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Soberanía: Entre la representación y la liturgia. José Guillermo Pérez I Al final de una entrevista que se le realizaba en 1977, Michel Foucault respondía de forma enigmática, casi provocadora, a la pregunta de un entrevistador: “En cuanto al problema de la ficción, es para mí un problema muy importante; me doy cuenta que no he escrito más que ficciones. No quiero, sin embargo, decir que esté fuera de verdad. Me parece que existe la posibilidad de hacer funcionar la ficción en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso de ficción, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, «fabrique» algo que no existe todavía, es decir, «ficciones». Se «ficciona» historia a partir de una realidad política que la hace verdadera, se «ficciona» una política que no existe todavía a partir de una realidad histórica.” 1 Uso poco común de la palabra ficción porque nos acerca, bordeándola, a cierta concepción de la representación que reúne en el mismo espacio al arte y la política. Ficciones inevitablemente nos remite a la obra literaria de uno de los más importantes narradores latinoamericanos, Jorge Luis Borges. Esta coincidencia es curiosa en dos sentidos. Primero porque en el prólogo de Las palabras y las cosas el filósofo francés comienza recordando un texto del autor argentino en que comenta “cierta enciclopedia china”. Y en segundo lugar, porque, como se sabe, en sus relatos Borges constantemente nos señala como el arte, en este caso, la literatura produce efectos de verdad, es la realidad la que imita el arte y no al revés. De este modo en Tlön, uqbar, orbis tertius un planeta ficticio de nombre Tlön, creado por una 1 FOUCAULT, Michel. Las relaciones de poder penetran en los cuerpos. En: Microfísica del poder. p. 162

Soberanía Entre Liturgia y Representación

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Trabajo final para seminario en Clacso sobre Estética y política

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Soberana: Entre la representacin y la liturgia.

Jos Guillermo Prez

I

Al final de una entrevista que se le realizaba en 1977, Michel Foucault responda de forma enigmtica, casi provocadora, a la pregunta de un entrevistador:

En cuanto al problema de la ficcin, es para m un problema muy importante; me doy cuenta que no he escrito ms que ficciones. No quiero, sin embargo, decir que est fuera de verdad. Me parece que existe la posibilidad de hacer funcionar la ficcin en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso de ficcin, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, fabrique algo que no existe todava, es decir, ficciones. Se ficciona historia a partir de una realidad poltica que la hace verdadera, se ficciona una poltica que no existe todava a partir de una realidad histrica.[footnoteRef:1] [1: FOUCAULT, Michel. Las relaciones de poder penetran en los cuerpos. En: Microfsica del poder. p. 162]

Uso poco comn de la palabra ficcin porque nos acerca, bordendola, a cierta concepcin de la representacin que rene en el mismo espacio al arte y la poltica.

Ficciones inevitablemente nos remite a la obra literaria de uno de los ms importantes narradores latinoamericanos, Jorge Luis Borges. Esta coincidencia es curiosa en dos sentidos. Primero porque en el prlogo de Las palabras y las cosas el filsofo francs comienza recordando un texto del autor argentino en que comenta cierta enciclopedia china. Y en segundo lugar, porque, como se sabe, en sus relatos Borges constantemente nos seala como el arte, en este caso, la literatura produce efectos de verdad, es la realidad la que imita el arte y no al revs. De este modo en Tln, uqbar, orbis tertius un planeta ficticio de nombre Tln, creado por una sociedad secreta y benvola, comienza a irrumpir en la realidad al punto en que en las escuelas se comienza a ensear su idioma primitivo y su historia armoniosa, artes y ciencias se ven reformadas y se vuelve imposible determinar con certeza si el planeta es falso. O en Tema del traidor y del hroe, en el que el personaje central es el lder de una rebelin contra la que, al mismo tiempo, conspira y, tras ser descubierto, decide redimirse escenificando una obra de teatro, en la que participa todo un pueblo, para representar una muerte que a fuerza de dramatismo inspire la revolucin. De nuevo el arte conforma un eje que estructura la realidad, ordena el mundo, incluso lo poltica.

