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John Tutino, “Rebelión indígena en Tehuantepec”
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Cuadernos Políticos, número 24, México, D.F., editorial Era, abril–junio de 1980, pp 89 – 101
John Tutino
Rebelión indígena en Tehuantepec
A mediados del siglo XIX un gran sector de la población indígena del istmo de Tehuantepec vivió en
rebeldía durante cinco años, libre del dominio del gobierno de Oaxaca y de la república mexicana. Éste
no fue sino uno de varios levantamientos que estallaron en México entre 1846 y 1850 mientras las
autoridades gubernamentales estaban ocupadas con la guerra contra Estados Unidos. La Guerra de
Castas, que brotó casi simultáneamente, barrió Yucatán en 1847 y 1848, y amenazó durante décadas a
esa región. La población indígena de Sierra Gorda, en el inmediato nordeste de Querétaro, también se
rebeló en 1848, trayendo a la región central de la república el espectro de la rebelión masiva. Estos
levantamientos contemporáneos despertaron temores en las élites respecto a una rebelión india a escala
nacional en los momentos mismos en que México se enfrentaba a un enemigo extranjero.
La presente investigación se concentra en el estallido de Tehuantepec, encabezado por los residentes
de Juchitán. Me propongo, en primer lugar, contestar la pregunta de por qué, después de tres siglos de
aparente sumisión a un gobierno encabezado por europeos, los campesinos indígenas del istmo
escogieron ese momento para tomar las armas contra sus superiores. Para semejante análisis resulta útil
ensayar la hipótesis de la incursión, propuesta por estudiosos como Eric Hobsbawm, Eric Wolf y
Barrington Moore, Jr. que, a partir de estudios realizados en forma independiente sobre levantamientos
en numerosos países, han concluido en forma general que los campesinos se han rebelado con mayor
frecuencia en reacción contra desquiciamientos debidos a la incursión incrementada de relaciones
económicas y sociales comerciales o capitalistas en la vida comunal campesina.
En palabras de Hobsbawm, los levantamientos surgen por los choques de los campesinos con "el
mundo del capitalismo" y añade: "Llegan a él en su calidad de inmigrantes de primera generación, o lo
que resulta todavía más catastrófico, les llega este mundo traído desde fuera, unas veces con insidia,
por el operar de fuerzas económicas que no comprenden y sobre las que no tienen control alguno; otras
con descaro, mediante la conquista, revoluciones y cambios fundamentales en el sistema imperante,
mutaciones cuyas consecuencias no alcanzan a comprender, aunque hayan contribuido a ellas."1 Wolf
está de acuerdo, en términos generales, observando que la incursión provocadora de la rebelión es casi
siempre "un enfrentamiento cultural en gran escala, no sólo de tipo económico". En su opinión las
respuestas campesinas son "reacciones locales ante disturbios sociales de gran importancia, que han
sido causados por importantes cambios de la sociedad".2
Moore matiza aún más esta comprensión general, notando que la revolución no brota de la total
destrucción de un campesinado y de sus organizaciones sociales, como sucedía en Inglaterra, sino de
una amenaza visible a una sociedad campesina que todavía conserva su vitalidad. Y concluye: "las
causas más importantes de revoluciones campesinas han sido la ausencia de una revolución comercial
agrícola dirigida por las clases altas rurales y la concomitante supervivencia de las instituciones
sociales campesinas en la era moderna, en que están sometidas a nuevas presiones y tensiones". Los
tipos de tensión que provocan rebeliones entre los campesinados supervivientes, según Moore, son las
de impacto súbito y amplio, pero no tan severo como para hacer que la resistencia parezca carecer de
esperanza desde el principio.3
Desde 1500 a la fecha la población indígena de México ha sufrido una serie de incursiones de origen
europeo. La conquista del siglo XVI fue, quizás, la irrupción más poderosa e inesperada de gobernantes
europeos y de cultura europea en la región. Sin embargo, en Tehuantepec, como en muchas otras
regiones periféricas de México, la primera incursión no provocó resistencia armada. Después de unas
décadas su fuerza amainó, dejando a los indios del Istmo prácticamente a cargo de sí mismos.
Compartieron la región con muy pocos españoles durante la mayor parte del periodo colonial. La mitad
del siglo XVIII trajo una segunda incursión, esta vez fundamentalmente económica. Tehuantepec
ingresó a la economía de exportación, suministrando tintes a la industria textil europea en auge.
Tampoco entonces hubo ninguna resistencia indígena armada coordinada.
En las páginas que siguen examinaremos la naturaleza de estas incursiones, auscultando los motivos
de que su recepción haya sido por lo general pacífica. Nos proponemos especialmente explicar los
1 E. J. Hobsbawm, Rebeldes primitivos, ed. Ariel, Barcelona, 1974, p. 12.
2 Eric R. Wolf, Las luchas campesinas del siglo XX, ed. Siglo XXI, México, 1980, pp. 378-401.
3 Barrington Moore, Jr., Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, ed. Península, Barcelona, 1973, pp. 385, 367-81, 402-10.
