Upload
ana-laura
View
52
Download
13
Embed Size (px)
Citation preview
01/05/1983
Territorio minado
François-Xavier Guerra
(Más allá de Zapata en la Revolución Mexicana)
Desde fines de los años sesenta una amplia corriente de revisión histórica hurga con
nuevos modos -y nuevas necesidades políticas, dada la quiebra del milagro mexicano- la
realidad y el sentido del movimiento que conocemos como Revolución Mexicana. Está lejos
de ser sólo un empeño académico. Las instituciones y la ideología vinculadas a aquel
movimiento siguen siendo el horizonte histórico insuperado en que se mueven la sociedad y
la política mexicanas. Francois Xavier Guerra explora en Territorio minado un aspecto
crucial para la elucidación de ese pasado vigente: el peso decisivo de las regiones mineras
norteñas en el levantamiento maderista de 1910, la persistencia en medio de la brusca
modernización porfiriana de "zonas frágiles" que cobijaron los gérmenes de la rebelión en
un contexto de crisis económica externa y crisis agrícola y productiva interna. La
inquietante analogía de aquella sacudida del norte minero porfiriano con fenómenos
similares de brusca modernización y crisis múltiple en el México petrolero de los ochenta,
habla por sí misma de la pertinencia y la profundidad históricas del ensayo de Guerra,
cuya versión primera apareció en la revista Annales. Economies. Societés. Civilisations,
año XXXVI, no. 5, septiembre octubre de 1981.
Francois Xavier Guerra es miembro del centre de Recherches d'Histoire de 1'Amerique
Latine en la Universidad de París I. Completa actualmente el más amplio diccionario
biográfico-histórico social y político- de las élites gobernantes mexicanas desde la época
porfiriana hasta la fecha.
Primera revolución del siglo XX, primera gran perturbación social de la América Latina
contemporánea, la revolución mexicana ha sido el tema de innumerables estudios cuyas
interpretaciones pueden diferir en el detalle pero se articulan esencialmente en torno a las
ideas de revolución política y de revolución agraria. Fue una revolución política porque el
sistema que Porfirio Díaz establecido en 1876, resultaba para 1910 particularmente rígido e
incapaz de garantizar el ascenso social de las clases medias. Fue una revolución agraria
según la han descrito francois Chevalier y otros después de él porque como consecuencia
de las leyes liberales de 1856 numerosas comunidades campesinas habían sido despojadas
de sus tierras, y muchas otras sufrieron todavía en 1910 la ofensiva del latifundio moderno.
(1)
Al subrayar únicamente estos aspectos se corre el riesgo de olvidar otros igualmente
importantes, como el papel que jugaron en la revolución los sectores y las regiones más
modernas del país, aparte de que las interpretaciones que hemos mencionado no vinculan
con claridad los problemas políticos -en los que se concentra la campaña de Madero y que
son la base de su llamado a la insurrección (noviembre de 1910)- con las rebeliones
agrarias.
Según la hagiografía revolucionaria, la opresión social y política determinó que el llamado
insurreccional de Madero se convirtiera en el levantamiento nacional que arrasó al régimen
porfirista. Desafortunadamente y por extraño que parezca la mayor parte de los jefes
revolucionarios que aparecen en escena en junio de 1911 -después de la renuncia de
Porfirio Díaz- no aparecen por ningún lado en marzo de 1911, tres meses después del inicio
de las hostilidades. El mismo Zapata que en cierta forma encarna la revolución agraria, no
se levantó en armas sino hasta el 10 de marzo de 1911, después de saber el triunfo del
movimiento revolucionario en el norte y sobre todo en Chihuahua.
Para comprender la naturaleza de la primera fase de la revolución es conveniente fijar la
atención precisamente en los levantamientos y en particular en el norte del país. ¿Quién se
levanta, cuándo, dónde?
I. EL ESTALLIDO
El mapa de los levantamientos maderistas (mapa 2) sorprende tanto por la estrechez de los
inicios como por la progresión de los movimientos en una zona geográfica bien
delimitada.(2) Los preparativos del levantamiento en ciudades como Culiacán, Guadalajara,
Chihuahua, Hermosillo, y en algunas localidades del estado de Veracruz y de Puebla,
fueron descubiertos sin dificultad, sus instigadores detenidos sin que hubieran podido
siquiera utilizar sus armas o aplastados inmediatamente, como fue el caso de Aquiles
Serdán en Puebla. Algunos pudieron escapar, solos en pequeños grupos, hacia las montañas
y los encontramos después en Sinaloa y Veracruz, núcleos de grupos revolucionarios. Un
segundo tipo de intento tiene como punto de partida Estados Unidos. Refugiados políticos,
como el propio Madero, intentan cruzar la frontera y lanzan expediciones hacia el interior
de México con el apoyo de complicidades locales. En Piedras Negras y Ojinaga el fracaso
de esos intentos fue absoluto. Por último, se producen verdaderos levantamientos. Algunas
conspiraciones tienen éxito como las de Jesús Agustín Castro, Orestes Pereyra, Martín
Triana y otras ochenta personas en Gómez Palacio, en la región de la Laguna. Hay
levantamientos que son apenas insurrecciones de unos cuantos en pueblos del norte del país
(Cástulo Herrera y Pancho Villa en San Andrés y Santa Isabel, Toribio Ortega en Cuchillo
Parado, Chihuahua; los hermanos Arrieta en Canelas, Severino Ceniceros y Calixto
Contreras en Ocuila y Cuencamé, Durango). En otros casos se trata de ataques masivos que
llevan a cabo varios centenares de hombres de los pueblos de Santa Bárbara, Balleza y
Cuevas contra el gran centro minero de Hidalgo del Parral, intentos que también fracasan y
terminan en pequeñas bandas de asaltantes que se refugian en zonas de difícil acceso.
Hay solo una región muy precisa -el occidente de Chihuahua- donde la rebelión triunfa
desde un principio y logra mantenerse viva en pueblos y en ciudades pequeñas: San Isidro,
con Pascual Orozco, Santo Tomás con José de la Luz Blanco, Temosachic, Bachíniva,
Matachic, Moris con Nicolás Brown, Tomochic, Carichic...
El mes de diciembre confirma esta primera distribución geográfica. La rebelión de la zona
occidental de Chihuahua se extiende hacia Janos en el norte y Batopilas en el sur, pero
también hacia el oeste donde algunas bandas aparecen en la mina El Barrigón en Sonora, y
hacia el oriente en dirección de Satevo. La rebelión de las montañas occidentales de
Durango se fortalece cuando Copalquín y las minas de Río Verde, en el distrito de San
Dimas se suman a las rebeliones de Canelas. Un mes y medio después de iniciadas las
hostilidades, la zona principal de la revolución maderista muestra contornos perfectamente
definidos. Incluye esencialmente el eje montañoso de la Sierra Madre occidental y se
extiende los estados de Chihuahua, Sonora, Durango y Sinaloa. Un norte de México
singular: de agricultura precaria de montaña y bosques, es sobre todo el México de las
minas.
Enero es un mes difícil para la rebelión. A pesar de su debilidad y de su inadecuación para
combatir a las guerrillas, ejército federal lanza una ofensiva y recupera inclusive Ciudad
Guerrero, eje de la revolución en Chihuahua, así como los centros mineros de Urique y
Batopilas. A pesar de tos descalabros, el núcleo de la rebelión en el occidente Chihuahua
envía una expedición de más de mil hombres hacia el norte. Es en ese momento cuando la
región occidente de Durango, que presenta las mismas características, se suma a la
revolución y los municipios de Topia y de Tamazula son rodeados por completo. Son
movimientos que contrasta con las derrotas de Villa y de algunos grupos dispersos en
centro-sur de Chihuahua, zona de latifundios, donde los revolucionarios se ven obligados a
replegarse hacia las sierra del norte de Durango. Es así como la rebelión maderista se
arraiga en la zona de las montañas y las minas.
En febrero la situación mejora para los rebeldes. El ejército federal abandona
definitivamente el occidente de Chihuahua y la rebelión se extiende a la región de las minas
del oriente de Sonora. Se producen levantamientos en las minas del centro de Chihuahua
(Naica, Santa Eulalia, en Aldama). Fracasan, pero son una prueba de la multiplicación los
núcleos rebeldes. También por primera vez después tres meses de lucha, surge un nuevo
núcleo en el sur del país: el de Gabriel Tepepa, anterior inclusive al levantamiento Zapata
en Morelos.
El viraje decisivo de la revolución se registra en la segunda quincena de marzo. Toda la
sierra de Durango está para entonces en manos de los revolucionarios y empiezan a
desbordarse hacia la planicie de la costa (Badiguarato, Guamúchil, Mocorito) y hacia la
región minera del sur de Sinaloa (Pánuco). Algunos núcleos dispersos en Durango y en
Zacateca atacan ciudades del centro: Jesús Agustín Castro en Villa Hidalgo, Durango; Luis
Moya inicia una larga cabalgada que lo lleva al sur de Durango y a la región minera del sur
de Zacatecas (Juchipila, Mezquital del Oro, Nochixtlán). En Sonora los revolucionarios
sufren reveses en Ures y en Agua Prieta. Pero sus fracasos prueban también que han
adquirido suficiente fuerza para atacar localidades importantes. Por último, a principios de
marzo, los hermanos Figueroa se sublevan en la región minera de Huitzuco, Guerrero. El
10 de marzo se inicia la insurgencia zapatista.
