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4. Signos del fin de una época: dos casos modélicos
4.1. La Revista del Paraná
La aparición de la Revista del Paraná en febrero de 1861 marcó un punto de ruptura en la historia de
la cultura argentina. A partir de ella, una nueva etapa cuyo desenlace –años más tarde- sería la
plena autonomía de la literatura respecto de la lucha política faccional, comenzaba a desplegarse.
Antes de ella, cinco décadas de guerra y un contradictorio proceso de ingreso a la modernidad
habían dado a luz una escritura al servicio del combate. Ningún resquicio quedaba libre de la toma
de posición donde el aniquilamiento del otro era norma y objetivo. Los esfuerzos por constituir
espacios de pertenencia y disenso habían brindado tenues resultados que aún constituían la
excepción y se expresaban sólo al interior de cada uno de los dos grandes proyectos entonces
enfrentados –La Confederación con capital en Paraná y el Estado de Buenos Aires- pero no
establecían aún territorios comunes entre ellos. La literatura, la narración de la historia reciente, la
jurisprudencia, los discursos orientadores como mitos de destino, estaban todos sujetos a las
facciones político/militares. Unas pocas obras literarias y un lento crecimiento de espacios de
pluralidad aparecían como patrimonio costosamente logrado en los tiempos de aparición de la
Revista, tiempos en los que aún reinaba el fantasma de la guerra civil y la aniquilación de la
diferencia en contraste y pugna con los espacios logrados.
"Al fundar en esta ciudad una revista mensual de historia, de literatura, de legislación y economía política,
tenemos por objeto reunir en una publicación regular y sistemada, los trabajos serios o amenos de todos los
argentinos, propendiendo á la difusión de las ideas provechosas, cualesquiera que sea el color político de sus
autores y la actitud que asuman en la política militante. Creemos que la Revista será un medio eficaz para
propender a la formación de un círculo literario nacional, que se consagre preferentemente al estudio de
nuestro país y lo dé a conocer en todos sus aspectos; que preste a la historia, literatura y legislación americana
una atención especial, poniéndonos al corriente del movimiento intelectual de la repúblicas Hispano-
americanas. Fundamos esta revista, además, porque estamos convencidos que es necesario desviar en lo
posible a las inteligencias argentinas de la polémica ardiente y apasionada de la prensa política…” (Quesada,
V.: Revista del Paraná, Prospecto)
Alma mater y director de la Revista fue don Vicente Quesada. La cita precedente corresponde a su
presentación del primer número, impreso en la etapa final de existencia de la Confederación, en
febrero de 1861. En ese prospecto se explicitaba la intención de abrir espacios a salvo de lo faccional
y superadores de la lógica de enfrentamiento. También se anunciaba un arco temático compuesto
por historia, literatura, legislación y economía política, arco estratégico a través del cual podría
construirse precisamente el territorio intelectual de una hegemonía aún en disputa, esto es,
construcción mítica de relatos de origen, pertenencia y destino, estudio de la integración territorial de
la nueva Nación, construcción del sistema regulativo amparado en la reciente norma constitucional
de 1853 y debate de las grandes acciones económicas que integrarían la Argentina al mundo
moderno. En tercer término, se anunciaba un fuerte interés por la integración hispanoamericana,
tomando para sí parte de esta tarea en el campo intelectual. Trataremos de demostrar en este breve
comentario que la experiencia de la Revista del Paraná cumplió ampliamente con tales compromisos,
tanto en el espacio de la Provincia de Entre Ríos como en el más general de la República Argentina.
Desde el punto de vista de la formación de un naciente campo intelectual, su influencia fue
significativa: en Entre Ríos permitió abrir un rico espacio de interacción entre escritores locales y de
otras provincias, lo que rendiría sus frutos a lo largo de la década de 1860; en el ámbito nacional, la
Revista fue el punto de partida de un ciclo de oro de nuestras publicaciones intelectuales cuya
impronta alcanzaría las cuatro décadas siguientes. Desde el punto de vista de la formación de los
arcos temáticos propuestos, el resultado fue un importante cúmulo de material relativo a Entre Ríos,
a la Argentina y a otros países americanos. Se ensayó los primeros debates, buscando marcar
terrenos de disputa y de consenso explícitamente a salvo de las posiciones faccionales de los actores,
alcanzándose un rigor documental y un nivel literario por encima de lo observado hasta entonces en
la región. Desde el punto de vista de la apertura hacia Hispanoamérica, la presencia de
colaboradores de varios países, los estudios filológicos y literarios sobre lenguas nativas americanas,
el interés por las relaciones con Brasil e incluso referencias a la historia de América del Norte marcan
un rumbo intelectual marcado por las ideas más progresistas de las que circulaban por Sudamérica.
4.1.1. Protagonistas
Las revistas constituyen a escala mundial, respecto de los diarios y otros periódicos, una invención
propia del siglo XIX, con tareas históricas específicas, ligadas a la formación de campos autónomos. En
el caso del estudio del desarrollo diferencial de la prensa argentina en transición, puede trazarse un eje
de identidad a lo largo de la monumental obra que significaron las revistas culturales surgidas poco
después de concluido el ciclo rosista y que marcaron la transición hacia la constitución de nuestra
modernidad, de nuestra literatura y de nuestra industria editorial. Por cierto que con anterioridad a la
caída de Rosas existieron importantes esfuerzos en esta dirección, tanto en el Buenos Aires del
Restaurador como en el Montevideo de los desterrados. Pero es con “El Plata Científico y Literario” de
Miguel Navarro Viola, revista aparecida en Buenos Aires en 1854, que comienza una nueva época en
que estas revistas cumplirían un rol central en la constitución del ambiente intelectual, la consolidación
de un espacio de intercambio y debate, y la conformación de una agenda temática acorde con las
tareas de la organización nacional. La “Revista del Paraná” sostuvo un programa similar al de “El Plata
Científico y Literario”, pero con una formulación de tareas más explícita, y con un esfuerzo más
centrado en la construcción de nuestra identidad cultural, poniendo especial énfasis en los trabajos
históricos y literarios. La “Revista de Buenos Aires” dirigida conjuntamente por Quesada y Navarro Viola
a partir de 1863, sería la síntesis de ambos proyectos. De la experiencia de la Revista del Paraná
obtuvieron los dos directores otro adelanto fundamental: la presencia como editor e impresor de don
Carlos Casavalle, quien garantizó la máxima calidad y profesionalismo en el aspecto gráfico, en
producción y distribución, en modo análogo al trabajo que protagonizó Pablo Coni en Corrientes durante
la década de 1850, labor precisamente compartida en varios tramos con Vicente Quesada.
4.1.2. Un nuevo espacio
La tarea planteada –explícita o implícitamente- para la construcción del campo intelectual en la época
de la organización nacional no era menor: Superar las facciones protegiendo temas y objetivos comunes
entre quienes deberían considerarse adversarios y no enemigos, contribuir a un relato de origen y de
sentido común abarcador de nuestra nacionalidad y de su lugar en el mundo –generando con ello tanto
el esfuerzo de una literatura como de una historia y geografía nacionales- constituir en tema de debate
la consolidación de la racionalidad jurídica –expresada como instituciones estables, reglas explícitas y
públicas y tipos jurídicos cerrados- abrir cauce a la economía política como ámbito temático y
programático común a todas las facciones (al menos en cuanto a los "grandes temas": inmigración,
moneda, crédito y bancos, vías de comunicación, instituciones de Estado permanentes), eran los tópicos
centrales. En Europa occidental y en Estados Unidos este proceso se respaldó fundamentalmente en el
desarrollo de la prensa periódica articulada con espacios públicos urbanos como los clubes políticos y los
cafés. Los diarios y periódicos fueron al respecto crecientemente protagonistas e influyeron
directamente en la construcción de buena parte de los géneros contemporáneos (baste mencionar el
cuento, el folletín, la crítica de costumbres y el relato de viajes). El caso argentino fue diferente:
Constituir estos imprescindibles espacios comunes en tiempos en que el periódico aun se asociaba con
el Estado o con la facción, fue tarea histórica inicial de las revistas. Alberdi lo hacía notar en carta a
Quesada:
“Las Revistas son una publicación indispensable donde quiera que haya prensa libre. No pueden ser suplidas por los diarios, cuya índole, asuntos favoritos, tono, todo es peculiar y diferente. Los dos géneros se completan mutuamente, lejos de dañarse.” (Cit. por V. Quesada, Revista del Paraná N° 7, agosto de
1861)
A ello se agregaban otras tareas que comenzaban a configurar en nuestro país el rol específico de las
revistas, las que hacia fin del siglo XIX comenzarían a disociarse en formas especializadas siguiendo el
patrón europeo: la revista como revisión exhaustiva de un campo temático y espacio de intercambio
científico (“pasar revista,“ Review, Revue), antecedente de las publicaciones especializadas y
académico-científicas; la revista como revisión serena y más profunda del material cotidiano de los
diarios (en el sentido original de la expresión “Re-vista”, palabra que aparecía en algunos periódicos
encabezando grupos de artículos provenientes de otros, tanto nacionales como extranjeros),
antecedente de los semanarios masivos de comienzos del siglo XX, etc. La labor periodística de
Quesada-Navarro Viola-Casavalle significó también la ampliación y consolidación de un modo nuevo de
publico lector, la aceptación por ese público de un modo periodístico que más adelante, cuando la
modernización permitiese abordar un mercado editorial amplio y heterogéneo, favorecería tanto el
boom de las revistas especializadas como el surgimiento de los magazines masivos.
Así, pues, podemos ver un punto de partida en el comienzo de la época de la organización nacional,
con una acción periodística aún asociada a la labor de Estado o a la facción política, realizando un
gran esfuerzo por construir el espacio de su autonomía, y dentro de ella, los primeros esfuerzos en
los años ‟50 por constituir revistas de interés intelectual enciclopédico e independiente. Este esfuerzo
se plasmó en el ciclo de oro de las revistas intelectuales iniciado en Paraná en 1861 y continuado en
Buenos Aires a partir de 1863, ya en forma casi ininterrumpida hasta 1885, en una Argentina
modernizada que reclamaba otro tipo de publicaciones. En este ciclo de oro los nombres de
directores se repiten, se unen, se desplazan según sus propias tareas hacia otras actividades y aún
otros países. Se repiten también los nombres de los editores y tipógrafos, destacando muy
especialmente Casavalle, quien imprimió la casi totalidad de estos materiales, y se repiten y
entrecruzan por supuesto los artículos y autores, entre unas y otras revistas, mostrando una
creciente unidad de pertenencia y pluralidad, que era el objetivo programático principal de estas
publicaciones. Concluido este ciclo estamos a un paso del nacimiento de los magazines masivos
como Caras y Caretas y del escritor profesional al estilo de Horacio Quiroga, quien escribía cuentos
semanales de extensión predeterminada a pedido de aquella revista. También se consolidaría
entonces el espacio de las revistas especializadas: de ciencias jurídicas, farmacología, medicina y
otras disciplinas específicas, de actividades económicas, de historia, y de literatura. La evolución
continuaría, sin dudas, pero la huella de las experiencias pioneras aquí estudiadas sería imborrable.
Rojas destaca al respecto el comentario de Casavalle, publicado en el número 303 del “Boletín
Bibliográfico”, respecto de que la Revista del Paraná fue la primera “contraída a estudiar la historia
colonial de la República Argentina”, en tanto agrega que “El Plata Científico y Literario” fue la primera
de carácter enciclopédico y universal, y concluye:
“La tradición de ambas aparece refundida en la Revista de Buenos Aires, cuya colección abarca 15.000 páginas,
todas de materia noble, recogida después por sus colaboradores en libros especiales…” (Rojas, R.; Historia de la Literatura Argentina, p. 590).
4.1.3. Quesada, Casavalle, Paraná.
Vicente G. Quesada nació el 5 de Abril de 1830, en Buenos Aires, donde realizó sus estudios, primero en
el Colegio de Larroque y más adelante en la Universidad de Buenos Aires. Allí se graduó de Abogado en
1849. Integrante generacionalmente de la llamada “segunda generación romántica”, su trayectoria se
entrecruza con la de otros hombres porteños que habiendo realizado sus estudios superiores en los
últimos años del gobierno de Rosas, se hallaron siendo muy jóvenes ante la encrucijada de Caseros, sin
haber tenido tiempo de formar parte activa principal en ninguno de los bandos en pugna. A este grupo
generacional, con algunos años más o menos, pertenecían Miguel Navarro Viola, Eusebio Ocampo,
Vicente Quesada y Benjamín Victorica, entre otros. Poco después de Caseros, siendo empleado del
Ministerio de Relaciones Exteriores, pasó Quesada a desempeñarse como secretario del Gobernador de
Buenos Aires, Dr. Vicente López y Planes, momento a partir del cual formó parte del mundo político de
la Confederación. Tuvo oportunidad de recorrer el interior del país en el año 1853, luego de una fallida
misión diplomática a Bolivia en que acompañaba a Don Ángel Elías, y en 1856 fue electo Diputado
Nacional por la provincia de Corrientes, en la que poco después se radicó, colaborando con la
administración del Dr. Juan Pujol como Ministro y también como redactor del periódico El Comercio, que
editaba por ese entonces, bajo financiamiento del Estado, la imprenta del francés Pablo Coni. Concluido
el mandato de Pujol acompañó a éste a Paraná, colaborando con él en el Ministerio del Interior y
actuando como Legislador por la provincia de Corrientes. Cuando se encuentra con Casavalle en Paraná
y decide emprender con él la iniciativa de la Revista, Quesada tenía 30 años y era ya un intelectual
reconocido, con una importante trayectoria como hombre de Estado, numerosos proyectos e
inquietudes, una rica red de amistades y contactos suficiente como para pensar en colaboraciones de
diverso origen geográfico, tanto nacional como de otros puntos del Cono Sur, y que pronto aprovecharía
en el proyecto de la revista.
Don Carlos Casavalle había llegado a Paraná a mediados de 1860, aunque a diferencia de Quesada se
trataba de su primer viaje a la capital de la confederación. Su radicación obedecía primordialmente a
objetivos comerciales en su condición de tipógrafo, librero y editor periodístico. La efímera paz entre
Buenos Aires y la Confederación lograda luego de la batalla de Cepeda (1859) y el viaje posterior a
Buenos Aires del Presidente Derqui y el Jefe del Partido Federal Don Justo de Urquiza (1860), le
permitieron contactarse y lograr la concesión de la imprenta oficial en Paraná, instalando no sólo su
moderno equipo tipográfico sino también su librería, en pleno centro de la ciudad capital, a un paso de
su plaza principal, sobre calle Monte Caseros. La concesión de las tareas de imprenta oficial a Casavalle
significó un inmediato conflicto entre Derqui y Urquiza: otros acuerdos en el marco de las negociaciones
entre el Estado Confederal y la Provincia de Buenos Aires incluían la satisfacción de un insistente
reclamo porteño: el cese del órgano periodístico oficial de la Confederacion: El Nacional Argentino. Este
periódico, que se editaba en Paraná desde 1852, había sido redactado durante la campaña de Cepeda
por la potente y punzante pluma de Francisco Bilbao, y durante el primer semestre de 1860 por Juan
Francisco Seguí, quien se ocupaba sistemáticamente de impugnar, una por una, las propuestas de
reformas a la Constitución sostenidas por Buenos Aires. El acuerdo entre el Presidente Derqui y el
Gobernador Mitre, que involucraba a Casavalle, implicaba que el Gobierno de la Nación dejaría de
sostener publicaciones periodísticas, ocupándose exclusivamente de la publicidad de los actos de
gobierno por medio de un Boletín Oficial, que se editaría diariamente, y cuyo armado e impresión sería
otorgado en concesión a Casavalle. El tipógrafo aceptó las condiciones contractuales y poco después, el
25 de octubre de 1860, El Nacional Argentino dejaba de existir y nacía en su reemplazo el Boletín
Oficial. El cambio se produjo en medio de vicisitudes novelescas: Seguí abandonó el diario a comienzos
de septiembre, denunciando una conspiración en un artículo titulado “El triunfo de una intriga”; muy
pocos días después, el propio Seguí era nombrado Convencional Constituyente por orden de Urquiza y
abandonaba sus posiciones anteriores sobre las reformas, pasando no sólo a apoyarlas, sino a solicitar
que se las apruebe por aclamación. Simultáneamente, sucedía por primera vez en Paraná la
coexistencia en el tiempo de dos periódicos: junto a las últimas semanas de El Nacional Argentino,
surgía con apoyo de Urquiza y edición responsable del tipógrafo Olayo Meyer, el periódico El Correo
Argentino, redactado por Seguí, quien dirigió duras críticas al gobierno. La respuesta a esos ataques
llegó por medio de El Nacional Argentino, a cargo de un joven redactor aún desconocido: Don José
Hernández, el futuro autor del Martín Fierro. Tal era el clima de enfrentamiento, faccionalismo e intriga
que se vivía en ese momento en Paraná, y por ello destaca más aún el esfuerzo de Quesada y Casavalle
por dar a luz una publicación a salvo de tal ambiente de enfrentamiento fratricida.
