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169 TERRORISMO, CONFLICTOS ARMADOS Y YIHAD Luis de la Corte 1.Introducción ¿Cuál es la causa del terrorismo? Quizá la manera más acertada de res- ponder a esta pregunta, tantas veces formulada, es recordando que el te- rrorismo nunca tiene una única causa, sino que siempre tiene una suma de causas, variando normalmente la combinación de caso a caso. Según su significado más fuerte, la voz causa remite a las condiciones necesarias y suficientes para dar lugar al fenómeno causado. Pero sucede que lo que a menudo se define como causa de este o aquel terrorismo suele consistir en algún tipo de hechos (por ejemplo, represión política, cierto fanatismo ideológico, determinados hechos o sucesos sociales, económicos, etc.) que también se dan en otros escenarios donde, en cambio, esa misma forma de violencia no existe. De modo que la presencia de cierta condición o condi- ciones que unas veces propician la emergencia de una amenaza terrorista no siempre garantizan dicho efecto. Aun así, también es posible conceder a la palabra “causa” un significado menos exigente, usándola para referirse a los factores que pueden ayudar a producir cierto tipo de hechos (por ejem- plo, los hechos terroristas), aunque no siempre lo hagan. Ateniéndonos a este sentido del término podemos decir, sin temor a equivocarnos, que dos Anuario del terrorismo yihadista 2020

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TERRORISMO, CONFLICTOS ARMADOS Y YIHAD

Luis de la Corte

1.Introducción¿Cuál es la causa del terrorismo? Quizá la manera más acertada de res-ponder a esta pregunta, tantas veces formulada, es recordando que el te-rrorismo nunca tiene una única causa, sino que siempre tiene una suma de causas, variando normalmente la combinación de caso a caso. Según su significado más fuerte, la voz causa remite a las condiciones necesarias y suficientes para dar lugar al fenómeno causado. Pero sucede que lo que a menudo se define como causa de este o aquel terrorismo suele consistir en algún tipo de hechos (por ejemplo, represión política, cierto fanatismo ideológico, determinados hechos o sucesos sociales, económicos, etc.) que también se dan en otros escenarios donde, en cambio, esa misma forma de violencia no existe. De modo que la presencia de cierta condición o condi-ciones que unas veces propician la emergencia de una amenaza terrorista no siempre garantizan dicho efecto. Aun así, también es posible conceder a la palabra “causa” un significado menos exigente, usándola para referirse a los factores que pueden ayudar a producir cierto tipo de hechos (por ejem-plo, los hechos terroristas), aunque no siempre lo hagan. Ateniéndonos a este sentido del término podemos decir, sin temor a equivocarnos, que dos

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causas del terrorismo o factores que pueden contribuir a su aparición y perduración son los conflictos sociopolíticos y los enfrentamientos armados entre dos o más actores estatales o sub-estatales. El tema de este artículo versa sobre la relación del terrorismo con el segundo de esos factores. Sin embargo, antes de adentrarnos en esa relación, será necesario decir alguna palabra sobre la cuestión de los conflictos sociopolíticos.

1.1 Terrorismo, conflictos y conflictos armados: algunas aclaraciones Un conflicto es una situación en la que los deseos u objetivos de dos o más actores (individuos, grupos, comunidades) chocan o parecen chocar entre sí, de modo que cada uno de ellos ve al otro como un obstáculo para la satisfacción de sus respectivas aspiraciones. Aunque la vida social y política está llena de conflictos que no desembocan en violencia, todo terrorismo es la expresión de algún conflicto social o político. Ahora bien, como los terroristas recurren con frecuencia al concepto de conflicto para intentar explicar y excusar sus crímenes, todavía conviene detenerse un poco más en esta cuestión. Así, no debe pasarse por alto que cuando los terroristas afirman que el conflicto al que hacen frente “causa” su violencia utilizan una argumentación tramposa: dan a entender que el terrorismo, el suyo, es una actividad forzada por las circunstancias, cuando lo cierto es que nada ni nadie les obliga a utilizar ese método. Estimulados por la creencia de que la violencia les ayudará a alcanzar sus objetivos políticos, eligen utilizarla con ese fin, pese a quien pese, recurriendo a una de las formas más cobar-des en que puede emplearse: agrediendo y asesinando a sus víctimas en circunstancias que les impedirán anticipar los ataques y defenderse de ellos.

Aparte de la anterior, los terroristas tienen más razones para cultivar la “re-tórica del conflicto” y la primera de ellas es que esa retórica puede ser útil para difundir una imagen de la realidad que ayude a rebajar las críticas por el dolor causado. En España hemos tenido un gran ejemplo de ello. La insistencia de ETA y sus socios y aliados políticos en afirmar que la violencia promovida por esa organización terrorista tenía su origen en un “conflicto político” y en la ausencia de “paz” en el País Vasco (y, por extensión en toda España) tenía el propósito de falsear la realidad. En síntesis, se quería dar a entender que en España existía un conflicto político que enfrentaba al Estado, los partidos políticos constitucionalistas y la mayoría de la sociedad española con las fuerzas independentistas vascas y la comunidad euskal-

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dún, a la que ETA decía representar y defender. Y, sobre todo, que ese con-flicto político había alcanzado la condición de conflicto armado. ETA y sus extensiones popularizaron y extendieron la narrativa de que en España se libraba una guerra de liberación, ignorando el significativo detalle de que nunca llegó a ser combatida por la vía militar o el de que nadie más que sus miembros y acólitos creyeron nunca en esa guerra imaginaria.

