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MABEL THWAITES REY

LA AUTONOMÍA COMOBÚSQUEDA, EL ESTADOCOMO CONTRADICCIÓN

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© Prometeo Libros, 2004Av. Corrientes 1916 (C1045AAO), Buenos AiresTel.: (54-11) 4952-4486/ 8923 / Fax: (54-11) 4953-1165e-mail: [email protected]

ISBN: 950-9217-

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723Prohibida su reproducción total o parcialDerechos reservados

Diseño y diagramación: R&S

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ..........................................................................9I- LA AUTONOMÍA COMO MITO YCOMO POSIBILIDAD ................................................................ 111- Neoliberalismo y protesta social .......................................... 132- Autonomía: un concepto d e múltiples significados ........ 17

A- Algu nas definiciones teóricas ..................................... 17B- Postu ras p olíticas e id eológicas ................................. 22C- La au tonom ía “p ráctica” ............................................ 28

3- Potencialidad y límites de la au tonomía ............................ 35A- Razones de fru stración ................................................ 35

a. No definición de tareas ......................................... 35b. Au sencia de enlaces .............................................. 39c. Falta de recu rsos .................................................... 43d . Idealización de la au togestión ............................ 44

B- La au tonom ía mitificada ............................................. 47

a. La batalla por la horizontalidad ......................... 47b. El su jeto de la emancipación ............................... 49c. Más allá d el altru ismo evangélico yla “laborterapia” ........................................................ 50d . La “delegación por confianza” ........................... 53

II- EL PODER POLÍTICO Y LA DIMENSIÓN ESTATAL ... 571- Elogio de la política ................................................................ 59

A. La política como terreno d e d isputa ......................... 61B- ¿Anti-pod er o impotencia? .......................................... 65C- La au togestión an ticipatoria ...................................... 68

2- El estad o como contrad icción ............................................... 72A- La respu esta contrad ictoria del formatobenefactor ............................................................................ 74B- Un estado que es-no es-y puede ser .......................... 79

NOTAS 85BIBLIOGRAFÍA ......................................................................... 109

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A la memoria de dos imprescindibles: Rodolfo Shcoler y Emilio J. Corbière

Las andanzas insospechadas de la primera ver-

sión d e este ensayo, que circuló por internet, fueron elestímulo central para su publicación en papel. Surgi-do como puntapié inicial para una discusión mayorsobre autonomía en el ámbito del Departamento deEstudios Políticos del Centro Cultural de la Coopera-ción, el entusiasmo de Emilio Corbiere, que lo distri-buyó de inm ediato por ARGENPRESS, hizo que aquelborrador cobrara, casi, vida propia. Gracias a los co-mentarios y debates que suscitó, especialmente en losmovimientos sociales, reelaboré esta versión conside-rablemente más larga. Trato aquí de incorporar las re-flexiones más oportunas y sugestivas que recibí, así como las referencias bibliográficas qu e amplían el tema

y pueden abrir caminos para otras reflexiones. Por esoen estas páginas están los ecos del apasionado debateque no se ha agotado, sobre las perspectivas de lasluchas populares emancipatorias y el fantasma omni-presente del poder político encarnado –no sólo, peronodalmente– en el estado. Para facilitar la lectura endistintos planos y no entorpecer el razonamiento ar-

gumental central, opté por mantener una exposición

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de lectura m ás fluida en el cuerpo principal del texto eintroducir datos adicionales y consideraciones acla-ratorias en notas finales. La intención es contribuircon algunas ideas y referencias históricas y teóricas,al siempre provisorio análisis de una realidad que se juega a diario en las caídas y las esperanzas de losque luchan por un m und o mejor. De los muchos apor-tes recibidos quiero destacar algunos en particular.Luis Mattini inició la polémica, que se reflejó en un

número de Cuadernos del Sur. Tanto a él como al co-lectivo editor de la revista les debo m i reconocimiento.Omar Acha y María Cecilia Cross hicieron señalamien-tos muy atinados a distintos borradores, incluido elque presenté y discutí, alentada por Ana Dinerstein,en la Conferencia Internacional de la asociación delatinoamericanistas británicos (SLAS), realizada en

Leiden, Holanda. Felipe Jolly, con paciencia infinita,corrigió la versión en inglés. José Castillo, Hernán Ouvi-ña y Miguel Mazzeo tuvieron la enorme generosidadde tomarse el trabajo de una lectura rigurosa y hacer-me críticas, precisiones empíricas y aportes teóricoscentrales para esta versión. A todos ellos va mi grati-tud, con la esperanza de no defraudarlos con el resul-tado final, del cual, como se suele decir en estos casos,no son responsables.

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INTRODUCCIÓN

Autonomía es una palabra bella. Nombra la posi-bilidad de expresión sin condicionamientos, sin ata-duras, sin restricciones, de actuar por voluntad pro-pia y de pensar sin límites. Evoca el campo deseadode la libertad. Casi como su opuesto, la palabra estadose asocia a las fronteras, los obstáculos, los constreñi-mientos, las imposiciones, la opresión. Es el ámbitotemido d e la represión. Pero las prácticas concretas enlas que se expresan autonomía y estado, libertad ycoacción, presentan los matices, las sutilezas, las bús-quedas y las contradicciones que conforman el mate-

rial con que se construye la realidad, en su vital acon-tecer de materialidades y símbolos diversos.En este trabajo no intentamos hablar de las pala-

bras, sino de las formas concretas en que aquellas en-carnan. En los años recientes, al calor de las luchasglobales y locales, se ha extendido mucho la idea deque la emancipación social no debe tener como eje cen-tral la conqu ista del poder del estado, sino p artir de lapotencialidad de las acciones colectivas que emergeny arraigan de la sociedad para construir “otro mun-do”. La autonomía social versus el poder del estadoha pasado a ser una d icotomía no solo presente en losdebates políticos y académicos, sino que ha adquiridosingular operatividad en las prácticas sociales y polí-ticas históricamente situadas.

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Las páginas que siguen surgen a partir de dos pre-ocupaciones estrecham ente relacionad as entre sí, y queenlazan autonomía y estado. La primera tiene que vercon las perspectivas de los nuevos movimientos po-pulares en la Argentina, especialmente activos traslos sucesos de d iciembre de 2001, y muy influidos porla búsqueda de autonomía. La segund a inqu ietud vie-ne de más lejos y se refiere a la naturaleza del poderpolítico y al papel de los estados nacionales, sobre

todo los periféricos como el argentino, en un escenariomundial signado por la globalización y la preponde-rancia guerrerista de Estados Unidos. Aquí se intenta,a partir del prisma de la experiencia argentina, poneren cuestión las potencialidades y los límites que tienela noción de autonomía para gestar y sostener accio-nes colectivas significativas, así como indagar sobre

el papel contradictorio de los estados nacionales paray en la lucha política. Este afán de indagación no tie-ne, sin embargo, un sentido meramente descriptivo oabstracto. Incluye la pasión por aportar elementos parapensar y repensar los caminos emancipatorios

En la primera parte se pasa revista a las distintasconcepciones teórico-políticas de la categoría “auto-nomía” y a sus implicancias para la praxis social. En lasegunda se analiza el lugar de la política y el papel con-tradictorio de los estados nacionales. En ambas está pre-sente una discusión con ciertas visiones autonomistas yla reivindicación de una perspectiva gramsciana paraanalizar y empujar las posibilidades de superación po-

lítica y social.

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I- LA AUTONOMÍA COMOMITO Y COMO POSIBILIDAD

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1- NEOLIBERALISMO Y PROTESTA SOCIAL

La larga hegemonía neoliberal de las décadas delos ochenta y los noventa, además de sus desastrososefectos sociales, ha impactado de manera decisiva enlas prácticas concretas en torno del poder y, como nopodía ser de otro modo, sobre la forma de concebirlo yla de enfrentarlo. La noción de poder, en su acepciónmas corriente, remite a los formatos en que se expresala capacidad de hacer o de imponer una voluntad so-bre otra en las relaciones sociales. En términos políti-cos más acotados, el poder tiene que ver con las for-mas de autoridad y dominación que se inscriben en elestado y, como contracara, también con las prácticaspopu lares que se proponen impugnarlo, contestarlo yconstruir alternativas al capitalismo “realmente exis-tente”.

A partir de la expansión de la “globalización” neo-liberal, se puso fuertemente en cuestión al estado-na-ción, ya no sólo en cuanto a su tamaño o formato, sinoa su funcionalidad con relación al mercado mundial.Y si esto es relevante para el conjunto de los estadosnacionales, respecto a la periferia capitalista adquiereuna dimensión crucial. Las políticas neoliberales, quecorroyeron las bases económicas, sociales, políticas y

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culturales de las débiles democracias latinoamerica-nas, tuvieron como eje la subordinación cada vez m ásprofund a a la lógica de circulación y acumulación delcapital a escala global (Borón, 2000). Esto implicó unacotamiento mayor de los márgenes de acción estatalpara formular políticas públicas y, correlativamente,un resurgimiento, desordenado y contradictorio, delas prácticas sociales encaminadas a enfrentar o re-solver los problemas planteados por la deserción es-

tatal.En ese marco, en los años recientes ha empezado arevitalizarse una noción que tiene sus raíces en dis-tintas tradiciones emancipatorias: la autonomía. Estoes, la idea de que la construcción política alternativano debe tener como eje central la conquista del poderdel estado, sino que debe partir de la potencialidad de

las acciones colectivas que emergen de y arraigan enla sociedad para construir “otro mundo” (Negri-Har-dt, 2000, Holloway, 2001, Ceceña, 2002, Zibechi, 2003).Estas ideas no solo circulan en el campo del debatepolítico y académico, sino que han logrado variadaencarnadura en múltiples expresiones sociales con-testatarias. Desde el crecimiento de los movimientosopuestos a la forma de globalización impuesta por elcapital –que alcanzaron sus picos de expansión enlos Foros Sociales Mundiales y en las movilizacionescontrarias a las cumbres capitalistas en Seatle, Géno-va y Davos–, hasta el surgimiento de experiencias po-pulares alternativas en América latina, como el zapa-

tismo, el movimiento indígena ecuatoriano y el de losSin Tierra de Brasil, pasando por las luchas de los“piqueteros”, las asambleas populares y las fábricasrecuperadas de Argentina, el abanico de instanciasque cuestionan el capitalismo “realmente existente” ysus formas económicas y políticas es amplio.

Pero no obstante reconocer la revitalización que alas luchas emancipadoras le aporta la noción de auto-

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nomía de los sectores populares respecto al sistemapolítico dominante (instituciones estatales, partidospolíticos), no puede dejar de señalarse cierta coinci-dencia con el énfasis puesto por el neoliberalismo ensu prédica anti-estatista y anti-política. Esto es lo queJoachim Hirsch (2001) ha llamado “el totalitarismo dela sociedad civil”. Más aún, desde la prédica y lasprácticas neoliberales se ha hecho un culto de la so-ciedad, llegándose a pregonar las ventajas de la “par-

ticipación” en los asuntos comunes, como forma deacotar la capacidad de acción del estado. No en vanouna de las recetas principales del Banco Mundial enlos años noventa, por ejemplo, ha sido el procurar laimplicación de los sectores sociales involucrados enlas políticas públicas, como una forma de sortear a lasburocracias y de ahorrar recursos.

La historia argentina reciente es ilustrativa de comocobran encarnadura tales modelos “teóricos” en si-tuaciones “realmente existentes” y producen sus pro-pias explosiones económicas, sociales y políticas. Lacrisis del modelo neoliberal instalado en 1976 por ladictadura militar y llevado a su máxima expresióndurante la década de los noventa, estalló en la Argen-tina a fines d e 2001. El proceso de reforma estructuralencarado en gran parte de los países de América lati-na, y especialmente en la Argentina por el gobierno d eCarlos Menem (1989-1999), acentuó las desigualda-des sociales y económicas de gran parte de la pobla-ción d e la región, aumentando a niveles sin p receden-

tes la desocupación, la pobreza y la marginalidad so-cial. En la Argentina, las consecuencias de la aperturaeconómica indiscriminada –ligada a la sobrevalua-ción del peso–, la privatización de los servicios públi-cos y del sistema jubilatorio, y la descentralización defunciones básicas como la educación y la salud, im-plicaron un cambio radical en el mapa social del país.El remate se dio con el colapso del régimen de conver-

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tibilidad, que desde 1991 había logrado una precariaestabilización de precios equiparando el peso al dó-lar. La salida caótica de este régimen ya agotado, im-puesta por el FMI, los acreedores externos y la admi-nistración de George Bush, provocó una brutal deva-luación y la caída en default de la deuda pública yllevó los índ ices de pobreza a superar, de modo inédi-to, el 50% de la población. Todo esto tuvo u n impactomuy grande sobre las formas clásicas de concebir la

lucha política y la protesta social que, a su vez, seengarza con los cambios operados a escala mundial(Thwaites Rey, 2003).

El 2001 fue un año crucial, signado por una caóti-ca gestación de la crisis. El 19 y 20 de diciembre, en jornadas históricas, miles de personas se lanzaron alas calles del país a protestar y provocaron la caída

del gobierno d e Fernando De la Rúa. La consigna pro-totípica d e esta etapa,"que se vayan todos”(QSVT ) , lo-gró expresar el rechazo absoluto, visceral y virtual-mente unánime al impotente gobierno –surgido comode “centro-izquierda” y ubicado rápidamente a la de-recha– y al modelo neoliberal. En elQSVT estaba con-tenida la demanda de que desapareciera toda la diri-gencia (política, sobre tod o, pero tam bién sind ical, ju-dicial, económica, etcétera) que había llevado el paísal desastre.

Junto a una intensa activación de la participaciónpopular en manifestaciones y acciones públicas dediverso tenor (desde los “cacerolazos”1 y los “escra-

ches”2

de los sectores medios pauperizados, hasta lasprotestas de las organizaciones de desocupados “pi-queteros”)3, en esta etapa cobraron nuevo impulso lasexperiencias de autogestión de las fábricas recupera-das por los trabajadores (embrionarias antes de 2001y con un desarrollo creciente tras la agudización de lacrisis) y de los movimientos piqueteros4 (cuyo origense remonta a 1996), a las que se sumaron las novedo-

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sas formas de auto-organización de los vecinos d e losprincipales centros urbanos en “asambleas barriales”(a partir d e diciembre d e 2001).1 Si bien estas experien-cias, que tuvieron su punto de mayor auge en 2002,fueron declinando de manera dispar, aún constituyenun núcleo insoslayable para pensar nuevas formas d earticulación del poder popular y también para identi-ficar sus posibles límites.

En el contexto del pensamiento y las luchas anti-

globalización en el nivel mu nd ial, en la Argentina tam -bién se intensificaron los debates en torno a la posibi-lidad de producir cambios radicales a partir de la ac-ción de los nuevos actores emergentes de la protestasocial, especialmente tras las intensas jornadas de di-ciembre de 2001. Uno de los aspectos más significati-vos de estos movimientos es que han sido leídos –por

sus protagonistas, por sus mentores o por diversosanalistas– como portadores de una potencialidad au-tonómica sobre la que podría fund arse un nuevo pro-yecto social, contrapuesto o alejado de las estructurasestatales existentes. Esto nos impone efectuar una re-visión conceptual de las distintas cuestiones teóricasy prácticas que se ligan a la idea de autonomía.

2- AUTONOMÍA:UN CONCEPTO DE MÚLTIPLESSIGNIFICADOS

A- Algunas definiciones teóricas

En primer lugar, podemos distinguir varias pers-pectivas sobre el concepto:

1- Autonomía del trabajo frente al capital. Se refie-re a la capacidad de los trabajadores para gestionar laproducción, con independencia del poder de los capi-talistas en el lugar de trabajo. Se vincula a la autoges-tión de los trabajadores y, en algunas perspectivas, a

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la posibilidad de lograr un "comunismo alternativo",que por su propia expansión, logre forjar una formaproductiva superadora del capitalismo.6

2- Autonomía en relación a las instancias de orga-nización que puedan representar intereses colecti-vos (partidos políticos, sindicatos).Plantea la existen-cia de organizaciones de la sociedad que no se some-ten a la mediación d e los partidos y operan d e maneraindependiente para organizar sus propios intereses.

Conlleva la noción de auto-organización. La posiciónmas radicalizada es la que rechaza cualquier formade delegación y representación y reclama la participa-ción individual directa en todo proceso de toma dedecisiones que involucre lo colectivo. Apuesta, inclu-so, a bloquear la emergencia de liderazgos, acotandoa la categoría de portavoces rotativos a quienes even-

tualmente hablan en nombre del colectivo.73- Autonomía con referencia al estado.Supone la

organización de las clases oprimidas de modo inde-pendiente de las estructuras estatales dominantes, esdecir, no subordinad a a la dinám ica impuesta por esasinstituciones. En algunas versiones implica el recha-zo a todo tipo de “contaminación” d e las organizacio-nes populares por parte del estado burgués, para pre-servar su capacidad de lucha y autogobierno y su ca-rácter disruptivo. En otras, supone el rechazo de pla-no a cualquier instancia de construcción estatal (seatransicional o definitiva) no capitalista.

4- Autonomía de las clases dominadas respecto

de las dominantes.Se refiere a la no subordinación alas imp osiciones sociales, económicas, políticas e ideo-lógicas de éstas. Ganar autonomía, por end e, es ganaren la lucha p or un sistema social distinto. Es no some-terse pasivamente a las reglas de juego impuestas porlos que dominan para su propio beneficio. Es pensar yactuar con criterio propio, es elegir estrategias auto-referenciadas, que partan de los propios intereses y

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valoraciones. Esta postura está p resente ya en el jovenGramsci, quien concebía a los Consejos de Fábricacomo “las propias masas organizadas de forma autóno-ma”. Y es lo que los viejos autonomistas italianos lla-maban “autovalorización”.8

Creemos que la posibilidad misma de este tipo deautonomía lleva aparejada toda una lucha “intelec-tual y moral”, como pensaba Gramsci, por vencer elproceso de fetichización que escinde el “hacer” del

“pensar ese hacer”, para poder reproducirlo constan-temente. Es preciso volver consciente la explotación,comprenderla, para imaginar un horizonte autóno-mo, que contemp le los intereses mayoritarios y no losde quienes nos someten. Como señala Rauber, en unpasaje que recuerda las tesis de Sartre de 19549: “Ser sujeto de la transformación no es una condición propia de

una clase o grupo social sólo a partir de su posición en laestructura social y su consiguiente interés objetivo en loscambios. Se requiere, además, del interés subjetivo, es decir,activo-consciente, de esas clases o grupos. Esto supone quecada uno de esos posibles sujetos reconozca, internalice esasu situación objetiva y que además quiera cambiarla a su favor”. (Rauber, 2000)10. La condición de explotado,dice la autora, no impulsa a quien la padece, necesa-riamente, a luchar por cambiarla. Para interesarse enmodificar su situación de explotación es preciso quetome conciencia de ella, que indague quién y por quélo explota, que rompa la naturalización a través de lacual el sistema hegemónico logra mantenerlo en su

condición subordinada. Recién entonces, en ese pro-ceso de comprensión de la realidad entran en la dis-cusión el tipo de cambio que se reclama, sus cond icio-nes de posibilidad y los medios para lograrlo. Es deeste modo que comienzan a gestarse las bases para unpensamiento y una práctica autónomos.

La au tonomía no brota espontáneamente de las re-laciones sociales, hay que gestarla en la lucha y, sobre

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todo, en la comprensión del sentido de esa lucha. Así como la fetichización es un proceso constante, perma-nente, de ocultar la verdadera naturaleza de las rela-ciones sociales tras la fachada de la igualdad burgue-sa y los vínculos entre los hombres bajo el velo de larelación entre cosas (Holloway, 2002)11, la autonomíatambién es un proceso de “autonomización” perma-nente, de comprensión continuada del papel subal-ternizado que impone el sistema a las clases popula-

res y de la necesidad de su reversión, que tiene susmarchas y contra-marchas, sus flujos y reflujos. Es, ensuma, un proceso de lucha por la construcción d e unanueva subjetividad no subordinada (Dinerstein, 2002).

5- Autonomía social e individual.Es la visión quepropugna una recomposición radical de las formasde concebir y actuar en el presente, a partir de poner

en tela de juicio todas las instituciones y significacio-nes, en vistas a construir la emancipación plena. Sedestaca la posición de Cornelius Castoriadis (1986):“una sociedad autónoma es su actividad de autoinstituciónexplícita y lúcida, el hecho de que ella misma se da su leysabiendo que lo hace (...) Si la autogestión y el autogobiernono han de convertirse en mistificaciones o en simples más-caras de otra cosa, todas las condiciones de la vida socialdeben ponerse en tela de juicio. No se trata de hacer tablarasa y menos de hacer tabla rasa de la noche a la mañana; setrata de comprender la solidaridad de todos los elementosde la vida social y de sacar la conclusión pertinente: en principio no hay nada que pueda excluirse de la actividad

instituyente de una sociedad autónoma”12

.Para él, un ser autónomo o una sociedad autóno-ma consiste en la aparición d e un ser que cuestiona supropia ley de existencia, de sociedades que cuestio-nan su propia institución, su representación d el mun-do, sus significaciones imaginarias sociales(Castoria-dis,1990). A partir de esa idea, ubica el contenido po-sible del proyecto revolucionario como la búsqueda

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de una sociedad organizada y orientada hacia la au-tonomía de todos. Es decir, "crear las instituciones que,interiorizadas por los individuos, faciliten lo más posible elacceso a su autonomía individual y su posibilidad de parti-cipación efectiva en todo poder explícito existente en la so-ciedad" (Castoriadis, 1990:137).

Para el autor, el proyecto social deautonomíaexigeindividuos autónomos, ya que la institución social esportada por ellos. Entiende a la autonomía individual

como la participación igualitaria de todos en el poder,interpretando –a este último término–, en el sentidomás amplio. Desde allí, postula la posibilidad de quelos seres humanos se muevan y revolucionen su exis-tencia social, sin m itos y utopías, por medio designifi-caciones lúcidas y transitorias.(Malacalza, 2000) Res-pecto de esto, afirma que, del mismo m odo que no hay

sociedad sin mito, existe un elemento de mito en todoproyecto de transformación social. Alerta contra esapresencia, puesto que siempre es traducción de tradi-ciones heterónomas, ajenas al principio deautonomía(Castoriadis, 1993. Vol. I: 178). Todo proyecto de auto-nomía conlleva de forma simultánea el intento d e con-quistar la libertad y la igualdad. En cuantosignifica-ciones socialesy en su concreción, no puede haber liber-tad sin igualdad ni viceversa. Tampoco puede existirun límite externo al proyecto deautonomía,aunque lamayoría de las sociedades humanas tiendan a ocul-tarse a sí mismas que son las creadoras de sus límites." Hay que afirmar vehementemente, contra los lugares co-

munes de cierta tradición liberal, que no hay antinomias,sino que hay implicación recíproca entre las exigencias dela libertad y de la igualdad”(Castoriadis, ibid: 141).

