-citación y más abrazos. ¡A la mesa! De entrada caviar y salmón Luego fois gras de la casa acompañado de un vaso de soternes En seguida la dinde que llaman… Varias botellas de champagne y de sauvignon se descor-chaban. Florecida aparecía Madame la ensalada y no sé cuántas clases de quesos Después los postres y una copa de cognac o de calvados para continuar con el hueco normando. Al amanecer me despedía de ellos Llamaba un taxi y regresaba al hotel donde me alo-jaba. Generalmente me reencontraba con amigos Los días pasaban Me compraba otro abrigo de cachemira

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Aspiraba el frío de las mañanas Desayunaba en Saint-Germain-des-Près así dijeras tú que quedaba en ban-carrota… Entonces me acordaba de Mitzuko y sabía que debía regresar porque Pablo y Esteban estaban muy inquietos.

Tras desayunar me quejo de la comida de hos-pital Al Infantino le pido que para el almuerzo me traiga un plato de contrabando. ¡Un ajiaco: me muero por uno verdadero! Él se rasca la cabeza ante seme-jante pedido. Yo le digo que en Sopas de mamá y pos-tres de la abuela puede conseguirlo. ¡Qué pereza! Le recuerdo el que tomamos en Casa Vieja el día de mi hospitalización Me asegura que en los alrededores de la clínica ni de fundas se consigue uno parecido Le suplico que haga el intento. Después le pregunto cómo le ha ido con las cuentas Me dice que no ha gas-tado gran cosa Le ordeno que saque bastante plata: —Está bien ¡Perdóname! Haz como puedas que bien sé cuánto me quieres.

Efectivamente mi felino arisco a Pablo y a Esteban se les había escapado. Según ellos De vez en cuando se asomaba. Obvio: sintió que un par de extraños le invadieron el espacio. Pero ¿cómo iba yo a saber si lo que hice fue pensar en el bienestar de Mitzuko? Tan pronto aterricé y antes de que se

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armara la de Cristo es Dios Mis amigos decidieron marcharse. Me juraron que sólo así el gato regresa-ría Que él tenía un olfato de miedo. Les agradecí en todo caso Me despedí de ellos Estaba muy cansado. No obstante hacia las cuatro de la mañana me des-pertó una pesadilla: Mitzú deambulaba por el barrio Las Cruces y yo debía ir a su encuentro… A esa hora helada me levanté y poniéndome el abrigo que traje de París fui a buscarlo: ¡Chico Michico Michico! En vano lo llamaba… Regresé a casa Volví a acostarme Traté de conciliar el sueño. Hacia las seis de la mañana me des-pertó un sartaral de moscas que zumbaban alrededor de mi cuarto: el animalito apareció envenenado. Al sentirme por ahí Vino a morir en pleno patio. Obvia-mente amortajé su cuerpo Lo velé junto a un árbol Llamé a algunos amigos para que me acompañaran en ese funeral felino: Edgarinos Lukas y Constanza Fletscher. Con ellos dije adiós a mi gato consentido. Derramé todas las lágrimas que desde las exequias de mis padres tenía acumuladas Y comencé un texto que concluiría a orillas del mar en su memoria: «Entre Beckett y Lacan: cesar de no escribirse» (Ficciones Socia-les Contemporáneas).

Olvidé preguntarle a Felipe por Gaucho. ¿Cómo estará mi gato? Me queda una terrible inquietud sobre él. ¿Será que por esta maldita tuberculosis me lo quitan? Que no es tuberculosis sino neumonía atípica.

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¡Eso! Pero ¿será que me separan del felino de mi ado-ración? No lo creo. Tendré que hacerle esa consulta al doctor Chaparro. Entre tanto me cubro íntegro Vuelvo a hacer pereza e imagino que Gauchito está conmigo: apenas se deja acariciar y besar los bigotes A ese cachorro sólo le importa el sexo Frotarse en mis brazos una y otra vez dejándome empapado. ¡Y no se conforma con un sólo polvo! Quiere varios pues es un animal tan arrecho como su amo. Precisamente por eso lo quiero. Como alguna vez diría Samuel Bec-kett: El amor es tan sólo frotamientos.

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XII

La eMisora run-run me invitó a cubrir el Primer Festival Internacional de Literatura realizado en Car-tagena. Alquilé para ello un cuarto frente al Parque Centenario. Desde allí veía montones de iguanas Ca-sas destruidas que me transportaban a La Habana: a esa magnífica ciudad corroída. Me imaginaba en un hotel decadente repasando tardes delirantes y bebien-do mojito Comenzando un nuevo año académico en medio de apagones Devorando suculentas cenas tras la locura frenética de montar en guagua Creía delirar en medio de noches clandestinas aspirando el aire del malecón podrido. De pronto sonaba el teléfono y era Rocío Botero que quería pasarme al profesor Mos-kus: —Fabián Buenas noches. Perdone que sea tan di-recto… En el equipo de Visionarios quisiéramos que usted formara parte de nuestra lista al Senado. ¿Le in-teresa? Durante algunos segundos quedé estupefacto Pero en seguida respondí: —Muchas gracias Atanasio. Me honra su confianza. No esperaba ese reto en vís-peras de mi cumpleaños. Mañana lo estaré celebran-do en la isla de San Pedro de Majagua. ¿Qué puedo

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responderle? ¡Acepto! Desde ese instante se me al-teró el sueño. Di mil vueltas en la cama y la mañana siguiente me atrapó desvelado. Dicen que las mayo-res decisiones sólo emplean unos segundos. Tras ha-cer pereza tomé un baño prolongado Desayuné en la Plaza de Santo Domingo y me dirigí hacia la sede del festival literario. Como corresponsal de la radio uni-versitaria mi trabajo consistía en seguir al ensayista Fernando Savater adonde fuera. Registré su lánguida conferencia La transmití en directo y partí con su co-mitiva rumbo a un barrio marginado. Allí numerosos fotógrafos disparaban sus cámaras Los espectadores se sentían conmovidos: era apostólico ver al filóso-fo de moda enseñar a leer y escribir a unos niños. Horas después encontré su foto en los periódicos… «Durante una semana se calló el bullicio en Cartagena cediéndole el paso a la cultura» Titularon los diarios. «La gente corriente se topó con Gabo Laura Restre-po Daniel Samper Jorge Franco Óscar Collazos y cla-ro está con Savater El intelectual preferido del señor Presidente». Por supuesto nadie comentaba que tan connotados escritores se habían comportado como políticos.

Ahora no me dé la comunión Hermana. No soy digno de que entres en mi casa… Le repito a la monja que vuelve e insiste como si yo fuera tierra de misión o no sé qué diablos. La verdad es que no voy a volver a caer

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en esa trampa. Bien sé que en breve viene el desayuno y además por culpa del Cuerpo de Cristo de la otra vez me está saliendo un herpes en el labio. He ahí lo que uno gana con tanta promiscuidad Debería seguir el consejo de Felipe y convertirme al budismo.

Tras haber aceptado lanzarme a la política cambié de idilio. De momento negaba el cúmulo de implicacio-nes: estaba despidiéndome temporalmente del magis-terio Abandonaba algunos privilegios Desafiaba la ira de mis colegas Me convertía en motivo de risa Sería signo de vergüenza. Y todo por un absurdo. Renunciar temporalmente a la Universidad era mi mayor sacrifi-cio. Lógicamente me llamarían oportunista Mentiroso Neoliberal Lagarto Vendido. Para muchos había trai-cionado la causa. De acuerdo: rasgaba el telón de la Aca-demia. Pero no me avergonzaba. Diez años atrás había profesado y ahora lo abandonaba todo. Me atraían las situaciones azarosas Ejercitarme en la ruleta rusa. Me sentía aburrido del mismo teatro Quería alejarme de las aulas de clase Podían llamarme desertor Apóstata. Todo maestro aguarda una pensión y eso me aterraba. Divagaba Alteraba mi rumbo. ¿Estaba listo o irrum-pía ciego? De algún modo lamentaba profanar la voca-ción Entregarme a las pasiones políticas. ¿Entonces culpaba al absurdo? Abandoné irreverente el escenario. ¿Enmarcaría un nuevo idilio? Permuté el juego Reem-placé las fichas Me candidaticé al Senado. ¿Cambiaría

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de identidad? Para nada. ¿Iría rumbo a peor? Ahora figuraba en las listas de un partido y estaba dispuesto a defender cuatro consignas: 1) Nacer dignamente. Es decir Despenalización total del aborto. 2) Creer digna-mente. Traduzco: convocatoria abierta a todas las reli-giones jurídicamente reconocidas para formar maestros capaces de enseñar ética A ver si en cuatro generacio-nes legalizábamos a Colombia. 3) Amar dignamente. O sea Pacto Civil de Solidaridad con posibilidad de adop-ción de niños para las parejas del mismo sexo. Y 4) Morir dignamente. Dicho de otro modo: propagación de un debate cultural para adecuar estéticamente clíni-cas y centros de salud a fin de aliviar a los pacientes ter-minales y permitir que numerosos enfermos pudiesen concluir su vida en condiciones humanas. Con seme-jantes propuestas en un país tan godo ¿Nos elegirían?

Esculcando las gavetas del armario encuentro una revista de farándula que llevo a la cama. Al final de cientos de fotos encuentro mi horóscopo. Discre-tamente lo leo: «Buena época para evaluar el rumbo de su vida y darle apropiado valor a cada situación. Debe revisar experiencias y abandonar actividades que le permitan lograr lo que ansía. Si no renuncia a algo No podrá alcanzar lo que quiere pues carga un fardo que se opone a su progreso. Que el servicio y la espiritualidad guíen sus acciones De lo contra-rio se sentirá ajeno a sí mismo ingresando a estados

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de dependencia. Hay cadenas sutiles y circunstan-cias insostenibles. La liberación es interior». Según el Tarot del Caminante Semejante acertijo me depara el destino. Por supuesto me avergüenza la expresión «liberación interior» tanto como ingresar a «estados de dependencia» O enfrentar «circunstancias insos-tenibles». Siento ganas de cambiar de oficio Como cuando integré espontáneamente la lista de los Visio-narios sin el menor chance de ser elegido. ¿Qué demo-nios me atrae? ¿Por qué sigo queriendo saltar al vacío como si todas las razones del mundo no bastaran?

Durante mi primer día como candidato pro-gramé la radio para que me despertara a las seis de la mañana. Eso nunca ocurrió Me quedé retozando. De golpe creí ver a Mitzuko enroscado: cada ama-necer llegaba acezando Se arrunchaba a mis pies y de allí era un crimen levantarlo. Mi gato primogé-nito daba envidia No se preocupaba de nada. En él se cumplía el proverbio evangélico que reza: A cada día su propio afán. Le bastaba bostezar para obtener ali-mento Aunque sus gestos significaran deseos con-trarios: hambre Sed Pereza Cansancio Ganas de huir De joder la vida. Entonces caí en la cuenta de que mi felino era un espectro Me levanté y de un salto alcancé el baño. Con afán me cepillé los dientes al tiempo que traté de afeitarme. Por acelerado me corté y un chorro de sangre manaba de mis labios. ¡Qué

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desgracia! ¿Cómo diablos iba a detenerlo? Tenía que ducharme pues el tiempo apremiaba. Debí desayunar lentamente porque la sangre no cesaba. Al rato salí a buscar un taxi con un pañuelo en la boca… Feliz-mente un conductor se detuvo. La Circunvalar fue una excelente ruta para atravesar la ciudad y en diez minutos alcanzar mi reunión absurda. La composi-ción del lugar así lo indicaba: el tablero ambulante Los marcadores de agua Numerosos cubículos Las sillas de ong que mejor cuadraban en una empresa de supernumerarios. Rodeando varias mesas —en rec-tángulo— nos hallábamos los aspirantes. Los caba-lleros —salvo yo— soportando la asfixia de llevar corbata anaranjada. Las damas sometidas a la tortura de calzar zapatos puntiagudos. La condenada reunión era un desayuno de trabajo. En cada mesa había crois-sants Jugos de naranja y cafés negros rigurosamente servidos. Contagiándonos su entusiasmo otro aspi-rante concluía: —Estamos aquí porque conforma-mos un equipo único Nuestra meta es un millón de votos. Vamos a desarrollar una excelente campaña pedagógica A demostrarle al país que podemos cons-truir una gran pirámide zanahoria. De ahora en ade-lante cuanto hagamos suma: todos ponemos y todos tomamos.

Una enfermera que entra a monitorear mi cuarto lleva un walkman y pese a los audífonos que tiene

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puestos identifico la melodía: Bajo la penumbra de un farol Se dormirán Todas las cosas que quedaron por decir Se dormirán… Junto a las manillas de un reloj Esperarán Todas las horas que quedaron por vivir Esperarán… Todas las pro-mesas de mi amor se irán contigo Me olvidarás… Junto a la estación no lloraré igual que un niño Porque te vas… Indiscu-tiblemente pienso en la película Cría cuervos de Carlos Saura y exclamo: —Eso es lo que hacen los alumnos con uno: si no nos sacan los ojos ¡Se largan!

La lista de aspirantes al Senado por el Partido Visionario estaba conformada por un grupo bastante ecuménico: el economista Salomón Kalmanovich que a todo el mundo conmovía llevando un atuendo de desposeído El periodista Hernando López-Buendía disfrazado de Quijote ambulante El historiador Juan-Carlos Rosas rodando por Bogotá en bicicleta El abo-gado Manuel Martínez que observaba cual inquisidor mis transgresiones La doctora María-Teresa García cuyos ojos se entristecían cuando el profesor Moskus nos pedía dramatizar el catecismo ciudadano La socióloga Carlina Daza con su actitud positiva hacia las negritudes El profesor Germán Valero y su com-promiso con los reinsertados El arquitecto Ricardo Moctezuma cuya mirada se perdía en medio del trans-porte público El suscrito iconoclasta de éste y otros idilios El administrador Julio Flores contabilizando minuciosamente los fondos de la campaña Y el galán

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de telenovelas Nicolás Monterroso con su inigualable carisma farandulero. De los aspirantes a la Cámara de Representantes sólo alcancé a retener la timidez de José Fernando Serrano La lucidez de Paula Quiño-nes y la gracia de tres antiguos alcaldes menores —todos ellos doctores chapatines— que se vanagloriaban de haber contribuido a «recuperar espacio público» aplicando con todas las de la ley la infalible fórmula del garrote y la zanahoria.

¡Tengo mucha hambre y me muero por un ajiaco! Nuevamente le digo al Infantino que haciéndose el de la vista gorda me lleva la cuerda.

Felizmente llegó la noche de nuestra presenta-ción en sociedad Como dicen en la Costa. En calidad de aspirantes al Congreso de la República nos congre-gamos en la Plaza de Bolívar —frente al lamentable-mente reconstruido Palacio de Justicia— a jugar con espejos. La idea consistía en «tirar al blanco». Debía-mos apuntarle a la frase santanderista: «las leyes os darán libertad». Mientras tanto potentes reflecto-res nos iluminarían Atanasio Moskus proclamaría un par de frases del Génesis Numerosos periodistas nos rodearían y a nuestras espaldas una carpa zana-horia nos envolvería cuando un conjunto vallenato entonara al ritmo de «La Piragua»: «El derecho a la

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vida es inviolable… No habrá pena de muerte». Al día siguiente el lanzamiento de los Visionarios sería registrado en la segunda página de El Tiempo. La tele-visión comentaría nuestra osada aparición junto a los chismes de las notas secretas y tanto colegas como alumnos empezarían a deprimirse. Lo escrito estaba hecho y ya no había marcha atrás. En adelante segui-rían nuevos espectáculos Más impactos mediáticos Otras entrevistas ligeras Una convención de copar-tidarios para organizar toda la logística y sobre todo un entrenamiento catequético porque con propuestas como las mías de nacer Creer Amar y morir digna-mente… Sin duda alguna perderíamos votos.

A un delicioso ajiaco sólo lo compensa la Blan-quette de veau Mi plato francés preferido. Incluso siendo humilde puedo consolarme con un pusandao o ahí está Con una Bandeja vallecaucana. Pero con nada más A menos que de sobremesa me traigan una lulada. Ahora paso saliva y no sé si Felipe me toma en serio. Creo que le da jartera tener que buscar el bendito ajiaco. En esas ingresan dos amigos: Pablo y Juan a hacerme visita. Me encuentran anonadado Les digo que siento mucha pena Que sólo deseo un ajiaco… Ellos prome-ten ir a buscarlo Entonces me pongo contento Se des-piden y abandonan la escena.

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Un triángulo zanahoria en el cual debía leerse con tinta negra la palabra ArT 11 (gracias a la conjun-ción de otros triángulos más pequeños Resaltando el segundo una suerte de vientre embarazado y soste-niendo el tercero una especie de telescopio para des-embocar en el número mágico de nuestro sino que a su vez hacía referencia al artículo que consagraba el derecho a la vida como inviolable Porque se suponía que en Colombia no existe la pena de muerte) Tal era el logotipo que paulatinamente se transformaba en tetraedro hasta culminar en un casco llamado tricor-nio que —sin calcular el oso cósmico— durante la campaña identificaría a los Visionarios. Por supuesto ese signo no lo entendía ni Chomsky y a pesar del esfuerzo por hacerle ver semejante simpleza a Atana-sio Moskus Él se obstinaba argumentando que cada quien podía interpretar algo nuevo en nuestro estan-darte: la vida como el don más sagrado. Obedien-tes sus discípulos en adelante lo portaríamos Y en solemne ceremonia en un sardinel cercano a corfe-rias seríamos consagrados: a cada candidato el pro-fesor Moskus le entregaría su tricornio Un espejo y una zanahoria ¡He ahí nuestras armas! Con ellas se suponía que conquistaríamos miles de votos. A mí no me hacía tanta mella salir a la calle coronado con el objeto que luego denominé «Casco de Mambrino» Pero al doctor Kalmanovich y a Tita García tener que ponerse ese bendito gorro Visiblemente los abru-maba. Sin embargo la mitra había que llevarla y como

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el Karma es una cadena de causas y efectos Era dema-siado tarde para reversar la empresa lanzada.

Al cabo de dos horas —cuando he devuelto el almuerzo de la clínica— Pablo y Juan aparecen con un simple caldo de pollo. Sin mirarlos les agradezco y pido que se retiren. Ante El Infantino me desco-yunto. Traduzco: retuerzo boca y manos de ira Quiero lanzar la condenada sopa por la ventana: —¡Maldita sea! ¿Cómo es que a un pobre enfermo el ser más amado no lo complace? Felipe trata de calmarme Lo único que se le ocurre decir es: —Tómatelo mi amor y deja de joder que a todas luces ya estás recuperado.

Evidentemente la campaña política era un beren-jenal. Se requerían comités de prensa Programáticos Económicos Técnicos… Toda una logística que debía funcionar suficientemente articulada. Pero esas cosas costaban y nuestro mayor problema era la falta de dinero. Además debíamos vigilar muy atentamente los fondos provenientes de donantes para que no nos fuera a entrar plata mal habida. Entonces alquilamos una casa cercana a la Avenida de Chile como sede Contratamos una agencia de comunicaciones para que lograra el más efectivo contacto de los candidatos con los medios Conformamos numerosos combos con estudiantes voluntarios de la capital y del resto

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del país y En un abrir y cerrar de ojos Los Visionarios surgíamos ante la opinión pública. En esos prepara-tivos conocí a la doctora María-Isabel Peña Nuestra directora de campaña. Era una mujer demasiado ace-lerada que se jactaba de cargar con el peso de más de cien investigaciones disciplinarias Desafortunada-mente ganadas por no dejarse intimidar de los corrup-tos y haber estado siempre dispuesta a luchar contra todo tipo de atajos. Ante ella presentaría el capitán de los aspirantes al Senado los fundamentos de nues-tra agenda legislativa Los cuales serían los capítulos y versículos del «sagrado catecismo» para evitar figura-ciones individuales porque se suponía que éramos un equipo que sin dudarlo dos veces debía actuar como bancada. Nuestro partido no proponía nuevas leyes sino reducir las existentes La verborrea legislativa que cada cuatro años prometían los profesionales de la política nos aterraba. Según Visionarios se requerían pocas normas que fueran simplemente comprensi-bles. Conscientes nos declarábamos del enorme des-equilibrio entre poderes tras la inicua aprobación de la reelección inmediata del mandarín de turno del último Gobierno. Por tanto había que reestablecer la armonía entre el Ejecutivo La Rama Legislativa y la Judicial. Además considerábamos que las leyes eran más fuertes si se nutrían de diferentes tradicio-nes. En ese sentido abogábamos por el pluralismo y la tolerancia Y exigíamos a quienes nos apoyaran que fueran ciudadanos co-responsables Es decir que

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estuvieran dispuestos a ejercer control político sobre sus representantes para que periódicamente les mos-tráramos resultados respetando al máximo los proce-dimientos legales. Con esos principios programamos nuestra Misión Zanahoria. El siguiente martes —habiendo inscrito oficialmente nuestras candidaturas ante la Registraduría— los Visionarios nos presen-taríamos en el aeropuerto de Bogotá convocando a los medios Muy dispuestos a emprender una aven-tura titulada: «Colombia legal por las buenas». Junto a los counters de las aerolíneas nos ubicaríamos en dos filas: aspirantes a la Cámara frente a futuros senado-res llevando todos corbatas o bufandas zanahorias. Los once soñadores representantes intercambiarían equipajes con los once idealistas padres de la patria: al interior debía haber broches zanahorios para pegar en las solapas de miles de chaquetas y publicidad mini-malista en forma de triángulo con el bendito logo que contuviera los fundamentos de nuestra agenda legis-lativa. La idea consistía en embarcarnos de a dos en dos tras recibir el abrazo de nuestro maestro Rumbo a once ciudades distintas Con el ánimo de repar-tir en el centro cultural más representativo de cada destino nuestras «armas» y conceder allí una rueda de prensa a fin de «zanahorizar» a los colombianos. Dicho de otro modo La misión buscaba proclamar la importancia de des-narco-para-politizar en el menor

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tiempo posible al país Pues de lo contrario corría-mos el riesgo de convertirlo en tierra de nadie para siempre.

