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La superconfusión absoluta -Sobre la crisis y el derrumbe del sistema capitalista M.P.M. (Arenas) Suplemento de Resistencia, septiembre de 1996 Sumario: — Introducción — Superproducción y subconsumo — La teoría del derrumbe y el derrumbe de la teoría — El excedente de capital y Rosa Luxemburgo — Nicolás Bujarin: un bolchevique bajo sospecha — La superconfusión absoluta — Henryk Grossmann y su aproximación al marxismo — El análisis económico de Lenin — Notas Introducción Cuando ya creíamos zanjada la polémica que desde tiempo atrás hemos sostenido con Rapporti Sociali en relación con la crisis económica capitalista (1) , el camarada Mario Quintana ha salido a la palestra con un extenso trabajo, Del romanticismo al revisionismo (Superproducción, crisis y derrumbe del capitalismo), que, desde luego, no esperábamos. Así que su anuncio nos causó la misma impresión que un trueno en cielo despejado. M. Quintana llegaba, una vez más, tarde a la cita. Eso era todo. No sospechábamos siquiera la sorpresa que nos tenía preparada para esta ocasión, lo que ha producido entre nosotros el mismo efecto que si nos hubiera caído encima una de esas gotas frías que lo arrasan todo. De modo que ahora tenemos que recomponer nuestro frágil edificio teórico comenzando desde los cimientos. ¡Duros trabajos nos esperan! Creo -escribe M. Quintana en una nota aparte que nos ha enviado junto a su escrito- que la polémica con RS ha puesto de manifiesto lo que no queremos, pero en modo alguno hemos aclarado nuestras propias posiciones en la materia [...] En la crítica a RS -dice más adelante-, se pone de relieve una indefinición y cuando se trata de concretar algo más, se incurre en viejos criterios copiados a los soviéticos, es decir, se apoyan las tesis del subconsumo. Pero incluso en la defensa de esta posición la debilidad con que se manifiesta es cada vez mayor. Como vemos, M. Quintana comparte con RS, junto a otras muchas ideas y concepciones que después veremos, la misma insatisfacción por las indefiniciones y por la escasa atención que, según él, dedicamos a la economía. La economía es nuestra ‘cenicienta’ -leemos en la nota que estamos comentando-, y la hemos tenido

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La superconfusión absoluta -Sobre la crisis y el derrumbe del sistema capitalista

M.P.M. (Arenas) Suplemento de Resistencia, septiembre de 1996

Sumario:

— Introducción — Superproducción y subconsumo — La teoría del derrumbe y el derrumbe de la teoría — El excedente de capital y Rosa Luxemburgo — Nicolás Bujarin: un bolchevique bajo sospecha — La superconfusión absoluta — Henryk Grossmann y su aproximación al marxismo — El análisis económico de Lenin — Notas

Introducción

Cuando ya creíamos zanjada la polémica que desde tiempo atrás hemos sostenido con Rapporti Sociali en relación con la crisis económica capitalista (1), el camarada Mario Quintana ha salido a la palestra con un extenso trabajo, Del romanticismo al revisionismo (Superproducción, crisis y derrumbe del capitalismo), que, desde luego, no esperábamos. Así que su anuncio nos causó la misma impresión que un trueno en cielo despejado. M. Quintana llegaba, una vez más, tarde a la cita. Eso era todo.

No sospechábamos siquiera la sorpresa que nos tenía preparada para esta ocasión, lo que ha producido entre nosotros el mismo efecto que si nos hubiera caído encima una de esas gotas frías que lo arrasan todo. De modo que ahora tenemos que recomponer nuestro frágil edificio teórico comenzando desde los cimientos. ¡Duros trabajos nos esperan!

Creo -escribe M. Quintana en una nota aparte que nos ha enviado junto a su escrito- que la polémica con RS ha puesto de manifiesto lo que no queremos, pero en modo alguno hemos aclarado nuestras propias posiciones en la materia [...] En la crítica a RS -dice más adelante-, se pone de relieve una indefinición y cuando se trata de concretar algo más, se incurre en viejos criterios copiados a los soviéticos, es decir, se apoyan las tesis del subconsumo. Pero incluso en la defensa de esta posición la debilidad con que se manifiesta es cada vez mayor.

Como vemos, M. Quintana comparte con RS, junto a otras muchas ideas y concepciones que después veremos, la misma insatisfacción por las indefiniciones y por la escasa atención que, según él, dedicamos a la economía. La economía es nuestra ‘cenicienta’ -leemos en la nota que estamos comentando-, y la hemos tenido

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tradicionalmente relegada entre nosotros [...] Hemos elaborado un libro sobre Biología, Física, Psicología, etc., y, sin embargo, nada sobre la cuestión económica.

Esto que acabamos de recoger de su nota es en parte cierto. Pero de ahí no se deduce, tal como él lo hace, que cada vez que hemos abordado este tema lo hayamos hecho desde la indefinición. Precisamente, ha sido por este motivo, es decir, por considerar que estas cuestiones estaban ya, desde Marx y Lenin, muy bien definidas, por lo que no hemos visto necesario definirlas de nuevo. Esto explica nuestro desinterés por el tema. Por lo demás, el que a Quintana se le antoje que los criterios en que nos apoyamos son viejos, el que sostenga que esos criterios se apoyan en las tesis del subconsumo para explicar la crisis capitalista, sólo demuestra su tremenda confusión y que no está de acuerdo con las definiciones marxistas. Esto explicaría también su enorme interés por el tema y su intento de revisar la concepción marxista-leninista sobre la crisis que nosotros defendemos, presentándola como algo ya desfasado o copiado de los soviéticos. Como si los soviéticos no hubieran copiado a su vez las tesis de Marx y Engels o hubiéramos de identificarlos con la degeneración revisionista. ¿Fue Lenin soviético? ¿Lo fue Stalin? ¿Debemos seguir defendiendo sus tesis sobre el imperialismo, sobre la fase última del capitalismo? ¿Encierran esas tesis lo fundamental sobre la crisis económica del sistema, o hay que inventar otras nuevas? Estas son las cuestiones en las que está centrado el debate por nuestra parte. Que el camarada Quintana, en sintonía con los redactores de RS, pretende conducirlo por otro derrotero (por el del análisis puramente económico), de eso no nos cabe ninguna duda. Esto nos obliga a tener que entrar al trapo, es decir, nos obliga a preocuparnos, por fin, por la economía en la forma que ellos la entienden ya que, de lo contrario, no podríamos desenredar la madeja en la que nos han envuelto por uno y otro lado.

Esta madeja tiene un nudo, que es el que impide salir del embrollo: la teoría sobre la superproducción absoluta de capital. Después de señalar las tres derivaciones que ha tenido la teoría marxista sobre la crisis (la que niega la superproducción, la teoría del subconsumo y la teoría de la superproducción absoluta del capital) y acusar al Partido por haber sostenido la teoría del subconsumo, M. Quintana concluye que la teoría de la superproducción absoluta, que es claramente minoritaria y prácticamente desconocida, sólo han tratado de defenderla los revisionistas franceses, pero en realidad lo que han defendido ha sido la superproducción relativa de capital. Esa misma es la posición de RS -prosigue Quintana- en realidad ellos están apoyando la superproducción relativa de capital, no la absoluta. Lo que hay que criticar en RS es justamente que no defienden la superproducción absoluta de capital. Como se ve, a RS le ha salido un mal aliado, ya que si bien Quintana reconoce que, al igual que los revisionistas franceses han tratado de defender la teoría de la superproducción absoluta de capital, en realidad, ellos también están apoyando la superproducción relativa, no la absoluta, que es, ni más ni menos, lo que tanto RS como Quintana, cada uno por su lado y a su manera, nos están criticando a nosotros. De todo lo cual resulta que sólo Quintana tiene una noción clara y justa sobre este intrincado problema. Todos los demás, incluidos los marxistas que nos han precedido, desfilan a lo largo de su trabajo, como unos subconsumistas empedernidos.

M. Quintana hace referencia a un texto que redactamos en 1981 en la polémica que sostuvimos sobre este mismo problema con el famoso Peña (texto que considerábamos perdido pero que él había conservado), para hacernos saber lo que sigue:

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Nuestras posiciones han venido marcadas no sólo por una endeble defensa del subconsumo sino, además, por una incomprensión de lo que expresa el término 'capital' cuando se emplea en referencia a la superproducción de capital, marcado por la polémica de 1981 con Peña en este mismo punto. En ese contexto, capital significa tanto capital mercancías como capital dinero, por lo que la crítica a Peña (no publicada) tenía razón en este aspecto.

Pero al igual que la crítica a RS, el texto no publicado en 1981 arrastraba numerosos errores, si bien hay que reconocer que bastante más graves que los actuales. En especial, en ambos textos no se comprende la idea de Marx de que las condiciones de explotación directa y las de su realización no son idénticas. Esta es la cuestión que han aireado siempre los subconsumistas para transformar una cuestión secundaria (producción-circulación) en principal. La confusión se dejaba sentir sobre todo en aquella supuesta contradicción descubierta entre superproducción y subconsumo.

Se decía también en aquel texto de 1981 que 'la extracción de plusvalía no halla más límites que los que le opone la capacidad productiva de la sociedad'. Lo que no es cierto, porque no se toma en cuenta para nada la ley de la caída de la cuota de la ganancia, que es la ley 'más importante' de la economía, según Marx. Y éste es el núcleo fundamental de la cuestión, porque sin necesidad de tomar en cuenta los problemas de realización, Marx demuestra los límites internos de la propia producción capitalista. La extracción de plusvalía sí tiene límites dentro de la producción misma, límites que se refieren tanto a la masa (superproducción absoluta) como a la cuota (superproducción relativa).

Tal como plantea M. Quintana el problema en ese largo pasaje que acabamos de citar, parece como si fuéramos nosotros, los subconsumistas, y no él y los que como él defienden la tesis de la superproducción absoluta de capital, los que carecemos de una noción clara de lo que expresa dicho término. Quintana asocia la idea del subconsumo a la superproducción relativa de capital para atribuirnos la confusión que identifica una supuesta contradicción (superproducción-subconsumo) con una contradicción secundaria (producción-circulación) para destacar finalmente que convertimos esta última en contradicción principal, cuando, en realidad, toda nuestra exposición de hace quince años y la que hemos hecho más recientemente, de lo que trata es de librar, precisamente, la noción de capital de todo ese fárrago economicista en que, inevitablemente, aparece envuelto para situarlo en su verdadera dimensión económica, social e histórica. Es esta dimensión lo que no acaba de entender Quintana y todos los que de una u otra manera vienen defendiendo la teoría sobre la crisis de superproducción absoluta de capital. Para lo cual tiene que separar, como si se tratara de dos actos o momentos independientes e innecesarios el uno para el otro, la producción de la circulación; es decir, el proceso directo de producción donde se extrae la plusvalía (la valorización) del proceso de circulación donde se realiza. Sólo de esta manera se puede estimar, como lo hace Quintana, que la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (él no habla de tendencia) es la más importante de la economía, y que atribuya este disparate a Marx. Y que en consecuencia con este disparate diga otro aún mayor como lo es, sin duda, afirmar que sin necesidad de tomar en cuenta los problemas de realización, Marx demuestra los límites internos de la propia acumulación de capital, de la propia producción capitalista.

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Enfocado así el problema, ¿qué queda de la misma noción de capital? Recordemos que fue esa misma concepción productivista, lo que criticamos a Peña, señalando, como ahora nos recuerda M. Quintana, que capital significa tanto capital mercancía como capital dinero. En la polémica con RS, por el contrario, en lo que más hemos insistido, en contra de su concepción dineraria del capital, ha sido en la forma mercancía y en la producción misma que ellos habían olvidado por completo, excluyéndolas de la explicación del fenómeno de la crisis. Pero sobre todo, en lo que más hemos hecho hincapié en los dos casos referidos ha sido en la verdadera noción de capital, concebido como relación social. Hemos insistido una y otra vez en la contradicción fundamental del sistema capitalista, la que se manifiesta de forma aguda y violenta durante la crisis económica, en la contradicción entre las fuerzas productivas sociales y la apropiación individual o privada, lo que constituye el verdadero límite a la producción capitalista, límite que se halla fuera de la producción y de la circulación, fuera de la economía. Pero según Quintana -y en esto también coincide con Peña y con RS- la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción lo explica todo en general y, por tanto, por lo mismo, no explica nada en particular. Por lo que se ve, él pretende que en la explicación de lo particular nos olvidemos del principio general, para ir a buscar la causa y explicación de la crisis, no en las relaciones de producción, en la economía política, sino en la propia producción. ¿Qué entiende Quintana por lo particular, a la hora de enfocar el fenómeno de la crisis? Lo particular para él es la propia producción, en tanto que para nosotros lo particular es la crisis misma, para cuya comprensión se hace necesario no sólo analizar la producción, sino también la circulación, es decir, el modo de producción e intercambio que sirve de base a las relaciones entre los hombres, concibiéndolo como un todo único, en sus contradicciones y desarrollo. La crisis viene a poner claramente de manifiesto esas contradicciones, es el estallido de esas contradicciones, lo que revela al mismo tiempo los límites y el carácter histórico del sistema capitalista. Este planteamiento, no lo explica todo, pero tampoco es cierto que no explique nada. Explica lo más esencial; es, si se quiere, una abstracción, que nos permite descender a lo particular o más concreto, a las distintas contradicciones que contiene dicho fenómeno y su proceso. Pero esto sólo puede hacerse desde esa concepción, desde la concepción materialista dialéctica de la historia. Lo que no se puede pretender es que lo explique todo, para luego ir a buscar otras explicaciones en otra parte que nada o muy poco tienen que ver con el tema que tratamos y que desvían la atención de los verdaderos problemas teóricos y prácticos que se nos plantean. Por ejemplo, para comprender la crisis del sistema capitalista en su actual desarrollo, en la etapa monopolista financiera, ocupa un lugar destacado el análisis del imperialismo. Pero el imperialismo no aparece jamás por ninguna parte en la teoría sobre la superproducción absoluta de capital, y es lógico que así ocurra, ya que es imposible descubrirlo en la producción misma; no aparece ni como base económica monopolista ni, por supuesto, como política agresiva, militarista y ultrareaccionaria de los monopolios y la oligarquía financiera, por la sencilla razón de que los analistas de la superproducción absoluta de capital han perdido de vista, no sólo la circulación, sino lo que es mucho más importante: la contradicción fundamental del sistema, la que existe entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la cual alcanza en esta etapa el grado máximo de antagonismo a que puede llegar.

Llegados a esta etapa, en el análisis de los productivistas, el capitalismo como relación social históricamente determinada se ha escurrido por el sumidero en el mismo lugar donde se efectúa la superproducción absoluta de capital. No debe extrañarnos que, después de esto, los mismos teóricos que hacen tales planteamientos tengan que recurrir

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a una subjetividad revolucionaria que marche paralela con su análisis de la crisis y les ayude a llenar la tremenda oquedad que tanto esfuerzo vano ha dejado en su cabeza. Pero de todo esto nos ocuparemos más adelante. Lo que importa destacar aquí es que de esa forma se llega a los mismos resultados que denuncia Lenin respecto a la teoría del ultraimperialismo de Kautsky: a volver la espalda a las contradicciones existentes y a olvidar las más importantes, en vez de descubrirlas en toda su profundidad (2).

Superproducción y subconsumo

Todo el empeño de Mario Quintana está puesto en demostrar la identidad de las posiciones del romanticismo clásico, con las que ha mantenido y mantiene el revisionismo. El mismo título que encabeza su extenso trabajo (Del romanticismo al revisionismo...) así lo sugiere. Los románticos describen al capitalismo no como un sistema económico destinado a acumular y producir plusvalía, sino destinado a satisfacer las necesidades sociales por medio de la fabricación de mercancías, su distribución y venta. Sustituyen una contradicción económica principal, la que se da entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, por una contradicción secundaria, la que se verifica entre producción y consumo, o dicho de otro modo, contradicción producción-mercado, producción-realización, producción-circulación, producción-distribución. De ahí se derivan todas las teorías subconsumistas, de la contracción de los mercados y de las dificultades de realización.