Con todo, que ETA y otros grupos terroristas hayan mentido sobre su pre-sunta condición de combatientes en una guerra que nunca existió no signi-fica que el terrorismo haya sido una práctica totalmente ajena al problema de los conflictos armados. Por el contrario, con una frecuencia creciente la violencia terrorista ha tendido a mezclarse con las otras formas de violencia organizada más características de las conflagraciones armadas libradas por ejércitos convencionales o fuerzas irregulares insurgentes, milicias o grupos paramilitares, como el choque abierto entre tales fuerzas, la guerra de gue-rrillas, las insurrecciones armadas, etc. Considerar esto último es impres-cindible si se quiere comprender (no justificar), otros terrorismos diferentes al de ETA, incluido el que hoy resulta más dañino y del que se ocupa este Anuario.

2. Confluencias entre terrorismo y conflictividad armada: ejem-plos y evidencias

En su acepción convencional el concepto de terrorismo fue elaborado para designar la violencia promovida por anarquistas y revolucionarios europeos y norteamericanos entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX y más tarde por grupos mayormente subversivos al estilo del IRA norirlandés, la ETA vasca, las Brigadas Rojas de Italia, la Fracción del Ejército Rojo en Ale-mania, el Frente Popular de Liberación Palestina o Hamas, por citar solo unos pocos ejemplos. Estos y otros muchos actores terroristas tenían en co-mún tres características relevantes. La primera es que desarrollaron su vio-lencia en ausencia de procesos de insurrección masiva o conflicto armado. La segunda característica de los actores violentos a los que estamos hacien-do alusión es que todos ellos hicieron del terrorismo su actividad principal y su única modalidad de acción violenta. Pero ese segundo rasgo, a su vez, trae causa de un tercer y último atributo diferenciador: la extrema inferiori-

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dad del potencial de violencia disponible en comparación con los adversa-rios estatales. Así, para todos los actores citados, la elección del terrorismo como forma principal de violencia fue consecuencia directa de la naturaleza asimétrica del conflicto en el que estaban involucrados y de la posición de desventaja que ocupaban en él. Promover una insurrección armada masiva, una guerra de guerrillas (otra clase de estrategia violenta asimétrica, pero más costosa que el terrorismo) o librar batallas directas con el enemigo no eran opciones realistas para esa clase de actores tan minoritarios, escasa-mente armados y, en muchos casos también carentes del apoyo popular masivo e incondicional. Con todo, la violencia terrorista no ha sido patrimonio exclusivo de esa cla-se de actores. Por un lado, aunque el enfoque de este artículo se centre en la violencia organizada de origen subestatal, conviene recordar que el uso de acciones de fuerza dictadas por una motivación política, dirigidas contra civiles y no combatientes y destinadas a infundir miedo o terror ha sido una herramienta empleada por no pocos gobiernos y actores estatales, incluidos ejércitos regulares, fuerzas policiales y servicios secretos, o por fuerzas irre-gulares coaligadas con algún gobierno o algún organismo estatal (Reinares, 1998; De la Corte, 2006). De otro lado, diversos actores armados no esta-tales que han recurrido al terrorismo lo han hecho en el marco de contextos bélicos y en combinación con otras formas de violencia (Weinberg, 2006; González Calleja, 2013). Así, a lo largo del siglo XX fuerzas insurgentes practicaron el terrorismo junto con acciones propias de la guerra de guerri-llas (rural y urbana) o el combate abierto en las guerras de emancipación colonial (Palestina, Chipre, Argelia), en conflictos revolucionarios abiertos en numerosos países iberoamericanos a partir de la década de 1960, con el precedente de la revolución cubana (1953-1959), donde también los revo-lucionarios promovieron cierta actividad terrorista, en la guerra de Vietnam, así como en los conflictos que desmembraron la antigua Yugoslavia en la década de 1990, la guerra civil argelina (1991-2002) y las dos guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2009).

Aunque lo que más importa resaltar aquí es que, más allá de los anteriores ejemplos históricos, la relación entre terrorismo y conflictos armados ha ido a más durante las dos últimas décadas. Las pruebas más contundentes al respecto proceden de dos tipos de fuentes.

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2.1 Índice Global de Terrorismo (GTI)

Una primera fuente relevante para nuestro asunto son los análisis elabora-dos anualmente por diversos think tanks especializados en el registro, segui-miento y análisis de la actividad terrorista a escala mundial. A este respecto cabe resaltar las informaciones aportadas por el National Consortium for the Study of Terrorism and Responses to Terrorism (START), que elabora la Base de datos de terrorismo global (GBTDB)1, y el Institute for Peace & Economy que, alimentándose de esa base, elabora los informes anuales sobre la evolución del terrorismo en el mundo que vienen publicándose desde el año 20122. Además de aportar una gran masa de datos los citados informes ofrecen además una suma de puntuaciones correspondientes al “Índice Global de Terrorismo” (GTI, por sus siglas en inglés). El GTI es una medida que permite clasificar a todos los países del mundo según el impacto relativo que sobre ellos ha tenido el terrorismo durante el periodo temporal analizado, don-de la puntuación 0 equivale a la ausencia de actividad terrorista y el 10 al padecimiento de un terrorismo intensivo con máximo impacto estimado en base a cuatro indicadores numéricos: total de incidentes terroristas, total de víctimas mortales por terrorismo, total de heridos por terrorismo y total de daños debidos a incidentes terroristas. Partiendo de esa medida compues-ta ya puede extraerse una cierta idea sobre las relaciones entre terrorismo y conflictividad armada. Pero, además, varias de las ediciones del Índice Global de Terrorismo han dedicado cierta atención específica a ese tema, extractando una serie de evidencias que conviene recuperar aquí.

