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4. Signos del fin de una época: dos casos modélicos 4.1. La Revista del Paraná La aparición de la Revista del Paraná en febrero de 1861 marcó un punto de ruptura en la historia de la cultura argentina. A partir de ella, una nueva etapa cuyo desenlace años más tarde- sería la plena autonomía de la literatura respecto de la lucha política faccional, comenzaba a desplegarse. Antes de ella, cinco décadas de guerra y un contradictorio proceso de ingreso a la modernidad habían dado a luz una escritura al servicio del combate. Ningún resquicio quedaba libre de la toma de posición donde el aniquilamiento del otro era norma y objetivo. Los esfuerzos por constituir espacios de pertenencia y disenso habían brindado tenues resultados que aún constituían la excepción y se expresaban sólo al interior de cada uno de los dos grandes proyectos entonces enfrentados La Confederación con capital en Paraná y el Estado de Buenos Aires- pero no establecían aún territorios comunes entre ellos. La literatura, la narración de la historia reciente, la jurisprudencia, los discursos orientadores como mitos de destino, estaban todos sujetos a las facciones político/militares. Unas pocas obras literarias y un lento crecimiento de espacios de pluralidad aparecían como patrimonio costosamente logrado en los tiempos de aparición de la Revista, tiempos en los que aún reinaba el fantasma de la guerra civil y la aniquilación de la diferencia en contraste y pugna con los espacios logrados. "Al fundar en esta ciudad una revista mensual de historia, de literatura, de legislación y economía política, tenemos por objeto reunir en una publicación regular y sistemada, los trabajos serios o amenos de todos los argentinos, propendiendo á la difusión de las ideas provechosas, cualesquiera que sea el color político de sus autores y la actitud que asuman en la política militante. Creemos que la Revista será un medio eficaz para propender a la formación de un círculo literario nacional, que se consagre preferentemente al estudio de nuestro país y lo dé a conocer en todos sus aspectos; que preste a la historia, literatura y legislación americana una atención especial, poniéndonos al corriente del movimiento intelectual de la repúblicas Hispano- americanas. Fundamos esta revista, además, porque estamos convencidos que es necesario desviar en lo posible a las inteligencias argentinas de la polémica ardiente y apasionada de la prensa política…” (Quesada, V.: Revista del Paraná, Prospecto) Alma mater y director de la Revista fue don Vicente Quesada. La cita precedente corresponde a su presentación del primer número, impreso en la etapa final de existencia de la Confederación, en febrero de 1861. En ese prospecto se explicitaba la intención de abrir espacios a salvo de lo faccional y superadores de la lógica de enfrentamiento. También se anunciaba un arco temático compuesto por historia, literatura, legislación y economía política, arco estratégico a través del cual podría construirse precisamente el territorio intelectual de una hegemonía aún en disputa, esto es, construcción mítica de relatos de origen, pertenencia y destino, estudio de la integración territorial de la nueva Nación, construcción del sistema regulativo amparado en la reciente norma constitucional

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4. Signos del fin de una época: dos casos modélicos

4.1. La Revista del Paraná

La aparición de la Revista del Paraná en febrero de 1861 marcó un punto de ruptura en la historia de

la cultura argentina. A partir de ella, una nueva etapa cuyo desenlace –años más tarde- sería la

plena autonomía de la literatura respecto de la lucha política faccional, comenzaba a desplegarse.

Antes de ella, cinco décadas de guerra y un contradictorio proceso de ingreso a la modernidad

habían dado a luz una escritura al servicio del combate. Ningún resquicio quedaba libre de la toma

de posición donde el aniquilamiento del otro era norma y objetivo. Los esfuerzos por constituir

espacios de pertenencia y disenso habían brindado tenues resultados que aún constituían la

excepción y se expresaban sólo al interior de cada uno de los dos grandes proyectos entonces

enfrentados –La Confederación con capital en Paraná y el Estado de Buenos Aires- pero no

establecían aún territorios comunes entre ellos. La literatura, la narración de la historia reciente, la

jurisprudencia, los discursos orientadores como mitos de destino, estaban todos sujetos a las

facciones político/militares. Unas pocas obras literarias y un lento crecimiento de espacios de

pluralidad aparecían como patrimonio costosamente logrado en los tiempos de aparición de la

Revista, tiempos en los que aún reinaba el fantasma de la guerra civil y la aniquilación de la

diferencia en contraste y pugna con los espacios logrados.

"Al fundar en esta ciudad una revista mensual de historia, de literatura, de legislación y economía política,

tenemos por objeto reunir en una publicación regular y sistemada, los trabajos serios o amenos de todos los

argentinos, propendiendo á la difusión de las ideas provechosas, cualesquiera que sea el color político de sus

autores y la actitud que asuman en la política militante. Creemos que la Revista será un medio eficaz para

propender a la formación de un círculo literario nacional, que se consagre preferentemente al estudio de

nuestro país y lo dé a conocer en todos sus aspectos; que preste a la historia, literatura y legislación americana

una atención especial, poniéndonos al corriente del movimiento intelectual de la repúblicas Hispano-

americanas. Fundamos esta revista, además, porque estamos convencidos que es necesario desviar en lo

posible a las inteligencias argentinas de la polémica ardiente y apasionada de la prensa política…” (Quesada,

V.: Revista del Paraná, Prospecto)

Alma mater y director de la Revista fue don Vicente Quesada. La cita precedente corresponde a su

presentación del primer número, impreso en la etapa final de existencia de la Confederación, en

febrero de 1861. En ese prospecto se explicitaba la intención de abrir espacios a salvo de lo faccional

y superadores de la lógica de enfrentamiento. También se anunciaba un arco temático compuesto

por historia, literatura, legislación y economía política, arco estratégico a través del cual podría

construirse precisamente el territorio intelectual de una hegemonía aún en disputa, esto es,

construcción mítica de relatos de origen, pertenencia y destino, estudio de la integración territorial de

la nueva Nación, construcción del sistema regulativo amparado en la reciente norma constitucional

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de 1853 y debate de las grandes acciones económicas que integrarían la Argentina al mundo

moderno. En tercer término, se anunciaba un fuerte interés por la integración hispanoamericana,

tomando para sí parte de esta tarea en el campo intelectual. Trataremos de demostrar en este breve

comentario que la experiencia de la Revista del Paraná cumplió ampliamente con tales compromisos,

tanto en el espacio de la Provincia de Entre Ríos como en el más general de la República Argentina.

Desde el punto de vista de la formación de un naciente campo intelectual, su influencia fue

significativa: en Entre Ríos permitió abrir un rico espacio de interacción entre escritores locales y de

otras provincias, lo que rendiría sus frutos a lo largo de la década de 1860; en el ámbito nacional, la

Revista fue el punto de partida de un ciclo de oro de nuestras publicaciones intelectuales cuya

impronta alcanzaría las cuatro décadas siguientes. Desde el punto de vista de la formación de los

arcos temáticos propuestos, el resultado fue un importante cúmulo de material relativo a Entre Ríos,

a la Argentina y a otros países americanos. Se ensayó los primeros debates, buscando marcar

terrenos de disputa y de consenso explícitamente a salvo de las posiciones faccionales de los actores,

alcanzándose un rigor documental y un nivel literario por encima de lo observado hasta entonces en

la región. Desde el punto de vista de la apertura hacia Hispanoamérica, la presencia de

colaboradores de varios países, los estudios filológicos y literarios sobre lenguas nativas americanas,

el interés por las relaciones con Brasil e incluso referencias a la historia de América del Norte marcan

un rumbo intelectual marcado por las ideas más progresistas de las que circulaban por Sudamérica.

4.1.1. Protagonistas

Las revistas constituyen a escala mundial, respecto de los diarios y otros periódicos, una invención

propia del siglo XIX, con tareas históricas específicas, ligadas a la formación de campos autónomos. En

el caso del estudio del desarrollo diferencial de la prensa argentina en transición, puede trazarse un eje

de identidad a lo largo de la monumental obra que significaron las revistas culturales surgidas poco

después de concluido el ciclo rosista y que marcaron la transición hacia la constitución de nuestra

modernidad, de nuestra literatura y de nuestra industria editorial. Por cierto que con anterioridad a la

caída de Rosas existieron importantes esfuerzos en esta dirección, tanto en el Buenos Aires del

Restaurador como en el Montevideo de los desterrados. Pero es con “El Plata Científico y Literario” de

Miguel Navarro Viola, revista aparecida en Buenos Aires en 1854, que comienza una nueva época en

que estas revistas cumplirían un rol central en la constitución del ambiente intelectual, la consolidación

de un espacio de intercambio y debate, y la conformación de una agenda temática acorde con las

tareas de la organización nacional. La “Revista del Paraná” sostuvo un programa similar al de “El Plata

Científico y Literario”, pero con una formulación de tareas más explícita, y con un esfuerzo más

centrado en la construcción de nuestra identidad cultural, poniendo especial énfasis en los trabajos

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históricos y literarios. La “Revista de Buenos Aires” dirigida conjuntamente por Quesada y Navarro Viola

a partir de 1863, sería la síntesis de ambos proyectos. De la experiencia de la Revista del Paraná

obtuvieron los dos directores otro adelanto fundamental: la presencia como editor e impresor de don

Carlos Casavalle, quien garantizó la máxima calidad y profesionalismo en el aspecto gráfico, en

producción y distribución, en modo análogo al trabajo que protagonizó Pablo Coni en Corrientes durante

la década de 1850, labor precisamente compartida en varios tramos con Vicente Quesada.

4.1.2. Un nuevo espacio

La tarea planteada –explícita o implícitamente- para la construcción del campo intelectual en la época

de la organización nacional no era menor: Superar las facciones protegiendo temas y objetivos comunes

entre quienes deberían considerarse adversarios y no enemigos, contribuir a un relato de origen y de

sentido común abarcador de nuestra nacionalidad y de su lugar en el mundo –generando con ello tanto

el esfuerzo de una literatura como de una historia y geografía nacionales- constituir en tema de debate

la consolidación de la racionalidad jurídica –expresada como instituciones estables, reglas explícitas y

públicas y tipos jurídicos cerrados- abrir cauce a la economía política como ámbito temático y

programático común a todas las facciones (al menos en cuanto a los "grandes temas": inmigración,

moneda, crédito y bancos, vías de comunicación, instituciones de Estado permanentes), eran los tópicos

centrales. En Europa occidental y en Estados Unidos este proceso se respaldó fundamentalmente en el

desarrollo de la prensa periódica articulada con espacios públicos urbanos como los clubes políticos y los

cafés. Los diarios y periódicos fueron al respecto crecientemente protagonistas e influyeron

directamente en la construcción de buena parte de los géneros contemporáneos (baste mencionar el

cuento, el folletín, la crítica de costumbres y el relato de viajes). El caso argentino fue diferente:

Constituir estos imprescindibles espacios comunes en tiempos en que el periódico aun se asociaba con

el Estado o con la facción, fue tarea histórica inicial de las revistas. Alberdi lo hacía notar en carta a

Quesada:

“Las Revistas son una publicación indispensable donde quiera que haya prensa libre. No pueden ser suplidas por los diarios, cuya índole, asuntos favoritos, tono, todo es peculiar y diferente. Los dos géneros se completan mutuamente, lejos de dañarse.” (Cit. por V. Quesada, Revista del Paraná N° 7, agosto de

1861)

A ello se agregaban otras tareas que comenzaban a configurar en nuestro país el rol específico de las

revistas, las que hacia fin del siglo XIX comenzarían a disociarse en formas especializadas siguiendo el

patrón europeo: la revista como revisión exhaustiva de un campo temático y espacio de intercambio

científico (“pasar revista,“ Review, Revue), antecedente de las publicaciones especializadas y

académico-científicas; la revista como revisión serena y más profunda del material cotidiano de los

diarios (en el sentido original de la expresión “Re-vista”, palabra que aparecía en algunos periódicos

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encabezando grupos de artículos provenientes de otros, tanto nacionales como extranjeros),

antecedente de los semanarios masivos de comienzos del siglo XX, etc. La labor periodística de

Quesada-Navarro Viola-Casavalle significó también la ampliación y consolidación de un modo nuevo de

publico lector, la aceptación por ese público de un modo periodístico que más adelante, cuando la

modernización permitiese abordar un mercado editorial amplio y heterogéneo, favorecería tanto el

boom de las revistas especializadas como el surgimiento de los magazines masivos.

Así, pues, podemos ver un punto de partida en el comienzo de la época de la organización nacional,

con una acción periodística aún asociada a la labor de Estado o a la facción política, realizando un

gran esfuerzo por construir el espacio de su autonomía, y dentro de ella, los primeros esfuerzos en

los años ‟50 por constituir revistas de interés intelectual enciclopédico e independiente. Este esfuerzo

se plasmó en el ciclo de oro de las revistas intelectuales iniciado en Paraná en 1861 y continuado en

Buenos Aires a partir de 1863, ya en forma casi ininterrumpida hasta 1885, en una Argentina

modernizada que reclamaba otro tipo de publicaciones. En este ciclo de oro los nombres de

directores se repiten, se unen, se desplazan según sus propias tareas hacia otras actividades y aún

otros países. Se repiten también los nombres de los editores y tipógrafos, destacando muy

especialmente Casavalle, quien imprimió la casi totalidad de estos materiales, y se repiten y

entrecruzan por supuesto los artículos y autores, entre unas y otras revistas, mostrando una

creciente unidad de pertenencia y pluralidad, que era el objetivo programático principal de estas

publicaciones. Concluido este ciclo estamos a un paso del nacimiento de los magazines masivos

como Caras y Caretas y del escritor profesional al estilo de Horacio Quiroga, quien escribía cuentos

semanales de extensión predeterminada a pedido de aquella revista. También se consolidaría

entonces el espacio de las revistas especializadas: de ciencias jurídicas, farmacología, medicina y

otras disciplinas específicas, de actividades económicas, de historia, y de literatura. La evolución

continuaría, sin dudas, pero la huella de las experiencias pioneras aquí estudiadas sería imborrable.

Rojas destaca al respecto el comentario de Casavalle, publicado en el número 303 del “Boletín

Bibliográfico”, respecto de que la Revista del Paraná fue la primera “contraída a estudiar la historia

colonial de la República Argentina”, en tanto agrega que “El Plata Científico y Literario” fue la primera

de carácter enciclopédico y universal, y concluye:

“La tradición de ambas aparece refundida en la Revista de Buenos Aires, cuya colección abarca 15.000 páginas,

todas de materia noble, recogida después por sus colaboradores en libros especiales…” (Rojas, R.; Historia de la Literatura Argentina, p. 590).

4.1.3. Quesada, Casavalle, Paraná.

Vicente G. Quesada nació el 5 de Abril de 1830, en Buenos Aires, donde realizó sus estudios, primero en

el Colegio de Larroque y más adelante en la Universidad de Buenos Aires. Allí se graduó de Abogado en

1849. Integrante generacionalmente de la llamada “segunda generación romántica”, su trayectoria se

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entrecruza con la de otros hombres porteños que habiendo realizado sus estudios superiores en los

últimos años del gobierno de Rosas, se hallaron siendo muy jóvenes ante la encrucijada de Caseros, sin

haber tenido tiempo de formar parte activa principal en ninguno de los bandos en pugna. A este grupo

generacional, con algunos años más o menos, pertenecían Miguel Navarro Viola, Eusebio Ocampo,

Vicente Quesada y Benjamín Victorica, entre otros. Poco después de Caseros, siendo empleado del

Ministerio de Relaciones Exteriores, pasó Quesada a desempeñarse como secretario del Gobernador de

Buenos Aires, Dr. Vicente López y Planes, momento a partir del cual formó parte del mundo político de

la Confederación. Tuvo oportunidad de recorrer el interior del país en el año 1853, luego de una fallida

misión diplomática a Bolivia en que acompañaba a Don Ángel Elías, y en 1856 fue electo Diputado

Nacional por la provincia de Corrientes, en la que poco después se radicó, colaborando con la

administración del Dr. Juan Pujol como Ministro y también como redactor del periódico El Comercio, que

editaba por ese entonces, bajo financiamiento del Estado, la imprenta del francés Pablo Coni. Concluido

el mandato de Pujol acompañó a éste a Paraná, colaborando con él en el Ministerio del Interior y

actuando como Legislador por la provincia de Corrientes. Cuando se encuentra con Casavalle en Paraná

y decide emprender con él la iniciativa de la Revista, Quesada tenía 30 años y era ya un intelectual

reconocido, con una importante trayectoria como hombre de Estado, numerosos proyectos e

inquietudes, una rica red de amistades y contactos suficiente como para pensar en colaboraciones de

diverso origen geográfico, tanto nacional como de otros puntos del Cono Sur, y que pronto aprovecharía

en el proyecto de la revista.

