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APR 16 violencia y valor de cambio 1. Violencia-seguridad es la pareja que organiza el debate liberal sobre la violencia en las sociedades actuales. Es claro que si ese es el eje del debate, violencia está teñida ontológicamente, a priori, por el tema de la seguridad. Seguridad es entonces la clave y la verdad para interpretar el actual estado de violencia o erizamiento en el que parecen vivir las personas en el mundo contemporáneo, como nervios desnudos. Delincuencia, drogas, violencia doméstica, abuso, acoso, intolerancia, violencia de grupos, de barras o de hinchadas en el deporte. Toda la polémica conduce irremediablemente a la judicialización, a la medicalización o a la penalización de la violencia. Poner más policías, robustecer los dispositivos de seguridad, colocar

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APR

16

violencia y valor de cambio

1.

Violencia-seguridad es la pareja que organiza el debate liberal sobre la violencia en las sociedades actuales. Es claro que si ese es el eje del debate, violencia está teñida ontológicamente, a priori, por el tema de la seguridad. Seguridad es entonces la clave y la verdad para interpretar el actual estado de violencia o erizamiento en el que parecen vivir las personas en el mundo contemporáneo, como nervios desnudos. Delincuencia, drogas, violencia doméstica, abuso, acoso, intolerancia, violencia de grupos, de barras o de hinchadas en el deporte. Toda la polémica conduce irremediablemente a la judicialización, a la medicalización o a la penalización de la violencia. Poner más policías, robustecer los dispositivos de seguridad, colocar vallados y muros y pulseras y límites en lo Real, sacar al poder judicial de su pachorra y darle una velocidad más a tono con los nuevos tiempos violentos, estimular el juego de las denuncias penales, acompañarlo con una mayor severidad en las penas, bajar las edades de imputabilidad, permitir que los civiles se armen o llamar al desarme civil, conceder más herramientas jurídicas a los

operativos represivos o preventivos, combatir frontalmente al narcotráfico (entendiendo que ese fantasma cubre etiológicamente buena parte del fenómeno de la violencia urbana contemporánea).Seguridad es una noción central para este mundo. Es una noción profundamente apolítica y asocial. A diferencia de la idea que movía a la geopolítica en los años 60-70 del siglo pasado, para la cual seguridaddebía verse como un artefacto de defensa de nuestro “modo de vida”, de “nuestros valores” (libertad, democracia, instituciones, etc.), de “nuestras tradiciones”, “de la nación” o lo que fuere, la seguridad en el mundo contemporáneo es una defensa (de hecho, un aseguramiento) de la vida misma, del cuerpo y de la propiedad. En otras palabras, la seguridad hoy opera directamente en lo real de la vida, de los cuerpos y de los bienes, y no en el mundo político (imaginario o simbólico) de los “valores” y de la organización colectiva de la vida. No es una “doctrina” sino una reflejo inmunológico.¿Debemos así entender que la única forma de evadir la ontología liberal violencia-seguridad, recostada siempre sobre lo real del biopoder y sus mecanismos sanitaristas o policíacos, es desentendernos del problema de la violencia inherente al mundo contemporáneo? ¿Plantear el asunto de la violencia me convierte siempre ya en un reaccionario, un conservador o un pensador de Estado o funcional al estado de cosas? No. Y ésa es una de las trampas del pensamiento único: desmentir o negar la violencia de la sociedad actual, para evitar la sombra del biopoder y de la seguridad, sencillamente termina por funcionar apretando más el nudo entre la violencia y la seguridad. Lo primero que hay que hacer entonces es separar a los gemelos violencia-seguridad. Y eso es quizá, en sí mismo, un acto violento.

2.

Es necesario contradecir, por lo menos parcialmente, a Pierre Bourdieu, y decir que la violencia en el mundo contemporáneo es siempre profundamente asimbólica. Es la violencia democrática de la ansiedad de los cuerpos, de las cosas, de los apetitos, de la equivalencia, la circulación

y los intercambios. Y lo de “violencia democrática” remite a que democracia parece ser hoy no una Idea, sino un mero reflejo en los papeles de la libertad ilimitada y obligatoria para demandar y ofrecer, para vender y comprar, para intercambiar y circular: libertad de mercado y de comercio. Lo violento es que esta economía de los intercambios haya devorado completamente a toda la dinámica de lo social: lo violento es haber construido o haber permitido que se construyera un mundo territorial, radicalmente asocial o post-social.La Ley social (el logos clásico, digamos: conviene no confundirlo con las leyes o con el aparato jurídico) se establece sobre un acto destinado a cortar la furia inercial pragmática de los intercambios y las equivalencias (una especie de “estado natural” de la comunidad, por así decirlo): se define la existencia de por lo menos un lugar o un perímetro dentro del cual no se negocia ni se intercambia, o bien, se define la existencia de por lo menos una cosa que no puede ser cambiada por otra, es decir, que no está sometida al sistema de equivalencias y a las reglas del intercambio. Llamemos, siguiendo la tradición, sagrado, a ese perímetro o a esa cosa que se ha recortado como trascendente con respecto al plano continuo, implícitamente profano, de las equivalencias. Llamemos política al tipo de organización que resulta de la acción simbólica de separar lo profano de lo sagrado. Llamemos, consecuentemente, crítica, a la necesidad y a la posibilidad de profanar lo sagrado, llegado el momento, en nombre de la racionalidad de la organización que ha resultado del antagonismo. Esto último quiere decir que lo sagrado no es tal o cual cosa singular o concreta sino que es una especie de lugar que permite pensar y decir lo profano del mundo en el que vivimos. Precisamente, con el objetivo de que lo sagrado no se fije en tal o cual cosa (objeto, persona, dogma, doctrina, etc.) es que disponemos de esa posibilidad profanatoria llamada crítica. Pero eso no quiere decir que toda profanación sea necesariamente crítica. El mundo contemporáneo está lleno de ejemplos de profanaciones insignificantes completamente acríticas. Esas profanaciones son violentas.

3.

En Homo Sacer, Giorgio Agamben trae de regreso una vieja y curiosa figura del derecho romano arcaico por la cual se convenía que una persona quedaba “por fuera” de la Ley social: esa persona podía ser matada, agredida, violada o profanada por cualquiera, pero no podía ser sacrificada. Es decir, no podía ser agredida o asesinada en nombre de (o en representación de) algo superior (la Ley, el Bien, la Moral, la institución o lo que fuere), ya que esa muerte sacrificial pone forzosamente a la vida a funcionar significando algo en y para lo social. Esa oscuridad del no ser, la imposibilidad de significar o representar, es lo que Agamben llama la nuda vida. Y el sacrificio es, precisamente, el acto por el cual la nuda vida deja de ser nuda vida para pasar a significar algo en la organización social (humana) de la vida. Si el sacrificioes lo que arranca a la vida del circuito violento y pragmático de los intercambios, le quita valor de cambio y le asigna un significado simbólico, el sacrificio es el acto mismo de separar lo profano de lo sagrado. Hasta el brutal sistema de la pena de muerte y el hiperrealismo mecánico e infantil de un Estado que cuelga a un reo, o lo sienta en una silla que le descarga diez mil voltios (tal vez introduciendo el rasgo humanitario de anestesiarlo primero, o de ponerle orejas de Mickey al casco metálico por el cual entrará la descarga cuando el verdugo baje el interruptor), aunque duela decirlo, esa muerte tiene algo de sacrificial y por tanto tiene algo de simbólico: el Estado es un Tercero que está tomando una vida en nombre de otra cosa (el bien común, la justicia, o lo que sea —aunque también podría interpretarse sencillamente como un acto de venganza, de represalia o incluso de aseguramiento de otras vidas y por tanto de intercambio: regreso a lo asimbólico). Pero cuando un adolescente recibe un tiro en el pecho porque le quitó la gorra o le miró las piernas a la novia de otro, o cuando alguien muere con un tiro en la espalda porque intentaba abrir el auto de otro, o cuando un pistero muere porque se interponía en el camino de dos ladrones en moto que huían de la estación de servicio, o cuando un joven es apuñalado en una escaramuza entre dos hinchadas, esa violencia no tiene otra explicación que una lógica territorial generalizada

de homo sacer. Esas muertes no son, en absoluto, sacrificios. Son sus opuestos: son muertes antisacrificiales. En vano los sociólogos y los bienpensantes hablarán de anomia o se indignarán al grito de que la vida no vale nada. No. Hay que razonar exactamente al revés: la vida vale (una gorra, una dosis, quince millones de dólares, poco importa), es decir, la vida social ha sido restituida a (o mejor, ha recaído en) la lógica pragmática del valor de cambio. Y esa lógica, además, no es anómica, caótica o anárquica: es microscópicamente ordenada y disciplinada, regida por la despiadada sintaxis territorial de las conductas, de la imitación, de las tribus, de las modas.