Werner Bonefeld también adscribe a esta miradaradical.“El primer principio de la transformación revolu-cionaria es la democratización de la sociedad, es decir, laautodeterminación contra todas las formas del poder quecondenan al Hombre a ser un mero recurso, restaurando del

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mundo humano para el Hombre mismo. La democratiza-ción de la sociedad significa esencialmente la organizacióndemocrática del trabajo socialmente necesario (...) La auto-nomía social, en resumen, significa la autodeterminación so-cial en y por medio de las formas organizacionales de resisten-cia que anticipan en su método de organización el propósito dela revolución: la emancipación humana“(2003: 209)

B- Posturas políticas e ideológicas

En segund o lugar, en un p lano teórico distinto hayque distinguir, a su vez:

1- La autogestión y el auto-gobierno popular comohorizonte de organización social superadora del ca-pitalismo,como forma de expresión del socialismo alque se aspira llegar como meta, una vez alcanzado elpoder del estado. Se contrap one a las nociones de “so-cialismo de estado”, y pone énfasis en la idea de aso-ciaciones libres de trabajadores que se articulan en unespacio común. Esta noción aparece en muchos análi-sis que piensan la forma que debería adoptar el socia-lismo (Lucien Sève, Jaques Texier, Catherine Samany)

o la estructura social autogestiva heredera de ciertamirada anarquista (Michel Albert).13

Texier (s/ f), por ejemplo, afirma que “El socialismo(o el comunismo) no anula las relaciones políticas, a pesar de que es verdad que transforma profundamente la cuestióndel poder. La radicalización de la democracia es decir, eti-mológicamente, poder del demos, de la multitud. Lo que hayque abolir es, tanto la monopolización del poder como laheteronomía del pseudo-ciudadano. La democracia, autogo-bierno de las mujeres y de los hombres, es todavía una for-ma de poder que implica la autonomía de los trabajadores-ciudadanos: que se dotan a si mismos de las normas que seimponen universalmente”. 14

Samary, por su parte, señala que“El derecho al em- pleo y a la gestión del trabajo debe ser una obligación cons-

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titucional para cualquier sociedad socialista, un derecho delser humano dentro de una nueva carta universal (y no debeser el resultado aleatorio de los mecanismos de mercado y dela propiedad privada. (...) El derecho de gestión de los me-dios de producción es un derecho de la persona asociado asu derecho al trabajo, un derecho político, de ciudadano-trabajador (sea cual sea el estatuto jurídico de la empresa enla que trabaja). No debe depender de la disposición de uncapital-monetario (salvo en el caso de una empresa indivi-

dual, evidentemente). La autogestión socialista (en tanto quederecho universal de los ciudadanos-trabajadores) es con-tradictoria con la lógica del accionariado popular.”(Sama-ry, 1999)

2- La ampliación de formas autonómicas como an-ticipatorias del socialismo,como formas de construc-ción “ya desde ahora” de relaciones anti-capitalistas

en el seno mismo del capitalismo, pero que solo po-drán florecer plenamente cuando se de un paso deci-sivo al socialismo, a partir de la conquista o la asun-ción del pod er político. Esta podría identificarse comola línea “gramsciana” –que suscribimos–, y remite ala recuperación de las experiencias de auto-organiza-ción obrera y popular, como parte de la construccióndel “espíritu de escisión” necesario para concretar laruptura con el capitalismo, pero sin renunciar a laconstrucción de formas políticas alternativas (organi-zación de “nuevo tipo” como “intelectual colectivo”).

3- La ruptura completa y presente de las formasde organización social capitalista,sean de produc-

ción o p olíticas: propiedad privada y d emocracia bur-guesa. Es decir, se descarta completamente la conquis-ta del estado, por considerarlo irreductible y por en-tender que la lucha p or el poder del estado, en sí mis-ma, es una forma de reprod ucir tal poder. Se postula elcontra-pod er (Negri)15 o el anti-poder (Holloway)16. Seglorifica la potencia autonómica de las masas popu-lares y se concibe que el cambio radical se hará por

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idea de que los seres humanos, incluso los consagrados tra-bajadores como sujetos históricos de la revolución socialis-ta, sean capaces de renovarse radicalmente o de llegar a ser como los han imaginado sin ninguna base de realidad: per-sonas confiables, no mezquinas ni codiciosas y capaces deorganizarse en comunidades autogestionarias y libres siem- pre y cuando no exista el gobierno, el poder político, el esta-do. Esta situación no ha ocurrido, ni siquiera en las comuni-dades zapatistas en Chiapas o en las comunidades Amish y

Menonitas de Estados Unidos, Canadá y México, dondereconocen líderes y jerarquías a pesar de sus supuesta hori- zontalidad”(Rodríguez Araujo, 2002a). Sostiene quelas posiciones de lo que denomina “izquierda social”suelen ser antipartidos, antigobiernos y contrarias ala globalización neoliberal.“La izquierda social, a dife-rencia de la nueva izquierda de los años setenta del siglo

pasado, no se refiere (en general) al socialismo, suele recha- zar el marxismo y sus categorías analíticas sobresalientes, y se acerca más a las posiciones anarquistas que a otras de lalarga historia de la izquierda”. (Rodríguez Araujo,2002a)31

Epstein observa –lo que podría ser aplicado a va-rios movimientos de au togestión en la Argentina– quemuchos activistas del movimiento antiglobalizaciónno ven a la clase obrera como una fuerza central delcambio social.”Los activistas del movimiento asociananarquismo con la protesta indignada y militante, con unademocracia de base y sin dirigentes, y con una visión decomunidades laxas y de pequeña escala. Los activistas que

se identifican con el anarquismo son por lo general anti-capitalistas; y entre ellos algunos se reconocerían tambiéncomo socialistas (presumiblemente de la variante liberta-ria), y otros no. El anarquismo tiene la contradictoria ven-taja de ser más bien vago en términos de prescripcionessobre una sociedad mejor, y también de una cierta vaguedad intelectual que deja abierta la posibilidad de incorporar tantoa la protesta marxista contra la explotación de clases como

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"neoliberal" y a lo que se llama habitualmente "pensamien-to único". Por desgracia, la tradición politicista de unos yla tradición activista de otros no deja mucho tiempo toda-vía ni siquiera para pensar en lo que debería ser la agendade una cultura ateneísta alternativa”.

Mattini (2003b) critica fuertemente la división en-tre “izquierda social” (que estaría ligada a las luchaseconómicas o reivindicativas) y la “izquierda políti-ca” (los partidos). Refiriéndose a la experiencia ar-

gentina sostiene que“en esta época de desindustrializa-ción, de dispersión social de la explotación capitalista, deentrada inestable de nuevos explotados y expulsión de otros,de una sociedad en donde el proletariado tiende a parecersemás a aquel que dio origen a la palabra, el romano, que alindustrial de Marx, de tendencia a la disolución político,económica y jurídica de los estados nacionales, esas fuerzas

dejaron de ser constituidas y, por el contrario, en el conjun-to de las naciones se están conformando fuerzas constitu- yentes de nuevas relaciones sociales pos industriales de laque no sabemos nada todavía”.Como hipótesis, Mattiniaventura que“tenemos derecho a imaginar que la recrea-ción de la civilización, la emancipación de los explotados ya no vendrá por la vía de los estados nacionales, sino, talvez, por la redefinición comunal. De modo que las catego-rías se nos vienen abajo. Y la realidad nos da en la caracuando, contra todas las previsiones, las acciones más radi-calizadas, verdaderamente radicalizadas (y no verbalistaso gestuales) se producen con un grado de espontaneidad queespanta a los dignos leninistas. De hecho ninguna de las

marchas y demostraciones que organizaron las fuerzas to-davía constituidas, con sus "vanguardias", sean estas sin-dicales o de izquierda a la cabeza, fueron más radicales quelas que surgieron espontáneamente”.

Podríamos concluir, sin embargo, que la nueva es-peranza en cierto espontaneísmo rabioso, de impulsoa la acción confrontativa de núcleos de excluidos, noha logrado, por el momento, mucho más que renovar

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el espíritu libertario, que refrescar los aires enrareci-dos durante décadas de pensamiento único. Pero aúnse ha avanzado bastante poco en la construcción decaminos capaces de configurar alternativas consisten-tes para disputar la dominación del sistema.

C- La autonomía “práctica”

En tercer lugar, desde otro costado teórico que con-

sideramos fundamental es preciso analizar qué quie-re decir la autonomía32 en términos concretos de orga-nización y gestión de los asuntos comunes. En estepunto, se imponen las definiciones en torno a:

1. Quién es el “sujeto” real o potencialmente au-tónomo: ¿el individuo, la clase, el grupo social, la or-ganización, la multitud, la comunidad, el pueblo, lasmasas, la sociedad? ¿Cómo se practica y extiende laautonomía? ¿Cómo se define y conforma su subjetivi-dad33? ¿Qué se entiende por subjetividad34 y subjeti-vación35?

2. Cuál es el alcance de la autonomía, en qu é “es-cala” se concibe su ejercicio: ¿la asociación voluntaria

para un fin específico, la fábrica, la escuela, el barrio,la comunidad territorial, el municipio, la agrupaciónpolítica, la nación, el planeta? En su caso ¿cómo sereplicarían las prácticas autonómicas en colectivossociales múltiples y complejos?

3. Cómo se expresa la autonomía, es decir, cuálesson las reglas de juego para la participación indivi-dual y colectiva en la toma de decisiones: ¿horizonta-lidad, asamblea, delegación, representación?.

4. Cuál es la forma democrática36 de existencia deun colectivo autónomo.El ideal perfecto de democra-cia directa, en el que todos participan, plenos de vo-luntad y conciencia, de las decisiones sobre asuntoscolectivos –la historia lo enseña–, parecería sólo prac-ticable en comunidades muy pequeñas y sencillas,

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cuya agenda de cuestiones comunes tiene un formatolimitado.37 También podría ser viable en ámbitos aco-tados, como un lugar de trabajo, una escuela, una or-ganización social, una comunidad territorial, etcéte-ra.38 Sin embargo, también aqu í se ponen en juego otrascuestiones que merecen una reflexión particular.

a. ¿Qué características y tamaño39 debe tener elespacio asambleariodonde todos puedan realmenteemitir su opinión razonada y escuchar y evaluar los

argumentos de los demás, para alcanzar la mejor de-cisión posible?40 ¿Es necesario que estén y participentodos para que una decisión sea legítima? ¿Basta conque estén notificados? ¿Quién está habilitado, enton-ces, para d efinir el mom ento y el lugar d e reunión? ¿Elque no va, delega la representación o preserva su ca-pacidad de decisión? ¿Hay un deber de participar en

las decisiones y acciones colectivas o es un derechoque se ejerce o no? ¿Las personas deben influir en lasdecisiones en proporción a cómo son afectadas porellas? ¿Qué es lo que legitima una decisión tomada enun ámbito asambleario: el espacio mismo definidocomo abierto o el número de participantes, o una com-binación de los dos? ¿Y quién y cómo decide esto?

b. ¿Qué recursos intelectuales y de informacióndeben poseer los miembrosde ese colectivo que tomadecisiones para estar en igualdad real de condicio-nes, a la hora de decidir? Si la opinión de todos sobretodo es equivalente, ¿existe el derecho a argumentaruna propuesta en función de saberes específicos so-

bre la cuestión en juego? ¿Quienes están directamenteafectados por una cuestión, deberían o no tener mayorincidencia en la decisión final?

En este punto, Albert hace una aporte interesante,al sostener que la autogestión es que todos tengan unainfluencia en la toma de decisiones proporcional algrado en que les afectan las consecuencias de esa de-cisión. Dice que “el objetivo de auto-gestión es que cada

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En primer lugar, el implicarse personalmente enaquello que tiene algún interés social depende de per-cepciones y valoraciones subjetivas. Alentar el com-promiso y gestar posibilidades concretas de involu-cramiento en los asuntos comunes corresponden, entodo caso, al territorio de la lucha ideológica y políti-ca, pues raramente emergen de una conciencia abs-tracta ni, menos aún, de la experiencia individual di-recta. En toda acción ind ividual dirigida a lo colectivo

pesan una serie de cuestiones que implican costos ybeneficios. Es indudable que la no delegación, y laparticipación directa en la toma de decisiones y en laimplementación de las acciones tiene el beneficio dela posibilidad de hacer valer las opiniones e interesespropios y, aunque sean total o parcialmente desecha-dos, a lo que se emprenda se le otorgará legitimidad

por haber sido partícipe d e la decisión colectiva. Tam-bién en el ejercicio del control directo de lo actuad o seacotan las posibilidades de torcer o malversar lo deci-dido por parte de los ejecutores.

Pero la participación común también tiene costosen términos personales. Porque implica que hay quededicarle tiempo a la acción colectiva, restado a otrasactividades. Como dice Cernotto (1998), en una socie-dad enajenada como la capitalista, dond e la gente tie-ne que destinar la mayor parte de su tiempo a ganarsela vida y a atender como p ueda a su familia, mas quefalta de voluntad, lo que suele haber es falta materialde tiempo para emplearlo en acciones colectivas. Más

aún, esa misma sociedad compleja nos atraviesa enórdenes muy variados que requerirían nuestro invo-lucramiento decisional activo: como trabajadores, ennuestro ámbito laboral y sindical, como padres, en laescuela de nuestros hijos, como estudiantes, en nues-tras instituciones, como vecinos, en los problemas ba-rriales, como usuarios de servicios, en los vaivenes decada uno de ellos, etcétera, etcétera. Y esto es extensi-

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vo, también, a los colectivos territoriales que, en apa-riencia, tienen la potencialidad de resolver todos losaspectos de su vida en la misma comunidad. Aún enestos sus participantes estarán atravesados por diver-sas singularidades convocantes y serán forzados aelegir a cual de esas múltiples acciones posibles ledestinan sus energías.

En segundo lugar, la participación en asuntos co-munes, por sí misma, no d ice nad a acerca del conteni-

do ético-político de la acción. Se puede participar pormotivos y para acciones de lo mas diversas e, incluso,antagónicas. La cuestión en juego aquí, entonces, sedefine en torno a las prácticas emancipatorias, quesuponen una voluntad de cambio que trasciende lamera gestión d e lo que “está y es”, como es y está dadopor la realidad presente.

d. Esto nos lleva a hacer una digresión pertinenterespecto de un aspecto interesante: laparticipaciónestá profundamente ligada a la categoría de autono-mía, pero no deben confundirse como idénticas. Enlas últimas décadas ha venido creciendo desde la so-ciedad civil una propensión a una mayor participa-ción, sea en el reclamo de derechos sociales concretos,como de injerencia en la formulación, ejecución y con-trol de las políticas públicas. Se han desarrollado, endistintos ámbitos y lugares, prácticas participativasde diversa relevancia y significación, cuya entidad,en términos de experiencia de lucha y aprendizajeautonómico, puede ser destacada.

Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el neo-liberalismo también ha puesto especial énfasis, porejemplo, en la promoción de la participación de losbeneficiarios de los programas sociales. Pero con pro-pósitos muy claros: abaratar los costos de las políticaspúblicas mediante el trabajo comunitario no rentadoo mal remunerad o y el forzar la competencia entre co-munidades pobres para lograr subsidios escasos.

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Como destaca Restrepo (2003):“El conjunto de la estra-tegia (neoliberal) busca desactivar el potencial radical delas ansias de participación social y popular, mediante elquiebre de la externalidad entre el mercado y el Estado conlos sectores populares (…) La oferta de participación neoli-beral debilita la autonomía y la organización social de lascomunidades atendidas (…)”.

En las políticas públicas de tipo “social” de losaños noventa en América latina se fue incorporando,

de manera paulatina y creciente, la cuestión d e la par-ticipación de los beneficiarios y sus organizacionesen los planes sociales, sobre todo a instancias de losorganismos de financiamiento internacional como elBanco Mundial o el BID. Estos comenzaron a ponercomo condición para el otorgamiento de financiaciónen planes sociales la participación de los destinata-

rios. Ello también ha tenido un fuerte impacto en laaceleración de la creación de organizaciones no gu-bernamentales (ONG) –el llamado “tercer sector”–,alentadas bajo el supuesto de que la sociedad civil esun espacio libre de las pugnas políticas y el clientelis-mo. Se entronizó así un d iscurso que hizo de este tipode organización societal elnon plus ultrade la eficien-cia asignativa y retribución equitativa, en contrastecon la ineficiencia y corrupción estatales. Se constru-yó una visión de las ONGs como “buenas por natu ra-leza”, en contraposición a los partidos y gobiernos,promotores de apatía y falta de compromiso. A estabondad intrínseca se le agregó la potencialidad de

promover la participación y la profundización demo-crática (Serrano Oñate, 2002).Tras estos postulados se esconde la pretensión de

despolitizar las demandas y protestas sociales, en elsentido de redireccionarlas del reclamo al Estado a laauto-responsabilización, moralmente plausible, por eldestino propio. Como complemento, la difusión de lafigura del “voluntariado” social aparece como la vía

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moderna de la beneficencia o caridad cristiana. Comola meta fundamental es ahorrar en gasto público di-recto (destinando menos recursos a metas sociales) eindirecto (por la vía de la desburocratización), detrásde las figura del voluntariado o de las asociacionesciviles está el afán de suplantar la provisión de bienesuniversales entendidos como derechos, por la dona-ción caritativa (y discrecional) y la auto-procuraciónde los bienes y servicios básicos para la subsistencia.

Por eso, más allá del discurso de participación socie-tal contrario al Estado y anti-político, a veces más ex-plícito y otras velado por una fraseología “política-mente correcta”, las prácticas concretas se suelen ale- jar bastante de los objetivos declamados. La realidadde las ONGs es bastante más compleja y su ubicaciónen el contexto de las relaciones sociales, políticas y

económicas resulta muy controvertida.Porque al mismo tiempo que se fue avanzand o enel discurso “pro participación”, se lo hizo en el senti-do de debilitar a las organizaciones gremiales tradi-cionales de representación de intereses, junto a la au-sencia de los instrumentos efectivos para que el invo-lucramiento participativo pudiera ser tangible y ope-rara de manera efectiva sobre la realidad . Si la partici-pación comprende una gama que va desde consultar-le a alguien si está de acuerdo con lo que se va a hacer,y hacerlo de todas maneras, pasando por la participa-ción en la gestión d e programas, hasta llegar a la au to-gestión de los interesados en la definición, implemen-

tación y control de sus proyectos, lo que ha primado,cuanto m ás, es la primera variante, que asegura el con-trol social de los involucrados. (Manzanal, 2004)

Como plantea Serrano Oñate“aunque la realidad nunca es de un solo color, el panorama actual, nos guste ono, se asemeja más al de las ONG adaptándose al sistemacomo ejecutoras de políticas compensatorias o supletoriasdel estado que al de ONG luchando por la transformación

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del orden local o mundial, junto a los pueblos o a las secto-res oprimidos de la sociedad”.(2002: 67)

En un estudio de Arellano y Petras (1994) se ad-vierte que la reestructuración del Estado, combinadacon las ONGs como ejecutoras de la “ayuda al desa-rrollo” de organismos de crédito multilaterales (comoel Banco Mundial o el BID) y otras organizacionesinternacionales públicas y privadas, contribuyeron adebilitar más que a fortalecer a las organizaciones de

base. Puede concluirse entonces que el afán de la par-ticipación social por fuera de las instancias estatalesno conduce por sí solo ni a la autonomía ni al reforza-miento de la sociedad civilvis a visel estado. Por elcontrario, puede debilitar la capacidad de los sectorespopulares para obtener recursos imprescindibles parasu subsistencia y desarrollo.

Por eso debemos advertir que la potencialidad au-tonómica de la participación implica una lucha “inte-lectual y moral” trascendente, una batalla que se daen prácticas concretas, pero iluminadas por un senti-do de trascendencia cuya ausencia puede colocar a laacción colectiva en el derrotero de la gestión de lo real-mente existente, y para hacerlo persistir tal cual está.

3- POTENCIALIDAD Y LÍMITES DE LA AUTONOMÍA

A- Razones de frustración

Más allá de la voluntad de sus actores, hay varias

razones que pueden frustrar las experiencias de parti-cipación autogestiva desarrolladas en el seno de lasociedad civil:

a. No definición de tareas

La reacción anti-jerárquica y anti-liderazgos pue-de impedir seriamente la definición clara de tareas y, o

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se termina reemplazando esta ausencia organizativaexplícita con la emergencia de caudillismos espontá-neos que resuelven lo que hay qu e hacer y/ o lo ejecu-tan, o todo se diluye en d iscusiones inorgánicas e im-productivas. Por otra parte, la insistencia en el con-senso total que suelen p lantear las posturas más “du-ras” en términos de las relaciones autonómicas, porejemplo, amén de ser en sí mismo algo problemático,sólo tendría alguna chance de practicarse cuando se

trata de un número de personas participantes relati-vamente pequeño y sobre un tema no urgente. Cuan-do la cantidad de involucrados es más amplia, la com-pleta unanimidad raramente es posible (y ni siquierapuede decirse que sea deseable). De ello se sigue quees absurdo sostener el derecho de una minoría a obs-truir constantemente a la mayoría, por miedo a una

posible tiranía de la mayoría; o imaginar que tales pro-blemas desaparecerán si se evita la conformación de“estructuras.”

Ningu na sociedad –ni grupo asociativo– puede evi-tar contar en alguna medida con la buena voluntad yel sentido común de sus integrantes. Los eventualesabusos que pudieran cometer los designados para rea-lizar tareas pueden ser conjurados mediante formasde participación autogestiva, pero hay que asumir al-guna forma de organización. Tampoco se puede pres-cindir, si se pretende un mínimo grado de eficacia, dela división de tareas, ni de la existencia de algunos“núcleos activos” que impulsen con su compromiso

la acción del conjunto. Acordamos con Epstein (2001),cuando señala que “ Los movimientos necesitan líderes. La ideología antiliderazgo no puede eliminar a los conduc-tores, pero puede llevar a un movimiento a negar que tieneconductores, dificultando así el control democrático sobreaquellos que asumen roles de conducción y conspirando tam-bién contra la formación de vehículos de reclutamiento de

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nuevos líderes cuando los existentes están demasiado can-sados como para continuar”.