Basado en una recopilación de datos sobre los incidentes terroristas ocurri-dos en el mundo entre 2002 y 2011, la primera edición del informe incluía ya una referencia a lo que denominaría “conflicto organizado” presentán-dolo como uno de los principales “correlatos del terrorismo”. Lejos de refle-jar una simple especulación, la afirmación anterior se acompañaría del aval empírico resultante de analizar la correlación matemática, calculada me-diante las técnicas estadísticas oportunas, entre dos tipos de puntuaciones: las del GIT y las del Índice Global de Paz (o GPI, por sus siglas en inglés), otra medida estimada por el Instituto para la Paz y la Economía. Desde su primera edición, el informe sobre el Índice Global de Terrorismo ha venido mostrando que las puntuaciones de GTI y GPI mantienen una elevada co-

1 Global Terrorism Database: https://start.umd.edu/gtd/2 Todos los informes sobre el Índice de Terrorismo Global pueden consultarse en la página web del Institute for Economic & Peace: https://www.economicsandpeace.org

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rrelación negativa, lo cual significa que en los países más pacíficos el impac-to del terrorismo es significativamente inferior al que ésta misma clase de violencia tiene en naciones menos pacíficas. Por supuesto, los datos sobre incidentes terroristas y daños por terrorismo se incluyen entre las evidencias con las que se calcula el GPI o Índice Global de Paz, de modo que la produc-ción de actos terroristas en un país es uno de los factores que rebaja su posi-ción en dicho índice, pero no es ni mucho menos el único. De hecho, el GPI se calcula mediante la combinación de 23 indicadores diferentes relativos a la incidencia de hechos violentos, muchos de los cuales remiten a variables relacionadas con la existencia o no de conflictos armados, tanto interna-cionales como internos. Y cruzando las puntuaciones de esos indicadores específicos con las puntuaciones de GTI se comprueba que la existencia de conflictos armados se correlaciona positivamente con la ocurrencia de aten-tados terroristas. Es decir, que, en términos generales, la incidencia del te-rrorismo es mayor allí donde hay conflictos armados, y mayor aún donde los conflictos armados son más intensos y destructivos. Así, por ejemplo, según los cálculos sobre el GTI aportados en 2012, los máximos niveles de terro-rismo registrados entre 2002 y 2011 aparecieron fuertemente asociados a los más altos niveles de un indicador denominado “conflicto organizado” e incluido en el GPI. El siguiente informe sobre GTI publicado en 2014 repitió la anterior observación, pero aportó datos más precisos. Sus autores conclu-yeron que los países que resultaron más afectados por la violencia terrorista entre 2000 y 2013 también presentaron mayores niveles de otras formas de violencia, incluida la relacionada con “conflictos organizados”. Además, el mismo informe indicaba que las puntuaciones de GTI del año 2013 co-rrelacionaban significativamente con indicadores tales como la existencia de conflictos armados activos ese mismo año (correlación o “r”=0,73) y el número de muertes debidas a conflicto armado (r=0,68). Por su parte, el in-forme publicado en 2015 dedicaría un apartado específico para analizar la relación entre terrorismo y conflictos armados donde se informaba de que, según los datos recopilados y analizados, el 88 por ciento de los ataques te-rroristas ocurridos en el mundo entre 1989 y 2014 tuvieron lugar en países que se hallaban involucrados en uno o más conflictos violentos. Los datos sobre dichos conflictos violentos utilizados para realizar esa estimación pro-venían de la base de datos elaborada por el prestigioso Departamento de Paz y Conflictos de la Universidad de Uppsala y que recopila información sobre tipos de conflictos:

3 Recuérdese que las puntuaciones sobre correlaciones estadísticas se calculan dentro de un rango que va de 0 (ausencia de correlación) a 1 (correlación plena o total).

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- Conflictos violentos de intensidad baja, que producen un total de más de 24 y menos de 1.000 muertes directamente causadas por los enfrentamientos armados. - Conflictos de intensidad media, que son los que duran más de un año, generan cifras de muertes anuales superiores a 24 y menores a 1.000 y más de 1.000 muertes en total. - “Guerras” o conflictos de alta intensidad, que duran más de un año y provocan más de 1.000 muertes por año.

Pese a contemplar esos tres tipos de conflicto, el informe de 2015 indicaba, además, que la mayor parte de la actividad terrorista entonces reciente había tenido lugar en países afectados por guerras o conflictos violentos o armados de alta intensidad.

Finalmente, hasta la fecha, el informe de índice de Terrorismo Global que ha abordado de forma más exhaustiva la relación entre terrorismo y conflictos armados ha sido el publicado en 2018. Los autores del documento ofrecieron los siguientes cálculos:

1. A lo largo de los treinta años previos, los daños debidos al terrorismo habían crecido a un ritmo lento, mientras que el número de muertes produ-cidas por choques directos entre actores armados había fluctuado, experi-mentando primero un descenso significativo desde mediados de la década de 1980 y creciendo en años más recientes, aunque sin volver a alcanzar las cifras de 200.000 muertes por año registrada en 1985.

2. Durante la segunda década del siglo XXI se produjo un aumento paralelo y simultáneo tanto del nivel de conflictividad armada en el mundo como del impacto ejercido por la violencia terrorista a escala global.

3. El año 2014, por ejemplo, marcó un doble récord de muertes debi-das a la conflictividad armada, alcanzando la cifra más alta a ese respecto en los últimos 25 años, y la cantidad de víctimas mortales provocadas por actividad terrorista.

4. En los años que van desde 2011 a 2017 el número total de muertes por terrorismo fue inferior al número de muertes en combate. Sin embargo, ambos registros experimentarían variaciones proporcionalmente similares:

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- Entre 2011 y 2014 las muertes por terrorismo crecieron un 353% mientras que las debidas a combates aumentaron en un 356%. - Posteriormente, entre 2015 y 2017 las muertes por terrorismo descendieron un 44% y las muertes por conflicto decrecieron en un 34%.

