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Sujetos sociales y paradigmas en pugna (Memoria y utopías americanas) Ensayo. Premiado con Mención por el Jurado del Concurso Internacional “Pensar a Contracorriente”, organizado por el Ministerio de Cultura de Cuba, el Instituto Cubano del Libro y el Grupo Milenium en 2011. Será publicado en el libro del mismo nombre junto a otros once ensayos seleccionados por el Jurado en febrero de 2012. PRIMERA PARTE BIOLOGISMO, NACIONALISMO y SUS OPOSICIONES Premisas iniciales ¿Existen posibilidades reales de investigar la historia desde un paradigma alternativo? ¿Brinda la dialéctica un camino metodológico para investigar? Partimos de la base de que los análisis del paradigma funcionalista tratan los conflictos o contradicciones en tono de función/disfunción, lo que no equivale a su negación pero sí a la neutralización de sus posibilidades cognitivas. En clave dialéctica, en cambio, la conflictividad deja de ser una anomalía a suprimir para constituir el motor -y a la vez expresión- del movimiento de la historia. El misterio de todo fenómeno se revela en su historia, en lenguaje de Hegel, y encontramos en el ejercicio de la aplicación de la dialéctica una brújula que señala un curso en la interpretación de los hechos. Sabemos que Marx revisó -“invirtió”- la dialéctica hegeliana, colocando las contradicciones básicas no a nivel de la Idea o conciencia universal sino de la experiencia social. De cualquier modo, los lazos con Hegel son evidentes en el terreno de la construcción formal de la dialéctica. Si bien “paradigma” es un término que ha sido utilizado por muchas disciplinas -es más, habita cada ciencia- uno de sus usos más comunes implica el concepto de "cosmovisión", en tanto conjunto de experiencias, creencias y valores que definen la forma en que una persona o un grupo percibe la realidad y responde a esa percepción. El itinerario de estas constelaciones nos remite a la historia de las ideas, la que lejos de ser una sucesión arbitraria de acontecimientos, posee en su devenir una lógica interna signada por confrontaciones y contradicciones que iluminan cada momento, a la vez que permite totalizaciones desde cada instante. Es un

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Sujetos sociales y paradigmas en pugna (Memoria y utopías americanas) Ensayo. Premiado con Mención por el Jurado del Concurso Internacional “Pensar a Contracorriente”, organizado por el Ministerio de Cultura de Cuba, el Instituto Cubano del Libro y el Grupo Milenium en 2011. Será publicado en el libro del mismo nombre junto a otros once ensayos seleccionados por el Jurado en febrero de 2012. PRIMERA PARTE

BIOLOGISMO, NACIONALISMO y SUS OPOSICIONES

Premisas iniciales

¿Existen posibilidades reales de investigar la historia desde un paradigma alternativo? ¿Brinda la dialéctica un camino metodológico para investigar? Partimos de la base de que los análisis del paradigma funcionalista tratan los conflictos o contradicciones en tono de función/disfunción, lo que no equivale a su negación pero sí a la neutralización de sus posibilidades cognitivas. En clave dialéctica, en cambio, la conflictividad deja de ser una anomalía a suprimir para constituir el motor -y a la vez expresión- del movimiento de la historia. El misterio de todo fenómeno se revela en su historia, en lenguaje de Hegel, y encontramos en el ejercicio de la aplicación de la dialéctica una brújula que señala un curso en la interpretación de los hechos. Sabemos que Marx revisó -“invirtió”- la dialéctica hegeliana, colocando las contradicciones básicas no a nivel de la Idea o conciencia universal sino de la experiencia social. De cualquier modo, los lazos con Hegel son evidentes en el terreno de la construcción formal de la dialéctica. Si bien “paradigma” es un término que ha sido utilizado por muchas disciplinas -es más, habita cada ciencia- uno de sus usos más comunes implica el concepto de "cosmovisión", en tanto conjunto de experiencias, creencias y valores que definen la forma en que una persona o un grupo percibe la realidad y responde a esa percepción. El itinerario de estas constelaciones nos remite a la historia de las ideas, la que lejos de ser una sucesión arbitraria de acontecimientos, posee en su devenir una lógica interna signada por confrontaciones y contradicciones que iluminan cada momento, a la vez que permite totalizaciones desde cada instante. Es un

devenir de momentos dentro de procesos, 1 los que conducen a otorgar un sentido a los hechos. Este énfasis en la subjetividad no es casual. Está puesto en la necesidad de revalorizar la teoría no sólo en la investigación sino como terreno al que se puede acceder en espacios extra-académicos. Esto significa salir al encuentro de la des-teorización de la historia que se proponía a mediados de los ‘80 como paradigma de cientificidad, respondiendo a los moldes intelectuales irradiados desde los centros internacionales del saber académico. La consecuencia en el plano metodológico es que, en palabras de Reyna Pastor, “esto ha llevado a una manera de estudiar la historia de una manera aséptica y a-social, una línea continua, ascendente, sin conflictos, que nos conduce a ese estado sublime que es el capitalismo hoy”. (Azcuy Ameguino, 2004) En el terreno del lenguaje produjo relatos estériles, eso que Adolfo Colombres (2004) designa con el término “hibridación”, presentados como “objetivos”, “científicos”. En función de estas afinidades entre historia y conciencia, no es aventurado pensar en Roland Barthes (1994) y su reivindicación del sujeto: “El lenguaje neutro, ‘objetivo’, produce la ilusión de que la historia se cuenta sola”. Y no es así. “La historia siempre quedará como un relato”, fue su síntesis. Otra de las derivaciones fue desplazar hacia investigaciones microsociales los estudios de rasgos totalizantes, propios de teorías interpretativas y críticas frente a nuestra realidad, las que formaban parte de nuestra tradición intelectual. Esta perspectiva, necesariamente histórica, fue reemplazada por una “excelencia” pretendidamente neutral. Uno de los resultados del traslado del “pensamiento único” al campo de la investigación fue una utilización reduccionista de la “objetividad”, lo que condicionó la investigación histórica y de las ciencias sociales en general. Desde una supuesta profesionalidad, hay quienes niegan que se puedan establecer enlaces activos, motivadores, entre el presente y el pasado de las experiencias liberadoras. En oposición a ello, el propósito del ensayo es confrontar paradigmas dominantes con sus antítesis, en determinados contextos históricos, teniendo en cuenta la dinámica de clases sociales. El universo ideológico que lo sostiene se identifica con la unidad y oposición de los procesos de conservación y transformación de la vida socio-cultural. Con estas premisas, entonces, este trabajo se identifica con la urgencia de recomponer el vínculo de las ciencias sociales con los escenarios políticos y sociales sobre la base de análisis estructurales, cuyo abandono merece un réquiem por parte de la necesaria reconstrucción del

1 Por proceso puede entenderse la articulación de actividades prácticas e intelectuales para arribar a un fin, en este caso a la liberación de toda forma de sometimiento, a formas crecientes de vida en libertad. Supone, todo ello, un camino no lineal en el que las contradicciones batallan para hegemonizar un devenir.

