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Título de la novela - WordPress.com...Takeshi bajaba las escaleras mientras se abrochaba los cordones del pantalón. Tanto el pantalón como la camisa le quedaban grandes así que

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Título de la novela: “Wagamama na Koi” (Amor Egoísta)

Autora: Sora– chan

Revisión y mejoras: Pato-chan, Su Jin y Kami

Aclaraciones: las imágenes que se presentan a lo largo de la historia no me

pertenecen. Son imágenes que han sido recolectadas a través de tumblr.com., aunque las

he modificado levemente. Por favor, si descubres que una de esas imágenes es tuya y

deseas los derechos de autor, no dudes en contactar conmigo.

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Takeshi bajaba las escaleras mientras se abrochaba los cordones del pantalón. Tanto el

pantalón como la camisa le quedaban grandes así que se sentía como un niño pequeño al que le han

prestado la ropa de su hermano mayor. Se remangó las mangas para poder sacar las manos.

– ¿Es que estoy tan delgado a su lado? –Se preguntó al terminar de ajustarse la ropa.

Saltó al suelo desde el último escalón, pero soltó un quejido.

– Oh… mierda… me olvidaba…

Cabreado, fue hasta la cocina: iba dispuesto a investigar toda la casa, pero antes necesitaba

comer algo y tomarse alguna pastilla que aliviase el dolor. Se puso a rebuscar por todos los rincones,

pero, tras largos minutos de intento, no pudo encontrar ni una sola medicina.

– Vamos a solucionar esto…

Cogió el teléfono inalámbrico de la cocina y miró el listín, sólo había cinco números: “Miyagi

móvil; Miyagi oficina; Shouta Móvil; Señora Yoshida y Kotori”.

“¿Kotori? ¿Y esa quién es?”

Después de ver el listado, volvió al que ponía “Miyagi Oficina” y le dio al botón verde. Esperó

unos segundos y una voz femenina descolgó el teléfono al otro lado.

– Secretariado del vicepresidente Miyagi Ryutaro, ¿en qué puedo ayudarle?

Vaya, era la tía pesada que siempre lo miraba mal, aunque tenía que admitir que estaba

buenísima. Takeshi sabía que estaba loca por los huesos de Miyagi y el muy retrasado no se daba

cuenta. Si fuese él, se la tiraba…

Esto sería divertido.

– Buenos días, necesito hablar urgentemente con el señor Miyagi –Exigió con el tono más

masculino y ronco que pudo.

– ¿Podría decirme quién le llama?

– Soy su médico personal.

La secretaria, Saori recordaba que se llamaba, titubeó.

– Pero… discúlpeme, doctor, este es el número de la casa del señor Miyagi…

– Efectivamente, me encuentro aquí mismo con la prometida del señor Miyagi… –Takeshi

respiró hondo y aguantó la risa–. Necesito decirle urgentemente que el test ha dado positivo.

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– ¿Pe-pe-perdone? ¿El… el test?

Takeshi taponó el auricular y dio unos golpetazos sobre la mesa, las lágrimas se escaparon de

sus ojos.

Carraspeó.

– Sí, efectivamente. Miyagi va a ser padre. Necesito comunicárselo urgentemente.

– S…sí…. Es-espere… un momento…

“Jódete, puta envidiosa. Eso te pasa por zorra rastrera. Haciéndole ojitos todo el tiempo a

Miyagi, y moviendo tus caderas como una puerca en celo. Yo me lo tiré ¡Já! Supera eso”.

“Me… me lo tiré… es cierto…”

Inconscientemente regresó a esos momentos: al roce con su piel, a sus besos, sus caricias…

recordó la manera en que había alzado las caderas hacia él, introduciéndose todo su…

– ¿Qué quieres? ¿No se supone que deberías estar en clase? –Su tono de voz parecía

enfadado, muy serio.

– Vaya mierda, ¿cómo sabías que era yo? –Takeshi se sentó sobre la silla, aunque se removió,

incómodo.