5. Entre 2002 y 2017 unas 200.000 personas murieron a causa de ataques terroristas y el 94% de esas muertes ocurrieron en países que se encontraban involucrados en algún conflicto armado de intensidad baja, media o alta y el 74% en países implicados en una guerra.

6. Aunque entre 2002 y 2017 el terrorismo creció tanto en países afectados por un conflicto como en países no afectados por la conflictividad armada, solo los países en conflicto superaron el umbral de las 850 muertes provocadas anualmente por acciones terroristas.

7. Para el caso de los países que entre 2002 y 2017 padecieron al mismo tiempo un problema de terrorismo y una o varias guerras (conflictos violentos que produjeron un mínimo 1.000 muertes anuales debidas a las hostilidades), los índices sobre el nivel de daños respectivamente causados por los combates y los incidentes terroristas correlacionaron en gran medi-da (r=0,73).

8. Los países sin conflicto que padecieron un terrorismo más intenso durante el periodo 2002-2017 fueron dos naciones, Colombia y República Centroafricana, que atravesaban una fase de postconflicto, siendo el se-gundo de esos países el único no involucrado en una guerra situado entre los 25 países del mundo más castigados por el terrorismo. 9. Los seis países más perjudicados por la actividad terrorista entre 2002 y 2017 estuvieron inmersos durante ese mismo periodo en uno o va-rios conflictos armados y en todos ellos la cantidad de muertes generadas por incidentes terroristas fue casi la misma que las producidas en combate. En cambio, solo tres países que no padecieron un conflicto armado forma-ron parte de los 30 más afectados por terrorismo.

10. La letalidad de la actividad terrorista fue mayor en los países afec-tados por uno o varios conflictos, y aún fue mayor en países involucrados en

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guerras o conflictos. El año 2017 mostró las cifras más altas con relación a ambas tendencias:

- La media de ataques terroristas ocurridos durante 2017 fue de 2,4 muertes anuales en países en conflicto frente a una media de 0,8 muertes anuales en países sin conflicto. - La media de ataques terroristas ocurridos durante 2017 fue de 1,3 en países involucrados en conflictos menores o de baja intensidad, frente a una media de 2,9 muertes por año en naciones afectadas por una guerra.

11. El 74% de los ataques terroristas ocurridos entre 2002 y 2017 en países sin conflicto no causaron víctimas mortales. Por su parte, más de la mitad de los ataques terroristas perpetrados en los países en conflicto ge-neraron una, varias, o muchas víctimas mortales. Además, en esos mismos países tuvieron lugar 84 ataques terroristas que causaron cada uno de ellos más de 100 víctimas mortales.

12. Las pautas de victimización relacionadas con la actividad terro-rista desarrollada durante el periodo 2002-2017 no mostraron diferencias significativas en función de la existencia o no de un conflicto armado:

- En países sin conflictividad armada el 57% de las víctimas del te rrorismo fueron civiles, mientras que un 27% fueron personas vincu ladas al gobierno o el Estado. - En países afectados por la conflictividad armada el porcentaje de víctimas civiles por terrorismo fue de 51%, mientras que el 29% de las víctimas fueron personas vinculadas al gobierno o el Estado.

A todos los datos anteriores hay que agregar la observación de que las informaciones posteriormente aportadas en las dos últimas ediciones del Índice de terrorismo global, publicadas en 2019 y 2020, confirman la ten-dencia de creciente interacción entre actividad terrorista y conflictividad ar-mada, especialmente en aquellas partes del mundo donde el terrorismo se cobra la mayor parte de sus víctimas, localizadas en varias partes de África, Oriente Medio y el sur de Asia.

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2.2 Estudios sobre guerras civiles

Aparte de la información ofrecida por los informes sobre el Índice de terro-rismo global y por otros think tanks ocupados en monitorizar la evolución de la actividad terrorista en el mundo, la segunda fuente de información relevante acerca de la relación entre conflictos armados y terrorismo son los estudios académicos dedicados a estudiar las características de aquellos conflictos, sus causas y consecuencias. En ese sentido, son particularmente útiles e interesantes algunas investigaciones sobre la evolución de los con-flictos internos y guerras civiles. Aunque existen una variedad de estudios relacionados con esa temática, para no extenderme demasiado en la ex-posición me centraré en las evidencias y conclusiones proporcionadas por la investigación de Bárbara F. Walter, politóloga de la Universidad de San Diego e investigadora del Council of Foreign Relations, uno de los principa-les centros de pensamiento de Estados Unidos dedicados a las relaciones internacionales. Los estudios de Walter han alcanzado el suficiente reco-nocimiento como para verse reflejados en uno de los números del Annual Review of Political Science (Walter, 2017). El valor principal de dichos estu-dios reside en el reconocimiento del crecimiento de los conflictos violentos internos de alta intensidad o guerras civiles y en la identificación de sus características más importantes.

Tanto el trabajo de Walter como otros estudios sobre la evolución de las guerras civiles parten de un dato ya señalado en el apartado previo: tras haberse reducido durante la década de 1990, el número de guerras civiles volvería a crecer entre 2003 y 2017. Entre esos años hasta 16 países dife-rentes fueron escenario de conflictos armados internos de gran escala. A la vez, esas guerras civiles presentan algunas características que las distin-guen de las desarrolladas durante la segunda mitad del siglo XX. Varios de esos atributos son:

1. Vinculación de los conflictos violentos con las profundas divisiones sociales existentes en los países afectados, debidas tanto a razones políticas y económicas como a su diversidad étnica, tribal, religiosa y/o sectaria.