Desde luego, no es posible saber cómo ha podido Quintana ensamblar la concepción más en boga entre los economistas vulgares (y hoy lo son todos los economistas burgueses), según la cual el capitalismo es un sistema económico destinado, no a producir y a acumular plusvalía, sino a satisfacer las necesidades sociales, con la teoría subconsumista de la contracción de los mercados y las dificultades de realización. Pero lo que sí queda bastante claro es que, desde ese planteamiento, Quintana nos coloca en una posición de la que nos resulta imposible encontrar una salida. Tanta contradicción secundaria (contradicción producción-consumo, contradicción producción-mercado, producción-realización, producción-circulación, producción-distribución), ¿para qué? Precisamente para trazar un paralelismo entre todas esas absurdas contradicciones con otra que no lo es; es decir, para identificar el subconsumismo, en que se concretan todas esas contradicciones que refiere (y que se pueden resumir en una sola), con la contradicción que actúa en las crisis y que se manifiesta, precisamente, en la contracción de los mercados y las dificultades de realización. Esto nada tiene que ver con el subconsumo, sino, en todo caso, con la superproducción. A ningún marxista se le ha ocurrido jamás negar este hecho. Otra cosa es la interpretación que se quiera hacer de él. Superproducción no significa subconsumo, por lo mismo que las mercancías no están solamente constituidas por productos para el consumo directo de la población, sino también, por medios de producción y por capital dinero, junto a todo lo cual se da también un exceso de población obrera. Esta superproducción, que tiene su origen en la producción, se manifiesta en el área de la circulación, de modo que aquí producción y circulación forman un mismo y único proceso, que se contradice progresando y que halla finalmente la solución momentánea en la crisis (*) . Sin producción no puede haber circulación, y viceversa; si bien el aspecto principal de dicha contradicción lo forma la producción. M. Quintana no entiende que lo que él denomina contradicción económica principal, la que supuestamente se da entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, es una contradicción inexistente, ya que el proceso de trabajo es, al mismo tiempo, el proceso de valorización del capital, donde éste extrae la plusvalía. Otra cosa

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muy distinta es la contradicción que se da en el mismo proceso de trabajo y, por consiguiente, en el proceso de valorización, entre el trabajo necesario y el trabajo excedente. Es en la contradicción entre el trabajo necesario y el trabajo excedente donde se manifiesta la ley de la tendencia decreciente de la cuota de la ganancia. Pero esta ley (considerada por Quintana como la más importante de la economía capitalista) no tiene nada que ver con el proceso de trabajo, sino con la composición orgánica del capital. Este es el fenómeno que Quintana quiere describir sin acertar a establecerlo. Ha oído repicar campanas, y no sabe dónde.

M. Quintana no entiende tampoco que sin realización (que se lleva a cabo en la circulación) el capital no puede consumar su ciclo, y que, por consiguiente, para el capitalista es lo mismo que si no hubiera extraído la plusvalía en el proceso de trabajo. De ahí que resulte tan importante la segunda fase del proceso de producción del capital, sin la cual, ni tan siquiera éste, puede ser considerado como tal. Este es el motivo por el cual, contrariamente a lo que sostiene Quintana, la contradicción económica fundamental del capitalismo no puede situarse en el interior del proceso de trabajo, donde el capital se valoriza y encuentra su complemento en la circulación, donde ha de realizarse necesariamente el valor creado. Es ahí donde se produce la contradicción que repercute en la producción, estancándola, unas veces, paralizándola otras y, por lo general, destruyendo una parte del capital productivo. Son dos partes de un mismo proceso, cuyas funciones son diferentes. Por eso dice Marx que las condiciones de valorización y las de realización no son idénticas: una se efectúa en el proceso de trabajo, la otra en la circulación, pero entre uno y otro acto existe una estrechísima relación, forman las dos partes constitutivas y contradictorias de un mismo proceso, el proceso de la explotación capitalista, que no pueden disociarse jamás, so pena de paralizar a todo el sistema que es, precisamente, lo que sucede durante las crisis. Esta es la cuestión que los productivistas tratan de velar con sus ataques a los subconsumistas, como si fuera posible concebir el capitalismo sólo a medias, en la producción, prescindiendo de la circulación (la producción sin el consumo); o dicho de otra manera: concebir la valorización sin la realización, la creación de valor sin que este nuevo valor encuentre las condiciones necesarias para valorizarse de nuevo.

No contento con su abusiva interpretación de nuestro subconsumismo, Quintana recurre a Lenin para echárnoslo encima con todo el peso de su autoridad. Veamos a continuación como lo hace:

Los románticos no comprendieron que la diferencia entre la producción y el consumo no conduce al subconsumo, sino a la acumulación, que es la base del funcionamiento del capitalismo. Negar la acumulación es negar el progreso del capitalismo: 'Sería difícil expresar con más relieve -escribía Lenin (quede claro que la cita es de Quintana)- la tesis fundamental del romanticismo y la concepción pequeño-burguesa acerca del capitalismo. Cuanto más rápidamente aumente la acumulación, es decir, el excedente de la producción sobre el consumo, tanto mejor, enseñaban los clásicos (los cuales) formularon la tesis absolutamente correcta de que la producción crea su propio mercado, determina el consumo. Y nosotros sabemos que Marx ha tomado de los clásicos esta concepción de la acumulación [...] Los románticos sostienen precisamente lo contrario, cifran todas sus esperanzas en el débil desarrollo del capitalismo y claman porque este desarrollo sea detenido (3).

Verdaderamente, con esta cita, Quintana nos ha dejado aplastados y boquiabiertos. Curiosamente, es el mismo recurso al que han recurrido los camaradas de RS para tratar

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de demostrar la inconsistencia de nuestros argumentos. Salta a la vista, para cualquiera que esté mínimamente familiarizado con el tema que estamos debatiendo, la enorme confusión que reina en la cabeza de nuestros detractores, cuando intentan servirse de la crítica de Lenin a los románticos rusos de finales del siglo XIX, para demostrar nuestro subconsumismo. Una cuestión que está planteada por nuestra parte en relación con la crisis del sistema capitalista tomado en su conjunto y en la etapa última de su desarrollo -cuando el problema de la contracción de los mercados se presenta como uno de los más serios-, ellos lo trasladan a un país concreto (Rusia) y a una etapa (finales del siglo XIX) en que se inicia en él el desarrollo del capitalismo, cuando, efectivamente, tal como demostraron los clásicos, la producción crea su propio mercado; nos trasladan a una época y a un país en que el problema de los mercados era prácticamente inexistente por la misma razón del desarrollo, de la acumulación capitalista, que es el plano en que está planteada la cuestión. Entonces Lenin puso de manifiesto en toda una serie de trabajos la inconsistencia de la teoría de los populistas, quienes, inspirándose en Sismondi, aseguraban que resultaría imposible realizar la plusvalía debido a la inexistencia de pequeños productores y de un mercado capitalista en Rusia. De manera que, mientras nosotros nos estamos refiriendo a la superproducción que genera el capitalismo en la fase última, monopolista, de su desarrollo, a la superacumulación que no encuentra salida en el mercado, ellos nos están hablando de la acumulación originaria, de una acumulación que resulta de la diferencia entre la producción y el consumo, y que sirve de base al progreso del capitalismo.

En toda esta polémica se evidencia la relación entre la producción y la realización; es decir, en ningún momento, ni Lenin, ni Marx, ni los clásicos han puesto en tela de juicio la necesidad del mercado para el desarrollo capitalista. La cuestión estriba en que, mientras los románticos argumentan acerca de la imposibilidad de realizar la plusvalía por la falta de mercado, Lenin y los clásicos aseguran por su parte que este mercado es creado por el propio proceso de producción y acumulación capitalista; que cuanto más rápidamente aumente la acumulación, es decir, el excedente de producción sobre el consumo, tanto mejor.... ¿Qué tiene que ver esta tesis con el proceso de trabajo, con la contradicción entre el proceso de trabajo y la valorización de que nos habla nuestro querido Quintana? Para que Lenin le hubiera dado la razón en su discurso sobre el romanticismo económico, tendría que haberse expresado en los siguientes términos: señores románticos, no se preocupen tanto por los mercados, ¿es que no saben que desde los clásicos está más que probado que la plusvalía no necesita ser realizada, que la plusvalía se valoriza en el proceso de trabajo, que ahí se acumula y que con esta acumulación es más que suficiente para que tenga lugar el desarrollo del capitalismo que ustedes tanto repudian?

No cabe duda de que con este discurso de Lenin nos habríamos quedado chafados para siempre, pero aun así no se habría avanzado ni un milímetro en la aclaración de este problema. ¿Se pueden sostener hoy, sin exponerse a hacer el ridículo más espantoso, las mismas tesis que defendía Lenin para Rusia a finales del siglo XIX? ¿Se puede sostener que en la etapa de desarrollo monopolista del capitalismo, en la era imperialista, la acumulación, el excedente de la producción, no representa ningún problema para el capitalismo y que resulta tanto mejor para él, por cuanto le permite crear nuevos mercados y determinar el consumo en la misma forma que lo hacía al comienzo de su desarrollo? Es ésa, precisamente, la idea que están propagando, desde hace más de un siglo, los apologistas del imperialismo, y con ellos todos los revisionistas, para ocultar las profundas contradicciones que lo corroen por dentro y la crisis económica, ya

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endémica, que padece. Ningún marxista puede ignorar que ese excedente de capital a que se refiere Lenin, que constituía en otra época, en la etapa inicial del desarrollo capitalista, una palanca formidable para el progreso social, se ha llegado a convertir en el curso de los últimos decenios en su contrario, es decir, en una poderosa traba que impide todo movimiento. Esto es lo que ha dado lugar a la formación de los monopolios y del capitalismo financiero, a la crisis crónica de superproducción, a las guerras imperialistas y a que se abrieran paso, a través de ellas, las revoluciones socialistas y los movimientos de liberación nacional. En pocas palabras, el desarrollo capitalista, la acumulación y la concentración del capital, han conducido al imperialismo y a la crisis general del capitalismo, y esta crisis ha hecho estallar al sistema por todas sus costuras, planteando en el orden del día la cuestión de la revolución, es decir, del cambio de las viejas relaciones de producción por otras nuevas, más acordes con el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas.

La teoría del derrumbe y el derrumbe de la teoría

La teoría del derrumbe del sistema capitalista, que habrá de sobrevenir inevitablemente como consecuencia del desarrollo de sus contradicciones internas, y que está relacionada con la acumulación y concentración capitalista y la crisis, ha sido tradicionalmente una de las teorías peor comprendidas dentro del movimiento obrero revolucionario y la más atacada y tergiversada por sus enemigos. Sobre este particular, Mario Quintana razona justamente en el segundo apartado de su trabajo: Marx sólo utiliza de pasada la expresión 'derrumbe' [...] en el sentido de una inviabilidad del modo de producción capitalista para reproducirse indefinidamente [...] Pero la idea de la naturaleza esencialmente transitoria del capitalismo aparece repetidas veces en las obras de Marx y Engels. A continuación, Quintana recoge varias citas de El Capital con las que, una vez más, demuestra la confusión que reina en su cabeza también en este punto. En una de ellas puede leerse lo que sigue: El régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal... (4). En la cita que sigue, Marx expresa: El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital, es el hecho de que en ella son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el fin de la producción... (5).

Nos encontramos pues, por un lado, con que el régimen de producción capitalista tropieza en su desarrollo con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal. Este peculiar obstáculo acredita precisamente la limitación y el carácter meramente histórico, transitorio del régimen capitalista de producción; y, por otra parte, también nos encontramos con que el verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital, es el hecho de que en la producción son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el fin de la producción. Aquí vemos expuestas con toda claridad dos contradicciones de naturaleza distinta: la primera, la que existe entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, contradicción que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal; la segunda, la que se origina en el proceso de producción y está constituida por el mismo capital, por el hecho de que en ella son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta. Es a esta segunda contradicción a la que se viene refiriendo Quintana continuamente como a la contradicción más importante del capitalismo; sin embargo, esta contradicción constituye, en realidad, sólo un aspecto (el que se refiere al

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desarrollo de las fuerzas productivas) de la contradicción fundamental del sistema capitalista, que para que pueda ser efectiva tiene que ser unida con el otro aspecto que forma dicha contradicción, el cual no guarda relación con la producción o está situado fuera de ella; es decir, con ese obstáculo peculiar que acredita precisamente la limitación y el carácter meramente histórico, transitorio, del régimen capitalista de producción. De otra manera no es posible entender el capital como relación social, ni la producción por la producción misma, es decir, la valorización como el verdadero límite de la producción capitalista. Eso por no insistir aquí de nuevo en la refutación de las ideas de la valorización, de la extracción de la plusvalía y del proceso de acumulación y concentración capitalista concebidos como independientes de la realización.

Una vez desligados e invertidos los dos aspectos de la contradicción fundamental del sistema capitalista, el campo queda libre de obstáculos para exponer en toda su extensión la teoría del derrumbe, que habrá de producirse por la propia inercia de la superproducción absoluta de capital. Para eso, nada mejor que servirse de la crítica revisionista de la teoría e introducir al mismo tiempo una unidad dialéctica de lo objetivo y lo subjetivo, totalmente superficial y postiza en el análisis. Es lo que vemos hacer a Quintana sin ningún tipo de reparos al comentar la polémica que sostuvo Kautsky en defensa del marxismo, cuando aún no se había convertido en un renegado, con los revisionistas encabezados por Bernstein.

Kautsky fue uno de los primeros en salir al paso del revisionismo y defender una supuesta ‘ortodoxia marxista’, dice M. Quintana en esta parte de su escrito. La razón de esa supuesta defensa de la ortodoxia la aclara inmediatamente al afirmar que Kautsky acabó abrazando posteriormente todas y cada una de las posiciones del revisionismo. Esto no quita para que, al analizar sus posiciones ideológicas contra el revisionismo, Quintana observe que:

Kautsky se atiene a los aspectos secundarios y los pone en primer plano para destacar sus diferencias con Bernstein, mientras soslaya los principales, en los que adopta una actitud muy ambigua.

La postura de Kautsky -prosigue Quintana- resultó, por tanto, inicialmente centrista: consideraba la ley del derrumbe como el ‘punto capital’ de la crítica de Bernstein, pero no la admitía. Sin embargo, tampoco admitía la viabilidad ilimitada del capitalismo y para ‘demostrarlo’ recurrió, como alternativa, a los propios revisionistas, tomando prestada de ellos una singular versión subconsumista. Decía Kautsky:

‘La forma de producción capitalista se hace imposible desde el momento en que el mercado no se extiende en la medida en que la producción, es decir, que el exceso de producción se hace crónico [...] He aquí una situación de la cual, si se presenta, resultará inevitablemente el triunfo del socialismo.

Se ha de llegar a tal situación si la evolución económica continúa progresando como hasta aquí, porque el mercado exterior, lo mismo que el interior, tiene sus límites, en tanto que la extensión de la producción es ilimitada [...] La forma de producción capitalista llegará a ser insoportable no sólo para los proletarios, sino también para la masa de la población, en cuanto la posibilidad de la extensión del mercado no responda a las necesidades de la extensión de la producción, que nacen del aumento de la

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población industrial, del crecimiento del capital, de los progresos de las ciencias aplicadas’ (6).

¿Dónde está, en esa cita, el préstamo tomado por Kautsky a los revisionistas? (**) ¿De dónde ha sacado Kautsky tan singular versión subconsumista? ¿Dónde está aquí el centrismo y la ambigüedad de Kautsky? ¿Acaso en considerar como falsa la versión revisionista, según la cual Marx hace depender el derrumbe del sistema capitalista, sólo y exclusivamente de los factores económicos, prescindiendo de los aspectos políticos e ideológicos de la lucha de clases (el famoso determinismo económico de Marx), para después atacarlo cómodamente? ¿No se corresponde más bien esa idea revisionista con la teoría de la superproducción absoluta de capital que está defendiendo M. Quintana? La siguiente cita del mismo Kautsky, que reproduce Quintana, aclara este aspecto del problema mucho mejor que podríamos hacerlo nosotros: Demostrar que la superproducción llega a ser crónica e irremediable, no es profetizar que muy pronto ha de sobrevenir una enorme crisis universal de donde brote la sociedad socialista triunfante como nuevo Fénix que renace de sus cenizas.

