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V CONCURSO “NATALICIO DE LA POETISA ERMELINDA DÍAZ” (Chile, Agosto 2014) Página 1 de 46 «SANDUNGA & PASMAROTES» // Seudónimo: Mustafá Al-Kassim V CONCURSO “NATALICIO DE LA POETISA ERMELINDA DÍAZ” (Chile, 2014) Obra: «SANDUNGA & PASMAROTES» Autor (seudónimo): Mustafá Al-Kassim 1 1 Mustafá Al-Kassim es el Pseudónimo de William Álvarez Montoya, para su obra poética. El autor se desempeña como docente de planta en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Minas, Departamento de Ciencias de la Computación y de la Decisión. [email protected], [email protected], [email protected].

Sandunga & Pasmarotes

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Poemario participante en el V Concurso "Natalicio de la Poetisa Ermelinda Díaz" (Chile, Agosto 2014).

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V CONCURSO

“NATALICIO DE LA POETISA

ERMELINDA DÍAZ” (Chile, 2014)

Obra: «SANDUNGA & PASMAROTES»

Autor (seudónimo): Mustafá Al-Kassim1

1 Mustafá Al-Kassim es el Pseudónimo de William Álvarez Montoya, para su obra poética. El autor se desempeña como docente de planta

en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Minas, Departamento de Ciencias de la Computación y de la Decisión. [email protected], [email protected], [email protected].

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V CONCURSO

“NATALICIO DE LA POETISA

ERMELINDA DÍAZ” (Chile, 2014)

«SANDUNGA & PASMAROTES»

Autor (seudónimo): Mustafá Al-Kassim2

2 Mustafá Al-Kassim es el Pseudónimo de William Alvarez Montoya, para su obra poética. El autor se desempeña como docente de planta

en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Minas, Departamento de Ciencias de la Computación y de la Decisión. [email protected], [email protected], [email protected].

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V CONCURSO

“NATALICIO DE LA POETISA

ERMELINDA DÍAZ” (Chile, 2014)

«SANDUNGA & PASMAROTES»

Autor (seudónimo): Mustafá Al-Kassim3

CONTENIDO

1. Lo putrez de la eidomaquia en la ciudad fusente…………… 4

2. Rutinas ancestrales en la calleja fabulada……………………15

3. Edromaquias & cutreces……………………………………….. 30

3 Mustafá Al-Kassim es el Pseudónimo de William Alvarez Montoya, para su obra poética. El autor se desempeña como docente de planta

en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Facultad de Minas, Departamento de Ciencias de la Computación y de la Decisión. [email protected], [email protected], [email protected].

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Lo p

utre

z de la

edro

maquia

en la

ciu

dad fu

sente

-1- Es fusente la hiel de los reptiles

Se queja en las aceras de su sino

a ritmos de un dolor naranja y verde,

casi le duele la pelambre hirsuta,

casi le hurgan los pies, los alacranes.

En los costados le manan heliotropos,

endechas de un amor moreno y parco.

Sin entender el agrio manojo de uvas y azaleas

que separa la noche del día purulento,

se desfoga de pieles y de cóleras, cadastros,

para signar el vuelo de los nocturnos pájaros

con una estaca negra y bruma de algodones.

En raras ocasiones se da precisa cuenta

que es fusente la hiel de los reptiles

y que las olas duermen

al abrigo de una dársena de armiños.

Le resuma en los ojos cuando brilla la estrella

una pátina obscura de umbría cucaracha.

Y aunque los saurios griten su alobunado discurso

para obligarlo a ir a la urna de plata,

intenta disimular la dureza del lecho

y el nido de quebrantos que es su manta y su abrigo.

Al fín y al cabo- dice-, que sólo es suficiente

un pedazo de espejo para saciar la sed

que ocasiona el ambiguo mineral de la noche...

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-2- Espacio público & Tangomaquia

Al tremor del smog inflexible y horadante,

sudores presurosos, caras abstraídas, cejijuntas,

un gárrulo estropicio cubre el día

con decapitadas ideas y saludos:

agazapado en las esquinas esgrime su aguijón

el endrino escorpión de las ausencias.

Humos y detritos serpentean

en la escarolada estación de las fisuras

que demarca la eficiencia de la planeación urbana.

Lluvia y neblinas en conflicto

no impiden el espectáculo

de la muñeca que baila tango

llevada por las expertas manos y pasos

del tangueador consuetudinario

de las cuatro de la tarde.

Los controladores del espacio público

también se deleitan con los bailadores:

al fin y al cabo, la calle es para todos.

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-3- Rituales migratorios Inextinguible, un Sol naranja y verde

acompasa el vuelo de las uranias rezagadas

en su ruta migratoria a través del continente.

Migajas, detritos de cemento,

desechos del asfalto, trashuman insensibles

a la magia del revoleteo escarolado

entre la prisa polícroma de los circunstantes

y el fragor callejero del mediodía.

Asidas a la indolencia del rebumbio callejero

algunas uranias caen destripadas

bajo las ruedas de los vehículos.

De pronto, una de esas mariposas se posa en mi hombro.

De soslayo, percibo su fatigado aleteo y palpitar.

Suavemente la llevo sobre mi hombro

hasta el otro lado de la vía.

Pacientemente espero unos momentos

mientras la urania se repone

y detecta con su instinto

la ruta milenaria de sus viajes.

Luego, remonta majestuosa el vuelo

y se une a la siguiente oleada de sus congéneres.

Por unos momentos,

fui un pequeño dios magnánimo

que propicio el flujo de la vida prístina

entre la marea citadina de la muerte.

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-4- La cruda realidad de la calleja

En la sombra se acicalan los espejos

que atiborran de luz los corazones

y pueblan al olvido de fantasmagóricos habitantes

y los espacios ciñen la entraña

de la hembra y su fruto ambarino,

innumerable y transparente, silencioso y verde,

deambula por la calleja a obscuras

el decrépito bailador del tango y la milonga

que lleva entre sus hombros un río nacarado y rojo

cuyas aguas fluyen hacia la glauca oquedad

insondable y chúcara.

En la sombra late un beso, fugaz y rubescente,

señalando los senderos de la calleja y río,

quemando los pasos, la memoria,

hollando el desespero y la ceniza,

cimbrando la entraña del cadáver

que sueña con otras vidas, otros cuerpos,

caídos, ilímites, refulgentes entre el polvo de los siglos.

La sombra tiembla y frunce

los pliegues de la boca; el vientre se estremece,

los ojos parpadean ciegos, licuescentes,

oteando la otredad del palimpsesto,

sorbiendo ávidos, voraces,

los momentos donde se cuaja la dársena del sueño,

la máscara del hombre.

La sombra acuna el silencio entre sus ritmos

dotando a los putrescentes habitantes callejeros

con un frenesí de llamas y lagartos,

de ratas y alacranes, de humus y cementos.

Indescifrables, las voces de la sombra

arrullan temulentas la cruda realidad de la calleja.

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-5- La labia procelosa de la urbe

Resurge al alba ese algoritmo que intenta nombrar al día

y sus rituales que se asientan sobre los cuerpos somnolientos

tirados al azar en las esquinas, aupando el centelleo de cristales

y de pasos para decir que la urbe se estremece

y regurgita cadáveres y prisas

entre los ritmos de claxones y de exhostos.

Una avalancha de zapatos y de voces

golpea las esquinas del silencio

donde refulgen al sol los vagones del metro citadino.

Una inconclusa sinfonía señala desde el atrio

esa otra verdad de la existencia:

el mundo avanza desnudo y temulento

destripando consciencias y esperanzas,

orlando los cantos de los párvulos

con vinagres de jacintos y azaleas,

con empanadas de arroz, carnestolendas.

