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Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 26
El EVANGELIO DE JUAN
VERSÍCULO POR VERSÍCULO
(Capítulos 11 al 13)
Capítulo 1
Los problemas irresolubles de la vida
(Juan 11:1-16)
Este es el cuarto de una serie de seis fascículos en los que
ofrecemos notas y comentarios para quienes han escuchado
nuestros ciento treinta programas de estudio versículo por versículo
del Evangelio de Juan. Si usted no tiene los primeros tres fascículos
de este estudio, escríbanos y se los enviaremos. Le brindarán un
fundamento que le ayudará a entender este fascículo y este estudio a
fondo del Evangelio según el apóstol Juan.
Descubriremos que el capítulo 11 de Juan es uno de los
capítulos más apasionantes de este Evangelio, y tal vez de toda la
Palabra de Dios. Este capítulo le dará también maravillosas
respuestas a nuestras tres preguntas clave. Mientras lo lee, busque
nuevamente las respuestas a estas preguntas: ¿Quién es Jesús? ¿Qué
es la fe? ¿Qué es la vida? Encontramos el contexto para el profundo
contenido de este pasaje al comienzo del versículo 40 del capítulo
10, donde leemos:
“Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde
primero había estado bautizando Juan; y se quedó allí. Y muchos
venían a él, y decían: Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero
todo lo que Juan dijo de éste, era verdad. Y muchos creyeron en él
allí.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
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“Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania,
la aldea de María y de Marta su hermana. (María, cuyo hermano
Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le
enjugó los pies con sus cabellos). Enviaron, pues, las hermanas para
decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo. Oyéndolo
Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria
de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Y amaba
Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que
estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba”.
Este maravilloso capítulo comienza con la historia de un
hombre llamado Lázaro, que tenía dos hermanas, María y Marta.
Los tres vivían en Betania, un pequeño suburbio a menos de tres
kilómetros de Jerusalén. Cuando Jesús estaba en Jerusalén,
acostumbraba quedarse con esta familia. El diálogo hostil con los
líderes religiosos en esa ciudad tiene que haber sido agotador.
Aparentemente, Jesús tenía por costumbre retirarse a Betania,
donde permanecía con estas tres personas que tanto amaba.
El capítulo 10 finaliza con Jesús en la región desértica más
allá del río Jordán, el lugar donde Juan el Bautista había predicado
y bautizado. Cuando uno visita Tierra Santa hoy, debe viajar por
auto unas cuatro horas desde Jerusalén. Entonces el guía señala el
vasto desierto, en dirección a Jordania, y dice: “Allí fue donde Juan
el Bautista tuvo su extraordinario ministerio”. Se nos dice que
muchos caminaban cuatro días desde Jerusalén hacia ese desierto
para escuchar predicar a este hombre que, según Jesús, fue el mayor
de todos los profetas (Mateo 11:11; Lucas 7:28).
Los últimos versículos del capítulo 10 nos dicen que Jesús
estaba realizando un ministerio fructífero en ese desierto cuando
recibió el mensaje de que Lázaro estaba gravemente enfermo. A
esta altura de su ministerio, Jesús sufría la oposición y el rechazo de
los líderes religiosos de Jerusalén, pero cuando salió a esta región
desértica, el texto nos dice que acudían más personas a escucharlo
que las que habían ido a escuchar a Juan el Bautista. “Y muchos
venían a él, y decían: Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero
todo lo que Juan dijo de éste, era verdad. Y muchos creyeron en él
allí”. Aquí es donde se encuentra Jesús cuando comienza nuestra
historia.
La historia empezó, de hecho, en Betania, donde Lázaro
estaba enfermo. La palabra “enfermo” en el mensaje que las
hermanas enviaron a Jesús significa “enfermo de muerte”. Lucas
nos presentó a estas dos mujeres en su Evangelio. Dice que Jesús
estaba de visita en Betania, a la casa de estas dos hermanas, tal vez
por primera vez. Desde el punto de vista de Marta, Jesucristo iba a
ir a su casa, y lo más importante de su visita era que todo estuviera
perfecto.
Pero María era muy diferente de Marta. Su forma de
ver la visita era: “El Verbo eterno de Dios se ha encarnado y viene
a mi casa. Lo importante de su visita a mi casa es que pueda
sentarme a sus pies y escuchar su Palabra y todo lo que tiene para
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mostrarme y contarme de Dios”. María está en el salón de estar
asistiendo a un estudio bíblico, mientras Marta está en la cocina
haciendo todos los preparativos. Marta irrumpe en el estudio bíblico
y reprende severamente a Jesús.
No tenemos que hacer ningún esfuerzo para saber lo que
está pensando Marta. El tono de su voz parecer indicar impaciencia
mientras dice claramente y abiertamente que la han dejado para
encargarse de todos los preparativos y arreglos en la cocina y que
María no la está ayudando. Claramente, ella quiere que el Señor
juzgue en este asunto, y cree que estará del lado de ella.
Sin embargo, Jesús no se pone del lado de Marta. La ama.
El relato dice claramente que Jesús amaba a Marta, a María y a su
hermano. Estoy convencido de que la miró con mucho amor cuando
le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte,
la cual no le será quitada” (Lucas 10:41, 42). Jesús no duda en
ponerse del lado de María, pero dice estas palabras a Marta
cariñosamente.
Estas son las dos mujeres que volvemos a encontrar en el
capítulo 11 de Juan. Cuando las encontramos, están enfrentando los
dos problemas irresolubles: la enfermedad y la muerte. Aun con
todos nuestros avances técnicos y de la ciencia médica, la
enfermedad y la muerte siguen siendo los dos problemas
irresolubles de la vida. Estos dos problemas entran a las vidas de
estas dos hermanas cuando descubren que su hermano Lázaro está
enfermo de muerte.
El mensaje urgente que envían a Jesús en ese desierto es
simplemente este: “Señor, he aquí el que amas está enfermo”. No
hacen ningún pedido ni exigen nada. Se limitan a presentarle la
información. Quieren estar seguras de que Él está al tanto.
Obviamente, suponen que si Jesús los conoce, sus problemas
irresolubles serán solucionados.
Ellas tenían una calidad de fe y confianza en Jesús que
amplía nuestra lista de respuestas a esa pregunta: “¿Qué es la fe?”.
Su mensaje nos enseña la forma en que debemos presentar nuestros
problemas a Jesús. Todo lo que debemos hacer es seguir el ejemplo
de estas hermanas, asegurándonos de que Jesús está enterado de
nuestro problema.
Tengo una hermana mayor muy devota que me llevó a la fe
cuando tenía dieciocho años. Ella y su esposo, que era pastor,
fueron mis mentores durante más de cuarenta años de pastorado.
Cuando había un problema serio, mi hermana solía decir: “Bueno,
el Señor sabe”. Hizo este comentario cuando mi esposa se enfermó
seriamente. Recuerdo haberle dicho: “¿Y qué? ¿En qué forma el
hecho que el Señor sepa debería consolarme?”.
Me lo explicó cuando me dijo: “Bueno, tú sabes que Él es la
esencia del amor. Es omnipotente, todopoderoso. Si tú sabes que Él
conoce tu problema irresoluble, dado que Él es amor perfecto y
tiene todo el poder en el cielo y la tierra, entonces todo lo que
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necesitas saber es que Él sabe”. Este parece ser el espíritu en que
estas dos hermanas enviaron su mensaje a Jesús. Debemos seguir su
ejemplo y presentar nuestros problemas a Jesús. Cuando Él recibe
ese mensaje, su respuesta es insólita, y nos plantea un desafío al
contestar la pregunta sobre la fe en nuestra lectura de este
Evangelio.
“Jesús dijo: "Esta enfermedad no terminará en muerte” (v.4,
NVI). Otra versión dice: “El propósito de esta enfermedad no es la
muerte”. Esta es una respuesta intrigante, porque da a entender que
el propósito de algunas enfermedades es la muerte. ¿Alguna vez
pensó en esto? La Biblia enseña claramente que el estado eterno es
un valor mayor que nuestra vida; lo eterno es más valioso que lo
temporal. El estado eterno es mejor que todos los años que Dios nos
permita vivir en la tierra.
Muchos de nosotros sabemos que la Biblia enseña, en
muchos lugares y formas, que las mayores bendiciones espirituales
están por delante, en el estado eterno. Sin embargo, no pensamos
mucho en este tema: ¿Cómo nos lleva el Señor de este estado
temporal al estado eterno? La mayoría de las veces usa los
problemas irresolubles de la enfermedad y la muerte para llevarnos
a la dimensión eterna de nuestra existencia.
Es eso lo que quiere decir Jesús, de hecho, cuando contesta
el mensaje de María y Marta sobre Lázaro: “El propósito de esta
enfermedad no es la muerte. Puede ocasionar la muerte, pero no
terminará en muerte”. Sigue diciendo: “No, es para la gloria de
Dios, para que el Hijo de Dios pueda ser glorificado a través de
ella”.
Esto demuestra que el propósito de esta enfermedad
específica va más allá del método que lleva a este hombre, amado
por Jesús, al estado eterno. Ese propósito es la gloria de Dios, y que
el Hijo de Dios pueda ser glorificado a través de la muerte y
resurrección de este hermano de Marta y María.
¿Recuerda que Jesús dijo lo mismo en el capítulo 9, cuando
le preguntaron por qué el hombre que sanó había nacido ciego?
Dijo, básicamente: “Este hombre no nació ciego porque él o sus
padres pecaron. El propósito de su ceguera es que las obras de Dios
sean reveladas a través de la sanidad de su ceguera”. Esta es,
obviamente, la misma verdad que está enseñando aquí.
Si estamos tan centrados en nosotros mismos que encaramos
todo haciendo la pregunta: “¿Qué saco yo de esto?”, tal vez nunca
tengamos en cuenta la Providencia o la gloria de Dios. Pero, si
estamos centrados en Dios o en Cristo, cuando irrumpen problemas
horrendos en nuestras vidas, tendremos la disciplina necesaria para
preguntarnos: “Dios, ¿cómo pueden estas trágicas circunstancias,
sobre las que no tengo ningún control, glorificarte a Ti y a tu Hijo
que vive en mí? ¿Podría este problema exaltar a Jesucristo y
presentar la Palabra de vida a las personas que están observando
cómo respondo a esta crisis en mi vida?”.
El texto que se encuentra en Salmos 11:3 también puede
leerse así: “Cuando los fundamentos de tu vida se están
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desmoronando, ¿qué está haciendo el Justo?”. Si nos hiciéramos
esta pregunta, a menudo encontraríamos propósito y significado en
nuestras crisis de enfermedad y sufrimiento, incluyendo un
diagnóstico negativo de nuestro médico que dice que nos vamos a
morir.
Me llamó la atención leer: “Y amaba Jesús a Marta, a su
hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se
quedó dos días más en el lugar donde estaba” (11:5, 6).
Soy pastor desde 1956. En ocasiones tuve que usar este
ejemplo para explicar que aun Jesús no era omnipresente. No podía
estar en dos lugares a la vez. Así como el Señor enfrentaba ese
problema, a mí me ocurre lo mismo: mientras estoy ministrando a
un miembro de mi rebaño, no puedo estar ministrando al mismo
tiempo a otro miembro. Me pregunto cuántos pastores duraríamos
mucho tiempo en nuestras iglesias si, enterados de que un miembro
de la iglesia está enfermo de muerte, explicáramos que nos
quedamos deliberadamente en un lugar porque lo amamos y, como
consecuencia, no llegamos a tiempo para ver a esa persona antes de
morirse.
Tenía que tener propósito su demora. Esta conmovedora
historia parece el libro de Job en miniatura. Es obvio que Jesús
permite que estas hermanas y su hermano sufran los problemas de
la enfermedad y la muerte porque los ama con un amor agape. Él
sabe que el hecho de que ellos sufran estos problemas traerá gloria
a su Padre Dios y Él, como Hijo de Dios, también será glorificado a
través de la enfermedad y la muerte de Lázaro. Sin embargo,
debemos centrarnos aún más en la observación de Juan de que Jesús
demoró su llegada porque amaba a estas tres personas.
Es interesante notar que, cuando las hermanas enviaron el
mensaje –“Señor, he aquí el que amas está enfermo”– en el original
griego se usa la palabra fileo, que es similar a “amistad”, o el amor
expresado por una persona que denominamos “filántropo”. Pero,
cuando dice “Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro”, la
palabra griega es agape. Esta palabra indica que Jesús amaba a
estas tres personas como tal vez nunca hayan sido amadas antes.
Claramente, ese amor era el que impulsaba la demora de Jesús. Pero
¿cuáles eran sus objetivos al permitir que estas tres personas
experimentaran la enfermedad y la muerte?
Encontraremos la respuesta a esa pregunta al avanzar el
relato: “Luego, después de esto, dijo a los discípulos: Vamos a
Judea otra vez. Le dijeron los discípulos: Rabí, ahora procuraban
los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá? Respondió Jesús: ¿No
tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve
la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque
no hay luz en él.
“Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro
duerme; mas voy para despertarle. Dijeron entonces sus discípulos:
Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de la muerte de
Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.
Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro
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por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a
él.
“Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus
condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él”.
Note que, cuando los apóstoles creen que Jesús ha decidido
colocarse en una situación de gran peligro, es Tomás, el que
consideramos como “el discípulo que dudó”, quien dice:
“¡Vayamos a morir con Él!”.
Jesús explica a estos hombres que está a punto de volver a
Judea (lo cual significa Jerusalén y, por supuesto, Betania). Ellos le
recuerdan que fue hace muy poco tiempo (registrado en los
capítulos 8 y 10 de este Evangelio) que los judíos habían intentado
apedrearlo.
Así que la pregunta es: “¿Otra vez vas allá?”. La respuesta
de Jesús, en el versículo 9, es: “¿No tiene el día doce horas? El que
anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el
que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él”. Lo que está
diciendo es: “Yo sé lo que hago. Camino en la luz. No estoy
simplemente andando a tientas en la oscuridad”.
Cuando dijo a sus discípulos claramente que Lázaro había
muerto y agregó que estaba contento de no haber estado allí para
que ellos pudieran creer, ¿estaba sugiriendo Jesús que estos
apóstoles aún no creían en Él? La primera vez que leemos que sus
discípulos creyeron fue cuando realizó su primer milagro, en esa
boda en Caná. Sus apóstoles han estado con Él y han sido testigos
de todos los milagros que Juan ha registrado para nosotros en los
primeros diez capítulos de este Evangelio.