No sé a qué arcángel convocó El Infantino… Lo cierto es que dos horas después de mi renegada Aparece Esteban Giraldo con un verdadero ajiaco de Sopas de mamá y postres de la abuela. ¿Para qué escribir que lo devoro? Mi vida dependía de ello.

¡Veo esa jornada! Salimos en procesión de la casa de Atanasio Disfrazados con barbas y pelucas cual veintidós clones del pedagogo. Lo maravilloso era el cántico que nos acompasaba: «El derecho a la vida es inviolable El derecho a la vida es inviolable… No habrá pena de muerte No habrá pena de muerte…» Cuando a Tita García se le ocurrió agregar: «La vida es sagrada La vida es sagrada…» Y nuestro himno se convirtió en «patada de burro». Aquella era una expresión costeña empleada para señalar que había-mos conquistado algo Que el cierre de un aspecto había sido perfecto Mejor dicho que lográbamos amarrar el nudo y por donde íbamos deberían seguir las cosas. Hasta que llegamos a la Registraduría: allí suscribimos las actas protocolarias Firmamos y recontrafirmamos decenas de folios. Los periodistas nos tomaron numerosas fotografías Y felizmente las

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cámaras de televisión captaron el momento en que acercándose el señor Registrador nos quitamos los disfraces para que nadie se atreviera a decir que pro-veníamos del Planeta de los simios. Una vez inscritos buscamos sitio dónde acabar de consagrarnos. Encon-tramos un parquecito cercano para prestar juramento visionario. Como en una «danza de hombres y muje-res pez» todo cobraba un aire solemne: reflejamos el sol que entre chorros nos iluminaba. La idea era pro-yectarlo mutuamente Aportar nuestra luz para que los ciudadanos intuyeran semejante potencia. Enton-ces a Atanasio se le ocurrió que jugáramos con rayos láser… Debíamos preparar un sorpresivo performance para el programa La Noche de Catrina Gurizati. Entre tanto a cada quien le correspondía dramatizar —en diez segundos— su propuesta legislativa. Partimos así rumbo a la Plaza de Bolívar: coronados de tricor-nio y dando vueltas en círculo para que cada quien registrara su brevísimo show ante algún camarógrafo.

Una vez saciado me despido de Esteban. Minu-tos después El Infantino regresa. No me habla Se sienta en el sofá y mira al horizonte lejano… Tras un silencio de desespero se voltea y me pregunta: —¿Satisfecho?

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El economista Kalmanovich apareció con una canasta de mercado Hernando López-Buendía se armó de Quijote para proteger huérfanos y viudas Juan-Carlos Rosas surgió acorazado de zanahorias Manuel Martínez rompió dos piñatas ambientales María-Teresa García caminaba rodeada de niños que cantaban al unísono Pío Pío Pío… Carlina Daza des-truyó una máscara racista Manuel Valero cabalgó un caballito de madera Ricardo Moctezuma repartió a diestra y siniestra chalecos para andar en bicicleta El suscrito servidor entonó una plegaria eucarística Julio Flores promovió el ahorro entre los pobres Y Nico-lás Monterroso jugó con algunos lolitos y yayitas a la «paternidad responsable». Ensayando y repitiendo culminó el día. Al final de tanto trabajo debí encon-trarme para cenar con amigos El tema implícito era la locura en que andaba metido. ¡Felizmente termi-namos hablando de la Universidad! De cómo los académicos nos volvemos paranoicos De qué suce-dería con la reforma de la próxima Rectoría De cuán transgresor se podía ser mientras los otros nos reco-nocieran jóvenes. Discutiendo entre vinos y quesos repasamos las enormes minucias de nuestro pequeño mundo redondeando con frases de consuelo. Sin darnos cuenta concluimos la velada haciendo de la necesidad virtud Contándonos anécdotas. Una vez en casa me fue imposible conciliar el sueño. Desvelado me acordé de una corbata que sin mayor pudor los colegas de lista me habían regalado. Al anudarla quise

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deshilacharla Juré nunca usarla. Del mismo modo que detestaba los trajes pavosos Aborrecía las flechas que los hombres se cuelgan. Prefería mil veces los foulares y las bufandas Esos trapos sensualmente protegían mi garganta. Hasta el amanecer me empeciné cons-truyendo un símbolo: resultándome obvio que nunca sería senador —a menos que los dioses me castiga-ran— colgué esa tira en la chimenea para jamás tener que usarla.

Absuelto de mi soberbia Felipe me comenta que todo es ilusión Aun el ajiaco que acaba de descoyun-tarme. Le digo que cómo así Que a mí me ha devuelto la vida. Él comienza a pasearse por el cuarto De un lado a otro poniéndome nervioso… Yo le digo que en qué piensa Me dice que en las estrellas. Al cabo de otro silencio se acerca y cual confidente me increpa: —¿Sabías que muchas de ellas aunque las estemos viendo han desaparecido?

Señor Tú eres mi Dios Por ti madrugo —cantan cada mañana los benedictinos. Levantarme tem-prano siempre fue un sacrificio. Aunque amaba la radio Cada vez que tenía un-análisis debía encender tres despertadores al tiempo. Y a las siete en punto tenía un invitado. Pese al trasnocho lo encontré en el quinto piso del Uriel Gutiérrez acezando. Ambos

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con algún distintivo: el profesor Moskus luciendo una elegante corbata zanahoria Yo con un foulard naranja vistoso. La idea era hablarle a la audiencia de nuestro proyecto político. Para ese programa habían escogido como comentarista a un profesor tan contestatario que obviamente nuestra propuesta le parecía irrespon-sable: para él era el colmo que con cánticos y juegui-tos pretendiéramos presentarle al país una agenda de Gobierno. Además el cuento de educar al pueblo bos-tezando le parecía pura demagogia: —¿Cómo quieren ustedes que se acabe lo ilícito si en Colombia mucha gente carece de lo mínimo? —Justamente a través de la pedagogía: sólo siendo legales por las buenas sere-mos más productivos y podremos redistribuir riqueza (replicaba Atanasio). En ese espacio El fundador de los Visionarios arremetió contra el populismo Desen-mascaró hipócritas frases tales como «En mi gobierno daremos un millón de casas sin cuota inicial». Para él la única alternativa democrática radicaba en armoni-zar ley Moral y cultura En tratar de zanjar el abismo entre lo que se debe Lo que se dice y lo que se hace. Por eso no se comprometía con promesas e incluso se daba el lujo de anunciar la creación de nuevos impues-tos. Allí desarrollamos una categoría complementaria a la tan mentada justicia social La noción de equidad cultural: la posibilidad de permitir a través de políti-cas específicas que los ciudadanos pudieran acceder a diferentes modos de sentir Pensar y actuar Inde-pendientemente de sus condiciones socioeconómicas.

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—Porque siempre será más eficaz a largo plazo una biblioteca en un barrio de invasión Que un comedor comunitario (puntualizó Atanasio). Abandonando la emisora acordamos reencontrarnos en los estudios de rCN para grabar nuestra presentación de La Noche. Entre tanto cumplí con ciertos trámites dispendiosos. Como estaba de licencia me correspondía reportar esa novedad ante la Caja de Previsión Social de La Nacho. Entonces me dispuse a hacer fila durante media hora Realicé la autoliquidación respectiva Le pregunté a otros pacientes qué tal pintaba la Academia. Me enteré de quiénes eran los «rectorables»: había dos damas y tres caballeros aspirantes. Entre ellos un químico judío con muchas posibilidades. Decidí pasar el resto del día en el campus universitario: descubrí nuevos grafitis en los cuales se me acusaba de neoliberal y vendido A ciertos colegas que crucé los hallé bastante disgustados Algunos alumnos me llamaron «senador» y yo les respondí bendiciéndolos. La tarde pronto lle-gaba Almorcé un emparedado espantoso Partí hacia el otro confín del mundo y allí ¡Oh sorpresa! Saludando a mis compañeros me fueron maquillando. Atanasio Moskus apareció muy sonriente Nos puso a jugar con rayos láser y al rato se encerró con Catrina Gurizati en su estudio para que desde el Espejo de Narciso millo-nes de colombianos reconocieran a Los Visionarios.

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El ajiaco me malacostumbró y ahora no quiero comida de clínica. Eso le digo por teléfono a Pilar para que me traiga una sobrebarriga. Dos horas des-pués la corto y pruebo con un poco de arroz y ensa-lada… ¿Qué ocurre? No sé Súbitamente se me está yendo el apetito.

Mientras hacíamos campaña en Medellín El pro-fesor Moskus concedía una rueda de prensa con el eco-nomista Kalmanovich. Junto al Parque de los Deseos nos encontramos para almorzar y aprobar un proyecto de ley que titulamos: «no dejar caer a nadie». En reali-dad a ese juego lo debimos bautizar «no tumbar a los demás» Porque ningún voluntario se dejaba balancear por dos desconocidos con los ojos vendados. La con-fianza en nuestro país de tiempo atrás andaba desbara-justada: en los grandes almacenes se vendían miles de camisetas que proclamaban ¡Viva Colombia! Pero nin-guna capaz de enaltecer a los colombianos. Así fun-cionábamos: la paranoia iba siempre justificada. Cual señoras tomando café en una terraza La mayoría de compatriotas agarraba bolsos y maletines para evitar cualquier despojo. ¡Qué le íbamos a hacer si estábamos acostumbrados! Volver a creer en nuestro prójimo tal vez implicaba recrearlo. Con todo Tras numerosos intentos fallidos Algunos niños se dejaron balancear y confiaron… Con ellos aprendimos que si dos ciuda-danos sostenían a otro Nuestra Patria Boba podía ser

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distinta. En ese momento nos enteramos de la muerte de dos policías secuestrados… Atanasio se conmo-vió al punto que ordenó conseguir un par de jaulas de circo hechas de alambres de púas para exhibir en parques públicos y exigir un intercambio humanitario. Esa imagen fue patéticamente captada por los medios. Según cientos de televidentes Los Visionarios acabá-bamos de enloquecernos. Ahora cantábamos enjaula-dos: «¡Que los suelten Que los suelten… Que los… Suelten… Suelten ya!». Evidentemente la gente sin entender no sólo en voz baja preguntaba: —¿Qué dia-blos hacen esos payasos? Ocultándose el sol reencon-tramos a otros compañeros que andaban catequizando en centros comerciales. Atanasio iba feliz explicando a cuanto transeúnte se topaba el logo de su partido Kal-manovich se hallaba visiblemente cansado Los perio-distas una y otra vez nos asediaban. Desembocamos en el Parque Lleras donde sin duda primaba el arribismo Allí las cosas eran a otro precio. Desafortunadamente estaba jugando el equipo verdoso que paralizaba a los antioqueños. Entonces nuestro director de orquesta se trepó a un poste y cual tigre furioso la gente lo vio aullando Era la única forma de convocarnos: sus rugi-dos lograron atraernos. Ahora el círculo de jóvenes que nos rodeaba iba creciendo Jamás olvidaré un haz de luz reflejado entre cientos de espejos.

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Golosinas de uvas y manzanas a las diez de la noche me sosiegan Continuamente voy a buscarlas fingiendo que paso al baño. La música también me alegra: escucho nuevamente a Beethoven Esta vez una Serenata para piano Coro y orquesta…

Imposible pasar por Medellín sin visitar a doña Rosa La Hermosa: la matrona que desde mi pasantía paisa preparaba los más exquisitos frisoles para mis alumnos fantásticos. Su casa quedaba en las afueras de Copacabana: un municipio prácticamente gober-nado por la familia de Caliche Ochoa El difunto capataz del pueblo. Cada vez que llegaba a su rancho con mis amigos Tres mujeres amablemente nos salu-daban: Rosa Socorro y Nena. Desde que fui profesor en la Capital de la Montaña esas otras mamás también me adoptaron. Inclusive tenían un cuarto reservado para que hiciera la siesta. Lo más valioso era su vitali-dad y Aunque incrédulo Sus oraciones. El espacio que más me gustaba era la cocina: en ella me regocijé nue-vamente haciéndoles visita. Todo andaba en orden y relucía bello. Había un enorme fogón de leña donde preparaban los alimentos Muy cerca estaba el come-dor divinamente puesto. Después de disfrutar un ini-gualable plato típico Mi mayor felicidad consistió en tomar el sol junto a la terraza. Desde allí contemplé el Cerro de la Cruz que según decían era milagroso. Luego una de las damas me alcanzó un sabroso café

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negro Fumamos cigarrillos Charlamos y nos diver-timos. Ese día era domingo de Dios y mañana sería nuevamente rutina… Bien sabían ellas de la empresa en que andaba metido. Habiendo alargado el rato no tuve más remedio Les hablé del Partido Visionario. Por supuesto que numerosas veces ellas habían visto en televisión al doctor Moskus y —pese a sospechar de sus gestos— me aseguraron que contaba con sus votos. Serenamente les dije que no valía la pena Les pedí que más bien rezaran por nosotros. Calculando el avance del tiempo Las invité a observar un juego. Para dar ejemplo pedí a los dos amigos que aquella tarde me acompañaron quitarse los cordones de sus zapatos. Entrelazados los amarré y confusos sonreí-mos. La idea consistía en aprender a separarse Sin romper los lazos ni hacerse daño. Empezaron pues los dos pelaos a dar vueltas en círculo. Nada. Se hallaban en seguida más atados. Durante casi media hora se prolongó el espectáculo Tal era la paradoja de Ulises desatado. Al punto de darse por vencidos Repenti-namente descubrieron una pista: había que buscar el nudo por donde estaban más amarrados. Efectiva-mente por ahí iba la solución al problema. Por eso Jacques Lacan obsequiaba cuerdas anudadas a sus pacientes: para que paulatinamente se fueran soltando. Armados de paciencia Pablo y Esteban resolvieron el dilema Les pedí que nos enseñaran cómo Noso-tros lo celebramos. Había llegado la hora de volver a despedirnos Debía partir rumbo al aeropuerto de

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Rionegro. Entonces a las bellas damas les dije Hasta luego. Uno de mis amigos tomó el volante para con-ducirme a mi destino Empero llegamos atrasados. Me atreví a darle a cada uno un beso en la mejilla Los pasajeros ya habían abordado. Sin dudarlo me puse el tricornio y ¡quién lo creyera! Ese sombrero era un pasaporte diplomático. El representante de la aerolí-nea me dijo: —Usted es de los visionarios ¿Cierto? Tome Vaya Siga… Se comunicó por radioteléfono para que todavía no cerraran la puerta del avión y en fracción de minutos atravesé los controles de seguri-dad Me quité la correa y me la puse Descendí por la escalera y a la entrada de la aeronave una azafata gen-tilmente me condujo hasta la silla. Deposité el male-tín con el que siempre viajaba en el compartimiento Tomé asiento Me abroché el cinturón de seguridad Ahora descansaba. Coloqué el «Casco de Mambrino» entre mis piernas Traté de ojear una revista La dejé Me sentí relajado. Con anónimos pasajeros debí ele-varme para aterrizar de nuevo Abracé aquella libertad que me sosegaba ligero.

Una noche en vela. ¿Se me fue el sueño? ¿Que hacer cuando eso ocurre? Tratar de frotarme… Ni siquiera quiero Tampoco puedo.

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Con mi hermano Edgarinos realicé un recorrido por el barrio Teusaquillo Donde en época electoral alquilaban casas los candidatos a las corporaciones públicas para adaptarlas como sedes de campaña. Perdiendo el tiempo fotografiamos un sinnúmero de vallas que anunciaban las consignas de la más idí-lica «publicidad política pagada». Relucían los tonos pastel y brillantes Seguramente por baratos. En todo caso todos prometían: nuevas leyes y menos impues-tos Mayor inversión Más prosperidad y desarrollo. Cada cual subrayaba su consigna: Todo es posible O cambiamos el país o lo cambian los terroristas Fuera las ratas Péguele a la U El poder de las mayorías Por el país que soñamos Todo un mundo de posibilida-des Esta es su oportunidad Vote liberal Por el ahorro de los pobres Cristianos comprometidos con la moral Los buenos somos más Cruzada de la dignidad y la vergüenza Seguridad ante todo Salud y educación para los indigentes Cien por ciento con el Presidente Puente sobre aguas turbulentas Ya vuelve la negra Radicalismo social Por una patria nueva Colombia pacificada por las buenas Por un país decente. Pese al espectáculo y contaminación atmosférica Edga-rinos y yo preferíamos el color zanahoria. Recorda-mos al artista alemán Joseph Beuys quien durante varios años sentó cátedra en la Academia de Düssel-dorf sobre la «necesaria asociación entre arte y polí-tica». Realizando numerosas instalaciones que hoy pertenecen a la historia del campo artístico Un buen

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día lavó los pies cual Cristo a algunos de los asisten-tes a sus exposiciones En otra ocasión lloró matando una liebre ante miles de espectadores Después se hizo transportar en un sarcófago hacia los Estados Unidos porque quería conquistar el corazón de los america-nos Y un buen día se inventó el bus de la «democra-cia directa»: ese medio de transporte le faltaba a los Visionarios. No obstante así lo hubiésemos puesto en marcha En Colombia y el resto del mundo segui-ría siendo folklórico. Había otra clase de populismo todavía más demagógico: hacerle creer al pueblo que votando decidía. Los principios de todo Gobierno de algún modo allí estaban implícitos: era increíble la facilidad con que una mayoría revocaba sus afec-tos en pro de una minoría… ¡Semejante milagro sólo se alcanzaba por medio de la opinión! Y claro: ese axioma nos faltaba. La meta de nuestro primer día era objetivamente inalcanzable: el millón de votos ahora se traducía en alcanzar el umbral para que Kalmano-vich pasara.

Tampoco tengo ganas de prender el computador y buscar las reservas de ayudas didácticas y audiovi-suales que allí tengo. ¡Qué desgracia!

Los inventores de la democracia —la menos peor de todas las formas de Gobierno— solían debatir

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los asuntos de Estado a plena luz del día En la plaza pública. Esa práctica se mantuvo durante siglos hasta que al mundo lo invadió el Espejo de Narciso. En adelante la antigua ágora se volvió irreversiblemente virtual y en los países donde el proyecto de Nación nunca cuajó La discusión política en estudios de tele-visión se volvió tan natural como si la cosa pública fuera simplemente un fin justificado por los medios. Por supuesto Colombia no se quedó atrás en avan-ces tecnológicos. Nuestros gobernantes se jactaron de sus magníficas inversiones telemáticas. ¡Cosa curiosa! El dictador combatido en sus sermones de La Por-ciúncula por fray Severo Velásquez fue quien nos trajo ese descubrimiento: un sin igual aparato para soportarnos. ¿Qué sería de las familias del sagrado corazón sin tan maravilloso invento? ¿De qué otra forma mantendríamos la unidad familiar de San José La Virgen y el Divino Niño? Sin la coronación del altar familiar en forma de cruz La cama doble con sus dos nocheros y al fondo el sacro televisor encen-dido ¿Qué sería de nosotros? Desde hacía décadas el fundamento mágico para permanecer «atados hasta que la muerte nos separe» recayó en una pantalla. Pues bien Durante la campaña visionaria a mí tam-bién me tocó tratar temas de la cosa pública ante el espejito divino. Evidentemente me correspondió en el canal más joven de la capital En un programa lla-mado «Versión Libre» —que de libre tan sólo tenía la ausencia de comerciales. Al ingresar al estudio repetí

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mentalmente la Vulgata que me fuera enseñada por Su Santidad Pietro Burdeo. Él hablaba constante-mente de los «falsos debates de la televisión» como «espectáculos de lucha libre» Donde el juego consiste en que todo quede igual pues por razones de tiempo casi nadie se confronta. Pero eso sí Los presentadores harían gala de su ecuanimidad interrumpiendo para «informar correctamente a la audiencia». Sin darme cuenta ya me estaban maquillando… Mis contrincan-tes no querían retoques Particularmente el personaje más llamativo: Mimí-Giovanna Soto: una antigua Miss Universo ahora recogida por el Partido Liberal para dar pruebas fehacientes de su pluralismo. Cuando la saludé me sorprendió su mascarilla: por lo menos tenía ocho capas de polvo más una sobresaliente pes-tañina. Al principio me pareció insolente Luego me sentí frente a un monstruo Finalmente comprendí que era tan ingenua como yo Salvo que ella creía en su rol: en el deber de irse lanza en ristre contra el Gobierno. Los temas del debate nos fueron comu-nicados ante las cámaras: hablaríamos del secuestro Del intercambio humanitario y del desplazamiento forzado. Aunque creí no haber dicho imbecilidades Me sentí patéticamente demagogo. El tercer contrin-cante —que no merece ser identificado— subrayó su uribismo para convencer a los televidentes. Las expresiones «mano dura contra los violentos» y «cora-zón grande para los pobres» fueron sus frases típicas. La ex reina de belleza en cambio se declaró «dolida

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por su pueblo…». Lo extraño era que a cada instante sonreía. Yo simplemente me limité a hacer ejercicios pedagógicos A repetir algunos acápites del catecismo visionario: Trabajaremos por pocas leyes comprensibles Por el restablecimiento del equilibrio entre poderes Para comba-tir el secuestro Por un intercambio humanitario de una buena vez y para siempre Por productividad nacional con redistri-bución en las regiones Por el control democrático de los ciuda-danos Para nutrir las leyes de diversas tradiciones. Minutos después quise ver la grabación del debate… Definiti-vamente los gestos me habían traicionado Resultaba clara mi propia ironía. Según algunos amigos Aquel sería mi mayor fiasco mediático. Para mí en cambio fue una de las mejores conquistas: logré burlarme de mí mismo. En balance quedaba clara la imposibili-dad de ser elegidos Excepto para el candidato uri-bista: aquél sí era verdaderamente político Es decir Un payaso correcto. La ex reina y yo éramos dema-siado sinceros. A parte de esos retazos guardé una noble despedida: saliendo del estudio abracé a Mimí-Giovanna. En la calle Veintiséis con Avenida Sesenta y ocho Ella fingía esperar a su chofer Prometió lle-varme hasta la torre de Colpatria Yo acepté gustoso. Los minutos pesadamente transcurrían… De pronto sobrevino un aguacero e intempestivamente se le caía el maquillaje. Cual par de huérfanos nos refugiamos bajo un puente Le sugerí tomar un taxi. Ante la fata-lidad ella asintió Entonces compartimos diez minu-tos de silencio.