El día inventa nombres, cuerpos, ademanes,

burila en los soponcios de los desechables

lo cáustico del ser y de la nada,

lo lúgubre de ser hombre y de ser gato

-insombre animal de compañía-

la parodia del sermón de la montaña,

Lo incombusto del canto de la hembra.

El día inventa las palabras que se dicen despacio en la homilía,

quedamente al oído del ser amado,

ceñudamente en las armas de los asesinos,

lastimeramente en las manos de los desplazados.

Resurge al alba la claridad que reinventa

esa cruda verdad de la existencia:

la calle es un infierno, un ritornelo de sangres y aquelarres,

donde se cuece a fuego lento la labia procelosa de la urbe

y su algoritmo dehiscente y purulento.

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-6- La calleja está fosforescente y rufa

La calleja está fosforescente y muda

cimbrando en su edromaquia de centellas

cuando pasa el almuecín de los espejos

y el antiguo guerrero de puñales.

Se refleja en el asfalto quedamente

esa cruda verdad, esa otra historia:

el diorama de tu olvido aún transita

por la calleja empedrada de grisallas.

Refulge tu recuerdo entre los pasos

que aventuran su endecha en la calleja

y el diuturno fulgor de mis quebrantos

retorna con su herida y estropicio.

Regurgita su endecha la memoria

en el lago poblado de nenúfares

y existe un escozor, esa otra magia

de la calandria cantando en la ventana.

Prisionero en el vuelo de los pájaros

el diuturno fantoche de la huída

rememora la diáspora en el río,

y la tumba bajo antiguos ciparisos.

Pasa la niña en su nidal absorta

cantando la rayuela de los mares,

dejando en el resquicio de la acera

un refugio de nácar para el verso,

para la voz y el rito del poema.

Gira en redondo el tiempo de la espera

para signar entre el ritmo callejero

esa otra seidad, esa otra duda:

duele el olvido y de su rito emana

la sed y el cuerpo, el corazón del hombre.

La calleja está fosforescente y taja

con su filo rusiente y proceloso

la más fusente dársena del alma,

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el más propincuo anhelo del noctuída.

La calleja está fosforescente y trunca,

con su lengua voraz de madreselvas,

la entraña ruca que los vates visten,

el paso ansioso del postrer deiduso,

la llama ardiente que cifró la estrella

entre los ojos de los desplazados.

La calleja está fosforescente y rufa

cuando el olvido es carne en la memoria

y en la marcha azulenca del cangrejo

cuando la voz del paria se hace añicos

con el tremor del tango y la milonga

entre el perfume de los naranjales.

La calleja está fosforescente y rueda

por el asfalto al ritmo de sonajas

esa ruda catleya del destino

do le plugo el corazón a la Esperanza.

Pasa el olvido en su otredad y noria

acompasando el tráfago del verso

y los rituales flébiles del Numen.

Fluye la muerte entre la vida ciega

y un extraño escozor en los sisimbrios

señala los trasuntos de la iguana

y en la marcha y malvasía del cangrejo.

Retorna a su otredad de los jacintos

el límpido trasiego del fantoche

para ultimar lo gélido del vate

en la diuturna soledad del mundo.

La calleja está fosforescente y rufa

entre los pasos de las suripantas

que ejercen su ritual de las esquinas

y el vómito del mundo y sus asuntos

entreteje la urdimbre y el tramado

y el ruco altazor de la melancolía.

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-7- La rutina del barrio

En el parque del barrio están de plácemes

los venteros ambulantes de helados, crispetas,

“solteritas” y “algodones” dulces, de la buena suerte

y de la lotería, mientras adentro en el púlpito

el sochantre entona la canturía de su homilía

con esa cadencia similar

a la de los políticos en la plaza pública.

Sólo por un instante parece que su discurso

ha acaparado la atención de los chiquillos

cuando inicia –desbordante- un “padrenuestro”

por las “ánimas del purgatorio”.

Pero enseguida, el bullicio multicolor y oloroso

de sus juegos se impone al zumbido de los insectos

en las flores de los búcaros

y al corro agudo de las chicharras

con su cantilena inveterada y licuescente

entre los frondosos samanes.

Y en la fronda cercana

se inicia el canto retobado del ñacurutú.

Retornar a la gastada rutina de aquél barrio

con su algarabía de las tardes en el parque

y sus procesiones “a lo vivo” en la Semana Santa,

es perder un poco de existencia

por sus callejas y sus ceibas, por sus frondas,

por sus tejados y palomas

y en las consabidas plegarias dichas a sotto voce

por las mismas beatas que recuerdas desde niño.

Es recargar un tanto el equipaje de los años

con los desteñidos dioramas del olvido

y las mustias grisallas de la ausencia,

aunque el ajiaco en casa de los parientes

te engrase los bigotes con ese olor peculiar

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de cilantro y de cocina,

vívido aún desde la infancia

en los abstrusos recovecos de la memoria.

Después, la ensayada rutina de las despedidas

que presagia el regreso del año próximo, aún si para entonces

habitásemos el obscuro reino de los muertos.

Inesperadamente, al cruzar esa esquina

donde antaño leías revistas de historietas

antes de la rutina de la escuela,

percibes ese aroma que preludiaba

el paso de ella con el uniforme a cuadros,

los zapatos charolados y la boina

coquetamente ladeada en la cabeza.

Aún resuman su aroma los escombros de su casa

-desde hace cincuenta años-

cuando inadvertidamente al jugar

con el revólver de su padre

se voló la tapa de los sesos.

La higuera aún persiste en

su insombre cantilena infértil

y las palomas rehúyen ese alar y esas paredes.

La calleja aún enseña sus reflejos irisados

cuando estalla el estropicio

de los juegos pirotécnicos.

Es idéntico el ritual conservado en la memoria:

nada ha cambiado, salvo que los niños éramos nosotros

y eran nuestras las estrellas y los mangos.

Nada ha cambiado, excepto que ella ya no está

para recordarlo ni para llevar en la memoria

la prolongación del ritual y de su canto.

¿O si está? ¿Será acaso ese fantasma

vaporoso y triste que circunda los naranjales y las rosas?

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-8- La noche citadina se puebla de grisallas

La noche citadina se puebla de grisallas.

Retorna la voz que erige las nostalgias,

llena de palabras y de árboles,

de cuerpos dejados al azar entre jacintos,

de rostros milenarios, silentes con los ojos abiertos

de topacios, libélulas, hirsutas astromelias.

Resuella en el silencio

ese animal triste de las despedidas

y alarga entre los pájaros azules

sus garras esmaltadas de sangres y cenizas.

La luna lleva una bufanda de azafranes

por si llueve despacio entre las piernas

de la última suripanta en la calleja.

Lleva entre las manos un río de cadáveres absintios

y un collar de nácares

donde refulgen los ojos apagados de los neonatos.

Habitada de cárcavas, relámpagos,

la percanta ilustra a los turistas extranjeros

sobre las rutas del ocio y la venganza.

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-9- Encendida de luces

Encendida de luces y clamores extraños

la ciudad prolifera su oquedad y miserias,

las hambrunas, detritos, escombreras, histerias,

las quimeras podridas, los bolsillos tacaños.

Con los cuerpos silentes del undísono río

la ciudad ejercita su algoritmo de muertes,

su ludibrio y estiércol, su rutina de suertes,

su ritual de esperpentos, su profuso extravío.

Incendiada de pájaros y de vuelos azules,

la ciudad acrisola la otredad del quebranto,

el deiduso artilugio de las manos vacías

con sus rútilas marchas tras los raros bulbules,

la espelunca cubierta con lustrores de espanto,

las cadencias y ritos de sin par melarchías.