Esta superproducción crónica acaso tenga un proceso tardío. No sabemos cómo ni cuándo ocurrirá. Y hasta reconocería de buen grado que puede dudarse de su realización tanto más fácilmente cuanto más rápida sea la marcha del movimiento social. La superproducción crónica irremediable representa el límite extremo más allá del cual no puede subsistir ya el régimen capitalista; pero otras causas pueden hacerlo sucumbir antes. Hemos visto que la concepción materialista, al lado de la necesidad económica, admite otros factores de la evolución social, factores que se explican por las condiciones económicas, pero que son de naturaleza moral y espiritual, y que agrupamos bajo la fórmula de ‘lucha de clases’. La lucha de clases del proletariado puede ocasionar la caída de la forma de producción capitalista antes de que llegue ésta al período de descomposición. Si el demostrar que la superproducción se hará crónica no es predecir la gran crisis universal, tampoco es profetizar que el régimen capitalista acabará de esta o de la otra manera. Pero es importante aquella indicación, porque al fijar un límite extremo a la duración de la sociedad capitalista actual, se hace salir al socialismo de las regiones nebulosas en que tantos socialistas le creen, nos aproximamos a él, y lo convertimos en un objeto político tangible, necesario. Ya no se trata de un sueño que se realizará dentro de quinientos años, o que acaso no se realizará nunca (7).

La conclusión que extrae M. Quintana de esta extensa cita de la obra de Kautsky no puede resultar más grotesca: Por tanto -dice Quintana- Kautsky diferencia claramente dos tipos de crisis, las coyunturales y las estructurales: esta última es ‘la crisis’ por antonomasia, la última, la del colapso definitivo de todo el sistema capitalista a escala planetaria, porque ‘si la superproducción es general, la quiebra lo será también’. Esto es algo que diferencia a Kautsky de los seguidores posteriores de las teorías subconsumistas: según él, es una crisis que no tiene remedio. Kautsky trató así de mantener el tipo, de guardar las apariencias, pero no explicó en absoluto por qué y de qué modo esa crisis total de subconsumo llevaba al derrumbe del capitalismo.

M. Quintana quiere que expliquemos la crisis total que habrá de llevar al derrumbe del capitalismo, no desde la concepción del materialismo histórico, que al lado de la necesidad económica, admite otros factores de la evolución social [...] que agrupamos bajo la fórmula de ‘lucha de clases’, sino según el enfoque que él nos ofrece del análisis económico que ya conocemos.

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No obstante, al llegar a este punto, M. Quintana parece darse cuenta del vacío que nos deja en el alma y se dispone a llenarlo. Es entonces cuando descubre la ruptura que realiza Kautsky de la unidad dialéctica entre los objetivo y lo subjetivo en la revolución. En su exposición, dice Quintana, ambos contrarios no aparecen unidos sino separados: los factores económicos coexisten con los ‘demás factores’, de modo que éstos ‘pueden adelantarse en el tiempo a los económicos y, por tanto, surgir al margen de ellos’. Claro, Quintana no sabe explicarnos cuál es el nexo de unión del factor económico con los demás factores, en qué parte de su análisis aparecen unidos y en qué consiste, precisamente, la contradicción o la lucha entre ellos. ¿No es, acaso, en esa separación de lo objetivo respecto a lo subjetivo, del ser pensante que capta, a través del análisis, las relaciones o concatenaciones entre las cosas o los fenómenos? La contradicción existe sólo cuando no concuerda el análisis (lo subjetivo) con el mundo objetivo, y se resuelve cuando lo subjetivo refleja correctamente lo objetivo. Pero esa separación, ese estar uno al lado del otro, en el problema que aquí tratamos, existe y existirá siempre. Concebir este asunto de otra forma resulta de un subjetivismo delirante. En eso consiste, precisamente, la labor del Partido, del elemento consciente, el cual analiza los fenómenos económicos desde una concepción determinada (la materialista dialéctica), teniendo en cuenta, además, otros factores, no sólo políticos, sino también morales, que se derivan de la lucha de clases. Enfocada la cuestión desde este punto de vista, ¿pueden esos factores independizarse de los económicos y adelantarse a ellos en el tiempo y, por tanto, surgir al margen de ellos? Quintana lo niega. Pero nosotros sabemos que ésa ha sido la labor que realizaron Marx, Engels, Lenin, Mao y todos los marxistas. Otra cosa muy distinta es pretender hacer surgir, como por encanto, del análisis puramente económico o del movimiento espontáneo de las masas, una subjetividad revolucionaria que prescinde del materialismo dialéctico e histórico y de la lucha de clases.

Kautsky, hacia el final de su vida, renegó del marxismo y se pasó a las filas de los enemigos de la clase obrera, pero en el momento en que escribió la obra que M. Quintana critica (1899) era el teórico más destacado del marxismo y supo defenderlo frente a las tergiversaciones y ataques del revisionismo. Claro que siempre se pueden encontrar algunas ambigüedades en las expresiones y el análisis del Kautsky marxista. Pero esto era algo común a toda la socialdemocracia de entonces, en particular de la alemana; producto de la época de desarrollo pacífico del capitalismo, una época en la que la perspectiva de la crisis revolucionaria aún no se divisaba en el horizonte. Fue en esas condiciones donde se gestó el revisionismo que tanto Kautsky como Plejanov fueron los primeros en combatir. Esta crítica no podía por menos que reflejar el filisteísmo pequeño-burgués y el espíritu conciliador que comenzaba a abrirse paso en el movimiento socialista, anuncio del camino que más tarde iba a tomar, pero no hasta el grado que permita calificarla, tal como hace Quintana, como hecha en lo sustancial, desde dentro del revisionismo. Esta afirmación puede servir para la defensa de su posición, pero no corresponde a la verdad. ¿Qué es aquí lo sustancial? ¿En qué se distingue el revisionismo del marxismo en el asunto que tratamos?

Esencialmente se diferencia en que, aun rechazando la teoría del derrumbe, tal como ellos mismos la han formulado, lo confían todo al desarrollo de las fuerzas productivas, lo que supuestamente traerá consigo el cambio o la evolución social por la vía de las reformas; es decir, sin necesidad de la revolución o del cambio violento, sin necesidad del derrocamiento del poder de la clase burguesa dominante, y sin que haga falta para ello, por consiguiente, ningún partido revolucionario, ni introducir desde fuera del

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movimiento de masas el factor subjetivo, la conciencia y la voluntad revolucionarias. Para el marxismo, por el contrario, como hemos visto más arriba, esos factores son absolutamente necesarios para el derrumbe del capitalismo. Por esa razón, por más que les pese a los revisionistas, el marxismo jamás ha planteado tal derrumbe al margen de los factores políticos e ideológicos que son determinados por la situación que ocupan las clases en la sociedad, por la oposición entre sus respectivos intereses, de la que se deriva la lucha entre ellas. Las crisis económicas de superproducción crean las condiciones objetivas necesarias para el derrumbe, pero el capitalismo no se derrumba por sí solo en base a sus contradicciones puramente económicas. Al capitalismo hay que derrumbarlo por la acción del movimiento de masas revolucionario que crea la propia crisis capitalista en combinación con la labor del Partido. Esto es lo sustancial en toda esta discusión, lo que, aun dentro de la ambigüedad del discurso de Kautsky, éste deja entrever y lo que Quintana no puede apreciar por estar demasiado ocupado en demostrar el subconsumo en la teoría marxista sobre la crisis que nosotros estamos defendiendo.

Pero no sólo existe un pensamiento económico revisionista que toma como base la teoría subconsumista. También se da otro tipo de revisionismo, esta vez opuesto a la teoría subconsumista. Es la línea defendida, según explica Quintana en el cuarto punto de su trabajo, por Tugan-Baranovski y Hilferding. Los posicionamientos de éstos se caracterizan por la negación de la superproducción, asumen la defensa de la ‘ley de los mercados de Say’ o de la correspondencia entre la producción y el consumo: no cabe subconsumo porque toda producción engendra su propio consumo. Quintana acierta, al cien por cien, tanto en la exposición como en la crítica que hace a esta corriente de pensamiento económico burgués, con lo que viene a mostrar la incongruencia de su propio pensamiento. Veamos cómo plantea esta vez el problema:

La ‘ley de Say’, escribió Lenin, se encuentra en flagrante contradicción con la doctrina de Marx sobre la evolución y la desaparición final del capitalismo (8). Sus partidarios niegan la posibilidad de contradicción entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda. Ante todo hay que decir que es una contradicción secundaria, pero es una contradicción al fin y al cabo: ‘Las condiciones de explotación directa y las de su realización no son idénticas’, decía Marx, ya que la capacidad de consumo, a diferencia de la capacidad de producción, de la sociedad capitalista está limitada ‘por el impulso de la acumulación’ que reduce a un mínimo ‘susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos’ (9).

M. Quintana acaba de reconocer, aunque de muy mala gana (habla de la posibilidad de contradicción entre producción y consumo, de una contradicción secundaria, pero contradicción al fin y al cabo), lo que comenzó por negar al principio. Naturalmente, él pone todo el acento en el impulso de la acumulación y pasa de puntillas sobre los límites muy estrechos. Es decir, destaca un polo o aspecto de esa contradicción posible, y desde luego totalmente secundaria, para escamotear o minimizar el otro aspecto: el límite del mercado que imponen las relaciones capitalistas de producción a la tendencia ilimitada del capital a desarrollarse en las condiciones de la explotación directa. Este es, ciertamente, un obstáculo fastidioso que Quintana no sabe como salvar para el encuadre de su teoría sobre la superproducción absoluta de capital... Total, ¡si no existieran esos límites tan estrechos, ese otro polo, la posible o virtual contradicción secundaria no existiría y, entonces, la acumulación de capital podría proseguir hasta alcanzar su propio límite absoluto en el proceso de trabajo! M. Quintana no acaba de caer sobre sus pies, no ve que es la discordancia que se produce entre el proceso inmediato de producción y el proceso de circulación (que deben ir juntos y que en condiciones normales van

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juntos), lo que hace que se desarrolle de nuevo y se ahonde la posibilidad de la crisis, que se manifiesta ya en la simple metamorfosis de la mercancía (10). Quintana no acaba de entender que la crisis existe desde el momento que esos procesos no se funden, sino que se independizan el uno del otro (11). Esto sucede porque, efectivamente, la producción no depende de la demanda, ni coincide con ella, lo que es consustancial al modo de producción capitalista; porque la producción va por delante del mercado, la oferta no espera a la demanda, el consumo no determina la producción. Aquí se ve, una vez más, la importancia del mercado, pese a que M. Quintana no sabe qué hacer con él, como factor inseparable de la producción donde deberá realizarse la plusvalía. Pensar de otro modo equivale, aunque parezca lo contrario, a negar la acumulación y con ella la misma posibilidad de la crisis.

El excedente de capital y Rosa Luxemburgo

Pero no acaba aquí el calvario de nuestro querido camarada Mario Quintana. Resulta que a mitad de su largo peregrinar en busca de una explicación satisfactoria de la crisis, que le libre de la obsesiva presencia del subconsumismo, encuentra a una tal Rosa Luxemburgo que le sale respondona. Dice de Rosa, sin poder disimular su disgusto, que, no obstante su destacado papel en la lucha contra el revisionismo, también cometió importantes errores, el más importante de los cuales es el del subconsumismo: En su obra ‘Reformismo o revolución’, escrita en 1899, Luxemburgo -manifiesta Quintana- sale al paso de los revisionistas, a los que considera herederos de Kant, Proudhon y de Lassalle, al tiempo que defiende la ley del derrumbe. Para ella el colapso inevitable del capitalismo es ‘la piedra angular’ del socialismo científico [...] Considera, además, que... la socialdemocracia siempre había pensado que el socialismo llegaría con una ‘crisis general y aniquiladora’, que el capitalismo acabaría ‘por sí solo y víctima de sus propias contradicciones’.

Ahora bien, ¿qué tipo de contradicciones son esas capaces de hundir al capitalismo según ella? Aquí comienzan los errores de Luxemburgo [...] Su posición es la misma que la de Kautsky: el capitalismo desaparecerá como consecuencia de la crisis de subconsumo. Lo mismo que Kautsky, traslada las contradicciones al ámbito de la circulación, de la realización de la plusvalía. Según ella, no habría crisis si la producción coincidiera con el mercado, si éste tuviera una capacidad de expansión ilimitada. Sustituye así la contradicción producción-mercado, por la contradicción producción-valorización.

Desde luego, el motivo que llevó a una de las más destacadas representantes del marxismo revolucionario, como lo fue Luxemburgo en su época, a incurrir en toda esa serie de abultados errores teóricos, pasará a la historia como uno de los mayores enigmas. El mayor mérito de Rosa Luxemburgo no consiste, sin embargo, en haber defendido, como hizo Kautsky, la concepción marxista sobre la crisis de los ataques y tergiversaciones del revisionismo. Rosa llevó el análisis mucho más lejos, hasta poner al descubierto las causas por las cuales, a pesar de las previsiones de Marx, el capitalismo no había alcanzado la crisis general aniquiladora. Es lo que hizo en su obra La acumulación de capital, escrita en 1913, un año antes de que estallara la primera guerra imperialista mundial, y en su Anticrítica, obra escrita para defenderse de los furibundos ataques de que era objeto por parte de los revisionistas. Como muy bien resalta Quintana, estas dos obras de Luxemburgo no sólo no mejoran lo anterior sino que

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amplifican sus errores. M. Quintana resume esta amplificación de los viejos errores de la siguiente manera: El núcleo de la argumentación de Luxemburgo parte de los fundamentos que ya expusiera en Reformismo o Revolución: el consumo determina la producción; como los capitalistas no consumen toda la plusvalía, esta acumulación engendra un subconsumo que no encuentra salida porque carece de demanda solvente; este subconsumo sólo se puede compensar con las ventas en el mercado exterior, en áreas al margen del capitalismo; por tanto, el capitalismo es un sistema económico que sólo puede funcionar si coexiste con regiones no capitalistas, porque la producción no encuentra compradores ni entre los obreros (ya que éstos realizan el capital variable) ni entre los capitalistas (ya que éstos consumen sólo la parte de la plusvalía que no se acumula); hacen falta ‘otras clases sociales’ situadas al margen de esas dos que completen la demanda; una vez que el capitalismo se extienda tanto que no tenga regiones vírgenes precapitalistas ni tampoco ‘terceras personas’ que completen la demanda, se producirá el derrumbe. La causa del derrumbe, por tanto, es la falta de demanda, la reducción del consumo, la limitación de los mercados. No vamos a recoger aquí, por no abusar de la paciencia de nuestros lectores, la larga lista de cargos que ha acumulado Quintana contra Luxemburgo. Tan sólo vamos a citar la parte en que resume todas sus acusaciones: ...Pero sobre todo, Luxemburgo incurre en un error mucho más grave, verdadero núcleo de todas las teorías del subconsumo: partir de la demanda, del consumo y localizar los problemas económicos en la realización. M. Quintana no ha comprendido (y esta incomprensión es común a otros muchos que como él también la critican) que Rosa Luxemburgo plantea la cuestión de la crisis desde una perspectiva distinta a como lo hizo Marx, poniendo al descubierto una laguna en el análisis que tanto Marx y Engels como otros marxistas posteriores, a excepción de Lenin (quien habría de completar el análisis de Rosa y corregir sus errores), no pudieron prever.

Esta cuestión se refiere, fundamentalmente, a la aparición del imperialismo como nueva etapa del desarrollo del capitalismo, y plantea el problema de la relación entre la reproducción ampliada en la época de los monopolios y el capitalismo financiero y la formación del excedente de capital. Debe quedar claro que nosotros no compartimos todas las ideas y planteamientos de Luxemburgo, especialmente el que apunta a una definición del imperialismo considerado como el avance del capitalismo sobre territorios no capitalistas. No obstante, debemos reconocerle el mérito de haber sacado a la luz por primera vez este importante problema teórico que se le venía presentando al marxismo y de haber aportado algunas ideas para resolverlo. M. Quintana demuestra una vez más su despiste de este asunto cuando dice:

Luxemburgo parte de un error muy común en aquella época entre la socialdemocracia: partir de los esquemas de la reproducción capitalista del Libro II de El Capital y tomarlo por un modelo del funcionamiento real del capitalismo. Pero esos esquemas parten del supuesto simplificador de que no existe el mercado exterior y, por tanto, no se puede pretender ‘demostrar’ a partir de ellos que el mercado exterior es imprescindible.