pensamiento crítico. (Beigel, 1995) De acuerdo con este último paradigma, la tarea del investigador es sacar a la superficie los supuestos implícitos en la vida social y las conceptualizaciones resultantes deben aportar fundamentos para la transformación social. (Popkewitz, 1984) Darwinismo social Vs autoconciencia de “clase productora” El objetivo inicial de esta primera parte es incorporar conceptos derivados del etnocentrismo y del darwinismo social con su carga biológica, durante las últimas décadas del siglo XIX y dos primeras del XX. Luego será el espiritualismo nacionalista quien ocupará un espacio que será vital para el resurgimiento del racismo en el tratamiento de fenómenos sociales, en un tramo de la historia en que las oposiciones de la clase obrera y la clase media a esas posturas tuvieron protagonismos diferentes en tiempos diferentes. Comenzaremos, brevemente y a modo de ejemplo, por dos términos acuñados por el etnocentrismo europeo. Los conceptos “civilización” y “barbarie”, ampliamente utilizados en la Argentina con explícito sentido disciplinador, fueron tempranamente incorporados y reproducidos en todas las regiones del continente. El “Darwinismo Social”, acuñado por el filósofo y sociólogo británico Herbert Spencer, se constituyó en una línea de pensamiento que consideraba las transformaciones culturales de la sociedad como un aspecto de la evolución biológica. Este tipo de ideas, sobre un fondo doctrinario dominado por el liberalismo económico, cobró cuerpo en los sectores dirigentes e intelectuales que ya habían naturalizado tanto la opción de civilización o barbarie como la división internacional del trabajo. Una vez que estas formaciones intelectuales se tornan hegemónicas y llegan hasta los territorios más aislados, sobrevienen nuevas preguntas: ¿Qué utilización en la práctica social se hacía del biologismo?, ¿Qué se buscaba legitimar a través suyo? Es evidente que el discurso biologista fue usado universalmente para apuntalar un ordenamiento social jerárquico y se acudía para ello a un determinismo racial,2 con un explícito destino homogeneizador. En el lenguaje de la cultura dominante se observa que el término "heterogeneidad" era aplicado con una connotación negativa, en momentos en que no eran desconocidas alternativas pedagógicas como la de John Dewey, pedagogo norteamericano que experimentó con ambientes democráticos en educación y uno de los que insistió en que otros factores como la interdependencia y la cooperación merecen destacarse por encima de la matriz biológica. 2 Por ejemplo, en el prontuario de José Gregorio Baigorrita, nieto de un legendario cacique ranquel, se lo define como “Sujeto con los estigmas psico-físicos propios de la raza a que pertenece”. Boletín Psíquico de la Penitenciaría Nacional. Expte. B819, Buenos Aires, 1917 .

Cuando de seguridad interior se trataba, la relación podía incluir a indígenas y bandoleros en una misma ecuación "científica": “Si al indio...se le dominó y se le redujo a la situación que le correspondía en el concierto de los bien entendidos derechos de la nación, con mayor razón se debe proceder contra esos bandoleros porque ellos, por su condición de elementos dañinos, no tienen derecho a la vida, desde que proceden obedeciendo a sus actos criminales, que tal vez obedezcan a taras de descendencia.”3 Si entendemos por ciudadanía -una categoría clave en la legitimación de toda sociedad capitalista- el conjunto de prácticas jurídicas, políticas, económicas y culturales que definen a una persona como miembro de una sociedad, el indígena -en todo caso la masa criollo/aborigen percibida como indiferenciada y amenazante-4 padecía una doble negación de la ciudadanía. En primer término, para acceder a los escasos derechos sociales durante las primeras décadas del siglo XX era necesaria la figura del propietario o al menos de asalariado formal, inexistente para este estrato. Aún así, se agregaban otras exclusiones, mucho más significativas para su cotidianeidad. Tengamos en cuenta que el destino para la mayoría de los indígenas sobrevivientes de los cruentos operativos de desalojo de sus tierras en la segunda mitad del siglo XIX fue el traslado y confinamiento en ghetos étnicos5 y la desestructuración de los grupos tribales. Otra forma institucional de control y subordinación, fue la incorporación obligatoria en el aparato militar como mecanismo destinado a neutralizar cualquier forma de acción autónoma. Escuela y prensa, claves. Si acudimos a un compendio de conceptos, podemos conjeturar que el poder circula a través de prácticas institucionales, o sea que está presente en las formas en que los individuos levantan límites para sí mismos y definen categorías que son mediatizadas y relanzadas desde las instituciones, su ámbito de creación. Cuando cumplen un cometido reificador (Berger/Luckmann, 1995) difunden una imagen de los fenómenos sociales como si no fueran productos humanos sino hechos de la naturaleza Una de sus derivaciones es que una determinada cosmovisión del mundo se incorpore al “sentido común” como única posible, imposible de cambiar, lo que nos remite al término gramsciano de “hegemonía”, en tanto articulación de instancias públicas y privadas para conformar un modelo que direcciona la sociedad durante una fase histórica. Así, en la

3 Diario La Capital. Santa Rosa, La Pampa, 23.2.1926. 4 El tema aparece tempranamente en la literatura a través de los relatos de Carlos Bustamante “Concolorcorvo” sobre los “gauderios” que eluden la normatividad colonial hasta –entre muchos otros- los “Vagos y mal entretenidos”. Pedro Orgambide (1999) los llamó “nómades de las llanuras”. 5 Por ejemplo los asentamientos indígenas Los Puelches y Emilio Mitre en La Pampa. Fueron creados a principios del siglo XX para reunir a las poblaciones indígenas en tierras marginales y sin reconocerles su tradición de propiedad colectiva.

conceptualización del mundo indígena, las instituciones, por ejemplo la educación y también la prensa, han ejercido una tarea funcional al control social. En Argentina como en otros países de América Latina, la modernización iniciada a finales del siglo XIX implicó en lo ideológico y cultural el empleo de una política asimilacionista por parte del Estado dirigida tanto a los inmigrantes como a la población nativa. Pero esta absorción, no estuvo exenta de prácticas selectivas. Si bien, como advertimos, el mundo criollo/aborigen era representado con signos de amenaza, al indígena le era reservada una mirada de mayor recelo en cuanto a la eficacia que podía tener una ‘recuperación civilizatoria’ donde un rol esencial lo cumpliría la institución escolar. También hubo publicaciones que con matices volcaban en sus columnas palabras de reconocimiento hacia la existencia de los indígenas en tanto habitantes originarios, pero justificaban al fin su eliminación o desplazamiento en función de una inevitable ‘ley natural”. El sistema educativo coincidió con una parte de esa prensa en que su rol debía ser resocializador, esto es que no consideraba a los aborígenes irrecuperables para la civilización, siempre y cuando asumieran una condición: debían abandonar sus hábitos culturales. La clase obrera, sujeto social que se asume Resulta pertinente para este trabajo observar que hasta aquí no se registran a nivel de los estratos medios de la sociedad, relacionados con la intelligentzia regional, expresiones de cuestionamiento que interpreten como histórico-social lo que la clase dominante presentaba como “natural”, al menos con entidad colectiva, o sea que trascienda voces individuales y aisladas. Pero sí la resistencia y el diseño de alternativas provino de amplios sectores de la clase obrera que se autoreconocieron como sujetos sociales para un cambio revolucionario, especialmente durante el vital período comprendido entre 1915 y 1925 aproximadamente. Registrados como "ocupados" en las estadísticas y supuestos beneficiarios de los índices de crecimiento, se aprovechaba la fuerza de trabajo de los que ejercían los trabajos menos calificados, pero fuera de ese espacio se buscaba que fueran "invisibles", siendo víctimas de un tipo de ocultamiento o confinamiento social. La naturalización de su existir pasaba por la aplicación del biologismo –al que ya se hizo referencia- para descalificarlos “científicamente”. Como contrapartida y no sólo por cuestiones salariales sino también para apuntalar su autoestima, estos sectores expusieron su pertenencia a la clase que produce y de esa manera buscaron diferenciarse de la clase que se apropia de su resultado sin haberlo construido, tema muy presente en el discurso obrero de esta época. Existe claramente una pluralización de sujetos sociales, ya que junto a los obreros del campo y la ciudad se encuentran otros grupos marginados u