Con sus nueve mil habitantes Paraná era, a comienzos de 1861, la Capital Federal Provisoria de la
Confederación y receptora por ello de una dinámica inmigración compuesta por funcionarios,
profesionales y comerciantes provenientes de todas las regiones del país. Se asentaba en una provincia
pujante que alcanzaba los noventa y tres mil habitantes –quince por ciento de la población nacional-
luego de un rápido crecimiento económico y demográfico que duplicó su población en apenas doce
años. Poseía por ello varias ventajas para la concreción de un proyecto como el de la revista. En la
ciudad se habían desarrollado clubes en los que se reunían los “hombres del Paraná”. Eran el club
Socialista y el Club Argentino, fusionados en 1859 como Club Socialista Argentino. El primero de ellos se
había formado en 1853 y lo integraban entre otros Nicanor Molinas, Lucio V. Mansilla, el tipógrafo de la
imprenta del Estado y regente de El Nacional Argentino Jorge Alzugaray, José Hernández y Evaristo
Carriego. El Club Argentino estaba integrado entre otros por Alfredo Marbais du Graty, quien fue
durante varios meses redactor de El Nacional Argentino y en 1861 se hallaba en el Paraguay, Santiago
Derqui, Ramón Puig, José Antonio Alvarez de Condarco, Menuel Martínez Fontes y dos jóvenes de la
generación de Victorica: Eusebio Ocampo y Juan Francisco Monguillot. Casi todos ellos ejercieron la
pluma incursionando –con suerte diversa- en el periodismo y la literatura y aseguraron una tenue pero
regular actividad artística. Reuniones y tertulias en casas particulares permiten apreciar conciertos de
cuerdas, lecturas de piezas poéticas y oratorias, materiales periodísticos y debates sobre el camino del
progreso del país. Es conocido al respecto este pasaje de D. Juan Giménez, extraído de su libro
Recuerdos Históricos de Paraná, Capital de la Confederación:
“Había entonces mucha voluntad y gusto por las reuniones familiares recreativas, haciéndose en ellas buena
música, donde se pasaban agradables horas de solaz. El Dr. Ocampo, el Dr. Luque, el Intendente de Policía
Moreno, abrían frecuentemente sus salones y el baile y los conciertos amenizaban aquellas alegres y
entretenidas horas de sociabilidad. El Coronel Alvarez de Condarco, entusiasta diletante y notable pianista,
reunía en su casa a los amigos; allí dábanse espléndidos conciertos. Asistía también con su violoncello
Eduardo Guido Spano, hermano del poeta”.
4.1.4. Una revista cultural en el interior
Preparada con varios meses de anticipación, la Revista del Paraná mostraba desde su primer número
evidentes señas del gran esfuerzo realizado y de la calidad lograda: impresión esmerada y cubierta con
tapa color; ambiciosa tirada de 600 ejemplares –que seria por cierto desbordada ya en el primer
número- aceitado y amplio sistema de distribución, suscripción y corresponsalías, y un plantel de
colaboradores de lujo para su época, sólo limitado por los nubarrones de guerra civil que nuevamente
arreciaban, y que impidieron el acercamiento del grueso de los intelectuales porteños.
El contexto no podía ser más peligroso: Igual que en 1859, los sucesos de San Juan, esta vez más
dolorosos y sangrientos, habían provocado el máximo de tensión entre las partes y la guerra se
aproximaba. Fue precisamente hacia mediados de febrero, cuando quedó claro que no habría acuerdo
posible, y luego del rechazo de los diputados porteños justificado por el Gobierno Nacional en la
presencia de vicios de forma en el modo de elección de los mismos, sólo se avizoraba el combate. Al
clima de tensión se sumaba la dificultad para que los escritores porteños aceptasen de buen modo
escribir para una publicación cuyo impresor se ocupaba del Boletín Oficial del ahora nuevamente
enemigo, cuyo director era funcionario nacional y cuya edición se hacía en una Capital Federal no
aceptada. A ello debían agregarse los inconvenientes de provisión de insumos, distribución y costos en
una región donde, en pocas semanas más, se produciría el bloqueo fluvial. Y por si fuesen pocas las
dificultades, Casavalle debió, a partir de mayo, imprimir simultáneamente el Boletín Oficial, la Revista, y
un nuevo periódico, “El Paraná”, encargado por el Presidente Derqui a su propio secretario –el joven
Olegario Víctor Andrade- para disponer de una voz oficialista en momentos en que la guerra se había
declarado. Era éste un ejemplo claro de un Estado y una Sociedad Civil aun no consolidados: el mismo
concesionario del Estado debía ocuparse de los contenidos del órgano Oficial de publicación de los actos
de gobierno (El Boletín Oficial), de un periódico político financiado por el Estado y redactado por el
secretario del Presidente pero constituido en voz partidaria orgánica de la posición presidencial (El
Paraná), y de un esfuerzo de constitución de un campo intelectual autónomo, con temas a resguardo de
las luchas partidarias (la Revista del Paraná). Pero la Revista pudo salir adelante a pesar de todas estas
dificultades, mientras existió la Confederación, logrando cumplir su compromiso de pluralidad y no-
partidismo. No fue posible, en cambio, agrupar a todos los intelectuales: en medio del clima de tensión
político/militar, faltaba la plana mayor de la intelectualidad porteña: Sarmiento, Mitre, López, los Varela,
incluso urquicistas como José Mármol. El plantel de colaboradores era de todos modos excelente, y
pudieron confirmarlo los lectores con el correr de los números. Respecto de la presentación gráfica,
Quesada había prometido en el prospecto:
“La Revista del Paraná saldrá una vez al mes, se compondrá de un volumen de 60 páginas en cuarto
mayor, esmerada impresión y buen papel; cada entrega llevará su cubierta de papel de color, y cada
semestre se publicará el índice general de las materias publicadas y una carátula para su conveniente
encuadernación”.
Todos estos compromisos fueron cumplidos. Se garantizó el máximo de calidad y legibilidad del
material, que aún hoy puede leerse cómodamente en los repositorios en que aún existe. Los errores
tipográficos fueron pocos, concentrándose en algunos nombres y apellidos en los listados de
suscriptores y colaboradores, debido quizás a lo pequeño del tipo utilizado. También se repitió el error
de identificación de secciones en la parte superior de las hojas, hubo algunas “r” de más y faltaron
algunos acentos, quizás debido a la falta de suficientes tipos acentuados. No fueron errores, en
cambio, los usos habituales de formas ortográficas aún aceptadas en aquel tiempo, y que incluso eran
sistemáticamente defendidas por educadores de prestigio como Marcos Sastre. Así, por ejemplo, el uso
de la J en lugar de la G en “lejislación”, “jente” o “ajitado” la “i” latina en lugar de la “y” al final de
palabras, el uso de la “s” en vez de “x” en “estravío” o “escusar”, ciertos costumbrismos como “reló” por
“reloj”, o el uso de acentos ortográficos en la preposición “a”, en “fe” y en otras palabras que hoy no lo
llevan. La revista no poseía ninguna ilustración ni tipografías al clisé, con excepción de su nombre en la
portada y la letra capital (comienzo) de cada número. Se presentaba en su totalidad a dos columnas, y
su numeración, acorde con la función asignada a las revistas culturales de su época, era correlativa. El
número uno se hallaba paginado del 1 al 60, y el número 2 comenzaba en la página 61. De este modo y
de acuerdo con el plan de suscripción, al finalizar el primer semestre, se entregaba un índice general de
los seis números, completándose así un volumen de 360 paginas que podía encuadernarse como libro.
La suscripción no era cara en comparación con otras publicaciones de este tipo: costaba “…un peso en
la capital y en todas las provincias. En Buenos Aires veinte pesos papel que se pagarán al recibir cada
entrega”.
La tirada normal de la revista, de 800 ejemplares aproximadamente, no tenía posibilidad de colocarse
considerando exclusivamente a Entre Ríos como mercado lector. Por ello se proponía lograr un fuerte
respaldo de los gobiernos nacional y provinciales, además de la suscripción por la mayor parte de la
capa dirigente de funcionarios en la Capital y una aceitada red de colaboradores que permitiese obtener
suscriptores en otros puntos de la república y países hermanos de Sudamérica, y muy especialmente,
en el apetecible mercado lector de Buenos Aires una vez superadas las barreras “de partido”.
La provincia de Entre Ríos respondió excelentemente a la convocatoria de Quesada. Al finalizar el primer
semestre de edición, la cantidad total de suscriptores era de 653, suscritos por un total de 737
Ejemplares. De ellos eran entrerrianos 376 Suscriptores, por un total de 427 ejemplares. Es decir, el
57,9 por ciento del total de los ejemplares suscritos quedaba en Entre Ríos. Sumadas a Entre Ríos las
otras provincias litorales (Corrientes y Santa Fe), se totaliza el 80 por ciento de la suscripción. Esto
hablaba a las claras del importante desarrollo del espacio lector en la región, y del enorme respaldo que
había brindado Urquiza al periodismo, la educación y la cultura. Esto marcaría, sin embargo, un frente
de dificultades por venir y que tendría mucho que ver con el cierre de la Revista: el grueso de la
suscripción estaba compuesto por el funcionariado estatal y por los gobiernos litorales. La crisis y caída
de la Confederación provocaría en breve una crisis de suscripción por el corte de la cadena de pagos
(pues se atrasó el pago de sueldos). Además, las enormes dificultades de distribución y muy
especialmente de cobro en un territorio de baja densidad poblacional, poca proporción de población
urbana alfabetizada, pocos y muy malos caminos y muy poca cultura de pago de servicios por correo,
como lo había notado pocos años antes el librero y tipógrafo español Benito Hortelano en su experiencia
por Entre Ríos, se agravarían con las de provisión de papel y otros insumos bajo condiciones de bloqueo
fluvial, inestabilidad y diáspora del funcionariado nacional. Ello sumado a la condición de concesionario
estatal de Casavalle y de funcionario de la Confederación de Quesada, llevaría al colapso del proyecto
en forma simultánea al colapso militar y económico de la Confederación.
4.1.5. Los Contenidos de la Revista
La revista, cumpliendo los objetivos planteados en el prospecto, se dividió canónicamente en cuatro
secciones: Historia, Literatura, Jurisprudencia y Economía Política. La de economía fue la sección menos
desarrollada, pues solo aparecieron tres artículos totalizando catorce paginas sobre un total de
cuatrocientas ochenta –es decir, menos del dos por ciento- en los ocho números. Las dos principales
secciones fueron Historia y Literatura. Tuvieron un desarrollo relativamente parejo, ocupando la de
historia doscientas páginas –41.7 por ciento- la de literatura ciento noventa y tres –40 por ciento- y la
de jurisprudencia, finalmente, (restando el prospecto y el índice) las 72 restantes, el 15 por ciento. Es
notable la preeminencia de las secciones de Historia y Literatura, situación acorde con la tarea histórica
planteada. La de historia fue, además, especialmente extensa debido a la necesidad de transcribir en
detalle documentos históricos completos, en tanto en la de literatura se incluyeron algunos estudios
biográficos y especialmente los trabajos geográficos referidos a provincias y regiones de América. El
mismo Quesada anunció en el Número 2 que la sección de Historia recibiría atención preferencial, pero
fue la de literatura la que presentó mayor variedad de producción.
De la sección de Historia merecen destacarse las cuidadosas transcripciones de documentos inéditos.
Así por ejemplo, los referidos a la fundación de Corrientes (números 1 a 5), a los que se agregó una
remesa adicional de materiales aportados por el Dr. Pujol, ex jefe, amigo y protector de Quesada. Otros
materiales similares abordaron los orígenes de los pueblos de la provincia de Entre Ríos (a cargo del Dr.
Benjamín Victorica, números 3 y 4), de las provincias de Cuyo (por Joaquín María Ramiro, número 4) y
de Salta y Jujuy (Por Arias y Quesada). El trabajo de Benjamín Victorica sobre pueblos entrerrianos se
presentó como “apuntes para servir a la historia del origen y fundación de los pueblos de Entre-Ríos
extractados de documentos inéditos”. Comentaba el autor:
“Los apuntes que iniciamos para servir a la Revista del Paraná –dice Victorica- tienen por objeto salvar datos
útiles a la historia de esta Provincia, del peligro de que desaparezcan con documentos que existen inéditos,
según creemos. Sin pretensiones por nuestra parte, y aprovechando momentos de ocio, simples narradores,
nos limitaremos a copiar, o extractar casi siempre, con exactitud, los documentos que hemos tenido ocasión
de estudiar al dar forma a esta breve crónica, que puede completar la que publicó en el Uruguay, hace
cuatro años, nuestro geógrafo Martín de Moussy”.
En los números 6 y 8 se publicó –enviado por Fray Nepomuceno Alegre: un valiosísimo documento
inédito sobre las órdenes monásticas y sobre la fundación de la Provincia del Paraguay (Número 6) y
otro material interesante: una “Relación histórica de la Ciudad de Corrientes”, cuyo autor fuera el
redactor del primer semanario de Buenos Aires en 1801, don Francisco Cabello y Mesa. Pero el trabajo
no sólo se limitó a transcripciones documentales: También se realizaron comentarios críticos,
agrupamiento de información bajo la forma de estado de la cuestión e intercambio de informaciones
inéditas. Aparecieron así en el número uno “Origen de América y su descubrimiento”, que incluía no
sólo información valiosa, sino también un interesante resumen de la información édita sobre las
exploraciones vikingas en América del Norte. Este trabajo fue enviado por D. Ramón Ferreira, quien
también se ocupó de presentaciones generales y estados del arte en la sección de literatura. También
son destacables dos cartas conteniendo una serie de datos inéditos sobre la vida y muerte de
Monteagudo, en el que se adjuntaban comentarios de los autores (Quesada y Espejo) sobre los criterios
de utilización de relatos orales como fuente de investigación histórica. En los números 5 y 6, don José
Tomás Guido aportaba un trabajo sobre “El Brasil y las Repúblicas del Plata”, y una memoria del Gral.