Quiz el concepto de ficciones nos ayude a comprender mejor los mecanismos a travs de los cuales la representacin (el arte) produce sus consecuentes efectos polticos. Si, como gustaba sealar Michel Foucault, no hay tal cosa como la verdad sino regmenes de verdad[footnoteRef:2], lo que constantemente se est desarrollando ms que representaciones lo que sustituye a la realidad- son ficciones, juegos de lenguajes que no ocultan tras de s lo real, sino que mantienen relaciones conflictivas con otras narraciones de lo real, que ordenan y dan un sentido a lo real. De este modo, siempre tenemos mitologas (Roland Barthes) o ficciones (Borges). [2: ahora bien, yo creo que el problema no est en hacer la particin entre lo que, en un discurso, evidencia la cientificidad y la verdad y lo que evidencia otra cosa, sino ver histricamente cmo se producen los efectos de verdad en el interior de los discursos que no son en s mismos ni verdaderos ni falsos Ibid. p. 181- 182]

No es casual por tanto, que el filsofo francs Paul Ricoeur encontrase en la metfora elementos para re-describrir lo real y as darle otro sentido al mundo a partir de la ficcin. La metfora es el proceso retrico por el que el discurso libera el poder que tienen ciertas ficciones de redescribir la realidad.[footnoteRef:3] [3: RICOEUR, Paul. La metfora viva. Ediciones Europa. Espaa. 1980. p. 15]

Del mismo modo, Martin Heidegger sealaba la relacin que hay entre arte y verdad (lo cual tiene importantes efectos polticos):

En la obra la que obra es la verdad, es decir, no slo algo verdadero. El cuadro que muestra el par de botas labriegas, el poema que dice la fuente romana, no slo revelan qu es ese ente aislado en cuanto tal -suponiendo que revelen algo-, sino que dejan acontecer al desocultamiento en cuanto tal en relacin con lo ente en su totalidad. Cuanto ms sencilla y esencialmente aparezca sola en su esencia la pareja de botas y cuanto menos adornada y ms pura aparezca sola en su esencia la fuente, tanto ms inmediata y fcilmente alcanzar con ellas ms ser todo lo ente. As es como se descubre el ser que se encubre a s mismo. La luz as configurada dispone la brillante aparicin del ser en la obra. La brillante aparicin dispuesta en la obra es lo bello. La belleza es uno de los modos de presentarse la verdad como desocultamiento.[footnoteRef:4] [4: HEIDEGGER, Martin. El origen de la obra de arte. En la direccin URL: http://www.heideggeriana.com.ar/textos/origen_obra_arte.htm. Consultado el 10 de Enero 2010. ]

II

Dentro del mundo borgesiano encontramos un relato en particular que nos permite observar esas relaciones complejas y la estructura que el arte y la representacin le dan a la verdad y a lo poltico. Es la breve narracin -comentada en un ensayo por Baudrillard[footnoteRef:5]- sobre un Imperio en que el desarrollo de la ciencia cartogrfica es llevado al punto en que se disea un mapa que tiene las mismas dimensiones del Imperio. Un mapa desmesurado, resultado del deseo de captar en una representacin todo lo real. Pero que se agota cuando las generaciones siguientes entienden que el dilatado Mapa era Intil y dejan que se despedace. [5: BAUDRILLARD, Jean. Cultura y simulacro. Editorial Kairs, Barcelona (Espaa). 1978]

Este corto relato nos brinda una metfora tanto sobre los lmites de la representacin como de los cambios que en ellas suscitan las nuevas generaciones, las discontinuidades[footnoteRef:6]. Porque en el marco de lo que Foucault llama poca clsica se dar una ruptura en la episteme que abrir las puertas a una nueva generacin que no sin Impiedad har trizas el modelo de representacin medieval basado en la semejanza y construir una nueva relacin con el pensamiento -una nueva ficcin?- en la que se reordenarn las formas y mecanismos del saber y del poder. [6: La discontinuidad el hecho de que en unos cuantos aos quiz una cultura deje de pensar como lo haba hecho hasta entonces y se ponga a pensar en otra cosa y de manera diferente ]

Foucault encontrar en dos de los principales artistas del siglo de oro espaol el mejor ejemplo para describir el proceso de transformacin en el campo de la representacin: Velzquez y Cervantes. Y en una obra de cada uno de ellos tendr los modelos ms claros. Es as como en el Don Quijote de la Mancha y en el cuadro de Las meninas se pueden ver claramente como los procesos artsticos produjeron y reprodujeron los quiebres que le dieron forma a las concepciones polticas y cientficas occidentales modernas.