Don Carlos Casavalle había llegado a Paraná a mediados de 1860, aunque a diferencia de Quesada se

trataba de su primer viaje a la capital de la confederación. Su radicación obedecía primordialmente a

objetivos comerciales en su condición de tipógrafo, librero y editor periodístico. La efímera paz entre

Buenos Aires y la Confederación lograda luego de la batalla de Cepeda (1859) y el viaje posterior a

Buenos Aires del Presidente Derqui y el Jefe del Partido Federal Don Justo de Urquiza (1860), le

permitieron contactarse y lograr la concesión de la imprenta oficial en Paraná, instalando no sólo su

moderno equipo tipográfico sino también su librería, en pleno centro de la ciudad capital, a un paso de

su plaza principal, sobre calle Monte Caseros. La concesión de las tareas de imprenta oficial a Casavalle

significó un inmediato conflicto entre Derqui y Urquiza: otros acuerdos en el marco de las negociaciones

entre el Estado Confederal y la Provincia de Buenos Aires incluían la satisfacción de un insistente

reclamo porteño: el cese del órgano periodístico oficial de la Confederacion: El Nacional Argentino. Este

periódico, que se editaba en Paraná desde 1852, había sido redactado durante la campaña de Cepeda

por la potente y punzante pluma de Francisco Bilbao, y durante el primer semestre de 1860 por Juan

Francisco Seguí, quien se ocupaba sistemáticamente de impugnar, una por una, las propuestas de

reformas a la Constitución sostenidas por Buenos Aires. El acuerdo entre el Presidente Derqui y el

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Gobernador Mitre, que involucraba a Casavalle, implicaba que el Gobierno de la Nación dejaría de

sostener publicaciones periodísticas, ocupándose exclusivamente de la publicidad de los actos de

gobierno por medio de un Boletín Oficial, que se editaría diariamente, y cuyo armado e impresión sería

otorgado en concesión a Casavalle. El tipógrafo aceptó las condiciones contractuales y poco después, el

25 de octubre de 1860, El Nacional Argentino dejaba de existir y nacía en su reemplazo el Boletín

Oficial. El cambio se produjo en medio de vicisitudes novelescas: Seguí abandonó el diario a comienzos

de septiembre, denunciando una conspiración en un artículo titulado “El triunfo de una intriga”; muy

pocos días después, el propio Seguí era nombrado Convencional Constituyente por orden de Urquiza y

abandonaba sus posiciones anteriores sobre las reformas, pasando no sólo a apoyarlas, sino a solicitar

que se las apruebe por aclamación. Simultáneamente, sucedía por primera vez en Paraná la

coexistencia en el tiempo de dos periódicos: junto a las últimas semanas de El Nacional Argentino,

surgía con apoyo de Urquiza y edición responsable del tipógrafo Olayo Meyer, el periódico El Correo

Argentino, redactado por Seguí, quien dirigió duras críticas al gobierno. La respuesta a esos ataques

llegó por medio de El Nacional Argentino, a cargo de un joven redactor aún desconocido: Don José

Hernández, el futuro autor del Martín Fierro. Tal era el clima de enfrentamiento, faccionalismo e intriga

que se vivía en ese momento en Paraná, y por ello destaca más aún el esfuerzo de Quesada y Casavalle

por dar a luz una publicación a salvo de tal ambiente de enfrentamiento fratricida.

Con sus nueve mil habitantes Paraná era, a comienzos de 1861, la Capital Federal Provisoria de la

Confederación y receptora por ello de una dinámica inmigración compuesta por funcionarios,

profesionales y comerciantes provenientes de todas las regiones del país. Se asentaba en una provincia

pujante que alcanzaba los noventa y tres mil habitantes –quince por ciento de la población nacional-

luego de un rápido crecimiento económico y demográfico que duplicó su población en apenas doce

años. Poseía por ello varias ventajas para la concreción de un proyecto como el de la revista. En la

ciudad se habían desarrollado clubes en los que se reunían los “hombres del Paraná”. Eran el club

Socialista y el Club Argentino, fusionados en 1859 como Club Socialista Argentino. El primero de ellos se

había formado en 1853 y lo integraban entre otros Nicanor Molinas, Lucio V. Mansilla, el tipógrafo de la

imprenta del Estado y regente de El Nacional Argentino Jorge Alzugaray, José Hernández y Evaristo

Carriego. El Club Argentino estaba integrado entre otros por Alfredo Marbais du Graty, quien fue

durante varios meses redactor de El Nacional Argentino y en 1861 se hallaba en el Paraguay, Santiago

Derqui, Ramón Puig, José Antonio Alvarez de Condarco, Menuel Martínez Fontes y dos jóvenes de la

generación de Victorica: Eusebio Ocampo y Juan Francisco Monguillot. Casi todos ellos ejercieron la

pluma incursionando –con suerte diversa- en el periodismo y la literatura y aseguraron una tenue pero

regular actividad artística. Reuniones y tertulias en casas particulares permiten apreciar conciertos de

cuerdas, lecturas de piezas poéticas y oratorias, materiales periodísticos y debates sobre el camino del

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progreso del país. Es conocido al respecto este pasaje de D. Juan Giménez, extraído de su libro

Recuerdos Históricos de Paraná, Capital de la Confederación:

“Había entonces mucha voluntad y gusto por las reuniones familiares recreativas, haciéndose en ellas buena

música, donde se pasaban agradables horas de solaz. El Dr. Ocampo, el Dr. Luque, el Intendente de Policía

Moreno, abrían frecuentemente sus salones y el baile y los conciertos amenizaban aquellas alegres y

entretenidas horas de sociabilidad. El Coronel Alvarez de Condarco, entusiasta diletante y notable pianista,

reunía en su casa a los amigos; allí dábanse espléndidos conciertos. Asistía también con su violoncello

Eduardo Guido Spano, hermano del poeta”.

4.1.4. Una revista cultural en el interior

Preparada con varios meses de anticipación, la Revista del Paraná mostraba desde su primer número

evidentes señas del gran esfuerzo realizado y de la calidad lograda: impresión esmerada y cubierta con

tapa color; ambiciosa tirada de 600 ejemplares –que seria por cierto desbordada ya en el primer

número- aceitado y amplio sistema de distribución, suscripción y corresponsalías, y un plantel de

colaboradores de lujo para su época, sólo limitado por los nubarrones de guerra civil que nuevamente

arreciaban, y que impidieron el acercamiento del grueso de los intelectuales porteños.

El contexto no podía ser más peligroso: Igual que en 1859, los sucesos de San Juan, esta vez más

dolorosos y sangrientos, habían provocado el máximo de tensión entre las partes y la guerra se

aproximaba. Fue precisamente hacia mediados de febrero, cuando quedó claro que no habría acuerdo

posible, y luego del rechazo de los diputados porteños justificado por el Gobierno Nacional en la

presencia de vicios de forma en el modo de elección de los mismos, sólo se avizoraba el combate. Al

clima de tensión se sumaba la dificultad para que los escritores porteños aceptasen de buen modo

escribir para una publicación cuyo impresor se ocupaba del Boletín Oficial del ahora nuevamente

enemigo, cuyo director era funcionario nacional y cuya edición se hacía en una Capital Federal no

aceptada. A ello debían agregarse los inconvenientes de provisión de insumos, distribución y costos en

una región donde, en pocas semanas más, se produciría el bloqueo fluvial. Y por si fuesen pocas las

dificultades, Casavalle debió, a partir de mayo, imprimir simultáneamente el Boletín Oficial, la Revista, y

un nuevo periódico, “El Paraná”, encargado por el Presidente Derqui a su propio secretario –el joven

Olegario Víctor Andrade- para disponer de una voz oficialista en momentos en que la guerra se había

declarado. Era éste un ejemplo claro de un Estado y una Sociedad Civil aun no consolidados: el mismo

concesionario del Estado debía ocuparse de los contenidos del órgano Oficial de publicación de los actos

de gobierno (El Boletín Oficial), de un periódico político financiado por el Estado y redactado por el

secretario del Presidente pero constituido en voz partidaria orgánica de la posición presidencial (El

Paraná), y de un esfuerzo de constitución de un campo intelectual autónomo, con temas a resguardo de

las luchas partidarias (la Revista del Paraná). Pero la Revista pudo salir adelante a pesar de todas estas

dificultades, mientras existió la Confederación, logrando cumplir su compromiso de pluralidad y no-

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partidismo. No fue posible, en cambio, agrupar a todos los intelectuales: en medio del clima de tensión

político/militar, faltaba la plana mayor de la intelectualidad porteña: Sarmiento, Mitre, López, los Varela,

incluso urquicistas como José Mármol. El plantel de colaboradores era de todos modos excelente, y

pudieron confirmarlo los lectores con el correr de los números. Respecto de la presentación gráfica,

Quesada había prometido en el prospecto:

“La Revista del Paraná saldrá una vez al mes, se compondrá de un volumen de 60 páginas en cuarto

mayor, esmerada impresión y buen papel; cada entrega llevará su cubierta de papel de color, y cada

semestre se publicará el índice general de las materias publicadas y una carátula para su conveniente

encuadernación”.

Todos estos compromisos fueron cumplidos. Se garantizó el máximo de calidad y legibilidad del

material, que aún hoy puede leerse cómodamente en los repositorios en que aún existe. Los errores

tipográficos fueron pocos, concentrándose en algunos nombres y apellidos en los listados de

suscriptores y colaboradores, debido quizás a lo pequeño del tipo utilizado. También se repitió el error

de identificación de secciones en la parte superior de las hojas, hubo algunas “r” de más y faltaron

algunos acentos, quizás debido a la falta de suficientes tipos acentuados. No fueron errores, en

cambio, los usos habituales de formas ortográficas aún aceptadas en aquel tiempo, y que incluso eran

sistemáticamente defendidas por educadores de prestigio como Marcos Sastre. Así, por ejemplo, el uso

de la J en lugar de la G en “lejislación”, “jente” o “ajitado” la “i” latina en lugar de la “y” al final de

palabras, el uso de la “s” en vez de “x” en “estravío” o “escusar”, ciertos costumbrismos como “reló” por

“reloj”, o el uso de acentos ortográficos en la preposición “a”, en “fe” y en otras palabras que hoy no lo

llevan. La revista no poseía ninguna ilustración ni tipografías al clisé, con excepción de su nombre en la

portada y la letra capital (comienzo) de cada número. Se presentaba en su totalidad a dos columnas, y

su numeración, acorde con la función asignada a las revistas culturales de su época, era correlativa. El

número uno se hallaba paginado del 1 al 60, y el número 2 comenzaba en la página 61. De este modo y

de acuerdo con el plan de suscripción, al finalizar el primer semestre, se entregaba un índice general de

los seis números, completándose así un volumen de 360 paginas que podía encuadernarse como libro.

La suscripción no era cara en comparación con otras publicaciones de este tipo: costaba “…un peso en

la capital y en todas las provincias. En Buenos Aires veinte pesos papel que se pagarán al recibir cada

entrega”.

La tirada normal de la revista, de 800 ejemplares aproximadamente, no tenía posibilidad de colocarse

considerando exclusivamente a Entre Ríos como mercado lector. Por ello se proponía lograr un fuerte

respaldo de los gobiernos nacional y provinciales, además de la suscripción por la mayor parte de la

capa dirigente de funcionarios en la Capital y una aceitada red de colaboradores que permitiese obtener

suscriptores en otros puntos de la república y países hermanos de Sudamérica, y muy especialmente,

en el apetecible mercado lector de Buenos Aires una vez superadas las barreras “de partido”.

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La provincia de Entre Ríos respondió excelentemente a la convocatoria de Quesada. Al finalizar el primer

semestre de edición, la cantidad total de suscriptores era de 653, suscritos por un total de 737

Ejemplares. De ellos eran entrerrianos 376 Suscriptores, por un total de 427 ejemplares. Es decir, el

57,9 por ciento del total de los ejemplares suscritos quedaba en Entre Ríos. Sumadas a Entre Ríos las

otras provincias litorales (Corrientes y Santa Fe), se totaliza el 80 por ciento de la suscripción. Esto

hablaba a las claras del importante desarrollo del espacio lector en la región, y del enorme respaldo que

había brindado Urquiza al periodismo, la educación y la cultura. Esto marcaría, sin embargo, un frente

de dificultades por venir y que tendría mucho que ver con el cierre de la Revista: el grueso de la

suscripción estaba compuesto por el funcionariado estatal y por los gobiernos litorales. La crisis y caída

de la Confederación provocaría en breve una crisis de suscripción por el corte de la cadena de pagos

(pues se atrasó el pago de sueldos). Además, las enormes dificultades de distribución y muy

especialmente de cobro en un territorio de baja densidad poblacional, poca proporción de población

urbana alfabetizada, pocos y muy malos caminos y muy poca cultura de pago de servicios por correo,

como lo había notado pocos años antes el librero y tipógrafo español Benito Hortelano en su experiencia

por Entre Ríos, se agravarían con las de provisión de papel y otros insumos bajo condiciones de bloqueo

fluvial, inestabilidad y diáspora del funcionariado nacional. Ello sumado a la condición de concesionario

estatal de Casavalle y de funcionario de la Confederación de Quesada, llevaría al colapso del proyecto

en forma simultánea al colapso militar y económico de la Confederación.

4.1.5. Los Contenidos de la Revista

La revista, cumpliendo los objetivos planteados en el prospecto, se dividió canónicamente en cuatro

secciones: Historia, Literatura, Jurisprudencia y Economía Política. La de economía fue la sección menos

desarrollada, pues solo aparecieron tres artículos totalizando catorce paginas sobre un total de

cuatrocientas ochenta –es decir, menos del dos por ciento- en los ocho números. Las dos principales

secciones fueron Historia y Literatura. Tuvieron un desarrollo relativamente parejo, ocupando la de

historia doscientas páginas –41.7 por ciento- la de literatura ciento noventa y tres –40 por ciento- y la

de jurisprudencia, finalmente, (restando el prospecto y el índice) las 72 restantes, el 15 por ciento. Es

notable la preeminencia de las secciones de Historia y Literatura, situación acorde con la tarea histórica

planteada. La de historia fue, además, especialmente extensa debido a la necesidad de transcribir en

detalle documentos históricos completos, en tanto en la de literatura se incluyeron algunos estudios

biográficos y especialmente los trabajos geográficos referidos a provincias y regiones de América. El

mismo Quesada anunció en el Número 2 que la sección de Historia recibiría atención preferencial, pero

fue la de literatura la que presentó mayor variedad de producción.

De la sección de Historia merecen destacarse las cuidadosas transcripciones de documentos inéditos.

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Así por ejemplo, los referidos a la fundación de Corrientes (números 1 a 5), a los que se agregó una

remesa adicional de materiales aportados por el Dr. Pujol, ex jefe, amigo y protector de Quesada. Otros

materiales similares abordaron los orígenes de los pueblos de la provincia de Entre Ríos (a cargo del Dr.

