Sasturain Juan - La Patria Transpirada - Argentina en Los Mundiales 1930-2010

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JUAN SASTURAIN

La patria transpirada

Argentina en los Mundiales 1930-2010

EDITORIAL SUDAMERICANA

BUENOS AIRESIMPRESO EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depsito

que previene la ley 11.723.

2010, Editorial Sudamericana S.A.

Humberto I 555, Buenos Aires.

www.rhm.com.ar

ISBN 978-950-07-3201-7

Esta edicin de 5.000 ejemplares se termin de imprimir en Printing Books S.A., Mario Bravo 835, Avellaneda, Buenos Aires, en el mes de abril de 2010.

Este libro fue y es para el Negro Fontanarrosa

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LA PATRIA TRANSPIRADA

Para entender la pasin futbolera no se puede empezar por los estridentes Mundiales: ste es el lugar al que hemos venido a parar. La prepotencia de lo que nos ocupa y ocupar la tensin y la atencin por estos das semanas saturadas de pantallas de fondo verde, trastrueque de prioridades laborales, alteraciones de sueo y de conducta, amores y/o parejas en stand by slo se puede entender como punto de llegada, una desaforada ceremonia universal en la que se le pasa lista prcticamente a todo el mundo. Pero todo lo que significa el ftbol viene de mucho ms lejos; o de ms cerca, mejor. Porque en el comienzo es slo la pelota y la amistad, con ella misma y con los otros pateadores. El gusto, el placer de jugar e inmediatamente la prctica de competir: porque el ftbol es juego colectivo de competencia. Nosotros y ellos estn desde el inicio, son fundantes, insoslayables. El resto, desarrollo de la primera particin que cristaliza las piezas anrquicas del picado. Hay que empezar por ah para entender la cuestin de los colores.

Los clubes histricos del ftbol argentino de Boca y River a Quilmes y Chacarita; los de la B, los de cada liga del interior: grandes, medianos y chicos suelen ser vistos y descriptos como el resultado de un proceso comn, ejemplar en muchos sentidos. Tras un tiempo de jugar juntos, los muchachos del barrio, del colegio, del mismo laburo o del mismo pueblo se constituyen en equipo, eligen un nombre y adoptan una camiseta, los consabidos colores. Algo o mucho despus, cuando esos meros equipos devienen institucin formal algo que suele coincidir con la sede social y/o la cancha propias ya convertidos en clubes, tienden, entre otras cosas, a adoptar toda una serie de elementos escudito, bandera, himno o marcha adecuados homlogos al repertorio simblico del propio pas, la patria (si cabe) que los contiene. El gesto es muy fuerte y muy enfermo, segn el sentido comn en decadencia, y las lealtades que generan los colores vinculados con la esquiva pelotita llegan muy lejos; tanto, que muchas veces la simbologa futbolera se hace progresiva portadora de sentida identidad, se superpone a los codazos con cualquier otra escarapela en desuso o retirada (la religin, por ejemplo; la poltica cada vez ms), y define y autodefine a la gente, se convierte incluso en alternativa a la nacionalidad.

Porque no hay que olvidar que, ms all de mandatos polticamente correctos, la Seleccinla Seleccin es siempre posterior (lgica y temporalmente) a los clubes; la Bandera llega despus que los colores; propone un amor, una fe diferentes. Es interesante ver entonces qu pasa en el ftbol y en el corazn futbolero cuando a veces, cada tanto el club es la patria, cuando los nuevos/viejos emblemas nacionales unifican o pretenden unificar los irreductibles fervores partidarios.

Para la patria Belgrano los quiso sos y as en el origen estn los colores plasmados en la Bandera, todo baja de all. En el ftbol, los colores viven en la camiseta y suben, desde ah, a la tribuna: la camiseta es al club lo que la Bandera a la patria, el emblema madre. Con la patria en juego o de por medio, la Bandera debe ser honrada, respetada, defendida cuerpo y armas mediantes, se supone hasta la muerte. Aunque ya se sabe qu suele hacerse con la Bandera (honores pblicos, vejaciones privadas), vale la pena repasar qu se ha hecho y se hace con la camiseta cuando est hecha con los colores, los pedazos de la ensea patria. Porque en el ftbol, donde hay seudobatallas todos los domingos, los smbolos se usan, se arriesgan cada vez, se combate con y por ellos.

El cruce de ftbol e identidad nacional suele dar resultados fuertes. En una memorable pelcula tpica del cine del Este de principios de los sesenta, Match en el infierno, de Zoltan Fabri, el equipo de ftbol de los prisioneros le ganaba un desafo al de los nazis en el campo de concentracin. Claro que la fiesta arruinada y la humillacin subsiguiente se pagaban con la muerte: todo terminaba con la toma subjetiva de la ametralladora final barriendo el campo de juego desde lo alto de la tribuna. La victoria deportiva y moral de los oprimidos era, en la pelcula hngara, una doble respuesta artsticamente compensatoria: a la brutalidad de la ocupacin durante la guerra y en otro nivel a la final del Mundial de Suiza 54, donde los alemanes, con Rahn y Fritz Walter, ganaron 3-2 una final imperdible para los vistosos magiares de Puskas y Kubala, y postergaron para siempre la hora del desquite.

Veinte aos despus, un desganado John Huston que saba de muchas cosas pero nada de ftbol cont en Escape a la victoria un partido parecido, pero en Pars, con Ardiles, Pel y el ronco Stallone al arco, y que terminaba bien. Los alemanes eran ms tontos que los de Combate. La historia era un asco, pero los yanquis puestos a hacer pelculas de guerra caliente, tibia o fra nunca creyeron en metforas o en justicia potica. Alevosos o ms o menos patrioteros, los filmes usaron el ftbol como lugares de identificacin para la buena y justa causa de los hbiles ocasionalmente en desventaja.

Anlogamente, nosotros podramos haber hecho o hacer an una pelcula ambientada en los suburbios ventosos de Puerto Argentino, con una canchita de turba y poco pasto para que se enfrenten prisioneros argies y soldados ingleses mejor comidos en un desafo de posguerra. Gana Argentina, claro, con un arquerito correntino que ataja un penal sobre la hora; los despechados ingleses obligan a los nuestros a baarse en aguas heladas a punta de fusil. Hay un pibe de Boca, otro de River, y una escena final en que, muertos de fro, se abrigan con banderas futboleras intercambiadas ante los sorprendidos britnicos. Supongo, sin embargo, que cierto pudor mal procesado no nos autoriza el gustazo ficcional. Aunque tal vez, por nuestra salud como comunidad, sea mejor as.

Es que hoy en da todo se ha entreverado ferozmente: se sabe que el lmite de las naciones, la divisin poltica de los pueblos es en algunos casos slo la expansin extrema del permetro de sus estadios, o poco menos. La cuestin es que hay ms pases en la FIFA que en la ONU, y que la gente reconoce ms las selecciones nacionales por la camiseta que los pases por su bandera.

As es que tenemos sobre todo en vsperas de un Mundial como ste inmediato de Sudfrica, tan ansiado y temido por todos, mucho para cortar con lo hecho y lo dicho en estas tierras respecto del tema o los temas conexos de la patria entreverada con el ftbol. En ese sentido, creo que ni los antecedentes negativos del montono, esquemtico Sebreli, ni las eufricas invectivas patrioteras de Jos Mara Muoz contra la Thatcher alcanzan el poder demostrativo de los relatos de Roberto Fontanarrosa: su desaforada novela El rea 18 ilumina como ningn otro texto, en clave de grotesco humor negro, esa zona gris en que la patria y el ftbol intercambian banderas y camisetas.

Como se recordar, Fontanarrosa imagina un pas africano regido cultural y geopolticamente por la prctica del ftbol: ha sustituido el procerato de militares por el de delanteros, apuesta su futuro y su territorio en desafos futboleros en lugar de entablar batallas. A la inversa de lo que suceda en la trgica y grotesca disputa entre El Salvador y Honduras en los setenta, en que parafraseando a Von Clausewitz la guerra fue la prolongacin del ftbol por otros medios, en la novela protagonizada por Best Seller el ftbol no es la mera continuacin sino la sustitucin lisa y llana de la guerra por otros medios. Lo cual no deja de ser, por el absurdo, absolutamente saludable: un simulacro cultural que reemplaza la violenta funcin instintiva del original. Claro que el desenlace apocalptico de El rea 18 no es tan alentador, precisamente.

Es un apotegma consabido que en la cancha, la camiseta se debe honrar, defender y, sobre todo, transpirar. El sudor es a la camiseta, en el ftbol, lo que la sangre a la bandera en la guerra. De la camiseta transpirada a la bandera ensangrentada hay un paso, sin duda excesivo. Se dice dar la vida en el esfuerzo; sudar sangre, exactamente. Los simblicos colores se exaltan con la humedad. Adems, siempre quedan las lgrimas de reserva: una catarata de efusiones que prometi, enumer Churchill durante un Mundial que no era ningn juego. Parece que ste tampoco lo ser. Es increble las cosas que ponemos en el juego de la pelotita.

En este libro se pasa revista a los Mundiales que jug Argentina o mejor a los mundiales que jugamos por radio, por la tele, en vivo o de memoria, de odas o por rebote familiar. La versin no puede ser sino personal, sentimental en el mejor de los sentidos: qu me pas a m de pibe, de adolescente, de muchacho, y ahora ya veterano cuando esos campeonatos del mundo nos pasaban a todos por arriba y por adentro. Los datos precisos respecto de planteles, resultados, jugadores, fechas y partidos quedan a un lado, fuera del relato, no tienen que ver sino como paisaje, escenografa.

Este libro es varios libros previos. Cuando hace ocho aos y en otras vsperas nos juntamos con el sabio Daniel Arcucci para hacer el libro Argentina en los Mundiales, l se ocup de recoger el testimonio de un jugador argentino de cada uno de los planteles. Yo, en aquel 2002, escrib la mayora de estos mismos textos, y terminaba contando mis experiencias en Francia 98. A aquel libro precioso de tapa dura y color verde esperanza le fue era previsible tras slo tres semanas de Mundial y regreso a casa como a la Seleccinla Seleccin de Bielsa.

Cuatro aos despus, ya estos textos solos, tocados y retocados, aumentados y recogidos, con todas las ganas de explicar y explicarme qu me haba pasado en el triunfo y en la derrota, cmo haba sentido la pelota de Rensenbrink en el palo, el toque final de Burru perseguido por la Gestapo, los manotazos de Goyco, el grito de Cani (Diego, Diego...), el freno impecable y el toque de Bergkamp, verdugo y maestro, y los tristes desvelos de Corea-Japn, se convirtieron en La patria transpirada.

Ahora volvemos, tras la serena tristeza que nos dej el equipo de Jos en Alemania que estuvo ah, a alentar la imperdonable ilusin sudafricana, a soportar el vertiginoso nudo en el estmago, a secarnos las manos hmedas en la camiseta transpirada.

No conozco felicidad ms desgraciada. Pero sabemos que vale la pena, que vale la alegra.

J. S., marzo de 2010

URUGUAY 1930

El piloto Nolo Ferreyra

va de elegante sport al muere

La imagen de los dos hombres intercambiando presentes est tomada el 30 de julio de 1930 en el estadio Centenario de Montevideo, minutos antes del inicio de la primera final por la Copa del Mundo. Adems de los seores que se ven ah haciendo tiempo e historia en el centro del campo y sobre el pasto tan recin peinado como ellos, se dice que haba, en las tribunas con el cemento casi fresco y sin memoria, sesenta mil personas ms.