-10- Estarcido en la endrina levedad de los astros

Estarcido en la endrina levedad de los astros

desdibuja contornos de callejas y el río;

cimbra lauta en las notas del ustorio extravío,

lobreguez de espelunca, oquedad de camastros.

Auscultan los pájaros la otredad de la noche

y el tramado deiduso de las hembras en celo,

un fragor de los vientos, los sisimbrios en duelo,

van signando la impronta que ha dejado el fantoche.

Con las ondas hertzianas se burilan fronteras

de invisible poder sobre las psiquis humanas,

aunando a la densa obscuridad y desvelo

las inedias y bostas de las etnias rastreras,

el diuturno esperpento de las pibas putanas,

la seidad coruscante de milanos en vuelo.

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Rutin

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-11- El estropicio en la calleja

El estropicio en la calleja

atiborra los instantes de una pátina amarilla,

de estresores, vértigos de humos y claxones,

vórtices atractores del esfuerzo, los pasos,

las manos, los recursos;

llamas, fulgores que acobardan los ojos

y restan expectativas de vida;

en las esquinas pregonan su estrategia los pájaros del miedo,

y los más solícitos detractores de las golondrinas;

los políticos aúnan sus clamores

a la terna de los más altos magistrados,

y amenazan con rasgar sus vestiduras

y aumentarse sus emolumentos, viáticos, primas

y demás prebendas burocráticas

para que el salario mínimo llegue a ser ínfimo;

por su parte, las clases menos pudientes

hacen marchas de protestas, queman banderas,

metáforas de los más altos ideales,

carros, propiedad privada, explotan bombas,

se enfrentan a los organismos de seguridad,

y dejan al final del día la constancia fehaciente

de que la lúdica es imprescindible

para el ejercicio democrático de la gloria inmarcesible;

entre tanto, los desplazados y demás desechables del sistema,

disfrutan del espectáculo

mientras hacen las cuentas de las limosnas recogidas

que suman mucho más, varias veces,

lo del salario mínimo diario.

Pues, al fin y al cabo, los negocios son los negocios.

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-12- El fulgor de la canícula

El fulgor de la canícula estarce los paisajes como un lienzo

pintado de azabaches, gladiolos y agapantos,

figuras disecadas de animales, cadáveres absintios,

cerros erosionados de detritos, escombreras,

y siluetas difusas de mujeres transparentes.

Abundan los huesos, las esquirlas, colgajos

de insectos y pirámides, batracios reducidos

a resecas pieles, árboles quemados, rostros demacrados.

Un huracán de filos, hojas filosas, vidrio desmenuzado

azotan los cuerpos del sueño y la esperanza,

arrancando las sangres, los ojos y las manos,

los momentos insombres, las esquinas del viento,

en las callejas que el río decanta y regurgita.

Erizadas palabras, puntiagudas lenguas,

manos ásperas, pasos acerados que degluten senderos;

surgen los cantos de los párpados cosidos,

las voces estranguladas, las manos cercenadas,

los ojos aplastados contra los volúmenes de los mustios contratos

de las licitaciones; los pájaros azules tasan con sus vuelos

las magras esperanzas del hombre desnutrido,

de la sequía que asola poblaciones

dejando entrever las quejumbres, los huesos derrotados,

las hormigas innúmeras en sus muchos asuntos,

las aguas agostadas y llenas de cadáveres;

siete sendas marcaron las manos asesinas

moldeando las marchas de los desplazados,

protestas rutinarias en la capital, en los atrios

de las catedrales, y en frente de las alcaldías,

reclamando por los desaparecidos;

las palabras sangrantes que bajan por el río

señalando los cuerpos con sus raucas morriñas,

cuando las milongas y los tangos de siempre

burilan excrecencias del día y sus tramoyas.

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-13- La noche y sus espacios

La noche y sus espacios de luciérnagas se puebla.

Espejos ambarinos reflejan las grisallas,

silentes alacranes, sombrías las murallas

acogen displicentes los cantos de la niebla.

El beso de la noche, solercia de canallas,

acuna las cenizas, los límites urbanos,

los pasos de la daifa, el sueño de milanos,

la bruma que atraganta la piel y las agallas.

Irisadas las máscaras del miedo, los bananos,

mandarinas, ciruelas, mandrágoras decantan

otrosí, suripantas lacrimosas, detritos.

Con los pájaros anidan las ansias de las manos,

los vientos inasibles que insuflan y que cantan

dulías de la estirpe, su congoja y sus gritos.

-14- Inmanencias gastadas

Con los vientos definen las distancias sus ritmos,

las luces procelosas de horizontes lejanos,

galopes misteriosos de los cascos urbanos,

solercias del sistema, su eidomaquia, algoritmos.

Las montañas burilan quehacer de las manos

y la exacta medida de la mujer desnuda;

el preciso lamento que a los tangos se anuda

al medrar la vendimia de los gestos humanos.

Inmanencias gastadas en los versos del numen

proliferan endechas de aquél más miserable,

ademanes confusos que lo urbano retrata.

Los orates profusos del rugoso volumen

atesoran la piedra y el tótem innombrable,

la cantiga silente del diorama escarlata.

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-15- Con un fragor de lenguas

Con un fragor de lenguas desgarradas

la lluvia se atiborra de susurros,

de quedos arrumacos de los parias

cuando en sus obscuros cubiles, empapados,

se esconden y perduran la estultez y la eficiencia del sistema.

Alabastros transparentes resumen las nostalgias

y las escorrentías dejadas por el aguacero,

donde los pájaros se bañan a carcajada limpia

y bostezan los gatos y las etnias se fruncen

epilépticas, latidos ancestrales desdicen de la inedia

y de la parodia de las campañas políticas.

Consejas y refranes, regularidades empíricas

observadas desde el inicio de los tiempos,

desdicen los estudios de doctos y de aulas

y fulgen la edromaquia del pueblo y sus trasuntos.

Incendiada de líquenes y de ideas extrañas,

la oquedad del instante seduce las visiones

y los aforismos que dice de memoria

el último guardián de las carnestolendas.

Alcanfores, sisimbrios, ciparisos, arrullan

la diuturna esperanza del pueril citadino

obsedido de alacranes y extrañas filosofías.

Cada acezar a su ritual se ajusta infatigable.

Prosigue el día en su bastión de luces.

Los cuerpos caen.

Cimbra en los cerros un aire huracanado

y las manos callan.

A su cubil de ustorias excrecencias

se recluyen el linyera y el poeta.

Callan los voces, la ciudad se acalla.

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Iridisan las aguas en el río

con los cuerpos que orlan sus vaivenes.

Cada rumor que en la calleja cruza

lleva la noticia a cuatro vientos,

al ritmo de sandunga y pasmarotes.

Caos y ossobucos en la calleja ríen.

Carnestolendas, rituales

de la impronta cultural que nos perfilan.

Yacen rendidos de cansancio

los bohemios consuetudinarios

cuyos ritmos engalanan las oquedades nocturnas.

-16- Un extraño tremor en los suribios

Hay un extraño tremor en los suribios

cuando la noche acuna sus quebrantos

en las cloacas lacustres

donde los neomiserables aprestan sus tentáculos

para rumiar en sueños

la rutina cotidiana de calles y de parques,

semáforos y exhostos, claxones y sudores.

Todo adquiere un lustror de madreselvas

cuando la suripanta menudita

acaricia los ojos ya sin vida del último cadáver de la noche.

En su lenguaje prístino

los cuervos narran la verdadera historia:

Cada cadáver que en la calleja surge

es la ofrenda propiciatoria al tiempo proceloso

y a la Virgen de los analfabetas.

