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1 ntroducción a la ilosofía edieval Textos de trabajo para el Curso de Introducción a la Filosofía Medieval, UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO TEXTOS DE AGUSTÍN DE HIPONA [Selección del Profesor]. Texto 1: Si me engaño, existo Indudablemente en nosotros hallamos una imagen de Dios, de la Trinidad, que, aunque no es igual, sino muy distante de ella, y no coeterna con ella, y, para decirlo en pocas palabras, de la misma sustancia que Él es, con todo, es la más cercana a Dios, por naturaleza, de todas las criaturas. Es además perfeccionable por reformación para ser próxima también por semejanza. Somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer. Y en las tres verdades apuntadas no nos turba falsedad ni verosimilitud alguna. No tocamos esto, como las cosas externas, con los sentidos del cuerpo, como sentimos los colores viendo, los sonidos oyendo, los olores oliendo, los sabores gustando, lo duro y lo blando palpando, ni como damos vueltas en la imaginación a las imágenes de cosas sensibles, tan semejantes a ellos, pero no corpóreas, y las retenemos en la memoria, y gracias a ella nacen en nosotros los deseos, sino que sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantasmas, estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de que amamos nuestro ser. En estas verdades me dan de lado todos los argumentos de los académicos, que dicen: ¿Qué? ¿Y si te engañas? Pues, si me engaño, existo. El que no existe, no puede engañarse, y por eso, si me engaño, existo. Luego, si existo, si me engaño, ¿cómo me engaño de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, soy yo el que me engaño, y, por tanto, en cuanto conozco que existo, no me engaño. Síguese también que, en cuanto conozco que me conozco, no me engaño. Como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valía. Porque no me engaño de que amo, no engañándome en lo que amo, pues aunque el objeto fuera falso, sería verdadero que amaba cosas falsas. ¿Qué razón habría para reprender y prohibirme amar como falsas, si fuera falso que amo cosas tales? Siendo esas cosas ciertas y verdaderas, ¿quién duda que, cuando son amadas, ese amor es cierto y verdadero? Tan verdad es, que no hay nadie que no quiera existir, como que no hay nadie que no quiera ser feliz. Y ¿cómo puede ser feliz, si no existe? La ciudad de Dios, libro XI, cap. 26

Textos de Agustín 1

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Page 1: Textos de Agustín 1

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ntroducción a la ilosofía edieval

Textos de trabajo para

el Curso de Introducción a la Filosofía Medieval,

UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO

TEXTOS DE AGUSTÍN DE HIPONA [Selección del Profesor].

Texto 1: Si me engaño, existo

Indudablemente en nosotros hallamos una imagen de Dios, de la Trinidad, que, aunque no

es igual, sino muy distante de ella, y no coeterna con ella, y, para decirlo en pocas palabras, de la

misma sustancia que Él es, con todo, es la más cercana a Dios, por naturaleza, de todas las criaturas.

Es además perfeccionable por reformación para ser próxima también por semejanza. Somos,

conocemos que somos y amamos este ser y este conocer. Y en las tres verdades apuntadas no nos

turba falsedad ni verosimilitud alguna. No tocamos esto, como las cosas externas, con los sentidos

del cuerpo, como sentimos los colores viendo, los sonidos oyendo, los olores oliendo, los sabores

gustando, lo duro y lo blando palpando, ni como damos vueltas en la imaginación a las imágenes de

cosas sensibles, tan semejantes a ellos, pero no corpóreas, y las retenemos en la memoria, y gracias

a ella nacen en nosotros los deseos, sino que sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantasmas,

estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de que amamos nuestro ser. En estas

verdades me dan de lado todos los argumentos de los académicos, que dicen: ¿Qué? ¿Y si te

engañas? Pues, si me engaño, existo. El que no existe, no puede engañarse, y por eso, si me engaño,

existo. Luego, si existo, si me engaño, ¿cómo me engaño de que existo, cuando es cierto que existo

si me engaño? Aunque me engañe, soy yo el que me engaño, y, por tanto, en cuanto conozco que

existo, no me engaño. Síguese también que, en cuanto conozco que me conozco, no me engaño.

Como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el

amor mismo, algo que no es de menor valía. Porque no me engaño de que amo, no engañándome en

lo que amo, pues aunque el objeto fuera falso, sería verdadero que amaba cosas falsas. ¿Qué razón

habría para reprender y prohibirme amar como falsas, si fuera falso que amo cosas tales? Siendo

esas cosas ciertas y verdaderas, ¿quién duda que, cuando son amadas, ese amor es cierto y

verdadero? Tan verdad es, que no hay nadie que no quiera existir, como que no hay nadie que no

quiera ser feliz. Y ¿cómo puede ser feliz, si no existe?

La ciudad de Dios, libro XI, cap. 26

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Texto 2: si dudo, existo

¿Quién duda que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, conoce y juzga?; puesto que, si duda vive;

si duda, recuerda su duda; si duda, entiende que duda; si duda, quiere estar cierto; si duda, piensa; si

duda, sabe que no sabe; si duda, juzga que no conviene asentir temerariamente. Y aunque dude de

todas las demás cosas, de éstas jamás debe dudar; porque, si no existiesen, sería imposible la duda.