orígenes de las dos rebeliones que sí estallaron en la región del Istmo: una rebelión breve pero efectiva
a mediados del siglo XVII y otra mayor, mejor organizada, pero que tuvo menos éxito, a finales de la
década de 1840. Ambos levantamientos se dieron, no bajo el impacto inmediato de incursiones
importantes, sino, por lo visto, una vez que amainaron las influencias extranjeras. Las rebeliones
estallaron al parecer cuando la aislada región del Istmo gozaba de relativa autonomía. Estas
correlaciones tan sencillas parecen contradecir la tesis que atribuye los levantamientos a la incursión
desquiciadora. Tal no es mi propósito. Pienso más bien que mediante un examen detallado de las
chispas -que prendieron la rebelión en un marco local y en un contexto histórico conocido podrá
entenderse mejor, tal vez, la naturaleza de las incursiones, los tipos de incursión que provocaban
levantamientos, y el hecho de que tales levantamientos se dieron en tales o cuales fechas. Lo que me
propongo es llevar la tesis de la incursión desquiciadora del nivel de una generalización amplia al de la
evaluación de su aplicabilidad práctica a situaciones históricas en México.
Poco se sabe respecto a la vida de los indios en el Istmo antes de la conquista española. Hay fuentes
muy escasas que permiten una visión sumaria que tiene que servir como punto de partida, por
inadecuado que sea.4 Había una principalidad zapoteca, centrada en la ciudad de Tehuantepec, que
gobernaba a los habitantes de la región austral del Istmo durante el siglo xv. También la población era
predominantemente zapoteca, pero había grupos de mijes y zoques en las serranías interiores y aldeas
de pescadores huaves en las lagunas costeras. El conocimiento que se tiene de la estructura social
anterior a la conquista no va más allá de reconocer una división entre el sector superior gobernante y la
masa de hombres comunes. En cuanto a su economía, la región era primordialmente agrícola. Los
aldeanos zapotecas cultivaban maíz, chile, frijoles y camotes, con asistencia parcial de aguas de
irrigación desviadas de avenidas que desembocaban en el Pacífico durante la temporada veraniega de
lluvias. Los campesinos del Istmo también criaban guajolotes, abejas y perros, cazaban animales
salvajes, y recolectaban moluscos y pescados. La ciudad de Tehuantepec, colocada estratégicamente
sobre el puente terrestre que enlazaba las tierras altas mexicanas con la región mesoamericana maya,
era también un mercado de gran importancia. Su posición clave atrajo a contingentes guerreros aztecas,
de ambiciones imperiales, pero una fuerte defensa preservó la autonomía del Istmo hasta la llegada de
los españoles.
4 Ronald Spores, "The Zapotec and Mixtec at Spanish Contact", Handbook of Middle American Indians, III, Austin,. 1965, pp. 975-73; Juan de Torres de Laguna, "Descripción de Tehuantepec", Revista Mexicana de Estudios Históricos" Apéndice II, México, 1928 pp. 196-270.
Los primeros europeos entraron en Tehuantepec poco después de la caída de la capital azteca en
1521. Los zapotecas del Istmo se rindieron pacíficamente, probablemente por deferencia a la tecnología
militar que acababa de conquistar al más poderoso de los Estados mexicanos. Con la soberanía
española vino un cuarto de siglo de intenso influjo europeo en el Istmo. Hernán Cortés reclamaba la
región para su imperio personal (ennoblecido con el nombre de Marquesado del Valle de Oaxaca); éste
le sirvió de base de operaciones para sus posteriores exploraciones en el Pacífico. Desde 1526 operó
astilleros en las lagunas del sur, abasteciéndolos de materiales europeos transportados a través del
Istmo. Entre tanto, el conquistador también dirigió la explotación de los ricos placeres de oro en polvo.5
Los que dirigían estas actividades eran hombres de poderes muy superiores a los de cualquier
gobernante indio y estaban impulsados por ideales ajenos a la cultura zapoteca. Los dirigentes indios
soberanos se convirtieron en meros intermediarios entre los nuevos amos y las viejas comunidades. Por
ordenes de los europeos, obligaron a los campesinos del Istmo a sostener la economía de los
conquistadores. Los indios proporcionaban alimento y ropa a los esclavos que trabajaban en los
astilleros y las minas, obtenían y entregaban materiales para la construcción de barcos, y trabajaban
periódicamente en cuadrillas para suplementar el trabajo de los esclavos. Desde muy temprana fecha
los campesinos zapotecas tuvieron que criar ganado europeo, aprender los rudimentos de la tecnología
europea y, especialmente, enfrentarse al hecho del hambre europea de oro.6
Insertos en una economía ajena, los campesinos del Istmo no se rebelaron. El mantenimiento de las
estructuras sociales de la comunidad acojinó parcialmente el impacto del cambio. Los conquistadores
reclamaban cargas tributarías a comunidades enteras, dejando a los dirigentes indios que reunieran el
tributo como pudieran. Otro factor igualmente importante fue el desastre demográfico de las décadas
inmediatamente posteriores a la conquista (ver cuadro 1), que no podía sino debilitar la voluntad y
capacidad de resistencia de la sociedad ante un conquistador evidentemente más poderoso. Rara vez se
encuentra la fuerza para rebelarse cuando se está luchando por la supervivencia física. Y,
paradójicamente la disminución del número de indígenas hizo de cualquier adquisición de tierra por los
5 Max L. Moorhead, "Hernán Cortés and the Tehuantepec Passage", Hispanic American Historical Review, 29:3, 1949, pp. 372-76; Jean Pierre Berthe, "Las minas de oro del Marqués del Valle en Tehuantepec, 1540-1547", Historia Mexicana, 8:1, 1958, pp. 122-31.