Benjamín Victorica, números 3 y 4), de las provincias de Cuyo (por Joaquín María Ramiro, número 4) y

de Salta y Jujuy (Por Arias y Quesada). El trabajo de Benjamín Victorica sobre pueblos entrerrianos se

presentó como “apuntes para servir a la historia del origen y fundación de los pueblos de Entre-Ríos

extractados de documentos inéditos”. Comentaba el autor:

“Los apuntes que iniciamos para servir a la Revista del Paraná –dice Victorica- tienen por objeto salvar datos

útiles a la historia de esta Provincia, del peligro de que desaparezcan con documentos que existen inéditos,

según creemos. Sin pretensiones por nuestra parte, y aprovechando momentos de ocio, simples narradores,

nos limitaremos a copiar, o extractar casi siempre, con exactitud, los documentos que hemos tenido ocasión

de estudiar al dar forma a esta breve crónica, que puede completar la que publicó en el Uruguay, hace

cuatro años, nuestro geógrafo Martín de Moussy”.

En los números 6 y 8 se publicó –enviado por Fray Nepomuceno Alegre: un valiosísimo documento

inédito sobre las órdenes monásticas y sobre la fundación de la Provincia del Paraguay (Número 6) y

otro material interesante: una “Relación histórica de la Ciudad de Corrientes”, cuyo autor fuera el

redactor del primer semanario de Buenos Aires en 1801, don Francisco Cabello y Mesa. Pero el trabajo

no sólo se limitó a transcripciones documentales: También se realizaron comentarios críticos,

agrupamiento de información bajo la forma de estado de la cuestión e intercambio de informaciones

inéditas. Aparecieron así en el número uno “Origen de América y su descubrimiento”, que incluía no

sólo información valiosa, sino también un interesante resumen de la información édita sobre las

exploraciones vikingas en América del Norte. Este trabajo fue enviado por D. Ramón Ferreira, quien

también se ocupó de presentaciones generales y estados del arte en la sección de literatura. También

son destacables dos cartas conteniendo una serie de datos inéditos sobre la vida y muerte de

Monteagudo, en el que se adjuntaban comentarios de los autores (Quesada y Espejo) sobre los criterios

de utilización de relatos orales como fuente de investigación histórica. En los números 5 y 6, don José

Tomás Guido aportaba un trabajo sobre “El Brasil y las Repúblicas del Plata”, y una memoria del Gral.

Tomás Guido. Otros trabajos fueron reproducciones o reediciones. Así, del mismo José Tomás Guido se

publicó en los números 2 y 3 la biografía del Almirante Brown. Las reproducciones presentadas en la

sección de historia se concentraron fundamentalmente en biografías: de Diego Portales en el número 3,

del General Mariano Necochea, en los números 2 a 4, de Juan Ramón Balcarce en el número 5, del

Coronel Melián, en el número 7. Un largo y completo trabajo de Juan Ramón Muñoz tomado de la

Revista del Pacífico se ocupó del Descubrimiento, colonización y habilitación del Estrecho de Magallanes

(números 3 a 5). Las reproducciones fomentaron también la posibilidad de debates, la reconstrucción

de información de periodos críticos de la historia nacional, o la conservación de material édito pero

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difícil de hallar. Así, se incluyó un trabajo sobre Bolívar y San Martín publicado por el General Mosquera

ese mismo año en Nueva York, con afirmaciones sumamente polémicas para la joven historia argentina;

unas Memorias inéditas del Ejército de los Andes de 1822 fueron enviadas por Damian Hudson. Una

“Noticia histórica de los tres hermanos Pinelos” fue tomada de “El Mercurio Peruano” de 1791.

La sección de Literatura también fue iniciada, como la de historia, por Ramón Ferreira, quien trazó un

panorama del “Estado de la literatura hispano americana” en el primer número. En los números 3 y 4

agregó este autor un ensayo sobre el origen y progreso de las “bellas letras y artes” y “su influencia en

la mejora individual y social”, artículo que él presenta como apunte: “no es para los literatos sino para

los que están en la vía del aprendizaje”. Allí, junto a reflexiones programáticas en pos de la

construcción de una literatura americana y la superación del faccionalismo, aparecen reflexiones sobre

lenguaje, tecnologías gráficas y bellas artes. Tanto como en historia, Quesada fue el redactor siempre

presente en esta sección, con trabajos propios y comentarios: bibliográficos, necrológicas,

presentaciones y datos biográficos de autores. Su aporte específico se refirió a la provincia de Santiago

del Estero: un trabajo sobre el idioma Quichua en esa provincia (presentado en realidad en la sección

de historia) y un relato de costumbres, también ambientado en aquella provincia: “El Harpa”, y su

condición de instrumento típico de la música Quichua de allí. Por supuesto, fue Quesada quien se

encargó, con profundo sentimiento personal, de la necrológica y biografía del Dr. Juan Pujol, publicada

en el número 7.

Una figura de oro en la sección de literatura fue la señora Juana Manuela Gorriti. Quesada la presentó

como colaboradora en el número 2:

“Empezamos a publicar en este número el precioso episodio histórico que con el título que encabeza estas

líneas, ha publicado en la ciudad de Lima la Señora Doña Juana Manuela Gorriti, natural de Salta, e hija del

General Gorriti. Nos abstenemos de recomendar su lectura que sabrán apreciar nuestros suscriptores; pero

cumplimos el grato deber de recordar que el episodio que va a leerse, es escrito por una argentina, cuyas

viscicitudes y belleza formarían una novela interesante. La Señora de Gorriti vive hoy en la Capital del Perú,

con el producto de sus apreciados y notables trabajos literarios; desde la distancia y sin conocerla, hemos

sentido profunda simpatía por sus dolores y mucho interés en la lectura de su escrito”.

El trabajo al que se refería era: “Güemes, recuerdos de la infancia”, ensayo histórico literario

ambientado en la época salteña de la guerra de independencia de la que Gorriti fue testigo de niña. Le

siguió “El Lucero del Manantial” en el número 5, circunstancia que el Director aprovechó para completar

la presentación:

“Tenemos el honor de contar entre los colaboradores de la Revista del Paraná a la distinguida escritora

argentina señora doña Juana Manuela Gorriti, que ha tenido la amable deferencia de ofrecernos sus

manuscritos inéditos. Nuestros lectores recibirán esta nueva con agrado. La señora de Gorriti ha publicado

varias novelas muy estimadas que han merecido el aplauso de literatos de nota (…) Es colaboradora de la

interesante Revista de Lima y autora de notables artículos literarios. Vamos ahora a reproducir el bello

episodio El lucero del manantial, que tomamos de la Revista de Sud-América, trabajo literario de mérito por

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la fluidez con que está escrito y el interés de su argumento. La señora de Gorriti honra a las letras

americanas y a la República Argentina, su patria. Salta debe enorgullecerse de contarla entre sus hijos y

nosotros nos complacemos en tributarle desde la distancia el homenaje debido a su talento”.

Lamentablemente, las circunstancias que llevaron al cierre de la Revista impidieron la concreción de la

publicación de inéditos de Gorriti, y el relato “El Guante Negro”, en el número 6, cerraba con su

impronta romántica las colaboraciones de esta prestigiosa autora.

Los límites difusos entre el material propiamente literario y el histórico se notan en la selección temática

de esta parte de la publicación: “Terremoto de Mendoza” (ensayo histórico, número 3), “Biografía del

General Juan Ignacio Gorriti” por el Dr. Zuviría, etc. Otros materiales eran más propiamente literarios:

Relatos traducidos del alemán (de Schiller por López) y del francés (de Lolhé, por M M de F).

La poesía no ocupó un lugar destacado en cantidad ni en variedad de autores. En total, cinco poemas

de Carlos Guido Spano, dos de Angel Elías y una reproducción de un poema de Juan María Gutiérrez.

Puede considerarse, en cambio, un interesante nivel en calidad. De hecho Ricardo Rojas, al referirse a

los contenidos de la Revista del Paraná en la Historia de la Literatura Argentina, destaca: “…el famoso

poema Al pasar de Carlos Guido Spano, cuya data (1861) merece puntualizarse para encarecer el

sentimiento „moderno‟ de aquella composición” (Rojas, R.: Historia de la Literatura Argentina, pág. 587).

Al igual que en la sección de historia, muchos materiales fueron reproducidos. Entre ellos, los estudios

geográficos referidos a las provincias argentinas, que habían ya sido publicados en El Nacional

Argentino: Las descripciones de Jujuy (en el número 1), de Catamarca (en los números 2 y 3, realizada

por Benedicto Ruzo y con prólogo inédito de Vicente Quesada), de la Pampa (números 3 a 7, por

Quesada, donde incluye material histórico e información sobre Córdoba, Tucumán y Santiago del

Estero), de Corrientes (en el número 8, también de Quesada, reproducido de su libro “La provincia de

Corrientes”, que se editara en 1857), y de San Juan, por Saturnino Laspiur (en el número 8, tomado de

El Nacional Argentino). Otras reproducciones, algunas traducidas, constituían material al mismo tiempo

ameno para la lectura y con información y conocimientos útiles: “El Hospicio de San Bernardo en los

Alpes”, traducido del Alemán por José F. López; “La infeliz Josefina”, novela histórica traducida también

por López, ambos en el Nª 1; “Diario de un médico: la consunción”, traducido de la Revue Britanique;

“Don Salvador San Fuentes” ensayo biográfico de Miguel A. Carmona tomado de la Revista del Pacífico,

que dio oportunidad a Quesada de agregar una nota al pie criticando a Sarmiento por motivos

puramente “literarios” y no “partidarios”; “Lida”, crónica de la época del gobierno del Marqués de

Guadalcázar, por Ricardo Palma. “O‟Higgins”, tomado de la Revista de Lima, “Impresiones de una

mañana”, por Benjamín Villafañe, tomado de La Gaceta, periódico de Bolivia, 1844; una reproducción

comentada de “mi delirio sobre el Chimborazo” de Simón Bolivar, “Un recuerdo”, por Francisco Lazo, de

la Revista de Lima…

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Merece un comentario especial el aporte de Don Francisco Bilbao, quien había intentado apenas

radicado en Buenos Aires, en 1857, la edición de una revista de contenidos intelectuales y culturales (La

Revista del Nuevo Mundo) con apoyo más o menos solapado del gobierno de la Confederación. Cerrada

esa revista, redactó poco después el diario El Orden, mientras mantenía fluido contacto epistolar con

Benjamín Victorica, y poco más adelante, además de enviar colaboraciones a El Uruguay, propiedad

también de Victorica, redactó, durante los meses inmediatos a la campaña de Cepeda (entre marzo y

diciembre de 1859) El Nacional Argentino, diario oficial de la Confederación, regresando luego a Buenos

Aires. Bilbao colaboró con gusto con la Revista del Paraná, enviando materiales desde Buenos Aires,

aportando con todos ellos elementos ricos y fuera de lo común. Para el segundo número envió un

ensayo breve, “El desterrado”, que en gran medida habla de él mismo y de su generación. Este es uno

de los textos de más ágil lectura en la sección literaria. En la línea radical, racionalista y a su vez

romántica, aprendida de su admirado maestro Quinet, de Lammenais –a quien cita en el epígrafe- y de

su propia experiencia de luchas cívicas en varios países sudamericanos, el texto llega a conmover por su

mensaje pero también por su autorretrato, escribiendo en su patria adoptiva luego de sucesivos

destierros:

“…La aspiración es el presentimiento de una patria futura; el recuerdo es la ausencia de una patria conocida;

pero el deber es la posesión de la eterna patria. He aquí cómo acabará el destierro (…) ¡ Feliz el que vuelve a

su patria! Su mirada devora las distancias, su memora arranca del pasado las imágenes, el alma le anticipa los

aspectos de su tierra (…) Pero así como al divisar las perspectivas de la tierra natal, cuando después de larga

ausencia y desde la superficie del océano, vemos aparecer las crestas nevadas de los Andes (…) y todo en la

naturaleza nos habla como un ser animado por todos los amores (…) así también, el desterrado reconoce la

fisonomía, el acento, la palabra de la eterna patria, en las conquistas de la ciencia, en todo acto de heroísmo,

en las victorias de la justicia, en las transfiguraciones de los mortales, en la rehabilitación de los caídos, en la

marcha de los hombres y pueblos a la fraternidad en la verdad. Y qué importa entonces llevar el sello del

destierro si la alegría del himno primitivo nos comunica el ritmo para marchar adelante (…) ¡ Feliz el que

vuelve a su patria! Pero más feliz aún, el que la lleva consigo viviendo en justicia y bendiciendo la vida.”

En el número 3 de la Revista apareció un documento aportado por Bilbao que mostraba su profundo

interés por las lenguas originales americanas. Se trataba de “La brevedad de la vida”, uno de los

sesenta cantares de Netzahualcoyotl, originalmente en el idioma Nahuatl que hablaban –y aún hablan-

los Mexicas o Aztecas. Quesada le dedica un comentario:

“…El poeta que ha podido expresar los conceptos que van a leerse no era un salvaje ni un bárbaro, revela un

corazón sensible a las mil armonías de la creación, y manifiesta un alma culta capaz de concebir los misterios

de la vida del espíritu. El pueblo que en una asamblea de notables escuchaba esos cantares no es un pueblo

inculto, y el idioma que servía para transmitir esos conceptos prueba la civilización de ese pueblo. Es sabido

que entre los mexicanos era costumbre transmitir los grandes hechos a sus antepasados por figuras pintadas

sobre pieles, sobre telas de algodón o sobre cortezas de árbol, las que el fanatismo de los primeros

misioneros, considerándolas como monumentos de idolatría las redujo a las llamas; pero entre las costumbres

de aquel pueblo primitivo y sorprendente, había una que la providencia tal vez reservaba para probarnos la

cultura de los súbditos del imperio de Moctezuma. Ente los mexicanos se consideraba como esencial a la

educación, enseñar a sus hijos las canciones históricas de sus grandes poetas, y tal vez por este medio pudo

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llegar al conocimiento de los conquistadores el cantar del poeta Netzahualcoyotl, que publicamos hoy en la

Revista. Ignoramos cuándo y quién lo ha traducido español, pues el primer conocimiento que de él tenemos es

por las siguientes palabras del señor Bilbao: „Adjunto a Ud. Una notable poesía mexicana indígena. Creo que

es a más de una poesía, un documento para la Revista‟…”.

En el número 5 se publicaba la última colaboración de Bilbao para esta revista, esta vez en la sección de

Historia. Se titulaba “Estudios filológicos”, y en él aportaba, además de un llamado de atención a favor

del desarrollo de esta ciencia en la región- un documento poco conocido, de la época de la guerra de

independencia, escrito en cuatro idiomas, según nos relata nuevamente Quesada:

“El erudito y distinguido escritor sud-americano don Francisco Bilbao, nuestro amigo y colaborador, nos ha dirigido la interesante y notable carta que publicamos, llamando la atención sobre la importancia de los estudios filológicos

de las lenguas primitivas de América. El documento que sugiere esas observaciónes al señor Bilbao está en español, aimará, quichua y Guaraní, y pertenece a su biblioteca…”.

Aprovechaba la oportunidad con ello Quesada para insistir en su interés en el desarrollo de los estudios

de las lenguas autóctonas americanas, que había ya iniciado con su artículo sobre el Quichua en

Santiago del Estero. En esta presentación explicitaba:

“…por nuestra parte, no cesaremos de instar a nuestros amigos se consagren a esos estudios, muy especialmente sobre el guaraní y la lengua quichua (…) El guaraní se habla en el Paraguay y Corrientes, es un idioma rico, del cual

los jesuitas escribieron y publicaron una gramática, diccionarios y varias obras. La Quichua que es el idioma general de Bolivia y el Perú, se habla en Santiago del Estero, los valles de Calchaquí de Salta, la entienden en parte de Catamarca y la hablan en Jujuy; la vasta extensión que abraza, lo adelantado de la civilización de los Incas, son

circunstancias que la hacen digna de especiales estudios”.