Sesenta mil personas es muchsima gente, casi un exceso, una desmesura para ese tiempo y lugar. Como las multitudes movilizadas para el entierro de Yrigoyen o la llegada del Plus Ultra. La sociedad ah se ve haca masa antes que los medios comenzaran a amasarla a pleno. Porque las sesenta mil que estaban ese da son muchas pero no dejan de ser todas las que lo vieron. En un mundo de comunicaciones y emociones en diferido, el nico modo del vivo era trasladar y poner el cuerpo. Estar ah. La historia pasaba una sola vez y no se poda estar desprevenido. Y eso no slo vale para la tribuna repleta sino que subyace en la apostura de los de la foto: Posando para la posteridad, solan decir los relatores hasta no hace mucho. Destino de cuadro, sueo de estampita, vestidos de y para la ocasin y la iconografa.

As, hay algo de desmesurado, casi kitsch, en la estudiada formalidad del ritual previo. El ftbol entra en la historia grande, en la dimensin universal, y el testimonio es una enftica foto dominguera de plaza suburbana, de arrabal planetario. Porque de eso se trata: Uruguay-Argentina en 1930 es la final de barrio ms grande del mundo.

Noticias del Imperio Oriental

Si uno supone esta imagen como parte de una filmacin y no como lo que es una foto en blanco y negro o en sepia para diarios de la poca, podra elevar la cmara, alejarla, retroceder para que tomase un ngulo cada vez mayor, panormico. Y ah nos sorprenderan primero las dimensiones de la cancha, de medidas agrarias, inmensa maqueta de estancia de 120 por 75, casi una hectrea de campo futbolero, generoso pedazo de planicie sudamericana recortado para uso apenas deportivo. Y si la cmara se apartase un poco ms, enseguida abarcara el valo saturado, sin huecos, uniforme de cabezas cubiertas. En esa final casi no hay banderas, no hay camisetas fuera de las veintids, no hay mangas de camisa visibles. Es una tarde de pleno invierno en el confn privilegiado del mundo y hay sesenta mil hombres que han ido al Estadio Centenario a una fiesta. A un acontecimiento, y como se debe: de traje y con sombrero.

Alejndose, trepando algo ms, se vera sin dificultad, rpidamente todo Montevideo casi vaco. La Ciudad Vieja menos vieja que ahora y el resto ms cerca de la Vieja, homogneo, parejito y apretado; al lado, el Cerro, el campo asomado a las orillas y el ro ah noms, color de len pero tirando a celeste de esta orilla. El Centenario ocupa mucho espacio en proporcin, se destaca, es la referencia mayor de la ciudad capital pero provinciana. De nuevo el exceso: se podra pensar que los uruguayos construyeron un estadio de ftbol y le pusieron el nombre coincidente con la fecha de su primer siglo de independencia. Pero no parece haber sido as. Acaso fue para celebrar su primer siglo de independencia que construyeron un estadio. Esa especie de piano de cola en el living estrecho de clase media tendra as su pleno sentido: el ftbol y no otra cosa puso por entonces a Uruguay en el mundo y en el mapa.

Algo de eso hay. En la foto de hace ms de setenta aos el soberbio Centenario como el alevoso Maracan dos dcadas despus, pero ms an es un ademn de piedra casi incomprensible. Hoy, el gran estadio habitualmente semivaco es ms reliquia o monumento que funcional campo de juego. Testimonio de una dcada heroica asimilable a la era de los Titanes, ya no tiene nada que hacer, slo representa, significa. El Centenario habla de un pasado cada vez menos concebible qu quiere decir msterdam, qu evoca Colombes, esos rtulos en las tribunas, menos histrico que fabuloso. El Centenario est ms cerca de las Pirmides, de los restos devastados de Nnive o Babilonia, que del Saint Denis francs. Mtico curso de agua predestinado y tan lejos de Europa, como el Nilo o el complejo ufrates-Tigris, el Ro de la Plata alguna vez alberg una civilizacin futbolera que fue el inesperado centro del mundo. De ese momento slo quedan, sobre la orilla izquierda, las an habitadas ruinas del Centenario.

La precoz cultura del balompi rioplatense, como la mesopotmica, tuvo dos polos, dos avatares contiguos. Cual asirios y caldeos, uruguayos y argentinos confrontaron por entonces ciudades y estilos, famas e imgenes que han quedado cristalizadas para siempre. Y en el reparto Uruguay es la ostentosa y guerrera Asiria, y Montevideo su Nnive; Argentina es tan difusa como Caldea pero Buenos Aires brilla, incontrastable Babilonia. Para la ventajera historia nacional que acepta un Gardel francs para que no sea uruguayo pero marcha sin pudores con un himno profano tan oriental como La Cumparsita tango y ftbol van juntos en la gloria y el tironeo por la paternidad, el eufemismo rioplatense esconde, atena y disimula sin xito la temprana gloria uruguaya.

Mirando nmeros y fechas se puede pensar que el predominio del ftbol rioplatense con divisa celeste compartimos el ro pero no las orillas, los colores pero no su distribucin; disfrutamos por largos turnos excluyentes los halagos alternados del pndulo de la gloria llega hasta el cincuenta. Pero no es as. En realidad el Imperio Oriental tuvo un apogeo ms acotado que se prolong durante poco menos de diez aos, 1924-1930, en cuyo transcurso sus hombres nunca tan hombres como entonces ganaron dos campeonatos olmpicos y la primera Copa del Mundo, sta que en la foto estn a menos de dos horas de celebrar. La epopeya del Maracan es una especie de ltimo zarpazo al estilo de los Cien Das napolenicos, porque es evidente que cuando Obdulio Varela se puso bajo el brazo la pelota en el medio del siglo y camin hacia el centro de la Historia, la vera Edad de Oro uruguaya haba terminado haca muchos aos y los derrotados brasileos eran lo que inevitablemente se vena.

De pilotos y caudillos

Pero volvamos a las imgenes de la poca. Est la del equipo argentino, de cortos y saco, elegante sport. En la otra hay varios hombres, pero el que nos interesa es el de la derecha de la imagen. Ese hombre ese muchacho, en realidad, madurado de prepo por la pinta y las condiciones de entonces que se presenta serio y de elegante sport a su (segunda) cita con la historia es el capitn argentino. Se llamaba Manuel Ferreyra pero no le decan as. Era simplemente Nolo, por Manolo. Tambin le decan desde haca un tiempo o le escriban, mejor, en el estilo de aquellas floridas crnicas el Piloto Olmpico. Y en esta imagen, Nolo Ferreyra, jugador de Estudiantes de La Plata y de la seleccin argentina desde cinco aos atrs, precisamente est vestido, caracterizado si cabe de piloto olmpico.

Por aquellos aos y por muchos ms, cuando se enunciaba la formacin de los equipos con cinco delanteros, recitados del siete al once, se llamaba piloto como en los barcos, no se piense en aviones o autos a quien comandaba el ataque, al centroforward, al invariable nueve. El piloto era el que se agachaba abajo, en el centro, punto de gravedad y referencia en las fotos: el que posaba con la pelota. No porque fuera el dueo sino porque era el administrador, el conductor, el estratega, el armador que conceba los ataques y distribua el juego. Eso era Ferreyra. Apenas tirado un poquito a la izquierda, y con Lauri, Scopelli, Zozaya y Guayta, integrara al ao siguiente la delantera estudiantil llamada coherentemente Los Profesores. Tal el perfil acadmico del hombre serio.

Pero este morocho impecable de saco y cortos, estudiante de escribana falt ante Mxico porque debi viajar a La Plata a rendir un examen era algo ms que el piloto argentino: era el piloto olmpico, un adjetivo que no slo describa una coyuntura de participacin sino que por extensin vala por selecto, exclusivo, nico. Los aos veinte acuaron la calificacin: vicariamente, tras la victoria uruguaya en Colombes 1924 hubo con la masticada, celebrada revancha un alambrado y hasta un gol, olmpicos y argentinos. En el caso de Nolo Ferreyra llegar como piloto olmpico a esa tarde histrica de Montevideo tena los ingredientes del desafo: derrotado dos aos antes en la final de msterdam 1928, volva a enfrentar a los uruguayos en circunstancia equivalente. Vena, como todo el equipo, por la revancha. Y adems era el capitn.

El otro futbolista sin saco y con la camiseta fuera del pantaln acaso algunos aos y algunos centmetros ms alto y ancho que Ferreyra, es Jos Nasazzi, el capitn uruguayo. Ms capitn y ms olmpico que nadie, Nasazzi fuerte, arremangado, con cierta natural dignidad de trabajador al aire libre en la manera de pararse y la cabeza erguida es un duro. Defensor por naturaleza, back derecho cuyos cabezazos segn los veinte aos de mi padre, lector de ftbol en diferido llegaban hasta la mitad de la cancha, el slido oriental, a diferencia de Nolo Ferreyra, no armaba juego ni administraba la pelota. Porque Nasazzi no era el piloto de Uruguay, era el caudillo.

En cierto sentido la imagen es emblemtica, conceptual. Argentina pone la capitana el nfasis del medio para adelante; Uruguay, del medio para atrs. El caudillo accede a la capitana desde la base y desde el fondo, sostiene, aguanta al grupo y lo empuja por ascendiente natural; est hecho de la madera dura y noble que dar a Obdulio Varela y que, con el tiempo y la decadencia, degenerar en rudos golpeadores de barato aglomerado contemporneo. Enfrente, el liderazgo entregado al piloto es una decisin menos pragmtica, responde ms a un reconocimiento intelectual que a una necesidad funcional. El caudillo est ah arremangado para ganar la Copa; el piloto est ah empilchado para conducir, para hacer jugar a su equipo. El piloto conduce, el caudillo gana. La capitana, que es un honor para el piloto, es una vocacin para el caudillo.

Con los aos, la capitana argentina seguira la tendencia dominante en los equipos e ira trasladndose metros ms atrs y superponiendo habitualmente las figuras y las personas del capitn y el caudillo Salomn, Rossi, Dellacha, Rattn, Passarella..., soslayando la conduccin estratgica, hasta que con el ltimo Maradona se fundan (de fundir y de fundar) en la capitana tanto la conduccin como el ascendiente: un lujo, un riesgo excesivo. El colapso, cuando se produzca en el 94, dejar al grupo sin rumbo: sin capitn, caudillo y piloto.

Como Gardel al pie del avin

As, Nolo Ferreyra se ha empilchado para la historia esta tarde de invierno de 1930 sin saber que va al muere. El efecto, a la distancia, el engominado capitn argentino anticipa en cinco aos la imagen de Gardel junto al avin en Medelln: el desastre a plazo fijo. El Morocho del Abasto entra elegante en la tragedia vivida como derrota que se le cruza al toque, en un par de minutos y con la sonrisa puesta; el Piloto Olmpico va impecable hacia la derrota vivida como tragedia que lo espera con el silbato final, en menos de un par de horas.

