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EL LIDERAZGO DE LOS
PRESIDENTES DEL
GOBIERNO DE ESPAÑA, desde Adolfo Suárez a
J.L.Rodríguez Zapatero
Alejandro Muñoz González
Experto en Liderazgo y Comunicación
Curso 2011-2012
Universidad de Málaga
2
ÍNDICE
Introducción: ¿para qué el liderazgo?..................................................................3
Una aproximación al liderazgo político……………………………………………...6
La presidencialización del sistema político español……………………………...11
Adolfo Suárez y el liderazgo innovador en la transición…………………………12
Leopoldo Calvo-Sotelo, la autoridad y no el liderazgo…………………………..17
Felipe González y el liderazgo carismático……………………………………….18
El liderazgo de José María Aznar hacia el centro político………………………25
El liderazgo de José Luís Rodríguez Zapatero y su condicionamiento por la
crisis económica……………………………………………………………………..32
Recapitulación……………………………………………………………………….36
Liderazgo para la regeneración democrática…………………………………….37
Bibliografía……………………………………………………………………………39
3
INTRODUCCIÓN: ¿PARA QUÉ EL LIDERAZGO?
En la descripción de la batalla de Austerlizt que hace Tolstoi en Guerra y Paz,
nos muestra como el joven soldado Nikolai Rostov ve pasar a caballo con su
sequito al príncipe Bagratión, rumbo al pueblo de Schöngraben desde donde
avanza el enemigo. El novelista ruso afirma que ni el príncipe, ni sus
acompañantes, ni los oficiales saben lo que pasa en la batalla, ni dónde pasa,
ni por qué pasa; pero su llegada infunde ánimos a la tropa. El coraje y la
serenidad, la mera presencia del jefe crea la ilusión de la que él mismo es la
primera víctima: la ilusión de que lo que esta sucediendo en la batalla responde
a su habilidad, a sus planes, a su autoridad. La historia que luego se escriba
sobre la batalla achacará a él el éxito o el fracaso, la victoria o la derrota,
olvidando a los humildes soldados, que hacen lo que hacen, se disparan, se
hieren, se matan, avanzan, retroceden…1
Isaiah Berlin en su pequeño ensayo El erizo y la zorra, en el cuál realiza un
análisis sobre la filosofía de la historia que expone Tolstoi en Guerra y Paz, me
proporciona el que sin duda debe ser uno de los más ingeniosos veredictos
sobre el liderazgo. Aunque la palabra liderazgo no se usa ni una sola vez en
todo el ensayo y aunque Berlin desde luego no pensaba ni remotamente en
esa cuestión al ponerse a divagar sobre el genio ruso, esta pieza a dos manos
entre Tolstoi y Berlin nos plantea una pregunta retadora para todo aquel que
pretenda dedicarse al estudio del liderazgo. ¿Hasta qué punto la voluntad de
una única persona puede determinar el acontecer?, ¿hasta dónde llega la
influencia del líder en la historia?, ¿para qué el liderazgo? Tolstoi lo tiene claro,
en mitad de las furibundas invectivas que dedica a los estrategas alemanes e
italianos, al alto mando imperial, a los reformadores rusos con Speranski a la
cabeza y al propio Napoleón, late el convencimiento de que esos grandes
hombres no son más que seres humanos corrientes, lo suficientemente
ignorantes y vanos para asumir la responsabilidad de la vida de la sociedad.
Tales individuos prefieren cargar con la culpa de todas las crueldades,
injusticias y desastres que se justifican en su nombre, a reconocer su
insignificancia e impotencia en la corriente cósmica, que sigue su curso sin
respetar la voluntad ni los ideales de dichos individuos2. La historia no tiene
protagonistas, sólo el pueblo ruso, que lucha por sobrevivir, inconsciente del
papel que juega en el escenario del mundo es más útil a la causa de la
salvación que todos los oficiales que creían jugar un papel fundamental en el
desarrollo de los acontecimientos. Entonces, el liderazgo es real o una simple
entelequia, una constante “falacia de atribución” en la que sólo parece que el
líder, y no las circunstancias o la organización (como verdaderamente ocurre)
garantiza el funcionamiento o resultado de la empresa.
1 I. BERLIN (1998), El erizo y la zorra, Muchnik Editores, Barcelona. Pág.58.
2 Guerra y Paz, Epílogo, 1ª parte, capítulo 2 cit. por Ibíd. pág.71.
4
Para el Tolstoi de Berlin los líderes son construcciones de las circunstancias,
productos de las fuerzas históricas que no entendían y sobre las que no tenían
ningún control. Su veredicto sobre la clásica “teoría del gran hombre” no deja
lugar a dudas, es imposible que un individuo determine el curso de los sucesos
históricos. Entonces, la historia hubiera sido la misma sin el genio militar de
Napoleón, sin la tenacidad de Churchill o sin el magnetismo de Kennedy.
Hubiera sido la Transición española igual sin figuras como la de Adolfo Suárez
o Felipe González. Otro archienemigo de la historia de los héroes y defensor
acérrimo de las fuerzas sociales, económicas y culturales dominantes, como
Marx afirma que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su
libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas
circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido
legadas por el pasado.”3 Es cierto que Churchill no hubiera pronunciado los
discursos de animo a la resistencia al pueblo británico que pronunció si la
Luftwaffe no hubiera bombardeado Londres, y no hubiera sido reconocido
como uno de los más tenaces luchadores contra el nazismo si este no hubiera
amenazado al Reino Unido y que no sería uno de los héroes salvadores de la
libertad y la democracia si esta no hubiera estado en peligro. Del mismo modo
Suárez no sería hoy el hombre que capitaneo el camino a la democracia
española si este camino hubiera sido recorrido por otros antes que él. Dice
Karéiev, un crítico de Tolstoi, que son los hombres los que crean las formas
sociales y que esas formas afectan a quienes han nacido en ellas, la voluntad
individual no es omnipotente, pero tampoco es impotente, los grandes hombres
no son tan importantes como ellos mismos y los historiadores creen, pero
tampoco son sombras. Los individuos tienen objetivos sociales y, algunos de
ellos voluntades firmes; esos son los individuos que suelen transformar la vida
de las comunidades4. Esos son los líderes, aquellos que siendo conscientes del
momento que viven toman la decisión de intervenir, de no conformarse y de
modificar la realidad para hacer de ella algo mejor; aquellos que tienen una
visión que son capaces de transmitir al resto de su comunidad y que a través
de ella movilizan los recursos necesarios para llevarla a cabo.
Cuando Tolstoi escribe Guerra y Paz quiere poner de manifiesto la
desconexión existente entre la historia que se escribe y que se estudia y la vida
real de las personas, cuando ridiculiza a los líderes de las guerras
napoleónicas afirma que no se dan cuenta de nada de lo que pasa en realidad,
mientras que son los campesinos rusos, los soldados y los habitantes de
Moscú los que, inconscientemente, guiados por su propia intuición, salvan a
Rusia. Quizás se pueda vislumbrar aquí una propuesta normativa sobre el
liderazgo, sólo aquel basado en una visión comunicada y asumida por la
comunidad tendrá el suficiente contenido para ser un liderazgo que transforme
la vida de las comunidades, el resto de liderazgo estará vacío de contenido. En
3 MARX (1985) El 18 Brumario de Luís Bonaparte, Sarpe, D.L., Madrid. Pág.9.
4 I. BERLIN (1998), El erizo y la zorra, Muchnik Editores, Barcelona. Pág.79.
5
mi análisis sobre el liderazgo de los presidentes de Gobierno de España voy a
intentar demostrar esto, como un liderazgo eficaz estará siempre basado en la
comunicación y en la participación.
Por tanto, no es mi intención abarcar todos los aspectos del liderazgo en cada
uno de los presidentes del Gobierno, más bien pretendo una caracterización
del liderazgo político ejercido por los presidentes del Gobierno en España que
nos permita identificar en pocos rasgos cada uno de ellos, situarlos en el
momento histórico en que ejerció ese liderazgo y entender como se ejerce el
liderazgo en una sociedad democrática. Así procederé primero acotando el
concepto de liderazgo político y asumiendo unas pautas de análisis del mismo.
Luego señalaré una nota del sistema político español que hace del liderazgo
político una variable importante, la presidencialización. Seguidamente pasaré al
análisis del liderazgo de los presidentes tras el cuál propondré una conclusión
en la que abordo un liderazgo para la regeneración democrática.
6
UNA APROXIMACIÓN AL LIDERAZGO POLÍTICO
El liderazgo es un concepto difícil de definir, por la amplia gama de actividades
humanas a las que se aplica y por su significado siempre polémico. Según
Natera Peral5 el estudio del liderazgo tiene un carácter multidimensional y una
indeterminación terminológica que coloca al analista en una situación
particularmente incómoda. Este carácter multidimensional ha posibilitado que
los estudios sobre liderazgo sean abordados por las más diversas disciplinas,
desde la psicología, la antropología, la teoría de las organizaciones, hasta los
estudios empresariales y de gestión, pasando por la sociología o la ciencia
política.
Sin embargo; esto no quiere decir que siempre haya sido abordado con todo el
acierto necesario, ni contemplado desde todas sus dimensiones. Sin ir más
lejos, el liderazgo no ha sido, entre los estudiosos de la ciencia política, un
tema de preferente investigación hasta hace relativamente poco. En el marco
del Estado de Derecho el fenómeno del liderazgo era un hecho irrelevante, se
tenía la creencia, sino el prejuicio y la ceguera, de que en este modelo de
estados lo que priman son las leyes y no las personas, en contraposición a otro
tipo de estados que se organizaban de forma no democrática. Esto no deja de
ser paradójico por cuanto las leyes son hechas por personas en torno a un
proceso de influencias y competencias donde desde los tiempos de las
revoluciones liberales, o incluso mucho antes, juegan un papel fundamental los
líderes y el liderazgo. Aun siendo así, las teorías clásicas de la democracia,
que se formulan contra los gobiernos absolutistas, dejan de lado la cuestión del
liderazgo, esto provoca que desde sus comienzos los estudios en torno a la
democracia se acercaran más al análisis de las instituciones y los
procedimientos que a los líderes6. En esta línea la ciencia política se ha
centrado en los actores colectivos del sistema político (partidos, sindicatos,
grupos de presión…), y hasta fechas recientes no ha empezado a interesarse
por la cuestión del liderazgo.
5 Antonio NATERA PERAL es una de los principales investigadores que se ha dedicado a
estudiar sobre temas de liderazgo político en España. Aquí recurrimos a NATERA PERAL (2001) El liderazgo político en la sociedad democrática, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid. 6 Ibíd. pág.18. En este sentido, NATERA insiste en que las teorías democráticas se han
centrado en el autogobierno y en el principio de la soberanía popular antes que en el liderazgo, y cita a JUSTEL (1992) que afirma que “tanto por motivos políticos como por motivos doctrinales, morales o incluso emocionales los filósofos y los teóricos de la democracia se han opuesto a la teoría del liderazgo. En este aspecto, ha prevalecido el criterio de Locke y se ha minimizado en términos teóricos la necesidad del liderazgo político. Sin embargo, a medida que se han abierto paso las llamadas teorías empíricas de la democracia, más atentas a describir o explicar las democracias liberales realmente existentes que ha polemizar en términos prescriptivos el nunca bien definido «ideal democrático», el liderazgo como tal, así como el papel que desempeña tanto en el ejercicio del poder como en los procesos electorales y de comunicación política, ha ido tomando nuevo relieve en la investigación.” Esto ha provocado que el liderazgo quede sin una formulación normativa que explique cómo debería ser un buen liderazgo, hasta casi nuestros días.