– Porque me sale el número de mi casa y eres la única persona posible ya que te dejé

durmiendo en mi cama.

De alguna manera, esa frase le gustó… “te dejé durmiendo en mi cama”.

– ¿No podría ser la señora Yoshiko?

– Sólo viene lunes, miércoles y jueves –Añadió monótono, sin hacerle realmente caso.

– ¿Y Kotori?

Una pausa, una pausa muy desagradable.

– ¿Y eso a qué viene? –Su tono de voz sonó a la defensiva.

– No sé, podría haber sido ella…

– Nunca está en casa –Dijo sin preguntarle ni siquiera cómo sabía el nombre.

– ¿Quién es? –Intentó sonsacarle Takeshi, con tono burlón–. ¿Tu novia? ¿Es una de las dos

que te tiraste?

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– No te interesa.

– Chst… –Takeshi le dio un golpe con el dedo al bote de sal que estaba sobre la mesa, pero

no calculó bien y se esparció sobre el mármol–. Mierda –susurró.

– Bueno, ¿qué querías?

– Ah, eso. Me duele el culo, haz algo.

– Ta-¡Takeshi!

– Oh vamos, dejémonos de delicadezas. Ya lo hemos hecho ¿no?

– Eres… eres un maldito degenerado.

– Habló el decente… te recuerdo que ayer estabas muy caliente…

– ¡Takeshi!

– … mientras me la metías sin parar.

– ¡Dios! Tómate un maldito analgésico, segundo cajón, parte derecha del mueble principal de la

cocina. ¡Adiós!

Miyagi le colgó nada más terminar la frase y Takeshi se partió de risa en la cocina, solo.

– Ay, por dios… este hombre… pff…

Se levantó riendo y fue hasta el cajón a por las pastillas.

– Degenerado dice… en tema de sexo parezco yo más adulto que él…

Encontró la medicina fácilmente ya que no había demasiadas cajas. Una de ellas le llamó la

atención, era un antidepresivo. Cogió la cajita junto con la de los analgésicos y cerró el cajón.

Después de haber llenado un vaso con agua del grifo se sentó en la silla y dejó la cajita de

medicamentos antidepresivos sobre la mesa.

Se tomó el analgésico.

– ¿Tan mal está como para tomarse esta mierda?

Cogió la caja y le dio vueltas con una mano, observándola.

Se preguntó si esas pastillas de verdad harían efecto… “No creo que te quiten la infelicidad

ni la depresión… ¿cómo es posible algo así? Yo no me lo creo”

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Sus pensamientos fueron interrumpidos drásticamente por el sonido del teléfono, del susto la

cajita cayó al suelo y al girarse para recogerla tiró el vaso de agua, el cual se rompió en mil pedazos

nada más tocar el piso.

– ¡Joder!

Descalzo, atravesó con cuidado los cristales. Pero, justo cuando tuvo el teléfono en la mano,

sonó el pitido para dejar el mensaje.

Se escuchó el sonido de alguien respirar al otro lado.

– Hola, Miyagi… –era una voz femenina, joven. Así que descartó a la señora Yoshiko de

inmediato–. Ya sé que no estás en casa, así que te dejo un mensaje… bueno… solo quería decirte que

hace varios meses que no sé nada de ti… ¿Cómo estás? Llámeme en cuanto tengas un momento

libre… tengo noticias… cuídate.

Sonó otro pitido y luego silencio absoluto.

“¿Y esa quién coño era? ¿Podría ser Kotori?”

Se quedó mirando el teléfono durante largos segundos y, sin previo aviso, volvió a sonar. Su

corazón saltó del susto. ¿Debía cogerlo? ¿Podría ser de nuevo Kotori? Miró el número, pero eso no le

servía de nada… no se sabía ninguno. Le tembló el pulgar cuando pulsó el botón verde.

–… ¿Sí?

– ¿Ya te lo tomaste?

– ¿Eh? Ah… sí, sí –Se sintió un poco decepcionado al descubrir tras el teléfono la voz de

Miyagi.