En abril la rebelión crece como una mancha de aceite. Las tropas del occidente de
Chihuahua, donde sólo resisten las minas aisladas de Chínipas, asedian la ciudad fronteriza
de Ciudad Juárez. En Sonora, la también fronteriza Agua Prieta cae por unos días en manos
rebeldes. El ejército federal sólo puede controlar algunos puntos claves del ferrocarril. En
Durango las tropas bajan de las montañas occidentales a los llanos del centro y rodean la
ciudad capital; en el oriente caen las ciudades mineras Indé y Mapimí. Velardeña,
Cuencamé, San Juan de Guadalupe, luego Nazas y Gómez Palacio. Toda la región de
agricultura de irrigación de La Laguna, entre Durango y Coahuila, sufre las embestidas de
los revolucionarios. En Sinaloa los combates inundan las llanuras centrales y en el norte y
la región minera del sur caen Palmillas, Guadalupe de los Reyes, San Ignacio y Concordia.
A fin de mes el puerto de Mazatlán está totalmente rodeado. En Zacatecas la tropa de Luis
Moya llega a los grandes centros mineros: Fresnillo, Nieves, Sombrerete. En el sur la
rebelión de los Figueroa se extiende en Guerrero, la de Zapata en Morelos y en Puebla
donde logra apoderarse por unos cuantos días de Izúcar de Matamoros.
Finalmente en el mes de mayo triunfa la revolución. El día 9 Orozco y Villa toman por
asalto la ciudad fronteriza más importante, Ciudad Juárez. El éxito militar precipita la firma
de un armisticio el día 18 y el 21 se concluyen acuerdos de paz que prevén la formación de
un gobierno provisional. En los días que siguen a la victoria, sobre todo después de la firma
de los acuerdos de paz, las tropas revolucionarias en campaña atacan otras ciudades que
escapan a su control. Luego de sangrientos combates el 15 cae Torreón en La Laguna,
Iguala el día 12, Cuautla el 19, Culiacán el 30, Mazatlán el 6 de junio. En Chihuahua y en
Sonora gracias a acuerdos firmados los maderistas no encuentran resistencia para ocupar
ciudades que todavía estaban en manos del ejército federal. En el resto del país, núcleos
revolucionarios dispersos crecen en unos cuantos días y sin ninguna resistencia entran en
San Luis Potosí, Córdoba, Orizaba, Saltillo, Pachuca, etc. La fase militar de la revolución
maderista, llegó a su fin a principios de junio de 1911.
De esta exposición sumaria podemos derivar algunas conclusiones. Primeramente, el
carácter decisivo de los levantamientos del norte del país: Chihuahua, Sonora, Durango,
Sinaloa, el sur de Coahuila y de Zacatecas, y dentro de estos estados las regiones de la
Sierra Madre occidental. En segundo lugar la importancia de las minas y de las zonas
mineras. Casi todas las regiones que hemos mencionado pertenecen a categoría (mapa 3).
Las excepciones son raras: el centro-sur de Chihuahua -región de latifundios que se vió
afectada por los levantamientos de los villistas-, las regiones de agricultura moderna de
irrigación de Sinaloa y de La Laguna y el centro-sur zapatista. Sin embargo, inclusive estas
excepciones confirman la prioridad de los focos mineros (solo a partir de marzo de 1911
Villa obtiene verdaderos éxitos).
Estas ciudades y pueblos proporcionan a los rebeldes lo esencial de sus tropas. La ruta que
siguió Jesús Agustín Castro en el oeste de Durango en los meses de marzo-abril de 1911
ilustra el mecanismo de reclutamiento:(3)
Fecha Localidad Efectivos Efectivos
antes de al abandonar
la toma de la localidad
la localidad
31 de marzo Villa Hidalgo 80 hombres 100 hombres
1991
8 de abril Indé 50 hombres 170 hombres
1991
15 de abril Nazas 170 hombres 400 hombres
28 de abril Mapimí Varios 1100 hombres
1991 centenares
Podrían darse más ejemplos, que confirmarían que el grueso de las tropas revolucionarias
proviene de las localidades conquistadas y, en consecuencia, de las localidades mineras.(4)
La sociedad pionera del norte, cuyo elemento constitutivo esencial fueron las minas, es la
que hay que estudiar para comprender el origen de los levantamientos revolucionarios.
II. TERRITORIO MINADO
Desde el siglo XVI el norte fue la zona de expansión privilegiada de México. Ganaderos y
agricultores, comerciantes, soldados y misioneros siguen la huella de explotadores mineros
en los inmensos espacios semivacíos que sólo indios nómadas recorren. Las minas son el
motor de la expansión de la Nueva España, en función de ellas se organizan los
poblamientos, la agricultura y el comercio. El porfiriato reanuda con un ritmo
impresionante la expansión hacia el norte, que en algunos estados adquiere entonces los
rasgos de una verdadera fiebre.
El auge minero, renglón esencial de la economía del porfiriato, gira en torno a metales
preciosos. La producción de plata pasa de 607 toneladas métricas en 1877-1878 a 2 mil 305
en 1910-1911; el oro de mil 105 kilogramos en 1877-1878 a 37 mil 112 kilos en 1910-
1911. Pero la verdadera novedad para México es a partir de 1891-1892 la producción
sostenida de metales industriales y combustibles de tal suerte que en 1910-1911, pese a su
espectacular crecimiento el valor de los metales preciosos representan sólo el 53.9% de la
producción minera mexicana.
Este auge corresponde al crecimiento de las regiones septentrionales: la producción se
desplaza continuamente hacia el norte. En 1900 Chihuahua, Durango, Baja California e
Hidalgo -único estado de la región tradicional del centro-, se sitúan a la cabeza de la
producción, seguidos de Sinaloa, Sonora, Zacatecas, Coahuila y San Luis Potosí, también
en el norte. Nada más los estados del norte aportan el 75% de la producción minera
mexicana. En 1907 cuando estalla la crisis económica, representan todavía 57% de esta
producción.
El auge de la economía minera se explica en primer lugar por los cambios políticos que
acarrea el porfiriato. El objetivo de Porfirio Díaz era restablecer y mantener la paz como
condición indispensable del progreso económico. La seguridad de las vías de comunicación
y la eliminación de las bandas armadas que infestaban el país permitiría por sí misma el
reinicio de las actividades económicas. Era también una manera de ganarse la confianza de
los inversionistas nacionales y extranjeros. Después de la paz, el ferrocarril: 600 kilómetros
en 1877, 19 mil en 1910. La orientación de las líneas ferroviarias, casi en su totalidad
construidas por compañías extranjeras, favoreció los lazos entre el norte y el sur y abrió
México a Estados Unidos. Las rutas ferroviarias responden casi siempre a la localización de
las minas cuya intercomunicación es una prioridad.(5) En efecto, sólo las explotaciones
mineras hacen rentables las inversiones en una primera etapa. Después surgirán otras
actividades en las regiones que el ferrocarril ha abierto a un mercado nacional en formación
(modernización de la agricultura en Sinaloa y Sonora, La Laguna, San Luis Potosí). Se
anuncia así una nueva distribución del espacio en función del diseño de las vías y sus
destinos: las zonas mineras de la frontera con Estados Unidos. Este desarrollo trajo
consecuencias de todo tipo: migraciones considerables hacia las regiones adonde llegaba el
ferrocarril y hacia Estados Unidos, crecimiento de antiguas ciudades ahora
intercomunicadas y surgimiento de nuevos centros urbanos que crecen aceleradamente
(Torreón tenía 2 mil habitantes en 1890 y 34 mil 200 en 1910), cambio de mentalidades,
modos de vida y comportamientos políticos, casi todos los movimientos políticos del
último decenio del porfiriato se concentran en las ciudades que se benefician del
ferrocarril).