Tomás Guido. Otros trabajos fueron reproducciones o reediciones. Así, del mismo José Tomás Guido se
publicó en los números 2 y 3 la biografía del Almirante Brown. Las reproducciones presentadas en la
sección de historia se concentraron fundamentalmente en biografías: de Diego Portales en el número 3,
del General Mariano Necochea, en los números 2 a 4, de Juan Ramón Balcarce en el número 5, del
Coronel Melián, en el número 7. Un largo y completo trabajo de Juan Ramón Muñoz tomado de la
Revista del Pacífico se ocupó del Descubrimiento, colonización y habilitación del Estrecho de Magallanes
(números 3 a 5). Las reproducciones fomentaron también la posibilidad de debates, la reconstrucción
de información de periodos críticos de la historia nacional, o la conservación de material édito pero
difícil de hallar. Así, se incluyó un trabajo sobre Bolívar y San Martín publicado por el General Mosquera
ese mismo año en Nueva York, con afirmaciones sumamente polémicas para la joven historia argentina;
unas Memorias inéditas del Ejército de los Andes de 1822 fueron enviadas por Damian Hudson. Una
“Noticia histórica de los tres hermanos Pinelos” fue tomada de “El Mercurio Peruano” de 1791.
La sección de Literatura también fue iniciada, como la de historia, por Ramón Ferreira, quien trazó un
panorama del “Estado de la literatura hispano americana” en el primer número. En los números 3 y 4
agregó este autor un ensayo sobre el origen y progreso de las “bellas letras y artes” y “su influencia en
la mejora individual y social”, artículo que él presenta como apunte: “no es para los literatos sino para
los que están en la vía del aprendizaje”. Allí, junto a reflexiones programáticas en pos de la
construcción de una literatura americana y la superación del faccionalismo, aparecen reflexiones sobre
lenguaje, tecnologías gráficas y bellas artes. Tanto como en historia, Quesada fue el redactor siempre
presente en esta sección, con trabajos propios y comentarios: bibliográficos, necrológicas,
presentaciones y datos biográficos de autores. Su aporte específico se refirió a la provincia de Santiago
del Estero: un trabajo sobre el idioma Quichua en esa provincia (presentado en realidad en la sección
de historia) y un relato de costumbres, también ambientado en aquella provincia: “El Harpa”, y su
condición de instrumento típico de la música Quichua de allí. Por supuesto, fue Quesada quien se
encargó, con profundo sentimiento personal, de la necrológica y biografía del Dr. Juan Pujol, publicada
en el número 7.
Una figura de oro en la sección de literatura fue la señora Juana Manuela Gorriti. Quesada la presentó
como colaboradora en el número 2:
“Empezamos a publicar en este número el precioso episodio histórico que con el título que encabeza estas
líneas, ha publicado en la ciudad de Lima la Señora Doña Juana Manuela Gorriti, natural de Salta, e hija del
General Gorriti. Nos abstenemos de recomendar su lectura que sabrán apreciar nuestros suscriptores; pero
cumplimos el grato deber de recordar que el episodio que va a leerse, es escrito por una argentina, cuyas
viscicitudes y belleza formarían una novela interesante. La Señora de Gorriti vive hoy en la Capital del Perú,
con el producto de sus apreciados y notables trabajos literarios; desde la distancia y sin conocerla, hemos
sentido profunda simpatía por sus dolores y mucho interés en la lectura de su escrito”.
El trabajo al que se refería era: “Güemes, recuerdos de la infancia”, ensayo histórico literario
ambientado en la época salteña de la guerra de independencia de la que Gorriti fue testigo de niña. Le
siguió “El Lucero del Manantial” en el número 5, circunstancia que el Director aprovechó para completar
la presentación:
“Tenemos el honor de contar entre los colaboradores de la Revista del Paraná a la distinguida escritora
argentina señora doña Juana Manuela Gorriti, que ha tenido la amable deferencia de ofrecernos sus
manuscritos inéditos. Nuestros lectores recibirán esta nueva con agrado. La señora de Gorriti ha publicado
varias novelas muy estimadas que han merecido el aplauso de literatos de nota (…) Es colaboradora de la
interesante Revista de Lima y autora de notables artículos literarios. Vamos ahora a reproducir el bello
episodio El lucero del manantial, que tomamos de la Revista de Sud-América, trabajo literario de mérito por
la fluidez con que está escrito y el interés de su argumento. La señora de Gorriti honra a las letras
americanas y a la República Argentina, su patria. Salta debe enorgullecerse de contarla entre sus hijos y
nosotros nos complacemos en tributarle desde la distancia el homenaje debido a su talento”.
Lamentablemente, las circunstancias que llevaron al cierre de la Revista impidieron la concreción de la
publicación de inéditos de Gorriti, y el relato “El Guante Negro”, en el número 6, cerraba con su
impronta romántica las colaboraciones de esta prestigiosa autora.
Los límites difusos entre el material propiamente literario y el histórico se notan en la selección temática
de esta parte de la publicación: “Terremoto de Mendoza” (ensayo histórico, número 3), “Biografía del
General Juan Ignacio Gorriti” por el Dr. Zuviría, etc. Otros materiales eran más propiamente literarios:
Relatos traducidos del alemán (de Schiller por López) y del francés (de Lolhé, por M M de F).
La poesía no ocupó un lugar destacado en cantidad ni en variedad de autores. En total, cinco poemas
de Carlos Guido Spano, dos de Angel Elías y una reproducción de un poema de Juan María Gutiérrez.
Puede considerarse, en cambio, un interesante nivel en calidad. De hecho Ricardo Rojas, al referirse a
los contenidos de la Revista del Paraná en la Historia de la Literatura Argentina, destaca: “…el famoso
poema Al pasar de Carlos Guido Spano, cuya data (1861) merece puntualizarse para encarecer el
sentimiento „moderno‟ de aquella composición” (Rojas, R.: Historia de la Literatura Argentina, pág. 587).
Al igual que en la sección de historia, muchos materiales fueron reproducidos. Entre ellos, los estudios
geográficos referidos a las provincias argentinas, que habían ya sido publicados en El Nacional
Argentino: Las descripciones de Jujuy (en el número 1), de Catamarca (en los números 2 y 3, realizada
por Benedicto Ruzo y con prólogo inédito de Vicente Quesada), de la Pampa (números 3 a 7, por
Quesada, donde incluye material histórico e información sobre Córdoba, Tucumán y Santiago del
Estero), de Corrientes (en el número 8, también de Quesada, reproducido de su libro “La provincia de
Corrientes”, que se editara en 1857), y de San Juan, por Saturnino Laspiur (en el número 8, tomado de
El Nacional Argentino). Otras reproducciones, algunas traducidas, constituían material al mismo tiempo
ameno para la lectura y con información y conocimientos útiles: “El Hospicio de San Bernardo en los
Alpes”, traducido del Alemán por José F. López; “La infeliz Josefina”, novela histórica traducida también
por López, ambos en el Nª 1; “Diario de un médico: la consunción”, traducido de la Revue Britanique;
“Don Salvador San Fuentes” ensayo biográfico de Miguel A. Carmona tomado de la Revista del Pacífico,
que dio oportunidad a Quesada de agregar una nota al pie criticando a Sarmiento por motivos
puramente “literarios” y no “partidarios”; “Lida”, crónica de la época del gobierno del Marqués de
Guadalcázar, por Ricardo Palma. “O‟Higgins”, tomado de la Revista de Lima, “Impresiones de una
mañana”, por Benjamín Villafañe, tomado de La Gaceta, periódico de Bolivia, 1844; una reproducción
comentada de “mi delirio sobre el Chimborazo” de Simón Bolivar, “Un recuerdo”, por Francisco Lazo, de
la Revista de Lima…
Merece un comentario especial el aporte de Don Francisco Bilbao, quien había intentado apenas
radicado en Buenos Aires, en 1857, la edición de una revista de contenidos intelectuales y culturales (La
Revista del Nuevo Mundo) con apoyo más o menos solapado del gobierno de la Confederación. Cerrada
esa revista, redactó poco después el diario El Orden, mientras mantenía fluido contacto epistolar con
Benjamín Victorica, y poco más adelante, además de enviar colaboraciones a El Uruguay, propiedad
también de Victorica, redactó, durante los meses inmediatos a la campaña de Cepeda (entre marzo y
diciembre de 1859) El Nacional Argentino, diario oficial de la Confederación, regresando luego a Buenos
Aires. Bilbao colaboró con gusto con la Revista del Paraná, enviando materiales desde Buenos Aires,
aportando con todos ellos elementos ricos y fuera de lo común. Para el segundo número envió un
ensayo breve, “El desterrado”, que en gran medida habla de él mismo y de su generación. Este es uno
de los textos de más ágil lectura en la sección literaria. En la línea radical, racionalista y a su vez
romántica, aprendida de su admirado maestro Quinet, de Lammenais –a quien cita en el epígrafe- y de
su propia experiencia de luchas cívicas en varios países sudamericanos, el texto llega a conmover por su
mensaje pero también por su autorretrato, escribiendo en su patria adoptiva luego de sucesivos
destierros:
“…La aspiración es el presentimiento de una patria futura; el recuerdo es la ausencia de una patria conocida;
pero el deber es la posesión de la eterna patria. He aquí cómo acabará el destierro (…) ¡ Feliz el que vuelve a
su patria! Su mirada devora las distancias, su memora arranca del pasado las imágenes, el alma le anticipa los
aspectos de su tierra (…) Pero así como al divisar las perspectivas de la tierra natal, cuando después de larga
ausencia y desde la superficie del océano, vemos aparecer las crestas nevadas de los Andes (…) y todo en la
naturaleza nos habla como un ser animado por todos los amores (…) así también, el desterrado reconoce la
fisonomía, el acento, la palabra de la eterna patria, en las conquistas de la ciencia, en todo acto de heroísmo,
en las victorias de la justicia, en las transfiguraciones de los mortales, en la rehabilitación de los caídos, en la
marcha de los hombres y pueblos a la fraternidad en la verdad. Y qué importa entonces llevar el sello del
destierro si la alegría del himno primitivo nos comunica el ritmo para marchar adelante (…) ¡ Feliz el que
vuelve a su patria! Pero más feliz aún, el que la lleva consigo viviendo en justicia y bendiciendo la vida.”
En el número 3 de la Revista apareció un documento aportado por Bilbao que mostraba su profundo
interés por las lenguas originales americanas. Se trataba de “La brevedad de la vida”, uno de los
sesenta cantares de Netzahualcoyotl, originalmente en el idioma Nahuatl que hablaban –y aún hablan-
los Mexicas o Aztecas. Quesada le dedica un comentario:
“…El poeta que ha podido expresar los conceptos que van a leerse no era un salvaje ni un bárbaro, revela un
corazón sensible a las mil armonías de la creación, y manifiesta un alma culta capaz de concebir los misterios
de la vida del espíritu. El pueblo que en una asamblea de notables escuchaba esos cantares no es un pueblo
inculto, y el idioma que servía para transmitir esos conceptos prueba la civilización de ese pueblo. Es sabido
que entre los mexicanos era costumbre transmitir los grandes hechos a sus antepasados por figuras pintadas
sobre pieles, sobre telas de algodón o sobre cortezas de árbol, las que el fanatismo de los primeros
misioneros, considerándolas como monumentos de idolatría las redujo a las llamas; pero entre las costumbres
de aquel pueblo primitivo y sorprendente, había una que la providencia tal vez reservaba para probarnos la
cultura de los súbditos del imperio de Moctezuma. Ente los mexicanos se consideraba como esencial a la
educación, enseñar a sus hijos las canciones históricas de sus grandes poetas, y tal vez por este medio pudo
llegar al conocimiento de los conquistadores el cantar del poeta Netzahualcoyotl, que publicamos hoy en la
Revista. Ignoramos cuándo y quién lo ha traducido español, pues el primer conocimiento que de él tenemos es
por las siguientes palabras del señor Bilbao: „Adjunto a Ud. Una notable poesía mexicana indígena. Creo que
es a más de una poesía, un documento para la Revista‟…”.
En el número 5 se publicaba la última colaboración de Bilbao para esta revista, esta vez en la sección de
Historia. Se titulaba “Estudios filológicos”, y en él aportaba, además de un llamado de atención a favor
del desarrollo de esta ciencia en la región- un documento poco conocido, de la época de la guerra de
independencia, escrito en cuatro idiomas, según nos relata nuevamente Quesada:
“El erudito y distinguido escritor sud-americano don Francisco Bilbao, nuestro amigo y colaborador, nos ha dirigido la interesante y notable carta que publicamos, llamando la atención sobre la importancia de los estudios filológicos
de las lenguas primitivas de América. El documento que sugiere esas observaciónes al señor Bilbao está en español, aimará, quichua y Guaraní, y pertenece a su biblioteca…”.
Aprovechaba la oportunidad con ello Quesada para insistir en su interés en el desarrollo de los estudios
de las lenguas autóctonas americanas, que había ya iniciado con su artículo sobre el Quichua en
Santiago del Estero. En esta presentación explicitaba:
“…por nuestra parte, no cesaremos de instar a nuestros amigos se consagren a esos estudios, muy especialmente sobre el guaraní y la lengua quichua (…) El guaraní se habla en el Paraguay y Corrientes, es un idioma rico, del cual
los jesuitas escribieron y publicaron una gramática, diccionarios y varias obras. La Quichua que es el idioma general de Bolivia y el Perú, se habla en Santiago del Estero, los valles de Calchaquí de Salta, la entienden en parte de Catamarca y la hablan en Jujuy; la vasta extensión que abraza, lo adelantado de la civilización de los Incas, son
circunstancias que la hacen digna de especiales estudios”.
Bilbao, por su parte, presentaba las cuatro versiones del breve decreto sancionado por la -Asamblea del
año XIII, bajo la firma de Tomás Antonio Valle e Hipólito Vieytes, con una intención doble: la primera,
destacar su sentido libertario y americanista; la segunda, su interés filológico. Decía Bilbao en su carta
al Director:
“Siendo uno de los principales objetos de la Revista que usted ha fundado y que bajo tan felices auspicios continúa,
el presentar una tribuna a la inteligencia americana especialmente consagrada a las cosas de América, creo satisfacer uno de ellos, comunicando a usted un documento de los tiempos de la independencia. Ese documento que adjunto, es relativo al decreto que abolía el tributo, mita, encomiendas, yanaconazgo y servicio personal de los
indígenas, noblemente redactado con el laconismo de la verdad y la dignidad de la justicia, y al mismo tiempo traducido a los idiomas Quichua, Aymará y Guaraní, para que fuere entendido por los que habitan las orillas del Paraná, del Bermejo, los valles de Bolivia y las sierras del Perú hasta el Ecuador, revela a juicio mío otro aspecto
que se quiere desconocer hoy día de la Independencia Americana. Ese aspecto era, la solidaridad de causa, la fraternidad humana, la igualdad de las razas que se convocaban a tomar parte de la formación de la nueva ciudad que levantaban nuestros padres…”.