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¡Esta noche no cesará de llover: ahora mismo lo presiento!

Un comercial de televisión era inevitable Los demás partidos bombardeaban al público con cien-tos de propagandas. Por supuesto eso se pagaba con creces. Ante la angustia de tener que ceder Atanasio esbozó un proyecto: pidió que nos montáramos como gatos e hiciéramos equilibrio encima de algún tejado. Nos convenció de lograr un excelente panorama en el Edificio de Postgrados Rogelio Salmona. Las cáma-ras captarían a dos grupos de visionarios caminando de sur a norte hasta encontrarnos Al ritmo de una música lenta de fondo. Se trataba de los primeros compases del Réquiem de Mozart Justo antes de que entraran las voces. Candidatos a cada corporación pública Muy ligeros y serenos Pero con tono de voz determinante marchando Y el capitán de cada equipo diciendo: Señor narco… A lo cual en coro repetiría-mos: Su vida es sagrada: no la cambie por dinero. Luego daríamos un cuarto de vuelta y mirando al Oriente las mismas voces iniciales: Señor guerrillero Señor para-militar… Nosotros agregaríamos: Sus vidas son sagradas: no las cambien por poder. Finalmente Atanasio aparecería señalándonos: —Estos colombianos irán al Congreso a defender la fuerza de los argumentos. Los acordes

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precedentes al Requiem aeternam donna eis domine con-cluirían con las percusiones. Tras quince segundos filmados en no sé cuántas horas Se suponía que el comercial iría sellado con el logo del Partido Visio-nario. No obstante por culpa del tiempo y otros sin-sabores Nuestro video no salió según lo planeado. Proclamamos esas frases Cierto Pero en una igle-sia decorada con precarios vitrales. Tampoco hubo música porque al momento de editarlo los maquinis-tas no sabían cuáles eran los quince segundos. De modo que la cosa quedó a secas pareciendo nosotros unos desquiciados.

Gotas de granizo golpean los cristales… El cielo llora otra vez desvelado.

¡Las encuestas Las encuestas… Acababa de salir el último sondeo! —vociferaba Julito Sánchez a su maniática audiencia: «sesenta por ciento de voto pre-ferencial para los siete partidos del Presidente Veinte por ciento para los liberales Diez por ciento para los izquierdistas y el resto de la gente no sabe o no res-ponde». La ficha técnica no mentía. La firmaba León Franco tras llamar la noche anterior a mil personas de todos los estratos y ciudades: esas eran sus preferen-cias. Desafortunadamente la lista de los Visionarios estaba integrada por unos perfectos desconocidos.

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¿Quién dijo que los ciudadanos preferían a unos pro-fesores haciendo política? El arte de gobernar era cosa seria y «Zapatero a tus zapatos» escribiría Platón en su República. Dicho en otros términos Cada quien a lo suyo porque de lo contrario todo se volvía caó-tico. Oficialmente éramos un error estadístico. Pero ¿cómo había llegado el doctor Moskus dos veces a la Alcaldía? La primera vez por su bajada de pantalo-nes —explicaban algunos. La segunda simplemente porque pactó con los cacaos: derrotar como fuera a María-Emma pareció ser la consigna. En otras pala-bras —y siguiendo semejante lógica— En esta oca-sión se hallaba solo. No y no: eso resultaba increíble. ¿Entonces en política era utópico ser autónomo? La pregunta me hacía pensar en el cine: hay un excelente director con un magnífico guión que para realizarlo debe buscar productores… Si éstos están de acuerdo puede ser el comienzo de una obra maestra Mas ¿Qué ocurriría si le imponen condiciones tales como la pre-sencia indispensable de ciertos actores? El supuesto director puede tener un proyecto Pero jamás una pelí-cula. Lo mismo ocurre con galeristas y editores Los patrones tan sólo hacen sugerencias: aconsejan lo que mejor conviene. ¿Sabías que en todo contrato de edi-ción al pobre autor sólo le toca el diez por ciento? Así de simple es el negocio. Tales reflexiones me dejaban atónito. Dicho en plata blanca: si Atanasio hubiese pactado… Muy seguramente yo no sería candidato. ¿Y los otros? Allá ellos. Cada quien sabe si anda

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desclasificado o En vías de desclasificación Que es lo mismo. ¿Qué me cabía esperar? Seguir empujando la roca de Sísifo porque el tren andaba a marchas forza-das y de momento resultaba torpe detenerlo.

Acaba de escampar y sin embargo el amanecer da miedo… No por algo especial Sólo por el silencio.

En plena campaña electoral La Sala de Concier-tos Luis-Ángel Arango debió cancelar la presenta-ción del violonchelista italiano Paolo Pandolfo. Todo porque al señor Presidente le había dado por aspi-rar nuevamente a ocupar la primera magistratura. Ninguna entidad estatal podía contratar con parti-culares hasta tanto no hubiesen pasado las eleccio-nes. No sólo las parlamentarias Sino las ejecutivas. Es decir que los convenios se paralizaban durante cuatro meses y Si ocurría «segunda vuelta» Todo el semestre. Además a ningún funcionario público —salvo a los representantes de los poderes Ejecutivo y Legislativo— le estaba permitido realizar activida-des políticas. Según una supuesta «Ley de Garantías» Expedida por el Gobierno Nacional Se corría el riesgo de quedar inhabilitado para ocupar un cargo de elec-ción popular durante diez años. Entonces Atanasio debía definir su situación pues en tres días se inscribi-ría para competir por la Presidencia. Aparentemente

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no bastaba con la «licencia especial no-remunerada» que nos permitía ser candidatos. En cuanto a mí ya estaba inscrito y la figura jurídica que me cubría resul-taba bastante ambigua. Tenía dos alternativas: renun-ciar a mi loca candidatura desbarajustando la lista de los Visionarios O abandonar la Academia. Tras con-sultárselo al espíritu de mis gatos opté por seguir invirtiendo en el absurdo.

La mejor conclusión del hombre absurdo con-siste en imaginar a Sísifo dichoso.

Nunca he visto mayor ecumenismo: cuatrocien-tos estudiantes mezclados con un montón de policías en el Auditorio Diego-Luis Córdoba de la Universi-dad del Atlántico —todos dispuestos a escuchar las reflexiones del economista Kalmanovich sobre el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Durante dos horas Salomón nos explicaría pros y con-tras de un convenio inevitable: sencillamente resultaba torpe ocultar nuestra condición de «patio trasero de los americanos». Pese a los sectores castigados Podían favorecernos las negociaciones. En balance resulta-ban mayores las ganancias: comida más barata para los colombianos Posibilidades de conquistar mejo-res salarios Beneficios para la bisutería y las flores Exención de aranceles a cambio de exclusividad para

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diversos sectores. Las desventajas nos obligarían a ser más competitivos y teóricamente llegaba la hora de apostar decididamente por la tecnología De lo contra-rio perderíamos en patentes. Dos posiciones que sata-nizaban o enaltecían al TLC resultaban igualmente irresponsables: de un lado quienes pronosticaban el Apocalipsis Al otro costado aquellos que proclama-ban la Panacea. Los primeros denunciando privatiza-ciones Los segundos prometiendo el paraíso. Empero había un problema que hasta ese momento nadie señalaba: ¿Qué ocurriría si el Senado gringo no aprobaba el Tratado? En noviembre seguramente el Congreso de ese país se recompondría: esta vez la mayoría de curules correspondería a los demócratas… ¿Acaso su fuerza electoral no era la de los sindicatos? Pactando con Colombia ¿Bajo qué criterios equilibrar sueldos y prestaciones? Lamentablemente el gobierno de turno no tenía plan alternativo. Entonces a ocultar como fuera esa posible catástrofe. Entre tanto los candi-datos del Polo hablaban de un Referendo. En medio del panel conocí a Jimmy Ballesteros… Se trataba de un joven entusiasmado con la causa de los Visiona-rios Quien promovía la «cultura zanahoria» entre los barranquilleros. Su actitud positiva realmente des-lumbraba Nos invitó a almorzar y en la camioneta de su padre nos transportaba. Esta vez descubrí radiante a Kalmanovich: durante la mañana visitó su antiguo colegio americano Aquella era su tierra. A pesar del tiempo que todo lo borra En las calles la gente lo

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reconocía Se sentía feliz usando guayabera. En esa jornada cumplimos numerosos compromisos: fuimos a la Universidad del Norte Respondimos preguntas a unas cuantas emisoras Concedimos una rueda de prensa en el periódico El Heraldo. Por fin la tarde caía. Tomamos par de cervezas mitigando la sed abruma-dora y en el último instante le pregunté qué resulta-dos aguardaba… Me contestó que superar el umbral holgados. Yo le dije que anhelaba un triunfo absoluto O una derrota implacable.

In girum imus nocte et consumimur igni…

Cerrar una campaña electoral cuando no se es político produce la misma sensación que oír el bal-buceo en lengua extranjera de nuestros diplomáticos encorbatados: simplemente da lástima. Temiendo una contundente derrota viajé a Cartagena donde toda esa locura había empezado. Mi propósito era escon-derme durante el día de las elecciones En San Pedro de Majagua. Si ya había contribuido a la causa ¿Por qué no camuflarme en una isla? Nuevamente me encontraba en el mismo cuarto frente al Parque Cen-tenario. Pronto amanecería y en las calles turbulentas no había ruido. Pese al título de La historia me absol-verá Esta vez pensaba en el fracaso de la Revolución Cubana Cuando mi reloj marcaba las siete. Una súbita

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pereza me obligó a cancelar el viaje a Majagua… Llamé a la recepción de las Bóvedas del Santa Clara y dije que estaba indispuesto Que por consiguiente no me embarcaría. Entonces retocé un rato junto al balcón Tomé un largo baño Me dispuse a desayunar y a cambiar como fuera mi tiquete aéreo. El deber me llamaba: tenía que regresar a Bogotá antes de las dieciséis horas. Por culpa de mi padre nunca antes había votado… Eso de «ejercer los derechos demo-cráticos» me parecía tan superfluo como confesarse para comulgar antes de misa. Llamando a la aerolínea agoté preciosos momentos Marqué diversos números en vano Salí a la calle Caminé rumbo al mar Vi dece-nas de buses estacionados alrededor de las murallas. En el centro la gente andaba aglomerada Me aparté del bullicio. Observé centenares de personas sufra-gando Luego se dirigían a los vehículos parqueados Allí alguien les entregaba un sobre y en una planilla marcaba una equis: otro más que sumaba. Pregunté dónde podía encontrar una agencia de viajes abierta Nadie lo sabía. En un pequeño restaurante pedí jugo de naranja Café con leche Huevos revueltos Tajadas de pan con mermelada. El tiempo inexorablemente transcurría… No encontré otro remedio que regresar por mi equipaje y partir hacia el aeropuerto. Pagué el alojamiento solicitando al portero un taxi-expreso Las calles estaban vacías. En medio de la angustia un motociclista se ofreció a llevarme Vacilé unos ins-tantes y con incredulidad me aferré a las espaldas del

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pelao. Llegué al Rafael Núñez acezando Me acerqué al cubículo que anunciaba el próximo vuelo rumbo a la capital a las dos en punto de la tarde Supliqué al despachador que me incluyera. Extrañamente aceptó Tal vez por falta de pasajeros. Me alegré temiendo e ingresé a la sala de espera. Sin mayor contratiempo abordé el vuelo Una vez más me sentí ligero. Hacia las tres y quince el avión aterrizaba. Descendí apre-surado buscando un transporte rumbo a Conferías. A las cuatro menos diez encontré la mesa sobre la cual un funcionario marcaría mis dedos En seguida fui a casa y almorcé vespertino Encendí la radio y comprendí la fatalidad La acepté sereno. Nuevamente llamé otro taxi y atravesé la Circunvalar para llegar a la sede del partido. Subiendo las escaleras percibí un ambiente lúgubre Mis compañeros parecían de duelo. Hernando López-Buendía me llamó «senador» y yo le dije Colega. Di media vuelta y hallé a Atanasio Moskus en silencio: tiernamente lo abracé sin alivio.

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XIII

Afuera desVaneciMienTo Adentro fatiga. In-cierto reposo: la noche. Un fantasma presente: la muerte. Olvido constante Recuerdo perenne. Simple-mente adiós Otras despedidas. Todo gira. Ausencia de voces Superficies. Mirar de frente aniquila. Impa-ciencia. ¿Saltar? Degustar insomnios Ensoñar. No hay camino Sólo un abismo. ¿Ansiedad? Tal vez nada. Sudor Sin-sentido. Quizá ceguera Levedad. Vivir para contar: egoísmo. Contar para seguir viviendo: sole-dad. Del mismo modo pero otro: recrear. Anonimato y ciudadanía: decir y hacer sin más. Nuevamente de-sear. Ante todo calma. Huir… Cobardía Ruptura Ver-güenza Debilidad… No más pretextos: perseverar.

Veinticuatro horas después de nuestra derrota me atormentaba haber abandonado la Academia. En un primer momento quería imprimir hojas de vida y huir en busca de un nuevo empleo. Cierto amigo me recordó que contaba con una «licencia especial» Y en dos semanas debía reintegrarme. La idea de volver

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con el rabo entre las patas taladraba mi ego. Efectiva-mente había fracasado y ahora debía —ante las son-risas de mis colegas— reconocerlo. ¿A quién podría contarle mis desvaríos? La única pista posible era pedirles a mis contemporáneos que me perdonaran por inmaduro. Pero ¿no resultaba ilógico vivir una aventura simplemente para relatarla? Errar era la con-secuencia lógica de mis extravíos. Consciente de no querer oscilar entre un payaso que divierte y un tirano que amenaza Explorar los laberintos del error para que otros constataran sus propias fisuras Me parecía un movimiento honesto. Mas ¿a qué profesor inse-guro una escuela —por liberal que sea— lo contrata? Si proclamando mis falencias la Universidad me rein-tegraba… ¿Quién garantizaría el rigor de mi ejercicio? Allí descubrí que a pesar de tantas imposturas Ense-ñar nunca podía ser un oficio serio. Efectivamente desde niño había sido para mí un juego. ¿Entonces de qué servía instituirlo? Probablemente debía vivir una muerte académica con el ánimo de hallar en la insatis-facción de ese deceso la suprema satisfacción de una pérdida. Tal vez quería conquistar lentamente una suerte de quietud a punta de inquietud Una espera sin esperanza para no esperar mal Un gozo entre la incer-tidumbre de mis acciones superfluas Una conciencia absurda de que todo pasa y nada queda: la imposi-bilidad de andar desnudo pero atreviéndome a errar desvestido. En esas recibí una llamada de la Secre-taría Académica de la Facultad donde un colega me

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recordaba que contaba con quince días de «licencia especial no remunerada» Antes de reintegrarme.

Quemando tiempo de convaleciente ojeo un libro descuadernado en este cuarto de Nuestra Señora de la Magdalena. Se trata de una suerte de álbum: Retratos costeños. Parece el fruto de un delicado trabajo. Un joven barranquillero se propuso retratar a sus pai-sanos famosos. Veo a ciertos personajes de la vida nacional nacidos en el Caribe colombiano. Cada uno aparece fotografiado con los seres u objetos que juzga esenciales: su familia Sus joyas Su espacio La música Los libros En fin… Hay hasta jugadores de fútbol medio empelotos. Y ¡cosa curiosa! Cada fotografía está acompañada de frases La mayoría aludiendo a la paz de Colombia. Sólo uno de los modelos se salva de caer en la trampa de confesar su idilio. Entonces me digo que en adelante no volveré a preguntar a mis alumnos su mayor orgullo Fiasco o anhelo. Sim-plemente les pediré que describan cómo Cuándo y dónde se harían un retrato. Porque todo idilio es una fotografía: la estampita de San Gabriel Arcángel Dos novios felices Un ventanal inmenso y al fondo una pradera con una pareja de niños jugando Los diplo-mas que enmarcamos La imagen que sirve como pantalla protectora de nuestro computador La noche de los quince años Nuestra primera comunión Una ceremonia de graduación El banquete de bodas La

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Cruz de Boyacá o la Legión de Honor El triunfo de la socialdemocracia El juicio a los tiranos Miles de fanáticos exclamando ¡Heil Hitler! Una multitud de jóvenes congregada para un concierto de rock Las apariciones de la Virgen El estallido de la bomba ató-mica La caída de la Cortina de Hierro o de las Torres Gemelas… Podría seguir describiendo instantáneas y este libro nunca acabaría. Lo importante —me asegu-raban en Pereira— era «tomarse una foto con Nuestra Señora». ¡Cómo constato en este momento la triviali-dad de mis creencias!

Antes de reintegrarme a la Universidad me propuse huir Largarme. Pero ¿adónde? Se me ocu-rrió partir rumbo a La Habana. Suponía que allí el Gobierno era secular hasta los tuétanos. Además con-sideraba interesante visitar esa isla estando El Coman-dante vivo. Después correría el riesgo de convertirse en otro Puerto Rico. Entonces dicho y hecho: arreglé todo y Bueno Las cosas se dieron: reservé diez días en un hotel que me pareció el más adecuado Frente a la Plaza de José Martí Obviamente en pleno centro. No voy a contar los intríngulis que llegando al último bastión del comunismo todo el mundo conoce. Sim-plemente anoto que viví como un pachá europeo: Bienaventurados los turistas porque engañados divagan cre-yendo pasearse por el reino de los cielos. Me levantaba tarde Desayunaba delicioso Almorzaba exquisito Cenaba

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fabuloso Aspiraba cientos de habanos y me emborra-chaba a punta de mojitos. Hice el Camino de Com-postela: de arriba hacia abajo De un extremo a otro bordeando incontables veces la Plaza de Armas. Opté por la travesía turística: visité museos Fui al ballet Retraté varios monumentos históricos Hasta que ese paraíso artificial me fatigaba. Completaba una semana y no había estrechado la mano de un solo cubano. Evi-dentemente los veía por todas partes ofreciendo esto y aquello Haciendo interminables filas para comprar pan y leche Tocando saxo Estudiando y trabajando Prostituyéndose y pidiendo limosna. Decidí pues perderme entre ellos: a transportarme en guagua A montar en camello A ver cine revolucionario A cam-biar la imperialista moneda por pesos. Y ahí empezó el suplicio: no todo lo que brillaba era oro Las cosas se lograban a punta de sacrificios. En una frase: nada era gratuito. Caminando en medio de las calles hermo-samente corroídas contemplé una nube extraña: sin sentido la seguí durante casi una hora… De pronto descubrí el foco de la humareda: primero Debo decir que ese vapor era una nube de moscas. Segundo Que ese vapor provenía de una carnicería. Atravesando una interminable fila ingresé al escenario Me sentí en Nigeria Mis ojos no daban crédito: iluminado con una lamparilla el sitio más vistoso ocultaba un per-gamino. Enmarcado desastroso Producto quizás de alguna guerra. Acercándome leí: «El colectivo del barrio Treinta y seis lo felicita a usted por los logros

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alcanzados en la emulación socialista» Firmado: Fidel Castro-Ruz… Sellado: la imagen legendaria de Ernesto Guevara. Salí de aquel sitio cabizbajo —con un nudo en la garganta. Ya era de noche y como pude atrapé un taxi que me dejó a pocos pasos del Hotel Nacional aspirando el aire del malecón podrido. En pleno big-ben había un hervidero de jovencitos Todos muy atractivos: —¿Estás buscando amigo? ¿No te basta conmigo? (aquel era su estribillo). Con uno de ellos conversé Era reservista de las Fuerzas Arma-das Revolucionarias de Cuba. En adelante me llamó «Primo». Me mostró dónde llevaba a sus enfervora-dos: frente a un edificio derruido. Subí con él no sé cuantos escalones y en el sexto piso alguien estiraba la mano… El soldadito tocó una especie de campana Se abrió una puerta y se asomó una señora con un niño en los brazos que nos dijo Sigan. Sin pudor corrió una cortina y nos dejó contemplando el mar desde un balcón Desnudos. Par de días transcurrieron y ahora iba a todas partes con Johaner Salvo a mi cuarto en el Hotel Inglaterra: los cubanos no podían pasar del lobby. En vísperas de mi retorno le pedí a aquella her-mosura que me llevara a su casa Deseaba compartir con los suyos Conocer a sus padres. Con mil excu-sas trató de insinuar que era huérfano Alegaba que todo quedaba muy lejos. No obstante ante mi obsti-nación aceptó vacilando. Tomamos un taxi colectivo Atravesamos no sé cuántos kilómetros Volvimos a caminar Ahora sí me sentía perdido. Llegamos a una

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construcción en ladrillo Cruzamos cuatro patios Él abrió un portón con sigilo Aquella era su morada: en un espacio no mayor a veinte metros cuadrados vivían cuatro personas A esas horas estaban durmiendo. Me llevó a su espacio Corrió otra cortina Nos recostamos en un colchón sin hacer ruido. A la mañana siguiente conocí a su tía y a tres primos: ellos calzaban zapati-llas Adidas Vestían ropa deportiva muy fina No estu-dian Odiaban la escuela Desayunamos. Reconocí mejor su hábitat: una cocina Un salón-comedor que se transformaba en dormitorio Y una suerte de baño. Semejantes seres me conmovían: quería también ser cubano. Al despedirme Torpemente les di el resto de mis divisas. Durante media hora busqué con mi «primo» transporte Y nada. Tocaba marchar Todo era en vano De pronto pasó un colectivo. Pacté encon-trarme con Johaner hacia la media noche. Llegué al hotel Me duché Almorcé Tomé una siesta eterna Se ocultaba el sol Cayó la tarde y llovía. Tiempo después me asomé discretamente al balcón: en la plaza estaba mi amigo aguardando… Dejé escurrir las horas Soño-liento me estiré Reposé No salí a la calle a cumplir cita alguna. Hacia el amanecer preparé el equipaje Pedí la cuenta y me olvidé del mundo. Súbitamente reaccioné: en la calle me esperaba un taxi de retorno.