Recuerde que a lo largo de este gran Evangelio estamos
encontrando respuestas a la pregunta: “¿Qué es la fe?”. Aquí
tenemos una nueva respuesta a esa pregunta: “Me alegro de no
haber estado allí, para que ustedes crean”. Cuando lea los
Evangelios, observe las muchas ocasiones en que Jesús plantea esta
cuestión de la fe de sus discípulos (Mateo 8:26; 14:31; Marcos
4:40; Lucas 8:25). ¡Es obvio que el objetivo de Jesús a lo largo de
esta historia es la fe de Marta, María, Lázaro, las personas que
aman a esta familia y sus discípulos!
Si bien no es la interpretación, una aplicación secundaria
interesante de estas palabras de Jesús plantea la cuestión de la
cantidad de horas de trabajo que debemos considerar razonables en
una semana para los dedicados seguidores de Jesús. A menudo
pasamos por alto la dura realidad de que, antes de que Dios
ordenara a su pueblo descansar el séptimo día, les ordenó trabajar
seis días. En este pasaje, Jesús dice que el día tiene doce horas.
¿Significa esto que debemos trabajar setenta y dos horas por
semana?
¿Cuántas horas semanales debería trabajar un devoto
discípulo de Jesucristo en la viña del Señor? ¿Se imagina si el
apóstol Pablo contestara esta pregunta diciéndonos que debemos
trabajar ocho horas por día, cinco días por semana, es decir,
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cuarenta horas semanales? ¿Acaso esto debe ser determinado por
sindicatos seculares o por la cultura secular?
Cuando sus hermanos sugirieron programarle su plan de
trabajo, Jesús no se dejó influir ni impactar por sus sugerencias,
porque Él siempre hacía lo que le agradaba al Padre (Juan 8:29).
Debemos notar lo mismo aquí, cuando los apóstoles sugieren dónde
y cuándo debe ir y no debe ir Él. Jesús sabía lo que hacía al volver a
Judea en este preciso instante.
En resumen
El autor de este Evangelio ha presentado el escenario para
esta maravillosa historia. Antes de ver la forma en que María y
Marta respondieron a la tremenda realidad de que su Señor no llegó
a tiempo para impedir la muerte de su hermano, y el gran milagro
que vendría después, quiero hacer algunas aplicaciones basadas en
la forma en que empieza esta historia.
¿Quién es Jesús en el capítulo 11, según lo que hemos visto
al principio de esta historia? Jesús es un amoroso Señor, que
permite deliberadamente que las personas que ama profundamente
experimenten los problemas más irresolubles de la vida para que su
Padre Dios reciba gloria, para que Él mismo sea glorificado, y para
que las personas que Él ama puedan creer.
¿Puede usted pensar en algunas de las experiencias que ha
enfrentado en los últimos años, o que está enfrentando ahora, o que
podrá enfrentar en el futuro, en el contexto del comienzo de esta
historia? ¿Es posible que Jesús sea un amoroso Señor que lo ama
tanto como para permitir que usted o sus seres queridos
experimenten algunos problemas irresolubles o difíciles? ¿Es
posible que Él permita estos problemas para dar gloria a Sí mismo y
a su Padre, y para hacer crecer la fe de usted en Él y en su amor?
Este es el Jesús que aparece en la primera parte de este capítulo.
¿Qué es la fe en los primeros versículos de este capítulo?
Esa pregunta se contesta en la forma en que María y Marta envían
su mensaje a Jesús, creyendo que, si sabe que el que ama está
enfermo y moribundo, su amoroso Señor resolverá su problema
irresoluble. La fe es simplemente presentar nuestros problemas ante
Él con la convicción de que todo lo que necesitamos saber es que Él
conoce nuestros problemas. La fe es la convicción de que Él es todo
amor, todo poder, y está dedicado a todo lo que haga crecer nuestra
fe.
Finalmente, ¿qué es la vida, según el principio de este
capítulo? La vida es todo problema que nos hace crecer
espiritualmente. La vida es todo lo que nos acerca más a Dios y a
nuestro Señor Jesucristo, que resucitó y vive. Dado que somos
llamados a andar y vivir por fe, la vida es todo lo que puede hacer
crecer nuestra fe en Él. La vida es todo lo que nos hace más
completos en Él. Todo lo que Él permita con ese objetivo
contribuye a nuestra experiencia de vida eterna.
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Capítulo 2
Respuesta y relación
(Juan 11:17-32)
Al avanzar en la lectura de este capítulo, vemos que, cuando
Jesús llega finalmente a Betania, el tema prioritario es la respuesta
de María y Marta al problema de la enfermedad y la muerte de su
hermano. La respuesta que Jesús quiere recibir de ellas tiene que
ver con la forma en que se relacionan con Él en la crisis,
especialmente la realidad, difícil de entender, de que no llegó a
tiempo para salvar a su hermano. Nuestra relación con el Señor
siempre es el factor más crítico en nuestra respuesta a los problemas
que nos abruman.
Estoy convencido de que Jesús recibe la respuesta correcta,
en lo que a la relación respecta, de parte de María. La respuesta de
ella nos recuerda que nuestra primera respuesta debe ser reafirmar
nuestra relación con Cristo y nuestra inquebrantable fe en su amor
por nosotros. Marta responde como hacemos la mayoría de nosotros
cuando nos sorprende la tragedia.
Comenzando por el versículo 17, leemos: “Vino, pues,
Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el
sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios;
y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para
consolarlas por su hermano.
“Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a
encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús:
Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas
también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.
“Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé
que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús:
Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente. ¿Crees esto?
“Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios, que has venido al mundo. Habiendo dicho esto, fue y
llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está
aquí y te llama. Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él.
“Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba
en el lugar donde Marta le había encontrado. Entonces los judíos
que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que
María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron,
diciendo: Va al sepulcro a llorar allí. María, cuando llegó a donde
estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si
hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (11:17-32).
Cuando llega Jesús a Betania, tiene su entrevista con Marta
primero, porque ella inicia el diálogo. El tema importante en este
encuentro es la respuesta de ella a los problemas irresolubles de la
enfermedad y la muerte. ¿Cuál es esta respuesta? Bueno, Marta es
Marta. Amo a Marta. Jesús amaba a Marta. Tan pronto como se
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entera de que Jesús ha llegado, sale a buscarlo al camino. Pero
María se queda en casa. Cuando Marta se encuentra cara a cara con
Jesús, le dice: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no
habría muerto”. Es interesante que, más adelante, María dice
exactamente las mismas palabras.
No se nos dice qué expresión tenía en el rostro ni cuál era el
tono de la voz de Marta cuando dijo estas palabras. En otras
palabras, el apóstol Juan no describe lo que hoy llamamos su
“lenguaje corporal”. Los expertos en comunicación nos dicen que,
cuando nos comunicamos, el 7% de la comunicación se realiza a
través de las palabras que pronunciamos. El 44% se transmite por el
tono de la voz. Y el 49% restante se transmite por nuestro lenguaje
corporal: la expresión de nuestros rostros, nuestros gestos y las
demás formas en que demostramos el significado de las palabras
que usamos.
Cuando leemos este relato de los encuentros que tuvo Jesús
con estas dos hermanas, solo tenemos las palabras pronunciadas. Si
bien no conocemos el tono de la voz, la expresión del rostro ni los
gestos, a mí me parece que, cuando Marta dijo: “Señor, si hubieses
estado aquí, mi hermano no habría muerto”, lo dijo de la siguiente
forma: “¿Dónde estabas, Señor? Si tan solo hubieras estado aquí,
¡él no se hubiera muerto!”.
El Señor ama a Marta, así que continúa su diálogo con ella.
Dice: “Tu hermano resucitará”. Ahora bien, Jesús no estaba
hablando de la resurrección de los creyentes que les permite
comenzar el estado eterno. Es obvio que estaba hablando de lo que
estaba por ocurrir. No debemos ser demasiados duros con Marta.
Ciertamente, ella no sabía que Él estaba hablando de lo que estaba a
punto de ocurrir. Si usted hubiera estado en su lugar, ¿habría
esperado un milagro? Marta contesta, básicamente: “Yo sé que
resucitará en el día postrero. Conozco la Biblia”.
Y entonces Jesús pronuncia algunas de las palabras más
dinámicas del Evangelio de Juan. Es uno de los “Yo soy” de Jesús:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente. ¿Crees esto?”.
Me encanta la sinceridad de Marta. No contesta diciendo:
“Lo creo”. Tal vez no entendió plenamente lo que Jesús le decía.
Ella contesta diciendo lo que sí cree, y esto encaja con el tema
básico del Evangelio de Juan. En esencia, contesta: “Yo he creído
que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.
Esto es lo que creo”.
Marta sabe lo que cree, y cree lo que sabe. Una de las
oraciones más sinceras de la Biblia, que fue dicha entre lágrimas,
es: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24). Jesús respondió a
esa oración porque fue sincera. Todos tenemos un nivel donde
termina nuestra fe y comienza nuestra incredulidad. El padre que
hizo esa oración sincera estaba diciendo a Jesús: “Levanta mi nivel
de fe y baja mi nivel de incredulidad”. Ese, tal vez, fue el espíritu
de la respuesta de Marta a la pregunta de Jesús: “¿Crees esto?”.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
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Estoy seguro de que a Jesús le encantó la sinceridad de
Marta. Marta describe su nivel de fe y –palabras más, palabras
menos– dice a Jesús: “Por encima de ese nivel, no voy a decir que
creo en lo que me estás diciendo”. No hay nada falso en Marta. Ella
es una persona muy real.
Si lo pensamos, cuando hablamos con Dios, Él sabe
exactamente dónde finaliza nuestro nivel de fe y dónde comienzan
nuestras dudas. Es tonto relacionarnos con nuestro Señor resucitado
y viviente durante una crisis trágica con una sinceridad menor que
la de Marta. A Jesús le molestan mucho los que Él llama
“hipócritas”, personas que daba a entender que estaban usando
máscaras como las de los actores de esa cultura. El Señor sabe que
Marta podrá ser cualquier cosa menos una hipócrita.
El “Yo soy” que escuchamos de Jesús en su encuentro con
Marta es el corazón del capítulo 11 del Evangelio de Juan. Los
problemas más irresolubles de la vida tienen una solución, y esa
solución se llama “resurrección”. La definición literal de
“resurrección” es ‘victoria sobre la muerte’. Jesús está diciendo:
“Yo soy la solución de estos problemas irresolubles, Marta. Soy, no
solo la victoria sobre el problema de la muerte, sino la solución para
el problema de la vida”. Hace esta afirmación más adelante, cuando
dice, básicamente: Yo soy la vida que vine a traer a este mundo”
(14:6).
En los primeros versículos de este Evangelio leemos: “En él
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Estamos
preguntándonos, en cada capítulo: ¿Qué es la vida? Nos hacemos
esta pregunta porque Juan nos dice lo que es la vida. Vez tras vez,
en capítulo tras capítulo, Juan nos dice que la vida es algo que es
Jesús. La vida es, también, frecuentemente, algo que hace Jesús en
nosotros, por nosotros y a través de nosotros. La vida siempre está
relacionada con Jesús cuando el autor de este Evangelio nos dice lo
que es la vida eterna.
En su encuentro con Marta, Jesús dice: “El que cree en mí,
aunque esté muerto, vivirá”. Está hablando aquí de la resurrección
del auténtico discípulo. El apóstol Pablo brinda más enseñanza
sobre este tema. Cuando mueren, los creyentes no son sepultados.
Son sembrados o plantados como semillas que un día serán
resucitadas (1 Corintios 15; 2 Corintios 5).
Jesús va más allá de esa enseñanza dinámica en esta gran
afirmación acerca de la vida de resurrección: “Y todo aquel que
vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Jesús, en realidad, está
presentando un pacto de resurrección entre Él y un creyente. Como
en todo pacto, Jesús promete honrar su parte del pacto y a nosotros
nos queda guardar la nuestra. La persona que participa en este pacto
de resurrección con Jesús debe cumplir dos condiciones. La primera
condición es que crea en Cristo. Esa es la condición obvia. Pero
note la segunda condición: debe vivir en Cristo.
¿Sabía usted que puede vivir su vida en Cristo? En el Nuevo
Testamento, los autores usan casi doscientas veces la expresión “en
Cristo” cuando describen a los auténticos discípulos de Jesucristo.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
11
Jesús demostró el significado de estas palabras
maravillosamente con una metáfora que usó en un huerto. Estaba
enseñando a estos apóstoles a ser hombres fructíferos, así que les
mostró una vid con ramas llenas de fruto. Entonces los desafió a
unirse a Él como esas ramas estaban unidas a la vid, que las hacía
dar fruto (Juan 15:1-16).
Estas dos palabras –en Cristo– se encuentran casi doscientas
veces en el Nuevo Testamento, y constituyen una de las formas
preferidas del apóstol Pablo para describir la relación entre un
creyente y el Cristo resucitado y vivo. Él usa esta expresión noventa
y siete veces en sus escritos. Estas dos palabras, junto con la
metáfora de Jesús que explica lo que significan, nos ayudan a
entender la segunda parte del pacto que Jesús ofreció a Marta.
“Todo aquel que crea y, además, viva su vida unido a mí, nunca
morirá”.
Marta no parece entender lo que le pregunta Jesús cuando le
dice: “¿Crees esto?”. ¿Lo habría entendido usted? Tal vez, si ella
hubiera tenido tiempo para una clase bíblica, podría haberlo
entendido. Estoy convencido de que si se hubiera tomado el tiempo
y hubiera hecho el esfuerzo para escuchar y entender lo que Jesús le
decía, hubiera creído a su Señor.
Esta es otra respuesta a esa pregunta: ¿Qué es la fe? Como
aprendimos en el capítulo 6, del ejemplo de Pedro, hay veces en
que la fe es seguir a Jesús, aun cuando no comprendamos (6:67,
68). El ejemplo negativo de Marta, que nos enseña lo que no es la
fe, es una indicación de que la fe a veces debe tomarse el tiempo y
hacer el esfuerzo para entender lo que nos está diciendo el Señor
cuando hay circunstancias trágicas que invaden nuestras vidas
repentinamente. La cuestión fundamental para usted y para mí es
este desafío: ¿Creemos, y estamos viviendo nuestras vidas en
Cristo?