oprimidos por falta de trabajo o bien en razón de género, color, religión o cultura. Aún teniendo en cuenta esa diversidad, reivindicamos la fertilidad de la categoría “pueblo productor” para sostener un sujeto social transformador, pues en torno a los intereses y vivencias colectivas de su concreta relación con el capital, se fue conformando históricamente una buena parte de los modelos alternativos de sociedad postcapitalista. En esta perspectiva, encontramos en István Mészáros (2002) una de las fuentes teóricas que plantea la centralidad del eje del trabajo y sus sujetos en cualquier propuesta de cambio, reivindicada por este autor desde un marxismo con cierto perfil libertario.6 En materia de antecedentes, hubo períodos previos en que el pueblo productor fue elegido, en detrimento de otros, para cambiar la historia. Por ejemplo, las insurrecciones americanas, en las últimas décadas del siglo XVIII, en especial el movimiento liderado por Tupac Amaru estuvo conformado por indios y mestizos, pero buscó integrar también a esclavos y aún a criollos pobres. Ese mismo núcleo de sujetos sociales fue el incorporado por el uruguayo José Gervasio Artigas a su movimiento, es decir que esas experiencias liberadoras buscaron la medida de sus sueños en los sectores sobre los que recaía el trabajo. Interesa destacar que ambas fueron pensadas para la América toda y no es casual que ese bloque de sujetos sociales no fuera distintivo de un solo país sino de la realidad americana. Así, el americanismo nació y perduró como estrategia de la conciencia subcontinental para enfrentar a viejos y nuevos colonialismos. En esta línea de pensamiento, José Carlos Mariátegui (1924) nos dice que la “generación libertadora” no engendró nacionalismos sino un ideal americanista.7 Por otro lado, el abandono de todas esas premisas se produce cuando el poder pasó a manos de las burguesías portuarias de Lima, Buenos Aires, Montevideo, Santiago/Valparaíso, etc. y de las oligarquías terratenientes, otros sujetos para otros proyectos, para otros modelos de sociedad. Volviendo al período histórico que nos ocupa en este tramo, focalizamos nuestra atención en los últimos años de la década de 1910 e iniciales de la década de 1920 en que los obreros pasaron a tener un rol, como sujetos sociales, diferente. Grandes sectores se asumieron como “pueblo productor”, en tanto clase trabajadora = clase productora, lo que derivó en una autoconciencia de tal pertenencia. En consecuencia, uno de 6 “Es inconcebible hacer irreversible el orden social alternativo sin la participación plena de los productores asociados en la adopción de decisiones en todos los niveles de control político, cultural y económico”. Para Mészáros (2008), las experiencias post capitalistas del siglo XX “fueron incapaces de superar el metabolismo social del capital”, esto es el complejo caracterizado por la división jerárquica del trabajo que subordina sus funciones vitales al capital. 7 En ediciones más recientes de Mariátegui, estos conceptos pueden leerse en “Obras”, tomo 2, Edit. Casa de las Américas, Colección “Pensamiento de Nuestra América”, La Habana, 1982. En el mismo tomo ver “El íbero-americanismo y el panamericanismo”, “México y la Revolución” y en general la sección “Temas de nuestra América”.

los escenarios de la acción obrera fueron las unidades productivas: la fábrica, el campo mismo, el galpón del ferrocarril, el obraje, etc. Es aquí donde históricamente se registra la mayor conflictividad porque se pone en cuestión la producción de recursos y el sistema mismo de propiedad. Como una derivación de ese proceso de autoreconocimiento, el término “clase productora” era usado reiteradamente en las expresiones gráficas de las sociedades de resistencia. Más aún, frente a la contradicción planteada con la “clase parasitaria”, el horizonte de una sociedad postcapitalista aparecía como una consecuencia asumida desde el punto de vista de la necesidad. 8 La implicancia ideológica se ponía de manifiesto a la hora de inscribir las reivindicaciones en una apuesta al futuro. Las cuadrillas de estibadores de nuestras llanuras buscaban –y lo conseguían en caso de que la correlación de fuerzas les era favorable- que no existiera la figura del capataz en el pliego de condiciones, de tal modo que la propia organización obrera se hiciera cargo de coordinar el trabajo. Significaba anticipar, en la práctica, “los procesos y mecanismos de funcionamiento que se desea para una futura sociedad libertaria”. ( Castoriadis, 1979) El principio subyacente era que cada actividad -interna o externa de un sindicato- debía ser una “escuela de autogestión”. Como lo registran numerosas crónicas, ese era el “espíritu de Chicago” y el contenido de las conmemoraciones de los 1° de Mayo en nuestros países. También la creación de nucleamientos autónomos como el congreso de sindicalistas rojos en México el 15 de febrero de 1921, precursor de la CGT, (Taibo II, 1998) los que intentaban diferenciarse de otras centrales con marcada dependencia del Estado. Quedó insinuada una característica que distingue a cada momento clave del proceso dialéctico, esto es su inserción en aires regionales y mundiales de rebeldía. En efecto, si llevamos este fenómeno al período que nos ocupa, no puede soslayarse la influencia que sobre los sueños obreros de fundar una sociedad postcapitalista en nuestros países, tuvieron la revolución de octubre de 1917 en Rusia y los grandes levantamientos de obreros en la Italia de 1920 y en la Alemania entre 1918 y 1921, entre tantos otros designios de subvertir el orden del capital. El lenguaje obrero denotaba una fuerte presencia anarquista, la que luego de ser predominante en las grandes ciudades, se hizo manifiesta en las áreas rurales durante lo que Andreas Doeswijk llamara “trienio rojo”. El término se aplica al período 1919/1921 en que la clase obrera escribió el 8 Ambos aspectos registran los discursos, afiches, y volantes de las sociedades de resistencia de las llanuras pampeanas. Por ejemplo “Veinte siglos de explotación del hombre por el hombre han sostenido embrutecida a la clase productora…” y “Es necesario luchar para construir la nueva sociedad de los libres donde cada uno produzca según sus fuerzas y consuma según sus necesidades” – volantes de seccionales de la Federación Obrera Regional Portuaria y Anexos, adherida a la FORA del V Congreso.

primer borrador de un proceso que tuvo alcances insurreccionales, logrando en algunas regiones “el máximo nivel de influencia social y control sobre los espacios de trabajo”. (Bohoslavsky/Harambour, 2007) Nos estamos refiriendo, por citar unos pocos ejemplos, a la Semana Trágica de 1919, la rebelión de los braceros bonaerenses en ese mismo año y en el siguiente, la Patagonia Trágica, las grandes huelgas en los obrajes de La Forestal de 1919 a 1921 y tantos otros episodios que nos permiten observar que en momentos claves, hay una energía revolucionaria que se despliega sin detenerse ni aún en las puertas de confines aislados. La extensión a que hacemos referencia implicó también a la solidaridad de clase. En buena parte de América Latina la categoría pueblo productor incluyó los mismos componentes, facilitando así la fraternidad entre trabajadores de diferentes países. Por ejemplo, “Contra la barbarie argentina” se tituló una declaración que circuló en Montevideo en enero de 1922 y en ella se convocaba a boicotear a los turistas argentinos en función de lo ocurrido en La Pampa y en las provincias sureñas de la Patagonia.9 Luego de estas experiencias vitales, el reflujo en el nivel de resistencia obrera, los cambios en su composición, etc. fueron acompañados de un avance de la reacción que no sólo apuntó a lo represivo sino hasta cambiar la raíz ideológica de las formas de vida. Es en esta etapa donde el protagonismo en la resistencia a las ideas legitimadoras de las clases dominantes fue más intenso en otros sectores sociales.

Nacionalistas restauradores Vs librepensadores La postura del determinismo biológico y racista, lejos de volverse evanescente con los aportes de la ciencia, o bien opacarse con el variado arsenal del antipositivismo, resurgió por motivaciones ideológicas al amparo del nacionalismo militar que tuvo status oficial durante las década de 1930 y en los ’40. En efecto, a las opiniones aquí ya consideradas, con sus anclajes biologistas, se sumó un nacionalismo espiritualista, una variante del pensamiento oligárquico que abrevó de posturas igualmente predominantes en Europa y las aplicó en los planes de conservar el orden social de nuestros países. Como reflejo del torbellino ideológico y de situaciones internacionales que caracterizó el mundo entre guerras, se observa en la región un lenguaje nacionalista hispanizante que ya se había instalado en algunos círculos 9 “El hombre”, expresión del pensamiento y del sentimiento anarquista, Montevideo, enero 15 de 1922. Alude al enfrentamiento armado de estibadores con la policía, ocurrido en la localidad pampeana de Jacinto Arauz el 9 de diciembre de 1921, con un saldo de seis muertos, y a la “Patagonia Trágica”, en 1920-1921, protagonizada por peones de la lana en la Patagonia argentina/chilena, reprimida por los ejércitos de ambos países mediante fusilamientos masivos de obreros.