En esta línea es pertinente el planteo del GrupoLatina (2002): “No hay algo que se pueda llamar grupo‘sin estructura’, sino simplemente diferentes tipos de es-tructuras. Un grupo no estructurado acaba generalmentesiendo dominado por una camarilla que posea alguna es-tructura efectiva. Los miembros no organizados no tienenmodo de controlar a esta elite, especialmente cuando su ideo-

logía anti-autoritaria les impide admitir que existe”.Criti-cando las posturas de anarquistas y consejistas, sos-tiene que al no reconocer el dominio de la mayoríacomo un respaldo suficiente cuand o no se puede obte-ner la unanimidad, a menudo ellos caen en la incapa-cidad “de llegar a decisiones prácticas si no es siguiendo alíderes de hecho que están especializados en manipular a la

gente para llevarla a la unanimidad (aunque sólo sea por sucapacidad para aguantar reuniones interminables hasta quetoda la oposición se ha aburrido y se ha ido a casa). Alrechazar quisquillosamente los consejos obreros o cualquier otra cosa con alguna mancha de coerción, generalmente seacaban contentando con proyectos mucho menos radicalesque compartan un mínimo denominador común”.

Por otra parte, esto se entronca con un viejo tema:la vanguardia. Si por ésta se entiende al grupo au-toerigido como condu ctor y portador d e verdad es esen-ciales y que, como tal, solo pretende imponer sus deci-siones iluminadas e inapelables al conjunto seguidor,es ind udable que resulta rechazable, siemp re y en todo

tiempo y lugar. Esto quiere decir que no sólo es recusa-ble la imagen de los viejos partidos de izquierda, quese conciben a sí mismos como intérpretes fided ignos ypuros de lo que es conveniente hacer y pensar, sino aotras formas más actuales y, al parecer más sutiles, devanguardismo. Pregonar el autonomismo como ver-dad absoluta y nuevo credo implica la existencia dealgún portador de esa verdad, que no es autoevidente

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en el accionar de los sujetos (ni individuales ni colec-tivos), sino que es explicada y revelada por quienesestán en disposición intelectual de formularla y deempujar para que las prácticas concretas se apeguen aaquello considerado como afirmante de la “autonomía”.

Sin embargo, hay otra forma de concebir la existen-cia de un núcleo de avanzada:42 es la que lo refiere algrupo más activo, más dispuesto a asumir responsa-bilidades, a comprometerse en la organización colec-

tiva, a trascender lo inmediato y a ejecutar accionespara el conjunto. Así entendido, va de suyo que supresencia es imprescindible para el avance de cual-quier proyecto. La experiencia histórica macro y mi-cro social enseña que sin organización y sin el com-promiso de un soporte mínimo para sostener la laborde un colectivo (cualquiera sea su tamaño), los impul-

sos para la acción se terminan diluyendo. Es en estesentido que puede decirse que sin “vanguardia”, sinel grupo que mira y avanza más allá, que piensa pordonde seguir, que propone alternativas, que puedeservir de ejemplo, que se compromete a fondo con latarea común, es difícil que se articule una acción co-lectiva relevante. Pero aquí vale, de nuevo, una salve-dad. Es “vanguardia”, en el “buen sentido” propues-to, sólo aquel núcleo que logra encarnar y articular lanecesidad y la asp iración del colectivo al que se refie-re. Es el que puede aportar una interpretación para laacción que se revele a la altura de las circunstanciasque la configuran, que marca los caminos que el con-

junto está en condiciones de transitar, que está, ensuma, un paso más adelante para mirar los obstácu-los e imaginar las salidas. No puede estar, si es que sepretende al servicio del conjunto, tan por delante opor encima de las aspiraciones y posibilidades de lamayoría que plantee caminos tal vez deseables comometas, pero imposibles de seguir con los pasos delhombre común. Y este es el peligro que acecha a cier-

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tas posturas tan éticamente abnegadas, tan preñadasde una moral superior que se supone ontológicamen-te presente en los sectores populares, que terminansin poder expresar la complejísima realidad en la queestán inmersos.

b. Ausencia de enlaces

La ausencia o insuficiencia de instancias que enla-

cen de manera consistente las luchas parciales y lesden sentido de unidad relevante, trascendente, quepermita constatar algún grado de acumulación delesfuerzo colectivo realizado. Esas instancias, sean enel nivel local, nacional o internacional, sólo puedenser construidas en base a denominadores comunesbasados en la confianza y la buena fe. Sin confianza,no hay formas de delegación y coord inación posibles.Esta reflexión vale especialmente a la hora de confor-mar organizaciones políticas capaces de aunar la másamplia apertura a la expresión autónoma y activa delconjunto de sus miembros, como a las gestiones efecti-vas desde las estructuras de pod er. Porque sin sentido

de pertenencia a un colectivo –por compartir ideales yproyectos– y confianza básica en la integridad y bue-na fe de sus miembros, no hay posibilidad de accióncolectiva relevante alguna.

La autonomía no puede equivaler a atomizacióndesorganizada ni a primacía de la pulsión individual,por más libertaria que sea. La autonomía no tiene por-

qué renunciar a encontrar puntos de síntesis que, aun-que provisorios, vivos, cambiantes, deben permitir laacción, avanzar, crear; debe evitar la parálisis de ladiscusión eterna o el regodeo en los matices abstrac-tos. De lo contrario, lo que triunfa siempre es elstatuquo de un sistema de dominación injusto y creciente-mente aberrante, que se nutre de la división de losoprimidos.

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Al respecto, podemos tomar lo que plantea Epsteincon relación a la lucha antiglobalización:“Hay razo-nes para temer que el movimiento antiglobalización resulteincapaz de ampliarse de la manera que esto requeriría. Unanube de mosquitos es buena para hostigar, para perturbar eldesenvolvimiento plácido del poder y hacerse de ese modovisible. Pero probablemente hay límites para el número de personas que estén dispuestas a adoptar el papel del mos-quito. Un movimiento capaz de transformar estructuras de

poder tendrá que involucrar alianzas, muchas de las cuales probablemente necesitarían de formas más estables y dura-deras de organización que las que existen hoy en el movi-miento antiglobalización”.Como refiere la autora, la au-sencia de esas estructuras es, precisamente, una delas razones para la reticencia de mucha gente a parti-cipar. Y agrega que “si bien el movimiento antiglobaliza-

ción ha desarrollado buenas relaciones con muchos activis-tas sindicales, es difícil imaginarse una alianza firme entreel movimiento sindical y el movimiento antiglobalizaciónsin estructuras más consistentes de toma de decisiones y derendición de cuentas de las responsabilidades que las quehoy existen”43 (Epstein, 2001).

Pero la cuestión es más compleja aún, a la hora decoordinar y avanzar en las luchas que se dan en pla-nos internacionales. Se ha alabado mucho la confor-mación de “redes” que articulan las acciones y reivin-dicaciones de distintos movimientos sociales del pla-neta. Algunos se constituyen como organizaciones nogubernamentales transnacionales, que t ienen una

densidad y estructura muy grande, con muchos acti-vistas y disponibilidad de recursos para actuar. Va-rios autores han alertado que, aunque las redes sue-len ser horizontales y recíprocas, también exhiben asi-metrías en su seno, lo que plantea serios problemas derepresentatividad y de un ejercicio real y pleno de lademocracia interna. Uno de los problemas es que nosiempre queda claro quién debe participar en la toma

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de decisiones acerca del liderazgo y de las políticas.(Sikkink, 2003) Si bien muchas de las cuestiones prin-cipales que deben d ecid irse en redes se toman por con-senso, la construcción misma de tal consenso consti-tuye un dilema en sí. Aguiton (2002) advierte que, aun-que se dejen de lado las estructuras jerárquicas tradi-cionales, el riesgo de las redes es que las organizacio-nes más grandes terminen por aplastar a las más pe-queñas. Con ello se subraya que no hay panaceas or-

ganizativas que, por su mero nombre, consigan conju-rar los múltiples peligros que acechan a las prácticassociales.

Con referencia a la experiencia asamblearia argen-tina, Adamovsky (2003) coincide al observar que“unade las asignaturas pendientes es la de la coordinación de losdiferentes movimientos sociales, es decir, la de encontrar la

manera de dotar a las redes que venimos tejiendo de unasolidez y capacidad de articulación mayores (...) Tambiénlos piqueteros y el movimiento de fábricas recuperadas en-sayan formas de coordinación. Pero en general siguen sien-do demasiado vulnerables y poco efectivas”.Como expli-cación, arriesga que los movimientos sociales han te-nido que luchar permanentemente contra las mani-pulaciones de los partidos de izquierda, pero recono-ce como una limitación propia la incapacidad de en-contrar estructuras de coordinación más efectivas. Laobservación más aguda de este militante asamblearioes, sin embargo, la siguiente:“Otra debilidad, quizásmás importante, es que estamos perdiendo nuestros canales

de contacto con la realidad del común de la gente. Existe el peligro de que terminemos viviendo en nuestra propia bur-buja de activismo radical, si no cambiamos rápidamente dedirección y dejamos de ocuparnos de temas y de hablar con palabras que sólo se refieren a nosotros mismos. Hacer polí-tica radical no consiste en pelearse para ver quién es másbolchevique, sino en saber escuchar y escucharse, y avanzar

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siempre al paso del movimiento del conjunto de la sociedad (o al menos de porciones significativas de ella)”44.

En el movimiento piquetero también aparecieronconflictos intensos a la hora d e definir estrategias parala acción en común. Es ilustrativo de esta tensión uncomunicado anunciando la desvinculación del MTDde Solano45 de una de las coordinadoras de los distin-tos grupos piqueteros, la llamada Aníbal Verón:“Enaras de la unidad no podemos entregar nuestra autonomía.

En este caso, nos retiramos porque no aceptamos prácticasque reproducen lógicas del sistema, la coordinadora hoytiene dirigentes y representantes mediáticos que no los ele-gimos y que se van transformando en una dirección políti-ca. Asumimos los planes de lucha nacidos desde la necesi-dad y de la convicción de todos los compañeros. Rechaza-mos las acciones como formas de protesta folclóricas o me-

diáticas. Decidimos consolidar organizaciones territorialesen lugar de privilegiar la creación de superestructuras. Se-guimos reivindicando la construcción horizontal, autóno-ma, que busca las decisiones a partir del consenso. Creemosen la coordinación y la articulación de las experiencias deluchas diversas, radicalmente opuestas a cualquier formade dominación o prácticas centralizadas (...) No nos propo-nemos ser los organizadores de la lucha. Queremos inte-grarnos en la lucha. No es nuestra la estrategia de un orga-nismo que se haga cargo de la protesta. Queremos protestar.Una panadería, un taller de talabartería, un área de salud,la educación popular, son para nosotros lugares donde elcambio social se va creando. Junto con el pan, con las sanda-

lias, con la promoción de la vida, se habrán de transformar las condiciones subjetivas que nos atan a un sistema que nosesclaviza (...) Firmemente tomamos partido por la construc-ción de la horizontalidad, entendida como una relación so-cial, no simplemente como un criterio organizativo. Rei-vindicamos la autonomía como una práctica concreta, en laque el interés, las necesidades y el compromiso de los com- pañeros definen los cursos de acción”46.

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En estas palabras queda reflejada con total clari-dad la disputa concreta que se plantea a la hora deponer en práctica ideales autonómicos, que parecenestar bastante por encima de las posibilidades prome-dio de los colectivos sociales a los que se convoca a laacción “de nuevo tipo”.

c. Falta de recursos

La imposibilidad de darle continuidad a las accio-nes por falta de recursos materiales47 y organizativosbásicos para proseguir en los términos que se propu-sieron. Muchas experiencias autogestivas se frustrancuando son superadas sus capacidades de acción porla magnitud de las tareas que se proponen, o por ladimensión de los poderes que deben enfrentar parallevarlas a cabo. Esto quiere decir que su fracaso nosiempre es atribuible al desgaste de la participación de-mocrática sino, amén de a la falta de coordinación polí-tica de acciones y reivindicaciones, a la carencia de re-cursos para implementar las decisiones tomadas.48

Entre estos recursos está la imprescindible capaci-

tación para llevar a la práctica tareas complejas. Nopor querer democratizar, por más sinceramente que selo p retenda, se logrará efectuar una real transferenciade saberes y capacidades que, inicialmente, no estánparejamente d istribu idos.49 Por más sistema iguala-dor que se ambicione imp lementar, el proceso de ap ren-dizaje que involucra el pasar de la voluntad de parti-

cipar, de hacer, de crear para el colectivo del que seforma parte, a la capacidad concreta y específica dehacerlo, implica un trecho transicional cuya duracióndependerá de una serie variable de circunstancias. Entodos los casos, será preciso diseñar una forma detransferir conocimientos hacia quienes no los poseen,y va de suyo que hay una gran cantidad de ellos querequieren especializaciones y acreditaciones forma-

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les que demandan largos y esforzados períodos deadquisición. Otros, en cambio, pueden estar al alcan-ce de la mayoría si la organización se pone como obje-tivo alcanzarlos.

Pero la cuestión es aún mas compleja, porque no setrata sólo de apuntar a repartir equitativamente tareasagradables y desagradables, para que nad ie tenga qu ecargar con lo más feo. En p rimer lugar, porque la defi-nición misma de lo que es “agradable” o no de hacer,

amén de algunos parámetros objetivos, también de-pende de valoraciones subjetivas. Hay actividadespara cuya realización se involucran vocaciones y lar-gos períodos de estudio o adiestramiento, que no to-dos están en cond iciones de hacer o no tienen el deseode embarcarse en ello. Otras ocupaciones, más senci-llas o tediosas, incluso pueden proporcionar satisfac-

ción a qu ien las realiza. La cuestión siempre reside endeterminar las cond iciones bajo las cuales puedan aco-tarse al mínimo los aspectos rutinarios, riesgosos ydesagradables y en definir las formas de compensa-ción material y simbólica adecuada para cada tipo deactividad. Y, fundamentalmente, en que se limite laposibilidad de que en la división y ejecución de tareasdiversas se someta o subord ine a algunos en beneficiode otros.

d. Idealización de la autogestión

La autogestión de los trabajadores (que se expresa

en el amplio movimiento de fábricas recuperadas y enlos emprendimientos productivos de las organizacio-nes piqueteras, por ejemplo) ofrece la oportunidad deprofundizar una experiencia de superación de las re-laciones jerárquicas de explotación. Pero no hay queolvidar, con relación al caso argentino, que estas prác-ticas autogestivas crecieron como consecuencia de unacrisis profunda que determinó el descomunal creci-

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miento del desempleo y el aband ono de la producciónpor parte de muchos capitalistas individuales de sec-tores no dinámicos de la economía que no pudieron,no supieron o no quisieron competir (Martinez y Vo-cos, 2002). El horizonte, sin embargo, no puede sersólo ganar áreas marginales de producción, ni supo-ner que la base económica quedará reducida a la pro-ducción de subsistencia. Ésta puede servir como refu-gio y aprend izaje de organización, pero es muy aven-

turado pensar que puedan conformar las bases mate-riales para la superación de las reglas mismas del ca-pitalismo. De lo contrario, se corre el riesgo de postu-lar un camino hacia estructuras pre-capitalistas, queapunten a satisfacer consumos mínimos y elementa-les de la población, como refugio para sobrevivir. Yello podrá tener un eco poético de altru ismo exacerba-

do, pero no parece un fund amento firme para una or-ganización social inclusiva, pero desarrollada y com-pleja, que supere verdaderamente al capitalismo comoforma de reproducción social y de satisfacción de ne-cesidades materiales y simbólicas.

Por otra parte, en un contexto dominado por lasrelaciones económicas, sociales y políticas capitalis-tas, los intentos de organización alternativa d e la pro-ducción siempre enfrentarán el acecho d e los determi-nantes de la estructura dominante. Las discusionesen torno a como lograr productividad sin explotacióno autoexplotación, o cómo distribuir cargas y benefi-cios de manera equitativa, estarán presentes más allá

de la forma que adopte el emprend imiento: cooperati-va o control obrero. Lo mismo puede decirse de la rela-ción con el mercado, porque mientras sus reglas gene-rales sigan primando, los emprendimientos “de nue-vo tipo” se toparán con los límites que aquél impone,no sólo con respecto a lo que se comercia (circulaciónde mercancías) sino a como se organiza la producciónmisma.

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nemos que encontrar la forma de desapoderar el estado, yreemplazarlo por otra forma de relación social. Las asam-bleas de barrio, las fábricas autogestionadas, los microem- prendimientos no capitalistas son fundamentales. Pero unasociedad nueva no se sostiene sólo con eso”.

B- La autonomía mitificada

En ciertas perspectivas, radicalizar la democracia

se emp arenta con una suerte de construcción de mitosen torno a la participación autónoma, autogestiva uhorizontal. Así, se inventan seres maravillosos que seinvolucran en cada cosa que les compete y, de allí, semiden las cond uctas de todos los demás. Frente a estatentación, tienen razón los zapatistas, cuando dicenque todos “somos revolucionarios porque somos per-sonas comunes”. El problema es que tampoco en estaperspectiva termina de quedar claro el modo en que lapráctica común consigue hacerse consciente de supapel revolucionario, en primer lugar, y después lo-gra impactar de forma efectiva sobre la realidad socialque se pretend e cambiar de modo radical.

a. La batalla por la horizontalidad

Aún si se intentan construir, de manera conscien-te, los ideales anti-capitalistas en las prácticas coti-dianas, existen problemas muy básicos que condicio-nan desde su origen la posibilidad misma de materia-lizarlos. Hay muchas experiencias concretas alenta-das por los ideales libertarios de autonomía, horizon-talidad y democracia directa. Es plausible y alentadorque haya grupos que decidan asumir en sus accionespresentes tales principios e ideales. Pero la cuestiónsubsistente sigue siendo su extensión, replicabilidad

y, por end e, viabilidad , como opción política y no como

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elección individual o colectiva en pequeña escala oaislada.

Cuando el nucleamiento piquetero más ligado alos principios autonomistas, el MTD de Solano, porejemplo, plantea la necesidad de hacer“un esfuerzo por dejar de lado los condicionamientos que nos impone laverticalidad, el sentido jerárquico y del poder en el que na-cimos y nos desenvolvemos”, da en la tecla con un puntocentral para cualquier organización que pretenda, no

sólo ser autónoma de otras determinaciones de poder,sino construir relaciones sociales de nuevo tipo. Tam-bién concordamos con su idea de concebir a la hori-zontalidad “como una búsqueda, como un proceso de cons-titución de nuevas relaciones sociales, que destruya los va-lores del capitalismo y sean generadoras de una nueva sub- jetividad. Por eso tenemos que decir que estamos aun lejos

de llegar a una horizontalidad plena y la vemos más comoun desafió en la lucha de cada día”.Sin embargo, la forma en que se libra esa batalla

desde un asentamiento territorial de desocupados,desde una comunidad indígena, desde un agrupa-miento urbano de tipo asambleario, o desde una fábri-ca recuperada por los trabajadores, no son las únicasen las cuales es imperativo plantearse el camino haciauna transformación completa, ni tampoco son fácil-mente replicables. Porque la complejidad social invo-lucra diferentes niveles y estructuras que demandanmúltiples formas de acción y exigen distintas alterna-tivas. Mazzeo (2004) observa, atinadamente, que“en

nuestro país, y en el resto de América Latina, la fuerza detrabajo es difícil de ubicar en términos de clase rígidos”.Eldesarrollo capitalista periférico no ha redundado enla homogeneización de la fuerza de trabajo sino, porel contrario, contribuyó a delinear una estructura so-cial altamente segmentada. Por eso en la actualidad,más que de un proceso de reducción o disolución dela clase obrera, lo que se hace visible es el crecimiento

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de un tipo de heterogeneidad que la debilita y limitasus potencialidades.

b. El sujeto de la emancipación

Pero hay qu e resaltar que el mund o del trabajo “clá-sico”, aún degradado por la desocupación y la preca-rización, sigue siendo un espacio decisivo de sociali-zación en la sociedad capitalista. Y la relación capi-

tal-trabajo, si bien ha variado de formatos, no ha per-dido su potencial conflictivo central. Ello no significadesconocer que“la tesis de la centralidad obrera terminó favoreciendo en muchos casos a las interpretaciones de tipoestructuralista que veían a las conductas y a las prácticassociales como determinadas unilateralmente por la posiciónque los sujetos ocupaban en el terreno de la producción.Estas concepciones, sumadas a las que sostenían la nociónde externalidad de la política en relación a la clase obrerahicieron que la izquierda terminara compartiendo nocionesaxiales de la cultura política dominante”.(Mazzeo, 2004)

Es cierto, entonces, que las nuevas condiciones enque se expresa la relación capital-trabajo exigen for-

mas renovadas y originales de intervención política,capaces de dar cuenta de la diversidad y del carácterplural de los nu evos sujetos (de la clase). Sin embargo,creemos que todavía continúa en cabeza de los traba- jadores (obreros y empleados) insertos en las distintasvariantes de actividades regidas por la lógica de re-producción capitalista (y más allá de las nunca salda-

das discusiones en torno a si están en la esfera de laproducción o la circulación de bienes y servicios), lacapacidad de librar batallas decisivas, vinculadas alos nudos centrales de d ispu ta en el capitalismo “real-mente existente”.