Luego de notar la respuesta sincera de Marta, leemos que
ella “... fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El
Maestro está aquí y te llama. Ella, cuando lo oyó, se levantó de
prisa y vino a él” (11:28, 29).
Cuando lea la historia de cómo estas dos hermanas
enfrentan la enfermedad y la muerte de su hermano, note lo
siguiente: María no acude a Jesús hasta tanto Él no pide por ella.
Marta, que es una persona que “hace que sucedan las cosas”, decide
que ella va a encontrarse con Jesús. Lo encuentra en el camino
antes de que llegue a Betania. Esa es Marta. María no es como
Marta. María espera hasta que el Señor la llame. Pero, apenas sabe
que el Señor quiere verla, responde en seguida.
Entonces leemos: “María, cuando llegó a donde estaba
Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses
estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Las mismas palabras
que dijo Marta. No tenemos la expresión de su rostro ni el tono de
su voz al decir estas palabras. Pero se nos dice algo de su lenguaje
corporal. Ella se postró a sus pies y luego le dijo: “Señor, si
hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (32).
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
12
En el Nuevo Testamento aparecen siete mujeres con el
nombre de María. Podemos ver algunos otros momentos de la vida
de esta María en particular. Por ejemplo, como ya he señalado,
cuando Jesús visitó por primera vez a estas dos hermanas, María
está a sus pies escuchando sus palabras (Lucas 10:38-42). En el
capítulo 12, la encontraremos a sus pies, adorándolo. En este
capítulo, la encontramos a sus pies aceptando su voluntad. Ella
dice: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero
quiero que sepas que te adoro igual. Sea que lo entienda o no, tengo
fe para aceptar la dura realidad de que tú tienes tus razones para no
haber estado aquí a tiempo para salvar la vida de mi hermano”.
El rescate
¿Se da cuenta lo que ocurre aquí? Estas dos hermanas están
enfrentando los dos problemas más irresolubles de la vida. Lo que
el Señor quiere de ellas es la respuesta correcta a estos problemas.
La respuesta correcta a estos problemas comienza con la relación de
ellas con Él. Jesús recibe esa respuesta de María. Vemos que, una
vez que está en orden esa relación, Él rescata a estas dos hermanas
y a su hermano de los problemas de enfermedad y muerte.
Cuando experimentamos estos dos problemas, el rescate no
ocurre en esta vida. Dado que la muerte es tan parte de esta vida
como el nacimiento, debemos esperar para este rescate hasta la
resurrección de todos los creyentes cuando vuelva Jesús (1
Tesalonicenses 4:13-18).
Además de la enfermedad y la muerte, hay momentos en la
vida de usted y de la mía cuando el Señor nos permite experimentar
problemas irresolubles. Él sabe que si seguimos el hermoso ejemplo
de María al responder a estos problemas, Dios recibirá gloria y
nuestro Señor y Salvador será glorificado. Todo el proceso
aumentará nuestra capacidad para creer, conocer, amar y servir a
Dios y a nuestro Señor y Salvador.
Él sabe también que la fe sincera y transparente que
ejemplifica Marta nos llevará a experimentar la gloria de Dios.
Jesús le prometió a Marta que, si creía, vería la gloria de Dios. Y,
como veremos ahora, ¡tanto María como Marta creyeron y vieron la
gloria de Dios!
Cuando el Señor ha recibido estas dos respuestas de Marta y
de María, leemos: “Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos
que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y
se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y
ve. Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba.
Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos al
ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?
“Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al
sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo
Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le
dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te
he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la
piedra de donde había sido puesto el muerto.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
13
“Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te
doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije
por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú
me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: !Lázaro,
ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies
con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo:
Desatadle, y dejadle ir” (11:33-44).
Cuando yo era un pastor novato, un domingo estaba
nervioso porque cuando terminé mi sermón y concluyó el culto,
debía conducir mi primer funeral. Había un hombre mayor de mi
congregación que había sido pastor y había conducido muchos
funerales. Era un creyente judío mesiánico (un judío que había
conocido a Jesucristo como Mesías), un creyente carismático que
había huido de Checoslovaquia para escapar de Hitler y el
Holocausto. Era un hombre muy culto y un extraordinario ser
humano. Yo había disfrutado muchas horas de una maravillosa
comunión en Cristo con él, y él me había ayudado cuando era un
pastor joven en aquellos primeros años del ministerio, que pueden
ser muy difíciles.
Luego del culto de la mañana, mientras lo saludaba a la
puerta, le pregunté: “Dr. Pearl, ¿podría decirme algo con relación a
los funerales que me pueda ayudar? Tengo un funeral esta tarde y
nunca he conducido uno”. Me contestó: “Jesús nunca condujo
funerales. ¡Solo condujo resurrecciones!”. Si bien su consejo no me
ayudó mucho esa tarde, ¡qué maravillosa verdad compartió
conmigo! Jesús solo conduce resurrecciones, y esa es nuestra
esperanza.
Este capítulo nos que Jesús fue a un funeral. Antes de
convertir a ese funeral en una resurrección, nos mostró algunas
cosas sobre cómo asistir a un funeral. Por ejemplo, el versículo más
corto de la Biblia nos dice que Jesús lloró. Esta palabra da a
entender que su cuerpo se sacudió con sollozos. Demostró señales
tan evidentes de congoja, con relación a Lázaro, que las personas
que estaban en el funeral dijeron: “Mirad cómo le amaba”. Jesús
nos mostró que cuando asistimos a un funeral de alguien que hemos
amado profundamente y verdaderamente, y que hemos perdido, no
estamos indicando una fe débil si lloramos y nos acongojamos
visiblemente. Estamos diciendo que amamos mucho a esa persona,
y la extrañaremos.
Cuando David perdió un hijo, en su pena se lamentó: “Yo
voy a él, mas él no volverá a mí” (2 Samuel 12:23). Nuestra
convicción de que iremos a ver a la persona es la razón por la que
no sentimos pena, como los que no tienen esperanza. Pero la
realidad tremenda de que no volverá a nosotros en esta vida
justifica nuestra legítima congoja (1 Tesalonicenses 4:13; Mateo
5:4). Cuando Jesús enseñó: “Bienaventurados los que lloran”, creo
que su intención era que se aplicara de distintas formas. Quería que
se aplicara literalmente. Nunca debemos reprimir u ocultar nuestro
dolor. Es una bendición llorar. Jesús nos mostró que, cuando
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
14
necesitamos llorar, debemos tener una bendita y legítima
experiencia de congoja.
La aplicación personal y devocional
El corazón de este capítulo es el milagro de la resurrección
de Lázaro. Jesús no solo pronuncia uno de sus mayores “Yo soy”,
relacionados con quién es Él, sino que lo demuestra y lo valida.
Resucitó a Lázaro para mostrarnos que Él mismo es la Victoria
sobre la muerte, y la Vida que todos estamos buscando. Hizo este
gran milagro para demostrar y validar su gran afirmación de que Él
era y es la resurrección y la vida.
La aplicación personal para usted y para mí es que, si
vivimos nuestras vidas en una relación con Él, y creyendo en Él,
nunca moriremos realmente. Nuestra muerte será simplemente una
graduación, y nuestro funeral, un culto de iniciación que celebra
nuestra vida eterna en el estado eterno. Nuestra muerte es,
simplemente, que el Pastor entre en nuestras vidas una última vez,
haciéndonos yacer en la muerte, para poder darnos verdes pastos,
aguas de reposo, y la copa que rebosa para siempre en la dimensión
eterna de nuestra existencia (ver el Salmo 23).
Resumiendo lo que hemos visto en la dinámica de esta
historia de resurrección hasta aquí, debemos volver a hacernos las
tres preguntas: ¿Quién es Jesús? Él es la Resurrección –la Victoria
sobre la muerte– y Él es Vida. Esto significa que, frente a la muerte,
Él es la única Solución a los problemas —que, sin Él, serían
irresolubles— de la enfermedad y la muerte.
¿Qué es la fe? La fe es responder a estos problemas de la
enfermedad y la muerte con la correcta relación con Jesucristo. El
modelo de fe se encuentra en la respuesta de María. La fe es la
convicción inquebrantable de que, si nuestro Señor no se presenta
cuando pensamos que debería hacerlo para rescatarnos de nuestros
problemas, tiene sus razones. Cuando estamos vinculados en una
relación con nuestro Señor resucitado y vivo, nuestros
pensamientos y caminos serán como los suyos. Entonces
entenderemos que Él no nos rescata porque está profundamente
comprometido con la realidad de que experimentaremos la vida más
abundantemente en esta vida y en el estado eterno.
La fe es, también, la respuesta sincera de Marta a la realidad
innegable de la enfermedad y la muerte de alguien que amamos
mucho. La realidad más dura para ella era el dolor de su corazón
porque el Señor al que ella también amaba tanto no apareció a
tiempo para impedir la muerte de su hermano. Ella sabía que Él
podría haber sanado a su hermano, y esto hacía que su dolor fuera
casi imposible de soportar.
Ella es un ejemplo de esa fe sincera y clara: “¡Esto es lo que
creo, y no profeso más que esto!”. Hay un versículo de la carta de
Santiago que puede ser traducido: “¡Las oraciones de un hombre
honesto explotan de poder!” (5:16). La fe es, a veces, concordar con
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
15
Dios sobre dónde finaliza el nivel de nuestra fe y dónde comienzan
nuestras dudas.
La fe es, además, vivir y creer en el Cristo que es la
Resurrección y la Vida. Asegúrese de tomar nota de que se indican
dos pasos separados de fe en esta parte del capítulo de resurrección
de la Biblia. El primer paso es creer en el Cristo resucitado y vivo.
El segundo, vivir nuestras vidas cada día en Cristo.
¿Y qué es la vida según este extraordinario capítulo del
Evangelio de Juan? La vida es la esperanza y la paz que
experimentamos porque sabemos que si fuéramos a morir hoy, o
esta noche, nuestra muerte sería simplemente una graduación a la
dimensión eterna de la vida, que la Biblia dice permanentemente
que es la mayor dimensión de nuestra existencia. La vida es la
segura convicción de que, porque vivimos y creemos en Cristo, aun
cuando muramos físicamente, viviremos, ¡y viviremos para siempre
con Él!
Capítulo 3
¡Quiten la piedra de la incredulidad!
(11:33-57)
Los versículos que nos cuentan lo que ocurrió a
continuación nos dan la metáfora más elocuente de la fe en este
capítulo de la resurrección. Lázaro estaba sepultado en una caverna,
y había una gran piedra que se había hecho rodar para tapar la
entrada y que sellaba la tumba donde estaba este hombre que amaba
Jesús. Parado ante la tumba de Lázaro, Jesús pregunta a Marta:
“¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (40). El
momento de verdad en este capítulo es cuando Jesús da la orden:
“Quitad la piedra” (39).
Como señalé en mi introducción a este Evangelio en el
fascículo veintitrés, siempre hay un significado más profundo en el
Evangelio de Juan. El significado más profundo es que debemos
quitar la piedra de la incredulidad cuando nos encontramos junto a
la tumba de una persona que queremos. Los pasajes bíblicos que
solemos leer junto en un funeral reafirman nuestra convicción de
que un día la gloria de Dios será revelada cuando ese ser querido
sea levantado de entre los muertos (1 Corintios 15:42-44; 1
Tesalonicenses 4:13-18).
Me encanta la sinceridad a cara descubierta y la franqueza
descarnada de Marta. En el momento en que están por correr la
piedra exclama: “Pero, Señor, ¡a esta altura va a haber un olor
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
16
desagradable!”. Luego de que Jesús le hiciera a Marta la pregunta
que la desafió a ella y los que estaban presentes a creer, hizo una
oración interesante. En esta oración explicó al Padre que lo que
decía no era para los oídos de Él, sino para bien de los que estaban
escuchando la oración (41, 42).
Jesús fue enfático cuando enseñó que debíamos orar en
nuestras recámaras para asegurarnos de dirigir nuestras oraciones a
Dios y no a las personas (Mateo 6:5, 6). Sin embargo, aquí dijo
claramente que su oración estaba dirigida –por lo menos, en parte–
a las personas que escuchaban mientras oraba. Mediante su oración
ejemplar, nos está mostrando que cuando hacemos una oración
pública o colectiva, si bien estamos dirigiendo la oración a Dios,
debemos ser conscientes de las personas que están escuchando esa
oración y están uniendo su corazón al nuestro mientras oramos.
En este capítulo se registra el milagro extraordinario que se
produjo cuando mueven la piedra y Jesús dice en voz alta:
“¡Lázaro, ven fuera!”. El muerto sale, con sus manos y pies atados
con tiras de lino. Entonces, Jesús ordena: “Desatadle, y dejadle ir”
(43).
Algunos estudiosos ven aquí un significado más profundo y
que es un paralelo de la enseñanza que descubrimos en el capítulo 8
de este Evangelio (8:30-36). Cuando algunos de los líderes
religiosos creyeron, Jesús dijo a los que decían creer: “Permanezcan
en mi Palabra, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”.
La aplicación personal para nosotros es que cuando asumimos el
compromiso de ser discípulos de Jesús, al permanecer en la Palabra
de Jesús, como deben hacer sus discípulos, es de esperar que
tengamos una experiencia que será como salir de la cárcel.
Cuando Lázaro sale de la tumba, todavía atado con el
sudario, hay quienes creen que esta es una metáfora que nos enseña
que es posible que un creyente experimente el poder de la
resurrección del nuevo nacimiento por un tiempo antes de ser
liberado. Jesús no quiere ver a discípulos que han nacido de nuevo
atrapados en el “sudario” que usaban cuando estaban
espiritualmente muertos y vivían en esclavitud al pecado.
Yo puedo entender el significado más profundo de este
ejemplo de un Lázaro resucitado atado por el sudario. Como
expliqué en mi comentario del capítulo 8, seguí a Cristo como
discípulo durante más de una década antes de experimentar la
libertad que Jesús describe aquí y en ese capítulo. Para mí,
personalmente, quitar el “sudario” de la vida anterior y ser liberado
es una hermosa metáfora.
La respuesta de los judíos
Vemos nuevamente una respuesta dividida de los judíos
ante los sucesos milagrosos que rodean el ministerio de Jesús. Hay
una respuesta favorable de parte de algunos de los judíos que
asisten al funeral, al observar el testimonio de María: “Entonces
muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y
vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él” (45).