Las aguas undísonas del río

danzan un frenesí, la otra historia,

de los que quedan en este lado del destino.

Y entre los tangos y las milongas

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se narra la tercia historia

que es la leyenda del desencuentro.

Sólo ha quedado entre las hierbas húmedas

la recóndita historia de la tormenta última.

Temblorosas, las rosas que han surgido

desde la noche ambigua.

Siguen croando las ranas despistadas

que van sobre el cadáver

arrastrado por el río turbulento.

A orillas del carnaval bullicioso y polícromo,

resuena la sandunga, los pasmarotes callan,

palpita el rauco treno del destechado último,

cuando se ovilla –febricitante- en un rincón de la calleja.

A orillas del carnaval bullicioso y polícromo

palpita el rauco treno del destechado último,

cuando se ovilla –febricitante- en un rincón de la calleja.

La ustoria sandunga enhebra al tedio callejero

la endecha hirsuta del desarraigo,

cuando el suasorio vituperio de la opinión pública

afina sus dedales de bosta y astromelias

para urdir la trama de parques y de aceras

donde transita y pule su hosco paradigma

el endrino cadáver de las carnestolendas.

Frunce la urbe sus alas de murciélago

donde palpita el rostro que vamos construyendo

entre las cuatro paredes de cemento

donde dormitan alucinados

los más propincuos desechables del sistema.

Urden los pasacalles la sumisa figura de los ancianatos

ante el fragor alocroíta

que destilan los discursos políticos.

La huella que ha quedado en el asfalto,

diuturna la obsesión, escapulario,

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detritos de cementos, alfandoques,

cuando la queja de la tarde se hace espesa

y un olor a canela, clavicémbalos,

trasluce la emoción del desarraigo.

-17- La ciudad con sus ritos la otredad prolifera

La ciudad en sus ritos la otredad prolifera

al compás de los tangos y la ustoria milonga;

los fantoches, linyeras, enarbolan su conga

por callejas y frondas, en los parques y acera.

Estarcida al paisaje con su hirsuta cantiga

la percanta se frunce, regurgita el soroche,

que en su cárcava umbría atosiga al fantoche,

al linyera, al orate, la esmirriada mendiga.

Por el río, cadáveres ejercitan sus trenos,

paradigma y baremo de la nuestra cultura;

suripanta en su rito lo procaz estructura,

la mujer transparente. Su ritual y sus senos.

Nuestros cuerpos se pudren al fragor citadino

y enarbolan la endecha del ustorio destino.

-18- La poca inteligencia del sistema

La poca inteligencia del sistema

huye de los cocteles, de las juntas del comité

y del consejo directivo,

donde los saurios y curacas

ostentan su oropel y pedrería

al ritmo de la entropía

y del ritual alobunado de la luna apocalíptica.

Hay un fragor de soles en conflicto

bajo la radiación de Aquarius y de Hercólobus

mientras en los cocteles pulula

el aspaviento y la ignorancia,

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la ligera contumelia de la historia

y el palpo iridiscente de la iguana.

En tanto, tu transitas

como una sombra rauca y temulenta

en pos de ese diuturno canto de sirenas.

-19- El graznar de cotorras

El graznar de cotorras al caer de la tarde

regurgita los trenos de la ciudad fusente;

engarzada en la lluvia, la mujer transparente

reperfila rutinas de la oquedad que arde

en grisallas ustorias; malevaje en la fronda,

los sisimbrios, percanta obsecuente y ladina,

el diuturno artificio de servil citadina;

con la súplica insombre por las calles ronda

la mendiga cansina de la faz cenicienta;

descifrar el enigma del escombro, detritos,

es rutina del paria que las calles retrata;

basuriega obsesiva, contumaz y sedienta

va marcando el paisaje con su bodrio y sus gritos,

con los tangos burila el diorama escarlata.

-20- Cada voz, cada grito

Cada voz, cada grito, reverbera y se asienta

en los aires hirsutos de la ustoria calleja;

con sus manos, sus ojos, el fantoche se queja

y ludibrios, miserias, en su piel apacienta.

Cada paso que ensaya su trazo dehiscente

señala la algoritmia de fucsias y agapantos,

rituales de cadáveres, dulías y los llantos

que encienden los cristales por la ciudad fusente.

Cada voz, cada grito que se erige despacio

acompasa la endecha del río y las aceras;

los mendigos esgrimen miradas como fieras

y los ritos destripan el tiempo y el espacio.

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Nuestros cuerpos se pudren al fragor citadino

y un diuturno suplicio se enmarca en el destino.

-21- La ciudad se atiborra

La ciudad se atiborra de sisimbrios, detritos,

escombreras; pilongas suripantas, cansinas

las percantas; burilan las manos asesinas

su algoritmo poluto; lobreguez de los gritos

escancían las voces del antiguo sochantre.

Por el río navegan los escombros silentes;

un diorama de olvidos con los vuelos fulgentes,

se concretan cisuras, la estrategia del diantre,

compulsando edromaquias del cadáver deiduso;

los fantoches aúllan con su treno profuso

y en la cárcava umbría donde lánguido yago

se acidula la hirsuta levedad del instante;

surgen lampos difusos, la otredad coruscante,

estropicio y callejas, liviandad del imago.

Nuestros cuerpos se pudren al fragor citadino;

la espelunca vacía, la otredad del camino.

-22- La calleja se baña

La calleja se baña con la luz de la luna

alumbrando la noria de los cuerpos vencidos,

el sisorio esperpento de los más ateridos,

el podrido mendrugo de los niños sin cuna.

Hay un dejo a cobaltos cuando pasa el curaca

en su burda campaña rebuscando los votos

y se asienta en las manos vacuidad de los jotos,

al zumbar de las moscas, los discursos, matraca.

El dintorno escarlata con el rayo de luna

atestigua la endecha, soledad cual ninguna.

La calleja transpira los detritos del hombre

y sepulta en su vientre la seidad del diorama

la cantiga diuturna de la estrige en la rama

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y el manido esperpento del linyera sin nombre.

-23- La calleja se traga

La calleja se traga los vestigios del paria

los transforma y devuelve en procaz sinecura;

convulsivo el fantoche con su vida tan dura

equivoca rituales y la vía contraria.

Siete fueron los trenos que calló la nostalgia

y los siete cadastros del antiguo linyera;

perspicaz la percanta por callejas prospera

y en el cuerpo del vate sólo medra lumbalgia.

Siete han sido los rayos que la luna trastoca

y el diorama de olvidos se abrillanta en tu boca.

La calleja se traga la otredad del malevo,

la estrategia y la ruta, lo procaz, suripanta,

la carcoma y ludibrio que la estrige decanta

cuando pasan imagos, lo procaz del relevo.

-24- Por la calleja ustoria

Por la calleja ustoria el tango que burila

desarraigo y la diáspora de la ciudad fusente;

dehiscencia y misterio, la mujer transparente,

la milonga y los trenos que la oquedad destila.

Los recuerdos de antaño que la calle perfila

con un ritmo inconsútil, montaraz y lejano;

ebrio de pesadumbres, temulento y profano

el paria integra al aire su mirada y rutila

el insombre artificio de la voz hecha añicos,

lo que el sistema dona lo acuna entre las manos,

mendrugos que no duran el vuelo de milanos

y líquidos insanos, desechos de los ricos.

Y en la cárcava umbría, con deseo vehemente,

le atosiga los plexos, la mujer transparente. 14/600

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-25- El cantar de los vientos

El cantar de los vientos con su voz enarbola

al cetrino fantoche de las melancolías;

el sistema lo postra con sus raucas dulías

y es carcoma inclemente la su vida tan sola.