El desarrollo de la actividad minera y el flujo de las inversiones impuso modificaciones
legales. Según L. De Launay, en 1903 director de la Escuela de Minas de París, había que
abandonar explotaciones tradicionales extremadamente fragmentadas que impedían las
inversiones, y optar por concesiones más extensas fundadas en una propiedad sólida, en la
libre explotación y las facilidades de comunicación, con gastos en función de los
beneficios.(6) A partir de 1884 se modifica una legislación minera que en esencia databa de
la Colonia: se permite primero a los mexicanos y después a extranjeros adquirir
propiedades ilimitadas y se los exime del pago de impuestos. La ley del 6 de junio de 1892
en particular instaura la propiedad a perpetuidad e irrevocable de las concesiones
mineras.(7) Los resultados son inmediatos: en cuatro meses se presentan 847 solicitudes de
consolidación de títulos de propiedad y en 1894 su número se eleva a 5 mil 396. Al mismo
tiempo el gobierno federal y los gobiernos de los estados otorgan cada vez más tierras a las
compañías mineras junto con el monopolio local del comercio, la instalación de
ferrocarriles privados, de electricidad, de telégrafos y de teléfonos, para la construcción de
carreteras, de instalaciones para el tratamiento de los mineros, etc.(8)
Los 797 títulos de concesión minera que había en 1893 aumentaron a 11 mil 865 en 1900-
1901 y a 30 mil 837 en 1910- 1911. El éxito de esta política fue total. Las inversiones
registraron un prodigioso avance de 1.75 millones de pesos en 1892 a 45.44 millones en
1900 y 155.88 millones en 1907. (9) Un porcentaje muy alto de estas inversiones era
extranjero, sin embargo es muy difícil saber a cuanto ascendían puesto que con frecuencia
aparecían conjuntamente con las de las sociedades mexicanas. Lo que sí se sabe es que eran
en su mayoría estadunidenses, ingleses y franceses.
Aún así sería una exageración pensar que la industria minera arrancó súbitamente durante
el porfiriato y que el predominio de la inversión extranjera era absoluto. Los testimonios de
la época sugieren una imagen diferente del sector. Desde principios del siglo XIX el mundo
minero está marcado por el estancamiento, aparece como un mundo azaroso de
exploradores de minas y de pequeños explotadores mexicanos de cuyas filas surgen
personalidades muy fuertes que logran restaurar antiguas minas y descubrir nuevas. Es el
caso de Francisco García, gobernador de Zacatecas en 1830 que restaura las minas de
Proaño en Fresnillo y de los exploradores de Batopilas en Chihuahua que en 1835
descubren las minas del Zorrillo (más tarde las minas de Guadalupe y Calvo, y que serían
explotadas por una compañía inglesa). Es el caso también de la familia de las minas de
Aviño en Durango que se arruinaron a fines del siglo XVIII e intentan renovarlas en 1852.
(10)
Estos ejemplos conocidos y espectaculares tienden a ocultar a la gran masa de pequeños
exploradores y explotadores de minas. Es difícil calcular con precisión cuántos eran, dado
que con frecuencia no declaran su producción; trabajan con instrumentos muy precarios que
compensan los conocimientos que les otorga una larga experiencia de pequeñas
concesiones y de antiguas minas abandonadas. De Launay calcula para 1902 cerca de 14
mil 539 concesiones en actividad, mil 467 de ellas en Chihuahua, gran parte pequeñas
explotaciones de una existencia efímera o intermitente, pero que aún después de 1892
representan un porcentaje importante de la producción minera mexicana. Los pequeños
explotadores representan una parte importante de la producción total aún después de que las
grandes compañías han establecido en 1906 su predominio; según lo observa A. Bordeaux
en 1906-1907:
Cuando estoy en Guanajuato se tratan sobre todo los minerales que traen los mineros de la
región; estos minerales provienen de vetas relativamente nuevas o del espigueo de viejas
obras, de tal manera que me pregunto si esas magníficas fábricas modernas no estarán
pronto en la misma situación en la que están las de Guanaceví, es decir, si no se limitarán a
comprar los minerales y dejarán de explotar ellas mismas las minas.(11)
Por otra parte, aún antes del arribo masivo de sociedades extranjeras, los propietarios
mexicanos emprendieron la modernización de los métodos de explotación de las minas y de
tratamiento de minerales. Un ejemplo de ello son los trabajos que realizó Francisco
Coghlan por encargo del conde Vicente Irizar en las minas de Santa Ana y la Purísima en
San Luis Potosí en 1891: diecisiete kilómetros de ferrocarril eléctrico subterráneo, uso del
aire comprimido, instalación por primera vez en México de los segundos ascensores y
bombas eléctricas que se fabricaron en Estados Unidos y que descienden a 306 metros de
profundidad, cuyo costo asciende a varias centenas de miles de pesos.(12)
Esta producción minera de principios de los años 1890 es todavía plata casi en su totalidad,
extraída frecuentemente con métodos que poco han cambiado desde la Colonia y de los
cuales el más utilizado es el de la amalgama, que no exige instalaciones de gran
importancia.
Las leyes mineras expedidas entre 1884 y 1892 que abrieron la puerta a las inversiones
masivas provocan una modernización acelerada. Haciendas de beneficio modernas
(instalaciones de tratamiento del mineral) en los grandes centros mineros, fábricas
metalúrgicas en Torreón, Aguascalientes, San Luis Potosí y Monterrey, permiten obtener
rendimientos superiores, la explotación de minerales blandos y sobre todo la explotación de
otros metales asociados con el mineral de plata (oro, plomo, cobre, zinc, etc.). Este último
fenómeno explica el crecimiento sostenido de la producción de plata a pesar del derrumbe
de sus precios en el mercado internacional (el índice de precios en Nueva York, 1900 =
100. pasa de 195 en 1877 a 88 en 1903).
La baja continua del precio de la plata provoca sin embargo una transformación progresiva
del sector minero. La mayor parte de las máquina que exige la modernización de las
técnicas de explotación es importada y es necesario pagarlas con dinero devaluado. Las
empresas de capital extranjero pueden hacerlo, pero la modernización se dificulta para las
que pertenecen a mexicanos, propietarios que se ven entonces condenados a mantener los
antiguos procedimientos de explotación de baja productividad y con los que no se pueden
extraer otros metales, o a vender sus concesiones a empresas extranjeras. De manera que la
compra de antiguas minas es más frecuente que la apertura de nuevas. No obstante, los
propietarios mexicanos y los pequeños exploradores y explotadores pueden soportar esta
situación hasta la reforma monetaria de 1905, puesto que una parte importante de los gastos
(los salarios) se pagan en plata a curso legal pese a la baja internacional.
Por último, durante el porfiriato, se abren minas para la explotación de metales industriales:
sobre todo de cobre, que es extraído por la compañía francesa de El Boleo en Baja
California y por norteamericanos en Cananea, Sonora. Es también el caso del carbón que se
extrae en Coahuila, en Piedras Negras, Sabinas, Barroterán y Las Esperanzas. Estas nuevas
explotaciones provocan la proliferación de pequeñas aglomeraciones. La población de
Cananea por ejemplo era en 1891 de 100 habitantes, en 1900 aumenta a 891 y en 1910 a 14
mil).
Al igual que en la época de la Colonia la expansión minera va acompañada de crecimiento
de la población y del desarrollo de la agricultura y del comercio. Hasta antes de la
construcción masiva de ferrocarriles y de la modernización de as minas, a lo largo del
último decenio del siglo XIX además de alimentos y de instalaciones para sus trabajadores
las minas exigían una gran cantidad de ganado, sobre todo mulas y caballos para activar
bombas de los montacargas, el transporte del mineral y de la madera que se utilizaba para
apuntalar las galerías. Por ello en el pasado se habían desarrollo la agricultura y la
ganadería en haciendas que producían para minas lejanas o vecinas, y que en algunos casos
llegaban formar con ellas una sola unidad económica. Todavía a fines del porfiriato una
buena parte de las zonas mineras de la Sierra Madre occidental están a varios días de viaje
del ferrocarril más cercano y las técnicas de explotación que se utilizan son antiguas. El
relato de Albert Bordeaux sobre las minas mexicanas en 1906-1907, describe por ejemplo
un viaje de Durango a Guanaceví: en tren hasta Tepehuanes, después más de un día a
caballo hasta Guanaceví donde las mulas suben el mineral desde el fondo de la mina; luego
más jornada a caballo en las montañas a más de 3 mil metros de altitud para acceder a otros
centros mineros.(13)
Sin detenernos en el latifundio señalemos una vez más que la multiplicidad de pequeñas
explotaciones mineras dispersas en las regiones montañosas de acceso difícil constituye una
salida para las pequeñas explotaciones agrícola (ranchos) de estas mismas regiones. Son el
origen de rancho y caseríos cuyos habitantes mezclan la agricultura y la mi nena. Tal y
como lo señala Trinidad García, hacia 1890 la agricultura sólo prospera en la Sierra Madre.