– ¿Qué te pasa?

– Nada, nada –Se quedó en silencio, sin saber qué decir.

– Bueno… –Miyagi decidió dar el primero paso–. Shouta ya no está en casa y… si… si no

vas a comer por ahí…. Puedo llevar algo a casa… y comemos ahí… – ¿El perfecto de Miyagi había

dicho una frase tan incoherente?: “Si no vas a comer por ahí” “Comemos ahí”.

– ¿Co…comer juntos? –La idea le emocionó, pero quiso disimularlo–. Sí, bueno… no puedo ir

a mi casa, si no, mi madre descubriría que me he fugado…

– Sí… me siento algo responsable por ello…

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– Pff, despreocúpate, lo he hecho más veces… además… tengo excusa: me duele todo el

cuerpo.

– De eso… de eso también me siento responsable… no fue mi intención…

– ¡Dios! Tú siempre tomándote las cosas tan en serio… –Takeshi se puso firme–. Miyagi, me

acosté contigo porque me dio la gana… puede… puede que no sea adulto, pero a mí nadie me obliga a

nada, ¿entiendes? Hago lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Así que deja ya de sentirte

responsable de mí, joder. No me trates como a un niño.

– Es-está bien. Vaya, que carácter….

– Deberías aprender… –Dijo, altanero–. Tú eres demasiado débil y poco firme…

Miyagi calló durante unos segundos.

– Sólo… sólo contigo…

Takeshi abrió los ojos desmesuradamente y su corazón le dio un vuelco por completo, haciendo

intención de salirle por la garganta y provocándole principios de infarto. Intentó contestarle

sarcásticamente, defenderse, molestarle, pero las palabras se le quedaron atascadas de la vergüenza

tan grande que sentía.

Sin saber qué hacer, sin saber cómo enfrentar esas palabras, colgó el teléfono.

Puede que estuviese preparado para el tema sexual… pero los sentimientos… en eso era un

auténtico idiota… ¿cómo Miyagi le había podido decir esas palabras tan vergonzosas?

Con el corazón aún latiéndole rápido y fuerte, y las mejillas rojas y ardiendo, salió de la cocina

y fue hasta el cuarto de Miyagi. Se tumbó en la cama deshecha y respiró su esencia. Y, por unos

segundos, en su mente inconsciente, deseó que Miyagi estuviese allí, en esa cama.

Los dos juntos, en pijama, abrazados y dormidos…

Imaginarse esa escena, sin entenderlo, le reconfortó.

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¿Desde cuándo se imaginaba en la cama con otra persona sin sexo de por medio? ¿Desde

cuándo deseaba la compañía de alguien solo por el mero hecho de estar con esa persona?

Con la única persona que había sentido algo parecido era con Hiroki. Pero… no se asemejaba

ni por asomo a ese nuevo sentimiento… la relación con Hiroki era diferente. Aunque le gustaba estar

con él y se divertía, no se sentía nervioso a su lado, no le gustaba verlo todo el tiempo, no disfrutaba

tanto molestarle ni se entretenía soñando con sus labios… ¡ni mucho menos imaginaba dormir a su

lado… en pijama! ¿En pijama? ¿Dormir acurrucados en pijama?

¿Qué significaba todo aquello?

– Miyagi… –Susurró antes de caer dormido sobre su almohada.

________________________________________________________________

Miyagi se quedó con el teléfono en la mano, estupefacto. ¿Takeshi le había colgado? Moviendo

la cabeza siguió con su trabajo. Pero, no podía concentrarse del todo… por mucho que Takeshi hubiese

dicho que era libre de decidir, Miyagi se sentía culpable ante el dolor que le había causado.

Takeshi alardeaba demasiado y, en el fondo, seguía siendo un niño….

“Por Dios, tiene la edad que mi hermano… no puedo imaginarme a Shouta acostándose con un

tío seis años mayor. Iría y me lo cargaría con mis manos…”

Suspiró. ¿Qué estaba haciendo?