Con El Quijote, Cervantes, realiza una cida irona del hombre medieval y de cmo el conocimiento estaba ordenado en torno a las semejanzas. El drama que oculta la exposicin humorstica del espaol es que ante la desaparicin del orden medieval, el lenguaje rompe su viejo parentesco con las cosas para penetrar en esta soberana solitaria de la que ya no saldr[footnoteRef:7], el ingenioso hidalgo de la Mancha tendr que rellenar el espacio vaco de los signos con sus propias aventuras, tendr que modificar todos los nombres el suyo, el de su caballo, el de sus acompaantes- esperando de esta forma tambin transformar una realidad que, testaruda, se mantiene idntica. Este valeroso heraldo de la locura tendr como misin rescatar la semejanza del castillo de fra y dura realidad en que la autonoma del lenguaje la ha encadenado. Aventura de verdad heroica porque como lo visto no reside jams en lo que se dice su empresa no tendr victoria posible y ser tan infinita como el lenguaje suspendido de lo medieval. [7: FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. Siglo XXI. Mxico D. F. (Mxico). 2007. p. 55]

En Las meninas, en cambio, el pensador francs encuentra todos los mecanismos que dan forma a la representacin clsica, que al mismo tiempo contiene, en su constitucin inmanente y por la fuerza del vaco que funda, la exigencia de una figura por venir: el hombre. Pero un hombre que es sujeto (sujeto de la accin y sujetado por el poder).

Sern varios los elementos que, en el famoso cuadro de Velzquez, Michel Foucault describir como parte de la representacin clsica. Desde la luz que entra por la ventana, pasando por las pinturas a oscuras y el espejo brillante al final de la sala, hasta llegar a la propia tela que, volteada, clausura la visin de los espectadores reales que estamos frente a la composicin. Ese ltimo elemento, opuesto posicional y simblicamente a la ventana por donde entra la luz, tendr como funcin impedir que la relacin de las miradas llegue nunca a localizarse ni a establecerse definitivamente mientras los otros elementos pintor, espectador, espejo- definen la representacin. El pintor, sujeto que con pincel y paleta en mano realiza la representacin, se le ve suspendido en el puro acto de observar, sabemos que si estuviese pintando, la enorme tela lo ocultara Como si el pintor no pudiera ser visto a la vez sobre el cuadro en el que se le representa y ver aquel en el que se ocupa de representar algo[footnoteRef:8], su mirada, que apunta a un vaco, introduce a los observadores de la obra en la propia representacin. Los espectadores, de gestos sorprendidos y en seal de respeto se ordenan alrededor de un espacio que no es ocupado por nadie. En el fondo, un visitante que observa, sin ser tomado en cuenta, el espectculo ausente. Por ltimo, tambin al fondo y a la izquierda de ese visitante, se observa el espejo brillante que ofrece una imagen ilocalizable en el cuadro, a la que todos ignoran y la nica que ven al mismo tiempo. Todo en esta pintura est hecho para solicitar a gritos una presencia que no termina de producirse, aunque es sugerida por la reverencia que hace la nia en el centro del cuadro y sealada por el espejo ignorado. El modelo, los soberanos que se reflejan al fondo de la sala. Pero es que stos an no pueden aparecer porque [8: Ibid. p. 13]

En el pensamiento clsico, aquello para lo cual existe la representacin y que se representa a s mismo en ella, reconocindose all como imagen o reflejo, aquello que anuda todos los hilos entrecruzados de representacin en cuadro, jams se encuentra presente l mismo. Antes del fin del siglo XVIII, el hombre no exista[footnoteRef:9] [9: Ibid. p. 300]

El soberano, el rey, no puede an aparecer en el cuadro, no se lo puede representar al mismo tiempo que al orden de la representacin. Esto ocurrir solamente con el advenimiento de esta nueva figura subjetiva que ser el hombre.

