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fl^H V ^ ^ ^ \ H Fascículo H| H ^^B IB ^^k BB IB lük. H B ^BBk DR. MARCIAL I. QUIROGA SU SALUD Y LOS PUBLICACIONES MEDICAS BIOHORM. - SECCIÓN: MEDICINA E HISTORIA | N.'R.: B. 1023-63 | D. L.i B. 27541-63 | EDITORIAL ROCAS. - DIRECTOR: DR. MANUEL CARRERAS ROCA. COLABORAN : DR. AGUSTÍN ALBARRACIN - DR. DELFÍN ABELLA - PROF. P, LAIN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR-DR. A. MARTIN DE PRA- DOS-DR. CHRISTIAN DE NOGALES-DR. ESTEBAN PADROS - DR. SILVERIO PALAFOX - PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USAN- DIZAGA-PROF. LUIS S. GRANJEL-PROF. JOSÉ M. § LÓPEZ PIÑERO-DR. JUAN RIERA-PROF. DIEGO FERRER-DR. FELIPE CID-DIRECCION GRÁFICA: PLA-NAR&ONA

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DR. MARCIAL I. QUIROGA

SU SALUD Y LOS

PUBLICACIONES MEDICAS BIOHORM. - SECCIÓN: MEDICINA E HISTORIA | N.'R.: B. 1023-63 | D. L.i B. 27541-63 | EDITORIAL ROCAS. - DIRECTOR: DR. MANUELCARRERAS ROCA. COLABORAN : DR. AGUSTÍN ALBARRACIN - DR. DELFÍN ABELLA - PROF. P, LAIN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR-DR. A. MARTIN DE PRA-DOS-DR. CHRISTIAN DE NOGALES-DR. ESTEBAN PADROS - DR. SILVERIO PALAFOX - PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USAN-DIZAGA-PROF. LUIS S. GRANJEL-PROF. JOSÉ M.§ LÓPEZ PIÑERO-DR. JUAN RIERA-PROF. DIEGO FERRER-DR. FELIPE CID-DIRECCION GRÁFICA: PLA-NAR&ONA

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De esta edición se han separado cien ejemplaresnumerados y firmados por el autor.

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MOLIERE •SU SALUD Y LOSMÉDICOS

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JEAN BAPTISTE PoCQUElvIN

MOLIERE(1622-1673)