Bilbao, por su parte, presentaba las cuatro versiones del breve decreto sancionado por la -Asamblea del

año XIII, bajo la firma de Tomás Antonio Valle e Hipólito Vieytes, con una intención doble: la primera,

destacar su sentido libertario y americanista; la segunda, su interés filológico. Decía Bilbao en su carta

al Director:

“Siendo uno de los principales objetos de la Revista que usted ha fundado y que bajo tan felices auspicios continúa,

el presentar una tribuna a la inteligencia americana especialmente consagrada a las cosas de América, creo satisfacer uno de ellos, comunicando a usted un documento de los tiempos de la independencia. Ese documento que adjunto, es relativo al decreto que abolía el tributo, mita, encomiendas, yanaconazgo y servicio personal de los

indígenas, noblemente redactado con el laconismo de la verdad y la dignidad de la justicia, y al mismo tiempo traducido a los idiomas Quichua, Aymará y Guaraní, para que fuere entendido por los que habitan las orillas del Paraná, del Bermejo, los valles de Bolivia y las sierras del Perú hasta el Ecuador, revela a juicio mío otro aspecto

que se quiere desconocer hoy día de la Independencia Americana. Ese aspecto era, la solidaridad de causa, la fraternidad humana, la igualdad de las razas que se convocaban a tomar parte de la formación de la nueva ciudad que levantaban nuestros padres…”.

Y en cuanto al aspecto filológico, obsérvese lo avanzado de sus afirmaciones, la elegancia de las

hipótesis, el cuidado con que evita transformarlas en afirmaciones definitivas, y el temprano uso de una

tabla de contingencia para guiar la búsqueda de posibles correlaciones:

“Ahora me queda tan solo que expresar un voto por el estudio de los idiomas de América. Creo que la filología

resolverá un día grandes problemas filosóficos relativos a las primeras creencias, a los dogmas fundamentales, al esclarecimiento de la formación y propagación de la especie humana, a la solución del problema de las razas, al establecimiento de una gramática general, a la explicación del misterio del origen de la palabra y de su desarrollo

tan variado sobre la superficie de la tierra. Bien sé que tales resultados no podrán operarse sino obrando sobre una

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multitud de datos. El estudio de las lenguas orientales ha hecho grandes progresos y preciosos resultados se le deben; y es por eso que el estudio de las lenguas de América, será indispensable para coronar la obra y conocer el origen y migraciones de nuestros primeros habitantes (…) presentaremos a la inteligencia del filólogo un hecho que

arroja el examen numérico de las vocales empleadas en los idiomas del documento transcripto:

Idioma

Vocal

Aymará Quichua Guaraní

A 370 194 162

E 36 23 89

I 120 101 79

O 1 5 58

U 57 64 47

Es de notar en el Aymará la abundancia excesiva de la a, y la ausencia de la o, pues en un

fragmento que contiene 370 a sólo se encuentra una o. El examen de este misterio –continúa

Bilbao- puede hacernos llegar a conocer los elementos positivos de los idiomas y las causas

simples o complejas que determinan la formación de la palabra, su eufonía dominante, su

índole particular y la raíz de su desarrollo sucesivo…”.

Luego de pasar revista a numerosas palabras universales y primitivas de varios idiomas, incluidos

el griego, el hebreo y especialmente el sánscrito, en los que la “a” predomina, se pregunta:

“Si la vocal a es la fundamental y primitiva, es claro que el idioma en que domine, ha de conservar más la

fisonomía antigua de su origen como se ve en el sánscrito. Y si esta observación fuese después justificada, ¿

no sería el Aymará, uno de los idiomas más antiguos del mundo, haciendo por este solo hecho retroceder la

cronología americana a las épocas coexistentes del sánscrito? (…) ¿ Qué es lo que determina la preferencia

por ciertas letras y sonidos en las razas? ¿ Es la influencia del frío o del calor, de la electricidad, de la

humedad, es la altura, la atmósfera, el aire más o menos oxigenado que se respira, es la repercusión de la

voz en los valles, en las llanuras o montañas, es una disposición particular en la constitución del cerebro, o en

la organización de los órganos de la voz, el pulmón, la garganta, la quijada, la lengua, el paladar, los dientes

y los labios, qué determina la rotundidad de las sílabas, el estridor de las consonantes, la eufonía particular a

los idiomas madres? (…) Incapaces de resolver ese problema, y de operar sobre las masas de documentos

cuyo examen y estudio sería necesario, indicamos tan sólo a los filósofos americanos la importancia y la

atracción de semejante objeto…”.

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Las secciones de Legislación y de economía política fueron menos extensas, aunque no menos

orientadas a producir herramientas nuevas en la constitución nacional de ambos campos. La sección

de legislación fue hegemonizada por el libro de Quesada titulado “Del Juicio Político en la República

Argentina”, que se publicó por partes entre los números uno y cinco de la revista. Otros materiales

fueron, en el número 1, una introducción de Juan B. Alberdi sobre la formación del abogado en América

del Sur; en el número 5, reproducción de un artículo de don Francisco Cárdenas: “Necesidad de la

entrega para la translación del dominio”. En los números 7 y 8, un material complementario del iniciado

en la sección de historia: “Causas célebres” sobre la muerte de Monteagudo, por Gerónimo Espejo. El

resto de la sección fueron vistas fiscales de Martín Lucero, de Ramón Ferreira y de Baldomero García

(este último reproducido de “El Foro” de Buenos Aires). En la sección de economía política sólo se

publicaron tres artículos, que recorrieron la agenda temática de época en la capa dirigente del Estado,

esto es, inmigración, infraestructura de transportes y crédito: “Los caminos que andan”, por el Barón de

Viel Castel (número 2, proyecto de traza de ferrocarril, especialmente desde Rosario a Córdoba);

“Fragmentos de economía política” por el Dr. A. Brougnes, sobre crédito público (número 3), e

“Inmigración alemana en el Río de la Plata”, sobre el potencial de dicha inmigración, por José Francisco

López (numero 8).

Hasta aquí un breve resumen de los contenidos, que nos muestra una labor por cierto no pequeña:

Recopilación de valiosa documentación inédita, reflexiones históricas, esbozos de debate, compilación

de artículos geográficos sobre el interior del país, valorización ante el público argentino de la persona y

obra de Juana Manuela Gorriti, un poema avanzado para su época del joven y recién retornado al país

Carlos Guido Spano, y por supuesto, haber cumplido el compromiso de una publicación de calidad

orientada al espacio intelectual por encima de las luchas “de la política militante”. Algunos planteos

problemáticos como el sugerido por Bilbao en filología eran estimulantes y acordes con el nivel del

debate intelectual de su época en el mundo occidental. Incluso en la más humilde labor de intercambio,

de formación de un “estado de la cuestión” y de reproducción de materiales, la sola mención de los

participantes que logró incluir la revista inspira respeto. Entre los medios de los que se reprodujo

material hallamos también un criterio de calidad y apertura, aunque también limitado, como el de

colaboraciones, por el alcance de la red de contactos de Quesada y por la imposibilidad de superar la

barrera del conflicto civil en ciernes. Faltaban por ello reproducciones de material proveniente de los

escritores porteños o de sus mejores contactos. Un breve recuento de orígenes de las reproducciones

muestra este perfil: El Nacional Argentino, El Pacífico, Revista de Sudamérica, Revista de Lima, El

Comercio de Lima, Museo Literario, El Constitucional, La Gaceta de Bolivia, La Reforma Pacífica, El Foro,

La Revue Britanique.

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4.1.6. Inconvenientes, vicisitudes

Las 360 páginas del primer tomo, al cumplirse los seis meses de edición, se cierran con un índice

completo del contenido. Al presentar el número 7, que comienza su numeración nuevamente con la

página 1, abriendo el segundo tomo, la ocasión era propicia para un recuento y balance. Quesada lo

hacía del modo siguiente:

“Al fundar la Revista del Paraná decíamos en el prospecto esta palabras: „no estamos desanimados, vamos a hacer este esfuerzo, porque abrigamos la esperanza que el pueblo de la República protegerá las sanas tendencias de la

Revista‟; y así ha sucedido, las listas de suscripción que publicamos como un homenaje de agradecimiento a la protección del país, es un testimonio inequívoco de la favorable acogida que han encontrado nuestras tendencias”.

Sin embargo, en el mismo texto continuaba Quesada:

“…no hemos cesado, ni cesaremos de propender a la mejora de una publicación difícil de suyo, que ha nacido en medio de una crisis política, que vive en momentos en que los medios de comunicación se han interrumpido, haciendo más difícil y costosa la remisión de las entregas y el cobro de la suscripción. Sin embargo, haremos

cuanto dependa de nosotros para asegurar la vida a esta publicación y para corresponder al decidido apoyo del pueblo, el más apetecido para nosotros, el más noble y más honroso”.

Las dificultades, como puede observarse, no eran pocas, pero no ponían en duda la continuidad. Otros

asuntos fueron aún más dificultosos, sobre todo aquellos orientados a lograr un alcance

verdaderamente nacional en la red de colaboradores con presencia de miembros de todos los partidos:

“El pueblo que sostiene publicaciones de este género, revela ya necesidades cultas del espíritu, pues

mantienen un periódico ajeno a los intereses de los bandos políticos y a la lucha apasionada de los partidos.

Los suscriptores pertenecen a todos los colores políticos, y creemos haber sido leales a nuestro prospecto,

manteniendo la Revista prescindente de la política militante (…) Invitamos por medio de circulares a todos los

hombres que creíamos capaces de ayudarnos, prescindiendo absolutamente del partido político a que

pertenecían; sentimos decirlo, las pasiones políticas han dominado a muchos, que no han querido escuchar

nuestra invitación. Ingenios notables han permanecido indiferentes a nuestro llamamiento, absorbidos por la

lucha. Decimos esto, para que no se crea que hemos hecho exclusión de nadie, cuando se note que faltan

entre los colaboradores algunos literatos argentinos que figuran con honra en la república de las letras”.

Fue ésta una de las dificultades mayores: a seis meses de iniciada la publicación, no se lograba evitar

entre los escritores porteños la sensación de que se trataba de un emprendimiento del Estado

confederal. A esta carencia Quesada no sólo le hizo frente explicitando la situación ante sus lectores,

sino también mostrando un listado de colaboradores que –dadas las circunstancias descritas- mostraba

un éxito no menor, aunque confirmativo de que no lograba trascender los límites del espacio de

militantes y simpatizantes de la causa: En Paraná: Ramón Ferreira, Baldomero García, Manuel Lucero,

Nicolás Calvo, Juan Francisco Seguí, Fernando Arias, Gerónimo Espejo, Eusebio Ocampo, Facundo de

Zubiría, Manuel Leiva, José María Zuviría, José Francisco López, Carlos María de Viel-Castel. En el resto

de Entre Ríos: Benjamín Victorica, Ángel Elías. En Buenos Aires. Francisco Bilbao, José Tomás Guido,

Miguel Navarro Viola, Emilio de Alvear, Damián Hudson. En Corrientes: Juan Pujol, José María Rolón,

Miguel Vicente López, Juan Nepomuceno Alegre. En de Santa Fe: Avelino Ferreira, Evaristo Carriego,

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Manuel A. Pueyrredon. En Córdoba: Ramón Gil Navarro. En Tucumán: Juan Elías. En Salta: José Manuel

Arias. En Jujuy: Manuel Padilla, Daniel Aráoz y José Benito Bársena. En Catamarca: Benedicto Ruzo y

Mamerto Esquiú. En La Rioja: Nicolás Carrizo. En Mendoza: Fernando Urizar Garfias. En otras repúblicas

sudamericanas: Juana Manuela Gorriti en Perú; Gregorio Beeche, Juan Ramón Muñoz, Manuel Guillermo

Carmona y Benjamín Vicuña Mackenna en Chile; Alfredo Marbais du Graty en el Paraguay, José Vázquez

Sagastume en la República del Uruguay. En Europa:

“contamos en París con el conocido y estimado escritor sud-americano don J.M. Torres Caicedo, redactor

de la parte política del Correo de Ultramar, quien ha tenido la bondad de aceptar nuestra invitación y nos

dice en carta datada en París a 22 de Abril último, estas palabras. „No fallaré en excitar a los literatos y

publicistas americanos para que envíen a usted sus producciones. Usted y yo estamos de acuerdo en la idea

capital de reunir intelectual, política y comercialmente a los Estados de la raza latina-americana´‟. El Doctor

don Juan Bautista Alberdi en carta datada en París a 23 de Abril último nos dice: „tendré mucho gusto en

remitirle todo lo que yo crea que puede ser útil a la Revista, de las cosas que aparezcan en la prensa de

Europa.‟.”

Completaba Quesada su esfuerzo por demostrar el máximo de amplitud en su convocatoria,

prometiendo la extensión de la red de colaboradores en países de América, aclarando además:

“Para dejar en libertad a los numerosos colaboradores con que contamos, hemos establecido por base: La

redacción no es colectivamente responsable de las ideas o principios contenidos en los diversos artículos de la Revista, cada cual responde de lo que lleva su firma, por cuya razón no aceptamos el anónimo,

Otro modo de presentar la repercusión amplia que tuvo la revista fue el de mostrar sus ecos en la

prensa nacional y extranjera, que “…se ha mostrado interesada en la prosperidad de la Revista, con

muy raras excepciones…”. En este caso sí pudo darse el lujo Quesada de dar cuenta de repercusiones al

otro lado del Arroyo del Medio:

“…aprovechamos la oportunidad de dar las gracias a los periódicos y diarios siguientes que reprodujeron

nuestro prospecto: El Correo Argentino (Paraná), El Boletín Oficial (Paraná), El Uruguay (Concepción del

Uruguay). La Crónica Oficial de Corrientes, El Eco de Entre Ríos (Gualeguaychú, era este un periódico

favorable a Buenos Aires), El Pueblo (Gualeguaychú), El Imparcial y El Eco Libre de la Juventud (Córdoba), El

Eco del Norte (Tucumán), El Ambato (Catamarca), La Tribuna y El Nacional (Buenos Aires), El Salteño

(Salto), La Patria (La rioja), La Prensa Oriental y La Nación (Montevideo). Entre estos diarios mencionaremos

también a El Progreso (Rosario), a la Revista de Sud América (Chile), y a la vez a La Soberanía del Pueblo, a

El Paraná y La Luz (Paraná) que han anunciado la aparición sucesiva de las entregas con palabras más o

menos animadoras”. Agradeciendo a todos estos periódicos, concluía Quesada deseándoles “…prosperidad,

cualesquiera que sea el color político que representan”.

Un tema fundamental para la supervivencia de la Revista era el logro de suscripciones oficiales. Por ello,

aprovechó Quesada la oportunidad para destacar la respuesta de los diversos gobiernos. En primer

lugar, la del Gobierno de la Provincia de Entre Ríos, a cargo del General Urquiza, que contestó con una

carta elogiosa, que Quesada transcribe, y una suscripción por veinticinco ejemplares. El Gobierno de la

Provincia de Buenos Aires se suscribió por diez ejemplares. El de Corrientes, por veinte, y adjuntando

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una nota también muy conceptuosa firmada por el Gobernador. El Gobierno de Santa Fe se suscribió

por cuatro ejemplares. En notorio contraste con estas respuestas, pasa Quesada a transcribir la carta de

respuesta del Gobierno Nacional, acompañada de un lacónico comentario:

“El Gobierno Nacional contestó en los términos siguientes: Ministerio del Interior, Paraná, Marzo 14 de 1861.

Señor don Carlos Casavalle. En vista del Acuerdo del 5 de octubre último y motivos en que se funda, el

Gobierno no puede prestar apoyo oficial a publicación alguna periódica; y aunque la Revista del Paraná –por

su carácter literario y científico- merece especial atencion por parte del Gobierno; sin embargo, cumpliendo la

disposición citada, ha provisto con esta fecha, no acordando la suscripción solicitada, lo que comunico a V. A

sus efectos. Dios guarde a V. José María Zubiría

Parece que una estricta economía ha impedido al Ejecutivo hacer la más mínima erogación a favor de una

publicación, la primera en su género que se inicia en las provincias argentinas”.

El comentario era lapidario y mostraba la desazón de Quesada respecto del Gobierno nacional.