De esta manera tan elegante se desprende M. Quintana de ese pesado fardo que es el mercado exterior: consagrando el esquema simplificador que prescinde del funcionamiento real del capitalismo, del problema de la reproducción ampliada, de la realización y las crisis relacionadas con ellas (en una época en que todos estos problemas aparecen agudizados en extremo), para mantener, suponemos que en estado

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puro, el esquema de un capitalismo sin excedentes de capital, que se basta a sí mismo para subsistir sin crisis y sin convulsiones sociales. ¿No nos recuerda nada este esquema tan maravilloso? Pero lo más curioso es que Quintana acusa a Rosa de compartir ese mismo error, tan extendido en su tiempo entre la socialdemocracia, cuando en realidad su mérito consistió, como ya hemos señalado, en sacarlo a la luz mostrando su desacuerdo. De todas formas tomemos, una vez más, la palabra a Quintana, abandonemos por un momento el esquema simplificador y situémosnos en el mundo real. Es aquí donde nos encontramos dos tipos de problemas que no hay manera de soslayar, por más que lo intentemos, ni siquiera a través de las abstracciones más generales.

Por una parte tenemos que, para extraer el plusvalor y acumularlo, el capitalismo no sólo tiene que explotar a la clase obrera y crear una sobrepoblación, sino que, además, tiene que resolver el otro gran problema que representa la realización de la plusvalía, del nuevo valor contenido en las mercancías producidas. Es decir, no es suficiente con haber extraído el plustrabajo en la explotación directa. El producto así obtenido debe venderse. Recordemos que el capitalismo no produce bienes para el consumo personal, produce mercancías. Cada año incrementa más la producción, puesto que, en el capitalismo, el empleo de una parte de la masa de plusvalor producido por el plustrabajo para la acumulación de capital se presenta como una necesidad. Por consiguiente, el capitalismo tiene que colocar esa masa incrementada de productos. Si no lo hace, se produce la crisis. De manera que el problema de la reproducción ampliada no se puede separar del fenómeno de la crisis. Las crisis hacen su aparición en la historia sólo con el capitalismo, es decir, con la reproducción ampliada, y el marxismo siempre ha analizado el fenómeno de la crisis en relación con la reproducción ampliada y la acumulación. Lo que ocurre es que Marx, efectivamente, para facilitar el análisis del sistema capitalista, en el Libro II de El Capital, parte de la hipótesis de que sólo existen países capitalistas y que la sociedad sólo está constituida por dos clases: capitalistas y obreros.

Esto hizo concebir la idea de que era posible la reproducción ampliada sin necesidad del comercio exterior e incluso sin someter a la férula del capital a los otros sectores económicos no capitalistas que todavía existían dentro de cada país. ¡Como si el surgimiento del capitalismo y su posterior desarrollo no hubieran dependido de la esquilmación de esos otros sectores y de los pueblos de las colonias! Pero Marx hizo abstracción de esa cuestión a fin de exponer con más claridad su análisis. Fue después de Marx cuando aparece el famoso esquema que se le atribuye, en el que se muestra un capitalismo en continuo desarrollo, en el que todos los capitalistas consumen una parte de la ganancia y utilizan la otra parte para la acumulación; un capitalismo en el que se incrementa el capital constante, el variable y el plusvalor, en el que tanto las industrias de medios de producción como las de medios de consumo se amplían constantemente, en el que se establece por tanto la reproducción en escala ampliada, sin que la masa de plusvalor acumulada o de una parte importante de esa masa de plusvalor tenga necesidad de ser colocada fuera de esa economía capitalista que funciona según el esquema señalado. Pero resulta que en esos mismos momentos, en paralelo con ese proceso puro de producción y reproducción capitalista dibujado, están siendo destruidas por el mismo capitalismo otras formas económicas precapitalistas en todo el mundo, a la vez que, en conexión con ello, se están extendiendo y adquieren cada vez mayor importancia el comercio exterior de mercancías, la colocación de capitales y la importación de materias primas de las colonias y países dependientes. Es cuando Rosa

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Luxemburgo entra en escena para poner patas arriba aquel esquema que había prevalecido en la socialdemocracia:

Lo que nos proponíamos ilustrar en nuestros anteriores intentos con el esquema de Marx es lo siguiente: según el propio Marx, el progreso de la técnica ha de expresarse en el crecimiento relativo del capital constante en comparación con el variable. Resulta de aquí la necesidad de una modificación constante en la distribución del plusvalor capitalizado entre c y v. Pero los capitalistas del esquema marxista no están en situación de alterar a su antojo esta distribución; pues, en la capitalización, se hallan ligados de antemano a la forma real de su plusvalor. Como según el supuesto de Marx, toda la ampliación de la producción se verifica, exclusivamente, con los propios medios de producción y consumo elaborados en forma capitalista -no existen otros centros ni formas de producción-; como no existen tampoco más consumidores que los capitalistas y obreros de ambos capítulos, y como, por otra parte, se supone que el producto total de ambos sectores entre, completo, en la circulación, el resultado es el siguiente: la conformación técnica de la reproducción ampliada le está rigurosamente prescrita, de antemano, a los capitalista, con la forma real del plusproducto (12).

Rosa tiene toda la razón del mundo en este punto, que sus críticos se han preocupado en no señalar: puesto que las industrias de medios de producción adquieren una composición orgánica de capital más elevada que las industrias de medios de consumo y, dado que, como consecuencia de la acumulación c aumenta más deprisa que v, en el capitalismo puro, en el que es supuesta la misma acumulación para los dos sectores, es imposible un intercambio completo. Queda, pues, un remanente de capital que no encuentra colocación en el esquema que previamente ha sido establecido, y que tiene que buscar una salida fuera del propio sistema o ser destruido. Rosa muestra así el mecanismo económico que conduce a la expansión imperialista y, a través de esta misma expansión, a la crisis y el derrumbe total del capitalismo, hecho que sucederá, según ella, cuando a éste no le quede ningún territorio no capitalista que explotar.

Marx, en el Tomo II de El Capital, no aborda esta cuestión, de manera que el análisis de la ley de la reproducción en escala ampliada no toma en consideración el problema del excedente de capital ni el comercio exterior. Es por este motivo que el estudio de la reproducción ampliada y del fenómeno de la crisis aparecen separados en la obra de Marx. Esto ha dado lugar a muchas confusiones y a otras tantas falsas interpretaciones. Es en la sección tercera del Tomo III de El Capital donde Marx aborda con más detenimiento el tema de la crisis, y lo hace en relación con la ley de la tendencia decreciente de la cuota de la ganancia. En esta misma sección, dedica un punto al comercio exterior, del que habla sólo de pasada -porque cae realmente, por su especificidad, fuera de los ámbitos de nuestra investigación, dice Marx- y lo hace en los siguientes términos:

¿Contribuye a la elevación de la cuota general de la ganancia la cuota de ganancia más elevada que obtiene el capital en el comercio exterior, y principalmente en el comercio colonial?. Para Marx no existe ni la más remota sombra de duda a este respecto, con lo que está apuntando a la solución del problema que se le crea al sistema capitalista al llegar a un determinado grado de desarrollo; es decir, está rompiendo su propio esquema, o dicho de otra manera, está rompiendo el esquema que los revisionistas han consagrado.

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Los capitales invertidos en el comercio exterior -escribe Marx- pueden arrojar una cuota más alta de ganancia, en primer lugar porque aquí se compite con mercancías que otros países producen con menos facilidades, lo que permite al país más adelantado vender sus mercancías por encima de su valor, aunque más baratas que los países competidores. Cuando el trabajo del país más adelantado se valoriza aquí con trabajo de peso específico superior, se eleva la cuota de ganancia, ya que el trabajo no pagado como trabajo cualitativamente superior se vende como tal. Y la misma proporción puede establecerse con respecto al país al que se exportan mercancías y del que se importan otras: puede ocurrir, en efecto, que el país entregue más trabajo materializado en especie del que recibe y que, sin embargo, obtenga las mercancías más baratas de lo que él puede producirlas [...] Por otra parte, los capitales invertidos en las colonias, etc., pueden arrojar cuotas más altas de ganancia en relación con el bajo nivel de desarrollo que en general presenta la cuota de ganancia en los países coloniales y en relación también con el grado de explotación del trabajo que se obtiene allí mediante el empleo de esclavos, coolies, etc. [...] Pero el mismo comercio exterior fomenta en el interior el desarrollo de la producción capitalista y, con ello, el descenso del capital variable con respecto al constante, a la par que, por otra parte, estimula la superproducción en relación con el extranjero, con lo cual produce, a la larga, el efecto contrario (13).

Aquí podemos ver con toda claridad, aunque enfocado desde otro ángulo (desde el punto de vista de la cuota general de ganancia), la relación de dependencia que establece Marx entre el esquema de una economía capitalista en estado puro, y las economías más atrasadas y las de los países coloniales. Otro ejemplo que podemos tomar de la solución de este problema lo ofrece Marx en los Grundrisse, en su estudio de la moneda y la moneda mundial (el oro) y su papel en la articulación de la economía burguesa: En esta primera sección en la que consideramos los valores de cambio, el dinero y los precios, las mercancías se presentan siempre como ya existentes [...] La articulación interna de la producción constituye por consiguiente la segunda sección; su síntesis en el Estado, la tercera; la relación internacional, la cuarta; el mercado mundial, la sección final, en la cual la producción está puesta como totalidad al igual que cada uno de sus momentos, pero en la que al mismo tiempo todas las contradicciones se ven en proceso. El mercado mundial constituye a la vez que el supuesto, el soporte del conjunto. Las crisis representan entonces el síntoma general de la superación de (ese) supuesto, y el impulso a la asunción de una nueva forma histórica (14). Tal es el verdadero esquema de la economía de Marx que M. Quintana ha perdido completamente de vista, lo que le lleva a atribuir a Rosa Luxemburgo todas las limitaciones y estrechez de miras de su propio esquema productivista. Para Marx, como acabamos de ver, en el mercado mundial la producción está puesta como totalidad en la que todas las contradicciones se ven en proceso. El mercado mundial constituye a la vez que el supuesto, el soporte del conjunto. La crisis representa entonces el síntoma general de la superación de (ese) supuesto, y el impulso a la asunción de una nueva forma histórica. Esto es lo que, a su manera, apunta Rosa. Pero M. Quintana está tan obcecado con su propio esquema, que no lo ve y se dedica a descubrir errores donde no los hay, al tiempo que reprocha a Rosa por mantener, según él, una posición similar a la que mantuvieron los populistas rusos. Luxemburgo -argumenta M. Quintana, ya casi en el colmo de la confusión-, en realidad está describiendo el proceso de expansión capitalista, la acumulación originaria de capital que se desarrolla a costa de las formas de producción precapitalistas, de la ruina de la pequeña producción agrícola y artesanal. En ella la coexistencia de estos dos modos de producción no se verifica necesariamente fuera de las fronteras, porque es

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posible la expansión interior, cuando existen regiones a las que aún no ha llegado el capitalismo, porque éste se hunde irremisiblemente. En realidad, no sabemos muy bien si en ese pasaje Quintana le está dando la razón a Rosa. O sea, por un lado, reconoce el proceso de expansión capitalista, la acumulación originaria de capital que se desarrolla a costa de las formas de producción precapitalistas, que no se verifica necesariamente fuera de las fronteras, porque es posible la expansión interior, pero niega la expansión imperialista fuera de esas mismas fronteras como una necesidad del capitalismo desarrollado, es decir, del imperialismo. Quintana considera que tales salidas exteriores no son imprescindibles. Esto lo dice Quintana porque hacer otro planteamiento le llevaría a incurrir en los mismos errores que los populistas, para los que, como es bien sabido, el capitalismo en Rusia no podía desarrollarse, precisamente, porque carecía de un mercado interior y exterior, mientras que, por otro lado, lo que se está reconociendo es que Rosa afirma que, una vez el capitalismo haya agotado esos mercados..., ¡kaput! ¿Puede extrañar que después de esto Luxemburgo se muestre incapaz de explicar el funcionamiento del capitalismo?

Nicolás Bujarin: un bolchevique bajo sospecha

Tampoco Nicolás Bujarin escapa a la acusación de subconsumista que Mario Quintana ha lanzado contra casi todo el género humano: Bujarin, influido por el revisionismo, defiende las tesis subconsumistas y su crítica a Luxemburgo no tiene más que ese núcleo sustancial, en el que, por lo demás, coincide con ella [...] Siguiendo siempre literalmente a Hilferding, considera que es la diferencia en las cuotas de ganancia (y por tanto, en las composiciones orgánicas de capital) lo que provoca la exportaciones de capitales. Por tanto concibe la superproducción de capitales no de manera absoluta sino puramente relativa: en un país dado el capital resulta excedente y exportable sólo en relación al beneficio que puede obtener en comparación con otro país. Y este principio erróneo lo eleva nada menos que a la categoría de ‘ley general del modo de producción capitalista en su amplitud mundial’. Escribe Bujarin: ‘No es, pues, la imposibilidad de desplegar una actividad en el país, sino la búsqueda de una tasa de beneficio más elevada lo que constituye la fuerza motriz del capitalismo. Ni siquiera la ‘plétora capitalista’ moderna representa un límite absoluto. Una tasa de beneficio más baja desplaza mercaderías y capitales cada vez más lejos de su ‘país de origen’. Este proceso se cumple simultáneamente en las diversas partes de la economía mundial. Los capitalistas de las diferentes economías nacionales chocan dentro de ellas como concurrentes, y cuanto menos débil es el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo mundial, la expansión del comercio exterior resulta menos contenida y más aguda la lucha en el terreno de la concurrencia’ (15). M. Quintana niega validez a esta teoría marxista que defiende Bujarin, afirmando por su parte que se la debe a Hilferding, con lo que quiere dar por liquidado el asunto. Para rematar la faena, Quintana recurre a Marx y Lenin en una forma que desvía o desenfoca totalmente la atención del tema planteado. Por el contrario (dice a continuación de la cita de Bujarin que acabamos de leer), Marx y Lenin no tenían esa concepción económica. Ya en su época, Marx defendió la naturaleza absoluta de la superproducción de capital [...] Lenin tampoco se refirió para nada a una supuesta superproducción 'relativa' de capital. Ya hemos visto el punto de vista de Marx sobre este importante problema, en el que se apoya Bujarin para corregir a Rosa. Veamos a continuación cómo consideraba Lenin la obra de Bujarin que critica Quintana: La importancia científica del trabajo de N.I. Bujarin consiste esencialmente en que analiza los hechos fundamentales de la economía mundial relacionados con el

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imperialismo como un todo, como un grado determinado de desenvolvimiento del capitalismo más desarrollado. Existió la época del capitalismo relativamente ‘pacífico’, en la que venció por completo al feudalismo en los países avanzados de Europa y pudo desarrollarse con la mayor -relativamente- tranquilidad y armonía, extendiéndose ‘pacíficamente’ a regiones todavía inmensas de tierras no ocupadas y de países no arrastrados de manera definitiva a la vorágine capitalista [...] Para las nueve décimas partes de la población de los países avanzados y para centenares de millones de habitantes de las colonias y de los países atrasados, aquella época no fue de ‘paz’, sino de opresión, de sufrimiento, de horror, más espantoso, sin duda, porque parecía un ‘horror sin fin’. Aquella época pasó para no volver y ha sido sustituida por una época relativamente mucho más impetuosa, que se distingue mucho más por el desarrollo a saltos, los cataclismos y los conflictos, en la que se hace típico para la masa de la población no tanto el ‘horror sin fin’ como el ‘fin con horror’ (16). Ese es el objeto del estudio que hace Bujarin en su obra, en la que, efectivamente, sale al paso de la concepción de Luxemburgo de la formación del excedente como única causa de la exportación de capital, para mostrar, tal como ya indicara Marx, que no es, pues, la imposibilidad de desplegar una actividad en el país, sino la búsqueda de una tasa de beneficio más elevada lo que constituye la fuerza motriz del capitalismo; que ni siquiera la ‘plétora capitalista’ moderna representa el límite absoluto, con lo que, de paso, asesta un golpe mortal a la tesis sobre la superproducción absoluta de capital. Quintana, aunque aquí aparenta defender la teoría de Rosa sobre el excedente, jamás la ha asumido, por lo que malamente puede pretender ahora arroparse en ella para atacar la tesis justa de Bujarin. Esta tesis se basa en una realidad (el crecimiento de la gran producción mercantil en general) que, como dice Lenin, son las tendencias fundamentales observadas a lo largo de los siglos absolutamente en todo el mundo. El establecimiento de esta tendencia es lo que ha determinado los cambios fundamentales en el capitalismo moderno, lo que lo diferencia del capitalismo del período pacífico que analiza Marx. Pero aún así, tal como ya vimos anteriormente, ya él mismo adelantó en sus análisis este desarrollo, y lo hizo, precisamente, desde el mismo punto de vista que expone Bujarin, es decir, desde el punto de vista de la caída de la cuota de la ganancia que provoca la competencia y de la búsqueda de una tasa de beneficio más elevada que la que pueden obtener los capitales en sus países de origen. Esta es la causa por la cual el capitalismo no ha alcanzado el límite de la superproducción absoluta, a pesar de la plétora de capitales; de que la superproducción haya sido siempre relativa, lo que ha impedido, por otra parte, que se produjera ese derrumbe que se espera tenga lugar a partir del desarrollo de las leyes económicas. Cuando se envía capital al extranjero -escribe Marx- no es porque este capital no encuentre en términos absolutos ocupación dentro del país. Es porque en el extranjero puede invertirse con una cuota más alta de ganancia. Pero este capital es, en términos absolutos, capital sobrante con respecto a la población obrera en activo y al país de que se trata en general. Existe como tal junto a la población relativamente sobrante, y esto es un ejemplo de como ambos existen el uno al lado de la otra y se condicionan mutuamente.