7
No obstante, el liderazgo político es uno de los fenómenos más genuinos del
comportamiento político y social, y así ha sido reconocido por todos los
expertos. En la actualidad se han dado grandes pasos y ahora se contempla al
liderazgo político no como algo ajeno o contrario a la democracia, sino como
una realidad palpable y necesaria en nuestros sistemas que precisa de una
especial atención y estudio. Así, podemos afirmar que se ha llegado a un
consenso en mitad de la multiplicidad de estudios y propuestas sobre el
liderazgo político. Se han identificado una serie de elementos constantes que
coinciden en reconocer al liderazgo como un proceso, que trae aparejada la
influencia, que se desarrolla dentro o sobre un grupo y que va encaminado a
una meta. Además se pueden fijar tres significados diferentes de liderazgo: 1)
como un rasgo o cualidad de una persona, 2) como atributo posicional o
situacional y 3) como categoría de comportamiento. A su vez, estos tres
significados han inspirado a diferentes enfoques, el enfoque de los rasgo
personales, el enfoque conductista y el enfoque situacional contingente. Por
último, el enfoque del nuevo liderazgo, que se centra en la relación del líder y
los seguidores y que pone el énfasis en el concepto de visión7.
Vamos a observar muy brevemente cada uno de los enfoques. El enfoque de
los rasgos personales observa el liderazgo como un conjunto de cualidades,
supuestamente innatas, de determinados individuos. En este enfoque el
liderazgo se entiende como el resultado de la habilidad para persuadir y dirigir
hombres, y se esfuerza por aislar aquellas características individuales que
distinguirían a los líderes de los que no lo son. Fracasó en esta tarea ya que la
lista de rasgos podría ser muy variada y extensa. El enfoque de la conducta se
centra en la delimitación de prácticas concretas de liderazgo, se entendió que
ya que la clave no estaba en lo que son los líderes, quizás estuviera en lo que
hacen. En este enfoque el liderazgo puede ser entendido como un sistema de
conducta requerido por y para el funcionamiento de un grupo. En el enfoque
situacional-contingente se entiende que individuos con diferentes perfiles
personales pueden comportarse como líderes en función de una situación
particular. Se trataría de la influencia interpersonal que se da en una
determinada situación y que se oriente a la consecución de unos objetivos. Por
último, el enfoque de nuevo liderazgo parte de una visión multidisciplinar y se
basa en el concepto de visión. La esencia del liderazgo reside en la capacidad
del líder para definir, articular y comunicar eficazmente una visión en el seno de
una organización. Para Natera el enfoque del nuevo liderazgo ha estimulado la
aparición de temas como el papel del líder en la motivación y en la creación de
compromisos, o en la visión de la transformación de los valores que integran la
cultura organizativa, así como la intuición, el carisma, la persuasión o la
credibilidad. Estos enfoques no se han sucedido el uno al otro como si de una
secuencia se tratará, cada uno de ellos ha recogido cosas del anterior, es
7 S. DELGADO (2004), Sobre el concepto y el estudio del liderazgo político, Psicología Política,
nº29, 2004.
8
interesante integrar los distintos modelos para hallar uno que de cuenta de
todas las dimensiones del fenómeno.
En lo que a liderazgo político se refiere parece preciso destacar la diferencia
que lo distingue de conceptos próximos como la autoridad y la élite política, con
el objetivo de evitar confusiones y de avanzar en la clarificación del término. El
liderazgo se entiende como una realidad personal que no deriva
exclusivamente de la posición que ocupa un individuo en una determinada
institución y del poder que esa posición le otorgue, sino de su propia capacidad
y cualidades para responder en sus interacciones con un determinado
escenario político. Esto no significa que un líder precise de autoridad para
serlo, lo que significa es que el hecho de tener autoridad no es constitutivo de
tener liderazgo, como afirmó Burns, eminente estudioso de la cuestión, “no
todos los que tienen autoridad son líderes, pero todos los líderes tienen
autoridad.”8 Tampoco debemos confundir el liderazgo político con la élite
política, mientras la élite se caracteriza por la concentración de dominio, por el
poder de un grupo, el liderazgo supone la existencia de un proceso de muy
especial significación y notoriedad en la personalización de la política.
Hecha esta diferenciación detengámonos ahora en las funciones que atribuye
Natera a los líderes políticos9. La primera es la función de impulso político, de
dirección de las actividades de una comunidad política, contiene dos
componentes esenciales, el diagnostico y la determinación de la acción y la
movilización de apoyos. La segunda es la comunicación, un líder tiene que
persuadir y para ello es vital comunicar de forma eficiente, los medios de
comunicación han reforzado esta función y ha contribuido a la personalización
del poder haciendo de la relación entre líder y seguidores una relación
mediatizada. En tercer lugar esta la agregación de demandas e intereses
colectivos, en este sentido se observa a los líderes como agentes
simplificadores que reducen la complejidad del sistema político, encarnando y
simplificando la representación de demandas e intereses. Por último, la función
de legitimación, su carácter de impulsores políticos y de agregadores de
demandas y su capacidad comunicativa los convierten en un elemento
legitimador de su propia autoridad dentro del sistema político. Muchos líderes
son capaces de personalizar identidades colectivas y por ello se convierten en
referentes simbólicos para los ciudadanos.
En nuestra tarea de aproximación al concepto de liderazgo político hemos visto
ya los enfoques a través de los cuales se ha abordado la materia y acabamos
de señalar las funciones del liderazgo político. Ahora vamos a detenernos en la
tipología de los estilos de liderazgo. En mitad de la indeterminación del
concepto de liderazgo es comprensible que no exista una tipología definitiva,
8 BURNS (1978: 11) cit. por NATERA (2001) El liderazgo político en la sociedad democrática, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid. Pág.53. 9 Ibíd. pág. 61 y ss.
9
entre la multitud que existe nosotros recogemos aquí dos de las más clásicas,
la de Burns y la de Bondel. Burns define dos tipos de liderazgo, el transaccional
y el de recomposición. El liderazgo transaccional se basa en el intercambio
entre líder y seguidores de una ventaja por otra, el líder proporciona ciertos
bienes a cambio de votos, dinero o algún tipo de apoyo por parte de los
seguidores, se establece una relación meramente instrumental. En cambio, el
liderazgo de recomposición surge en momentos de cambio político y se
fundamenta en la identificación y compromiso entre líder y seguidores para
alcanzar un objetivo común. Este tipo de líder apelará a grandes ideales y
valores para movilizar a sus seguidores10. Obviamente no necesariamente
existirán líderes totalmente transaccionales o totalmente de recomposición,
según las circunstancias un mismo líder podrá establecer una relación u otra
con sus seguidores.
Por otro lado Blondel distingue dos dimensiones de liderazgo dependiendo del
impacto que tengan en el sistema político. La extensión o el alcance del
liderazgo, se refiere a la mayor o menor amplitud de los ámbitos de dominio
político, se habla de tres tipos de alcance, el grande, el moderado y el
especializado. En el alcance grande estaríamos hablando de un líder que
consigue influenciar globalmente el sistema político, un jefe de gobierno o de
oposición, en el moderado se trata de alguien que influye sobre políticas
concretas, y el especializado reduce su influencia a un ámbito muy concreto. La
otra dimensión es la profundidad o intensidad del liderazgo, se refiere al grado
de producción de efectos deseados, al cumplimiento de los objetivos y del
programa. Se distinguen otros tres tipos dependiendo de la capacidad de
cambio, mínimo, moderado o profundo11. Combinando estas dos dimensiones
Blondel elabora una tabla de tipologías de líderes políticos.
Tipología del liderazgo (Blondel)
DELGADO (2004)
10
Ibíd. pág.123 y 124. 11
S. DELGADO (2004), Sobre el concepto y el estudio del liderazgo político, Psicología Política,
nº29, 2004.
10
Una vez hemos realizado una somera observación a las distintas propuestas
de enfoques, de funciones y de tipologías que existen del liderazgo, tenemos
una visión del cuerpo sobre el cual se apoya la investigación sobre el liderazgo
político. Entonces se hace preciso una clarificación sobre el esquema para el
análisis sobre el liderazgo político de los presidentes del Gobierno de España
que vamos a seguir nosotros. Dada la multitud de posturas y enfoques lo más
acertado es intentar integrar distintos conceptos y orientaciones a las que antes
hacíamos referencia. Nos vamos a centrar en la trayectoria vital, en como los
rasgos personales ayudan en la construcción del liderazgo, como influye el
entorno y la situación para el ejercicio del liderazgo político, en como el líder
aprovecha este entorno para recoger las demandas de sus seguidores y
formular con ellas un proyecto y como se produce la legitimación del liderazgo.
El centrarnos en la trayectoria personal nos permite abordar cómo una
situación histórica determinada influye en la construcción de un liderazgo, ya
que todos actuamos bajo unas determinadas circunstancias el liderazgo
tampoco se puede sustraer del entorno que le rodea, de este modo la
capacidad del líder para interpretar el signo de su tiempo y para ser capaz de
entender el momento en el vive y el liderazgo que precisa ese momento, en
definitiva saber aprovechar la oportunidad histórica es algo vital en el liderazgo
político. También nos permite ahondar en los rasgos personales, en gran
medida estos serán los que hagan que el líder desarrolle sus funciones de una
forma o de otra y que forje un estilo de liderazgo de una manera o de la
contraria. A través del pensamiento, del proyecto, de los objetivos, de la
agenda que se trace, el líder transmitirá una visión a sus seguidores, con esta
movilizará apoyos y recursos para llevarla a cabo. Observando cuál es esa
visión, cómo se transmite y cómo se lleva a cabo podremos entender cómo se
ejerce el liderazgo, en definitiva qué y cómo se hace. Esto otorgará al líder una
legitimidad y le hará influir en los que le van a suceder dejando una herencia,
una influencia que va más allá del ejercicio del propio liderazgo y de cuyo éxito
dependerá también este.
11
LA PRESIDENCIALIZACIÓN DEL SISTEMA POLÍTICO ESPAÑOL
Antes de pasar al análisis del liderazgo de los presidentes del Gobierno se
hace necesario introducir una última nota preliminar que nos ayude a entender
porque es tan importante la figura del presidente del Gobierno. Esto que podría
parecer evidente no lo es tanto, de hecho ha sido la práctica política, con su
configuración del sistema de partidos, con el equilibrio de fuerzas entre las
distintas instituciones y organismos y con las relaciones que se han
configurado entre Presidente, Gobierno y ciudadanos, a través de los medios
de comunicación, la que ha acabado situando en el centro del sistema político
a la figura del presidente del Gobierno.
La Constitución del 78 concentra en el presiente las funciones de creación y
cese del Gobierno, de control en las deliberaciones del ejecutivo y dirección en
sus políticas, de disolución de las cámaras o de proposición de una cuestión de
confianza. El presidente es quien crea el Gobierno y quien divide y elige a los
ministros, el Gobierno esta condicionado al presidente y supeditado a él, ya
que de él vienen sus nombramientos o sus ceses. El presidente es quien
confecciona el orden del día, quien coordina y dirige la acción del Gobierno. Es
una situación muy parecida a la de los sistemas presidencialistas, en cuyo
ejecutivo sólo el presidente esta legitimado por voto popular y es quien
decide12. En España el presidente es elegido por el Congreso de los Diputados;
pero la práctica política de elegir al jefe de la mayoría parlamentaria que viene
coincidiendo con el dirigente del aparato político del partido hace que en la
práctica el ciudadano vote al candidato del partido a la presidencia del
Gobierno. En realidad tal figura no existe formalmente en el sistema político
español, es el Rey quien, tras la consulta con los dirigentes de los diferentes
partidos con representación en la Cámara, propone al Congreso un candidato a
la presidencia.
Por tanto, desde el punto de vista de las dinámicas y las prácticas políticas el
sistema español se hace presidencialista. La persona e imagen del presidente
del Gobierno como líder del ejecutivo y al mismo tiempo, salvo pocas
excepciones, del partido mayoritario, hace que se acapare en torno suya la
atención de los medios de comunicación. En las campañas electorales se
muestra también esta tendencia personalista de la política española, con
omnipresencia del rostro del líder del partido en los carteles electorales. Un
sistema bipartidista agudiza esta tendencia, en los debates electorales o en los
debates parlamentarios, sobre todo en el del estado de la Nación, donde las
encuestas posteriores siempre preguntan por el ganador del debate. Todo esto
hace del presidente el máximo líder político del país13.
12
GARCÍA MORILLO (1996), La democracia en España, Madrid, Alianza, pág.126. 13
J.L. ÁLVAREZ Y E.M. PASCUAL (2002) Las competencias de liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio.
