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Título: La república en Hispanoamérica y sus momentos maquiavelianos: historia y actualidad político conceptual de los republicanismos. Autora: Gabriela Rodríguez Rial (UBA-IIGG/CONICET) [email protected] Área: Teoría Política Mesa: El momento maquiaveliano Trabajo preparado para su presentación en el 9º Congreso Latinoamericano de Ciencia Política, organizado por la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP). Montevideo, 26 al 28 de julio de 2017.”

Título: La república en Hispanoamérica y sus momentos

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Título: La república en Hispanoamérica y sus momentos maquiavelianos: historia y

actualidad político conceptual de los republicanismos.

Autora: Gabriela Rodríguez Rial (UBA-IIGG/CONICET) [email protected]

Área: Teoría Política

Mesa: El momento maquiaveliano

“Trabajo preparado para su presentación en el 9º Congreso Latinoamericano de Ciencia

Política, organizado por la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP).

Montevideo, 26 al 28 de julio de 2017.”

Resumen

Esta ponencia debate la pertinencia del “momento maquiaveliano” para analizar la república

como forma política y a la tradición republicana en América Latina. La pregunta que articula

esta presentación es la siguiente: ¿por qué, a pesar del aporte pionero de la compilación de

José Antonio Aguilar Rivera y Rafael Rojas, El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayos

de historia intelectual y política (2002), la interpretación de la historia y el presente del

republicanismo latinoamericano en clave de “momentos maquiavelianos” ha quedado

trunca?

Para abordar este interrogante se propone un argumento en tres etapas.

Primero, se revisan las recepciones de “el momento maquiaveliano” como concepto y

herramienta heurística tanto por los neo-republicanos anglosajones como por los teóricos

políticos e historiadores que se ocupan del republicanismo en América Latina.

Segundo, a partir de algunas interpretaciones del uso de la república en los discursos de las

elites políticas argentinas y mexicanas de la primera parte del siglo XIX, se identifica el

impacto del republicanismo en la formación de las identidades políticas de estos dos países

en particular y de América Latina en general. Tercero, se concluye explicando por qué los

sentidos de la república y del republicanismo forman parte del andamiaje conceptual con que

la Ciencia Política analiza la realidad política contemporánea.

1. El giro maquiaveliano en el estudio de los republicanismos hispanoaméricanos

Esta ponencia debate la pertinencia del “momento maquiaveliano” para analizar la república

como forma política y a la tradición republicana en América Latina. Como veremos a

continuación, si bien la Historiografía y la Filosofía Política han receptado críticamente el

legado del debate neorepublicano e identificado las potencialidades y dificultades del

“momento maquiaveliano” como categoría analítica, la Ciencia y la Teoría Política, salvo

contadas excepciones, han quedado al margen de esta problematización. Pero ni en la Historia

de los lenguajes e instituciones políticas en América Latina ni en el análisis político

(conceptual y empírico) de los procesos contemporáneos ha habido un trabajo sistemático

que permita determinar la relación política-conceptual de los republicanismos

latinoamericanos y de las democracias contemporáneas con el “momento maquiaveliano”.

La paradoja es que esta situación sucede en un contexto dónde cada vez que se menciona los

sentidos y usos de “república” como concepto y forma política siempre se cita el clásico texto

de Pocock.

Nuestra hipótesis es que antes de descartar “el momento maquiaveliano” como une aporte al

estudio de la política y de los conceptos políticos ya sea por sus inconsistencias propias (ver

apartado 3.1) o por haber sido formulado en un contexto muy diferente (temporal, geográfica

e institucionalmente hablando) del que se busca abordar, es necesario comprender mejor su

naturaleza: ¿se trata de un concepto históricamente situado, de una categoría analítica

transhistórica o de una herramienta heurística?

La pregunta que articula esta presentación es la siguiente: ¿por qué, a pesar del aporte pionero

de la compilación de José Antonio Aguilar Rivera y Rafael Rojas, El republicanismo en

Hispanoamérica. Ensayos de historia intelectual y política (2002), la interpretación de la

historia y el presente del republicanismo latinoamericano en clave de “momentos

maquiavelianos” ha quedado trunca? Para responder este interrogante hemos estructurado

esta intervención en tres apartados, además de esta introducción. Primero, se presentan los

argumentos centrales del debate neo-republicano y su recepción en América Latina. Segundo

se identifican algunos de los abordajes de “el momento maquiaveliano” por parte teóricos

políticos e historiadores que se ocupan del republicanismo y propone explorar los lenguajes

e instituciones decimonónicas en México y Argentina sin descartar esta herramienta

heurística, tomando como punto de partida algunos ejemplos. Tercero, se concluye

explicando por qué los sentidos de la república y del republicanismo forman parte del

andamiaje conceptual con que la Ciencia Política analiza la realidad política contemporánea.

2. El debate republicano y sus recepciones latinoamericanas

El neo-republicanismo o republicanismo contemporáneo identifica a un conjunto de filósofos

políticos e historiadores de las ideas políticas que recuperaron la centralidad de la tradición

republicana tanto en el estudio de los procesos políticos pasados y presentes como en la

interpretación del pensamiento político moderno.

Primero, los neo-republicanos renovaron el corpus del pensamiento político, antiguo y

moderno para conceptualizar a la república como forma política y las virtudes ciudadanas

que dicha forma de organización exige. Tradicionalmente, mientras que la democracia es

vista por los filósofos políticos antiguos como una forma corrupta o desviada, la república,

tanto en Platón como en Aristóteles, a pesar de sus diferencias, es valorada como una

“urpoliteia”, es decir aquel ideal político al que toda buena comunidad debería avenirse. Si

bien Pocock (2003:67-84), sigue manteniendo una clave aristotélica para entender al

ciudadano virtuoso, moderado en el ejercicio de sus pasiones, y que prefiere moderar su

impulso posesivo individual para que los bienes se distribuyan de manera no tan desigual

entre las partes de su sociedad, lo que distingue al abordaje neo-republicano es su neo-

romanismo. Los teóricos políticos republicanos contemporáneos recuperan la centralidad que

se da a Roma y a los pensadores políticos romanos (especialmente a Cicerón, y en menor

medida al griego romanizado, Polibio) en el debate que se da al fin de la Edad Media y al

principio del renacimiento para comprender a esas formas políticas que aparecían como

alternativa a los decadentes (en términos cronológicos porque empezaban a entrar en crisis)

imperios y reinos feudales y los Estados modernos en nacimiento: las ciudades estado-

italianas. Para comprender este fenómeno, y para entender cómo algunos de los ideales

fundantes del civismo republicano impactaron en las guerras civiles y religiosas inglesas de

los siglos XVI y XVII y el surgimiento de la república moderna de los Estado Unidos de

Norte América, había que mirar menos al demos griego y sus filósofos insatisfechos que a la

res publica romana, sus instituciones y los pensadores políticos ciceronianos y

neociceronianos (renacentistas) que buscaban la concordia en la discordia (bueno esto es lo

que hizo Maquiavelo, los demás buscaban transformar el conflicto en armonía) y recuperar

su virtud cívica.