Tratado de la santísima trinidad, I X, cap. 3

Texto 3: dos amores y dos ciudades

Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la

terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí

misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por

máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria [...]. En aquélla, sus

príncipes y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia de dominio, y en ésta

sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos obedeciendo. Aquélla ama su

propia fuerza en sus potentados, y ésta dice a su Dios: A ti he de amarte, Señor, que eres mi

fortaleza (Sal 17,2). Por eso, en aquélla, sus sabios, que viven según el hombre, no han buscado más

que o los bienes del cuerpo, o los del alma, o los de ambos [...]. Creyéndose sabios, es decir,

engallados en su propia sabiduría a exigencias de su soberbia, se hicieron necios [...]. En ésta, en

cambio, no hay sabiduría humana, sino piedad, que funda el culto legítimo al Dios verdadero, en

espera de un premio en la sociedad de los santos, de hombres y ángeles, con el fin de que Dios sea

todo en todas las cosas (1 Cor. 15,28).

La ciudad de Dios, libro XIV, cap. 28

Texto4: el mal, privación del bien

Aun lo que llamamos mal en el mundo, bien ordenado y colocado en su lugar, hace resaltar más

eminentemente el bien, de tal modo que agrada más y es más digno de alabanza si lo comparamos

con las cosas malas. Pues Dios omnipotente, como confiesan los mismos infieles, «universal Señor

de todas las cosas», siendo sumamente bueno, no permitiría en modo alguno que existiese algún

mal en sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo

mal.

Pues ¿qué otra cosa es el mal, sino la privación del bien? Del mismo modo que, en los cuerpos de

los animales, el estar enfermos o heridos no es otra cosa que estar privados de la salud -y por esto,

al aplicarles un remedio, no se intenta que los males existentes en aquellos cuerpos, es decir, las

enfermedades y heridas se trasladen a otra parte, sino destruirlas, ya que ellas no son substancia,

sino alteraciones de la carne, que, siendo substancia y, por tanto, algo bueno, recibe estos males,

esto es, privaciones del bien que llamamos salud-, así también todos los defectos de las almas son

privaciones de bienes naturales, y estos defectos cuando son curados, no se trasladan a otros

lugares, sino que, no pudiendo subsistir con aquella salud, desaparecen en absoluto.

Enquiridión, cap. 11

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Texto 5: Sobre la verdad

Nadie es arrojado de la verdad, que no sea acogido por alguna imagen de la misma. Indaga qué es lo

que en el placer corporal cautiva: nada hallarás fuera de la conveniencia; pues si lo que contraría

engendra dolor, lo congruente produce deleite. Reconoce, pues, cuál es la suprema congruencia. No

quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y

si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte

sobre la cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí

donde la luz de la razón se enciende. Pues, ¿adónde arriba todo buen pensador sino a la verdad ? La

cual no se descubre a sí misma durante el discurso, sino es más bien la meta de toda dialéctica

racional. Mírala como la armonía superior posible y vive en conformidad con ella. Confiesa que tú

no eres la verdad, pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance por la investigación,

no recorriendo espacios, sino con el afecto espiritual, a fin de que el hombre interior concuerde con

su huésped, no con la fruición carnal y baja, sino con subidísimo deleite espiritual…

No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la

verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al

remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma dotada de razón. Encamina, pues, tus

pasos allí donde la luz de la razón se enciende. Pues, ¿adónde arriba todo buen pensador sino a la

verdad? La cual no se descubre a sí misma durante el discurso, sino es más bien la meta de toda

dialéctica racional. Mírala como la armonía superior posible y vive en conformidad con ella.

Confiesa que tú no eres la verdad, pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance por

la investigación, no recorriendo espacios, sino con el afecto espiritual, a fin de que el hombre

interior concuerde con su huésped. [...] Tales verdades no son producto del raciocinio, sino hallazgo

suyo. Luego antes de ser halladas permanecen en sí mismas.

De la verdadera religión, cap. 39

Texto 6: las ideas divinas, causas ejemplares de las cosas

Atendiéndonos a una versión verbal, podemos llamar a las ideas formas o especies. Llamándolas

razones nos apartamos de la interpretación adecuada, pues las razones en griego se llaman logoi, y

no ideas. Con todo, no sería un desatino el uso de dicho vocablo. Porque son las ideas ciertas

formas principales o razones permanentes e invariables de las cosas, las cuales no han sido

formadas, y por esto son eternas y permanecen siempre en el mismo estado, contenidas en la divina

inteligencia. Y siendo así que ellas ni nacen ni mueren, con todo se dice que está formado según

ellas todo lo que puede nacer y morir, y todo lo que nace y muere. [...]

Luego, si la razón de las cosas, antes o después de crearlas, está en la mente del Creador, donde

todo es eterno e inmutable -y a estas razones causales de las cosas llamó Platón ideas-, se deduce

que ellas son verdaderas y eternas, y permanecen inalterables en su ser, y con su participación se

hace cuanto se crea, de cualquier modo que fuere.

Sobre 83 diversas cuestiones, 43

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Texto 7: Las verdades eternas

Porque son las ideas ciertas formas principales o razones permanentes e invariables de las cosas, las

cuales no han sido formadas, y por esto son eternas y permanecen siempre en el mismo estado,

contenidas en la inteligencia divina. Y siendo así que ellas ni nacen ni mueren, con todo se dice que

está formado según ellas todo lo que puede nacer y morir, y todo lo que nace y muere. Sólo al alma

racional le es dado el conocerlas con aquella porción suya con que sobresale, es decir, la mente y

razón, que es como cierto semblante y ojo suyo, interior y racional.

Sobre 83 diversas cuestiones, 43