Argentina perdi feo esa tarde su segunda final ecumnica consecutiva con el rival de siempre y de barrio ganaba 2-1 y termin cayendo 4-2 en el segundo y con la derrota cruji una bisagra, se dio vuelta una hoja, mientras se cristalizaban un par de mitos a dos orillas: el de la garra charra y la mstica de la celeste que acompaara a los uruguayos por demasiadas dcadas; el de los argentinos llorones con tendencia a refugiarse en equvocas victorias morales que sera lugar comn consuetudinario. El lado oscuro de la historia el mtico llanto del amenazado Luis Monti en el vestuario registra el (presunto) apriete oriental y la (supuesta) borrada de selectos argentinos. En trminos eufemsticos, los excesos temperamentales de unos, las carencias anmicas de otros. Con mayor o menor fundamento, el sello qued acuado.

Tal vez no sea casual que rascando un poco o mirando con mayor atencin aparezcan ancestros suprstites y/o elegidos, iconos fundantes. La celeste, por ejemplo, est pegada a la piel y no admite sobrecubiertas lujosas, ni sacos ni pongos: los uruguayos son (les gusta verse) naturales, autnticos, contra los volubles cajetillas argentinos. En la actitud de ambos hay una tendencia a elegir o ser elegidos por un pasado, borgeanamente, una tradicin que sirva para darle sentido al presente.

As, aunque ya no quedan a esa altura del treinta incipiente (apellidos) britnicos en la formacin, los argentinos estn formados y deformados en todos los sentidos a la inglesa. Los uruguayos no. En pases igualmente aluvionales, y aunque Nasazzi sea tan hijo de los barcos como Luis Monti valga caudillo por caudillo, la reivindicacin de identidad ir muy abajo entre los orientales: primitivos, ancestrales, se dicen o son nombrados charras, los que se comieron a Sols. Y no slo eso: tienen el monopolio rioplatense de los negros. A diferencia de Argentina, Uruguay siempre tendr negrazos en sus formaciones; pocos delanteros atributo de brasileos, pues los morochos uruguayos, sus memorables, emblemticos pardos, fueron y seran sobre todo defensores...

Esquemticamente, los orientales son la resistencia, la continuidad, la tradicin, la historia mestiza que llega con distorsiones hasta hoy. Los argentinos representarn la fluidez de la modernidad, la oscilacin estilstica, el continuo riesgo de poner la identidad en juego. Los uruguayos llevarn siempre consigo la gloria y la desgracia de haber sido; los argentinos, por aos, la soberbia maldicin de creerse lo que nunca pudieron demostrar que fueron.

Herclito cruza el Ro de la Plata

De regreso, coherentemente con la enfermedad, la derrota del Centenario no se discuti en trminos futbolsticos sino espirituales, ticos si cabe: Los argentinos no fueron cobardes, titul la prensa portea con nimo de veredicto. El juicio indica dnde estaba puesta la cuestin. Es que cuando el equipo se tom el buque, volvi al mismo lugar fsico del que haba partido pero Herclito dixit se encontr con otro.

El elegante conjunto argentino del saco y el piloto olmpico, saturado de calidad y de ttulos de cabotaje juntados como cuentas durante una dcada extraordinaria, haba entrado a la cancha vestido de fiesta para cerrar el ciclo o collar con broche de oro. Y sali abrochado. Y no slo: cuando baj de la planchada en Buenos Aires estaba en otro pas. Como en un cuento de Bradbury o de Bioy, mejor entr al Centenario en una dcada pero cuando sali estaba en otra. Y eso que no haba tnel.

A partir de 1930 en el ftbol y en la vida argentinos nada volvi a ser lo que era. Los ltimos argentinos felices que describe la leyenda de los veinte vieron cmo la primera ola de sinceramiento del siglo pona todo patas para arriba con la flamante consigna del orden: se acab la fiesta. Una Argentina derrap en el codo de los treinta y la polimorfa dcada infame dramatizada por Discpolo, desculada por Scalabrini y ficcionada por Roberto Arlt, inaugur el desencanto como deporte nacional. Argentina comenz a tener un pasado perdido que contar y cantar: el tango proftico manual de perdedores ya lo vena diciendo incluso bajo la lluvia prspera de divisas, vacas, granos y goles. El problema de la Dcada Infamela Dcada Infame es que nos dej sin adjetivos para las que vendran.

De pronto, ya no hubo ms tres cosas que haba, se rompieron tres mitos: la creciente prosperidad agroexportadora, la relajada democracia yrigoyenista y el mtico amor a la camiseta. Sucesiva, despiadadamente, la cada de Wall Street y el nuevo desorden subsiguiente mostraron que no siempre seramos o bastara con que furamos el granero o el frigorfico del mundo; el nefasto 6 de septiembre cinco semanas apenas despus de esta imagen inaugur con el puntapi inicial de Uriburu a Yrigoyen la prctica del deporte predilecto de los militares de ah en ms: el golpe de Estado; y la derrota del Centenario ms la irrupcin casi inmediata del profesionalismo despidieron bajo sospecha y bajo bandera al lrico amateurismo futbolero.

Vacunado con dos derrotas en finales mundiales sucesivas, y moral, teatralmente ofendido, el ftbol en Argentina iniciar en el treinta un exilio interior de gloria ms o menos secreta, que durar dcadas. Nolo Ferreyra, el piloto olmpico, saluda como quien llega y cree que entra. Pero no. Se est yendo, de elegante sport, al muere.

ITALIA 1934

Invitados a una decapitacin:

cmo estar sin haber ido,

o ir y no haber estado

A cualquiera que lea o escriba sobre ftbol desde estos lugares criollos de inters le sucede algo parecido: tras la nitidez anecdtica y los perfiles firmemente recortados de los sucesos del treinta en Montevideo, las copas del mundo europeas de 1934 y de 1938 se le desdibujan. Tanto es as que la ligereza suele cristalizar en informacin errnea al afirmarse que, en ambos casos, Argentina no concurri. O, lo que es maravillosamente ambiguo, que a la Italia que en el 34 se probaba el fascismo como un uniforme o cors nuevo se envi una delegacin simblica. Macedonio Fernndez podra haber formulado adecuadamente la paradoja al explicar que los sonrientes muchachos que en la foto bajan del barco en Gnova slo han recorrido medio mundo para explicar a quien quiera entenderlo que, en buena lgica argentina, su presencia no significa que estn ah.

Aquellos gestos de soberbia compulsiva marcan el arranque de un segmento clave en el desarrollo del ftbol argentino que durar dos dcadas: al esplendor incuestionable de la poca de Oro le corresponde el perodo de mayor aislamiento de su historia. Fue, dicen y no mienten, una poca de ftbol impagable. Claro que lo impagable lgica y literalmente nos costara muy caro.

Grandezas y miserias del cabotaje

La verdad si vale la pena tratar de fijarla, ms como una mancha que como una fotografa es que concurrimos a Italia en el 34 haciendo como si no y que nos borramos enculados de Francia cuatro aos despus porque creamos, o nos gustaba sostener, que les tocaba venir a ellos. Cmodos provincianos satisfechos fuera del mundo, nuestra tendencia a no estar se prolongara ms all de lo controlable. Si no bamos a Europa a jugar al ftbol por celos de sedes, menos bamos a ir a pelear por fervores ajenos tan lejos de casa. As, cuando la Segunda Guerra Mundial dej entre otras cosas las canchas de medio mundo a la miseria y llenas de pozos, y a las selecciones despobladas irreparablemente los muchachos de otras latitudes se desataron los botines para ponerse los borcegues y, en muchos casos, no llegaron a sacrselos, el aislamiento y el ombliguismo autosuficiente de la Dcada Infamela Dcada Infame, que no lo fue para el ftbol, se convirti en receso obligado hasta la posguerra.

Las dos o tres ms densas generaciones de cracks que este pas generoso puso sobre la verde gramilla futbolera slo conocieron y fueron disfrutadas en escenarios de cabotaje. Los sucesivos campeonatos sudamericanos enhebrados en competencia con los consabidos Brasil y Uruguay y el resto de comparsa fueron por dcadas el non plus ultra de nuestros lauros. Como aquella carpa anclada en Mar del Plata que se autocalificaba El circo mexicano ms grande del mundo, como las sucesivas camadas de veteranos boxeadores cubanos con el cuello agobiado por el peso de las medallas olmpicas, la seleccin nacional alimentaba su autoestima con hazaas genuinas pero consultaba sobre todo el dcil espejo de la bruja de Blancanieves.

Por qu ya sin guerra cercana en tiempo y espacio no fuimos tampoco al Mundial del 50 que los inocentes brasileos cocinaron para que se lo comieran Obdulio Varela y sus orientales hambrientos de gloria en la olla del Maracan, habra que preguntrselo al omnipotente dedo perdido, a las manos de Pern. Y ya que estbamos, para qu bamos a ir a Suiza 54 si nos sentamos tan bien en casa recibiendo visitas seleccionadas. Por entonces se haban cumplido veinte aos de aquella curiosa excursin del 34 en barco al muere, y los mismos tripulantes de esa ltima cruzada dudaban de si aquello haba sido cierto o no.

No me digas que fue un sueo

Porque por una vez, ni una foto ni su epgrafe sirven para la identificacin. Los nombres: Freschi, Pedevilla, Belis, Nehin, Galateo, Iraeta... Los clubes: Estudiantil Porteo, Sarmiento del Chaco, Gimnasia y Esgrima de Mendoza, Sportivo Buenos Aires, Sportivo Dock Sud, Desamparados de San Juan... Quines son estos absortos muchachos? La sorpresa es recproca con el que est del otro lado, frente a la cmara. Qu hacemos ac? La Copa del Mundo de 1934 no fue algo para lo que estos jugadores se prepararan, sino algo que les pas.

El peso del destino y el destino del peso quisieron que en aquel momento el ftbol viviera una turbulenta transicin se sinceraba no sin conflictos su condicin de juego rentado, cuya consecuencia inmediata fue la divisin en dos entidades directrices: la nueva Liga Profesional que desde 1931 agrupaba a 18 clubes, entre los que tallaban los ya grandes ricos y famosos; y la Asociacin Amateurla Asociacin Amateur, irreductible perdedora a corto plazo, integrada por el resto de los equipos chicos ms los cuadros del interior. As, cuando lleg la invitacin al Mundial de Italia, la Liga rica neg los jugadores y la modesta Asociacin don los suyos: no hubo as delegacin simblica sino un equipo genuino pero Clase B que fue a poner la cara.

Fueron, jugaron un partido perdieron 3-2 con Suecia en Bolonia y se volvieron sobre el pucho. El entrenador fue un tano llamado Felipe Pascucci. En realidad estuvieron ms tiempo navegando de ida y vuelta a travs del Atlntico que en itlica tierra firme. Pocos los fueron a despedir y menos los recibieron. A nadie le interesaba enterarse ni registrar una actuacin que se quiso fuera sin pena ni gloria. No obstante, me gusta pensar en los muchachos del interior el arquero Freschi era chaqueo; el half Nehin, sanjuanino; el wing izquierdo Iraeta, de Mendoza, que en una poca en que nadie bajaba a Buenos Aires ni se mova de su lugar sino para hacer la colimba y ni siquiera, terminaron yendo a Europa en vapor. Imagino los das de indita navegacin con los ojos as, las pausadas, exticas escalas, y todo el largo prlogo para slo una hora y media de sentido absoluto: salir a una cancha en el otro extremo del mundo, de cortos y con la camiseta argentina, a jugar contra unos rubios que no volvers a ver en tu vida.