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Jean Baptiste Pocquelin, Moliere para la inmortalidad, fue actor por temprana e irrefrenable vocación ; autor pornaturaleza ; poeta por sensibilidad ; escenógrafo por refinamiento; creador y director de compañías por su con-dición esencial de hombre de teatro, y filósofo, en fin, por su aguda penetración del alma humana y la severidady justeza de sus razonamientos y principios.Su iniciación en el camino de la gloria está marcada por una desobediencia y una serie de ruidosos fracasos.Su padre, maestro tapicero y Tapicero Ordinario de la Casa Real anhela ver al primogénito continuar en su ofi-cio la tradición burguesa de los antepasados y obtiene para él a los dieciséis años la sucesión del cargo que llevabaimplícito entonces el de Ayuda de Cámara del Rey. En tal condición le toca, por imposibilidad del titular, acom-pañar en 1642 a la Corte, en ese momento «teatro de intrigas sangrientas», en el viaje de Luis XIII a Narbona.Tal vez allí cristaliza su vocación, despertada en la niñez, cuando con ojos de asombro presenciaba, acompañadopor su abuelo materno, las representaciones del Hotel de Borgoña, o asistía conmovido a las farsas de los có-micos enharinados con reminiscencias de marionetas en los tablados del Pont Neuf o en las ferias de SaintGermain. A la vuelta de aquel viaje ha decidido su destino. Cuenta como bagaje intelectual con estudios de hu-manidades en el Colegio de los Jesuítas de Clermont; ha seguido luego las lecciones del filósofo epicúreo Gassen-di ; y además, ha obtenido la licenciatura de abogado, que desde luego nunca utilizó.«Los poetas, los héroes, y los niños —ha escrito alguna vez Jean Cocteau— no triunfan sino por la necesidadde desobedecer.» Al hijo de los Pocquelin le hace falta esa desobediencia para triunfar. Se aleja del taller desu padre y abandona el cargo en la corte. Tiene entonces 21 años y un enjambre de proyectos en su mente.De inmediato organiza con la familia de cómicos Bejart, de tanta trascendencia en su futuro, la compañía ala que ingenuamente llaman «Del Ilustre Teatro». Magdalena Bejart, sensible e inteligente, que a los veinticincoaños «ya tiene tablas» y un activo amoroso no sin frutos, es la consejera que todo lo dispone y orienta. En lascarteleras comienza a fulgurar el nombre de Moliere y el apellido Pocquelin del que se ha querido desprenderpor consideración a sus padres queda, paradójicamente incorporado a la historia del nacimiento del teatro de Raci-ne y de Corneille.Pero comienzan los fracasos ; la magra taquilla siembra el desaliento entre los componentes del elenco. Lospréstamos aumentan y las posibilidades de pago disminuyen. La mala suerte los persigue. «En el teatro va-cío —comenta Anatole France—> los tablados se hundían bajo el peso de las deudas.» En cada representaciónel descontento se manifiesta con estrépito. Algunos de los actores lo abandonan ; pero Moliere y Magdalena,directores responsables y empecinados, y también ya unidos por lazos más íntimos, no cejan en reanudar los in-tentos. El joven primer actor es dos veces encarcelado por incumplimiento de pago a sus proveedores ; LeonardoAubry, maestro solador y amigo de los cómicos, junto con su propio padre interponen su fianza y es puesto enlibertad. «Y antes de finalizar aquel desdichado año de 1645 —-para decirlo con las palabras de Gómez de la Ser-na— en pleno invierno, los supervivientes de la compañía, los fieles, agrupados en una segunda asociación, car-gados con sus equipajes y su «atrezzo», tomaron el carromato, salieron de París y desaparecieron hacia Chartrespor la carretera de Burdeos». Desde entonces y durante doce años, el público de provincias habría de tener elprivilegio de admirarlo y aplaudirlo en sus tablados.Este deambular sin descanso por ciudades y pueblos, con sus alegrías y decepciones, tan pronto protegido porpríncipes como difamado y despreciado por los mismos, templa el ánimo del actor cuya pasión escénica se acre-cienta ante el estímulo de los éxitos que al fin llegan. Y en el dolor de ese peregrinar trashumante nace elautor: Moliere estrena en Lyon en 1653 su primera comedia: «L'Etourdi». Desde aquí y hasta su muerte,veinte años más tarde, un verdadero torrente de obras, dramáticas o burlescas, de sentimientos o de caracteres,juegos escénicos y pastorales, a cual más discutida en su estreno y de más éxito después van a constituir laproducción teatral francesa de universalidad más perdurable.De vuelta en París, 1658, cuenta con el amparo de Luis XIV rey desde los catorce años ; apasionado por ladanza y el teatro ; generoso y galante ; buen jinete y mejor tirador ; deslumbrante y ostentoso como el siglo alque imprimió su carácter. Hace de Moliere su autor preferido y lo impone en la corte : lo defiende contra losprejuicios de la época y lo protege contra la inquina de los envidiosos, sencillamente porque Moliere le divierte.Y éste se esmera en divertir al monarca «para procurarle un descanso en sus nobles tareas» como adelanta en elprólogo de «El enfermo imaginario». Personajes inmortales, arquetipos hoy de los vicios y flaquezas humanas