4.

Digamos que una vida readquiere valor (en el sentido mercantil de la palabra: valor de cambio) cuando comienza a carecer de significado. La violencia de la lógica cultural contemporánea reside precisamente en que la vida tiene un valor (un precio) pero no un significado. Toda vida comienza a ser nuda vida: todo sujeto (social) comienza a ser homo sacer. Así funciona la maquinaria pragmática de la sobrevivencia post-social: la circulación incesante y los intercambios generalizados, cuyo objeto maravilloso, su mayor fetiche, es el dinero: el punto de fluidez y de aceleración por excelencia, la “deidad visible” (Marx). El dinero es abstracto-concreto: es el testigo inocuo y la mensurabilidad material de todo: puede ser cambiado por todo a condición de no representar ni significar absolutamente nada: el grado nulo de la metáfora (representación o significado, pensamiento o idea) es el grado infinito de la metonimia (intercambio y equivalencia, circulación y velocidad). Por eso el dinero es eso que interviene furiosamente en el orden del aseguramiento y de la fetichización: el horror a que me roben o a que me asalten o a accidentarme o a enfermarme (los microscópicos demonios de lo impensable, la amenaza de lo no previsto en el artefacto pragmático de previsibilidad), ponen tanto mis cosas, bienes y propiedades, así como —sobre todo— mi propia vida, al alcance del dinero y del circuito del valor de cambio. Es la violencia radical de una

profanación radical de todo. La voracidad de la lógica económica y del sistema de equivalencias y de intercambios comienza a tragarse, en una especie de banquete rabelaisiano, a toda la estructura simbólica de lo social. La vida misma se traga al lenguaje y a la política.Hoy todo parece estar al alcance de la mano, todos somos niños en el palacio de los juguetes: la ropa, la droga, los autos, la comida, el sexo, el porno, los otros, los cuerpos, los disfraces, las identidades, el entretenimiento y la diversión, la información, los chiches tecnológicos, el amor, los misterios, el horror. No hay resistencia alguna que no resulte fútil o pueril, o autoritaria y bestial: sencillamente se trata de robustecer el metabolismo, dejar que se aceleren los flujos de la vida, dejar que se encadenen el apetito con la satisfacción, la demanda con la oferta. Dejar, casi pasivamente, que ocurra esa ansiedad vital. A todo nivel y en todo registro. Y después esperar que esa liberación de la energía vital comience a dar beneficios (mercado, consumo, especulación, desproletarización de la fuerza de trabajo, etc.). El sujeto-bebé, así creado, entiende que entre su apetito y la satisfacción no hay nada, no se levanta algo como lo social, y si siente hambre y ve un choripán, allá se dirige, rompiendo todo a su paso, sin calcular costos ni consecuencias. Daños colaterales.

5.

La vida, el empuje vital, decía Levinas, es básicamente amoral: un árbol vive y crece sin que interese a qué o a quién le quita el oxígeno que su metabolismo necesita, o el agua que extrae de la napa, o los cimientos de qué casa o rancho destruye para seguir creciendo. Vivir es un acto pleno y justificado en sí mismo. No necesita legitimación, no necesita pedir permiso: la vida es psicopática o sociopática. Digamos, un poco groseramente, que todos somos psicópatas, por defecto, si no interviene cierta energía socializante o subjetivante o política, que haga que nuestro acto pleno de vivir, solitario y narcisista, comparezca ante la Ley social. Pero conviene, de todas maneras, no confundir esa energía socializante con la simple intervención autoritaria o superyoica de un poder (el

Estado, Leviatán, los artefactos policíacos o sanitarios) que amenaza y controla los excesos de lo social como mero cuerpo que vive.Acá es que ocurre la peor trampa de la lógica del capitalismo urbano contemporáneo: invisibilizar la alianza profunda y perversa que existe entre la ansiedad vital y la necesidad de control, de aseguramiento y autoritarismo superyoico, entre violencia (vital) y seguridad como intervención de un poder (Real) que ponga límites y castigue. Ese desplazamiento que conduce de las vejas histerias de conversión (patologías sociales en tanto máquinas significantes de principios del siglo pasado) a los trastornos narcisistas o adictivos o alimenticios o bipolares (excesos inherentes y violencia correctiva de las máquinas vitales de fines del siglo pasado y de principios de éste). De la interpretabilidad social del síntoma a la mera disfuncionalidad real de la conducta o del cuerpo.Soy libre: ya desaté mis impulsos vitales, puedo hacer lo que quiera: trago hasta explotar como una chinche, luego me agobia un horror supersticioso al exceso, vomito, purgo, me desintoxico, comienzo nuevamente, me agrego a una comunidad de autoayuda que funciona como un superyó externo que me disciplina y me asedia con reglas y carteles y muros y pulseras que alertan al poder cuando me excedo. No entiendo la razonabilidad de lo social y por tanto me entrego pasivamente al aparato del orden, de la prohibición y la disciplina. Soy incapaz de entender que si la gente no mata, no agrede o no viola, no es porque tales actos estén prohibidos o sean castigados si se cometen, sino porque no son razonables o pertinentes. Ahora, el sujeto (o lo que sea que haya ahí en lugar de un Sujeto, en el sentido clásico de la palabra) tiene, en todo caso, una conducta recta por miedo a la autoridad, a la represalia o al castigo. Y esto es de un equilibrio extremadamente frágil y peligroso: la racionalidad de lo social, reducida a mera prohibición o límite en lo real, crea al mismo tiempo la perversa tentación inherente de transgredir los límites, de desobedecer la orden o la prohibición. Y eso es un problema estructural: el límite real está ahí solamente para mostrar que el juego puede seguir, y va a seguir, ilimitadamente.

Pensemos por un segundo que este trastorno bipolar (dual, imaginario) es la marca misma de la publicidad y del discurso mágico de la mercancía. Por un lado el llamado al exceso, desde el terror apocalíptico al accidente y al penoso fin sin trascendencia y sin significado que nos espera, la clarinada de Dios llamando a disfrutar, a enfiestarse, a “ser uno mismo”, a despojarnos de inhibiciones, vergüenzas y miedos sociales (la fiesta del fin del mundo). Por otro lado el warning, la advertencia, el terror y la inseguridad en estado puro: las bacterias, la comida basura, el tránsito lento, el sedentarismo, los mosquitos, las enfermedades, las encías sangrantes. ¿Por qué pensar que es mejor educar en cierta responsabilidad a las bestias que usan el baño salpicando, ensuciando y dejándolo como un chiquero, si puedo comprar un producto que repara el daño casi sin esfuerzo, y puedo entonces actuar permisivamente, evitando privarlos de ese momento íntimo de felicidad de escupir en el espejo, orinar en el piso o cagar en el lavamanos? ¿Por qué, si soy mujer, liberarme del mandato sexista de preparar comidas exquisitas para mi familia y tener todo impecable (incluyendo mis manos a la hora de acariciar al palurdo panzón que duerme conmigo) para cuando todos lleguen tan llenos de felicidad como de barro, gérmenes, bacterias, enfermedades y peligros, si tengo un kit de magia instantánea para cumplir obedientemente con mi papel casi sin esfuerzo (un libro de recetas rápidas, un quitagrasa, un matabacterias, una crema para mis manos)? No solamente puedo seguir siendo esclavo sin pagar los costos de la emancipación, sino que puedo (y debo), además, disfrutar de serlo —y para eso entro en la magia del circuito de la mercancía. Entre el goce del mandato y el mandato del goce transcurre la ansiedad bipolar del sujeto contemporáneo: la magia, el azar, la ansiedad de lo instantáneo.Nuestra cultura actual es una máquina violentamente infantilizante, y por lo tanto es una perfecta fábrica de psicópatas. Los viejos ciudadanos ahora se comportan como clientes de una empresa, como usuarios, consumidores o contribuyentes, capaces de indignarse, manifestarse, armar un piquete, un escrache o una flashmob pidiendo “soluciones ya”, por un agujero en la calle, o porque la cola para hacer el trámite es larga y