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
17
Los judíos que fueron a visitar a María vieron algo tan
maravilloso como el milagro de la resurrección. Cuando vieron a
María responder al problema de que Jesús no rescató a su hermano
de la enfermedad y la muerte, a sus pies y aceptando su voluntad,
creyeron. Es interesante que no leemos que los judíos que fueron a
consolar a Marta creyeron.
También vemos una respuesta muy hostil de las autoridades
religiosas judías. La respuesta hostil que se expresó en forma de
diálogo desde que Jesús sanó al hombre junto al estanque de
Betesda ahora alcanza su punto culminante (46-57). Los fariseos
forman un consejo para preparar su estrategia. Antes de llegar a la
conclusión de que debían matar a Jesús, Caifás, el sumo sacerdote,
da una extraordinaria profecía.
Él está pensando principalmente en que la ira de Roma
caerá sobre su nación si no se hace algo respecto de las multitudes
que se reúnen alrededor del extraordinario ministerio de Jesús. Dice
que matar a Jesús sería la decisión políticamente correcta y
conveniente para ellos como líderes religiosos (11:46-52).
El apóstol Juan entonces inserta su comentario en el relato;
dice que Caifás, sin darse cuenta, estaba profetizando, no solo que
Jesús estaba a punto de ser sacrificado por los judíos que vivían en
Israel, sino por los judíos que estaban dispersos por todo el mundo.
La profecía involuntaria era que la muerte de Jesús no solo
resultaría en la salvación física (liberación) de los judíos, sino en la
salvación espiritual de quienes creyeran. Recuerde que los apóstoles
no supieron que el evangelio era también para los gentiles hasta que
llegamos al capítulo 10 del Libro de los Hechos en nuestra lectura
del Nuevo Testamento.
En resumen
Podría escribir mucho más acerca de muchos de los
cincuenta y siete versículos de este capítulo, pero la mejor forma de
resumirlo es volver a formularnos las tres preguntas: ¿Quién es
Jesús? ¿Qué es la fe? y ¿Qué es la vida?
¿Quién es Jesús? Él es la Victoria sobre la muerte, y Él es la
Vida para quienes creen y viven sus vidas en Él. Las personas que
establecen una relación con el Cristo resucitado y vivo, que es
eterno, ¡tienen vida eterna, ahora y para siempre!
¿Qué es la fe? La fe es enfrentar la enfermedad y la muerte
creyendo en Él y viviendo en Él. La fe es correr la piedra de la
incredulidad en presencia de la muerte para ver la gloria de Dios a
través del milagro de la victoria sobre la muerte. La fe es pedir a
Cristo que quite nuestro “sudario” y que nos libere cuando creemos.
“Desatadle, y dejadle ir” es una gran metáfora que describe el
significado de la fe.
¿Qué es la vida? Según este gran capítulo sobre la
resurrección en el Evangelio de Juan, la vida es una relación con el
Cristo resucitado y vivo, a través de la cual sabemos que, porque
estamos unidos a Él, vamos a vivir para siempre. La vida es
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
18
entender que la vida física es solo una graduación de esta vida hacia
la dimensión eterna de nuestra vida en Cristo.
Note en la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, el
énfasis en que fuimos creados para existir en dos dimensiones, y no
una. Fuimos diseñados por nuestro Creador para vivir en la tierra
por un breve tiempo, y para eso nos dio un cuerpo terrenal
provisorio. Pero también fuimos creados para vivir en el cielo, en el
estado eterno, y para eso recibiremos un cuerpo espiritual. La única
forma en que este cuerpo terrenal que hemos recibido puede ser
equipado para vivir en el estado eterno es que pase por una
metamorfosis, un cambio total. La resurrección es el vehículo de
ese cambio (1 Corintios 15).
La resurrección no es solo victoria sobre la muerte. Dios
usará el milagro de nuestra resurrección personal para darnos ese
cuerpo eterno que necesitamos para vivir con Él para siempre en el
estado eterno. Así se describe la vida eterna en este maravilloso
capítulo de la resurrección. Esa vida eterna comienza en esta vida
aquí, cuando creemos y establecemos nuestra relación con el Cristo
resucitado.
En este contexto, considere nuevamente el propósito para el
cual Juan escribe este Evangelio (20:30, 31). El propósito que
afirma claramente es convencernos de que Jesús es el Cristo. Una
parte crucial de este objetivo es su promesa de que tendremos vida
eterna cuando creamos. Esa vida eterna es la calidad de vida para la
cual Dios nos creó, para la cual nos salva y para la cual nos
resucitará de los muertos, así como Jesús resucitó a Lázaro.
En este capítulo, aprendemos que Dios un día usará el
milagro de la resurrección para que la vida eterna sea la realidad
última de los creyentes. Sin embargo, las palabras que Jesús dijo a
Marta nos dicen que no tenemos que esperar hasta morir y ser
resucitados para experimentar la vida eterna. Según Jesús, la vida
eterna comienza cuando creemos y vivimos nuestras vidas en Él.
Una de la mayores respuestas de este Evangelio y de toda la
Palabra de Dios a la pregunta “¿Qué es la vida?” es el desafío con
el cual Jesús concluye su enseñanza a Marta sobre la resurrección
cuando muere su hermano: “Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree
en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (11:25, 26).
Cuando usted reciba un diagnóstico que lo enfrente con la
realidad de su propia muerte, o la muerte de alguien que usted ama,
cuando esté al lado de la tumba de un creyente que usted ha amado
mucho, éste será su desafío último: ¿Cree las buenas nuevas que
encontramos en el capítulo de la resurrección del Evangelio de
Juan?
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
19
Capítulo 4
El final del principio
(Juan 12:1-23)
El capítulo 12 de Juan comienza así: “Seis días antes de la
pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había
estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le
hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que
estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra
de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de
Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del
perfume.
“Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón,
el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido
por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no
porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo
la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo:
Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los
pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me
tendréis.
“Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba
allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para
ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos. Pero los
principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro,
porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en
Jesús” (1-11).
Este capítulo comienza con otra cena donde aparecen María
y Marta. Como era de esperar, leemos dos palabras que describen el
papel de Marta: “Marta servía”. Ese era su tipo de don y su
llamado. También encontramos a María demostrando su llamado,
su tipo de don y sus prioridades: a los pies de Jesús, ofreciendo un
costoso sacrificio de adoración.
En esa cultura, la gente se reclinaba en sillones cuando
comía. Era costumbre, también, lavar los pies de los invitados a la
cena cuando llegaban. Es en este entorno cultural que María ofrece
su hermoso regalo de adoración como sacrificio. Derrama un
perfume que valía el sueldo de todo un año sobre los pies de Jesús.
La fragancia llenó toda la casa.
Recuerde que, al finalizar el capítulo 10 de Lucas, cuando
Marta acusó a Jesús de no importarle que María no ayudara a servir,
Jesús defendió a María. Aquí lo vemos defendiendo nuevamente a
María. Dice –palabras más, palabras menos-: “Este es un acto de
adoración en forma de sacrificio. Ella ha guardado este perfume
para esta ocasión, para profetizar simbólicamente el día de mi
sepultura” (7).
A partir este capítulo, la segunda mitad del Evangelio
registra la semana más importante de la vida más importante que
haya habido jamás en la tierra.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
20
En esos días, como vimos en el caso de Lázaro, envolvían a
los muertos en vendas, como las antiguas momias. También
colocaban especias costosas entre las vendas para controlar el olor,
que era siempre una parte espantosa de la horrible realidad de la
muerte.
Cuando Jesús defiende a María, hace un comentario sobre
Él mismo: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a
mí no siempre me tendréis” (8). Esta es una de las muchas formas
sutiles a lo largo de este Evangelio en que Juan refuerza su
afirmación de que Jesús es Dios. María lo adora, y Él acepta su
adoración. En realidad, defiende la adoración de ella. Los apóstoles
Pedro y Pablo no aceptaron ser adorados (Hechos 10:25, 26; 14:11-
18). Pero Jesús es más que un hombre y, como Dios en forma de
hombre, acepta la adoración.
El autor de este Evangelio inserta el comentario de que no
era porque a Judas le interesaran los pobres que dijo que el precio
de esta ofrenda podría haberse dado a los pobres. Juan no es muy
sutil. Comenta que Judas hizo esto porque era un ladrón.
Me gusta la forma de escribir de Juan. En su pequeña carta
al final del Nuevo Testamento, que llamamos Primera de Juan, es
sincero y muy directo cuando nos dice cómo podemos saber si
somos creyentes auténticos. Escribe que si decimos que tenemos
comunión con Cristo, pero seguimos andando en la oscuridad, o si
decimos que amamos a Dios, pero no amamos a nuestro hermano,
¡somos mentirosos! (1 Juan 1:6; 4:20, 21). Cuando agrega su
comentario sobre Judas, simplemente escribe: “Dijo esto, ... porque
era ladrón”. Nos informa que Judas estaba a cargo de la bolsa, y que
robaba de la bolsa común.
Hay personas que piensan que, como Jesús dijo: “A los
pobres siempre los tendréis con vosotros”, no debemos
preocuparnos por ayudar a los pobres. Él estaba señalando,
básicamente, que tendríamos siempre la oportunidad de ayudar a
los pobres, pero no siempre lo tendríamos a Él. Por lo tanto, es
apropiado que María ofrezca esta adoración hermosa y costosa que,
según Jesús, simbolizaba su muerte y sepultura.
Leemos que la gente se agolpó alrededor de esta casa, no
solo para ver a Jesús sino también a Lázaro, que Él había
resucitado. Por lo tanto, los principales sacerdotes, que ya estaban
planeando matar a Jesús, hicieron planes para matar a Lázaro
también, porque el milagro de su resurrección estaba llevando a
muchos judíos a creer en Jesús.
Como vimos en el capítulo 11 de este Evangelio, si creemos
en Cristo y vivimos nuestras vidas en Él, nunca moriremos. Si
vivimos siempre nuestras vidas en Cristo y en este mundo, en un
sentido experimentamos una resurrección personal. Pablo describe
la resurrección de esta forma: “De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios” (2 Corintios 5:17,
18).
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
21
En cierto sentido, esta es una metamorfosis, o una
experiencia de la victoria sobre la muerte. Si usted ha
experimentado el nuevo nacimiento, una de las formas en que su
experiencia glorifica a Dios y exalta a Jesucristo es que otras
personas acudan a Cristo cuando vean la nueva criatura en la que
usted se ha convertido. Como Lázaro, se verán atraídos a Jesús
cuando vean el milagro que Él ha obrado en su vida.
También habrá quienes odiarán a Cristo en usted, y también
lo odiarán a usted. Hasta podrían intentar planear su muerte, como
planearon matar a Lázaro.
El primer Domingo de Ramos
Al entrar al capítulo 12 del Evangelio de Juan, llegamos a
un punto de transición que permite dividir a los veintiún capítulos
en dos partes iguales. Aproximadamente la mitad de los capítulos
de este Evangelio cubren los treinta y tres años de la vida más
importante que hubo jamás. Sin embargo, cuando leemos este
capítulo, descubrimos que la segunda mitad de este Evangelio se
centrará ahora principalmente en una semana, la última semana de
la vida de Jesucristo.
Como señalé frecuentemente en mi enseñanza sobre los
cuatro Evangelios, se enfatiza esa semana de la vida de Cristo
porque fue durante esa semana que Jesús murió y resucitó de los
muertos para la salvación del mundo. Los sucesos que relata Juan
ahora dan inicio a esa semana crucialmente importante de la vida y
el ministerio de Jesucristo. Llamamos a esta semana “Semana
Santa”, la semana que comienza con el Domingo de Ramos y
finaliza con lo que millones de personas denominan “Domingo de
Pascua” o “Domingo de Resurrección”.
El fin del principio
Los tres años durante los cuales Jesús predicó, sanó y
entrenó a los discípulos están por finalizar, y está por comenzar su
semana más importante. Este no es el principio del final de su
ministerio. En cierto sentido, los sucesos de este capítulo describen
el fin del principio del ministerio de Jesús. Está ingresando ahora en
su obra más importante, su muerte y resurrección, que serán
seguidas por su ascensión, el día de Pentecostés, el nacimiento de la
iglesia y la obra milagrosa de Cristo que ha continuado desde
entonces. El Evangelio de Juan presenta el fin del principio de la
vida y el ministerio de Jesucristo cuando leemos: “El siguiente día,
grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús
venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle,
y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor, el Rey de Israel!
“Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está
escrito: No temas, hija de Sion; He aquí tu Rey viene, Montado
sobre un pollino de asna. Estas cosas no las entendieron sus
discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
22
se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de
que se las habían hecho.
“Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó
a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual
también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él
había hecho esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis
que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él” (12:12-19).
Según nos señala Juan aquí, la importancia de este suceso
está descrita por uno de los profetas (Zacarías 9:9). Otro profeta
escribió que vendría “súbitamente” (Malaquías 3:1). Esta palabra –
súbitamente– debería traducirse “inesperadamente”, indicando que
vendría, no de la forma que era de esperar que viniera un Mesías.
Los líderes espirituales del pueblo judío tenían sus ideas
preconcebidas sobre cómo vendría a este mundo el Mesías. Sus
ideas estaban basadas en pasajes bíblicos que fueron cumplidos
parcialmente cuando llegó Jesús, pero que solo tendrían pleno
cumplimiento en su segunda venida (Isaías 61:1, 2). Aun los
apóstoles creían que el Mesías derrocaría el Imperio Romano y
liberaría a Israel en un sentido literal y político (Hechos 1:6). Si
quienes profesaban ser el pueblo de Dios hubieran entendido
realmente los profetas, se hubieran entusiasmado cuando Jesús
entró montado en un pollino en Jerusalén.
Al tratar de entender el significado del primer Domingo de
Ramos, debemos pensar en un embajador que se presenta
formalmente a un gobierno extranjero. Cuando un embajador va a
otro país para representar a su rey, o la cabeza de estado, es posible
que esté un tiempo en ese país antes de ir al palacio del soberano y
presentarse formalmente junto con sus credenciales como
embajador.
Jesús es un Embajador del cielo que representa a su Padre
Dios en otro país. Jesús dejó el cielo para venir a este mundo. Ha
estado un tiempo aquí y ha hecho muchas obras maravillosas.
Ahora se está presentando formalmente ante este mundo como el
Embajador del cielo.