12
ADOLFO SUÁREZ Y EL LIDERAZGO INNOVADOR EN LA TRANSICIÓN
Adolfo Suárez es reconocido por todos, tanto expertos en la materia como
legos, como una pieza fundamental en la Transición española y como un
personaje principal en el éxito de la democratización de España. A pesar de
haber sido un personaje controvertido existe hoy un consenso en torno al
reconocimiento de lo que su figura representó para la historia de España y de
lo que sus años en el Gobierno aportaron al modelo de convivencia. El estudio
de su liderazgo es importante por lo que tiene de un liderazgo que se ejerce en
tiempos de crisis y de cambio.
En este sentido el profesor Linz ha catalogado el liderazgo de Adolfo Suárez,
junto al de otros líderes de la Transición como Felipe González, Manuel Fraga
o Santiago Carrillo, como innovador14. Se entiende que un líder posee un
liderazgo innovador cuando dirige con éxito los desafíos que plantean a una
sociedad un acontecimiento histórico concreto y cambios políticos o sociales
irreversibles, ganándose el apoyo de la sociedad, la aprobación del electorado
y la tolerancia de las principales instituciones. Este liderazgo pivota sobre la
toma de decisiones arriesgadas, impopulares y peligrosas; pero que son las
precisas para la consecución de los cambios que la sociedad y el momento
histórico requieren. Por consiguiente el liderazgo innovador puede ser costoso
en términos de pérdida de apoyo, ya que las arriesgadas decisiones pueden
conllevar una respuesta negativa y esto, como ha demostrado la experiencia,
acaba agotando al líder una vez que se percibe el éxito de sus reformas.
Este patrón se puede aplicar al liderazgo de Adolfo Suárez. La principal misión
que llevo a cabo Suárez fue la de conducir al país a través de la transición y de
la consolidación democrática, incluyendo entre las principales tareas la
redacción de la Constitución del 1978 y la negociación del Estado de las
Autonomías, las cuales fueron asumidas a través de ese liderazgo innovador.
De Suárez destaca como características de su liderazgo su gran popularidad y
simpatía, su capacidad para comunicarse a nivel personal y su habilidad para
funcionar en el centro del espectro político. Pero antes de profundizar más en
la caracterización de su liderazgo detengámonos en cómo se construyo el
mismo.
Suárez llegó al cargo de Presidente del Gobierno a través del intrincado
proceso que se heredaba del sistema franquista. Esto suponía ser designado
por el Rey a través de una terna presentada por el Consejo del Reino. De modo
que llega al cargo sin apoyo popular, con el único aval del Rey y de Fernández
Miranda (presidente del Consejo de las Cortes y del Consejo del Reino), más el
de algunos políticos de su confianza y que incluyo en su primer Gobierno. De
14
J.J LINZ (2001) El liderazgo innovador en la transición a la democracia y en una nueva democracia, en M.ALCANTARA y A.MARTÍNEZ (eds.) Política y Gobierno en España, Tirant lo Blanch, Valencia, págs.90 y 91.
13
este modo su nombramiento fue recibido con frialdad, sino con claro disgusto
por amplios sectores sociales. Suárez era percibido con un agente del régimen
franquista, tenía mala imagen entre los políticamente informados y entre los
medios de comunicación, y además era un perfecto desconocido para la
oposición15. Sin embargo; pronto pudo acabar con las suspicacias del principio
y a través de la Ley para la Reforma Política pudo entablar contacto con la
oposición y granjearse un amplio apoyo popular en las elecciones de 1977.
Debemos de entender que Suárez llega al puesto más importante sin ninguna
credencial entre las élites del agonizante régimen ni entre las de la oposición,
tampoco con ninguna clase de apoyo popular. Esto es importante porque
manifiesta muy a las claras primero, la astucia de su perfil político, que supo
ganarse la confianza de aquellos que venían de la oposición en poco tiempo, y
también la fiabilidad y compromiso con los que transmitía su proyecto político
de democratización de la vida política española.
Podemos hablar de Adolfo Suárez como un líder que no tiene una ideología
muy marcada, destaca por su capacidad de situarse en el centro político y de
no ser percibido como un político radical, a pesar de proceder del aparato del
Movimiento. Tiene una gran habilidad para la negociación, para replantear
temas y objetivos y para convencer a sus oponentes. Además demuestra una
gran capacidad para tomar decisiones arriesgadas y en momentos de crisis,
como fue la legalización del PCE o el restablecimiento de las instituciones
autonómicas de Cataluña. Esto es muy importante en un contexto histórico
como el de la Transición, extremadamente delicado e incierto. Suárez fue
consciente de la misión histórica que recaía sobre él, poner las bases de la
democracia. De este modo la transición a la democracia española se ha
convertido en una referencia histórica como experiencia de consenso que ha
influido sobre los que lo han sucedido16.
Todo ello le fue posible gracias a las cualidades de liderazgo que aporto al
cargo o que desarrolló con el tiempo. No pocas veces se ha referido cuán
diferente hubiera sido la Transición si en vez de nombrar a Suaréz se hubiera
optado por otros candidatos con más preparación y formación, con currículum
mucho más abultados; pero también con unos perfiles mucho más pétreos y
con unos caracteres más fuerte, como eran otros candidatos como Manuel
Fraga o José María Areilza, que habían desarrollado una brillante carrera
dentro del régimen y que simbolizaban la idea de reforma. En este sentido, se
puede decir, con perspectiva histórica, que la opción del Rey por un hombre de
perfil más bajo, que no había sido un estudiante brillante, que no había optado
a unas grandes oposiciones del Estado, proveniente de una familia de Ávila de
clase media-baja, fue arriesgada pero acertada. Suárez representaba a una
15
Ibíd. pág.92. 16
BALLART y RAMIÓ (2000), Ciencia de la Administración, ver el cap.III, Presidentes del Gobierno y liderazgo político, Tirant lo Blanch, Valencia, págs.137 y ss.
14
nueva generación de españoles, una nueva generación que pretendía superar
el pasado, y esta nueva generación no estaba encarnada de un modo tan
rotundo en los otros nombres que también se manejaban como posibles
presidentes. En torno a la cuestión de la elección de Suárez, se ha discutido
muy a menudo si llegaba al cargo con un programa determinado sobre lo que
iba a hacer o, al contrario, todas las iniciativas desplegadas se debieron a un
ejercicio de improvisación. Parece claro que Suárez tenía una serie de ideas
claras sobre qué hacer y cómo hacerlo; pero desde luego, las circunstancias le
obligaron a improvisar y a tomar decisiones que no tenía previstas. Demostró
sentido de adaptación y flexibilidad, lo que ayudo en sus negociaciones con la
oposición y en las concesiones que se debían de realizar a la misma para
poner en funcionamiento un sistema donde todos pudieran tener cabida.
En efecto Suárez contaba con algo que no tenían sus contrincantes, una
enorme capacidad de diálogo y de comunicación. Para el diálogo y la
negociación demostró un manejo singular de las distancias cortas, escuchando
y creando cierto ambiente de intimidad y cierto sentido de confianza. En el cara
a cara desplegaba al máximo su seducción, incluso con sus adversarios
políticos, testimonios de ello son Santiago Carrillo y Felipe González, en un
principio en una posición de gran desconfianza hacia un presidente educado en
el anterior régimen, que acabaron sucumbiendo a los «encantos» de Suárez17.
Además, una extraordinaria habilidad para comunicar le valió para explicar al
país, en simples palabras sus planes y compromisos, haciendo uso de la
televisión en unas pocas comparecencias muy bien preparadas, que le
ayudaron a conectar con el pueblo y a generar confianza en el proceso.
También poseía la habilidad de comprender los problemas más básicos y
traducirlos en soluciones concretas, paso a paso, sin revelar por adelantado o
comprometerse con las medidas a tomar sino dando un cierto sentido de
dirección y compromiso final18. Su sentido y manejo de los tiempos le permitió
mantenerse un paso por delante de las presiones de las diferentes partes
durante el proceso. Por último, le acompañó en esta tarea su gran sentido de la
responsabilidad y su compromiso con la misión histórica de democratizar
España sin generar una ruptura en la sociedad. Sin duda, en esto tuvo mucho
que ver un altísimo sentido ético del ejercicio de la política sin el cual hubiera
sido imposible convencer a nadie y el resto de cualidades de su liderazgo
habrían resultado inservibles.
Sin embargo; qué condujo entonces a la desintegración del liderazgo del Adolfo
Suárez, cuáles fueron las circunstancias que le llevaron a la dimisión en 1981.
Apuntábamos antes que el liderazgo innovador puede ser costoso y conduce al
agotamiento del líder, esto, que le ha ocurrido a la mayoría de los líderes
17
J.L. ÁLVAREZ Y E.M. PASCUAL (2002) Las competencias de liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio 2002. 18
J.J LINZ (2001) El liderazgo innovador en la transición a la democracia y en una nueva democracia, en M. ALCANTARA y A. MARTÍNEZ (eds.) Política y Gobierno en España, Tirant lo Blanch, Valencia, pág.74.
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innovadores, como por ejemplo a De Gaulle, fue lo que le sucedió a Suárez.
Los esfuerzos y las exigencias del liderazgo desde 1976 a 1979 le produjeron
cierto agotamiento y aislamiento. Tuvo que tomar decisiones que,
ineludiblemente, incluso en la victoria, suponían desgaste de su crédito político,
tanto frente a la población en general como entre sus correligionarios19. Pero
no sólo esta es la causa del final de Suárez, esa erosión acaba resquebrajando
la frágil unidad de la UCD y provocando el descenso de popularidad entre los
electores. En efecto, el culpable de que Suárez no fuera capaz de obtener
rédito de sus éxitos fue que no pudo crear un partido fuerte y cohesionado,
estructura necesaria para el liderazgo político en España. La UCD nunca fue un
partido centralizado y controlado por el entorno del presidente, estaba
integrado por una serie de facciones, cada una con su líder particular, con su
propia identidad y que defendían contar con su propio electorado. Esto se
debió a la estructura sociológica que componía la UCD, una amalgama de
diferentes corrientes que contaban con líderes que provenían de altos puestos
en la Administración, en las universidades, en los grandes despachos de
abogados y en las empresas20. De modo que gozaban de cierta visibilidad e
independencia que dificultaba su control dentro del partido. Esto demuestra que
en una democracia parlamentaria se hace muy difícil, sino imposible, el
sostener un liderazgo sino viene apoyado por un liderazgo dentro de un partido
político.
Podemos afirmar, entonces, que el liderazgo de Adolfo Suárez fue esencial
para el éxito de la Transición. Su habilidad como gran negociador y
comunicador componían las cualidades necesarias para conducir un proceso
complejo que exigía estar dispuesto a asumir renuncias para lograr el objetivo
final. Claro que no se puede atribuir la obra histórica de la democratización de
España a un solo hombre, sin la colaboración del resto de los partidos y sus
líderes y sin el consenso de la gran mayoría de la sociedad española no habría
sido posible. Pero sí es cierto que la personalidad de Suárez y su sentido de la
oportunidad posibilitó un entendimiento con todas las fuerzas implicadas y un
contacto con el español medio, al cual Suárez supo transmitir su proyecto
gracias a su gran capacidad comunicativa. Por tanto, resaltar dos cualidades
del liderazgo de Suárez que contribuyeron a la consolidación de la democracia
y a que el proceso concluyera satisfactoriamente, su capacidad de negociación
y de comunicación. Por otra parte quedan los grandes momentos del líder, los
momentos de excepcionalidad y desesperanza, cuando no sólo concurrían las
cualidades del liderazgo sino también las de la persona que había adquirido un
compromiso ético, este es el Suárez que observamos en muchas ocasiones;
19
J.L. ÁLVAREZ Y E.M. PASCUAL (2002) Las competencias de liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio 2002. 20
J.J LINZ (2001) El liderazgo innovador en la transición a la democracia y en una nueva democracia, en M. ALCANTARA y A. MARTÍNEZ (eds.) Política y Gobierno en España, Tirant lo Blanch, Valencia, pág.93 y 94.