Por otra parte, la baja de la cuota de la ganancia que va unida a la acumulación provoca necesariamente una lucha de competencia. La compensación de la baja de la cuota de la ganancia mediante la creciente masa de ésta sólo rige para el capital total de la sociedad y para los grandes capitalistas, sólidamente instalados [...] si se dice que la superproducción es puramente relativa, se hace una afirmación absolutamente exacta; pero lo mismo puede decirse de todo el régimen capitalista de producción: tampoco

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éste, en su conjunto, es más que un régimen de producción relativo, cuyos límites no son absolutos, aunque sí lo son para él y a base de él (17).

Marx no sólo no niega los límites con que tropieza la producción capitalista, esos límites que se impone a sí mismo el capitalismo, sino que, se podría decir, el objeto principal de su obra no es otro que demostrar empíricamente la existencia de esos límites, más allá de los cuales comienza su total desmoronamiento. Lo que no se entiende es que, cuando el capitalismo haya alcanzado esos límites (es decir, cuando la superproducción abarque al conjunto de la economía mundial, y no sólo a unos cuantos países desarrollados), cuando se llega a la superproducción absoluta de capital, la cual está situada en el punto cero al que lleva la curva que sigue la cuota de la ganancia en su caída, entonces el capitalismo habrá dejado de existir. Pues resulta inconcebible que el sistema capitalista pueda seguir funcionando más allá de ese límite; es decir, en las condiciones de una superproducción absoluta de capital que le impida obtener una ganancia.

M. Quintana pretende refutar la tesis de Bujarin que hemos recogido más arriba, asegurando que ya en su época, Marx defendió la naturaleza absoluta de la superproducción de capital. Y recurre a Marx en su propia defensa, cuando éste dice:

El sistema de crédito es, de por sí, un resultado de la dificultad con que tropieza para invertir el capital ‘productivamente’, es decir, de manera rentable. Esto es, en efecto, lo que obliga a los ingleses a prestar sus capitales al extranjero para abrirse mercados. La superproducción, el sistema de crédito, etc., son medios con que la producción capitalista se esfuerza en traspasar las fronteras que circunscriben su campo de acción y en producir con exceso. Obra así empujada, de una parte, por su propia tendencia y, de otra parte, porque no admite más producción que aquélla en que el capital existente encuentre una inversión rentable. Y así es como estallan las crisis (18).

Así es como quiere M. Quintana que Marx le dé la razón en contra de Bujarin; así es como, según Quintana, Marx está defendiendo su teoría sobre la naturaleza de la superproducción absoluta de capital: con el sistema de crédito. ¿Cómo, si no, habrían de superar los capitalistas las dificultades con que tropiezan para invertir el capital productivamente, de modo rentable? Con esa triquiñuela Quintana quiere distraer la atención del hecho fundamental de que es precisamente el sistema de crédito lo que permite a los capitalistas traspasar las fronteras que circunscriben su campo de acción para abrirse mercados que den salida a la superproducción, evitando así la superproducción absoluta. Pero aun así, no se evita la crisis, que viene a ser la forma más natural de evitar la superacumulación absoluta, destruyendo una parte del capital.

Lenin tampoco se refirió para nada a una supuesta superproducción ‘relativa’ de capital -vuelve a insistir Quintana- y escribió al respecto: La necesidad de exportación de capital es debida al hecho de que en algunos países el capitalismo ha madurado excesivamente y (en las condiciones creadas por el desarrollo insuficiente de la agricultura y por la miseria de las masas) no dispone de un terreno para la colocación lucrativa del capital (19).

¿Cómo debemos entender esa excesiva maduración del capitalismo a la que se refiere Lenin, que obliga a la exportación de capital? Según M. Quintana, excesiva maduración no significa otra cosa sino superproducción absoluta de capital. No entendemos por qué Lenin no empleó la expresión absoluta, y se refiere tan sólo a la excesiva maduración.

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Cierto que tampoco se puede deducir de un exceso el carácter relativo de la superproducción. Pero el asunto se aclarará rápidamente si tomamos en consideración las zonas o países del mundo en relación con las cuales el capitalismo de Occidente se halla mucho más desarrollado, mucho más maduro y, si se quiere, hasta excesivamente maduro, pero no tanto como para considerarlo absolutamente maduro. Para calificarlo así, el capitalismo tendría que haber llegado a un tal grado de madurez en todo el mundo, que le impidiera exportar capital productivamente a ninguna parte. Por eso Lenin se refiere a algunos países en los que el capitalismo ha madurado excesivamente. Mas la existencia de un amplio campo de países donde el capitalismo está menos maduro y de otros en los que ni siquiera estaba verde es lo que le ha permitido realizar sus inversiones lucrativas, con lo que ha impedido la crisis de superproducción absoluta y, con ello, el derrumbe de todo el sistema. Nosotros no discutimos la tesis de Marx (La superproducción, el sistema de crédito, etc., son los medios en que la producción capitalista se esfuerza en traspasar las fronteras que circunscriben su campo de acción y en producir con exceso). Lo que sostenemos es que las crisis no son de superproducción absoluta, sino de superproducción, ya que antes de que pueda llegar a adquirir aquel carácter, el capital ha encontrado siempre, hasta ahora, una salida: bien a través de la exportación de capital, bien a través de la exportación y la crisis, bien a través de la crisis y la guerra o de todas esas formas a la vez, lo que no hubiera sucedido de haberse encontrado realmente frente al problema (hasta ahora teórico) de la superproducción absoluta. Ese momento llegará, de eso no podemos tener ninguna duda (está llegando a una velocidad mayor de la que cabía suponer hace tan sólo unos años), pero hasta ahora nunca se ha presentado. En este punto Kautsky tenía razón cuando afirmaba: La forma de producción capitalista se hace imposible desde el momento en que el mercado no se extiende en la medida en que la producción, es decir, el exceso de producción se hace crónico [...] Se ha de llegar a tal situación si la evolución económica continúa progresando como hasta aquí, porque el mercado exterior, lo mismo que el interior, tiene sus límites, en tanto que la extensión de la producción es ilimitada (20).

Con esto no se está negando el hecho de que la base, el motivo propulsor del capitalismo, no es el disfrute, el valor de uso, sino el enriquecimiento, el valor. La cuestión es que, llegado un momento de su desarrollo, el capitalismo no puede reanudar su ciclo para una nueva valorización, porque tropieza con los límites que le impone su propio crecimiento y las barreras sociales que él mismo ha ido levantando, lo que se traduce en la superproducción crónica para la que el capitalismo no encuentra ya ninguna salida. El capital acumulado no tiene ya ningún lugar, ni dentro ni fuera del país, donde invertirse lucrativamente. Gran parte del capital queda ocioso durante largo tiempo, se desatan las guerras por el reparto de las esferas de inversión, etc., y esto es tanto como decir que el capitalismo comienza a destruirse junto a las relaciones sociales que él mismo ha creado. La superproducción crónica irremediable representa, pues, el límite estrecho más allá del cual no puede subsistir ya el régimen capitalista.

Aún así, y dentro de esa crisis de superproducción crónica, la parte del capital que logre mantenerse, seguirá condicionada por el monto de la ganancia; ya que de otra manera resulta inconcebible que pueda seguir en pie; es decir, que una baja cuota de ganancia tendrá que ser compensada con una masa enorme de ganancia, lo que sólo puede ser posible con una gran concentración y centralización del capital. Este problema pone sobre el tapete la ya vieja cuestión del ultraimperialismo (de la que no vamos a tratar

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aquí), del que dijo Lenin que, antes que se pueda llegar a él, el capitalismo habrá reventado en mil pedazos.

La superconfusión absoluta

Sobre la acumulación, Mario Quintana dice cosas muy atinadas. Polemizando con la economista polaca Natalia Moszkowska (otra subconsumista en versión contemporánea, ¡vaya por Dios!), le critica que para ella resulte incompatible el descenso de la cuota de ganancia y la sobreacumulación, de manera que si la cuota descendiera, se dificultaría la acumulación. Quintana demuestra, basándose en Marx que, por el contrario, el descenso de la cuota de ganancia significa una aceleración de la acumulación: ‘La baja de la cuota de ganancia y la acumulación acelerada no son más que dos modos distintos de expresar el mismo proceso, en el sentido de que ambos expresan el desarrollo de la capacidad productiva. La acumulación, por su parte, acelera la disminución de la cuota de ganancia, toda vez que implica la concentración de los trabajos en gran escala y, por tanto, una composición más alta de capital. Por otra parte, la baja de la cuota de ganancia acelera, a su vez, el proceso de concentración del capital y su centralización mediante la expropiación de los pequeños capitales y el desahucio del último resto de los productos directos que todavía tienen algo que expropiar. Con ello se acelera, a su vez, en cuanto a la masa, la acumulación, aunque en lo que a la cuota se refiere, la acumulación disminuya al disminuir la cuota de ganancia [...] Al mismo tiempo que disminuye la cuota de ganancia, aumenta la masa de capitales y, paralelamente con ello, se desarrolla una depreciación del capital existente que contiene esta disminución, imprimiendo un impulso acelerado a la acumulación valor-capital (21). Queda claro, en consecuencia -apostilla Quintana-, que no sólo hay concentración, sino que ambos fenómenos, caída de la cuota de ganancia y acumulación acelerada, son correlativos.

Contrariamente a lo que sostiene Moszkowska, la cuota de ganancia no desciende sólo durante la crisis, mientras aumenta en las fases de auge económico. La caída de la cuota de ganancia es un fenómeno permanente, que se produce como resultado de la elevación de la composición orgánica del capital, por los avances técnicos que sustituyen al trabajo vivo (que produce la plusvalía), por el trabajo muerto, por cuyas razones, el capitalista tiene que incrementar la intensidad del trabajo de los obreros para extraer una cuota de plusvalía más alta, al tiempo que reduce los salarios reales, etc. Es así como se incrementa la masa de ganancia, no obstante haberse reducido la cuota. Este análisis queda perfectamente ilustrado en la siguiente cita de Marx que recoge M. Quintana al final de su exposición: Un capital grande con una cuota de ganancia pequeña acumula más rápidamente que un capital pequeño con una cuota de ganancia grande (22).

De ahí deduce M. Quintana que, por eso no existe superproducción relativa: porque la cuota de ganancia no influye, porque la superproducción de capital ‘basta enfocarla en términos absolutos’. O sea, que todo iba tan bien, tan correctamente encaminado cuando, de pronto, al llegar a este punto de la demostración de las tesis de Marx, Quintana da un brusco viraje y se va por los cerros de Úbeda. ¿Qué ha ocurrido mientras tanto? Ha ocurrido que mientras Marx está ocupado en demostrar que las mismas leyes se encargan de producir para el capital de la sociedad una masa absoluta de ganancia creciente y una cuota de ganancia decreciente, Quintana tiene el pensamiento puesto en otro lugar; de ahí que se salga por la tangente y busque no en el capital de toda la sociedad, sino en la comparación de un capital grande particular, cuya

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masa de ganancia crece relativamente más deprisa que la de otro capital inferior a pesar de tener una cuota de ganancia más pequeña, para deducir a partir de ahí que lo único que existe es la superproducción absoluta, no la relativa. Quintana ha descubierto, mientras citaba a Marx, que existe la relatividad de la masa de ganancia, que una baja cuota de ganancia puede ser compensada con una mayor masa de ganancia y no se da cuenta de que la masa de la ganancia puede crecer más o menos rápidamente dependiendo del volumen del capital, pero que la cuota de la ganancia no depende de ese volumen, sino de la composición orgánica, de su nivel técnico; que un capital con una baja composición orgánica, aunque crezca de volumen no puede competir ni con los capitales más pequeños, pero de alta composición orgánica; que acaba siendo destruido o absorbido por otros capitales, y que, por consiguiente, es la cuota de ganancia y no la masa de ganancia la que determina la acumulación y la masa de la producción.

La cuota de ganancia -dice Marx- es el resorte propulsor de la producción capitalista, que sólo produce lo que puede producirse con ganancia y en la medida que ésta puede obtenerse. Sin embargo, ya hemos visto que Quintana sostiene que la cuota de ganancia no influye para nada en el incremento de la producción. De ahí deduce su tesis sobre la superproducción absoluta de capital, ya que, según él, la superproducción de capital basta enfocarla en términos absolutos. Con ello da por sentado que la superproducción siempre es absoluta, de manera que en todo momento, con crisis o sin crisis, nos encontramos con una tal superproducción absoluta, y eso sin que medien otros factores que no sean los de la misma producción. Pero si analizamos con detenimiento a Marx, nos daremos cuenta enseguida de la superconfusión absoluta en que se encuentra Quintana: Partiendo de una cuota dada, la masa absoluta en que aumenta el capital dependerá de su magnitud. Es decir, el incremento de la masa absoluta de capital depende de su magnitud. Eso es todo. Aquí no entra en consideración la cuota, lo que resulta lógico. El capital no se incrementa sino en base al propio capital, según su volumen, no en base a una cuota de ganancia, que se da por dada. Pero por otra parte, prosigue Marx, partiendo de una magnitud dada, la proporción en que aumenta la cuota de su aumento, dependerá de la cuota de ganancia. El aumento de la capacidad productiva [...] sólo puede hacer que aumente directamente la magnitud del capital cuando, elevando la cuota de la ganancia, aumenta la parte del producto anual que vuelve a convertirse en capital (23).

Y este aumento no depende del incremento de la masa de ganancia, como se puede comprender, sino del incremento de la explotación del trabajo. Aquí, en el análisis de Marx, aparece otro elemento de juicio que ha pasado desapercibido a la mirada de M. Quintana. Marx está tratando de la acumulación, evidentemente, pero se está refiriendo a la parte del producto anual que vuelve a convertirse en capital, o sea, no a un capital particular. Está analizando la cuestión de la acumulación desde el punto de vista de toda la sociedad. Quintana, por el contrario, enfoca la cuestión de la acumulación desde la perspectiva de los capitales particulares, sin reparar siquiera en los problemas de la realización. Para Marx, éste es un asunto que no entra en esa parte de su análisis (dado que no trata ahí de la crisis), pero para nosotros reviste el mayor interés, ya que sin tener en cuenta el problema de la realización, de la venta de esa masa de productos que habrá de volver a convertirse en capital, no es posible seguir hablando de acumulación, pues la producción se interrumpe y sobreviene la crisis. Quintana imagina, o da por supuesto, como lo hace Marx, que toda la masa de la producción encuentra una salida en el mercado; supone que tiene lugar el proceso normal de la producción en escala ampliada, en el cual, efectivamente, las mismas leyes se encargan de producir para el capital de

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la sociedad una masa absoluta de ganancia creciente y una cuota de ganancia decreciente. Pero, ¿qué sucederá cuando el aumento de la masa absoluta de ganancia no pueda compensar la caída de la cuota de la ganancia? O por decirlo de otra manera: ¿es posible un incremento ilimitado de la masa absoluta de la ganancia que compense la caída (en el supuesto de que esta caída pueda ser también ilimitada) de la cuota de ganancia? Si la superproducción relativa, la caída de la cuota de ganancia no influye para nada en la superproducción y ésta sólo depende de la superproducción absoluta, de la masa de la ganancia, es claro a todas luces que el capitalismo será eterno, puesto que puede incrementar ilimitadamente dicha masa de ganancia sin que tenga que preocuparse lo más mínimo por el problema de la realización, es decir, de la venta de la enorme masa de productos que ha de realizar la plusvalía que permita obtener la masa de ganancia requerida. Con más razón puede el capitalismo despreocuparse del problema de la realización si, como vimos al principio, según M. Quintana, la expansión de la producción y la acumulación misma crean su propio mercado. De manera que cuanto más crezca la masa de productos, más amplio podrá ser el mercado para ellos y el capitalismo seguirá reproduciéndose de manera absoluta, con crisis y sin crisis, sin entrar jamás en una fase terminal. Tal es la concepción que se desprende de lo expuesto más arriba por Quintana involucrando a Marx en su planteamiento. Pero Marx nos aclara, por el contrario, que: La creación de plusvalía absoluta por el capital -de más trabajo objetivado- tiene como condición que se amplíe la esfera de la circulación, y precisamente que se amplíe de manera constante (24).