profesionales y en la prensa. Esta adaptación a la cruzada de propagación de la tradición y de la fe católica, no puede desligarse de la presencia de Primo de Rivera al frente del Estado español y la intención del “hispanismo” en erigirse en un estilo de vivir y de obrar. Es una época en que la Guerra Civil Española y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial habían arrojado sus tensiones hasta en los países periféricos e incluso a sus zonas de “frontera interior”. Efectivamente, el realismo tomista y el período colonial hispano se habían convertido en un modelo para los nacionalistas restauradores (Rapoport,2000) y hasta las mismas áreas de educación de los gobiernos se habían impregnado de esta postura. Somos conscientes de la polisemia del término "nacionalismo”10 y que el calificativo “restaurador” también es susceptible de ser interpretado en más de un sentido. Pese a ello, mantenemos la figura de “restauración” para referirnos a climas opresivos de un pasado colonial, hispanizante, que debían restablecerse con afán disciplinador y que sobrevolaron la conflictividad de esa etapa en el plano del conocimiento, es decir la gestalt del trabajo cultural. Utilizando las irradiaciones del franquismo y zalazarismo ibéricos, promediando la década de 1930, el avance integrista tuvo como uno de sus objetivos controlar instituciones educativas, en especial formadoras de docentes. Por otra parte, el nacionalismo había desarrollado su propia “agenda”, en la que tuvo su espacio una versión uniformatizadora de la "lealtad a la Nación", (Hobsbawn, 1992) concepto que había ganado terreno en Europa durante los últimos años de la década de 1930. A esta ofensiva nacionalista se sumó un estado de desconcierto que afectó a la intelligentzia de ascendencia liberal y tal estado de confusión arrastró a sus variantes progresistas. Por otra parte, a nivel partidario, si bien no hubo movimientos que en esa época escaparan a la influencia del paradigma positivista, sería injusto soslayar la presencia de socialistas y partidarios de Henry George 11 en los estratos medios urbanos y rurales. En esos años, en un marco represivo a todo lo que fuera o aparentara ser un “librepensador”, se produjeron episodios de disciplinamiento contra maestros y directores de escuela que defendían el laicismo en la enseñanza y que habían llevado a la práctica el mandato de incorporar el compromiso social al rol docente. La resistencia de los sectores medios. El párrafo anterior nos permite atisbar una novedad en el plano de la subjetividad: tanto el hispanismo 10 En otras acepciones, el término ha sido utilizado por movimientos cuyo objetivo es la autodeterminación nacional, enfrentado el colonialismo. También existió un nacionalismo de tipo continental como el de Manuel Ugarte. 11 Los georgistas proponían resolver el problema de la tenencia de la tierra mediante la estatización de todos los campos en manos de latifundistas, para luego concederlas al que ofreciera pagar mayor arriendo.

como el corporativismo y el integrismo fueron enfrentados por un sector intelectual vinculado al magisterio, el que sostuvo posturas opuestas a partir de su defensa irrestricta de la escuela pública y de considerar que sus valores culturales eran avasallados. Está claro que la diferencia con el “trienio rojo” estriba en que fueron estos estratos medios y no los sectores obreros –en pleno reflujo luego de grandes luchas, represión y fuertes divisiones internas- los que protagonizaron la resistencia al nacionalismo integrista. Sin embargo, el cuestionamiento -y esta es una diferencia importante- no fue contra el sistema capitalista sino a su variante más reaccionaria y por ello no produjeron ni propusieron modelos alternativos de sociedad. La razón debe buscarse en que nuestras clases medias nunca diagramaron un programa económico de enfrentamiento con la oligarquía. En realidad, una de las derivaciones de la división internacional del trabajo es que el crecimiento de los sectores medios urbanos dependió en nuestros países más del incremento de las actividades administrativas que de las industriales, es decir que crecieron a la sombra del Estado. Por otra parte, la extrema concentración de la propiedad de la tierra y el predominante sistema de arrendamiento, imposibilitaron la existencia de una clase media rural que, como en los EE.UU. o en Canadá, motorizara una transformación productiva.

SEGUNDA PARTE DE LAS HISTORIAS SUMERGIDAS A LA UTOPIA Nuevos actores para una histórica confrontación Hasta aquí se ha desarrollado un panorama de los escenarios donde han confrontado paradigmas y de las apropiaciones que de esos cuerpos de ideas han realizado fuerzas sociales que confrontan en el terreno de la subjetividad. Como se infiere de las palabras preliminares de este trabajo, la dialéctica no le otorga identidad a los hechos como tales sino como momentos de procesos. La propuesta es analizar otros momentos para extraer de sus contradicciones una aproximación, un ejercicio de síntesis. El crecimiento keynesiano y la relativa paz social que tuvo el capitalismo tras la segunda guerra mundial y que incluyó a los países latinoamericanos, alcanzó sus límites entre los ‘60 y ‘70 en que el descenso de la tasa de ganancia empresaria intervino para generar no una crisis más sino de todo un modelo de acumulación. Fue concebida como crisis “del Estado de Bienestar”, pese a que aún se mantenía la euforia desarrollista con su expectativa de desarrollo industrial, vía las inversiones de capitales extranjeros. Junto con el ingreso a la fase autoritaria del desarrollismo, vía dictaduras militares de los ‘60, se empezaron a esbozan las premisas económicas y culturales del neoliberalismo como propuestas superadoras de la crisis, aunque faltarán algunos años para la puesta en práctica de todas sus baterías. Ese mismo modelo capitalista, industrialista y a la vez concentrador, impulsó la sustitución de bienes intermedios y de consumo durable, con una estrategia destructiva de pequeños y medianos establecimientos, crecimiento del empleo urbano, etc. La concentración del capital y de las industrias, entre ellas la automotriz, dio lugar a una mayor concentración obrera en ciertos enclaves. Se tomará, a la manera de “estudio de caso”, a la ciudad argentina de Córdoba, donde en 1970 las tres plantas Fiat ocupaban allí cerca de 4.000 operarios. El freno al modelo desarrollista estuvo dado por la convergencia de la crisis y de la agudización de la conflictividad social, en un contexto en que coexistían “fuertes flujos de movilidad ascendente y descendente”, (Torrado, 1992) mediante un formato insurreccional cuya expresión típica fue el “Cordobazo” del 29 de mayo de 1969. Parte de este proceso tuvo lugar en las fábricas Concord y Materfer de la Fiat en 1970/1971. Un funcionamiento asambleario y otros mecanismos de democracia directa fueron indisolubles de este proceso. Fue tan vital y