2. Participación en las guerras civiles de múltiples facciones internas enfrentadas.

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3. Significativa injerencia, presencia e intervención de actores externos e internacionales (actores armados y no armados, estatales y no estatales) a favor de alguno de los bandos enfrentados y en contra de los otros bandos.

4. Ocurrencia de las guerras en territorios rodeados de otros países que acumulan factores de riesgo para incubar sus propios conflictos internos o contagiarse de la violencia política extendida en sus naciones vecinas: largo historial represivo y militarista de sus Estados, profunda corrupción, proble-mas de gobernanza, acumulación de refugiados, etc. 5. Ausencia de terceras partes internas y/o externas con la capacidad o motivación necesarias para actuar como mediadores efectivos en los conflic-tos internos.

6. Duración media de las nuevas guerras civiles superior a la de guerras civiles ocurridas en las últimas décadas del siglo XX. Como subraya Walter, la literatura académica especializada ha probado sobradamente que esta perdurabilidad puede explicarse en parte por la incidencia de varias de las características anteriores.

La descripción de las guerras civiles recientes elaborada por Walter no acaba en la anterior relación, sino que se complementa con una segunda serie de atributos que guardan una relación especial con el tema de este artículo y que serán oportunamente comentadas en un apartado posterior. Con todo, conviene adelantar que todos esos atributos todavía pendientes de señalar están conectados con dos hechos particularmente importantes. Primero, de los 16 conflictos iniciados en 2003 o años sucesivos incluidos en el estudio de Walter solo uno ocurrió en un país europeo, Ucrania, mientras que el resto tuvieron lugar en diversos países situados en África, Oriente Próximo y Asia del sur. Segundo, la mayoría de esas guerras civiles tuvieron como actores insurgentes más destacados o potentes a movimientos, milicias o grupos que compartieron la doble condición de mantener una orientación ideológica ex-tremista y hacer un uso frecuente o intensivo de métodos terroristas.

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3. Explicaciones y causas (generales)

Como acabamos de ver, tanto los análisis sobre evolución reciente de la actividad terrorista a nivel mundial como los estudios sobre los atributos de los conflictos armados recientes, particularmente conflictos internos y gue-rras civiles, muestran que vivimos en una época marcada por una creciente convergencia entre ambas realidades. El terrorismo crece más y es más letal en escenarios de conflicto armado donde, además, no siempre es fácil dis-tinguir a los actores armados por las formas de violencia desplegada, ya que éstas, aun incluyendo el terrorismo, son variadas. Ahora bien, ¿por qué el terrorismo puede converger con la conflictividad armada y lo hace cada vez con mayor frecuencia e intensidad?

La experiencia histórica muestra que existen varias razones diferentes, pero no necesariamente opuestas entre sí, que pueden contribuir a que la activi-dad terrorista, el terrorismo y la conflictividad armada se potencien la una a la otra (Lia, 2005; De la Corte, 2006). Entre esas razones se incluyen las siguientes:

1. La reacción de un Estado o gobierno a un problema de terrorismo insurgente o la reacción popular ante un terrorismo vigilante desplegado por actores estatales o para-estatales puede, bajo ciertas circunstancias más o menos excepcionales, acabar desencadenando un conflicto armado.

2. Como ya señalamos, los actores armados enfrentados en un con-flicto violento, ya sea de carácter interno o internacional, pueden convertir el terrorismo en una herramienta auxiliar que complemente otras tácticas de enfrentamiento asimétricas (guerra de guerrillas rural o urbana, ope-raciones de sabotaje, creación de focos de subversión popular, agitación y propaganda, otras) o simétricas (choques y combates armados).

3. A veces el terrorismo surge como una forma de extensión de ciertos conflictos internacionales (Lia, 2004). Los resistentes de un país invadido que tienen como objetivo expulsar a las fuerzas ocupantes pueden combinar los ataques a dichas fuerzas con la ejecución de atentados dirigidos contra personal civil del país invasor a realizar en el propio territorio ocupado, en el país invasor o en terceros países.

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4. Movimientos y grupos que libran una guerra de insurgencia pueden decidir atacar a una nación extrajera aliada al gobierno que quieren derrocar para debilitarle a éste.

5. Algunos conflictos pueden ser aprovechados por grupos terroristas extranjeros para infiltrarse en los países donde tienen lugar con vistas a esta-blecer allí nuevas bases operativas y logísticas, apoyar a insurgencias locales o actuar como nuevos actores armados independientes. 6. Las simpatías despertadas en otros países por algunos de los bandos enfrentados en una guerra, especialmente por las fuerzas del país más débil involucrado en un conflicto internacional o por la facción insurgente implica-da en un conflicto interno, pueden estimular a algunos de los mismos sim-patizantes externos a desplazarse al país en conflicto para sumarse a las filas del bando elegido, adoptando así el papel de combatiente extranjero. A su vez, como ha ocurrido en múltiples ocasiones, los combatientes extranjeros pueden convertirse en terroristas si el terrorismo se incluye entre las tácticas empleadas por el grupo armado al que se han integrado o si dicho grupo opta por enviar de vuelta a los combatientes o aspirantes a combatientes extranjeros a su país de origen o residencia para cometer allí atentados te-rroristas.

7. Los mismos simpatizantes externos de grupos terroristas involucrados en uno o varios conflictos armados librados en un país extranjero pueden op-tar también por apoyar la actividad terrorista de esos grupos sin desplazarse a la zona de conflicto, implicándose en alguna actividad de apoyo a distancia (financiación, apoyo logístico, captación y envío de combatientes, propagan-da, etc.) o respondiendo a las incitaciones realizadas por ese grupo a través de miembros suyos o de su actividad propagandística a realizar atentados en el país de residencia. Ambas opciones también pueden ser elegidas por sim-patizantes que fracasaron en su intento de desplazarse a zona de conflicto o por combatientes terroristas retornados.