Supongo que, con el tiempo, de a poco y como las cosas que se destien, todo se habr hecho incluso ms irreal de lo que fue y desaparecidos los testigos algn sobreviviente del equipo del 34 habr debido jurar por su memoria y sobre fotos amarillas, luchar contra la imbcil suspicacia de los necios o el simple y prolijo olvido. Despus de todo, la historia oficial recuerda que s hubo argentinos en el Mundial de Italia del 34, pero no fueron stos. Fueron, se nos dice, los cuatro oriundi que cruzaron el charco para salir campeones y gloriosos con la azurra: De Mara, Doble Ancho Monti, Guayta y el vertiginoso Mumo Orsi.

Es cierto. Pero la aventura de aquella oscura delegacin simblica de rehenes que se puso la celeste y blanca para jugar con la ms fea tendr siempre otro agridulce y memorable sabor.

SUECIA 1958

El Desastre y

los usos de Ezeiza

Los que insultan son hinchas de ftbol. Tal vez por eso, lo que primero se destaca en la imagen es la formalidad de la pilcha de estos tipos reunidos indudablemente para agredir. Cuestin de poca, seguro; y acaso tambin cuestin de clase o, para ser menos esquemticos, de sector social. Estos ofuscados hombres jvenes y de mediana edad son parte del contenido de una bolsa sociolgica multiuso: los llamados sectores medios hoy tan adelgazados. A fines de los cincuenta, en cambio, eran absolutamente mayoritarios y representativos del comn argentino urbano que por esos das acababa de repartir votos y afinidades entre Frondizi y Balbn, con leves deslizamientos residuales a derecha e izquierda.

El crculo, que a la manera de lo que se estila en los anlisis de los cuadros de los grandes maestros pretende destacar un detalle, centra la atencin en la mano: hay algo all, nos dice periodsticamente el editor de la imagen. Porque la noticia una foto recogida de los medios de entonces, con el subrayado enftico de este detalle incorporado en origen es esa mano de clase media cargada con una moneda. Una moneda para ser arrojada, una moneda que no se tira para lastimar sino para humillar, gesto de supremo desprecio.

Dnde estn estos hombres enojados con monedas arrojadizas en las manos, qu furia los convoca contra quin? Estos hombres estn en Ezeiza, en el viejo Aeropuerto Internacional de Ezeiza; ms precisamente, en la terraza que da a una pista que an no conoce ni conocer por muchos aos las sofisticaciones de la asptica manga. Estos hombres furiosos ms dispuestos a la humillacin que al reproche han ido a Ezeiza a tirar monedas a un grupo de viajeros que, de regreso, deber transitar necesariamente las horcas caudinas, el penoso camino sin vueltas que va de la escalinata del avin al hall central.

Esos seores provenientes de las capas medias futboleras que protagonizan un hecho inusual por su virulencia los fotgrafos se reparten entre las instantneas a los recin llegados y a sus enardecidos crticos (por decirlo de algn modo) han ido a Ezeiza a recibir (tambin por decirlo as) a una seleccin argentina que apenas dos meses atrs parta hacia Escandinavia entre palmadas y augurios de gloria a sentarse en el trono que la esperaba desde siempre o por lo menos desde 1930.

Qu haba pasado en el medio? Qu hubo? Simplemente, El Desastre de Suecia.

Huaqui, Cancha Rayada, Malm, Helsingborg...

En la historia argentina de los primeros aos los de la patria y los nuestros estudiando las luchas por la Independencia aprendimos que haba batallas y combates segn la envergadura de las fuerzas en pugna. San Lorenzo era un combate famoso por el tropezn del caballo de San Martn y por Cabral soldado heroico pero eran poquitos de cada lado y no se jugaba nada; en cambio, Chacabuco y Maip eran batallas en serio, decisivas, con miles y miles detrs de cada bandera. Ah s se jugaba todo. Tambin aprendimos que haba victorias Tucumn y Salta, que iban juntas y nos reivindicaban al bueno pero poco confiable Belgrano y haba derrotas, como Vilcapugio y Ayohuma, una pareja nefasta (Belgrano ganaba y perda de a pares, parece) por la que casi nos quedamos sin el Alto Per, como se llamaba entonces la zona.

Pero todo no se agotaba ah, porque aparecan dos raras categora ms para describir enfrentamientos militares en que nos haba tocado perder pero que no entraban simplemente en el casillero de las derrotas. Una era un desastre y otra era una sorpresa: El desastre de Huaqui y La sorpresa de Cancha Rayada, ambas en calidad de visitante, como acot un compaero tan futbolero como observador de mapas. Al desastre de Huaqui, tambin en el Alto Per, hay que anotrselo no s si a Rondeau o a lvarez Thomas una de esas calles o avenidas no demasiado cntricas, y la sorpresa de Cancha Rayada que tambin es desastre en otras versiones no cabe sino admitir que le ocurri al glorioso Ejrcito de los Andes, que vena de ganar en Chacabuco y se durmi en los laureles que haba sabido conseguir.

No tengo idea si las denominaciones remiten a los rigores del lxico militar o son simples y brillantes repentizaciones de un Mitre que por algo se le atrevi incluso a los tercetos de la Divina Comedia. No importa demasiado. Sabemos y sabamos de pibes lo que era un desastre y lo que se quera decir con una sorpresa. Sumadas, significaban una derrota impensada por las circunstancias y grave por sus consecuencias. Tal cual.

Segn Von Clausewitz, la guerra no es sino la poltica por otros medios (o es al revs?). Ocupado en menesteres de artillera, el mariscal que escribi De la guerra no se ocup por razones de tiempo no suyo sino de la obstinada, rgida cronologa de los hechos de definir tambin y tan bien al ftbol, ese deporte que los ingleses an por entonces, mientras combatan a Napolen como Clausewitz, no haban terminado de inventar, separndolo sin romper de su primo hermano gemelo el rugby. Sin embargo, cabe suponer que el perspicaz prusiano no hubiera vacilado en definirlo, al ftbol, como la guerra por otros medios.

Y todo el rodeo viene al caso porque, desde el uso en comn de palabras como campaa, formacin, ataque y defensa, victorias y derrotas, tiros, disparos y otras coincidencias lxicas, hasta la mismsima actitud de confrontacin uniformada, el ftbol y el choque blico han compartido ms de un enfermo campo semntico (adems del de juego o de batalla). En ese sentido, en su centenaria historia, la seleccin argentina realiz gloriosas campaas, obtuvo brillantes victorias y fue sometida a duras derrotas; incluso padeci alguna sorpresa humillante como el desagradable 0-5 ante Colombia en River de la dcada pasada. Sin embargo, la dilatada trayectoria de la seleccin slo registra un desastre digno de tal nombre: El Desastre de Suecia. Porque lo de 2002 es otra cosa, una Decepcin.

La envergadura y trascendencia atribuidas a semejante cada la sima, el fondo del pozo, se toc la fatdica tarde del 15 de julio con el 1-6 ante los checos de Masopust fue directamente proporcional a la altura ilusoria desde la que se cay. Cuando se cae de tan alto aunque sea mentira se rompe todo, no queda nada. Incluso los vnculos y las lealtades. La decepcin, vivida como defraudacin personal, quebr el sistema de identificacin colectiva: En los sueos comienzan las responsabilidades advirti Delmore Schwartz en verso famoso, y el inducido delirio de grandeza que so despierto y consciente el ftbol argentino no tena previstas las reacciones del horrible durmiente al caerse de la cama.

Las monedas en mano de los hinchas que fueron a hacer equvoca casi clasista justicia a Ezeiza reflejaron patticamente el grado de enfermedad generado alrededor del mito irresponsable de los mejores del mundo.

Un cuatro grande as

Pero yo a esa altura que era poca tena doce aos y no tiraba las monedas; las juntaba para ir al cine a ver a Tom y Jerry y el ya vetusto Flash Gordon en episodios. Iba a sexto grado en Mar del Plata, estudiaba los desastres de las guerras de la Independencia contados por el Manual del Alumno Bonaerense y aprenda lo que era el combate de la General Paz y la aventura en serio leyendo de ojito El Eternauta en clase. Haban levantado por entonces los adoquines de la avenida frente a mi casa y jugamos los picados ms cmodos del mundo con la calle cortada. En tales idlicas y frondicistas circunstancias se me cay mi primer catastrfico Mundial encima, disfrutado y padecido con las mediaciones propias de la edad y de la poca: la opinin y los gustos de mi viejo, la radio que hablaba ex catedra con voz de Fioravanti y las pginas de Goles, los diarios y El Grfico.

Hay una foto ejemplar que vi entonces y cuenta incluso con sonido incorporado todo aquello. Pancho Lombardo la espalda de Lombardo, en realidad: un cuatro grande as sobre la camiseta a rayas apretada al uso de la poca tirado, cado, sentado en primer plano en el suelo como boxeador en la lona con el brazo sobre la ltima cuerda. Detrs, un racimo no aparatoso de checos blancos con nmeros oscuros que celebran alguno de los goles podemos elegir cul, hubo media docena pero que debe ser de los ltimos por la cara, por el gesto resignado de Pipo Rossi, parado ah con la mirada perdida, la mano en la cintura y la leve pancita de capitn. Ah est todo sin adjetivos.

Pareca increble que esas mismas pginas de esttica tristeza en sepia y gris hubieran recogido tan slo meses antes los esplendores del gol de Corbatta a los chilenos por las triviales eliminatorias, una secuencia memorable de seis fotos, de amagues y quiebres que haca entrar y salir defensores de cuadro al ritmo de las pisadas del Loco hasta que la tocaba a un rincn, casi de lstima y cuando ya no quedaba ninguno ni para aplaudir.

Tampoco Maschio ni Angelillo ni Svori los pendejsimos compadres de Lima en el penltimo verano que pareca de un siglo atrs estaban con Oreste para repetir las travesuras, gambetear a la tragedia. Se haban ido, los pibes haban usado Ezeiza sin pudor, culpa o vergenza, adelantando lo que el chiste de humor negro nos empezaba a ensear: Quin dice que Argentina no tiene una salida....

Hace casi medio siglo que vamos y venimos de Ezeiza. Con monedas y pancartas, con fierros y valijas, a buscar boxeadores machucados y viejos descarnados, a putear traidores y a despedir sueos, amigos y jugadores con babero; a saludarnos solos en los espejos hasta la prxima vez.

Ezeiza es La Meca de los argentinos.

CHILE 1962

Lorenzo el Magnfico y

el ocaso de los entrenadores

Uno est programado y sabe que para escribir en serio es decir, en saludable y suelta joda sin orillas, para poder arrancar, se pone el nmero sobre la mesa. El sesenta y dos. Y salta Sesenta y dos, modelo para armar, que escribi el Julio como quien regala una caja que al agitarla hace ruido de cosas sueltas, como un rompecabezas, como un Mecano, los pedazos de un sueo o un ao desordenado. No debe ser casual que el 62 convoque esas imgenes. Traiga antes que al equipo del inslito Lorenzo saltando con corta garrocha para ir al otro lado de los Andes, a la novela de Cortzar de tapa laberntica. Y que antes que nada, sin nada que la anuncie, vuelva ella, se me aparezca la desaparecida de entonces. La Rubia Debilidad.