En pequeñas parcelas en las laderas de los arroyos. Su producción es tan pobre que apenas
alcanza para alimentar a los agricultores que viven ahí. Las aglomeraciones mineras se
mantienen ellas mismas, inclusive después de los períodos de prosperidad de las minas, con
altas y bajas, dado que los mineros siguen extrayendo el mineral de las vetas, y siguen
tratando los residuos de las haciendas y de las minas.(14)
La existencia de esta población semiagrícola semiminera explica la abundancia de ranchos
en esta región clave para los levantamientos de la revolución mexicana: la Sierra Madre
occidental. El porcentaje de la población que vive en ranchos de menos de 50 habitantes es
de 19.1% en el distrito de Tamazula, Durango; 21.3% en el municipio de Temosachic;
12.1% en Bachiniva, Chihuahua. Si a ello añadimos la población de los caseríos y de los
pueblos estos distritos suman más de la mitad de la población.(15)
En torno a las actividades mineras propiamente dichas -extracción y metalurgia- estas
regiones, que poseen una agricultura y una ganadería en proceso de modernización y una
población numerosa cuyo nivel de vida es superior al del centro del país, desarrollan
también actividades artesanales, industriales y servicios que le imprimen un aspecto muy
diferente al de las regiones puramente agrícolas del resto del país. Dejando de lado las
actividades de transformación ligadas a la agricultura moderna y a las industrias textiles del
sur de Coahuila que utilizan el algodón que se produce en La Laguna, podemos detenernos
en el caso de Chihuahua que es el estado del norte donde la minería representa el principal
sector de actividades y cuya economía es más moderna. Entre 1874 y 1883 se crearon diez
bancos, algunos de ellos en localidades mineras como Candameña, Ciudad Guerrero o
Hidalgo del Parral. Luego, en los primeros años del siglo XX surgieron los
establecimientos más diversos: gas, electricidad, teléfono, tranvías, ferrocarriles privados,
pozos artesianos, fábricas de material refractario, de dinamita, de papel, de muebles, de
cemento, panaderías industriales, industrias alimenticias, etc. Aun cuando no nos haya sido
posible determinar el alcance de estas actividades, su sola existencia nos ofrece la imagen
febril de este estado del norte del país que evoca más la capacidad de innovación del oeste
americano que la sociedad tradicional del México del centro.
III UNA POBLACIÓN ORIGINAL
Zona escasamente, de economía moderna, sobre todo minera aunque también agrícola, el
norte lejano (Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sonora, Sinaloa), es una vasta
región e inmigración que registra un crecimiento poblacional que supera ampliamente al del
conjunto del país y que llega a veces a duplicarlo o a cuadruplicarlo:
Este crecimiento no es de ninguna manera homogéneo. Un estudio más detallado por
subdivisiones administrativas (distritos o sus equivalentes) a partir de los censos de 1895,
1900 y 1910 señala la existencia de diferentes tipos de evolución de la población. Primero,
las zonas de agricultura y de ganadería tradicionales registran variaciones muy débiles,
frente al notable crecimiento de las zonas que han sufrido un proceso de modernización.
Las regiones mineras por el contrario se caracterizan por una variabilidad extrema.
Crecimientos y bajas se siguen en lapsos muy breves dependiendo del descubrimiento o del
agotamiento de las minas. Estas son las regiones que, en declive absoluto o relativo o en
proceso de rápido crecimiento, primero se sublevan en 1910. La movilidad de la población
parece ser una condición de la revolución.
El crecimiento de la población que sólo se explica por las migraciones, trae consigo
también un porcentaje importante de hombres en edad madura. Los mismos matices
regionales que pueden hacerse respecto al crecimiento de la población pueden hacerse en
cuanto a esto: los estados que muestran un acusado crecimiento demográfico (Coahuila,
Chihuahua, Durango, Sonora) son también los que tienen un mayor porcentaje de hombres.
Lo mismo sucede a escala distrital. Esta población pionera es también mayoritariamente
blanca o mestiza. El porcentaje de personas que hablan una lengua indígena es igual a cero
o insignificante (Aguascalientes, Nuevo León. Zacatecas, Coahuila, Durango) y cuando
existe refleja la presencia de poblaciones indígenas homogéneas y mal integradas a esta
sociedad pionera. Los Mayos y los Yaquis de Sonora, los Tarahumaras de Chihuahua se
mantienen fuera de esta sociedad de frontera. Pueden aprovechar la rebelión para
desencadenar la propia, pero entre ellos y la sociedad blanca o mestiza la hostilidad es
radical. La rebelión yaqui por ejemplo, es anterior, simultánea y posterior a la revolución,
pero no es la revolución mexicana.
No existen verdaderas comunidades indígenas en el interior de esta sociedad, únicamente
en Sinaloa y en Durango y en proporción muy débil; aumentan sin embargo en San Luis
Potosí, en la Huasteca, que forma parte del México densamente poblado del centro. De ahí
el carácter peculiar de los movimientos revolucionarios de Sinaloa y del estado de San Luis
Potosí que son las únicas regiones del norte en las que ocurrirán movimientos agrarios
tardíos del tipo zapatista.
La situación es distinta en lo que se refiere a los extranjeros. Su proporción es mayor a la
del resto del país (con excepción de la ciudad de México y de algunos estados de la costa).
La modernización de la agricultura y de las minas así como la construcción y la explotación
de los ferrocarriles trajeron consigo una importante masa de no mexicanos: ingleses a las
minas, francesas a las minas y a la hotelería, españoles al comercio y a la agricultura,
japoneses y chinos al sector de servicios y al pequeño comercio, pero sobre todo
norteamericanos que son muchos no sólo en los cargos directivos de las empresas
modernas, sino también entre los técnicos y entre los obreros calificados de las minas y de
los ferrocarriles. Este flujo de extranjeros explica el carácter marcadamente nacionalista de
la revolución mexicana, en particular en el caso de la rebelión orozquista de 1912. Se
trataba no únicamente de una reacción frente al hecho de que se hubieran apoderado de
empresas y de tierras, sino también la reacción a la presencia de una masa de extranjeros
que ocupaban posiciones intermedias accesibles para los mexicanos.
La población del norte que había sido atraída por espacios abiertos, por la esperanza de
hacer fortuna gracias al descubrimiento de un filón de riqueza o que perseguía simplemente
adquirir en propiedad un rancho o una tienda o ganar mejores salarios, parece mas
heterogénea e independiente que la del centro del país. Las condiciones de vida de la zona
minera sobre todo de la Sierra Madre occidental son muy difíciles: altitud, terreno
accidentado, clima riguroso. Hasta los años 1890 habría que añadir además las incursiones
de los apaches y de los comanches de Estados Unidos que se aventuraban a las montañas
chihuahuenses, de Sonora o de Durango. Para enfrentar esta inseguridad los hombres se
arman en las haciendas y en los ranchos, en las jornadas de viaje, pero sobre todo en las
minas siempre expuestas a los asaltos. Los levantamientos revolucionarios son difíciles de
comprender si no tenemos en cuenta que se trata de una población armada y acostumbrada
a defenderse.
Espíritu de aventura, valentía frente a las dificultades de todo tipo, con frecuencia también
independencia respecto a las estructuras sociales tradicionales, desarraigo y marginalidad.
Estas características no están distribuidas equitativamente entre todos los habitantes de la
región. Los primeros aspectos predominan entre quienes son antes que nada exploradores,
arrieros o rancheros. En cambio el desarraigo y la miseria sobresalen entre los trabajadores
de las minas y de las haciendas de beneficio. Los viajeros de la época nos ofrecen
descripciones ilustrativas de los mineros:
en cuanto a los indios o a los mestizos mexicanos de estas montañas, sus chozas no son
mejores que las de los negros de Guyana, y sin embargo, el clima es bastante más duro,
aunque les basta un sombrero Puntiagudo de fieltro y una cobija para sentirse felices.(16)
De hecho los periodos buenos alternan con periodos malos; periodos buenos en los que el
auge minero demanda con urgencia productos agrícolas y ganados, aun a precios elevados;
periodos en los que las minas tratan de retener con salarios altos una mano de obra rara y
móvil. Periodos malos, de miseria, porque la vida en esas regiones es particularmente
sensible a las crisis: crisis climatológicas que elevan rápidamente los precios agrícolas y
disminuyen la aparcería, y provocan de paso la parálisis de las minas y el desempleo; crisis
propiamente mineras producto del agotamiento de las minas más ricas, que lanzan al
camino masas de peones en busca de trabajo en otra mina; finalmente, crisis mineras
generales ligadas a la baja de los precios mundiales.
La originalidad de la población de los estados del norte aparece nítidamente en el terreno de
1a cultura. La proporción de analfabetas y de habitantes por periódico publicado es en
general inferior en los estados del norte a la media nacional. Solo Durango, Sinaloa y San
Luis Potosí tienen una proporción mayor lo que explica por su lado el carácter más
primitivo, menos ideológico de la rebelión en esta región.
Aunque casi toda la población es católica, las estructuras eclesiásticas de las regiones
norteñas no están adaptadas a la movilidad de la gente y están abiertas a la influencia de
Estados Unidos, con quien mantienen intercambio muy intensos. El porcentaje de
protestantes es incomparable con el del resto del país: 2.02% en Coahuila, 1.39% en
Chihuahua 1.27% en Nuevo León, 3.39% en Sonora. Cierto que esto se debe en parte a la
presencia de numerosos extranjeros, pero resulta significativo que el principal jefe militar
maderista, Pascual Orozco, fuera él mismo protestante. Aunque es todavía más significativo
el que el porcentaje de personas que en los censos se declaran sin religión sea el doble del
porcentaje nacional: 0.27% en Coahuila, 0.25% en Sonora y sobre todo 1.42% en
Chihuahua, cuna de la rebelión maderista, cifras inimaginables en otras regiones y que sólo
se explican por la influencia anarquista del Partido Liberal Mexicano de los Flores Magón.