Norita Pilar y Gabriela vuelven a visitarme con otro montón de golosinas. Les sonrío y agradezco por

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todo el cariño que me tienen Yo también las quiero. Insisten en cómo lloraron y me consagraron a la San-tísima Virgen Yo les digo que la vida es un milagro. Entonces recuerdo a Ambrosio El gato de papá pere-zoso. A él sólo le gustaba comer y dormir Bostezar y arruncharse para seguir comiendo y bebiendo… Nada más. Era gordo y hermoso Pintoso y de jeta redonda como Mitzuko: daban ganas de darle picos en los bigotes. Le gustaba el pan con mermelada y ¡cosa genial! Que el amo mordiera la tajada de un lado y él del otro… Sí: ¡la vida es un milagro!

Volviendo de La Habana supe lo que signifi-caba traicionar la ingenuidad para reconocer una experiencia. Decidí reintegrarme a la Universidad y preparar un curso novedoso que constituyera buena parte de mi «carga académica». Durante un semes-tre dicté un seminario en el marco de la Cátedra Orlando Fals-Borda que con toda pasión titulé Socio-logía de lo cotidiano: idilios. En total debían ser diez y seis semanas de conferencias-debate para conversar con cien machitos hermosos en el Salón Oval sobre la siguiente temática: 1) Idilios religiosos: La transición Wojtyla-Ratzinger La sustitución de las salas porno-gráficas de Colombia por una iglesia pentecostalista llamada Oración fuerte al Espíritu Santo La Nueva Era y los espiritualismos orientales. 2) Idilios políticos: La lucha contra el terrorismo La seguridad demográfica

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de un mandarín que sin más decidí apodar Topogigio La Revolución Bolivariana y Bogotá sin indiferencia. 3) Idilios socioculturales: El sueño americano Rock al Parque La Copa Mundial de Fútbol La isla de los famosos y el Yayismo mágico. 4) Otros idilios: El TLC con los Estados Unidos Los matrimonios homo-sexuales El ecoturismo y las imposturas intelectuales.

Como bien sé —Querido lector— que eres curioso… Debo anotar que tras ojear el libro de Retra-tos costeños olvidé algo: el personaje caribeño que no cayó en la trampa de confesar su idilio era un escritor que por culpa de tu madre detestas: García-Márquez. Con la frase «Samuel Lo importante es estar vivo» Recibió al joven fotógrafo en calzoncillos.

Abraham Lerner —a quien también llamaré «El Abuelo»— completaba año y medio a cargo de la Rectoría. Durante su primer mandato había enrutado aquello que jamás pudo Marquito Palacio: tratar de reformar la casa. Propuso que las carreras fueran de cuatro años Que los postgrados con creces se multi-plicaran Que la inversión en investigación fuese todo un ejemplo y Pese a los sermones escolásticos de la decana de Humanidades en cada Consejo Académico Logró que la oferta en Extensión aumentara. Además se atrevió a nombrar una comisión para renovar el

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Estatuto Estudiantil y con la ayuda de cierta colabo-radora infatigable impulsó una utópica Reingeniería Administrativa. Al tiempo que yo dictaba mi semina-rio idílico En compañía del profesor Jorge Bula nos nombró asesores para la elaboración de un completo Plan de Desarrollo. En ese momento sus vicerrectores inmediatos querían manejar un nutrido presupuesto Pedido que nunca fue aprobado y entonces renuncia-ron. El abuelo Lerner tuvo que readecuar su equipo de confianza porque además se acercaba el momento de designar nuevos decanos… Fue en esa coyuntura cuando decidí lanzarme con una campaña absurda al decanato de Ciencias Humanas. Para mí era incon-cebible que allí se perpetuara el mamertismo. Aclaro: que se siguieran reproduciendo impúdicamente los Gilbertos Rigobertos Egbertos y Robertos del Par-tido Comunista que lo único que hacían era criticar y joder la vida. Con un eslogan beckettiano que titulé «fracasando mejor» Elaboré un plan detallado de gobierno. Para ser nombrado decano tenía que some-terme a una consulta entre profesores y estudiantes En la cual algunos colegas y alumnos generosamente me apoyaron. Por supuesto yo era un candidato mino-ritario pues la izquierda culposa en aquel rincón de la Universidad mandaba. De esa forma los debates y publicación de hojas de vida Más planes de gobierno En supuesta paz se presentaron… Cuando una tarde cualquiera almorzando con Rita apareció por el ático de mi casa una especie de tigrillo que como Pedro por

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su casa ingresaba. Yo solemnemente tras la muerte de Mitzuko había jurado que jamás volvería a tener otra mascota… Mas como nunca debes decir «De esta agua no beberé» ¡Guápete! El felinillo bostezó y le dimos un trozo de carne y un tazón de agua. Tras devorar el alimento discretamente observé que el gatico tenía su oreja izquierda ligeramente mordida. Después supe que eso se debía al amor que por una gata chocolatosa profesaba. Con las horas el nuevo huésped se quedó profundo y ¿qué más le podía pedir a la vida? Sin otro remedio lo adopté Bautizándolo Gaucho con [au] que se lee [o] —como al principio de este relato lo escribí— por puro afrancesamiento. Los días pasaron y como la felicidad nunca es completa el condenado nené era callejero… En una de esas se perdió y eso sí que me trastabilló la rutina: pasé una semana en vela hasta que al cabo regresó herido mientras me moría de pena. Resulta que lo había atro-pellado una moto. ¿Entonces qué hice? Pues llevarlo de urgencias a la Nacional para que el mejor veterina-rio de mi Alma Mater lo curara.

Esta vez vestidos de azul y de negro ingresan Felipe y Edgarinos: —Qué rico tenerlos de nuevo por aquí (alegremente los saludo). Ellos responden acariciándome un brazo y la cabeza Toman asiento y les digo que si desean tomen las frutas que quieran. El Infantino agarra una mandarina: se ve deliciosa.

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Edgarinos prefiere decir: —No Gracias. En seguida les cuento que no hago sino pensar en la Universidad En el mundo de compromisos académicos suspen-didos En que justamente por estos días debo asistir a cuatro seminarios… —Por eso no quería traerte el computador (irrumpe furioso El Infantino). —Sí Pero toca avisarle a la gente ¿No crees? —¡La maldita Universidad! Ese antro no tiene remedio. ¡Cómo dia-blos va a funcionar si se la tomaron los manertos! —¿Y cuáles son esos? —Pues los Jhon-Jairos Wílsones Esnéideres y Jáideres del Movimiento Autónomo Nacio-nal Estudiantil que se autoproclamaron voz de los edu-candos. —Sí Felipe Pero eso de pretender que haya universidades con ánimo de lucro es una canallada… ¿Autorizar a cualquier hijo de vecino para que se enri-quezca «enseñando»? —¿Por qué no cambiamos de tema? (interrumpe Edgarinos). —De acuerdo. ¿Pero de qué hablamos?

Con Gaucho en casa convaleciente Una mañana los Honorables Miembros del Consejo Superior Por mayoría absoluta me designaron. Y ¿quién dijo mío? Los mamertos armaron la de Cristo es Dios sin con-templaciones: bloquearon los edificios de la Facultad En cada pasillo formaron corrillos y pusieron mesas y sillas patas arriba Embadurnaron auditorios y baños de pegotes. Por todas partes pintaron ¡Fuera Sana-bria! Hasta que a un ingenioso se le ocurrió sacar a la

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luz pública mi vida privada: proclamaron a los cuatro vientos que yo era un maricón y que por ningún motivo iría a gobernarlos. Montaron muñecos acar-tonados de cuerpo entero con mi rostro Uno de ellos muy bello en el que por cierto yo mamaba una gigan-tesca verga cargando en mis hombros a un felino. Por supuesto eso atrajo a los medios: querían saber qué diablos estaba ocurriendo. Por aquellos días realicé la mejor entrevista de mi vida: coincidencialmente fue al escritor Fernando Vallejo. Tal vez gracias a eso En medio de tanta trifulca la calma me acompañaba: sin pena ni miedo atravesaba muy orondo el campus universitario… Cuando una muchedumbre quiso lin-charme y yo en respuesta le lanzaba besos. Alguna cámara captó ese gesto y entonces el acontecimiento se volvió mediático. Cadenas de radio y televisión me apoyaron Diarios y semanarios se mostraron solida-rios. En ese punto tardío mis colegas se inquietaron y felizmente promovieron un manifiesto suscrito por mil nombres contra la homofobia. Pese al apoyo inusi-tado La consigna temeraria de los revoltosos consistía en no dejarme posesionar y aquella noche rompieron todos los vidrios de mi casa. Contra viento y marea un viernes rendí juramento ante El Abuelo y Muy cierto: yo era un decano maricón pero no por mis pre-ferencias sexuales me habían designado. Aquel fin de semana fue uno de los más intensos de mi vida: días antes hallé un retozadero genial y en medio del venta-rrón adelanté los trámites necesarios para adquirirlo.

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Era un apartamento ideal que había que remodelar Ubicado en pleno centro de Bogotá y sin salón comu-nal ni portería… Justo como lo deseaba: con un viejo ascensor además de contar con terraza y bañera. Gra-cias a los amigos de siempre recobré las fuerzas para adecuarlo y allí mudarme y habitarlo con mi dulce gauchería.

Quedamos en silencio. No se nos ocurre tema: ni siquiera hablar de las estrellas o de nuestra per-cepción viciada. Nada. Entonces retomo la cátedra. Lamento insistir pero la Universidad es el único lugar absolutamente otro que nos queda. La Academia es una suerte de campo que refleja y contradice el horror que nos rodea. Allí se enfrentan las crisis y las desviacio-nes La gente se apropia diferencialmente los espacios. En ella se yuxtaponen contextos Se recortan tiem-pos y se supone que después de pasar por las aulas Se es distinto. Tal vez sus errancias sean una ilusión ¿Pero si no nos agarramos del Alma Mater Entonces al abismo?

Sin contar con un solo colaborador tomé pose-sión como decano. Al lunes siguiente llegué madru-gado a la oficina y comprobé que debía realizar algunas adaptaciones. Lo primero fue apropiarme del muñeco que algún muchacho enfervorado hizo de mí

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Lo subí al despacho y me fotografié con él para la prensa. Inmediatamente concedí una entrevista que el principal diario del país tituló «Mi vida privada se queda en casa» Luego almorcé con un profesor al que me habían recomendado como posible vicede-cano. Nuestro encuentro fue agradable Sentí desde el primer momento confianza. Era el profesor Sergio Bolaño del Departamento de Lingüística. Pese a que me confesó que formaba parte del equipo de otro de los candidatos La simpatía se impuso sobre las dife-rencias. —¿Cómo vamos a gobernar esto? Le pre-gunté incrédulo. Entonces Sergio comenzó a hacer bromas comparando los departamentos de la Facul-tad con algunos barrios del Distrito: «… La Escuela de Género se parece al Santafé: una manada de viejas feas Peligrosas y pendencieras. El Departamento de Sociología es como Ciudad Salitre: aunque trate-mos de arreglarlo corre el riesgo de seguir inmundo. Antropología pinta igual que La Candelaria: cuatro manzanas turísticas repletas de humedad y mari-huana. Historia es El Recuerdo: casas antiguas cayén-dose y oliendo a moho. Geografía se asemeja al Polo: una urbanización homogénea construida sobre pan-tanos. Psicoanálisis guarda una estrecha afinidad con el Parque de los Mártires: sus ilustres habitantes nunca dejarán de quejarse. Trabajo Social arrastra el mismo lastre que Santa Librada: la miseria es tan grande que no tiene remedio. Lenguas Extranjeras se parece a San Victorino: venden de todo contrabandeado en medio

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de la gritería. Literatura presenta la misma dejadez que Las Nieves: sus escritores frustrados sólo pueden tomar chocolate en La Florida. Lingüística ¡Se parece tanto a Chapinero! Repleto de maricas culposos y de vendedores ambulantes. Psicología jamás podrá ocul-tar el Cedritos que lleva dentro: conjuntos encerrados en pequeños espacios donde difícilmente caerán los muros». El departamento restante era el de Filosofía: definitivamente comparable a Usaquén: un mundo aparte. Así fuimos entre comedia y tragedia —cons-cientes de nuestro propio desvarío— armando una lista de nombres Y al cabo de dos horas ya estaba listo el Consejo de la nueva Facultad de Ciencias Huma-nas: la clave fue priorizar un relevo generacional de inmediato.

¡Demasiado idealismo! Interrumpe Felipe. La Universidad Nacional en este momento debería con-vertirse en un parque turístico para nostálgicos de la Cortina de Hierro. ¡Con todos los edificios de la antigua rDA que tiene tan pegoteados! Incluso los guardias rojos podrían ser vendedores de boletas y los encapuchados fungir como guías… Además los profes mamertos y los estuds manertos de esquina a esquina seguirían proclamando: ¡Hasta la victoria Hasta siem-pre! ¿Se imaginan la mano de japoneses que vendrían? Ese sí sería un genuino negocio… Lo demás puro despilfarradero.

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Secreto tiene que ver con secretaria y obvia-mente no podía quedarme con la misma dama que caritativamente me había dejado Sor Teresa. Tuve que pedir que la trasladaran y llamar de inmediato a Gabrielita —quien tiempo atrás fuera mi mano dere-cha en la dirección de Sociología— A ver si volvía a acompañarme. Paulatinamente observé que tam-bién debía realizar dos cambios en el personal eje-cutivo: de decanaturas anteriores había quedado una monita retrechera que ¡Ni más faltaba! Siendo apenas una contratista se había apropiado de los mejores espacios del Edificio Rogelio Salmona. Por supuesto tuve que despedirla y a su turno también al jefe de la Unidad Administrativa. Con esos ajustes iniciales pude emprender tranquilo mi primer viaje al extran-jero. Acababa de recibir una invitación de Atanasio Moskus para que lo acompañara a la Provincia de Alagoas en Brasil Con el ánimo de realizar allí una liturgia. Resulta que en esa población porteña durante los últimos años habían asesinado a cientos de jóve-nes lanzando sin misericordia sus cuerpos al mar… Las familias de los pelaos no sabían qué hacer con esa situación y el gobierno local le pidió su valiosa cola-boración a la Corporación Visionarios por Colombia. Nuestro trabajo de cooperación consistía en reali-zar talleres para exorcizar la muerte y sacralizar la vida. Sin postergar esos sacros oficios aterrizamos en

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Alagoas. Ataviados de blanco Atanasio y yo improvi-samos en un coliseo una inolvidable ceremonia: divi-diendo en cuadrículas el espacio para que en cada rectángulo los familiares de los pelaos difuntos depo-sitaran allí algunos objetos representativos de ellos (sus zapatillas Manillas Balones o guitarras…) A fin de recordarlos repetimos a modo de mantras la ple-garia con la que en otro tiempo esparcí las cenizas de mis viejos: Aún Di aún Sea dicho aún De algún modo aún Hasta en modo alguno aún Dicho en modo alguno aún… Esas frases de Beckett una extraña magia irradiaron. En seguida entonamos cantos y varios muchachos pre-sentaron a su turno una danza de capoeira. Con Ata-nasio Moskus comprendí que si algo podían hacer las mal llamadas Ciencias Humanas era enterrar muer-tos. Al final quedamos exhaustos. Tras semejante rito secular reflexionamos acerca de honrar y eliminar al mismo tiempo. Por supuesto me acordé de mamá y papá expirando en mis brazos Lloré de pensar que la muerte de alguien es un hecho irreparable Que no hay duelo posible sino sólo un ejercicio de separación: dejar ir al otro porque él no nos pertenece… Que la única resurrección es una grafía torpemente dibujada entre líneas.

No sigamos hablando babosadas Amigos. Los eventos pueden esperar De acuerdo. ¿Por qué no me trae alguno de ustedes un poco de Coca-Cola Zero?

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¡Tengo demasiada sed y quisiera volver a probar ese remedio! He ahí la prueba fehaciente para demos-trarle al mundo que yo no soy mamerto: sólo creo en la victoria del deseo.

Regresando de Brasil seguí realizando transfor-maciones. Lo primero fue trasladar el decanato al mejor edificio: a las terrazas del Rogelio Salmona que estaban en manos de contratistas. Eso implicó adecuar espacios Cambiar las luces de neón por bombillos esmerilados Purificar el ambiente como dicen los benedictinos Y sobre todo reemplazar la lápida barata que a la entrada del edificio había puesto mi predecesora. Mandé hacer un letrero digno: Facultad de Ciencias Humanas / Decanato. Lo segundo fue adecuar una excelente sala de profesores pues en aquel momento contaba con un magnífico director de Bienestar para iniciar un pro-ceso gradual de renovación de espacios Adecuación de auditorios y salones De baños y cafeterías Así como un cambio integral del mobiliario de viejos pupitres por confortables sillas y excelentes mesas de trabajo para desarrollar verdaderos seminarios. Mi espíritu refor-mista no daba abasto: creé la Unidad de Comunicacio-nes y Relaciones Interinstitucionales (ucri) para poner a la Facultad en contacto con los medios y establecer numerosos convenios de cooperación con el mundo Fundé la Vicedecanatura de Investigación y Extensión lanzando una arriesgada campaña editorial con un

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presupuesto récord de quinientos millones de pesos al año. Aquello era sólo el comienzo: debíamos aprove-char los mejores escenarios para inaugurar exposicio-nes artísticas Realizar grandes eventos para mostrarle al país de qué sirven las humanidades Y entre tanto participar en los mil consejos y comisiones a las cuales debía asistir como decano. Indiscutiblemente tocaba ajustar la única facultad que faltaba a los cambios estructurales de la Reforma Académica: que los pro-gramas de todas las carreras y maestrías se acreditaran Que nuevos doctorados se fundaran Que en las convo-catorias no le metieran goles a la Universidad los mamer-tos Que si había nombres dignos para candidatizar como doctores Honoris Causa ¡Pues a defenderlos! De esa forma logré que el Consejo Superior distinguiera a dos indiscutibles artistas: a Doris Salcedo y al escri-tor Fernando Vallejo. Especialmente para conquistar el galardón del segundo Tuve que batirme contra viento y marea: nada más ni menos que contra la godarria de los decanos paisas. Pero al fin conseguí los votos mayo-ritarios y mi mayor orgullo fue caminar al lado de un gran amigo: de Aquel por cuya desazón escribo estos delirios. Todo fue una ficción El anhelo de un sueño. Él no sabía que el doctorado de la Pontificia Universi-dad Nacional de Colombia era a título general cuando le di la noticia de que era en Letras. Mi mayor felici-dad fue escucharlo concluir al pronunciar su discurso de recepción del pergamino: —Me quedan debiendo la

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otra mitad porque hace cuarenta años yo ingresé a una Facultad que era de Filosofía y Letras.

Mis amigos se van y otra vez dormir no puedo. ¡Qué desgracia! No importa. Enciendo el computador y me pongo a repasar archivos. Yo que creía haber sol-tado uno ¡Falso! Lo vuelvo a abrir y al releerlo… Erra-tas. ¡Maldita sea! Así es la escritura: toca dejarla quieta y luego retomarla. Con el tiempo se entiende mejor Hay que corregirla. Pintar y repintar una y otra vez Pura labor totémica Tal cual este oficio. Durante toda la noche retomo El tramoyero y hago ajustes Minucias y bobadas que cobran sentido. El tipo de letra es todo un lío: ¿Opto por la señora Garamond o mejor escojo a doña Baskerville? Elijo a la primera así los párra-fos se descuadren. ¡Qué vaina! ¿Y el cuerpo de cada letra? Trece puntos porque catorce o doce resultan o muy grandes o demasiado pequeños. Las horas avan-zan y sin darme cuenta ya viene amaneciendo… Len-tamente me incorporo y pongo en pie para tomar un racimo de uvas. Como no puedo beber un sauvignon estas verdes resultan exquisitas Bien jugosas. Vuelvo al lecho de enfermo y sigo con la máquina encen-dida. AeA: Alter Ego Academicus: un proyecto trunco. No Ese nombre no lo entiende ni Su Santidad Pietro Bourdeo Tengo que rebautizarlo. Además esto que me ha ocurrido no puede quedar en el limbo. Ya está: ¿Qué tal si en mi próxima ficción abordo la tentación

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de hacer el bien La pretensión de enseñar no sé qué carajo a los demás El inútil oficio que practico? ¿Por qué no llamarla Profesar y punto? No. No dice ese verbo lo que quiero. ¿Entonces qué otro nombre Pro-fesor? ¡Ecco! He ahí el título: Profesor con signos de interrogación será el nombre de mi juego.