avanza con lentitud, o porque hubo un accidente de tránsito —¿qué diferencias hay con la horda que procede a hacer justicia por mano propia cuando entiende que el poder judicial es lento, burocrático y permisivo? Los viejos alumnos o estudiantes se comportan como usuarios de una empresa que brinda servicios educativos y pueden exigir rapidez y velocidad y carreras cortas, terminar con la burocracia, armar sus propios combos curriculares como en McDonald’s, pedir salida laboral, o alta competitividad académica, etc. El joven marginal puede conseguir dinero, droga, ropa de marca o algún chiche tecnológico amenazando a alguien con un chumbo o dándole con un ladrillo en la cabeza. Dos hinchadas no pueden detener el realismo del juego del desafío: el juego mismo estaba destinado a la solución final de lo real: una paliza, un par de puñaladas, un tiro. Es la vida misma, la nuda vida, sin calificación social de ningún tipo. Los juegos colectivos no tienen límites, desde un principio: están condenados a un hiperrealismo bestial en el cual las vidas son, precisamente, equivalencias, valores de intercambio. Vidas libres e insignificantes. La vida es precisamente el punto en el que ocurre la privatización absoluta de lo público.

6.

Seguir pensando que la violencia asocial o asimbólica es una simple anomalía del desarrollo del capitalismo contemporáneo y de su lógica cultural, algo así como un germen que puede ser aislado y combatido —aislar y combatir al agente patógeno, al objeto parcial (el marginal, ciertas subculturas, la droga, el narco, la delincuencia, la globalización del delito): ése es exactamente el concepto de seguridad—, es parte del cuadro de estupidez infantil generalizada de esta misma cultura. O peor todavía: es parte del cinismo irresponsable de aquellos que extraen un plus de beneficio económico o electoral de la violencia planteada en términos de seguridad.Las correcciones o reestabilizaciones hacia un capitalismo “más bueno” con las instruccionesposneoliberales a lo Hayek, hechas sobre el chasis de violencia devastadora de desigualdad y marginación casi desahuciada del

neoliberalismo clásico a lo Friedman luego de sus crisis explosivas y peligrosas, ha sido una fórmula letal para las sociedades capitalistas periféricas, empobrecidas y des-civilizadas. Reinyecciones de capital asistencial para dinamizar a la masa de consumidores, la apelación a las micro y pequeñas empresas, el sueño de la competitividad en el mercado libre y del desarrollo robustecido por una “liberación” de la fuerza de trabajo a través de un “emprendedurismo” que inevitablemente desagua en una desproletarización y una despolitización radical de la propia fuerza de trabajo. La atención al problema de la pobreza considerada ya no como el residuo forzoso del capitalismo sino como un obstáculo que impide el desarrollo de las economías emergentes y como una amenaza a la estabilidad política que el capital necesita para seguir funcionando con comodidad. El estímulo puritano de uncoaching infantil para nuevos empresarios advenedizos (creatividad pragmática, ideas, planes, organigramas, metas, objetivos, pasos), y en suma, la “empresarialización” de toda la política y de toda la vida social. La educación entendida como capacitación para el trabajo y para el nuevo concepto empresarial de la vida, ajustada a las dinámicas veloces y ciegas de la circulación de mercancías, dinero y energía. La política degradada en gestión, gerencia o administración. La educación degradada en capacitación o coaching práctico para el mercado de trabajo. La economía y la lógica de los intercambios hegemonizando toda la dinámica del mundo, es decir, una pragmatización descarada de toda razón social. La rápida lumpenización de los pequeños capitales flotantes, típica de una dinámica comercial ansiosa y “emprendedora”, ávida de dinero fácil, que hoy inventa un circuito fiestero de boliches en tal o cual barrio, mañana se muda a otro barrio o reinvierte en especulación inmobiliaria a pequeña escala o en servicios turísticos, y así va dejando atrás su residuo de trabajadores primerizos en negro, lejos de la mirada del Estado o del sindicato, que trabajan diez o doce horas por salarios irrisorios, sin beneficios ni horas extras, como mozos o deliverys con sus motos a medio pagar. Estos últimos, además, incapaces de pensar el estado de violencia en el que están sumergidos, hipnotizados por la urgencia de la vida, y, no pocas veces, hipnotizados con los

fetiches de la publicidad y el mercado —incapaces de darse cuenta de que si ganan ocho mil pesos al mes no pueden comprarse un celular de quince mil o un plasma de treinta mil. Y caen en la bicicleta de los créditos al consumo, de las tarjetas y la bancarización de la vida y un endeudamiento pobre destinado a estallar como una burbuja. El oportunismo generalizado, la lucha darwinista por el territorio como condiciones de producción o de sobrevivencia o de rebusque. Los circuitos prostitutivos o serviles o mafiosos que surgen como hongos alrededor de los centros comerciales, o de la actividad turística, esa industria blanca y estúpida: objeto maravilloso de los nuevos tiempos posneoliberales (turistas extranjeros, y, sobre todo, turistas nativos, visitantes alienados de su propia ciudad, del circuito de espectáculos o restaurantes o boliches o fiestas, con su corte parasitaria de zombis que piden monedas o cuidan coches o venden curitas).Esa es la gran máquina de violencia que, oh casualidad, ha sido coronada, en buena parte de América del Sur, por gobiernos de izquierda que se han embarcado en el fetiche del desarrollismo, de las cifras, las inversiones y del capitalismo “en serio”, ése que produce y da trabajo. O que caen invariablemente —ante la presión de la opinión pública liberal de los medios y las encuestadoras— en el asunto de la seguridadcomo única clave para tratar el problema complejo y profundo de esta radical violencia asignificante de lo post-social.

7.

¿Es posible revertir este estado de violencia y de insignificancia de lo post-social? ¿Es posible resocializar lo social? No, sin dudas, desde posiciones liberales que entienden que hay que encender la máquina de la seguridad y la represión, o desde posiciones reformistas que entienden que un buen capitalismo y un buen desarrollo nos devolverían al camino del trabajo, de la civilización y de la paz social.La izquierda desdibujada de hoy se encontrará, en primer lugar, ante un atolladero que podemos caracterizar como ideológico. Es el avance de una nueva derecha

organizada, que se siente enojada con el caos del capitalismo urbano desregulado y que por eso es doblemente peligrosa: a. por su coincidencia superficial con una crítica al capitalismo en cuanto tal, y b. por conducir su enojo al objetivo de restituir lo sagrado en tanto valores perdidos (sentido de religiosidad, nacionalismo, tradiciones familiaristas ortodoxas) a través de las figuras clásicas del poder (el padre, el líder, el caudillo, el propietario). Es una derecha, además, capaz de promover valores de cierta austeridad anticonsumista, formas de solidaridad asociadas a la caridad y a la donación, y organización, militancia y compromiso de sus juventudes. Conviene no olvidar que algunas comunidades extremas (como el propio nacionalsocialismo) surgen y se convierten en fenómenos de masas estimuladas por el caos generalizado de un capitalismo decadente, y no, como postulan los necios, como simples pulsiones totalitarias opuestas a la vitalidad democrática, o doctrinas paranoicas opuestas al sentido común.El corso de los medios detrás del nuevo Papa Francisco I, de su sencillez recortada contra el barroco de la escena litúrgica (la pompa, los atavíos, los bordados en oro, los tocados inverosímiles), la ensoñación de la masa —que es siempre la de los medios— con “el Mujica del Vaticano”, vinculado al liceo Jubilar de Casavalle, que ya es desde hace tiempo un ejemplo, para los medios, de cómo deben hacerse las cosas en educación y de cómo conducir las intervenciones civiles en zonas marginales y complicadas (centro modelo, privado pero gratuito, construido y mantenido por donaciones y solidaridad caritativa, que involucra a los padres, que tiene deserción cero, sin obstáculos burocráticos o gremiales, etc.), es un signo claro, me parece, de una batalla ideológica que se vendrá. La lucha compleja contra una derecha religiosa o laica que intuye, en cualquier caso, que el capitalismo “ha ido demasiado lejos” y que sus excesos están destruyendo la estructura de valores tradicionales, e intenta reinstalar el sueño de gobierno y hegemonía de la religiosidad (católica, protestante, pentecostal) en las zonas marginales y calientes de lo social, organizando la vida comunitaria o salvando almas perdidas (drogos, adictos, delincuentes, púberes que crecen al soplo del viento), pero conservando,

ciertamente, la estructura de privilegios y volcándola sobre un mundo, humanizado por la caridad y los buenos ejemplos, pero un mundo rigurosamente privado, abandonado a las iniciativas angelicales de la buena sensibilidad de los que pueden.