El haber recuperado la república y sus valores en clave neo-romana es uno de los ejes de esta

corriente teórico política republicana y en este campo los aportes más singulares fueron

realizados por Skinner (2005). Este autor reconoce a la tradición republicana como un

momento sustancial de la modernidad política, destronando al liberalismo pero sobre todo al

absolutismo político hobessiano (origen no liberal de la libertad entendida como no

interferencia) como instancia fundante del pensamiento político moderno. Skinner (2003) no

niega que Hobbes sea un padre fundador de la modernidad política, pero afirma que hay otra

modernidad política que le disputa al hobbesianismo el poder de prerrogativa. En ese mundo,

donde James Harrington con su Oceana será un paradigma, algo anacrónico pero republicano

de pura cepa, Maquiavelo opera de manera problemática. El autor de Vision of Politics ve en

Maquiavelo una figura ambivalente que permite la reivindicación del republicanismo y la

defensa de virtù principesca, la mirada anclada en el pasado romano y realismo moderno, el

moralismo político con la pretensión científica. Algunos neo-republicanos, en especial

Pocock (2003), usan a Maquiavelo para fundamentar una de las herramientas conceptuales

que revolucionó la Teoría Política como el “momento maquiaveliano”. Se puede definir

como maquiaveliano al momento conceptual en el cual las nociones claves del pensamiento

de Nicolás Maquiavelo (fortuna/virtud, liderazgo/institucionalidad/

innovación/consolidación, elitismo/populismo) se ponen en tensión y dan cuenta de una

articulación original. Esto puede suceder tanto en la propia obra de Maquiavelo como en

quienes se sirven de él para pensar en otras coyunturas políticas. Otros como Viroli (2001)

se sirven del “il Macchia”, para demostrar el amor a la patria es el fundamento de toda

república y su cívica virtud. Y finalmente Pettit (2002: 100-1), encuentra en Maquiavelo el

camino para que Locke, con el que el florentino comparte incluso citas de Tito Livio, deje de

ser el padre fundador del liberalismo o del individualismo posesivo y lo sea del

constitucionalismo moderno, encarnación moderna del ideal republicano del gobierno de la

ley. Pero también este Locke es el padre teórico (prácticamente lo serán los estadounidenses)

de la república moderna como forma teológico política que concilia las equilibradas

instituciones romanas y la igualdad y racionalidad atenienses con la fe en Dios y el destino

providencial de pueblo elegido. Al fin y al cabo, gracias a Locke, los virtuosos ciudadanos

también pueden ser buenos y tolerantes cristianos, en la medida de lo necesario.

Segundo, otro de los principales aportes de los neo-republicanos es la re-conceptualización

de la libertad. Nuevamente Skinner en “The idea of negative liberty; philosophical and

historical perspectives” (Skinner, 1984) muestra que la libertad republicana, que también es

moderna, no puede subsumirse en esa dicotomía sino que es una amalgama de los derechos

individuales con la pertenencia a una comunidad política que hace posible el ejercicio de la

libertad personal (1984: 193-4).

Skinner (1984: 215) no busca separar la libertad republicana de la liberal sino demostrar que

son parte de un mismo giro histórico político y que su comprensión no radica en apelar a

distinciones de tipo lógico, sino a observar cómo se fue dando el proceso histórico. Fue un

éxito “hobbesiano” haber logrado instalar la idea de la libertad moderna como sinónimo de

la no interferencia. Pero este hecho no debe obturar otra verdad factual: si el republicanismo

no hubiese entendido la libertad como la autonomía de las comunidades políticas respecto de

la constricción de otras, y del pueblo respecto de las ambiciones de dominación de los grupos

dirigentes (Skinner, 1984: 205-9, 217-19), no hubiese surgido el concepto moderno liberal

de derechos inalienables de los individuos.

Para Pettit (2002) en Republicanism. A Theory of Freedom and Government la libertad como

no dominación se distingue de la libertad como no interferencia liberal, pero también de la

libertad populista que supone la concepción democrática del autogobierno (Pettit, 2002:11).

A partir la identificación de estas tres tradiciones, liberal, republicana y democrática (o

populista), se puede reconocer tres formas de libertad, aunque a lo largo del libro Pettit sólo

se ocupe mayormente (en términos históricos y filosóficos, no políticos) de las dos negativas,

la republicana y la liberal.

Tercero, todos los neo-republicanos, incluso Pocock que es el menos explícito al respecto,

están pensando hasta qué punto sus planteos pueden servir para mejorar el desempeño de

nuestras democracias contemporáneas. La reforma de la política existente es, entonces, el

otro eje del nuevo republicanismo. Viroli (2001:169) cree que si no puede revivirse el viejo

patriotismo (no lo idealiza pero lo separa más tajantemente del nacionalismo que otros

autores) el patriotismo constitucional habermasiano es un buen camino para alcanzar la virtud

cívica. Pettit (2002:230-240, 2012: 5-9), por su parte, propone una serie de mecanismos

institucionales que pueden ayudar a que las democracias o poliarquías contemporáneas estén

más próximas, o logren en sus condiciones reales de existencia, cumplir con la expectativa

republicana de la no dominación. Todos ellos se caracterizan por expresar un contra-balance

al poder de las mayorías. Por ello, suelen preferir instituciones no representativas (poderes

judiciales, comités especializados, burocracias profesionales) a aquellas que son elegidas por

los ciudadanos y ciudadanas. La propuesta implica reforzar, por un lado, los mecanismos

existentes en los estados democráticos con constituciones liberales, es decir basadas en los

principios del Estado de Derecho y particularmente en el modelo federalista. Por el otro, la

propuesta de Pettit implica una innovación institucional que supone incorporar comités de

expertos que evalúen los procesos partidarios de selección de candidatos, jueces y burócratas

que puedan sancionar la conducta arbitraria de los funcionarios electivos, en caso menos

resonantes pero igualmente graves en términos de corrupción de “la virtud republicana” de

aquellos que hoy son objetos de juicio político.