Puede suceder, sin embargo, y de hecho sucede muy a menudo, que la esfera de la circulación no se amplíe en la misma proporción en que crece el plusvalor o crece más lentamente. Se crea así un excedente que o bien se exporta o existe bajo la forma de dinero como posibilidad de nuevo capital. Este dinero es el que pugna por retornar al proceso productivo donde poder valorizarse y entra por ello en competencia con el capital industrial. Este es el efecto de la desproporción que surge entre la capacidad ilimitada de la producción y el estrecho margen de crecimiento de la esfera de la circulación, lo que generalmente conduce a la crisis. Esa limitación no se refiere solamente a la capacidad de consumo de la población, sino también al consumo productivo. En relación con este fenómeno está el de la plusvalía arrancada que no llega a realizarse; es decir, el de las mercancías que no se venden en el mercado por estar éste abarrotado, y por consiguiente no se llega a convertir en dinero, en posibilidad de nuevo capital. Es entonces cuando estalla abiertamente la crisis de superproducción. De esta cuestión ya hemos tratado en otro lugar, por lo que no vamos a detenernos aquí de nuevo en ella. Lo que queremos destacar es que no se puede comprender la crisis dando de lado a este aspecto del problema o estableciendo una separación tajante entre producción y circulación (que es un concepto más amplio que la noción de consumo), ya que ambos, producción y circulación, como vimos anteriormente, son parte o momentos constitutivos de un mismo proceso productivo.

El intercambio -dice Marx-, no modifica las condiciones de la valorización, pero las proyecta hacia el exterior; les da su forma recíprocamente autónoma y deja así existir a la unidad interna solamente como necesidad interna, por tanto, se manifiesta exteriormente y de forma violenta en la crisis. De modo que ambos (aspectos) están puestos en la esencia del capital [...] por lo demás, sin el intercambio la producción del capital no existiría en cuanto tal, ya que la valorización en cuanto tal no existe sin intercambio (25).

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De la misma manera resultaría imposible comprender las causas profundas de la crisis capitalista si no salimos del ámbito económico, es decir, tanto de la producción como de la circulación, para trasladarnos a la esfera de las relaciones sociales. Los economistas dan por supuestas dichas relaciones, pero las soslayan continuamente en sus análisis sobre la crisis. Y es que no ligan el problema de la crisis a su solución real y definitiva, la cual sólo puede provenir de la destrucción del propio sistema capitalista desde fuera del mismo, dado que el capitalismo, con crisis o sin ellas, sólo reproduce, junto al capital, sus propias relaciones, aún en su forma más degenerada o bárbara.

Esas relaciones encierran la contradicción fundamental del sistema capitalista, la que pone al descubierto la base de la superproducción, que si bien arranca del proceso de la producción, se manifiesta abiertamente en la circulación, mostrando una limitación específica, que es particular del capitalismo, donde se revela su carácter histórico transitorio.

El capital -escribe Marx-, fuerza al obrero a pasar del trabajo necesario al plusvalor. Sólo de esta suerte se valoriza a sí mismo y crea plusvalor. Pero, por otra parte, el capital sólo pone trabajo necesario hasta tanto y en la medida en que éste crea plustrabajo y en que el plustrabajo sea realizable como plusvalor [...]

Si el capital, pues, por un lado convierte al plustrabajo y al intercambio de capital por plustrabajo en la condición del trabajo necesario, y por consiguiente del poner a la capacidad de trabajo como centro de cambio -según esto, pues, ya se estrecha y condiciona la esfera del cambio- por el otro lado es igualmente esencial para él restringir el consumo del obrero a lo necesario para la reproducción de su capacidad de trabajo [...]

Otro tanto ocurre con las fuerzas productivas. De un lado la tendencia del capital a desarrollar al máximo, necesariamente, con vista a aumentar el plustiempo relativo. De otro, con ello se reduce el tiempo necesario de trabajo, y por tanto la capacidad de cambio de los obreros. Además como hemos visto, el plusvalor relativo crece en una proporción mucho menor que las fuerzas productivas, y justamente esa proporción decrece tanto más, cuanto mayor haya sido el incremento previo de la fuerza productiva. Pero la masa de los productos crece en una proporción análoga; caso contrario quedaría libre más capital, y también trabajo, que no entrarían a la circulación. Sin embargo, en la misma medida en que aumenta la masa de los productos, aumentan las dificultades para realizar el tiempo de trabajo contenido en ellos, puesto que aumenta la exigencia al consumo (26).

Marx, como acabamos de ver, es un subconsumista empedernido, ya que el pobre hombre no puede concebir que la superproducción deba analizarse desde el punto de vista de la masa de ganancia y considera la producción capitalista en sus múltiples momentos, relaciones y contradicciones: desde la contradicción que se establece entre el trabajo necesario y el plustrabajo, la contradicción entre el crecimiento de las fuerzas productuvas y la caída de la cuota de la ganancia, hasta la que finalmente se traduce entre el incremento de la masa de productos y las crecientes dificultades para su realización en el mercado. Estas son contradicciones que están en la naturaleza misma del capitalismo, que lo impulsa a marchar hacia delante y que le imponen al mismo tiempo unas barreras que le resulta cada vez más difícil de superar. Como el mismo Marx señala:

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Los economistas que, como Ricardo, conciben a la producción como identificada directamente con la autovalorización del capital, y que por ende no se preocupan ni de las barreras para el consumo ni las que se oponen a la circulación misma -en la medida en que ésta tiene que presentar contravalores en todos sus puntos-, sólo centran su atención en el desarrollo de las fuerzas productivas y el crecimiento de la población industrial -en la oferta, haciendo caso omiso de la demanda. Por ello han comprendido la esencia positiva del capital más correcta y profundamente que aquellos que, como Sismondi, hacen resaltar las barreras para el consumo y para la esfera existente de contravalores, aunque el último ha captado más hondamente la estrechez de la producción fundada sobre el capital, su unilateralidad negativa. El primero, más su tendencia universal; el segundo, su limitación particular [...] Naturalmente, también Ricardo tiene 'suspicion' (una sospecha) de que el valor de cambio no es valor al margen del intercambio y sólo se preserva como valor a través del intercambio; pero considera fortuitas las barreras con que tropieza la producción, barreras a las que se supera. Por lo tanto incluye la superación de esas barreras en la esencia del capital, aunque en la explicación a menudo llega al absurdo; mientras que Sismondi, por el contrario, no sólo subraya el encuentro con esas barreras, sino la creación de las mismas por el propio capital; éste cae así en contradicciones de las cuales Sismondi vislumbra que tienen que llevar al 'downbreak' (ruina) del mismo. De ahí que Sismondi quiera poner trabas a la producción, desde fuera, por medio de las costumbres, la ley, etc. Precisamente por tratarse de barreras puramente exteriores y artificiales, el capital las echa abajo de manera inevitable. Por lo demás, Ricardo y toda su escuela nunca comprendieron las verdaderas crisis modernas, en las cuales esta contradicción del capital se descarga en grandes borrascas, que cada vez lo amenazan más como base de la sociedad y de la producción misma (27).

Henryk Grossmann y su aproximación al marxismo

En su trabajo, el camarada Mario Quintana no oculta su preferencia por la teoría de Henryk Grossmann sobre la crisis; hasta se podría decir que ha sido la obra cumbre de este autor polaco La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista, la que le ha inspirado en su fallida arremetida contra el subconsumismo.

Como Quintana hace notar, H. Grossmann ha sido hasta hace poco un perfecto desconocido para nosotros y seguramente jamás nos hubiéramos ocupado de él si Mario no lo hubiera introducido en el centro de este debate. Sin embargo, no es la teoría de Grossmann sobre la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista, que estamos rebatiendo en la exposición que hace Quintana, lo que más nos interese aquí, sino el supuesto método de Marx que Grossmann se ha propuesto reconstruir.

En la introducción de la obra mencionada, Grossmann explica lo que constituye el doble objeto de su investigación:

El presente trabajo forma parte de una obra más extensa sobre la tendencia del desarrollo del capitalismo según la teoría marxiana; la misma, que aparecerá próximamente, recoge y desarrolla las clases impartidas en el Instituto de Investigación social de la Universidad de Frankfurt durante los años 1927-1928.

El resultado al que arribé a través de mis estudios es doble: en primer lugar, por primera vez se reconstruye el método que sirve de fundamento a El Capital de Marx; en segundo

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lugar, a partir de la base así lograda, se esclarecen dominios importantes del sistema teórico de Marx desde ángulos esencialmente nuevos. Una de las conquistas obtenidas consiste en la comprensión de la teoría del derrumbe que aquí se expone.

Queda claro, pues, como el mismo Grossmann se encarga de advertir poco más adelante, que hasta que él no lo retomara para reconstituirlo no sólo no se alcanzó una comprensión clara del método de investigación utilizado por Marx sino que, por extraño que parezca, ni siquiera se había reflexionado seriamente sobre el mismo.

A continuación, Grossmann expone el método que, según él, fue empleado por Marx para investigar el mundo de los fenómenos más concretos. Dicho método consistiría en sucesivas aproximaciones en base a unos supuestos simplificadores que permitirían descubrir, después de varios intentos, la fisonomía definitiva. Nosotros, naturalmente, no vamos a cometer la tontería de negar que haya sido, precisamente ese método gradualista propio de la ciencia académica burguesa, el que ha sido utilizado por Grossmann para alcanzar tan decisivos logros. Otra cosa es que pretenda identificarlo con el método dialéctico de Marx y con su análisis de las categorías económicas que, como se sabe, es el camino seguido por Marx. De ahí su gradualismo, los supuestos de los que siempre parte.

¿Qué representa lo concreto para Marx? ¿Acaso se trata de un objeto, una relación o un fenómeno cualquiera, elegido al azar y que toma de pretexto para aproximarse (como un ciego por camino inexplorado) a una meta igualmente arbitraria e ignorada? El método que ha reconstituido Grossmann así lo sugiere. Para ello, lógicamente, ha tenido que prescindir, entre otros, de los trabajos de Lenin que analizan las contradicciones del capitalismo en la última fase de su desarrollo, en la fase monopolista o imperialista, de las que llega a decir que no son más que fenómenos superficiales, para presentarnos un guiso empírico, confuso y economicista de imposible digestión.

El análisis marxista de las categorías económicas, hasta alcanzar éstas con el monopolismo la última fase de su desarrollo, es algo que escapa a la comprensión de un teórico empírico como Grossmann. De ahí que resulte necesario que hagamos por nuestra parte un esfuerzo por su mejor comprensión.

La historia del pensamiento evidencia que la aparición y desarrollo de las categorías (no sólo económicas) va de lo simple a lo complejo para elevarse, a través de la abstracción, a un conocimiento más completo o profundo de lo concreto. Este método no se basa en unos supuestos simplificadores desprovistos de toda existencia real: ...Las leyes del pensamiento abstracto, que asciende de lo más simple a lo más complejo, están en consonancia con el verdadero proceso histórico (28). Esto supone que, al estructurar las categorías, el mismo Marx tuvo que partir de las que determinan los rasgos más sencillos, corrientes, masivos y naturales de la vida económica y social, para pasar luego a categorías más profundas y concretas, inaccesibles a simple vista, pero tan reales como las otras, y que como ellas surgen y se desarrollan a base de la realidad objetiva y la práctica humana. El marxismo no hace otra cosa sino poner al descubierto esa relación que los teóricos de la burguesía ocultan o deforman. Es un deseo tan piadoso como necio pretender, por ejemplo, que el valor de cambio no prosigue su desarrollo, a partir de la forma de la mercancía y el dinero, hasta la forma de capital, o que el trabajo que produce valor de cambio no se desenvuelve hasta llegar a ser trabajo asalariado (29).

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Para la dialéctica materialista lo concreto constituye el punto de partida y el punto final del conocimiento. El conocimiento abstracto es unilateral; por ello el tránsito del conocimiento concreto al abstracto significa, en cierto sentido, un paso atrás, pero un paso necesario para el progreso del saber. El fin de la abstracción no es sino descubrir nuevas cualidades de los objetos y fenómenos que expresan relaciones esenciales. No obstante, lo concreto en el pensamiento constituye la forma superior del conocimiento. Aquí se trata de un concreto que ha pasado el tamiz de las abstracciones y de las múltiples determinaciones. Marx escribía a este respecto: Lo concreto es concreto porque aúna numerosas definiciones y constituye la unidad de lo múltiple (30).

Como es bien sabido, el modelo clásico del paso ascensional de lo concreto a lo abstracto y de lo abstracto a un nuevo concreto, más esencial y profundo, es El Capital, de C. Marx. Con ello Marx expone al mismo tiempo su método de análisis o de pensamiento.

Pero dejemos que sea Marx el que explique su propio método científico:

Parece justo comenzar por lo real y lo concreto, por el supuesto efectivo; así, por ejemplo, en la economía por la población que es la base y el sujeto del acto social de la producción. Sin embargo, si se examina con mayor atención, esto se revela (como) falso. La población es una abstracción si dejo de lado, por ejemplo, las clases de que se compone. Estas clases son, a su vez, una palabra si desconozco los elementos sobre los cuales reposan, por ejemplo, el trabajo asalariado, el capital, etc. Estos últimos suponen el cambio, la división del trabajo, los precios, etc. El capital, por ejemplo, no es nada sin trabajo asalariado, sin valor, dinero, precios, etc. Si comenzara, pues, por la población, tendría una representación caótica del conjunto y, precisando cada vez más, llegaría analíticamente a conceptos cada vez más simples: de lo concreto representado llegaría a abstracciones cada vez más sutiles hasta alcanzar las determinaciones más simples. Llegado a este punto, habría que reemprender el viaje de retorno, hasta dar de nuevo con la población, pero esta vez no tendría una representación caótica de un conjunto, sino una rica totalidad con múltiples determinaciones y relaciones. El primer camino es el que siguió históricamente la economía política naciente. Los economistas del siglo XVII, por ejemplo, comienzan siempre por el todo viviente, la población, la nación, el Estado, varios Estados, etc.; pero terminan siempre por descubrir, mediante el análisis, un cierto número de relaciones generales abstractas determinantes, tales como la división del trabajo, el dinero, el valor, etc. Una vez que esos momentos fueron más o menos fijados y abstraídos, comenzaron (a surgir) los sistemas económicos que se elevaron desde lo simple -trabajo, división del trabajo, necesidad, valor de cambio- hasta el Estado, el cambio entre las naciones y el mercado mundial. Este último es, manifiestamente, el método científico correcto (31).