No va a la capital política del mundo –Roma– para
presentarse allí. No va a una de las capitales del pecado, como
Corinto o Éfeso. Va a la capital espiritual del mundo, y se dirige al
pueblo de Dios y a los líderes de ese pueblo. Estoy persuadido de
que Él hace esto porque se da cuenta de que el plan de Dios es usar
a su pueblo para lograr sus propósitos. Sabe que el pueblo de Dios
es un “gigante dormido”, y quiere despertar a ese gigante.
En el capítulo 21 de Mateo –uno de los capítulos más
dinámicos de los cuatro Evangelios– Jesús toma formalmente el
reino de los judíos y anuncia que va a entregar ese reino a personas
(gentiles; usted y yo, que no somos judíos) que producirán fruto
para ese reino.
El Libro de los Hechos relata al milagro de que la iglesia
que Cristo estaba y está construyendo es donde encontraremos al
pueblo de Dios a quien el Cristo resucitado y vivo ha entregado el
reino que ha quitado a los judíos. Esto no sugiere que la iglesia
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
23
fuera una ocurrencia tardía o un plan alternativo de Cristo. Jesús
dijo claramente en el Evangelio de Mateo, antes de tomar el reino
de los judíos, que todos los poderes del infierno no le impedirían
edificar su iglesia (Mateo 16:18).
En muchos sentidos, la iglesia está dormida hoy. Pero es un
gigante dormido. Si el pueblo de Dios en la iglesia pudiera ser
despertado y tomara conciencia de quién es, qué es y por qué ha
sido salvado por Jesucristo y colocado estratégicamente por su
Señor en este mundo, oh, ¡qué gigante sería la iglesia!
Es fácil perder la paciencia con el pueblo de Dios, ignorarlo
y pensar que Dios no va a hacer nada con él. Sin embargo, note que
a lo largo de la historia de la iglesia la obra de Dios siempre ha sido
realizada en este mundo a través del pueblo de Dios. La palabra
“iglesia” significa, literalmente, ‘los llamados afuera’, personas que
son llamadas afuera de este mundo para seguir y obedecer al Cristo
resucitado y vivo. Luego son enviadas nuevamente a este mundo
para ser vehículos a través de quienes su Señor y Salvador salva a
los perdidos (Juan 17:18, 20, 21).
Dado que este es un absoluto espiritual y un ministerio
estratégico de Jesús, note cuánto tiempo dedica Él a tratar de
despertar al “gigante dormido”, el pueblo de Dios. Vea cuán
enfáticamente apela al pueblo de Dios. Considere todo el tiempo y
la energía que invierte en esos tiempos de diálogo hostil con los
líderes del pueblo judío.
Note que Él sí alcanzó a muchos de estos líderes cuando
concluyó su tremendo sermón cerca del final del capítulo 8 de este
Evangelio. También alcanzó a Nicodemo, el distinguido rabí.
¿Podría haber estado Saulo de Tarso presente en algunos de esos
debates hostiles que tuvo Jesús con estos líderes religiosos? En su
forma resucitada, Cristo volvió para alcanzar a ese fariseo de
fariseos camino a Damasco. Entonces Saulo de Tarso se convirtió
en el gran apóstol Pablo.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
24
Capítulo 5
"La hora ha llegado"
(12:20-50)
Al relato de los sucesos del primer Domingo de Ramos lo
sigue el de las personas que fueron conmovidas por la resurrección
de Lázaro. Ellas siguieron contando lo que habían visto. Hemos
visto que, dado que ahora se reunían grandes multitudes alrededor
de Jesús cada vez que aparecía, los fariseos hicieron este
comentario: “Mirad, el mundo se va tras él” (19).
Estos líderes religiosos, en realidad, estaban diciendo una
profecía al hacer este comentario. Siempre estuvo dentro del plan
de Dios que el ministerio de Jesús fuera para todo el mundo
(Génesis 12:3; Lucas 2:10). “Porque de tal manera amó Dios al
mundo...”, y no solo al pueblo elegido de Israel, porque éste eligió
no ser elegido. En este punto del Evangelio de Juan, el amado
apóstol nos dice que la misión de Jesucristo estaba dirigida,
claramente, a todo el mundo.
En el momento de mayor popularidad de Jesús, algunos
griegos fueron al apóstol Felipe con un pedido: “Señor, quisiéramos
ver a Jesús”. Felipe le dijo a Andrés lo que pedían estos griegos, y
Andrés y Felipe se lo contaron a Jesús. En cierto sentido, este
pedido de los griegos representa cuál debería ser nuestro enfoque
cuando leemos este Evangelio. Debemos leerlo ara ver a Jesús.
Los ancianos de mi primera iglesia tenían esas palabras
grabadas en una pequeña placa que estaba fijada del lado interior
del púlpito. Cada vez que predicaba, veía estas palabras: “Señor,
quisiéramos ver a Jesús”. Aquello era más que una sugerencia de
que querían ver a Jesús cuando yo o un predicador invitado hablara
desde ese púlpito.
Tan pronto Jesús escucha que estos griegos (gentiles) lo
están buscando, el texto nos dice: “Jesús les respondió diciendo: Ha
llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”
(12:23).
Al leer estos primeros doce capítulos, vimos anteriormente
que Jesús tenía prioridades específicas para su tiempo. Dijo a su
madre, antes de convertir el agua en vino: “Aún no ha venido mi
hora” (2:4). Cuando sus hermanos le sugirieron cuál debía ser su
programa de actividades, les dejó bien en claro que Él tenía un
programa, y que todo su programa estaba determinado por la
voluntad del Padre. Leemos que dijo: “Mi tiempo aún no ha
llegado” (7:6). Repite esta afirmación en 7:8: “Mi tiempo aún no se
ha cumplido”. En el capítulo siguiente, leemos que no lo
aprehendieron “porque aún no había llegado su hora” (8:20).
Esto nos prepara para apreciar la gravedad de lo que Jesús
dice cuando anuncia: “Ha llegado la hora...” (12:23). Estas palabras
significan que ahora está por comenzar su obra más importante;
está iniciando su obra de la cruz, la muerte, la resurrección, y
comenzando la obra que seguirá hasta su segunda venida y después,
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
25
cuando reinará sobre su reino que nunca terminará. Estamos listos
ahora para descubrir uno de los pasajes más importantes de todo el
Evangelio: “Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para
que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo,
que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero
si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que
aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si
alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará
mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.
“Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame
de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica
tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo
glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba allí, y había oído la
voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha
hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa
mía, sino por causa de vosotros. Ahora es el juicio de este mundo;
ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere
levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.
“Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.
Le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo
permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario
que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del
Hombre?” (23-34).
Al responder a su evidente incredulidad, Jesús citó dos
pasajes de Isaías que hablan de por qué algunos creen y otros no
creen. Isaías comienza uno de sus sermones (o capítulos) más
profundos con la pregunta: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?
¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” (Isaías
53:1). En otro lugar, Isaías enseña que cuando vemos la respuesta
de la incredulidad, a veces es porque Dios ha cegado los ojos de los
que no creen (Isaías 6:10).
“Entonces Jesús les dijo: Aún por un poco está la luz entre
vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os
sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a
dónde va” (35, 36).
En este pasaje, Juan cita a Jesús cuando dice que la cruz es
la razón misma por la que Él vino al mundo. En su diálogo con el
rabí Nicodemo, Jesús dejó una clara y concisa declaración de
misión, cuando le dijo, en esencia: “Debo ser levantado (o sea,
crucificado) porque soy el único Hijo de Dios, la única Solución de
Dios y el único Salvador de Dios” (Juan 3:14-21). En este pasaje
del capítulo 12 de Juan, encontramos la misma clara y concisa
declaración de misión.
Cuando llegó su hora y estaba frente a la cruz, Jesús usó una
hermosa metáfora: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de
trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva
mucho fruto” (24). Usó una ley natural para enseñar una ley
espiritual. Como el gran Maestro que es, comienza con lo conocido
para enseñar lo desconocido, para que podamos aprender verdad
espiritual. Dado que habitualmente observamos y estamos
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
26
familiarizados con las leyes naturales, Jesús acostumbra usar
ilustraciones tomadas de la naturaleza. Por ejemplo: “Considerad
los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan” (Mateo
6:28), y, después, piense cómo están creciendo espiritualmente.
Esto es lo que hace aquí. Si un grano de trigo no se entierra,
no se planta, sigue siendo una semilla. Siempre será una semilla.
Pero, cuando es enterrada, produce muchas semillas. Él aplica este
principio primero a sí mismo y a su muerte en la cruz. Dice que Él
es el grano de trigo, y debe ser crucificado, debe ser enterrado y
debe resucitar, porque esa es la forma en que el Padre hará que su
vida sea productiva.
Luego aplica el principio a todo el que lo llama Señor y se
considera un discípulo que lo sigue. Concluye esta profunda
enseñanza con la solemne declaración de que, si nos consideramos
discípulos, lo seguiremos y lo serviremos al aplicar este principio a
nuestras vidas.
Esta es la forma en que Él pasa a ilustrar la esencia del
principio que está enseñando: “El que ama su vida, la perderá; y el
que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”
(25). Esta aplicación ilustrada se registra también en los otros
Evangelios (Lucas 9: 23-25; Mateo 10:39; Marcos 8:35).
Jesús está enseñando algunas realidades espirituales de la
vida. Para entender mejor su ilustración, imaginémonos un reloj de
arena. Hagamos que el vidrio represente nuestro cuerpo y la arena,
la vida de nuestro cuerpo. Usted no puede evitar que pase el tiempo,
como tampoco puede impedir que pase la arena por el reloj. Jesús
nos enseña que no podemos salvar o preservar nuestra vida. Es lo
que quería decir el salmista, cuando escribió: “... no puede
conservar la vida a su propia alma” (Salmos 22:29).
No podemos salvar nuestras vidas, en el sentido de
preservarlas. De hecho, un ser humano que intentara preservar su
vida sería el mayor perdedor de la vida, según Jesús. ¿Se imagina
que alguien diga: “Me voy a encerrar, a sentarme y salvar
(preservar) mi vida”?
Un día, yo iba trotando por una pista de aterrizaje en un
lugar rodeado por una cultura primitiva. La gente salía de la selva
admirada, porque ellos creían que la mejor forma de preservar la
vida era descansar lo más posible. Pensaban: “Cuanto más trabaja
uno y cuanta más energía consume, antes morirá, porque está
gastando su vida al quemar energía”. Por supuesto, nosotros
sabemos que es todo lo contrario. Si uno simplemente se sienta y
descansa todo el tiempo, acortará su vida considerablemente. Si
bien la aplicación de Jesús era más profunda, lo que enseñaba era
cierto en el nivel físico. Uno debe literalmente derramar su vida
mediante el ejercicio para no perderla.
No podemos salvar nuestra vida, pero Jesús sí nos enseña
que hay ciertas cosas que podemos hacer con nuestra vida.
Tenemos algún control sobre “la forma en que pasa la arena por el
reloj”, o cómo usamos nuestra vida. Por ejemplo, podemos dejar
que simplemente corra hasta que no haya más arena. Podemos vivir
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
27
setenta años y nunca pensar siquiera en el propósito para el cual
deberíamos usar nuestra vida.
En el Antiguo Testamento leemos: “Porque de cierto
morimos, y somos como aguas derramadas por tierra, que no
pueden volver a recogerse” (2 Samuel 14:14). Si uno ni siquiera
piensa en el propósito de su vida hasta que llega a los ochenta y
cinco años, ha permitido que su agua se derramara. Somos criaturas
que podemos elegir, y esa es una elección que usted puede hacer.
Puede derramar su vida en la tierra como agua que nunca podrá
volver a ser recogida.
También puede cometer el pecado de Esaú y vender su
primogenitura por un plato de lentejas (Génesis 25:29-34). Hay
muchas personas que quieren comprar su vida. Usted puede
venderla al mejor postor, o a quienquiera que pague su sueldo.
Jesús nos advierte que no vendamos nuestra primogenitura: “¿Qué
aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su
alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos
8:36, 37). Una traducción dice “sí mismo” en vez de “alma”: “¿Qué
aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, a costa de sí
mismo? ¿O qué recompensa dará el hombre para recuperar lo que
ha perdido de sí?”. En realidad, hay dos preguntas básicas aquí:
“¿De qué le serviría a un hombre si alguien le diera todos los títulos
de propiedad y todo el dinero del mundo a cambio de que se
entregue a sí mismo?” y “¿Qué cosas dará un hombre a cambio de
sí mismo?”. Estas son preguntas profundas.
El diccionario define al yo como: “La individualidad, la
singularidad de toda persona dada que la hace distinta de todo otro
ser viviente”. En otras palabras, Dios quiere que usted sea alguien,
y Jesús enseña que sería un necio si se le ofreciera todo el mundo a
cambio de su identidad y usted se vendiera por ese precio.
La segunda pregunta es aún más escrutadora. “Qué cosas
dará un hombre a cambio de sí mismo?”. En otras palabras, ¿por
qué cosas se vende un hombre? La respuesta bíblica, para Esaú, fue
“un plato de lentejas”. Él no se valoró, así que se vendió a un precio
bajo. Jesús nos dio un ejemplo cuando fue a la cruz. No solo ofreció
el sacrificio que hace posible la salvación para usted y para mí. Este
es el corazón del evangelio de Jesucristo, el mensaje de las cartas
del Nuevo Testamento y de la teología del Nuevo Testamento. Sin
embargo, además de la salvación, que está basada en la cruz de
Cristo, hay una filosofía de vida que Él nos enseña y ejemplifica al
enfrentar la cruz. Nos mostró las decisiones correctas que debemos
tomar con relación a cómo debe “pasar la arena por el reloj”. Jesús
estaba enseñando que debemos sacrificar nuestra vida cuando nos
dice que una semilla no puede dar fruto hasta que sea sembrada en
la tierra.
En resumen
La clara enseñanza de Jesús es que no podemos salvar
nuestra vida. Podemos derramarla, podemos venderla, podemos
sacrificarla por motivos erróneos, y podemos sacrificarla por
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
28
motivos correctos: por Dios y por lo que Dios quiere hacer en
nuestra vida. Esto es lo que ejemplificó Jesús para nosotros cuando
enfrentó la cruz, para lo cual vino al mundo.