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más perennes surgen entonces de su genio creador como cosa de magia y contra ellos la emprende incisivo oburlón, ya con la elegante perversidad pesimista, que al decir de Lugones, es la ironía, ya con la indignación delsarcasmo que es la sátira. La finalidad de su obra es moralizadora y correctora.En una de sus crisis depresivas, en 1666, nos lo dice amargado por la boca de Alceste, personaje de «El misán-tropo» : «Mis ojos están demasiado irritados, y la corte y la ciudad sólo me ofrecen motivos que revuelven mibilis ; caigo en un humor negro, en una honda pena cuando veo que conviven los hombres como ahora ; no encuen-tro por todas partes más que cobarde adulación, injusticia, interés, traición y bellaquería ; no puedo contener-me, siento rabia, y mi propósito es cantarle las verdades a todo el género humano».Al escribir estas líneas tiene cuarenta y cuatro años de edad, veintitrés de actuación teatral, y cuatro de matri-monio, de su infortunado matrimonio con la hija de Magdalena Bejart, Armanda, «demasiado exquisita, demasia-do joven, demasiado inteligente y sobre todo demasiado frivola», como apunta Ollivier Perrin, a lo que cabeagregar, para un hombre como Moliere, con veinte años más de mundano trajinar y su salud ya quebrantada.En esta lucha titánica que emprendió desde el teatro, fueron sus únicas armas la comicidad del ridículo que muevea la risa y la sorpresa del absurdo que desata la carcajada. Sus principales objetivos : la exageración de latcostumbres, las aberraciones del mal gusto, la impertinencia de los importunos, la hipocresía de los falsos pu-ritanos, la mojigatería y la afectación insufrible de los seudoaristócratas. Pero si éstos provocaron su enojo einspiraron personajes como el avarísimo Harpagón ; el impostor y pseudo devoto Tartufo, arquetipo de los quedefine como «monederos falsos de la devoción» : a Monsieur Jourdain, el «burgués ennoblecido», ejemplo del nue-vo rico que todo lo pierde por su delirio de grandezas ; a Madelón y Cathos, «L,es précieuses ridicules», que sedesvanecen por un título nobiliario o un apellido burbujeante, ancestros de nuestras modernas snobs ; y tantosotros de lista interminable, 110 hay duda que también el desaliento, la incredulidad ante la medicina de la épocay las restricciones impuestas por la cronicidad de su dolencia, nutrieron la displicente sonrisa de su humoris-mo. Por padecerlo en carne propia, el parco y silencioso Moliere, el «contemplador» como le llamaba Boileau,no pudo menos de lanzar una y mil veces los dardos implacables de su aljaba contra la hueca vanidad y la so-lemnidad pedante y engolada con las que encubrían su ignorancia aquellos nuestros lejanos antepasados médicos.En todo esto residió una de sus más admirables virtudes como es la de descubrir lo jocoso en la aparente gra-vedad de los fatuos ; marcar a fuego con la burla esa superdestilación de la mala fe que es la hipocresía y trans-

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últimos años de su vida en skuaciones de W l a \ ^ * d .defncanto a m o r o s o <1- *> torturaron en loslas pequeñas intrigas de melcre e n £a r l V f ? I l d l l o c i « « f d e s u s contemporáneos en vulgar tartajeo y

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de una mutua admirado ^ de l l ^ l ^ r T T Z T™ ** define' Quizá fue el secreto' ^captaba con la destreza ¿1 retra^ sta y d ' í S í d ^ ^ I ^ ES te ' Í n m ° r t a H z Ó 1&S e X p r e S Í ° n e S ^ue

tría de su mente creadora las luces y las sombras d I ^ ' ™ p e K C e d ? > - M ° H é r e ' l egó a l ™ ^ con la maes-su amigo, de atrayente ptastíddST v a él d i i. M P "• T a h ° n d a b a - V a r k s VeCes P i n t ó mS^rá ala mirada tierna y m é S T S U 1 Í T , ÍV" ^ °S ** dÍStanda ' k P°SÍbÍHdad de contemplartre artista en su famosa od a d e ^ ninTurt 7 í 5 ^ Z ^ / M°K é r e ' Cantó ÍnSpÍrad° las calidades del üns-mente ha sido dicho, la am stad d e A r L T v d í T " 1