III

La aparicin del hombre no slo tiene relacin con figuras del saber las ciencias humanas, por ejemplo-. Esta ficcin que coloca al hombre en el centro de todos los saberes, tambin lo supone sujeto a todos los poderes[footnoteRef:10]. Es lo que describir de forma extensa Foucault en Vigilar y Castigar [10: en el movimiento profundo de tal mutacin arqueolgica, aparece el hombre con su posicin ambigua de objeto de un saber y de sujeto que conoce: soberano sumiso, espectador contemplado Ibd. p. 304]

Sobre esta realidad-referencia se han construido conceptos diversos y se han delimitado campos de anlisis: psique, subjetividad, personalidad, conciencia, etc.; sobre ella se han edificado tcnicas y discursos cientficos; a partir de ella, se ha dado validez a las reivindicaciones morales del humanismo. Pero no hay que engaarse: no se ha sustituido el alma, ilusin de los telogos, por un hombre real, objeto de saber, de reflexin filosfica o de intervencin tcnica. El hombre de que se nos habla y que se nos invita a liberar es ya en s el efecto de un sometimiento mucho ms profundo que l mismo. Un alma lo habita y lo conduce a la existencia, que es una pieza en el dominio que el poder ejerce sobre el cuerpo. El alma, efecto e instrumento de una anatoma poltica; el alma, prisin del cuerpo. [footnoteRef:11] [11: FOUCAULT, Michel. Vigilar y castigar. Siglo XXI. Mxico D. F. (Mxico). 2008. p. 36]

Y esto no debe sorprender porque al hablar de representacin y de arte no slo nos referimos a un modo en que aprehendemos el mundo, sino que el concepto tiene importantes ramificaciones que derivan en una concepcin poltica y de ordenamiento de la vida. Las ficciones, tal como lo habamos dicho, no slo conjugan formas de saber sino tambin mecanismos y estrategias de poder.

En el campo poltico, la idea de representacin ha sufrido una gran transformacin, una discontinuidad, que ha producido una ruptura y una transformacin en procesos a travs de los cuales se da forma a la realidad poltica. Esto ha llevado a la construccin de una relacin contradictoria entre las figuras representativas y los individuos sujetos de la representacin.

Tal como lo exponen Antonio Negri y Michael Hardt en Imperio, la modernidad se abre como una crisis en la que se conjugan dos procesos diferentes y contradictorios. Por un lado, las fuerzas inmanentes de la sociedad se liberan y en un movimiento radical definen una tendencia hacia una poltica democrtica, situando a la humanidad y al deseo en el centro de la historia[footnoteRef:12]. Del otro lado, los esfuerzos por dominar y confiscar el proceso revolucionario, aprovechando su impulso para restituir y fortalecer los poderes trascedentes en la sociedad, los cuales necesitaban ese proceso de ruptura para desarrollar subjetividades adecuadas a los nuevos procesos de produccin sociales. A pesar de la victoria de los sectores conservadores, estos no podan simplemente restaurar la situacin pretrita y debieron construir una mquina poltica de control que asegure la legitimidad de los sectores subalternos al mismo tiempo que expropia sus capacidades productivas. Es en este contexto en el que aparece la idea de soberana moderna, que se dirige hacia la primera forma de solucin a la crisis abierta por la modernidad, el Estado soberano moderno. [12: NEGRI, Antonio y HARDT, Michael. Imperio. Paids. Barcelona (Espaa). 2002. p. 81 ]

La soberana se define, pues, tanto en virtud de la trascendencia como de la representacin, dos conceptos que la tradicin humanista haba presentado como contradictorios. Por un lado, la trascendencia del soberano no reside en un fundamento externo teolgico, sino solamente en la lgica inmanente de las relaciones humanas. Por el otro, la representacin que sirve para legitimar este poder soberano a la vez lo aparta por completo de la multitud de sbditos[footnoteRef:13] [13: Ibid. p. 89]

La base de esta contradiccin se encuentra expuesta conceptualmente en la segunda mitad del siglo XVI por Jean Bodin, quien afirma que la soberana slo poda existir realmente en la monarqua, ya que en ella slo uno era el soberano. Si quienes gobiernan fueran dos, tres o muchos, no habra soberana, porque el soberano no puede estar sujeto al dominio de otros.[footnoteRef:14] [14: Ibid. p. 90]

En la medida en que Europa se iba adentrando en la modernidad tuvo que ir constituyendo nuevos aparatos polticos que tendiesen a la superacin de la crisis. Es en este contexto que en el pasaje del siglo XVIII y siglo XIX aparecer el Estado- Nacin, que heredaba y reconstrua el cuerpo patrimonial del Estado monrquico, otorgndole una nueva forma trascendental.