Poniendo entre paréntesis la antigua disputa pordescubrir el “nú cleo duro” del sujeto capaz de enfren-tar la dominación capitalista, lo que parece más rele-

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vante es luchar por construir, en todos los terrenosposibles, los canales apropiados para permitir la par-ticipación efectiva y consciente de todos los sectoressociales oprimidos por las formas de dominación ca-pitalista, cuando tal participación es necesaria, cuan-do es imperativa. Porque la experiencia enseña queson muchas las personas que quieren participar enlas grandes decisiones (de su lugar de trabajo, de sugremio, de su barrio, de su ciudad, de su país), en aque-

llo que define cuestiones importantes que pu eden afec-tarlas en su vida cotidiana o en sus perspectivas futu-ras. Cuanto más cercano y directo es el asunto que leincumbe a una persona, mayor suele ser su propen-sión a involucrarse de algún modo y a reclamar acti-vamente su derecho a decid ir.50 Esto se puede ver cla-ramente en los momentos de crisis, o en los franca-

mente insurreccionales, como pasó en la Argentinadesde diciembre de 2001 hasta los primeros meses de2002, cuando enormes cantidades de personas salie-ron a las calles a ejercer con su cuerpo su potestaddecisional.

c. Más allá del altruismo evangélico y la“laborterapia”

Por eso es ind udable que hay que combatir con fuer-za el sustituismo extremo de los formatos clásicos derepresentación –que acotan al mínimo o, incluso, anu -lan, la potestad decisoria de las mayorías– y p rocurarla apertura de ámbitos genuinos de participación po-pular, donde se decida aquello que verdaderamentecuenta, en terrenos que superan las definiciones de“social”, “político”, “cultural”, “gremial”, etcétera.51

En tal sentido, la au tonomía puede concebirse como elpoder de decidir y ejecutar políticas (Cieza, 2002), yaque lo que siempre está en juego es la definición delsentido de la vida en común.

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Pero hay que distinguir las situaciones en las queno hay delegación que valga, como son los picos decrisis, de movilización intensa o insurreccionales, delas etapas en que hay que gestionar lo cotidiano. Esdifícil perpetuar los momentos catárticos de la crisis,donde el impulso de la acción participativa no se de-lega, porque al estadío máximo de tensión le siguesiempre el tiempo de reflujo, en el cual se decanta elnúcleo activo “m ovilizador y movilizado” y aparecen

las formas de delegación. Por eso es improbable que,llamando al reunionismo activista y desilusionándo-se luego de la escasez de convocatoria, o apelando aun grado de conciencia de larga maduración se re-suelva la compleja cuestión de la acción colectiva.52

Más probable es que la cuestión clave pase, en cam-bio, por librar la “batalla intelectual y moral” para

superar las barreras que impone el sistema dominan-te y, a su vez, imaginar, impulsar y poner en prácticacanales específicos que permitan expresar las opinio-nes y elecciones en torno a los asuntos relevantes yaportar verdaderamente a la construcción de lo deci-sivo. Se trata, en suma, de recrear el espacio de la “po-lis” como ámbito de decisión d e todo aquello que im-porta, y de romper con la falaz división entre lo econó-mico-privado y lo político-público.

Haciendo un balance de la experiencia de las asam-bleas barriales, Ouviña (2004) aporta una reflexióninteresante:“La lucha por la defensa y expansión de 'es- pacios públicos no estatales' se fue convirtiendo en motor

activador de la dinámica vecinal. Esto ha estado vinculadoa la gestación de una nueva subjetividad, constituyente derelaciones que reestablecen un sentido comunitario y des- privatizador en la propia vida cotidiana en ese territorio endisputa que es el barrio. En este sentido, se han logradogenerar proyectos materiales que intentan afianzar la auto-nomía del colectivo barrial con respecto a la lógica capita-lista, potenciando la capacidad humana del hacer. Las revi-

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talizadas comisiones de trabajo y economía solidaria apues-tan a desoir –no sin dificultades y tentaciones– las 'loas' mercantiles y estatalistas que pugnan por desarticular odomesticar los embriones de autogestión asamblearia, plas-mados en emprendimientos productivos, de distribución yconsumo de diferente envergadura”.

Esta experiencia es, leída en términos de las for-mas anticipatorias gramscianas, de una riqueza in-cuestionable. Porque subraya el profund o espíritu gre-

gario y de acción colectiva que anida en amplios seg-mentos de la población. Pero también es preciso con-siderar que la gran mayoría de las personas –atribula-das por el padecimiento cotid iano de ganarse la vida–no suele participar en forma genérica, es decir, por elsolo interés de "participar", sino a través de canales ysituaciones concretas, cuando entiende que su invo-

lucramiento activo cobra algún sentido. A partir deestas realidades definidas es que se abre la posibili-dad de expresión y contribución democrática para laelaboración de las estrategias de resolución d e los pro-blemas comunes. Para que esta posibilidad no se frus-tre es preciso generar, con hechos, el convencimientode que las acciones encaminadas a modificar la reali-dad son el resultado de la propia participación juntoa la de otros y no, en el mejor de los casos, la conse-cuencia de una "interpretación" por parte de la diri-gencia.53 Y también que la participación apunta a mo-dificar realidades que trasciendan la inmediatez delámbito en el que se actúa. De lo contrario, las acciones

pueden quedar atadas a la no despreciable –en tantoética– labor de las organizaciones no gubernamenta-les y los diversos tipos de voluntariados sociales, peropoco aportarán a los cambios fundamentales que elimpulso autonómico propicia.

Porque no se trata sólo de “participar”, a la mane-ra de deber moral impuesto por la solidaridad con eligual o con el más d ébil (rasgo, por ejemplo, de la cari-

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dad del buen cristiano54), o de laborterapia para ocu-par el tiemp o libre o ensayar nuevas formas de afecti-vidad y lazos sociales, aunque estas modalidades notengan, en sí mismas, nada de censurable. Lo que pa-rece adquirir un sentido más trascendente, sin embar-go, es la participación, el involucramiento activo entanto disputa por la definición y la ejecución de accio-nes clave para el conjunto social del que se forma parte.

d. La delegación por confianzaPor otro lado, la participación no puede excluir el

concepto básico deconfianza,que incluye también al-gún grado dedelegación55 en distintos niveles y accio-nes. Esto vale tanto a la hora de conformar organiza-ciones “políticas” capaces de aunar la más ampliaapertura a la expresión au tónoma y activa del conjun-to de sus miembros, como a las gestiones efectivas desdelas estructuras de poder. Sinsentido de pertenenciaa uncolectivo –por compartir ideales, metas, perspectivas,intereses o proyectos– y confianza básica en la inte-gridad y buena fe de sus miembros, no hay posibili-

dad de acción colectiva relevante alguna. Porque nin-guna sociedad –ni grupo asociativo- puede evitar con-tar en alguna medida con la buena voluntad y un sen-tido en común de sus integrantes. El hecho es que losabusos que pudieran llegar a cometer los designadospara la realización de determinadas tareas puedenconjurarse con mecanismos de control definidos y,

además, son menos posibles bajo las formas de parti-cipación autogestiva plena y generalizada que bajocualquier otra forma de organización de tipo repre-sentativo-jerárquica.56 Pero el desafío mayor es lograrconstituirlos y hacerlos perdurar como forma alterna-tiva de relación social (y política), y no como merailusión militante de un grupo que se encierra sobre sí

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mismo al no poder replicar, en seres de carne y hueso,su convocatoria libertaria moralmente superior.

Aquí resulta especialmente relevante –y esperan-zadora– la observación de Ouviña (2004):“Numerososvecinos que quizás no participan más, físicamente, de laasamblea de su barrio, mantienen todavía una vinculación permanente con ella a través de variadas redes de intercam-bio y apoyo que exceden en demasía a la propia reuniónsemanal. A tal punto esto es así que en varias ocasiones,

ocurre que el arraigo territorial de la asamblea es inversa-mente proporcional a la cantidad de miembros que la com- ponen”.

La “delegación por confianza” es también un con-cepto práctico cuya dimensión teórica aún no ha sidosuficientemente explorada. Un punto central a diluci-dar, siempre en situaciones concretas, es en qué medi-

da la delegación es una actitud de reconocimiento a lalabor de otros en beneficio común, que se suple conformas activas de solidaridad cuando ésta es perti-nente, o es un mero desentendimiento de las respon-sabilidades propias en la gestión que involucra al co-lectivo. La experiencia argentina es rica para abordaren detalle esta cuestión. Por ejemplo, en el caso de losmovimientos piqueteros, está muy presente la necesi-dad de la participación concreta en cortes y moviliza-ciones para obtener los subsid ios y recursos pretendi-dos por todos, especialmente en el momento en queesa actividad movilizadora apunta a la obtención delo reclamado. En este sentido, sólo sería admisible la

“delegación” por parte de quienes tienen motivos aten-dibles (ancianos, enfermos, mujeres solas con muchoshijos, etcétera) para no participar en las acciones co-lectivas. También es comprensible que la organizacióndistribuya las ventajas que obtiene entre quienes, pu-diendo hacerlo, se imp licaron en su consecución. Aquí hay que considerar, además, que el origen de los pi-queteros se remite al imperativo de interpelar en for-

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ma activa al estado para que provea los recursos míni-mos de subsistencia, expropiados por la propia políti-ca económica gubernamental y en ausencia de políti-cas que brinden una verdadera cobertura universal.Otra discusión pendiente, sin embargo, es hasta quépunto la participación piquetera, tal como se la cono-ce en la mayoría de las agrupaciones existentes, pue-de eludir la reproducción de las lógicas clientelaresque acompañan históricamente las prácticas políti-

cas predominantes entre los sectores populares, im-pulsadas por los aparatos partidarios burgueses. Laautonomía, equivalente a la facultad de decidir sincondicionamientos externos de ningún tipo, es un te-rritorio a conquistar más que una cualidad natural adejar fluir. Se gana en el proceso de lucha y en el deba-te ideológico que le otorga sentido.

En el caso de las fábricas recuperadas, el origen d ela acción colectiva es la necesidad de preservar unafuente de trabajo amenazada, lo que afecta en formadirecta al conjunto d e personas involucradas. Aquí sehace palpable que la participación de los interesadoses imprescind ible. El problema, más profund o y com-plejo, se plantea a la hora d e definir tareas y responsa-bilidades para poner en marcha el tipo de actividadde que se trata, lo que involucra, en muchos casos,conocimientos especializados de no tan sencillo tras-paso. El surgimiento de estas experiencias se liga a ladebacle productiva que el modelo neoliberal provocóen la Argentina. También su supervivencia parece es-

tar atada a las posibilidades de interpelar al estado ya otras organizaciones sociales para procurarse re-cursos legales y materiales que permitan la continui-dad de la experiencia.

Las asam bleas barriales son, en cambio, el caso máspuro de acción en comú n encaminada a p roducir cam-bios que, se los reconozca así o no, involucran la di-mensión de la representatividad y la política. Son u na

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forma de construcción de un vehículo apto para cana-lizar demandas y anhelos sociales, alternativo al for-mato tradicional –y desgastado– de los partidos polí-ticos. Su irrupción en la escena pública no en vanocoincidió con un momento de agudísima crisis de larepresentación política tradicional (diciembre de 2001)y de devastación económica inédita en el país, conmasas de hambrientos hurgando la basura en buscade alimento. Por eso una parte significativa de los asam-

bleístas autoconvocados alguna vez formaron parte osimpatizaron con partidos o agrupaciones políticasde los cuales se alejaron, pero anhelando volver a in-tegrar un colectivo capaz de actuar en el terreno d e lapraxis social. Y otra porción pertenece al tipo de per-sonas sensibles frente al sufrimiento ajeno y que seplantean la acción voluntaria y solidaria como op-

ción d e vida. Lo que nos deja abierto un interrogante:las asambleas ¿podrían encuadrarse como una suertede nuevo voluntariado social o como un proto-parti-do de nuevo tipo? ¿O aportarán, acaso, a la construc-ción de un “espacio público no estatal”?

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II- EL PODER POLÍTICO YLA DIMENSIÓN ESTATAL

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1- ELOGIO DE LA POLÍTICA

A esta altura del análisis consideram os que es esen-cial recuperar el nombre de POLÍTICA como referen-cia a los asuntos comunes de la polis, del colectivocapaz de definir sus reglas de interacción. Cualquierforma de organización de la vida en común, que esta-blezca reglas para tomar decisiones que afecten a to-dos es, por d efinición, POLÍTICA. Está claro que no essólo respecto al poder del estado capitalista que sedefine el concepto de política, como ya señalaban Gra-msci, Poulantzas y Foucault y subrayan acertadamen-te en este punto Holloway, Bonefeld y Ceceña, entreotros. Pero también estamos convencidos de que lacategoría estado-nación aún conserva una centrali-dad muy difícil de soslayar para pensar la acción co-lectiva, porque no obstante todos los cambios introd u-

cidos p or el avance de la globalización en el funciona-miento del capitalismo global, las determinaciones es-tatales nacionales son aún imprescind ibles para el fun-cionamiento del capitalismo57.

No pu ede ser entonces que, por decreto de nuestradecisión intelectual –e incluso de la radicalidad delas prácticas autonómicas–, se logre eludir la referen-cia al estado como instancia clave de la lucha política

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A- La política como terreno de disputa

Una cosa es criticar en profundidad la manera enque la d ispu ta por el poder logra degradar y aniquilarla posibilidad de construir una sociedad alternativa,que diluya las condiciones mismas que hacen factibleel poder como imperativo de un grupo sobre otros. Oalertar contra las formas de replicar en la p ropia p rác-tica emancipatoria el esquema de poder que se deseacombatir. Pero otra muy distinta es pretender ignorarla dimensión “política”, en el sentido profundo de ladisputa por crear o mantener una organización socialacorde con intereses y valoraciones específicos. Sobretodo, cuando para gestar “un mundo en el que que-pan muchos mundos”, según la hermosa frase delzapatismo, hace falta, por empezar, vencer la resisten-

cia de quienes gozan de las ventajas del mundo talcual es hoy y convencer, para qu e se sumen, a quienesse beneficiarían con un cambio radical. Porque aun sise suscribe la idea de que las determinaciones objeti-vas de la organización social van mucho más allá delos deseos y percepciones de sus beneficiarios direc-tos, esas estructuras no se defienden por sí mismas,sino que encarnan en actores, en sujetos concretos,atravesados por múltiples determinaciones. La com-prensión de la dimensión estructural, esto es, aquellaque trasciende a los sujetos que la soportan , es un ejer-cicio teórico fundamental que sirve para entender elmarco de la lucha política. Pero no puede eliminar laexistencia de sujetos con percepciones, valoraciones,intereses, deseos y demand as que son los que efectiva-mente operan sobre la realidad , la construyen y la de-construyen en función de los enfrentamientos a losque se ven sometidos y a los intercambios que efec-túan en redes solidarias o de confrontación. Inversa-mente, la articulación de subjetividades capaces de

confrontar con el sistema dominante supone un ar-

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duo trabajo de lucha ideológica, de construcción deperspectivas alternativas en cuanto a las formas derelación social, que resulten capaces de dar la disputahegemónica sustantiva.

En este punto viene a cuento la postura de Hollo-way, que introduce una definición central en su es-quema analítico:“El concepto de fetichismo se refiere a laexplosión de poder dentro de nosotras y de nosotros, nocomo algo que se distingue de la separación entre el hacer y

lo hecho (como sucede con los conceptos de “ideología” y“hegemonía”), sino como algo esencial a dicha separación.Ésta no sólo separa a los capitalistas de las trabajadoras ylos trabajadores, sino que explota en nuestro interior, dando forma a cada aspecto de lo que hacemos y pensamos, trans- formando cada aliento de nuestras vidas en un momento dela lucha de clases. El por qué de la revolución no se ha

producido no es un problema deellos sino el problema deun nosotrosfragmentado”. (2002: 92/ 93)Precisamente por esa “explosión de poder” dentro

de nosotros mismos es que hace falta encontrar ele-mentos de la realidad que permitan hacerla conscien-te. Los conceptos de ideología y hegemonía, que tanrápidamente descarta Holloway, son aportes centra-les de Marx, Engels, Lenin y Gramsci (y de muchos dequienes los siguieron), no para comprend er como ope-ran mecanismos “externos” a la dom inación, sino p araencontrar los caminos para la lucha contra el capita-lismo como sistema económico, social y político opre-sor, su derrota y superación. No es un “error” hablar

de ideología. Para superar la forma de dominaciónque “explota dentro de nosotros” hace falta compren-derla, hacerla consciente, porque no brota espontá-neamente del malestar cotidiano de vivir en una so-ciedad injusta. De odiar cada mañana el sonido deldespertador que nos obliga a ponernos de pie y salir atrabajar en lo que no nos gusta, o de la manera que nonos satisface, o por un pago insuficiente para nues-

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tras necesidades o aspiraciones, no fluye automática-mente la comprensión de las causas que convierten anuestro hacer en un hacer subordinado e insatisfacto-rio. Salvo que creamos que el comunismo llegará undía, por obra de una revolución espontánea produci-da en cada uno de nosotros por “soltarnos las rien-das” del yugo capitalista, la lucha ideológica –la lar-ga batalla “intelectual y moral”– será imprescindible.Porque es en el terreno de la “lectura” de nuestra con-

dición material que se da la disputa fundamental con-tra el capitalismo. No basta sentirse molesto con lascosas como están: hay que entender por qué y pensarel cómo se hará p ara sup erarlo. Gritar con rabia, decirNO, oponerse, resistir, bien puede ser un inicio. Peroun inicio insuficiente, porque se trata de indagar so-bre la causa de nuestro grito y, más aún, la forma en

que este grito junto al de otros se transforme en supe-rador, no meramente histérico. Es decir, la vivenciasubjetiva de un orden explotador debe hacerse com-prensible y articularse profunda y d uraderamente conla de otros para llegar a ser relevante.

Que el fetichismo de la mercancía tenga efectos,como dice Holloway, también sobre los capitalistas59,no significa que las consecuencias sobre su acciónsean idénticas a las de los no capitalistas. Siemprehabrá burgueses que, ideológicamente, estén en con-tra del sistema social del que son beneficiarios direc-tos o indirectos, como habrá poseedores de fuerza detrabajo como su único bien a los que les sea mu y d ifícil

entender, percibir e, incluso, vivenciar su propia con-dición de explotación o subordinación. De hecho, éstaes más la regla que la excepción y lo que hace de lalucha ideológica un pilar irrefutable. Otra es la discu-sión, en todo caso, acerca de los caminos para que laopresión se haga consciente en los oprimidos y se con-vierta en un arma efectiva en contra de su misma exis-tencia.

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Por otra parte, también es necesario hacerse cargode una dimensión más profunda del poder, sobre laque en general se da menos cuenta en los debates re-cientes. La intrincada d imensión que involucra lo quepodríamos denominar “pulsiones de poder”, no sólono se d iluye con la “toma del poder político” el d ía dela revolución, como soñaba cierto marxismo, sino quetampoco es factible que quede automáticamente aco-tada al abrazar ideales autonómicos o libertarios. Es-

tos ideales, en todo caso, pueden servir para hacerconsciente el peligro que entraña la existencia más omenos expresa del deseo de imponer la propia volun-tad, pero no eliminarán por sí mismos, por su meraenunciación, la dimensión del poder que se pretendeacotar. También habrá que ver como se produce esepasaje del impulso rebelde contra lo existente, a la prác-

tica libertaria, asociativa y consciente, capaz de dero-gar toda dimensión de poder conocido. Lo que parecemás probable es que siemp re hará falta estar en “esta-do de alerta” para lidiar con esas pulsiones de poder–ya Foulcault aportó mucho al respecto– que llevan aquerer imponer la voluntad o las ideas propias, algopresente, de un modo u otro, en todo colectivo hastaahora conocido en la historia de la humanidad. Lacuestión clave no reside, entonces, en negar su exis-tencia, o en proponer fórmulas encantad oras pero casimágicas, sino en resolver como se enfrentan las múlti-ples dimensiones del poder para que no surjan, de unmodo u otro, y provoquen perjuicios.

Holloway dice que“Lo que está en discusión no esquien ejerce el poder sino cómo crear un mundo basado en elmutuo reconocimiento de la dignidad humana, en la cons-trucción de relaciones sociales que no sean relaciones de poder” (2002: 36). En orden a lo que venimos conside-rando, esta afirmación suscita interrogantes sustanti-vos. En primer lugar, ¿quiénes serán y de dónde sal-drán las personas capaces de construir ese respeto

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mutuo hacia la dignidad humana? En segundo lugar,el pod er que pervierte es un producto social, de modoque para eliminar el poder como lo entiende Hollo-way, hay que transformar una sociedad que, en sí mis-ma, no tiene una cualidad mejor a la del poder (políti-co) que se erige sobre ella. Salvo que se crea que todo loque surge de “la sociedad” es bueno, por definición, ysólo es pervertido por las prácticas impuestas desde“afuera” por el estado (poder).60

Creemos que evitar que en la lucha por concretarlos ideales emancipatorios nos convirtamos en aque-llo que aborrecemos es fundamental. Pero no es unafatalidad que así sea.61 Y no es diciendo que vamos a“eliminar” el poder por simple mandato de nuestravoluntad como resolveremos toda la multiplicidad decuestiones que entraña. Porque, además, ese decreto

de nuestra voluntad, si es relevante, debe ser colectivoy donde hay un colectivo hay necesidad de asumir lasinteracciones y las disputas que pueden conllevarmanifestaciones no deseadas de poder. Si no se pau-tan reglas y mecanismos claros para resolver conflic-tos, estos terminarán resolviéndose de algún modo,pero sin garantía alguna de respeto por la voluntadde todos.

B- ¿Anti-poder o impotencia?

Holloway p lantea, como forma de resolver la com-pleja cuestión del poder, la noción de anti-poder. Estosignifica qu e el poder sobre los otros pueda d isolversepor decisión de una voluntad autónoma (¿de quién,quiénes?)62 que se niegue a reproducir lo existente63.La cuestión parece más compleja que la solución quepropone. ¿Cómo se hace para construir una sociedadde no-poder en medio de una en la cual el poder realno sólo existe sino que nos oprime utilizando todos

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sus recursos? La solución que parece darnos Hollo-way (y también Negri, Bonefeld, Ceceña y otros) es“ignorar” el poder, darle la espalda. Comprender loque significa la lucha por el poder y los enormes peli-gros que conlleva es un pu nto de partida muy agudo yoportuno para pensar en nuevas formas de articula-ción política democráticas, participativas y horizon-tales. Es central alertar sobre el peligro de subalterni-zar y d egradar las luchas por la meta de conquistar el

poder político del estado. Pero eso no resuelve el pro-blema crucial: ¿cómo se hace concreto y efectivo el en-frentamiento a un poder tan “poderoso”? Lo opuestoal poder no es necesariamente el anti-poder: puede serla impotencia. Y el grito del oprimido que no logra serpotente puede ser mas frustrante aún. La potencia delgrito rebelde, en todo caso, está en la toma de concien-

cia, que no es individual, sino colectiva. Pero, ¿cómose pasa del rechazo individual, del grito agobiado decada uno, de ese arrojar contra la pared el reloj desper-tador que conmina al yugo de un trabajo tedioso, auna acción concreta y común, capaz de expresar lapotencia disruptora de ese rechazo a un sistema opre-sivo? ¿En qué instancia cada explotado comprende –internaliza en su subjetividad – que su grito expresa elfastidio por la existencia de un poder-hacer (crear) quees social y un poder-sobre (dominar) que lo aplasta yaniquila? ¿De qué manera un grito, un rechazo, seenlaza con el de otros de una m anera socialmente ú til,es decir, con efectos relevantes para el conjunto?