8. Si, como dijo Clausewitz, la guerra es la continuación de la políti-ca por otros medios, a su vez, el terrorismo puede ser la continuación de la violencia armada por medios alternativos a la guerra. En ocasiones, actores armados que han fracasado en el intento de imponerse a sus enemigos y realizar sus objetivos políticos mediante una guerra convencional o de gue-rrillas han optado por adoptar el terrorismo como actividad principal para dar

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continuidad a su lucha.

9. En el caso de los conflictos violentos librados en países pobres o subdesarrollados, la devastación material, el impacto económico y los efec-tos políticos y sociales provocados por años de enfrentamientos debilita a menudo las estructuras e instituciones de dichos países creando Estados frágiles o fallidos, desorden y caos, condiciones ideales para la proliferación de milicias armadas y la transformación de algunos de sus territorios en re-fugios o santuarios para grupos terroristas locales o extranjeros.

10. Por último, algunas conflagraciones armadas siembran una base de resentimiento colectivo en los pueblos, comunidades o facciones derro-tadas cuya transmisión de unas generaciones a otras puede propiciar el desencadenamiento de ulteriores enfrentamientos o campañas terroristas.

4. Conflictos armados, terrorismo y yihadismo

Los dos tipos de fuentes a las que hemos recurrido para fundamentar todo lo dicho hasta aquí apuntan a una misma evidencia: el creciente solapa-miento en las dinámicas de evolución mundial del terrorismo y la conflicti-vidad armada en torno a dos tendencias complementarias.

La primera tendencia supone el alcance de los niveles de máximo impacto por actividad terrorista y enfrentamientos armados en regiones y países ca-racterizados por la amplia influencia de la religión islámica. Según la Base de datos de terrorismo global, entre 2002 y 2011 cerca del 45% de los in-cidentes terroristas ocurridos en el mundo tuvieron lugar en tres países mu-sulmanes: Irak (24,5%), Pakistán (11,5%) y Afganistán (9,2%). Ningún otro país del mundo acumuló una proporción tan elevada de ataques terroristas como la de los tres anteriores y el cuarto país con más incidentes durante el mismo periodo fue India (11,1%), una nación que cuenta con una signifi-cativa población musulmana y donde una parte de la actividad terrorista es obra de diversos grupos extremistas originarios de la región de Cachemira. Asimismo, entre los siete países más castigados por el terrorismo también se incluiría Filipinas (3,8%), que cuenta con una minoría musulmana a la que pertenecen sus principales grupos terroristas. Pasando a los siguientes años, la abundante información aportada por los informes sobre el Índice de terrorismo global muestra que a lo largo de la segunda década del siglo

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XXI los diez países más ampliamente perjudicados por la violencia terroris-ta, tanto en términos de número de ataques como de los daños provocados por ellos, continuaron siendo países habitados por mayorías de confesión islámica o dotados de importantes comunidades musulmanas. Si tomamos como referencia el promedio de las puntuaciones obtenidas entre 2012 y 2019 en el índice de terrorismo global, los países fueron Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria, Siria, India, Somalia, Yemen, Filipinas y Egipto (veáse figura 1).

FIGURA 1. PAÍSES MÁS AFECTADOS POR EL TERRORISMO ENTRE 2012 Y 2019

RANKING PAÍSES PROMEDIO GTI

1 Irak 9,6*

2 Afganistán 9,4

3 Pakistán 8,6

4 Nigeria 8,5

5 Siria 7,8

6 India 7,6

7 Somalia 7,6

8 Yemen 7,6

9 Filipinas 7

10 Egipto 6,5

*Escala GTI: de 0 (impacto nulo) a 10 (impacto máximo)

FUENTE: ELABORACIÓN PROPIA A PARTIR DE INSTITUTE FOR ECONOMICS &

PEACE, 2021

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Muchos de los países musulmanes a los que acabamos de hacer referencia por haber ocupado los primeros puestos por impacto del terrorismo entre 2002 y 2019 padecieron uno o varios conflictos armados durante ese pe-riodo y, de hecho, varios de ellos estuvieron incluidos en la muestra de con-flictos considerados en el estudio de Walter sobre guerras civiles recientes. De acuerdo con las estimaciones realizadas en esa investigación, el número de guerras civiles libradas en países musulmanes ya había crecido signifi-cativamente a finales de siglo, comprendiendo el 40% de los conflictos de tal naturaleza ocurridos en el mundo entre 1989 y 2002. Sin embargo, entre 2003 y 2017 la proporción ascendió hasta el 65%. En consecuencia, de las 16 guerras civiles ocurridas en ese último periodo y estudiadas por Walter, once de ellas tuvieron lugar en naciones cuya población es mayo-ritariamente musulmana o incluye una comunidad islámica cuyo tamaño no es inferior al del resto de las comunidades que conforman la población total. Es el caso de Chad, Irak, Israel/Palestina, Libia, Mali, Nigeria, Pakis-tán, Siria, Somalia y Yemen. Curiosamente, el trabajo de Walter no incluyó el conflicto de Afganistán, a pesar de ser la guerra más larga librada en lo que llevamos del siglo XX, tal vez por haberse iniciado como una guerra internacional.