6 Libro de tasaciones de pueblos de la Nueva España, siglo XVI, México, 1952, pp. 372-74
españoles un problema menos urgente que si la población hubiera permanecido estable o aumentado.
Para 1560 había amainado la fuerza de la incursión conquistadora en el Istmo. Ya no producían
ganancias los placeres del oro. Se habían cerrado los astilleros. Otros intereses confirmaron a Acapulco
como el principal puerto en el Pacífico al norte de Panamá. Durante un tiempo siguieron
transportándose cargas pesadas o voluminosas de un océano a otro a través del Istmo, pero en cincuenta
años este vestigio de una importancia anterior, desaparecería. Al caer la zona en una marginalidad
creciente, los herederos de Cortés perdieron interés en ella, y renunciaron a sus derechos
jurisdiccionales sobre Tehuantepec casi sin protestar.7
Después del reflujo de la irrupción conquistadora, quedó .en el Istmo una limitada presencia española
y una población indígena muy disminuida. En la ciudad de Tehuantepec vivían un Juez Real y varios
frailes dominicos, rodeados puna pequeña comunidad española. En 1598 este enclave incluía solamente
veinticinco familias. Para principios del siglo XVII había crecido hasta acercarse a las cien familias,
pero no se mantuvo una población española tan numerosa. En 1742 no había más que cincuenta
familias de españoles y mestizos en Tehuantepec. Durante la larga época media del periodo colonial
estos pocos europeos controlaban el comercio que entraba y salía del Istmo. Muchos españoles
operaban naves que recorrían los puertos de la costa occidental de América Central y llegaban a
Acapulco. Otros españoles enviaban cuerdas de mulas de carga por tierra a la ciudad de Oaxaca
(entonces Antequera) hacia occidente, y a la región de Chiapas y a Guatemala, al oriente. Su comercio
se apoyaba en la exportación de sal del Istmo, vendida sea en su estado natural, o bien utilizada para
conservar carne de res y pescado para su consumo en alta mar. La producción misma —ya se tratara de
las minas de sal, la preparación o procesamiento de alimentos, o la artesanía textil— quedaba en manos
de los indios.8
7 Torres de Laguna, “Descripción…", cit., p. 174; Moorhead, “…Tehuantepec Passage", cit., p. 379; Berthe, "Las minas de oro…", cit., p. 126.
8 Torres de Laguna, "Descripción ... ", cit. p. 166; José Antonio Villaseñor y X. Sánchez, Teatro Americano, México, 1748, II, p. 184; Thomas Gage's Travels in the New Worid, ed., J. Eric Thompson, Norman, 1958, pp. 115-16; William B. Taylor, Landlord and Peasant in Colonial Oaxaca, Stanford, 1972, p. 16; Francisco de Burgoa, Geográfica descripción de la parte septentrional... de la América…, 2 vol., 1674, reimpresión, México, 1934, II, pp. 394, 396.
Cuadro I
POBLACIÓN INDÍGENA TRIBUTARIA DE LA "JURISDICCIÓN
DE TEHUANTEPEC EN EL PERIODO COLONIAL
Año Contribuyentes
1520 c. 24 000
1550 6 250
1563 5 500
1570 3 800
1580 3 850
1623 2 800
1735 3 544
1743 3 831
1797 4 407
FUENTE: Peter Gerhard, A Guide to the Historical Geography of New Spain, Cambridge, 1972, p.
266; con excepción de la cifra para 1735, tomada de Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, Ensayos
sobre historia de la población: México y el Caribe, ed. Siglo XXI, México, 1978, t II, p. 230.
El segundo legado de la incursión conquistadora fue el complejo ganadero del Istmo. La población
española de Antequera, que era el principal centro administrativo y comercial del sur de México,
mantenía una dieta y un estilo de vida europeos. Oaxaqueños prominentes tenían haciendas ganaderas
en el Istmo para surtir de carne y demás productos animales a los españoles citadinos. Las ocho
Haciendas Marquesanas, que durante mucho tiempo formaron parte del patrimonio de la familia
Cortés, eran operadas por arrendatarios oaxaqueños y, como las cuatro haciendas que tenían los
dominicos oaxaqueños en el Istmo, estaban ligadas económicamente a Antequera. El personal de estas
haciendas consistía principalmente de familias descendientes de esclavos africanos traídos en el siglo
XVI y XVII y que finalmente alcanzaron categoría de mulatos libres. En 1735 sumaban 145 tributarios
o aproximadamente el mismo número de familias. Su presencia subrayaba aún más la separación entre
la economía hacendaria española y la vida de los indios.9
En todo el periodo que va de 1560 a aproximadamente 1740 estos vestigios de la conquista apenas si
afectaron a los campesinos del Istmo. Los descendientes de las élites zapotecas se convirtieron con
frecuencia en ganaderos, ingresando en la economía española para mantener su categoría superior
dentro de la sociedad indígena. Entretanto la mayoría de los aldeanos probablemente tenía tierras
suficientes para cultivar cosechas de subsistencia y podía suplementar la agricultura con el producto de
sus artesanías, de su trabajo y del comercio entre los distintos pueblos de la región. Las cifras mínimas
de población que se dan en el cuadro I para el siglo XVII sugieren que los sobrevivientes de la
despoblación del siglo XVI gozaron de más tierras y más recursos por familia que en ningún otro
periodo posterior a la conquista.10
Un aislado incidente de rebeldía ilustra el bajo nivel de las presiones españolas sobre los indígenas
istmeños durante el periodo medio del siglo XVII. En 1660, Juan de Abellán entró en funciones como
juez en Tehuantepec. Pronto se dio cuenta de que a los indios de la región no se les exigía todo el
tributo posible, el máximo que pudiera soportar su economía.