En trío dinámico me sentí muy feliz trabajando con los decanos de Economía y de Derecho Planifi-cando eventos y asumiendo posturas similares en los consejos académicos. Parecíamos los tres mosquete-ros. Así realizamos varios seminarios inter-facultades Emprendimos numerosos proyectos. Particularmente uno en el que quise dejar a mi sucesor comprome-tido: construir un edificio de doctorados para nues-tras facultades. Pero hubo un evento extraordinario: ponernos de acuerdo para traer (por sugerencia de Atanasio Moskus) al noruego Jon Elster del Ateneo de Francia y hacer un evento internacional sobre las emociones. ¡Cuántas canas nos sacó ese asunto! Que los pasajes en clase de negocios Que el hotel y el transporte Que los traductores y la logística Que los invitados de honor y los asistentes Que los comenta-ristas… En fin Todo el periplo. El nudo gordiano se armó cuando invitando al distinguidísimo caballero a almorzar De puros chéveres En un lujoso restaurante de Bogotá… El bendito profesor experto en sensa-ciones no esbozaba la menor sonrisa Ni siquiera un

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gesto de cortesía Simplemente se atrevió a preguntar-nos al final del agasajo: —¿Cuál era el objetivo de este encuentro? Por supuesto el seminario fue un éxito La conferencia interesante Una excelente asistencia Mag-níficos comentarios. No obstante a pesar de la diplo-macia no me puedo contener: —Si ese señor era la eminencia de las pasiones ¡Al diablo con el campo académico!

Cuando acepto que mi próxima ficción Es decir la presente Se llame ¿Profesor? Trato de dormir pero a los diez minutos entra una monja con el diario El Tiempo bajo el brazo. Ahora no viene con la comunión sino a preguntarme si la he pasado bien o si de pronto necesito algo. Le respondo que trabajé toda la noche corrigiendo un manuscrito y ella dice que no me des-gaste… Al cabo me recuerda que alguna vez dicté en Medellín un ciclo de conferencias sobre religiones comparadas al cual ella asistió quedándole una duda que nunca se atrevió a plantear sobre la salvación de los cristianos. Según afirma la Reverenda Madre Yo dije en el mentado certamen que pretender redimir a alguien era pura arrogancia porque nadie se salva siquiera a sí mismo. Entonces le digo a la hermana que probablemente enuncié aquella proposición con brusquedad Pero que de todos modos me ratifico: —¿De qué sirve salvarse si aquella actitud encierra un escapismo?

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Durante mi mandato como el decano más joven de las Ciencias Humanas también coordiné varias cátedras: la Manuel Ancízar La Martha Traba La Jorge-Eliécer Gaitán La Orlando Fals-Borda. Todas ellas con invitados internacionales. Así mismo firmé un gran acuerdo de cooperación con la embajada de Francia. La idea consistió en traer a Colombia a los mejores maestros que durante mi formación en ese país había conocido. Y dicho y hecho. Gracias a Jean-Michel Marlaud y sus consejeros realizamos numerosos entrecruzamientos: con Michel Maffesoli y más tarde con Daniela Ligera y luego con Gilles Lipovetzky… Después un seminario en memoria de la vida y obra de Claude Lévi-Strauss con la presen-cia de Armand Augé para que discutiera a gusto con Roque Páramo Otro encuentro sobre lenguas amazó-nicas a fin de que Philipe Descola dejara plantado a Jon Landaburo… Un gigantesco simposio sobre lite-raturas marginales y escrituras caribeñas El taller de un renombrado perfumero e incluso un magnífico desfile de modas. Por culpa de esos foros tuve que suspender los foulares y anudarme el trapo que más detestaba para no desentonar en medio de los trajes oscuros: no era tan mal lucir bellos nudos de corbata. Igualmente publicamos varios libros en conjunto Rea-lizamos un montón de simposios en diferentes regio-nes: homenajes a las vidas y obras de reconocidos

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autores franceses (Sartre y Camus Ricoeur y Lévinas Derrida y Barthes). Al cabo de los meses esos eventos me valieron un título que sin saber de su existencia apenas pude agradecer: el decadente gobierno de un tal Sarkozy me nombró Caballero de la Orden de las Palmas Académicas.

Por altavoz llaman a la monja con la que con-verso. Ella se despide tras darme una bendición y sobre mi cama deja el periódico que llevaba bajo el brazo. Discretamente ojeo un titular que llama mi atención: «Gran despedida al embajador de Fran-cia». Busco al interior y me entero de que Jean-Michel Marlaud se va de Colombia. Es una entrevista gra-ciosa donde él cuenta que aún no ha podido pronun-ciar bien la palabra paulaTinaMenTe… Su rostro sonriente me alegra Pero al tomar conciencia de su partida me entristezco.

«Erótica social» «Formas elementales de la post-modernidad» «Ciberespacio y masturbación» «El tiempo de las tribus»… Tales fueron los títulos de cuatro atractivas conferencias dictadas por Michel Maffesoli en Bogotá y Cartagena: en el Auditorio Camilo Torres de la Universidad Nacional recién remodelado En la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis-Ángel Arango En el Salón Oval del Rogelio Salmona y en el Teatro

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Pedro de Heredia de la Heroica. Acompañado de Esteban Giraldo lo recogí un domingo en El Dorado Lo condujimos al Tequendama donde gustosamente se alojó y al rato cenamos una suculenta ensalada. Al día siguiente paseamos por el barrio de La Candela-ria Almorzamos comida vallecaucana en Fulanitos y tras una siesta discreta nos dictó su primera confe-rencia. Aquella noche los niños del gescco en mi apartamento le prepararon una inolvidable velada: la más exquisita comida de mar al rondó de vino blanco y champagne. El martes nos vimos después del desa-yuno para caminar por ahí comprando esmeraldas… ¡Cuál Museo del Oro ni qué ocho cuartos! Al medio día debíamos encontrarnos con la distinguida subge-rente cultural del Banco de la República que gentil-mente nos había invitado al comedor del Jockey cuyo buffet no era del otro mundo. Después del café tocaba hablar de postmodernidad ante un auditorio colmado. El miércoles pasamos la mayor parte del tiempo en la radio universitaria En seguida le presenté al abuelo Lerner Almorzamos un exquisito ajiaco en Casa Vieja y en la noche sintió gran placer al dirigirse a un mag-nífico grupo de estudiantes sobre el tema de Internet y las semillas de Onán que caen al suelo y afortuna-damente se desperdician. ¡Hasta que llegó el día de viajar a Cartagena! Muy grato conversar con él sobre André Gide y la idea de granos que no tienen por qué dar frutos Descender en el Rafael Núñez y tras des-cubrir las agradables suites de nuestro descanso salir a

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pasear por ahí en mangas de camisa… Perdernos en medio del calor conversando con multitud de jóve-nes anonadados Disfrutar de estos y aquellos placeres mundanos cuando el hermano sol quería refrescarse. Muchachos de Santa Marta Barranquilla y Valledupar habían viajado sólo para escucharlo al día siguiente conversar sobre el retorno de las tribus. Compartir una semana con Michel me hizo pensar en la inutili-dad de la Academia En cuán ilusos eran y seguirían siendo mis colegas: tomándose su labor tan en serio jamás estarán a la altura de lo cotidiano. Regresando a casa medio ebrio le prometí a Gauchito acabar cuanto antes mi mandato Dedicarme a jugar con él y a viajar perdiendo el tiempo como el absurdo manda… A no preocuparme de nada sino simplemente de coleccio-nar bellas anécdotas.

En el maletín donde Felipe me trajo el compu-tador estaba el iPhone. Constato lo que él me dijo: no sirve. Intento una y otra vez con el código de arran-que y nada: está bloqueado. Me aguanto las ganas de llamar a un amigo para saber cuándo parte el emba-jador Marlaud… ¿Será que saliendo de este encierro tendré tiempo de despedirlo?

Quince días después de la visita de Michel me tocó la misma maratón con la Reverendísima Madre

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Daniela Ligera —adicionándole un viaje a Medellín y el problema de que ella sí se proclamaba seria. Gran estudiosa del fenómeno religioso a escala planetaria e infatigable legionaria que acababa de concluir su mandato como presidenta de la prestigiosa Escuela de Altos Estudios Sociales… Pero ¡Ay Señor mío! ¿Acaso no había sido bajo su gobierno que se negoció con Madame Pécresse —la ministra de la enseñanza supe-rior de Sarkozy— el trasteo de la casa? Supuestamente el edificio de la Maison des Sciences de l’Homme Ubicado en el número 54 del Boulevard Raspail de mi eterna Ciudad Luz de Soledades —justamente en los predios donde un siglo atrás funcionara la Prisión militar de Cherche Midi donde juzgaron al Capitán Dreyfus— soltaba asbesto y semejante componente resultaba cancerígeno… Entonces no había otro remedio que trasladar a la escuelita por donde habían pasado Fou-cault Barthes Lévi-Strauss Su Santidad Bourdeo y Jac-ques Derrida para no mencionar sino a los genios… «Lleva una escuelita en tu corazón» en adelante sería la consigna. ¿Y eso adónde? Pues al suburbio de Aubervi-lliers para que los cuentistas sociales habitaran donde les correspondía: junto a los obreros. Pese a que la doctora Ligera de tamaña negociación se jactaba Era indiscutible que sus colegas como nunca la odiaban. Por eso no admitía que se le mencionara el asunto. De entrada planteaba que su mandato había sido todo un éxito. Así las cosas Su visita a Colombia se planteaba aburrida Hasta que azares del destino doblegaron la

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soberbia de nuestra Generala: un terrible dolor de muelas. La humanidad de ella aquí no voy a retratarla. Simplemente me permito felicitar al excelente servicio odontológico de la Universidad Nacional que en par de horas solucionó su quebranto. De todas las ense-ñanzas y gran afecto que pese a su carácter le profesé En esta ocasión sólo me quedaba un ejemplo: tratar de no seguir sus pasos Definitivamente no ser como ella.

El calor de afuera produce envidia Así transcu-rre el día. Al caer la tarde siento mucho frío Busco desesperadamente el computador y cual adoles-cente que teme que lo pillen Abro algunos archivos secretos: es una colección de motivos de emergen-cia Ayudas didácticas y audiovisuales Bien ilustradas como suelo decirle a mis alumnos. Si te da curiosidad Niño Tú también en Internet puedes hallarlas. Es una página Web que especialmente te recomiendo: www.spankingcentral.com (trata de magníficos escenarios donde un maestro azota —con toda clase de instru-mentos— sin piedad a sus discípulos). Lo cierto es que tras dos semanas de intenso ayuno Basta con abrir ese sitio al azar y en par de minutos me pajeo.

Concluyendo el semestre y presentándoles el balance de las visitas oficiales de dos de los más pres-tigiosos intelectuales franceses a los distinguidos

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miembros de mi querido Consejo de Facultad Con toda solemnidad durante una tarde radiante proclamé ante mis colegas: —Así como el libro del Eclesiastés sostiene que «todo es vanidad de vanidades y atra-par vientos»… En pocos años la renombrada Uni-versidad de la Sorbona y el respetabilísimo Ateneo de Francia sólo serán otra ruina que impúdicamente retratarán los turistas.

Cae la tarde Oscurece y cual monje que practica ejercicios espirituales Frugalmente ceno. Esta noche estoy muy cansado y ahora sí tengo sueño… Soy un pasajero que aborda un vuelo intercontinental y se acomoda en su silla de negocios Voy muy dispuesto a atravesar El Atlántico.

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XIV

Dos noTicias TrisTes enlutaron mi Decanatura. La una más personal La otra indiscutiblemente co-lectiva: el deceso de María-Mercedes Araújo y el fa-llecimiento de Orlando Fals-Borda. La primera de ellas me sorprendió al final de un Consejo Académi-co La segunda me despertó alguna madrugada. Cu-riosamente tres días antes de irse María-Mercedes fui a verla a su casa en el barrio de Santa Ana. Recuer-do que tomamos onces y escuchamos muy felices la Quinta sinfonía de Mahler. Evocamos a tantos y tantas que de una u otra forma habían pasado por su biblio-teca: intelectuales Religiosos Sindicalistas Profesores Políticos Mujeres Líderes Artistas Obreros. Nos bur-lamos del mandarín de turno del último Gobierno De su supuesta seguridad demográfica dedicada durante ocho años a cazar guerrilleros. Luego nos tomamos media botella de whisky Alcanzamos a quedar ebrios. Entonces me despedí de ella asegurándole que muy pronto la invitaría a un sentido homenaje que la Uni-versidad le rendiría al maestro Fals-Borda con moti-vo de los Cincuenta años de la Sociología en nuestro

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medio. ¡Qué va! A menos de una semana la esbel-ta dama Araújo se iba. Igual que mamá Ella se llevó poco después a su mejor amigo. Fue un muchacho muy fiel a él quien me llamó para contarme la noti-cia: inmediatamente la Facultad dispuso del Auditorio Virginia Gutiérrez que Orlando Fals prefería llamar María Barilla. Allí sería velado el cuerpo de ese otro abuelo: miles de amigos acudirían a darle el último adiós Toda clase de personalidades concurrió a su se-pelio. Obviamente no voy a repetir las notas que con motivo de sus exequias por todas partes se publicaron Tampoco las frases sentidas de sus más cercanos ami-gos. Simplemente debo escribir que sus últimos pasos coincidieron con una gran exposición que por aquella época el colega Jaime Arocha logró realizar en el Mu-seo Nacional de Colombia: Velorios y Santos vivos. De esa forma El mayor homenaje que se le pudo rendir al maestro Fals-Borda sería esa velada que afrodes-cendientes Raizales y palenqueros —a ritmo de tam-bores y tumbadoras— en plena sala de exposiciones de aquel santuario de la cultura le hicieron. Después de aquello sólo faltaba que con su nombre fuese bau-tizado el edificio que gracias a los fondos de la Fun-dación Ford cincuenta años atrás él había construido.

Despierto empapado en sudor: acabo de tener una pesadilla. Estaba en otro hospital Nevaba o hacía mucho frío. La edificación era de ladrillo cocido y

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me hallaba en medio de un bosque donde sobresalían un par de chimeneas. ¿Nuevamente la Clínica Lleras? No lo creo. Lo Cierto es que escapé del cuarto donde me tenían recluido. En realidad me observaban… Secretamente a través de vidrios y espejos me filma-ban Retrataban cada movimiento. Parece que destruí todo: mesas Sillas Jarrones Floreros. Inmediatamente salí de allí corriendo Me topé con pasillos inmacula-dos que conducían a un sinnúmero de pasadizos. Sin saberlo estaba encerrado: había rejas por todos lados Salas de experimentación Quirófanos. Lo que más me aterró fue ver al hermoso doctor samario observando en una cápsula las pantallas de varias cámaras de vigi-lancia instaladas en mi habitación (en total ocho). Él gozaba Se reía Acababa de quitarse la bata Se frotaba y lanzaba trallazos de leche caliente que cayendo al piso se fosilizaban. En ese punto recapacito para recons-truir el cuadro siniestro. Ahora contemplo mi alrede-dor en calma Me aterra el color blanco: las paredes de esta pieza Las sábanas y almohadas La bata que llevo puesta. ¡Siento horror ante tanta asepsia!

A un decano lo nombran para que sea maestro de cultos Guardián de los sellos. Durante mi man-dato el evento más insignificante tenía que celebrarse minuciosamente. La improvisación en ese campo sen-cillamente no podía ser admitida. Para mí los actos más solemnes siempre fueron las graduaciones. Entre

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otras cosas porque quienes las disfrutaban eran los padres de familia. No había derecho como les ocurría a los Uniandinos: después de pagar a lo largo de sus carreras una millonada… ¡Terminaban graduándolos cual ganado en corferias! Entonces desde seleccio-nar al pianista y coro que interpretaría los himnos Pasando por quiénes serían los oradores Hasta el grupo musical que debía amenizar el rato eran objeto de mis preocupaciones. ¡Al diablo la chabacanería y el espíritu mamerto! Podían gritar al final si se les daba la gana Pero eso sí Los ritos de paso se respetaban. Cuando llegaban los diplomas firmados por el rector para que a mi turno hiciera lo mismo Me encerraba en el despacho. No permitía que pasaran llamadas o alguien me interrumpiera. ¿Acaso no se daban cuenta de que en esos momentos yo era responsable de lo sagrado? Para todo rito había que vestirse y compor-tarse adecuadamente Mostrarle a los demás que no somos islas sino pedazos de continente no se podía oficiar de cualquier modo.

En una cadena de asepsia no pueden faltar detergentes ni quitamanchas pasando la prueba de la ventana. Como en los moteles Aquí cada mañana es riguroso el aseo de los cuartos: irrumpe una mujer olvidada con escoba y trapero limpiando cada rincón para dejarlo reluciente. El horror es que no puede concebir lo limpio sin impregnar todo de no sé qué

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perfume. ¡Cuánto lo aborrezco! Si supiera que pre-fiero los ambientes aireados ¡Que me muero por aspi-rar las flores de mis machos!

El mayor privilegio de un decano es —a mi juicio— saberse rodear de colaboradores inteligen-tes y honestos Sobre todo de seres bellos. Fue así como tuve la fortuna de contar con hermosos asis-tentes: muchachitos maravillosos y deliciosamente vestidos que informalmente calzaban zapatillas y medias deportivas. Andreus Rubiano —a quien reli-giosamente le dicté cientos de párrafos— Alejandro Lozano —con quien preparamos numerosas confe-rencias y discursos— Christian Uribe —un futuro sociólogo que me ayudó a elaborar el bendito Plan de Desarrollo— y Felipe Borràs El Infantino dorado al que por culpa del fervor dedico estos delirios. ¿Me enamoré de un estudiante? Claro que sí… Y para que se pudran los envidiosos Supimos conducir aquel carruaje mientras sosteníamos una relación sin ánimo de lucro.

Tengo fiebre. Lo grato de ello es que se puede jugar con la memoria: me veo adolescente y vestido de adulto dando instrucciones a los jugadores de un equipo de fútbol. ¡Qué horror! ¿Será porque me atraen sus cuerpos? Aterrado me pregunto ¿De dónde habrá

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surgido esta manía de repetir? Porque es lo que suelo hacer en mis clases. No hay profesor que no tenga algo de actor o de payaso Somos unos expertos en adosar En calificar En reiterar. Y yo que a cada rato reniego de la reproducción… ¡Por eso jamás traeré hijos a este mundo!

El mayor desgaste de la Universidad pública con-siste en tener que mendigar cada año el presupuesto. Un día ocurría lo mismo de todas las veces: las cuen-tas debido al aumento del Índice de Precios al Consu-midor no cuadraban Y al rector le tocaba ocuparse de semejante chicharrón. Primero ante los ministerios de Educación y de Hacienda Luego llegando a acuerdos con algunas de las bancadas del Congreso Después sacando comunicados Finalmente convocando a la opinión pública. Todo eso y más se había hecho Pero para los mamertos no era suficiente. A todas luces sin saber exigían cuentas claras. Una mañana agarraron al profesor Lerner en el Departamento de Química Le hicieron una encerrona. Como pudo El Abuelo se les escapó Alcanzó a subirse al vehículo que lo trans-portaba. Empero se vinieron en masa los revolto-sos Y no sólo ellos: se les fueron uniendo en corrillo decenas Cientos de adolescentes despistados. De esos que se mueren por matar al padre simbólicamente De aquellos que ante la autoridad Ni mierda. Enton-ces comenzaron a bambolear la camioneta del rector

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Exigían que se bajara y fuera con ellos hasta el León de Greiff Que le diera la cara a la asamblea salsamen-taria. A cada minuto que transcurría la situación se tornaba más tensa: el representante de los estudiantes se trepó al techo de un edificio y desde allí vociferó las arengas que quiso. A ese individuo se le pega-ron los profes más revoltosos Los que siempre joden porque nunca están contentos. Yo salía de mi despa-cho cuando vi semejante carnaval y en el acto me di cuenta de lo horrendo. Por supuesto que me acerqué hasta el círculo inmediato Allí había guardaespal-das y otros maestros tratando de proteger al Abuelo. Al vehículo lo querían voltear varios pelaos excitadí-simos De pronto empezaron a darle garrotazos al motor Uno se subió encima del capote Nosotros tra-tábamos de calmarlo Le decíamos que no fuera vio-lento. Durante cuatro horas avanzamos apenas unos metros La prensa llegó y la noticia corrió hasta oídos de Topogigio: ahora todo era un enredo. Como pudi-mos Cuatro decanos tratamos de calmar a la turba De mostrarle que aquel no era el camino. Pero nada Las exigencias persistían. Obviamente no eran realis-tas. En medio de semejante muchedumbre resultaba francamente torpe que el rector abriera siquiera una ventana. Aparecieron numerosos indiecitos tratando de mediar Ni siquiera al taita de ellos los violentos le soltaron el trofeo. Finalmente se escuchó en la radio la chiva de un secuestro Algunas voces decían que el Tirano de la Nación llegaría al campus a caballo…

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Afortunadamente en un abrir y cerrar de ojos la camioneta arrancó y a todos se nos pasó el susto.

Una enfermera me sorprende con el desayuno Gustosamente se lo recibo y mecánicamente lo tomo: primero El jugo medio congelado Después La arepa frita y los huevos. Entonces echo azúcar en el café y listo. Anhelo sin más remedio un caldo de costi-lla Nuestro pot-au-feu al que le faltan los pepinillos. Recuerdo que papá como buen santandereano pre-paraba uno exquisito: con aquel caldo resucitaba muertos.