Dice Holloway:“En la actualidad, el descontento so-cial tiende a expresarse de manera mucho más confusa: por medio de la participación en organizaciones no guberna-mentales, en campañas en torno a temas específicos, por medio de las preocupaciones individuales o colectivas delos maestros, los médicos o de otras trabajadoras o trabaja-dores que procuran hacer las cosas de una manera que noobjetive a las personas, o del desarrollo de toda clase de

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proyectos comunitarios autónomos, incluso de rebelionesmasivas y prolongadas, como, por ejemplo, la que tiene lu-gar en Chiapas. Existe una inmensa área de actividad diri-gida a transformar el mundo que no tiene al estado comocentro y que no apunta a ganar posiciones de poder (...) Rara vez es revolucionaria en el sentido de que tenga comoobjetivo explícito la revolución. Sin embargo, la proyecciónde una otredad radical es a menudo una componente impor-tante de la actividad involucrada. Incluye lo que a veces se

denomina “autonomía”, pero es mucho más amplia de loque usualmente el término mismo indica (...) Esta es el áreaconfusa en la que repercute el llamado zapatista, el área enla que crece el anti-poder. Esta es un área en la que las anti-guas distinciones entre reforma, revolución y anarquismo ya no parecen relevantes, simplemente porque la preguntaacerca de quién controla el estado no ocupa el centro de la

atención. Existe una pérdida de perspectiva revolucionariano porque las personas no anhelen un tipo de sociedad dife-rente, sino porque la antigua perspectiva probó ser un espe- jismo. El desafío propuesto por los zapatistas es el de salvar a la revolución del colapso de la ilusión del estado y delcolapso de la ilusión del poder””.(p.42)

En este enfoque hay un p roblema. En p rimer lugar,la hegemonía neoliberal respecto a la crisis del estadoha traído como correlato una desesperanza notoria enrelación a la actividad política, en lo que ésta tiene detransformadora (sea reformista o revolucionaria o, in-cluso, anarquista). Éste ha sido un triunfo claro delneoliberalismo. La pérdida de confianza en la acción

política no ha provocado un despertar libertario sinoque ha producido el fortalecimiento del polo del capi-tal durante décadas. No en vano son los propios bene-ficiarios de la estructura capitalista los que han veni-do bregando por acotar los márgenes del estado encuanto articulador de otros intereses sociales distin-tos a los dominantes. Precisamente la retracción delestado respecto a la provisión de bienes y servicios y

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de su papel –aún formal– de garante del ejercicio delos derechos, está en la base de la profunda descon-fianza d e los sectores populares en el estado (lo que esmuy bueno como efecto desmitificador) y en la políti-ca en tanto vehículo de cambio (lo que es malo, porquetrae desmovilización). Los movimientos sociales, enton-ces, vinieron a ocupar el lugar que dejaron vacante elestado y los partidos para resolver problemas concretos.

Pero en la medida en que esta independencia res-

pecto del estado no esté provocada por un genuinoafán de autonomía consciente y activa sino por la meraausencia de respuestas públicas, no puede concluirsetan ligera y terminantemente que, como la gente/ pue-blo/ ciud adanos/ sectores populares/ clases subalter-nas no interpelan directamente al estado, la estrategiaemancipatoria hoy pasa –o debe pasar– por ignorar el

poder del estado. Más aún, si bien muchos movimien-tos sociales o, mejor, político-sociales, no se proponenhacer una “ocupación” del aparato estatal en el senti-do clásico, ello no significa qu e una gran parte d e ellos,sino la m ayoría, no tenga al estado como referente in-discutido de su acción. Los piqueteros argentinos sonun buen ejemplo de esto, ya que su actividad princi-pal se concentra en conseguir subsidios estatales parasobrevivir en la prolongada situación de desocupa-ción. Pero también el Movimiento d e los Sin Tierra deBrasil, los movimientos indígenas de Ecuador y Boli-via e, incluso, las comunidades zapatistas son ejem-plos de formas de interpelación al estado.

C- La autogestión anticipatoria

Las formas autogestivas y autoorganizativas pue-den servir para anticipar la experiencia de relacionesalternativas a las dominantes, para construir opcio-nes materialmente distintas a las capitalistas, basa-das en el intercambio entre iguales.64 También es in-

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dudable que ninguna emancipación será materialmen-te posible si no se comienzan a desplegar en la reali-dad presente los elementos que permitan preconfigu-rar las formas superadoras del capitalismo “realmen-te existente” y a partir de detectar los “núcleos de buensentido” en el seno mismo de esas formas a superar.La búsqueda de autonomía es un componente vitalpara la lucha emancipatoria. Pero debemos recordarcon Gramsci que las formas no-capitalistas nunca

podrán ser completas ni suficientes hasta que no sealcance un horizonte general de superación del capi-talismo como sistema económico y social global(Thwaites Rey, 1994). Más aún, la construcción “yadesde ahora” de formas de relación colectiva (socialesy políticas) y de reproducción material que supongan“salirse” de las reglas del capitalismo, no puede im-

plicar una táctica de ataque “molecular”, de retiradavoluntaria y de espaldas al poder real del capitalismodominante material y culturalmente.

En este punto se nos plantea la mayor disidenciacon la perspectiva que asume como estrategia radicaleludir completamente la dimensión real del poder es-tatal y de la forma de producción capitalista, a la horade definir una estrategia de cambio. Las referencias deHardt-Negri65 y Holloway a la “fuga” del sistema –con reminiscencias marcusianas–, incluso por la víadel suicidio, la emigración, la indisciplina, como actode resistencia revolucionario, es útil para ilustrar elsentido de malestar del orden burgués, pero muy im-

probablemente sirva de referencia para la fundaciónde una sociedad d istinta. Puede concederse que el ma-lestar qu e se expresa en “los bordes” (los d istintos, losignorados, los reprimidos, los expulsados) plantea unpotencial de d isrupción imprescind ible para cualquiercambio profund o. Pero es difícil ver allí el germen au -téntico de una sociedad mejor. Lo inorgánico, la sali-da anárquica y solitaria, aunque sea de a muchos,

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aunque exprese el nombre colectivo de “multitud”,remite necesariamente a la actitud individual. Y elproblema sigue estando en la difícil construcción delas instancias colectivas en donde se procesen acuer-dos y se resuelvan diferencias sin anularlas. En don-de la subjetivación se p rocese en un encuentro comúnpara transformar las relaciones en las que los sujetosestán involucrados y condicionados.

Podemos acordar en que la enorme tarea de “cam-

biar el mundo” es poco factible que se realice total-mente a partir de la “toma del poder político” del esta-do nacional. El entrelazam iento complejo de los pode-res “reales” que se han entretejido mucho más densa-mente durante la etapa de la “globalización” capita-lista, ha acotado enormemente el ya constitutivamen-te limitado margen de autonomía de los estados na-

cionales. En eso es difícil estar en desacuerdo con todala vasta literatura que da cuenta de la nu eva etapa porla que está atravesando el capitalismo. Sin embargo,hay que tomar con mucha cautela la defenestracióndel poder estatal para pasar a ensalzar las potenciali-dades disruptoras, por ejemplo, de la gestión de lolocal, vis a vislo global. Porque aunque se acepte lapremisa de que el estado-nación tiene límites paraenfrentar el poder imperial que se expresa de modoglobal, no se advierte de qué modo la d imensión localencontraría mas fuerza para oponerse a tamaña di-mensión de la dominación. Salvo que se suponga unasuerte de escape “molecular”, casi insensible o invisi-

ble para el pod er global.Tanto si se decide no remitirse al poder estatal porconsiderarlo impotente frente al poder imperial glo-bal, como hacen Negri-Hard t,66 o porque se piensa quetoda acción encarada con referencia al poder estataldegrada a quien la intenta, como piensa Holloway67,los márgenes de acción no se amplían mucho m ás poreso. Nuestra (y aquí habría que pensar quiénes somos

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“nosotros”) deserción de la lucha por el poder del es-tado, de todos modos, no elimina su existencia, supotencia concentrada, su complejidad y su múltiplecontradictoriedad.

En una de las críticas que Meiskins Wood (2003) lehace acertadamente a las tesis de Imperio, de Negri yHardt, plantea que lejos de diluirse en la categoríadifusa de “imperio”, el poder del capitalismo impe-rialista todavía necesita “realizarse” a través de los

estados nacionales. La autora sostiene que el poderimperial de Estados Unidos no depende sólo de supropio estado doméstico, sino del sistema de múlti-ples estados como un todo. Esto significa que cadauno de estos espacios políticos territorialmente acota-dos es una arena de lucha y potencial contra-poder.Aunque se acepte que las batallas en el corazón del

imperio tienen los mayores efectos, esto no significaque cada estado del cual depende el capital global nosea un blanco importante para sus fuerzas opositorasy para la solidaridad internacional. Las protestas con-tra la Organización Mundial del Comercio o las cum-bres del G7 pueden cambiar el clima político, pero nopueden sustituir a la oposición política organizadacontra el capital que se expresa en los estados nacio-nales. Organizar las luchas políticas puede parecermás difícil de alcanzar que el tipo de oposición simbó-lica que ni siquiera se proclama como un contra-po-der. Pero negar la pertinencia o viabilidad de articulareste tipo de luchas nacionales –como hacen Negri-

Hard t– parece una conclusión muy pesimista, y la ideade enfrentar a un poder que no ofrece blancos visiblesni una chance concreta de disputa, “cambiando nues-tros corazones”, parece más endeble aún.

Por eso entendemos que sigue pendiente la tareade construir formas de organización necesariamente“políticas” (en el sentido de estar referidas a un espa-cio de definición de la convivencia común en socie-

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dad) que permitan acumular las fuerzas necesariaspara cambiar el mundo, que se constituyan en herra-mientas de organización de las acciones encaminas alograrlo. Que partan, claro que sí, de la au tonomía desus integrantes, que no substituyan, que permitan lalibre expresión y afirmación de las distintas volunta-des, que articulen intereses complejos, que respetentiempos, perspectivas y d iferencias d iversas y, a la vez,logren armonizar disidencias y encuentren los pun-

tos de unidad que permitan avanzar hacia las metascolectivamente propuestas, sin aniquilar las diferen-cias. Este tipo de organización nos remite a la maneragramsciana de entender al "intelectual colectivo”, al“príncipe moderno”, que de forma a la confrontaciónentendida en su dimensión “social” con la lucha “po-lítica” referida a la definición de valores y objetivos, y

amalgame la riqueza de la diversidad social en pun-tos en común, que referencien respecto a la polis. Másallá de lo históricamente epocal, y necesariamentesuperado, de la categoría “partido” inscripta en losescritos de Gramsci, vale la pena rescatar su sentidoprofundo de encontrar la forma de construir colecti-vamente un espacio que incluya las múltiples deman-das de los sectores populares (o “clases subalternas”,al decir del italiano). Sean “red es”, articulaciones pro-visorias y consensuales, o estructuras flexibles y reno-vables de modo permanente, la organización políticaque priorice lo común resulta indispensable para em-prender la enorme tarea de “cambiar el mundo”, para

que en él quepan todos los mundos con que sueñanlos zapatistas, y nosotros con ellos.

2- EL ESTADO COMO CONTRADICCIÓN

En este punto es ineludible abordar la problemáti-

ca del estado-nación, partiendo de algunos supuestos

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básicos. En primer lugar, creemos que, a pesar de to-dos los cambios registrados en el sistema capitalista aescala global, los estados nacionales aún cumplenfunciones que no es fácil soslayar si se pretende enca-rar una lucha consistente en contra de la dominaciónsistémica. Aquí es interesante el planteo de Hirsch(1999), qu ien, tras reconocer los límites que la etap a de“globalización” le plantea al accionar de los estadoscontemporáneos, recuerda que las condiciones demo-

cráticas sólo pueden desarrollarse en el marco nacio-nal-estatal.68

En segundo lugar, si pretendemos formular unacrítica anclada en la historia y no puramente teórica,hay que asumir que existe una diferencia sustantivaen el hecho d e cuestionar a la forma de “Estado bene-factor” en el momento de su auge –y para pensar en

superarla por una ampliación socialista de la esferapública–, que enfrentarse a los estados nacionales, so-bre todo los de América latina, arrasad os por las polí-ticas neoliberales. En este punto, la práctica ha mos-trado que, cuanto peor, se está muy lejos de produciruna reacción revolucionaria y, en cambio, es muchopeor para los sectores populares, tanto en términosmateriales como de posibilidades de rearme político eideológico. En tercer lugar, es necesario diferenciar el“poder del estado” de los “aparatos” en los cualesencarna. Partimos de concebir al estado como expresi-vo del poder social dominante, pero, a la vez, entende-mos que como el estado es garante –no neutral– de

una relación social contradictoria y conflictiva, lasformas en qu e se materializa esta relación d e pod er enlos aparatos está constantemente atravesada por lasluchas sociales fundamentales.

En cuarto lugar, para comprender la dinámica delas instituciones estatales y para ubicar el contexto delas luchas populares frente ay en el estado no hay queolvidar, precisamente, la dimensión contradictoria

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sustantiva que lo atraviesa. Porque las institucionesque pueden ser interpretadas como un logro popularal mismo tiempo devienen legitimadoras del sistemacapitalista. Entonces, ¿se trata de desecharlas por le-gitimadoras o de aceptarlas por tener el carácter de"conquista"? La respuesta acertada no parece estar enninguno de los dos términos, sino en la complejidadque su interrelación sup one. Por eso el desafío mayores asumir esa contradicción y operar sobre ella.

A- La respuesta contradictoria del formatobenefactor

Más allá de toda crítica necesaria, si entendemosque las instituciones benefactoras se materializaroncomo consecuencia de una respuesta del capital a lasluchas de los trabajadores –como dicen Negri, Hol-loway y el Open Marxism: al “poder” d el trabajo–, nopodemos dejar de elucidar la importantísima contra-dicción implícita en tales instituciones. Si por un ladotienen el efecto “fetichizador” (aparecer como lo queno son) de hacer materialmente aceptable la domina-

ción del capital, y de ahí construir el andamiaje ideo-lógico que amalgama a la sociedad capitalista y lalegitima, no lo es menos que, en términos d e los nive-les y calidad de vida populares, constituyen logrossignificativos, conquistas acumuladas por cientos deluchas, a los que sería absurdo renunciar. Y esta es laprincipal contrad icción qu e opera a la hora d e enfren-tarse críticamente a los procesos de reestructuraciónestatal: la misma conquista que beneficia se convierteen la base de la legitimación del capital. Esta contradic-ción es, precisamente, la fuente de las mayores con-fusiones teóricas y prácticas respecto a la forma esta-do y es la que torna muy compleja la batalla por sudesfetichización y superación por una forma de orga-nización social alternativa.

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Holloway señala correctamente que “el hecho de que(el estado) existe como un forma particular o rigidificada delas relaciones sociales significa, sin embargo, que la rela-ción entre el estado y la reproducción del capitalismo escompleja: no puede suponerse, a la manera funcionalista, nique todo lo que el estado hace será necesariamente en benefi-cio del capital, ni que el estado puede lograr lo que es nece-sario para asegurar la reproducción de la sociedad capita-lista. La relación entre el estado y la reproducción de las

relaciones sociales capitalistas es del tipo de ensayo y error”.(2002: 143/ 144)Este punto es central. Si el estado es una forma d e

una relación social contradictoria, sus acciones y sumorfología misma dan cuenta de esa contradictorie-dad. Por ende, también expresa el impacto de las in-tensas batallas de los trabajadores por mejores condi-

ciones de subsistencia. Hay que tener presente que elestado es una forma y también un lugar-momento dela lucha de clases y, sin olvidar la naturaleza esencialque lo define como capitalista –es decir, reproducir ala sociedadqua capitalista–, es preciso rescatar el sen-tido de aquellas cristalizaciones que fueron productode luchas históricas y, a partir de allí, profundizar laconfrontación por cambiar la base de las relacionessociales de explotación. No tiene sentido d ecir que hayque "defender" al estado capitalista, ni denostarlo porserlo, en abstracto y general, y más allá de toda com-pleja articulación de intereses contradictorios mate-rializada en su seno. Se trata, más bien, de rescatar

aquello que, definido en términos de lo colectivo, refie-re a la dimensión de lo “público”, lo que necesaria-mente debe remitir a los intereses mayoritarios y con-frontar con la lógica desigualadora y excluyente delcapital.

Y aquí cabe dar una vu elta de tuerca más para com-plejizar la contradictoriedad de la que se viene ha-blando. Se ha dicho que las instituciones de bienestar

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significaron la respuesta estatal a la activación de lasclases populares por hacer que sus demandas se in-cluyeran en la agenda pública, es decir, fueran con-sideradas como cuestiones socialmente relevantes,susceptibles de respuesta estatal. Ahora bien, esta re-solución constituye una "sutura", un intento de solu-ción que congela –al institucionalizarlo– el problemaplanteado por el sector social que encaró la lucha porresolverlo, y lo hace en el sentido que el estado le dio a

la cuestión69

. Entonces, deja de ser "problema" paraconvertirse en institución pública y, de ahí en más,deja d e ser una cuestión pública a nivel de la sociedadcivil para pasar a gobernarse con la lógica de lo esta-tal y adquirir su peculiar dinámica. El mapa de lasinstituciones estatales refleja, en cada caso histórico,los "nudos de sutura” de las áreas que las contradic-

ciones subyacentes han rasgado en su superficie. Esdecir, la morfología estatal está signada por la necesi-dad de responder a las crisis y cuestiones que se plan-tean desde la sociedad, con sus contradicciones, frac-cionamientos y superposiciones70.

Es en este sentido que puede analizarse la crisis delas instituciones benefactoras que, creadas original-mente para dar cuenta de determinadas problemáti-cas sociales, se trastocan para atender otros fines sincambiar su apariencia exterior. Aparecen así comocáscaras vacías que, no obstante, retienen el "nombre"de lo que alguna vez fueron. Lejos de constituirse en"sutura", porque ya no logran ni garantizar la acumu-

lación ni legitimar la dominación, dejan abierta la heri-da original –la "cuestión" que pretendieron resolver–,pero que ya tampoco es la misma: se ha infectado. Elcapital, entonces, ofrece su solución, que puede resul-tar racional en los términos de su propia lógica: am-putar, eliminar la institución y, con ella, el problemaque le dio origen, que deja entonces de ser una "cues-

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tión socialmente problematizada" que merece ser in-cluida en la agenda pública.

Si se insiste en que el estado es más que la meraexpresión de la lógica del capital, no debe olvidarseque en el aparato estatal se materializan las complejasrelaciones de fuerzas que especifican a la relación so-cial capitalista entendida como un todo. Entonces, nopuede resultar indiferente para los trabajadores, porser capitalista, cualquier institución estatal. No es lo

mismo tener leyes laborales protectoras que flexibili-zación total. No es lo mismo contar con prestacionesde seguridad social garantizadas legalmente, que de- jarlas libradas a las fuerzas del mercado. Todos loslogros históricos de los trabajadores merecen y debenser defendidos. Pero no referidos a un mítico EstadoBenefactor que nunca superó las fronteras capitalis-

tas y como tal entró en crisis, sino a aquella dimensiónde "problema social" que debe ser "suturado", resuel-to, a favor de los intereses mayoritarios.

En esta línea, coincidimos con Roux (1998) cuan-do plantea que“la superación del capital como vínculo dedominio-subordinación y la construcción de un nuevo tipode relaciones basadas en la libertad y en el reconocimientorecíproco entre personas, pasa entonces no por la desapari-ción de la política y del Estado, pero tampoco por su repro-ducción –con otro nombre y otros protagonistas– tal y comohoy nos los representamos. Pasa más bien por la recupera-ción de la política y el Estado como dimensiones humanas: por la superación de aquel tipo de relación social que, enaje-

nando la vida, corporalidad, trabajo y voluntad de los sereshumanos, resulta también en la confiscación de la política,en la transferencia del poder de autodeterminación de loshombres en un poder vivido como ajeno y en la política y elgobierno como actividades especializadas y monopolio deunos cuantos”.

Pero aquí reaparecen algunas preguntas: ¿cuál esel lugar de lo público, de la gestión de lo colectivo, de

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la decisión democrática de lo cotidiano? ¿Cómo esposible recrear la noción del "auto-gobierno" popularcon la complejidad de un mundo crecientemente glo-balizado? La globalización de los mercados financie-ros, facilitada por la tecnología de las comunicacio-nes, permite escindir hasta límites insospechados alcapitalista como agente económico territorialmentesituado del capital como fuerza m onetaria que circulavelozmente y sin restricciones. Así, el horizonte de

inversiones para los dueños del capital ya no tiene lasmismas fronteras precisas de antaño y puede mudar-se con la velocidad que permiten las teclas de unacomputadora. Esta volatilidad del capital es uno delos aspectos que le plantea más problemas a los esta-dos nacionales, que se ven compelidos a capturar unaporción del capital que circula para hacerlo producti-

vo y, con ello, reproductor del orden social territorial.Pero los estados, como la actual crisis mundial lo estátestificando, suelen resultar impotentes para contro-lar los flujos financieros y monetarios que determinansus economías, así como los flujos de informaciónmediática, y de ahí la crisis de su propio papel institu-cional y el debate en torno a que funciones le caben –oconserva– el estado nacional en un mundo globaliza-do. Más aún, el papel que juegan organismos finan-cieros internacionales como el Fondo Monetario Inter-nacional y el Banco Mundial en la definición de laspolíticas económicas y sociales de los países endeu-dados pone seriamente en cuestión la capacidad de

los estados para diseñar estrategias autónomas.Sin embargo, si mantenemos nuestra afirmación d eque economía y política son aspectos indisolubles deuna realidad única, no habrá decursos económicosinexorables por encima de las relaciones de fuerzasociales y políticas que les dan sustento. En ese plano,el campo de la política todavía conserva límites terri-toriales, en el sentido de dar forma a comunidades en

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las cuales se toman decisiones –mediante algún me-canismo de participación social–, que afectan a sushabitantes. Porque aunque la relación capital-trabajotiene una dimensión global, no puede eludirse la im-portancia de cómo se expresa en cada ámbito estatalacotado, donde influyen múltiples factores sociales ypolíticos.