Leemos que, cuando llegó su hora más importante, Jesús
estaba turbado. La palabra que se traduce como “turbado” es
interesante. Se la usa en el capítulo 11, cuando Jesús estaba ante la
tumba de Lázaro. Cuando Jesús vio a María y los judíos llorando,
dice que “se estremeció en espíritu y se conmovió” (11:33). En
realidad, quiere decir que sentía una “justa ira”. Allí, ante la tumba
de Lázaro, estaba cara a cara con dos de las peores consecuencias
del pecado: la enfermedad y la muerte. Estaba enojado con el poder
del diablo y del pecado, y tenía su consecuencia mirándolo a la
cara. Ahora, está enojado con todos los poderes del infierno que lo
combaten e intentan evitar que vaya a la cruz.
Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas nos dicen que el
maligno lo dejó por un tiempo al finalizar su tentación de Jesús
(Mateo 4, Marcos 1, Lucas 4). El maligno siguió tentándolo y
oponiéndosele hasta el mismo momento de la cruz. Jesús se
enfrentó cara a cara con todos los poderes del infierno cuando tomó
la decisión de dejar que su vida cayera a la tierra como una semilla
y muriera, para que pudiera dar fruto. Esta es la descripción más
dramática en los Evangelios de Jesús tomando la decisión de
sacrificarse de acuerdo con la voluntad del Padre, que era la
salvación del mundo.
Dice el texto que su alma estaba turbada y que preguntó en
oración: “¿Y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto
he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (27, 28).
Sus enemigos se burlaban de Él mientras pendía de la cruz:
“A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel,
descienda ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mateo 27:42). Esa
era una afirmación verdadera, porque uno no puede salvar a otros y
salvarse uno mismo. Uno debe elegir. O elige salvar a otros o elige
salvarse uno. Cuando Jesús eligió salvar a otros, lo hizo de una
forma hermosa. Leemos que hizo esta gran oración: “Padre,
glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he
glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Juan 12:28). ¡Qué hermoso
epitafio para la vida perfecta de Jesucristo!
¿Cuál es el propósito de una vida? El propósito de una vida
es glorificar a Dios. ¿Cómo podemos glorificar a Dios? Cuando
Jesús ha pasado sus últimas horas con sus apóstoles y está a punto
de ser arrestado y llevado a la cruz, hace una oración magnífica
(Juan 17). Resume sus treinta y tres años con estas hermosas
palabras: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que
me diste que hiciese” (4). Cuando hizo esta oración, Jesús nos
mostró cómo glorificar a Dios.
Un piadoso autor y pastor estadounidense llamado A. W.
Tozer solía decir que todos deberíamos hacer esta oración: “Padre,
glorifícate y envíame la cuenta –lo que sea, Padre– pero ¡solo
glorifícate!”. Este es el corazón y el espíritu de la oración que hizo
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
29
Jesús aquí cuando aceptó la misión de su Padre de morir en la
cruza. La respuesta de su Padre fue: “Lo he glorificado, y lo
glorificaré otra vez”.
Piense en cómo el Padre fue glorificado vez tras vez a través
de la vida perfecta de Jesús. Al enfrentar la cruz, cuando dice:
“Padre, glorifica tu nombre” y recibe esa hermosa respuesta del
cielo, Jesús nos muestra cómo debemos enfrentar las terribles crisis
que llegan a todas nuestras vidas.
Me pregunto si podemos decir sinceramente este tipo de
oración. Estamos demasiado centrados en nosotros mismos. El
egoísmo es la definición y el corazón de lo que la Biblia llama
“pecado”. La Biblia nos enseña que no fuimos creados para estar
centrados en nosotros mismos. Fuimos creados por Dios para estar
centrados en Él. Dios no nos creó para que hagamos nuestra propia
voluntad. Nos creó con la capacidad de elegir entre hacer nuestra
voluntad y la suya. Como Jesús nos mostró con su ejemplo, fuimos
creados para hacer la voluntad de Dios. No debemos glorificarnos a
nosotros mismos, sino que debemos glorificar al Padre haciendo su
voluntad.
Jesús vive todo lo que nos enseña en este pasaje. Nos dice:
“Voy a dejar que mi vida caiga en la tierra como una semilla y
muera, para que pueda dar fruto”. Luego de decir esto de sí mismo,
note que relaciona este principio de una muerte y una resurrección
personal con usted y conmigo al decir: “Quien quiera servirme,
debe seguirme” (12:26, NVI).
Obviamente, quiere decir: “Mis auténticos discípulos
vivirán según el espíritu de lo que yo hago y enseño aquí, si
realmente me siguen”. La esencia de la promesa que hizo a quienes
entienden y aplican esta enseñanza era: “Si ustedes entienden esta
verdad de perder sus vidas para encontrarlas, mi Padre los honrará”.
Cuando yo era pequeño, recuerdo haberle preguntado a mi
devota madre, que tenía once hijos: “Si tuvieras que hacerlo todo de
nuevo, ¿tendrías tantos hijos?”. Recuerdo su respuesta: “Sí, lo haría.
Pero antes de asumir ese compromiso decidiría que no tendría una
vida propia”.
Hay millones de personas en la cultura estadounidense de
hoy que responderían al compromiso de mi madre diciendo:
“¡Olvídalo! Uno tiene derecho a una vida propia”. Una expresión
popular en Estados Unidos hoy es: “¡Consíguete una vida!”. La
filosofía humanista y secular dice: “Tú eres el centro absoluto de tu
universo personal. El único absoluto de tu vida es lo que tú quieres,
y lo que debes hacer para obtener lo que quieres”. Esto es lo
contrario de lo que Jesús enseñó en palabras y con su ejemplo. Él
enseñó: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida
por sus amigos” (Juan 15:13).
En el capítulo 11, luego de orar antes de resucitar a Lázaro,
dice que su oración no era porque el Padre necesitara oírla, sino por
el bien de los que la habían oído. Jesús ahora responde a la voz que
la gente creyó había sido un trueno o un ángel hablándole: “No ha
venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros” (30). En
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
30
estas dos oportunidades, nos dice que Él y su Padre tenían una
comunión perfecta. Como estaba unido a su Padre en todo
momento, conocía los pensamientos del Padre, y el Padre conocía
los suyos.
Después de decir que la voz no fue para por causa de Él,
Jesús da una gran enseñanza sobre el juicio: “Ahora es el juicio de
este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”
(31). Está dirigiéndose a un choque de frente con todos los poderes
del infierno y con el maligno.
Como he notado, la tentación de Jesús comenzó al principio
de su ministerio, y continuó a lo largo de los tres años de su
ministerio público. La victoria final sobre el maligno está
ocurriendo ahora, al enfrentar la cruz. “Y yo, si fuere levantado de
la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender
de qué muerte iba a morir” (32, 33).
En el tercer capítulo de este Evangelio, Juan nos dice cómo
Jesús recordó a Nicodemo cuando Moisés indicó que debían
colocar una serpiente de bronce sobre un poste en el centro del
campamento de los hijos de Israel. Cuando los que habían sido
mordidos por una serpiente miraban a esa serpiente de bronce, eran
sanados. Jesús relaciona ese milagro con su muerte en la cruz, y
habla de ambos milagros como ser “levantado”. Pero aquí agrega
una hermosa promesa: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos
atraeré a mí mismo”. Ya hace dos mil años que está levantado, y
millones de personas lo han mirado para recibir la salvación.
Los líderes religiosos respondieron: “Nosotros hemos oído
de la ley, que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices
tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién
es este Hijo del Hombre?” (34).
“Hijo del Hombre” es una expresión de la Biblia que a veces
significa simplemente “hombre”. Pero cuando Jesús se refiere a sí
mismo como el Hijo del Hombre, la expresión tiene un significado
mayor. Así como nosotros somos los hijos de Dios, y Él fue el
unigénito Hijo de Dios, Él dice ser el Hijo del Hombre.
Ellos no creían en un Mesías que moriría. Esperaban que el
Mesías fuera a conquistar y reinar para siempre. Si hubieran
conocido mejor las Escrituras del Antiguo Testamento, hubieran
creído y esperado a un Mesías que sería el Cordero de Dios y el
cumplimiento de todos los sacrificios animales que se ofrecieron en
el tabernáculo del desierto y en el templo de Salomón (Éxodo 12:3;
Isaías 53:7; Juan 1:29).
Finalmente, Jesús responde su pregunta diciendo: “Aún por
un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz,
para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en
tinieblas, no sabe a dónde va” (35). Aquí tenemos una buena
definición de la fe. Lo que uno hace con lo que sabe es siempre una
forma básica y bíblica de ver su fe. Jesús enseñó, básicamente: “Si
no hay luz, no hay pecado” (Juan 9:41; 15:22). Una definición
básica del pecado, por lo tanto, es el rechazo de la luz. Pablo enseña
que si vivimos de acuerdo con la luz que tenemos, Dios nos dará
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
31
más luz (Filipenses 3:16). Otra respuesta básica a nuestra pregunta
de qué es la fe sería que la fe siempre anda a la luz de lo que Dios
revela.
Temor del hombre o temor de Dios
Hay otra respuesta a Jesús registrada aquí que demuestra
qué es y qué no es la fe. Leemos que las personas creían pero
valoraban la aprobación de los fariseos más que la aprobación de
Dios. Valoraban la aprobación de los hombres más que la
aprobación de Dios (12:42, 43; 5:44).
Leemos: “Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en
mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió.
Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí
no permanezca en tinieblas” (12:44-46).
El apóstol Juan nos dijo antes que Jesús exclamaba cuando
predicaba. En el capítulo 7 leemos que, cuando invitó a los
sedientos a acudir a Él, Jesús gritó tan vigorosamente que los
soldados enviados a arrestarlo no pudieron hacerlo. Volvieron
diciendo: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”
(46).
Jesús tiene que haber sido el conversador perfecto. Era un
maestro del diálogo con sus apóstoles, y en entornos como el
contexto en que enseñó el sermón del Monte y sus discursos del
monte de los Olivos y del Aposento Alto. Era también un maestro
para el diálogo hostil. ¡Pero Jesús era también un poderoso
predicador! Por eso dice Juan que Jesús “clamó” cuando predicó;
no solo hablaba para que todos lo pudieran escuchar, sino también
con gran autoridad.
Como nos dijo Jesús en el capítulo 10, Él y el Padre eran
absolutamente uno (10:30). En el discurso del Aposento Alto, que
consideraremos pronto, dice en el diálogo que comparte con los
apóstoles en ese entorno íntimo: “El que me ha visto a mí, ha visto
al Padre” (14:9). ¡Qué palabras asombrosas! Dice lo mismo en este
pasaje: “El hombre que cree en mí ... cuando me mira, ve al que me
envió”.
Luego agrega estas palabras: “Yo, la luz, he venido al
mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en
tinieblas” (46). Luego nos dice acerca de una dimensión de juicio
en la que probablemente no pensemos mucho: “Al que oye mis
palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a
juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (47). ¿Recuerda esa
verdad que se enseñó en el capítulo 3? Él no fue enviado al mundo
para condenar al mundo, sino para salvarlo (3:17).
Aquí nos dice: “El que me rechaza, y no recibe mis
palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le
juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado por mi propia
cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he
de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida
eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha
dicho” (48-50).
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
32
Según el capítulo 7, Jesús hizo esta gran afirmación de que
su enseñanza era la enseñanza de Dios. En este pasaje, aplica esa
afirmación dogmática cuando dice que, dado que su enseñanza y su
prédica es la Palabra de Dios, esa Palabra lo juzgará a usted y me
juzgará a mí, porque es la Palabra de Dios. La aplicación básica de
la enseñanza de Jesús es la siguiente: “Si ustedes rechazan o no
aplican su Palabra, en el juicio no será necesario que el Padre y yo
los juzguemos. La palabra que han oído será su juez”.
Como noté, encontramos este tema recurrente en la
enseñanza de Jesús: qué hacemos con lo que sabemos. Como dijo
Él en el capítulo 9 y repite en el capítulo 15: “Si no hay luz, no hay
pecado” (9:41; 15:22). Pero la luz que hemos rechazado o ignorado
nos juzgará. “Yo no vine a condenarlos, pero no hay forma en que
yo pueda venir y hablar las palabras del Padre sin que ustedes se
condenen a sí mismos al rechazar o ignorar las palabras del Padre”.
De hecho, ese es el espíritu de lo que Jesús enseñó sobre cómo lo
que sabemos será nuestro juez.
Bien, ¿quién es Jesús en el capítulo 12 de Juan? Es el que se
sacrifica y ora diciendo, básicamente: “Glorifícate, Padre, y
envíame la cuenta”. Cuando lo hace, el Padre contesta: “Lo he
hecho, y lo haré nuevamente”. Jesús es quien dice las palabras de
Dios el Padre de la forma que Él le dice que las diga.
¿Y qué es la fe? La fe es darnos cuenta de que creemos
porque el Espíritu Santo nos ha dado ojos que ven, oídos que oyen
y un corazón que entiende. La fe es valorar la aprobación de Dios
más que la aprobación de los hombres. La fe es vivir y caminar de
acuerdo con la luz que hemos recibido de Dios.
¿Y qué es la vida? La vida es lo que resulta cuando nuestra
vida es como una semilla que cae en la tierra y muere, para que dé
fruto. La vida es ser fructífero. La vida es la semilla de nuestra vida
que produce muchas semillas. La vida es la forma en que Pablo
aplica esta enseñanza. En un versículo que escribe a los gálatas, les
dice tres veces que él vive porque ha sido crucificado con Cristo
(Gálatas 2:20).
Eso es lo que es Jesús, lo que es la fe y lo que es la vida,
según el capítulo 12 del Evangelio de Juan.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
33
Capítulo 6
El nuevo mandamiento
(13:1-38)
Hay más de quinientos mandamientos en la Biblia. Estos
mandamientos están resumidos en los Diez Mandamientos (Éxodo
20:3-17; Deuteronomio 5:7-21). Existe, también, lo que la Biblia
denomina el Gran Mandamiento. Jesús dice que el mayor de todos
los mandamientos es amar a Dios con todo nuestro ser, y resume los
Diez Mandamientos en dos, cuando nos dice que el segundo
mandamiento es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos
(Mateo 22:35-40). El capítulo que estamos por ver ahora nos
presenta “el Nuevo Mandamiento” de Jesús (13:34, 35).
