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educación
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RESPONSABILIDAD PROFESIONAL Libro: Ética
Autor: Pedro Chávez Calderón (2007)
No es lo mismo ingresar en el mundo que ingresar en la vida. Cuando aparecemos sobre
la Tierra somos incapaces de dirigirnos; y sólo lenta y progresivamente vamos alcanzando
las auténticas dimensiones de la conciencia y de la libertad, y aún entonces, debemos
reconocer la necesidad de ser conducidos, que subsiste en distintos grados y terrenos
durante toda la vida.
Cuando el hombre comienza a hacerse responsable, tropieza con la dificultad de discernir
con claridad la dosis de sumisión e independiente afirmación de sí mismo que deben
normar sus de cisiones frente al general conformismo o inercia impuesta por el medio
social y la autoridad.
Pero en todas las almas, y particularmente en el alma de un verdadero universitario,
queda siempre un margen de autonomía intangible e irreductible, por la cual todos somos
responsables de nuestras obediencias y de nuestras rebeldías, por más que busquemos
un sabio o una autoridad a quien transferir sin reserva y con absoluta confianza nuestra
decisión. y la razón es que todos los hombres se pueden equivocar, y que ese sabio
absoluto y esa autoridad no existen.
El acudir a la autoridad no es medio para librarse de la responsabilidad; pues, tanto el
obedecer como el desobedecer a esa autoridad entrañan responsabilidad.
Sería absurdo rechazar el criterio de la autoridad, de la sociedad, y de los prudentes
consejeros; pero ni el buscar consejo, ni el obedecer, jamás pueden significar el
abandono de la responsabilidad. Por donde inferimos que la verdadera responsabilidad
siempre debe apelar a la propia conciencia en última instancia.
Si el deber es sentido como obligación, decimos que el sujeto "responsable." Si el sujeto
no siente nada (por sinvergüenza o estar en la luna), decimos que se trata de un
"irresponsable."
La imputabilidad es la simple atribución de un acto aun jeto determinado. De tal manera,
podemos afirmar que la impubilidad es la reacción social o jurídica ante el deber de
conciencia. Si existe deber de conciencia, la imputabilidad es justa y razonable. Si no
existe, la imputabilidad es improcedente.
La responsabilidad como deber, es la obligación de responder de los propios actos
delante del tribunal competente.
Cuando el tribunal es Dios o la propia conciencia, tenemos la responsabilidad moral.
Cuando el tribunal es el Poder Público, tenemos la responsabilidad legal; que a su vez es
civil o penal, según, se trate de responder de los actos comunes del ciudadano, o del
daño inferido que requiere indemnización o pena por la violación de las leyes.
Para la verdadera responsabilidad y para la justa imputación de una acción mala se
requiere:
a) Que al menos confusamente se haya previsto el efecto. (Así al que desconoce el vino,
no se le puede imputar la embriaguez) .
b) Que sea posible no poner la causa o, al menos, volverla ineficaz. (Verbigracia: cuando
se tiene el hábito de maldecir, las pocas maldiciones que se escapan no son imputables ).
c) Que se esté obligado a no poner la causa para evitar las malas consecuencias.
Donde se cumplen estas condiciones, hay responsabilidad de conciencia, aunque
casualmente no se siga el efecto.
y ya sabemos que los factores que influencian el conocimiento y la libre voluntad, son los
obstáculos que alteran los actos humanos y la responsabilidad; aunque a veces no sea
fácil discernirlos ni juzgarlos. Tales son: la ignorancia, violencia, miedo, pasión,
antecedente, hábito y enfermedades mentales. También suponemos que nuestros
lectores saben distinguir entre los actos voluntarios perfectos e imperfectos, actuales y
virtuales, directos e indirectos.
La centramos en esa sanción interior de la conciencia, que inclusive puede estar en
pugna con la exterior, social o jurídica. Así en las emergencias, por ejemplo, puede
aparecer un conflicto entre las leyes o reglamentaciones, y la conciencia profesional.
Cuando un médico o ingeniero ocurre velozmente al lugar de un accidente contraviniendo
los reglamentos de tránsito, prevalece siempre el dictamen de la conciencia, la sanci6n
interior.
Toda la conducta práctica de un profesionista debe regirse por esta doble finalidad: a)
evitar toda falta voluntaria y b) disminuir en lo posible el número de faltas involuntarios,
que son fruto de la debilidad humana, por flaqueza propia o negligencia ajena. y cuando
surjan conflictos de orden técnico o social, nada mejor que despojarse de toda
presr.mci6n, avocarse al estudio de los problemas y tratar de poner en práctica aquel alto
principio de valor moral indiscutible: "No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti
mismo."