V a l :d e"G r a c e ' o b r a d e «**• **. como ingeniosa-talidad que a su vez rec^Tél sobre la tela " ' ^ ^ ^ * «*° SUS VerS0S k i n m o r "

Z l Z t ^ " ^ ^ Í n Í S r T t ' / SÍqUÍCra ag°tar UDO aSp-0S de - ^ctoriahistoriadores y éJ.s^ZZJZot T ? CentenareS ^ *» d mUndo entero ?or e - ^ a s ,personalidad íntima para situarlo en eTmed o aue'i T n e C e S a n ° e S b ° Z a r ' ^ ^ COn t r a z 0 S H ^ í s i m o s ~forme e interpretar la escfptícTin^JiZtr ? V1V1T' r m p m i d e r k s r e a c d o n e s d e « ánimo discon-a sus ignaros cultores delsiglo xvn ' " ^ Y ^ de f eDSÍVa ' frente a l a c i e n c i a ^pocrática y

^riltí rt ^^^^^^ SU ° b r a - d*da* - a ^ a r qne en ella se encuentra laparticipan médicos, serían L s Z d a s en la r e a ^ f ^sodios escenas o situaciones en las cuales figuran o

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ESCENAS DE -EL MÉDICO A PESAR SUYO» Y DE«EL MISÁNTROPO. DE GRABADOS DE SUAVE,SEGÚN BRISSART.

una vez debió verse obligado a requerirlos, obedecerles y soportarlos, vengándose de este sometimiento forzadoy descreído con la mordacidad de su crítica, más fuerte al final que la dolencia que a ellos reclamaba. Sóloesta mordacidad y descrecimiento, exacerbados por los accidentes terapéuticos mortales, no raros, que por im-prudencia se registraban entonces, pudieron dictarle su conocida definición del médico : «Un hombre a quien sepaga para que cuente tonterías en el cuarto de un enfermo hasta que la Naturaleza cure a éste o los remedioslo maten».«Si todo escritor —escribe Alfred Simón a propósito de nuestro actor— pone lo mejor de él mismo en cada unode los personajes que inventa, no es que quiera hacer de ellos portavoces, sino porque nacidos de su fantasía,ellos toman en grados diversos la forma de sus quimeras, el color de sus pensamientos, el calor de sus pa-siones.»Bernard Shaw, más categórico, afirma «si un hombre es un escritor profundo, todas sus obras son confesiones.»Interesa, pues, analizar las causas posibles que convergieron para hacer de Moliere el crítico antimédico másmordaz de todos los tiempos.Ya en su juventud cuando todavía en provincias triunfaba sólo como actor, había intentado algunas obras breves,improvisaciones representadas a la italiana, incursiones y tanteos en el género satírico, precursoras de su granrepertorio. Aún no tenía treinta años y todo hace suponer que era sano. No hay en su vida hasta el momentoningún episodio conocido vinculado a la medicina. Sólo un pequeño defecto al hablar, una especie de «hipo» lollaman sus contemporáneos dificultad respiratoria o simple dislalia que si bien fue en sus comienzos el principalimpedimento para triunfar en la tragedia le fue útil en cambio, y de ella sacó partido, para los personajes gro-tescos que después encarnaría.Sin embargo, ya en aquellas farsas, despunta en él esta tendencia aunque en forma todavía superficial y livia-na cuando busca la comicidad en la figura de los médicos. Es verdad que en «Le medecin volant» una de susmás exitosas de esa primera época, la burla no es a un auténtico galeno y sí a quien finge serlo, pero no hay dudaque supo aprovechar de esa ficción para ridiculizar lo endeble de los medios de diagnóstico, el galimatías de nues-tro arte, y los alardes de erudición de sus cultores de aquella época.Moliere guardaba en sus recuerdos de infancia la actuación de un famoso cómico Guillot-Gorju, «farceur» cele-bre entonces en París, fracasado en sus estudios de medicina, con mejor fortuna en los de boticario y conocedor