16
pero que donde mejor lo vemos, paradójicamente, es en el ocaso de su
presidencia, enfrentándose a los asaltantes del Congreso de los Diputados la
noche del 23 de febrero.
Por tanto, todo nos lleva a catalogar a Adolfo Suárez como un líder innovador,
que en los momentos de cambio supo interpretar las demandas de la
ciudadanía y conscientemente afronto el momento de incertidumbre como una
oportunidad para consolidar las bases del sistema democrático, asumiendo por
ello un alto precio en su propia figura política. Muchas veces se ha identificado
el liderazgo innovador con el carismático, no es ese el caso de Suárez21. No
existió una personalización ni un control de la organización, la UCD nunca fue
un partido fuerte. Tampoco existió una identificación con el líder, ni de este
mismo con el proyecto, sino más bien un respeto a la dignidad del propio cargo
del Presidente, más a nivel institucional que otra cosa. Lo que sí se produjo,
como ya hemos dicho, fue una confianza en los momentos de mayor tensión
por parte de los españoles hacia el que era el Presidente, esto se debe a la
capacidad de empatía y comunicación de Suárez con los ciudadanos.
La figura de Adolfo Suárez desmiente la identificación de un liderazgo
innovador con otro carismático, o, lo que es lo mismo, la del carisma con el
cambio político. Lo que no niega que un liderazgo carismático sea útil a la hora
de llevar a cabo un cambio político. La distinción entre un liderazgo innovador y
otro carismático se manifiesta al abordar la figura de Felipe González, que
analizaremos a continuación y que sí tuvo un liderazgo carismático muy fuerte,
si lo comparamos con el de Suárez.
21
El profesor Linz afirma que “la experiencia española muestra que el liderazgo innovador no tiene por qué ser un liderazgo carismático” Ibíd. pág.97. Sin embargo; otros han apuntado en la dirección contraria. S. Delgado (2009) vincula el liderazgo carismático y el innovador en su artículo sobre el liderazgo de Felipe González, afirmando que “todo líder transformacional es carismático” (ver pág.265) en Saúl VARGAS (coord.) Liderazgo, políticas públicas y cambio organizacional, Universidad Quintana Roo, México D.F. También Álvarez y Pascual (2002) han entendido el liderazgo de Suárez como carismático, en Las competencias de liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio 2002. Nosotros seguimos aquí la tesis del profesor Linz.
17
LEOPOLDO CALVO-SOTELO, LA AUTORIDAD Y NO EL LIDERAZGO
Al abordar el caso de Calvo-Sotelo se nos planteaba incluso la cuestión de si
era apropiado incluirlo en este trabajo. Se trata de un perfil tecnocrático carente
a todas luces de un liderazgo claro, llegó al Gobierno sin unas elecciones
previas, tras la dimisión de Suárez en enero de 1981 y con el apoyo de los
diputados de la UCD. Inició su breve estancia en el Gobierno tras la intentona
golpista del 23-F, el mismo momento en que se votaba su investidura. Apenas
permaneció en el Gobierno durante diecisiete meses, en ellos destaca la firma
de adhesión al Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el juicio a los responsables
del intento de golpe de Estado.
Calvo-Sotelo llegó al Gobierno carente de un capital político que pudiera
esgrimir y que le ayudará a liderar un proyecto de Gobierno. Se planteó su
investidura como una solución a la dimisión de Suárez, pero no pudo consolidar
una posición de liderazgo en el partido, no controlaba a los órganos de la UCD,
de la que ni siquiera era el máximo responsable orgánico, mientras que estos,
divididos en diferentes facciones, discutían sobre la idoneidad de mantener a
Calvo-Sotelo como cabeza de lista para las siguientes elecciones. Como
consecuencia de esto tampoco consiguió liderar el país, a pesar del voto de
confianza que le habían dado tras la intentona golpista. La personalidad del
propio Clavo-Sotelo tampoco le ayudó a construir su liderazgo, encarnaba, casi
hasta el extremo, el paradigma de hombre reflexivo, de político intelectualizado,
poco dado a intensidades afectivas22. Para Linz es un ejemplo de alguien que
no se convirtió en un auténtico líder, a pesar de tomar decisiones importantes
para España y de ocupar el más alto puesto político de la nación23.
22
J.L. ÁLVAREZ Y E.M. PASCUAL (2002) Las competencias de liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio 2002. 23
J.J LINZ (2001) El liderazgo innovador en la transición a la democracia y en una nueva democracia, en M. ALCANTARA y A. MARTÍNEZ (eds.) Política y Gobierno en España, Tirant lo Blanch, Valencia, pág.71.
18
FELIPE GONZÁLEZ Y EL LIDERAZGO CARISMÁTICO
La figura de Felipe González es la que quizás contiene un liderazgo más
evidente y más fuerte, es también el liderazgo que más éxitos ha cosechado.
Felipe González se convirtió en los últimos años de los ochenta en un político
con un enorme apoyo popular, al cual dieron su confianza una amplísima
mayoría de españoles, que se tradujo en dos mayorías absolutas consecutivas
del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Además, Felipe González fue un
auténtico icono del socialismo español, su partido lo reconoció como líder
indiscutible, incluso después de su derrota electoral. Sin controversia alguna (a
diferencia de lo que ocurre con Adolfo Suárez) todos los estudiosos del tema
han coincidido en catalogar el liderazgo de Felipe González como carismático.
Tanto es así, que muy pronto se empezó a denominar las formas
marcadamente carismáticas del liderazgo del líder del PSOE y Presidente del
Gobierno, como felipismo, poniendo de manifiesto los claros tintes
personalistas que llegó a tener el ejercicio del poder por parte del andaluz.
Si ya de por si es complicado conceptualizar el liderazgo, si le añadimos la idea
de carisma aun se hace más ardua la tarea. A menudo se ha usado el término
carisma de manera indiscriminada, lo que ha provocado que el concepto caiga
en la ambigüedad y que no se aplique con la precisión que sería conveniente.
En su formulación de los tipos ideales de dominación fue Max Weber el primero
en clarificar la cuestión del carisma. Lo define como “una cualidad de una
personalidad individual en virtud de la cual se considera extraordinario y tratado
como investido de fuerzas y cualidades sobrehumanas, sobrenaturales o
excepcionales.” La legitimidad carismática se basaría en “la devoción hacia la
santidad específica, heroísmo, o carácter ejemplar de un individuo y las pautas
normativas u orden revelado u ordenado por él.” Atendiendo a esta definición
es fácil comprobar como en muchos casos aplicamos el término carismático
desacertadamente. Según Natera Peral para hablar de liderazgo carismático
debemos observar como el líder es contemplado como alguien «fuera de lo
normal» al que se le atribuyen cualidades extraordinarias, en el que se confía
ciegamente y al que se acata fielmente, se mantiene con él un fuerte
compromiso emocional, una especie de devoción o reverencia colectiva24.
Podemos atribuir esta caracterización al liderazgo de Felipe González, todo
parece indicar que sí, veámoslo detenidamente.
Ya desde muy joven Felipe González empezó a ser considerado como un líder
en el reducido grupo de amigos sevillanos que compartían afiliación en las filas
socialistas de la clandestinidad. Entre ellos se encontraban ya los que luego
serían destacadas figuras en la política española, como Alfonso Guerra, Rafael
Ecuredo o Guillermo Galeote, y todos ellos reconocieron a Felipe un liderazgo
24
A. NATERA PERAL (2001), El liderazgo político en la sociedad democrática, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid. Pág.130,131 y 132.
19
de forma espontánea, casi natural. Este grupo de jóvenes encabezado por
González comenzó a moverse por lo que entonces era el PSOE y comprendió
que para afrontar los últimos años del franquismo y estar preparado ante las
contingencias que surgieran tras la muerte del Caudillo se hacía necesaria una
reforma del partido que pasará por un mayor protagonismo de los socialistas
del interior. En aquel momento el socialismo español se encontraba dividido
entre los socialistas exiliados (del exterior), que con el veterano dirigente
Rodolfo Llopis, copaban los cuadros dirigentes del partido y marcaban sus
políticas, y los socialistas del interior, que tenían una nula capacidad de
decisión. Además, el PSOE, frente al Partido Comunista, era un partido con
muy poca fuerza y afiliación. González fue el primero en comprender que si se
quería jugar un papel en el final del régimen y en la instauración de la
democracia era urgente cambiar la estrategia del PSOE. La primera
oportunidad que tuvo un jovencísimo Felipe González de manifestar esta idea
fue en un Comité Nacional del Partido celebrado en Bayona el 14 de julio de
1967 y al que fueron invitados el núcleo de jóvenes sevillanos los cuáles
decidieron enviar a González como delegado. En este foro González tomo la
palabra y asombró a todos con su gran capacidad expositiva, resultó una
intervención contundente y convincente, que emocionó al auditorio. Desde ese
momento se produce una actividad constante de activismo político, desde el
despacho de abogados laboralistas donde trabajaba, para captar nuevos
militantes y para hacer realidad sus deseos de renovación del partido. En el XI
Congreso en el exilio en 1970 González tuvo una nueva oportunidad de
manifestar sus ideas solicitando un voto particular para defender la necesidad
de dotar de más poder a los socialistas del interior. Felipe González, aupado
por su pequeño grupo de compañeros, que ya lo reconocieron como líder, se
iba haciendo conocido entre los militantes del partido e iba ganando solidez
como gran orador y seductor de masas.
El siguiente éxito de González sería el que definitivamente le precipitara a
asumir la Secretaría General del PSOE. En 1972 tuvo lugar el XII Congreso sin
el consentimiento del entonces Secretario General Llopis. Con la ausencia de
Llopis González tomo la palabra ante el pleno y expuso con nitidez, fluidez y
altas cotas de seguridad personal las que, según su visión, debían ser las
principales líneas de actuación del partido. Se designo una nueva ejecutiva
colegiada; pero dos figuras salieron reforzadas, la del sindicalista vasco Nicolás
Redondo y la del propio Felipe González. Según Carmen García Bloise, una
destacada dirigente socialista del exterior, Felipe González le transmitió tres
cualidades que entendía necesarias para el ejercicio de liderazgo que
necesitaba el socialismo español: credibilidad, claridad y seducción. Se veía
que González se creía lo que decía, oírle era como empezar a creerle,
afirmaba, sus intervenciones tenían una gran carga de lógica, de tal forma que
quienes le atendían quedaban cautivados y no tenían por más que creer lo que
20
estaban escuchando25. Las cosas estaban ya servidas para que en 1974, en el
XIII Congreso celebrado en Suresnes, Felipe González se alzará con el
liderazgo del partido y triunfara el nuevo diseño del PSOE. Ya entonces su
liderazgo fue reconocido por los miembros del partido; pero era un desconocido
para la mayoría de los españoles. González heredaba un partido con escasa
militancia y con un muy bajo protagonismo entre los grupos de la oposición,
tuvo que usar todas sus capacidades de liderazgo para hacer del PSOE una
agrupación viable. Su imagen seductora, su capacidad argumentativa y sus
dotes para inspirar confianza contribuyeron a sumar nuevos militantes26. Por
otro lado, el magnetismo de su figura ayudo a la homogenización del sector del
socialismo español, gracias a que muchos partidos regionalistas se unieron y
federaron al PSOE renovado de González.
El 20 de noviembre de 1975 moría Franco y un nuevo escenario político
empezaba a plantearse. A pesar de las reticencias del principio, González
entablo una relación directa con el Presidente Suárez que permitió que el 18 de
febrero de 1976 el PSOE fuera legalizado. Por primera vez los españoles
podían ver al líder de los socialistas por televisión, la frescura de sus maneras,
su locuacidad en la conversación y su estética juvenil y desenfadada se coló en
los hogares de los españoles a través de la pantalla. Felipe ya sí comenzaba a
ser conocido. En junio de 1977 Suárez convoca elecciones, esta era la primera
prueba del sevillano para demostrar si todo lo que hasta ese momento se había
intuido se hacia realidad en las urnas, si realmente su liderazgo servía para
ganar elecciones. La campaña electoral socialista se vertebró alrededor de la
figura política y el liderazgo de Felipe González. Los resultados demostraron el
acierto de esta estrategia, en las primeras elecciones democráticas el PSOE
obtuvo 118 diputados convirtiéndose en el segundo grupo más votado y en la
primera fuerza de la oposición.