Una idea perversa pasó por su mente… era seguro que volverían a acostarse… ¿verdad? De

solo pensarlo, su masculinidad reaccionó. Aunque quedaba con muchas mujeres y las llevaba a hoteles,

nunca llegaba más lejos de besarse, meterse mano y que se la chupasen. Jamás se acostaba con

ellas… sus dos primeras experiencias no habían sido muy gratificantes y desde entonces temía hacer

daño físicamente a los demás…

Pero, Takeshi había alzado sus caderas a posta, ¡había querido que Miyagi lo penetrase!… y

sentirse dentro de él fue tan… tan gratificante. Tuvo que hacer un terrible esfuerzo para no

correrse al momento. Luego había perdido el control, solo quería estar dentro de él, solo quería

metérsela más y más dentro… sentirle muy dentro… sus gemidos, su expresión de dolor, sus gritos y

sus quejidos… todo le gustaba… y luego, la manera en que se contrajo para correrse… la manera en

la que se apretó a él fuertemente… pudiendo sentir cada músculo y cada fibra de su piel...

Luego había quedado exhausto, jadeando bajó sus brazos…

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Dios… le había gustado tanto acostarse con él… tanto…

Pero, decidió que no había sido justo que hubiese sufrido de esa manera, por lo que accedió a

una ventana de incógnito en su ordenador y buscó en google temas relacionados sobre el sexo entre

dos hombres, técnicas, cosas a tener en cuenta… todo lo necesario para acostarse con un chico.

Y… a medida que iba abriendo páginas se iba deprimiendo más.

En todas ponían siempre lo mismo: dilatar la zona, dar masajes, introducir primero los dedos y

esperar a penetrarle con el miembro hasta pasado un buen rato. Según leía Miyagi, lo más importante

era lograr que el pasivo se encontrase relajado y bien lubricado. Insistían mucho en la lubricación y en

la paciencia… también en ir penetrando lentamente.

– Joder, he hecho todo lo contrario a lo que ponen en las páginas… y seguro que Takeshi

tampoco tenía ni idea… Dios mío… ¿se puede hacer esto? –Se preguntó mientras bajaba con el

ratón por una página gay–. Madre de Dios… y ¿esto qué es?

Mientras leía y veía artículos totalmente morbosos y explícitos, alguien tocó a su puerta. Con

la mano temblando cerró corriendo las ventanas. Se sintió tan nervioso como cuando, de adolescente,

veía a escondidas porno en el ordenador de su cuarto y su hermano tocaba la puerta.

– ¿S-sí? Adelante.

Su secretaria entraba con la cara blanca como la leche.

– ¿Saori-san, se encuentra bien?

– Oh sí, sí.

– ¿Necesitabas algo?

– Oh, nada… sólo felicitarle por el embarazo de su prometida. Quizás no sea de mi

incumbencia, pero su médico me lo confesó.

Miyagi movió la cabeza y se colocó la mano en la frente.

– No me lo creo…

– Oh, Dios mío. ¿Era privado, después de todo?

– No, no. Saori-san, no se confunda. El de la llamada no era mi médico, era Takeshi.

La verdad es que, sinceramente, Miyagi agradeció la broma a Takeshi, porque la cara

desencajada de Saori fue digna de ver. Intentó hablar pero tartamudeó en el intento.

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– ¿Ta-Takeshi? –Sonrió–. Oh, Dios mío, que pillo. Takeshi, claro… –Se rio.

– Sí, bueno… ya sabe cómo es él, siento mucho la broma pesada, Saori-san.

– Oh, no se preocupe… vaya susto –Se colocó la mano en el pecho y suspiró.

– ¿Susto?

Se puso nerviosa.

– Bu-bueno, ya sabe, si tuviese un hijo sería algo complicado para usted ya que tiene tanto

trabajo. ¿Lo de… lo de su prometida era broma también?