En América Latina el neo-republicanismo ha impactado en dos planos: en el debate teórico

político, tanto la Filosofía Política como en una línea más politológica, y en la renovación de

la Historia Política, particularmente la del siglo XIX. Lamentablemente salvo en pocas y

reconocibles excepciones como Elías Palti (2002) o Israel Arroyo (2011, 2016) en la Historia

y Sergio Ortiz Leroux (2014) en la Filosofía Política, no suelen combinarse argumentos

teórico-políticos e históricos en el análisis de la república en América Latina o la defensa del

republicanismo como una alternativa política viable para esta región

Dos claros aportes al debate republicano en clave filosófico-política y con un claro

compromiso normativo son trabajos de Sergio Ortiz Leroux, En Defensa de la República.

Lecciones de la Teoría Política republicana (2014) y Virtudes Públicas (2016) de Andrés

Rosler. Ambos combinan una decisión valorativa de reivindicar el republicanismo (incluso

en el trabajo de Rosler se propone un test para determinar cuán republicanos son los lectores)

con la recuperación y sistematización de autores clásicos del pensamiento político

republicano antiguo y moderno, aunque el filósofo político argentino se queda con los

clásicos en el sentido más tradicional del término (Rosler, 2016:5-6). La diferencia más

distintiva entre ambos es que mientras Rosler trabaja con los valores republicanos a partir de

su puesta en acción por referentes del pensamiento político, Leroux (2014: 51) identifica

corrientes dentro del republicanismo (oligárquico-pluralista, oligárquico-comunitaria,

democrática pluralista, democrática comunitaria) y desde allí interpela a los autores. Dos de

los mayores hallazgos del recorrido conceptual por los valores republicanos de Rosler son el

tratamiento de la noción republicana de ley como diferente de la liberal en el capítulo 4 y su

abordaje del “cesarismo”. Si bien este último es posicionado como el contrario-asimétrico de

la virtud republicana, lo cual desde una perspectiva maquiaveliana puede resultar un tanto

maniqueo, se realiza una afirmación que no debería ser soslayada para comprender el

presente de muchas democracias: […] de tal manera que el anonimato de las corporaciones

y/o burócratas puede ser mucho más dañino que no pocos déspotas” (Rosler 2016: 258).

Si bien en el caso de La Defensa de la República (2014: 167-198) es más ostensible el interés

por analizar un problema político contemporáneo (la crisis del Estado mexicano) en clave

histórica y filosófica, también Virtudes Públicas, busca en la línea del debate neo-republicano

anglosajón, republicanizar, en el sentido de mejorar, las democracias contemporáneas.

Quizás la única crítica que puede hacerse a ambos trabajos es el no haber leído la tradición

republicana a contraluz, es decir, ver cómo incluso en autores que no pertenecen al canon

republicano se permean problemas y conceptos políticos propios de esta matriz como por

ejemplo lo hacen Cecilia Abdo Férez y Diego Fernández Peychaux con Spinoza y Hobbes,

el archienemigo del republicanismo según Rosler (2015: 23). En pos de buscar coherencia se

puede hacer de clásicos del republicanismo más republicanos de lo que eran (el caso de

Jefferson es emblemático, pero con Aristóteles y Cicerón sucede lo mismo) y olvidar hasta

qué punto el concepto de república, en sus usos e implicancias político-institucionales,

excede los valores republicanos, entendidos estos en un sentido amplio o restringido.

El más acabado ejemplo de cómo el debate republicano afecta los conceptos y categorías de

la Ciencia Política y el modo en que desde esta disciplina se abordan los problemas políticos

contemporáneos es la obra de Guillermo O’Donnnel que abordamos en el apartado 4. Sin

embargo no podemos dejar de mencionar otros aportes como los trabajos de Hugo Quiroga

(2010), Julio Pinto (2015) y la producción del grupo de investigación que dirijo y que

participa de este panel, para el caso argentino. En el caso mexicano, un brillante aporte que

combina la Historia Política con la Historia de las Ideas Políticas en perspectiva politológica

es el ya mencionado libro de José Antonio Aguilar y Rafael Rojas, El republicanismo en

Hispanoamérica. Algunos de sus aportes serán trabajados más en detalle en el apartado 3,

dedicado al momento maquiaveliano.

La mejor síntesis acerca de cómo el concepto de república revolucionó la agenda

historiográfica reciente que aborda el siglo XIX es el texto de Israel Arroyo: “El viraje

republicano: la nueva agenda hispanoamericana” (2016). Allí se demuestra, a partir de un

recorrido sobre los aportes historiográficos sobre el siglo XIX latinoamericano que

contemplan a los argentinos Elías Palti (2007), Marcela Ternavasio (2011), los mexicanos

Alfredo Ávila (2004), Alicia Salmerón y Fausta Gantús (2014), el cubano Rafael Rojas

(2009), el chileno Valenzuela (1997), el peruano Aljovín de Lozada (2000) entre otros y

otras, la importancia de la república en el proceso de institucionalización de los Estados

nación en este subcontinente.

3. ¿Qué es “momento maquiaveliano”?

El “momento maquiaveliano” es clave para comprender y abordar al republicanismo en tres

dimensiones presentes en cualquier definición que se le quiera dar.

a. El republicanismo es una filosofía política con pretensiones de transhistoricidad

sustentada en una idea de república casi inmutable;

b. El republicanismo es una tradición política con la cual un conjunto de actores se

identifican y modifican en cada vez que se lo invoca en los procesos políticos

c. El republicanismo es un lenguaje político, que por inconsistente, y hasta a veces

incoherente que sea, tiene no solamente una retórica propia que se adecua a procesos

enunciativos determinados sino también un conjunto de motivos temáticos que lo

caracterizan1

1 Sobre el carácter no articulado de los lenguajes políticos y el destacar antes sus aspectos retóricos e enunciativos que semánticos ver Palti (2002:194-5 )

Por esta pluralidad de acepciones que alberga cualquier definición del republicanismo, por

el impacto del tiempo histórico en cada una de ellas, de aquí en adelante preferimos emplear

el plural y no el singular cuando sumemos el moderno sufijo “ismo” al vocablo república2.

El libro The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and the Atlantic

Republican Tradition impactó en las tres disciplinas, que según Pocock (1989: 104), en

Language, and Time. Essays of Political Thought se ocupan del pensamiento político: la

filosofía, la historia y la ciencia políticas.