Es también oportuno recordar que el acto voluntario directo es siempre imputado al
agente, tanto en la buena como en la mala acción; mientras que el voluntario indirecto (lo
que es querido en su causa), aunque no se atribuya al agente si el resultado es bueno, se
le atribuirá ordinariamente si el resultado es malo.
Para no enredarnos en el laberinto de distinciones que encontramos en juristas y
moralistas que tratan la responsabilidad profesional, agruparemos brevemente las
principales responsabilidades en un orden elemental, recordando una vez más que toda
división metodológica es algo arbitraria y se hace para facilitar el orden de las ideas y la
fidelidad de la memoria. Así clasificaremos las principales responsabilidades profesionales
en responsabilidades: a) consigo mismo; b) con los prójimos, y c) con la sociedad.
La responsabilidad familiar del profesionista la trataremos en capítulo aparte. La
observancia de las tres responsabilidades arriba apuntadas es lo que constituye
fundamentalmente la responsabilidad profesional o responsabilidad con la profesión.
RESPONSABILIDADES CONSIGO MISMO. Una lógica elemental conecta las
responsabilidades a los deberes. Manteniendo este paralelismo es evidente que la
responsabilidad profesional exige n el fuero íntimo de la propia conciencia una fidelidad
permanente al triple deber de competencia que estudiamos en los tres primeros capítulos
de esta segunda parte.
En la competencia intelectual subrayamos el doble carácter e la preparación profesional:
el técnico y el humanístico. No nos Interesa analizar microscópicamente cada debilidad
humana. No existe un solo hombre inmune de miserias y debilidades; y sin embargo, la
técnica y el humanismo progresan constantemente.
Lo que positivamente compromete ala técnica y al humanismo, y es una traición a los
intereses de la profesión y de la cultura, es la actitud intelectual que adoptan los
profesionistas en 10 que ;podemos considerar sus hábitos íntimos, que son los que
regulan toda su vida humana. La actitud absurda del que, absorbido por la acción,
abandona los libros, esclerosándose paulatinamente en todos los órdenes. Es como
apagar la luz para armar una máquina.
De aquí que no se sepa distinguir la profundidad de la oscuridad. De aquí también la
solemnidad ridícula: el lenguaje sibilino, la impermeabilidad al "humor," abrumarse y
abrumar con los mismos clichés mentales. Poco a poco, pero siempre en mucho menor
tiempo del que puede imaginarse, desaparece el intelectual y se desvanece toda
inquietud o preocupación por la extensión de la cultura filosófica o científica
Insensiblemente esa actitud, que es el peor astringente de la personalidad profesional,
determina una serie de aberraciones. No es que el profesionista sea un hombre del
pasado o viva del pasado (10 cual es también una irresponsabilidad) ; es que se convierte
en un invertebrado: ignorante absoluto de ideologías modernas, ignorante de las
estructuras fundamentales y del funcionamiento de los mecanismos del mundo actual,
totalmente insensible al movimiento de la historia, aislado sistemáticamente de todos los
horizontes científicos y sociales, presa incondicional de la propaganda, esclavo de la
neutralidad y fetichista de las novedades, por ser "novedades."
Los juristas contemporáneos, refiriéndose a la responsabilidad civil, adoptan los términos
de responsabilidad contractual y responsabilidad extracontractual, cuando se trata de los
daños causados por el incumplimiento de los compromisos o de los daños originados por
un delito o cuasidelito.
No es nuestra intención substituirnos a los esclarecidos magistrados o juristas que han
ilustrado el sistema jurídico de Occidente con la adopción del Derecho Romano y el
serelll) análisis del Libro Quinto de la "Etica a Nicómaco."
Pero hay otra responsabilidad que, si bien no se consigna expresamente en las cláusulas
del Derecho Civil, obliga más seriamente al profesionista a revisar su actitud hacia sus
prójimos: es la responsabilidad natural hacia la persona.
La persona humana se ha convertido insensiblemente en el centro neurálgico de la
moderna economía industrial; no sólo en virtud de preocupaciones o sugestiones morales,
sociales y religiosas (como alguien puede suponer) , sino que esta transformación se ha
operado fundamentalmente por una necesidad económica.
Si la primera revolución industrial apareció con una fisonomía prevalentemente técnica,
esta segunda revolución industrial que se está operando desde hace treinta años
presenta una creciente consideración del elemento humano, que ha invadido los campos
reservados anteriormente en forma exclusiva al elemento técnico y económico.