H. Grossmann no sólo ignora el método dialéctico y el análisis de las categorías económicas de Marx en su origen y desarrollo, sino que incluso, en el momento de exponer sus propios logros más señeros embrolla, hasta hacerla irreconocible, la teoría del materialismo histórico. Para nuestro autor, el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social es el motor impulsor del desarrollo histórico, por lo que no debe resultar extraño que, desde este grosero economismo, el verdadero motor impulsor que es la lucha de clases, quede definitivamente aparcado, como un simple supuesto, en todo su análisis. Pero veamos cómo ha profundizado Grossmann en la teoría y el método de Marx. ¿Qué es lo que traba el desarrollo de las fuerzas productivas?, pregunta Grossmann, y he aquí lo que el mismo autor responde metiendo las tijeras a una cita de

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Marx, pero que nosotros reproducimos íntegramente: En un determinado grado del desarrollo se produce un viraje debido a que ‘el monopolio ejercido por el capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados’ (32). ¿En qué consiste el antagonismo entre las fuerzas productivas y su corteza capitalista de la que Marx habla aquí? -se vuelve a preguntar Grossmann-. No hay nada más erróneo que la explicación del desarrollo de las fuerzas productivas por el crecimiento de c con respecto a v, tal como habitualmente suele presentarse en la literatura marxista. Al hacerlo se confunde la corteza capitalista en la que la fuerza productiva aparece con la naturaleza de la propia fuerza productiva.

Tal como acabamos de ver, Grossmann confunde la velocidad con el tocino y atribuye su propia confusión a la literatura marxista. Esto sucede porque no sabe o no quiere distinguir la contradicción que se genera entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción por un lado (lo que forma la base económica de la sociedad) y la superestructura política, jurídica e ideológica por otro, lo que Marx denomina la envoltura que se convierte en traba de todo futuro desarrollo, envoltura que se debe hacer saltar y que finalmente salta hecha añicos en el momento en que los expropiadores son expropiados.

La llegada del momento de la crisis -dice Marx- se anuncia al presentarse y ganar extensión y profundidad la contradicción y el antagonismo entre las relaciones de distribución y, por tanto, la forma histórica concreta de las relaciones de producción correspondientes a ellas, de una parte, y de otra las fuerzas productivas, la capacidad de producción y el desarrollo de sus agentes. Estalla entonces el conflicto entre el desarrollo material de la producción y su forma social (33); es decir -concluye Grossmann- entre MP:FT y c:v (medios de producción: fuerzas productivas y capital constante y variable). La forma de las fuerzas productivas, peculiar al modo de producción capitalista, c:v, su ‘corteza capitalista’ se convierte en la traba de las fuerzas productivas MP:FT, forma común a todos los modos de producción social.

Queda claro aquí, en la interpretación que hace Grossmann de la concepción de Marx, lo que el propio Grossmann entiende por corteza capitalista en la que la fuerza productiva aparece. La forma de las fuerzas productivas, peculiar al modo de producción capitalista c:v, son al mismo tiempo su corteza capitalista, la cual, como es lógico, se convierte en la traba de las fuerzas productivas MP:FT, forma común a todos los modos de producción social. Esta sería la naturaleza de las propias fuerzas productivas. A decir verdad, nosotros no sabemos muy bien dónde está el antagonismo a que se refiere Marx ni qué tiene que ver dicho antagonismo ni la corteza o la traba con c:v. Lo que sí nos parece claro es que, para Grossmann, la envoltura capitalista de la que habla Marx y todos los marxistas, y que hay que hacer saltar, simplemente no existe como tal, sólo existen las fuerzas productivas y las fuerzas de trabajo comunes, por demás, a todos los modos de producción, que bajo el capitalismo adoptan la forma de c:v. Para él es esta fórmula la que se convierte en la traba, y no el monopolio capitalista, es decir, la centralización de los medios de producción con sus correspondientes relaciones de apropiación privada, lo que se hace cada vez más incompatible con el carácter social de la producción.

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Señalemos de paso, como en su día hizo F. Engels en su célebre polémica con Dühring, que ese conflicto entre las nuevas fuerzas productivas y las formas de producción (de apropiación) no es un conflicto nacido en el cerebro de los hombres -como, por ejemplo, el conflicto del pecado original de los hombres con la justicia divina- sino que está en los hechos [...] El socialismo moderno no es más que el reflejo ideológico de ese conflicto real, su reflejo ideal en la mente, y desde luego en la de la clase que directamente padece tales circunstancias, o sea la clase obrera (34). No se trata, pues, como pretende Grossmann y sus discípulos, de una contradicción de la que podemos prescindir a la hora de hablar de la crisis capitalista para ir a buscar la causa de la misma en el cráneo de algún original reconstructor del método. Engels dice expresamente, en el párrafo que acabamos de citar, que el socialismo moderno no es más que el reflejo ideológico de ese conflicto real. De ese conflicto, y no de cualquier otro que queramos imaginar. Esto es así, insiste Engels un poco más adelante en el mismo texto, porque el modo de producción está sometido a una forma de apropiación cuyos fundamentos han sido minados. Es decir, tanto los instrumentos de trabajo como la producción misma se han hecho sociales, se han socializado en el proceso de desarrollo y de concentración capitalista, en tanto que la forma de apropiación ha continuado siendo, y lo es cada vez más, privada. Por eso dice Engels que en la contradicción que imprime a la nueva forma de producción su carácter capitalista se contiene en germen toda la colisión actual.

En las crisis se ve estallar la contradicción que existe entre la producción social y la apropiación capitalista. La circulación de las mercancías momentáneamente se reduce a la nada, el instrumento de la circulación, la moneda, se convierte en obstáculo para la circulación; todas las leyes de la producción y la circulación se invierten. La colisión económica alcanza su máximo: la forma de producción se vuelve contra la forma de cambio, las fuerzas productivas se vuelven contra la forma de producción, en la que ya no pueden contenerse (35).

Para Grossmann tampoco existe la repercusión de ese conflicto que se produce en la base económica de la sociedad, en lo que constituye la verdadera envoltura del régimen capitalista, o lo que no es más que la expresión jurídica de esas relaciones y ese conflicto. O sea, no existe la contradicción y el antagonismo entre la base económica y la superestructura política e ideológica específica del capitalismo en su fase última de desarrollo (ya vimos que esto, a decir de Grossmann, no deja de ser un fenómeno superficial); no existe el Estado capitalista, expresión jurídica de las relaciones de producción, esa envoltura, esa excrecencia parasitaria que vive de chupar la sangre a los obreros y que traba el desarrollo económico y social; ignora olímpicamente esta contradicción fundamental que está en la base misma del análisis económico de Marx, de toda su concepción sobre la lucha de clases. ¡Y todavía pretende M. Quintana que tomemos en serio sus logros y aportaciones teóricas!

La contradicción fuerzas productivas-relaciones de producción se manifiesta bajo la forma de un antagonismo entre el proletariado y la burguesía. Este antagonismo se hace cada vez más acusado como consecuencia de la acumulación del capital y la riqueza en un número cada vez más reducido de manos, mientras que en el otro polo de la sociedad, entre las grandes masas de desposeídos y explotados, empeoran constantemente las condiciones de vida y de trabajo.

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Marx y Engels explican esta situación como resultado de la anarquía que reina en la producción capitalista, de la competencia, el maquinismo: ... a medida que disminuye el número de los magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de ese proceso de transformación, se acrecienta la miseria, la desesperación, la explotación; pero también la rebelión de la clase obrera, cada vez más numerosa y educada, unida y organizada por el propio mecanismo de la producción capitalista (36).

El resultado de todo ello es el desarrollo en extensión y profundidad de la lucha de clases, que habrá de llevar a la implantación de la dictadura revolucionaria del proletariado. Será entonces, y sólo entonces, cuando saltará hecha a-icos la envoltura que recubre el modo de producción capitalista y que impide todo nuevo desarrollo económico-social; será entonces cuando los expropiadores serán expropiados. La evolución económica y social ha creado las condiciones necesarias para dar ese salto, pero tendrán que ser las masas obreras las que lo impulsen mediante un acto político revolucionario. Así se podrá crear un nuevo marco de relaciones económicas y sociales (una nueva envoltura) más acorde con el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas y que permita liberarlas, generando nuevas condiciones para el establecimiento de una nueva forma de distribución y reparto del producto social, que excluya la explotación y con ella haga desaparecer las clases y el mismo Estado. Ni que decir tiene que nada de esto es posible sin la intervención directa y revolucionaria de las masas, es decir, por la sola evolución de los factores económicos. Esto no quiere decir que los factores económicos no desempeñen ningún papel o que todo dependa del poder político. Al contrario. Entre los factores económicos y los políticos, entre la base y la superestructura existe una relación muy estrecha y se influyen mutuamente. Por este motivo, allí donde el poder público de un país se opone a su evolución económica, como ha sucedido en un momento dado a casi todo poder político, la lucha termina siempre con la caída del poder político (37). De esto se trata en los países capitalistas: de que la lucha termina por tirar abajo el poder político de la burguesía que se opone, cada vez de forma más bestial, a la evolución económica y social.

El análisis económico de Lenin

Una queja muy extendida entre los economicistas de la última hornada es la que se refiere a la supuesta despreocupación de Lenin por el análisis económico. Mario Quintana no podía dejar de reflejar en su escrito esa misma insatisfacción: Después de la lucha contra el revisionismo entre la socialdemocracia alemana, Lenin no insiste sobre las cuestiones económicas porque en 1903 sobreviene la escisión dentro de la socialdemocracia rusa y el enemigo principal pasó a ser otro distinto y no ya los populistas. Entonces Lenin tuvo que trasladar la discusión al terreno político, estratégico e ideológico y sólo muy superficialmente entró en las cuestiones económicas [...] Incluso en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin critica a Kautsky porque éste consideraba el imperialismo como un fenómeno exclusivamente económico, lo que lleva a Lenin a centrarse en los fenómenos más aparentes y descriptivos del monopolismo. Esta es la razón que obliga a los economicistas a adentrarse de nuevo en la selva de la economía política -no descriptiva- ante la necesidad de descubrir las fuentes (que, al parecer, nadie antes había descubierto, ni siquiera Marx) de donde mana la superproducción absoluta de capital. Lenin, es verdad, desde la época en que escribió El desarrollo del Capitalismo en Rusia y polemizó con los populistas, no había abordado

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el tema económico con todo el detenimiento, la extensión y la profundidad con que lo hizo a partir de la polémica con Kautsky, y eso a pesar de los graves errores que, según Quintana, habían filtrado los revisionistas en este campo desde la época anterior. ¿No resulta sospechosa tanta despreocupación de Lenin por un tema tan importante y decisivo de la teoría? ¿Por qué salió antes al paso de los populistas y no hizo lo mismo después con los revisionistas? M. Quintana trata de justificar esa supuesta dejación de Lenin asegurando que prevalecía la necesidad de diseñar una estrategia revolucionaria para Rusia. Pero la misma necesidad, o aun mayor, de enfrentar a los revisionistas en este terreno, como en todo lo demás, se presentó después. ¿O es que la refutación de las tesis del revisionismo y el análisis económico habían dejado de tener la importancia que tuvieron en otra época para la elaboración y el desarrollo de la estrategia revolucionaria? Sin embargo, Lenin no presta atención a la polémica que sobre este tema estaba teniendo lugar en la socialdemocracia alemana y hay motivos más que sobrados para pensar que no lo hizo, precisamente, porque consideraba que los propios marxistas alemanes (entre ellos Kautsky) estaban dando buena cuenta del revisionismo. Esta es la misma razón que le condujo más tarde, cuando los Kautsky y compañía abandonaron y traicionaron al movimiento obrero revolucionario, a salirles también a éstos al paso, no sólo en las cuestiones políticas e ideológicas, sino también en el terreno de la economía. Pero aun así, Lenin no descubrió por ninguna parte nada que se le asemeje a una crisis de superproducción absoluta de capital. De ahí la queja de nuestros economistas.

M. Quintana nos ha recordado la polémica de Lenin con los románticos rusos de finales del siglo XIX, para acusar nuestro subconsumo a propósito de la crisis, pero pasa olímpicamente por alto la definición que hizo el mismo Lenin de la crisis en un trabajo que cita continuamente: ¿Qué es la crisis?: superproducción, producción de mercancías que no pueden ser realizadas, que no pueden hallar demanda (38). Como se puede apreciar, en esta definición sumamente descriptiva, Lenin no dejó ningún resquicio a la interpretación de la crisis que hace Quintana y los amigos de RS. Superproducción, producción de mercancías que no pueden ser realizadas, que no pueden hallar demanda. Claro que resultaría escandaloso acusar a Lenin de subconsumismo por haber escrito tamaña barbaridad, precisamente cuando polemiza con otros subconsumistas a propósito de la cuestión de los mercados. Por eso es mejor ignorar esa parte de la polémica o mirar para otro lado.

Esa definición hecha por Lenin de la crisis en uno de sus primeros trabajos de economía es absolutamente correcta, pues está basada en la teoría de Marx, y la mantuvo invariable en sus trabajos posteriores por la sencilla razón de que el capitalismo, no obstante su nuevo desarrollo monopolista, imperialista, no ha cambiado ni puede cambiar las leyes fundamentales que rigen su funcionamiento. Por lo demás, es cierto que ni Marx ni Lenin han analizado todo lo que había por analizar del capitalismo y la crisis, pero eso no puede dar lugar a pensar que Lenin no le haya prestado ninguna atención a los temas económicos, o como afirma Quintana, que la economía política no volvió a atraer la atención de Lenin, después de sus primeros trabajos juveniles, con lo que se habría creado un vacío en la teoría económica que deberá ser llenado con ideas y análisis por el estilo de los que él y otros, como los compañeros de RS, están defendiendo desde una pretendida posición marxista-leninista.

No hay nada más equivocado ni más perjudicial para el movimiento obrero revolucionario que esa interpretación. Por este motivo conviene que nos detengamos un

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momento, antes de seguir adelante, en desentrañar la falsa concepción que encierra y que está en la base de toda su teoría sobre la crisis.

De lo dicho más arriba por Quintana se desprende que éste no tiene una idea muy clara del objeto de la Economía Política; no comprende que, como dijo Lenin, la economía política no se ocupa en modo alguno de la ‘producción’, sino de las relaciones sociales de los hombres en la producción, del régimen social de producción (39). La Economía Política estudia las relaciones de producción en su conexión e interdependencia con las fuerzas productivas, lo que forma la base de la sociedad, así como la acción mutua de esta base económica con la superestructura política e ideológica. La Economía Política estudia, pues, la contradicción fundamental del sistema capitalista en su desarrollo, es decir, el conflicto que enfrenta a las fuerzas productivas sociales con las relaciones de producción basadas en la propiedad privada capitalista y la manifestación de este conflicto en la lucha de clases. Estudia lo más esencial, la ley económica fundamental que rige el movimiento de la sociedad de clases en su evolución y transformación en otra sociedad sin clases, a partir de sus propias contradicciones internas. No son asuntos que interesen especialmente a la Economía Política la producción o las cuestiones financieras, ya que eso forma parte de la tecnología. El estudio concreto de los mercados, de la coyuntura, del ciclo económico, e incluso del momento de la crisis económica, entran también en ese campo. Es esto lo que impide muchas veces a los economistas remontarse o salir de ese ámbito estrecho en el que se mueven, para enfocar los fenómenos económicos desde una perspectiva distinta y con un método realmente científico, lo que les impide comprender que en el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que aquí disponemos es la capacidad de abstracción (40) y el examen de las categorías económicas (tales como mercancías, dinero, valor, trabajo, capital) firmemente establecidas, que han ido apareciendo en cada fase del desarrollo histórico de la sociedad.

Esta es la concepción económica de Marx y su método de análisis y lo es igualmente de Lenin. Entre la economía de Marx y Engels y los aportes de Lenin existe una unidad y armonía completas. Fue Lenin quien desarrolló la Economía Política marxista (como los otros aspectos de la teoría), retomándola en el punto donde Marx y Engels la dejaron y en el que se vieron limitados por la época en que les tocó vivir. Antes de Lenin, tal como hemos visto en las referencias que hace Quintana en su trabajo, otros teóricos marxistas, e incluso burgueses y reformistas, también abordaron los nuevos fenómenos y problemas que traía aparejados la aparición del monopolismo y el imperialismo, pero sólo Lenin pudo y supo realizar un análisis correcto y acabado desde una justa interpretación del marxismo y una firme posición revolucionaria de clase.