En el caso de la filosofía política, que busca en autores del pasado afirmaciones que sean

válidas para comprender la política en todo lugar y tiempo, el “momento maquiaveliano”

permitió mirar a una tradición de pensamiento de la temprana modernidad que resultaba

elusiva. No puede decirse que Maquiavelo haya sido un olvidado de la filosofía política, pero

su relación con el humanismo cívico había quedado opacada por su rol de fundador del

realismo político moderno.

En la historia política desde el “momento maquiaveliano” las revoluciones atlánticas no

pudieron interpretarse exclusivamente bajo el paradigma whig del avance progresivo del

liberalismo. Si luego, como acertadamente señalan Rodger (1992) y Palti (2002: 192) esto

conllevó a transformar al republicanismo en la única matriz explicativa de dichos procesos

políticos no parece justo imputarle la exclusiva responsabilidad de este hecho al libro de

Pocock.

En la Ciencia Política, “el momento maquiaveliano” puede describir, a partir de la

comprensión de los lenguajes políticos que se ponen en juego, cómo surgen, se desarrollan y

colapsan determinados regímenes políticos.

Pero: ¿qué es el “momento maquiaveliano”? Claramente no remite a una etapa específica de

la historia porque tanto en el humanismo cívico como en las revoluciones atlánticas de

Inglaterra y Estados Unidos se producen “momentos maquiavelianos”. Tampoco puede

decirse que el “momento maquiaveliano” es un concepto porque su significado no depende

del contexto en que se emplea. El “momento maquiaveliano” puede viajar a otros ámbitos

2 Para Koselleck (1993: 324) si bien la república es un concepto muy antiguo, el republicanismo es claramente moderno porque incorpora el sufijo que implica movimiento hacia o transición, típica de ese tiempo histórico.

geográficos y temporales diferentes a los cuales lo inspiraron (los conceptos también pueden

hacerlo pero su sentido se afecta) y que apunta a relaciones conceptuales, que en tanto

estructurales, persisten en el tiempo. Es decir, si bien los sentidos de la “fortuna” y la “virtud”

o de los “liderazgos y las instituciones” no son idénticos ni en el humanismo cívico ni en el

debate constitucional en la fundación de los Estados Unidos ni tampoco a lo largo de la prosa

del propio Maquiavelo, lo que persiste es el vínculo conceptual que opone, pero no

necesariamente antagoniza, a ambos términos. Ciertamente en las instancias de mayor

tensión en la lucha política, esta oposición se puede volver asimétrica (la valoración positiva

de uno de los términos de la díada transforma en anatema al otro3), y en otras circunstancias,

sin desaparecer la tensión (como en el caso de liderazgo e institución en Maquiavelo y

Hamilton) la antinomia en una convergencia.

Entonces, el “momento maquiaveliano” no es un concepto cuya semántica sigue adherida a

los contextos en los que fue empleado, ni una idea que pretende moldear el mundo a su

imagen y semejanza, ni una categoría con pretensiones de inmutabilidad. El “momento

maquiaveliano” es, o en todo caso puede funcionar de este modo, sea o no la pretensión

original de Pocock, una herramienta heurística para analizar las relaciones entre conceptos

políticos cuando, ahora sí como dice su creador, el orden político, o más precisamente la

república: “se ve confrontada a su propia finitud temporal, como intentándose mantenerse

moral y políticamente estable en un flujo de acontecimientos irracionales concebidos como

esencialmente destructivos de todo sistema de estabilidad secular” (Pocock, 2003: VIII).

Es “momento maquiaveliano” es una manera de conceptualizar el tiempo, en una

cosmovisión de sentido, donde la legitimidad se ha vuelto contingente. Por ello, como los

lenguajes republicanos que emplean los modernos, no implica un intento infructuoso de

restaurar el pasado, sino la decisión de abordar por no decir abrazar, con palabras y acciones

(inspirada en ese maestro de la contingencia política que fue Maquiavelo) un presente que

siempre nos resulta esquivo.

Cometiendo la herejía, ya en el análisis de los lenguajes políticos de la escuela de Cambridge

parece que la semántica conceptual de Koselleck no existe, nos hemos servido del

vocabulario y la metodología de la Historia de los Conceptos para definir una herramienta

3 Koselleck (1993:205-7).

heurística desarrollada en el seno del neo-republicanismo anglosajón. Por ello, sostenemos

que el “momento maquiaveliano” puede ser empleado como una herramienta heurística

similar al momento conceptual tal y como este es definido por Capellán de Miguel

(2011:115)

Así cuando nos referimos a un momento conceptual de un concepto X (por ejemplo ´el

momento sociológico de la opinión pública´) estamos postulando un tipo ideal que nos permite

comprender con más claridad un material empírico complejo al que asignamos perfiles

definidos en la comparación con otras circunstancias anteriores o posteriores a la misma

serie.(...) En principio, parece que el momento conceptual define la clase de todos los

momentos conceptuales que como herramientas hermenéuticas que se utilizarán en la historia

de los conceptos.” (Capellán de Miguel, 2011:115).

3.1. Limitaciones y alcances del momento maquiaveliano como herramienta heurística

El “momento maquiaveliano” ha recibido tres tipos de críticas que deben tenerse en cuenta a

la hora de plantearse la posibilidad de aplicarlo a contextos distintos para los cuales fue

pensado, el humanismo cívico y las revoluciones atlánticas de Inglaterra y EEUU entre 1648-

1787.

Primero, desde la Filosofía y la Teoría Política se ha responsabilizado al “momento

maquiaveliano” de Pocock de haber empobrecido la riqueza del abordaje de lo político de

Nicolás Maquiavelo encorcetándolo en un republicanismo oscilante entre la fortuna y la virtù

de los líderes y las virtudes ciudadanas y las instituciones moderadoras del conflicto político.

En el apartado 2.1 se constata cómo, para McCormick, esta interpretación obtura la

comprensión de la importancia que tiene lo popular en las instituciones y en la política

maquiaveliana. Sin embargo hay una crítica aún más radical. Si bien la misma no apunta

exclusivamente a Pocock sino a todo el neorepublicanismo, Corina Yturbe (2016) evidencia

cómo una interpretación moralizante y retórica de Maquiavelo de matriz republicana eclipsó

sus aspectos más políticos: proponer una filosofía concreta basada en los hombres reales que

deben fundar regímenes políticos

Segundo, “el momento maquiaveliano” es calificado como una herramienta demasiado

abstracta. Para esta interpretación, “el momento maquiaveliano” pivotea en la oposición

platónica entre una mophe, representada por la virtù, y una materia, encarnada en la fortuna

(Palti 2002: 205). Este formalismo idealista lo transforma en paradigma que de tan abstracto

resulta insuficiente como para abordar la singularidad de los lenguajes que se ponen en juego

en los procesos políticos.