8.

Pero la izquierda duerme la siesta. Todavía está lejos de esta escena que cierta derecha “social” ya intuyó hace un buen rato, y por tanto todavía no hay tal polémica ideológica (y no sé si alguna vez esa polémica ocurrirá). Y es terrible que sea esa “cierta derecha” la que venga a situarse en el lugar de esta misión re-socializante o re-civilizadora, la que venga a ocupar ese centro vacío del problema capitalista contemporáneo, y termine por extraer un nuevo plusvalor de los despojos y el territorio devastado del neoliberalismo y posneoliberalismo (especialidad por excelencia del capitalismo, como la invasión a Irak: hacer grandes negocios destruyendo, y luego hacer mejores negocios reconstruyendo lo que ha destruido). Porque, si se lo piensa un poco mejor, aunque ya tiene por lo menos una década, el posneoliberalismo “reconstructivo” recién empieza. Correcciones y paliativos a la brutalidad especulativa, que reinyecta capital e interés en las zonas negras creadas por el neoliberalismo clásico, para reintegrar esa masa desposeída al mercado de trabajo y consumo. Y para eso es necesario reacondicionar esas zonas con un mínimo de gasto social: limpiarlas, desintoxicarlas, ordenarlas. Y para eso, a su vez, nada mejor que la incorporación de la fe comunitarista religiosa o que el ethos protestante y la autoayuda disciplinante de las instituciones u ONGs laicas privadas (las invocaciones a la autoestima, el llamado pragmático a cumplir planes y metas, los “se puede” y todo ese sermón infantilizante y ansiógeno).Y, por pusilanimidad, por miedo a perder bases electorales, o por no tener a veces la menor idea de qué es la política, el Estado hace el trabajo sucio con la mano izquierda: operativos de saturación, razzias y allanamientos. Mientras tanto, los medios y (con ellos) la opinión pública ya

empiezan a torcer el rumbo: hábilmente —sin abandonar nunca el fetiche de la seguridad, para continuar explotando el miedo atávico de la tribu a la violenta anarquía de una maldad sin objeto ni inteligencia— se comienza a hablar de “responsabilidad social empresarial”, de “educación en valores” o de “solidaridad”. Se insiste con los centros educativos modelo hechos a esfuerzo privado (estrictamente contrarios a un esfuerzo educativo social y público, que siempre muestra fallas y negligencias evidentes, descuidos, autoritarismo, burocracia, deterioro, ineptitud, corporativismo sindical que nunca piensa en los alumnos, etc.), o se muestran jóvenes conchetos en plena alegre militancia callejera, comprometidos con un techo para mi país (plan de levantar urgentes viviendas precarias que sustituyen a urgentes viviendas precarias). Y todo eso impacta en lo profundo del corazón supersticioso y fetichista de la masa, siempre sedienta de santos y de buenas figuras de poder.Así, la izquierda en el gobierno, queda, en este tema, entrampada en una doble tenaza. Al tiempo de la opinión pública robustece y mueve antipáticamente lo que antes llamábamos “aparato represivo” (pues si no lo hace se expone a un costo electoral alto, por inacción, en un tema —la seguridad— que ha encabezado la “agenda política mediática” en los últimos cinco años, por lo menos), y deja a esa misma opinión pública, insustancial y flotante y que se mueve al ritmo de los medios, libre de empatizar con el proyecto de “disciplinamiento pacífico” y de “reencauzamiento” de las comunidades marginales, hecho a la sombra de las iniciativas privadas (laicas o religiosas) y de la sensibilidad del propio capital, dejando por tanto que esas masas sean devueltas a la máquina violenta del mercado de trabajo desregulado, la competitividad y el hiperconsumo, exponenciando así un nuevo circuito pragmático de dinero, cuerpos, fuerza de trabajo y mercancías.

9.

Entonces, finalmente, una vez mas: ¿es posible resocializar lo post-social —aún sabiendo que nos metemos en un tema

ideológico complicado y resbaladizo? Sí. Es posible. A condición de entender que un acto político o público es aquel cuyo objetivo es antagonizar con la lógica pragmática de la vida, la economía y los intercambios: cortar el circuito ansioso y adictivo de la vida para poder pensar la vida,socialmente. Es posible, a condición de entender que lo político tiene que ver (insisto) con conducir lo privado a lo público, con iluminar la violencia privada de lo inconsciente con la luz de la razón social o pública, y no con enfrentar ese inconsciente caótico con un aparato disciplinante o reglamentario, superyoico (desde la policía y los higienistas a la ética conductista y la “trasmisión de valores”), que termina siempre por exponenciar la violencia en su intento por reencauzarla (pues la violencia o la locura misma no es simplemente el caos: es la máquina deslumbrante caos-represión, ello-superyó). Es posible, a condición de entender que educar es educar para lo social y en lo público, y no una reafirmación de la lógica privada de la pragmática, la sobrevivencia y el mercado de trabajo. A condición de que educar sea un acto político de creación de zonas críticas de soberanía y autonomía (llamemos subjetividad a esas zonas) y no un simple reaprovechamiento de las viejas piezas estropeadas para ajustarlas a la máquina de un capitalismo de nuevo estilo o de nuevo tipo. Y no creo que, así planteado, ese tema un poco ingenuo o bobo que intenta debatir o plebiscitar humanidades vs. capacitación técnica, tenga algo que ver en este asunto. Es posible, supongo yo, crear subjetividad tanto en la formación técnica como en la formación humanística clásica (filosofía, literatura, artes). Así como también es posible estropear u obturar la subjetividad en cualquiera de esos dos campos.

Publicado 16th April por sandino nuñez Etiquetas: artículo tiempo de crítica

La educación, la nueva izquierda demagógica y la lógica del mercado

1. Voy a empezar con una de esas frases dramáticas que adoran los oradores. La verdad política de la próxima era se juega en la educación. La educación es el escenario en el que ha comenzado a exponerse hoy la lucha por el mañana político de la sociedad. Quiero decir: ese escenario no es el trabajo, ni la infraestructura, ni la propiedad (todo eso quedará para más adelante, parece). Tampoco es, abstractamente, la economía. Nada de orden político parece arriesgarse en el debate acerca del modelo económico A o B, o de tal o cual forma de conducir la megamáquina económica: estas cuestiones pragmáticas acerca de lo conveniente o lo beneficioso pueden ser importantísimas, pero no suponen ni se disputannecesariamente un concepto político ni un concepto de política. En el capitalismo contemporáneo, la economía y el mercado son juegos que han volcado global y masivamente su lógica sobre todo lo social, y por tanto, la única forma en la que la economía va a adquirir o a recuperar una dimensión política es cuando sea problematizada en bloque, cuando se suspenda y se socave su naturalidad, es decir, cuando se desmienta el carácter objetivo con el cual ejerce su tiranía y la neutralidad técnica del discurso experto a través del cual la ejerce (digamos que el derecho a la propiedad privada o exclusiva de medios o territorios, o el derecho individual o privado a la ganancia, el beneficio o la renta son esos nudos ciegos o

esas forclusiones del discurso económico). Político es un enunciado que se sitúa por encima de la esfera económica. La política es un corte con la economía, como se define desde la Grecia clásica. La subordinación de los oikoi a la polis. Es un corte y un lenguaje que nos permite situarnos por encima y pensar la voracidad de la lógica de los intercambios, la sobrevivencia, los negocios, la ganancia, etc., en términos de ideas de Justicia, Razón, Libertad, Verdad —conceptos que son completamente heterogéneos a la pragmática de la economía, y que, por otra parte, no surgen espontáneamente. La única forma en la que un modelo económico A sea preferible a otro B, por razones políticas, es que existaya un lenguaje que permita situar la práctica económica con arreglo a la praxis social, es decir, que ya exista un lenguaje capaz de conjurar el poder fascinante de la mercancía para impedir que la lógica de nuestra convivencia gire alrededor de ese poder y de esa fascinación —con su consecuente carga de ansiedad, de impaciencia, y de violencia en suma. Y en este punto hay todo por hacer. Hay que inventar o reinventar o recuperar ese lenguaje casi desde la nada, hay que postular el desequilibrio y la incomodidad de una universalidad creíble contra la felicidad inmediata del masaje global de los intercambios y la satisfacción de la necesidad o el apetito.