Ya no la quiero, es cierto, pero cunto la quise

Muchos aos despus, frente al poema de Cardenal Seor: recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe / aunque no era se su verdadero nombre..., cumplidos largamente los treinta con el pescado sin vender y emocionado hasta sospechar de mi propia imbecilidad, escribira un texto primo de este mismo texto slo para comprobar, ya sin asombro, lo que saba sin saber: los sentimientos son siempre ms verdaderos que los vagos objetos o los equvocos sujetos que los encienden, ya sea cuerpo a cuerpo o a la ilusoria distancia del tiempo y del espacio. Quiero decir: amaba y amo todava a aquella Marilyn fechada puntualmente, inventada y ajena, tendida en la cama final, entreabierta y hermosa junto a las pldoras certeras y el telfono infructuoso.

Aquel domingo de invierno de hace casi medio siglo, el 5 de agosto de 1962, mientras ella descolgaba el almanaque final ya sin desnudos, llamaba desde el borde de Otro Lado a candidatos demcratas que no le cumpliran, el muchachito que era yo s (le) cumpla desconcertados diecisiete, le escriba un poema tonto y verdadero con birome Bic azul de punta fina desde el lado de abajo del mundo. Con el punto final cazaba el bolso y parta a recorrer con cierta habilidad el sector izquierdo de la cancha pueblerina con una camiseta roja y descolorida, tocaba a los costados, amagaba para ms.

No la amo a ella, claro (o creo); amo haberla amado. Marilyn era para m o para aquel que ya firmaba firme por m, en aquel tiempo y sin el mito an, el rubio fulgor de una melena recortada en Una Eva y dos Adanes del piantado Wilder y, sobre todo, ese par de tetas tan blancas como libres que se prodigaban sobre y contra un Tony Curtis que ya en esa poca no estaba a la altura de las circunstancias. Amo el sentimiento de haberla amado entonces con la certeza obsesiva de un oso hormiguero joven, solo y deambulante en el otro hemisferio de su cama.

Recuerdo que haca fro. Marilyn se iba y yo no terminaba de llegar a la vida en general, al rea de enfrente. Los meses se empujaban para salir del invierno pero no haba caso. En aquel oscuro pueblo de provincia bajo el lejano, irreal gobierno del petiso Guido y la bota todava traslcida de los milicos, era feliz y desgraciado; apretado y tenso como el hombre bala en el fondo de un can de circo apuntado a la nada, esperando el crepitar de una mecha que no sabra encender.

Aquel pibe sola incurrir en sueos seguidores: mujeres de celuloide que se inflamaban ante mis ojos, se quemaban ante mis manos y slo hasta ah; otras veces, un infinito centro pasado de derecha a izquierda que sobraba a toda la defensa y yo recoga de volea con todo el arco, pero slo hasta ah. La ereccin y el pelotazo tenan el mismo destino abierto, indefinido: eyaculaban contra el amor que vendra, golpeaban la red o sacudan los aledaos de un arco todava no tendido para m. Todo muy simple: las mujeres y el ftbol eran dos modulaciones del deseo, caras de la inexperta pasin, los lugares donde me regalaba.

Como adolescente en ejercicio estaba demasiado pendiente de mi cuerpo y mis hormonas, conmociones ntimas, como para entender o atender lo que pasaba alrededor. Sin embargo, inocultables sordos ruidos de temblores bajo tierra y pelotazos contra la cordillera llegaban desde el otro lado de los Andes. El Mundial esta vez se jugaba ah, en el pasillo de al lado, un lugar incmodo donde pareca que la pelota poda irse a cada rato al agua.

La ata contra el vidrio fro

Por eso aquel Mundial chileno que conservo desordenado de alma y vida, para m no viene solo. Viene con la muerte de Marilyn en leve diferido, con sensaciones encontradas. En el recuerdo, al ftbol de Chile hay que agregarle tengo que agregarle un montn de cosas ms para que viva y colee. Contextos, complementos. Como un bife rico pero demasiado seco y algo fro ya, que necesita el pur o las papas fritas, el vino tinto, el pan fresco y la mesa de mantel a cuadritos, la cara del mozo incluso y la hora y el rumor ambiente medioda tarde, mucha gente para que no me caiga mal o triste o indiferente. El Mundial de Chile viene tambin es necesario emparedado en meses antes y despus, no recortado al escueto desencanto argentino: tres partidos en una semana y a casa. Demasiado poco tiempo.

Y escasas cosas sueltas y fras, tambin. La seleccin de mangas largas acampa y se rodea o mejor se desguarnece en el apresurado sur de Chile, all en Rancagua, apenas abajo de Santiago, para exponer su ftbol sin magia en un lugar desangelado. Sin prejuicios o con ellos, en la memoria que alimentan las imgenes y las voces radiales sin rumores de fondo, el ambiente es opaco, casi desolado. No llega a ser el ventoso rumor de los torneos juveniles de Toulon con las imperdonables canchitas municipales de la Riviera francesa, pero consigue en las fotos grises de El Grfico, por ejemplo fijar cierto desasosiego: juega Argentina en Rancagua, hace fro y en la cancha de tribunas bajas perdemos ante poca gente con pulver. Eso es todo.

As, uno se imagina o recuerda el festejo del gol inaugural aquel disparo del hiertico Facundo ante los comunistas blgaros hijos de la Guerra Frala Guerra Fra y el ftbol congelado sin gritos ni colores de multitud; uno reconstruye y padece el golpe de la pelota inglesa en la red del tano Roma como suena un disparo homicida con silenciador. Un chasquido y listo, chau.

Ni siquiera llegamos a la propicia Santiago o a la empinada Valparaso para caer sin gloria pero con testigos numerosos que al menos nos putearan. Slo nos qued mirar la fiesta brasilea que segua sin nosotros, a la intemperie y con la ata contra el vidrio: ms Garrincha que Pel, esta vez contra los verdugos checos, un psimo souvenir Recuerdo de Helsingborg, 1958 que nos miraba desde el ngulo ms deprimente de la repisa del comedor.

Lo que dijo el Colorado

Aos despus, a mediados de los ochenta, conoc en Buenos Aires a un Colorado Dittborn cuyo apellido me evocaba copas futboleras, partidos rituales contra los recprocos trasandinos.

Dittborn, como la Copa Dittborn? pregunt.

S, Juanito me confirm el Colorado. Carlos Dittborn era mi pap.

Y mi amigo Pablo, el chileno, me cont la historia de su viejo el dirigente, el clido impulsor obstinado de aquel fro mundial hecho de prepo sobre bases temblorosas. Dittborn padre fue el que tras los terremotos con que carraspe esa tierra convulsa dijo sin pestaear: Porque nada tenemos, haremos todo, y los convenci. Fue el que llev a su pas laboriosamente hasta las puertas del torneo y se qued en la puerta, se muri en las vsperas, para volver homenajeado en el nombre de la Copa que yo recordaba y su hijo, el Colorado, me explic tambin l sin pestaear.

Mientras yo empezaba a entender algunas cosas ms y hablbamos de Jorge Toro y Leonel Snchez, del famoso Tito Fouilloux y de aquel Eladio Rojas volante de Amrica que termin viniendo a River, el Colorado se inclin con deferencia sobre el misterio de aquella desorientada Argentina:

Y quin era el entrenador, Juanito? y lo dijo no como quien pide un dato sino como quien busca un culpable.

El Toto Lorenzo sentenci. Pero no era entrenador; ya era director tcnico.

El ltimo entrenador

Me puedo imaginar la escena. Cierto domingo de comienzos de la dcada del sesenta en la Argentina, claro en alguna cancha bastante pelada en las reas y sin banderines en los ngulos del crner, un tipo de bigotitos ya con entradas y barriga incipiente, a punto de encarar el tnel para salir a la cancha con los muchachos vestidos de jugar, lo pens bien o mal y dijo que esperaran. Volvi al vestuario, se sac las zapatillas y las reemplaz por los zapatos; despus se despidi del buzo descolorido con la E grande, aparatosa, que le poblaba el pecho, y se puso el saco. Salieron con aplausos pero sin papelitos todava y el tipo no se arrim para la foto: fue y se sent en un banco, al costado. Ni bien empezado el partido, al cabo de un momento, estir un brazo en direccin a la cancha y dijo algo.

Haba completado, sintticamente, los gestos definitivos, simblicos: la despedida del ltimo entrenador, la llegada solemne o grotesca de su alter ego monstruoso, el director tcnico.

se es el momento preciso de la transicin. Argentina hasta el Mundial de Suecia haba tenido por muchos aos un seleccionador y entrenador: Guillermo Stbile. Que haca eso: elega y entrenaba a los que elega. Y en los clubes, era igual. El tipo del rompevientos con la E laburaba (poco) entre semana y los domingos miraba el partido ms de cerca que el resto, apareca en la foto y nada ms.

Reconstruyendo personajes ilustres o justos desconocidos, la saludable mayora de las veces pienso en esos hombres felices de destino lateral, adosados al margen del grupo de los propios actores, haciendo sin decir su propia letra. Con el uniforme de fajina, el entrenador era casi un mecnico junto al piloto consagrado; el veterano de nariz achatada que se asoma al borde del ring y al lado del campen. Su lugar estaba ah, al ras del pasto; emprico y concreto, ayudante, coordinador funcional; apenas por encima del masajista que devendra en cajetilla kinesilogo y el petiso aguatero inevitable.

La reconversin tilinga que se los llev a todos junto a dentistas y pedicuros al pas del neologismo no fue gratis. El entrenador metamorfoseado en det no slo tom el mando, se sent en el banco y se subi al banquito, sino que tom adems la temible palabra: haba nacido, con la dialctica explicadora y substituta del juego real, el verso.

La plaga equvocamente modernizadora simtrico dislate que intentaba compensar el desgobierno o el descuido tctico anterior, en esos aos del ftbol espectculo de Armando y de Liberti, arras con todo. Y el primer consciente despropsito fue entregarle la Seleccinla Seleccin como un juguete a Giancarlo Lorenzo, un Mdici tardo, un Magnfico estentreo y aparatoso con los guios del Depuesto y deseos de recuperar protagonismo tras cuatro siglos largos de silencio.

Y qu hace Lorenzo? Lorenzo habla. Y habla. Explica, describe, indica, ordena y planifica sin levantar la mirada del papel, buscar los ojos que lo miran al borde de la cachada. El Loco Corbatta o el Beto Menndez como Riquelme hoy no solan ni queran ni necesitaban hilvanar dos palabras ms all de las necesarias y slo cuando tenan los cortos: and, guard, tenela o pic. Incluso, de civil, hablaban mal. Pero jugaban acaso por eso mismo, y eran los mejores jugando a algo perfectamente inexplicable.

Con Lorenzo se produce el nefasto giro copernicano de anteponer un esquema vaco que ha de ser llenado por los jugadores, al conjunto de los jugadores que han de ser ordenados para producir lo mejor de s: los jugadores ya no juegan, ejecutan tareas; ya no se hablan, escuchan instrucciones en las que no creen.

El mal estaba hecho.

El original grotesco argentino

El 2 de junio de 1962 Argentina jugaba su segundo partido, ante Inglaterra, tras ganarle el primero sin fe ni ideas a la vulgar Bulgaria. Y esa tarde, sin querer queriendo, el tano Lorenzo reverdeci un gnero cmico-dramtico que el Discpolo mayor, Armando, haba inventado mezclando en la misma olla inmigracin con fracaso y conventillo: el grotesco criollo, lo pattico de no saber si rer o llorar. El renegado entrenador se larg a experimentar dinamitando el mediocampo Rattn jug de ocho por nica vez en su vida y agilizando el ataque: promovi al velocista Juan Carlos Oleniak para que mostrara su espalda numerada e indujera con el brazo levantado el pelotazo ritual de sus compaeros.