Consideró que había que resolver semejante problema y decidió que se duplicaran las contribuciones.
Los airados zapotecas se levantaron y mataron al funcionario. La investigación subsiguiente confirmó
la idea de Abellán de que la carga tributaria de los indígenas istmeños era inferior a la normal
contemporánea. Pero cualquier funcionario que se propusiera aumentarla, tenía que recordar el destino
de Abellán.11 En este caso los indios zapotecas tomaron las armas para protestar contra un motivo
-específico de queja -el aumento en los impuestos- en un periodo en que el poder español en el Istmo
estaba en su punto mínimo. Resulta sugerente la comparación con una situación paralela que se
9 Bernardo García Martínez, El Marquesado del Valle, México, 1969, pp. 142-44; Taylor, Landlord and Peasant…, cit., p. 174; Gage's Travels, p. 120; Burgoa, Geográfica descripción…, cit., II, pp. 395-96; Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, Ensayos sobre historia de la población: México y el Caribe, ed. Siglo XXI, México, 1978, t. II, p. 230.
10 Para un análisis local de este fenómeno en la región central de México, véase Wayne S. Osborn, "A Community Study of Metztitlán, New Spain, 1520-1810", tesis, Universidad de Iowa, 1970, pp. 99-10l.
11 Brian R. Hamnett, Politics and Trade in Southern Mexico, 1750-1821, Cambridge, 1971, p. 13; Basilio Rojas, La rebelión de Tehuantepec, México, 1964, pp. 275-76; Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, The Population of the Mixteca Alta, 1520-1960, Iberoamericana.50, Berkeley, 1968, pp. 34-35.
desprende del análisis de Roland Mousnier de las rebeliones habidas en Francia en el siglo XVII.
También éstas fueron resultado de un aumento en la carga tributaria impuesta por el gobierno en
tiempos de depresión general de la macroeconomía.12
Resulta esclarecedor comparar el levantamiento breve, pero efectivo, de Tehuantepec con la rebelión
mucho mayor que estalló medio siglo más tarde entre los tzeltales y mayas de Chiapas, al este de
Tehuantepec. Chiapas fue otra región en donde la presencia y poder españoles fueron marginales
durante el largo periodo medio colonial, si bien las exacciones específicas podían constituir una carga
pesada. En 1712 apenas si comenzaba a aumentar allí la población, situación que trajo consigo
presiones casi desconocidas durante casi un siglo. Respondiendo a la afición del nuevo obispo de
Chiapas por aumentar los tributos exigidos por la Iglesia, veintiocho comunidades tzeltales se rebelaron
y reunieron una fuerza mal armada de unos cuatro mil insurgentes. Ésta no sólo fue una rebelión mucho
mayor, sino que estuvo impulsada por un fervor violento y mesiánico muy distinto al castigo rápido y
bien localizado que caracterizó a la anterior protesta en Tehuantepec. Tanto en Chiapas como en
Tehuantepec fueron los impuestos los que estimularon la rebelión en el periodo colonial medio. Es
posible que el inicio de las presiones poblacionales ampliamente difundidas dieran al posterior
levantamiento tze1tal un terreno más fértil para el descontento. Además el impulso mesiánico de la
rebelión tzeltal sugiere que distintas culturas indígenas enfrentadas a exacciones españolas semejantes,
reaccionaban con estallidos rebeldes distintos.13
La marginalidad colonial de que gozaban los indios de Tehuantepec se vio interrumpida a mediados
del siglo XVIII por una segunda ola de incursiones europeas, esta vez fundamentalmente de índole
económica. El crecimiento de la población mundial estimuló la producción textil europea en un grado
sin precedente. Dos colorantes americanos, la cochinilla y el añil, habían sido durante mucho tiempo
utilizados en las industrias textiles del viejo mundo. La producción de cochinilla había florecido en los
altos de Oaxaca, mientras que el añil crecía en la península de Yucatán y en América Central. La
demanda incrementada del siglo XVIII hizo que el cultivo de ambos productos se extendiera y
12 Roland Mousnier, Peasant Uprisings in Seventeenth-Century France, Russia and China, versión inglesa, Brian Pearce, Nueva York, 1970., pp. 305-48.
13 Herbert S. KIein, "Peasant Communities in Revolt: the Tzeltal Republic of 1712", Pacific Historical Review, 35:3, agosto de 1966, pp. 247-63; Murdo J. MacLeod, Spanish Central America: A Socioeconomic Historic, 1520-1720, Berkeley" 1973, pp. 344-46.
convergiera en el Istmo. En forma simultánea entró en la región una población hispánica mucho más
numerosa. La presencia no indígena en Tehuantepec aumentó de unas doscientas familias de españoles,
mestizos y mulatos, con un total de unas mil personas en la década de 1740, a las 5 542 personas de las
que informa el censo de 1793 (véase el cuadro II). Semejante combinación de influjos económicos y
humanos era potencialmente desquiciadora de la sociedad indígena del Istmo.