Sería lamentabilísimo que el profesionista no se percatara de este desplazamiento del
centro de gravedad de la historia, y no afinara su sensibilidad humana hasta el punto de
sentirse permanentemente comprometido por este valor fundamental de la vida.
Hay en la persona una dignidad intrínseca y substancial, que no está condicionada a
ninguna autoridad o legislación, no se disminuye por olvidos, postergaciones o
desprecios, no se disuelve por la malignidad del réprobo más execrable, que es forzoso
respetar en la medida en que estamos resueltos a mantener la única levadura vital y
trascendente de nuestra civilización.
Sólo la actitud de permanente responsabilidad hacia la persona humana dará al
profesionista la exacta dimensión de los méritos del colega, de la fidelidad del
colaborador, de las necesidades del cliente y de las justas exigencias del acreedor. y sólo
esa actitud escrupulosamente cuidada por la conciencia nos permitirá a todos admirar y
aprovechar las grandes enseñanzas que no son exclusividad de las grandes cátedras,
sino que provienen constantemente de los humildes y simples, de los obreros y
campesinos, de los enfermos e ignorantes, de los indigentes, los niños y los mismo
adversarios.
RESPONSABILIDADES DE LA SOCIEDAD. Queremos puntualizar que no vamos a
referirnos a la responsabilidad que surge del puesto que se ocupa en una institución, o de
la función encomendada a quien ocupa un puesto público. Esas son responsabilidades
que generalmente no se discuten, aunque no hagan perder el sueño a los que deben
cumplirlas.
También se puede analizar la naturaleza o las características de la responsabilidad que
asume un profesionista director o gerente de ese cuadro social llamado empresa.
El Ing. Jorge Luis Oria, catedrático de la Universidad Nacional de México, publicó un
interesante trabajo sobre este tema en el número 44 de la "Revista de la Escuela de
Contabilidad, Economía y Administración del TEC" del mes de octubre de 1959. Creemos
que puede leerse con utilidad.
Pero lo que nos urge destacar es la responsabilidad social que tiene el profesionista por el
mero hecho de ser promovido con un título universitario, aunque no esté directamente
vinculado ni a la política, ni a la economía, ni a los grupos de presión social, moral o
religiosa.
Decimos que, con antecedencia e independientemente de cualquier actividad, el
profesionista universitario tiene comprometida su inteligencia en la opinión y sus energías
en la acción, de las cuales depende la recta o desastrosa conducción del pueblo.
Hay una ley muy simple, pero rectora de la psicología popular: el pueblo marcha solo y
siempre en pos de alguien que lo guía.
Piensa como su periódico o sus libros, y confía ciegamente en sus conductores o
caudillos, vivos o muertos, aunque esté convencido de su propia libertad y autonomía.
Para que esto se realice, sólo hay que hacer una cosa: convencerlo. Con razones
verdaderas o falsas, pero hay que convencerlo!, porque el hombre es un ser racional y
sus actitudes o acciones se rigen exclusivamente por razones verdaderas o falsas.
Siempre habrá líderes de mala fe, mañosos, profesionales del escándalo y expertos en
ocultar eficazmente la verdad diciendo siempre cosas verdaderas. Pero también hay
líderes espontáneos y sinceros, que no tienen la culpa de su ignorancia y sus errores, y
mucho menos de la valiente ya veces heroica decisión con que defienden sus
convicciones. Frente a estas razones que gravitan en la desorientación popular, y ante la
natural flexibilidad y maleabilidad de las masas, sólo la responsabilidad social del
profesionista puede canalizar y darle cohesión a la voluntad popular, que es siempre, en
términos sociológicos, quien escribe la historia.
Hay una acción ejecutiva y polémica, organizadora y visible, que es la conjugación
norma1 de un temperamento y energías físicas poco comunes, especialmente cuando no
existe la preocupación de la seguridad económica. Esta acción no se puede pedir, y
menos imponer, a la totalidad de los profesionistas.
Pero hay otra acción permanente e invisible, que consideramos tanto más efectiva, cuanto
se realiza con más inteligencia y conciencia es la difusión sistemática de la opinión
profesional en el organismo social, mediante la fidelidad insobornable a la verdad ya la
justicia y aquí está la responsabilidad social que queríamos proclamar y denunciar ante la
inercia de muchos universitarios: la responsabilidad de los que no quieren ser
conductores, por no comprender la responsabilidad que impone la cultura.