B- Un estado que es -no es- y puede ser

La conqu ista de la autonomía de las mayorías paraplasmar sus intereses materiales y simbólicos en ac-ciones generales que, de este modo, refieren a lo esta-tal, es un proceso comp lejo y de resultado incierto. Sinembargo, frente al creciente poder de las instanciassupranacionales en las cuestiones nacionales, no pa-recen quedar muchas otras alternativas que articularlas luchas locales y nacionales con las mundiales. Launidad internacional ya no será, entonces, una merautopía del pasado sino una necesidad impuesta porel presente, aunque para que pueda plasmarse hagafalta, todavía, otorgar nuevos sentidos a las luchas

nacionales, que refieren, también, a la dimensión esta-tal. El refugio en lo local puede servir para recobrarfuerzas o para consolarse de la desventura de unaglobalidad férrea y cada vez m ás enajenante. Pero hastaahora no ha logrado pasar mucho más de allí. Empe-cinarse en atar lo local con lo global sorteando la di-mensión nacional podrá ser útil a las prácticas con-testatarias, al entrenamiento en la radicalidad y en ladisputa concreta contra las imposiciones del capitalglobal. No parece, sin embargo, suficiente para orga-nizar la complejidad del combate a un enemigo tanpoderosamente arraigado en su pretensión –y exis-tencia– universal.

Es por eso que hay que tener p resente que el estadoes represión, pero también, parafraseand o a H olloway,

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diciendo “como no m e gusta el estado, le doy la espal-da, pero le pido cosas que exijo que estén en cantidady calidad suficiente”. ¿Y quién las proveerá? ¿De dón-de y de qué manera se extraerán los recursos y se dis-pondrán las acciones necesarias para otorgar lo quese exige? Los ejemplos cotidianos son múltiples y di-versos. El movimiento piquetero argentino se organi-za y corta rutas para “arrancarle” al estado subsidios.Esto involucra la existencia de un sistema tributario y

de toda una maquinaria para recaudar el dinero queserá entregado, de u n sistema d e administración parael reparto, de trabajadores sociales encargados de iden-tificar y asistir situaciones de necesidad. En otro pla-no, hay maestros y médicos para cubrir demandasbásicas de las sociedad. Que estas sean prestadas bieno mal, de modo suficiente o escaso, con ideoneidad o

diletantismo, no es en absoluto ind iferente. Es un pro-blema a resolver, que no se resume fácilmente en lavieja dicotomía entre reforma (pensemos en los me-dios) y revolución (concentrémonos en el fin). Asum irel “reformismo” equivale a aceptar que nada podráser cambiado de modo rad ical y, por lo tanto, lo desea-ble se confunde con lo posible. Su test más claro resideen negarse a avanzar en una transformación cuandoésta es objetivam ente factible de plasmar. Una estrate-gia reformista, en tal sentido, es la que en el punto enque es preciso y posible profundizar los cambios, eli-ge detenerse. Esto es, privilegia el medio y se aterrori-za ante la eventual consecución del fin. Pero otra cosa

muy distinta es creer que la postura revolucionaria esla que proclama la revolución o la emancipación comoreceta idéntica a sí misma, en todo tiempo y lugar, yreniega de provocar los cambios que las circunstan-cias permiten empujar para mejorar las condicionesde vida popu lares, por temor a que esas mejoras ador-mezcan la conciencia y la predisposición de lucha delos beneficiarios.71

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¿Por qué no empujar, como dice Wallerstein (2003)hacia la ampliación de los espacios públicos, hacia ladesmercantilización de cada vez más segmentos de lavida social? ¿Por qué no conquistar una participaciónmas plena, real, efectiva de los sectores populares enla definición y gestión de los asuntos comunes? ¿Porqué no arrancar el poder de decidir y de controlar?¿Porque así seremos inevitablemente cooptados, di-luidos, domesticados? ¿Porque devendremos reformis-

tas y perderemos el rumbo de la revolución? ¿Porquepensamos que sólo serán posibles los cambios cuantopeor sean las condiciones sociales, cuando la digni-dad sea más potente que la necesidad inmediata?72

Aunque fuera así, ¿dónde queda la dimensión contra-dictoria subyacente en toda práctica social o estatal?Precisamente se trata de animarnos a cabalgar sobre

la contradicción, a domarla, si es preciso. Negarla, encambio, nos puede recluir en un inoperante principis-mo ético, autónomo, sí, pero como sinónimo de aisla-miento y no de superación.

Creemos que no puede ser desdeñado que el invo-lucramiento de la sociedad civil y de sus organizacio-nes autónomas en las cuestiones públicas esté asegu-rado por un respaldo institucional, efectivizado en ladisponibilidad concreta de recursos. Como observaWallerstein,“las poblaciones del mundo viven en el pre-sente, y sus necesidades inmediatas deben ser atendidas.Cualquier movimiento que las descuide seguramente perde-rá el apoyo pasivo generalizado que es esencial para su éxi-

to a largo plazo. Pero remediar un sistema defectuoso no puede ser el motivo y la justificación para la acción defensi-va; más bien, el propósito debe ser prevenir que los efectosnegativos empeoren en el corto plazo. Esto es muy diferente psicológica y políticamente”(2003: 184)

Insistimos: el estado no es una instancia mediado-ra neutral, sino el garante de una relación social des-igual –capitalista– cuyo objetivo es, justamente, pre-

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servarla. No obstante esta restricción constitutiva in-contrastable que aleja cualquier falsa ilusión instru-mentalista –es decir, "usar" libre y arbitrariamente elaparato estatal como si fuera una cosa inanimada ope-rada por su dueño–, es posible y necesario forzar elcomportamiento real de las instituciones estatales paraque se adapten a ese "como si" de neutralidad queaparece en su definición (burguesa) formal (ThwaitesRey y López, 2003). Claro que esto no es algo sencillo

y entraña peligros intrínsecos. Porque la ficción delinterés general se enfrenta cotidianamente a la coop-tación de las instituciones estatales por intereses es-pecíficos, que plasman, se materializan, en las pro-pias instituciones y que van asegurando la perviven-cia del sistema. El objetivo irrenunciable debe ser laeliminación de todas las estructuras opresivas que,

encarnadas en el estado, afianzan la dominación yhacer surgir, en su lugar, formas de gestión de los asun-tos comunes que sean consecuentes con la elimina-ción de toda forma de explotación y opresión.73

En el camino, en el mientras tanto productivo deuna nueva configuración social, puede empujarse alestado a actuar "como si", verdaderamente, fuera unainstancia de articulación social. Esto es, forzar demanera consciente la contradicción íncita del estado,provocar su acción en favor de los mas débiles, operarsobre sus formas materiales de existencia sin perderde vista nunca el peligro de ser cooptad os, de ser adap-tados, de ser subsumidos. Pero este peligro no puede

hacer abandonar la lucha en el seno del estado mis-mo, en el núcleo de sus instituciones. De hecho, comodijimos más arriba, el neoliberalismo impulsó entu-siastamente la emergencia de “organizaciones no gu-bernamentales” –en nombre de desarrollar el llamado“capital social”– y promovió la “participación” paradesembarazarse de las tareas que antes encaraba el

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estado. Es una forma de “ahorro fiscal” muy recomen-dada por el Banco Mundial.

Es cierto, y vale, que la autonomía se refiere al ca-rácter de la propia organización emancipatoria, perono parece sensato ni políticamente astuto darse el lujode “regalar” todo el territorio estatal a la minoría encuyo beneficio existe como instancia opresiva. Allí hayrecursos imprescindibles para resolver cuestiones vi-tales y, en última instancia, para fortalecer la lucha

popular. Por eso no se pueden despreciar ni los recur-sos de, ni la acción desde, el estado.En ese "como si" tiene que conformarse un espacio

para una gestión alternativa y un camino para empu- jar en el sentido del autogobierno p opular, de la irrup -ción irreverente de "lo plebeyo" en la escena pública,de la utopía indeclinable del socialismo. Debemos ca-

minar permanentemente en esa tortuosa contrad icciónde luchar contrael estado para eliminarlo como instan-cia de desigualdad y opresión, a la vez que se luchapor ganar territoriosen el estado, que sirvan p ara avan-zar en las conquistas populares. Se trata de rasgar,rasguñar, arrancar del estado mismo, y no sólo de lasociedad, las formas anticipatorias de nuevas relacio-nes sociales igualitarias y emancipatorias.

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NOTAS

1 Manifestaciones espon táneas de vecinos golpeando cacerolas y otrosutensilios domésticos. En muchos se hicieron movilizaciones por lascalles y en otros, la protesta se hizo desde las puertas, balcones yventanas de las casas.2 Fueron creados hacia finales de los noventa p or las agrupaciones de

hijos de desaparecidos (HIJOS), movimientos de derechos humanos yagrupaciones políticas, para denunciar la presencia de ex-represoresen los vecindarios. Se trata de movilizaciones frente a las casas depersonajes repudiados, que se extendieron en diciembre de 2001hacia políticos y funcionar ios de diversa p rocedencia.3 Hay unas 120 fábricas recuperadas, que ocupan a u nos 10.000 traba- jadores y que cubren una var iada gama de ramas industriales. Ope-ran bajo d istintas mod alidades de gestión. Dentro d e ese espectro seperfilaron de inm ediato dos tend encias en la dispu ta por la orienta-ción general del movimiento. Por un lado, el Movimiento Nacionalde Empresas Recuperadas (MNER), y el posteriormente escindidoMovimiento Nacional d e Fábricas Recuperadas (MNFR). En ellos seagrupan la mayoría de las empresas ocupad as bajo formas cooperati-vas y tienen u na fuerte influencia de la Iglesia, a través de la PastoralSocial, de miembros del Partido Justicialista (PJ) y de la Central de

Trabajadores Argentinos (CTA). Por el otro, las emp resas imp ulsorasde la Gestión Obrera Directa (GOD), con eje en la textil Brukman dela Capital Federal, la cerámica Zanón de la provincia de Neuqu én yla minera reestatizada de Santa Cruz Río Turbio. Apuestan a lagestión bajo control obrero, pero en torno a ellas también llegó anuclearse un grupo de empresas autogestionadas bajo formas coope-rativas, apoyad as por los movimientos de trabajadores desocupad os,algunas asambleas populares y partidos de izquierda.

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4Las principales organ izaciones piqueteras son:*Federación de Tierra yVivienda(FTV), ligada a la Central d e Trabajadores Argentinos (CTA),*Corriente Clasista y Combativa(CCC), ligada al Partido Comunista

Revolucionar io (PCR/ PTP),*Bloque Piquetero,integrad o por el *PoloObrero (perteneciente al Partido Obrero), el *Movimiento Territorialde Liberación (MTL), que a su vez tiene una p arte mayoritaria vincu-lada al Partido Com un ista y otra que se escindió, pero que utiliza elmismo nombre, y el *CUBA (vinculado al Partido de la Liberación ya otros grupos). A su vez, el Bloque Piquetero integra un agrupa-miento mayor, elANT con el * Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados(MIJD, escisión de la CCC), el *Movimiento Sin Trabajo“Teresa vive” (MST, ligado al partido de igual sigla), y la *Agrupa-ción 29 de Mayo, entre otros gru pos. Por fuera de estos agrupam ien-tos están: el *Frente de Trabajadores Combativos (ligado a variospartidos trotskistas como el MAS), *Movimiento Teresa Rodríguez(MTR) y *Barrios de Pie (escisión de la FTV que respalda PatriaLibre). Dentro del llamado * Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón(MTDs), se agru pan MTDs con desarrollo territorial en

zona sur del Gran Buenos Aires y algunos grupos en Capital, LaPlata y en Río Negro. Inicialmente, gran parte de ellos conformaronla llamada Coord inadora Aníbal Verón, pero luego sufrieron escisio-nes. Siguen en la Coordinadora los MTD de Lanú s, Almiran te Brow n,José C. Paz, Ezeiza, La Cañada, La Plata, Berisso, los MTD cap italinosde San Telmo, Lugano, Barracas y Constitución y el MTD de Chipo-letti, Río Negro. A su vez, prosiguen con el nombre Aníbal Verón,pero aband onaron la Coordinadora, dos grupos. Uno es el que nucleaa los MTD de Solano, Guernica y Allen (Neuquén), que tienen lasposturas más ideológicamente autonomistas. El otro es el MTD deFlorencio Varela, que sostiene p osiciones más p róximas al Gobiernode Néstor Kirchner. También están la *Unión de Trabajadores Des-ocupados (UTD) de General Mosconi, Salta, que es un grupo pioneroen las posiciones autónomas y el *Movimiento de Unidad Popular(MUP), socialistas libertar ios con gran desarrollo en La Plata. Comogrupos más pequeños existen: el *Frente 20 de Diciembre, el *MTDResistir y Vencer, el *MTD Solano Vive, el *MTD d e La Matanza, y la*Coordinadora d e Trabajadores Desocupados (CTD), que respond e aQuebracho y tiene actividad en La Plata y en algunos lugares d e lazona sur del Gran Buenos Aires (Mazzeo, 2004).5 Según un a investigación del Centro d e Estud ios Nueva Mayoría, enmarzo 2002 existían en todo el país 272 asambleas. De ellas 112estaban en la Capital Federal (41% del total), destacándose con una

mayor cantidad los distritos de clase med ia y med ia alta. Tal es el caso

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de Belgrano y Palermo (9 cada una), Almagro (7), Caballito y Flores(6 en cada caso). En cambio, en los d istritos de nivel bajo, el fenómenoera mucho más débil. Un par de activistas barriales señalaban, a

fines de 2002, que“Las asambleas nacieron y se desarrollaron en uncontexto de falta de legitimidad política muy fuerte, de hecho fueron elespacio que la sociedad, sobre todo la clase media, creó debido a la crisis derepresentación de los partidos políticos y los sindicatos. Sin embargo, lasasambleas no son una opción a la hora de votar...”(Castagnino y Gómez,2002)6Por ejemplo, los anarcosind icalistas aspiraban a crear, incluso d entrodel capitalismo, "asociaciones libres de productores libres" que seimplicaran en la lucha militante y se prepararan para asumir laorgan ización de la producción sobre bases democráticas.7 Este suele ser un p lanteo compatible, a lo sumo, con organizacionespequeñas, donde funciona fácilmente la relación cara a cara. Algunasorgan izaciones piqueteras, como los MTD de Solano, tienen esta po-sición. Pero incluso en el seno d e los movimientos más defensores dela autonom ía se han revelado problemas y se ha p lanteado la inefica-

cia de los agrupam ientos que se niegan a darse estructuras organiza-tivas más claras (lo que no quiere decir separadas, jerárquicas orígidas). Se pu ede consu ltar, en este sentido, el trabajo de GuillermoCieza (2002).8 Ver especialmente el libro de Antonio Negri (1979) DOMINIO YSABOTAJE, Editorial El Viejo Topo, Barcelona. También en EL TRA-BAJO DE DIONISOS (2003), de Negri y Hardt, se recupera esteconcepto:“el trabajo vivo no sólo rechaza su abstracción en el proceso de

valorización capitalista y de producción de plusvalor, sino que a su vez plantea un esquema alternativo de valorización, la autovalorización deltrabajo”.9 En MATERIALISMO Y REVOLUCIÓN, Sartre expresa que, porejemplo,“no basta ser oprimido para creerse revolucionario”.10 “O sea, la noción de sujeto no remite a la identificación de quiénes son,sino que alude, sobre todo, a la existencia de una conciencia concreta de lanecesidad de cambiar, a la existencia de una voluntad de cambiar y a lacapacidad para lograr construir esos cambios (dialéctica de querer y poder)”.11 (Rauber, 2000)12 Holloway diferencia el “fetichismo duro” del “fetichismo-como-proceso”. El primero, que critica, comprende el fetichismo como unhecho establecido, como una característica estable o reforzada de lasociedad capitalista. En cambio el segundo, que él propone comoalternativa, entiende a la fetichización como una lucha continua,

como algo siempre en discusión. Esto tiene implicancias teóricas y

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prácticas muy imp ortantes. Para Holloway,“si el fetichismo fuera unhecho acabado, si el capitalismo estuviera caracterizado por la objetivacióntotal del sujeto, entonces no habría manera en la que nosotros, como perso-

nas comunes, pudiéramos criticarlo. El hecho de que criticamos señala lanaturaleza contradictoria del fetichismo (y por tanto nuestra propia natura-leza contradictoria) y proporciona evidencia de la existencia presente delanti-fetichismo (en el sentido de que la crítica se dirige contra él) “(Hollo-way, 2002)13 Sigue Castoriadis:“De manera que si una nueva sociedad debe surgir de la revolución, sólo podrá constituirse apoyándose en el poder de losorganismos autónomos de la población, poder extendido a todas las esferas dela actividad colectiva, no sólo a la "política" en el sentido estrecho deltérmino, sino también a la producción y a la economía, a la vida cotidiana,etcétera. Se trata pues de autogobierno y autogestión (en aquella época yo lasllamaba gestión obrera y gestión colectiva) que se basan en la autoorganiza-ción de las colectividades en cuestión. Pero, ¿autogestión y autogobierno dequé? ¿se trataría de que los presos autoadministraran las cárceles o losobreros las cadenas de armado? ¿tendría la autoorganización como objeto la

decoración de las fábricas? La autorganización y la autogestión sólo tienensentido si atacan las condiciones instituidas de la heteronomía. Marx veía enla técnica algo positivo y otros ven en ella un medio neutro que puede ser puesto al servicio de cualquier fin. Sabemos que esto no es así, que latécnica contemporánea es parte integrante de la institución heterónoma de lasociedad, así como lo es el sistema educativo, etcétera. De suerte que si laautogestión y el autogobierno no han de convertirse en mistificaciones o ensimples máscaras de otra cosa, todas las condiciones de la vida social deben

ponerse en tela de juicio. No se trata de hacer tabla rasa y menos de hacer tabla rasa de la noche a la mañana; se trata de comprender la solidaridad detodos los elementos de la vida social y de sacar la conclusión pertinente: en principio no hay nada que pueda excluirse de la actividad instituyente deuna sociedad autónoma”.14 La econom ía participativa (Parecon, en inglés) es el nom bre de untipo d e economía prop uesta como alternativa deseable al capitalismo.Los exponentes de esta perspectiva son Michael Albert, Robin Hah-nel y Brian Dominick. Los valores que intenta conseguir son: equi-dad , solidaridad , diversidad y au to-gestión p articipativa. Las formasinstitucionales para conseguir estos objetivos incluyen la democraciadirecta, los complejos de trabajo equ ilibrados, la remu neración acor-de al esfuerzo y sacrificio, y la p lanificación participativa.15 Al iniciar su ensayo “Democracia, Socialismo, Au togestión”, Texier(s/ f) dice:“Podemos situar el problema que nos ocupa de la siguiente

forma: estando de acuerdo en que la sociedad alternativa al capitalismo se

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llama socialismo o comunismo, ¿qué rol debe jugar la democracia de una parte y la autogestión de otra? O bien para radicalizar nuestro interrogante:¿el socialismo o el comunismo son concebibles sin democracia y sin autoges-

tión? Sin duda, se nos podría objetar que el socialismo o el comunismo noestán en verdad a la orden del día. A lo cual podríamos responder dos cosas:de una parte que esto puede no ser más que una apariencia, y que lanecesidad de una alternativa al capitalismo se impone cada vez más enmuchos espíritus; por otra parte, la cuestión del orden del día no es indepen-diente de la claridad de las ideas en que podamos avanzar en materia dealternativa. De donde se deduce la necesidad de confrontar nuestras concep-ciones, teniendo en cuenta las lecciones de la experiencia y las de la teoría”.16 Negri y Hardt (2002) sostienen, apoyándose en Spinoza, que lademocracia absoluta (ilimitada e inconmensurable) es imposible derealizar por intermedio de las instituciones imperiales. La democra-cia revolucionaria no se corresponde más con el concepto de nación(al contrar io, se define cada vez m ás por el combate contra la nación),ni tampoco con el concepto d e pu eblo. En cambio, postulan el concep-to d e contra-pod er, que imp lica tres elementos: resistencia, insurrec-

ción y p oder constituyente. Su contexto no es el estado-nación sino losconfines ilimitados del Imperio.17Las tesis pr incipales del trabajo de Holloway pu eden resumirse en:1- Hay que cambiar el mundo. 2- Debemos partir de nuestro gritonegativo, nuestro rechazo, nuestro NO a como son las cosas en elmundo en el que vivimos. Es el pr incipio de la dignidad . 3- Nuestrodesacuerdo surge de la propia experiencia, pero ésta varía. 4- Paracomprender que el mundo está equivocado y luchar por cambiarlono hace falta tener una idea acabada de como d ebe ser el mu nd o quequeremos construir. 5- Tampoco hace falta la promesa de un finalfeliz. 6- Para cambiar el mund o no hay qu e luchar p or el poder. 7- Elpoder no debe ser el objetivo de la lucha, porque la lucha por elpoder degrada. 8- No debe, por ende, construirse un partido de losopr imidos encaminado a tomar el pod er opresor para derrocarlo. 9-No se trata de luchar por el contra-poder, sino el anti-pod er y la anti-política, que niegan al poder y a la política. Holloway dice:“Ladignidad es la auto-afirmación de los reprimidos y de lo reprimido, laafirmación del poder-hacer en toda su multiplicidad y en toda su unidad. Elmovimiento de dignidad incluye una enorme diversidad de luchas contra laopresión, muchas de las cuales (o la mayoría) ni siquiera parecen luchas; pero esto no implica un enfoque de micro-políticas, simplemente porqueesta riqueza caótica de luchas en una sola lucha por emancipar el poder-hacer, por liberar el hacer humano del capital. Más que una política es una

anti-política simplemente porque se mueve contra y más allá de la fragmen-

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tación del hacer que el término “política” implica, con su connotación deorientación hacia el Estado y de distinción entre lo público y lo privado”(2002: 305).18