El partido fue horrible, perdimos 3-1 sin jugar a nada parecido al ftbol asociado y el siguiente empate en cero ante Hungra con una nueva formacin la tercera en tres partidos nos devolvi a casa por el Paso de Los Patos, supongo, para ser coherentes.

El Mundial de Chile que nos entristeci el denso invierno del 62, haba terminado para nosotros antes de empezar. Pero no aprenderamos nada de l. Giancarlo Lorenzo no podra hablar nunca, como Fitzgerald, con la autoridad que da el fracaso. Para eso haba que haber puesto el cuerpo y l lo sacaba como si alguna vez hubiera sabido gambetear.

INGLATERRA 1966

Rattn en Wembley y

la teora del intrprete

La estampa es buensima. El rferi peladito y enano que parece surgido de un episodio de Benny Hill, congelado en el gesto final, moviliza la fila, parece dirigir el trnsito el trnsito hacia cuartos de final, supongo con bracito firme. El petiso es alemn y sastre sastrecillo, dirn las crnicas arrebatadas de odio pero en la foto dej la aguja y est trabajando de rbitro y acaba de echarlo a Rattn contra Inglaterra en Wembley con el partido cero a cero y slo por pedir un intrprete. Sabemos cmo se llama el pequeo soplapitos que nos empieza mandar a casa pero le diremos inicialmente Seor K, a la kafkiana manera: es se pero podra ser otro, cualquiera. La arbitraria mitologa patriotera lo quiso as, mediocre empleado de un poder oscuro (o rubio, ms bien) que en una operacin tan eficaz como desprolija de medios hundi en partidos simultneos y con jueces cruzados a los histricos taitas del Ro de la Plata. Mientras Rattn iba camino a poner su irredento culo sobre la alfombra que conduca al corazn del Imperio y a la silla de la soberana veterana que acaba de dar ms que centenarias hurras los uruguayos arriaban la celeste ante Alemania con rbitro ingls de sepulturero. Eso nos ha gustado creer. Como dicen que dijo John Ford: A la hora de contar, entre la realidad histrica y la leyenda nos quedamos con la leyenda. Valga para Hollywood en aquel caso; valga para este devastado Parque Japons, en el nuestro.

La tctica del aguante y alguna media baja

As, el Mundial de Inglaterra se resume en pocas, inconfundibles y transitadas imgenes. En casi todas ellas no aparece una pelota en movimiento. Una lstima, porque no hace mucho, en una emisin del programa de Gonzalo Bonadeo Campaas dedicado a ese Mundial, pude ver de nuevo, como cuando tena veintin aos, viva ya en Buenos Aires y exista la diferida televisin al equipo argentino jugando contra Espaa, Alemania y Suiza. Y me gust lo que vi. El recuerdo, ms all de las consabidas escenas del partido que nos dio salida el raje del capitn, el cabezazo letal de Hurst con La Chancha Roma clavada en la raya, se detena en el resto de la campaita: alguna llegada precisa y vertiginosa de Artime para definir, ciertos cambios de frente y de velocidad de Onega y, claramente, el patadn de Albrecht al alemn Haller creo que literalmente lo dej fuera de la pantalla... El rubio vena o iba a recibir y el Tucumano irrumpa de izquierda a derecha y lo sacaba, como Firpo a Dempsey del ring. Porque tuvimos dos expulsados en ese Mundial, aunque lo de Rattn fue algo ms que eso. Fue una cuestin para tratar en Migraciones, en el Consejo de Seguridad de la ONU, si hubiera sido por nosotros.

Aquel equipo llammoslo el Lorenzo II, si el mamarracho seudoexperimental de Chile merece el I, tan ordenado en el blanco y negro de televisores de lmparas, tuvo el equvoco privilegio de ser la primera seleccin argentina de confeso planteo cauteloso. Tras dos porrazos ecumnicos, pese al espejismo triunfalista de la Copa de las Naciones arrebatada en Brasil con una formacin atada con alambre, Argentina llegaba curada de espanto a Inglaterra una forma de ser visitante al cuadrado a ver qu pasaba; menos a pisar que a que no la pisaran. Porque ese equipo a diferencia de los anteriores aguant, como aguanta un piloto bajo la lluvia, como jug a aguantar Uruguay por dcadas: parar el ritmo, esconder la pelota en las paradas contra los grandes europeos. En las matemticas sentimentales de estos casos hizo un buen papel: perdi slo con el campen despus de quedar con diez y empat en cero con el sub, con diez tambin. Estuvo ah. Pero la verdad es que ante Inglaterra no lleg jams. Era un planteo, cuanto menos, miserable.

Alguien le arm el equipo sobre la hora del arranque al desconcertado y desconcertante Toto dicen las buenas lenguas y as qued paradito para los cuatro partidos que dur. Cuatro en el fondo, de los cuales menos el tosco pero eficiente Pipo Ferreiro tres saban con la pelota adems de cmo calentarte los tobillos: el pendejsimo Babyface Perfumo, el consabido Albrecht y un Marzolini jardinero de lujo de su lateral por una dcada. Despus, tres en el medio el Rata de Obelisco mvil con su sidecar Gonzalito y el imprevisto Indio Solari corrindole por los costados y slo dos delanteros: el Diente Artime uno que para la ideologa de la poca slo saba hacer goles y el Monito Mas, un pibe con explosin que le daba de volea. Supuestamente tirado a una derecha inusual por no decir de frente que se atacaba slo con dos pero realmente suelto y a media agua circulaba Ermindo, puesto ah para que alguien pudiera ver algo de ftbol argentino. Pero todo muy medido y sobrio; como los pantalones negros, las medias grises y la camiseta con cuellito blanco. Solidez, economa de movimientos, ni una pisada y muy poca fantasa, estrellas abstenerse: slo brill de a ratos entre slidas nubes Onega Mayor, una constelacin entera.

Ermindo Onega, con ese nombre raro de primer hijo que soporta sobre su cdula el peso de la familia, era un caso raro tambin l (y no slo en ese equipo); un jugador talentoso, cerebral, fro; acusado o simplemente descripto como lagunero se debe haber acuado la expresin para l pero con mucho potrero. Una especie de potrero distinguido. Hay una foto espectacular y emblemtica: el Ronco Onega est en el aire, plstico y preciso; acaba de tocarla sobre el arquero llegando libre, y es gol ante Suiza. Tiene los ojos bien abiertos y las medias en los tobillos. Ocho aos despus, el Hueso Houseman repetir el gesto, el gol y la foto en Alemania: los ojos abiertos, el salto en el aire para definir con justeza, las medias cadas. Durante dcadas, los equipos argentinos estadstica, cabalsticamente tuvieron su jugador diferente (en todos los sentidos) de medias bajas: Tucho Mndez, despus el Loco Corbatta, Ermindo, Ren y el Negro Ortiz con Menotti. Eran una especie de reaseguro, de residuo potreril, de marca de origen. Se los comi, entre otras cosas, el reglamento.

No te vayas, que es peor

Se puede contar el Mundial del 66 de muchas otras maneras. Tal vez una de las ms curiosas sea mostrar la correlacin de los acontecimientos futboleros con los de la poltica nacional: la idea parcialmente verdadera es que cada vez que la Seleccinla Seleccin se iba a jugar un Mundial no saba con qu se encontrara al regreso. O s: se encontraba habitualmente con otro pas. Con otro gobierno, con otra moneda, con una guerra, una devaluacin, un muerto famoso... Acaso no fuera casualidad sino simple probabilidad estadstica: en la Argentina siempre estn pasando cosas graves (o simplemente desmesuradas) y no dejan de pasar porque la Seleccinla Seleccin vaya al Mundial. As, volver a pasar este ao y no habr que asombrarse.

Si en el 30 los jugadores que volvieron de la final de Montevideo llegaron justo para asistir al desfile inauguracin del golpe de Estado, algo de eso hubo casi siempre: ni hablar del 74 o del terrible 82. En el caso del 66, el equipo de Lorenzo se fue de gira previa a mediados de junio y lo despidi parcamente, segn su estilo de saludable perfil bajo, el viejo galeno Arturo Illia. La cuestin es que para cuando el equipo debut contra Espaa pocas semanas despus, el 13 de julio, el presidente de facto y de prepo era el pattico generalote Juan Carlos Ongana. Es que en general precisamente los cambios solan ser para mal. O para peor.

Nuestra movida realidad indica que hemos logrado perfeccionar el sistema.

Inglaterra, abominable pater et magister

Sin embargo, acaso la verdadera significacin de aquel Mundial arratonado sea que no se trat de un simple avatar ms de nuestra larga relacin (tambin futbolera) con los ingleses, sino que marc una divisoria de aguas: aquel partido del 66 traz un antes y un despus con los viejos y literales dueos de la pelota.

La cosa viene de lejos pero es simple, transparente. En trminos econmicos, la Argentina ha sido siempre en el contexto de comercio internacional dependiente respecto de las metrpolis desarrolladas, del Imperio ocasional que nos recogi en su seno. As, ya mucho antes de este presente peleador, tras zafar del gallegazgo colonial fuimos durante un siglo largo ms leales e ingenuos clientes que supuestos socios activos de la Inglaterra pirata. Sin embargo, pese a rivadavias genuflexos, malvinas irredentas, crditos de la Baring Brothers, patagonias gringas y pactos Roca-Runciman, el intercambio desigual y las relaciones unilateralmente carnales, de los britnicos tambin nos quedaron entre dolores algunas maravillas de las que ningn criollo en sus cabales se atrevera hoy a prescindir: los bancos verdes de estacin, el whisky, la literatura de Borges y el ftbol.

No ha faltado el culto desinformado que buscando descalificar la popularidad del traducido balompi ha hecho del origen sajn del ftbol un estigma irrecuperable para los que lo reivindican como fenmeno propio de la cultura popular de estos confines de Occidente. Es que el ftbol, nacido en los patios de los colegios britnicos ms o menos exclusivos, primo del rugby y vecino de pasto del crockett, tuvo un destino curioso de universalizacin residual. Porque si bien de puertas adentro los hijos de los funcionarios del ferrocarril lo jugaban en los recreos escolares de la India, El Cairo o Buenos Aires, los analfas marineros rubios y tatuados que suban trigo al hombro en planchadas pintadas por Quinquela Martn bajaban tambin la pelota de tiento y jugaban a cielo abierto y sin paredes, al borde del agua. Ah, en el muelle, en los descampados aledaos al puerto, en esa zona de ambigua marginalidad fronteriza, el football se naturaliz en fbal y produjo, junto con el tango, lo ms genuino de nuestra produccin cultural alternativa del siglo.

Urbano, hbrido, sincrtico, el deporte de los ingleses locos se cultiv institucional en los colegios bacanes mientras simultneamente creca salvaje en los potreros criollos. Borocot cont como nadie esa transicin informal, emprica, de destrezas, usos y costumbres cuando ejemplific con la frmula ritual previa al comienzo del picado. En el potrero de los primeros aos del siglo Auredi? decan los de un lado, y Diez contestaban los otros. Qu era eso? La versin fontica, deformada, del All ready? Yes que les haban escuchado a los ingleses...