extendido este último aspecto que en amplias regiones las grandes huelgas reclamaban, junto con demandas salariales y de condiciones laborales, el reconocimiento de los delegados elegidos por los propios obreros, rechazados al unísono por las conducciones nacionales de los gremios “colaboracionistas” y el Ministerio de Trabajo. Si aires mundiales de revuelta arribaron durante el “trienio rojo” 1919/1921 y se mezclaron con los propios, mesturas similares confluyeron para que nuevas camadas obreras reasumieran el rol de sujetos sociales en nuestro mundo sindical de los ‘60 y ‘70. En el Plenario Nacional de Sindicatos Combativos -mayo/1971- el SiTraC(oncord)-SiTraM(aterfer) dio a conocer un programa en el que se enumeran los sectores a incluir en un frente de liberación. Debía aglutinar, “bajo la dirección de los trabajadores”, a “todos los demás sectores oprimidos, a los asalariados del campo y la ciudad, peones rurales, campesinos y colonos, capas medias, profesionales, intelectuales y artistas progresistas y al conjunto de los estudiantes”. La ausencia de desocupados en este bloque puede obedecer a que si bien disminuyó el empleo industrial por la concentración que implica el modelo desarrollista, era común encontrar nueva ocupación en el sector servicios, es decir que la desocupación no era aún una necesidad estructural del sistema. La amplitud de tal frente supera en extensión los sectores que el anarquismo y el “obrerismo” en general estaban dispuestos a incorporar en el momento anterior. En función de este posicionamiento, la clase obrera reasumía como sujeto social del cambio, al frente de un espectro cuya amplitud estaba más cercana a la definición de pueblo que realizara Fidel Castro en “La historia me absolverá”.12 Una de las novedades, en materia de actores, fue la puesta en cuestión del rol del campesinado, considerado sujeto central en tiempos previos al “Cordobazo” y otros estallidos urbanos. De la misma manera, el “foquismo” rural pasó a guerrilla urbana y a clasismo fabril en el perfil que tomaban algunas organizaciones. A la vez, ambos sindicatos de la rama automotriz se autodefinían como “clasistas” 13 e impulsaron junto a otros sectores nuevas huelgas generales con movilización en las calles en 1971. Cierto es que el clasismo no quedó limitado a las dos prácticas gremiales reseñadas, sino que se presentaron otras vertientes confrontativas con la burocracia sindical, algunas con 12 El 16 de octubre de 1953, Fidel Castro formuló su autodefensa en la Audiencia de Santiago de Cuba. La definición de pueblo que allí explicita excluye a los sectores acomodados y conservadores e incluye a los sin trabajo, obreros del campo, obreros industriales, braceros, pequeños comerciantes, pequeños agricultores, maestros, profesionales jóvenes 13 Compartimos el concepto de ‘clasismo’ que señala Nestor Kohan (2006): “práctica sindical y política de aquellas fracciones de la clase obrera y trabajadora que han logrado construir, a través de un proceso histórico de lucha y confrontación, una identidad social, una estructura de sentimiento y una conciencia colectiva de su antagonismo irreductible con las clases explotadoras, dominantes, hegemónicas y dirigentes”.

diferencias importantes con el clasismo, por ejemplo CGT de los Argentinos. Sí nos interesa concluir este examen con el “Sindicalismo de Liberación” de Luz y Fuerza-Córdoba, que personalizaremos en la figura de Agustín Tosco, una de las columnas de la CGTA. En los comienzos de los cuatro años de vida de la CGTA, para Tosco la lucha debía focalizarse contra la dictadura y los intereses monopólicos, no contra el capitalismo. Como existe una relación íntima entre horizonte ideológico y elección de sujetos sociales, tal postura supone conceptuar como sujeto a “la clase trabajadora, al estudiantado y a todos los que tienen un interés nacional”. En otro discurso precisará que este último sector contemplaba a pequeños y medianos industriales y federaciones empresarias. Creemos que fue el nivel creciente de conciencia que se puso de manifiesto en un profundo cambio cualitativo en la lucha política y social y una inédita demanda del socialismo por parte de grandes sectores, lo que llevó a Tosco y a otros dirigentes sindicales a tomar nota de la realidad para radicalizar su discurso, a partir de 1972. Es decir que acompañó con nuevos posicionamientos el avance de la conciencia en grandes sectores de la población y de esta manera, sintetizó en su persona el proceso mismo de la unidad de teoría y práctica.14 Al mismo tiempo que se ensamblaban estos procesos internos y externos, sufría una represión con reclusión más sistemática sobre su persona. Precisamente, desde una cárcel de Buenos Aires aludirá al “camino al socialismo” y advertirá que no puede haber “ilusiones” de revivir políticas populares dentro del sistema capitalista. El horizonte era ahora una sociedad “sin explotadores ni explotados” y al término Liberación Nacional le adosa “y Social”. En función de ello, el planteo anterior de rescatar los medios de producción en manos de los monopolios, se traduce ahora en su socialización.15 Estos cambios de expresiones no fueron excepcionales, sino que otros sectores también radicalizaron sus posturas. A partir de esa época, “Cristianismo y Revolución”, por ejemplo, exhibió definiciones clasistas y los trabajadores fueron concebidos como el eje del tránsito al socialismo. Es interesante observar que en esta etapa de su trayectoria -y la de tantos dirigentes obreros- la apertura a Latinoamérica resultaba inescindible de la lucha general. Por ejemplo, en un debate sobre el “colaboracionismo sindical”, Tosco afirmó que valoraba a “los que luchan por las reivindicaciones inmediatas y a su vez levantan la lucha permanente por 14 El itinerario de sus posicionamientos equipara a Tosco con otros intelectuales en toda su dimensión, por caso Aníbal Ponce (1933), quien hizo honor a sus palabras: “Mirar todo lo hecho con ojos nuevos, empinarse para ver más lejos y más alto…” 15 Intervenciones de Agustín Tosco en su debate con José Rucci, Secretario General de la CGT, en un programa televisivo, Buenos Aires, febrero de 1973, y en el Congreso del Frente Antiimperialista y por el Socialismo, Tucumán, agosto del mismo año.

esas reivindicaciones nacionales, sociales, latinoamericanas, que hacen al cambio fundamental de la sociedad”. Reiteramos que centrar nuestro análisis en Córdoba, y en ella sólo algunos protagonistas, ya sea institucionales o personales, es para realizar ciertos señalamientos y sin pretensiones de inventario. En otros sitios se dieron al mismo tiempo procesos similares y en todos ellos, a manera de proyección integradora, cabe mencionar los hechos de 1975 en el marco de las protestas de los trabajadores contra los primeros programas económicos ostensiblemente neoliberales. Similitudes y diferencias. Nos interesa destacar, en el terreno de las similitudes entre momentos, que -acompañando las reivindicaciones económicas- el horizonte ideológico durante este período 1966-1976 quedó nuevamente explicitado en el decir obrero, esto es que volvió a señalarse el carácter anticapitalista de las luchas. Se observa junto a ello, una recuperación de la conciencia de “clase productora”, lo que derivó en que los espacios fabriles de producción fueran nuevamente escenarios de las protestas y que los trabajadores se apropiaran de ellos, si bien en forma temporaria. Esta nueva reivindicación del pueblo productor y poner en cuestión el sistema de propiedad, tal como vimos en las experiencias ya citadas para el período 1919/1921, se volvió a poner de manifiesto en algunos textos. El Sitrac dio a conocer frases que nos remiten a ellas.16 Es evidente que este proceso se vio facilitado porque los obreros pudieron levantar un sindicato propio en cada fábrica. Sin entrar en el debate acerca de la conveniencia o no de ese modelo gremial, lo cierto es que remite a la estrategia confederal-libertaria de Artigas y a la autonomía de cada eslabón sostenida por los anarquistas de las primeras décadas. Si ya mencionamos las trabas que este último mecanismo significó para la unificación de las luchas, debemos convenir en que la metodología no puede juzgarse al margen de la lucha de clases y de las experiencias de cada momento. Asimismo, se registra una nueva propagación de la energía revolucionaria hasta en sitios impensados de nuestros países y -también vinculado con ello- un empalme con movimientos de similar enjundia a nivel continental y mundial. Siempre con relación a los momentos anteriores, vale mencionar asimismo algunas diferencias. Si bien no exento de fuertes debates, se observa en el período 1966/1976 una amplitud mayor tanto en sus alianzas como en la coordinación organizativa, para que la resistencia no fuera aplastada por razones de aislamiento. Por otra parte y en función de las

16 “la clase trabajadora es la única que produce la riqueza” - “esta sociedad es injusta porque se basa en la explotación del hombre por el hombre” - “la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Volante del Sitrac de 1.12.1970. Los volantes ya citados de 1921, contienen palabras que aluden a los mismos conceptos.