2. Y lo que se juega en y con la educación es, precisamente, la posibilidad de ese lenguaje. La educación es el lugar en el cual todavía se puede esperar la aparición de un lenguaje sobre lo social (y cuando digoeducación no hablo por fuerza de eso que se llama “sistema educativo”, hablo de una práctica universalizable que puede aparecer en cualquier sitio de la trama social: en el liceo fuera del salón de clases, en el club del barrio, en el hospital, en la familia, en el sindicato, en fin). Si la economía es el temadel lenguaje político, la práctica educativa es su condición de posibilidad. Y no alcanza con decir que la educación es el corazón mismo del concepto clásico de política, ya que eso nos confina a una especie de alegato abstracto. Pues lo que ocurre, históricamente, es que en el campo de la educación

(como concepto, como práctica, como sistema educativo y aún como aparato) se está exponiendo una batalla decisiva en esa dilatada guerra entre lo económico y lo político. Por eso la educación hoy (lo digo sin el menor ánimo retórico) es el lugar de una resistencia, el lugar de una esperanza. Resistencia de lo político ante la embestida de la globalización en el capitalismo tardío. Resistencia contra el empuje de la mera invasión sin cortes de la lógica carnívora del mercado a todos los órdenes de la vida social. Resistencia al arribo triunfal incuestionado, en todos los ámbitos y las prácticas, de un discurso técnico-pragmático sobre desempeños, beneficios, crecimiento y desarrollo. Resistencia, en fin, a la instalación definitiva de una economía ilimitada, sin política, sin conciencia y sin crítica.

El golpe al sistema educativo público en las democracias occidentales contemporáneas es, en principio, más bárbaro que estratégico: se lo ha traído brutal y masivamente como un nicho de mercado (igual que la salud, la alimentación, la seguridad), se lo expone como terreno a ser explotado por la voracidad extractiva del beneficio a través de matrículas, cuotas, esponsorización, participación de capitales privados en la gestión, etc. Pero el verdadero daño, incuantificable, es lateral: se desarticula a la educación misma como posibilidad de producir lenguaje, autonomía y soberanía crítica. El virus acaba de atacar al último anticuerpo contra el virus.

3. En este punto, claramente, ya no nos sirven las categorías ideológicas clásicas de los sujetos como un mapa para intuir esa lucha. Izquierdas y derechas, progresistas y conservadores. Estas categorías ya hace tiempo han sido confundidas, barajadas y vueltas a repartir en el gran juego y en la gran feria contemporáneos del mercado y el capital. Tanto, por otra parte, que ocurre, paradójicamente, que desde hace un tiempo le toca a la nueva izquierda tener la coartada ideológica perfecta para justificar ese copamiento de la razón educativa por la

pragmática y ese golpe del mercado al sistema educativo. Fue la izquierda posmarxista la que argumentó en primer lugar acerca de la necesidad de democratizar el sistema (en el sentido no de criticar el sistema, sino de abrirlo horizontalmente al “flujo desterritorializado” de la gente), combatir el poder autoritario que se escondía detrás de la laicidad y del universalismo republicano, flexibilizar y modificar programas y curricula tradicionalmente resueltos en los oscuros gabinetes tiránicos de las élites sabias y cultas (esas élites que seguramente ya hacía tiempo que habían sido sepultadas por el tren-bala de la historia, dejando en su lugar el automatismo de los zombis burocráticos estatales que seguían ejerciendo póstumamente y sin ganas la banalidad del mal antidemocrático). Debían soplar aires frescos y nuevos sobre la educación. Y esa utopía de novedad, libertad y frescura, ya no podía encarnar en otra cosa que no fuera el mercado y sus valores inherentes de competencia y creatividad pragmática. Era simple: para la nueva utopía bastaba con despojar a la educación de toda pretensión pública universalista y entregarla a la lógica pragmática del mercado y a la iniciativa privada. La promesa de los viejos modelos universalistas de producir sujetos políticos maduros y autónomos (promesa, por otra parte, siempre defraudada y siempre utilizada como enmascaramiento del poder y la hegemonía), parecía lograrse de un solo golpe con el mercado como nuevo principio de realidad: los estudiantes ya no se alienaban en el sistema y en el poder burocrático de la élite de prestigio: dibujados por la lógica de la participación democrática del usuario o el cliente en la empresa que le brinda servicios, podían exigir directamente nivel académico competitivo, incidir en los programas, demandar salida laboral, armar creativamente sus combos curriculares,  exigir que se respetaran sus peculiaridades locales, en fin. Porque pagan por los buenos servicios. Y si los servicios están por debajo de lo esperado se litiga y se hacen juicios. La cultura pragmática de la impaciencia había suplantado a las viejas formas de la cultura crítica.

En Uruguay en los últimos tiempos la vieja demanda liberal de educar para el mercado laboral y para el desarrollo, y la

exigencia, a partir de esta demanda, de una profunda revisión de los obsoletos modelos humanistas universalistas que corren a contramano de la historia, etc., hace una acrobacia creativa y se recicla en la exhortación populista o demagógica de la izquierda emepepista a revalorizar el trabajo manual y a celebrar la experiencia y el saber-hacer del baqueano. Así, se comienza a mostrar la voluntad de poner al Estado a proveer herramientas prácticas para la vida y el rebusque, con la coartada siempre artiguista de favorecer a pobres y subprivilegiados. Educación privada de alto rendimiento técnico o alto nivel académico para los clientes que pueden pagar, y una especie de bricolage práctico para la sobrevivencia, el rebusque y la irrisoria calificación de la fuerza de trabajo para los que quedan del lado siniestro del sistema mercantil. En otras palabras: le toca otra vez a la izquierda el triste papel de promover doctrinariamente una generalización obscena de la lógica pragmática de la mercancía. Misiles para los que tienen plataformas de lanzamiento, y (curiosa piedad humanitaria) gasas y alcohol para aquellos a quienes les van a llover misiles: así se generaliza la lógica de guerra. Y dentro de la generalizada lógica mercantil, la comunidad puede incluso darse el lujo extravagante de tener su folclore bohemio de artistas ociosos, su club de nerds humanistas escribiendo sus tesis inverosímiles sobre la metonimia en Valery-Larbaud, o incluso sus intelectuales universitarios bienintencionados celebrando la biodiversidad y la descolonización de discursos y saberes. Estas tribus pueden incluso, dentro de la doctrina populista chicotacista antiintelectual del emepepé, tener el valor de contraejemplos: son una prueba de que el intelectual (todo intelectual) es un mono barroco, improductivo y sobreeducado contra el cual robustecer el mito de la mecánica simple, noble y sincera de la experiencia y el trabajo. (Parte del problema queda cubierto por la propia agresividad de la estocada populista: los monos barrocos alpedistas existen y suelen estar alojados en la propia izquierda bienpensante. Antes los llamábamos Rivarola. Pero no insistamos con eso: sigamos nuestro camino.) 

No estoy diciendo (aclaro) que no deban crearse o robustecer institutos politécnicos, o universidades técnicas o lo que sea. Me resisto simplemente a que la alegre demagogia nacionalista de la izquierda gobernante, en perfecta sintonía con el mercado como nuevo principio de realidad social, ponga este tema como una clave para interpretar el concepto político de educación. El tema educativo (al contrario del económico, en el que los debates sobre modelos y estilos no necesitan salir de la lógica económica) todavía tolera el planteo, por así decirlo, de un “plebiscito entre dos modelos”: ¿queremos una educación entendida como inteligencia al servicio de la producción, el mercado laboral y la economía, o una educación entendida como conciencia y como lenguaje de la sociedad que haga posibles a los sujetos políticos? Este “plebiscito” no responde a una lógica electoral —lo que quiere decir, rigurosamente, que no hay tal plebiscito: el lenguaje mismo en el que se expone el dilema, por ser un lenguaje consciente, solamente puede ser el que considera a la educación como la conciencia de lo social. La educación es un tema político, por definición. Porque pensarlo como tema ya es política.