Por supuesto, el hecho de que la mayoría de las naciones citadas hayan sido países de amplia influencia islámica no es producto del azar. Antes bien, el hecho guarda una relación directa con la segunda tendencia antes anunciada que ha marcado la dinámica de confluencia entre terrorismo y conflictividad armada: el crecimiento experimentado desde principios del presente siglo por el número de grupos armados inspirados por el ideario salafista-yihadista involucrados tanto en el terrorismo como en otras for-mas de violencia organizada. Según un análisis realizado por el Center for Strategic & International Studies, el número de grupos yihadistas activos en el mundo creció en un 270% entre 2001 y 2018, como aumentó también en enorme proporción y de forma ininterrumpida la cantidad de militantes yihadistas integrados en fuerzas insurgentes y organizaciones y redes terro-ristas (Jones y Harrington, 2018). A su vez, tanto la mayoría de los actores armados responsables de la mayor parte de los incidentes terroristas regis-trados en la Base de datos sobre terrorismo global desde 2002 como casi todos los grupos insurgentes predominantes en las guerras civiles estudia-das por Walter y en otros muchos conflictos armados de intensidad media o baja fueron yihadistas. Es evidente, por tanto, que la extensión del yiha-dismo ha cumplido un papel esencial en el proceso de convergencia entre

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terrorismo y conflictividad armada. Pero ¿por qué?

Lo cierto es que si, como ya se explicó, los conflictos armados pueden in-teractuar con el terrorismo en una multitud de formas, prácticamente no hay ninguna que haya resultado ajena a la deriva tomada por el salafismo radical y violento desde finales del siglo pasado, concretado en el alumbra-miento de un movimiento yihadista global y la proliferación de escenarios de actividad terrorista e insurgente.

La historia misma del movimiento yihadista ofrece una sucesión de ejemplos de cómo los conflictos y el terrorismo pueden potenciarse mutuamente (De la Corte y Jordán, 2007; Byman, 2015; Hoffman y Reinares, 2016; Kepel, 2020). Aunque no sea este lugar para entrar en detalles sobre tales hechos históricos, por lo pronto no debe olvidarse que la creación de Al Qaeda a finales de la década de 1980 y su posterior apuesta por la promoción del terrorismo a escala internacional serían inexplicables de no haber estallado dos guerras concretas: la que enfrentó a parte del pueblo afgano contra el ejército soviético y el gobierno comunista de Kabul entre 1979 y 1989 y la desatada en Irak a raíz de la invasión de Kuwait en 1990 ordenada por Sadam Hussein. Antes de acabar el siglo XX la conflagración civil desenca-denada en 1992 en Argelia propició la formación de otros grupos yihadis-tas, como es el Grupo Islámico Armado (GIA), cuyos militantes, algunos de ellos veteranos de la campaña afgana, harían un uso intensivo de las tác-ticas terroristas en el marco de dicho conflicto y lanzarían una campaña de atentados en Francia para castigar a su gobierno por respaldar al gobierno argelino. Del GIA nació, como una escisión suya, otra milicia armada, el Grupo Salafista para la Predicación el Combate (GSPC) y cuando la guerra argelina concluyó a principios de la década 2000 el grupo prefirió continuar la lucha, consagrándose a partir de entonces al terrorismo, convirtiéndo-se primero en la organización terrorista más potente del norte de África y transformándose luego en Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).

El conflicto abierto en Afganistán a finales de 2001 en respuesta a los aten-tados del 11-S muestra mejor que ningún otro cómo el terrorismo puede incitar a la guerra (en este caso la librada por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN contra los talibán) y propiciar también el surgimiento de nue-vos focos de terrorismo, como el surgido en las áreas tribales de Pakistán a consecuencia de la llegada a esa región de Al Qaeda y los talibán afganos

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a esa región. Poco después, la guerra iniciada por Estados Unidos en Irak en marzo de 2003 dio lugar a la formación de una filial de Al Qaeda en ese país que, pasado el tiempo, se convertiría en Daesh, única organización extremista inspirada por los principios del salafismo radical con voluntad y fuerza para competir por el liderazgo del movimiento yihadista global.

A lo largo de su existencia tanto Al Qaeda como Daesh han probado con sus decisiones que siempre han concebido el terrorismo como una herra-mienta o forma de lucha entre otras posibles. De acuerdo con esa lógica, el tránsito de una actividad violenta esporádica y clandestina al combate armado es una evolución natural, siempre que las circunstancias y capaci-dades lo permitan. Claramente, Daesh ha sido el grupo que ha explorado esa opción con mayor éxito, aunque en ningún modo ha sido el único actor yihadista que ha logrado convertirse en una fuerza insurgente capaz de plantar batalla a sus enemigos y dejar orientar su actividad violenta por el objetivo de tomar posiciones y frentes de batalla o conquistar territorios. En este sentido, cabe recordar que varios de los grupos muyahidín afganos que lucharon contra los soviéticos hicieron la guerra no solo para expulsar al ejército invasor sino también para establecer un régimen teocrático como el que finalmente levantaron los talibán en 1996. Varios de los grupos o milicias yihadistas nacidas en la primera década del presente siglo también combinarían el terrorismo con otras formas de enfrentamiento armado y promoverían ofensivas destinadas a dotarse de bases territoriales propias. Dos ejemplos destacables son Al Shabaab, organización surgida en el mar-co de una auténtica guerra de desintegración activa en Somalia desde los años noventa, y los nigerianos de Boko Haram. Como es sabido, con el tiempo, ambos grupos han logrado expandir sus actividades y ataques más allá de las fronteras de sus países de origen hacia otras naciones del Cuerno de África, África Occidental y el Sahel, escenario éste al que también se ex-tendería AQMI y donde nacerían luego otros grupos terroristas insurgentes.