Es una verdadera pena que M. Quintana, tan preocupado como está por los aspectos económicos, técnicos, de la crisis, no haya tenido en cuenta nada de esto, e incluso le reproche a Lenin el haberse lamentado por no haber podido escribir una obra menos económica y más política, a causa de la censura. No contento con esto, M. Quintana vuelve a la carga con su tema favorito:

Lenin defendió abiertamente las ideas económicas de Marx y, en cuanto a la ley del derrumbe y en contra no sólo de Bernstein sino también de Kautsky, escribió: ‘El capitalismo marcha hacia la bancarrota, tanto en el sentido de las crisis políticas y económicas aisladas como en el del completo hundimiento de todo el régimen

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capitalista’ (41). De aquí deduce lo que sigue: No se trata únicamente de dificultades de realización, de desproporciones o de contracción de los mercados, sino de la inviabilidad del capitalismo como sistema económico de producción y valorización, de que la acumulación tiene un límite que, una vez alcanzado, impide la reproducción del sistema. No se encontrará en los economistas una sola referencia a la obra de Lenin que muestre su verdadero análisis económico, es decir, el desarrollo de las contradicciones del capitalismo en su etapa monopolista, imperialista, en que se basa su concepción del derrumbe, de la bancarrota, tanto en el sentido de las crisis políticas y económicas aisladas como en el del completo hundimiento de todo el régimen capitalista.

Dicho análisis parte de la consideración de los cambios ocurridos en la estructura económica y social dentro del sistema capitalista en la última fase de su desarrollo, en la etapa monopolista, que lo diferencia en algunos aspectos relevantes con relación a la etapa anterior, no monopolista, de libre concurrencia.

Esas diferencias fueron resumidas por Lenin en el balance de su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, en los siguientes cinco rasgos fundamentales:

1) La concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, los cuales desemPeñan un papel decisivo en la vida económica;

2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este ‘capital financiero’, de la oligarquía financiera;

3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande;

4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y

5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.

Como puede apreciarse, el análisis de Lenin tiene en cuenta, ante todo, los rasgos económicos. Lo fundamental consiste en la concentración de la producción y del capital (lo que ha dado lugar a la aparición del capital financiero (***) en base a la fusión del capital bancario con el industrial) y la sustitución de la libre competencia por el dominio de los monopolios. Esto representa un cambio importante en la base del sistema, es decir, en las relaciones de producción, haciendo que algunas de las particularidades fundamentales del capitalismo comiencen a convertirse en su antítesis, tomando cuerpo y manifestándose en toda la línea los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada (42). Esto no debe dar lugar a confusión respecto al cambio de naturaleza del sistema.

Con la formación de los monopolios y de la oligarquía financiera, el capitalismo entra en su fase agónica, parasitaria. Las formas antitéticas de relación social se manifiestan ahora de forma clara en el hecho de que las relaciones de producción y la superestructura ligada a ellas han dejado de corresponder a las fuerzas productivas sociales y, en lugar de contribuir a su desarrollo, como lo hacían en otra época, se

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encuentran en abierta contradicción con ellas. Por otro lado, y en relación con lo anterior, están la concentración de la propiedad en unas cuantas manos y el hecho de que el proceso de la producción y distribución se realiza sin la intervención y el control directo de la gran burguesía, lo que permite prescindir de ella. La burguesía se ha convertido así en una clase parasitaria, en una excrecencia que vive del recorte del cupón, que chupa la sangre al proletariado y al conjunto de la sociedad sin aportarle nada a cambio (****) .

Lenin definió el lugar histórico del imperialismo y descubrió en él tres particularidades: en primer lugar, el imperialismo es capitalismo monopolista; en segundo lugar, es capitalismo parasitario o en descomposición, y en tercer lugar es capitalismo moribundo. Estos son los rasgos en que se manifiestan las formas antitéticas de relación social bajo el imperialismo. Los monopolios, los trusts y otras formas de propiedad colectiva de los capitalistas, contrariamente a lo que aseguran los revisionistas y otros apologistas del imperialismo, no hacen al capitalismo más popular, no lo convierten en socialismo. Para Marx las sociedades anónimas son una especie de producción privada pero sin control de la propiedad privada y aparecen prima facie como simple fase de transición hacia una nueva forma de producción (43), pero no suprimen el régimen capitalista, son simplemente, una contradicción que se suprime a sí misma. Quintana se refiere a esta parte de la obra de Marx en parecidos términos a como lo hacen los redactores de RS, y como ellos también se olvida de remarcar que esa transición a la que alude Marx crea una nueva aristocracia financiera, una nueva clase de parásitos y no aproxima a la burguesía y al proletariado -como pretenden los revisionistas-, sino que los separa y los enfrenta todavía más.

En un plano más general, Engels defiende la misma concepción de Marx: Mas ni la transformación en sociedades por acciones, ni la transformación en propiedad del Estado priva a las fuerzas productivas de su cualidad de capital; el caso es evidentísimo para las sociedades por acciones [...] El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista; es el Estado de los capitalistas; es el capitalista colectivo ideal. Cuanto más fuerzas productivas se apropia tanto más se convierte en un verdadero capitalista colectivo, más ciudadanos explota. Los trabajadores siguen siendo asalariados, proletarios; el capitalismo no se suprime, muy al contrario, se extrema (44).

Bajo el monopolismo, las leyes económicas del capitalismo siguen siendo las mismas, y por consiguiente, también las relaciones de producción. Sólo que se presentan de una forma más desarrollada, alcanzando el límite máximo a que pueden llegar, el punto a partir del cual se convierten en su contrario. Es la época en la que, como dice Lenin, el entrelazamiento entre el capital industrial y el capital financiero, que expresa ese desarrollo de las relaciones de producción capitalistas, se convierte en el rasgo más acusado del proceso que se está desarrollando ante nosotros, en el que se advierte que las relaciones de economía y de propiedad privada constituyen una envoltura que no corresponde ya al contenido, que esa envoltura debe inevitablemente descomponerse si se aplaza de manera artificial su supresión, que puede permanecer en estado de descomposición durante un período relativamente largo (en el peor de los casos, si la curación del tumor oportunista se prolonga demasiado) pero que, con todo y eso, será inevitablemente suprimida (45).

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Ya hemos visto en qué términos y desde qué posición está planteada la cuestión de la crisis y el hundimiento del capitalismo por Lenin. ¡Y Quintana aún sigue empeñado en llevarnos a los tiempos antediluvianos de la teoría sobre la crisis para convencernos de que no se trata únicamente de dificultades de realización, de desproporciones o de contracción de los mercados, sino de la inviabilidad del capitalismo como sistema de producción y valorización! Lenin apunta a la estructura económica y social, a la envoltura del sistema que está a punto de estallar (y que está, de hecho, estallando por todas partes), para que nos dispongamos a volarla cuanto antes; Quintana, por su parte y con la mejor buena voluntad del mundo, nos alerta para que no nos ocupemos tanto de la voladura y pongamos toda la atención en analizar cómo funciona el mecanismo de la producción.

Ahora podemos comprender mejor sus reproches a Lenin, por no haberse preocupado de la economía política y dedicar su valioso tiempo y su inmenso talento a formular la estrategia de la lucha revolucionaria que requiere esta situación. Desde luego, no se puede entender tanto descuido ni tanta tozudez por parte de Lenin, que nos ha dejado sin una teoría acabadita sobre la crisis de superproducción absoluta de capital antes de que llegara a producirse y cuando tenía la seguridad de que jamás se iba a producir, ya que el capitalismo, por más que se enconen sus contradicciones económicas, por más profunda que pueda llegar a ser la crisis crónica que padece desde hace tiempo, siempre encontrará una salida que proporcione una ganancia extraordinaria a los grandes magnates del capital, como está ocurriendo, aunque sea a costa de empobrecer y aniquilar a la mayor parte de la humanidad, de arruinar y destruir el mundo entero, la biosfera, la estratosfera y el reino de los cielo que nos cobija.

Cuando Lenin afirma que el capitalismo marcha hacia la bancarrota, hacia el completo hundimiento, está señalando una tendencia inevitable, que ya hoy se ve con claridad en todas partes, resultado de las propias contradicciones internas del sistema. Pero Lenin no se refiere únicamente al aspecto económico, sino que relaciona la bancarrota económica con el hundimiento político; es decir, Lenin apunta en el sentido de la crisis política y económica. Con ello deja entrever que no va ser en el plano económico únicamente en el que se va a resolver el problema. Es más, por todo lo que llevamos dicho se comprenderá fácilmente que ni siquiera se puede plantear la cuestión desde ese punto de vista, ya que la contradicción fundamental, cuya solución está exigiendo la historia desde hace tiempo, no es de tipo económico, no es la contradicción entre la producción y la valorización, por más que le pese al amigo M. Quintana; no es una contradicción que se pueda resolver dentro del mismo sistema capitalista ni aunque sea forzando o dilatando sus marcos, sino que se trata de contradicciones que resultan de factores contradictorios, que han permanecido unidos, pero que ahora se excluyen mutuamente entre sí: por un lado las fuerzas productivas sociales, las cuales han alcanzado un grado tal de desarrollo que ya no caben en el estrecho marco de las relaciones capitalistas de producción y estallan por todas partes. Por otro lado, la contradicción que se produce entre esa base económica y la superestructura política e ideológica de la sociedad. Todo lo cual se manifiesta en el desarrollo de la lucha de clases, principalmente en la lucha del proletariado contra la burguesía. Es en el terreno de la lucha de clases, en el cambio en la correlación de las fuerzas sociales que se dan en la sociedad, donde únicamente se pueden resolver dichas contradicciones. La crisis económica de superproducción y la crisis social y política que trae consigo favorecen el desarrollo de la lucha de clases y la toma de conciencia política del proletariado y su

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vanguardia, pero deberán ser éstos los que derroquen a la burguesía, creen un nuevo poder y lleven a cabo el cambio necesario de la estructura económico y social.

En este sentido se puede decir que el capitalismo, si bien tiende al derrumbe y crea condiciones favorables para ello, no se derrumba por sí solo o por la propia inercia de los factores económicos. Hace falta darle un empujón, hay que derribarlo mediante la lucha y la revolución socialista, creando la conciencia y la organización necesarias para ello.

Sobre este particular, Lenin fue muy claro en su discurso pronunciado en el II Congreso de la Internacional Comunista celebrado en agosto de 1920:

Llegamos ahora a la cuestión de la crisis revolucionaria como base de nuestra acción revolucionaria. Aquí es necesario, ante todo, hacer notar dos errores muy extendidos. De una parte, los economistas burgueses presentan esta crisis como una simple ‘inquietud’, según la elegante expresión de los ingleses. Por otra parte, los revolucionarios tratan a veces de demostrar que la crisis no tiene ninguna salida. Esto es un error. No existen situaciones absolutamente sin salida. La burguesía se comporta como una fiera envalentonada y que ha perdido la cabeza; comete una tontería tras otra, agravando la situación, acelerando su perdición. Todo esto es cierto. Pero no puede ‘probarse’ que esté descartada en absoluto la posibilidad de que adormezca a una cierta minoría de los explotados, mediante algunas concesiones de poca monta, de que reprima tal o cual movimiento o insurrección de tal o cual parte de los oprimidos y explotados. Intentar ‘probar’ por adelantado la falta absoluta de salida, sería una mera pedantería o un juego de conceptos y de palabras. La verdadera ‘prueba’, en esta y en otras cuestiones semejantes, puede ser tan sólo la práctica. El régimen burgués atraviesa en el mundo entero la más grande crisis revolucionaria. Los partidos revolucionarios deben ‘probar’ ahora con su trabajo práctico que poseen suficiente conciencia, organización, vínculos con las masas explotadas, decisión y capacidad para aprovechar esta crisis para una revolución triunfante, victoriosa (46).

Notas:

(1) Los materiales más importantes que centran este debate han sido recopilados en un libro titulado La segunda crisis general del capitalismo, publicado en francés por Correspondances Revolutionnaires. (2) Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo. (3) Lenin: Para una caracterización del romanticismo económico, Obras completas, Tomo II. (4) C. Marx: El Capital, Tomo III. (5) Ibidem. (6) K. Kautsky: La doctrina socialista. (7) Ibidem. (8) Lenin: Algo más sobre la teoría de la realización. (9) C. Marx: El Capital, Tomo III. (10) C. Marx: Teoría de la plusvalía, Tomo II. (11) Ibidem. (12) Rosa Luxemburgo: La acumulación de capital.

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(13) C. Marx: El Capital, Tomo III. (14) C. Marx: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), Tomo I. (15) N. Bujarin: La economía mundial y el imperialismo. (16) Lenin: Prefacio al folleto de N. Bujarin La economía mundial y el imperialismo. (17) C. Marx: El Capital, Tomo III. (18) C. Marx: Teorías de la plusvalía, Tomo II. (19) Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo. 20) K. Kautsky: La doctrina socialista. (21) C. Marx: El Capital, Tomo III. 22) Ibidem. (23) Ibidem. (24) C. Marx: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), Tomo II. (25) Ibidem. (26) C. Marx: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), Tomo I. (27) Ibidem. (28) C. Marx: Contribución a la crítica de la Economía Política. (29) C. Marx: Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política (Grundrisse), Tomo III. (30) C. Marx: Contribución a la crítica de la Economía Política. (31) C. Marx: Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política (Grundrisse), Tomo I. (32) C. Marx: El Capital, Tomo I. (33) C. Marx: El Capital, Tomo III. (34) F. Engels: Anti-Dühring. (35) Ibidem. (36) C. Marx: El Capital, Tomo I. (37) F. Engels: Anti-Dühring. (38) Lenin: Contribución a la caracterización del romanticismo económico. (39) Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia. (40) C. Marx: El Capital, Tomo I. (41) Lenin: Marxismo y revisionismo. (42) C. Marx: El Capital, Tomo III. (43) Ibidem. (44) F. Engels: Anti-Dühring. (45) Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo. (46) Lenin: Obras Completas, tomo XXV.

(*) Desgraciadamente, el menor consumo de las masas, la restricción del consumo de las masas a lo que es necesario para el sostenimiento y reproducción de los hijos, no es un fenómeno nuevo, subsiste desde que hay clases explotadoras y explotadas [...] El bajo consumo de las masas es una condición necesaria de todas las formas sociales fundadas en la explotación y también, por consecuencia, de la forma capitalista, pero sólo la forma capitalista de producción lleva a la crisis. El bajo consumo de las masas es, pues, una condición previa de las crisis, y juega en ellas un papel que desde hace mucho tiempo fue reconocido: pero nos dice tan poco respecto de las causas de la actual existencia de las crisis como de su ausencia en el pasado (F. Engels: Anti-Dühring).

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(**) Desde luego, no hay duda de que Kautsky se ha basado en la misma concepción de Marx que ya expusimos en el trabajo que Quintana nos ha criticado, calificándola de consumista. Pero para que no se piense que somos los únicos que hemos defendido esa concepción, léase lo que escribió Engels sobre este mismo particular en la polémica que sostuvo con el estrafalario señor Dühring: La fuerza de expansión colosal de la gran industria [...] se nos presenta ahora como una necesidad de extensión, a la vez cuantitativa y cualitativa, que arrolla toda fuerza opuesta. Las fuerzas opuestas están constituidas por el consumo, por las salidas, por los mercados para los productos de la gran industria; la capacidad de extensión cualitativa y cuantitativa de los mercados se regula además por leyes muy diferentes y mucho menos enérgicas; la extensión del mercado no puede mantenerse a la par que la extensión de la producción. La colisión deviene inevitable, y como no puede tener solución, mientras no hace estallar la forma de producción capitalista, es periódica (F. Engels: Anti-Dühring). (***) Contrariamente a lo que se suele creer, el término capital financiero no se refiere al capital bancario, pues tal como indicó Lenin, saliendo al paso de la definición que hiciera Hilferding, que identificaba capital bancario con capital financiero: Esta definición no es completa, por cuanto no se indica en ella uno de los aspectos más importantes: el aumento de la concentración de la producción y del capital en un grado tan elevado, que conduce y ha conducido al monopolio... Concentración de la producción, monopolios que se derivan de la misma; fusión o ensambladura de los bancos con la industria: tal es la historia de la aparición del capitalismo financiero y lo que dicha concepción encierra (Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo). (****) Si las crisis muestran que la burguesía es incapaz de administrar por más tiempo las fuerzas productivas modernas, la transformación de las grandes empresas de producción y de circulación en sociedades por acciones y propiedad del Estado, muestra la posibilidad de prescindir de la burguesía, pues empleados asalariados cumplen actualmente todas las funciones sociales del capitalista. El capitalista no realiza hoy otra actividad social sino la de cobrar ingresos, cortar cupones y jugar a la Bolsa, en que se sustraen unos a otros su capital (F. Engels: Anti-Dühring).