El siguiente Consejo Académico fue patético: representantes profesorales y estudiantiles exigían que el abuelo Lerner se retractara de lo que la prensa había titulado: «Secuestrado rector en campus uni-versitario». Y no sólo de eso: que le pidiera perdón a la honorable asamblea salsamentaria por no haberle dado cuentas claras a tiempo Por supuestamente no publicar cuánto le faltaba al presupuesto. Y sobre todo que agradeciera encontrarse nuevamente sano y salvo. Ante semejantes declaraciones los decanos manifestamos nuestra indignación Rechazamos enfá-ticamente lo dicho. Una vez pasado el bochorno de aquellos cotudos con paperas Al colega Bula le dije: —¿Qué carajos aquí hacemos?

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Con el último bocado de huevos tibios mancho sin querer el primer ojal de mi piyama. Trato de lim-piarlo con la uña y no lo consigo. Me siento como cada vez que desesperado busco quitarle el precio a un libro impreso en Colombia Toda una desgracia: las malditas editoriales nacionales —por ahorrar— com-pran el pegante más barato y toca rasparlo a punta de navaja. Pues bien Así me hallo queriendo borrar esta mancha de la camisola. Dejémosla así ¡Qué vaina! ¿Hace cuánto que la llevo puesta? No me acuerdo. Lo cierto es que en un hospital no se puede ir vestido de otro modo. Sin necesidad de uniforme penitenciario He ahí la marca de la convalecencia.

Lo mismo de cada semana y en buena medida la repetición de la repetidera. De algún modo la rutina de ser decano empezaba a aburrirme. ¿Qué haría cuando concluyera mi mandato? En modo alguno volver a candidatizarme Prefería dedicarme a la tele-visión. ¿Cuál sería mi programa? Me inventaría uno para conversar cada ocho días en la sala de mi casa Vestido de bata con mi gato frotador Exclusivamente sobre imposturas e impostores. Lo llamaría El tramo-yero. ¿Habría algún canal interesado? No podía ima-ginarlo. El mejor negocio cuando fuera ex decano consistiría en fundar una iglesia o universidad de

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garaje: así impartiría clases y sermones a través de mi propio Espejo de Narciso. De lo contrario ¿Cómo habían subsistido la libretista Uribe El pastor Gómez Los esposos Castellanos o el predicador Silva? Seme-jantes avivatos en esos menesteres daban ejemplo. Por aquellos días el director de la Alianza Fran-cesa me llamó para que sirviera como traductor de una misión canadiense que ayudaba a las institucio-nes colombianas a «cualificar la educación superior que impartían». Me correspondió visitar con algunos colegas del Consejo Nacional de Acreditación una casaquinta llamada iMpao. El director de dicha orga-nización se presentó no en calidad de rector sino de propietario. Lo peor era que con jeta de cerdo El muy bastardo se atrevió a subrayar su poderío: no sólo era dueño de una sino que poseía cinco universidades. Por supuesto que cada vez que tan distinguido señor balbuceaba Mis frases comenzaban anteponiendo «Il dit que…» A fin de no sonrojarme tanto. Cosa simi-lar ocurría con las sectas donde todos los domingos numerosos borregos entonaban «Gloria Aleluya» o «Alabaré a mi Señor» ¡Bendito sea! Independiente-mente del sentido que los pastores dieran a sus fieles Esos hampones sacaban fructuosos dividendos: todo gracias a la «ley del diezmo». Entonces ¿para qué reelegirme? Si al vicedecano le daban ganas de que-darse Yo me iría de sabático.

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¡Quiero afeitarme y tomar por mi propia cuenta otro baño! ¿Tendré que transportarme con estos apa-ratos a los que me tienen conectado? No con todos: sólo con el suero pues una vez en la ducha me lo arranco. ¡Que no me jodan! Ejecuto pues el plan con total parsimonia Me incorporo y tomando fuerzas del cosmos Inicio la santa procesión del Jueves Santo. Ya está: me asomo al espejo y con tristeza descubro una cara demacrada Estoy lleno de ojeras La barba crece como se le da la gana Por rascarme furioso el pelo cae a borbotones… ¡Necesito un peluquero que me rape! Será lo primero que haga cuando salga de aquí… Si nací de nuevo He ahí el signo.

Calmando la desazón invité a Fernando Vallejo para que nos dictara una clase y estrenara su título de doctor Honoris Causa. Él gustosamente aceptó Acudió complacido a fin de compartirnos la primicia de su Don de la vida. Los muchachos supieron gratamente corresponderle: horas antes de su llegada teníamos dos auditorios repletos. Saludé al maestro que vestía chaqueta caqui y pantalón azul de dril con sus zapa-ticos menudos Subimos a mi oficina a tomar té con galletas mientras arreglaban el sonido. A los quince minutos descendimos por una escalera de caracol al escenario donde cientos de jóvenes conmovidos lo aplaudían Él no necesitaba presentación y se mos-traba reacio a leer apartes de su última novela Tocó

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picarle la lengua. Comencé a salpicar párrafos de aquí y allá hasta que pidió que le pasáramos un ejemplar de La Virgen de los sicarios. Entonces su voz se perdió recordando el momento en que Alexis entra con su alter ego a la cantina de Bombay Muy cerca a la Finca Santa Anita… Allí había una rockola donde tras par de guaros resonó: Un amor que se me fue Otro amor que me olvidó Por el mundo yo voy penando… La voz de Pedro Infante interpretaba con nostalgia el pasado perdido de un Senderito de amor.

No puedo tomar mi baño porque entra una enfermera que estupefacta pone el grito en el cielo: —¿Y el potasio? Como no le respondo Histérica-mente toca el timbre y llama al séquito de sus colegas. En par de minutos llegan Me conducen al lecho y sin musitar palabra lentamente me conectan. Su silencio esta vez resulta más poderoso que cualquier orden. Sé que de esa forma debo quedarme Me toca obedecer y ni modo. Disimulando la situación les pregunto: —¿Y Marlene? Una de ellas ruborizándose me responde: —Se fue de vacaciones.

La última velada con Vallejo me alivió. ¡Cosa magistral! Con todos los improperios que lanzaba contra Colombia: nuestro desastre sin remedio. «La patria es una mierda envuelta en papel celofán…»

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Proclamamos al unísono. Luego brindamos varias veces al azar Al infortunio. Me despedí de él trasta-billando con El Infantino. En aquel tiempo Felipe era apenas un estudiante que me acompañaba. Lle-gamos a casa con ganas de escuchar el brindis de La Traviata Pusimos el disco de Domingo Pavarotti y Carreras: Libiamo nè lieti calici Che la bellezza infiora E la fuggevole ora S’inebri a voluttà… Libiamo nè dolci fremiti Che suscita l’amore Poiché quell’occhio al cuore Onnipotente va… Y entonces aquellas frases lograron lo que los organismos de control del Estado jamás: mandar a la mierda toda clase de censura que prohibiera enamo-rarnos y entregarnos al Libiamo amor fra i calici Più caldi baci avrà. Nuestra mayor sorpresa fue constatar que al día siguiente tres políticos —uno de ellos colega y amigo— se presentaban sonrientes ante la opi-nión pública con el ánimo de recrear un partido cuyo apodo inicial era el de «los tres tenores».

A la hora de mi reconexión Hernando Salcedo ingresa todo sonriente: —Gracias por haber venido. Le pregunto por los líquidos que me inyectan y los cables a los que me tienen conectado… Le digo que el tal pota-sio duele muchísimo Que si es estrictamente necesario. Él responde que va a convocar una junta de médicos. Su mentira es tan creíble que cual placebo me tran-quiliza. En seguida conversamos de un seminario que hoy me tiene dando vueltas y en la tarde supuestamente

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debo inaugurarlo: un gran homenaje al filósofo fran-cés Jacques Derrida con invitados de todo el mundo. Cómo no puedo acudir Le digo que le pida a Felipe mi película Donner la mort Filmada hace algunos años en París por mis estudiantes de La Sorbona. A mi juicio el tema es completamente actual Además de un buen saludo al maestro. Hernando asegura que la proyectará Se compromete a ello… Débilmente se lo agradezco.

Los consejos de decanos siempre fueron asam-bleas presididas por el rector En los cuales discu-tíamos los asuntos de política académica. En torno a una gran mesa redonda —como una suerte de pequeño Congreso— los representantes de las diver-sas facultades teníamos asiento. No era gratuito el puesto que según su especie cada uno ocupaba. Sim-plemente señalaré que el decano de Ciencias se sen-taba en el sentido opuesto al de Derecho Que el de Ingeniería casi siempre era secundado por mi amigo de Economía Mientras el de Medicina prefería el centro. Casualidades y pura espontaneidad Diríamos en términos políticamente correctos. Pero no voy a contar los chistes ni a referirme a los típicos comen-tarios que en esas sesiones solemnes ocurrían. Sólo diré que tras el lanzamiento de la campaña de los tres tenores —de Lucho Garzón Kike Peñalosa y Atana-sio Moskus para realizar una consulta entre ellos a fin de elegir un candidato verde a la Presidencia de

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Colombia— Mis colegas decanos apostaron a que yo no continuaría otro periodo. Según ellos pediría per-miso para «acompañar» al profesor Moskus.

Pasan las horas y como caído del cielo aparece mi colega y amigo Jorge Bula —feliz de verme restable-cido. Discretamente me cuenta las últimas novedades de la Universidad Comenta las salvajadas de algunos miembros del Consejo Académico. Yo le digo que lo que pudre a nuestra institución no son los lunares de afuera sino lo que se lleva por dentro. Que hasta no darse un verdadero relevo generacional la cosa no va a cambiar Que seguirán los mismos con las mismas. Bulita argumenta que hay una tremenda crisis de lide-razgo Insinúa que cuando me recupere me lance a la Rectoría. Yo le digo que soy muy transgresor Que mejor vaya él primero porque al fin y al cabo es hijo de políticos… Que con todo gusto lo secundo pues tal vez después sí me gustaría lanzarme para celebrar con todas las de la ley los ciento cincuenta años de nuestro claustro. En esas llega una enfermera con el almuerzo Jorge me ve comer con desgano Pide que me alimente Yo le contesto que duele mucho el potasio Él mirando perdido recomienda que coma plátano.

El rollo de volver con Moskus ni siquiera lo había pensado: el cúmulo de coloquios que ampliamente

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desarrollaba con mis amigos de la embajada de Fran-cia en varias ciudades de Colombia escasamente me daba tiempo. No obstante confesé una gran simpatía con la idea de que en nuestra Patria Boba surgiera otra alternativa política Cosa que reflejaría en mis atuendos. Sabiendo que abiertamente no podía proclamar que la idea de los «tenores» me era grata Decidí que en adelante al menos usaría trapos verdosos en el cuello. Deshila-ché las pocas corbatas que de ese color tenía y empecé a comprar otras siguiendo el mismo procedimiento: fue así cómo aprendí a fabricar pañoletas espléndidas Feliz de destruir las flechas de seda que odiaba.

Lloviendo y haciendo sol son las gracias del Señor Decía mamá cada vez que aquello ocurría. Esta tarde es así El bendito dorado se asoma. A mí me gusta saber que está allí pese a los dos grados de fiebre que regresan. Generalmente me he percatado de que cuando cesan las gotas Si el robusto balón sigue desnudo No sé por qué le cede la plaza a un hermoso arco iris. Un inefable Tal vez… —he ahí la mejor manera de llamarlo. Como quien quiere y no quiere la cosa Simplemente la posibilidad de algo. El aspecto más acertado de todos los movimientos homosociales ha sido erguir ese símbolo como ban-dera: nada más bello que un cielo de todos los colores.

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Un buen día confronté a mi brazo derecho de la Decanatura: al profesor Sergio Bolaño. Le pregunté si él quería lanzarse para el siguiente periodo Que yo con gusto lo apoyaba. Él jesuíticamente vaciló… Semejante signo fue inconfundible Me dejaba tran-quilo. A partir de aquel momento empecé a hilar una propuesta de investigación para adelantar durante el año sabático que solicitaría. Se me ocurrió rea-lizar en compañía del gescco —esa sigla ya fue identificada— un gran proyecto llamado Vínculos vir-tuales para explorar a fondo las redes sociales: Face-book Twitter Google Wikipedia YouTube YouPorn LastfM… La idea a mis machitos les encantó Y como complemento personal inscribí ante el Consejo de la Facultad un tentativo trabajo de promoción para ser profesor titular de la Pontificia Universidad Nacional de Colombia: Alter Ego Academicus.

Toca hacer la siesta pero no quiero quedarme solo. El Infantino tuvo que retornar a sus clases en la Universidad No más permisos El matrimonio iguali-tario en este país no ha sido aprobado. ¿Alguna vez lo será? Ojalá que cuando publique esto. ¡Quién sabe! Colombia es un país demasiado godo para superar tanta hipocresía. Debería reconocerse cacorro y con-tarse entre los más progresistas del mundo. Lo cierto es que sólo la Corte Constitucional puede decidirlo Jamás el paraco Congreso. Entre tanto me falta un

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machito que venga a mi lecho de enfermo y se empe-lote sin pudor para dormir en bola conmigo. ¿Será —querido lector— que tú te atreves?

Un domingo 26 de marzo —eso creo— Día de elecciones legislativas y de consultas inter-partidistas Hacia las cinco de la tarde recibí una llamada de uno de los colaboradores del profesor Moskus: me invitaba a celebrar en el norte de Bogotá el triunfo de la «Con-sulta verde». Gracias a haberse ligado a una conce-jal bastante derechosa —que ahora saltaba al Senado proclamándose «defensora de los niños» pidiendo pri-sión perpetua para violadores de menores— El recién creado Partido Verde Colombiano (pVc) —que de ecológico sólo tenía un montón de girasoles estam-pados— conquistó varias curules en el Congreso Y la mejor noticia: el profesor Atanasio Moskus sería su candidato a la Presidencia de la República.

El gentil doctor Chaparro interrumpe mi deseo. Aparece muy sonriente diciendo: —Caballero Ya va siendo hora de que lo demos de alta. ¿Cómo va esa fiebre? Lentamente me examina y palpa Observa con cuidado el herpes labial que me aqueja: lo con-traje en la clínica y casi le digo que fue por culpa de haber recibido una mañana el Cuerpo de Cristo. Me abstengo. Él ordena que me cambien de antibiótico

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Menos potasio y más suero. Así mismo que en dos horas me tomen una radiografía de tórax y otra de garganta.

Vencido el día de inscripciones para un nuevo periodo de decanos Yo no me inscribí Sergio Bolaño lo hizo. A partir de aquel momento se multiplica-ron los adioses Las despedidas. Me iba y de algún modo no estaba seguro si regresaría. Necesitaba de cambios fundamentales Que algo extremo ocurriera. Así suelen ser las cosas: se dan o no y cuando que-remos que un acontecimiento extraño ocurra Nada pasa. Todo es lo mismo: las calles Los objetos Las personas… Contemplar que las cosas siguen perfec-tamente normales nos muestra lo provisionales que somos. Justamente como el juego de profesor: des-pués de un breve lapso nadie se acuerda de nosotros.

Tocaba. Entra el enfermero rapado que el primer día de resurrección me ayudó a pasar bocado. Con toda diligencia me ayuda a levantar y alcanza mis zapa-tos y bata Le pido que me pase un foulard del armario para usarlo como bufanda Luego me ayuda a sentar en una silla de ruedas y cubriéndome la cara con el trapo de seda me transporta. Veo un montón de pacientes por todas partes Abordamos un ascensor especial Nos detenemos en el primer piso En seguida atravesamos

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un jardín y ya está: ingresamos al cuarto oscuro para que me tomen dos placas. La doctora encargada de ese lugar me ayuda a ponerme en pie Pide que me recueste frontalmente ante una lámina helada y Tras el primer fogonazo Posa allí mi garganta: —Eso es todo Muchas gracias Profesor. Ahora de vuelta.

De acuerdo: un fenómeno raro se elevaba sobre la tarima Aparecía espontáneo en las pantallas. ¿Alguien podía calcularlo? Miles de jóvenes se fueron contagiando Estampando su rostro en páginas bana-les que con el lento transcurrir cotidiano cobrarían vida. Un raro entusiasmo: quizá era posible cambiar las costumbres políticas Legalizar a Colombia por las buenas. Fue allí donde constaté el poder de las redes sociales: otras voces y otros ámbitos Querer Creer Vislumbrar… La gente no era tan alienada como algunos colegas aseguraban: les parecía ridículo que me dedicara a estudiar cosas tan poco serias como las que ocurrían en Internet Ellos estaban comprometi-dos con los grandes acontecimientos. Mas ¡quién lo creyera! Cual viento rabioso una ola verde se venía gestando…

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Con boMbos y plaTillos el doctor Chaparro me comunica que mañana me dará de alta. ¡Aleluya! El neumólogo ha visto los resultados de las últimas pla-cas Dice que mi recuperación va viento en popa. ¡Fan-tástico! Una excelente noticia. Al fin podré salir de aquí y volver a ver a Gaucho. —A propósito doctor Yo vivo con un felino… ¿Puedo seguir con él o tengo que regalarlo? Felipe (mi novio) dice que suelta mu-cho pelo y tal vez eso es nocivo… —Para nada. Usted no es una embarazada y su enfermedad no tuvo que ver con eso. Puede seguir con su gato.

Último estudio practicado al paciente hospitali-zado en la habitación 506 de la Clínica Nueva de Nues-tra Señora de la Magdalena: «spn 301: El desarrollo y transparencia de las diferentes cavidades parana-sales es de aspecto normal No se identifican engro-samientos mucosos ni niveles hidroaéreos. Septum nasal central con permeabilidad de antros conser-vada. Las estructuras óseas visualizadas no muestran

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lesión de origen traumático Los tejidos blandos pare-cen coherentes. TórAx 2132: mínimos cambios de aspecto residual sobre el hilo izquierdo. El resto de los campos pulmonares se encuentra neumatizado en forma satisfactoria. Cardiovascular con morfología y dimensiones normales».

¡Qué políticos tan amigables Cuán compañeri-tas! ¿Acaso semejante fraternidad la proyectaban los otros? Tanto amor se debía a que apenas despegaban. Además los tres habían pasado por el mismo cargo: alcaldes mayores en tiempos complementarios. Cada loco con su tema: el uno con el rollo de la cultura ciudadana El otro ampliando andenes y llenando la ciudad de bolardos para que los conductores no par-quearan donde se les diera la gana Y el más socialista adaptando a escala de la capital políticas que bene-ficiaran al pueblo. Volvamos: el primero dejando a un lado sus sacos cruzados y exhibiendo sus manías de profesor educando a incultos El segundo todo un gerente gobernando en camisa con fina corbata y pantalones bota italiana El último ahogándose del calor entre busos cuello de tortuga. ¡Tiempos aque-llos! ¿Qué cosas digo? A la pequeña banda le faltaba un cuarto rey mago: otro matemático de Medellín que por pura arrogancia había hecho rancho aparte Pero de momento andaba quebrado: desde el comienzo se dedicó a recorrer dizque a toda Colombia… Conformó

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una lista independiente que el país entero desconocía pese al nombre de un ex secuestrado… Tocaba lla-marlo Atraerlo Sus deudas eran condonables y aque-lla franquicia podía dar mejores dividendos.

Minutos después de la buena nueva Entran a mi cuarto dos personajes vestidos de azul oscuro Pare-cen diplomáticos: son el agregado de cooperación de la embajada de Francia Adelino Braz y Hernando Sal-cedo. Se acercan para contarme que el seminario en honor a Jacques Derrida ha sido todo un éxito Que algunos invitados preguntaron por mí tras ver la pelí-cula Dar la muerte proyectada por Hernando Que ahora lo importante es reposar pues tan pronto me recupere nos aguardan más coloquios. Yo les digo que me siento feliz aunque un poco nostálgico Que siento especies de recuerdos alegres que me hacen llorar cada mañana… Adelino dice que esa sensación en portugués se llama saudade Que él debido a sus orí-genes sí que sabe del asunto. Yo le pido que me des-pida del embajador pues no puedo acudir a la cena que en su honor le han organizado Él me dice que no me preocupe Que lo que cuenta es mi salud porque todos esperan que no vuelva a darles sustos.

De re-visionario Atanasio Moskus recorrió el país de un extremo a otro: la prioridad fueron las

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capitales. Definitivamente el profesor no era muy amigo del agro. Estuvo en Santa Marta Barranqui-lla y Cartagena exhibiendo con gusto un traje claro. También viajó por el Eje Cafetero y algo del Valle del Cauca De pronto se deslizó hacia los santande-res picándole el ojo al Pacífico: ahora lucía el color de su partido. Cada vez que aterrizaba en una ciudad predicaba el mismo evangelio Repetía idénticas con-signas: «Vida y recursos públicos sagrados Con edu-cación todo es posible No todo vale Seamos legales por las buenas». ¿Acaso se enteraba de las estrategias de sus contradictores? Hasta tres y cuatro veces al día se adaptaban y cambiaban La política era puro camu-flaje A todas las situaciones se amoldaban. Aparecían con trajes distintos Incluso en el mismo escenario. Él —como en tiempos del tricornio— reafirmaba sus símbolos: el verde que te quiero verde operaría indis-criminado La gente contenta lo seguía aplaudiendo.

Tras los embajadores veo de nuevo al Infan-tino. Le pregunto que por qué está tan contento Que qué novedades me trae. Felipe dice que al fin está en paz consigo Que acaba de encontrarle refugio a mi gato. Yo le digo que cómo así Que justamente he conversado con mi neumólogo y el doctor Chaparro dice que no hay problema Que mi enfermedad nada tuvo que ver con el felino Que puedo seguir compar-tiendo espacio con él y hasta consentirlo. Entonces

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ni modo. Lo que sí pacto con Felipe es que se haga una limpieza absoluta del apartamento Que con Rita y Edgarinos busquen una empresa profesional para desinfectar y fumigar el retozadero. Así por lo menos Durante unas cuantas semanas no habrá pelos de Gaucho Pero que con él me quedo. Pese a ser una bestia salvaje a la que sólo le interesan los frotamien-tos Yo lo quiero.