4. Anteayer se podía pensar el tema educativo en términos de izquierda y derecha, de progresistas y conservadores. Ayer se lo podía pensar en términos de democracia y autoritarismo, sin que estuviera muy claro ya si la izquierda o la derecha eran democráticas o autoritarias. Pues el asunto, en realidad, enfrentaba siempre a pragmáticos y doctrinarios, y ahí la lógica (pragmática) ya funcionaba sola.Pragmático es otro nombre para el demócrata liberal, y ahí no hay izquierdas ni derechas sino meramente un ejercicio de la ecuanimidad y el sentido común. Doctrinario o ideológico en cambio es otro nombre que le ponemos al fundamentalista autoritario e irracional, y ahí no hay sino derecha o izquierda, excesos o extremos fanáticos y paranoicos que, sabido es, se tocan, se coquetean y se enamoran (esa despreciable ontología, por otra parte, es el norte de encuestadores, politólogos y analistas políticos). Y hoy las cosas dieron un giro, por lo

menos un giro circunstancial. Ahora, en Uruguay, la utopía pragmático-liberal para la educación parece haberse quitado transitoriamente la máscara democrática —y no porque cambien los conceptos o el modelo, supongo yo, sino porque cambian las circunstancias prácticas en las que debe resolverse el planteo.

Hace un par de días, en el famoso acuerdo del sistema político (gobierno y oposición) sobre el sistema educativo público (Pedro Bordaberry lo bautizó, delicadamente, como es su estilo, “gobierno de la educación”), hubo una especie de golpe de Estado pragmático. Esto no deja de ser un pequeño escándalo para los que consideraban que los golpes de poder sólo podían provenir de tiendas fundamentalistas y de ideologías paranoicas. Todo el sistema político uruguayo ha entendido que para pragmatizar el proceso educativo, primero había que desenrarecer la democracia del aparato de la educación pública. Y esto no puede ser hecho a no ser con un golpe de fuerza. Pues ahora el problema había venido a situarse, transitoriamente por lo menos, en una especie de exacerbación de la democracia del aparato, una patología burocrática de la democracia que solamente puede provenir de prácticas de Estado y que impedía avanzar con ritmo y eficacia: oscuros automatismos y rituales corporativos de subsistemas y sindicatos, entidades a las que se les había conferido demasiado poder para decidir los destinos del sistema educativo y del concepto de educación. De pronto toda la máquina empieza a aparecer (o empieza, mejor, a ser mostrada: los medios de comunicación son un engranaje vital en todo el gran dispositivo de globalización) como enferma de desgobierno, de descontrol, de desmadre, de vaciamiento de autoridad, de falta de respuestas firmes y de respeto a la cadena de mandos. Todo estaba subvertido: el consejo desoye al presidente, el subsistema desoye al consejo, el sindicato desoye al subsistema, el docente desoye al sindicato, el alumno desoye al docente. La cámara del teléfono celular de un alumno registra un griterío absurdo entre alumnos y directora de un liceo (Graciela Bianchi): un jerarca delMEC (Pablo Álvarez) cuelga el video en internet. La

televisión levanta el video y lo pasa en informativos centrales y todo el quilombo se multiplica en programas de opinión y debate. Y ese gesto del jerarca, que debía tomarse como una modalidad ingenua e irresponsable de protesta contra el maltrato y el abuso de autoridad (la señora aparece gritando a voz en cuello, interrumpiendo a los muchachos, etc.), no tarda en revertir en lo contrario (estúpido no preverlo): el escándalo por el desgobierno generalizado y el irrespeto por las formas institucionales (el del propio jerarca, en primer lugar, que no tiene idea de cómo conducir su descontento), la irregularidad del procedimiento, la inmoralidad de la cámara oculta, la trampa a la señora gritona, la crisis generalizada de autoridad, los jóvenes que necesitan límites, en fin. Es demasiado fácil reinstalar permanentemente en la opinión pública la oposición autoridad-desgobierno o autoritarismo-democracia (es la misma: el sesgo de elegir una u otra sólo depende de dónde esté situada la simpatía pragmática). El caso es que ahora para fortalecer la democracia contra el autoritarismo es necesario primero fortalecer la autoridad contra el desgobierno.

Entonces es hora de pegar un par de gritos en algunas orejas necias. “Es hora de que la política retome la conducción de la educación”. Es lo que se proclama a izquierda y derecha. “La educación es una razón de Estado”, se dice, “y por tanto es cuestión de un amplio acuerdo nacional, y ese acuerdo debe ser político”. No puede uno estar más de acuerdo con esa obviedad conceptual. Sobre todo si se tiene en cuenta que lo primero en subvertirse en tiempos del capitalismo liberal contemporáneo es la relación entre política y economía, entre lo público y lo privado, y que esa es la madre de toda subversión ulterior (la izquierda emepepista, por otra parte, simpatiza históricamente con esa subversión, y eso la hace perfectamente funcional a la lógica pragmática del mercado: adora el mundo privado del rumor caliente, del chisme, del escrache y del nombre propio: el jerarca del MEC que cuelga el video privatiza en la red y los medios una discusión que debía seguramente haber sido público-institucional). Pero esta subversión estructural no es

un irrespeto, un quiebre o una inversión en la cadena de mandos que se corrige o se endereza con un golpe de poder o de autoridad. Es una subversión mucho más profunda, que proviene de la falta o de la retirada de un lenguaje o de una racionalidad (la política) para pensar la locura privada de la economía. Y esa racionalidad y ese lenguaje es lo que algunos esperamos, precisamente, de la educación.

El problema entonces está en saber en qué están pensando el gobierno de izquierda y su oposición cuando hablan de “una conducción política de la educación”, o de “gobierno de la educación”. Evidentemente no se habla del sentido político de la práctica educativa, y ni siquiera de una subordinación del sistema educativo a la política. Se habla del control del aparato educativo por parte del poder de los partidos y del sistema de partidos. Y eso nos sitúa, desde el comienzo, en otro terreno. Se cambian un par de consejeros, se neutraliza al voto sindical en el consejo, se duplican las potestades de la presidencia. [No desconsideremos la circunstancia infeliz de que una práctica sindical torcida, caótica o irresponsable ejercida por aquellos que no entienden la política y que son en parte de las mismas filas que aquellos a quienes les toca ahora ser gobierno y Estado (y no sólo siguen sin entenderla sino que se diría que la entienden todavía menos), parece obligar a ese mismo gobierno, avergonzadamente, a entregar todo el sistema educativo en bandeja (como la cabeza del Bautista) a eso que con una especie de ingenuidad conmovedora todavía llamamos “oposición”. No parece entenderse ya que una práctica sindical, por atroz que sea, no debería nunca afectar la idea de sindicato, o la de la participación del sindicato en la toma de decisiones para el sector.] El sindicato entonces se queja del retroceso de una medida antidemocrática, antiparticipativa y que avasalla la idea de cogobierno (y en esto tiene toda la razón). La oposición política habla de una medida desburocratizante destinada a rescatar la discusión del pantano corporativista mafioso e infantil del sindicato y otorgarle al Estado los recursos necesarios para que retome sin zozobra (y ya sin pretextos) la responsabilidad de

conducir la educación. El gobierno dice incoherencias, como de costumbre, y se sitúa del lado de la legitimidad del aparato y del poder político, y después lo desmiente a medias en el sinceramiento cara a cara de un show radial (ya que el gobierno siempre parece actuar como un perfecto advenedizo cuando se reúne con la prosapia política de la oposición, y luego no puede con la culpa cuando tiene que rendir cuentas a aquellos para quienes dice gobernar).