Con todo, no surgió gran oposición ni de las comunidades zapotecas afectadas ni de otras. El motivo
de que no la haya habido puede quizás buscarse en el carácter del cultivo en cuestión. La cochinilla
entró fácilmente en las comunidades indias. Las mujeres indias la habían producido tradicionalmente
en los altos de Oaxaca. Colocaban los insectos productores de cochinilla (Dactylopius Coccus) en las
nopaleras, muy abundantes en la región, esperaban la multiplicación natural y recolectaban el
incremento. Los insectos cosechados se secaban y entregaban luego al juez español regional; éste
generalmente actuaba como agente local de alguno de los comerciantes españoles inmigrados, que por
lo general vivía en la ciudad de México y dominaba el ramo. Cuando surgió hacia 1750 la oportunidad,
el juez de Tehuantepec entró entusiastamente en este lucrativo negocio. Por su parte, los zapotecas
istmeños adoptaron de buena voluntad el cultivo de la cochinilla para suplementar sus actividades
agrícolas. No los obligó a hacer cambios estructurales en sus vidas, y en cambio les daba una fuente
adicional de ingresos en un periodo de crecimiento demográfico.14
El añil era, en potencia al menos, más desquiciante. Cultivada durante largo tiempo en las haciendas
de América Central y de Yucatán, la Indigofera suffructicosa exigía un extenso cultivo y complejo
procesamiento. La explotación comercial del tinte requería de inversiones importantes en equipo y
tierras arables, más una fuerza de trabajo numerosa, disponible y empleable por temporadas. La
necesidad de tierras y trabajadores podría haber amenazado los recursos de las comunidades indígenas,
pero por lo visto eso se evitó. Una gran parte de la tierra sembrada ahora con añil formaba ya parte de
haciendas ganaderas largo tiempo establecidas. También hay pruebas de que el núcleo principal de
trabajadores permanentes dedicados al cultivo y procesamiento del añil provino del número creciente
de descendientes de esclavos africanos traídos a Tehuantepec. Y, como en el caso de la cochinilla, el
añil también significó oportunidades de aumentar los ingresos de los campesinos del Istmo. Las
demandas de mano de obra para el añil eran lo suficientemente temporales como para permitir a
14 Hammett, Politics and Trade…, cit., p. 45.
muchos indígenas cultivar sus propias parcelas y ganar ingresos adicionales en las haciendas. Unos
cuantos zapotecas, probablemente dirigentes locales, dedicaron parte de su tierra al cultivo de pequeñas
cosechas comerciales de añil.15 El hecho de que no hubiera desquiciamiento social en el seno de las
comunidades se combinó conciertos beneficios para la población indígena, lo cual aparentemente
garantizó la recepción pacífica de la incursión colonial tardía que trajo consigo el aumento de la
presencia española y una mayor participación en la economía internacional para Tehuantepec.
Pero la industria ístmica de los tintes, productora de ganancias para el sector europeo de la población
y al menos tolerable para los campesinos indios, descansaba sobre bases precarias. Alejandro von
Humboldt, el viajero y científico alemán, percibió más allá de la prosperidad colonial tardía el
verdadero aislamiento del istmo austral en el periodo culminante del auge de los tintes. Se requerían
tres meses para transportar a lomo de mula y con gran costo los productos antes de que llegaran al
puerto de Veracruz. Sólo bienes de gran valor en proporción a su peso podían ingresar con ganancia a
la economía de exportación cuando provenían de regiones tan apartadas. Cualquier mínima caída en los
precios de los tintes probablemente eliminaría una gran parte de la producción en Tehuantepec.16
La independencia nacional trajo una serie de cambios que confirmaron en gran medida la predicción
de Humboldt. Durante las dos primeras décadas del siglo XIX, las guerras europeas luego la
insurgencia mexicana perjudicaron al sector exportador del sur. La paz llegó en 1821, junto con el fin
de los lazos con la economía imperial española. El comercio de tintes y la vida del Istmo entraron en
una nueva etapa.
15 Ibid., p. 141; Eric Wolf, Pueblos y culturas de mesoamérica, ed. Era, México, 1967, pp. 160-61; MacLeod, Spanish Central America ..., cit., pp. 178-80, 184-85; J. J. Williams, The Isthmus of Tehuantepec, Nueva York, 1852, pp. 244-45.
16 Alejandro von Humboldt" Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, 1822; reimpresión, México, 1966; pp. 9-10, 170-71, 469-70.
Cuadro II
POBLACIÓN DEL ISTMO DE TEHUANTEPEC, 1793-1842
Censo de 1793
Españoles/Criollos Mestizos Indios Total
2 226 3 316 16 189 21 746
Informe de 1827
Total
17 246
Proporción del incremento: 1793-1827
wa — .66
Población de las tres mayores municipalidades de Tehuantepec,
1827-1842
1827 1842 w
Tehuantepec 6 321 8 934 2.44
Juchitán 3 798 4 567 1.23
Ixtaltepec 692 1 546 3.19
Total: 11 018 15 047 2.08
FUENTE: Censo de 1793 y el total que para 1827 se da en Hamnett, Politics and Trade …, cit., pp.