– Sí, no se crea ni una palabra de lo que diga ese crío –Miyagi se levantó. Ya había hablado

demasiado, se estaba agobiando. Fue hasta la puerta y se la abrió educadamente–. Siento las molestias,

Saori-san. No hay nada que pueda distraerme de mi trabajo.

Saori-san entendió que ya era hora de irse y abandonó la estancia diligentemente.

Cuando cerró la puerta Miyagi se rio.

– Una prometida y embarazada… –Movió la cabeza y volvió a reír–. Tendría que estar loco

para hacer eso…

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Saori salió hecha una furia de la oficina. ¡Una broma de ese engendro miserable! ¡De ese bicho!

– Maldito niñato chulo y engreído, ¿qué se habrá creído? –Susurró mientras se sentaba en su

mesa.

Cuando había oído esas palabras su corazón se había parado durante unos terribles segundos:

¡prometida y embaraza! Y, hasta que Miyagi no lo negó, un odio supremo por esa inexistente mujer se

había apoderado de ella. ¡Deseó la muerte de alguien que no existía!

“Y volvería a desearla”, pensó.

¡No había nadie que pudiese amarlo más que ella! ¡Nadie! Tan sólo ella conocía su perfección…

Lo que no entendía era por qué Miyagi pasaba tanto tiempo con ese niñato.

– Estoy segura de que son obligaciones familiares… –se apartó el pelo seductoramente–.

Dudo mucho que le resulte placentera su compañía.

Sin embargo, aunque se había quedado tranquila, Miyagi ya tenía veinticuatro años… tendría

que ponerse en marcha si no quería que una fulana se lo robase.

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Sonrió.

Nadie podía resistirse a Saori.

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Takeshi abrió los ojos y con los puños se los restregó. Sin pretenderlo se había quedado dormido

casi una hora y media.

– Ng… –Se estiró y salió de la cama.

Su imagen se vio reflejada en el espejo que había frente a la cama. Se acercó hasta él.

– Qué horror… vayas pintas… –Dijo mientras aplastaba su pelo–. Entre la ropa y mi cara

de sueño…

Decidió darse una ducha rápida, se puso de nuevo la ropa de Miyagi y buscó entre los cajones

del baño un cepillo. Por suerte, el Señor Perfecto tenía un paquete de ellos, todos nuevos y limpios.

Como todos tenían el mismo color, decidió ir a la cocina y pegarle con cinta adhesiva un papelito en el

que ponía una “T”.

Después de dejarlo en el vaso al lado del de Miyagi, se puso a investigar.

¿Dónde podría esconder Miyagi sus secretos más oscuros?

Como si fuese un juego, Takeshi fue hasta su cuarto. Rebuscó cajones, armarios, detrás de

muebles, entre las cortinas... sin resultado alguno. Todo estaba meticulosamente ordenado: las camisas,

los zapatos, los calcetines, incluso los calzoncillos. En esa casa no existía el desorden natural, Miyagi lo

llevaba todo al orden extremo.

– No digo que tenga que ser como yo… pero esto ya es pasarse.

Descartó el baño, el cuarto de Shouta y la cocina. Por lo que lo único que le quedaba era… el

salón.

Fue hasta la salita. Allí es donde lo había visto por primera vez, pensó. Recordó cómo se había

ido corriendo esa noche, después de cenar, asustado ante las emociones que se habían adueñado de su

cuerpo.

Y creyendo estar inmune, se había acercado a él, había jugado con fuego…

“Solo contigo”… recordó.

¿Qué significaba aquello? ¿Era débil sólo con él?

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Abrió el primer cajón debajo de la televisión y encontró un álbum de fotos. Al parecer se

sacaban muchas fotos cuando eran pequeños, pues toda la encimera de la sala estaba llena de fotos

enmarcadas en las que se podía ver un Miyagi alegre y feliz. Quizás más serio que otros jóvenes…

pero feliz, al fin y al cabo.