Una vez aprobada la Constitución en referéndum el 6 de diciembre de 1978 se
convocaron nuevas elecciones que arrojaron un resultado similar a las del 77.
Estos resultados hicieron que González se planteara la necesidad de imprimir
un nuevo cambio al PSOE, se hacía necesario ganar el centro del espectro
político y para ello debían de mostrar una imagen moderada, que no levantara
suspicacias y que aportara seguridad y fiabilidad. Se hacía necesario un
cambio ideológico, la renuncia del partido a los postulados marxistas. Y esto
fue lo que planteó González en el XXVIII Congreso ante la comisión de la
ponencia ideológica; sin embargo, los delegados votaron en contra de suprimir
el marxismo de los estatutos lo que provocó la renuncia de Felipe a la
Secretaría General por cuestiones de coherencia, “si hago política perdiendo
fuerza moral y razones morales, prefiero apagar, -afirmó- apagar porque yo no
25
S. DELGADO (2009) “Por el cambio”: el liderazgo carismático transformacional del presidente español Felipe González, en SAÚL VARGAS (coord.) Liderazgo, políticas públicas y cambio organizacional, Universidad Quintana Roo, México D.F. Pág.276. 26
Ibíd. pág.278.
21
estoy en la política por la política, sino por un impulso ético que me ha hecho
trabajar por este partido hoy y siempre.” Se generó entonces una situación de
vacío de poder que se resolvió con la constitución de una gestora y la
convocatoria de un congreso extraordinario. En este momento Felipe González
se lo jugó todo a una carta, posibilitó una situación de la que si salía victorioso
podría consolidar su liderazgo no sólo en el partido sino ante muchos
españoles. En los meses previos al congreso extraordinario se dedicó a
convencer a los militantes de la necesidad de suprimir el marxismo de los
estatutos. Finalmente triunfaron las tesis de Felipe, lo que implicaba el
reconocimiento absoluto de su liderazgo. De ahí a la victoria en las elecciones
de octubre de 1982 sólo había un paso.
Y ese paso fue el planteamiento de una moción de censura a Adolfo Suárez en
mayo de 1980. Para ese entonces la figura del presidente Suárez estaba muy
debilitada y aunque consiguió los apoyos de su grupo para superar la moción
supuso un duro golpe que le permitió a Felipe González desarrollar sus
propuestas y explicarlas a los ciudadanos, poner de manifiesto la debilidad del
Gobierno, que sufría las batallas internas en la UCD, una crisis económica y el
acoso constante del terrorismo, y presentarse a sí mismo como un líder no sólo
de su partido, sino de la nación entera. Esta fue otra apuesta arriesgada de la
que salió airoso, se sabía que la moción de censura no iba a prosperar y que
toda España iba a seguirla con gran interés a través de la retransmisión de la
sesión por televisión, el más mínimo fallo suponía un enorme riesgo para
González. Sin embargo; sus dotes comunicativas, su aplomo al defender sus
propuestas y criticar al Gobierno le convirtieron en el ganador del debate.
Supuso una gran puesta de largo para el nuevo líder nacional que fue
reconocido por primera vez como alguien con posibilidades reales de alcanzar
el poder, el riesgo asumido allanó el camino hacia la Moncloa.
La campaña electoral de octubre de 1982 volvió a estar centrada en la figura de
Felipe, pero esta vez presentándolo como un hombre de Estado, como un líder
nacional sólido y moderado, sin derivas radicales. Se apeló al cambio, a la
renovación generacional, a hacer funcionar España, a consolidar la
democracia. González se ahorró el adoptar un tono agresivo, se dedicó más
bien explicar sus propuestas y animar a los votantes con mensajes positivos.
La victoria del PSOE fue arrolladora, con diez millones de votos que se tradujo
en la mayoría absoluta en el Congreso, con 202 escaños. Por todos es
reconocido que el liderazgo de Felipe González fue fundamental para alcanzar
la victoria. Después de esta vendrían dos nuevas mayorías absolutas, en 1986
y en 1989, y una mayoría relativa en 1993, hasta 1996 en el que González fue
derrotado por el Partido Popular de José María Aznar. En total catorce años al
frente del Gobierno, con un liderazgo carismático que, a pesar de todo, se
mantuvo casi hasta el final.
22
Al llegar al Gobierno González siguió una línea moderada y pragmática de
actuación, basada en posiciones de centro-izquierda. Fue fiel a su electorado
de izquierdas con políticas como las de aumento del gasto público,
imposiciones tributarias a las rentas más altas y profundización en la
democracia. Pero también llevo a cabo una política económica centrada en el
crecimiento y en la modernización del aparato productivo y la lucha contra la
inflación, con un recorte de pensiones y una flexibilización del mercado de
trabajo. Esto provocó un enfrentamiento con los sindicatos, tradicionales
aliados del PSOE, incluida la UGT, que se tradujo en dos huelgas generales
(1988 y 1994). Pero la primera prueba a la que se enfrentó el liderazgo de
González fue en 1986 con el referéndum sobre la permanencia en la Alianza
Atlántica (OTAN). Durante la campaña electoral del 82 Felipe había usado
como baza para criticar al Gobierno la entrada en la OTAN, y había prometido
la convocatoria de un referéndum sobre la cuestión. Con la llegada al poder el
recién elegido presidente cambia de parecer y comprende las ventajas de la
pertenencia a este tratado defensivo. Así, el presidente se desdijo y asumió en
la convocatoria la defensa de la permanencia en la OTAN bajo unas
condiciones que se revelaron del todo irrelevantes. De nuevo el liderazgo
carismático de Felipe se ponía en juego, ahora tenía que convencer a los
ciudadanos de todo lo contrario de lo que antes había defendido. Según datos
del Centro de Investigaciones Sociológicas, en marzo de 1986, justo antes de
celebrar la consulta, el 71% de los encuestados se mostraban disconformes
con las explicaciones dadas por el Gobierno, no obstante, el 52% estimaba que
la decisión del presidente se basaba en el interés nacional27. Sólo un líder
carismático hubiera sido capaz de obrar semejante cambio, la mayoría de la
población no comprendía el cambio de postura; pero lo asumían y lo apoyaban
porque el líder lo hacía por el bien de todos. El referéndum demostró de forma
plebiscitaria la credibilidad y capacidad de liderazgo de la que gozaba
González.
La política exterior suponía un nuevo ámbito en el que desplegar sus dotes de
líder. Lo demostró con la adhesión a la Comunidades Europeas en 1986, con la
celebración de los Juegos Olímpicos en Barcelona y la Exposición Universal de
Sevilla en 1992, en el contexto del V Centenario, y sobre todo en el papel
jugado en Iberoamérica. Logró la modernización económica de España y la
adquisición de un mayor protagonismo internacional. Todo esto se vio
empañado a partir de 1990 cuando la prensa empezó a sacar a la luz varios
casos de corrupción que se habían producido bajo la Administración socialista,
y las sospechas de complicidad con los GAL en la guerra sucia contra ETA28.
Sin embargo; a pesar de estos casos, su popularidad y liderazgo casi no se
vieron afectados, desde luego no dentro del PSOE, entre los militantes seguía
27
Ibíd. pág.291 28
J.F. JIMÉNEZ DÍAZ (2009), El liderazgo político de Felipe González en contexto, Sociedad y Utopía. Revista de CC.SS., nº33, junio de 2009.
23
siendo contemplado como un líder carismático. En 1993 vuelve a ganar las
elecciones esta vez por mayoría simple, y en marzo de 1996 pierde por mucho
menos de lo que se había pronosticado, retirándose de la dirección del PSOE
en junio de 1997 y dejando un vacío de liderazgo y una crisis interna que no se
resolvió hasta la llegada de José Luís Rodríguez Zapatero.
Sólo alguien dotado de un liderazgo carismático podría haber salido indemne
del órdago presentado al partido con la dimisión al no aceptar su propuesta de
retirar los postulados marxistas de los estatutos, o de haber cambiado de
postura en torno a la cuestión de la permanencia en la OTAN, o haber resistido
las constantes noticias de corrupción y terrorismo de Estado sin caer en el
descrédito y la impopularidad. El liderazgo de Felipe González cuenta con
todos los ingredientes para ser considerado carismático, gozaba del apoyo
incontestable de la masa, se solapaba el cargo con la persona y cubría su
acción de Gobierno con tintes personalistas. La relación del partido con el líder
era de absoluta sumisión del primero, el control que ejercía González, a través
de su segundo, Alfonso Guerra, sobre el partido y sobre el Gobierno era
absoluta. El binomio González/Guerra demuestra lo importante que es para el
liderazgo rodearse de un equipo fuerte y cohesionado, formado por personas
de confianza en las que se pueda delegar. En este sentido, González era el
líder orientado a las personas, a los actos públicos, a convencer al auditorio.
Mientras Guerra se dedicaba a la estructuración y la organización del partido y
del propio Gobierno29.
No faltaron tampoco los que criticaron desde los comienzos la excesiva
personalización del mensaje que podía terminar desvirtuando el proyecto y
generando un culto a la personalidad indeseable; fenómeno que se terminaría
por conocer como felipismo30. En efecto, se corre el riesgo de una
personalización del liderazgo y el estrecho control de la organización, aunque
sirva al partido en el poder, debilita a largo plazo la dimensión democrática y
participativa, la renovación interna del liderazgo y una discusión abierta dentro
del partido de los problemas internos31. El clavario del PSOE hasta encontrar
repuesto a González demuestra esta circunstancia.
Por consiguiente, podemos caracterizar el liderazgo carismático de Felipe
González como un liderazgo longevo, tanto a la cabeza del partido como en el
Gobierno, derivado de su atractivo personal, de su competencia comunicativa,
de su credibilidad e identificación de los ciudadanos con su líder, ya que se
basa no tanto en las dotes particulares sino en el reconocimiento que la gente
29
J.L. ÁLVAREZ Y E.M. PASCUAL (2002) Las competencias de liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio 2002. 30
S. DELGADO (2009) “Por el cambio”: el liderazgo carismático transformacional del presidente español Felipe González, en SAÚL VARGAS (coord.) Liderazgo, políticas públicas y cambio organizacional, Universidad Quintana Roo, México D.F. Pág.281. 31
J.J LINZ (2001) El liderazgo innovador en la transición a la democracia y en una nueva democracia, en M. ALCANTARA y A. MARTÍNEZ (eds.) Política y Gobierno en España, Tirant lo Blanch, Valencia, pág.96.
24
haga de ellas. Como afirmaba la periodista Rosa Montero, cuando entrevistaba
al presidente se sentía atraída políticamente hacia él como «mosca a la miel».
González gozaba de un gran instinto de poder, de una gran intuición para
reconocer las demandas de la mayoría, gozaba flexibilidad y entereza que
demostraba con su pragmatismo político. Además en la construcción de su
liderazgo fue vital el control del PSOE, que se convirtió en un mero instrumento
en las manos del líder, lo que provocó que en la caída del líder este arrastrara
también al partido y que la sucesión de Felipe, como ya hemos dicho, se
convirtiera en una cuestión que fue difícil resolver32.
32
J.F. JIMÉNEZ DÍAZ (2009), El liderazgo político de Felipe González en contexto, Sociedad y Utopía. Revista de CC.SS., nº33, junio de 2009.