Tercero, la aplicación del “momento maquiaveliano” al contexto de la fundación de los

Estados Unidos ha resultado en la lectura maniquea que opone a dos padres fundadores.

Hamilton, el republicano moderno, atlantista, centralista, enamorado del despotismo

presidencial a pesar de su mentado institucionalismo por ser un federalista cabal, se

contrapone a Jefferson, republicano antiguo en sus gustos y placeres, defensor de un

expansionismo continental, protector de la autonomía de los estados, epítome de las pequeñas

repúblicas, crítico de los reyes-presidentes. A partir de esta dicotomía, pude afirmarse que el

autor de la Declaración de la Indepedencia, fuertemente inspirada en la prosa del autor de El

segundo Tratado del gobierno Civil fue esclavista porque estaba demasiado arraigada en él

una concepción republicana de la igualdad. A primera vista puede parecer que se trata de un

argumento plausible históricamente y filosóficamente: en las repúblicas antiguas había

esclavos y la igualdad republicana no supone la homogeneidad. Pero Jefferson era lo

suficientemente moderno como para saber que el capitalismo necesitaba esclavos por otros

motivos que la economía antigua y que la igualdad entre los hombres, era un derecho natural.

A su vez, uno de los supuestos normativos de todas filosofía política republicana

contemporánea es la libertad como no dominación que se opone categóricamente a todo tipo

de esclavitud. De esta manera, aunque se sustituya la lectura liberal de la revolución

estadounidense por la republicana dentro del republicanismo se opone una vertiente liberal

modernizante a una clásica.

Ahora bien, se ha responsabilizado total o parcialmente al “momento maquiaveliano” de

haber transformado al “republicanismo” en un concepto que todo lo abarca, en una tradición

política que atraviesa toda coyuntura política (todas lo hacen pero no resultan indemnes de

ese viaje en el tiempo), en un lenguaje político tan abstracto que transformó en una idea

inmutable. Ciertamente, a pesar del título del muy buen artículo de Rodgers (1992),

“Republicanism, carreer of a concept”, que discute los orígenes ideológicos de la revolución

estadounidense, el republicanismo no es un concepto. La república sí lo es, porque, si bien

tiene un origen antiguo, se reactualiza en la modernidad y sus sentidos no sólo fueron

mutando si no que se acumulan como capas geológicas, haciéndola cada vez más una noción

plurívoca4. La república es, ante todo, una forma de Estado, que devela su dimensión

transhistórica y contingente toda vez que se funda un orden político, sobre todo en una vez

que se rompe con las certezas del orden teológico político. Por ello, aunque consideramos

que es un riesgo transformar al republicanismo en la clave de bóveda para interpretar todo lo

que sucede en la historia y la teoría políticas después del Renacimiento, no es por su

anacronismo pre-moderno. Hay republicanismos plurales, en la antigüedad clásica como en

la modernidad temprana. Tampoco es cierto que la modernidad política sea sinónimo

absoluto de la cosmovisión liberal de sentido, salvo que se adopte una perspectiva más acorde

con la metafísica epocal de un filósofo político que con la preocupación histórica e

historiográfica por la singularidad de las temporalidades.

En síntesis, las limitaciones teóricas e históricas de la herramienta heurística “momento

maquiaveliano” no pueden adjudicarse solamente a problemas intrínsecos de la misma sino

también a los modos en que fue empleada en los análisis de casos específicos. La limitación

relativa a la abstracción puede ser saldada si se establece claramente que no estamos tratando

con un concepto históricamente situado sino con un instrumento analítico que permite

visualizar la estructura de las relaciones entre los conceptos, aunque el sentido de estos

últimos sea históricamente contingente.

En un trabajo reciente (Rodríguez Rial, 2016) hemos demostrado cómo es posible plantear

tanto una narrativa histórica como una lectura teórico política diferentes de la de Pocock

sobre la fundación de los Estados Unidos. Por ello, propusimos una historia de este proceso

político más centrada en la lucha de partidos y facciones que en la oposición liberalismo

modernizante y un republicanismo clásicamente antiguo. Complementariamente se

abordaron los tópicos republicanos del lenguaje político del que se apropian tanto Jefferson

como Hamilton sin contrastar un republicanismo de las virtudes cívicas o un republicanismo

de la virtù de los liderazgos. Este análisis se hizo apropiándose del “momento

maquiaveliano” como una herramienta heurística que permite abordar semánticas

predominates, relaciones conceptuales y contextos de enunciación. Pero se llegó a una

4 Este es el rasgo distintivo de los conceptos respecto de las palabras según Koselleck (1993: 151)

conclusión muy distinta de la de Pocock cuando se ocupó esta revolución atlántica. No es

que Jefferson y Hamilton encarnan cada uno de los polos que estructuran la relación

conceptual del momento maquiaveliano sino que sus respectivas apropiaciones del lenguaje

político republicano están habitadas por la tensión entre virtud/fortuna,

liderazgo/instituciones, innovación/consolidación, elitismo/populismo.

3.2. ¿Hubo un momento maquiaveliano en la formación de las repúblicas argentina

(1830-53) y mexicana (1824-55)?

Como acertadamente señala José Antonio Aguilar Rivera (2002:62) la reinterpretación desde

el prisma del neo-republicanismo de Pocock de revoluciones que produjeron la emancipación

política de América Latina en el siglo XIX y de los procesos constitucionales que muchas de

ellas desencadenaron, es una cuenta pendiente para la Teoría Política y la Historia del

pensamiento político latinoamericano. Este hecho se puede adjudicar a tres motivos.

Primero, ha sido difícil, pero no imposible porque el propio Aguilar Rivera (2002: 74-75) lo

ha hecho en el caso del peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre (1773-1841), identificar en los

padres fundadores de la política y el pensamiento político latinoamericano referencias a

Nicolás Maquiavelo que den cuenta de su republicanismo y eludan la interpretación

“maquiavélica” predominante en el mundo hispánico.