La espelunca vacía le aglutina los trenos

y le frunce la entraña un procaz disparate;

lo cutrez le palpita en los sesos de orate

y los dioramas de olvidos con sus crueles venenos.

Rememora en las noches al tremor de la luna

las delicias exarcas en la piel de la amada,

el deliquio inconsútil de algoritmia escarlata,

las cadencias del tango con su voz cual ninguna.

El cantar de los vientos los instantes le horada

y ese rayo de luna su recuerdo retrata.

-26- Fusente el augurio

Fusente el augurio que llega entre los astros

y la faz rutilante que trae la nostalgia.

Acaso con su canto

la alondra regurgite el obscuro misterio

del tango y la milonga

cuando la noche apresa la insoluble substancia

conque urde el gatopájaro

su celo y su mirada,

conque trama el olvido su rostro y artilugio,

conque ensaya la muerte su danza y sortilegio.

Cada verso resuena

en la cárcava umbría donde medra la ustoria

levedad y conjuro de ese diorama y canto

de la noche ultérrima do a la seidad le plugo

su silencio y su niña, su oleaje y su espuma,

bajo el vuelo silente de los alcatraces.

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Insectos diminutos brillan a la luz de las lámparas

mientras burila la nostalgia

su rostro con los tangos

y milongas que vibran con su ritmo fusente

allí donde antes hubo

la sonrisa y la mano, del amor la ternura

en la ustoria y acuosa levedad del desvarío.

Cada nota un adagio que aletea y revela

la huella imborrable

dejada en la umbrosa humedad del olvido

donde la soledad esgrime

sus ustorios puñales

y se hace tango y milonga el grito primigenio

del sochantre y la daifa, el aye sitibundo del garufa y la piba,

con la ultérrima cantiga de las ballenas últimas.

Endrino, estertoroso, aúna al desparpajo de la tarde

su ultérrima morriña.

Por la boca espumosa regurgita

los últimos deseos de la estirpe.

Un círculo cerrado de urubúes

señalan el presagio milenario

desde el edén primigenio

inserto en la otredad del desarraigo.

Cuatro palomas en la tarde trazan

la huída de los vientos.

Y hay un lampo de luz sanguinolento

en el rostro del cuerpo ya cadáver.

Ululan los claxones a destiempo

señalando la ruta del silencio

y la obscura y cruda hora

de soledad y de olvido.

Una cantiga se escurre tras los vientos

en la undosa oquedad del desarraigo.

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Cuatro locos de atar y cinco gatos

señalan la otredad de la manigua.

En tanto la endecha de los sabios

ondea su pendón a sotavento

en la nao diuturna de los locos.

Una gaviota emigra

hacia el cuerno sin luz de la esperanza

y hay un estertor sangrante y una herida

en la marcha primaveral de los cangrejos.

Se diría que es hoy la fecha exacta

para urdir el tramado de la esfinge

o el algoritmo de arroz y de cobaltos

de la umbría suripanta de las tardes

recostada a la esquina del cansancio...

-27- La calleja fabulada

El ojo estaba inmóvil ante la absorta mirada de la luna.

Por la calleja iba y venía la rufa estela de los pájaros del llanto.

Y se escanciaban pequeños los instantes

por entre la polvareda de las dudas,

logrando que el acertijo pendular de las esquinas girara en redondo

y cercenara las manos y las voces del tango y la milonga.

El ojo estaba inmóvil. Escarolados los dientes del naufragio.

Y la prisa iba y venía, subía y bajaba,

asida al desparpajo de las sombras.

En el muro transparente de la noche se escribían una a una

las letras refulgentes del proscrito diorama de los desplazados.

El miedo se escurría entre los dedos y en los labios serpenteaba

el amargo sabor de las despedidas.

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La voz estaba inmóvil. La luna pintaba desde el patio

el ambarino arabesco de las incertidumbres.

Nadie osaba mirar. Nadie osaba andar ese sendero,

saborear ese acertijo, asir el color de los momentos

o la medida exacta de los presentimientos.

La duda ondulaba pendular, dehiscente,

Indagando, explorando, entre los despojos de los vientos

por el principio de la mirada,

por el origen de las manos,

por la causa de las voces,

por el inicio de los pasos.

¿A dónde se ha ido el sacrificio de los corazones?

¿Por dónde se han marchado el azafrán de las sonrisas

y el arcoíris de las miradas?

Transparentes las hilaturas del zodíaco han acunado entre los lechos y

los ríos el algoritmo magnético de los caracoles

y la aguja broncínea de las noches y los días,

que señala un azimut hacia la cárcava del viento.

El ojo estaba inmóvil en la calleja fabulada.

Innúmeras, las voces desataron los corros de libélulas

por entre los ramajes de los tamarindos estériles

y la ceiba escarolada de los vaticinios.

Ninguna de las voces logró desatar el ritmo de los desvaríos

ni el vidrio roto de las esperanzas.

¿Eran tres icosaedros o siete pájaros azules

los que danzaban por entre la bruma de los ciparisos?

Echaron a andar, parsimoniosos, los siete jinetes del desastre,

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quemando con sus bocas fulgurantes lo ríspido del beso,

la quietud del ansia

y los lienzos pintados de arreboles y de pájaros, del paisaje urbano.

Entre los humos del incendio, salían despotricando

los rombos desarrapados de los sicofantes,

las esmirriadas esferas de los neomiserables de albañal,

los triángulos decapitados de los vendedores de ocasión,

los conos truncados de los asesinos.

¿Cuál es el perfil del miedo y el algoritmo de la desesperanza?

El ansia volvió sobre sus pasos

y desató los ritmos de las tesmoforias.

Los dioses tutelares del carnaval brindaron al unísono,

cabrioleando de arriba abajo,

por la calleja fabulada,

llevando a los resquicios del llanto de la iguana,

un silbido de nácar para la voz del hombre.

Por enésima vez, el miedo recorrió

la página transparente de la noche,

el llanto hizo dúo con el corro de libélulas

y los pájaros del fuego se hicieron humo y cenizas

en los ritmos nostálgicos del tango y la milonga.

Y la mujer de pasos menuditos desgajó sus lágrimas

sobre los ojos inmóviles

del último cadáver de la noche.

La calleja, entonces, abrillantó los fucsias del quebranto

y el trazo de ambarinos arabescos de la luna en el frondaje,

acompasando los trenos del ñacurutú somnoliento…

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Edro

maquia

s &

cu

trece

s -28- La voz primigenia del sochantre

Late muy adentro la voz primigenia del sochantre.

Un reguero de escamas amarillas

señala la ruta y el sendero

hacia los pájaros extraños del deseo.

Su ritual de voces y de luces

traza el símbolo oculto

que desata la fusente atracción

hacia la dársena de armiños

y ballenas moribundas.

En su cárcava habita la magia y el misterio

rondando la diuturna levedad del olvido,

la oración, un pájaro que irisa ante la bruma

y un sol de obsidianas y cobaltos.

Cada gesto desata la sombra procelosa

y un desfile de raro sortilegio y malvasía.

Late muy adentro la voz primigenia del sochantre

con su atracción fusente y misteriosa.

La caracola apura su treno y situación

al influjo de la ola y el esputo

que arroja de lo alto la gaviota.

Bastaría un desliz del somorgujo

para saciar la sed de la clepsidra

o el vuelo sitibundo del milano.

Pero un augurio evanescente

esgrime su carcoma y la ustoria levedad del desarraigo.