Y en el fondo lo que se juega es lo mismo que antes. No es la política sino la economía la está cada vez más cerca de hacerse cargo de la educación. Me tocó oír a un diputado frenteamplista (Julio Bango) argumentando que en la Europa ultraliberal la liquidación privada de la educación había ocurrido por una retirada cómplice de la política de la educación (cosa del todo obvia), mientras que Uruguay, país serio, ya había alcanzado un acuerdo para darle mayor potestad a la política sobre la educación. Esta observación no puede no descansar en la ingenuidad o el cinismo de confundir a la política con el aparato partidario de poder político. Quiero decir: son los partidos, plenamente atravesados por la lógica pragmática del artefacto, del beneficio electoral, de los cargos y del poder económico, los que concentran y vuelcan ese poder sobre el sistema educativo —y lo que es peor, sobre la idea misma de educación. Pues detrás de toda esta confusión que se resuelve en un golpe de orden y control está, mudo e impávido, el objeto parcial maravilloso y odiado: un proyecto del consejo llamado Pro Mejora, cuyo titular es un consejero del Partido Nacional (Daniel Corbo), y que resulta angelical en la blancura puritana de su enfoque tecnoyupisobre la educación, el sistema y los centros, hablando de gestión, indicadores, autoevaluación, diversidad,coaching, etc. (habría que haberle hecho frente de otra forma, de una forma crítica, supongo yo). 

5. Se ha impuesto así en Uruguay, después de una historia torpe y penosa, un golpe de poder de naturaleza pragmática para limpiar el campo quirúrgico y poner, de

una vez por todas, al sistema educativo al servicio de la producción, del mercado laboral, del desarrollo, de los buenos indicadores (pruebas, calificaciones, porcentajes, rendimientos, evaluaciones: todos recursos expansivos de la cifra, la lógica misma de la economía). Porque los partidos políticos, a izquierda y derecha, ya no son sino agentes técnicos de economía con el uniforme de una política que nadie sostiene —porque no sabe, no puede o no quiere sostener. Y se diría que la nueva izquierda adoctrinal y con cierto apoyo popular es, si cabe, más puramente funcional al mercado que la derecha: en gobiernos de izquierda, en Uruguay, empieza a funcionar Botnia, crecen las zonas francas, se exporta más que nunca materia bruta sin valor trabajo ni inteligencia agregada de ningún tipo, se menciona la posibilidad de que Bush apoye a Uruguay en una guerra con Argentina, se aprueba la Ley de asociación público-privada, casi se firma un tratado de libre comercio con USA, en fin, la lista puede hacerse larga, deprimente.

Publicado 27th January 2012 por sandino nuñez

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1.

Pablo Romero27 de enero de 2012 13:12

La izquierda siempre termina padeciendo el síndrome de Estocolmo. Durante años ofició en el papel de "rehén que resiste" frente al "perverso mundo neo liberal", frente a la "maquinaria perversa de la lógica de mercado". Y cuando finalmente logró hacerse con el poder del gobierno central, pues, ya ven que Rama es finalmente victoriado y en el terreno de la consideración de las humanidades estamos bastante peor que con los ilustrados liberales humanistas como Sanguinetti ;)) Por eso mismo siempre es mejor que en nuestras democracias la izquierda sea control y no gobierno. La izquierda debe jugar siempre el papel de resistencia y no de gobernante. Me pregunto cuantos de los que recién ahora se "avivan" con el talante liberal de Mujica (del cual viene dando testimonio hace décadas...por cierto, el "escandaloso" Pepe Coloquios era fiel testimonio de la cabecita de Mujica en todas las materias, incluyendo claramente lo educativo....), cuántos de estos metieron alegremente su votito ahí y están dispuestos a seguir haciéndolo, aún después de un primer gobierno de izquierda ya con claras señales de izquierda absolutamente liberal. La culpa no es del chancho...Los liberales de izquierda son los que ciertamente gobiernan este país. Yo los voté a conciencia de ello y en concordancia con mi perspectiva ideológica. Solo me arrepiento de comprobar que Mujica no es finalmente un liberal de talante humanista, que es más pragmático -en el sentido más peyorativo del término- que ilustrado en términos de un humanismo que invite a pensar y a construir desde esa sensibilidad que el liberalismo clásico y humanista invita. Tiene mucha razón lo que indica Sandino, aunque no deja de sorprenderme que se presenten algunas cosas en términos que en el fondo parecen ser una indignada "sorpresa". No sé, es como si se hubiese vivido en una burbuja rosa hasta ahora...hay al menos cierta ingenuidad en el asunto.

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2.

Pablo Romero27 de enero de 2012 13:49

Esto escribía casi al otro día de que ganó Mujica las elecciones:

El primer discurso como presidente que realizó José Mujica en el Parlamento, quizás haya dejado algo sorprendido a más de uno, más allá de que existan o no explícitos y públicos reconocimientos al respecto: mientras la izquierda más radical -desde su diario La Juventud- salió a señalar con marcada indignación que Mujica era “más de los mismo” y titularon su editorial “¡A desalambrar, a desalambrar! pero, para el capital internacional”, enredados aún en viejos y gastados eslóganes, tenemos que la prensa más oficialista (el diario La República) evitó referirse a aquellos aspectos que ideológicamente podrían ser un tanto incómodos para cualquier militante (y quizás para muchos de sus votantes) del Frente Amplio, particularmente los que refieren a las aristas más pragmáticas, de cuño liberal y a favor de una macroeconomía ligada a la vorágine posible dentro del capitalismo actual que remarcó el nuevo presidente. Y para contribuir aún más a cierto estado de sorpresa, la prensa más vinculada a la derecha se mostró casi efusivamente entusiasta con los discursos de Mujica, resaltando precisamente aquellos aspectos que tanto molestaron del discurso a la izquierda radical y a los que la izquierda más “entusiastamente oficialista” evitó referirse.

Para quienes venimos siguiendo los avatares ideológicos de Mujica, sin embargo, en nada nos sorprendió el discurso presidencial en esos aspectos más ligados a un claro pragmatismo y liberalismo político, viejas malas palabras en el imaginario sostenido e impulsado desde siempre por la izquierda local.

De la misma manera, no nos habían sorprendido varias de las declaraciones que Mujica realizara en ese sentido en el polémico libro Pepe Coloquios, tan festejado por la derecha local y tan afanosamente intentado ocultar, corregir o ignorar por dirigentes y militantes de la izquierda (incluso por el mismo Mujica en su momento, por cierto). Aunque, sí debemos confesar que no terminaban de cerrarnos sus coqueteos y pequeñas intrigas de “alcoba” con algunos de los sectores más militantes -y menos moderados- del Frente Amplio, más afines a darle a este segundo gobierno del FA un giro decididamente marcado hacia los viejos eslóganes de la izquierda “histórica”, asentada aún en los discursos de conflictos y luchas de clases. Particularmente, su relacionamiento con la vieja “barra” de ex compañeros de andanzas guerrilleras y los sectores más sesentistas del MPP, pero, sobre todo, con el minoritario Partido Comunista, que pese a tener una escasa votación nacional es muy fuerte en el obsoleto, elitista y poco representativo andamiaje organizativo interno del Frente Amplio. (SIGUE)

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3.

Pablo Romero27 de enero de 2012 13:51

Pero, su público “adiós a la barra”, su finalmente claro y decidido acercamiento a la línea política de Astori y Vázquez -representantes de una moderna izquierda ubicada en el centro del espectro político, que sabe sembrar eficientemente con todas las recetas y reglas económicas del capitalismo global para luego volcar los frutos recogidos en políticas sociales, acompañadas de una mejor justicia distributiva-, y sus primeros discursos como presidente dejaron en claro algunas estrategias políticas y alianzas necesarias que Mujica supo jugar con brillantez. Zorro viejo, Mujica ya declaraba en el libro