Segundo, durante siglos, por lo menos desde principios del siglo XIX hasta los aportes

historiográficos que comenzaron en la década de 19705 las ideas y los procesos políticos

latinoamericanos eran leídos como la permanente oposición entre fuerzas progresistas

(liberales, sobre todo, pero también socialistas, y más tardes socialdemócratas) y

conservadoras (realistas, ultramontanos, bárbaros. y más tarde nacionalistas) . El hecho de

que ninguna se impusiera cabalmente sobre la otra, explicaba el carácter híbrido de las ideas

y de las instituciones latinoamericanas, y su fracaso en términos de estabilidad política. Este

tipo de narrativa no sólo se observa entre los pensadores y actores políticos del siglo XIX

5 Además de mencionar un hoy clásico como Francois Xavier Guerra (1985), que salvo los filósofos y teóricos políticos que abordan el siglo XIX latinoamericano es un desconocido por los politólogos, se recomienda el libro de Catherine Andrews (2017) De Cádiz a Querétaro. Historiografía y bibliografía del constitucionalismo mexicano que hace un buen resumen de las interpretaciones clásicas (liberales vs conservadores) y de los nuevos aportes historiográficos. Aunque se centre en México, se pueden observar las mismas tendencias en otros procesos, por ejemplo el de América del Sur.

que protagonizaban la historia que contaban, como Lucas Alamán en México o Bartolomé

Mitre en Argentina. Incluso en el siglo XX quienes querían superar estas antinomias como

Joaquín V. González con una república democrática, liberal, pero también positivista y social

o Reyes Heroles con el liberalismo nacional mexicano pos-revolucionario (Andrews 2017:)

abonan a este “relato” protagonizado por el liberalismo secular pero idealista y el

conservadurismo tradicionalista, pero realista.

Tercero, por temer de caer nuevamente en los excesos de una historia de las ideas para la cual

el pensamiento y las instituciones políticas en Hispanoamérica eran copias incompletas o

falseadas o imperfectas del modelo liberal europeo o estadounidense, ni la Teoría Política6

ni la Historia Política hasta muy recientemente han reconocido que el ciclo político que se

inicia en 1808 en las colonias españolas, portuguesas y francesas del continente americano

forma parte de las revoluciones atlánticas.

A pesar de estas limitaciones, ha habido republicanismos en Argentina y México que

demuestran que, tras la “república epidérmica” (no monarquía y sinónimo del gobierno

representativo ) hay una “república densa” donde virtudes, liderazgos, fortunas e

instituciones antiguas y modernas se relacionan política y conceptualmente dando lugar a

“momentos maquiavelianos”.

Como demuestran los trabajos de Álfredo Ávila (2002, 2004), aunque fueran un partido, o

más bien una facción minoritaria, durante el primer imperio mexicano (1821-1823), hubo

republicanos. Algunos de ellos, como Fray Servando Teresa de Mier, pasaron de ser

independentistas y republicanos a la Kant (es decir, partidarios de la monarquía

constitucional inspirada en el modelo inglés) a fervientes antimonárquicos como resultado

de su rechazo al régimen político que emanó del Plan de Iguala (Rojas, 2002:398-401). Y

otros como Vicente Rocafuerte (Aguilar, 2002:352-387) llegaron a soñar con una república

hispanoaméricana para inaugurar un mundo radicalmente terminaron dependiendo de

liderazgos providenciales como los de Washington y Bolivar. Algunos defendieron con su

propia sangre con la república insurgente que dejaba atrás el orden colonial y despertaron

6 Un ejemplo típico de esta actitud es Hannah Arendt (1963) en On Revolution.

como defensores del imperio mexicano de Iturbide, como es el caso del insurgente José

Manuel Herrera (Ávila, 2002: 338)7.

Cuando la república se instala, al menos epidérmicamente, como forma de estado, todos

parecen ser republicanos pero de diferente tipo. La generalización de este adjetivo puede

llevar, sin duda, a una caracterización superficial de los procesos políticos y de los lenguajes

y conceptos que se ponen en juego en ellos. Ahora bien, haciendo un salto en el tiempo, el

momento constitucional de 1857 que siempre ha sido interpretado bajo el prisma del

liberalismo mexicano puede ser leído a partir de las concepciones que tenían sus

contemporáneos de la república, y el abordaje de Erika Pagni (2002) de la producció Nicolás

Pizarro es una claro ejemplo de lo que proponemos.

Un problema político conceptual explorar para comprender el proceso que llevó a este

parteaguas de la historia constitucional mexicana (Pagni 2002:425) es la cuestión de la virtud

cívica y de cómo formar los ciudadanos que necesitan las nuevas repúblicas para funcionar

como tales. Una de las críticas más importante a la Constitución de 1824 provino de dos

políticos y pensadores mexicanos que suelen calificarse en las antípodas, José María Mora y

Lucas Alamán, por ser, según la vulgata, uno republicano y liberal y otro monarquista y

conservador. La constitución de 1824 fue observada negativamente, por parte de los

centralistas y de los federalistas más natos, porque su carácter era confederal. Podría decirse,

estuvo más cercana al modelo que querían los antifederalistas estadounidenses que se

autonodeminaban como republicanos que del texto que se sancionó en 1787. Sin embargo,

Aleman y Mora ponen el foco en otro tema: la elección indirecta (Andrews 2017:62-69). Para

ambos este sistema, que da más poder a los estados que al individuo elector, es lo que explica

el fracaso de esta norma en la generar una institucionalidad duradera. A primera vista,

pareciera una demanda típica del liberalismo individualista que fundamenta axiológicamente

al gobierno representativo decimonónico. Sin embargo, estamos aquí frente a una típica

tensión del “momento maquiaveliano” que opone, por un lado, la libertad republicana

7Hay paralelismo entre su trayectoria y la del tucumano Bernardo de Monteagudo, una de las plumas y las espadas más jacobinas de la revolución rioplatense que se propuso destruir cualquier resabio que existiese de la aristocracia y reemplazar por la virtud sin fisuras del revolucionarios entre 1810-1813. Su vida, como lo de Herrera pueden ser usadas como una parábola para describir el destino del republicanismo latinoamericano en las primeras décadas del siglo XIX. Monteagudo culmina sus días tratando de convertir a San Martín sino en un monarca en el protector supremo del Perú, ya que el poder personal fuerte es lo único que puede liberar a las entonces jóvenes patrias americanas del caos de la auto-destrucción.

entendedida como autodeterminación o autogobierno, que en este caso en particular es

reivindicada por los estados que aceptan delegar el mínimo poder al gobierno federal, y la

necesidad de que la república se funde en una virtud cívica que sólo puede encarnarse en la

pluralidad de los ciudadanos.