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por esto de los médicos, que, dedicado después a comediante los había utilizado para sus felices improvisacio-nes. Tales recuerdos, debieron quedar sin duda en el futuro autor como semilla de su afición al tema con el quedescontaba la seguridad de los éxitos.De menor importancia debió ser sin duda el famoso episodio con el doctor Daquin dueño del apartamento quehabitaba en París, origen para algunos de sus biógrafos de la divertida comedia «I/amour medecin» escrita apedido del Rey y estrenada en 1665. Refiérese el hecho como una riña habida entre Armanda, su mujer y la delmédico propietario a consecuencias del aumento del alquiler impuesto por éste a la pareja de cómicos obligadospor tal razón a abandonar su alojamiento. Ya por entonces Moliere estaba enfermo ; muy enfermo. Si el episodioen cuestión tuvo alguna influencia debió ser sólo uno más y no el principal en el argumento y desarrollo de dichasátira. Consta que ese año de 1665 su enfermedad crónica del pulmón sufrió una reagudización la víspera de No-chebuena —tal vez en un nevado París— y sus síntomas lo aquejaron en tal forma que le impidieron reapa-recer en escena hasta el final de ese invierno. Es seguro que necesitó entonces mucho de médicos ; debió tratar-los y verlos actuar sobre él mismo a pedido del doctor Mauvilain, su amigo leal, que lo atendía en forma establecon cariño y paciencia al único que respetaba y de quien, como alguna vez expresó, tenía el honor de ser suenfermo.En dicha obra uno de los motivos principales de la crítica son casualmente las consultas y su formalismo :«¿Qué es lo que queréis hacer señor con cuatro médicos?», pregunta Liseta doncella de Lucinda para quienSganarelle, su padre, los convoca. «No basta con uno para matar una persona?...» Pero la consulta se realiza.Después de ver la enferma los doctores conversan sobre los hechos más banales que nada hacen al caso, mencionancon vanidad sus clientes distinguidos 3 la pesada carga profesional ; algún hecho de actualidad y las grandes dis-tancias de París. El doctor Tomás refiere una consulta fracasada por no haberse tenido en cuenta la sagradaética : «Un hombre muerto —dice— es sólo un hombre muerto, 3 no tiene ninguna consecuencia ; pero unaformalidad olvidada causa un gran perjuicio a todo el cuerpo médico». Otra referencia similar hace exclamar alpuntilloso doctor Bahis : «Más vale morir conforme a las reglas, que salvarse en contra de ellas», Pero al hablardespués del verdadero motivo de la consulta discuten y se contradicen ; se reprochan los fracasos terapéuticos yse enrostran errores de diagnóstico ; y la sufriente mientras tanto se empeora y queda sin solución terapéutica.Pero Moliere pone siempre en sus obras frente al vicio, la virtud ; frente al error, la verdad ; y en este caso

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ESCENAS DE -EL ENFERMO IMAGINARIO», TALCOMO FUE EJECUTADA EN LA CORTE DE VER-SALLES, EN 1674. DE UN DIBUJO DE MLLE. LAN-CELOT, SEGÚN EL GRABADO DE LE PAUTRE,