Y en cuanto al aspecto filológico, obsérvese lo avanzado de sus afirmaciones, la elegancia de las
hipótesis, el cuidado con que evita transformarlas en afirmaciones definitivas, y el temprano uso de una
tabla de contingencia para guiar la búsqueda de posibles correlaciones:
“Ahora me queda tan solo que expresar un voto por el estudio de los idiomas de América. Creo que la filología
resolverá un día grandes problemas filosóficos relativos a las primeras creencias, a los dogmas fundamentales, al esclarecimiento de la formación y propagación de la especie humana, a la solución del problema de las razas, al establecimiento de una gramática general, a la explicación del misterio del origen de la palabra y de su desarrollo
tan variado sobre la superficie de la tierra. Bien sé que tales resultados no podrán operarse sino obrando sobre una
multitud de datos. El estudio de las lenguas orientales ha hecho grandes progresos y preciosos resultados se le deben; y es por eso que el estudio de las lenguas de América, será indispensable para coronar la obra y conocer el origen y migraciones de nuestros primeros habitantes (…) presentaremos a la inteligencia del filólogo un hecho que
arroja el examen numérico de las vocales empleadas en los idiomas del documento transcripto:
Idioma
Vocal
Aymará Quichua Guaraní
A 370 194 162
E 36 23 89
I 120 101 79
O 1 5 58
U 57 64 47
Es de notar en el Aymará la abundancia excesiva de la a, y la ausencia de la o, pues en un
fragmento que contiene 370 a sólo se encuentra una o. El examen de este misterio –continúa
Bilbao- puede hacernos llegar a conocer los elementos positivos de los idiomas y las causas
simples o complejas que determinan la formación de la palabra, su eufonía dominante, su
índole particular y la raíz de su desarrollo sucesivo…”.
Luego de pasar revista a numerosas palabras universales y primitivas de varios idiomas, incluidos
el griego, el hebreo y especialmente el sánscrito, en los que la “a” predomina, se pregunta:
“Si la vocal a es la fundamental y primitiva, es claro que el idioma en que domine, ha de conservar más la
fisonomía antigua de su origen como se ve en el sánscrito. Y si esta observación fuese después justificada, ¿
no sería el Aymará, uno de los idiomas más antiguos del mundo, haciendo por este solo hecho retroceder la
cronología americana a las épocas coexistentes del sánscrito? (…) ¿ Qué es lo que determina la preferencia
por ciertas letras y sonidos en las razas? ¿ Es la influencia del frío o del calor, de la electricidad, de la
humedad, es la altura, la atmósfera, el aire más o menos oxigenado que se respira, es la repercusión de la
voz en los valles, en las llanuras o montañas, es una disposición particular en la constitución del cerebro, o en
la organización de los órganos de la voz, el pulmón, la garganta, la quijada, la lengua, el paladar, los dientes
y los labios, qué determina la rotundidad de las sílabas, el estridor de las consonantes, la eufonía particular a
los idiomas madres? (…) Incapaces de resolver ese problema, y de operar sobre las masas de documentos
cuyo examen y estudio sería necesario, indicamos tan sólo a los filósofos americanos la importancia y la
atracción de semejante objeto…”.
Las secciones de Legislación y de economía política fueron menos extensas, aunque no menos
orientadas a producir herramientas nuevas en la constitución nacional de ambos campos. La sección
de legislación fue hegemonizada por el libro de Quesada titulado “Del Juicio Político en la República
Argentina”, que se publicó por partes entre los números uno y cinco de la revista. Otros materiales
fueron, en el número 1, una introducción de Juan B. Alberdi sobre la formación del abogado en América
del Sur; en el número 5, reproducción de un artículo de don Francisco Cárdenas: “Necesidad de la
entrega para la translación del dominio”. En los números 7 y 8, un material complementario del iniciado
en la sección de historia: “Causas célebres” sobre la muerte de Monteagudo, por Gerónimo Espejo. El
resto de la sección fueron vistas fiscales de Martín Lucero, de Ramón Ferreira y de Baldomero García
(este último reproducido de “El Foro” de Buenos Aires). En la sección de economía política sólo se
publicaron tres artículos, que recorrieron la agenda temática de época en la capa dirigente del Estado,
esto es, inmigración, infraestructura de transportes y crédito: “Los caminos que andan”, por el Barón de
Viel Castel (número 2, proyecto de traza de ferrocarril, especialmente desde Rosario a Córdoba);
“Fragmentos de economía política” por el Dr. A. Brougnes, sobre crédito público (número 3), e
“Inmigración alemana en el Río de la Plata”, sobre el potencial de dicha inmigración, por José Francisco
López (numero 8).
Hasta aquí un breve resumen de los contenidos, que nos muestra una labor por cierto no pequeña:
Recopilación de valiosa documentación inédita, reflexiones históricas, esbozos de debate, compilación
de artículos geográficos sobre el interior del país, valorización ante el público argentino de la persona y
obra de Juana Manuela Gorriti, un poema avanzado para su época del joven y recién retornado al país
Carlos Guido Spano, y por supuesto, haber cumplido el compromiso de una publicación de calidad
orientada al espacio intelectual por encima de las luchas “de la política militante”. Algunos planteos
problemáticos como el sugerido por Bilbao en filología eran estimulantes y acordes con el nivel del
debate intelectual de su época en el mundo occidental. Incluso en la más humilde labor de intercambio,
de formación de un “estado de la cuestión” y de reproducción de materiales, la sola mención de los
participantes que logró incluir la revista inspira respeto. Entre los medios de los que se reprodujo
material hallamos también un criterio de calidad y apertura, aunque también limitado, como el de
colaboraciones, por el alcance de la red de contactos de Quesada y por la imposibilidad de superar la
barrera del conflicto civil en ciernes. Faltaban por ello reproducciones de material proveniente de los
escritores porteños o de sus mejores contactos. Un breve recuento de orígenes de las reproducciones
muestra este perfil: El Nacional Argentino, El Pacífico, Revista de Sudamérica, Revista de Lima, El
Comercio de Lima, Museo Literario, El Constitucional, La Gaceta de Bolivia, La Reforma Pacífica, El Foro,
La Revue Britanique.
4.1.6. Inconvenientes, vicisitudes
Las 360 páginas del primer tomo, al cumplirse los seis meses de edición, se cierran con un índice
completo del contenido. Al presentar el número 7, que comienza su numeración nuevamente con la
página 1, abriendo el segundo tomo, la ocasión era propicia para un recuento y balance. Quesada lo
hacía del modo siguiente:
“Al fundar la Revista del Paraná decíamos en el prospecto esta palabras: „no estamos desanimados, vamos a hacer este esfuerzo, porque abrigamos la esperanza que el pueblo de la República protegerá las sanas tendencias de la
Revista‟; y así ha sucedido, las listas de suscripción que publicamos como un homenaje de agradecimiento a la protección del país, es un testimonio inequívoco de la favorable acogida que han encontrado nuestras tendencias”.
Sin embargo, en el mismo texto continuaba Quesada:
“…no hemos cesado, ni cesaremos de propender a la mejora de una publicación difícil de suyo, que ha nacido en medio de una crisis política, que vive en momentos en que los medios de comunicación se han interrumpido, haciendo más difícil y costosa la remisión de las entregas y el cobro de la suscripción. Sin embargo, haremos
cuanto dependa de nosotros para asegurar la vida a esta publicación y para corresponder al decidido apoyo del pueblo, el más apetecido para nosotros, el más noble y más honroso”.
Las dificultades, como puede observarse, no eran pocas, pero no ponían en duda la continuidad. Otros
asuntos fueron aún más dificultosos, sobre todo aquellos orientados a lograr un alcance
verdaderamente nacional en la red de colaboradores con presencia de miembros de todos los partidos:
“El pueblo que sostiene publicaciones de este género, revela ya necesidades cultas del espíritu, pues
mantienen un periódico ajeno a los intereses de los bandos políticos y a la lucha apasionada de los partidos.
Los suscriptores pertenecen a todos los colores políticos, y creemos haber sido leales a nuestro prospecto,
manteniendo la Revista prescindente de la política militante (…) Invitamos por medio de circulares a todos los
hombres que creíamos capaces de ayudarnos, prescindiendo absolutamente del partido político a que
pertenecían; sentimos decirlo, las pasiones políticas han dominado a muchos, que no han querido escuchar
nuestra invitación. Ingenios notables han permanecido indiferentes a nuestro llamamiento, absorbidos por la
lucha. Decimos esto, para que no se crea que hemos hecho exclusión de nadie, cuando se note que faltan
entre los colaboradores algunos literatos argentinos que figuran con honra en la república de las letras”.
Fue ésta una de las dificultades mayores: a seis meses de iniciada la publicación, no se lograba evitar
entre los escritores porteños la sensación de que se trataba de un emprendimiento del Estado
confederal. A esta carencia Quesada no sólo le hizo frente explicitando la situación ante sus lectores,
sino también mostrando un listado de colaboradores que –dadas las circunstancias descritas- mostraba
un éxito no menor, aunque confirmativo de que no lograba trascender los límites del espacio de
militantes y simpatizantes de la causa: En Paraná: Ramón Ferreira, Baldomero García, Manuel Lucero,
Nicolás Calvo, Juan Francisco Seguí, Fernando Arias, Gerónimo Espejo, Eusebio Ocampo, Facundo de
Zubiría, Manuel Leiva, José María Zuviría, José Francisco López, Carlos María de Viel-Castel. En el resto
de Entre Ríos: Benjamín Victorica, Ángel Elías. En Buenos Aires. Francisco Bilbao, José Tomás Guido,
Miguel Navarro Viola, Emilio de Alvear, Damián Hudson. En Corrientes: Juan Pujol, José María Rolón,
Miguel Vicente López, Juan Nepomuceno Alegre. En de Santa Fe: Avelino Ferreira, Evaristo Carriego,
Manuel A. Pueyrredon. En Córdoba: Ramón Gil Navarro. En Tucumán: Juan Elías. En Salta: José Manuel
Arias. En Jujuy: Manuel Padilla, Daniel Aráoz y José Benito Bársena. En Catamarca: Benedicto Ruzo y
Mamerto Esquiú. En La Rioja: Nicolás Carrizo. En Mendoza: Fernando Urizar Garfias. En otras repúblicas
sudamericanas: Juana Manuela Gorriti en Perú; Gregorio Beeche, Juan Ramón Muñoz, Manuel Guillermo
Carmona y Benjamín Vicuña Mackenna en Chile; Alfredo Marbais du Graty en el Paraguay, José Vázquez
Sagastume en la República del Uruguay. En Europa:
“contamos en París con el conocido y estimado escritor sud-americano don J.M. Torres Caicedo, redactor
de la parte política del Correo de Ultramar, quien ha tenido la bondad de aceptar nuestra invitación y nos
dice en carta datada en París a 22 de Abril último, estas palabras. „No fallaré en excitar a los literatos y
publicistas americanos para que envíen a usted sus producciones. Usted y yo estamos de acuerdo en la idea
capital de reunir intelectual, política y comercialmente a los Estados de la raza latina-americana´‟. El Doctor
don Juan Bautista Alberdi en carta datada en París a 23 de Abril último nos dice: „tendré mucho gusto en
remitirle todo lo que yo crea que puede ser útil a la Revista, de las cosas que aparezcan en la prensa de
Europa.‟.”
Completaba Quesada su esfuerzo por demostrar el máximo de amplitud en su convocatoria,
prometiendo la extensión de la red de colaboradores en países de América, aclarando además:
“Para dejar en libertad a los numerosos colaboradores con que contamos, hemos establecido por base: La
redacción no es colectivamente responsable de las ideas o principios contenidos en los diversos artículos de la Revista, cada cual responde de lo que lleva su firma, por cuya razón no aceptamos el anónimo,
Otro modo de presentar la repercusión amplia que tuvo la revista fue el de mostrar sus ecos en la
prensa nacional y extranjera, que “…se ha mostrado interesada en la prosperidad de la Revista, con
muy raras excepciones…”. En este caso sí pudo darse el lujo Quesada de dar cuenta de repercusiones al
otro lado del Arroyo del Medio:
“…aprovechamos la oportunidad de dar las gracias a los periódicos y diarios siguientes que reprodujeron
nuestro prospecto: El Correo Argentino (Paraná), El Boletín Oficial (Paraná), El Uruguay (Concepción del
Uruguay). La Crónica Oficial de Corrientes, El Eco de Entre Ríos (Gualeguaychú, era este un periódico
favorable a Buenos Aires), El Pueblo (Gualeguaychú), El Imparcial y El Eco Libre de la Juventud (Córdoba), El
Eco del Norte (Tucumán), El Ambato (Catamarca), La Tribuna y El Nacional (Buenos Aires), El Salteño
(Salto), La Patria (La rioja), La Prensa Oriental y La Nación (Montevideo). Entre estos diarios mencionaremos
también a El Progreso (Rosario), a la Revista de Sud América (Chile), y a la vez a La Soberanía del Pueblo, a
El Paraná y La Luz (Paraná) que han anunciado la aparición sucesiva de las entregas con palabras más o
menos animadoras”. Agradeciendo a todos estos periódicos, concluía Quesada deseándoles “…prosperidad,
cualesquiera que sea el color político que representan”.
Un tema fundamental para la supervivencia de la Revista era el logro de suscripciones oficiales. Por ello,
aprovechó Quesada la oportunidad para destacar la respuesta de los diversos gobiernos. En primer
lugar, la del Gobierno de la Provincia de Entre Ríos, a cargo del General Urquiza, que contestó con una
carta elogiosa, que Quesada transcribe, y una suscripción por veinticinco ejemplares. El Gobierno de la
Provincia de Buenos Aires se suscribió por diez ejemplares. El de Corrientes, por veinte, y adjuntando
una nota también muy conceptuosa firmada por el Gobernador. El Gobierno de Santa Fe se suscribió
por cuatro ejemplares. En notorio contraste con estas respuestas, pasa Quesada a transcribir la carta de
respuesta del Gobierno Nacional, acompañada de un lacónico comentario:
“El Gobierno Nacional contestó en los términos siguientes: Ministerio del Interior, Paraná, Marzo 14 de 1861.
Señor don Carlos Casavalle. En vista del Acuerdo del 5 de octubre último y motivos en que se funda, el
Gobierno no puede prestar apoyo oficial a publicación alguna periódica; y aunque la Revista del Paraná –por
su carácter literario y científico- merece especial atencion por parte del Gobierno; sin embargo, cumpliendo la
disposición citada, ha provisto con esta fecha, no acordando la suscripción solicitada, lo que comunico a V. A
sus efectos. Dios guarde a V. José María Zubiría
Parece que una estricta economía ha impedido al Ejecutivo hacer la más mínima erogación a favor de una
publicación, la primera en su género que se inicia en las provincias argentinas”.
El comentario era lapidario y mostraba la desazón de Quesada respecto del Gobierno nacional.
Agregaba luego el Director una carta de Benjamín Villafañe en representación del Gobierno Tucumano
con buenos augurios para la revista pero negando también toda suscripción. Concluía entonces:
“Los gobiernos de Entre-Ríos, Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe, han mostrado por el hecho de suscribirse
el deseo de proteger y estimular las letras argentinas. Les damos las gracias por ese acto de protección que
los eleva sobre los que no pueden o no quiere comprender la importancia de protegerlas. Mientras algunos
gobiernos volvieron desdeñosamente la espalda a la publicación que se iniciaba en la Capital de la República,
el pueblo, con ese instinto y buen sentido que lo distingue, acogió y protegió la idea, habiéndose agotado la
primera edición de 600 ejemplares del primer número, y viéndonos obligados a reimprimirlo. Hoy mismo está
agotada la edición de 835 números que se tiran; no habiendo podido reservar el editor ningún ejemplar.
Habíamos pensado hacer quincenal la Revista, como una prueba del deseo de corresponder a la numerosa
suscripción; pero la situación política nos impide por ahora que realicemos esta mejora. Nuestros lectores
comprenden bien lo que han aumentado los gastos, haciéndose más difícil la correspondencia, desde que
están suspendidas las líneas de vapor que ligaban los ríos Paraná y Uruguay con los mercados de Buenos
Aires y Montevideo, y estas causas nos impiden por ahora introducir esa mejora. Sin embargo, apenas
desaparezca esta crisis, trataremos de mejorar nuestra publicación”.