188-89; las cifras de las municipalidades para 1827 las da José María Murguía y Galardi, "Extracto
general que abraza la estadística... del estado de Oaxaca... año de 1827", G428 de la Colección García
en la Biblioteca de la Universidad de Tejas; las cifras para 1842 las da José de Garay, en Survey ...,
cit., p. 151.
w La letra representa la fórmula usada para representar el incremento demográfico en CooK y
Borah, Ensayos sobre historia de la población… cit., pp. 99-100.
Los mercaderes españoles inmigrantes que habían controlado el comercio internacional cuando se
canalizaba a través de España fueron sustituidos después de la independencia por recienvenidos de las
naciones en proceso de industrialización. Éstos comerciaban directamente con sus economías
nacionales. Uno de estos grupos se mudó a Oaxaca. Encabezado por una comunidad francesa muy
cerrada, incluía también a un alemán y un italiano. Esta nueva élite mercantil oaxaqueña dominó el
comercio istmeño de cochinilla y añil durante las décadas de 1830 y 1840. Sus miembros adquirieron
además el control de las principales haciendas ganaderas, azucareras y añileras de Tehuantepec. Allí
estaban representadas por una pequeña camarilla de comerciantes franceses locales y por
administradores de haciendas, que con frecuencia eran inmigrados españoles. La nueva conexión
comercial estrecho los lazos entre el Istmo y el núcleo industrial europeo durante las décadas
posteriores a la independencia.17
Paradójicamente, el sector de exportación istmeño decrecía simultáneamente. Su decadencia se
originó en el aislamiento de la región, agravado de pronto por una difusión mundial de la producción de
tintes. Los ingleses estimularon el cultivo del añil en la India; los holandeses, en Indonesia. Los
franceses conquistaron el norte de África cuando menos en parte porque deseaban una colonia
productora de tintes. La producción incrementada y difundida afectó el mercado oaxaqueño. Los
precios cayeron, la producción disminuyó y, tal y como lo había predicho Humboldt la industria
istmeña sufrió severamente. Los viajeros informaban que las antiguamente prósperas haciendas añileras
yacían en ruinas. Después de la independencia Tehuantepec se volvió a caracterizar como una zona de
17 Williams, Isthmus …, cit., p. 257; José de Garay, Survey of the Isthmus of Tehuantepec, Londres, 1844, pp. 37, 107, 152; Brasseur de Bourbourg, Voyage sur l'Istme. de Tehuantepec, París, 1861, p. 134; Suplemento al Diario del Gobierno de México, n. 1066, 31 de marzo de 1838, pp. 127-43.
comunidades indígenas, las cuales compartían la región con unas cuantas haciendas en decadencia.18
El fallecimiento, después de la independencia, del sector exportador istmeño dejó de nuevo a la
población indígena en una posición de relativa autonomía. Pero a diferencia de lo sucedido en el siglo
XVII, cuando la autonomía iba favorablemente aparejada a una baja densidad de población, la primera
mitad del siglo XIX vio un aumento demográfico sostenido, quizás incluso acelerado, en el Istmo. El
cuadro II resume la información demográfica disponible respecto a la región durante la primera mitad
del siglo XIX: sugiere un modesto crecimiento de la población durante los años de la guerra de
independencia, al cual siguió un rápido aumento en las primeras décadas independientes.
Si bien la población aumentaba, la situación de la tenencia de la tierra seguía por lo general estable.
Un número mayor de residentes de la comunidad tenía acceso a una cantidad fija de tierras comunales.
Simultáneamente, el ingreso suplementario, debido antaño al cultivo de la cochinilla y al trabajo en las
haciendas añileras, disminuyó notablemente al decaer la producción de tintes en el Istmo.19 La,
población india quedó atrapada en un cepo que se cerraba lentamente; estaba presionada por su propio
crecimiento demográfico y la reducción de oportunidades económicas que resultaba de un cambio en la
economía internacional.
El primero y más visible resultado fue la proliferación de disputas en torno a la tierra. Los pueblos se
demandaban unos a otros, o a las haciendas vecinas. Rara vez es posible averiguar los derechos en
estos intrincados litigios, pero basta con darse cuenta de la escalada de las tensiones. Un ejemplo puede
servir de ilustración. En la década de 1830 dos miembros de la nueva élite oaxaqueña, un francés
llamado Guergue y un milanés, Esteban Maqueo, compraron las viejas Haciendas Marquesanas a los
herederos del patrimonio de Cortés. La compra dio a estos recienvenidos de Europa el control de las
mayores propiedades del Istmo. Siguió una intensa disputa en torno a las tierras. Los nuevos dueños
18 Williams, Isthmus …, cit., p. 248; Tadeo Ortiz de Ayala, Istmo de Tehuantepec, México, 1966, pp. 93, 96.: .Rafael Carrasco Puente, Bibliografía del Istmo de Tehuantepec, México, 1948, p. 326; Desiré Charnay, The Ancient Cities of the New World, Nueva York, 1887, p.496 Miguel Lerdo de Tejada, Comercio exterior de México, México, 1967 documento n. 55; Jacques Heers, "La búsqueda de colorantes", Historia Mexicana 11:,1, 1961, pp. 11-16. Robert S. Smith, "Indigo Production and Trade in Colonial Guatemala", Hispanic American Historical Review, 39:2, 1959, p. 209.