Abrió el álbum. Empezaba con el nacimiento de Miyagi y a Takeshi le entró la risa cuando lo

vio hecho una bola redondita y rosada.

– Pero si eras un bebé gordito…

Siguió pasando las páginas, Miyagi iba creciendo y cambiando. Había muchas fotos con la

madre: una mujer muy guapa con un precioso pelo largo, negro como el azabache. A diferencia de

Miyagi, su madre tenía un rostro más aniñado. Los dos sonreían, aunque Miyagi tenía una expresión

avergonzada cuando su madre lo abrazaba. Parecía como si le estuviese diciendo “mamá, ya soy un

chico, déja ya las baboserías”.

Takeshi también sonrió, porque se vio a sí mismo en esas imágenes cuando se ponía arisco con

su madre si iba a darle un mimo, o cuando se avergonzaba porque lo llamaba “Take-chan”.

“Si al final… no vamos a ser tan diferentes”.

Luego comenzó a aparecer Shouta: un bebé pequeñito y de ojos enormes. En las fotos, Miyagi

sonreía ampliamente mientras lo sostenía en brazos. Tenía tan solo diez años, pero su expresión ya se

veía como un adulto.

Shouta iba creciendo también, y los dos hermanos, junto con su madre, se veían muy unidos.

Lo que se podía decir como “una familia feliz”. El padre aparecía en muy pocas de ellas. Se veía como

un hombre serio, con un rostro duro y que incluso daba miedo. Sólo salía en ciertas fotos familiares, en

las caseras los protagonistas eran siempre Shouta y Miyagi.

Takeshi tuvo que admitir que, viendo las fotos, sintió cierto deseo de tener una relación así

con su futuro hermano…

Se veían tan inocentes y felices…

“¿De verdad vieron como la mataban?”, pensó Takeshi, con un nudo en la garganta. Le daba

miedo tan sólo el pensamiento, la realidad de lo que conllevaban esas palabras…

A medida que Miyagi iba creciendo se volvía más y más serio, pero no tenía esa mirada infeliz

que ahora le caracterizaba.

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“Supongo que… ver lo que vio le volvió de esa manera, tan triste… Pero ¿por qué Shouta

no? ¿Quizás era más pequeño y no le afectó tanto…? ¿Quizás las diferentes personalidades?”. Takeshi

no lograba encontrar una respuesta, así que siguió mirando.

Cuando Miyagi tenía unos diecisiete años, su madre comenzó a aparecer rubia y con el pelo

corto. A Takeshi le sorprendió el cambio y, pocas páginas después, las fotos dejaron de aparecer. No es

que el álbum hubiese acabado, pues aún quedaban muchísimas páginas por delante, simplemente,

parecía como si la vida después de esas últimas fotos hubiese desaparecido.

“Y aquí termina todo”.

Apartó el álbum, dejándolo a su lado, y sacó una carpeta del cajón.

Esperaba encontrar algo más interesante que un álbum de fotos…

Pero, lo que vio dentro le revolvió el estómago: todo estaba lleno de páginas arrancadas de

periódicos, ordenadas cronológicamente.

La primera databa del año 2006. Takeshi hizo cálculos… “yo tendría unos diez años y

Miyagi… diecisiete”.

23 de Febrero de 2006

“Esta madrugada, se ha hallado el cuerpo fallecido de la esposa del empresario Miyagi Wataru,

dueño de “Japan Innovation”, en el salón principal de la mansión familiar. Aún no se ha hablado de

sospechosos. No se ha podido obtener mucha información sobre el suceso pues la mansión está cerrada

a periodistas y hasta ahora, no permiten que los implicados den información. Se rumorea que los hijos

han podido ser testigos del asesinato. Sin embargo, hasta no obtener información precisa, no puede

afirmarse nada. La familia ha tomado precauciones aumentando el nivel de seguridad para proteger a

los niños de posibles amenazas. La comunidad empresarial está impactada ante tal noticia y muchos

comienzan a temer por la vida de sus familiares. La muerte de Miyagi Mimitsu ha sido una desgracia

para amigos y familiares”.