“El problema del poder es central para el zapatismo, lo mismo que para losotros movimientos revolucionarios, sólo que se asume de manera muydistinta. Para crear un mundo nuevo no se requiere la `toma del poder` sinola abolición de las relaciones de poder; no el uso de la fuerza sino el de lademocracia. El poder comunitario se construye, no se impone (...) La cons-trucción de un mundo nuevo no se alcanza conquistando una meta (la tomadel poder). El discurso zapatista no contempla metas sino horizontes, nobusca realizar el gran acontecimiento, La Revolución, sino vivir un proceso permanente de creación del mundo nuevo practicando la democracia comocultura del respeto a la otredad (...) El zapatismo no espera nada del estado,tampoco de sus representaciones alternativas. Los zapatistas apuestan todo al pueblo, a la sociedad civil, a los excluidos, a los perseguidos, a los rebeldes.Sueñan con el mundo en el que caven todos los mundos y construyencotidiana y pacientemente, con el concurso de todos, sin proyectos predeter-minados, con la voluntad de los más. La utopía en el zapatismo no es un

horizonte lejano sino la motivación de la práctica cotidiana. La revolución nose concibe como el sacrificio presente para llegar un día a alcanzar la metatrazada sino como un destejer madejas para ir simultáneamente tejiendo ydando cuerpo a eso que se entiende como el mundo nuevo”.(Ceceña, 2001)19 Dice Zibechi que“...la estrategia menos revolucionaria es la de cambiar el mundo desde el poder; porque la disposición de fuerzas necesarias para latoma del poder es la negación del cambio que queremos, supone eternizar dirigentes en las alturas, exacerba la contradicción entre dirigentes y diri-

gidos, en vez de diluirla. Esta es una nueva ley de hierro de las revolucio-nes, avalada por todo un siglo de experiencias nefastas. Si algo demuestra elsiglo XX es que es posible derrotar, incluso militarmente, a los opresores.Sólo se trata de persistir y esperar el momento. Pero el siglo pasado pone derelieve la imposibilidad de avanzar desde el poder hacia una sociedad nueva.El Estado no sirve para transformar el mundo. El papel que le atribuimosdebe ser revisado”.(Zibechi, 2003a: 202)20Para Bonefeld“...el capitalismo no puede ser superado por un cambio enel comando sino sólo por la abolición del acto de comandar. En lugar de tomar el poder se trata de la abolición del poder, no después sino durante larevolución misma (...) El proyecto de la emancipación humana y el de latoma del poder político son mutuamente excluyentes: el Estado no puede ser utilizado con el propósito de la emancipación humana (...) la dictadura del proletariado significa la auto-organización democrática de la sociedad en y por medio de la negación del Estado”.(2003:194/ 5)21 Veamos algunos ejemplos de esta postura:

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“En la medida en que la autonomía propone la autoorganización, rechaza lasmediaciones exteriores (t ipo partido de turno intentando dirigir a los «inma-duros» movimientos sociales). La gente es lo suficientemente lista para

saber qué es lo que quiere y como lo quiere. Coherentemente con lo dicho,la autonomía opta por la toma de decisiones de forma asamblearia, por lademocracia directa como forma posibilitadora (aun con sus limitaciones) degarantizar el respeto a la diversidad, frenar la jerarquización, el autoritaris-mo, la pérdida de independencia y autonomía en las luchas,... Lo que buscaen definitiva la autonomía es que los seres humanos sean capaces de definir sus proyectos de vida, que sean ellos quienes gestionen y decidan, de la forma más democrática posible, cada uno de los aspectos que atraviesannuestra cotidianeidad: desde el trabajo a la sexualidad, desde el ocio a laalimentación, etc.” (Lucha Autónoma, Madr id , s/ f, tomad o dewww.lahaine.org)“La verdadera autogestión es la gestión directa (no mediada por ningúnliderazgo separado) de la producción, distribución y comunicación social por los trabajadores y sus comunidades (...) El mundo sólo puede ser puesto denuevo sobre sus pies por la actividad colectiva consciente de aquellos que

construyen una teoría acerca de por qué está patas arriba”.(Núcleos deIzquierd a Radical Autónom a, 1975).22 “Dentro del movimiento libertario también aparecen líneas y corrientesque tratan de hacer frente a los aspectos más sectarios y dogmáticos del pensamiento anarquista y de tender puentes entre las diversas familiasteóricas del socialismo: en Francia, Daniel Guerin lo intenta ya desde finales de los años 40 a través de su propuesta de un marxismo libertario, enel que trata de sintetizar la potencia del marxismo como herramienta de

análisis con las prácticas organizativas libertarias, basadas en la autogestión y el antiautoritarismo. Esta línea de reflexión, coincidente en muchos puntos con el consejismo del holandés Anton Pannokoek, dará lugar a lolargo de las décadas siguientes a una serie de pequeños grupos y publicacio-nes que contribuirán en gran medida a la renovación del pensamientoanarquista y que ejercerán una importante influencia en el mayo francés(...) Este magma efervescente que comienza a bullir en la posguerra por debajo de la izquierda `oficial´ representada por los partidos socialista ycomunista dará lugar a lo largo de las dos décadas siguientes a un densocuerpo de ideas, reflexiones y prácticas en continuo conflicto y debate que seenglobará en Europa bajo la etiqueta genérica de izquierdismo, en referen-cia a la `enfermedad infantil´ tan denostada por Lenin. Dentro de estemagma, tendrán un importante papel tanto la Revolución China y el maoís-mo, cuya fascinación se extenderá por Europa bajo la forma de una de lacorrientes más mesiánicas del izquierdismo, como los procesos de descoloni-

zación y las `guerras de liberación´ del Tercer Mundo ”.(Verdaguer, 1999)

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bajo el nombre Del obrero masa al obrero social. entrevista sobre el obrerismo,Editorial Anagrama, Barcelona, 1980; o el texto colectivo –escrito porAntonio Negri y otros compañeros de cárcel pertenecientes al Movi-

miento Autonomía Obrera– llamad o¿Te acuerdas de la revolución?Propuesta para una interpretación del movimiento italiano de los sesenta,en CRISIS DE LA POLÍTICA, Editorial El cielo por asalto, BuenosAires, 2003. También el artículoEl laboratorio italiano, escrito porMichael Hard t, pu ede servir para esto.25 En un ensayo en el que da cuenta de la historia de la corrientesituacionista, cuyo máximo exponente fue Guy Debord y su conocidaobra La sociedad del espectáculo(también fue muy importante la obrade VaneihemTratado del buen vivir para uso de futuras generaciones),Carlos Verdaguer (1999) recuerda la creación de la Internacional Si-tuacionista en julio de 1957, bajo el concepto de “construcción desituaciones”. En su texto fundante se sostiene que, para lograr uncambio liberador, hay que oponer concretamente, en toda ocasión, alos reflejos del modo de vida capitalista, otros modos de vida desea-bles; destruir, a través de medios hiperpolíticos, la idea burguesa d e

felicidad. Se trata de borrar los límites entre vida cotidiana y arte através de la creación de ambientes momentáneos que pongan demanifiesto las cualidades pasionales de la existencia, revelando deesa forma la alienación y la miseria de la vida de pasividad, de nointervención, de mero espectáculo, que impone el `viejo mundo´.Para Verdaguer, “el discurso político situacionista, a pesar de sus cimien-tos marxistas, no estaba vertebrado en torno al determinismo histórico sinoa la pasión y la voluntad. La revolución que propugnaban no estaba regida

por la promesa de que la historia acabaría inevitablemente por ponerse de parte de los oprimidos, sino de que eso sólo ocurriría si cada persona tomabalas riendas de su propio destino, arremetiendo contra todos aquellos que seautoerigieran en sus salvadores. Sus demoledores análisis y propuestas noeran profecías, sino invitaciones apasionadas a tomar al pie de la letra la promesa de libertad contenida en el mito del progreso y a no dejarse engañar por las estrategias que ofrecía el viejo mundo para conseguirlo. No seofrecían como la vanguardia final, sino como el fin de todas las vanguardias. No querían construir una nueva ideología, sino proponer herramientas para la crítica de todas las ideologías”.Cabe recordar qu e la InternacionalSituacionista(que nunca llegó a contar con más de una docena demiembros) se au to-d isolvió p roducto de sus p ropias contrad iccionesinternas, p lagadas de discusiones teóricas y políticas.26 Por lo menos desde mediados de los ochenta y durante toda ladécada de los noventa se consolidó un conjun to de ideas renovad oras,

reunidas en la corriente que se dio en llamar “marxismo abierto”

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(Open Marxism), cuyos exponentes destacados, además de Holloway,son Werner Bonefeld, Richard Gunn, Kosmas Psychopedis, PeterBurham, Harry Cleaver y otros. Durante una larga década editaron

la revistaCommon Sense, volúmenes colectivos bajo el títuloOpen Marxismy diversos libros y artículos con interesantes aportes a larenovación teórica. John Holloway, uno de sus p rincipales referentes,d istingue entre el “marxismo cerrado”, dentro d el cual se encuentran“todas aquellas corrientes de la tradición marxista que ven al desarrollosocial como un camino predeterminado” (...) y “tienen en común unavisión teleológica, funcionalista, determinista, del desarrollo histórico queimpone límites a las posibilidades del futuro”; y el “marxismo abierto”,“que refiere al riguroso reconocimiento de la apertura de las categoríasmismas, que están abiertas simplemente porque son concepciones de proce-sos abiertos” (...) “Si las categorías del análisis marxista son entendidascomo categorías abiertas en este sentido, como conceptualizaciones de unmundo abierto, entonces cualquier noción de necesidad histórica o de ‘leyesdel desarrollo económico’ simplemente se disuelven; y lo que nos quedanson las tendencias y los ritmos de la lucha”. (Holloway,1996).27

El Ejército Zapatista d e Liberación N acional (EZLN) hizo su apari-ción pública el 1º de enero de 1994, el mismo día en que entraba envigencia el Tratado de Libre Com ercio (NAFTA) en México. Su d iná-mica de construcción implica un alejamiento respecto de las formastradicionales de hacer política: a diferencia de los partidos y movi-mientos de izquierda clásicos, no p ropugnan la “toma del pod er”, nipretenden arrogarse el título de vanguardia. Tampoco ansían deve-nir un grup o corporativo, que peticiona d emandas meramente parti-culares.28 Es interesante la postura del grup o alemán Krisis, contenida en su Manifiesto contra el trabajo,de junio d e 1999.29 El activista argentino Ezequiel Adamovsky (2003) plantea que conel término "autonomía" se hace referencia“al esfuerzo por ampliar lacapacidad de autodeterminarse y por crear espacios en donde podamos vivir de acuerdo a nuestras propias reglas. En términos prácticos, esto significaun cambio en la estrategia política, que ya no está exclusivamente centradaen la "toma del poder", sino en el desarrollo de un "contrapoder". El origende estas ideas/prácticas es variado. En el plano de las ideas, han tenido granimpacto la experiencia de los zapatistas, y autores como Antonio Negri y John Holloway, entre otros. Diferentes publicaciones y colectivos de acción y/o de pensamiento crítico han contribuido a la circulación de estos saberes;entre otros, Nuevo Proyecto Histórico, Colectivo Situaciones, El Rodaballo, Autodeterminación y Libertad, Intergalactika, Socialismo Libertario, las

Rondas de Pensamiento Autónomo, los rosarinos de Grado Cero, etc., junto

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con una cantidad de intelectuales "solitarios". Pero fundamentalmente, lascaracterísticas de esta nueva cultura nacen de la práctica, y de los fracasosdel pasado”. Documento ¿Qué quedó del Que Se Vayan Todos?.30

Al respecto, Negri sostiene que“el acontecimiento teórico-cultural,que revalidará de nuevo ante los ojos de los contemporáneos la capacidad del pensamiento crítico para reinventarse a sí mismo es, tras la definitivaliquidación del movimiento socialista, la inteligencia de proponer un mode-lo organizativo que sepa responder a las urgencias de la postmodernidad, esdecir, del nuevo proletariado inmaterial y cooperativo, lo cual apunta a la potencia de destruir las formas de dominio colocando en su lugar las asocia-ciones libres del cerebro colectivo”. (Negri, 2003)31 “El contrapoder no es mucho más que el conjunto de resistencias a lahegemonía del capital. Es decir: una multiplicidad tal de prácticas que no es pensable en su unidad (y, a la vez, una transversalidad capaz de hacer producir resonancias –de claves e hipótesis–, entre diferentes experienciasde resistencia. La fórmula ´resistir es crear´ da cuenta de la paradoja delcontrapoder: de un lado la resistencia aparece como un momento segundo,reactivo y defensivo. Sin embargo, ´resistir es crear´: la resistencia es lo que

crea, lo que produce. La resistencia es, por tanto, primera, autoafirmativa y,sobre todo, no depende de aquello a lo que resiste”.(Colectivo Situaciones,2003)32 Rodríguez Araujo observa acertadamente que“los anarquistas te-nían coincidencias con los socialistas. También aspiraban al socialismo, peroa diferencia de los marxistas, que subrayaban la importancia de los obrerosindustriales, los anarquistas se referían como sujeto de cambio social a losmismos trabajadores, a los pequeños propietarios (rurales y urbanos), al

lumpenproletariat y a otros sectores o clases sociales, sin tomar en cuentasus contradicciones, su heterogeneidad”.(Rodríguez Araujo, 2002a) Poreso, apunta que“no es casual que buena parte de esta izquierda socialtenga cercanía a las posiciones anarquistas del pasado. Muchos de quienescomponen esta izquierda social son lumpen-proletariat, pequeñoburguesesdesposeídos y desesperados y campesinos pobres, y como bien señalaban Novack y Frankel, éstos eran los sectores sociales entre lo cuales Bakuninbuscaba la base social para su movimiento revolucionario".(RodríguezAraujo, 2002b)33 Held sostiene que la autonomía“connota la capacidad de los sereshumanos de razonar conscientemente, de ser reflexivos y autoderterminan-tes. Implica cierta habilidad para deliberar, juzgar, escoger y actuar entre losdistintos cursos de acción, posibles en la vida privada al igual que en la pública” (Held, 1992: 325).34 Refiriéndose a los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001,

Lewkowicz critica tanto a las teorías reaccionarias como a las revolu -

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cionarias, pues a su entend er“resultan incapaces de pensar en su nove-dad las nuevas estrategias de subjetivación”expresadas en esos días.Ello se debe, para él, a qu e“el sujeto de esa subjetivación no es el pueblo,

las masas, los sectores medios o las clases, sino la gente. Sorpresivamente,la gente produjo una estrategia de subjetivación (...) La gente produjo unmodo de subjetivación. Y por eso mismo, dejó de ser gente. Me parece queinsistir con las nociones de pueblo, masa o sectores medios entorpece lalectura de los acontecimientos. El punto de partida ya no es el pueblo o lasclases, sino la gente. Siendo así, será necesario pensar cuáles son los procedimientos activos que se inventa la gente”(2002: 130). Es interesan-te traer a consideración este enfoque, que incorpora la dudosa ydespolitizante categoría d e “gente” desde una perspectiva “situacio-nista”.35Lewkow icz señala que“En medio de un lacanismo medio badiouista, ode un badiouismo medio lacaniano –ahí la continuidad filosófica es mortal– , a veces se escucha hablar de la política como cuestión subjetiva. La política pensada en esta línea es la dimensión de la subjetividad pura, o unaexperiencia en la cual la subjetividad se afirma como pura subjetividad. En

ese sentido, la política constituye un terreno privilegiado pues el carácter colectivo de la subjetivación le proporciona a la subjetividad su propiosostén. No la provee de un soporte en la objetividad de las cosas sino que elcarácter colectivo de la subjetividad compartida o compuesta. Lamentable-mente, también puede funcionar al revés: si es compartida, puede ser recuperada de modo alienado como pura objetividad”(2002: 118).36 Ferrara (2003) reinterpreta las posiciones de Badiou (1999) y delsituacionismo para analizar la práctica de los piqueteros argentinos.37 Para ver los d istintos mod elos de d emocracia pu ede consultarse eltexto clásico de David Held (1992), cuya p rimera ed ición en inglés esde 1987.38 Held dice que“La democracia directa requiere la igualdad relativa detodos los participantes, cuya condición clave es una diferenciación económi-ca y social mínima. Consecuentemente, ejemplos de esa forma de ´gobierno´ pueden encontrarse entre las aristocracias de las ciudades-estado de la Italiamedieval, entre ciertos municipios de los Estados Unidos y entre grupos profesionales muy selectos, por ejemplo, los profesores universitarios. Sinembargo, el tamaño, la complejidad y la total diversidad de las sociedadesmodernas hacen que la democracia directa sea simplemente inapropiadacomo modelo general de regulación y control político”(1992: 182).39 Respecto a la experiencia asamblearia argentina, Castagnino yGómez (2002) señalan:“Cada asamblea se organiza como quiere, no hayninguna regla, hay algunas más organizadas que otras. Varias ocuparon

lugares abandonados, otras siguen en la calle. Tampoco hay representantes

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fijos. En algunas se constituyeron comisiones, al estilo de los partidos políticos: de juventud, de cultura, de prensa, etcétera, que producen infor-mes y propuestas que luego se votan en el plenario. En varios casos, las

comisiones llegaron a ser mucho más dinámicas e importantes que la propiaasamblea. La asamblea es una organización bastante particular, no hayningún "jefe". Lo que sí hay es gente que tiene más predicamento oactividad que otra. Tiene un grado de heterogeneidad y de horizontalidad que no se da en los partidos políticos”.40“ Debido a su reducido tamaño, la horizontalidad en las asambleas no es ungran problema, en el sentido de que no es imposible, por la cantidad demiembros, que todos puedan expresarse. Por supuesto, es muy difícil quehablen todos sobre un tema en particular pero las asambleas fueron siempredemocráticas, al estilo griego: siempre se rotaron los oradores y los modera-dores, se hacen listas de oradores y hay cierta cantidad de minutos para quecada uno diga lo que piensa, pero con elasticidad. El sistema de oratoria fuecambiando y depende de cada asamblea, pero en general se pone un equipode sonido en la esquina, uno se anota y dice sobre qué tema quiere hablar,se votan propuestas. En definitiva, la gente pide la palabra y habla, hay

quienes hablan bien y quienes no; quienes quieren opinar y quienesaportan información. Hay algunos que tienen un discurso más político, otromás social, otro más barrial. Por supuesto, cada uno puede hablar sobre eltema que le plazca; sin embargo, en general, se suele determinar el tiempo para un tema específico, considerado de importancia por todos, y que sólo seanoten los que quieran hablar de este tema; después hablarán todos losdemás. La discusión se interrumpe demasiado si todo el mundo habla de loque quiere y cuando quiere.”(Castagnino y Gómez, 2002)41 El teórico alemán Max Weber no creía que la democracia directafuera imposible en todas las circunstancias, pero pensaba que sólopod ía funcionar si se daban las sigu ientes cond iciones: 1) limitaciónlocal, 2) limitación en el número d e participantes, 3) poca diferencia-ción en la posición social de los participantes. Además presup one 4)tareas relativamente simples y estables y, a pesar de ello, 5) una noescasa instru cción y práctica en la d eterminación objetiva de los me-dios y fines aprop iados. (Economía y Sociedad , 1984)42 Albert introduce un tema relevante: la información y la decisión.“La información relevante para las decisiones tiene dos orígenes: 1) Elconocimiento del carácter de la decisión, su contexto y sus implicacionesmás probables, y 2) El conocimiento de cómo se siente cada persona sobreesas implicaciones y concretamente cómo valoran las diferentes opciones. El primer tipo de conocimiento es a menudo muy especializado (..) Pero elsegundo tipo de información relevante está siempre diversificado, puesto

que cada uno de nosotros somos individualmente los mayores expertos sobre

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nuestras propias valoraciones (...) Así pues, siempre que las conclusionesdel conocimiento especializado sobre las implicaciones puedan ser disemina-das suficientemente de forma que todos los participantes puedan valorar la

situación y llegar a formarse su propia opinión con tiempo para expresarlaen la decisión, cada persona implicada debería tener un impacto proporcio-nal a los efectos que tendrá tal decisión en ellas. Cuando eso sea imposible por alguna razón, entonces puede que tengamos que funcionar temporal-mente según otras normas que cedan la autoridad por algún tiempo, aun-que en formas que no subviertan el objetivo previo en general. Por supues-to, es la desviación de lo deseable la que tiene la obligación de probar sunecesidad, y la implicación de distribuir el conocimiento para permitir laauto-gestión es evidente”.(Albert, 2000?)43En u na intervención sobre vanguard ias políticas y ar tísticas, Tarcusplantea algunos interrogantes muy oportunos:“¿Está agotado cual-quier concepto de vanguardia? Sin extremarla en una concepción sustituis-ta, ¿no es necesaria, hasta inevitable, algún tipo de avanzada política oartística, un sector que aventura, avanza, explora, utopiza, arriesga más alláde lo que se atreve el conjunto social? ¿No es, en definitiva, productivo

históricamente aquel sector capaz de mantener una práctica y un programaa contrapelo del orden hegemónico, buscando establecer algún tipo de con-tinuidad con entre las luchas del pasado y las del futuro?”(2003: 22).44 Pensando en la realidad de los países desarrollados del norte, sos-tiene que“una alianza entre el movimiento antiglobalización y las organi- zaciones de color, y los sindicatos, requeriría grandes cambios políticosdentro de estos últimos. Pero también exigiría probablemente cierta relaja-ción de los principios antiburocráticos y antijerárquicos de parte de los

activistas del movimiento antiglobalización”.(Epstein, 2001)45 En otro documento, Adamovsky (2003a) observa que“existen dosenemigos de la autonomía y la horizontalidad: los grandes números y lasgrandes distancias. Es muy difícil mantener una dinámica asambleariaefectiva si participan cientos de personas, o si éstas no viven lo suficiente-mente cerca como para reunirse regularmente. Siempre que ese es el caso,surge alguien que propone jerarquizar y centralizar la conducción delmovimiento, es decir, abandonar la horizontalidad para ganar en efectividad.Para solucionar este dilema, los movimientos sociales horizontales estándesarrollándose en todo el mundo en estructuras de coordinación y organi- zación en red. Una red es una trama de vínculos voluntarios y laxos entre personas u organizaciones autónomas. (...) Una red habitualmente se esta-blece cuando los grupos participantes (o "nodos") encuentran que tienenalgún interés en común, y que pueden intercambiar información o recur-sos, y actuar coordinadamente. Los nodos pueden debatir a la distancia, y

llegar a consensos que les permitan tomar decisiones unificadas. Pero esto

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no implica que cada uno pierda o delegue su capacidad de decidir por sí mismo: la horizontalidad y la autonomía se mantienen”.46Según su propia definición“El Movimiento de Trabajadores de Desocu-

pados de Solano, es un movimiento popular, reivindicativo social y político,integrado por mujeres y hombres trabajadores desocupados. En cada uno delos siete barrios que componen el movimiento se realizan asambleas semana-les, siendo estos el ámbito de discusión y decisión por excelencia. Nuestralucha es por TRABAJO, DIGNIDAD Y CAMBIO SOCIAL. Nuestros principios y acuerdos organizativos son: LA AUTON OM ÍA, DEMOCRA -CIA DIRECTA Y HORIZONTALIDAD. Por eso decimos que en el movi-miento no tenemos dirigentes, secretario general o cargos algunos que privilegien a ningún compañero por sobre otro”.47 El comunicado fue emitido el 25 de septiembre del 2003.48En u n estudio sobre las ONG, Revilla Blanco observa qu e“todas lasorganizaciones necesitan para llevar a cabo sus acciones tener recursos que pueden extraer de los que participan en las organización (incluyendo elresultado de sus actividades), de otros ciudadanos que aunque no participanen la organización contribuyen con cantidades de dinero o de trabajo, de las

administraciones públicas, de organizaciones internacionales y supranacio-nales y de entidades privadas”(2002: 36)49 En un encuentro realizado en agosto d e 2003 en Montevideo, Uru-guay, el economista Daniel Olesker analizó la situación de los em-prendimientos productivos alternativos en ese país, y que puedehacerse extensiva a los de Argentina. Destacó cinco fortalezas de lasun idades recup eradas: la voluntad de los trabajadores de conservarel emp leo y d e emprend er un largo camino de esfuerzos; su conoci-miento d el proceso prod uctivo, ya que suelen ser los obreros manua-les los que emprenden este camino; la inexistencia de un afán delucro, más allá de la propia supervivencia y de la obtención deganancias para reponer equipos; el frecuente legado tecnológico de- jado por las empresas cerradas y, por ú ltimo, la solidaridad del movi-miento obrero y cooperativo, sin la cual no habrían podido ponerseen marcha. En cuanto a las debilidad es, apuntó otras cinco: la falta definanciamiento, que redu nd a en la carencia d e capital de giro, sobretodo en los tramos iniciales de la recuperación p rod uctiva; la estruc-tura tributaria del país, que hace imposible que sean declaradas deinterés nacional; las condiciones de oligopolio que imp onen las gran-des empresas y dificultan a las autogestionad as el acceso a los merca-dos; la legislación imperante que requiere de largos trámites queconspiran contra la pu esta en marcha del proyecto; y las d ificu ltadesde los nuevos cooperativistas para gestionar y administrar la empre-