Agregaba luego el Director una carta de Benjamín Villafañe en representación del Gobierno Tucumano

con buenos augurios para la revista pero negando también toda suscripción. Concluía entonces:

“Los gobiernos de Entre-Ríos, Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe, han mostrado por el hecho de suscribirse

el deseo de proteger y estimular las letras argentinas. Les damos las gracias por ese acto de protección que

los eleva sobre los que no pueden o no quiere comprender la importancia de protegerlas. Mientras algunos

gobiernos volvieron desdeñosamente la espalda a la publicación que se iniciaba en la Capital de la República,

el pueblo, con ese instinto y buen sentido que lo distingue, acogió y protegió la idea, habiéndose agotado la

primera edición de 600 ejemplares del primer número, y viéndonos obligados a reimprimirlo. Hoy mismo está

agotada la edición de 835 números que se tiran; no habiendo podido reservar el editor ningún ejemplar.

Habíamos pensado hacer quincenal la Revista, como una prueba del deseo de corresponder a la numerosa

suscripción; pero la situación política nos impide por ahora que realicemos esta mejora. Nuestros lectores

comprenden bien lo que han aumentado los gastos, haciéndose más difícil la correspondencia, desde que

están suspendidas las líneas de vapor que ligaban los ríos Paraná y Uruguay con los mercados de Buenos

Aires y Montevideo, y estas causas nos impiden por ahora introducir esa mejora. Sin embargo, apenas

desaparezca esta crisis, trataremos de mejorar nuestra publicación”.

Como puede observarse en estas líneas, las dificultades no eran pocas y la molestia por la falta de

apoyo del gobierno nacional y de muchos gobiernos provinciales no era menor. Sin embargo, nada

indica la posibilidad de cerrar la publicación. Por el contrario, el anuncio es que en el futuro los servicios

podrían ampliarse. Estamos a fines de agosto, y resulta por ello difícil de aceptar el comentario del

biógrafo principal de Casavalle, respecto de que el 1º de Agosto “el traslado con la imprenta a Buenos

Aires era asunto resuelto”. Echemos primero un vistazo a la lista de suscriptores que acompaña el

comienzo del segundo tomo: figuran allí en total 653 suscriptores por un total de 737 ejemplares, sin

contar los suscriptores de la República Oriental del Uruguay y otros países. Era una cantidad abundante,

aún restando algunos ejemplares de suscripciones suspendidas. No había, en ese momento, motivo

alguno para cesar en el intento. Pero si analizamos la composición de la suscripción, podemos

comprender el pronto final a la luz de la crisis de la Confederación: sobre 737 ejemplares suscriptos, 59

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corresponden –como vimos- a los gobiernos de las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires y

Santa Fe; 20 corresponden a la suscripción personal del General Urquiza; 90 son de altos funcionarios

de los gobiernos nacional y de provincias, dignatarios militares y eclesiásticos; 30 son de legisladores, la

mayor parte de los cuales eran porteños desterrados; otros 6 corresponden a diplomáticos de potencias

extranjeras. Tomemos en cuenta, además, seis suscriptores del interior de la provincia de Entre Ríos

que cancelaron la suscripción. Es decir, sobre 737 suscripciones activas, 205 corresponden muy

directamente al funcionariado y al equilibrio de fuerzas imperante en el sistema de la Confederación.

Esto es más del 27 por ciento de la suscripción. A esto debía agregarse que los costos de imprenta de

Casavalle eran lo suficientemente bajos debido a que dispone de la concesión del Boletín Oficial de la

Confederación, motivo principal por el que se trasladó a Paraná. Por ello, la caída del gobierno

confederal sería catastrófica para su empresa. Hemos comentado, además, los problemas de

distribución y cobro, agravados por la dispersión de las suscripciones en Entre Ríos (7 localidades) y

Corrientes (7 localidades). Geográficamente considerados, los ejemplares suscritos correspondían a:

Provincia Cantidad de ejemplares

Capital Provisoria de la

República

180

Resto de Entre Ríos 247

Corrientes 102

Santa Fe 63

Buenos Aires 59

Córdoba 38

Tucumán 25

San Juan 15

Salta 8

Es notable la desproporción entre una gran suscripción lograda en la Capital Provisoria, y una muy baja

obtenida en Buenos Aires, donde la barrera del enfrentamiento no se superaba en cuanto a la imagen

de una revista “de la Confederación” escrita por hombres de la Confederación.

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4.1.7. El final, el principio

El fin de la Revista del Paraná –y con él, los comienzos del proyecto de la revista en Buenos Aires-

sobrevino, pues, con la crisis final de la Confederación. Tal como había sucedido a Coni en Corrientes

en la década anterior, las posibilidades de desarrollo en una ciudad del interior –aún una ciudad

importante- estaban, para un impresor y librero profesional con ansias de progreso, atadas a acuerdos

contractuales con el Estado, y si estos se perdían, debía el emprendedor retornar a Buenos Aires. Así

sucedió con Casavalle. Se quedó en Paraná hasta el último minuto y sólo se marchó cuando no hubo

más nada que hacer. Recordemos que –a pesar de los graves inconvenientes causados por la guerra y

el bloqueo- la Revista podía sostenerse hasta tanto se recuperase la paz, en la medida en que el Estado

Nacional mantuviese sus contratos con Casavalle, que los gobiernos provinciales apoyasen la iniciativa

con suscripciones y otras medidas de respaldo, que el sistema de correos y postas funcionase

mínimamente, que Quesada continuase como Funcionario de la Nación y que el número mínimo

necesario de suscriptores pudiese sostenerse con la tenue capa dirigente de funcionarios de los tres

poderes radicada en Paraná. En agosto de 1861 todo parecía indicar que se repetiría la campaña de

1859, al menos todo parecía indicarlo en el microclima político de la Capital de la Confederación. Pero el

17 de Septiembre abrió paso a la victoria de Buenos Aires, situación que fue consolidándose con el

correr de los días, y que las fuerzas del General Mitre pudieron aprovechar. El resultado de esto fue el

inmediato caos: cese de pagos del Estado, incertidumbre, vacío de poder, intrigas, y las fuerzas

porteñas avanzando sobre el interior: Rosario primero, hacia Córdoba de inmediato, amenazando

pronto a Santa Fe. Nada indica que Casavalle tuviese previsto el retorno a Buenos Aires en el mes de

Julio, como se desprende de la biografía escrita por Piccirilli. El impresor continuó a cargo de las tres

publicaciones a lo largo de todos los preparativos militares. El número 8 de la Revista del Paraná (que

sería el último), apareció el 30 de Septiembre, es decir, casi dos semanas después de la Batalla de

Pavón (librada el 17 de Setiembre).

Pero un mes después de la batalla, el 14 de Octubre, la situación en la Capital se había tornado tan

nebulosa, que el propio Vicepresidente Pedernera, en ejercicio del Poder Ejecutivo, decidió, en acuerdo

de Ministros, clausurar todas las publicaciones que se editasen en Paraná, salvo el Boletín Oficial “cuya

publicación continuará en la forma establecida”. Concluía así el periódico “El Paraná”, y aunque la

Revista no había emitido juicio alguno sobre la actualidad, la decisión del Ejecutivo no la excluía. Aún

así, la esperanza no desaparecía, podía esperarse tiempos mejores, ya fuese porque el General Urquiza

se hiciese cargo de la Presidencia para negociar o guerrear con Buenos Aires, ya porque un acuerdo de

paz restaurase la vida normal. Mientras tanto, Casavalle continuaría con el Boletín y Quesada con sus

funciones. Pero la situación se deterioraba más y más. Ya a fines de setiembre el gobierno había hecho

imprimir proclamas en el Boletín Oficial abandonando toda neutralidad en esa publicación: “La buena

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causa triunfa ya definitivamente sobre la insolente rebelión. Mitre, en su último baluarte (…) habrá

sucumbido probablemente a estas horas bajo el poder de las armas nacionales triunfantes en Pavón…”

(26 de setiembre). Pero a partir de mediados de octubre desaparecieron tanto las referencias a los

sucesos en marcha como la cantidad habitual de documentos. Casavalle debió entonces recurrir a

materiales de relleno. El 8 de Noviembre, debe publicar la renuncia de Derqui a la presidencia. Las

tropas porteñas avanzaron hacia el norte; el 22 de noviembre se produce la tristemente célebre

matanza de Cañada de Gómez, y ya el 1ª de Diciembre se reciben en Paraná las indicaciones del

General Urquiza de que debía entregarse todas las instalaciones de la Confederación a la Provincia, la

cual reasumía la soberanía sobre su territorio, incluida Paraná. La última edición del Boletín Oficial se dio

al público el 3 de Diciembre de 1861. La semana subsiguiente fue dedicada por Pedernera a organizar

una entrega lo más ordenada posible del gobierno, que cesó en sus funciones el día 12 del mismo mes.

La Revista del Paraná no volvería a editarse. Para Quesada y Casavalle, había llegado la hora de

retornar a Buenos Aires1.

La derrota de la Confederación a manos de la burguesía comercial porteña dio como resultado en el

naciente campo intelectual un retroceso en la dirección que iba tomando la construcción de una

hegemonía moderna basada en la articulación igualitaria de las regiones políticas y económicas del país.

La historia continuaría su desarrollo en la construcción de un relato común del pasado que constituyese

la identidad nacional, pero el interés central mostrado por el periodismo de la Confederación por

constituir la historia y geografía nacionales a partir del estudio de todas las provincias dejaría lugar a un

relato basado en la centralidad de Buenos Aires y su elite comercial. Las inquietudes americanistas

cederían paso –durante varias décadas- a un europeísmo extremo. Y la literatura marcharía hacia la

modernidad con signos de fractura entre el espacio del nacionalismo federalista orientado temática y

estilísticamente hacia el interior profundo con expectativas de conexión directa con la tradición latina

clásica (Olegario Andrade, Francisco Fernández) o la gauchesca (Hernández), y la tradición porteña

europeísta.

En Entre Ríos, el impulso aportado por la Revista del Paraná sumado al de los periódicos impulsados por

Urquiza en las principales ciudades entrerrianas, y a la irrupción en escena de las primeras camadas de

egresados del Colegio del Uruguay, dio rápidamente frutos con la aparición de las primeras revistas

1 Quesada vivió aun muchos años después de estos episodios, y pudo completar su obra no sólo con las revistas sucesivas, sino también como jurista,

director de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, responsable de importantes misiones en el exterior (Europa y Estados Unidos), Ministro en la Provincia

de Buenos Aires, Diputado Nacional, Diplomático en Europa, Brasil, México y los Estados Unidos, y autor de numerosísimos libros y artículos,

alcanzando además a tener la fortuna de ver a su hijo Ernesto desarrollarse como un intelectual de fuste. Casavalle se convirtió, una vez de regreso en

Buenos Aires, en el más importante editor de literatura nacional de la segunda mitad del siglo, su imprenta y librería alcanzó el máximo de prestigio y su Boletín Bibliográfico fue y es una referencia inexcusable. La Revista del Paraná fue resguardada del olvido por -entre otros, y además de su director-

Ricardo Rojas y por protectores de colecciones hemerográficas como Martiniano Leguizamón y Bartolomé Mitre, quien sería, años después de aquellos

bélicos tiempos, interlocutor intelectual y amigo entrañable de don Vicente Quesada. Por su importancia en una etapa decisiva de la formación de nuestra

modernidad, por su interés humano y por su influencia posterior, el lugar de la Revista del Paraná en la historia de nuestra cultura y de nuestra industria editorial está más que suficientemente garantizado.

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literarias (como El Alba y El Cóndor) en la década de 1860, la continuidad de los estudios históricos

provinciales y el desarrollo de una era dorada del periodismo, la poesía y la dramaturgia provinciales. A

medida que el territorio de autonomía del campo cultural se fue desarrollando junto a la reformulación

de las relaciones de fuerzas sociales (en las que la burguesía portuaria sería finalmente subordinada a la

pujante clase terrateniente), también en Entre Ríos pudo articularse no sin dificultad tales espacios. Así,

los debates entre Andrade y Carriego sobre el rol de Urquiza en la modernización circulaban en carril

distinto que la creación literaria del primero, quien a su vez llegaría a ser reconocido como poeta

nacional por los otrora enemigos. Mitre llegaría incluso a reconocer el carácter pionero del Colegio del

Uruguay en el impulso dado a la literatura nacional e incluso en la creación de la primer cátedra de

Literatura Nacional implantada en Sudamérica. Hacia el fin de siglo, figuras surgidas del Colegio del

Uruguay como Fray Mocho, Onésimo Leguizamón y Emilio Onrubia, con las experiencias de una revista

masiva de interés general, un diario moderno y una estrategia comercial de producción teatral

respectivamente, así como el impacto del arielismo y el modernismo, mostrarían hasta qué punto la

transición cuyo origen rastreamos aquí estaba concluida, y las revistas de construcción del campo

dejarían su lugar a nuevas experiencias.

4.2. Hacia La Nación

Después de la disolución de la Confederación, la hegemonía de Buenos Aires sobre el conjunto del país

pudo consolidarse. La burguesía agraria bonaerense pasó entonces de enemiga del interior a

componente fundamental de una nueva clase nacional, clase que impone su propio programa en 1874 y

lo estabiliza con la “conciliación” de 1878 y la capitalización de Buenos Aires en 1880.

Resulta difícil, si no imposible, hallar algún tipo de proporción entre la tarea histórica realizada y la

cantidad y calidad de los actos de exterminio con que se la acompañó: Entre la batalla de Pavón (1861)

y la federalización de Buenos Aires (1880) se produce la consolidación del Estado nacional y su

pacificación, la eliminación del problema de la aduana del puerto que se nacionaliza (pues la producción

de excedente exportable en el interior ha nacionalizado los ingresos de la misma), y el ingreso de todos

los signos de modernidad largamente esperados: tecnología para el armado de redes de

comunicaciones y transportes, expansión de la frontera agrícola y tecnificación de su producción,

sistema educativo, inmigración. Paradójicamente este gigantesco desarrollo aparece teñido de terror e

incluso de despoblamiento y retroceso de algunas regiones, por medio de una serie de actos vicarios:

una por lo menos abusiva guerra de policía llevada a todas las provincias excepto Entre Ríos por el

Estado porteño primero, nacional después (1862-72) causando la desaparición de la infraestructura de

las fuerzas militares provinciales, del partido federal y de la base social de las montoneras; la

desaparición física de la fracción uruguaya aliada del federalismo entrerriano (1864); el aniquilamiento

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del Estado paraguayo (1865-70); la intervención militar y guerra contra el jordanismo en Entre Ríos con

batallas dignas de una antología de la masacre (Ñaembé, Don Gonzalo, entre otras: 1870-73, donde se

aplican los nuevos fusiles Remington y ametralladoras Gatling), ajuste de cuentas político militar entre

fracciones dominantes del Estado nacional (1874), conquista militar del desierto pampeano y Patagonia

(1879-84)2.

La estructura que aglutinó a todo el interior en la perspectiva de dominar y capitalizar a escala nacional

las rentas del puerto de Buenos Aires no volvió a constituirse. Mitre, victorioso en Pavón, logró

aprovechar al máximo su victoria y derrumbó el aparato político y militar de las provincias interiores,

sosteniendo a su vez a algunos caudillos favorables. En acertada expresión de José Hernández,

reemplazó a los caudillos por los "procónsules", a sangre y fuego. El ejército de Buenos Aires se

transformó en la base y conducción del ejército nacional. Junto a las victorias y aplastamiento de los

gobiernos y las débiles fuerzas militares federalistas del interior, en tanto una hábil política de

negociación marginaba a Urquiza en su provincia a cambio de no cuestionar su poder en Entre Ríos, la

guerra contra el Paraguay permitió la definitiva constitución de un ejército del Estado nacional

suficientemente poderoso como para hacer efectivo el monopolio de la fuerza legítima. Atrás, en los

campos de batalla y pueblos del Paraguay y de todas las provincias interiores, quedaba un reguero de

sangre.