A cada paso, un fantasma

repite las palabras que desde siempre

han estado vibrando entre los astros

para señalar la hora y el momento

en que la dehiscente suripanta de los mares

brindará la delicia de su sexo

a los diuturnos habitantes de la niebla.

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-29- Deja que el momento

Deja que el momento acuchille y horade

con su burdo algoritmo,

que estruje y carcoma, que retuerza y reseque.

Deja que el momento acuchille y horade

la piel, la esperanza,

la vigilia del hombre, la seidad innombrable.

Deja que el momento con su sordo aleteo

sojuzgue y someta a su crudo estropicio

la pelambre y el canto, la palabra y el ojo,

el deseo y la sombra.

Observa, observa, observa su paso taimado

su ponzoña y su hiedra, la sagaz algoritmia

con que ciñe tus lomos y tu voz y tu entraña.

A su ritmo de grave soledad y morriña

acompasa tu endecha y alimenta tu numen.

Deja que el momento, diuturno y ustorio,

se atragante de olvidos, de silencio y saudade,

para que en los flechastes

la cariátide mansa del Acuario, auriga,

desentrañe el misterio que abrillanta su rito

al compás de los tangos y milongas de siempre...

-30- Un rasgueo melifluo

Un rasgueo melifluo de la umbría guitarra donde brilla la espuma,

do las pieles se aúnan a la sombra y misterio.

Un silbido que brota, afilado e incisivo,

transparenta la nota que retrae a su cueva de fulgor innombrable

la ternura y caricia del Amor y su clave.

Tres palomas que vuelan en la noche sin rumbo

mientras un tango desgrana melarchía en la esquina

donde el paria se traga una a una sus penas,

do los gatos se ovillan y se duermen los perros.

Esa dama que llora por la casa vacía

sin que nadie se atreva ir con ella a llorar.

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Ese raro artilugio que se aúna a la noche

y se aferra al resquicio donde brilla la luna.

Esa cruel vanistoria que los sinos decanta

y tremola en las ingles su vasar y su historia.

Calcinados de hastíos se amodorran los estros

y una magia de ritmos licuescentes y raucos

se abrillanta en las dunas donde medra el cangrejo.

La mujer catenaria con su risa candente

se desfoga irrisoria sobre el nácar de un sueño

y en su extraño esperpento de la carta y la sábana

cimbra fiel la milonga de oficial excremento.

Cataloga un experto la prosapia gatuna

que se ve en los espejos de la noche sin luna.

Y en el ritmo estentóreo del ladrido de un perro

la mujer se cobija con su hombre y su almohada.

Frente al mar la palmera es cadencia de brisa.

Y en el canto suasorio del locuaz avenate

se acomoda en los cerros sagital disparate.

-31- La carcoma inclemente

La carcoma inclemente del olvido diuturno

con su ustoria ponzoña y con su obscuro coturno,

apachurra y horada la seidad de la iguana,

la ternura del ángel, la esperanza del paria.

En su cárcava umbría, contumaz, solitaria,

la noctuída se frunce en su nidal, marihuana.

Suripantas y daifas, los gamines y el nauta

van danzando drogados, van tañendo la flauta.

La preñez de la esfinge. La carcoma inclemente.

Las mostrencas grisallas en el sexo candente.

Sofrosines simiescos del escarnio urticante

donde esgrimen los locos su locuaz disparate,

su cardumen de histeria, su profuso avenate,

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su diorama de olvidos y su cendal coruscante.

Carnaval y bullicio de la noche que estruja

con la voz de las ratas, la seidad de la bruja.

La profusa grisalla del olvido diuturno,

soledades, silencios de un andar taciturno,

apachurra un cadáver en la tarde que irisa

bajo fútiles rayos de un diorama innombrable.

Con la boca espumosa un gamín, desechable,

agoniza en el suelo sin amor ni camisa.

La seidad coruscante de la daifa y la iguana

se amodorra al cacumen de ritual marihuana.

La carcoma inclemente del diorama de olvido,

La grisalla mostrenca del mostrenco vagido,

acobardan la endecha y tesitura del numen

y la gracia morena de la audaz suripanta.

La preñez de la esfinge, la morriña levanta,

cuando enseña a los vientos su ternura y volumen.

cada vez que se queja sitibundo mi gato

abrillanta la luna del gamín su alegato.

Soledades y olvido. La inclemente carcoma.

La grisalla diuturna que en la noche se asoma

al connubio sangriento del cangrejo y la iguana.

Formatriz esperpento del diorama poluto

donde esgrime la daifa su erotismo y su esputo,

Y al compás de los tangos la percanta se ufana.

La sirena postrera por la dársena finge

que es debida al zodíaco la preñez de la esfinge...

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-32- Cuando cantan urracas los versos del demonio

Algo medra en la hirsuta levedad del momento

cuando parlan vecinos de lo más y lo menos;

y las llagas afloran con amargos venenos;

son más densos y agrestes los cantares del viento.

Es más fuerte el crujido de las hojas al paso

de la antigua y silente memoria de los huesos;

por la fronda resurgen con sus vuelos aviesos

los extraños bulbules de María y su trazo.

La calleja se puebla con los rostros del hielo

y la sombra y presencia del fantoche y su combo,

el linyera del íngrimo trasegar y lamento,

el mendigo hilarante de la cruz en el suelo,

la percanta sabuesa con su risa de rombo,

la servil suripanta y los cantares del viento.

Con los alcaravanes llegan lampos de risas

estentóreas, raucas; sobre los anaqueles

se retuercen los cuerpos entre viejos toneles

que emasculan los ojos, las callejas, las brisas.

Surgen rucos adagios de los negros asfaltos

do los parias adquieren el cetrino semblante,

el andar temulento y la otredad coruscante,

la cisura del día, lo cutrez, los asaltos.

La llovizna en las manos, artilugio del sueño,

las palabras de fuego, la mujer transparente

engarzada en el falo, pizpireta y deidusa;

con los siete clores se disipa el ensueño

de cadáveres mustios que nos pelan el diente

al tremor de los tangos, la milonga profusa.

Golondrinas y daifas en los parques y calles,

chocolates, palabras de diversos sentidos

alebrestan los locos de los ojos manidos

y el vibrar dehiscente de las piernas y talles.

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De silencios y diásporas parlotean esquinas

con los cuerpos tendidos en andenes y pastos;

despotrican los líquenes, escombros y canastos

del último aguacero, de corrientes, letrinas.

Se acobardan los cuerpos vencidos de materia

cuando canta la urraca los versos del demonio

sobre cómo se logra enloquecer de callejas,

de milongas y tangos, detritos, y de histeria.

Con las hembras en celo se forma un pandemonio

y se fruncen los sexos y se enarcan las cejas.

En la casa, el silencio se adorna de memorias.

Alguien reza despacio con la muerte en las manos

y se orina y defeca al volar de los milanos.

Por el río, cadáveres de raucas vanistorias

van trazando la impronta eficiente del sistema,

y se pudren los ojos de fantasmas desnudos;

la mujer transparente que olvida los saludos

es la endecha silente de un extraño fonema.

Caramujos, samanes, rememoran la niña

ocelada y de blanco por la umbría espelunca,

donde cantan los párvulos una esperanza trunca

y se anudan al numen la otredad, la morriña.

Cada voz temblorosa se mira en el espejo

y en río, el cadáver, de la luna es reflejo.

La memoria se viste con la luz dehiscente

que en la fronda trasiega y en la obscura calleja

se sacude los cuerpos do el sistema se aleja

y sucinto musita por la ciudad fusente

las endechas del paria y la mujer transparente.

bajo costras y párpados y pieles se deja

ver la historia, prosapia del tiempo que se queja

signando en el silencio y la iguana, diferente

perspectiva, la faz de la ortopedia y del grito,

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desangrado vestigio del hombre proceloso;

un rumor de branquias y oropéndolas proclama

rubescente la herida del tiempo y su detrito,

soconusco del trásfuga endrino y silencioso,

la lengua obscurecida con que la muerte llama.