Políticamente se trata de una tierra de tradición liberal añeja cuyo espíritu de independencia
ha sido una fuente constante de inquietud para el centro. Bajo Porfirio Díaz los poderosos
caudillos regionales se aliaron o fueron remplazados por procónsules del porfiriato que
vigilaban varios estados en estas regiones lejanas: Luis Emeterio Torres en Sonora o el
general Bernardo Reyes en Nuevo León. Aquí y en otras zonas, la paz del porfiriato
recurrió a los jefes políticos para ampliar su esfuerzo de control de la vida política, hasta los
niveles más bajos, los munícipes y presidentes municipales. Este sistema de control de la
vida política local, unida a una pirámide de clientelas, fue resentido como particularmente
opresivo en el norte, región de gran independencia y movilidad de la población. La
progresiva supresión de la autonomía municipal o la ausencia total de ella en las nuevas
aglomeraciones, fue en muchos casos el origen del descontento que precedió a la
revolución y una de las primeras reivindicaciones de los programas revolucionarios del
norte.
IV. GÉNESIS DE LA REVOLUCIÓN
La especificidad del norte es la de una sociedad sometida a cambios muy pronunciados. De
ahí la aparición de tensiones sociales que se manifiestan, aun durante este periodo de paz
casi absoluta que es el porfiriato, en rebeliones locales, huelgas sangrientas, diferentes
perturbaciones o simplemente bandidaje endémico. La localización de estos
acontecimientos revela la permanencia de zonas frágiles, lo que llamamos "fallas". Al
mismo tiempo los participantes en estos acontecimientos, las más de las veces dispersos, se
convierten en otros lugares en el germen de nuevas oposiciones. Estas "fallas" y estos
"gérmenes" sólo entran en actividad en coyunturas precisas. La que condujo a la revolución
fue producto de la aceleración del crecimiento económico y de las transformaciones
sociales de los primeros años del siglo XX; poco después le siguió una crisis de aspectos
múltiples que desencadenó todos los factores de desequilibrio, viejos y nuevos, para
desembocar en la revolución de 1910.
La mayor parte de las tendencias que han sido descritas se acentúan a partir de 1900
después de un crecimiento económico extremadamente rápido. En las minas, inversiones
que habían sido de 45,4 millones de pesos entre 1892 y 1901 se elevan a 155,5 millones en
1907. Los títulos mineros expedidos en 1900-1901 fueron 9 mil 600 y en 1907-1908 pasan
20 mil 800, el número de hectáreas que representan estos títulos pasa de 111 mil 280 en
1900-1901 a 444 mil 330 en 1907-1908. (17)
Los primeros años del siglo registran los cambios más importantes: implantación masiva de
grandes compañías mineras, constitución de grandes propiedades en manos de extranjeros y
continuación de la construcción de vías ferroviarias. Las concesiones implican casi siempre
otras actividades anexas. La mayoría de las compañías mineras, que son las más
importantes, obtienen además cesiones de tierras agrícolas o ganaderas y monopolios
locales para la construcción y el uso de infraestructura: carreteras, vías ferroviarias
secundarias, teléfono, electricidad, etc., pero también monopolios comerciales para la
instalación de tiendas de raya dentro del perímetro que controlan. Las concesiones implican
también exenciones fiscales válidas por periodos muy prolongados de impuestos y los
habitantes de las regiones mineras, en particular los de Chihuahua, ven reducirse el
perímetro de los municipios ante las enormes concesiones, por ejemplo, de 349 mil 699
hectáreas para el latifundio de Hearst, un millón 47 mil 769 para el del ferrocarril del
noroeste de México, el auge de enclaves que tienden a la extraterritorialidad y que gozan de
un monopolio que a ellos les está vedado.
Conforme se despoja a los municipios de las tierras útiles e indispensables, los espacios
abiertos del mundo pionero se estrechan y se cierran arbitrariamente. Las demandas de
autonomía municipal son entonces una lucha por la abolición de privilegios, la reconquista
de una independencia que está a punto de desaparecer. Por eso las primeras rebeliones
estallan en la zona de contacto de la región del latifundio y las minas con los ranchos, que
es la zona de contacto entre dos mundos en expansión.
La dependencia que existe en el interior de las grandes explotaciones mineras también
crece. Los salarios altos no bastan para retener una mano de obra de por sí inestable, que
escasea en los periodos de crecimiento. En el contexto de una economía moderna
reaparecen entonces los sistemas tradicionales de peonaje, la tienda de raya y la
dependencia por deudas. Aun cuando estos sistemas no rigen toda la existencia, los mineros
dependen de las empresas propietarias del comercio, de las distracciones, de los terrenos
sobre los que se construyen los pueblos; son empresas que disponen de policías privadas y
cuyos empleados actúan además como funcionarios municipales.
Viejas o nuevas las tensiones sociales y políticas que engendra esta sociedad se manifiestan
de manera concreta en los estallidos de violencia que periódicamente aparecían durante el
porfiriato. Su localización (mapa 4) prueba que en cada estado se producen estos
fenómenos casi siempre en los mismos lugares y en las mismas zonas, independientemente
de las formas políticas que revistan en cada periodo.
Es posible describir las principales "fallas" de esas zonas frágiles. En primer lugar la de la
zona montañosa y minera que se encuentra entre Durango y Sinaloa (de Rosario y
Plomosas a San Dimas, Tamazula y Topia), escenario del bandidaje social de Heraclio
Bernal (estudiado por Nicole Giron), que desaparece en 1887 y cuyo recuerdo no es sólo un
mito en 1910. (18)
Después, la región de las sierras que está comprendida entre Durango y Chihuahua, de
Guanaceví a Santa Bárbara. Asolada durante los años 1890 por Ignacio Parra, Francisco
Villa, y Doroteo Arango. Hasta 1907 este último, qué adoptó por seudónimo el nombre de
su antiguo jefe, Francisco Villa se dedicaba a atacar a los transportadores de la conducta o
diligencia, a asaltar ranchos aislados o a robar ganado que luego vendía en los centros
mineros con la ayuda de su compadre Urbina. En este caso resulta perfectamente
comprensible la continuidad entre el antiguo pillaje, la marginalidad y la revolución.(19)
La zona de las minas y de los ranchos del este de Sonora y sobre todo del oeste de
Chihuahua es otra zona de tensión: el triángulo Cusihuiriachic, Pinos Altos y Ascensión
donde se registran motines de mineros en 1880-1886, rebeliones armadas de 1889 a 1896
contra la manipulación de las elecciones de autoridades municipales o contra la
arbitrariedad, tensiones que alcanzan un nivel crítico en 1891-1893, años de crisis agrícola.
Por último hay puntos aislados: minas en las que periódicamente estallan conflictos
(Matehuala, Catorce, Charcas en San Luis Potosí; Velardeña en Durango) o lugares vecinos
a la frontera con Estados Unidos: cerca de Piedras Negras en Coahuila o de Palomas y de
Ojinaga en Chihuahua.
El rasgo común de todos estos conflictos es que se producen en regiones mineras cercanas a
la frontera, en un marco de violencia armada dentro de poblaciones acostumbradas a las
armas de fuego, y con saldos que arrojan un cierto número de muertos. Sobrevivientes de
estos motines reaparecen después en sublevaciones en otras partes. Juegan así el papel de
"gérmenes" que cristalizan otros descontentos y transmiten la experiencia de la rebelión de
las zonas frágiles. El último rasgo frecuente es que estos acontecimientos muestran aun en
los años 1880-1890 un componente religioso (estandartes de la Virgen, intervención de
clarividentes, búsqueda de la protección de los "santos" como el de Cabora, etc.), mismo
que después desaparece.
La continuación de estos conflictos está formada esencialmente por levantamientos de
miembros del Partido Liberal Mexicano (PLM) durante 1906-1908. La recolección de los
datos acerca de los lugares de reclutamiento de los miembros de este partido o los lectores
de las publicaciones de este movimiento, permite destacar de manera notable el predominio
del norte y de las zonas mineras. El núcleo esencial de simpatizantes del PLM está en el
norte, aunque no falten en las capitales de los estados y grupos pequeños en otros estados
del centro y del sur, particularmente Veracruz. La explicación de este fenómeno es
relativamente sencilla, puesto que los jefes de este movimiento y sus publicaciones están
exiliados en Estados Unidos, que es el punto de partida de su red de expansión hacia
México. Cuando consta en documentos diplomáticos de la época, su propaganda llegó en
primer lugar a la población desarraigada y móvil de los mineros de ambos lados de la
frontera, en el seno de un medio físico y humano muy similar.