Los artículos siguientes se dan noticias similares, se confirma que los niños fueron testigos

clave del asesinato, pues lo presenciaron y, según la descripción dada, se sospecha de integrantes de

una banda yakuza a la que Miyagi Wataru debía una alta suma de dinero.

La distancia de los días entre noticia y noticia iba aumentando, y cada vez las publicaciones

eran más escuetas y cortas. La última databa de hacía dos años, en la que se cerraba el caso sin

ningún culpable.

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Takeshi, con todas las hojas de periódico esparcidas a su alrededor, leía expectante la última

noticia, palabra por palabra, para ver si descubría algo nuevo. Pero de nada sirvió, se había leído todos

esos papeles para acabar igual que había empezado…

“¿De verdad fue eso lo que pasó? ¿Así? ¿Su muerte fue tan… tan patética? ¿Por qué no se

dice cómo murió? Si Miyagi y Shouta lo vieron, debieron ser capaces de decir cómo la mataron ¿no?

Aunque, quizás… eso sería pasarse de morboso en las noticias públicas…”

Takeshi se sentía mal, una parte de su interior quería saber qué le había pasado por el mero

hecho de descubrirlo, de ser el único externo a la familia en saber la verdad. Quería saber exactamente

qué vieron esos niños…

– Soy un psicópata… –Se dejó caer hacia atrás y acabó acostado sobre la alfombra.

________________________________________________________________

Miyagi se levantó de su asiento. En menos de tres horas había acabado lo que tenía previsto

hacer durante la tarde para poder almorzar con Takeshi. Guardó los papeles en sus cajones privados y

salió de la oficina.

La mayoría de sus empleados ya habían salido a comer juntos, se quedaban tres o cuatro

suplentes, que comerían más tarde.

Fue hasta una de las mesas de sus empleados.

– Hatayama-san, envíe esto urgentemente. Es para Morita-san: no ha realizado el pago del

mes pasado y ya hemos esperado demasiado. Lo quiero ingresado hoy. ¿Entendido?

–Esto… vicepresidente… lo siento mucho –dijo mientras se inclinaba efusivamente–, Morita-

san envió un mensaje ayer… ha dicho que si podríamos esperar al próximo mes… lo siento mucho…

dice que lo tendrá sin falta…

Miyagi respiró hondo. No. Esto ya era pasarse de la raya.

– Envíele un mensaje de mi parte. Si hoy no realiza el ingreso, será embargado y me quedaré

con su empresa.

La cara de su empleado palideció. El pobre hombre era un simple mensajero, y seguro que le

tocaba aguantar el cabreo de ambos.

– Mire, Hatayama-san, sé que usted no tiene nada que ver con esto… pero ese ingreso debe

realizarse, ¿comprende?

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– Sí –se inclinó–. Lo siento mucho –volvió a inclinarse–. Ahora mismo lo envío.

– Otra cosa… le cedo el puesto de gerente durante la tarde, ya que no podré asistir por

problemas personales –confesó Miyagi un tanto nervioso. Era la primera tarde que no asistiría al

trabajo...

– ¿Dis…culpe?

– ¿Necesita alguna razón? –Preguntó Miyagi cabreado.

– Oh, perdone, vicepresidente. Siento mi impertinencia –se inclinó. Miyagi estaba ya hartándose

de sus inclinaciones–. Será un placer ser el gerente durante la tarde.

– Muy bien. Hasta mañana.

Miyagi se dio la vuelta mientras Hatayama pronunciaba un tímido “hasta mañana” casi

inaudible.

Apoyado en la pared del ascensor veía los números disminuir.

– Maldito lento ascensor… –Dijo casi escupiendo, con el pie golpeteando el suelo.

Ya en la entrada se colocó su abrigo oscuro y salió de la sucursal con una sonrisa.

Era la primera vez que salía del trabajo casi al borde de la felicidad.

Takeshi le esperaba en casa.

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