Inmerso en el enigma de la esfinge, calibra

el sabio su espesor de las curvas y violines,

pasmarotes, sisimbrios, lo fugaz, sofrosines,

la medida del ojo y de la idea con que vibra

sencillez de lo oculto, la prosapia del numen,

fervorosas las voces del quebranto, la mira

auscultante del viento y su rugoso volumen

donde consulta el rastro la mente que suspira

y se arruga la piel, las entrañas de la niebla;

un vistazo a la muda secuencia de los astros

corrobora el aserto milenario y preciso

por el cual la calleja se dilata y se puebla

de milongas y tangos, de luces y cadastros,

la algoritmia de estriges, la mujer y su riso.

Por los álamos cimbra un canto de mujer, huella

del día y de la noche procelosa y cetrina,

los ocultos fulgores, la servil citadina,

la medida de ausencias, la premura que sella

las voces y las manos, aguas de las espumas

montaraces, los sueños del fragor y de la nada;

los quemantes silencios del samán y la rada,

caramujos y ondinas, la seidad de las brumas.

Por las aguas del río se ha perdido la cuenta

de los cuerpos roídos que el sistema cimenta.

Y en las calles del ruco quehacer citadino

cimbran raucos los gritos del otrora sochantre,

ataviado y poluto con los ritos del diantre,

entre humos, claxones, de un lagar ambarino.

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Duros párpados crujen ante la luz del día

y taladran los ojos un umbroso paisaje.

Giran, giran las aspas, se esclarece el frondaje

dando paso al fulgor de irisada malvasía.

Nuestra Tierra es un hombre caminando en el cielo

y nosotros, gusanos sobre su piel de piedra;

la carcoma inclemente y el crecer de la hiedra,

en la garra y el pico del milano en su vuelo.

La avidez y los vértigos del tiempo y del espacio

en las manos se estrujan tras la ustoria quimera

de poder trascender la brevedad de la vida;

horizonte irisado del azul y el topacio

nos demarca el trasunto hacia la muerte certera

y el recuerdo silente en la existencia vivida.

Vuelan, vuelan los pájaros en la noche sin luna

señalando las rutas hacia el culmen ansiado.

Una lluvia profusa sobre el barrio ha dejado

los fruncidos presagios de la magia versuna.

Cala, cala despacio sobre todos los huesos

ese raro artilugio de la audaz suripanta;

por las calles y aceras lo cutrez solivianta

el asombro diuturno de los ojos aviesos.

Sigue, sigue lloviendo por la umbrosa calleja

anegando las manos de carcoma y tristura;

y el recuerdo irisado de esa bella figura

en los ojos cansinos, lobreguez de la queja.

Empapado de lluvias el mendigo trastoca

la visión escarlata del diorama en tu boca.

Lo que somos y soportamos siempre, lo inútil

de la voz y las palabras, la inedia del día,

lo voraz de la noche con su ruca dulía,

acunando la hambruna, lo cutrez y lo fútil.

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Lo que siempre anhelamos en la umbrosa espelunca,

las secretas cenizas de los cuerpos vencidos

vertidas en las manos y en los ojos manidos,

lo que siempre esperamos y no obtenemos nunca.

Y devoran los soles el trasiego del hombre,

la otredad de sus pasos, con su voz, su mirada;

la premura en su sino, la estultez en su boca,

la difusa grisalla de la súplica insombre,

el no-ser de su grito, lo trivial de su nada,

y ese rayo de luna que su anhelo trastoca. 140/940

-33- Edromaquias & grisallas del olvido

Cuando extiendes tus brazos y me abrazas muy fuerte

surge un lampo de dicha de los cuerpos trenzados,

que acompasa rituales de los sinos lanzados

entre estrellas fugaces de la fúlgida suerte.

Esta noche de luna con el rito y sochantre

enarbolan los pájaros su diorama escarlata

y entre el vuelo del ala su plumaje aquilata

un lagar de cobaltos, la estrategia del diantre.

Esta noche de luna, la mujer y sus trenos

y la ondina en la rada, su ritual, sus venenos.

Un acervo inconsútil la calleja ha dejado

entre rútilas danzas del diorama de olvidos,

las mujeres de luto con sus raucos gemidos

van sangrando el paisaje, los designios del hado.

Por seguir tras tus pasos me he gastado la vida

en las redes ustorias del ritual inconsútil

persiguiendo esperanzas, utopías, lo fútil,

en la umbrosa calleja de saudades transida.

Con los pájaros rojos un paisaje de azules,

el antiguo estrellero de los astros venido,

la vendimia del hombre que el andar ha sabido

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tras el vuelo y la endecha de los raros bulbules.

Con el claro de luna que los ritmos trastoca,

un diorama de olvidos hoy te nombra y evoca.

Por seguir tu destino de morriña poluta

trasegué los marjales, y la rada y la queja,

con rituales profusos de la hirsuta calleja

donde surge algoritmia de la edénica fruta.

Un diorama de olvidos atosiga en tu sexo

la seidad del sochantre de procaz vanistoria,

la grisalla dantesca de tu risa y tu historia,

la oquedad coruscante del malevo convexo,

y la arritmia sonora de los tiempos sombríos.

Un diorama de sangres, levedad de tu olvido

y el desastre profuso de los astros venido

acompasa al connubio ya plagado de hastíos.

Cada vez que en el río se ensangrienta la noche

surge el treno profuso en la otredad del fantoche.

La ciudad se reviste con el ritmo del día.

La calleja retorna a la angustia y saudade,

la solercia del paria que los rumbos invade

y al proscrito chirumen con su obscura grafía.

Cierto dejo en el paso del diuturno mendigo

preconiza la endecha de los pueblos vencidos,

la miseria y la noria de los raucos olvidos,

la alharaca del numen cual cimero testigo

de que surge la inedia, la invasión del soroche,

la profusa morriña en la otredad del fantoche.

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-34- Esa muchacha que se mira en el estanque

Esa muchacha que se mira en el estanque,

formado por las lluvias torrenciales del verano,

en la calleja ustoria y temulenta,

tiene un no-sé-qué de astronomía, vagas reminiscencias de walkirias

rodeadas de espigas y palomas.

Algunos han conjeturado que es La Poesía

que viene cada mil años para hablar con los/as poetas de la Tierra

sobre cosas banales y astromelias.

Otros argumentan que es una vulgar vagabunda

que se detuvo allí por trivial curiosidad

atraída por la luz cerulescente

de la luna ensangrentada que parla con el cisne.

Alguien más ha manifestado

-como quien sabe exactamente del asunto-

que sólo es la vecina de la esquina buscando un poco de agua

para lavar las heridas que dejó el verano.

Bien, para disentir de todos ellos/as, digamos –sencillamente-

que sólo es una muchacha que se mira en el estanque.

Pero llegan los burgueses y curacas, seriamente,

con sus poses académicas consuetudinarias

y pronuncian sin miramientos un discurso en el cual halagan

a la juventud, los buenos modales, las rectas costumbres

y la disciplina hogareña, y en un descuido del auditorio

le hacen propuestas lascivas a la muchacha.

Sin embargo, los comerciantes y vendedores de ocasión

dicen –entre su gritería- con esa voz de pianola constipada

con que venden cachivaches en las calles,

que es simplemente la Diosa del Comercio

vaticinando el porvenir de la economía.