Tocaba acudir a los «debates» de la televisión. Allí aparecería la competencia: el candidato Pardo y siempre tieso del Partido Liberal La matrona son-riente con pinta de barbie Emí Sanín representando a los conservadores El delfín de los Lleras que con tono golpeao y acento capitalino exclamaba «Mejor es posible» El ex senador Gustavo Perto de las Izquier-das Unidas de Colombia Y el candidato que con broche de oro se reclamaba heredero de la segu-ridad demográfica: Juan-Manuel Santos-Rubino. Ante ellos el profesor Moskus se presentaría como un escolar vestido de café con leche Muy juicioso y dispuesto a dejarlos discutir Él simplemente procla-mando «Vida y recursos públicos sagrados Con edu-cación todo es posible No todo vale Seamos legales por las buenas». Por supuesto los quince minutos de fama serían para los periodistas: los presentado-res haciendo gala de equidad cortando intervencio-nes en el momento adecuado Replicando con total

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imparcialidad Balanceando sabiamente preguntas y respuestas Opinando a nombre del pueblo y pidiendo aclaraciones por si algún televidente idiota no com-prendía… Mejor dicho demostrando que la política nunca antes ni jamás se podía ejercer sin los medios.

Decidida la suerte de Gaucho le pregunto al Infantino que a todas éstas cómo va mi felino. Él dice que lo más de juicioso Que no me haga muchas ilu-siones porque a los gatos sólo les gustan los lugares y para nada las personas… Yo entonces le replico que no se preocupe Que espere y verá cuando vuelva a aparecer y él de nuevo me huela Que poco a poco vol-verá a adaptarse a mí y yo a él así a Felipe le den celos Que en cuestión de dos días volverá a frotarse en mi brazo izquierdo y a ronronear junto a mi cabecera.

Hacerse el idiota cuando se enfrentaba a varios resultó buena estrategia. El termómetro de las encues-tas empezaba a girar A aumentar A descender A esta-bilizarse. ¿Alguien se atrevía a cuestionar el sacrosanto estado de opinión? ¿Acaso no todo el mundo se ente-raba de las fichas técnicas? Esto y aquello replicaban las honorables firmas: nuestro trabajo es una simple proyección Apenas tratamos de guiar al elector Los colombianos requieren de orientaciones modernas. Por supuesto las casas de estadísticas cual emisoras

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de la fM competían Obviamente los precisos resulta-dos variaban dependiendo de alguna contingencia: de quién había pagado tal o cual estudio De si se había realizado en la calle o por teléfono De si la gente que respondía estaba afiliada a las redes sociales o aca-baba de ver el último debate. Entonces la campaña de los verdes contrató a un asesor que desafortuna-damente sólo duró dos días. Era un mexicano alto y bello De tono de voz grave y para nada machista que de buenas a primeras dijo: —Si el candidato favorito quiere triunfar debe simplemente inflar las encuestas Mostrarle a la opinión como principales competido-res a los verdes. El tipo estaba loco. ¿Quién diablos lo había llamado? Mejor devolverlo al df y entregarle la logística dura a los peñalosistas.

Dejando la puerta de par en par Entra una enfermera. Felipe se levanta y haciendo un gesto iró-nico la cierra Ella viene a verificar mis signos A ver si estoy bien conectado. Yo le pregunto que si el doctor mañana me da de alta ¿por qué tantos cables? Que si son estrictamente necesarios… Ella responde que sí Que de lo contrario no me pueden soltar Que tengo que salir con todas las de la ley y que no me queje tanto pues sólo me restan veinticuatro horas.

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Del mismo modo que un termómetro señala cuando un paciente delira Cosa idéntica ocurría con las marcas de las encuestas. Las acciones en la bolsa verde subían De numerosos jardines miles de gira-soles se arrancaban… Pero faltaba un toque especial Una especie de golpe de opinión —como decían los especialistas. ¡La franquicia del paisa quebrado toda-vía valía! ¿Por qué no llamarlo? ¿Cuánto costaría? Si los jugadores de fútbol se negociaban entre clubes… ¿Por qué no apostarle a la gratuidad de castos ideales? Durante un fin de semana se concretizó la alianza: el matemático Fajardo no cobró nada Tal sería su gene-rosidad que incluso los gastos de representación por ser fórmula vicepresidencial de Atanasio su rica fami-lia de constructores los aportaría. Fue el momento en que se acuñó un nuevo estribillo a las consignas: «Yo vine porque quise A mí no me pagaron».

La doña se va y ante Felipe vuelvo a renegar de la obsesión de esta clínica por crucificar a los pacien-tes. Este es el estado ideal para que vengan las aves de rapiña… Me refiero a toda clase de confesores y rabi-nos. ¡Por algo se visten de negro!

Ver al mono y al moreno A esos bellos mate-máticos repartiendo lápices y cuadernos en lugar de «armas»… ¡Cuánto fervor mostraban! Eran igualitos

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Idénticos Con los mismos ideales. Había que seguir aquellas muestras de gratuidad Que en cada rincón de Colombia todos los ciudadanos plasmaran el deseo de escribir una nueva página de la historia. Entonces las encuestas se dispararon y ¡santo milagro! Atana-sio Moskus con su fórmula superó a todos Incluso al favorito. A esos dos maestros en modo alguno les interesaba el poder… Sólo querían compartir y com-petir ¡Divino Niño! La pasión entera se encendió Miles de muchachos se sintieron seducidos. ¿Alguien lo dudaba? Más aún: toda clase de actores y cantan-tes en pro de ellos manifestaron. Espontáneamente los jóvenes copiaban el magnífico comercial donde tamaños talentos aplaudían Celebraban y proclama-ban que el ideario del pVc era el suyo. Sólo el ejemplo educaba y había que seguirlo. Resultaba inminente multiplicar el prodigio a través de todas las redes sociales: cientos de miles de afiches Nuevas pancar-tas y hasta hermosas caricaturas proyectando un haz de luz ecológico al final del túnel.

De almuerzo —esta vez— me traen un delicioso plato de lentejas. Felipe dice que se va a la cafetería para devorar un sandwich pues a las tres tiene la última clase de Estadística. Yo le digo que buen provecho y vuelva al cuarto antes de partir para la U de modo que podamos despedirnos. Él asiente y atraviesa la puerta Se cruza con la monja que alguna vez asistió a

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mi seminario de religiones comparadas en Medellín que anda obnubilada. Ella quiere entrar a saludarme y Felipe con todo gusto le hace la venia… —¿Qué tal hermana? Le pregunto. —Muy bien Profesor ¡Cómo está hoy de robusto! —Dicen que mañana me dan de alta ¡Ya era hora! —¡Qué bueno mijo! ¿Se da cuenta de que los milagros existen? —Así es hermana. Como el prodigioso muchachito que usted acaba de toparse en la puerta. Si no fuera por él yo no estaría vivo. —¿Él es su amigo? —Mi novio Hermana Mi prometido. Tan pronto aprueben el matrimonio igualitario con él pienso casarme. ¿Qué piensa usted de eso? —Pues mire: aunque las superioras me regañen Lo único que puedo decirle es que durante cuarenta años que llevo en esta clínica Las parejas más amorosas que he visto han sido de señores y muchachos.

Verde no podía confundirse con rosado y aunque los girasoles iban embalados Nadie podía cantar victoria. La campaña del profesor Moskus era bastante artesanal si se comparaba con las otras. Los demás contrincantes contaban con asesores de imagen Mánagers y edecanes Obviamente sin mencio-nar a los consejeros que en materia económica Socio-cultural y defensiva descrestaban con cifras. ¿Los matemáticos de quiénes se estaban rodeando? Apa-rentemente de intelectuales muy destacados De exper-tos en muchas áreas y para los del polo opuesto De

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brillantes tecnócratas. ¿Pero dónde estaban? ¿Por qué no se veían? Muy buena pregunta. Una vez en el ojo del huracán no se podía seguir jugando con espejos Correspondía mostrar programas Establecer metas Inclusive hacer promesas. Eso para nada le gustaba al maestro. Todo lo contrario Prefería no asumir com-promisos para después no defraudar al pueblo Pospo-ner el Plan de Desarrollo para luego implementarlo. Así se dieron debates por fuera de emisoras y cana-les de televisión donde la gente empezó a criticarlo: «No todo puede ser buena voluntad Las relaciones internacionales están naufragando ¿Quién va a frenar la inflación? El horror no se arregla por las buenas Muy bonito su candidato pero me temo que no habla claro». Recuerdo un encuentro que me puso los ner-vios de punta: la Universidad Nacional organizó un debate sobre Educación El tema de Atanasio. En un salón costosísimo los demás candidatos nos dejaron plantados Salvo el doctor Pardo. Al final de la jornada apareció proveniente de no sé qué ciudad el profesor Atanasio. ¿Y sabes con que nos salió? Con una pre-gunta: —¿Qué es más grave: robar una hostia consa-grada o una sin consagrar? —¿A qué venía ese rollo? Supuestamente estaba obsesionado con explicarle a la gente que había que pagar más impuestos. Esa era otra perorata con la que andaba enredado. Según los peñalosistas nadie lo podía detener: él hacía cuanto se le metía en la cabeza. Felizmente del oso en aquel debate lo salvó su fórmula vicepresidencial Fajardo:

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mirando al firmamento prometió vender algunas acciones de Ecopetrol para solventar una ambiciosa revolución educativa.

Durante media hora le cuento a la monja algunas anécdotas de mis fervores insoportables. Ella sonríe y a su vez me dice que lo importante es el amor Que no hay que hacerle caso a los dogmas. Yo le replico que afortunadamente a mí nunca me educaron con miedo ni culpa Que los que más me atraen son mis alumnos. Ella suelta una carcajada y en esas ingresa Felipe para despedirse. Ahora sí puede darme un beso en la meji-lla: desde ayer a mis visitas las dispensaron de bata y tapabocas.

Los debates se volvieron de nervios. Atanasio vacilaba Dudaba Titubeaba. ¿Qué le ocurría? ¿Acaso estaba enfermo? Aquella pregunta explotó y los verdes guardaron silencio: de buenas a primeras el profesor Moskus confesó que padecía del mismo mal que Su Santidad Wojtyla. Pero en absoluto grave pues todas las noches antes de acostarse su mujer le daba una pastilla. Semejante sinceridad asombró a la gente que no se atrevía a opinar… Sus contrincantes no pudie-ron usar esa declaración en su contra Al contrario: muy condescendientes le desearon pronta recupera-ción Que siguiera con todas sus fuerzas compitiendo.

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Pero ¡Ay Señor mío! El mandarín de turno comenzó a decir que no dejaría su gobierno en manos de un caballo enfermo… Y para rematar ¡Qué casualidad! Su fórmula vicepresidencial El moreno Fajardo no podía acompañarlo más: una mañana —por hacer piruetas en una bicicleta— sufrió un accidente que lo dejaría enyesado durante el resto de campaña.

De nuevo Norita consintiéndome: me trae más uvas y peras. Pero llega con una noticia escabrosa: revisando mis certificados de ingresos ¡Tengo que declarar renta desde el año noventa y cinco! El pro-blema es que por haber dejado de pagar cien mil pesos Las multas hoy ascienden a diez millones. Empero hay una esperanza Asegura ella: —El gobierno per-dona el cincuenta por ciento si se cancela de contado. Eso me tranquiliza. Le digo que hable con Felipe y que él saque del banco lo que queda. Al fin de cuen-tas como ya no hay que gastarse la plata en un funeral ¡Que se roben mis ahorros los políticos!

¿Quiénes preparaban los documentos del profe-sor Moskus? Sus asesores Supongo. ¿Y quiénes eran? Ya lo dije: prestigiosos intelectuales Brillantes tecnó-cratas. Pero ¿por qué él no se refería a ellos? Vaya usted a saber Aunque sí le puedo asegurar que el representante Gil catalizaba todo: desde los informes

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de prensa pasando por la agenda y la publicidad Al tiempo que cada una de sus apariciones en público. Alfonso Gil era todo un asesor de absoluta confianza: con teléfono directo hacia la senadora Jiménez y Kike Peñalosa.

Cayendo la tarde enciendo la televisión Veo un documental en Señal Colombia sobre la música de Salvador de Bahía. Está bien narrado. Entrevis-tan a un montón de negras Amas de casa que ahora graban discos. Un buen día les dio por tocar en plena calle Frente al mercado público. Sus instrumentos eran utensilios de cocina. Hoy en día ya se han hecho famosas: desde la nieta hasta la abuela todas cantan y bailan. Regocijado de verlas pienso en la saudade de Adelino… Con el bochorno que se esfuma levemente me quedo dormido.

Tenía que acabarse la guachafita. La campaña de la U no podía continuar como iba. Ya estaba bien de promover al otro Había llegado la hora de demostrar quién era Santos-Rubino. Los de ese bando contra-taron pues a un ex amante del Presidente venezo-lano Le pagaron una millonada. El objetivo era que le pusiera picardía al asunto Nada de mala intención Solamente humor negro. Por aquellos días el profe-sor Moskus concedería una entrevista a cierto payaso

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de la televisión que se moría por ser embajador en México… Aquel José-Gabriel al final de su show le hizo dos preguntas: que si creía en Dios y que qué pensaba del Presidente vecino. Atanasio respondió que de lo primero no estaba seguro y que respecto al segundo punto a decir verdad Lo admiraba… En un abrir y cerrar de ojos la red explotó: por todas partes aparecieron fotos de Atanasio bajándose los pantalo-nes ante el bolivariano Chávez… Casándose con la guerrilla en un circo. Y eso no fue todo. La imagen del caballo enfermo sería muy explotada: aparecieron los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Las trompetas del Juicio Final y el destape de los Copones de la Ira La serpiente emplumada y el reinado de Belcebú… En una palabra El fin del mundo.

Despierto sin cena: constato que la trajeron y tal cual la han recogido. Creyeron que estaba lleno. La televisión sigue encendida. ¿Cómo pude permitir eso? Una banda sonora me despierta. Es la música de una película de David Lynch que reconozco: a un abuelo le da por transportarse en una podadora de un extremo a otro de los Estados Unidos. Por el camino se encuentra con gente muy extraña Nadie comprende su absurdo. De pronto la música que me despierta retumba Las imágenes son sublimes. ¿Para qué hace el anciano semejante recorrido? Para encon-trarse con su hermano que en la otra punta está muy

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enfermo. Medio dormido sigo las secuencias: ha sufrido pequeños accidentes Una nueva avería. Al final llega a una cabaña perdida Se supone que allí habita Travis y el viejo golpea… De pronto alguien se asoma: una suerte de Lázaro abre la puerta (la misma melodía empieza): —¿Atravesaste medio mundo en esa cosa? —Para abrazar al hermano herido. Enton-ces los hombres se reconcilian y el más débil levanta sus ojos al cielo.

Contra viento y marea Atanasio seguía. Obvia-mente la gente hacía comentarios: ¿Será que el doctor Moskus sí puede con el país? ¿Colombia sí estará preparada para eso? Una noche saliendo de la Universidad supe que en un teatro cercano al barrio de La Soledad él presentaba su política de género. La cosa me llamó la atención Salí de mi despacho entusiasmado. Al llegar había tal dispositivo de seguridad que simplemente me quedé por fuera. Aguardé con una multitud de gente en la puerta. Era extraño: muchos me recono-cían Creían que yo era asesor de la campaña. Decidí tomar algo mientras los líderes verdes salían Retocé sin proponérmelo. Al cabo de dos horas un cerco de policías se congregó Afloraron sonrientes y fan-farrones Kike y Lucho… Minutos después apareció Atanasio. La multitud quería abrazarlo Me pilló allí Lo saludé Me hizo señas de que pasara al otro lado Su mujer abrió la puerta del vehículo blindado que

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lo transportaba Me invitaron a dar una vuelta. Los acompañé escoltado por una caravana hasta su casa. ¿Conversamos de algo? Sí: del miedo que podía causar que muchos creyeran peligrosa a la ola. Me señalaron que el movimiento verde era una auténtica revolución de los colombianos Que valía la pena fortalecerla. Llamadas al teléfono móvil de la futura pareja presi-dencial entraban y salían Ya llegábamos Me invitaron a pasar Les pregunté si estaban cansados Contestaron que sí Los abracé Nos despedimos Les dije que no dejaba de cruzar los dedos Que los quería.

Desvelado vuelvo a pensar en el absurdo: con-cretamente en el mito de Sísifo. Supongo que sólo a ese relato le guardo respeto. En seguida digo: Nada más religioso que un viejo. Recuerdo a mi padre alcahueta A todos los maestros que para mí son abuelos… Fugazmente pasan ante mis ojos muchos rostros Sus silencios Gestos de labios mordidos. Quedan cielos azules repletos de estrellas… Bien sé que aunque no están allí Milagrosamente las veo.

Pese al diluvio universal Un domingo —ocho días antes de las elecciones presidenciales— El cierre de la campaña del Partido Verde en la Plaza de Bolí-var fue multitudinario. Artistas Cantantes y bailarines amenizaron el rato. Numerosos globos por encima de

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centenares de paraguas se elevaron al cielo. Kike y Lucho Más senadores y representantes del pVc allí estaban. Las consignas de siempre retumbaron a grito herido: «Vida y recursos públicos sagrados Con edu-cación todo es posible No todo vale Es más grave robar una hostia consagrada Seamos legales por las buenas… Yo vine porque quise: a mí no me paga-ron…». En medio del cerco de seguridad Hacia el final de la tarde nos permitieron —a Felipe y a mí— acer-carnos para abrazar al candidato: en aquel momento poco importaba que Atanasio Moskus fuera elegido Presidente… Simplemente valía el contacto con un ser querido La alegría de ver al maestro de siempre por fin Aproximándose a la cúspide.

Doy varias vueltas en esta cama ortopédica: boca arriba Boca abajo A la derecha y a la izquierda De nuevo. Así me baño en sudor y de repente quedo fundido… Sueño que estoy dormido.

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¡CóMo no iba a perder celebrando esa misa ca-rismática! Aquel fatídico treinta de mayo la gente es-peraba ver a un jefe de Estado No a un evangelista tarareando naderías: «Yo vine porque quise: a mí no me pagaron…». ¿Acaso no era claro? En la sala ha-bía un tablero gigante que lo subrayaba: los verdes pasaban a segunda vuelta De acuerdo Pero raspando y sin posibilidades de mejoría Salvo si Moskus cam-biaba de libreto. ¿Se atrevería a tanto? Por sí solo se enredaba Trastabillaba No hacía sino embarrarla Pa-recía taimado Como si hubiera aspirado los giraso-les de su partido No daba pie con bola. Esa era la verdad y había que aceptarla Con toda la terquedad que lo caracterizaba. Además nunca leyó los informes que le prepararon: con cifras precisas proyectando metas Estableciendo prioridades Clarificando objeti-vos. El muy impávido jamás presentó su programa de gobierno Juraba que con canturreos triunfaría: «La vida es sagrada» ¡Cierto! Los recursos públicos había que valorarlos ¡Obvio! ¿Pero idolatrarlos? Tampoco se quitó el traje habano que en televisión aturdía…

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¡Pobre profe debatiendo! La oligarquía se burló de él inflándolo en las encuestas Los medios le dieron cas-quillo para que figurara. Creyéndose el cuento cum-plió su cometido: idiota de los políticos.

Ha llegado el día de la liberación ¡Ya estoy de vuelta! Ese es el pensamiento que me asedia: las ganas de vagabundear que tengo. Sé que no va a ser tan fácil Que debo guardar reposo. Poco importa. Lo que cuenta es que hoy regreso a casa A mi sitio Al reto-zadero. ¡Estoy tan ansioso de salir a la terraza! Allí tomaré el sol cada mañana Regaré en compañía de Gaucho la enredadera. Después prepararé el desayuno y al laboro Al nuevo empleo que quiero: a garaba-tear las frases de mi duelo. Tengo que reencontrarme con mi gato y mil monigotes No sea que se rebelen. Dormido creí que Monserrate se me venía encima Lo único que pude hacer fue saltar con el felino. ¡Cuán-tas catástrofes Qué tragedias! ¿Las calcularán todas los iluminatti? De momento dejemos el esoterismo Que las conspiraciones las trace El Infantino.

Aquel domingo Lo recuerdo: yo estaba allí con Felipe. No entendía. ¿Era posible tanta babosada? «El que no salte no es legal El que no cante no es leal Éste es un parcial: aún falta el final». Minutos antes sus seguidores parecían fascistas enardecidos. ¡Cuánta

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ceguera! Cientos de cámaras captaban y transmi-tían el circo. ¿Lo ignoraban? Llovía a cántaros. A la entrada escupiendo un pucho la bruja Jiménez mas-cullaba: —Si el candidato hubiese sido Peñalosa… Por ahí empezaron los errores: ¡ligarse con seme-jante pitufa! Cálculo electorero para que arrastrara… Ella jalonó a los otros: más de doscientos mil borre-gos con el embuste de Cadena Perpetua para viola-dores de niños. ¡Tremenda godarria representando a los verdes! ¿En qué lugar del mundo los ecologistas eran derechosos? Continuemos. Globitos a punto de reventar y en pocos minutos tapete de pétalos caídos Lucho en plena tarima casi de bruces ¡Un oso cós-mico! Kike siguiéndoles la cuerda: eran unos per-dedores. El Centro de Convenciones repleto de adolescentes… ¿Tú juras que los amigos virtuales son reales? Cobarde señalar a la maquinaria Inútil culpar al trasteo de votos.