Como puede observarse en estas líneas, las dificultades no eran pocas y la molestia por la falta de
apoyo del gobierno nacional y de muchos gobiernos provinciales no era menor. Sin embargo, nada
indica la posibilidad de cerrar la publicación. Por el contrario, el anuncio es que en el futuro los servicios
podrían ampliarse. Estamos a fines de agosto, y resulta por ello difícil de aceptar el comentario del
biógrafo principal de Casavalle, respecto de que el 1º de Agosto “el traslado con la imprenta a Buenos
Aires era asunto resuelto”. Echemos primero un vistazo a la lista de suscriptores que acompaña el
comienzo del segundo tomo: figuran allí en total 653 suscriptores por un total de 737 ejemplares, sin
contar los suscriptores de la República Oriental del Uruguay y otros países. Era una cantidad abundante,
aún restando algunos ejemplares de suscripciones suspendidas. No había, en ese momento, motivo
alguno para cesar en el intento. Pero si analizamos la composición de la suscripción, podemos
comprender el pronto final a la luz de la crisis de la Confederación: sobre 737 ejemplares suscriptos, 59
corresponden –como vimos- a los gobiernos de las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires y
Santa Fe; 20 corresponden a la suscripción personal del General Urquiza; 90 son de altos funcionarios
de los gobiernos nacional y de provincias, dignatarios militares y eclesiásticos; 30 son de legisladores, la
mayor parte de los cuales eran porteños desterrados; otros 6 corresponden a diplomáticos de potencias
extranjeras. Tomemos en cuenta, además, seis suscriptores del interior de la provincia de Entre Ríos
que cancelaron la suscripción. Es decir, sobre 737 suscripciones activas, 205 corresponden muy
directamente al funcionariado y al equilibrio de fuerzas imperante en el sistema de la Confederación.
Esto es más del 27 por ciento de la suscripción. A esto debía agregarse que los costos de imprenta de
Casavalle eran lo suficientemente bajos debido a que dispone de la concesión del Boletín Oficial de la
Confederación, motivo principal por el que se trasladó a Paraná. Por ello, la caída del gobierno
confederal sería catastrófica para su empresa. Hemos comentado, además, los problemas de
distribución y cobro, agravados por la dispersión de las suscripciones en Entre Ríos (7 localidades) y
Corrientes (7 localidades). Geográficamente considerados, los ejemplares suscritos correspondían a:
Provincia Cantidad de ejemplares
Capital Provisoria de la
República
180
Resto de Entre Ríos 247
Corrientes 102
Santa Fe 63
Buenos Aires 59
Córdoba 38
Tucumán 25
San Juan 15
Salta 8
Es notable la desproporción entre una gran suscripción lograda en la Capital Provisoria, y una muy baja
obtenida en Buenos Aires, donde la barrera del enfrentamiento no se superaba en cuanto a la imagen
de una revista “de la Confederación” escrita por hombres de la Confederación.
4.1.7. El final, el principio
El fin de la Revista del Paraná –y con él, los comienzos del proyecto de la revista en Buenos Aires-
sobrevino, pues, con la crisis final de la Confederación. Tal como había sucedido a Coni en Corrientes
en la década anterior, las posibilidades de desarrollo en una ciudad del interior –aún una ciudad
importante- estaban, para un impresor y librero profesional con ansias de progreso, atadas a acuerdos
contractuales con el Estado, y si estos se perdían, debía el emprendedor retornar a Buenos Aires. Así
sucedió con Casavalle. Se quedó en Paraná hasta el último minuto y sólo se marchó cuando no hubo
más nada que hacer. Recordemos que –a pesar de los graves inconvenientes causados por la guerra y
el bloqueo- la Revista podía sostenerse hasta tanto se recuperase la paz, en la medida en que el Estado
Nacional mantuviese sus contratos con Casavalle, que los gobiernos provinciales apoyasen la iniciativa
con suscripciones y otras medidas de respaldo, que el sistema de correos y postas funcionase
mínimamente, que Quesada continuase como Funcionario de la Nación y que el número mínimo
necesario de suscriptores pudiese sostenerse con la tenue capa dirigente de funcionarios de los tres
poderes radicada en Paraná. En agosto de 1861 todo parecía indicar que se repetiría la campaña de
1859, al menos todo parecía indicarlo en el microclima político de la Capital de la Confederación. Pero el
17 de Septiembre abrió paso a la victoria de Buenos Aires, situación que fue consolidándose con el
correr de los días, y que las fuerzas del General Mitre pudieron aprovechar. El resultado de esto fue el
inmediato caos: cese de pagos del Estado, incertidumbre, vacío de poder, intrigas, y las fuerzas
porteñas avanzando sobre el interior: Rosario primero, hacia Córdoba de inmediato, amenazando
pronto a Santa Fe. Nada indica que Casavalle tuviese previsto el retorno a Buenos Aires en el mes de
Julio, como se desprende de la biografía escrita por Piccirilli. El impresor continuó a cargo de las tres
publicaciones a lo largo de todos los preparativos militares. El número 8 de la Revista del Paraná (que
sería el último), apareció el 30 de Septiembre, es decir, casi dos semanas después de la Batalla de
Pavón (librada el 17 de Setiembre).
Pero un mes después de la batalla, el 14 de Octubre, la situación en la Capital se había tornado tan
nebulosa, que el propio Vicepresidente Pedernera, en ejercicio del Poder Ejecutivo, decidió, en acuerdo
de Ministros, clausurar todas las publicaciones que se editasen en Paraná, salvo el Boletín Oficial “cuya
publicación continuará en la forma establecida”. Concluía así el periódico “El Paraná”, y aunque la
Revista no había emitido juicio alguno sobre la actualidad, la decisión del Ejecutivo no la excluía. Aún
así, la esperanza no desaparecía, podía esperarse tiempos mejores, ya fuese porque el General Urquiza
se hiciese cargo de la Presidencia para negociar o guerrear con Buenos Aires, ya porque un acuerdo de
paz restaurase la vida normal. Mientras tanto, Casavalle continuaría con el Boletín y Quesada con sus
funciones. Pero la situación se deterioraba más y más. Ya a fines de setiembre el gobierno había hecho
imprimir proclamas en el Boletín Oficial abandonando toda neutralidad en esa publicación: “La buena
causa triunfa ya definitivamente sobre la insolente rebelión. Mitre, en su último baluarte (…) habrá
sucumbido probablemente a estas horas bajo el poder de las armas nacionales triunfantes en Pavón…”
(26 de setiembre). Pero a partir de mediados de octubre desaparecieron tanto las referencias a los
sucesos en marcha como la cantidad habitual de documentos. Casavalle debió entonces recurrir a
materiales de relleno. El 8 de Noviembre, debe publicar la renuncia de Derqui a la presidencia. Las
tropas porteñas avanzaron hacia el norte; el 22 de noviembre se produce la tristemente célebre
matanza de Cañada de Gómez, y ya el 1ª de Diciembre se reciben en Paraná las indicaciones del
General Urquiza de que debía entregarse todas las instalaciones de la Confederación a la Provincia, la
cual reasumía la soberanía sobre su territorio, incluida Paraná. La última edición del Boletín Oficial se dio
al público el 3 de Diciembre de 1861. La semana subsiguiente fue dedicada por Pedernera a organizar
una entrega lo más ordenada posible del gobierno, que cesó en sus funciones el día 12 del mismo mes.
La Revista del Paraná no volvería a editarse. Para Quesada y Casavalle, había llegado la hora de
retornar a Buenos Aires1.
La derrota de la Confederación a manos de la burguesía comercial porteña dio como resultado en el
naciente campo intelectual un retroceso en la dirección que iba tomando la construcción de una
hegemonía moderna basada en la articulación igualitaria de las regiones políticas y económicas del país.
La historia continuaría su desarrollo en la construcción de un relato común del pasado que constituyese
la identidad nacional, pero el interés central mostrado por el periodismo de la Confederación por
constituir la historia y geografía nacionales a partir del estudio de todas las provincias dejaría lugar a un
relato basado en la centralidad de Buenos Aires y su elite comercial. Las inquietudes americanistas
cederían paso –durante varias décadas- a un europeísmo extremo. Y la literatura marcharía hacia la
modernidad con signos de fractura entre el espacio del nacionalismo federalista orientado temática y
estilísticamente hacia el interior profundo con expectativas de conexión directa con la tradición latina
clásica (Olegario Andrade, Francisco Fernández) o la gauchesca (Hernández), y la tradición porteña
europeísta.
En Entre Ríos, el impulso aportado por la Revista del Paraná sumado al de los periódicos impulsados por
Urquiza en las principales ciudades entrerrianas, y a la irrupción en escena de las primeras camadas de
egresados del Colegio del Uruguay, dio rápidamente frutos con la aparición de las primeras revistas
1 Quesada vivió aun muchos años después de estos episodios, y pudo completar su obra no sólo con las revistas sucesivas, sino también como jurista,
director de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, responsable de importantes misiones en el exterior (Europa y Estados Unidos), Ministro en la Provincia
de Buenos Aires, Diputado Nacional, Diplomático en Europa, Brasil, México y los Estados Unidos, y autor de numerosísimos libros y artículos,
alcanzando además a tener la fortuna de ver a su hijo Ernesto desarrollarse como un intelectual de fuste. Casavalle se convirtió, una vez de regreso en
Buenos Aires, en el más importante editor de literatura nacional de la segunda mitad del siglo, su imprenta y librería alcanzó el máximo de prestigio y su Boletín Bibliográfico fue y es una referencia inexcusable. La Revista del Paraná fue resguardada del olvido por -entre otros, y además de su director-
Ricardo Rojas y por protectores de colecciones hemerográficas como Martiniano Leguizamón y Bartolomé Mitre, quien sería, años después de aquellos
bélicos tiempos, interlocutor intelectual y amigo entrañable de don Vicente Quesada. Por su importancia en una etapa decisiva de la formación de nuestra
modernidad, por su interés humano y por su influencia posterior, el lugar de la Revista del Paraná en la historia de nuestra cultura y de nuestra industria editorial está más que suficientemente garantizado.
literarias (como El Alba y El Cóndor) en la década de 1860, la continuidad de los estudios históricos
provinciales y el desarrollo de una era dorada del periodismo, la poesía y la dramaturgia provinciales. A
medida que el territorio de autonomía del campo cultural se fue desarrollando junto a la reformulación
de las relaciones de fuerzas sociales (en las que la burguesía portuaria sería finalmente subordinada a la
pujante clase terrateniente), también en Entre Ríos pudo articularse no sin dificultad tales espacios. Así,
los debates entre Andrade y Carriego sobre el rol de Urquiza en la modernización circulaban en carril
distinto que la creación literaria del primero, quien a su vez llegaría a ser reconocido como poeta
nacional por los otrora enemigos. Mitre llegaría incluso a reconocer el carácter pionero del Colegio del
Uruguay en el impulso dado a la literatura nacional e incluso en la creación de la primer cátedra de
Literatura Nacional implantada en Sudamérica. Hacia el fin de siglo, figuras surgidas del Colegio del
Uruguay como Fray Mocho, Onésimo Leguizamón y Emilio Onrubia, con las experiencias de una revista
masiva de interés general, un diario moderno y una estrategia comercial de producción teatral
respectivamente, así como el impacto del arielismo y el modernismo, mostrarían hasta qué punto la
transición cuyo origen rastreamos aquí estaba concluida, y las revistas de construcción del campo
dejarían su lugar a nuevas experiencias.
4.2. Hacia La Nación
Después de la disolución de la Confederación, la hegemonía de Buenos Aires sobre el conjunto del país
pudo consolidarse. La burguesía agraria bonaerense pasó entonces de enemiga del interior a
componente fundamental de una nueva clase nacional, clase que impone su propio programa en 1874 y
lo estabiliza con la “conciliación” de 1878 y la capitalización de Buenos Aires en 1880.
Resulta difícil, si no imposible, hallar algún tipo de proporción entre la tarea histórica realizada y la
cantidad y calidad de los actos de exterminio con que se la acompañó: Entre la batalla de Pavón (1861)
y la federalización de Buenos Aires (1880) se produce la consolidación del Estado nacional y su
pacificación, la eliminación del problema de la aduana del puerto que se nacionaliza (pues la producción
de excedente exportable en el interior ha nacionalizado los ingresos de la misma), y el ingreso de todos
los signos de modernidad largamente esperados: tecnología para el armado de redes de
comunicaciones y transportes, expansión de la frontera agrícola y tecnificación de su producción,
sistema educativo, inmigración. Paradójicamente este gigantesco desarrollo aparece teñido de terror e
incluso de despoblamiento y retroceso de algunas regiones, por medio de una serie de actos vicarios:
una por lo menos abusiva guerra de policía llevada a todas las provincias excepto Entre Ríos por el
Estado porteño primero, nacional después (1862-72) causando la desaparición de la infraestructura de
las fuerzas militares provinciales, del partido federal y de la base social de las montoneras; la
desaparición física de la fracción uruguaya aliada del federalismo entrerriano (1864); el aniquilamiento
del Estado paraguayo (1865-70); la intervención militar y guerra contra el jordanismo en Entre Ríos con
batallas dignas de una antología de la masacre (Ñaembé, Don Gonzalo, entre otras: 1870-73, donde se
aplican los nuevos fusiles Remington y ametralladoras Gatling), ajuste de cuentas político militar entre
fracciones dominantes del Estado nacional (1874), conquista militar del desierto pampeano y Patagonia
(1879-84)2.
La estructura que aglutinó a todo el interior en la perspectiva de dominar y capitalizar a escala nacional
las rentas del puerto de Buenos Aires no volvió a constituirse. Mitre, victorioso en Pavón, logró
aprovechar al máximo su victoria y derrumbó el aparato político y militar de las provincias interiores,
sosteniendo a su vez a algunos caudillos favorables. En acertada expresión de José Hernández,
reemplazó a los caudillos por los "procónsules", a sangre y fuego. El ejército de Buenos Aires se
transformó en la base y conducción del ejército nacional. Junto a las victorias y aplastamiento de los
gobiernos y las débiles fuerzas militares federalistas del interior, en tanto una hábil política de
negociación marginaba a Urquiza en su provincia a cambio de no cuestionar su poder en Entre Ríos, la
guerra contra el Paraguay permitió la definitiva constitución de un ejército del Estado nacional
suficientemente poderoso como para hacer efectivo el monopolio de la fuerza legítima. Atrás, en los
campos de batalla y pueblos del Paraguay y de todas las provincias interiores, quedaba un reguero de
sangre.
"Pacificado y unido el país, acude por fin, medio siglo después del grito emancipador, la tan ansiada
inmigración europea, junto con capitales y técnica del continente. Pero el tiempo no pasa en vano; si la
inmigración cumplía los mismos fines útiles, el capital presentaba ahora características muy diversas:
representaba el excedente exportable de grandes centros financieros, cuya capacidad desbordaba los
respectivos mercados internos. Ya no era tanto un elemento identificado con hombres y dispuesto a dejarse
asimilar; representaba la inversión de una entidad despersonificada, que procura dividendos productivos y no
acepta nacionalizaciones, pues forma parte de núcleos económicos bien arraigados en el exterior. Vino ese
capital para aplicar la técnica moderna, tan necesaria a un país pastoril, y para extraer dividendos. Cumplió
su misión a conciencia, ayudado por la coyuntura, con mayor celo quizá en lo referente al segundo
objetivo..." (Giberti, 1961: 149 in fine).
La gigantesca ampliación de los mercados europeos, sobre todo el inglés, para la colocación allí de
productos agropecuarios impactó con fuerza gigantesca en el litoral, que transformaría su fisonomía en
una generación.