Pepe Coloquios la necesidad de contar con los favores del Partido Comunista, sabiendo de su peso en el Congreso de la interna frentista, pero sobre todo sabiendo que manejan buena parte de las bases sindicales, o sea, el sector más conservador y burocratizado que tiene el Estado uruguayo. Y esto es central, porque Mujica ya planteaba en el citado libro que su plan más osado consistía en llevar adelante la madre de todas las reformas: la reforma del Estado. Nada más ni nada menos que el espacio en donde terminan fracasando presidente tras presidente. Y tenía claro que para ello debía tomar un camino distinto al de Vázquez, que no tuvo la cintura política necesaria como para saber lidiar exitosamente con las bases militantes sindicalizadas -y atornilladas al aparato estatal-. Los movimientos de Mujica fueron otros, propios de un brillante ajedrecista político. Aunque hay que ver, claro, cómo termina finalmente la partida en juego. (…) Pero esta vez se habrán de enfrentar a la figura más camaleónica y hábil políticamente que tiene nuestro espectro de dirigentes políticos: el flamante presidente de todos los uruguayos, el hombre que una y otra vez se ha reconfigurado y adaptado a las circunstancias, el superviviente a sus tiempos de guerrillero urbano, el sobreviviente a la cárcel y las torturas de la dictadura militar, el hombre que supo adaptarse a las reglas de la democracia liberal que antes desdeñó y contra la que luchó, el reciclado radical que emerge como moderado socialdemócrata, con una mirada sobre la realidad que deja atónito a viejos compañeros de armas (por ahí anda Zabalza, su viejo compañero de armas, diciendo que Mujica “ya no tiene raíces”), que deja boquiabiertos a sus más acérrimos rivales de la derecha, los que son incapaces de llevar adelante una gestión –y sostener un discurso creíble al respecto- que represente finalmente una teoría política –y un modelo concreto de gobierno- que sintetice lo mejor del liberalismo y del socialismo, de esa vieja y errónea dicotomía con que tantos siguen pensando el mundo. Quizás el tiempo señale que -en aquellas históricas instancias del Congreso del FA de fines del 2008 de cara a elegir el candidato “oficial”- en el afán casi obsesivo de las bases militantes -particularmente las comunistas-, de cerrar el camino a Astori como candidato del FA, por tildarlo precisamente de poseer un afán pragmático y liberal, demasiado acorde a la macroeconomía reinante, no hicieron más que allanar el camino al más pragmático y políticamente liberal de los candidatos posibles.

Es Mujica un liberal en el sentido político clásico (y en más de una ocasión se ha definido precisamente en estos términos) y un

hombre con una visión absolutamente pragmática respecto de la vida política, que ha dejado por ambos motivos (su liberalismo ideológico y su pragmatismo) de mirar el mundo desde los infértiles terrenos de la ideología del conflicto y del todo o nada. Precisamente, sobre esto último se refirió en su primer discurso como presidente y bien vale la pena reproducir sus palabras:

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4.

Pablo Romero27 de enero de 2012 13:52

“(…) creemos que esta idea de la complementariedad de las piezas sociales, es la que mejor se ajusta a la realidad. Nos parece que el diagnóstico de concertación y convergencia es más correcto que el de conflicto” 

“Hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada, son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque. Queremos una vida política orientada a la concertación y a la suma, porque de verdad queremos transformar la realidad.” 

Superar las teorías del conflicto permanente (ante lo obvio de cuestionamientos habituales, vale decir que para todos a estas alturas supongo que debe ser claro que la vida es conflicto y que existen intereses en pugna en todos los ámbitos y órdenes. Pero el asunto es sobrepasar ese estadio por vías del diálogo y el acuerdo y no acentuarlo por vías del permanente desacuerdo fundado en no dialogar con el “enemigo ideológico”), abrir los espacios de debate y superar el conservadurismo (conservadores son ciertamente, como bien señala Mujica, quienes quieren “cambiar” la realidad desde las consignas “revolucionarias” del conflicto y del todo o nada).

Esto, claro, requiere terminar de desterrar las prácticas políticas de imponerse a los gritos y el romanticismo de los “héroes de clases”. Se necesita, en todo caso, otra forma de “heroísmo” y “valentía”, mucho más difícil de poner en práctica. Pues, lo que se necesita es el diálogo sereno, el respeto por las diferencias, priorizar la vía de la argumentación, de la persuasión en base a buenas ideas, como espacio imprescindible de madurez democrática. Sobre todo, se necesita más que el interés de clase y el conflicto permanente, sujetos que piensen y actúen más allá, que piensen efectivamente en el bien comunitario. Y como bien señaló Mujica en ese primer discurso: 

“Nada de esto se consigue a los gritos. Basta mirar a los países que están adelante en estas materias y se verá que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena. Con poca épica, pocos héroes y pocos villanos. (…) Para lograrlo estamos convencidos de que se necesita una civilizada convivencia política”

Valentía que se necesita para llevar adelante esa gran reforma del Estado que se propone Mujica y que implica enfrentar a sus propias bases políticas. Y aunque por ahora no ha habido más que derrota presidencial en ese rubro, sus intenciones y desafíos también quedaron marcados en ese primer discurso: 

“Esa sinceridad y esa valentía van a ser necesarias para llevar adelante las políticas de estado que proyectamos. Para ponernos de acuerdo vamos a tener que rebajar nuestras respectivas posturas y promediarlas con las otras. Y esa rebaja implica líos obligatorios con nuestras bases políticas. Ese va a ser un test de valentía.”

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5.

Pablo Romero27 de enero de 2012 13:54

Y por allí, también esto supondrá digerir que no sólo los “villanos” son corruptos, que la burocracia no tiene partido, que hay que dejar de lado la soberbia moral que suele aparecer cuando nos asignamos a priori una etiqueta de “buenos” y poseedores de las verdades últimas, y aprender esas lecciones que nos impone los límites de la realidad, incluyendo las de la macroeconomía y la de los límites de los finitos recursos monetarios. Y sonaron claras y fuertes las palabras de Mujica al respecto: 

“Por su parte el Frente Amplio, eterno desafiante y ahora transitorio campeón, tuvo que aceptar duras lecciones, no ya de los votantes sino de la realidad. Descubrimos que gobernar era bastante más difícil de lo que pensábamos, que los recursos fiscales son finitos y las demandas sociales infinitas.

Que la burocracia tiene vida propia, que la macroeconomía tiene reglas ingratas pero obligatorias.

Y hasta tuvimos que aprender, con mucho dolor, y con vergüenza, que no toda nuestra gente era inmune a la corrupción.” 

“Una macroeconomía prolija es un prerrequisito para todo lo demás. Seremos serios en la administración del gasto, serios en el manejo de los déficit, serios en la política monetaria y más que serios, perros, en la vigilancia del sistema financiero. Permítanme decirlo de una manera provocativa: vamos a ser ortodoxos en la macroeconomía. (…) Ya una vez quisimos ser antárticos, y producirlo todo fronteras adentro. Nos fue mal, muy mal. Seria criminal no aprender de aquellos dolores y volver a una economía enjaulada y cerrada al mundo.”

(…)

Al día siguiente de las elecciones internas, escribí un articulo titulado “Entre Mujica y Lacalle, voto por Vaz Ferreira” y al día siguiente del triunfo de Mujica en las elecciones presidenciales uno titulado “El día después de las elecciones presidenciales”. En el primero sostenía la importancia del centro político y de los equilibrios, la necesidad de abandonar las viejas dicotomías ideológicas y de buscar políticas de Estado que superaran la fatal partidocracia uruguaya. En el segundo, festejaba el gesto de Mujica al momento de ganar, llamando precisamente a buscar esos equilibrios con la oposición y declarando que en lo inmediato se pondrían a trabajar comisiones que apuntaran a generar políticas de estado más allá de los partidos políticos (hecho concretado ya semanas antes de su asunción, con comisiones que interpartidarias funcionando sobre cuatro puntos centrales: educación, medio ambiente, seguridad y energía). También decía que Mujica “podría ser quien dé un histórico paso en cuanto a lograr quebrar el viejo vicio político uruguayo de gobernar sin el otro, sin el perdedor en esa dicotomía de izquierda versus derecha. El tiempo lo dirá. Y la voluntad política, claro”.

Es bueno saber que las cosas se van encaminando en ese sentido, que Mujica exprese que es vital gobernar “para generar transformaciones hacia el largo plazo”, para “crear las condiciones para gobernar 30 años con políticas de estado”, que más importante que el gobierno de un partido es “un sistema de partidos, tan sabio y tan potente, que es capaz de generar túneles herméticos que atraviesan las distintos presidencias de los distintos partidos ,y que por allí, por esos túneles, corren intocadas las grandes líneas estratégicas de los grandes asuntos”, aunque a los que viven la política como un hincha fanático desde la tribuna del estadio, les resulte casi intolerable tanta moderación democrática. (....)

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