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sa, ya que deben atender multitud de tareas en las que no tienenexperiencia. (citado por Zibecchi, 2003b).50 Son mu y ilustrativas, en este sentido, las palabras de u n militante

de un MTD, Oscar, sobre la apatía que observa en muchos de suscompañeros:"Tal vez sea más fácil trabajar cuatro horas y cobrar 150 pesos,que empezar a pensar en entrar a un proyecto productivo, que exige inicia-tiva y responsabilidad. Por ahí pasa el miedo, a lo mejor".Y respecto a quediscutir las cosas colectivamente tam poco es una solución automática,otro militante, el “Vasco”, dijo:"A veces en las asambleas hay unossilencios que son de lo más comunicativos. Los compañeros no quierenhablar y el ambiente se pone más cerrado que culo de muñeca de porcelana. Así como otras veces las asambleas son entusiastas, participativas, y votamosreverendas cagadas". En Dilemas y novedades en los MTD. El día despuésde los subsidios,1/ 6/ 2004, aparecido en http:/ / ww w.lavaca.org/ ac-tualidad / actualidad690.shtml.51En este punto, discrepam os con la postura de un grupo activo en elmovimiento asambleario argentino, los rosarinos de“gradocero”, queen un docum ento afirman:“La ‘singularidad’ de la asamblea quizá sea,

justamente, que es un espacio de ‘autoorganización abstracta’, que no surgea partir de una tarea específica. Nunca se sabe del todo que rumbo puede ir tomando una asamblea, si su próxima actividad será una compra comunita-ria, un escrache, una encuesta o la participación en una marcha. La asam-blea puede funcionar como el espacio donde uno va para encontrarse conotros y generar espacios de ‘autoorganización específica’ (por ejemplo, lascomisiones de trabajo) surgidos, estos sí, a partir de una actividad concre-ta”. Tomado del sitio de intern et:http:/ / ww w.argentina.indym edia.org/ news.52 Es relevante, en tal sentido, la postura d e Adamovsky:“Sabemos loque no queremos: no queremos que la democracia se reduzca a elegir candidatos cada cuatro años como quien elige un cepillo de dientes en elsupermercado. No queremos la partidocracia ni el parlamentarismo actua-les. No queremos líderes iluminados, ni ‘representantes’ que nos quitennuestra capacidad de decidir por nosotros mismos. No queremos delegar poder en un compañero, para que con el tiempo ese compañero lo acumule y se transforme en otro mandón más. No queremos burocracias sindicales,ni los partidos jerárquicos y autoritarios de la vieja izquierda. Cuando nosencontramos en las calles y descubrimos las formas de funcionamientoasamblearias y de coordinación en red, nos aferramos a ellas como a un pequeño tesoro. Las defendimos todo este tiempo con uñas y dientes contralos que querían arrebatárnoslas o vaciarlas de contenido. Y está muy bienque lo hayamos hecho, y que lo sigamos haciendo, porque es la base sin la

cual nunca avanzaremos en el camino de la emancipación. Pero es impor-

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tante que sepamos que con eso solo no alcanza. Nos falta pensar y experi-mentar formas efectivas y realistas de gestión de lo social a gran escala. Nos falta encontrar la forma de vincularnos a la política estatal, e incluso a la

electoral, sin que ellas nos terminen absorbiendo. Creo que ésta es la pregunta del millón, no sólo en Argentina, sino en muchos otros países,donde la protesta social y el activismo están más vivos que nunca (como en Italia, Francia o España, e incluso EEUU y Canadá), y sin embargo, en el plano de la alta política, parece que no pasara nada. Vamos por el buencamino, y desde el 19 y 20 (diciembre 2001) hemos caminado un largotrecho; pero quizás haya que reconocer que estamos mucho más atrás de loque pensábamos, y que nos falta mucho por inventar. Un anticapitalismoefectivo no puede quedarse en la denuncia permanente, o en la mera críticatestimonial: es necesario que desarrollemos alternativas posibles, que ten-gan sentido para las personas comunes (y no sólo para nosotros los activistas)sin por ello perder su radicalidad.”.(Adamovsky, 2003)53 Es interesante el planteo del MTD de Solano respecto a la horizon-talidad. Ellos sostienen que ésta se refiere a una forma de hacer yactuar colectivamente, de conjunto, socialmente. Por eso señalan lo

fund amental que es pensarse formand o par te de un colectivo. Dicen:“Para ello, uno de los desafíos es avanzar en la superación de la condición deindividuo como nos la ha impuesto el capitalismo. Es decir el condiciona-miento a desenvolvernos como entes aislados y por sí mismos, auto centra-dos, egoístas, en suma individualistas. Condición indispensable para elafianzamiento del poder dominante. Por lo tanto asumimos la horizontalidad como una relación social entre desiguales, que se constituye colectivamenteen función del conjunto, superando la centralidad del poder”. Pero aquí vale la advertencia del referente del movimiento social, GuillermoCieza (2003):“combinar adecuadamente decisiones tomadas democrática-mente con asignación horizontal de responsabilidades garantizando unaejecución coherente (en tiempo y forma), representa un problema, la cues-tión de la democracia horizontal”.54 Refiriéndose a la experiencia de la Coordinadora de Organizacio-nes Populares (COPA), Cieza (2003) señala que“esta es una experien-cia muy nueva, que tiene menos de un año, pero que nos permitió compro-bar que efectivamente hay una reivindicación común de la autonomía asen-tada en seis pilares básicos: lucha, autogestión, democracia, formación,solidaridad y horizontalidad. Esos principios organizativos no sólo son acuer-dos, son vivencias en cada movimiento. Por lo que cualquier integrante deun movimiento autónomo a lo mejor no puede explicar satisfactoriamenteun concepto, pero seguro está convencido (con ese convencimiento que sóloda la práctica y su revisión) de que sin lucha no se hacen valer derechos ni

se puede cambiar nada, de que siempre tenemos que tratar de sostener por

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nosotros mismos las actividades del movimiento y los proyectos productivoso comunitarios, de que las decisiones se toman entre todos y en las asam-bleas, de que hay que capacitarse para opinar con fundamento, de que toda

nuestro trabajo tiene el sentido solidario de hacer entre todos para que todos podamos salir adelante, de que no tenemos jefes, sino compañeros a los quese les delegan responsabilidades”.55Dicho sea de paso, esta es, precisamente, la propuesta de militantecon la cual concluyen Negri y H ard t (2002) su libro IMPERIO:“Existeuna antigua historia que puede servirnos para ilustrar la vida futura de lamilitancia comunista: la de San Francisco de Asís. Consideremos su obra.Para denunciar la pobreza de la multitud, adoptó esa condición común y enella descubrió el poder ontológico de una nueva sociedad”56Aguitton (2002) plantea que las nu evas formas d e articulación de lalucha mundial se caracterizan por el funcionamiento en redes y elconsenso, y son p roclives a una forma d e delegación que supone quequ ienes conocen mejor una p roblemática, porqu e les es prop ia, sea aquienes se les “deleguen” ciertas tareas o que conduzcan las defini-ciones centrales atinentes a aqu ella.57

Al respecto, Samary destaca un problema central: “

¿A través de qué mecanismo democrático se puede proceder a la elección? ¿Quién debe deci-dir y a qué nivel? Se sabe bien que hoy no hay respuesta única (y estable)a esta cuestión que exige un examen concreto. Se puede avanzar un prin-cipio de ‘subsidiaridad’ democrática (partir del escalón local y delegar el poder de decisión al escalón superior en todos los casos en que esto parezcamás eficaz). Se puede también retener en una primera aproximación, queaquellos y aquellas que son los más concernidos por una elección dada

deben poder beneficiarse de un procedimiento privilegiado (derecho de veto). Muchos debates (desde la famosa ‘paradoja de Condorcet’) han subrayado ladificultad de hacer aparecer un criterio y un mecanismo democráticos que permitan pasar de la expresión individual de las opciones a un ‘optimumsocial’. Una de las cuestiones previas sería saber qué se entiende por esto:se sabe que el optimum llamado de Pareto implica que ningún individuo sesienta humillado por una elección (aunque sea preferido por millares deotros individuos...). Amayrta Sen, y bastantes otros con él, han señalado la pobreza de una definición del optimum y de las aproximaciones basadassobre un tal ‘individualismo metodológico’. La ampliación de los horizontes(en los procedimientos de decisión por búsqueda de consenso en muchascuestiones); las prioridades de formación (para reducir los efectos de ladelegación del poder y permitir una mejor conducción de las elecciones); lareducción de las diferencias de riqueza y de formación y más ampliamenteel acceso de todos a los medios de información y de existencia de base (para

no convertir en formal la igualdad de oportunidades y de derechos

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fundamentales)...todos son elementos que han sido subrayados como exi-gencias éticas, colectivas, puntos de apoyo sólidos de una democracia econó-mica”.58

En una crítica al libro Imperio, de Negri y Hardt, Meiksins Woodobserva que It' s certainly true that nation states are having to respond tothe demands of global capital. And it's certainly true that certain social,legal and administrative principles have become internationalized in order to facilitate the movements of capital across national boundaries. It's alsotrue that there are certain international organizations that do the work of global capital. If that' s what people mean when they talk about the "interna-tionalization" of the state, I have no objection. But let's face it: The maininstruments of global governance are still, above all, nation states. So weneed to be very clear about the continuing and critical importance of terri-torial states to the capitalist system. Even if we weren't living in a world of uneven development, it's hard—in fact impossible—to imagine anythingremotely like a global organization of the finely tuned order that capitalneeds” (2003).59 Claudio Albertani (2004), criticando las tesis de Negri -aunque

desde una posición autonomista- señala que“Los Estados-nación si-guen ahí; son nuestros enemigos y también son nuestros interlocutores. No podemos bajar la guardia: tenemos que presionarlos, hostigarlos, acosarlos.En ocasiones habremos de negociar y lo haremos con autonomía”.60 Holloway sostiene que ”el antagonismo entre la creatividad y su nega-ción es el conflicto entre trabajo y capital, pero este conflicto (como Marxdejó en claro) no se da entre dos fuerzas externas sino que es un conflictointerno entre el hacer (la creatividad humana) y el hacer alienado. De este

modo, el antagonismo social no es en primer lugar un conflicto entre dosgrupos de personas: es un conflicto entre la humanidad y su negación,entre la trascendencia de los límites (creación) y la imposición de límites(definición)"(2002:214). También los anarquistas tenían una posiciónsimilar. Sostenían que la anarqu ía beneficiaría incluso a aquellos quedicen beneficiarse por el capitalismo y sus relaciones autoritarias.Piotr Kropotkin ya d ecía que, tanto los que m and an como los que sonmand ados, son estropead os por la au toridad ; ambos, explotadores yexplotados son estropead os por la explotación. Es así porqu e en cual-qu ier relación jerárquica el que dom ina, al igual que el que es dom i-nad o, paga un p recio. El precio pagado por 'la gloria de mandar' esverdaderamente pesado.“Cada tirano se resiente de sus obligaciones. Élestá condenado a arrastrar el peso muerto del durmiente potencial creativode sus subordinados por el camino de su excursión jerárquica".61 Es interesante, en este punto, la crítica que formula a Holloway

Octavio Rodríguez Araujo:“Si ´lo que está en discusión en la transfor-

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mación revolucionaria del mundo no es de quién es el poder sino la existen-cia misma del poder´, ¿por qué no usamos la misma lógica para la sociedad?¿Por qué no decimos también que lo que está en discusión en la transforma-

ción revolucionaria del mundo no es sólo quiénes conforman la sociedad sino la sociedad misma? La sociedad no es una abstracción, está compuesta por personas concretas con sus cualidades y con sus defectos; con unasenajenaciones o con otras; con sus influencias, asumidas conscientementeo no; con sus ambiciones, libres o enajenadas; con sus deseos, válidos o no para ellas y para otras personas; etcétera. Si la sociedad determina de algunamanera a los individuos, ¿éstos no determinan también a la sociedad? Cadaámbito social, incluso comunitario, tiene sus códigos y establece jerarquías, y con estos códigos y jerarquías se entienden y conviven, como se entiendencon una lengua específica. Pero los códigos de unos pueden no ser compa-tibles con los de otros, de la misma manera que el idioma de unos no escomprensible para otros (y sirve, dicho sea de paso, para discriminar al otro).Pareciera que es un problema de autoconciencia y que se asumiera ésta comosi todo el mundo estuviera sicoanalizado o, para no meter una disciplinadiscutible para muchos, como si todo mundo estuviera en sus cabales y no

fuera capaz de matar o robar por comida, agua o simplemente por defendersede otros”. Rod riguez Arau jo (2002c).62 Las afirmaciones de Holloway“el objetivo de obtener el poder involu-cra inevitablemente una instrumentalización de la lucha”(2002:35) y“Una vez que se adopta la lógica del poder, la lucha contra el poder ya está perdida” (2002:36) son problemáticas. El mismo afirma que las cosasno “son” de manera inmutable, sino que, a la vez, expresan sunegación. Entonces, si no hay “eseidades”, si no hay identidades,¿por qué en este caso la lucha por el pod er ES siempre vehículo parala instru mentalización? Si siemp re estamos en contrad icción entre loque es y no es, si esta es la esencia para pensar en el cambio, ¿porqué, entonces, el objetivo de derrotar al poder es inalterablementeun a vía segura a la instrumentalización de toda lucha?63 Rodriguez Araujo (2002c) apunta:“¿De qué personas está hablando elautor? ¿De las que vemos en la calle avasallando a otras? ¿De las queregatean en los mercados, incluso a los indios que venden con grandesdificultades sus artesanías? ¿De las que tratan de ganar la delantera en uncrucero de calles o que no respetan la fila para abordar un autobús? ¿De qué personas y de dónde habla Holloway? Las preguntas anteriores son a títulode ejemplo, pero podría llenar cuartillas sobre personas, de todas las clasessociales y del mundo étnico, incluso del ámbito zapatista en Chiapas, que notoman o, en algún momento, no han tomado en cuenta la dignidad de las personas, ni siquiera en la vida cotidiana. Lo que John está suponiendo es

que unas personas, no enajenadas por las relaciones de producción y de

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todos somos iguales. Este aspecto es una verdadera revolución, es de unaradicalidad insospechada y sólo por ello vale la apuesta con todos los riesgosque conlleva. También aquí es donde las experiencias autónomas se tocan

con el asambleísmo, porque ponen en la picota el mito central del Estado Moderno: la representación”. (Mattini, 2003)66 De acuerdo a Michael Hardt (El laboratorio italiano, en Global enEspañol Nº 0, Buenos Aires, diciembre 2003), el éxodo puede serentendido“como una extensión del concepto de ‘rechazo al trabajo’ a todo elconjunto de las relaciones sociales capitalistas, como una estrategia genera-lizada de rechazo o defección. La estructura del comando social lucha no conuna oposición directa sino a través de la posibilidad de una línea de fuga. Eléxodo es así concebido como una alternativa a las formas dialécticas de la política, donde demasiado frecuentemente los dos antagonismos bloqueadosen la contradicción acaban por asimilarse el uno en el otro, como reflejos enun juego de espejos. La dialéctica política se construye por negaciones, eléxodo opera, más bien, a través de la separación. El Estado caerá, entonces,no gracias a un ataque masivo a su corazón, sino mediante un abandono demasas desde sus articulaciones, que vaciará sus capacidades de soporte. Es

importante, sin embargo, que esta política basada en la separación constitu- ye, simultáneamente, una nueva sociedad, una nueva república. Debería-mos concebir este éxodo, por lo tanto, como una retirada activa o una partida fundante, que repulsa el actual orden social y construye una alternativa”.67Para ellos,“la tragedia de la insurrección moderna es que la guerra civilnacional se transforma inevitablemente a su vez en guerra internacional, omás precisamente en guerra defensiva contra la burguesía internacionalcoaligada. Una guerra civil estrictamente nacional es prácticamente imposi-

ble a partir del momento que una victoria nacional desemboca en una nuevaguerra internacional permanente (...) Con el declive de la soberanía nacio-nal y el pasaje al Imperio, las condiciones que permitirían la insurrecciónmoderna desaparecen, de tal forma que incluso hasta parece imposible pen-sar en términos de insurrección (...) En el seno de una sociedad moderna lainsurrección sigue siendo una guerra de los dominados contra los domina-dores, pero ahora esta sociedad tiende a ser la sociedad global ilimitada, lasociedad imperial como totalidad”(Negri-Hardt, 2002: 164)68 En sus Doce tesis sobre el anti-poder , el Colectivo Situaciones (2001)expresa“Una política que está orientada hacia el estado reproduce inevita-blemente dentro de sí misma el mismo proceso de separación [que el capita-lismo genera], separando a los dirigentes de los dirigidos, separando laactividad política seria de la actividad personal frívola” (...) “Una políticaorientada hacia el estado, lejos de conseguir una cambio radical de la socie-dad, conduce a la subordinación progresiva de la oposición a la lógica del

capitalismo”

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69 Esto, a su vez, plantea otros problemas:“Toda política nacional seencuentra, en lo referente a la nación y el estado nacional, ante un dilema fundamental. No es fácil resolverlo. Se trata más bien de desarrollar una

política democrática en el plano nacional-estatal y trascender al mismotiempo ese marco. Esto significa que una política nacional debe ser a la vezinternacionalista. Movimientos sociales y organizaciones políticas requie-ren de una base nacional. Pero son verdaderamente democráticos sólo cuan-do logran desarrollar conexiones internacionales de cooperación, que contra-rrestan los mecanismos nacionales-estatales de dominación y opresión, esdecir, creando estructuras políticas que sean a la vez democráticas y real-mente transnacionales”.70 Particularmente útiles son aquí los trabajos de Oscar Oszlak yGuillermo O"Donnell de comienzos de los 80.71 Así, O'Donnell d ice que"la arquitectura institucional del Estado y susdecisiones (y no decisiones), son por una parte expresión de su complicidad estructural y, por la otra, el resultado contradictorio y sustantivamenteirracional de la modalidad, también contradictoria y sustantivamente irra-cional, de existencia y reproducción de la sociedad"(1984: 222).72

Ya Rosa Luxemburgo, en su famoso folleto de d ebate con EdouardBernstein, ¿REFORMA O REVOLUCIÓN?, afirmaba que“la reformasocial y la revolución social forman un todo inseparable”, por lo que nohabría, en principio, oposición entre ambas luchas. Sin embargo, lafundadora del Grupo Espartaco se encargaba de aclarar quesi elcamino ha de ser la lucha por la reforma, la revolución será el fin.73 Al respecto, resulta pert inente la crítica que Guillermo Almeyra leformula al Subcomandante Marcos, quien en ocasión d el surgimientode las Juntas d e Buen Gobierno manifestó que “los zapatistas optamos por ser pobres”. De acuerd o a Almeyra (2003) “ Los indígenas que eligie-ron el zapatismo no eligieron la pobreza, que no es una virtud. El voto de pobreza pueden hacerlo algunos religiosos o algunos revolucionarios, perono los campesinos ni los trabajadores, que quieren satisfacer sus necesida-des, las cuales crecen con su cultura y su conocimiento de lo que podríannecesitar”.74 Nicos Poulantzas (1980) explicitó así este dilema:“Cómo emprender una transformación radical del Estado articulando la ampliación y la pro- fundización de las instituciones de la democracia representativa y de laslibertades (que fueron también una conquista de las masas populares) conel despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de los focos autogestionarios: aquí está el problema esencial de una vía democráticaal socialismo y de un socialismo democrático”.Erik Olin Wright (1983),por su parte, ha expresado al respecto que“Para que un gobierno de

izquierda adopte una postura generalmente no represiva respecto de los

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movimientos sociales e inicie incluso una erosión, por pequeña que sea, dela estructura burocrática del Estado capitalista, son necesarias dos precondi-ciones: primera, es esencial que la izquierda se haga con el control del

gobierno sobre la base de una clase obrera movilizada que cuente con fuertescapacidades organizativas autónomas; segundo, es importante que la hege-monía ideológica de la burguesía sea seriamente debilitada con anterioridad a una victoria electoral de izquierda. Estás dos condiciones están dialéctica-mente ligadas”.

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