Al comenzar nuestro estudio del capítulo 13, tenemos que
darnos cuenta de que estamos estudiando la forma en que el apóstol
Juan recordó y registró –bajo la inspiración del Espíritu Santo– el
discurso más largo de Jesús. Este discurso se llama “el discurso del
Aposento Alto”. Jesús dio varios discursos importantes, como el
sermón del Monte (Mateo 5-7), el discurso del monte de los Olivos
(Mateo 24, 25) y este discurso del Aposento Alto (Juan 13-16).
Dado que el capítulo 17 es la oración de Jesús por los apóstoles –los
únicos que oyeron ese discurso en el Aposento Alto– esa oración
también puede incluirse en este discurso.
Cuando estudiamos los principales discursos de Jesús,
descubrimos que no eran solo disertaciones o sermones. Uno de
ellos se inició por un diálogo (Mateo 24, 25). Cuando Jesús dio
estos discursos, a propósito hizo o sugirió preguntas que
obviamente estaban ideadas para estimular el diálogo de los que lo
oían. Por ejemplo, cuando analizamos este discurso –el más largo
de Jesús–, y llegamos al final del capítulo 13 y principio del
capítulo 14, vemos que los apóstoles hicieron varias preguntas a
Jesús. Su respuesta a sus preguntas es el corazón de lo que
llamamos un discurso.
Al comenzar el capítulo 13, aparece otra importante división
de nuestro estudio del Evangelio de Juan, porque Jesús ahora ha
terminado tres años de predicar, sanar, enseñar y entrenar a sus
discípulos.
Él comenzó su ministerio público con lo que yo denomino
un retiro. Si han escuchado mis programas o han leído mis
fascículos, al hablar del sermón del Monte, sabrán que yo creo que
ese discurso fue dado en el contexto de un retiro. El propósito de
ese retiro fue reclutar discípulos y a los que nombró como
apóstoles, sus enviados. Marcos describe el contexto de ese
discurso cuando dice que Jesús escogió a doce hombres, los designó
para que estuvieran con Él y luego los envió (Marcos 3:13-15). Yo
llamo a este discurso “el primer retiro cristiano”.
Jesús ha entrenado ahora a estos apóstoles durante tres años,
y ha finalizado la “educación en el seminario”. Antes de ir a la cruz,
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
34
lo último que hace es tener otro retiro con estos doce hombres. Por
lo tanto, yo llamo a este discurso “el último retiro cristiano”. Estos
capítulos son profundos, porque registran la última voluntad y el
testamento de Jesús al encomendar a estos hombres, que ha
capacitado durante tres años, la misión y el ministerio que el Padre
le había encargado a Él.
“La Orden de la Toalla” (13:1-17; 34, 35)
Esta es la forma en que Juan comienza a registrar el más
largo discurso de Jesús: “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo
Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al
Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el fin.
“Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el
corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase,
sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las
manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la
cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego
puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los
discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (1-5).
¡Qué forma hermosa de comenzar un retiro! Los otros
Evangelios nos dicen que los apóstoles acostumbraban discutir
acerca de quiénes de entre ellos serían los más importantes en el
reino que Jesús iba a establecer. Aun cuando estaban en camino al
aposento alto, discutían sobre quién sería el mayor en ese reino
(Mateo 20:20-28; Lucas 9:46-48; 22:24-27). Algunos de ellos
creían que el Mesías derrocaría a Roma y establecería un reino en la
tierra (Hechos 1:6).
El pasaje que cité arriba es el hermoso relato de Juan de
cómo respondió Jesús a su discusión sobre quién sería el más
importante. Comenzó su último retiro con ellos haciendo algo que
tiene que haber sacudido a estos doce hombres. Dejó a un costado
su ropa y asumió el papel de un siervo. En esa cultura, le
correspondía a un esclavo lavar los pies de los huéspedes. Jesús
asumió el rol de esclavo cuando tomó ese lebrillo (palangana,
DHH) y comenzó a lavar los pies de sus discípulos.
Cuando leemos que comenzó a lavar sus pies, esto parece
prepararnos para el hecho de que algo ocurrirá cuando lave los pies
de Pedro. Leemos: “Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo:
Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo
hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro
le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te
lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no
sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El
que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo
limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía
quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos” (6-
11).
En nuestro estudio del capítulo anterior de este Evangelio,
cuando María lava los pies de Jesús, vimos que la gente de esa
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
35
cultura se reclinaba sobre un sillón cuando comía. Imagine a los
apóstoles reclinados alrededor de una mesa con Jesús. Imagine que
Pedro es el quinto o sexto apóstol al que Jesús se acerca con su
palangana y su toalla. A esta altura, Pedro está conmocionado,
porque el Señor les está lavando los pies. Así que le dice: “Señor,
¿tú me lavas los pies? (“¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a
mí?”, NVI). El Señor contesta a Pedro de una forma hermosa: “Lo
que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás
después”.
¿Alguna vez otro creyente le lavó los pies a usted? Nunca
olvidaré la noche en que mis pies fueron lavados por el jefe de un
pueblo primitivo que se había convertido. Cuando me lavó los pies,
inesperadamente, me sentí exactamente como Pedro. ¡Estaba
horrorizado! Me encontré diciendo exactamente las mismas
palabras: “¿Tú me lavarás los pies?”. Se sonrió, y sabía suficiente
inglés como para decirme: “¡Igual que Pedro!”.
Pedro es muy sincero aquí cuando expresa sus sentimientos.
Le pregunté a usted si alguna vez otro creyente le ha lavado los
pies. Tal vez una mejor pregunta sea: “¿Cómo se sentiría si sus pies
fueran lavados inesperadamente por Jesucristo, el Señor de señores,
el Creador del universo, y aun de los pies de usted?”. ¿Puede
ponerse en el lugar de Pedro e imaginar cómo tiene que haberse
sentido él cuando Jesús le lavó los pies?
El versículo que expresa la respuesta de Jesús a Pedro es
sumamente hermoso: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora;
mas lo entenderás después” (7). He encontrado que estas palabras
son las adecuadas cuando estoy junto a una tumba con un creyente
que ha perdido a un ser querido trágicamente. Hubo veces en que
estas fueron las únicas palabras que parecían las adecuadas para
creyentes que han experimentado una de esas tragedias que
simplemente no podemos entender.
Debo compartir con usted al menos un ejemplo que estas
muchas tragedias. Hace muchos años, conocí a una pareja que
pensaba asistir a un seminario teológico. Mientras esperaba que él
regresara de su último viaje con la Marina, ella, junto con otra
amiga, cuyo esposo hacía ese mismo viaje, tuvieron un terrible
accidente automovilístico. Ambas mujeres fueron cremadas cuando
su auto explotó en llamas.
Las familias, que vivían en otro estado, no solo me pidieron
que llevara a cabo el funeral, sino que pasara un día más con ellos
para explicarles por qué Dios permitió que ocurriera esto. Como
ocurre siempre, el momento de verdad es junto a la tumba. Mientras
pedía a Dios que me diera una palabra para estas familias
acongojadas, la única palabra que parecía adecuada era la que Jesús
dijo a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo
entenderás después”.
En esta vida, frecuentemente no tenemos la menor idea de lo
que hace Dios. Con todo mi corazón, creo que un día, cuando
conozcamos “tal y como somos conocidos” (1 Corintios 13:12),
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
36
recibiremos la respuesta a nuestros “por qué”. Hasta tanto, estas
palabras de Jesús deberían ser de mucha consolación para nosotros.
En un sentido, Jesús no tenía interrupciones, sino solo
oportunidades, porque siempre transformaba las interrupciones en
oportunidades. Si bien parece como si Pedro estuviera
interrumpiéndolo, simplemente vemos a Jesús con una oportunidad
para enseñar algo. Cuando Jesús responde a Pedro, además de
decirle que espere hasta que finalice, le da otra gran enseñanza. Al
pedirle Pedro un baño completo, le dice que no lo necesita.
Simplemente necesita lavarse los pies.
En ese tiempo, la gente a veces se bañaba en baños públicos.
Cuando volvían caminando a su casa luego del baño, el polvo se
adhería a sus pies, porque estaban húmedos. Cuando llegaban a su
casa, o a la casa de un amigo que los había invitado a comer, no
necesitaban otro baño. Simplemente necesitaban lavarse los pies.
El “baño” de esta metáfora representa la regeneración, nacer
de nuevo. Cuando confiamos en Cristo para la salvación y nacemos
de nuevo, nuestros pecados son lavados y nosotros somos
purificados. En otras palabras, pasamos por un baño. Pero, al
caminar por el mundo, nuestros pies se ensucian. Cuando pasa esto,
no necesitamos volver a nacer de nuevo, u otro baño de
regeneración, sino que necesitamos una limpieza constante, es
decir, que nuestros pies sean lavados.
Por esta razón el Señor instituyó su mesa, la Eucaristía, la
Cena del Señor, o la Comunión, como la llaman algunos. Él sabía
que necesitamos que se nos recuerde periódicamente que debemos
“lavarnos los pies”. Cuando pecamos, necesitamos confesar
continuamente nuestros pecados, confiando en que Él nos
perdonará y nos limpiará de toda maldad, y que seguirá
limpiándonos (1 Juan 1:7-9). Simplemente estamos lavando
nuestros pies; nuestro cuerpo ya está limpio.
Luego leemos: “Porque sabía quién le iba a entregar; por
eso dijo: No estáis limpios todos” (11). Más adelante dirá más
acerca del que lo va a entregar. Pero, ¡cómo tienen que haberse
regocijado Pedro y los otros apóstoles cuando escucharon sus
próximas palabras: “Ustedes están limpios. Han recibido el baño.
Simplemente necesitan lavarse los pies de tanto en tanto”!
La historia luego continúa: “Así que, después que les hubo
lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis
lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado
vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a
los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he
hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El
siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que
le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las
hiciereis” (12-17).
Cuando Jesús finaliza su inspirada respuesta a esta
interrupción –la maravillosa enseñanza que comparte con Pedro–,
pregunta: “¿Entienden lo que hecho por ustedes?”. ¡Qué pregunta!
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
37
Pero, ¿qué había hecho por ellos? Obviamente, les había lavado los
pies y les había dado un ejemplo de humildad y de servirse unos a
los otros que nunca olvidarían. Entonces les explica: “Ejemplo os
he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”
(15).
El apóstol Pablo nos mostró cómo aplicar esta enseñanza,
cuando exhortó a la iglesia de Filipos a tener la mente de Cristo y
servirse con amor unos a otros (Filipenses 2:1-5). La aplicación
personal y devocional de la forma en que comenzó Jesús este retiro
es preguntar al Señor, cada día: “¿Cómo puedo servirte?”. Una
buena forma de aplicar este acto simbólico con el cual Jesús
comenzó su discurso sería preguntar a todos aquellos con quienes
usted se relaciona: “¿Cómo puedo servirte?”.
Tal vez una forma aún mejor de hacer estas dos preguntas
sería preguntar a su Señor y a quienes tienen relación con usted:
“¿Cómo puedo amarte?”. Si bien no es tan obvio, Jesús había hecho
algo más por los apóstoles cuando les lavó los pies. ¿Qué había
hecho, en realidad, por ellos? Su pregunta se contesta realmente en
el primer versículo de este capítulo. Mi traducción favorita dice así:
“Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, Él ahora
les mostró todo el alcance de su amor”.
Cuando les lavó los pies, ¡los estaba amando! Desde el
momento en que se encontró con estos hombres, los amó. Los amó
de una forma que nadie los había amado antes. Juan se refiere a sí
mismo varias veces en este Evangelio como “el discípulo al cual
Jesús amaba” (13:23; 19:26; 21:20, 24). Juan nunca se sobrepuso a
la experiencia de ser amado de la forma en que lo amó Jesús.
Sesenta años después, cuando dedica su libro de Apocalipsis a
Jesús, lo recuerda como “el testigo fiel ... que nos amó, y nos lavó
de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes”
(1:5, 6).
Al dedicar el último libro de la Biblia a Jesús, ¿qué es lo
primero que recuerda el apóstol Juan de Jesús? “¡Nos amó!”. Jesús
había demostrado su amor para con los apóstoles en pequeñas cosas
durante tres años. Cuando les lavó los pies, simplemente estaba
expresando su amor por ellos de una forma más. Mostró a estos
hombres toda la medida de su amor al lavarles los pies. Note que
los amó de una forma en que ellos mismos no estaban dispuestos a
amarse entre sí. Ese era el corazón de este ejemplo de su amor por
ellos.
Jesús confirma la relación entre su amor por ellos y el
lavado de sus pies más adelante, cuando da lo que llama “un nuevo
mandamiento”. Claramente, enseñó que debían seguir su ejemplo
de lavarse los pies unos a otros. El nuevo mandamiento
simplemente les mostrará cómo aplicar lo que quería decirles
cuando les dijo que debían seguir su ejemplo de lavarse los pies
unos a otros.
El nuevo mandamiento de Jesús era: “Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
38
unos con los otros” (34, 35). Cuando les lavó los pies, los amó.
Cuando les dijo que siguieran su ejemplo y se lavaran los pies unos
a otros, les estaba indicando que debían amarse los unos a los otros
como Él los había amado durante tres años, y como los amó cuando
les lavó los pies.
Cuando estos hombres se unieron a Jesús en su último
retiro, todos tenían una cosa en común. Amaban a Jesús, porque Él
los había amado a ellos. Más adelante, Juan escribe: “Nosotros le
amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Jesús había
amado a estos hombres y ellos, de acuerdo con sus posibilidades,
estaban respondiendo a ese amor. Sin embargo, cuando Jesús se
reunió con ellos en ese aposento alto, todo lo que podemos decir es
que Jesús los amó y que ellos amaban a Jesús.
Básicamente, cuando Jesús les dio un nuevo mandamiento,
estaba diciendo a estos apóstoles: “¿Ves a ese hombre que está al
otro lado de la mesa? Te ordeno que lo ames. Así como yo te estoy
amando a ti, ¡ahora te ordeno que lo ames a él!”. Prometió dos
resultados cuando fuera cumplido este mandamiento: el mundo
sabría que ellos eran sus discípulos y serían grandemente
bendecidos.
Si usted analiza a estos apóstoles, verá que varios de ellos
eran zelotes, o sea que pensaban en seguir la resistencia contra
Roma, aun cuando hubieran sido conquistados por Roma. Uno de
ellos era llamado Simón, el zelote. Pero uno de ellos era un
publicano, es decir que no luchaba en contra de los romanos, sino
que trabajaba para ellos. Recaudaba impuestos romanos de sus
compatriotas judíos. ¿Qué tenían en común un zelote y un
publicano?