frente a la vanidad y al orgullo, la modestia y el buen sentido. Y así, el viejo doctor Filerin inicia su filípica a loscolegas en consulta con estas palabras : «... No os da vergüenza, señores, mostrar tan poca prudencia a vuestraedad y pelearos como mozos alocados ? ¿ No veis claramente el perjuicio que nos causa entre la gente esta clasede riñas ? ¿ Y no es bastante ya con que los sabios vean las contrariedades y disensiones que hay entre nuestrosautores y nuestros antiguos maestros para que haya que descubrir, además al vulgo, con nuestras polémicas ydisputas, la fanfarronería de nuestro arte?...», y el monólogo continúa con reflexiones atinadas sobre la saludy el amor a la vida tan humanos. Es también en esta obra donde Clitandro que se ha vestido con el hábito doc-toral para poder acercarse a la amada enferma de tristeza por la oposición de su padre, explica así su éxito :«Como el alma tiene un gran imperio sobre el cuerpo, y de ella provienen con frecuencias las dolencias, acostum-bro a curar las almas antes de ocuparme de los cuerpos. He observado, pues, sus miradas, y los rasgos desu cara, y, gracias a la ciencia que el cielo me ha conferido, he comprobado que su dolencia radicaba en elalma... Yo pregunto : No es éste acaso un razonable principio de nuestra moderna medicina psicosomática?Es ilógico pensar que esta sátira magnífica pudo haber sido inspirada por la rencilla doméstica con el doctor Da-quin antes mencionado, rencilla que no debió ni siquiera rozar el ilustre autor, preocupado como estaba por susalud, apenado por los devaneos de Armanda y entregado día y noche a su producción teatral.Tampoco son del todo aplicables los conceptos de Marañón en su libro sobre el Padre Feijóo cuando comenta :«Desde Aristófanes a Bernard Shaw —pasando por Petrarca, por Moliere y por Quevedo— siempre he enten-dido que las sátiras antimédicas son expresión desbordada e inadvertida de una atracción enérgica hacia nuestroarte ; y, a veces, simple resentimiento de no poder recetar.»No creo que Moliere añorara recetar ; abundaba en finas recetas, sin recurrir al antimonio de los doctos ni alorvietán de los charlatanes, para las curas del alma atribulada ; y así fue como escribió, ensayó y estrenó en sólocinco días, para solaz de su Monarca, «L'amour Médecin» que hemos comentado.Fue su mala salud sin duda, el frecuente trato con médicos y los escasos recursos de la época, siempre para élineficaces, los que con mayor fuerza contribuyeron a la mencionada crítica que iniciada en sus primeras farsasen provincia, se manifiesta en 1664 con el impío «Don Juan» incrédulo en todo y también en la medicina ; vain-crescendo con «El amor Médico» y «El médico a la fuerza» ; se agudiza en «El señor de Pourceaugnac», en1669 y culmina en «El enfermo imaginario» en 1673 con la farsa apoteósica a toda la Facultad de Medicina

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No resulta fácil con la información de sus biógrafos contemporáneos, fuente la única original y primigenia conla cual contamos para el caso, precisar la época, ni registrar los primeros síntomas de la dolencia que llevaron a lamuerte a los 52 años al príncipe de los poetas cómicosGrimarest, quien primero escribió su vida en 1705 con los datos proporcionados por Barón, el más joven, másquerido y más adicto de sus discípulos, dice textualmente : «que en la madurez se había tornado muy valetudi-nario. Una tos que había descuidado, le había provocado una fluxión al pecho con expectoración a veces sangui-nolenta causante de serias molestias ; de tal modo que fue obligado a ponerse estrictamente a leche para mejo-rar y estar en condiciones de continuar su trabajo». Y realmente este trabajo debió ser agotador ; he contado ensus últimos diez años, 1663 a 1673, 25 obras estrenadas, de las que fue autor, director, escenógrafo y primeractor.Esta noticia de su biógrafo, unida a las ausencias periódicas y más o menos prolongadas mencionadas en el re-gistro-diario de la compañía llevado por el actor Legrange, así como esta tos pertinaz, que más de una vez figuracomo un personaje más en sus obras, el debilitamiento progresivo y la copiosa hemoptisis con la que terminasu vida permiten arriesgar el diagnóstico de tuberculosis pulmonar crónica caracterizada precisamente por esasintomatología y evolución.Pero, además, Moliere debió ser, por su afinada sensibilidad y exagerada aversión a la ignorancia y a la farsaun enfermo que llamaríamos hoy «de manejo difícil». No fue precisamente un adepto a la medicina «creencial»,tan cara a nuestro erudito Laín Entralgo, y faltándole esta devoción, buscó en la burla irreverente la liberaciónde su amargo escepticismo.Y ¿ qué podía ofrecerle la medicina de entonces al ilustre enfermo ? Antiflogísticos, expectorantes y el «jarabede rosas pálidas» del discutido decano Guy Patín ; la sangría, «esa buena, santa y saludable sangría» como decíaDu Bellay, refrescantes, minorativos y carminativos» que a diario recibía Luis XIV y hacían la alegría y lafortuna de los boticarios. Clysterium donare, Postea seiqnare, Ensuita, purgare, reseignare, repurgare, sintetiza-dos en el macarrónico latín molieresco.Tales los recursos de aquellos médicos que aferrados a la letra hipocrática y defensores de doctrinas arcaicaspalpaban el pulso, pero negaban la circulación de la sangre que Harvey demostraba en Inglaterra, y debatiéndoseentre la tradición y el progreso entablaban enconadas polémicas sobre los aforismos sentenciosos y la experimen-