En el desarrollo o la invencin ulterior de una identidad futbolera, los adversarios/enemigos ocasionales acotaron el perfil propio. Durante muchos aos, con los uruguayos, hermanos de teta y vecinos de vereda, nos trenzamos en la lucha horizontal y camorrera por la preeminencia entre iguales casi indiferenciados. Despus, con los brasileos, hemos confrontado siempre por la chapa barrial ante el mundo a partir de reconocer y admirar (solapadamente) una diferencia. Finalmente, con los ingleses la cosa ha sido ms pesada: no lidibamos slo con ellos y su envergadura real como potencia, sino con lo que representaban; jugar contra Inglaterra era enfrentar al Padre, si se quiere. Y eso, aunque/porque es necesario, nunca es gratis. Los padres, se sabe, suelen sacar lo mejor y lo peor de nosotros: as, nada nos ha importado disfrutado y sufrido ms que ciertos choques puntuales con los paternales piratas.

Por eso no se falsea mucho la realidad si se lee la historia del ftbol argentino a partir de una serie de emblemticos partidos jugados contra los ingleses durante el ltimo medio siglo largo. Con el de Wembley del 66 en el centro, claro.

Medio siglo a las patadas

Para no hacer prehistoria con los Browntosaurios y otros fsiles ilustres del Alumni y la Seleccinla Seleccin que se cruzaron con equipos britnicos en excursin de ultramar ya desde la segunda dcada del siglo, hay que arrancar con el partido de 1951, aquel por el que Miguel Rugilo, un veterano arquero de Vlez llevado por descarte a la gira, termin siendo El Len de Wembley segn la calificacin pico-sentimental de entonces. Durante aos cre que en aquel primer partido en la Casa Paterna habamos ganado apenas ah o empatado al menos gracias a las notables atajadas del bigotudo Rugilo volando de palo a palo. Y no: ganbamos con gol de Boy en el primero, pero despus los ingleses lo dieron vuelta y perdimos 2-1. Ese partido signific el regreso en la posguerra (tardo, traumtico) de la Argentina a la confrontacin mundial, a la competencia con Europa, tras el sueo de la poca de Oro de los cuarenta en que fuimos los mejores del mundo sin competir fuera de Sudamrica ni ir al Mundial de Brasil. Soberbia que tampoco fuimos a Suiza 54 pagaramos tan caro.

La historia de los enfrentamientos con los padres sigue con otro partido pico, memorable, de dos aos despus en River: es la (primera) victoria argentina, fechada y recordada como El da del gol de Grillo contra los ingleses: 14 de mayo del 53. La apilada del Pelado por izquierda otro de medias bajas... no termin con el centro atrs que mandaban y mandan los libros sino con un puntazo feroz al primer palo que se clav arriba. La improvisacin contra la lgica; la jugada individual que superaba la rigidez de la tctica, se dijo; los maestros superados por los discpulos. Los intrpretes que se salan de la rgida partitura.

El tercer momento soslayando los episodios de Chile 62 y de la Copa de las Naciones, ms bien anodinos y sin carcter es el que nos convoca: el Wembley II, digamos, El da de la expulsin de Rattn. La afrenta recibida esa tarde por interpsita persona en la repelente figura del pequeo juez Kreitlein habra de poner las cosas en otro plano. El arrogante victimismo nacional encontr en la teora de la conspiracin el pretexto o la excusa para no analizar nuestro confundido ftbol y a la vez se prepar para recibir, vicariamente, en las heroicidades aparatosas de Estudiantes y Racing ante el Manchester y los empaquetados escoceses del Celtic de los aos siguientes, la compensacin patriotera. Los penosos gritos del Gordo Muoz contra la Thatcher y sus manos ensangrentadas de quince aos despus haban comenzado mucho antes, acaso la noche pica en que la Bruja Vernla Bruja Vern padre los emboc de cabeza a los mismos que aos despus acogeran a su talentoso hijo, y el desaforado Relator de Amrica se lig un britnico paraguazo ms resentido que flemtico.

Pero haba algo pendiente con ese padre ya no tutor ni encargado pero an autoridad persistente en tanto ingls interior no erradicable. La serie de agridulces hroes emblemticos (Rugilo + Grillo + Rattn) necesitaba un cierre esplendoroso, un vengador compensatorio en todos los terrenos que cerrara la cuenta pateando el tablero. Y lleg el Diego. Veinte aos despus de la tarde del sastrecillo, del oscuro Seor K, Maradona mat two birds de un solo partidazo bajo el sol del Azteca: se termin de burlar de la letra tctica con la nueva versin delirada hasta lo increble de aquella apilada incipiente de Grillo y se cag libre, definitivamente a lo bestia en el espritu, ese fair play tan mentiroso y trabucado. Tal vez sea casualidad, pero es verdad que slo muerto (asesinado) el padre, pudimos salir campeones.

Interpretando al intrprete

Bajo esa luz, despus de tanta historia, la imagen del Seor K dirigiendo el trnsito pesado de esta tarde fatdica del 66 con Ongana instalado y ya esperando en casa, se ilumina diferente. La urea leyenda argentina Rattn dixit pinta los esfuerzos infructuosos de un capitn que no se siente comprendido, pide un intrprete, es malinterpretado en sus gestos y termina injusta, alevosamente decodificado por el Seor K expulsado. Posteriormente, el soberbio capitn manifiesta su descontento con gestos de emblemtica protesta fcilmente interpretables ya no dirigidos al rbitro sino al Poder detrs, delante y alrededor del Trono: les estruja la banderita del crner, se les sienta en la alfombra.

Y sin duda que haba errores de interpretacin. En principio, hoy nos sigue repugnando el petiso pero ya no le creemos demasiado a la versin victimista de Rattn convertida en historia oficial. En realidad sentimos que el capitn enfriaba, haca tiempo, tensaba la cuerda, comenzaba a practicar ese enfermizo, exasperante trnsito al filo del reglamento lindante con la deshonestidad que nos cautivara mucho tiempo, que reaparecera en la grotesca final del 90 en Italia. Eso se puede interpretar hoy y a esta luz como recurso dictado por la impotencia. Para afuera se poda alegar perplejidad, hacamos que no entendamos qu (nos) pasaba. Pero en realidad, si necesitbamos un intrprete en Wembley es porque Rattn ya era, l mismo y ese equipo, y Lorenzo & Ca., un intrprete sospechoso, desfasado: el enhiesto capitn interpreta, acta el equvoco sentimiento nacional cuando sale del campo porque dentro de l ya no puede o sabe o tiene cmo interpretar cabalmente los argumentos clsicos del ftbol criollo. Se ha quedado sin libreto.

Como el pas mismo. En aquel invierno del 66, cuando Rattn y Ongana saturaban con sus gestos enfticos y sin duda histricos las pginas de los diarios, el general del bigote imprescindible se soaba e impona como nico intrprete de una postergada Revolucin Argentina que ya menta dos veces desde el ttulo.

ALEMANIA 1974

En Europa no se consiguen

o la temeraria certeza

del Ratn

Es famoso que cuando regres de Alemania tras el Mundial, el polaco Cap declar sin que se le moviera un crespo pelo: El balance final no es bueno ni regular ni malo. Aquellos tiempos, como stos, daban para todo. Y Ladislao daba la cara aunque fuera para articular semejante pisada verbal, hueco semntico, manganeta lgica. Era algo. Bien podra haberse hecho el gil, pasarle la pelota a los otros medios que como l, lo haban sido antao, Vctor Rodrguez y el Puchero Varacka, ya que la responsabilidad de la conduccin tctica de aquella seleccin del 74 fue tripartita.

Jugando de Sarratea, de Chiclana y de Jota Jota Paso con la renuncia en el bolsillo, los antiguos medios y ahora tercios volvieron del incendio a la hora del terremoto y paradjicamente suspiraron: era tal la incertidumbre general por lo que pasaba y lo que se vena cocinando que pasara, que fueron los primeros en decir Gracias, Isabel al poder irse a casa casi inadvertidos. Al final, si no los jugadores, tampoco ellos eran responsables/imputables, para no hablar de los dirigentes. La pelota corra y se pasaba fluida de mano en mano como no haba pasado nunca en la cancha de pie a pie.

Hasta que hubo acuerdo en el obvio diagnstico genrico: haba un mal endmico, el desorden organizativo, y un sntoma aejo enmascarado como remedio de ltima generacin: la improvisacin. Para la primavera ya rega un director supremo, un Csar con plenos poderes para superar la anarqua y primeras prioridades de pelota al piso. En cuatro meses al ltimo triunvirato se lo haba tragado la tierra y el impresentable Mundial de Alemania era una carpeta llena de fotos con caras largas y goles ajenos, figuritas de jugadores que semana a semana se haran ms difciles de recordar.

Especulaciones en Gelsenkirchen

Aqu tenemos una imagen simple pero ejemplar, maravillosamente expresiva. Los retratados estuvieron juntos y quietos lo indispensable, probablemente slo el segundo que los convoc. No deben haber cruzado ms que dos palabras si lo hicieron en idiomas recprocamente incomprensibles para acompaar la palmadita en la espalda de la despedida. Ni siquiera parecen haberse apareado a propsito como rituales capitanes, novios en el atrio, boxeadores desafiantes o presidentes hipcritas de reunin cumbre. No, simplemente iba a empezar el partido y estaban ah, casi seguro que en el crculo central los dos arrancaban de nueve aunque despus la tctica, el talento y el ftbol los llevaban por distintos itinerarios y el fotgrafo de agencia internacional que podemos imaginar apurado por el arbitro, los hizo juntarse con un simple gesto para tenerlos a los dos. Click y ya est.

Pero se puede conjeturar algo ms. Por ejemplo, permitirse imaginar que el que saca la foto es argentino, porque si alguno de los dos protagonistas pidi que los retrataran lo que supone una relativa familiaridad con el fotgrafo, es el de camiseta a rayas, el que muestra mayor complacencia frente a la cmara. Hay cierta alegra de estar ah, una tensin que se manifiesta en la posicin de los brazos, en el pecho hinchado, mientras el otro simplemente est, ofrece su disposicin. Uno se pone y sale en la foto; el otro, se presta solamente.

Claro que existe la posibilidad entre otras ms remotas de que el fotgrafo fuese espaol y la iniciativa de juntarlos enteramente suya, que el hombre viera la oportunidad de retratar a dos jugadores de selecciones extranjeras que en ese momento de la foto jugaban en equipos espaoles y los registrase como quien documenta el paradero de fugitivos ocasionales: en Espaa solan y suelen confundir la nacionalidad con el lugar de trabajo.

La ltima suposicin ya sin fundamento alguno ms all de la continuidad de estas gratuitas hiptesis nos hace afirmar que mientras el de la melena debe haber conservado esta foto de incierto origen hasta hoy, probablemente ampliada y en lugar preferencial, el otro, el rubio del jopo cado, quin sabe si la tiene.

Es probable que a muchos lectores criollos y contemporneos, sobre todo si son jvenes, el jugador de camiseta naranja les resulte ms familiar y conocido que el argentino. Es lgico e incluso justo: el de la izquierda es Johan Cruyff, un crack absoluto. En el momento de la foto con Pel ya retirado tras los fulgores de Mxico ese Flaco holands que acaba de irrumpir meses atrs como un rayo de luz en el lujoso Barcelona para conducir el ataque junto al Milonguita Heredia y el Cholo Sotil, es el mejor jugador del mundo.