Profesionistas que siendo cabeza espiritual en el cuerpo social, no supieron o no
quisieron comprender la importancia de ser a guías. Profesionistas a lo Erasmo de
Rotterdam, que acaricia la neutralidad como la máxima manifestación de equilibrio y
perfección; hombres sin salud física ni mental, enfermizos, dispépticos: tristes e
hipersensibles intelectuales temerosos de que la actividad .social puede comprometer su
libertad intelectual o moral, política o religiosa, cuando es precisamente la actividad social
la que desenvuelve, estimula y enriquece la inteligencia y la libertad. Profesionistas que,
aún conscientes de la necesidad e importancia de resolver los problemas humanos en el
plano social, económico o .político, no se quieren percatar de que no es posible resolver
ningún problema humano, si previamente no se resuelven en la propia conciencia.
Profesionistas negligentes y perezosos, eunucos espirituales, que disimulan la pereza
disfrazándola de prudencia, para quedarse tranquilamente en el tibio remanso doméstico.
Se disfrazan de celo para llamar a la violencia, eludiendo llamar al sacrificio, que es su
deber. Se disfrazan de desprendimiento y austeridad para justificar todo lo justo y
necesario que requiere una vida decorosa. Se disfrazan de Magdalenas y lloran a moco
tendido las maldades y miserias del mundo, para no tener siquiera que pensar en que
podrían remediarlas o aminorarlas fácilmente, poniendo en juego la contribución
obligatoria de su pensamiento y su trabajo.
Mientras que el pueblo no puede menos de trastabil1ar en medio de la oscuridad natural
de su ignorancia, es tan culpable el que lo engaña para que el odio adquiera el volumen
que sus crímenes necesitan, como el que siendo abanderado de la cultura se rehúsa a
combatir la mentira por comodidad o pereza.
Hemos insistido tanto en esta responsabilidad porque el profesionista universitario es el
único hombre que jamás podrá dispensarse de pensar en términos de verdad y de
justicia, y menos aún de obrar en términos de eficiencia práctica indispensable para el
bien común.
Ante el mal social que nos aqueja y preocupa progresivamente, el moderno universitario
debe sentir tres deberes bien definidos, como proclamaba ya en 1895, en París, León:
1.-El deber de la competencia social; 2.-el deber de la acción social, y 3.-el deber de una
reforma intelectual y moral.
a) EL DEBER DE LA COMPETENCIA SOCIAL. En cualquier orden de cosas la
preparación es la primera condición para enseñar. Es una torpe imprudencia y una gran
temeridad improvisarse doctor en cuestiones sociales sin hacer ningún estudio, y lanzarse
a criticar iniciativas y prescribir remedios, con algunas ideas muy generales acompañadas
de sentimientos muy generosos.
La función social del profesionista mencionada en la primera parte, no le permite callar en
estos momentos en que todo el mundo siente el deber de hablar de estas cuestiones.
No vacilamos en denunciar la responsabilidad de la misma universidad en formar
hombres capaces de "tomar partido" y tomarlo por quien se lo merece. y para que no se
nos mal interprete, también afirmamos rotundamente que es muy grande la diferencia que
hay entre II ser hombre de partido" y II saber tomar partido."
El hombre de partido, ordinariamente, se limita y se encadena.
Pero tomar partido y tomarlo por quien o por lo que se 10 merece, es la expresión normal
de la virilidad que domina las inteligencias y la ley moral que domina las voluntades.
Si el profesionista renuncia a su función de orientación y, en cierto modo, de magisterio, el
pueblo caerá fatalmente bajo el magisterio de los ignorantes o bajo el yugo de la
naturaleza o de los elementos.
b) El deber de la acción social. La clara resolución de tomar partido es el comienzo de lo
que suele llamarse "iniciativa privada"; y esta "iniciativa privada" es el elemento esencial
con que cuenta siempre una democracia robusta.
Ya han sido demasiados los hombres que ante la primera dificultad o cualquier peligro,
suspiraron por un salvador o un dictador.
Es un grave error establecer o afirmar que el Estado es un enemigo y que no debe
confiársele nada; pero también es un error pretender que el Estado sea Providencia y sea
Redentor, cargando con a responsabilidad de todas las iniciativas. No se puede prescindir
el Estado, ni es posible esperarlo todo del Estado.
Cuando en una sociedad hay algo que no marcha bien, y cuando existe una miseria o una
debilidad oprimida de cualquier manera, sin que ni siquiera los universitarios hagan nada
por remediarla, entonces lo natural, y lo simple, y lo decente es que el Estado asuma la
responsabilidad de los particulares y trata de ser enérgicamente el protector o el defensor
de esa debilidad.
c) El deber de una reforma intelectual y moral. Se trata, naturalmente, de fortalecer los
valores espirituales en la vida del hombre y de reafirmar las inteligencias y las voluntades.