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ESCENAS DE «EL ENFERMO IMAGINARIO» Y..EL AVARO», DE GRABADOS DE SUAVE, SE-GÚN BRISSART.

tación revolucionaría y avisora. «Más vale errar con Galeno, que acertar con los modernos» según el adagioinaudito de Massaria.Pero volvamos a Moliere. Ha dejado la casa de Auteil por un apartamento en la rué de Richelieu decorado contodo el lujo que exige su última reconciliación con Armanda. Y al diablo entonces con las dietas y restriccio-nes ; las abstinencias y el régimen lácteo. En adelante, buenos vinos de la Bourgogne ; champagne de las bode-gas de Reims y sabrosos quesos del Este para su paladar embotado ; perfumes exóticos y encajes de Veneciapara la incorregible Armanda. Y en este clima va a producir la última, la más alegre y la más mordaz de suscomedias antimédicas. Es la exaltación precursora del derrumbe.Como Mozart, ya próximo a morir compuso su «réquiem» que nunca llegaría a escuchar. Moliere escribe «Elenfermo imaginario», su «réquiem», cuando también presiente el fin de sus días. Más afortunado en esto que elmúsico genial sus oídos alcanzaron a recibir los tonificantes hallazgos del aplauso.La ha escrito para festejar la vuelta del monarca de su gloriosa campaña en Holanda. Este es el pretexto. Peroel fondo es otro. Quiere vengarse, una vez para siempre, de la medicina y de los Médicos que no supieron cu-rarlo, haciendo reír de ellos «a todo el género humano» como lo había adelantado en «El Misántropo».Ahí vemos al doctor Diafoirus, señorón vanidoso, interesado en unir en matrimonio a la hija de Argan, el ricopaciente, con su hijo Tomás, flamante mediquillo y disminuido mental, lo que para Moliere no es incompatible ;ahí está el viejo egoísta y avaro de su salud, aceptando tal yerno contra la voluntad de la dulce Angélica sólopara contar con asistencia médica gratuita hasta el fin de sus días ; el doctor Purgón, medicastro empecinadoen mantener encendida la neurosis hipocondríaca de su cliente, y el boticario Fleurant cumpliendo con celo yregocijo sus indicaciones pro-evacuantes ; Berlina su segunda mujer, hipócrita y adulona, con ocultos y urgentesdeseos de heredarlo, junto al notario Mr. Bonnefoi leguleyo en turbios testamentos ; y Berlado, hermano del«enfermo imaginario», representando el buen sentido, la sensatez y la cordura, que no logra poner luz en estamente perturbada. La parte coreográfica con músicos y pastores ; polichinelas y violinistas ; egipcios y egip-cias ; tapiceros bailarines ; doctores y boticarios ; cirujanos y profesores ; y por último, las solemnes autoridadesde la Facultad de Medicina ; es decir : la síntesis de los ejemplares médicos del siglo en la fastuosa teatralidadde un final de fiesta que es, en este caso —y Moliere lo sabe— el final de su vida.Como se ve, el autor tuvo el acierto de no llevar a la escena un auténtico enfermo, que al inspirar piedad hubie-