Esta nueva totalidad de poder fue estructurada, por un lado, gracias a los nuevos procesos productivos capitalistas y, por otro, a travs de las antiguas redes de la administracin absolutista. La identidad nacional estabiliz esta insegura relacin estructural: una identidad cultural integradora, basada en una continuidad biolgica de relaciones de sangre, una continuidad espacial de territorio y una comunidad lingstica.[footnoteRef:15] [15: Ibid. p. 98]

Es gracias a la produccin de la mquina Estado- nacional que se genera la nueva figura que se convierte en el mecanismo unificador de las fuerzas inmanentes de la sociedad, el pueblo. Negri y Hardt sealan que Hobbes ya haca una gran diferenciacin entre los conceptos de pueblo y multitud. La diferencia fundamental que encontraba el pensador ingls era la posibilidad del primero de tener una voluntad nica y de atribursele una accin, en cambio, nada de esto puede decirse apropiadamente de la multitud. La multitud es siempre una relacin confusa de singularidades que no est encaminada a una autoridad nica.

De esta forma Estado- nacin y pueblo sern los grandes aparatos discursivos a los que siempre se harn llamados en momentos de crisis poltica durante nuestra larga modernidad (y su periodo de radicalizacin), en que la multiplicidad de fuerzas que componen lo social intenten subvertir las relaciones impuestas por el poder constituyente. A pesar del uso romntico por parte de la izquierda latinoamericana de la idea de pueblo, es claro que ste ha servido ms como mecanismo de control del conflicto social que como concepto progresista para alcanzar mejoras en aspectos sociales y polticos. La ms de las veces ha servido para reducir las libertades que para ampliarlas. Y en Venezuela, as como en cualquier otra parte, estos conceptos han terminado por develarse profundamente conservadores. Al igual que el hombre, el pueblo no es una figura que aparece espontneamente, desde su origen est constituido por poderes que permitirn la sustitucin de las fuerzas constituyente por mecanismos constituidos y trascendentales. Es decir, su representacin.

La cita de Hobbes tomada en el libro Imperio cerraba con una frase que, por familiar, resulta inquietante (por paradjico que parezca) el rey es el pueblo[footnoteRef:16]. [16: HOBBES, Thomas. De cive, elementos filosficos sobre el ciudadano. Alianza. Madrid. 2000 En: NEGRI, Antonio y HARDT, Michael. Op. cit. p. 105]

IV

En Venezuela, durante nuestros ltimos procesos de construccin de identidades polticas, se ha apelado nuevamente a los paradigmticos conceptos de Estado y pueblo. Se prometi que con ellos se iba a eliminar los procesos representativos, que separaba a las clases subalternas del poder, para construir una nueva forma democrtica. De hecho, una de los actos fundacionales de esta nueva fuerza poltica fue la transformacin de la constitucin, con lo cual se garantizara una democracia participativa que deba superar la representativa previa.

Aqu es importante destacar lo que sealaba Carl Schmitt, el carcter teolgico que se encuentran en el concepto de Estado:

Todos los conceptos significativos de la moderna teora del Estado son conceptos teolgicos secularizados. Y no lo son slo debido a su evolucin histrica, por haber transferido de la teologa a la teora del Estado al convertirse el Dios todopoderoso, por ejemplo, en el legislador omnipotente-, sino tambin con respecto a su estructura sistemtica, cuyo conocimiento es preciso para el anlisis sociolgico de dichos conceptos.[footnoteRef:17] [17: SCHMITT, Carl. Teologa poltica. ]

Sin embargo, durante este periodo, se han construido tres mecanismos representativos que han tomado tal fuerza que han arrasado el espacio poltico quizs trastocndolo para siempre, volvindolo hiperreal-. Por una parte est la evidente figura del ex presidente Hugo Chvez, el cual, fortaleciendo su presencia simblica se transform en la representacin absoluta de las clases subalternas en Venezuela, hegemonizando todo el discurso social y presentndose como el pueblo. Y que se refleja en una de las frases emblemticas de las campaas electores y de algunos discursos oficiales: Chvez somos todos.