25
EL LIDERAZGO DE JOSÉ MARÍA AZNAR HACIA EL CENTRO POLÍTICO
Similarmente a lo que sucedió con Felipe González, los primeros tiempos de
Aznar se basan en la reconstrucción de su organización y en los esfuerzos por
modernizar y moderar al Partido Popular. El primer objetivo de José María
Aznar fue el de situar a su partido en el centro del espectro político para hacer
de él una opción viable de Gobierno, por eso el primer liderazgo que se
reconoce a Aznar es el que ejerció en el interior del propio PP y que le condujo
a agrupar el centro-derecha español y a convertirse en su líder. Es un proceso
similar al que vivió el PSOE en los primeros años de la Transición, en los que
Felipe González fue templando el radicalismo de izquierdas para cambiarlo por
principios más pragmáticos que le permitieran deshacer las reticencias de los
temerosos de un socialismo marxista y ganar el centro político. Esto fue vital
para el triunfo electoral del 82 y tuvo su cenit, como ya hemos visto, en el
órdago que Felipe le hizo a su partido dimitiendo al no ser aceptadas sus tesis
y con la celebración del Congreso extraordinario donde logró consumar la
renovación del socialismo que siempre había buscado. Tanto el proceso de
renovación en el PP como en el PSOE coinciden en conllevar un cambio
generacional en el interior del partido, en el PSOE de los socialistas del exterior
de Llopis por los jóvenes encabezados por González, y en el PP, los antiguos
líderes aliancistas con Fraga a la cabeza frente al círculo de jóvenes liberales
de Aznar. Por tanto, Aznar también tenía esa visión renovadora para su partido
como necesidad para convencer a la mayoría de los españoles; pero el estilo
en la dirección del proceso de cambio es muy distinto al de González. Muy
distinto por la diferencia del temperamento de los personajes y de las
circunstancias que lo rodearon. Mientras que el PSOE vivió un proceso de
cambio parejo al de la nación y que casi se puede decir que culminan a la par
con la victoria socialista, el PP de Aznar se renovó en mitad de las mayorías
socialistas, en un proceso que fue parejo al desgaste de los gobiernos de
González, con una intensa y contumaz oposición, y que estuvo pilotado por un
estilo de liderazgo muy diferente al de González, por una figura mucho menos
arrolladora que la de este, Aznar se basó, al principio, en buscar la unidad en
torno a unos objetivos y unas ideas, más que en torno a su propia persona.
Aunque los primeros gestos de moderación del partido son anteriores a Aznar,
no es hasta su llegada, en 1989, cuando se toma verdadera conciencia de la
necesidad de transformación. Aznar se propone entonces un cambio en el
ideario y en el discurso, y también una profunda remodelación en la
organización interna. El partido que recibe Aznar es el proveniente de Alianza
Popular, fundada por Fraga, anteriormente ministro en los Gobiernos de la
dictadura, que se había visto abocada hacia la derecha del arco parlamentario,
que había ocupado un espacio político de escasa fuerza electoral y con nulas
posibilidades de Gobierno hasta los comicios del 82 en el que se convierte en
la primera fuerza de la oposición (con 106 diputados) gracias al espacio que
26
deja en el centro-derecha la caída de la UCD. Ya en estos años AP busca
sumar fuerzas y se presenta a las elecciones en coalición con otros grupos
más centristas. Aunque en el 82 consigue un salto cualitativo en términos
electorales en las siguientes elecciones, en 1986, obtiene unos resultados
similares y se percibe un estancamiento, se entendía que existía un techo
electoral que no se podía superar. Así que no será hasta 1989 en el IX
Congreso cuando se produce una auténtica refundación, se pasa de Alianza
Popular a Partido Popular, la balanza se torna a favor de los sectores más
liberales, se nombra a Aznar secretario de organización, candidato a la
presidencia del Gobierno unos meses más tarde, y presidente del partido un
año más tarde.
José María Aznar, proveniente del cuerpo de inspectores de hacienda, había
ocupado diversos cargos políticos de segundo orden, como secretario general
de AP en La Rioja o como diputado por Ávila en la II y en la III Legislatura; no
sería hasta 1987 cuando alcanzaría un puesto relevante en el panorama
político español33. Fue elegido presidente de la Junta de Castilla y León con el
apoyo del Centro Democrático y Social (CDS). Esta victoria le situó en el punto
de mira de la dirección del partido y de todo el país, era de las pocas victorias
que conseguía AP. Ya desde entonces empezó a llamar la atención por su
juventud y por las nuevas ideas que representaba, se rodeaba de un grupo de
jóvenes liberales que le habían ayudado en su pugna por conseguir la
presidencia del partido en Castilla y León y que ahora ponían en práctica desde
el Gobierno autonómico una nueva política de centro reformista con un
marcado corte neoliberal. El propio Aznar reconocerá que fue en Castilla y
León donde inició su proyecto de renovación de la derecha española. Estos
éxitos le permitirán ser designado por el partido como candidato a la
presidencia del Gobierno en las elecciones de octubre de 1989, las urnas
mantendrán la mayoría absoluta del PSOE por muy poco, y los resultados del
recién refundado Partido Popular, si bien no fueron una victoria (25% de los
votos y 107 escaños) si le valieron a su nueva cara para validarse en el puesto,
ya que a pesar de todas las adversidades consiguió mantener un número de
votos aceptable. De este modo, en el X Congreso Nacional del PP se ratificó a
Aznar en la presidencia del partido. Este intento proyectar una imagen centrada
y menos ideologizada, de hecho el lema del Congreso fue “centrados con la
libertad”. Aznar lanzó un discurso tranquilizador dirigido a aquellos que veían
en el PP un peligro para el Estado de las autonomías y el marco de libertades,
cargado de mensajes en los que ofrecía a los españoles un proyecto de
libertad y con el que reivindicaba el centro. El nuevo liderazgo de Aznar
cohesionó a sectores derechistas tradicionales, democristianos y liberales en
33
Extraemos las notas biográficas del CIDOB, http://www.cidob.org/es/documentacion/biografias_lideres_politicos/europa/espana/jose_maria_aznar_lopez
27
torno a un proyecto común, dotándolos de un discurso pragmático en lo político
y liberal en lo económico, acercándose al resto de partidos europeos.
Desde entonces Aznar tenía claro cuales eran los objetivos, había que construir
un partido con un programa y una mentalidad de centro, basado en un nuevo
liderazgo. “Así como no teníamos que tener –afirma el propio Aznar- nadie a
nuestra derecha, tampoco debíamos tener a nadie entre nosotros y el PSOE
(…) había que integrar todo lo que era la expresión política del centro en el
Partido Popular”34. La consecución de este objetivo pasaba en gran medida por
una reorganización del partido. Frente a los constantes desordenes en AP,
Aznar pretendía un partido unido y compacto, para ello concentró la toma de
decisiones en sus manos y la responsabilidad en un único centro, las personas
de su equipo. Esta reforma interna culminó en el XI Congreso en 1993, en el
que el partido tomo un carácter presidencialista, con esto y con la extinción
definitiva del CDS de Suárez en las elecciones de 1991, Aznar había
conseguido aunar bajo su liderazgo al disperso centro-derecha español.
Todo esto fue acompañado de una progresión electoral constante, que con un
perseverante Aznar a la cabeza iba ganando poco a poco terreno al PSOE.
Tener paciencia y no caer en el desaliento eran las consignas de Aznar a los
suyos, tenía la visión de que el Gobierno caería en sus manos más tarde o más
temprano, dado los numerosos escándalos de corrupción que acuciaban a los
socialistas. En los debates parlamentarios Aznar se demostró como un líder
eficaz, capaz de transmitir mensajes claros y de acorralar a un hábil Felipe
González en el debate, mostrando un gran autocontrol, firmeza y agresividad
elevada. A pesar de conseguir un muy buen tono en la crítica a la hora de
presentar propuestas y explicar su programa político se mostró muy deficiente,
incapaz de ilusionar al público en la exposición de su propio proyecto. No
obstante, en su dilatada estancia en la oposición se mostró como un líder
constante, que optaba por políticas sostenibles en el tiempo, con gran
resistencia y tenacidad, lo que le granjeó el reconocimiento de sus compañeros
de partido y el de su electorado.
En estos momentos Aznar es contemplado como un personaje gris, que no
suscitaba reacciones desmedidas ni a favor ni en contra, se veía en él a
alguien introvertido, alejado de la algarabía propia de los actos de partido, sin
una gran puesta en escena y con un discurso escueto y monocorde. En este
desapasionamiento sus oponentes veían una falta de propuestas y contenidos;
sin embargo, esta falta aparente de carisma fue usada desde las filas
populares, que hicieron de la necesidad virtud presentando, en contraposición
a González, un líder que no necesitaba grandes aspavientos, serio y
concienzudo, con capacidad de gestión y de moralidad intachable. Esta imagen
34
AZNAR, 2004:69-70 cit. por ORRIOLS y LAVEZZOLO (2008), El liderazgo de Blair y Aznar hacia el centro político, Revista de Estudios Políticos, nº142, octubre-diciembre 2008.
28
acabaría calando entre un amplio sector de los electores que cansado de los
escándalos del final del felipismo, deseaba un clima político destensado que
realizará una gestión eficaz del país, sin grandes aventuras.
Así fue como Aznar alcanza la presidencia del Gobierno en marzo del 1996,
después de la decepción de las elecciones del 1993, en donde todos los
sondeos daban como favorito al PP, aunque al final fue el PSOE el que se alzó
con la victoria por mayoría simple. Aun así, la victoria popular no fue por amplía
mayoría, al contrario, ganó por la mínima lo que obligó a Aznar a desarrollar
unas aptitudes que ya había tenido que desplegar cuando llegó a la Junta de
Castilla y León tras el pacto con el CDS. Las negociaciones con los partidos
nacionalistas y regionalistas (CiU, PNV y CC) eran obligatorias si se quería
sacar adelante la investidura del presidente. En este sentido Aznar se esforzó
por rebajar el tono un tanto agrio de algunas declaraciones que se habían
hecho durante la campaña para facilitar un diálogo cómodo y armonioso con
los nacionalistas, él y su equipo se esforzaron en pilotar unos pactos de
Gobierno que le permitieron una mayoría estable durante toda la Legislatura.
Consciente o inconscientemente Aznar pudo desarrollar en esta primera etapa
de Gobierno ese nuevo liderazgo al que se refería, basado en el diálogo y el
compromiso con otros grupos, un liderazgo que podríamos denominar como de
baja intensidad, más tarde se podría intuir lo que tenía esto de convicción
personal o de conveniencia política.
Lo cierto es que el primer Gobierno de Aznar, que va de 1996 al 2000, es un
paradigma de negociación y de estabilidad gubernamental, merece la pena
detenerse en el análisis del liderazgo que Aznar desarrolla en este periodo. Al
contrario de la percepción que había tenido la opinión pública con respecto a la
capacidad negociadora de Aznar y su voluntad de crear consensos, se
demostró como un eficaz negociador capaz de renunciar a beneficios propios y
de alcanzar una lista de mínimos que podía compartir con CiU, PNV y Coalición
Canaria, para acordar unos pactos de gobernabilidad que fueran viables y
rentables para todas las partes. El proceso de negociación se hizo mediante
reuniones bilaterales de los grupos implicados, las primeras entrevistas entre
los líderes de los distintos grupos con el líder del PP dieron paso a entrevistas
entre los números dos de los diferentes equipos. Más tarde se buscaron la
aproximación de posturas en comisiones mixtas de expertos interpartidistas y
bilaterales, en estas reuniones participaron futuros ministros, diputados y
consejeros de los partidos presentes en la negociación. Aznar actuó
cautelosamente, buscando puntos de entendimiento en sus reuniones con los
líderes del resto de grupos e interviniendo cuando alguna cuestión provocaba
llegar al punto muerto en las negociaciones en alguna comisión. En concreto
las negociaciones más complicadas fueron las que se llevaron a cabo con los
catalanistas de CiU. Hasta en tres ocasiones hubieron de reunirse Aznar y
Pujol, presidente de la Generalitat en ese momento, para desbloquear la
29
situación, dirimir puntos de acuerdo entre los dos partidos y señalar la línea de
negociación a las comisiones mixtas. Parece que en estos momentos Aznar
hizo uso de su habilidad en las distancias cortas, como él mismo ha admitido
está más relajado en privado, de hecho ha obtenido muy buenos resultados en
entrevistas con grandes figuras como Blair o George W. Bush35, con el propio
Pujol no es de extrañar que procediera del mismo modo. No obstante, en
algunos momentos se percibió como CiU parecía marcar la pauta de las
negociaciones y condicionar la agenda política, lo que en principio
correspondía al candidato a la presidencia del Gobierno. Es difícil establecer
hasta que punto Aznar pudo en algún momento perder la iniciativa en las
negociaciones y ver debilitado su liderazgo en las mismas, lo que si es cierto es
que mostró una gran flexibilidad y capacidad de adaptación al panorama, frente
a la rigidez que algunos le habían achacado.