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Las amas de casa –más pragmáticas- sin aspavientos manifiestan

que sólo se trata de la boba del barrio

mirando por primera vez su rostro reflejado con la luna.

En fin, para contradecir a todos ellos/as, digamos –sencillamente-

que sólo es una muchacha que se mira en el estanque.

-35-Tal vez porque eres luna

Tal vez porque eres luna y viento y acicate

y señalas mi luz de olvido y suerte

regresas cada noche en el poema, y en las aguas undísonas del río

y en el rito de la estrige entre la fronda

por la calleja ustoria y temulenta.

Tal vez porque eres tiempo y canto y lágrima,

hirsuta y dehiscente, entre las sábanas, retornas la memoria

a lo que es suyo cuando pasa el fantoche con la luna

y se desangran los cuerpos en los cerros.

Tal vez porque eres ave de otros vuelos

y adornas las distancias mientras llueve con tu estela

de mandrágoras y cantos, regresa la caricia entre los versos

para pintar de azul las astromelias y agapantos.

Un canto de saudade en la calleja

entreteje la estrige entre la fronda para orlar lo diuturno de tu vuelo

con esa inmensa sinfonía del silencio.

Tal vez porque eres muerte y vida y sangres

señalas la tragedia en el recuerdo y el diorama de tu cuerpo

en aquél cerro cuando pasan migratorias las uranias

que abandonan las herencias de sus ritos

y el vibrátil ritornelo del Amor en aquél parque de ceibas

y arrayanes, cruzado de piel, de muérdago y clepsidra.

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Tal vez porque eres magia rauda te ocultas

entre los ciparisos y sus llantos y retrotraes transparente

entre la niebla las tardes del Domingo con Beethoven

y la saga de Mozart en los prados.

Ignoro en cuáles vuelos presurosos te refugias fugaz,

entre los sueños, para signar despacio en el abrazo

la férula del mal y de sus planes, para llegar tan quedo como el fuego

a mi nicho del ser y tu recuerdo.

Tal vez porque eres Ángel y Demonio permites que el olvido

aún propague la solercia de tu risa y de tu llanto

entre el tráfago del viento y de mi almohada.

Tal vez porque eres luna y viento y acicate

señalas el olvido entre mis versos, por tantos vuelos de saudades

perseguidos, y la condena del recuerdo entre los sueños

cuando suenan las milongas y los tangos

y son de sangres las voces de los vientos

por la calleja hirsuta y temulenta.

Tal vez porque eres luna y vuelo y acicate

regresas noche a noche en el poema para urdir las memorias

del olvido, y el llegar siempre insombre de mis versos…

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-36- Cutreces de eromaquias

Todo en Ella era gracia de la luz, la osadía

de sus labios, sus manos, su mirada y su andar.

En su cuerpo la magia de los dioses traía

y un extraño artilugio con su gesto y su hablar.

Un derroche en los astros cada noche tenía

y en su voz la eidomaquia se sentía aflorar.

Cada paso en la senda con Amor lo sabía

y era dicha en los ojos sólo verla pasar.

La euritmia en su cuerpo hoy la fronda retrata

y un diorama de olvidos su caricia escarlata.

Todo en Ella era gracia de la luz y los astros,

crisopeya diuturna de su sino en el mío.

La enterré aquella tarde con ademán sombrío

y en su gesto y su magia sólo llueven cadastros.

Incombustible diorama su boca que reía

bajo la tarde ustoria del rufo carnaval;

sus ojos tan brillantes, tan glaucos como un mar,

su risa que vibraba, su piel que fue tan mía.

Trasunto ineluctable mi vida en su destino

al son de la milonga y del tango fatal.

Un hado misterioso signó nuestro camino

de hirsuta psicodelia y del hálito del mal.

Recuerdo es la ternura de su pecho en mi pecho

en el silencio ustorio de la noche estrellada,

la noche que conserva su risa y su mirada

y el insombre deliquio de mi cuerpo en su lecho.

Al ritmo de los tangos bebí de su ambrosía

y de su mano de ángel perdí toda cordura.

Mas hoy se pudre en silencio en la fría sepultura

su risa que enervaba, su piel que fue tan mía...

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Con tus ojos podridos inmersos en la tierra

han medrado raíces, astromelias, las flores,

los silencios de aromas, los vistosos colores

conque visten tus manos el misterio que encierra

el olvido diuturno con la magia del numen.

Han pasado los años en tu cruz y en tus huesos

anegando de inedias el ritual de los besos

y llenando de versos la seidad del cacumen.

En la rada, samanes, caracolas, la ondina

rememoran los trenos de tu rudo destino,

la euritmia silente del rocoso camino

donde medra La Esencia que lo fútil calcina.

Nuestros cuerpos se pudren al fragor citadino

bajo el látigo fusco del lagar purpurino.

Un fragor de fusiles enarbola el hastío

del manido sistema con su cruel malevaje.

Un diorama de luces, putrescente el celaje,

con su ustoria morriña y soledad por el río.

Los cadáveres pueblan el urbano paisaje

mientras bajo los puentes se aglomera el gentío

de los parias sin nombre con su rasgo sombrío,

con su hambruna incesante y su raído pelaje.

Es el fruto cimero del sistema corrupto

que reemplaza al humano por la máquina fría,

que genera miserias con su audaz exabrupto,

que escarola los cerros con el miedo escarlata.

Y en los versos del numen de locuaz melarchía

va danzando el curaca revestido de plata.

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Se han podrido tus huesos en tu cárcava umbría

al tremor de los astros del zodíaco severo;

ha trazado crudeces, el rigor del sendero,

el diuturno artilugio de otredad, melarchía;

caracolas, sisimbrios, los samanes, la rada,

la memoria incombusta de tu aciago destino,

los cangrejos, las dunas, la ruindad del camino,

el ustorio algoritmo del no-ser y la nada.

Se han podrido tus huesos y la vida que pasa

va agostando los ojos, nuestros pasos, las manos;

un hirsuto presagio del volar de milanos

va trazando la ruta que los élitros tasa.

Nuestros cuerpos se pudren al fragor citadino;

la grisalla mostrenca va horadando el camino.

La carcoma inclemente de la ürbe y la vida.

La espelunca este hogaño es de grisallas transida.

El profuso algoritmo de la inedia y del hambre

le compulsa la entraña, los cojones, las pieles;

la bandurria cimbrando, con sandunga, ukeleles,

va el curaca ladino con su trama y su enjambre.

Nuestros cuerpos se pudren al fragor citadino

mientras riela la luna con fulgor ambarino.

La grisalla mostrenca de los astros venida

va horadando las pieles, las miradas, la vida.

La cucaña escarola su cendal de quebrantos

en el culmen ustorio de las raucas dulías;

con un verso en los labios, la seidad, ordalías,

del diuturno esperpento de los gélidos cantos.

Nuestros cuerpos se pudren al fragor citadino

mientras danza el curaca en su algoritmo ladino.

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Nuestra vida que pasa trasegando callejas,

burilando cantigas, lo cutrez, cantilenas;

y tasando los bordes de las fútiles penas,

las grisallas, dioramas de inconsútiles quejas.

Nuestra vida de insulsa soledad y dulía,

laberintos, sandungas, pasmarotes, saudade;

la diuturna estrategia que silencios invade

con su lastre de ustoria y contumaz melarchía.

Nuestra vida se pasa perfilando la idea

del control, la avaricia, lo sagaz, la riqueza,

y se anega de tramas y de urdimbres, pobreza

de las manos vacías, la seidad que moldea

nuestros cuerpos podridos al fragor citadino

entre estiércol, cutreces, lo mendaz del destino…