décadas de experiencias regionales y mundiales, el tipo de cambio revolucionario es mencionado en el último momento con otra precisión. Por ejemplo, en el programa de los obreros de Fiat se lo identifica como “democrático, antimonopolista y antiimperialista, en marcha continua hacia el socialismo”, aunque el “etapismo” que supone este último aserto no fue compartido por otros sectores obreros Formato de un antagonista cultural. La globalización En parte para sofocar la ebullición obrera a la que nos hemos asomado en párrafos anteriores, devino una nueva tanda de dictaduras militares en los ’70 y una nueva performance de la concentración del capital, acompañadas –como en casos anteriores- por un diseño funcional en el terreno de la cultura. Asimismo, fueron nuevamente otros sectores sociales, con énfasis en los estratos medios, los que tuvieron un protagonismo manifiesto en este plano. Ya habíamos observado, si bien desde asimétricas relaciones de poder, que una de las “contraofensivas” en el terreno de las ideas había sido ensayada cuando el nacionalismo restaurador hegemonizó la vida cultural, es decir que el camino de desafiar un anticipado “pensamiento único” estaba iniciado. Este proceso de reescritura consolidada fue y es protagonizado por numerosos colectivos culturales a partir de la recuperación de las democracias, si bien restringidas, durante los ’80. Como todo proceso creativo, no sólo se apropió de paradigmas alternativos universales sino que produjo -en realidad descubrió- una cosmovisión americana y lo hizo al tiempo que confrontaba con su polo antagónico, el que ya no era el darwinismo social ni el hispanismo oligárquico sino que está habitado por otros componentes, pero con el mismo objetivo que en la etapa anterior, es decir legitimar relaciones cada vez más asimétricas de poder. Si bien el funcionalismo, soporte sociológico del desarrollismo económico, fue excluyente en lo cultural y social, el interés de este trabajo se focalizará en la confrontación con el neoliberalismo y la globalización, cuya entrada en escena se produjo una vez restaurado el mundo unipolar. Este proceso, a menudo avasallante, fue investigado por adscriptos al paradigma crítico, tanto desde la periferia como de la centralidad geográfica del poder. El profesor norteamericano Michael Apple (1996) señaló que “el dominio económico necesitó ejercer un liderazgo intelectual cuando el neoconservadorismo se propuso reestructurar la sociedad”. De todos los materiales que dan cuenta de minuciosos proyectos de dominación, resultan significativos los Documentos de Santa Fe (EE.UU.1980-1986) “que anticiparon las líneas de acción del imperio en todos los campos” o, dicho de otra manera, “verdadera hoja de ruta

conceptual del imperialismo en el mundo entero”,17 la que tuvo su continuidad en nuevas versiones hasta llegar al “Santa Fe IV” (2000). Centrar la atención en ellos, en especial a su progresión, obedece a que fueron renovando las formas de captación de intelectuales mediante múltiples recursos tales como donaciones, becas, premios, la mediación de sponsors, etc. Si bien se instrumentan en buena medida a través de grandes empresas, fundaciones, institutos, los que necesariamente tienen que estar en la superficie, son menos visibles las consecuencias de este nuevo “mecenazgo” sobre los intelectuales complacientes. La “aldea global” Vs cultura americana Es evidente que la “globalización” fue una de las estrategias imperiales más efectivas en el plano de producir cambios en hábitos culturales, arraigados largos años en los meandros proteccionistas del “Estado de Bienestar”. Una de sus facetas es el confinamiento de nuestras identidades al rincón de los exotismos, situación que nos remite a que el “pensamiento único” también ejerce su efecto uniformador en el plano estético. A ello debe agregarse que la “aldea global” no se detiene en las metrópolis nacionales sino que se reproduce en el mecanismo centro-periferia de nuestros propios países latinoamericanos. Son numerosas las indagaciones que a la hora de analizar la globalización o la hegemonía del mercado sobre el Estado, enumeran variables económicas y sociales, llámese desnacionalización, dependencia, desarticulación del mercado interno, doble exclusión -social y territorial-, etc. Por su pertinencia al tema aquí abordado, nos interesan otros estudios que focalizan su atención sobre las consecuencias regionales en el plano cultural y, especialmente, en el mundo de la palabra. Precisamente, el plano del lenguaje, fue y es un recurso para diversos planes de sometimiento. No olvidemos la utilización que las clases dominantes hacían de la literatura, mostrándola como expresión de la “identidad nacional”. Ese fue precisamente uno de los espacios de disputa y un caso de cuestionamiento a tal ligadura lo ofreció el ecuatoriano Agustín Cueva. (Beigel, 1995) De la misma manera y con la complicidad de los grandes medios de comunicación, se alienta un lenguaje vaciado de sentido y ello -observa Adolfo Colombres (2004)- sólo sirve para poner trabas a todo acto capaz de transformar la realidad. Deviene en un neo-lenguaje que carece de “poder nombrador”. La gravedad del tema es que el lenguaje -aclara el mismo

17 Edgar Morisoli (2005) expresa estas frases en su trabajo “Fábula del Tiburón y las Sardinas”.El ALCA y la cultura: algunas reflexiones. La metáfora usada por el guatemalteco Juan José Arévalo para titular su libro, es utilizada por el autor para advertir los efectos que sobre la cultura tendría un proyecto de dominación como el ALCA, un año antes de su hundimiento hemisférico en la Cumbre de Mar del Plata’2005.

autor- no es sólo el instrumento de comunicación de un pueblo, ya que en él reside su modo peculiar de abordar el conocimiento. Es necesario que nos ubiquemos históricamente. La desaparición del llamado “comunismo real” en el este europeo fue un acontecimiento que provocó virajes en muchos sentidos, desde la inauguración de un mundo “unipolar” hasta un discurso “posmoderno” que se presenta como una teoría del “desencanto”, postulando el fin de las ideologías y de la historia, el pragmatismo y la desilusión. Para ambos “finales” se aplican mecanismos de naturalización, es decir de ocultamiento de la condición histórica de lo que presentan como “natural”. Los carriles avanzan desde una profunda depresión y crisis ideológica hasta una acelerada ofensiva de un capitalismo “salvaje” con gravísimas consecuencias en el plano de la cultura. Precisamente, una de esas secuelas fue la incorporación al mundo académico y mediático del concepto de “globalización”. Es evidente que todo este andamiaje necesita la complicidad de “intelectuales orgánicos”, funcionarios y grandes medios de información. De una forma más sofisticada y sugerente que cuando el biologismo o el integrismo hispanizante hegemonizaban la vida cultural, la concentración de la propiedad de los medios y el control supranacional de la comunicación, fueron y son un formidable viaducto por donde el poder ingresa en el “sentido común”. Este proceso repercute con rigor en las industrias culturales, un mercado muy particular por el que circula la parte más significativa de los contenidos simbólicos. Quizás por ello es el tono de epopeya con que afirmara Walter Benjamín: “Cada línea que podamos publicar ahora -tan incierto como sea el futuro al que las abandonamos- es un triunfo arrebatado al poder de las tinieblas”. (Benjamín / Scholem, 1987) ¿Cómo revierten estas tensiones ideológicas en la intimidad del intelectual? Una forma, claro está, es la resistencia colectiva. Otra forma, opuesta a la anterior, es la complacencia, pasar de la duda a la resignación, camino gradual hacia el “torremarfilismo”, concepto que referencia tanto a José Carlos Mariátegui y su “Torre de Marfil”, como a las advertencias de Antonio Machado. Con ello se alude no sólo a un descompromiso con el pueblo sino también a un “extrañamiento” temático. Adolfo Colombres lo dijo con palabras claras: “...hay quienes creen que se puede pensar, escribir o actuar desde ningún lado, y que para ser universales hay que borrarse toda identidad y escribir desde el aire”. Se presentaba ahora la obligación intelectual y militante de hacer frente a un desafío diferente, despersonalizado, con un rostro diseminado en múltiples hábitos y discursos cotidianos, de fuentes ignotas pero con ingreso abrumador hasta en el “interior del interior” de nuestros países. Todo esto llevó a profundizar las respuestas ya insinuadas, a desentrañar el