"Pacificado y unido el país, acude por fin, medio siglo después del grito emancipador, la tan ansiada

inmigración europea, junto con capitales y técnica del continente. Pero el tiempo no pasa en vano; si la

inmigración cumplía los mismos fines útiles, el capital presentaba ahora características muy diversas:

representaba el excedente exportable de grandes centros financieros, cuya capacidad desbordaba los

respectivos mercados internos. Ya no era tanto un elemento identificado con hombres y dispuesto a dejarse

asimilar; representaba la inversión de una entidad despersonificada, que procura dividendos productivos y no

acepta nacionalizaciones, pues forma parte de núcleos económicos bien arraigados en el exterior. Vino ese

capital para aplicar la técnica moderna, tan necesaria a un país pastoril, y para extraer dividendos. Cumplió

su misión a conciencia, ayudado por la coyuntura, con mayor celo quizá en lo referente al segundo

objetivo..." (Giberti, 1961: 149 in fine).

La gigantesca ampliación de los mercados europeos, sobre todo el inglés, para la colocación allí de

productos agropecuarios impactó con fuerza gigantesca en el litoral, que transformaría su fisonomía en

una generación.

Pero los efectos contradictorios del ingreso en la modernidad se hicieron notar de inmediato, y Entre

Ríos no fue la excepción: el Estado provincial comenzó a endeudarse con empréstitos de origen inglés,

las tierras comenzaron a cerrarse y a consolidarse los títulos, causando graves conflictos con familias

2 Esa desproporción era correlativa de una enorme distancia respecto del “Otro”, expresada sin tapujo incluso en la pluma de los primeros

historiadores argentinos: “La raza criolla en la América del Sur (...) era un vástago robusto del tronco de la raza civilizadora índico-europea a que

está reservado el gobierno del mundo (...) es una raza superior y progresiva a la que ha tocado desempeñar una misión en el gobierno humano en el hecho de completar la democratización del continente americano y fundar un orden de cosas nuevo destinado a vivir y progresar” (Mitre, Bartolomé:

Historia de San Martín, p. 22). En Historia de Belgrano, el autor se refiere a las tareas sobre las otras razas del país: “...civilizándolas, y aún

suprimiéndolas...”.

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que habían ocupado tierras y habían trabajado en ellas por generaciones sin poseer la propiedad. Los

gauchos sufrieron el mismo conflicto, agravado por el constante cerramiento de campos. Los pequeños

propietarios pronto sufrirían por su condición al intentar la colocación de pequeñas producciones en el

mercado y en los transportes de salida de la provincia. Una durísima ley fiscal (el famoso contrato

Fragueiro) generaría una gigantesca oleada de descontento.

Una de las primeras voces periodísticas que se alzó para denunciar el horror del desplazamiento de

familias por cerramiento de tierras fue la de Evaristo Carriego en Entre Ríos. A comienzos de 1862,

desde su nuevo periódico El Litoral3 y amparado en el núcleo naciente de oposición política local en

Paraná, editó una serie de artículos brillantes, impresos luego como folletos. Un ejemplar se conserva

aún en el Museo Martiniano Leguizamón.

Urquiza continuó con el incuestionable mando de la provincia. Impuso, contra los sentimientos

populares –y de sus propios lugartenientes que preferían a Ricardo López Jordán- la candidatura a

gobernador de un personaje mediocre (Domínguez) en 1864, a quien pudo manejar a voluntad. En

1868 volvió a postergar a López Jordán haciéndose él mismo de la gobernación nuevamente. En ese

momento se preparaba ya la revolución para derrocarlo.

El bloque social en que se basó el poder de Urquiza durante la Confederación se fracturaba: por un lado

la joven burguesía terrateniente hallaba cada vez más cómodo su lugar en el Estado moderno, y más

incómoda la presencia de elementos de la forma organizativa anterior: el gaucho ya no era necesario

pues la época de las guerras constantes concluía, y la contratación eventual para trabajo a campo

abierto también. Debía éste ser reemplazado por el peón de campo, sedentario y desarmado. Por otro

lado, la camada intelectual del Colegio del Uruguay, formada pensando en ocupar la primera línea del

Estado se encontraba de pronto relegada a un lugar secundario y limitado, y en el cual había espacio

para pocos. En tercer lugar, todo el aparato político-militar del Urquiza caudillo comenzaba a oxidarse y

a perder razón de ser en tanto el Caudillo mutaba a manso y patriarcal terrateniente. Finalmente,

estaban los sectores sociales golpeados con dureza por esta nueva realidad: ocupantes, pequeños

propietarios rurales, comerciantes de Paraná en crisis por la pérdida de la capitalidad, y

fundamentalmente el gauchaje, bastante más fuerte que en otras provincias por la importancia que

tuvo el ejército entrerriano y por no haber sido diezmado en la década de 1860 –como sucedió en otras

provincias- por el horror policíaco del ejército porteño primero, y por la guerra contra el Paraguay luego

(las tropas convocadas por Urquiza para servir en la misma se le desbandaron en dos oportunidades,

con la evidente anuencia de parte del Estado Mayor, haciendo que sólo pudiese enviar un par de

batallones de infantería y lastimando su prestigio militar y su capacidad de negociación con Mitre).

3 Era la primera vez que podía aparecer en Paraná un periódico independiente del poder del General: Ahora que Urquiza se replegaba como

gobernador y existía como contrapeso una autoridad nacional de otro signo, a la vez que una base social suficiente para el descontento.

Page 26: Signos

Otras novedades, como el trazado del ferrocarril, mejoras en los puertos, aumentos de contingentes

inmigrantes, aumento de las exportaciones, son acompañadas por su contracara de empobrecimiento y

pérdida de espacio de sectores rurales pobres.

El rol dirigencial del viejo aparato político-militar choca con la creciente institucionalización de la

democracia parlamentaria a nivel nacional y provincial. Andrade se ajusta al proceso de modernización,

como incondicional de Urquiza. Carriego, respalda al núcleo opositor en Paraná, lo expresa en el

periódico y luego en el parlamento provincial, pues triunfa en las elecciones. Pero poco después partirá

al destierro. Más conflictivo aún es el aumento de la tensión al interior de la fuerza armada. Y lo más

grave e inmediatamente conflictivo: todos los mecanismos de legitimidad tienen de momento la misma

cabeza: Urquiza.

4.2.1. Entre Ríos: último refugio de la prensa de la Confederación

Recordemos que una de las características del proceso en curso era, en términos periodísticos, que las

lealtades facciosas comenzaban a tornarse disfuncionales a la política moderna, y que por ello se iban

abriendo espacios cada vez más amplios en los cuales dichas lealtades se proclamaban irrelevantes (Cfr.

Halperín Donghi, 1985, cap. 4). Sin embargo, durante los años '60 el proceso en Buenos Aires continuó

siendo diferente que el de la única provincia no intervenida: el poder de lo faccional era muy superior, y

el mercado local todavía no lograba desarrollarse lo suficiente como para dar libertad al empresario

periodístico. Por otra parte, en tanto en Buenos Aires las lealtades facciosas permanecían en tanto no

eran reemplazadas por mecanismos superiores de relación política, en Entre Ríos dichas lealtades

significaban la supervivencia o la muerte para amplios sectores. Fue así Entre Ríos en la década de 1860

una continuación en escala geográfica restringida de la transición diferencial vivida en la década anterior

en todo el interior. El periódico más importante fue –ahora más que nunca- El Uruguay. En 1862 se

llamó "Diario de la Tarde", y al año siguiente volvió a su nombre anterior. No existía la menor

posibilidad económica y política de aparición de otro periódico local. Ya no escaseaban los redactores,

pues el Colegio del Uruguay producía hombres formados en abundancia, aunque El Uruguay tomaba ya

la forma de una empresa familiar, y en 1864 lo redactaba Julio Victorica, hermano de Benjamín y autor

muchos años después del famoso libro Urquiza y Mitre.

En Gualeguaychú se instaló Olegario Víctor Andrade, "perdonado" por Urquiza luego de su conflicto de

lealtades de 1860 y 61, comenzando su mejor etapa como orador y periodista, y produciendo gran

cantidad de poesías. El periódico El Pueblo, de Eugenio Gómez se transformó en El Pueblo Entre Riano

con la incorporación de Andrade y la ampliación de su calidad y variedad temáticas. Escribían también

Francisco F. Fernández, otro egresado del Colegio, y Marcos Funes, que llegó de San Luis huyendo del

mitrismo luego de Pavón.

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En 1863 aparecerá nuevamente el grupo liberal local con un periódico de su tendencia, ahora mucho

más definida pues la libertad de prensa contaba en última instancia con la garantía del gobierno

nacional. Se llamó La Democracia, y prestó especial atención a los elementos de modernización que el

gobierno nacional estaba logrando: el ferrocarril, las leyes de tierras, la inmigración, la pacificación.

En 1864 existió en esta ciudad una efímera experiencia (ocho meses) de una revista literaria, "El Alba",

actividad que comenzaba a extenderse en el mundo periodístico de Buenos Aires. Nos muestra ella que

el desarrollo de los espacios a salvo del poder se ampliaban, pero al mismo tiempo que eran estos aún

débiles: Emilio Onrubia, joven literato y dramaturgo, debió abandonar la ciudad por las alusiones a

personalidades locales que contenía una de sus obras. Por ello cesó la revista, y Onrubia se radicó en

Buenos Aires. Lo mismo puede decirse de las posibilidades del mercado: si bien eran aún muy débiles,

logró editar cerca de cien ejemplares por suscripción, mayoritariamente femeninos.

La situación social se tornaba más difícil. Los artículos basados en la dicotomía bien-mal comenzaban a

verse matizados con comentarios como "¡A civilizarnos!" con que respondía El Pueblo Entre Riano al

artículo presentación de La Democracia, agregando "los gauchos de Entre Ríos no entienden de

periodismo..." (Cfr. Borques, p. 116). Aparecía la ironía, la búsqueda de parábolas desde las que realizar

una visión crítica, la afirmación romántica de la misión periodística junto a los más débiles (Carriego con

“La Tierra” fue paradigmático), esfuerzos de justificación crítica de la jefatura (Andrade justificando

brillantemente la necesidad histórica de una autoridad fuerte), etc.

Poco después de la elección de Domínguez se produjo un hecho que muestra también la transición

vivida: una serie de desencuentros personales entre Andrade –a la sazón diputado provincial- y Gómez,

que llegó a ser presentado a tribunales, provocó la apelación de ambos a sus respectivas influencias. Al

parecer Andrade tenía mejor acceso a Domínguez y al juez, lo cual significó la detención de Gómez y la

suspensión por unos días del periódico. Pero la solución, en pequeña escala, se pareció mucho al viejo

método urquicista:

" Pero tanto Gómez como Andrade, habían ya escrito a sus amigos de Concepción del Uruguay informando de

cuanto por aquí acababa de suceder, de manera que de pronto la deshecha tormenta que tenía a todos alarmados, se disipó a una sola palabra pronunciada por el gobernador Domínguez o más bien dicho por el General Urquiza" (Borques, ídem, p. 103).

El resultado fue equilibrador: Gómez continuó editando El Pueblo Entre Riano junto con Funes y

Fernández, reemplazando a Andrade por Exequiel Crespo, natural de Gualeguaychú, lo cual también nos

habla de los efectos de la política de instrucción iniciada tres lustros antes. Y Andrade recibió también la

subvención necesaria para poder editar otro periódico, que llamó El Porvenir.

Mientras tanto, parte de la familia De María continuaba su desarrollo como empresa periodística,

aunque todavía en un sentido bastante primitivo: probarían suerte en Gualeguay y en Victoria, en 1864,

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instalando periódicos independientes. Aunque con éxito relativo, el dato sirve para mostrar el desarrollo

del mercado local, y también del mundial, pues los precios de las imprentas planas han bajado.

En la ciudad de Paraná la situación política se tensó rápidamente debido a la crisis económica causada

por la pérdida de la capitalidad. Resultado de ello fue que rápidamente se formó un núcleo de oposición

política en la ciudad, que en febrero de 1864 logró imponer, por primera vez en la provincia, su

diputado (Carriego). La prédica de su periódico logró aglutinar el interés de las molestas fuerzas vivas

de las ciudad ante el nuevo orden de cosas, en tanto no chocaba aún frontalmente contra Urquiza por

cuanto, amén de imposible, el conflicto quedaba planteado exigiendo a Urquiza retomar su rol de jefe

beligerante. El enemigo a agredir con fuerza era el mitrismo: la historia se había detenido en los campos

de batalla de Pavón. Era preciso volver allí y triunfar.

Es en torno a este discurso que puede interpretarse con claridad la prédica de Hernández en El

Argentino en 1863, financiado por Urquiza para oponerse a Carriego, quien proponía un discurso con

similar grado de rencor contra los porteños, pero proponiendo como conveniente aceptar el estado de

cosas generado a partir de Pavón, pues esto era militarmente irreversible. Era la posición de Urquiza,

quien reforzó la línea del periódico con panfletos llamando a la calma y a respetar su investidura: había

que prepararse para las elecciones nacionales dentro de las reglas de juego vigentes, manteniendo

unido al Partido Federal y negociando alianzas.

Francisco F. Fernández, brillante hijo de la generación del Colegio del Uruguay4, comenzó su acción

periodística en Paraná, en 1862, con El Soldado Entrerriano. Poco después pasaría a Gualeguaychú.

Al periódico de Hernández le sucedió "El Paraná", redactado por Eusebio Ocampo, ahora hombre de

Urquiza. En tal condición fue elegido diputado nacional poco después, cesando el periódico. En El

Paraná escribía otro escriba de la etapa anterior: Manuel Martínez Fontes.

Los años que van de 1863 a 1865 fueron terribles para quienes esperaban revertir la situación: se

terminaban las alianzas entre provincias y países limítrofes, se imponía Buenos Aires montado en el

aparato de Estado nacional cada vez más abarcativo y poderoso. Los generales federales del interior,

como el Chacho Peñaloza eran muertos sin que Urquiza moviese un pelo; el aliado tradicional del

partido federal en Uruguay era aniquilado en 1864 frente a las narices de Urquiza, mientras éste

proclamaba "estricta neutralidad"; en 1865 comenzaba la guerra contra el Paraguay y Urquiza se

mostraba dispuesto a combatir junto a Mitre.

El bombardeo de Paysandú generó una gran inquietud y actividad intelectual -de hecho se dice que el

poema de Andrade "A Paysandú" es el mejor de este autor, y no fue el único: Gervasio Méndez también

escribió uno a los héroes y mártires del mismo. Éste y la guerra contra el Paraguay marcó a fuego la

4 Cfr. Chávez, Fermín: “Francisco F. Fernández, periodista, dramaturgo y revolucionario”. En: Chávez, Fermín, Civilización y Barbarie en la

Historia de la Cultura Argentina.

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generación intelectual del Colegio, que además adscribía en su totalidad al romanticismo en boga en su

época (son parte de la llamada "segunda generación romántica").

En Entre Ríos había serio riesgo de sublevación antiporteña, y la propaganda contra la guerra al

Paraguay y en favor de la revancha de Pavón hacía mucha mella. Desde el gobierno nacional se pidió a

Urquiza que modere "su" prensa, y éste sacudió presupuestariamente la misma. El resultado de ello fue

que Andrade continuó escribiendo en El Porvenir a cambio de no mencionar o mencionar muy poco la

guerra y la triple alianza.

Evaristo Carriego no se las vio tan fáciles: Urquiza encontró un mecanismo hábil para liquidarlo:

convocarlo a milicias para la guerra. El resultado de ello fue la huida de Carriego a Buenos Aires (Cfr.

Bosch, p. 626). Allí en 1866 editaría un folleto pasquín denostando al jefe entrerriano. En Buenos Aires,

más adelante en Córdoba y nuevamente en Entre Ríos, sería desde entonces un periodista profesional.

Ese último año el espacio de El Litoral intentó ser ocupado por un sobrino de Carriego, Floriano Zapata,

que editó "El Eco de Entre Ríos", el cual duró hasta el año siguiente.