Otro de los problemas políticos con que se enfrenta la institucionalización de la república en

México es la naturaleza y rol del poder ejecutivo. Esta cuestión atraviesa todo el período que

va desde 1824 a 1857, y es con esta constitución en que México opta por una forma de

gobierno presidencial antes que por el parlamentarismo (Arroyo, 2016b). Antes por más que

existía un ejecutivo unipersonal no nos encontrábamos frente a un presidencialismo sino a

un gobierno del congreso, ya que la legitimidad de este último emanaba del legislativo. A

partir de 1857 el ejecutivo empezó a ser elegido a través de la fórmula de electores primarios.

Sin embargo, para los casos que no se alcanzara la mayoría absoluta, continuaba eligiendo al

poder ejecutivo a través del voto por diputaciones (Arroyo, 2016b: 196), una supervivencia

del parlamentarismo anterior. Podríamos decir incluso que lo que sobrevive es el poder

estadual que intermedia entre el ciudadano y el gobierno popular.

Si bien muchos han leído este conflicto a partir de la antinomia centralismo-descentralismo

o federalistas –antifederalistas, es factible pensarlo también a partir de la tensión

maquiaveliana entre las elites que tienen el poder y quieren conservarlo (los estados y sus

dirigentes políticos que tienen una legitimidad históricamente anterior a los gobiernos

federales) y el pueblo que es la fuente de legitimidad de las nuevas instituciones de una

república de gran extensión, Así lo interpreta, por ejemplo, Hamilton, en su debate con los

antifederalistas en ocasión de la discusión de la Constitución de los Estados Unidos y se niega

a entender la defensa de las prerrogativas de los estados realizada por sus opositores como

un reclamo “republicano”.

En 1853 la solución resultante para la institución presidencial argentina es una combinatoria

entre el proyecto de Juan Bautista Alberdi y el mayor apego de los constituyentes argentinos

a la Constitución de Estados Unidos. Alberdi imaginaba al presidente de la Confederación

Argentina coma un poder neutral que tenía algunas de las funciones y atribuciones que

Constant le había asignado al monarca constitucional en la versión de 1815 de sus Principios

de Política pero mantenía el rol ceremonial y el juicio de residencia de los virreyes en la era

colonial. Los constituyentes prefirieron limitar el poder del presidente durante el ejercicio

del mandato sometiéndole, en caso de incumplimiento de sus deberes como funcionario

público, a un juicio político que tiene al legislativo como tribunal especial. En tal sentido, y

adaptando la hipótesis de Arroyo (2016b) al caso argentino se puede concluir, que los

constituyentes de 1853 debilitaron menos al legislativo de lo que Alberdi estaba dispuesto y

mantuvieron su prerrogativa de juzgar una gestión presidencial.

El procedimiento para la elección presidencial establecido por la Constitución Argentina de

1853 era indirecto. El electorado de cada provincia escogería un número de delegados, igual

al doble de la cantidad total de diputados y senadores que se eligiesen por la misma. Los

electores de cada provincia votarían discrecionalmente a los candidatos que juzgasen más

convenientes, y remitirían copia sellada de su resolución al Senado de la Nación; una vez

recibidas todas las listas, la Asamblea Legislativa realizaría el escrutinio de las mismas. De

haber como resultado mayoría absoluta de un candidato, la proclamación sería automática.

En caso de no contar ninguno con la misma, la Asamblea Legislativa elegiría inmediatamente

y a simple pluralidad de sufragios entre los dos candidatos más votados, o más en caso de

haber empate en el primer o segundo puesto. En este último caso, de no haber candidato con

mayoría absoluta en primera instancia, se realizaría balotaje entre los dos candidatos más

votados en la primera vuelta. El quorum para esta elección era de tres cuartas partes de los

congresistas. En esta instancia, también el legislativo cumple un rol destacado, pero no lo

hace a través de la intermediación de los legislativos provinciales como en el caso de las

asambleas estaduales mexicanas con el voto por diputaciones.

El momento constitucional argentino de 1853 da cuenta de cómo, incluso en el marco de una

misma sociabilidad político-generacional como lo fue la de la Generación de 1837, es factible

identificar articulaciones semánticas, figuras retóricas y posiciones enunciativas que no

solamente replican en un contexto liberal tópicos republicanos sino constituyen un momento

maquiaveliano. Por ejemplo, si analizamos la producción de Juan Bautista Alberdi, Domingo

Faustino Sarmiento y Mariano Fragueiro sobre la base tres ejes definidos a partir de los usos

predominantes de la república en una selección de sus textos producidos en torno al debate

constitucional de 18538 (unidad política, forma de gobierno, ideal político) podemos concluir

8 Ver Rodríguez-Wieczorek, 2016.

que no hay ni tres republicanismos en disputa ni un liberalismo con matices que unifiquen y

diferencien las posiciones de estos políticos y pensadores de la política . Por el contrario, de

lo que se trata es de una las relaciones conceptuales estructurales que definen el “momento

maquiaveliano”. Por ello, Sarmiento, a pesar de que solía compartir el uso corriente del

maquiavelismo asociado a lo diabólico, es un maquiaveliano a la Pocock, tensionado por el

amor a las virtudes cívicas y la necesidad de contar con un demiurgo ilustrado que

domestique a la bárbara población originaria y active a los pasivos inmigrantes para que

puedan disfrutar de la libertad entendida, no como no interferencia, sino como compromiso

con la vida activa (Rodríguez Rial, Wieczorek, 2016:292).

También los trabajos de Esteban de Gori (2012) y Silvana Carozzi (2016) que interrogan la

insurgencia en el Plata y el Alto Perú mostrando como los republicanos decimonónicos

podían leer a Rousseau sin renunciar a su hispanismo (lo mismo que sus pares de la Nueva

España) y que hasta los realistas se apropiaban de los tópicos del republicanismo clásico,

hasta de corte de más antiguo, más romano que español, y casi nada liberal, para convencer

a las poblaciones de continuar leales al reino de España. Este tipo de investigaciones van

mostrando, como en el caso mexicano los trabajos compilados por Aguilar Rivera y Rojas

(2002) y otros de la misma línea que hemos citado que como afirma Israel Arroyo

(2002:245), que la república y el republicanismo son una forma institucional viva en América

Latina que merece ser estudiada con rigor, y no una nota al pie en los trabajos sobre el

liberalismo del siglo XIX y el populismo de los siglos XX y XXI.