Segundo elemento, la sobreutilizacin de los medios de comunicacin, principalmente de la televisin como mecanismo no slo de simple representacin sino de produccin de toda la poltica en el pas. Su manejo ha alcanzado el nivel desmesurado de un mapa de Borges que intentase representar todo el espacio de lo real. No hay fronteras, ni lmites a la representacin televisiva. No ser transmitido es equivalente a no existir.

Tercer elemento, y que aunado a los otros dos, le da su caracterstica principal. El carcter litrgico de la poltica en Venezuela a partir de lo cual, ms all de la importancia que tienen los mecanismos jurdicos (elecciones realizadas regularmente, etc.) genera la importantsima legitimidad expresada en su base social.

Este proceso de produccin representativa ha venido profundizndose durante todo este periodo. Pero es con la muerte de Chvez que esta situacin ha alcanzado una radicalizacin particular. El smbolo Chvez, liberado de su cuerpo fsico, promete extenderse a todo lo social. Reinar como pura representacin.

Este punto de radicalizacin no tiene como inicio el momento de declaracin oficial de la muerte de Chvez, y su consecuente beatificacin (en este proceso fue evidente el carcter teolgico que guardaba la relacin entre la poblacin y Chvez), sino que dio inicio a principios de ao, el diez de enero, cuando se realiz la primera juramentacin espectral de nuestra historia. En medio de la lucha con el cncer, que lo obligaba a ausentarse, se organiz una sper produccin para rellenar el espacio vaco dejado por el presidente. Todas las mquinas de representacin se activaron para mostrarnos una escena intensamente contradictoria. Porque en esta juramentacin se reunieron dos profundas ausencias, la del Chvez fsico y la del soberano virtual.

El gesto era evidente. Ante la decisin del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) sobre la juramentacin y las largas sombras que arrojaba, se buscaba la legitimacin de quien es, segn reza la constitucin, el soberano de quien emana los rganos del Estado, el pueblo. Un proceso de aclamacin se haba iniciado, a pesar de la ausencia del aclamado y la consigna eran un Yo soy Chvez que se multiplicaba en letras negras o blancas sobre un constante fondo rojo de camisas, bandanas y banderas. En esta puesta en escena el chavismo procuraba demostrar que la legitimidad se mantena a pesar de la confusa situacin jurdica causada por la falta del presidente recin electo.

Para comprender la importancia de las aclamaciones es esencial advertir, como hace Peterson, que ellas no eran de ningn modo irrelevantes, e incluso en determinadas circunstancias podan adquirir un dignificado jurdico (Peterson 3, p. 141). Peterson remite brevemente al artculo Acclamatio en el Pauly-Wyssowa; pero Mommsen, en su Staatsrecht, haba registrado puntualmente el valor jurdico decisivo de las aclamaciones en el derecho pblico romano. Sobre todo la aclamacin con la que las tropas le otorgaban al comandante victorioso el ttulo de imperator en la poca republicana (Mommsen, vol. 2, p. 124) y, en la poca imperial, lo investan con el ttulo de Csar (ibid., vol. 2, p. 841). La aclamacin de los senadores, sobre todo en la poca imperial, poda usarse adems para dar valor de decisin a una comunicacin del emperador (ibid., vol. 3, pp. 949-950) y, en los comicios electorales, poda suceder a la votacin de los individuos (ibid., p. 350).[footnoteRef:18] [18: AGAMBEN, Giorgio. El reino y la gloria. Una genealoga teolgica de la economa y el gobierno. Adriana Hidalgo Editores. p. 298-299]

Las cmaras, la actitud convencida de los militantes del chavismo, completan la produccin de un pueblo que garantizaba la decisin del TSJ[footnoteRef:19]. [19: Aunque Nicols Maduro no dud en afirmar que Todos tenemos que decir Santa Palabra cuando el mximo tribunal dicta sentencia, as no estemos de acuerdo con algunos de sus componentes.]