Los lazos que vinculan a los Flores Magón con la Western Federation of Miners de los
Industrial Workers of the World (IWW)son muy estrechos a partir de 1905, y el PLM se
implanta en México gracias a la ayuda de sus miembros. Por otra parte, el programa del
PLM que se publicó en 1906 es muy avanzado en materia laboral, y particularmente
adecuado para los mineros. En efecto, la redacción de las secciones laborales de este
programa se debe en gran parte a la participación de antiguos mineros huelguistas de
Cananea y a Juan Sarabia, quien también trabajó en las minas.(20)
No hay duda alguna de que entre 1907 y 1909, cuando se desató la ola de levantamientos
del PLM en Coahuila y en Chihuahua, el magonismo reclutó a sus miembros esencialmente
en el mundo minero, tanto entre los mineros mexicanos de Estados Unidos (las minas de
Clifton, Morenci y Metcalf que son "auténticos centros de actividad revolucionaria" 21)
como en México, donde encontramos una implantación magonista en casi todas las
ciudades mineras: Hidalgo del Parral, Santa Eulalia, Santa Bárbara, Sahuaripa, Sierra
Mojada, etc. En más de un caso los levantamientos afectan los mismos centros de antiguas
rebeliones (Ascensión, Casas Grandes, Palomas, San Andrés) y en ellos reconocemos a los
sobrevivientes de las rebeliones locales de los años 1880-1890. Son los mismos nombres
que volvemos a encontrar en el origen de la revolución mexicana en Chihuahua (Nicolás
Brown, losé Inés Salazar, Prisciliano Silva). Las tensiones sociales que antes adquirían
tonos políticos y hasta religiosos, visten ahora los colores del PLM.
V. LAS CONDICIONES DE LA RUPTURA
Para que estas "fallas" entraran de nuevo en juego y los "gérmenes" de rebelión
cristalizaran en 1910, fueron necesarias ciertas condiciones favorables que aparecen con el
inicio de la crisis que a partir de 1907 se sobreponen unas a otras hasta desembocar en la
revolución.
La crisis económica que se inicia en Estados Unidos en 1907 se extiende rápidamente hacia
México y afecta a todos los sectores. La pérdida de dinamismo de las actividades
económicas es general. Los bancos reducen los préstamos a corto plazo (del índice de 148
en 1907 se pasa a 330 en 1909) y ponen en aprietos a los hacendados y a los agricultores
medianos que se habían lanzado en proyectos de modernización.
Pero la crisis afecta en particular al sector minero. La caída de los precios internacionales es
brutal. El índice de precios de la plata en Nueva York (1900=100), que en 1902 era de 90 y
en 1906 de 108, en 1908 baja a 86 y a 83 en 1909. El cobre, que había registrado un alza
considerable (índices Nueva York: 1892=69, 1900=100, 1907=126) experimenta una caída
brutal (80 en 1908, 77 en 1910). El derrumbe de los precios de estos dos metales es grave
en particular para México, puesto que su valor representa la mayor proporción de la
producción minera (1905-1906: la plata representaba el 40.07% y el cobre el 25.01 %). Las
minas de cobre están casi paralizadas, Cananea, que es la más importante suspende sus
trabajos en 1907 y sus obreros son despedidos No será reabierta sino hasta julio de 1908 y
con personal reducido.
Es todavía más grave el problema de la plata por la participación mayoritaria que tiene en el
conjunto de la producción mexicana, pero sobre todo porque afecta tanto a las grandes
empresas, como a toda una masa de exploradores de minas y de pequeños productores. Este
problema es resentido con mayor agudeza porque después de la reforma monetaria de 1905
que introdujo el patrón oro, los precios internos de la plata se ajustaron a los precios
internacionales (gráfica 1). La parálisis de las minas es sobre todo la parálisis del norte del
país, región minera por excelencia, la más moderna y también la más sensible a la
coyuntura internacional.
No nada más en México las compañías mineras cierran o reducen su personal. Muchos
obreros mexicanos que trabajan en las minas del sur de Estados Unidos quedan
desempleados y se ven obligados a regresar. (22) Su número acrecienta la masa de quienes
para sobrevivir se ven reducidos a trabajos mínimos y a desplazarse por las carreteras del
norte del país.
Los ingresos de los exploradores y de los pequeños mineros disminuyen de manera
considerable. Paradójicamente la baja de los precios de la plata de 1907 a 1910 es paralela a
un aumento de la producción. La respuesta a la baja de los beneficios fue posible gracias a
un descenso de los salarios en las grandes empresas, a una prima de compra muy pobre de
los minerales producidos por los pequeños productores, y sin duda alguna también gracias a
un mayor esfuerzo de estos últimos para evitar la ruina. (23) La contracción afecta desde
luego a toda la economía regional que dependía del sector minero (agricultores, ganaderos,
comerciantes, transportistas).
A esta crisis económica moderna se suma una crisis de subsistencias de tipo tradicional,
pero que no es comparable con las que hasta entonces había conocido el porfiriato dado en
primer lugar porque durará seis años. Una serie de malas cosechas provoca que se disparen
los precios del maíz y de los frijoles que son la base de la alimentación popular. Para el
maíz, por ejemplo, el índice de precios (1900=100) pasa de 108 en 1904 a 138 en 1905, y,
sobre todo, después de haberse mantenido en ese nivel hasta 1908, se eleva a 155 en 1909 y
a 190 en 1910. (24) La crisis anterior, la de 1891 a 1896, que como ya lo señalamos había
provocado la ola de rebeliones más importante del porfiriato, nunca alcanzó esas
dimensiones. Ahora se rebasaron dos niveles. El primero coincide con las rebeliones
magonistas de 1906, el segundo con los inicios de la revolución.
En las zonas mineras de los tres estados que se vieron más afectados en 1910 (Chihuahua,
Durango y Sonora) la situación es como sigue: una población en gran parte desempleada o
sin ocupación definida (10% y 8.9%, respectivamente, en Chihuahua) es golpeada por el
periodo más intenso de la crisis de subsistencias. En agosto de 1907 el capitán Scott que
comandaba las tropas norteamericanas en la frontera escribía: "Existe en particular en los
estados del norte de México, un gran descontento debido a las condiciones actuales. Si se
produjera una explosión revolucionaria un líder hábil tendría numerosos partidarios", (25)
en 1910 estas observaciones se aplican a fortiori.
Ese líder que en 1907 no existía surgió tres años después: favorecido por la crisis política
que se había iniciado en 1908, Francisco Madero pudo catalizar todas las oposiciones. Esta
crisis política que se mantenía larvada desde principios de siglo y que ponía en juego la
sucesión del Dictador, sale a la luz pública cuando Díaz declara al periodista
norteamericano Creelman que México había alcanzado la madurez para la democracia y
que ante el triunfo electoral de un candidato independiente se retiraría de la vida política.
Hayan o no sido un truco estas declaraciones del viejo dictador, lo cierto es que provocan el
enfrentamiento abierto de dos grandes tendencias en el seno de la élite política porfiriana:
los científicos por un lado, y los partidarios del general Bernardo Reyes por otro. Los
primeros, empresarios modernizadores subyugados por la ideología positivista, se
reconocen en el ministro de finanzas, José Yves Limantour. Su fuerza está en la capital y
entre los nuevos grupos de privilegiados que se formaron a raíz del progreso económico,
pero su presencia en los estados es muy débil. Los segundos reúnen de manera desordenada
una parte de la élite política tradicional, los notables de provincia que los científicos han
desplazado, miembros de las clases medias e inclusive un sector de artesanos y obreros.
El enfrentamiento entre estas dos tendencias, que se inició en las altas esferas del poder, se
extiende progresivamente a toda la sociedad. En este caso la influencia de la prensa es
determinante a propósito de las elecciones para gobernadores en algunos estados. La
movilización política crece paulatinamente tanto en las grandes ciudades como en ciudades
pequeñas e inclusive en algunos pueblos y en el campo en varias regiones.
Madero se dio a conocer con la publicación en diciembre de 1908 de su libro La sucesión
presidencial en 1910, que contenía un diagnóstico lúcido aunque moderado de los males del
porfiriato y aparece como el tercer hombre en el enfrentamiento. Hasta agosto de 1909
obtiene un éxito modesto, pero cuando Díaz logra que Reyes se retire de la liza y viaje a
Europa, Madero quien, posee un programa político coherente que se resume en la frase
"Sufragio efectivo. No reelección" y una red eficaz de partidarios, se convierte en el
candidato de los reyistas. El programa del partido antireeleccionista que en abril de 1910
lanza su candidatura a la presidencia de la república presenta un acusado contenido social
que incorpora muchos de los temas magonistas. Los clubs antirreeleccionistas que surgen
en 1910 cristalizan todo el descontento que han generado las tensiones de la sociedad
porfiriana.
Después del fraude electoral de 1910 Madero se exilia en Estados Unidos. Las crisis
políticas locales de las que hemos hablado se incorporan a la crisis política general cuando
Madero lanza su plan de San Luis y llama a las armas.