Nunca hasta entonces la nueva democracia española se había sometido a un
proceso de formación de Gobierno tan largo y complejo. El método y la
duración de las negociaciones contribuyeron a la claridad del proceso, además
el fijar los acuerdos por escrito y dejar testimonio de los pactos alcanzados
ayudó en la definición de los proyectos conjuntos y del reparto de beneficios.
Todo ello contribuyo a la gobernabilidad del país, a la legitimidad, estabilidad y
eficiencia de la función ejecutiva, durante todo el periodo de la legislatura36. Los
llamados Pactos de Investidura y gobernabilidad posibilitaron la acción de
gobierno, Aznar cumplió todo su mandato agotando los cuatro años de
legislatura y gozó de uno de los gobiernos más estables de la democracia. El
objetivo de Aznar de mantenerse cuatro años se hizo realidad mediante la
colaboración permanente de los distintos grupos, y aunque hubo momentos de
desacuerdo y los grupos minoritarios votaron leyes en contra del Gobierno, se
consiguió llevar a cabo el programa además de mostrar al PP como un partido
dialogante y a Aznar como un líder conciliador que era capaz de una gestión
muy eficaz. Los buenos resultados en este periodo le aseguraron la victoria por
mayoría absoluta en el 2000 y posibilitaron la construcción definitiva de su
liderazgo.
La campaña electoral de marzo de 2000 se basó en los logros de los cuatros
años de Gobierno de Aznar, en “los hechos”, y en la perspectiva de que se
mantuviera el mismo rumbo. El discurso de Aznar giro en torno a lo mismo,
convenciendo a los electores de la conveniencia de asegurar un Gobierno del
Partido Popular que garantizaba la prosperidad y la estabilidad. El panorama
tanto político como económico favorecía a los objetivos del presidente, un clima
de apaciguamiento en lo político y de crecimiento en lo económico, refrendaban
la imagen de gran gestor que Aznar siempre había querido proyectar.
35
ÁLVAREZ y PASCUAL (2002) Las competencias de Liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio 2002. 36
A. ROBLES EGEA (2004) Negociaciones, payoffs y estabilidad de los gobiernos de coalición, Revista de Estudios Políticos, nº126, octubre-diciembre 2004.
30
Respaldado por estas circunstancias Aznar se alzó con una mayoría absoluta
muy holgada lo que le permitió desarrollar una acción ejecutiva más volcada en
objetivos propios que en consensos o negociaciones. El nuevo Gobierno, libre
de toda atadura y con el control absoluto de las Cámaras, dejó de contar con
los grupos minoritarios e impregnó su acción de medidas que ahora parecían
objetivos personales del presidente. En concreto, en política exterior es donde
mejor se puede valorar esta circunstancia. Aznar potenció las relaciones con
EE.UU. y asumió las relaciones internacionales de España de un modo muy
personal, desarrollando su liderazgo en el exterior y asumiendo compromisos,
como el del apoyo a la guerra de Irak, que no fueron compartidos por la opinión
pública. Poco a poco se empezó a percibir una cierta desconexión entre el
presidente y la calle, fue adquiriendo una imagen distante, que parecía estar
por encima de la propia vida política española.
Esta deriva se observa en los sucesivos congresos del partido, en ellos la
figura de Aznar se fue sobredimensionando, adquiriendo un carácter
personalista y fomentando una unidad monolítica del líder con sus bases. En el
1999, el XIII Congreso fue usado por Aznar para hacer una demostración de
poder y adquirió tintes personalistas. Desde entonces entra en una fase de
“hiperliderazgo”, de un liderazgo atrofiado que le haría tomar decisiones muy
particulares y que le llevaron a generar controversias muy fuertes en la opinión
pública. La imagen de Aznar como líder centrado y destensado, alejado de lo
estrambótico y basado en la gestión eficiente se rompió y se le empezó a
percibir como alguien alejado de la realidad que vivía, instalado en la exaltación
personalista que le dispensaban sus seguidores. El XVI Congreso fue el del
anuncio definitivo del abandono de Aznar de la política, al reafirmarse en lo que
había anunciado en diversas ocasiones, que no se presentaría a la tercera
reelección. Se empezó a hablar entonces de quién sería el sucesor y Aznar se
sirvió de su enorme poder para nombrar a su propio candidato, Mariano Rajoy,
lo que generaría las críticas de la oposición y problemas a la hora de que el
propio Rajoy revindicara su liderazgo tras la inesperada derrota electoral en las
elecciones de 2004.
Se distinguen dos liderazgo de Aznar, el de la primera época, un liderazgo de
baja intensidad y pragmático, y el del segundo Gobierno, un liderazgo
sobredimensionado y muy personalista que se justifica en los éxitos en el
Gobierno, presentados como logros del líder de forma individual, desde
entonces ya no concitó apoyos desde la ideas o objetivos, sino desde su propia
persona rodeada de un aura casi mística. Esta evolución llama la atención y tal
vez no se haya estudiado suficientemente, Aznar era un ejemplo de directivo
que utiliza extensivamente el trabajo en equipo, con sus famosos “maitines”
con el núcleo central de sus colaboradores, que; sin embargo, evoluciona hasta
un liderazgo más individualista y concentrado en su persona. El político favorito
de la sociedad de principios del siglo XXI del que nos habla Tusell, de baja
31
intensidad, de carisma plano, políticamente correcto, isomórfico con sus
votantes y que el propio Tusell ejemplificó en José María Aznar37, se fue
difuminando a favor de una figura exaltada en el personalismo y con un
liderazgo atrofiado.
37
El País, 3 de agosto de 2001 cit. por ÁLVAREZ y PASCUAL (2002) Las competencias de Liderazgo de los presidentes de Gobierno de España, Revista de Estudios Políticos, nº116, abril-junio 2002.
32
EL LIDERAZGO DE JOSÉ LUÍS RODRÍGUEZ ZAPATERO Y SU
CONDICIONAMIENTO POR LA CRISIS ECONÓMICA
El liderazgo del último presidente en abandonar la Moncloa es sobre el que
más difícil resulta arrojar un análisis, por el poco tiempo de distancia que media
desde que dejara el cargo hasta ahora, consecuencia por la cual existe muy
poca bibliografía que realice un veredicto global sobre el liderazgo del
presidente Zapatero. Con el escaso material con el que contamos intentaremos
trazar sus líneas principales atendiendo a los tres tiempos en los que se
desarrolla este liderazgo, la etapa previa a la asunción de la máxima
responsabilidad en el Gobierno, desde los primeros años del político y el
periodo en oposición, la etapa de la primera legislatura, y el momento de la
segunda legislatura que coincide con un hecho que ha condicionado la vida
política del ex presidente y su liderazgo también, como es la reacción y
medidas asumidas durante la crisis económica.
Zapatero se afilió al PSOE en febrero de 197938, impulsado por el recuerdo de
su abuelo paterno, el capitán Lozano, fusilado al comienzo de la guerra civil por
permanecer fiel a la República, e impresionado por el discurso renovador de
Felipe González. Pocas semanas después se convertía en el secretario general
de las Juventudes Socialistas de León, la ciudad donde vivía y donde se había
criado. En 1982, poco después de la victoria electoral de los socialistas sería
elegido secretario de la agrupación local del PSOE en la misma ciudad,
desbancando al resto de candidatos, mayores que él y con más experiencia.
Desde entonces empezó a desarrollar una gran ambición y autoestima política,
que le hizo saltar al escaño en el Congreso de los diputados en 1986 por la
provincia de León, convirtiéndose en el diputado más joven en esa legislatura.
Un año después conseguiría ser elegido secretario general de la Federación
Socialista Leonesa gracias al pacto con las figuras fuertes del socialismo
leones y con las muchas facciones que se enzarzaban en constantes luchas
internas. En mitad de este ambiente de enfrentamiento permanente Zapatero
se supo situar como un moderador eficiente, sosegando los conflictos entre sus
compañeros, lo que le valió para promocionarse políticamente. De la época
leonesa destaca ya su gran habilidad para pactar, se valió de la crisis en la que
vivía constantemente inmerso el PSOE de León para mantenerse en el poder,
evitó en esta época presentarse para ningún cargo público local y así no
exponerse a una derrota que le desestabilizara y le impidiera alcanzar su
objetivo que no era otro que la política nacional.
En 1990 Zapatero entra a formar parte del Comité Federal del partido,
compaginaría este puesto con el de líder provincial en León y diputado. En
efecto el leonés responde al perfecto perfil de político profesional, que ha
38
JIMÉNEZ DÍAZ y COLLADO CAMPAÑA (2011) Contexto político y semblanza biográfica de José Luis Rodríguez Zapatero, Espacios Públicos, vol.14, nº31, mayo-agosto 2011, Universidad Autónoma de México.
33
hecho de la política una forma de vida y que no tiene otra actividad fuera de
ella. Tras la derrota electoral del 96 Zapatero consigue mantenerse al margen
de las disputas internas y se sitúa en una posición neutral, alcanza cierta
relevancia al ser el portavoz socialista en la comisión de Administraciones
Públicas del Congreso como replicador del ministro Rajoy. Tras las elecciones
del 2000, elegido de nuevo diputado, comienza a desplegar su capital político
acumulado durante largos años. Presentó, junto a otros diputados, la
plataforma “Nueva Vía” para conseguir un cambio de rumbo sin renunciar a los
postulados socialdemócratas, con el que se pretendía recuperar la confianza
de los ciudadanos, abrirse a una sociedad compleja y plural, reclamando un
debate de ideas en el seno del partido. En junio de ese mismo año presentó su
candidatura a la secretaría general del PSOE, y en el XXXV Congreso, para
sorpresa de toda la opinión pública, se alzó con la victoria por un escaso
margen con el presidente autonómico de Castilla-La Mancha y preferido por el
aparato del partido José Bono. El nuevo líder de la oposición no perdió tiempo
y diseñó una Comisión Ejecutiva Federal en la que no incluyó prácticamente a
ningún gran nombre y optó por rodearse de gente de su confianza, José
Blanco, Trinidad Jiménez, Jesús Caldera o Jordi Sevilla. Suponía una dirección
joven y sin hipotecas del pasado; pero desconocida e inexperta. Se producía
un relevo generacional similar al de Suresnes, Zapatero trabajaría desde
entonces por cerrar la crisis de liderazgo que arrastraba el PSOE desde la
salida de González y revindicarse como nuevo líder en una nueva época
basada en un nuevo proyecto.
Zapatero se esforzó por mostrar una acción opositora constructiva pero no por
ello débil, que transmitiera la idea de cambio y alternativa. En esta época no
fueron pocos, desde las propias filas socialistas, que pusieron en duda la
capacidad de liderazgo del leonés, teniendo que hacer frente a varios
momentos de crisis interna. La postura del Gobierno en la guerra de Irak y la
crisis del hundimiento del Prestige en las costas gallegas le permitieron
endurecer su oposición al Gobierno de Aznar. Definitivamente, y de forma
inesperada, se produjo la victoria electoral del PSOE en las elecciones de
marzo de 2004, marcadas por los atentados del 11-M, en las que Zapatero se
enfrentó al sucesor de Aznar, Mariano Rajoy. El vuelco electoral permitía a
Zapatero ser el primer candidato que conseguía la victoria de su partido
presentándose por primera vez. Su primer Gobierno estuvo marcado por un
ambiente político muy bronco, se produce el cumplimiento de la promesa
electoral de la retirada de las tropas de Irak, y además las negociaciones del
Gobierno con ETA marcan la agenda política y provocan no pocos
enfrentamientos entre Gobierno y oposición. Además se reformaron algunos
estatutos de autonomía y se abrió el debate sobre el modelo territorial. En los
nuevos comicios de 2008 y ahora sí con las encuestas a su favor, Zapatero
revalida su liderazgo con una mayoría simple.