Difundir honradamente, sobre los hombres y sobre las cosas ideas justas, simples,
precisas y firmes, para que las palabras y la conducta de los ciudadanos estén acordes en
respetar siempre la verdad y el bien.
Si persiste la mentira y el mal, y el profesionista permanece en su torre de marfil
halagándose con la mezquindad restrictiva de pertenecer a una casta superior y
privilegiada, no solamente cargará con la mayor responsabilidad social frente a todos los
antagonismos, sufrimientos y miserias, sino que justicieramente también será la primera
víctima, si no le toca ser el primer reo ante sus conciudadanos y ante Dios.
CHARLATANISMO PROFESIONAL. Nos toca decir una palabra sobre la responsabilidad
de los que no quieren o no pueden mantenerse a la altura de la dignidad universitaria, por
el auge que esta lacra va cobrando en el campo profesional.
Es lógico y natural que un profesionista se preocupe de aumentar y capitalizar sus
virtudes y sus méritos, porque ese es el mejor título que puede exhibir ante sus clientes.
Quien, en defecto de unos y de otras, se vale de procedimientos engañosos o indignos
(ya sean privados o de intriga, ya sean públicos por medio de las técnicas de difusión,
para cazar incautos) merece el calificativo de charlatán y es digno de tacha moral,
incurriendo en responsabilidad más o menos grave, según el grado de charlatanismo que
practique.
A veces es la malicia; otras, la vanidad, y casi siempre el lucro lo que determina este
fenómeno. Para simplificar, sólo mencionaremos las formas más comunes dentro de la
actividad profesional contemporánea.
a) El merolico. Es el tipo más corriente. Es el que exhibe títulos, cargos o méritos de que
carece, y pretende ejercer simultáneamente funciones incompatibles. Su locuacidad es
arrogante y jactanciosa, en flagrante contraste con su incapacidad moral y científica.
Presume de métodos maravillosos, escamoteando con el secreto y el misterio lo que
simplemente es inadaptado o anticuado, cuando no recurre descaradamente a las
prácticas mágicas o supersticiosas. Usa un lujo y boato desproporcionado notablemente
con su verdadera posición social y profesional. (Ver los artículos 3 y 4 del Reglamento
Deontológico de los Médicos de Toulouse, y los Estatutos de los Colegios Oficiales de
Médicos Españoles, artículos 2 y 18).
b) El comerciante. Es el que condiciona el éxito y la dignidad profesional a los métodos
comerciales de publicidad y propaganda. Sus procedimientos preferidos son la publicidad
profusa y cantinflesca, mediante anuncios de apariencia comercial en la prensa o en
cualquier otro medio de difusión.
Las autoalabanzas procuradas diplomáticamente o previo pago de cualquier cantidad a
pobres reporteros ocasionales de eventos sociales o congresos científicos. El uso de los
modernos medios de difusión, para exhibirse ante el público como mentores de una
ciencia que no poseen. Las placas de aspecto comercial, los avisos luminosos en
servicios que no son de emergencia nocturna, y la propaganda hecha á base de
"sexualidad," como si se tratara de la Coca-Cola.
c) El burócrata. Así llamamos al profesionista que rehúye la responsabilidad, diluyéndola
indefinidamente o con el retardo del trabajo a desgano, o con la multiplicación inútil de
intermediarios en un servicio que debe tener como característica la máxima eficiencia.
También incluimos al que, por miedo a la responsabilidad, no la delega jamás,
reservándoos o invariablemente todas las opiniones y decisiones.
Pueden meditar nuestros lectores lo que escribía no hace mucho un periodista brasileño:
"Parece inagotable la capacidad burocrática de entorpecer al Brasil. Cualquiera iniciativa,
de las más simples a las más complejas, fuerza al empresario particular a una 1- larga y
penosa peregrinación por los famosos " canales competentes." Desde la ventanilla del
protocolo de entrada hasta los gabinetes ministeriales, se suceden las barreras que en
sus camadas y sucesivas forman la tremenda "cortina de papel" desalentadora de o las
voluntades más pertinaces. La mentalidad dominante es la del horror a la responsabilidad.
Del modesto escribiente al jefe de sección, nadie aparece como seguro al emitir una
opinión. y o se suceden los despachos prorroga torios, donde el asunto es enviado a
"consideración superior ," o se pide el asesoramiento de todas .las asesorías, comisiones
o consejos posibles e imaginables."
Tal vez alguien pensará que esa es la característica de toda y administración pública;
pero es que el problema empeora cuando i- el Estado confía los resortes administrativos a
manos de profesionistas, para agilizar la administración, y el fenómeno se repite en la
administración de las empresas privadas, y en los despachos y oficinas de destacados
universitarios.