VI. UNA EXPLOSIÓN EN VARIOS TIEMPOS
La descripción que hemos hecho nos permite ahora tratar de construir un modelo
explicativo de la manera como estallan los levantamientos.
Las conspiraciones de las ciudades estaban de entrada condenadas al fracaso, porque eran
dirigidas por hombres muy conocidos que unos cuantos meses antes habían encabezado la
campaña electoral. La tranquilidad de las grandes ciudades pudo mantenerse gracias a
arrestos preventivos y a la huida ante la amenaza de la represión. Además, la ausencia de
una organización estructurada era un obstáculo para que los conspiradores pudieran
provocar una insurrección urbana.
Al principio la pasividad fue casi absoluta en la mayor parte del campo. En el centro-oeste,
región de ranchos y de haciendas, las tensiones sociales no se habían acentuado. En otras
partes, donde eran más agudas, treinta y cuatro años de régimen porfirista habían
fortalecido o creado una eficaz red de control social y político. En las haciendas la
dependencia de los peones frente a sus amos se mantenía intacta en la mayoría de los casos;
el resentimiento de las comunidades campesinas estaba aún contenido, despojadas como
habían sido de sus tierras o atacadas por los avances del latifundio moderno. Se trataba
también de comunidades que mantenían frescas las cicatrices de represiones pasadas, su
mismo arraigo las protegía de la crisis económica. En esta primera etapa carecían de los
medios "mentales" -la sensibilidad política- y físicos -las armas- que requerían la rebelión.
La situación era muy distinta en las regiones del norte que hemos estudiado. Habría ahí una
sociedad cuyo desequilibrio iba en aumento hasta alcanzar en 1910 el umbral de ruptura.
Los factores analizados no permiten afirmar que la rebelión fuera inevitable, ya que de
manera voluntaria hemos omitido el análisis detallado de los aspectos políticos. Aún así
encontramos una correlación muy estrecha entre estas variables y los levantamientos
maderistas. La correlación más notable es la que vincula la intensidad de la rebelión con el
sector de la población económicamente activa que trabajaba en las minas y en varias
empresas mineras. Los estados más afectados por la revolución son aquellos donde la
población es minera y la densidad de las empresas es alta; son estados en los que la
población minera está dispersa, aunque representa una masa considerable: Chihuahua,
Durango, Sonora seguidos por Sinaloa, Coahuila y Zacatecas.
Lo anterior nos conduce precisamente a las regiones que hemos analizado, ahí donde se
enfrentan dos tipos de sociedad: la sociedad minera tradicional y la sociedad minera
moderna. El centro de la actividad revolucionaria no está en las grandes concentraciones
mineras modernas de reciente creación (Cananea en Sonora o Sierra Mojada en Coahuila).
Su existencia es aún muy reciente, su población está marginal y mezclada y las relaciones
que mantienen con el campo son todavía muy débiles como para que puedan jugar el papel
de terreno de entrenamiento. Por otra parte, también el control político a que están
sometidas es muy estricto. Así como no se puede decir que la revolución nació en las
haciendas tampoco puede decirse que nació en los enclaves.
Nació en cambio en las zonas de contacto entre dos mundos igualmente dinámicos: el de
las minas pequeñas, los ranchos, y las ciudades con el de las grandes empresas mineras y el
latifundio. Es ahí donde alcanzan su máxima intensidad todas las tensiones que hemos
descrito, productos de un rápido cambio de estructuras y de crisis.
Desde este punto de vista Chihuahua reúne todas las condiciones para que se precipite un
estallido revolucionario: algunas minas y mineros pequeños, grandes empresas y
abundantes extranjeros, ranchos y haciendas, desempleados y pueblos viejos, (26) con una
larga tradición de oposición y rebeliones y un fermento ideológico -el magonismo- que
difunde la prensa y los desplazamientos de una población móvil. Aquí es donde primero
explota la rebelión maderista, que no es espontánea ni indiferenciada, ni es tampoco la
manifestación de una población marginal y desesperada. En un primer momento es el
levantamiento de una población de pioneros agrupada en torno a personalidades fuertes que
gozan de una gran autoridad en su medio y que cuentan con una sólida red de relaciones
familiares y profesionales en la misma región. Pascual Orozco representa en San Isidro el
ejemplo más significativo de este tipo de personaje, lazos familiares lo unen a la familia
Frías que tiene numerosas ramificaciones y su oficio le ha permitido desarrollar una red
múltiple de relaciones personales en la zona minera.
Comentarios semejantes podrían hacerse respecto a otros líderes chihuahuenses. Los grupos
revolucionarios de este estado son habitantes de tal o cual pueblo o distrito y están unidos
por una solidaridad familiar y geográfica. Son grupos formados en torno a "gérmenes" de
las rebeliones y las oposiciones anteriores y juegan el papel de núcleos que aglutinan a la
población marginal de las zonas mineras afectadas por la crisis. A las reivindicaciones
políticas (democracia, autonomía sindical, igualdad fiscal y libertad de tránsito) propias de
los habitantes de los pueblos, se suma la reivindicación agraria (distribución de tierras o
creación de ejidos en los pueblos donde no existen), adaptada a las características de esta
población flotante de las minas que la crisis ha dejado desprotegida.
La fusión del núcleo de pueblos y de población desarraigada, en una zona montañosa de
acceso difícil, es la que asegura el éxito de la rebelión y le da coherencia al movimiento en
el occidente de Chihuahua. La ausencia de núcleos de pueblos de las zonas mineras y un
terreno más plano explican en cambio la debilidad del movimiento de Villa en el centro-sur
del estado. Los hombres de Villa, como su antiguo jefe delincuente, son sobre todo un
grupo de desarraigados, marginales de la zona agraria. Sus efectivos aumentarán después
del viraje de 1911, como los de todos los grupos, pero durante la etapa maderista sus tropas
no tienen la homogeneidad de las del occidente serrano de Chihuahua.
Durango es un estado más heterogéneo en el que pueden diferenciarse tres regiones.
Alrededor de una zona central formada por haciendas, se erige una región oriental de
agricultura de irrigación (La Laguna) y de minas renovadas (Mapimí y Velardeña) y la
región occidental en la Sierra Madre que se extiende hasta los confines de Sinaloa, zona
minera tradicional, apenas modernizada, más primitiva y tradicionalmente insegura. En esta
última región los levantamientos son también la obra de personalidades locales. Herculano
de la Rocha, propietario de minas y de una hacienda metalúrgica en Copalquín; los
parientes y vecinos de la familia Arrieta en Canelas, también propietaria de minas y de
diligencias. Habría también que mencionar a los hermanos Pazuengo, contramestres de una
explotación minera en Río Verde, distrito de San Dimas, que se sublevan con sus
trabajadores en diciembre de 1910. La rebelión de estas poblaciones de montaña, rudas y
casi siempre miserables, que también encontramos en Sinaloa, adquirirá en ocasiones el
aspecto de un ataque bárbaro sobre las ciudades más modernas de los llanos, Durango,
Mazatlán y Culiacán.
Al oriente de Durango los conspiradores urbanos que intentan el asalto a Gómez Palacio
pertenecen a esta masa móvil de trabajadores de las minas y de la industria del norte
naciente. Ejemplo de esto es la vida de uno de estos hombres, Jesús Agustín Castro, quien
más tarde será un importante general revolucionario. Nacido a unos cuantos kilómetros de
Gómez Palacio, en Ciudad Lerdo en 1887, Castro vive en diferentes ciudades mineras del
norte. Es sucesivamente obrero en una hacienda metalúrgica en Santa Bárbara (Chihuahua),
después en Moctezuma (Sonora), carpintero en Palmillas (Sinaloa), y por último, en 1910,
cuando estalla la rebelión trabaja como empleado en una compañía tranviaria de Lerdo y
Torreón a Gómez Palacio.(27) Una vez más aquí fracasa la insurrección urbana y quienes
participan en el intento se dispersan por el campo. No será sino hasta después de marzo de
1911 que se reactivarán como sucedió con quienes se rebelaron en la misma época en la
ciudad minera de Cuencamé.
Como hemos visto, entre noviembre de 1910 y marzo de 1911 la situación apenas cambia:
resistencia de la zona rebelde primordial, que se sitúa entre Chihuahua, Sonora, Durango y
Sinaloa, algunos destellos en ciudades mineras aisladas del conjunto, pasividad en el resto
del país.
Esta resistencia de la zona primordial de la rebelión maderista tiene sin embargo enormes
consecuencias sobre el conjunto de la construcción política porfiriana. Revela a ojos de
todos la debilidad militar del régimen que se muestra incapaz de poner fin a una
insurrección que sin embargo es muy limitada geográficamente. Para la élite nacional que
se había distanciado de Díaz después de la eliminación del general Reyes, el porfiriato
pierde una de sus fuerzas esenciales: la capacidad de mantener el orden público que es
condición de la prosperidad de los negocios. Las estimaciones que hicieron en 1912 los
servicios oficiales de estadística, demuestran que la revolución suspendió de tajo la
reactivación de la economía que se había iniciado en el primer semestre de 1910, y que la
diferencia entre la realidad y las previsiones de importaciones que se habían hecho en junio
de 1911 fue de 27 millones de pesos. (28).