Me gusta imaginarme a Simón, el Zelote, mirando al otro
lado de la mesa, donde estaba Mateo. La mirada de Mateo se cruza
con la de Simón. Ambos miran rápidamente hacia el piso y luego de
vuelta a Jesús. Las miradas de ambos parecen preguntar: “¿Te
refieres a él? ¿Que yo lo ame? ¿Que un zelote lave los pies de un
publicano, y que un publicano lave los pies de un zelote?”.
Jesús contesta, con sus ojos: “Precisamente. Cuando el
mundo se entere de que un zelote lavó los pies de un publicano y
que un publicano lavó los pies de un zelote –que un zelote ama a un
publicano y un publicano ama a un zelote–, sabrán que ustedes son
mis discípulos”.
Luego de comenzar el retiro con el acto profundamente
simbólico de lavar sus pies, Jesús sacudió a estos hombres con la
triste noticia de que los dejaría. Aparentemente, entendieron que
hablaba de su muerte, aunque esto no es absolutamente seguro.
Entendieron que les decía: “Yo me voy, y ustedes no pueden venir
conmigo” (36).
Además, es claro que les ha dicho: “A la luz del hecho de
que los estoy dejando, les doy un nuevo mandamiento”. Dado que
era su estilo dar la ilustración antes de la enseñanza o el sermón, Él
ya había demostrado este nuevo mandamiento cuando les lavó los
pies y les preguntó: “¿Entendieron lo que hice por ustedes?”.
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
39
Cuando les lavó los pies, les demostró el pleno alcance de su amor,
y cuando les dijo: “Si yo les he lavado los pies, ustedes deberían
lavarse los pies los unos a los otros”, en realidad les estaba
diciendo: “Si yo los he amado, ustedes deberían amarse los unos a
los otros”.
Mi esposa y yo hemos cuidado y alimentado a cinco
maravillosos hijos. Se nos dijo que una forma de presentar ante los
hijos lo que es una relación correcta entre un esposo y una esposa
era ser mutuamente afectuosos en presencia de nuestros hijos. Una
mañana habíamos sido especialmente afectuosos en el desayuno y,
antes que los niños fueran a la escuela, una de nuestras hijas
preguntó: “¿Es eso lo que hacen todo el día cuando nos vamos a la
escuela?”.
Por lo que nos han dicho, cuando esa hija se casara tendría
una buena actitud hacia la expresión gozosa del amor sexual en su
matrimonio porque había observado una relación física amorosa
que sus padres le mostraron que era buena y adecuada para
creyentes felizmente casados.
Jesús estaba diciendo a sus apóstoles, que había entrenado
durante tres años, que ahora los estaba comisionando para
comunicar un mensaje de amor a un mundo lleno de violencia y
crueldad. Les estaba diciendo, simplemente, ahora, que la mejor
forma de comunicar ese mensaje de amor era amarse los unos a los
otros.
Antes que hubieran pasado muchos años, los crueles
paganos vieron cómo los seguidores de Cristo eran muertos de
formas indecibles en el Coliseo, en Roma. Mientras veían cómo
esos seguidores de Cristo morían juntos, los espectadores solían
exclamar: “¡Miren como se aman!”. ¡La historia nos cuenta que
hubo momentos en que los que observaban cómo morían los
cristianos en el Coliseo llegaban a morir con ellos, porque estaban
impresionados por la forma en que se amaban y morían juntos!
Cuando escribe su breve carta, que se encuentra cerca del
final del Nuevo Testamento, el apóstol Juan nos da diez buenas
razones por las que debemos amarnos los unos a los otros (1 Juan
4:7-21). La tradición dice que, cuando Juan era muy viejo, estaba
tan débil que tenía que ser llevado a las reuniones de la iglesia. En
una voz tenue y lánguida bendecía a la congregación con estas
palabras: “Hijitos, ¡ámense unos a otros!”. El apóstol de amor
realmente entendía el nuevo mandamiento de Jesús.
Un nuevo pacto y una nueva comunidad
Cuando da su nuevo mandamiento en el aposento alto, Jesús
está diciendo a sus discípulos, básicamente: “Ustedes han asumido
un compromiso conmigo y yo he hecho un compromiso con
ustedes. Ustedes están en un pacto conmigo y yo estoy en un pacto
con ustedes. Les ofrecí ese pacto cuando les di este desafío: ‘Venid
en pos de mí, y os haré ...’ (Mateo 4:19). Ustedes asumieron el
compromiso de seguirme, y durante tres años los he convertido en
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
40
una de mis soluciones y mis respuestas. Pero ahora les ordeno que
establezcan un pacto y asuman un compromiso mutuo. ¡Ámense
entre ustedes de la misma forma en que yo los he estado amando
durante tres años!”.
Este es el espíritu y la esencia de la forma en que Jesús
comenzó el discurso del Aposento Alto y el nuevo mandamiento,
que decía a los apóstoles que debían aplicar la verdad que les
enseñó a través de gesto dramático con el cual comenzó este último
retiro cristiano. El nuevo mandamiento presentó a los apóstoles la
idea de un nuevo pacto, y ese nuevo pacto creó una nueva
comunidad. Esa nueva comunidad es lo que hoy llamamos la
iglesia. Todos debemos orar pidiendo que la iglesia a la que
pertenecemos sea la comunidad de amor que Jesús ideó cuando dio
su nuevo mandamiento a los apóstoles en el aposento alto.
Jesús entonces finaliza su introducción a este último retiro
cristiano con una hermosa descripción de la fe: “Si sabéis estas
cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (17). Muchas culturas
hoy creen que el conocimiento es una virtud: cuanto más sabe uno,
más mérito tiene. Esta forma de pensar no tiene cabida en la iglesia,
porque choca contra los valores y la verdad que ejemplificó y
enseñó nuestro Señor en el aposento alto. Jesús enseñó que lo que
hacemos con lo que sabemos es lo que tiene mérito.
A lo largo de los cuatro Evangelios leemos que Jesús
valoraba la práctica más que la proclamación (Mateo 21:28-31).
Enseñó que demostramos que su enseñanza es la enseñanza de Dios
cuando la encaramos con un deseo de hacer, más que un deseo de
saber. En otras palabras, Él enseñó que el hacer lleva al saber, en
tanto que la mayor parte del mundo cree que el saber lleva al hacer
(Juan 7:17).
Según Jesús, el hecho de saber lo que Él enseñó cuando lavó
los pies no bendecirá las vidas y las relaciones de los apóstoles.
Ellos serán bendecidos cuando hagan lo que enseñó a través del
ejemplo que dio en su último retiro cristiano. Jesús concluyó su
primer retiro cristiano con una profunda ilustración sobre la
diferencia entre esos discípulos suyos que escuchan su palabra y
aplican lo que han oído y los que simplemente la escuchan y nunca
aplican lo que escuchan (Mateo 7:24-27).
El profundo acto simbólico con el cual Jesús comienza este
discurso y el nuevo mandamiento que interpreta y aplica su amor
por los apóstoles son el fundamento sobre el cual su iglesia debe ser
edificada. Toda iglesia que no esté fundada sobre el amor de Cristo
y de unos por otros caerá cuando las tormentas internas y externas
se abatan sobre ella. La iglesia que esté edificada sobre el nuevo
mandamiento y la forma en que Jesús comenzó su discurso más
largo se mantendrá, porque está fundada sobre la Roca del Cristo
resucitado y vivo.
"¿Soy yo, Señor?" (18-38)
Entre el acto simbólico de lavar los pies y el nuevo
mandamiento, Jesús amplía la declaración que ya había realizado,
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
41
en el sentido de que no todos los apóstoles estaban limpios y que
sabía cuál de ellos lo entregaría.
En el versículo 18, Jesús dice: “No hablo de todos vosotros;
yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El
que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Salmos
41:9). Luego continúa: “Desde ahora os lo digo antes que suceda,
para que cuando suceda, creáis que yo soy. De cierto, de cierto os
digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me
recibe a mí, recibe al que me envió” (18-20).
Luego de decir esto, Jesús se conmueve en espíritu y
testifica: “De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a
entregar. Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando
de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba,
estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón
Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El
entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién
es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es”
(21-26).
“Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón.
Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo:
Lo que vas a hacer, hazlo más pronto. Pero ninguno de los que
estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos
pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía:
Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los
pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era
ya de noche" (26-30).
Esta es la historia asombrosa de cómo fue entregado Jesús.
Note que Juan inserta repetidamente en su relato el hecho de que lo
que nos está diciendo era un cumplimiento de las Escrituras.
Además de hacer esta observación repetidamente, hay un énfasis en
que ciertos sucesos estaban controlados por la providencia del Dios
soberano. Encontramos este tipo de comentarios a lo largo de todo
el Evangelio de Juan.
Escuchamos estas dos verdades de labios de Jesús en este
pasaje, cuando menciona lo que dijo: “Y vosotros limpios estáis,
aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo:
No estáis limpios todos. No hablo de todos vosotros; yo sé a
quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que
come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar (10, 11, 18).
En esos días, la expresión más íntima de amistad era
reclinarse alrededor de una mesa y remojar el pan en un plato
común. Estar a la mesa de alguien y partir el pan con esa persona, y
luego no ser un verdadero amigo era considerado la esencia misma
de la traición.
Según los otros Evangelios, cuando Jesús les dijo que uno
de ellos lo traicionaría, cada uno de los discípulos preguntó: “¿Soy
yo, Señor?” (Mateo 26:22; Marcos 14:19). Me ha intrigado cómo
respondió cada uno de ellos a esta noticia de que uno de ellos
traicionaría a su Señor. Piense en cómo revelaba la inseguridad de
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
42
estos apóstoles. ¡Cuán frágiles tienen que haber sido su fe y su
compromiso para con Jesús en esas últimas horas con Él antes que
fuera a la cruz a morir por la salvación de ellos!
Esto era especialmente cierto en el caso del apóstol Pedro.
Este capítulo finaliza con la predicción del Señor de la triple
negación de Pedro. Trate de imaginar la confusión en el corazón del
Pedro cuando escucha que Jesús le dice que, antes que cante el
gallo, él va a negar a su Señor tres veces. Pedro, ahora, se convierte
en la chispa que convierte este discurso en un diálogo entre Jesús y
esos once hombres.
La predicción de su negación fue en respuesta a dos
preguntas que Pedro hizo a Jesús. En su capacitación de estos
apóstoles, era obviamente el estilo de enseñanza de Jesús alentar y a
veces estimular deliberadamente preguntas de ellos. Por ejemplo,
fue la declaración de Jesús de que iba a ir a un lugar donde ellos no
podrían ir que provocó dos preguntas de Pedro: “¿A dónde vas?” y
“¿Por qué no te puedo seguir ahora?” (13:36, 37).
La forma en que concluye este capítulo 13 nos da otro
ejemplo del principio de estudio bíblico que compartí en el
fascículo 25: que nunca debemos dejar que las divisiones de los
capítulos interrumpan el hilo de nuestro pensamiento al leer la
Biblia. Estas dos preguntas de Pedro estimulan preguntas de
Tomás, Felipe y el apóstol Judas, que son formuladas y contestadas
por Jesús para ellos y para nosotros en el próximo capítulo.
Jesús contesta las preguntas de Pedro al final de este
capítulo, pero responde las preguntas de Pedro y los demás
apóstoles en el capítulo 14. Las preguntas de estos cuatro apóstoles,
y especialmente las respuestas de Jesús a sus preguntas, son la llave
que abre el capítulo 14 de este Evangelio para nosotros. El contexto
del capítulo 14 se encuentra, en realidad, al final del capítulo 13.
Al leer este próximo capítulo de este profundo Evangelio,
busque las respuestas de las preguntas que hace Pedro al final de
este capítulo y busque las preguntas de los otros apóstoles.
Asegúrese de concentrar su estudio en las respuestas de Jesús a sus
preguntas. Sus respuestas están en el corazón del más largo de sus
discursos registrados.
Al finalizar mi comentario sobre otro magnífico capítulo de
este glorioso Evangelio y para resumir el primero de los cuatro
capítulos que registran el discurso del Aposento Alto de Jesús, debo
volver a las preguntas que he hecho a lo largo de este estudio.
¿Quién es Jesús? En este capítulo, Jesús es el humilde Señor
y Amo, que asume el papel de siervo y sirve a sus discípulos
lavando sus pies, mostrándoles el pleno alcance de su amor. Él es el
amoroso Señor, el que ama a sus apóstoles y luego les ordena que
se amen unos a otros como Él los ha amado a ellos.
¿Qué es la fe? La fe es lo que hacemos con lo que sabemos.
La fe es aplicar, en nuestra relación con nuestro Señor, y luego en
todas nuestras relaciones con personas, lo que hemos aprendido de
Jesús acerca de la humildad y el amor. La fe es preguntar al Señor,
Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo
43
y luego a todas las personas que encontramos en nuestras vidas:
“¿Cómo puedo servirte (amarte)?”. La fe es preguntarnos si somos
la comunidad de amor que el Señor de la iglesia quiere que seamos,
y luego esforzarnos por fe a seguir su ejemplo. La fe es
preguntarnos: “Si fuéramos acusados de amarnos unos a otros como
la primera generación de creyentes se amaba, ¿habría suficiente
evidencia como para condenarnos?”. Si no hay suficiente evidencia,
entonces la fe sería hacer todo lo que fuera necesario para producir
esa evidencia, para amarnos como Jesús nos ha amado a nosotros
(34).
¿Qué es la vida? La vida es lo que experimentamos cuando
somos amados incondicionalmente de la forma que Cristo amó a los
apóstoles. La vida es todo lo que experimentamos cuando amamos
y somos amados con el amor de Cristo.
Mi oración es que usted esté llegando a conocer a Jesús, que
esté alcanzando una mayor fe y experimentando la calidad de vida
que Jesús ideó para usted, a través del Evangelio de Juan. Juntos
hemos aprendido muchísimo en los capítulos 11 a 14 del Evangelio
de Juan. Debemos concluir este fascículo aquí, pero lo invito a
solicitar el fascículo 27, que continúa el estudio versículo por
versículo que hemos comenzado en estos maravillosos capítulos de
este Evangelio. Concluyo con las palabras de nuestro Señor
Jesucristo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”
(Juan 13:34).