Una característica de la prensa entrerriana a comienzos de la guerra contra el Paraguay es que no podía

evitar ponerse en contra de ella, y sobre todo en contra el mitrismo, pues la provincia comenzaba a

verse recorrida por una fractura horizontal. Comenzaba a vivirse una fuerte modificación en la función

de la prensa: aprender a generar entrelíneas, y hallar el espacio discursivo de aceptación en la “opinión

pública” hallando “denominadores comunes” discursivos en una sociedad heterogénea y móvil. En 1866,

en tanto en Buenos Aires la prensa facciosa comienza a verse acotada a ciertos campos temáticos y

limitada en sus alcances, Entre Ríos comienza a vivir la experiencia en que la prensa intenta mostrar la

connivencia de la nueva situación con lo que históricamente fue la alianza social que encabezó Urquiza:

Debe asumirse el estado de cosas sin vivirlo como tremendamente contradictorio. Para hacer aceptable

y creíble esta afirmación, la prensa debía mostrar que continuaba tan antiporteña como siempre. El

problema es que la situación comenzaba a desbordarse5, e incluso en prensa comenzaba a aparecer

textos genuinamente en contra del orden mitrista y urquicista.

En 1867 se produce un hecho que modificará y -como ya sucedió en Europa- modernizará la prensa

provincial: la clausura general ordenada por el Poder Ejecutivo Nacional:

"... el Ministro del Interior Dr. Guillermo Rawson, se dirigió al gobernador [Urquiza] en los siguientes términos, el 26 de

enero de 1867: "Los periódicos "El Porvenir" y El "Pueblo" [Entre-Riano] de Gualeguaychú y El Eco de Entre Ríos y El

Paraná, que se publican en la ciudad de este nombre, han tomado una dirección incompatible con el orden nacional, y

con los deberes que al Gobierno General incumben en épocas como la presente.

Esos periódicos sostienen, provocan y fomentan abiertamente la rebelión contra las instituciones Nacionales y contra los

poderes públicos creados por ellas: cometiendo así un delito que tiene penas fijas y severas por las leyes de la Nación, 5 "La ciudad está llena de malvados", informa el almirante Tamandaré respecto a Paraná, cuando pasó hacia el frente de guerra en 1866. En Uruguay la

animadversión era pero aún.

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cuya aplicación será oportunamente promovida ante quien corresponda. Pero entre tanto se hace necesario suprimir el

escándalo de dichas publicaciones, empleando los medios que la Constitución ha puesto en manos del Poder Ejecutivo

en casos como el presente.

En consecuencia el Sr. Vicepresidente de la República me ordena dirigir a V.E. esta comunicación encargándole que

haciendo uso de las facultades que el Estado de Sitio confiere, y que él transfiere a V.E. en cuanto baste para el efecto,

se sirva V.E. disponer que cese la publicación de los referidos periódicos, usando con las personas o con las cosas de

medios de acción adecuados para conseguirlos"“ (Cit. por Vázquez, p. 90 y 91).

Si esta carta muestra que todavía Entre Ríos es feudo intocado de Urquiza, expone también que había

llegado el tiempo en que la oposición encontraba límites pero a la vez una esfera de disenso. Por eso

esta acción del poder ejecutivo no significó, como hubiese pasado antes, el aplastamiento de los

periódicos y el destierro u ostracismo de sus redactores, sino una delimitación: la mayor parte de los

periódicos pudo volver a operar de inmediato con un cambio de nombre y cuidando mucho más el

lenguaje. Comenzaba así un campo de autonomía de los redactores que antes no había existido: El

poder ya no definía todo el discursos, sino sus límites; debía aprenderse ahora a ingresar críticas con

sutileza, a intercalar entrelíneas, etc. El modelo de la prensa romántica Europea abriéndose espacio

entre libertades y despotismos durante la primer mitad del siglo XIX -y después en varios países- podía

comenzar a tomarse como modelo no sólo en lo formal.

Mientras en Concepción El Uruguay aparecía como un periódico consolidado y moderno (manteniendo

el mismo formato, por supuesto, pues esto no había cambiado aún ni siquiera en Buenos Aires), en

Gualeguaychú y Paraná se reconstituyen los periódicos. En la primera de ellas, El Porvenir pasa a

llamarse "La Regeneración". El Pueblo Entre Riano tomó el nombre de "El País". Ambos con un lenguaje

mucho más moderado. El periódico liberal “La Democracia” celebró la clausura de El Porvenir y El

Pueblo Entre Riano, para morir pocos días después: ya que estaba naciendo otro modo de organización

política, aparecían también "nuevas técnicas": la noche de Carnaval la imprenta fue empastelada6.

Las nuevas reglas de juego económicas y políticas abrieron tópicos novedosos para Entre Ríos

En Paraná, por ejemplo, por un lado pasquines anónimos de circulación clandestina o semiclandestina

(como "El Paraguay", por ejemplo); por el otro, periódicos que intentaban abrirse un espacio en un

sentido menos político y más comercial, como "El Comercio", editado por el viejo Alzugaray, (el que

fuera regente de la Imprenta del Estado) y que a partir de ahora haría numerosos intentos de imprenta;

o incluso experiencias buscando abrir un discurso político en áreas que pudiesen dentro de la legalidad

aglutinar público (como "El Centinela Católico").

6 Y es este sólo el caso más famoso de empastelamiento en estos cinco últimos años de los '60. En Paraná no aparecen por un tiempo periódicos

políticos importantes.

Page 31: Signos

En Gualeguaychú aparecería un nuevo semanario literario. En Gualeguay, un dirigente político local –

José Antonio Broches- tiene ya su propio periódico y lo redacta personalmente, iniciando todo un ciclo

en que el dirigente político local es a su vez redactor.

Nacen pues nuevos lenguajes y estilos, adecuados a la existencia de la política como práctica social

plural de reglas de juego acotadas, con sus alcances y con sus límites para el disenso; aparecen las

primeras revistas literarias, aún endebles pero expresando la existencia de lectores y escritores. Ello

también tiene en términos culturales sus desventajas: el crecimiento diferencial de Buenos Aires se

consolida definitivamente, y simultáneo al enorme desarrollo del alfabetismo, se produce el

empobrecimiento relativo de la provincia en cuanto a centros de formación intelectual superior y en

cuanto a la capacidad de contener a sus propios elementos más formados intelectualmente: la ida a

Buenos Aires es entonces una opción común para los jóvenes mejor formados.

Los últimos estertores de la prensa que conocimos hasta 1861 se producen en 1870. Ese año la fractura

social entre dos Entre Ríos que se ha venido incubando durante diez años estalla con el asesinato de

Urquiza y la resistencia armada de López Jordán contra la intervención nacional ordenada por el

presidente Sarmiento.

Poco antes los síntomas de fractura social alcanzaron al periodismo: pasquines y periódicos que

preparaban el levantamiento no eran elaborados por personajes de apellidos conocidos en la provincia,

"de buena familia" sino por elementos intelectuales egresados del Colegio y provenientes de sectores

urbanos ni pobres ni ricos, y personajes recién llegados a la provincia, de apellidos testimonialmente

desconocidos. El nombre del periódico aparecido en Paraná a comienzos de 1870, con la redacción de

Francisco F. Fernández, también es sintomático de nuevos tópicos: "El Obrero Nacional". Este fue el

nombre del periódico que editó el ejército jordanista en los meses siguientes, con los materiales de la

imprenta de Fernández -y su redacción- en lo que fue la última experiencia de prensa militar ambulante

en la Argentina.

En abril de 1870 ingresó la intervención nacional desembarcando en Gualeguaychú. Una de sus

primeras medidas fue la clausura de todos los periódicos en la provincia. Por supuesto, para hacerla

efectiva hubo que tomar militarmente las ciudades, y de inmediato aparecieron publicaciones de uno y

otro signo. Pero aquí concluye nuestro estudio, pues la que nace a partir de la derrota y aniquilamiento

de las huestes jordanistas es otra prensa, ahora sí de la misma naturaleza que la porteña, aunque,

como sucede con tantos otros elementos de la economía, la sociedad, la política y la cultura, en su

"patio trasero".

Aún así, puede escribirse respecto de los años „70, nuevas páginas heroicas de historia periodística y

cultural. Cuando se cierre esa durísima época, toda una generación de periodistas de imprenta pequeña

y cualidades políticas novedosas heredará –no siempre en forma consciente- buena parte de la madurez

Page 32: Signos

alcanzada por el periodismo entrerriano de los „60, periodismo que –con razón- se recuerda como de

excelente nivel.

4.2.2. Una tribuna de doctrina

El 4 de enero de 1870 nació el diario La Nación en Buenos Aires. Como es sabido, este periódico estuvo

presente, durante más de cien años y hasta la actualidad, en cada paso del desarrollo de la prensa

argentina. Fue el más grande, el más moderno, el más tecnificado, el más rico, el mejor vinculado con

Europa y sus adelantos, el más querido y odiado, y por todo ello pronto el más duradero de los grandes

diarios argentinos.

El ejemplar publicado ese día tiene un editorial escrita por José María Gutiérrez (director) cuyo título era

"Nuevos horizontes", en la que se comentaba que La Nación era continuación de La Nación Argentina

(1862-1869), y que el cambio de nombre cerraba una época y daba paso a nuevos horizontes:

"El nombre de este diario, en sustitución del que le ha precedido; 'La Nación' reemplazando a 'La Nación

Argentina', basta para marcar una transición, para cerrar una época y para señalar nuevos horizontes del

futuro. 'La Nación Argentina' era un puesto de combate. 'La Nación' será una tribuna de doctrina (...) Hoy el

combate ha terminado (...) y estamos triunfantes, en todas las cuestiones de organización nacional que han

sido resultas o que marchan en una vía de solución que no puede cambiar. (...) La discusión por la prensa

cambia pues de teatro y de medios (...) Fundada la nacionalidad, es necesario propagar y defender los

principios en que se ha inspirado (...) La Nación Argentina fue una lucha. La Nación será una propaganda

(...) La pluma del escritor no será ya, porque no es necesario, la espada del combatiente (...)‟La Nación‟ huye

y condena los programas negativos y por lo tanto infecundos. En tal sentido, estaremos siempre de lado de

los que profesan y defienden nuestros principios, sean gobierno o pueblo, y estaremos en contra de los que

los violen o comprometan sean gobierno o pueblo. La Constitución que es el derecho de todos, de pueblos y

gobiernos, es nuestra biblia (...) „La Nación‟, que tiene una obra que cuidar y grandes intereses y derechos

que defender, no puede tomar un programa negativo. He aquí por qué no puede hacer su misión principal de

la oposición. La oposición es un incidente y siempre lo ha sido, respondiendo hechos dados en una política

que se juzga inconveniente; pero nunca puede convertirse en principio positivo, en móvil único de la prensa

(...) La oposición no puede ser sino la impugnación de hechos y doctrinas contrarias a las que se defienden.

Presupone pues algo anterior y positivo que forma un credo y un programa, en cuyo caso, sólo se combaten

los hechos contrarios por cuanto ésto se oponen a los que se sustentan. De otra manera, la oposición sería

una tarea estéril e infecunda...”

Este famosísimo editorial ha tenido en historia del periodismo una influencia y efectos de magnitud

similar a la lograda por la carta de Quesada con que comenzamos estos ensayos: Aún hoy, la hermosa

frase que habla del fin del puesto de combate y el nacimiento de la tribuna de doctrina, encabeza la

primer página del diario.

Aparece así, según varios textos de historia del periodismo, una suerte de punto de inflexión de fecha 4

de enero de 1870, a partir del cual la facción deja paso a los tiempos de la objetividad, la opinión

pública, los disensos enmarcados en un espacio común, en fin, la prensa moderna. Relega así La

Nación, incluso, en esta misión fundante, a su contemporánea La Prensa.

Page 33: Signos

Pues bien, el punto de inflexión es una constatación ideológica ex-post facto, que llena de significado un

slogan de gran potencia estética de 1870, con experiencia y realidad proveniente de La Nación posterior

a 1880, y más claramente de La Nación de este siglo, con características de modernidad que representa

en su máxima calidad por lo menos hasta la década de 1960, pero –forzoso es reconocerlo- compartió y

comparte con muchos otros periódicos surgidos junto con la Argentina moderna. El 4 de enero de 1870,

el slogan carecía de contenido socialmente existente7, era sólo una fórmula bonita más en el arsenal de

las facciones, fórmula que por cierto tampoco era novedosa.

4.2.2.1. Antecedentes textuales.

Prácticamente todos los prospectos de los veinte años anteriores repiten al menos dos de los elementos

allí presentes: que la Nación se ha constituido y es el momento de la doctrina sin apasionamientos, de

la pluralidad de voces, de escuchar al pueblo, de una posición crítica no atada a la lealtad faccional, que

debe superarse los tiempos de la diatriba y no entrar en cuestiones personales, que el ataque no puede

ser un fin en sí mismo, que “fundada la nacionalidad, es necesario propagar y defender los principios en

que se ha inspirado”. Para no cansar al lector, recordemos, de estos mismos ensayos, las

presentaciones de los periódicos liberales de Gualeguaychú, sobre todo El Eco de Entre Ríos, de El Iris y

La Voz del Pueblo de Paraná, ya en 1851 y 52 respectivamente, de las presentaciones de Du Graty,

Mansilla y Seguí en El Nacional Argentino, entre varios otros. Más aún se nota esta semejanza en los

periódicos anteriores de Buenos Aires y -por supuesto- en trabajos anteriores de Mitre y Gutiérrez. En el

texto en sí mismo, salvo por su valor estético, no está la diferencia que causaría su trascendencia.

Eso no es todo: El interés del periódico por mostrar claramente un cambio está directamente

relacionado con los acontecimientos políticos del país y del "alma mater" de este medio gráfico:

Bartolomé Mitre8. En primer lugar, como reconoce su biógrafo y descendiente Adolfo Mitre, existe junto

a la nueva etapa empresarial del periódico en tanto búsqueda de autofinanciamiento de la actividad,

una clara intención política en el momento de la fundación:

“...Mitre contempla con pesadumbre paternal cómo el partido que él creara para disipar los

regionalismos antiguos, para reunir por sobre el Arroyo del Medio en un solo haz concordante, las

voluntades democráticas de todo el país -ese partido que él gustar llamar de “la libertad argentina”- va

dividiéndose por obra de la preponderancia oficial. „Si el presidente [Sarmiento] entiende -escribe- que

en el partido liberal hay vencidos y vencedores, yo estoy con los vencidos...” A la tendencia „autonomista‟

del localismo siempre latente, y a quienes amparan en su divisa sus ambiciones y sus despechos, él

opone ahora su profesión de fe “nacionalista”, su profesión de fe de siempre, y de tal suerte las

diferencias entre entre „crudos‟ y „cocidos‟ adquieren su sentido integral, al menos en lo que a éstos

atañe, como depositarios de una tradición de argentinismo sin cortapisas (...) ‘La Nación’, nacida casi

7 Salvo como una repetición más que testifica los deseos y voluntad de ingreso a la modernidad de una generación.

8 Pero este estado nacional único tendrá la agotadora tarea de "civilizar" de la mano de Sarmiento, las formas pre-capitalistas que sobrevivían en el

país. Era necesario instruir al público en función de las instituciones burguesas. En este sentido se hace comprensible -y hasta obvio- el esfuerzo

realizado por el primer mandatario para desarrollar el sistema educativo formal.

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correlativamente con el nuevo partido [Nacional], anuncia, sin embargo, que su oposición al

gobierno de Sarmiento no ha de ser ‘radical’” (Mitre, A. Mitre Periodista, p. 182 in fine. El

subrayado es nuestro).

Es evidente, por la constante remisión a la cuestión del modo de hacer oposición, que esto es lo que

hará La Nación desde el comienzo. Lo confirmará pronto porque ya en el número 5, a menos de una

semana de lanzado el “nuevo periódico”, se trenza en un durísimo cruce con el Presidente Sarmiento9,

en el que Mitre se burla de “la afición del presidente por las pompas del poder, simbolizada sobre todo

en la gran carroza que traía a la “gran aldea” inesperadas ínfulas versallescas” (Idem), entre varios

otros asuntos de estilo formulario, cruzándose acusaciones y defensas hasta de despilfarro en la

adquisición de muebles para la casa de gobierno...