Pero los efectos contradictorios del ingreso en la modernidad se hicieron notar de inmediato, y Entre
Ríos no fue la excepción: el Estado provincial comenzó a endeudarse con empréstitos de origen inglés,
las tierras comenzaron a cerrarse y a consolidarse los títulos, causando graves conflictos con familias
2 Esa desproporción era correlativa de una enorme distancia respecto del “Otro”, expresada sin tapujo incluso en la pluma de los primeros
historiadores argentinos: “La raza criolla en la América del Sur (...) era un vástago robusto del tronco de la raza civilizadora índico-europea a que
está reservado el gobierno del mundo (...) es una raza superior y progresiva a la que ha tocado desempeñar una misión en el gobierno humano en el hecho de completar la democratización del continente americano y fundar un orden de cosas nuevo destinado a vivir y progresar” (Mitre, Bartolomé:
Historia de San Martín, p. 22). En Historia de Belgrano, el autor se refiere a las tareas sobre las otras razas del país: “...civilizándolas, y aún
suprimiéndolas...”.
que habían ocupado tierras y habían trabajado en ellas por generaciones sin poseer la propiedad. Los
gauchos sufrieron el mismo conflicto, agravado por el constante cerramiento de campos. Los pequeños
propietarios pronto sufrirían por su condición al intentar la colocación de pequeñas producciones en el
mercado y en los transportes de salida de la provincia. Una durísima ley fiscal (el famoso contrato
Fragueiro) generaría una gigantesca oleada de descontento.
Una de las primeras voces periodísticas que se alzó para denunciar el horror del desplazamiento de
familias por cerramiento de tierras fue la de Evaristo Carriego en Entre Ríos. A comienzos de 1862,
desde su nuevo periódico El Litoral3 y amparado en el núcleo naciente de oposición política local en
Paraná, editó una serie de artículos brillantes, impresos luego como folletos. Un ejemplar se conserva
aún en el Museo Martiniano Leguizamón.
Urquiza continuó con el incuestionable mando de la provincia. Impuso, contra los sentimientos
populares –y de sus propios lugartenientes que preferían a Ricardo López Jordán- la candidatura a
gobernador de un personaje mediocre (Domínguez) en 1864, a quien pudo manejar a voluntad. En
1868 volvió a postergar a López Jordán haciéndose él mismo de la gobernación nuevamente. En ese
momento se preparaba ya la revolución para derrocarlo.
El bloque social en que se basó el poder de Urquiza durante la Confederación se fracturaba: por un lado
la joven burguesía terrateniente hallaba cada vez más cómodo su lugar en el Estado moderno, y más
incómoda la presencia de elementos de la forma organizativa anterior: el gaucho ya no era necesario
pues la época de las guerras constantes concluía, y la contratación eventual para trabajo a campo
abierto también. Debía éste ser reemplazado por el peón de campo, sedentario y desarmado. Por otro
lado, la camada intelectual del Colegio del Uruguay, formada pensando en ocupar la primera línea del
Estado se encontraba de pronto relegada a un lugar secundario y limitado, y en el cual había espacio
para pocos. En tercer lugar, todo el aparato político-militar del Urquiza caudillo comenzaba a oxidarse y
a perder razón de ser en tanto el Caudillo mutaba a manso y patriarcal terrateniente. Finalmente,
estaban los sectores sociales golpeados con dureza por esta nueva realidad: ocupantes, pequeños
propietarios rurales, comerciantes de Paraná en crisis por la pérdida de la capitalidad, y
fundamentalmente el gauchaje, bastante más fuerte que en otras provincias por la importancia que
tuvo el ejército entrerriano y por no haber sido diezmado en la década de 1860 –como sucedió en otras
provincias- por el horror policíaco del ejército porteño primero, y por la guerra contra el Paraguay luego
(las tropas convocadas por Urquiza para servir en la misma se le desbandaron en dos oportunidades,
con la evidente anuencia de parte del Estado Mayor, haciendo que sólo pudiese enviar un par de
batallones de infantería y lastimando su prestigio militar y su capacidad de negociación con Mitre).
3 Era la primera vez que podía aparecer en Paraná un periódico independiente del poder del General: Ahora que Urquiza se replegaba como
gobernador y existía como contrapeso una autoridad nacional de otro signo, a la vez que una base social suficiente para el descontento.
Otras novedades, como el trazado del ferrocarril, mejoras en los puertos, aumentos de contingentes
inmigrantes, aumento de las exportaciones, son acompañadas por su contracara de empobrecimiento y
pérdida de espacio de sectores rurales pobres.
El rol dirigencial del viejo aparato político-militar choca con la creciente institucionalización de la
democracia parlamentaria a nivel nacional y provincial. Andrade se ajusta al proceso de modernización,
como incondicional de Urquiza. Carriego, respalda al núcleo opositor en Paraná, lo expresa en el
periódico y luego en el parlamento provincial, pues triunfa en las elecciones. Pero poco después partirá
al destierro. Más conflictivo aún es el aumento de la tensión al interior de la fuerza armada. Y lo más
grave e inmediatamente conflictivo: todos los mecanismos de legitimidad tienen de momento la misma
cabeza: Urquiza.
4.2.1. Entre Ríos: último refugio de la prensa de la Confederación
Recordemos que una de las características del proceso en curso era, en términos periodísticos, que las
lealtades facciosas comenzaban a tornarse disfuncionales a la política moderna, y que por ello se iban
abriendo espacios cada vez más amplios en los cuales dichas lealtades se proclamaban irrelevantes (Cfr.
Halperín Donghi, 1985, cap. 4). Sin embargo, durante los años '60 el proceso en Buenos Aires continuó
siendo diferente que el de la única provincia no intervenida: el poder de lo faccional era muy superior, y
el mercado local todavía no lograba desarrollarse lo suficiente como para dar libertad al empresario
periodístico. Por otra parte, en tanto en Buenos Aires las lealtades facciosas permanecían en tanto no
eran reemplazadas por mecanismos superiores de relación política, en Entre Ríos dichas lealtades
significaban la supervivencia o la muerte para amplios sectores. Fue así Entre Ríos en la década de 1860
una continuación en escala geográfica restringida de la transición diferencial vivida en la década anterior
en todo el interior. El periódico más importante fue –ahora más que nunca- El Uruguay. En 1862 se
llamó "Diario de la Tarde", y al año siguiente volvió a su nombre anterior. No existía la menor
posibilidad económica y política de aparición de otro periódico local. Ya no escaseaban los redactores,
pues el Colegio del Uruguay producía hombres formados en abundancia, aunque El Uruguay tomaba ya
la forma de una empresa familiar, y en 1864 lo redactaba Julio Victorica, hermano de Benjamín y autor
muchos años después del famoso libro Urquiza y Mitre.
En Gualeguaychú se instaló Olegario Víctor Andrade, "perdonado" por Urquiza luego de su conflicto de
lealtades de 1860 y 61, comenzando su mejor etapa como orador y periodista, y produciendo gran
cantidad de poesías. El periódico El Pueblo, de Eugenio Gómez se transformó en El Pueblo Entre Riano
con la incorporación de Andrade y la ampliación de su calidad y variedad temáticas. Escribían también
Francisco F. Fernández, otro egresado del Colegio, y Marcos Funes, que llegó de San Luis huyendo del
mitrismo luego de Pavón.
En 1863 aparecerá nuevamente el grupo liberal local con un periódico de su tendencia, ahora mucho
más definida pues la libertad de prensa contaba en última instancia con la garantía del gobierno
nacional. Se llamó La Democracia, y prestó especial atención a los elementos de modernización que el
gobierno nacional estaba logrando: el ferrocarril, las leyes de tierras, la inmigración, la pacificación.
En 1864 existió en esta ciudad una efímera experiencia (ocho meses) de una revista literaria, "El Alba",
actividad que comenzaba a extenderse en el mundo periodístico de Buenos Aires. Nos muestra ella que
el desarrollo de los espacios a salvo del poder se ampliaban, pero al mismo tiempo que eran estos aún
débiles: Emilio Onrubia, joven literato y dramaturgo, debió abandonar la ciudad por las alusiones a
personalidades locales que contenía una de sus obras. Por ello cesó la revista, y Onrubia se radicó en
Buenos Aires. Lo mismo puede decirse de las posibilidades del mercado: si bien eran aún muy débiles,
logró editar cerca de cien ejemplares por suscripción, mayoritariamente femeninos.
La situación social se tornaba más difícil. Los artículos basados en la dicotomía bien-mal comenzaban a
verse matizados con comentarios como "¡A civilizarnos!" con que respondía El Pueblo Entre Riano al
artículo presentación de La Democracia, agregando "los gauchos de Entre Ríos no entienden de
periodismo..." (Cfr. Borques, p. 116). Aparecía la ironía, la búsqueda de parábolas desde las que realizar
una visión crítica, la afirmación romántica de la misión periodística junto a los más débiles (Carriego con
“La Tierra” fue paradigmático), esfuerzos de justificación crítica de la jefatura (Andrade justificando
brillantemente la necesidad histórica de una autoridad fuerte), etc.
Poco después de la elección de Domínguez se produjo un hecho que muestra también la transición
vivida: una serie de desencuentros personales entre Andrade –a la sazón diputado provincial- y Gómez,
que llegó a ser presentado a tribunales, provocó la apelación de ambos a sus respectivas influencias. Al
parecer Andrade tenía mejor acceso a Domínguez y al juez, lo cual significó la detención de Gómez y la
suspensión por unos días del periódico. Pero la solución, en pequeña escala, se pareció mucho al viejo
método urquicista:
" Pero tanto Gómez como Andrade, habían ya escrito a sus amigos de Concepción del Uruguay informando de
cuanto por aquí acababa de suceder, de manera que de pronto la deshecha tormenta que tenía a todos alarmados, se disipó a una sola palabra pronunciada por el gobernador Domínguez o más bien dicho por el General Urquiza" (Borques, ídem, p. 103).
El resultado fue equilibrador: Gómez continuó editando El Pueblo Entre Riano junto con Funes y
Fernández, reemplazando a Andrade por Exequiel Crespo, natural de Gualeguaychú, lo cual también nos
habla de los efectos de la política de instrucción iniciada tres lustros antes. Y Andrade recibió también la
subvención necesaria para poder editar otro periódico, que llamó El Porvenir.
Mientras tanto, parte de la familia De María continuaba su desarrollo como empresa periodística,
aunque todavía en un sentido bastante primitivo: probarían suerte en Gualeguay y en Victoria, en 1864,
instalando periódicos independientes. Aunque con éxito relativo, el dato sirve para mostrar el desarrollo
del mercado local, y también del mundial, pues los precios de las imprentas planas han bajado.
En la ciudad de Paraná la situación política se tensó rápidamente debido a la crisis económica causada
por la pérdida de la capitalidad. Resultado de ello fue que rápidamente se formó un núcleo de oposición
política en la ciudad, que en febrero de 1864 logró imponer, por primera vez en la provincia, su
diputado (Carriego). La prédica de su periódico logró aglutinar el interés de las molestas fuerzas vivas
de las ciudad ante el nuevo orden de cosas, en tanto no chocaba aún frontalmente contra Urquiza por
cuanto, amén de imposible, el conflicto quedaba planteado exigiendo a Urquiza retomar su rol de jefe
beligerante. El enemigo a agredir con fuerza era el mitrismo: la historia se había detenido en los campos
de batalla de Pavón. Era preciso volver allí y triunfar.
Es en torno a este discurso que puede interpretarse con claridad la prédica de Hernández en El
Argentino en 1863, financiado por Urquiza para oponerse a Carriego, quien proponía un discurso con
similar grado de rencor contra los porteños, pero proponiendo como conveniente aceptar el estado de
cosas generado a partir de Pavón, pues esto era militarmente irreversible. Era la posición de Urquiza,
quien reforzó la línea del periódico con panfletos llamando a la calma y a respetar su investidura: había
que prepararse para las elecciones nacionales dentro de las reglas de juego vigentes, manteniendo
unido al Partido Federal y negociando alianzas.
Francisco F. Fernández, brillante hijo de la generación del Colegio del Uruguay4, comenzó su acción
periodística en Paraná, en 1862, con El Soldado Entrerriano. Poco después pasaría a Gualeguaychú.
Al periódico de Hernández le sucedió "El Paraná", redactado por Eusebio Ocampo, ahora hombre de
Urquiza. En tal condición fue elegido diputado nacional poco después, cesando el periódico. En El
Paraná escribía otro escriba de la etapa anterior: Manuel Martínez Fontes.
Los años que van de 1863 a 1865 fueron terribles para quienes esperaban revertir la situación: se
terminaban las alianzas entre provincias y países limítrofes, se imponía Buenos Aires montado en el
aparato de Estado nacional cada vez más abarcativo y poderoso. Los generales federales del interior,
como el Chacho Peñaloza eran muertos sin que Urquiza moviese un pelo; el aliado tradicional del
partido federal en Uruguay era aniquilado en 1864 frente a las narices de Urquiza, mientras éste
proclamaba "estricta neutralidad"; en 1865 comenzaba la guerra contra el Paraguay y Urquiza se
mostraba dispuesto a combatir junto a Mitre.
El bombardeo de Paysandú generó una gran inquietud y actividad intelectual -de hecho se dice que el
poema de Andrade "A Paysandú" es el mejor de este autor, y no fue el único: Gervasio Méndez también
escribió uno a los héroes y mártires del mismo. Éste y la guerra contra el Paraguay marcó a fuego la
4 Cfr. Chávez, Fermín: “Francisco F. Fernández, periodista, dramaturgo y revolucionario”. En: Chávez, Fermín, Civilización y Barbarie en la
Historia de la Cultura Argentina.
generación intelectual del Colegio, que además adscribía en su totalidad al romanticismo en boga en su
época (son parte de la llamada "segunda generación romántica").
En Entre Ríos había serio riesgo de sublevación antiporteña, y la propaganda contra la guerra al
Paraguay y en favor de la revancha de Pavón hacía mucha mella. Desde el gobierno nacional se pidió a
Urquiza que modere "su" prensa, y éste sacudió presupuestariamente la misma. El resultado de ello fue
que Andrade continuó escribiendo en El Porvenir a cambio de no mencionar o mencionar muy poco la
guerra y la triple alianza.
Evaristo Carriego no se las vio tan fáciles: Urquiza encontró un mecanismo hábil para liquidarlo:
convocarlo a milicias para la guerra. El resultado de ello fue la huida de Carriego a Buenos Aires (Cfr.
Bosch, p. 626). Allí en 1866 editaría un folleto pasquín denostando al jefe entrerriano. En Buenos Aires,
más adelante en Córdoba y nuevamente en Entre Ríos, sería desde entonces un periodista profesional.
Ese último año el espacio de El Litoral intentó ser ocupado por un sobrino de Carriego, Floriano Zapata,
que editó "El Eco de Entre Ríos", el cual duró hasta el año siguiente.
Una característica de la prensa entrerriana a comienzos de la guerra contra el Paraguay es que no podía
evitar ponerse en contra de ella, y sobre todo en contra el mitrismo, pues la provincia comenzaba a
verse recorrida por una fractura horizontal. Comenzaba a vivirse una fuerte modificación en la función
de la prensa: aprender a generar entrelíneas, y hallar el espacio discursivo de aceptación en la “opinión
pública” hallando “denominadores comunes” discursivos en una sociedad heterogénea y móvil. En 1866,
en tanto en Buenos Aires la prensa facciosa comienza a verse acotada a ciertos campos temáticos y
limitada en sus alcances, Entre Ríos comienza a vivir la experiencia en que la prensa intenta mostrar la
connivencia de la nueva situación con lo que históricamente fue la alianza social que encabezó Urquiza:
Debe asumirse el estado de cosas sin vivirlo como tremendamente contradictorio. Para hacer aceptable
y creíble esta afirmación, la prensa debía mostrar que continuaba tan antiporteña como siempre. El
problema es que la situación comenzaba a desbordarse5, e incluso en prensa comenzaba a aparecer
textos genuinamente en contra del orden mitrista y urquicista.