En cuanto al otro, el de la melena argentina, es el entraable Rubn Ratn Ayala, un crack de cabotaje. En el momento de la foto haba trasladado sus costumbres de empedernido goleador, veloz y desprolijo, de San Lorenzo al Atltico de Madrid, aguantadero ideal para delanteros criollos de tranco largo y pocas ideas, pero bien bien fijas.

Las circunstancias en que fue recogida la imagen del Flaco y el Ratn son famosas y nicas, felizmente irrepetibles: en la tarde del 26 de junio, en Gelsenkirchen, Holanda y Argentina estn a instantes de jugar el primer partido de su zona en los cuartos de final. Es la famosa revancha que esperaba el triunviro Vctor Rodrguez desde que haca exactamente un mes atrs, en la gira previa, Holanda nos haba arrasado en msterdam. As fue como, aunque prohibida por la censura autctona la versin de Stanley Kubrick de la novela de Anthony Burgess, los argentinos de a pie habamos podido ver sorpresivamente toda la crudeza de La naranja mecnica por televisin y en dos entregas de 45 minutos: 4 a 1 y nos hicieron precio.

Si el Ratn sonrea ahora, en las vsperas del ominoso segundo round, no era porque saboreara la perspectiva de una revancha soada etlicamente por el intrpido Rodrguez, sino porque no haba asistido a la masacre previa. No era defensor, no estaba vacunado como el zarandeado Quique Wolff (a los pies de Resenbrink) o el perplejo Hugo Bargas, descolocado ya antes de entrar por los amagues y vacilaciones de sus propios conductores tcnicos: Dnde carajo me pongo! era el clamor.

Si el Flaco Cruyff estaba serio ahora, como buen capitn antes del despegue, era porque tena la mente ocupada en cmo iba a resolver en el primer gol, dejando atrs a Perfumo y abrindose hacia la izquierda para esquivar al infructuoso Carnevali y poder cruzarla de zurda. Cruyff miraba de frente, pero no porque tuviera problemas de perfil.

El final se sabe: la tarde de la foto del Ratn y el Flaco no hubo revancha sino suplemento. Nos hicieron cuatro ms dos por tiempo dejndonos esta vez en cero y listos para engrosar las listas del Guinness en el captulo Humillaciones p/mes: ocho en dos partidos. En Buenos Aires y otras capitales del dolor como dira el viejo Eluard asistimos anestesiados frente a pesados televisores que nos ahorraban las estridencias del naranja movedizo al despegue y aterrizaje de los aviones de KLM por ambos laterales: era como estar asomados a las pistas de Aeroparque viendo a los nuestros trabajar de sealeros, llevando el carrito de las valijas.

En los cortes de la tele, como en un sueo o una morisqueta, apareca el mismsimo Ratn Ayala el mismo de Gelsenkirchen y a la vez otro recin baado o desmarcado eficientemente que con un botn criollo de ftbol en la mano y, mirando a cmara como en la foto con el Flaco de esa misma tarde, repeta la finita consigna inolvidable:

En Europa no se consiguen.

La voz aflautada, increble, del Ratn, qued pegada al recuerdo de esos meses de densa vida argentina en la cornisa, junto a otra, la triste, solitaria y final del Dueo del Balcn en despedida: Llevo en mis odos la ms hermosa msica... Porque el Viejo Versero se la llev realmente, se fue con la msica a Otra Parte en esos mismos das. Tanto es as que distrado en agonizar no lleg a enterarse de la cada casi redundante ante Brasil, el acorde que le hacan desde lejos para ponerse a tono.

El 1 de julio triunviros tcnicos y jugadores fueron a misa y a rezar por montones de razones a una iglesia alemana de provincia: por Pern y su alma desalmada, por la Argentina en pedazos que ya no se juntaran sino en el tnel hacia ninguna parte, por ellos mismos y sus pecados de marca y de soberbia.

En esa foto de la iglesia en que se inclinan Carlitos Squeo, Brindisi, un Pato Fillol sin guantes todava, Wolff y algunos otros de segunda fila, el Ratn no est.

Lo que se supone pedan, buscaban, queran o esperaban esos muchachos, en Europa tampoco se consegua.

ARGENTINA 1978

Menotti y el misterio

de los tres palos del Diablo

Nunca es demasiado halageo aceptar que la Dictadura cay o se fue, mejor como consecuencia de la soberbia imbecilidad criminal de la guerra de Malvinas y no por otra cosa; menos lo es suponer que los militares podran haberse ido mucho antes si en la tarde del 25 de junio de 1978 una pelota de ftbol que haca casi una hora y media circulaba por la colmada cancha de River entre jugadores vestidos de celeste y blanco y de naranja hubiera, en cierto momento, desviado su trayectoria hacia la derecha entre tres y cinco centmetros. No se necesitaba ms que eso el levsimo desvo de una pelota no digo para voltear de inmediato a la Dictadura, pero s para modificar sensiblemente el estado de nimo colectivo de la multitud presente y de la comunidad nacional entera, ms pendiente por entonces del destino final de esa pelota que del de la Nacin.la Nacin.

La duracin del invierno ruso se mide en das o semanas, la nariz de Cleopatra en milmetros. Se dice sin mentir demasiado que por tales cuestiones de semanas y de milmetros la Historia fue (de ir y de ser) por donde y como fue, derechamente, y no dobl de la mano de Julio Csar o Antonio o Napolen o Hitler en la esquina y sigui para all en lugar de venir para ac y hasta ahora. Y tambin lo de la pelota y los mezquinos centmetros es, con ciertas mediaciones, absolutamente cierto, aunque la levsima modificacin en el encadenamiento infinito de las causalidades tuviera un vnculo mucho menos ostensible con la realidad histrica y poltica que en los otros casos.

Al respecto, hay un cuento del impune Bradbury que juega sin filtro ni pudor con este tipo de posibilidades. En una poca en que los viajes tursticos en el tiempo ya son cosa corriente, se les recomienda a los ocasionales pasajeros que acceden al pasado en plataformas que les permiten circular y observar sin ser vistos, que no toquen nada. En este caso, los amigos salen de viaje al pasado en circunstancias previas a una eleccin en que se enfrentan dos candidatos claramente diferenciados: uno democrtico, amplio favorito; y otro totalitario, retrgrado, con muy pocos seguidores. En el viaje a tiempos inmemoriales, uno de los turistas del tiempo tropieza en la plataforma, resbala y con su pie pisa, en la selva contigua, una alevosa mariposa. Al regreso al presente todo est lgicamente igual pero no tardan en observar ciertas, levsimas, modificaciones en el lenguaje y con estupor que en las elecciones se ha impuesto el candidato de la derecha...

Ms all del golpe bajo las mariposas siempre son demasiado y del esquematismo que asocia la belleza al bien y a ciertas opciones polticas, el cuento es de una eficacia feroz. Las ucronas subgnero de la ciencia ficcin que parte de las hiptesis tipo qu hubiera pasado si... se alimentan de esta clase de especulaciones: si Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial, si la multitud hubiera elegido salvar a Jess y no a Barrabs y el predicador palestino no hubiese sido crucificado... Las supuestas ulterioridades perfilan un mundo mejor o peor, siempre diferente del que nos cupo.

Lo notable en el caso de la pelota que no se desvi hacia la derecha los tres, cuatro o cinco centmetros necesarios como para que a la larga, suponemos la Dictadura se terminara antes, es que si hubiera sido as, en lgica pura, hay que convenir que no slo nuestra historia se hubiera modificado sensiblemente. Incluso y necesariamente la historia de los de camiseta naranja hubiera sido distinta, entre otras cosas porque el por entonces subsecretario de Agricultura de la Dictadura se habra quedado sin tiempo material para acceder a la Secretarala Secretara al ao siguiente, su carrera poltica y empresarial hubiera sido otra y su bella hijita rubia, Mxima que acababa de cumplir por entonces siete aitos, seguramente no hubiera terminado casndose con el prncipe heredero del pas o reino de los de camiseta naranja veintids aos despus.

Pero de qu estamos hablando? De qu pelota, de qu momento, de qu centmetros de ms o de menos que pudieron haber cambiado la historia?

De qu se trata

La final del Mundial 78 en el estadio de River fue un partido extraordinario. En realidad fueron dos partidos: el propiamente dicho y el alargue, que no es otra cosa sino un partidito escueto, quince y quince, un tercio exacto, un bonsai de partido. Y en nuestra memoria y en la historia ese compacto de gloria final se ha comido al primero. Como si aquel Argentina-Holanda hubiera sido una de esas finales suspensivas de bsquet con suplementario o de tenis a cinco sets con tie break en que los minutos, segundos o puntos finales convierten al resto en un prlogo excesivo, desmesurado, slo justificable como paso previo para llegar a los momentos de la definicin. Claro que si en buena lgica el ltimo tanto vale igual que el primero al menos en ftbol y bsquet, no en el terrible tenis para las razones de la emocin las cosas son diferentes y por eso existe el gol de la victoria y siempre los ltimos sern los primeros. Y nunca tanto como esa vez.

As, la epopeya nacional que llev a Mario Kempes al justo bronce tiene su momento cumbre en la guapeada del grandote de la melena al viento en el ltimo minuto del primer suplementario. El gol que quebr a los holandeses, esa rfaga de decisin y potencia que lo llev a terminar empujando la pelota estirndose entre rivales para mandarla adentro tan cerca de la lnea como de la gloria, es la secuencia imborrable, el momento ejemplar congelado una y otra vez para el lbum del procerato deportivo. El ilustre Matador pudo haber hecho algo ms o no hacer nada antes y despus de esa secuencia. Con eso ya est.

Pero hubo un tiempo que no fue hermoso, Sui Generis no dixit. Porque el partido-partido fue un empate de los que te dejan temblando. El redundante Kempes se apur, hizo el primer gol a los 38 y desde ese momento, durante una hora esperamos que el italiano Gonella acelerara su reloj de arena y nos llevara de una vez por todas a dar una vuelta. Pero no fue as: Holanda empat. En lo que fue el gol ms silenciosamente recibido en la historia de la cancha de River y del ftbol argentino, a nueve del final la lnea de cuatro aplic la receta sin mirar al paciente, apost en lnea a la ley del offside, alguien de cuyo nombre no quiero acordarme se desprendi por derecha, vino el centro paralelo y el misterioso y recin ingresado Naninga la puso limpita y fcil arriba y en el medio, entre un Pato espectador de lujo en el primer palo, un Galvn ms petiso que nunca y un silencio multiplicado por setenta mil. Porque no es lo mismo que se calle uno a que se callen (nos callemos) todos. El silencio suma, como el vaco: no es lo mismo la tcita soledad del ascensorista del Empire State que la de Collins en la cpsula lunar. As, Naninga grit su gol en el desierto contra la falsa y aterrada indiferencia del mundo.

Y no fue todo, an faltaba lo peor. De pronto, la necesidad de que acelerara su curso el goteo de la clepsidra de Gonella la hora, refer tuvo otro sentido: no era que se vean en el horizonte las luces del festejo sino que se vena la noche porque, como en los burros, el que empareja gana. Y lleg el momento clave, la cita con el destino. El final de pelcula.

Faltaban tres, dos, cuatro, nada y de nuevo la cosa siniestra, la mala noticia vino desde la derecha. La pelota vol treinta metros y aterriz en el temible territorio de nadie, las frgiles espaldas de J