En 1867-68, el esfuerzo de Mitre por ser el "gran elector" de su sucesor en la Presidencia por medio de

la candidatura de Rufino de Elizalde, había fracasado rotundamente, y su carta desde el frente del

Paraguay orientada a ello pasa a ser con ello conocida como su "testamento político". En octubre de

1868 dejaba el mando, comenzando su período constitucional Domingo F. Sarmiento. Pero pronto Mitre

retomó la lucha política, no sólo como senador nacional por la provincia de Buenos Aires, sino como jefe

político de su partido. Al mismo tiempo comenzó el proyecto de relanzar su diario, bajo su dirección y

con una Sociedad Anónima como razón social. Una de las últimas grandes polémicas en La Nación

Argentina fue la sostenida en 1869 con Juan Carlos Gómez, en relación con la guerra del Paraguay, en

la que se utiliza todo el armamento formulario de la vieja prensa faccional, y cada contendiente se

ocupa así de recordarle al otro deslealtades, intereses mezquinos en sus decisiones políticas incluidas

decisiones de Estado como la guerra, o deudas de lealtad para con el otro, así como realizar la propia

apología donde se es la persona ejemplar de humildad, decencia, amor al trabajo, valor, heroísmo, etc.

Un analista del discurso podría divertirse comparando este arsenal con el utilizado a lo largo de 1870:

hallaría que nada cambió10, y “nuevos horizontes” quedaría justamente encuadrado en su función de

justificar una vez más el re-lanzamiento de un periódico cuando las condiciones de lucha han variado.

No lo ha hecho incluso en la repetición de la fórmula de pedido de moderación al otro como forma de

deslegitimar su discurso, fórmula que hemos visto repetida hasta en casos extremos como... el sitio de

Lagos de 1853. Cuando apareció La Nación, fue obviamente atacada de inmediato por la prensa

9 Ya en 1869 las relaciones con Sarmiento eran sumamente tensas: El sanjuanino comenzaba a dar forma a la representación política de los terratenientes y

de las capas políticas del interior, equilibrando fuerzas con el jefe del Buenos Aires autonimista, su propio vicepresidente el Dr. Alsina. 10 Obsérvese hasta qué punto el comienzo y fin de La Nación Argentina tuvieron un espíritu bastante similar: El 12 de Octubre de 1862 Mitre asume

la presidencia legal que ya poseía de hecho desde Pavón. Su diario sería La Nación Argentina, cuya fundación y dirección encarga Mitre a José

María Gutiérrez. Gutiérrez dirá, en el editorial de primer número (13 de setiembre de 1862): "La Nación Argentina no ha ido en busca de la opinión,

sino que ha nacido espontáneamente de ella, como un fruto del árbol que llegó a su desarrollo surgiendo con el impulso que le comunica la fuerza expansiva y poderosa de donde emana”. Al país "había que educarlo, luego de haberlo salvado (...) aleccionarlo en el culto de los principios

constitucionales". Y una vez concluido su ciclo: "[no ha sido] un diario con la triste misión de defender los actos de gobierno [sino el defensor de] un

dogma y una doctrina en el gobierno y fuera de él...” (29/12/1869).

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oficialista., por ejemplo, por Héctor Varela desde La Tribuna. Mitre aprovecha entonces para insertar en

un artículo:

"Propendámonos todos, a que se destierren de las columnas del diarismo los insultos brutales, los desahogos torpes e indignos, adoptando por regla la responsabilidad moral de todo lo que se publique bajo el título de un diario..."

(Editorial de La Nación, 27/2/1870).

La "objetividad" aun no se había cristalizado en el discurso como principal operación retórica verosímil, y

de este modo, las promesas del comienzo de La Nación no dejaban de ser idénticas al comienzo del

grueso de los periódicos que nacían con pretensión de "serios" (por oposición a los pasquines). Una

diferencia sí sustancial desde el comienzo es que La Nación fue planteada desde sus inicios como una

Sociedad Anónima, con un fuerte énfasis en la búsqueda de ampliación de la suscripción como objetivo

comercial, y muy especialmente, la captación de avisos como forma fundamental de financiamiento, con

óptimos resultados para su tiempo11. Pero a pesar de la razón social propietaria y de la declaración de

principios hecha por Gutiérrez en el primer número, faltarían algunos años para que este diario llegara a

devenir en "tribuna de doctrina", con imparcialidad crítica. De momento la tensión política y militar fue

en aumento y Mitre se encontraría en 1874 en la jefatura militar de un intento de golpe revolucionario

contra Avellaneda.

"Es natural; está dentro de la lógica de los acontecimientos [se excusa Adolfo, uno de los descendientes de Mitre, N.delos A.] que el diario del jefe de los "nacionalistas" se convierta en el órgano de su partido. Insensiblemente, involuntariamente, 'la tribuna de doctrina' vuelve a la lid" (Mitre, A., 1943).

De hecho, siguiendo los artículos de 1870-74, puede afirmarse taxativamente: en la agenda temática

del diario, con claridad van diferenciándose del cuerpo central originariamente faccional en su totalidad,

secciones a salvo de lo faccional por su separación como ámbito en toda la prensa porteña y no sólo en

La Nación: documentos oficiales, avisos e información comercial ya están separados desde mucho

antes; literatura, revista de periódicos extranjeros y notas que hoy llamaríamos "sociales" lo hacen más

recientemente; más reciente aún es la diferenciación del espacio para artículos doctrinarios muy

generales referidos a las grandes líneas de construcción del Estado (educación, ferrocarril, inmigración,

etc.)12. Pero el punto principal del contenido del diario siguen siendo sus artículos editoriales y

polémicos -de posición, opinión y argumentación política-, y en este sentido La Nación de 1874 no

"vuelve a la Lid": aún no salió de ella. La "tribuna de doctrina" no es otra cosa que la

reiteración de la promesa de la incorporación a la modernidad que muchos periódicos

prometieron antes que La Nación. La gran diferencia sus contemporáneos se encuentra en que

cuando efectivamente puede hablarse de prensa moderna definitivamente instalada en la sociedad civil

11

Para 1872 la estructura interna del diario comenzaba a cambiar debido a la enorme cantidad de avisos recibida: documentos oficiales relegados,

tipografía más pequeña, hojas adicionales, secciones resumidas, etc. 12

Cfr. Halperín Donghi, Tulio: José Hernández y sus Mundos. Bs. As., 1985.

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y en la cultura, La Nación es un periódico que aún existe. Sólo La Prensa le acompaña desde el

comienzo, pero La Nación es paradigmática por su magnitud y por su fundador.

Pero en enero de 1870, el anunciado fin de la guerra es aún una quimera. Apenas tres meses después

del mismo comenzaría una de las más cruentas luchas en Entre Ríos, que en dos etapas (1870-71 y

1873) cubriría de luto y pobreza la ex-capital federal de la Confederación. En la segunda de ellas el

ejército nacional inauguró el uso sistemático del Remington.

La política de las facciones armadas, paradójicamente, sería despedida con protagonismo central del

director de La Nación en 1874, cuando intentó impedir el triunfo electoral normal de Avellaneda.

Durante todo el período pre-electoral previo, La Nación mantuvo el mismo nivel de beligerancia de la

prensa de décadas anteriores.

En setiembre de 1874 Mitre viaja a la Colonia para tomar el mando del ejército de la "Revolución

Popular", El 26, el diario La Nación apareció con la columna de noticias locales en blanco. Ese 26 de

Septiembre se realizaba uno de los últimos actos militantes importantes del periódico, el cual se

combinaba con una de las primeras operaciones retóricas visuales de su historia. Comenzaba Mitre sin

saberlo su definitiva transición a héroe del periodismo argentino13. Una vez derrotado el alzamiento, el

diario fue cerrado, hasta el 1 de Marzo de 187514. Todavía en 1876 sufriría otra breve suspesión

motivado por un artículo (“Pobre País”) de crítica a Sarmiento -en respuesta a otro de éste publicado

por La Tribuna- donde vuelve a justificar la revolución de 1874. Pero después del levantamiento de la

suspensión vendría un período de cuidado del lenguaje que -junto al enorme aumento de las ventas y el

explícito esfuerzo de construcción de un diario moderno- favorecería pocos años más tarde su paso del

posicionamiento partidario al de posicionamiento “abierto” dentro del bloque histórico que conduce la

generación del „80.

El día que se levantó la clausura a La Nación, una multitud se agolpó ante sus puertas esperando la

salida a la venta. La tirada, agotada, fue de diez mil setecientos ejemplares (Cfr. Mitre, Adolfo, Idem p.

210). Igual que en Europa en su momento, el rol opositor en el marco de una esfera de disenso

limitada pero garantida permitíría un mayor desarrollo cuantitativo y cualitativo de la prensa, y

particularmente de La Nación, pues su jefe había dejado de serlo en todo o en parte del Estado, y el

13

Entre 1870 y 1874, en lo que hace a estas transiciones, es notable el paralelismo que puede hacerse entre La Nación y La Prensa: Cuando se

produce la fractura del partido liberal en sus corrientes nacional y autonomista, Mitre transforma La Nación Argentina en La Nación el 4 de enero de

1870, y José M. Paz funda La Prensa el 18 de octubre de 1869. Ambos diarios buscan o al menos prometen, en sus comienzos, un lenguaje más

sereno acerándose a la modernidad. Ambos refuerzan la estrategia comercial en forma novedosa y haciendo hincapie en el aumento de suscripción y sobre todo la captación de avisos. Ambos son simétricos en sus actitudes hacia el gobierno, y luego hacia las elecciones, pues al principio Paz apoya

a Avellaneda. En setiembre de 1874 ambos se pliegan a la revolución, y ambos periódicos oficializan este apoyo en sendos editoriales.La Prensa,

literalmente, cierra durante la campaña. Paz fue audittor general de las fuerzas “del pueblo en armas”. 14

1874 había abierto cauce a la constitución de la Argentina moderna porque organizaba un gobierno estable con programa [clasista pero] nacional, y

transforma el sector que representaba Mitre (burguesía comercial porteña) en clase privilegiada pero subordinada. Una de las grandes ventajas para Mitre

de este proceso de armado de un Estado moderno, hegemónico en el sentido estricto del concepto, es que por vez primera los jefes políticos podían ser

aniquilados políticamente sin que eso incluyese su muerte o destierro. Mitre derrotado, sostenido "en una clase subrogada" (Horowicz, Cap. 1), continuaría con su diario.

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períodico debía cuidar mucho sus palabras en los años siguientes, para ser la voz de su partido

derrotado pero evitando que el gobierno pudiese demostrar que funcionaba como voz orgánica del

mismo. Y además, La Nación era ya una empresa pensada no sólo como un medio sino también como

un fin.

Este hito abre un cauce fundamental de expansión empresarial. Apenas dos años después ya estaba el

diario contratando los servicios de la agencia de noticias Havas para la información europea por vía

telegráfica al día, se mejoraba la variedad y calidad de los servicios literarios, se aumentaba la cantidad

de secciones. Para este salto, haría falta además el cese de la beligerancia discursiva contra el gobierno,

y esto fue lo que se logró con la “conciliación” (el famoso abrazo con Avellaneda que cerraba el ciclo de

violencia y tensión abierto en 1874). La participación de Mitre en la política, en las candidaturas, incluso

en los hechos revolucionarios de 1890 marcaría, sin embargo, los límites de la estabilización del diario

con su territorio de circulación independiente. Pero el proceso era evidente e irreversible ya en 1877.

Iniciado el gobierno de Roca en la Buenos Aires federalizada (1880), recapitula Adolfo Mitre (p. 213):

“...el diario de Mitre no sólo crece en tamaño –es decir, aumenta su formato- sino también ensancha su

espíritu, atemperando la crítica de toda vehemencia, atenuando en el estilo todo apasionamiento”.

Entonces, sólo entonces, nace "la tribuna de doctrina"15. Lo cual también está sucediendo, a una escala

mucho menor de capitales, en Entre Ríos.

Se cierra así el círculo de diferenciación de roles. Ahora el periodismo es empresa privada en Buenos

Aires y en las provincias. Su funcionamiento deberá aprender a respetar la lógica del capital en

capacidades de inversión, de captación de trabajo asalariado (redactores, dibujantes, tipógrafos), de

volúmenes de circulación. Para los redactores que no están ligados a familias propietarias, la condición

de subordinación anteriormente vivida con el poder político-militar muta a subordinación al capital.

Comienzan entonces las historias de fin de siglo tan bien retratadas por hombres como Roberto Payró,

respecto de la profesión del periodista asalariado y sus vivencias. En Buenos Aires, centro hipertrofiado

de la Nación, realizarán lo mejor de sus carreras numerosos hombres de Entre Ríos de la generación

15

En 1883 Bartolomé Mitre y Vedia ("Bartolito") sucedió en el cargo a Antonio Ojeda, conduciendo el diario –en ocasiones era reemplazado por su

hermano- hasta 1893. Definido por uno de sus descendientes como "auténtico innovador del periodismo", intentará imprimirle al diario rasgos que eran

fruto de las características de la empresa periodística moderna: el esfuerzo por volver el periódico más ameno, grato, En 1885 se inauguró en el solar

adyacente a la casa de Mitre uno de los edificios que ocuparía el diario hasta 1970. Era la tercera sede del diario, preparada para recibir las nuevas máquinas recién incorporadas. A Bartolito le siguió su hermano Emilio (1894-1909), quien dio al periódico su definitiva estructura y contenidos, en una

época brillante que muestra en sus páginas una espectacular selección, por ejemplo, de los mejores literatos de Europa y América de su tiempo. Bartolomé

Mitre (p), para esa época, se había alejado del control directo. Durante este tiempo La Nación se consolidó como "el receptáculo y el faro del pensamiento

liberal del mundo”, como sintetizaba su propia historia el Anuario de 1970 al cumplir cien años. Definitivamente importaba que el periódico tuviera lectores (J. Rivera, 1973), y podía considerarse cambios importantes en el diario para ganar lectores como una máxima posible que reemplazaba la de

sostenerlo en sus posiciones al costo de perder lectores, de períodos anteriores. Hacia principios de su mandato encargó Bartolito a la casa Alauzet de

París, la construcción de una rotativa especialmente diseñada. En tal contexto, la publicidad continuaba desarrollando su rol protagónico: ("Comercio y

prensa se dan la mano, en el terreno neutral de la publicidad. En el fondo, el interés de los dos es idéntico: es el desenvolvimiento ordenado de todo progreso en un ambiente de paz interna y exterior.....", había escrito Bartolito). Complementariamente, la alfabetización masiva consolidaba

definitivamente un mercado lector para la industria editorial: “El éxito de la cultura tipográfica no es ciertamente ajeno entre nosotros a los tempranos

resultados de la política educacional impulsada desde los tiempos de Avellaneda. En este sentido, como sabemos, los Censos Nacionales de 1869 y 1895

señalan un sensible crecimiento del porcentaje de alfabetizados en la población total, que pasa aproximadamente del 21% al 45%...” (Rivera, De la facción al folletín, p.3).

.

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siguiente a la que vimos: Los últimos años de Andrade, varios años de actividad de Carriego, la

actividad de Onrubia, de Fray Mocho, de Onésimo Leguizamón, etc.

Muchos miembros de la generación de oro del Colegio del Uruguay se vieron obligados a integrarse en

el nuevo Estado moderno y en sus prácticas, una vez destruidas las esperanzas de renovar el combate y

revertir el proceso vivido: José Hernández será legislador bonaerense y político rochista; Andrade morirá

como diputado nacional; Francisco Fernández llegará a ser gobernador de Misiones; otros ocupan

puestos menores: jefes de policía, inspectores de escuelas y otros cargos del sistema educativo,

obtendrían espacios académicos y del área cultural, simultáneos a tareas periodísticas en ciudades

pequeñas. Otros, menos afortunados, han muerto en combate. De los que viven, ninguno tiene roles

similares a los de la época de la Confederación, pues la de 1875 es otra Argentina, con nuevos

conflictos, con otras luchas por delante.