En 1867 se produce un hecho que modificará y -como ya sucedió en Europa- modernizará la prensa
provincial: la clausura general ordenada por el Poder Ejecutivo Nacional:
"... el Ministro del Interior Dr. Guillermo Rawson, se dirigió al gobernador [Urquiza] en los siguientes términos, el 26 de
enero de 1867: "Los periódicos "El Porvenir" y El "Pueblo" [Entre-Riano] de Gualeguaychú y El Eco de Entre Ríos y El
Paraná, que se publican en la ciudad de este nombre, han tomado una dirección incompatible con el orden nacional, y
con los deberes que al Gobierno General incumben en épocas como la presente.
Esos periódicos sostienen, provocan y fomentan abiertamente la rebelión contra las instituciones Nacionales y contra los
poderes públicos creados por ellas: cometiendo así un delito que tiene penas fijas y severas por las leyes de la Nación, 5 "La ciudad está llena de malvados", informa el almirante Tamandaré respecto a Paraná, cuando pasó hacia el frente de guerra en 1866. En Uruguay la
animadversión era pero aún.
cuya aplicación será oportunamente promovida ante quien corresponda. Pero entre tanto se hace necesario suprimir el
escándalo de dichas publicaciones, empleando los medios que la Constitución ha puesto en manos del Poder Ejecutivo
en casos como el presente.
En consecuencia el Sr. Vicepresidente de la República me ordena dirigir a V.E. esta comunicación encargándole que
haciendo uso de las facultades que el Estado de Sitio confiere, y que él transfiere a V.E. en cuanto baste para el efecto,
se sirva V.E. disponer que cese la publicación de los referidos periódicos, usando con las personas o con las cosas de
medios de acción adecuados para conseguirlos"“ (Cit. por Vázquez, p. 90 y 91).
Si esta carta muestra que todavía Entre Ríos es feudo intocado de Urquiza, expone también que había
llegado el tiempo en que la oposición encontraba límites pero a la vez una esfera de disenso. Por eso
esta acción del poder ejecutivo no significó, como hubiese pasado antes, el aplastamiento de los
periódicos y el destierro u ostracismo de sus redactores, sino una delimitación: la mayor parte de los
periódicos pudo volver a operar de inmediato con un cambio de nombre y cuidando mucho más el
lenguaje. Comenzaba así un campo de autonomía de los redactores que antes no había existido: El
poder ya no definía todo el discursos, sino sus límites; debía aprenderse ahora a ingresar críticas con
sutileza, a intercalar entrelíneas, etc. El modelo de la prensa romántica Europea abriéndose espacio
entre libertades y despotismos durante la primer mitad del siglo XIX -y después en varios países- podía
comenzar a tomarse como modelo no sólo en lo formal.
Mientras en Concepción El Uruguay aparecía como un periódico consolidado y moderno (manteniendo
el mismo formato, por supuesto, pues esto no había cambiado aún ni siquiera en Buenos Aires), en
Gualeguaychú y Paraná se reconstituyen los periódicos. En la primera de ellas, El Porvenir pasa a
llamarse "La Regeneración". El Pueblo Entre Riano tomó el nombre de "El País". Ambos con un lenguaje
mucho más moderado. El periódico liberal “La Democracia” celebró la clausura de El Porvenir y El
Pueblo Entre Riano, para morir pocos días después: ya que estaba naciendo otro modo de organización
política, aparecían también "nuevas técnicas": la noche de Carnaval la imprenta fue empastelada6.
Las nuevas reglas de juego económicas y políticas abrieron tópicos novedosos para Entre Ríos
En Paraná, por ejemplo, por un lado pasquines anónimos de circulación clandestina o semiclandestina
(como "El Paraguay", por ejemplo); por el otro, periódicos que intentaban abrirse un espacio en un
sentido menos político y más comercial, como "El Comercio", editado por el viejo Alzugaray, (el que
fuera regente de la Imprenta del Estado) y que a partir de ahora haría numerosos intentos de imprenta;
o incluso experiencias buscando abrir un discurso político en áreas que pudiesen dentro de la legalidad
aglutinar público (como "El Centinela Católico").
6 Y es este sólo el caso más famoso de empastelamiento en estos cinco últimos años de los '60. En Paraná no aparecen por un tiempo periódicos
políticos importantes.
En Gualeguaychú aparecería un nuevo semanario literario. En Gualeguay, un dirigente político local –
José Antonio Broches- tiene ya su propio periódico y lo redacta personalmente, iniciando todo un ciclo
en que el dirigente político local es a su vez redactor.
Nacen pues nuevos lenguajes y estilos, adecuados a la existencia de la política como práctica social
plural de reglas de juego acotadas, con sus alcances y con sus límites para el disenso; aparecen las
primeras revistas literarias, aún endebles pero expresando la existencia de lectores y escritores. Ello
también tiene en términos culturales sus desventajas: el crecimiento diferencial de Buenos Aires se
consolida definitivamente, y simultáneo al enorme desarrollo del alfabetismo, se produce el
empobrecimiento relativo de la provincia en cuanto a centros de formación intelectual superior y en
cuanto a la capacidad de contener a sus propios elementos más formados intelectualmente: la ida a
Buenos Aires es entonces una opción común para los jóvenes mejor formados.
Los últimos estertores de la prensa que conocimos hasta 1861 se producen en 1870. Ese año la fractura
social entre dos Entre Ríos que se ha venido incubando durante diez años estalla con el asesinato de
Urquiza y la resistencia armada de López Jordán contra la intervención nacional ordenada por el
presidente Sarmiento.
Poco antes los síntomas de fractura social alcanzaron al periodismo: pasquines y periódicos que
preparaban el levantamiento no eran elaborados por personajes de apellidos conocidos en la provincia,
"de buena familia" sino por elementos intelectuales egresados del Colegio y provenientes de sectores
urbanos ni pobres ni ricos, y personajes recién llegados a la provincia, de apellidos testimonialmente
desconocidos. El nombre del periódico aparecido en Paraná a comienzos de 1870, con la redacción de
Francisco F. Fernández, también es sintomático de nuevos tópicos: "El Obrero Nacional". Este fue el
nombre del periódico que editó el ejército jordanista en los meses siguientes, con los materiales de la
imprenta de Fernández -y su redacción- en lo que fue la última experiencia de prensa militar ambulante
en la Argentina.
En abril de 1870 ingresó la intervención nacional desembarcando en Gualeguaychú. Una de sus
primeras medidas fue la clausura de todos los periódicos en la provincia. Por supuesto, para hacerla
efectiva hubo que tomar militarmente las ciudades, y de inmediato aparecieron publicaciones de uno y
otro signo. Pero aquí concluye nuestro estudio, pues la que nace a partir de la derrota y aniquilamiento
de las huestes jordanistas es otra prensa, ahora sí de la misma naturaleza que la porteña, aunque,
como sucede con tantos otros elementos de la economía, la sociedad, la política y la cultura, en su
"patio trasero".
Aún así, puede escribirse respecto de los años „70, nuevas páginas heroicas de historia periodística y
cultural. Cuando se cierre esa durísima época, toda una generación de periodistas de imprenta pequeña
y cualidades políticas novedosas heredará –no siempre en forma consciente- buena parte de la madurez
alcanzada por el periodismo entrerriano de los „60, periodismo que –con razón- se recuerda como de
excelente nivel.
4.2.2. Una tribuna de doctrina
El 4 de enero de 1870 nació el diario La Nación en Buenos Aires. Como es sabido, este periódico estuvo
presente, durante más de cien años y hasta la actualidad, en cada paso del desarrollo de la prensa
argentina. Fue el más grande, el más moderno, el más tecnificado, el más rico, el mejor vinculado con
Europa y sus adelantos, el más querido y odiado, y por todo ello pronto el más duradero de los grandes
diarios argentinos.
El ejemplar publicado ese día tiene un editorial escrita por José María Gutiérrez (director) cuyo título era
"Nuevos horizontes", en la que se comentaba que La Nación era continuación de La Nación Argentina
(1862-1869), y que el cambio de nombre cerraba una época y daba paso a nuevos horizontes:
"El nombre de este diario, en sustitución del que le ha precedido; 'La Nación' reemplazando a 'La Nación
Argentina', basta para marcar una transición, para cerrar una época y para señalar nuevos horizontes del
futuro. 'La Nación Argentina' era un puesto de combate. 'La Nación' será una tribuna de doctrina (...) Hoy el
combate ha terminado (...) y estamos triunfantes, en todas las cuestiones de organización nacional que han
sido resultas o que marchan en una vía de solución que no puede cambiar. (...) La discusión por la prensa
cambia pues de teatro y de medios (...) Fundada la nacionalidad, es necesario propagar y defender los
principios en que se ha inspirado (...) La Nación Argentina fue una lucha. La Nación será una propaganda
(...) La pluma del escritor no será ya, porque no es necesario, la espada del combatiente (...)‟La Nación‟ huye
y condena los programas negativos y por lo tanto infecundos. En tal sentido, estaremos siempre de lado de
los que profesan y defienden nuestros principios, sean gobierno o pueblo, y estaremos en contra de los que
los violen o comprometan sean gobierno o pueblo. La Constitución que es el derecho de todos, de pueblos y
gobiernos, es nuestra biblia (...) „La Nación‟, que tiene una obra que cuidar y grandes intereses y derechos
que defender, no puede tomar un programa negativo. He aquí por qué no puede hacer su misión principal de
la oposición. La oposición es un incidente y siempre lo ha sido, respondiendo hechos dados en una política
que se juzga inconveniente; pero nunca puede convertirse en principio positivo, en móvil único de la prensa
(...) La oposición no puede ser sino la impugnación de hechos y doctrinas contrarias a las que se defienden.
Presupone pues algo anterior y positivo que forma un credo y un programa, en cuyo caso, sólo se combaten
los hechos contrarios por cuanto ésto se oponen a los que se sustentan. De otra manera, la oposición sería
una tarea estéril e infecunda...”
Este famosísimo editorial ha tenido en historia del periodismo una influencia y efectos de magnitud
similar a la lograda por la carta de Quesada con que comenzamos estos ensayos: Aún hoy, la hermosa
frase que habla del fin del puesto de combate y el nacimiento de la tribuna de doctrina, encabeza la
primer página del diario.
Aparece así, según varios textos de historia del periodismo, una suerte de punto de inflexión de fecha 4
de enero de 1870, a partir del cual la facción deja paso a los tiempos de la objetividad, la opinión
pública, los disensos enmarcados en un espacio común, en fin, la prensa moderna. Relega así La
Nación, incluso, en esta misión fundante, a su contemporánea La Prensa.
Pues bien, el punto de inflexión es una constatación ideológica ex-post facto, que llena de significado un
slogan de gran potencia estética de 1870, con experiencia y realidad proveniente de La Nación posterior
a 1880, y más claramente de La Nación de este siglo, con características de modernidad que representa
en su máxima calidad por lo menos hasta la década de 1960, pero –forzoso es reconocerlo- compartió y
comparte con muchos otros periódicos surgidos junto con la Argentina moderna. El 4 de enero de 1870,
el slogan carecía de contenido socialmente existente7, era sólo una fórmula bonita más en el arsenal de
las facciones, fórmula que por cierto tampoco era novedosa.
4.2.2.1. Antecedentes textuales.
Prácticamente todos los prospectos de los veinte años anteriores repiten al menos dos de los elementos
allí presentes: que la Nación se ha constituido y es el momento de la doctrina sin apasionamientos, de
la pluralidad de voces, de escuchar al pueblo, de una posición crítica no atada a la lealtad faccional, que
debe superarse los tiempos de la diatriba y no entrar en cuestiones personales, que el ataque no puede
ser un fin en sí mismo, que “fundada la nacionalidad, es necesario propagar y defender los principios en
que se ha inspirado”. Para no cansar al lector, recordemos, de estos mismos ensayos, las
presentaciones de los periódicos liberales de Gualeguaychú, sobre todo El Eco de Entre Ríos, de El Iris y
La Voz del Pueblo de Paraná, ya en 1851 y 52 respectivamente, de las presentaciones de Du Graty,
Mansilla y Seguí en El Nacional Argentino, entre varios otros. Más aún se nota esta semejanza en los
periódicos anteriores de Buenos Aires y -por supuesto- en trabajos anteriores de Mitre y Gutiérrez. En el
texto en sí mismo, salvo por su valor estético, no está la diferencia que causaría su trascendencia.
Eso no es todo: El interés del periódico por mostrar claramente un cambio está directamente
relacionado con los acontecimientos políticos del país y del "alma mater" de este medio gráfico:
Bartolomé Mitre8. En primer lugar, como reconoce su biógrafo y descendiente Adolfo Mitre, existe junto
a la nueva etapa empresarial del periódico en tanto búsqueda de autofinanciamiento de la actividad,
una clara intención política en el momento de la fundación:
“...Mitre contempla con pesadumbre paternal cómo el partido que él creara para disipar los
regionalismos antiguos, para reunir por sobre el Arroyo del Medio en un solo haz concordante, las
voluntades democráticas de todo el país -ese partido que él gustar llamar de “la libertad argentina”- va
dividiéndose por obra de la preponderancia oficial. „Si el presidente [Sarmiento] entiende -escribe- que
en el partido liberal hay vencidos y vencedores, yo estoy con los vencidos...” A la tendencia „autonomista‟
del localismo siempre latente, y a quienes amparan en su divisa sus ambiciones y sus despechos, él
opone ahora su profesión de fe “nacionalista”, su profesión de fe de siempre, y de tal suerte las
diferencias entre entre „crudos‟ y „cocidos‟ adquieren su sentido integral, al menos en lo que a éstos
atañe, como depositarios de una tradición de argentinismo sin cortapisas (...) ‘La Nación’, nacida casi
7 Salvo como una repetición más que testifica los deseos y voluntad de ingreso a la modernidad de una generación.
8 Pero este estado nacional único tendrá la agotadora tarea de "civilizar" de la mano de Sarmiento, las formas pre-capitalistas que sobrevivían en el
país. Era necesario instruir al público en función de las instituciones burguesas. En este sentido se hace comprensible -y hasta obvio- el esfuerzo
realizado por el primer mandatario para desarrollar el sistema educativo formal.
correlativamente con el nuevo partido [Nacional], anuncia, sin embargo, que su oposición al
gobierno de Sarmiento no ha de ser ‘radical’” (Mitre, A. Mitre Periodista, p. 182 in fine. El
subrayado es nuestro).
Es evidente, por la constante remisión a la cuestión del modo de hacer oposición, que esto es lo que
hará La Nación desde el comienzo. Lo confirmará pronto porque ya en el número 5, a menos de una
semana de lanzado el “nuevo periódico”, se trenza en un durísimo cruce con el Presidente Sarmiento9,
en el que Mitre se burla de “la afición del presidente por las pompas del poder, simbolizada sobre todo
en la gran carroza que traía a la “gran aldea” inesperadas ínfulas versallescas” (Idem), entre varios
otros asuntos de estilo formulario, cruzándose acusaciones y defensas hasta de despilfarro en la
adquisición de muebles para la casa de gobierno...