19 Garay, Survey ..., cit., pp. 110-12; Williams, Isthmus ..., cit., pp.140, 202, 204, 250-51, 257; José María Murguía y Galardi, "Extracto general que abraza la estadística... del Estado de Oaxaca… año de 1827" G428 de la Colección García, en la Biblioteca de la Universidad de Tejas; Juan B. Carriedo, Estudios históricos estadísticos del Estado de Oaxaca, Oaxaca, 1849, p. 154.
reclamaban el uso exclusivo de tierras que los aldeanos indígenas consideraban suyas por costumbre.
Sólo un costoso deslindamiento podía resolver la cuestión de la posesión legal. Ninguno de los dos
bandos quiso comisionarlo, probablemente porque ninguno estaba seguro del éxito final. En cambio los
administradores de las haciendas comenzaron a secuestrar el ganado indígena que pastaba en los
campos disputados. Los aldeanos se vengaban robando un número equivalente de cabezas de ganado de
la hacienda. Finalmente los dueños de las haciendas lograron un entendimiento ventajoso para ellos.
Convencieron a un funcionario aldeano de Juchitán de que les vendiera la mayor parte de las tierras
disputadas, y el subprefecto local autorizó la transacción, a pesar de su obvia ilegalidad. Semejantes
tretas alimentaron el descontento entre los indios del Istmo, además de revelar las crecientes presiones
de la población sobre la tierra.20
Las presiones demográficas sobre los recursos comunales, provocadoras de inquietud en el campo, no
pueden, sin embargo, explicar las rebeliones indígenas en México. Las disputas en torno a la tierra han
sido una constante de su historia, y se han intensificado especialmente desde 1750 aproximadamente.
En cambio los levantamientos han sido mucho menos frecuentes. Las presiones agrarias crearon,
seguramente, un terreno fértil para el descontento, pero fueron otras las fuerzas que empujaron al
campesinado istmeño a desafiar abiertamente las estructuras sociales y políticas reinantes. Los orígenes
de la rebelión deben buscarse en Juchitán, en donde brotó la rebeldía, llegó a su clímax y perduró
durante los años medios del siglo XIX.
En un primer examen Juchitán se presenta como semejante a la mayoría de las comunidades
zapotecas del Istmo. Durante las décadas inmediatas a la independencia mexicana la vida se sostenía
con el cultivo de maíz y la cría de ganado. El ganado de los juchitecos proporcionaba piel para la
artesanía local y carne de res que podía conservarse con la sal tan abundante en la región. Durante los
primeros años posteriores a la independencia, Juchitán siguió siendo en todos sentidos una comunidad
indígena. Sus residentes se comunicaban principalmente en zapoteco. Y, lo cual es tal vez más
significativo, los puestos dirigentes los ocupaban con frecuencia individuos de apellido indio.21
Y sin embargo Juchitán era, en muchos sentidos, una comunidad indígena excepcional. En 1793 era
20 Benito Juárez, documentos, discursos y correspondencia, I, México, 1964, pp. 671-74.
21 Brasseur de Bourbourg, Voyage ..., cit., pp. 147-48; véanse también las fuentes citadas en las notas 27 y 34.
el único pueblo del Istmo que sostenía una artesanía textil. La tela no sólo satisfacía las necesidades
locales, sino que se exportaba a Guatemala. Y, lo más inusitado, los indios juchitecos controlaban su
propio comercio de exportación.22 Este raro ejemplo de supervivencia del espíritu empresarial indígena
no se prolongó más allá de la independencia. Cayó ante la competencia de los textiles importados,
producidos industrialmente. Sin embargo, los juchitecos, sacando ganancia del desastre, contribuyeron
a la importación de telas baratas europeas a México. Comenzaron a enviar grandes cantidades de sal,
junto con algo de añil y cochinilla, a Guatemala, a cambio de telas francesas e inglesas. Esta adaptación
a la cambiante economía mundial sí creó un nuevo problema: ante la ley mexicana se trataba de
contrabando. También entraba en conflicto directo con los intereses de la conexión mercantil Oaxaca-
Tehuantepec, que trataba de controlar el comercio en el 1stmo.23
No resulta sorprendente que las tensiones económicas entre los juchitecos y la élite oaxaqueña
crecieran y se adicionaran a los problemas agrarios que afligían la región. Sin embargo, ni siquiera esta
combinación condujo directamente a la confrontación violenta. El gobierno no hizo ningún intento por
impedir el contrabando juchiteco, pues carecía de poder para imponer un control policiaco sostenido en
la distante región del Istmo. Los juchitecos sí tuvieron, en cambio, otro tipo de fricciones persistentes,
que reflejaban su conflicto y distanciamiento cada vez mayor respecto de la élite oaxaqueña y el
gobierno del estado, que generalmente apoyaba a los comerciantes. La conducta del subprefecto
encargado de la administración de Juchitán se convirtió en fuente continua de descontento. Dicho
funcionario tenía la costumbre de dar preferencia a los intereses económicos de los comerciantes,
pasando por alto los problemas locales de los juchitecos. Otro conflicto se originó en la recabación de
los impuestos del estado. Repetidas veces los juchitecos pagaban más de lo que les correspondía por
ley, mientras que los residentes de la ciudad más europeizada de Tehuantepec generalmente pagaban
sólo una parte de sus impuestos.24
A esta situación cada vez más problemática vino a sumarse una disputa sobre el control y acceso a las
salinas del 1stmo. La sal era básica para la dieta mesoamericana. Por no obtenerse fácilmente en toda la
22 Archivo General de la Nación, México, Ramo de Alcabalas. vol. XXXVII, Informe del 7 de mayo de 1793.
23 Williams, Isthmus…, cit., pp. 74, 250-51.
24 Carriedo, Estudios…, cit., p. 191; Oaxaca, Exposición del Soberano Cangreso… 1848, anexos n. 15 y 19; Oaxaca, Exposición al Soberano Cangreso… 1852, anexos n. 2 y13.