34
Es en este segundo mandato cuando se manifestará el gran reto para el
liderazgo de Zapatero, la crisis económica. A finales de 2007 se produjeron los
primeros síntomas de la crisis financiera internacional y algunos miembros de
la oposición empezaron a señalar el problema. Mientras el presidente evitó
hablar de crisis hasta finales de 2008, ya en septiembre de ese año la mala
situación se había hecho patente con la quiebra de Lehman Brothers, y en
octubre el Gobierno aprobó dos reales decretos con medidas políticas de
urgencia para hacer frente a la situación, se reúne con empresarios, sindicatos,
banqueros y líderes políticos para transmitir la estrategia a seguir. En estos
momentos Zapatero insistía en el carácter global del problema y mantenía un
discurso basado en el sostenimiento de los servicios sociales y en la confianza
en que el gasto público sería el estimulo necesario para superar la crisis. A
principios de 2009 se pone en marcha el Plan E para canalizar la inyección de
gasto público para fomentar el empleo y el consumo. En España el panorama
era preocupante, con la destrucción de miles de puestos de trabajo. A partir de
2010, debido a las presiones de la Unión Europea, EE.UU. y el FMI, el
Gobierno de Zapatero se concentra en la reducción del déficit lo cual le lleva a
impulsar un cuantioso recorte del gasto público. Esto provocará una huelga
general en septiembre de 2010, un Gobierno que se había distinguido por su
fomento de las políticas sociales y su buena relación con los sindicatos tenía
que afrontar una oposición directa de estos a sus medidas. En este complicado
contexto el liderazgo del leonés se va debilitando y a pesar de la remodelación
del Gobierno en octubre de 2010, no logra recuperar la confianza de la opinión
pública, no son pocos los que empiezan a reclamar un adelanto electoral. Los
resultados de las elecciones municipales de marzo de 2011 suponen un duro
golpe para el PSOE y Zapatero finalmente se decide por un adelanto electoral
a noviembre de 2011, en el que no concurrirá como candidato.
La manera de afrontar la crisis debilitó el liderazgo de Zapatero hasta hacerle
caer en el descrédito, a pesar de haber demostrado saber desenvolverse en
momentos de cambio político, el diagnostico desacertado al principio de la
crisis generó una creciente desconfianza en su capacidad como dirigente, la
mayoría de los ciudadanos (58%) calificaron su gestión como mala o muy
mala39. No supo comunicar los cambios necesarios en su política de gasto con
la cual había adquirido un compromiso, su cambio brusco en la postura contra
la crisis fue interpretado como una traición a los principios que él siempre había
defendido. Zapatero tuvo problemas para articular un discurso político sobre la
salida de la crisis, se perdió en una serie de medidas dispersas que, aunque
necesarias estaban descoordinadas y no consiguieron reducir la incertidumbre
y crear confianza. La salida de la crisis, como afirma Antón Costas, precisa de
una solución cooperativa que implique a empresarios, trabajadores y
administraciones, requiere de alguien que tome las decisiones, asuma la
responsabilidad y sepa coordinar a los actores, en definitiva la salida de la 39
Barómetro del CIS de octubre de 2010 en Ibíd.
35
crisis exige un liderazgo, un liderazgo político capaz de generar una solución
cooperativa que vaya más allá de medidas parciales y que haga emerger el
interés general. Sin embargo; el Gobierno de Zapatero al principio negó la
existencia de la crisis y mostró una complacencia exagerada en la inmunidad
de la economía española al virus de la misma. Después utilizó eufemismos,
como el definirla como un "periodo de especiales dificultades". Al final practicó
un hiperactivismo de medidas orientadas a proteger intereses de grupos
concretos, pero que no hacen emerger un interés general, no muestran cuál es
la "política" que hay detrás de esas políticas. Esto debilitó la confianza en el
liderazgo de Zapatero40.
José Luís Rodríguez Zapatero no ha sido un líder arrollador o transformador,
más bien ha sido un corredor de fondo de la política que se ha forjado en la
negociación y en la transacción. Desde sus primeros tiempos en puestos
orgánicos del PSOE de León se le adivina como un negociador que establecía
las relaciones con sus seguidores a través de incentivos selectivos o materiales
antes que ideológicos. De hecho, se trata de un líder convencido del socialismo
más por sentimientos personales que por un proyecto político rígido y
racionalizado. Su liderazgo ha sido conciliador, dialogante, y firme y
comprometido moralmente con ciertos valores, además se ha caracterizado por
ser un líder pragmático, responsable, frío y calculador en el ejercicio del poder
para algunos; pero que escucha a sus colaboradores. En su contra ha jugado
una dimensión internacional que nunca ha podido desarrollar y la crisis
económica que le hizo renunciar a su propio programa en un giro político que
no fue aceptado por los ciudadanos. Según Jiménez Díaz y Collado Campaña
se trata de un liderazgo ambivalente, el de un político profesional basado en la
negociación que estuvo condicionado por la incertidumbre económica41.
40
ANTÓN COSTAS, El País 7 de diciembre de 2008. 41
JIMÉNEZ DÍAZ y COLLADO CAMPAÑA (2011) Contexto político y semblanza biográfica de José Luis Rodríguez Zapatero, Espacios Públicos, vol.14, nº31, mayo-agosto 2011, Universidad Autónoma de México.
36
RECAPITULACIÓN
Parece que el escenario político español es una curiosa sucesión de políticos
carismáticos y burocráticos, de Suárez a Calvo-Sotelo, de González a Aznar,
de este a Zapatero, que aunque de carisma bajo ha intentado presentarse
como tal. Suárez a pesar de haber sido socializado en un ambiente
transaccional fue capaz de llevar adelante una gran obra transformadora,
aplicando en todo momento la negociación; pero con el claro objetivo de que
esta iba destinada a la democratización de España. González también pasa a
la historia como un líder modernizador, con un marcado perfil carismático; sin
embargo, cuando los tiempos reclamaron un liderazgo más burocrático no supo
adaptarse, su discurso renovador acabo perdiendo fuerza, también por la
incoherencia en la que le hicieron caer los casos de corrupción que le rodearon
en su ocaso. Aznar es un ejemplo claro de liderazgo burocrático y
transaccional, pero que aspira y reivindica un liderazgo transformacional y
carismático, sus excesos en el poder le hicieron perder su conexión con la
ciudadanía y dañaron su imagen de líder moderado y centrado. Zapatero no
pudo adaptar su liderazgo a la situación de grave crisis económica, por más
esfuerzos que hizo no logró transmitir su programa de reformas que se
percibían como una traición a lo que siempre había defendido el propio líder, al
final su liderazgo resultó ineficaz en un momento tan delicado y crítico como el
actual. Y en esas estamos, no son pocos los que reclaman un liderazgo
transformacional para hacer frente a los retos que se nos plantean, para
concluir hacemos una propuesta del liderazgo que valoramos necesario en
estos momentos.
37
LIDERAZGO PARA LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA
Sin ética no hay liderazgo. La ética es el corazón del liderazgo. (J. Ciulla)
Las encuestas de opinión realizadas periódicamente muestran una creciente
desconfianza de la población hacia los líderes y los partidos políticos, en
España desde finales de 2009 y principios de 2010 se percibe a la clase
política como el tercer problema del país. Esto se debe a un constante y
persistente problema de cercanía e identificación de los gobernantes y
representantes públicos con la ciudadanía. La política se ha ido devaluando ha
medida que avanzaba el siglo XX, por ejemplo, la época de los años sesenta y
setenta fueron importantes en el desenvolvimiento de nuevas ideologías
(ecologismo, pacifismo, feminismo…), cautivando a multitud de jóvenes, pero el
relativo fracaso de reclamaciones demasiado generales y utópicas provocó una
deriva de la política hacia posiciones utilitaristas y oportunistas, basadas en la
maximización de beneficios. Esto ha posibilitado que la democracia de nuestros
días sea presa fácil para la desafección, la desconfianza y el desinterés,
generando un sistema débil abocado a una espiral de cinismo. La calidad de la
democracia esta directamente relacionada con el liderazgo político, las
reflexiones que hemos ido haciendo ponen de manifiesto que los líderes juegan
un papel fundamental en la legitimación del sistema. Vanaclocha ha afirmado
que “el liderazgo político constituye en las democracias una importantísima
fuente de legitimación de sus estructuras de autoridad.”42 Es por esto que todo
aquel que pretenda andar el camino de la muy necesaria recuperación de la
confianza de los ciudadanos en el sistema democrático debe de empezar por la
construcción de un liderazgo democrático y de calidad. En este sentido Ballart y
Ramió han recordado que el liderazgo que no enajena ni desactiva a la
sociedad es visto como un motor de cambio, como un instrumento para inducir
a la acción colectiva, de movilización social para conseguir desarrollo
democrático y progreso social43.
Un liderazgo democrático supone la asunción de valores democráticos, debe
vincularse a una ética pública, al uso de la racionalidad en el debate y en la
aplicación de estrategias adecuadas, donde haya equilibrio entre los fines
deseados y los medios, además de un respeto escrupuloso a la ley, basado en
la responsabilidad y en la eficacia en la aplicación de las políticas públicas. Los
retos que plantea la sociedad actual en sus diferentes ámbitos, en el político
con la complejidad institucional, la desafección y desconfianza, o el deficiente
funcionamiento de los partidos, en lo económico, con una crisis profunda que
revierte en lo social, además de los retos globales… parece una tarea titánica
que sólo puede ser satisfecha desde un liderazgo eficaz que empiece por
42
S. DELGADO (2004) Sobre el concepto y el estudio del liderazgo político. Una propuesta de síntesis, Psicología política, nº29, noviembre 2004. 43
BALLART y RAMIÓ (2000), Ciencia de la Administración, Tirant lo Blanch, Valencia. Pág.138.
38
mitigar los problemas de desafección y legitimidad. Se hace necesario un
ejercicio de comunicación permanente, una nueva democracia requiere de
explicar a la ciudadanía las medidas adoptadas y hacer visibles los procesos
deliberativos. Los líderes deberían estar mejor preparados para resistir los
efectos corruptores del poder, deben de dotarse de una armadura de valores y
de moral44.
Nuestros tiempos demandan un liderazgo transformador; sin embargo, tanto
Zapatero antes como Rajoy ahora están absorbidos en su propia
supervivencia. Nunca en la España democrática ha habido tal desajuste entre
necesidades objetivas y liderazgo disponible, entre demandas de cambio y
renovación y oferta de personalidades dispuestas a canalizar las demandas. La
experiencia demuestra que aquellos presidentes que han contado con una
narración de futuro han impactado al país45. Se hace necesaria la recuperación
del relato, la capacidad de ilusionar, de cohesionar a través del discurso, y de
hacer un permanente ejercicio de comunicación entre líder y seguidores. La
figura del líder debe ser la que haga inteligible la vida democrática, como una
correa de transmisión que dote de sentido a las instituciones y a las políticas.
Para ello es vital volver a dotar al discurso político de valores y de ética, llenarlo
de contenido. Sólo a través de una fluida comunicación, de pedagogía, de
transmisión de ilusión y fe en lo que se hace y de un compromiso con el
mejoramiento de la vida de la comunidad a través de la ética se puede iluminar
nuestro sombrío sistema con la esperanza de un liderazgo renovador. La
recuperación de la política y la democracia como algún día se entendió, si se
quiere el surgimiento de una nueva épica que nos ayude a superar los retos del
presente y del futuro. Barber distinguía entre los líderes que “llegan a pie” y los
que llegan “a lomos de un caballo blanco”, y planteaba sus dudas en torno a los
últimos, desconfía de un liderazgo fuerte como un problema para la democracia
al reducir a los ciudadanos a meros observadores. Un líder que venga a pie,
procedente de la sociedad civil, que se pueda contraponer a la anquilosada
imagen del político actual y que pueda revindicar una nueva forma de hacer
política y una nueva forma de liderar.
44
A. ROBLES EGEA (2009) Élites, liderazgo y democracia. Liderazgo político y calidad de la democracia, en M. SAÚL VARGAS PAREDES (coord.) Liderazgo, políticas públicas y cambio organizacional, Porrúa, Universidad de Quintana Roo, México D.F. pág.61 y ss. 45
J.L. ÁLVAREZ, El País 11 de junio de 2009.
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BILBIOGRAFÍA
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