Lo que es más grave para el régimen es que su incapacidad militar frente a la rebelión
acarrea la formación de bandas armadas en la periferia de zonas sólidamente controladas
por el maderismo. Es el fracaso del sistema de control político y policiaco del campo de los
jefes políticos y de los presidentes municipales, un fracaso contagioso por dos razones. Por
una parte destruye el temor que inspiraban las autoridades y que era un poderoso freno al
estallido de las tensiones sociales. La desaparición de este temor no se propaga sólo en las
zonas sublevadas sino que también viaja gracias a los medios de comunicación modernos
(telégrafos y prensa), que le dan dimensión nacional a acontecimientos que cincuenta años
antes no hubieran rebasado los límites de la región. Por otra parte, el clima de inseguridad y
la parálisis de los negocios que resultan de esta situación reducen a la miseria a poblaciones
que ya han sufrido la crisis: su única posibilidad de supervivencia es en más de un caso la
adhesión a los revolucionarios, para vivir del sueldo y de un posible botín.
En marzo de 1911 se amplifican todos estos fenómenos y la revolución maderista sufre un
gran viraje. A principios de mes los mexicanos interpretan la movilización en Estados
Unidos de veinte mil hombres a lo largo de la frontera como la señal de que Díaz ha
perdido el apoyo del poderoso vecino del norte. Poco después se inician negociaciones
oficiosas entre los representantes maderistas y el ministro de Hacienda Limantour.
Finalmente el 28 de marzo el propio Díaz lleva a cabo cambios en su gabinete y acepta el
principio mismo de la rebelión: la no reelección.
Todos estos acontecimientos le inspiran un segundo aire a la rebelión que entonces empieza
a extenderse y a desbordar su lugar de origen. Aparece en los estados del sur (Morelos y
Guerrero) y en las zonas agrícolas del norte. Hacendados que hasta entonces se habían
mantenido a distancia de los levantamientos se sublevan con sus peones, como fue el caso
de Francisco de Paula Morales en Sonora y de José María Ochoa en Sinaloa. En las zonas
agrícolas modernas que viven la agitación provocada por bandas provenientes de las
regiones mineras, se desencadena la rebelión de las comunidades que han sido despojadas
de sus tierras en los llanos de Sinaloa y se inicia una rebelión campesina que alcanzará
niveles extraordinarios de violencia en las zonas de explotación de La Laguna.
Durante los meses de abril y mayo de 1911 los insurgentes aumentan continuamente sus
efectivos y en el norte empiezan a amenazar las ciudades más importantes. Después de la
toma de Ciudad Juárez el 11 de mayo y después de la firma de los acuerdos de paz el 21, se
reproduce a escala nacional y aceleradamente el efecto multiplicador desatado en el mes de
marzo. Ya no se trata de levantamientos o de guerrillas, sino que la parálisis y la inercia
casi total del sistema de control del campo provoca el súbito crecimiento de núcleos
revolucionarios que unos cuantos días antes eran insignificantes. A pesar de las apariencias
de una transmisión pacífica del poder a un gobierno provisional que mantiene las formas de
la legalidad, la construcción política porfiriana se había derrumbado en los estados del norte
del país y en adelante existirían por,todo el territorio gérmenes de nuevas explosiones,
ahora sí agrarias.
¿Esta revolución de 1910-1911 una revolución agraria? Sí, sin duda alguna en su último
periodo y en algunas regiones. Pero primero y antes que nada es la rebelión de las zonas
más modernas de México. Su punta de lanza son las regiones y las ciudades mineras,
aquéllas en donde la modernización era al mismo tiempo las más precoz y la más
extendida, aquéllas en donde el impacto de las inversiones extranjeras había provocado los
traumas más profundos y más tenaces. En junio de la revolución agraria aparece todavía en
segundo lugar y es casi secundaria, porque aparece como el resultado de la destrucción del
poder político que ha provocado la rebelión minera. El análisis de las zonas que se vieron
afectadas por los levantamientos revolucionarios y los mecanismos de su propagación
contribuyen a clarificar la génesis de la revolución mexicana. Tal vez también ayudarán a
comprende otras revoluciones del siglo XX en países predominantemente rurales que
sufren el impacto de una modernización acelerada.
NOTAS:
(1). F. Chevalier, "Le soulévement de Zapata, 1911-1919", Annales E.S.C, no. 1, 1961, pp.
66-82; J. Womack, Emiliano Zapata, París, 1976.
(2). Resultado de selecciones de un cuerpo de información muy amplio (alrededor de 8,000
actores), es imposible indicar las fuentes para cada acontecimiento.
Citado por él mismo en Historia de la revolución mexicana, México 1967, p. 150.
(3). E. Gamiz, Historia de Durango, México, 1953, p. 251.
(4). Ver por ejemplo el crecimiento de los efectivos de Luis Moya según uno de los
miembros de su expedición, Pedro Caloca Larios, en: Revista del Ejército y de la Marina,
noviembre-diciembre 1930, p. 954 et passim.
(5). Ver por ejemplo. Las vías terminadas en 1898 que conducen a las minas de Hidalgo
del Parral, Cuatro Ciénegas, Sabinas, Pedriceña, Velardeña, Concepción del Oro,
Vanegas, etc. Mapa de F. Calderón en Historia Moderna de México. El Porfiriato. La vida
económica, vol. I, 1965, p. 179.
(6). L. de Launay, "Mines et industries minieres", en Le Mexique au début du XXe siecle,
París, s.e., p. 261 et passim.
(7). G. Nava Oteo, en Historia moderna. . . p. 179 et passim.
(8). Ver por ejemplo las concesiones otorgadas en Chihuahua en: F. Almada, La
Revolución en el estado de Chihuahua, vol. I., México, 1964, pp. 64-80 y en Sonora en:
Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada. Sonora en la revolución mexicana, México,
1975, p. 110 et passim.
(10). Anuario estadístico de la República Mexicana, 1907, p. 42. T. Garcia. Los mineros
mexicanos, la. edición 1895, México, 1970,; red, p. 160 et passim.
(11). A. Bordeuax, Le Mexique et ses mines d'argent, París, 1910, p. 57.
(12). T. García, op. cit., p. 343 et passim.
(13). A. Bordeaux, op. cit., p. 22 et passim.
(14). T. García, op. cit., p. 185.
(15). Cálculos realizados con base en los censos de 1895, 1900 y 1910.
(16). A. Bordeuax, ·op. cit., p. 32.
(17). Anuario estadístico. . ., p. 1907, p. 42: Estadísticas económicas del porfiriato.
Fuerzas de trabajo y actividad económica por sectores, México, s.e., p. 42.
(18). N . Girón, Heraclio Bernal. Bandit, "cacique " ou précurseur de la revolution?. these
de 3e. cycle, Université de París, I. mimeografiado, mapas de las páginas 88 bis y 113 bis.
(19). E. Gamiz. op. cit., p. 239 et passim. y J.G. Amaya, Madero y los auténticos
revolucionarios de 1910, México, 1946, p. 11 et passim.
(20). J. Cockroft, Precursores intelectuales de la Revolución (1900-1913), México, 1971, p.
121; Martínez Núñez, Juan Sarabia, apóstol y mártir de la revolución mexicana. México,
1965, pp. 21-22.
(21). Carta de Arturo M. Elías al cónsul de México en El Paso, en: Documentos históricos
de la revolución mexicana, vol. XI, México, 1966 p. 71.
(22). Boletín de la Dirección General de Estadística, vol. II, México, 1913, grabados fuera
del texto.
(23). Como lo reporta A. Bordeaux: de 8 a 9 pesos el kg. mientras que el precio de la plata
es de 36 pesos, op. cit., p, 160.
(24). Inclusive a pesar de las importaciones masivas de cereales exentas de tarifas
aduanales, con un valor de 5.5 millones de pesos de maíz y 10,2 de trigo en 1909-1910 y
11,3 millones de pesos de maíz en 1910-1911. Boletín. . ., vol. I, México, 1912, p . 132 et
passim.
(25). Reporte del 26 de agosto de 1907 citado por J. Cockroft, op. cit.. p. 137.
(26). Después de la redacción de estas líneas recibimos el estudio de M. Wasserman, "The
social origins of the 1910 revolution in Chihuahua", Latin American Research Review, vol.
XV, no. 1. enero de 1980, el cual contiene elementos complementarios en este sentido.
Anuario. . . 1907, p. 383 et passim.
M. Pazuengo, Historia de la revolución en Durango. De junio de l 910 a octubre de l 914,
Cuernavaca, 1915.
(27). E. Gamiz, op. cit., p. 248.
(28). Ver el estudio de S. Echegaray sobre el comercio exterior en Boletín. . ., México, vol.
I, 1912, p. 32et passim.