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ra neutralizado la gracia de los galenos y de la obra en sí; coloca, en cambio, al rico y plañidero enfermo ima-ginario, sano cuando le conviene, contradicción que origina desde el comienzo hasta el ñn la comicidad del per-sonaje central y de la constelación de medicones, medicastros y mediquillos que lo rodean y fomentan su con-ducta.Llega la cuarta representación. Las tres primeras han sido existosas y productivas. Moliere se ha reservado elpapel de Argón, en escena desde que se levanta el telón hasta que cae. Es el viernes 17 de febrero de 1678 ;primer aniversario —caprichos del destino— de la muerte de Magdalena Bejart.Muy enfermo y agotado Moliere ha llegado al teatro más temprano que de costumbre. Antes de la representa-ción —refiere Grimarest— llamó a su mujer y a Barón, su hijo espiritual, para hacerles la siguiente confesión :«Mientras mi vida estuvo mezclada de dolor y de placer me he creído feliz ; pero hoy que me siento abrumadopor las penas sin poder ya contar con ningún momento de satisfacción ni de dulzura me convenzo que deboabandonar la partida ; no puedo más contra los dolores y los desagrados que no me dan un solo instante detregua. ¡ Cuánto sufre un hombre antes de morir! Me siento terminado».Armanda y Barón conmovidos por estas palabras le suplicaron suspender la representación «¿qué queréis quehaga ? —les respondió— hay cincuenta pobres obreros que no tienen más que su jornal para vivir ; ¿ qué seráde ellos si no hay función ? Me reprocharía de haber descuidado el darles su pan un solo día pudiéndolo hacer ?Tal cual lo había exigido, el telón fue levantado a las cuatro en punto. «Cuando la representación llegaba al final,en la escena culminante del juramento, en que él pronuncia ante las autoridades de la Facultad la palabra juro—continúa Guimarest— fue presa de una convulsión de la que el público se apercibió. Habiéndolo él notado,tuvo todavía la voluntad de disimular con una risa forzada lo que acababa de ocurrirle.»Terminada la función envuelto en su «robe de chambre» buscó la compañía de Barón en cuyo camarín se re-costó. «Tengo un frío que me mata», exclamó. El escalofrío volvió entonces a producirse con más intensidad :«la fiebre lo sacudía», dice su biógrafo.Se dispuso entonces trasladarlo de inmediato a su casa hasta dónde lo acompañó su inseparable y fiel cola-borador. Una vez allí éste quiso hacerle tomar un caldo caliente. «¡ Ah ! no—dijo él—; los caldos de Armandason como ácido nítrico para mí ; tú sabes todos los ingredientes que les pone.»Mandó pedir luego a su mujer —que en esos momentos disponía en la puerta el llamado de un sacerdote—

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el almohadón relleno con una droga que le había prometido para dormir, pues no quiso ni oír hablar de medica-mentos : «Todo lo que no entra en el cuerpo, lo pruebo a gusto —dijo— ; pero los remedios que hay que tomarme dan miedo, no me hace falta nada para perder lo que me queda de vida». ¡ Genio y figura... !Una quinta de tos, más violenta que de ordinario, lo sacudió, la presencia de sangre alarmó entonces a Barónque lo atendía en ese momento; «no os alarméis —le dijo— has visto esto otras veces y aún peor ; sin embargove a decir a mi mujer que suba».«Quedó entonces solo con dos religiosas venidas a París a pasar la Cuaresma a las cuales les había brindadohospitalidad. Ellas y un vecino, Mr. Couthon fueron los únicos testigos de la muerte de Moliere «ahogado porla sangre que le afluía por la boca», según las palabras textuales de Grimarest. Tales religiosas —continúa— ledieron en el último momento de su vida todo el socorro edificante que podía esperarse de su caridad ; y él leshizo ver los sentimientos de un buen cristiano y toda la resignación que debía a la voluntad del Señor». Todoocurrió muy pronto, pues cuando minutos más tarde Armanda y Barón volvieron, Jean Baptiste Pocquelin yano existía. Había nacido, en cambio Moliere para la inmortalidad.

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