meollo de ese mundo hostil y a encontrar un atajo para la esperanza, la que nuevamente apareció en clave latinoamericana. Un camino posible de analizar la resistencia es indagar, también como “estudio de caso”, los trabajos elaborados por el escritor Edgar Morisoli18 y las producciones de un colectivo cultural regional,19 una manera de inducir la cosmovisión americana a partir de elaboraciones construidas en la intimidad de una de sus tantas tierras de “frontera interior”. Estos trabajadores de la cultura compartieron desde inicios de los ’80 diversas experiencias que dieron a luz una historia grupal alrededor de una necesidad tan básica como difícil: descubrir la singularidad, la identidad de la tierra donde se vive. Observado desde lo social, los protagonistas provenían de las capas medias urbanas y, en menor medida, de sectores vinculados a oficios del trabajo rural. La temática de los mensajes estuvo impregnada del horror y a su vez alentada por el retorno de la democracia, para luego alcanzar nuevos horizontes ideológicos. Para dimensionar este juego, es oportuno remitirnos a Pierre Bourdieu (1980). En su concepto de “campo cultural” está implícito que para acceder a una obra, debe conocerse la historia de su campo de producción. Quienes participan de él -agrega- tienen un conjunto de intereses comunes, un lenguaje, una “complicidad”. Precisamente, el campo, el derrotero del cuerpo de representaciones que fue articulando ese sector de la intelectualidad regional puede abordarse desde cualquier área de las ciencias sociales, por ejemplo desde la sociología de la cultura, en tanto campo del conocimiento que estudia la dimensión cultural de los fenómenos sociales. Desde las historias sumergidas Diversos documentos de nucleamientos de escritores y su comunidad de vida cultural advierten que las claves para “descubrir” la cosmovisión regional y americana, sus identidades, no están a simple vista. Hay un ocultamiento intencional que debe contrarrestarse con una indagación, una inmersión en esos abismos. De acuerdo con ellos, hay una “historia sumergida” que nos puede suministrar algunas valiosas claves, con la intención de arribar a una primera aproximación a la identidad cultural de la región, cuya caracterización se califica de “esquiva”. ¿Y por qué rehúye ser avistada fácilmente? Porque remite al mundo de los pueblos originarios, “una

18 Desde Salmo Bagual (1957) a Pliegos del Amanecer (2010), el escritor Edgar Morisoli desarrolló una vasta obra poética. Su compromiso social está presente desde los comienzos de sus trabajos y entre otras distinciones, en 1997 fue premiado con el “Reconocimiento a los Creadores”, otorgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. 19 Este movimiento incluye, además de escritores, a artistas plásticos y de la danza, teatreros, músicos, videoastas y en esa diversidad -o por ella- discurren las afinidades, potenciadas a través de una práctica horizontal, reacia a las disciplinas orgánicas, con las ventajas y desventajas que esto supone.

cultura americana de la resistencia…defendida en su autenticidad desde condiciones extremas de marginación…” Estas definiciones parecen ser tributarias del concepto de “alma popular” de Antonio Machado y en razón de ello se afirma que esa cultura -pese al “poder deformante de los mass media- es la menos alienada…la que mejor resiste el embate de la alienación planificada por los centros de poder”. (Morisoli, 1987) El rumbo propuesto consiste en extraer de esas profundidades las claves de la afirmación identitaria para instalarlas a nivel de la conciencia, perspectiva que ya era augurada hace ocho décadas. El catalán refugiado en Cuba Martí Casanovas, coeditor de la Revista de Avance junto a Alejo Carpentier y cuyos textos también aparecen en la revista Amauta de José Carlos Mariátegui, preveía ya en aquellos años las potencialidades que estamos explorando. Lo dijo así: “En la América indolatina hay un fondo virgen todavía de inagotable facundia, que es la realidad esencial de la ascendencia aborigen”. (Verani, 1986) Heredades y usufructos compartidos. Sintéticamente, la primera línea de esos valores extraídos de las “historias sumergidas” estaría compuesta por la concepción de la tierra como “patrimonio común, como heredad colectiva” y la idea-fuerza de “usufructo compartido” y no de “apropiación”. (Morisoli, 1998) La importancia de este principio estriba en que es uno de los hilos conductores a la cosmovisión americana pues se reproduce en diversas culturas de América. De la misma manera, se observa en ellas una concepción unitaria y armónica entre hombre y naturaleza, lo opuesto a la noción de lo inerte. Es necesario explicitar una cuestión de vital importancia: la apelación a las “historias sumergidas” no agota la búsqueda de elementos comunes para enhebrar esta cosmovisión. También la componen las huelgas de colonos arrendatarios, los movimientos obreros, las luchas contra la devastación de nuestros recursos. De esta manera, estos movimientos protagonizados por estratos medios urbanos lograban vincularse con otros -algunos sólo desde lo teórico, otros llevando el mensaje a su práctica- profundizando al fin el enlace incipiente que habían experimentado en décadas pasadas. Una de las facetas que más nos interesa destacar es que el rescate histórico no está motivado en descubrir un mundo perdido -nuestra “pre-historia”- sino en la vigencia de esos valores y la necesidad de reponerlos en marcha. Con ello, estamos anticipando el modo de ser y estar en una nueva sociedad, lo que nos lleva a incursionar en la relación entre memoria y utopía. Tal posicionamiento ante el tema guarda relación con un término –el indigenismo- generalmente utilizado para significar tendencias muy diversas. Las posturas que indican los textos a que hacemos referencia

remiten al concepto que José Carlos Mariátegui otorgó al “indigenismo revolucionario”, lo que expresaba un quiebre con las concepciones que otorgaban al indígena una representación de lo pre-nacional.20 Necesitamos ubicarnos en lo temporal. Durante la década de 1980, años de retorno a las democracias, la temática del cambio estructural (“liberación o dependencia”), de fuerte presencia hasta la última dictadura militar, fue desplazada hacia aspectos constitucionales (“democracia o dictadura”). Pero fue en la década de 1990 cuando la teoría y la práctica del neoliberalismo alcanzaron en Argentina y Sudamérica su mayor intensidad. En ese escenario de “capitalismo salvaje”, conceptualmente refractario a aventuras del pensamiento ¿qué se entiende por el “brumoso” término de utopía? Entre mitos y utopías. El lugar de la memoria Como es un concepto que ha sido adulterado hasta el extremo de presentarse en sociedad una “utopía conservadora”,21 bienvenidas sean las aclaraciones. Estas breves palabras son para introducirnos en la doble relación de la utopía con la memoria y con los mitos. El énfasis en las “historias sumergidas” y en el devenir de la región es porque de su singularidad arranca el camino hacia la cosmovisión americana y la utopía. Para observar esos enlaces, nos podemos valer de Mariátegui, quien sin reparo alguno señaló que “No es posible atender y descubrir lo real sin una afinada fantasía”. Por otro lado, siguiendo a Adolfo Colombres, “poco sentido tiene separar obsesivamente los caminos de la razón y el mito, pues toda mente precisa…de esa dialéctica que va del pensamiento lógico a la osadía del sueño”. Es conveniente aclarar algunos términos. En primer lugar, hay mitos en su acepción antropológica y otros son mitos arraigados en la memoria popular (gesta de pobladores, historia de perseguidos), ubicados también en la memoria histórica de los pueblos. Uno de ellos atesora la gesta trunca de nuestras emancipaciones, la “revolución inconclusa” que subyace en todo escenario de utopía americana. Una de las consecuencias de abordar nuestras realidades con todo ese horizonte de subjetividades, es reinterpretar el término “barbarie”, en tanto compromete el futuro de la humanidad y de esta manera se le extirpa su tradicional connotación eurocéntrica. Entonces, la opción de la humanidad -afirma Morisoli (1993) con todos los signos de la necesidad y la urgencia-

20 La revista “Amauta” constituyó el eje por el que transitó el proyecto estético-político de Mariátegui, quien entendía la nacionalidad de manera diferente que los círculos dominantes. La concebía como un proyecto tendiente a integrar la memoria histórica y satisfacer las necesidades sociales de todos los habitantes. Ver Beigel, Fernanda (2003). 21 El neoliberalismo sacraliza el mercado y aspira a una “sociedad perfecta”, sin ningún tipo de restricciones y regulaciones. Al pronunciar su utopía, paradójicamente, se siente “realista”. Hinkelammert (1993)