Lentamente me aseo No arrastro cable alguno hacia la ducha Todos me los arranco. Primero defeco. ¡San Francisco Bendito! ¿Por qué no se te ocurrió en tus Florecillas escribir: Bienaventurada seas Hermana mierda? Nada más grato que evacuar Que orinar Que cagar Que sentir que el cuerpo se vacía. Ahora sí gra-duemos la ducha: un poco más caliente que fría Hoy tengo ese privilegio. Felizmente aquí hay un butaco para enjabonarme encorvado Para aplicarle champú

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a mis rizos. Que ruede entonces el agua y ¡Uf: qué purificación Qué dulzura! Parsimoniosamente me seco y a la cuenta de tres me levanto A arrastrar los pies estoy presto. Muy bien: aplico a las axilas loción de verbena y desodorante. En seguida vuelvo a afei-tarme Religiosamente cepillo mis dientes. Un poco de enjuague bucal para el buen aliento Ya está Tengo que sentarme en bola otro rato. No: mejor voy por los cal-zoncillos. Aplacemos la sentada y tomemos de una el foulard y la camisa Luego el pantalón ¡Qué vaina! Creo que perdí varios kilos y voy a tener que usar calzo-narias Disimulémoslo. Con mucho cuidado me calzo ¡Curioso: hace como veinte días que no uso zapatos! Ahora me pongo abrigo y sombrero Supongo que ya estoy listo. Que alguien me traiga el desayuno.

Cierto francotirador de la televisión privada pul-verizó a Atanasio. Se burló de él hasta que no pudo. También ironizó el comunicado de la barbie Sanín: parecía una ex secuestrada de eTA. No había remedio Todo estaba consumado. Por un pelo Santos-Rubino hubiese sido de una el primer mandatario. ¿Qué cabía esperar? Una derrota digna más tamaño endeuda-miento: con el Espejo de Narciso Con las emisoras nacionales Con la prensa. Esta vez imposible darse el lujo de donar millones fruto de la reposición de votos: aquellas eran excentricidades del pasado. Entre tanto la frustración El descorazonamiento La ola verde

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se estaba retrayendo. Automáticamente en las redes sociales bajaron los adeptos Las cifras eran tan claras que en lo sucesivo sólo habría pataleos de ahogado Hacer de la necesidad virtud: echarle la culpa al ex amante de Chávez.

Lentamente mastico sabrosos trozos de arepa con queso pasados en medio de lentos sorbos de cho-colate. Acaba de llegar Felipe con una silla de ruedas… Entre tanto Pilar de todos los Ángeles arregla el pape-leo. A los diez minutos emocionada entra: —Profesor ¿Quiere saber cuánto costó todo? —Señora mía No me lo diga: los gastos de hospitalización los cubre el seguro. Ahora sí ¿Vamos? —De una. Afuera hay un taxi aguardándome. Se abre la puerta de mi provisio-nal aposento y aparecen los pasillos Algunos espe-jos que reflejaban todo y al fondo las salas de recibo. Llegamos al ascensor Lo abordamos Está repleto de doctores y entre ellos hay un clérigo. Irónicamente hago un comentario sobre los crucifijos empotrados en los cuartos Digo que son muy feos Que cómo dia-blos los pegaron a los muros Que por qué no quitarán esos matachos… Llegamos. Todos me miran atóni-tos Entonces me transformo en Benedicto xx y con solemnidad desde mi improvisado papamóvil reparto a los incrédulos bendiciones. Una vez en la calle dejo mi vehículo blindado El Infantino cual guardia suizo me hace una venia Levanto ambas patas y Al auto.

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Dos debates fatales con Santos-Rubino: el del Canal Caracol y el de rCN. ¿Dónde estaban los otros tenores? Apenas desde el público haciéndole barra: —¿Cómo diablos nos equivocamos con éste? (mascu-llaban). Entre tanto el inminente Presidente concluía invitándolo a formar parte de la Unidad Nacional de su Partido: le obsequiaba un libro dedicándoselo frente a millones de espectadores: —Al profesor Moskus con mis respetos Para que sepa que no sólo con pedagogía se vence al terrorismo. Ante seme-jante humillación le tocaba controlarse Tragarse los sapos Ni modos. Y al día siguiente otra vez arrasado mientras Catrina Gurizati sonreía de oreja a oreja: —Profesor Moskus: ¿Se da cuenta por qué la gente dice que votar por usted significa un salto al vacío? Para gobernar hay que tener metas Saber gerenciar Mos-trarle a los colombianos un Plan de Desarrollo.

Desde el auto amarillo que me transporta cons-tato que las vías están hechas un asco: Bogotá parece Kosovo. ¿A este mundo de mierda quise volver? Debí quedarme hospitalizado. Pitos y gritos de vendedores ambulantes manchan la cara de la bella capital y su supuesta cultura ciudadana. En silencio compadezco a mis gatos cada vez que por algún motivo he tenido que transportarlos. Declaro que es un crimen sacarlos

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de sus palacios Así sea para llevarlos al veterinario. La ruta que tomamos es alternativa. La Veintiséis está en obras Luego toca dar vueltas y revueltas Agarrar a las malas la calle Treinta y cuatro e ir subiendo rumbo al San Bartolomé de La Merced hacia la Quinta. Una vez giramos a la derecha Ya está: felizmente hacia las diez de la mañana no hay trancón ni nudo gor-diano… Como por entre un tubo parqueamos frente a mi retozadero.

Nada qué hacer: Atanasio Moskus era o un bobo O un loco que se negaba a hacer promesas. Lo cierto era que de ese modo ni siquiera en Suiza podría ejercer el arte del cálculo: la política. Teóricamente él lo sabía. ¿Pero en la práctica? Pese al cambio extremo al que en los últimos meses se había sometido No podía ignorar el estribillo que reza: «Ese gato no sirvió Ese gato no sirvió…». ¿Qué hacer entonces? De algún modo intuía que sus colaboradores más cercanos Especialmente las fichas de Kike Peñalosa eran unos jesuitas: idénticos a la madrastra que me preparara para recibir en otro tiempo el sacramento del bautismo y años después resultara designada como Secretaria de la Conferen-cia Episcopal Colombiana… No cabía duda: la palabra jesuita —especialmente en el terreno de la pedagogía— había que traducirla correctamente: la misma expre-sión de la hipocresía. Rechazó entonces todo consejo y aunque buena parte de la campaña se hizo a su modo

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Esta vez él y sólo él decidirían. Se le ocurrió la bri-llante idea de ir de casa en casa con los suyos… Cual testigos de Jehová tratarían de conseguir más votos. A esa operación patética la denominaría Toc-toc.

Aterrizo en casa vestido de abuelito: con el bastón de papá Su abrigo y un sombrero. Felipe me ayuda a caminar ¡Ahora sí que soy un catano! Abrimos reja y puerta pues en mi bello edificio no hay conserje ni parqueaderos Todo se hace autónomamente. Llama-mos el ascensor Se enciende una luz opaca Corremos la rejilla y ¡opa! Al último piso llegamos. El Infantino abre otra puerta Yo sólo lo sigo arrastrando las patas y en un sofá me tiendo. Parezco costeño recién lle-gado a la capital: comento que la altura me afecta. ¡Cosa increíble! No puedo respirar Entonces tomo aire y lo boto. Al instante aparece Gauchito Trato de llamarlo y me mira cual extraño que se aplasta en su sala Da media vuelta y sin decir Miao Se evade. Le pido a Felipe que me lleve a la terraza… Me preocupa que el gato se salga. ¡Qué va! Si ni siquiera me deter-mina. Contemplando la ciudad veo que he perdido varios kilos y que estoy muy pálido Pese al sol que ilumina el Santuario de Monserrate Creo que estoy en invierno Bostezo Tengo sed: —¡Vamos a almorzar donde atienden las Madres Cabeza de Familia!

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Los colombianos no podían guardar del pro-fesor Moskus la imagen de un político blando Era inminente proyectarles un rostro duro La figura de un jefe de Estado al que no le temblaran las manos. Entonces el representante Gil y el comediante Mon-terroso con toda su arrogancia consiguieron una silla en un anticuario: parecía un trono fascista. La idea era sentar allí al candidato verde a fin de que le dijera de una buena vez por todas a sus compatriotas por qué debía educarlos. Al principio ese mensaje a Atana-sio le pareció excesivo Él simplemente quería contar sus razones trotando. Le siguieron la cuerda y evi-dentemente no funcionaba. Entonces no tuvo otra opción que aplastarse cual musolinito en semejante esperpento y ¡cosa increíble! Fluyeron las palabras. Proclamó sin titubear que él era digno de suceder a Topogigio.

Del brazo de mi lazarillo milagrosamente llego a la Jiménez con Cuarta. Atravesamos la librería Lerner Subimos un andén y luego descendemos al subterrá-neo. Felipe quiere pollo estilo hindú Yo un crêpe de espinacas y varios jugos de mandarina. Tras la lentitud de las damas que allí atienden —recuerdo a las con-denadas enfermeras— Alcanzan a llegar los platos calientes. Con toda paciencia los probamos Hacer ruidos con la boca es sabroso —eso no lo dije del Papa Bourdeo… En el bolsillo de mi abrigo llevo un

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librillo Las pantuflas de Joyce —supuestamente escrito por Beckett— Al Infantino se lo obsequio.

El mandarín de turno del último Gobierno —sin tomar partido por nadie— recibió con honores al candidato Santos-Rubino: le abrió las puertas de su Casa de Nariño haciéndolo seguir ante cientos de camarógrafos por la Plaza de Armas. ¿Cómo debe-ría interpretarse ese gesto frente a todas las leyes de garantías? La primera cosa que se le ocurrió a Atana-sio Moskus fue presentarse ante las cámaras de tele-visión para declarar que en adelante él haría campaña por el favorito del primer mandatario. ¡Lástima que no lo hizo! Aquel detalle hubiese permitido que Ata-nasio pasara a la historia: el primer rector de la Pon-tificia Universidad Nacional de Colombia que se bajó los pantalones ante miles de estudiantes… El primer alcalde de Bogotá que pese a la godarria de su Patria Boba contrajo matrimonio en un circo… El primer candidato presidencial del mundo que durante la segunda vuelta electoral por la Presidencia de su país terminó —indignado ante la inequidad— hacién-dole campaña a su adversario. Desafortunadamente el transgresor de tiempo atrás ya no era el mismo: sus decididos arranques de pedagogo eran cosa del pasado. Ahora la sociedad lo castigaba De algún modo lo normalizaba Lo ponía en regla. Entonces siguió de políticamente correcto y nuevamente con

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la ayuda de los peñalosistas consiguió que Topogigio lo recibiera. ¿Y eso para qué? Pese a los silencios donde trataba de exigir imparcialidad… Para jurar solemne-mente que él también podía cuidar los huevitos de la gallina.

De retorno a casa Felipe me deja instalado en mi escritorio con el computador encendido y muy dis-puesto a responder cientos de correos. Él sale a dar una vuelta y juicioso me quedo reconociendo el espa-cio Agradeciéndoles los votos por mi salud a nume-rosos amigos. Gauchito anda por ahí y ni se atreve a batirme la cola. Empiezo a ver quiénes han escrito y dale que dale a todos les digo Aquí estoy de nuevo. A los más cercanos les envío en pdf la última versión de El tramoyero Cuando de sopetón veo que hay varias cosas fuera de lugar… Entonces me levanto y cual amo de casa que retorna de unas largas vacaciones me pongo a ordenar un montón de chucherías.

El 21 de junio —solsticio de verano y día de la segunda vuelta electoral en Colombia— debía viajar a París a un coloquio que sobre la experiencia del mal en la obra de Georges Bataille tendría lugar en La Sorbona. Antes de decolar me enteré de la derrota anunciada. Dormí como pude pensando en Atana-sio Moskus En algunos rostros y cuerpos esbeltos

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vestidos de ecologistas. Aterricé amargado a la hora señalada Recogí mi equipaje Tomé un taxi rumbo al hotel del Boulevard Saint-Germain donde un cuarto parisino me aguardaba. Tratando de reponerme al otro lado del mar En medio de la huida repasé varias veces el video que ya estaba en YouTube sobre el fra-caso del Partido Verde Colombiano: —¿Y ahora qué? —Ahora ni modo.

Tras alinear objetos y responder cientos de correos —sentado de la mejor manera en el sofá de Gaucho— leo la página de mi Epicrisis. Dice que en la entrevista inicial me referí a varios episodios lla-mados «gripas» Con síntomas de tos y disnea después de haber pasado el último invierno en París sin reci-bir tratamiento alguno por ello. A renglón seguido el informe señala que hace dieciséis días presenté rino-rrea purulenta Malestar general Hiporexia Cefalea y dolor faríngeo por lo cual me presenté a consulta. Como antecedentes importantes aparece que soy fumador de tabaco Que mis relaciones sexuales suelen ser protegidas Que mi padre murió por diabetes hace cuatro años y mi madre tras un cáncer gástrico falle-ció hace cuatro y medio. En cuanto al examen físico de ingreso se prescribe que soy disneico en reposo Que mi TA es de 110/70 Mis fc de 99 y las fr de 28. Luego el informe aclara que en el examen inicial mis mucosas parecían normales y en el cuello no había

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masas pero en el tórax se observaban crépitas finas a los costados. Posteriormente en la Historia Clínica aparece que el abdomen estaba blando y sin masas ni enemas Que la primera radiografía de tórax mostraba infiltrados de ocupación alveolar en vidrio esmeri-lado de predominio periférico Que el Tac de tórax corroboraba lo anterior de modo extenso en ambos campos pulmonares con compromiso del intersticio dando imagen en empedrado. En la frase siguiente —omitiendo algunos datos que no entiendo— El reporte se refiere a una severa Hipoxemia con alca-losis respiratoria. En cuanto a la evolución y manejo aparece un cuadro de evolución subaguada acrónico por disnea progresiva con agudización de probable compromiso infeccioso. En seguida se menciona una sospecha de Neumocistocis indicando que se realizó prueba de Vih cuyo resultado fue negativo pero empeoré rápidamente por lo cual me traslada-ron a Cuidados Intensivos requiriendo durante varios días soporte ventilatorio. En cuanto al tratamiento se nombra que recibí Trimetroprim Ceftriaxone Clari-tromicina y Oseltamivir al igual que esteroides enfa-tizando que al cabo de dos semanas presenté mejoría progresiva. Entonces me trasladaron a piso aunque tuviera Candidiasis debido a los esteroides y un Herpes labial que se manejó con Fluconazol y Aciclo-vir. Finalmente el reporte dice que tras la hospitali-zación muestro importante mejoría en los infiltrados del tórax con saturación de oxígeno en un noventa

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y dos por ciento y por consiguiente me dan de alta recomendándome Control por Neumología en un mes con el siguiente diagnóstico: Neumonía severa multilobar Falla respiratoria hipoxémica Candidiasis oral y herpes simple.

Miento y el universo se clava en mis mentiras dementes / La inmensidad y yo denunciamos las falsedades de ambos / La verdad muere y yo grito que ella miente. Esos versos de Georges Bataille en Lo arcangélico como ecos de una experiencia maléfica me perseguían. Pero ¿qué mal evocaban? No se referían a la transgresión de cier-tas normas morales sino a la angustia de una historia que podía concluir mal… Al atrevimiento de sus-traerme del trabajo ordinario para publicar un deseo Para fallar. El bien según Bataille consistía en preten-der poseer una verdad En negarme a la posibilidad de errar. Divagando en medio de la Sala del Consejo de la Sorbona Me veía como un niño desobediente que corría el riesgo de ser castigado por sus infan-tilismos. Huir de un fracaso para rendirle homenaje a un pensador que sólo concebía lo poético como la contemplación de aquello que nos arruina Indudable-mente me interpelaba. La situación resultaba para-dójica: ¿Me atrevería a renunciar a la profesión académica? ¿Cuál sería realmente mi idilio? Esas preguntas interpela-ban el oficio de enseñar… Anunciaban que mi voca-ción consistiría de nuevo en jugar.

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Al caer la noche El Infantino regresa. Me pre-gunta qué hice el resto de la tarde Le digo que res-ponder correos y alinear objetos Que también leí el confuso texto de mi Epicrisis y que estoy muy triste porque Gaucho no me reconoce. —¿Te das cuenta? Yo te lo dije Pero como no me crees… En esas sale el condenado gato de su escondite y yo lo llamo: —¡Gau-chito Gauchito! Y él (como si nada hubiese ocurrido) viene directo a mis brazos… ¡Desea frotarse! Felipe no da crédito. Es obvio que la bestia esa A la que sólo le interesa el onanismo Me quiere. Entonces decidi-mos dejarlo mientras llamamos a un restaurante para pedir dos sopas de tortilla Medio calentao y un par de limonadas.

Desde que presenté en París la conferencia que llamé «Lo arcangélico o la experiencia del mal en la obra de Georges Bataille» empecé a sentir un terrible dolor en el brazo izquierdo. No obstante el verano lo apaciguaba todo: tomaba largos baños de vapor y alegremente me enjuagaba de verbena. Me vestía ligero y salía entusias-mado a recorrer las calles de la incandescente Ciudad Luz de Soledades. Desayunaba en el Flore y almorzaba por ahí deliciosas ensaladas. En seguida volvía a la Sala de los gobelinos de la Sorbona Muy plácido entre los expertos. Escuchaba atento las disertaciones que sobre

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el pensador maldito acertadamente algunos ponentes hacían. Me encantaron las palabras con las que con-cluyó el encuentro Michel Maffesoli: —Si los sociólo-gos escribiéramos la décima parte de cuanto redactó Bataille Aquello sí sería practicar un deporte de com-bate. Al final del seminario me excusé de no asistir a la cena de despedida Regresé al hotel exhausto Quería recostarme un rato No podía. Inexplicablemente resur-gía un tremendo malestar que me agobiaba.

Después de cenar se le ocurre una brillante idea al Infantino: me pregunta si es posible indagar por la música pop o las baladas románticas de los «años dora-dos» desde la Antropología. Yo le contesto que claro Que lo que pasa es que en esa disciplina también hay una mano de conservadores que sólo viven pensando en indígenas Afrodescendientes y desplazados Cuando no en tiestos y piedras que por pura orfandad llaman Patrimonio. Vislumbramos entonces un proyecto lla-mado Tiempos para planchar con el ánimo de hacer una investigación sobre las baladas románticas de los años setenta. Le digo que me gustaría asignar de acuerdo a la trayectoria amorosa de cada uno de los amigos del gescco una canción distinta. Conversamos sobre la importancia de lo kitsch para otros Fragmentos de un trayecto amoroso… Entonces las palabras Nostalgia Compañía Desazón Rebeldía Desengaño Celos Ausencia Deseo Ilusión Riesgo Fidelidad Agotamiento Abandono

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Separación Culpa Incertidumbre Soledad comienzan a ordenarse al compás de unas cuantas baladas: El tambo-rilero Una muchacha y una guitarra Chiquitita Porque te vas… ¿Sin amantes quién nos puede consolar? Esta tarde vi llover… ¡Búscame! Amor de hombre Hoy corté una flor Dejaré mi tierra por ti ¡Jamás! El amor acaba ¿Por qué me abandonaste? Prome-timos no llorar ¡Culpable soy yo! Que canten los niños ¿Disper-sos? Mi tristeza es mía y nada más.

El viaje al otro lado del mar una vez más con-cluía. Se aproximaba el momento de empacar De reha-cer la maleta. ¡En tantas ocasiones había ejecutado esa tarea! Generalmente no dormía Me desvelaba. Curio-samente no tenía sueño. Simplemente quería repasar algunos instantes vividos: contemplar mis juegos de infancia desde que ingresé a la escuela Observar a los profesores del liceo A ciertos maestros de la carrera. También anhelaba que pasaran por mi mente algunos colegas. ¿Sería injusto con ellos? En modo alguno pues en sus sombras sin duda me vería. Pese a la angustia de regresar una extraña serenidad me invadió repen-tina: un paso podía implicar otro Ciertos trazos jamás se olvidarían. Empero Algo cambiaría… Estaba dis-puesto a recrear maliciosamente mi vida.

Tras darle todas las vueltas del mundo a nues-tros tiempos para planchar Felipe y Gauchito duermen

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mientras transitan por mi mente numerosas imá-genes: los rostros de mis padres Ciertos gestos de amigos Figuras extrañas de maestros Reproches de algunos colegas Éstos y aquellos secretos. Trastoca-dos los nombres y alterados los tiempos descubro la inutilidad de abrumadores recuerdos: la mayoría de ellos entrecortados… ¿Por qué ocurre eso? Repa-sando cuarenta años de vida no hallo respuesta He ahí el misterio: mi historia sólo está conformada de fragmentos. ¿Vale la pena recrear un viejo juego? ¿Abrazar con humor aquello que no puede tomarse en serio? Ejercer el oficio de profesor jamás será para mí enseñar Tampoco mostrar en qué consiste lo bueno. ¡Líbranos del bien! Como diría un autor valle-nato… Ante lo cual agregaría: ¡Vade Retro a la tentación de salvarnos!

Varias horas garabateando y escasamente lograba unas cuantas escenas. ¿Acaso importaban? Mi experien-cia del mal apenas comenzaba… Escribir sería un des-doblamiento: entre más dijera «yo» Más me desdoblaría. Tan pronto aterrizara daría otro paso: deseaba partir Separarme de aquel que siempre había querido que-darse… Para abrazarte a ti ¡Amado y odiado Alter Ego!

[Bogotá 20 de julio de 2010 — París 14 de julio de 2011]

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