Precisamente una de las formas utilizadas por los grupos yihadistas para ampliar su radio de acción ha consistido en proyectar parte de sus fuerzas a sucesivos frentes de conflicto. Al Qaeda primero y Daesh después han aplicado en varias ocasiones la estrategia de “guerrilla accidental”. Llama-da así por un prestigioso especialista en el análisis de conflictos armados e insurgencias (Killcullen, 2009), la estrategia de la guerrilla accidental se desarrolla en cuatro fases. En la primera un grupo extremista se infiltra en

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algún país extranjero que se encuentra en conflicto o donde reina un clima prebélico, normalmente en algún área remota y desgobernada, donde em-pieza a establecer lazos con la población y con alguna insurgencia o grupo terrorista local. A continuación, el grupo comienza a actuar, aplicando una dosis variable de violencia, propaganda y actividad proselitista, para ganar influencia a lo largo del país o en ciertas regiones. En un tercer momento el grupo aumenta su actividad violenta o pasa a realizar atentados espe-cialmente graves y de gran impacto político y mediático que pueden ser perpetrados dentro del país infiltrado o fuera de él, con vistas a provocar una intensa represión institucional o desencadenar una intervención mili-tar, local o extranjera; y finalmente, el grupo aprovecha la reacción represi-va o respuesta armada a sus acciones para ampliar su base local de apoyo y alinear sus acciones con las de otras fuerzas insurgentes no extremistas susceptibles de acabar siendo absorbidas más adelante bajo un mando yi-hadista. Al Qaeda actuó de esa manera en Pakistán, Irak y Yemen. AQMI lo haría en el Sahel, donde su colaboración con milicias tuareg dio lugar a una gran fuerza insurgente en Malí que sumiría a dicho país en una nueva guerra a partir de 2012. Por su parte, Daesh infiltró sus fuerzas en Siria y Li-bia cuando ambos países iniciaron sendas guerras civiles en 2011 (Byman, 2015).

Involucrarse en guerras internas e internacionales y establecer bases terri-toriales en zonas de conflicto ha rendido múltiples beneficios a los grupos yihadistas con vocación transnacional. Por regla general, la libertad de mo-vimientos, impunidad delictiva y el crecimiento de la economía informal y la corrupción propiciados por la conflictividad armada, especialmente cuando es prolongada y afecta a países con instituciones frágiles, suelen ser apro-vechados por los actores en liza para implicarse en lucrativos negocios ilíci-tos. Y, así, la pujanza del yihadismo ha estado estrechamente relacionado con las tasas impuestas por los talibán a los traficantes de opio y heroína en Afganistán, el contrabando de petróleo y otras mercancías promovidas por Al Qaeda y Daesh en Siria e Irak y el cobro de rescates pagados a cambio de la liberación de rehenes occidentales secuestrados en el Sahel por AQMI y otras fuerzas yihadistas. Los réditos derivados de tales actividades han sido empleados para ofrecer atractivos salarios a combatientes, comprar armas y tecnología, prestar servicios sociales a las poblaciones locales a las que se quiere atraer a la causa y sufragar el adiestramiento de terroristas y la preparación de atentados (véase De la Corte, 2013).

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Los efectos movilizadores provocados por algunos conflictos armados libra-dos en países de influencia musulmana también son conocidos. Las inter-venciones militares como las de Afganistán e Irak y la guerra de Siria au-mentaron el interés de los grupos yihadistas y sus seguidores en realizar ataques terroristas en suelo occidental. Por otro lado, varios conflictos lleva-rían a líderes y grupos yihadistas a promover el desplazamiento hacia esos países en guerra de un gran número de voluntarios extranjeros dispuestos a convertirse en combatientes, terroristas o ambas cosas a la vez. Como es bien sabido, el primer conflicto que cumplió esa función fue la guerra afgano-soviética. En la década de 1990, las guerras de Bosnia y Chechenia atrajeron una discreta cantidad de voluntarios y, finalmente, al principio del presente siglo los conflictos de Irak y Siria se convirtieron en un imán para vocacionales de la yihad: varias decenas de miles de personas radicalizadas en más de cien países diferentes fueron movilizadas por el Frente al Nusra, grupo sirio próximo a Al Qaeda, y, sobre todo, por Daesh para combatir en su filas, contribuyendo al mayor flujo conocido de combatientes terroristas extranjeros. Más tarde, tras convertirse en veteranos de guerra, algunos de esos voluntarios tratarían de cometer ataques en Occidente, como harían también otros individuos que no lograron cumplir su sueño de alcanzar Siria o Irak (Byman, 2002).

Para terminar, conviene no subestimar el impacto ejercido sobre el terroris-mo por los perjuicios causados por las guerras y conflictos que han asolado a los países de influencia musulmana durante las últimas décadas. Como hemos visto también, los rencores engendrados por varias de esas contien-das bélicas y los graves daños causados a las instituciones, la economía y la convivencia posibilitaron que en algunos de los países afectados la violencia yihadista fuera un ingrediente de las etapas de posconflicto, mientras que facilitaron el avance de un conflicto hasta el siguiente en otros países.

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5. Conclusiones

Como hemos tratado de mostrar y explicar, el terrorismo y los conflictos armados no son necesariamente incompatibles y, en no pocas ocasiones, pueden llegar a convertirse en realidades profundamente interdependien-tes. Así ha ocurrido en otros tiempos, especialmente durante las últimas décadas. La progresiva conexión entre terrorismo y extremismo violento de base islamista y salafista ha estado íntimamente ligada a la acumulación de conflictos armados en países de mayoría islámica o dotados de amplias poblaciones musulmanas, conflictos marcados por el uso frecuente de tácti-cas terroristas y su tendencia a proyectar terrorismo más allá de sus propios frentes de batalla a escala internacional. La retroalimentación entre uno y otro fenómeno, no siempre fáciles de distinguir, ha sido casi perfecta. Y es de temer que así siga ocurriendo en los próximos años. Por eso, ninguna política o plan para prevenir el terrorismo debería ignorar ese hecho fun-damental.

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Weinberg, L. (2006). Sobre insurgencia y terrorismo. Fundación Jiménez Abad.