“es la barbarie del mercado…o el profundo humanismo de la cosmovisión americana”. Esta dicotomía, así enunciada, apunta a un horizonte ideológico, una perspectiva de sociedad postcapitalista que estaba ausente en pronunciamientos de los sectores medios en décadas pasadas. Es además antagónica con el par civilización-barbarie que se había instalado con fortaleza de “sentido común” en el continente. También con el biologismo de esa primera época y de la que hegemonizó el nacionalismo restaurador, con lo cual podemos anticipar que se produjo un salto cualitativo en cuanto al nivel de la confrontación. La universalidad de la utopía. Es necesario explicitar claramente la aspiración universalista de la utopía pues de lo contrario se confundirían los pueblos de todos los continentes y sus luchas tan épicas como las americanas, con los intereses de sus clases dominantes. Este cuidado puede asumirse a partir del rescate y puesta en valor de las voces de Noam Chomsky y James Petras, entre otros. Es pertinente alertar, entonces, sobre la injusticia que significaría identificar a todo un pueblo con los sectores dominantes o los intelectuales funcionales a ese poder. Esta afirmación implica la negación de todo nacionalismo xenófobo, de todo regionalismo chauvinistas y que, a la inversa, para arribar hasta una altura de cosmovisión, es necesario trascender de lo regional dentro de cada país, a lo nacional y a lo americano, “todo ello en círculos concéntricos interactuantes”. (Morisoli, 2000) Los maestros. Más allá de la influencia de pensadores de gran predicamento “puertas adentro” de cada país (Rodolfo Puiggrós, por citar tan solo un nombre argentino), los impulsores de las posturas aquí señaladas se han impregnado de las ideas emitidas por maestros latinoamericanos en esa imperecedera práctica de pensar y repensar la realidad para transformarla. Con el riesgo de dejar sin mencionar personajes importantes, iniciaremos el itinerario con Adolfo Colombres y José Carlos Mariátegui, a los que aludimos con sus aportes. También podemos referenciar a Aníbal Ponce en su etapa final en México, a Pedro Henríquez Ureña, quien pudo ofrecer sus sueños de la unidad americana y de la justicia en su vasto territorio o bien al educador y político guatemalteco Juan José Arévalo. No es difícil conjeturar que todas estas citas son derivaciones de la lectura de los pensadores de la emancipación americana, por caso Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar. En esa misma línea histórica se ubica José Martí, autor de obras que encuentran su proyección contemporánea en Roberto Fernández Retamar.

Un párrafo aparte merece Antonio Machado, en este caso como pensador y ensayista. Creemos que además de las influencias individuales, son ilustrativos los “climas” ideológico-culturales. Podemos comenzar por el de la década de 1950. Autores de enorme gravitación que dedicaron obras completas a la cuestión cultural, vieron la luz precisamente en esos años. Nos estamos refiriendo a Bertolt Brecht, Walter Benjamín, Georg Lukács, Antonio Gramsci, Theodor Adorno, Ernst Bloch, Cesar Vallejo y el ya citado José Carlos Mariátegui, entre otros. Algunos de ellos constituyeron la primera generación “culturalista” que experimentó la alianza entre marxismo y vanguardismo, hasta su posterior fractura y debacle por imposición del “realismo” oficial en los socialismos reales. Este proceso y su desenlace, entre otras causas que coartaron la individualidad en su acepción libertaria, llevaron a nuestros intelectuales a postular una creación que podemos calificar “sin cauces obligados”. En esa misma línea se ubica el nombre del mexicano José Revueltas, considerado de manera individual o junto a Mariátegui, para quien era inaceptable el intelectual ambiguo, neutro. Revueltas recurrió al pensador peruano para argumentar sus planteamientos estéticos a los que denominó “realismo crítico dialéctico” en rechazo a toda orientación artística impuesta y para enlazar lo particular con lo universal. Revueltas, a su vez, desarrolló esta articulación a partir de la vida indígena, en especial del uso comunal de la tierra, lo que nos pone en contacto con el concepto de “usufructo compartido” que hemos desarrollado para nuestra “historias sumergidas”. No es ajena a esta perspectiva, la mención de Arturo Roig, una de las figuras más reconocidas de su tierra natal, Mendoza. Roig buscó develar lo que la perspectiva hegemónica ha invisibilizado, esto es sacar a la luz esa parte de la realidad ocupada por el vencido, el “natural”, el “primitivo”. Todo parece indicar que junto a Alberto Rex González y José Revueltas, entre otros, brindó los insumos para descubrir las profundidades que condujeron a la cosmovisión americana. En esta nómina debemos agregar a Rodolfo Kusch, analizando el mundo andino con su “América Profunda”. También podemos nombrar a Cesare Pavese con su “Oficio de Vivir”, Juan L. Ortiz, William Faulkner y Saint-John Perse. La búsqueda de corrientes gravitantes en la formación encontró a diferentes vertientes del marxismo y también al anarquismo en sus exponentes americanos, por ejemplo Ricardo Flores Magón, Rafael Barrett, Aberto Ghiraldo y el dramaturgo Rodolfo González Pacheco, por citar sólo algunos. La nómina incluye a algunos de los contemporáneos: el poeta y ensayista Luis Franco, podríamos decir un filósofo por su visión dialéctica y laica de la existencia, por su defensa intransigente de la libertad. También a Osvaldo Bayer, cuyas investigaciones fueron claves para incorporar a las

gestas obreras como una de las columnas componentes de la heredad cultural. Podemos culminar este recorrido con otros maestros formadores de definida pertenencia ideológica como Roger Garaudy, marxista con varias revisiones en su haber. Con su estética antidogmática, pudo decir: “El realismo de nuestro tiempo es creador de mitos, realismo épico, realismo prometeico”, frase que nos conduce a la relación entre mito y realidad que hemos tratado durante nuestro desarrollo temático. Palabras finales Nos parece pertinente sintetizar que la réplica a las ideas dominantes durante las etapas aquí consideradas alcanzó su mayor nivel en el devenir de esas confrontaciones y no al margen de éstas, materia prima de la concepción que otorga un carácter unitario a la lucha de opuestos. Entonces, cobra relevancia el enlace de estas producciones y sus antítesis con sus embriones del pasado. Algunas relaciones entre momentos de un proceso hemos ido ya desagregando en el transcurso de este ensayo. En lo atinente al movimiento obrero, focalizado en torno al “pueblo productor” como sujeto social, nos permitimos señalar similitudes y diferencias entre los períodos considerados. La conclusión es que, en el tránsito de uno a otro, el antagonismo se reprodujo a partir de los cimientos del momento anterior y sobre esa base comparativa es que se observan saltos cualitativos. Puede observarse, en la segunda parte, un inédito enlace de las resistencias entre las clases obrera y media cuando las crisis y las voracidades del capital afectan a ambas con igual intensidad. Además, en los estratos medios se han ido perfilado horizontes ideológicos hacia sociedades postcapitalistas, cuando -hasta entonces- tal búsqueda estaba reservada para las clases más subalternas. En el plano teórico, ha demostrado asimismo su fertilidad el concepto que, revalorizando la autenticidad indígena, fue elaborado en derredor del “usufructo social, compartido” y su proyección desde lo regional a lo nacional y lo americano, desplegándose en círculos de generalidad creciente. En nuestra opinión, esta idea de una cosmovisión, vivida y pensada en un espacio regional, donde los mitos, la memoria y la utopía despliegan sus potencialidades, es uno de los mayores aportes intelectuales que se traducen de los trabajos cuyos temas cardinales hemos analizado. En efecto, las históricas relaciones que hemos desgranado entre momentos insinúan un avance en el despliegue espiralado de la dialéctica. Ahora bien, resulta inevitable la presencia de un concepto más, el de necesidad. Lejos de nuestra intencionalidad presentar estos momentos como un proceso de final inexorable ¿Es necesidad sinónimo de inevitabilidad? Parece, en cambio, que lo que está en juego es la “categoría de peligro”. El

futuro oscila entre la liberación de todo sometimiento y el espectro de un sometimiento mayor. Como afirmara Milcíades Peña, con acentos benjaminianos, “…las más grandes posibilidades de crear un mejor destino humano van incesantemente acompañadas por las más tremendas posibilidades de volver hacia atrás y anular todo futuro humano”. (Tarcus, 1996)

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