Podríamos decir que el propio Palti, aun renegando del “momento maquiaveliano” y el

lenguaje republicano para interpretar la polémica historiográfica entre Bartolomé Mitre y

Vicente Fidel López de 1881-82 apela a contrastar dos modelos conceptuales de opinión

pública, tan abstractos como el “momento maquiaveliano” e inspirados claramente en la

Teoría de la Opinión Pública (filosófico política y normativa de Jürguen Habermas) como él.

Tampoco se puede negar el uso político, por su sentido polémico, de la virtud en la prosa de

Bartolomé Mitre, muy consistente con el “republicanismo bélico”. Esta es la retórica

predominante del momento cívico institucional de la república en Argentina que protagoniza,

entre otros actores, la Generación de 1837, de la que fue partícipe el presidente argentino

entre 1860 y 1866 (Rodríguez Rial 2015:108-116).

Por ello, creemos que es posible un abordaje comparativo de los sentidos e instituciones

republicanas de Argentina y México y que el mismo podría estar centrado en los momentos

constitucionales. El momento constitucional relaciona el poder constituyente con el poder

constituido (Frank 2012:27) como una herramienta heurística que analiza el poder en una

doble dimensión que contempla tanto la sociabilidad como la organización institucional.

Esta decisión analítica se fundamenta en dos motivos. Por un lado, a partir de la definición

de momento constitucional de Frank (2012) es posible reconocer cómo las instancias

constituyentes de los regímenes políticos se proyectan más allá de la etapa fundacional y las

constituciones, cuando son invocadas en otros contextos a los que fueron promulgadas,

evocan el fundamento de la legitimidad de todo orden político. Por el otro, existen insumos

muy valiosos que han reconstruido la historia de las constituciones y las formas de gobierno

en México y Argentina que podrían sistematizarse a partir de la estructura de relación

conceptual que habita el momento maquiaveliano. En un futuro trabajo nos dedicaremos

específicamente al caso del momento constitucional argentino de 1853 y compararlo con el

mexicano de 1857. Pero no es posible hacer un corte diacrónico tipo instantánea sino que

muchos de los debates políticos que tienen implicancias en el uso de los conceptos y en la

activación de retóricas políticas aparentemente arcaicas en un contexto nuevo remiten a una

historia que se inicia con invasión napoleónica a España en 1808. Un proceso de tal

complejidad y duración puede resultar inabarcable si no se identifica un punto de referencia

para su observación. En tal sentido, la historia constitucional y de las formas de gobierno que

se suceden en Argentina y México entre 1810 y 1857 resulta imprescindible. Es factible la

comparación entre ambos procesos a pesar de sus diferencias. Una de la más sustancial es

que entre 1824 y 1857 se sancionaron cuatro constituciones y algunas de ellas, en especial la

de 1824, se aplicaron durante un lapso de tiempo medible en años, a pesar de las

interrupciones dictatoriales de Antonio López de Santa Anna. Contrariamente en el caso

argentino podamos hablar, hasta 1853, de momentos constitucionales inconclusos: no se

logró en ningún caso sancionar una constitución que se aplicara de manera sistemática hasta

la que se promulgó el 1 de Mayo de 1853 en la Ciudad de Santa Fe.

4. La Ciencia Política contemporánea y el desafío del momento maquiaveliano

Hemos mencionado en el apartado 2 algunos de las recepciones que tuvo el debate

republicano por parte de la Ciencia Política argentina que se ocupa de temas contemporáneos

como los casos de Pinto (2015) y de Quiroga (2010). Sin embargo, pocas veces se ha prestado

atención al hecho de que la Teoría de la Democracia de Guillermo O’Donnell, especialmente

aquella que comienza a tomar forma a mediados de los años 1990 y que encuentra en el texto

“Accountabiliy Horizontal” (1998) una de sus formulaciones más originales participa de la

discusión teórica y normativa neo-republicana9. A su vez, y con esto quisiéramos concluir la

presente ponencia, sus teorizaciones sobre democracia y las forma en que O`Donnell analiza

los procesos políticos a lo largo de toda su producción pero especialmente a partir de la etapa

que se inaugura con el estudio de las transiciones desde los autoritarismos a regímenes de

otros tipo a fines de los año 197010 son susceptibles de ser interpretados con la herramienta

conceptual del “momento maquiaveliano”.

Así pues nos permitimos identificar algunos de los rasgos del “momento maquiaveliano” en

la Teoría de la Democracia de Guillermo O`Donnell. Por ejemplo, el abordaje que hace

O’Donnell de los regímenes políticos a partir de la década de 1990 pone el énfasis en las

virtudes republicanas de los ciudadanos para lograr que la las democracias no vean

deterioradas su calidad tanto por las tendencias delegativas de ciertos liderazgos como por el

peso diferencial de las elites económicas en las diferentes instancias de la decisión política.

Sin embargo, a lo largo de su producción el politólogo argentino reconoció que la

contingencia histórica (otro nombre que se le puede dar a la antigua Fortuna) es central en el

desenlace de los procesos políticos. A su vez, el haber denunciado el peso cada vez mayor

de la dimensión vertical de la democracia y de los poderes personales electos directa o

plebiscitariamente, no lo lleva a reivindicar un institucionalismo formal, carente de arraigo

histórico y disociado del entorno donde se implementa. A su vez, si bien O’Donnell propone

generar instituciones contra-mayoritarias para republicanizar la democracia vertical y

delegativa contemporánea, una de sus mayores preocupaciones es que las elites económicas

colonicen la arena política y que la desigualdad social, en vez de disminuir, termine

imponiendo su lógica excluyente al régimen político.

9 Hemos abordado esto tema en Rodríguez Rial (2016b). 10 Una excelente síntesis de los aportes de Guillermo O’Donnell en las diferentes etapas de su producción politológica se encuentra en D’Alessandro-Ippolito O`Donnell (2015).

En conclusión, el “momento maquiaveliano” es una herramienta de análisis que puede ser

empleada para abordar no solamente procesos históricos y contemporáneos que implican la

puesta en escena de lenguajes políticos para su legitimación sino también permite transformar

en objeto de estudio, por ser parte de la tradición de la Historia del Pensamiento político, las

innovaciones conceptuales de los padres fundadores de la Ciencia Política Argentina. Y a

partir de la comprensión de los alcances y limitaciones del “momento maquiaveliano”,

podemos tener la audacia de viajar a otros mundos (América Latina, la Ciencia Política)

acompañados del aporte de P.G.A Pocock sin por ello repetir acríticamente sus tesis o sus

juicios sobre los sentidos de la república o de los republicanismos.

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