Sin embargo, la escena de juramentacin no dej de ser singular. Con Winston Vallenilla (un animador de televisin famoso en Venezuela) en la tarima, ocupando una posicin casi central, frente a una enorme pantalla que se encontraba detrs de todos los representantes polticos, entre ellos el vice-presidente a quien le tocaba dirigir la solemne ceremonia. No se puede dejar de destacar el momento en que este mismo animador, que en el marco de nuestras sociedades profundamente mediticos tiene la misma categora de un representante pblico, se arrodilla para manifestar lealtad al presidente ausente[footnoteRef:20]. Forma clara de adoracin: [20: LTIMAS NOTICIAS. Video: La rodilla en tierra de Winston en apoyo a Chvez. http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/actualidad/politica/video-la-rodilla-en-tierra-de-winston-en-apoyo-a-c.aspx]

Alfoldi reconstruye de forma minuciosa la introduccin de la prosknesis (adoracin), que aparece ya en poca republicana como el gesto del suplicante que cae de rodillas ante el poderoso y se difunde poco a poco como parte integral del ritual imperial. Los senadores y los caballeros de rango ms alto besaban al emperador en las mejillas (salutatio); pero con el tiempo, se les admita el beso slo despus de haberse arrodillado delante de l, hasta que en Bizancio la salutatio termin por implicar siempre la adoratio, el beso de las rodillas y las manos[footnoteRef:21] [21: AGAMBEN. Op. Cit. p. 310. ]

El oxmoron que se representaba en el acto lo seal el propio Maduro al decir: En los ojos de cada hombre y cada mujer, de cada nio, de cada trabajador, de cada trabajadora, de cada joven, de cada estudiante, se lee, se lee una sola cosa Yo soy Chvez, todos somos Chvez. Y es que las dos ausencias no podan ser ms claras en ese momento. La primera, la de un Chvez ausente fsicamente, representado por cientos de personas que decan ser l. La segunda, la del soberano, el pueblo, presente fsicamente pero que, por un juego discursivo, no se encontraba representado por nadie o se encontraba representando al que deba representarlos, representando al representante de ellos mismos-.

La pantalla puesta en alto en la tarima cumpla la funcin exactamente opuesta a la tela en Las meninas, forzar que la relacin de las miradas se localice y se establezca definitivamente en un punto, que era casi siempre, un cuadro con el rostro de Chvez levantado por un asistente annimo. Un Chvez representado por los espectadores juramentndose que eran observados por un Chvez representado en un cuadro transmitido en una pantalla gigante, casi como si estuviesen obligados a identificarse frente a un espejo, y no slo decir Yo soy Chvez sino saberse Chvez. Y ese da tener, como dijo el propio Maduro, un solo pensamiento: Chvez, Chvez, Chvez.

De esta forma, este escenario litrgico y un cuadro del expresidente Chvez construye la idea de pueblo soberano en Venezuela, le otorga legitimidad al sistema poltico que intenta superar la democracia representativa (esa del voto secreto que Carl Schmitt detestaba) a travs de la liturgia que es la que le otorga un carcter prcticamente de democracia directa.

Bibliografa

AGAMBEN, Giorgio. El reino y la gloria. Adriana Hidalgo Editores. 2008

BAUDRILLARD, Jean. Cultura y simulacro. Editorial Kairs, Barcelona (Espaa). 1978

DE CERVANTES, Miguel. Don Quijote de la Mancha. Real Academia Espaola. Madrid (Espaa). 2004.

FOUCAULT, Michel. Microfsica del poder. La Piqueta. Barcelona (Espaa)

FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. Siglo XXI. Mxico D. F. (Mxico). 2007.

FOUCAULT, Michel. Vigilar y castigar. Siglo XXI. Mxico D. F. (Mxico). 2008

FOUCAULT, Michel. Esto no es una pipa. Anagrama. Barcelona (Espaa). 1993

NEGRI, Antonio y HARDT, Michael. Imperio. Paids. Barcelona (Espaa). 2002.

RICOEUR, Paul. La metfora viva. Ediciones Europa. Espaa. 1980.

SCHMITT, Carl. Teologa poltica. Editorial Trotta. 2009.