En 1867-68, el esfuerzo de Mitre por ser el "gran elector" de su sucesor en la Presidencia por medio de
la candidatura de Rufino de Elizalde, había fracasado rotundamente, y su carta desde el frente del
Paraguay orientada a ello pasa a ser con ello conocida como su "testamento político". En octubre de
1868 dejaba el mando, comenzando su período constitucional Domingo F. Sarmiento. Pero pronto Mitre
retomó la lucha política, no sólo como senador nacional por la provincia de Buenos Aires, sino como jefe
político de su partido. Al mismo tiempo comenzó el proyecto de relanzar su diario, bajo su dirección y
con una Sociedad Anónima como razón social. Una de las últimas grandes polémicas en La Nación
Argentina fue la sostenida en 1869 con Juan Carlos Gómez, en relación con la guerra del Paraguay, en
la que se utiliza todo el armamento formulario de la vieja prensa faccional, y cada contendiente se
ocupa así de recordarle al otro deslealtades, intereses mezquinos en sus decisiones políticas incluidas
decisiones de Estado como la guerra, o deudas de lealtad para con el otro, así como realizar la propia
apología donde se es la persona ejemplar de humildad, decencia, amor al trabajo, valor, heroísmo, etc.
Un analista del discurso podría divertirse comparando este arsenal con el utilizado a lo largo de 1870:
hallaría que nada cambió10, y “nuevos horizontes” quedaría justamente encuadrado en su función de
justificar una vez más el re-lanzamiento de un periódico cuando las condiciones de lucha han variado.
No lo ha hecho incluso en la repetición de la fórmula de pedido de moderación al otro como forma de
deslegitimar su discurso, fórmula que hemos visto repetida hasta en casos extremos como... el sitio de
Lagos de 1853. Cuando apareció La Nación, fue obviamente atacada de inmediato por la prensa
9 Ya en 1869 las relaciones con Sarmiento eran sumamente tensas: El sanjuanino comenzaba a dar forma a la representación política de los terratenientes y
de las capas políticas del interior, equilibrando fuerzas con el jefe del Buenos Aires autonimista, su propio vicepresidente el Dr. Alsina. 10 Obsérvese hasta qué punto el comienzo y fin de La Nación Argentina tuvieron un espíritu bastante similar: El 12 de Octubre de 1862 Mitre asume
la presidencia legal que ya poseía de hecho desde Pavón. Su diario sería La Nación Argentina, cuya fundación y dirección encarga Mitre a José
María Gutiérrez. Gutiérrez dirá, en el editorial de primer número (13 de setiembre de 1862): "La Nación Argentina no ha ido en busca de la opinión,
sino que ha nacido espontáneamente de ella, como un fruto del árbol que llegó a su desarrollo surgiendo con el impulso que le comunica la fuerza expansiva y poderosa de donde emana”. Al país "había que educarlo, luego de haberlo salvado (...) aleccionarlo en el culto de los principios
constitucionales". Y una vez concluido su ciclo: "[no ha sido] un diario con la triste misión de defender los actos de gobierno [sino el defensor de] un
dogma y una doctrina en el gobierno y fuera de él...” (29/12/1869).
oficialista., por ejemplo, por Héctor Varela desde La Tribuna. Mitre aprovecha entonces para insertar en
un artículo:
"Propendámonos todos, a que se destierren de las columnas del diarismo los insultos brutales, los desahogos torpes e indignos, adoptando por regla la responsabilidad moral de todo lo que se publique bajo el título de un diario..."
(Editorial de La Nación, 27/2/1870).
La "objetividad" aun no se había cristalizado en el discurso como principal operación retórica verosímil, y
de este modo, las promesas del comienzo de La Nación no dejaban de ser idénticas al comienzo del
grueso de los periódicos que nacían con pretensión de "serios" (por oposición a los pasquines). Una
diferencia sí sustancial desde el comienzo es que La Nación fue planteada desde sus inicios como una
Sociedad Anónima, con un fuerte énfasis en la búsqueda de ampliación de la suscripción como objetivo
comercial, y muy especialmente, la captación de avisos como forma fundamental de financiamiento, con
óptimos resultados para su tiempo11. Pero a pesar de la razón social propietaria y de la declaración de
principios hecha por Gutiérrez en el primer número, faltarían algunos años para que este diario llegara a
devenir en "tribuna de doctrina", con imparcialidad crítica. De momento la tensión política y militar fue
en aumento y Mitre se encontraría en 1874 en la jefatura militar de un intento de golpe revolucionario
contra Avellaneda.
"Es natural; está dentro de la lógica de los acontecimientos [se excusa Adolfo, uno de los descendientes de Mitre, N.delos A.] que el diario del jefe de los "nacionalistas" se convierta en el órgano de su partido. Insensiblemente, involuntariamente, 'la tribuna de doctrina' vuelve a la lid" (Mitre, A., 1943).
De hecho, siguiendo los artículos de 1870-74, puede afirmarse taxativamente: en la agenda temática
del diario, con claridad van diferenciándose del cuerpo central originariamente faccional en su totalidad,
secciones a salvo de lo faccional por su separación como ámbito en toda la prensa porteña y no sólo en
La Nación: documentos oficiales, avisos e información comercial ya están separados desde mucho
antes; literatura, revista de periódicos extranjeros y notas que hoy llamaríamos "sociales" lo hacen más
recientemente; más reciente aún es la diferenciación del espacio para artículos doctrinarios muy
generales referidos a las grandes líneas de construcción del Estado (educación, ferrocarril, inmigración,
etc.)12. Pero el punto principal del contenido del diario siguen siendo sus artículos editoriales y
polémicos -de posición, opinión y argumentación política-, y en este sentido La Nación de 1874 no
"vuelve a la Lid": aún no salió de ella. La "tribuna de doctrina" no es otra cosa que la
reiteración de la promesa de la incorporación a la modernidad que muchos periódicos
prometieron antes que La Nación. La gran diferencia sus contemporáneos se encuentra en que
cuando efectivamente puede hablarse de prensa moderna definitivamente instalada en la sociedad civil
11
Para 1872 la estructura interna del diario comenzaba a cambiar debido a la enorme cantidad de avisos recibida: documentos oficiales relegados,
tipografía más pequeña, hojas adicionales, secciones resumidas, etc. 12
Cfr. Halperín Donghi, Tulio: José Hernández y sus Mundos. Bs. As., 1985.
y en la cultura, La Nación es un periódico que aún existe. Sólo La Prensa le acompaña desde el
comienzo, pero La Nación es paradigmática por su magnitud y por su fundador.
Pero en enero de 1870, el anunciado fin de la guerra es aún una quimera. Apenas tres meses después
del mismo comenzaría una de las más cruentas luchas en Entre Ríos, que en dos etapas (1870-71 y
1873) cubriría de luto y pobreza la ex-capital federal de la Confederación. En la segunda de ellas el
ejército nacional inauguró el uso sistemático del Remington.
La política de las facciones armadas, paradójicamente, sería despedida con protagonismo central del
director de La Nación en 1874, cuando intentó impedir el triunfo electoral normal de Avellaneda.
Durante todo el período pre-electoral previo, La Nación mantuvo el mismo nivel de beligerancia de la
prensa de décadas anteriores.
En setiembre de 1874 Mitre viaja a la Colonia para tomar el mando del ejército de la "Revolución
Popular", El 26, el diario La Nación apareció con la columna de noticias locales en blanco. Ese 26 de
Septiembre se realizaba uno de los últimos actos militantes importantes del periódico, el cual se
combinaba con una de las primeras operaciones retóricas visuales de su historia. Comenzaba Mitre sin
saberlo su definitiva transición a héroe del periodismo argentino13. Una vez derrotado el alzamiento, el
diario fue cerrado, hasta el 1 de Marzo de 187514. Todavía en 1876 sufriría otra breve suspesión
motivado por un artículo (“Pobre País”) de crítica a Sarmiento -en respuesta a otro de éste publicado
por La Tribuna- donde vuelve a justificar la revolución de 1874. Pero después del levantamiento de la
suspensión vendría un período de cuidado del lenguaje que -junto al enorme aumento de las ventas y el
explícito esfuerzo de construcción de un diario moderno- favorecería pocos años más tarde su paso del
posicionamiento partidario al de posicionamiento “abierto” dentro del bloque histórico que conduce la
generación del „80.
El día que se levantó la clausura a La Nación, una multitud se agolpó ante sus puertas esperando la
salida a la venta. La tirada, agotada, fue de diez mil setecientos ejemplares (Cfr. Mitre, Adolfo, Idem p.
210). Igual que en Europa en su momento, el rol opositor en el marco de una esfera de disenso
limitada pero garantida permitíría un mayor desarrollo cuantitativo y cualitativo de la prensa, y
particularmente de La Nación, pues su jefe había dejado de serlo en todo o en parte del Estado, y el
13
Entre 1870 y 1874, en lo que hace a estas transiciones, es notable el paralelismo que puede hacerse entre La Nación y La Prensa: Cuando se
produce la fractura del partido liberal en sus corrientes nacional y autonomista, Mitre transforma La Nación Argentina en La Nación el 4 de enero de
1870, y José M. Paz funda La Prensa el 18 de octubre de 1869. Ambos diarios buscan o al menos prometen, en sus comienzos, un lenguaje más
sereno acerándose a la modernidad. Ambos refuerzan la estrategia comercial en forma novedosa y haciendo hincapie en el aumento de suscripción y sobre todo la captación de avisos. Ambos son simétricos en sus actitudes hacia el gobierno, y luego hacia las elecciones, pues al principio Paz apoya
a Avellaneda. En setiembre de 1874 ambos se pliegan a la revolución, y ambos periódicos oficializan este apoyo en sendos editoriales.La Prensa,
literalmente, cierra durante la campaña. Paz fue audittor general de las fuerzas “del pueblo en armas”. 14
1874 había abierto cauce a la constitución de la Argentina moderna porque organizaba un gobierno estable con programa [clasista pero] nacional, y
transforma el sector que representaba Mitre (burguesía comercial porteña) en clase privilegiada pero subordinada. Una de las grandes ventajas para Mitre
de este proceso de armado de un Estado moderno, hegemónico en el sentido estricto del concepto, es que por vez primera los jefes políticos podían ser
aniquilados políticamente sin que eso incluyese su muerte o destierro. Mitre derrotado, sostenido "en una clase subrogada" (Horowicz, Cap. 1), continuaría con su diario.
períodico debía cuidar mucho sus palabras en los años siguientes, para ser la voz de su partido
derrotado pero evitando que el gobierno pudiese demostrar que funcionaba como voz orgánica del
mismo. Y además, La Nación era ya una empresa pensada no sólo como un medio sino también como
un fin.
Este hito abre un cauce fundamental de expansión empresarial. Apenas dos años después ya estaba el
diario contratando los servicios de la agencia de noticias Havas para la información europea por vía
telegráfica al día, se mejoraba la variedad y calidad de los servicios literarios, se aumentaba la cantidad
de secciones. Para este salto, haría falta además el cese de la beligerancia discursiva contra el gobierno,
y esto fue lo que se logró con la “conciliación” (el famoso abrazo con Avellaneda que cerraba el ciclo de
violencia y tensión abierto en 1874). La participación de Mitre en la política, en las candidaturas, incluso
en los hechos revolucionarios de 1890 marcaría, sin embargo, los límites de la estabilización del diario
con su territorio de circulación independiente. Pero el proceso era evidente e irreversible ya en 1877.
Iniciado el gobierno de Roca en la Buenos Aires federalizada (1880), recapitula Adolfo Mitre (p. 213):
“...el diario de Mitre no sólo crece en tamaño –es decir, aumenta su formato- sino también ensancha su
espíritu, atemperando la crítica de toda vehemencia, atenuando en el estilo todo apasionamiento”.
Entonces, sólo entonces, nace "la tribuna de doctrina"15. Lo cual también está sucediendo, a una escala
mucho menor de capitales, en Entre Ríos.
Se cierra así el círculo de diferenciación de roles. Ahora el periodismo es empresa privada en Buenos
Aires y en las provincias. Su funcionamiento deberá aprender a respetar la lógica del capital en
capacidades de inversión, de captación de trabajo asalariado (redactores, dibujantes, tipógrafos), de
volúmenes de circulación. Para los redactores que no están ligados a familias propietarias, la condición
de subordinación anteriormente vivida con el poder político-militar muta a subordinación al capital.
Comienzan entonces las historias de fin de siglo tan bien retratadas por hombres como Roberto Payró,
respecto de la profesión del periodista asalariado y sus vivencias. En Buenos Aires, centro hipertrofiado
de la Nación, realizarán lo mejor de sus carreras numerosos hombres de Entre Ríos de la generación
15
En 1883 Bartolomé Mitre y Vedia ("Bartolito") sucedió en el cargo a Antonio Ojeda, conduciendo el diario –en ocasiones era reemplazado por su
hermano- hasta 1893. Definido por uno de sus descendientes como "auténtico innovador del periodismo", intentará imprimirle al diario rasgos que eran
fruto de las características de la empresa periodística moderna: el esfuerzo por volver el periódico más ameno, grato, En 1885 se inauguró en el solar
adyacente a la casa de Mitre uno de los edificios que ocuparía el diario hasta 1970. Era la tercera sede del diario, preparada para recibir las nuevas máquinas recién incorporadas. A Bartolito le siguió su hermano Emilio (1894-1909), quien dio al periódico su definitiva estructura y contenidos, en una
época brillante que muestra en sus páginas una espectacular selección, por ejemplo, de los mejores literatos de Europa y América de su tiempo. Bartolomé
Mitre (p), para esa época, se había alejado del control directo. Durante este tiempo La Nación se consolidó como "el receptáculo y el faro del pensamiento
liberal del mundo”, como sintetizaba su propia historia el Anuario de 1970 al cumplir cien años. Definitivamente importaba que el periódico tuviera lectores (J. Rivera, 1973), y podía considerarse cambios importantes en el diario para ganar lectores como una máxima posible que reemplazaba la de
sostenerlo en sus posiciones al costo de perder lectores, de períodos anteriores. Hacia principios de su mandato encargó Bartolito a la casa Alauzet de
París, la construcción de una rotativa especialmente diseñada. En tal contexto, la publicidad continuaba desarrollando su rol protagónico: ("Comercio y
prensa se dan la mano, en el terreno neutral de la publicidad. En el fondo, el interés de los dos es idéntico: es el desenvolvimiento ordenado de todo progreso en un ambiente de paz interna y exterior.....", había escrito Bartolito). Complementariamente, la alfabetización masiva consolidaba
definitivamente un mercado lector para la industria editorial: “El éxito de la cultura tipográfica no es ciertamente ajeno entre nosotros a los tempranos
resultados de la política educacional impulsada desde los tiempos de Avellaneda. En este sentido, como sabemos, los Censos Nacionales de 1869 y 1895
señalan un sensible crecimiento del porcentaje de alfabetizados en la población total, que pasa aproximadamente del 21% al 45%...” (Rivera, De la facción al folletín, p.3).
.
siguiente a la que vimos: Los últimos años de Andrade, varios años de actividad de Carriego, la
actividad de Onrubia, de Fray Mocho, de Onésimo Leguizamón, etc.
Muchos miembros de la generación de oro del Colegio del Uruguay se vieron obligados a integrarse en
el nuevo Estado moderno y en sus prácticas, una vez destruidas las esperanzas de renovar el combate y
revertir el proceso vivido: José Hernández será legislador bonaerense y político rochista; Andrade morirá
como diputado nacional; Francisco Fernández llegará a ser gobernador de Misiones; otros ocupan
puestos menores: jefes de policía, inspectores de escuelas y otros cargos del sistema educativo,
obtendrían espacios académicos y del área cultural, simultáneos a tareas periodísticas en ciudades
pequeñas. Otros, menos afortunados, han muerto en combate. De los que viven, ninguno tiene roles
similares a los de la época de la Confederación, pues la de 1875 es otra Argentina, con nuevos
conflictos, con otras luchas por delante.