región, era uno de los principales bienes de la economía de comunidades que, como la del Istmo, tenían
a la mano depósitos importantes. Las salinas de las lagunas costeras del Pacífico jamás habían sido
propiedad de ningún individuo o comunidad, aunque las aldeas cercanas a ellas habían señalado ciertas
porciones para uso exclusivo de sus residentes. A pesar de algunas disputas respecto a los linderos, la
mayoría de los indios istmeños había gozado tradicionalmente de acceso a tanta sal como pudieran
llevarse.25
En 1825 la nuevamente constituida gubernatura del estado de Oaxaca expidió una ley que preveía un
monopolio de la sal que controlara los depósitos de Tehuantepec. Dicho monopolio sería concedido a
un individuo que pudiera explotar la sal más "económicamente" que los indígenas.26 Fueran cuales
fueran los beneficios para la economía del estado o para el empresario favorecido, lo cierto es que
semejante concesión minaría gravemente la base económica de muchas comunidades del Istmo. Se
negaría a los indios un elemento importante de su dieta, preservación de los alimentos y comercio,
salvo en la medida en que pudieran comprárselo al nuevo monopolista. Esto obligaría a los campesinos
istmeños a perder aún más el control autónomo de sus recursos que tan caro les era, y los impulsaría
forzosamente a una mayor dependencia respecto de la economía de mercado dirigida por la élite
oaxaqueña. Peor aún, el cambio sobrevendría en una época de presiones difíciles de la población
indígena sobre los recursos de subsistencia, y cuando las fuentes alternativas de ingreso eran mínimas,
debido al colapso del sector de exportación. Toda la población del Istmo sufriría. Pero los juchitecos
tenían una queja adicional. Su comercio de textiles quedaría paralizado si perdían el acceso a la sal, su
principal mercancía de exportación. No se sabe con precisión en qué fecha se concedió el monopolio
por primera vez, ni cuándo intentó por primera vez el concesionario hacer valer sus nuevos derechos.
Para el año de 1845, esto ya había sucedido, antes de que se iniciara la guerra con los Estados Unidos.27
Para entender los orígenes del levantamiento indígena en Tehuantepec no basta con conocer los
principales puntos que se disputaban. Todos los conflictos tenían ya tiempo de haberse planteado antes
de que surgiera la resistencia armada. El momento en que se presentó el primer desafío indígena al
gobierno del estado dice mucho respecto al carácter de la insurgencia. La rebelión juchiteca no se
25 Garay, Survey ... , cit., pp. 111-12; Carriedo, Estudios ... , cit.,pp. 152-53; Williams, lsthmus ... , cit., p. 140.
26 Colección de leyes y decretos del estado libre de Oaxaca, Oaxaca, 1581, p. 126.
27 Juárez, Documentos, I, 671-74.
planeó, ni comenzó con algún enfrentamiento dramático. Lo que sucedió fue sencillamente que los
zapotecas istmeños comenzaron otra vez a beneficiar la sal y utilizar las tierras disputadas en 1846,
cuando las autoridades estatales y nacionales estaban distraídas por la guerra contra los Estados
Unidos. El desafío era evidente, pero el gobierno era impotente para responder a él durante la crisis
nacional.
Cuando en 1847 el final de la guerra restauró la atención del gobierno a los asuntos internos, el nuevo
gobernador de Oaxaca, Benito Juárez, no vio sino caos en la jurisdicción de Tehuantepec. Allí no
valían las leyes del estado. La población indígena local perseguía sus propios fines. Juárez, aunque era
zapoteca de nacimiento, sabía que las necesidades políticas de su cargo requerían que apoyara los
intereses de la élite oaxaqueña. Exigió una vuelta al orden, es decir, la vigencia de la ley del estado
impuesta mediante la obligación de respetar el monopolio de la sal y las propiedades sancionadas por el
estado.28
El gobernador nombró a José Gregorio Meléndez, residente de Juchitán, para que restaurase el orden
en el Istmo. Meléndez era propietario de un rancho cercano a Juchitán y había intentado
esporádicamente construirse una base política personal en la región de Tehuantepec. Aparentemente
Juárez creía que la influencia local de Meléndez, sancionada por el gobierno del estado, produciría una
pronta recuperación del control estatal. Lo que sucedió en cambio fue que la voluntad de dominio
personal de Meléndez se volvió a manifestar. Desafió al gobernador y proclamó la separación de la
región ístmica respecto del estado. El golpe fracasó, impedido por fuerzas que permanecieron leales a
Juárez en la ciudad de Tehuantepec. Este turbio episodio trajo a los juchitecos un dirigente hispanizado,
con experiencia política, ya distanciado de las autoridades.
Las metas políticas de Meléndez se fundieron con los problemas, más económicos, de los indios
desafectos. Meléndez afirmó su liderazgo organizando y encabezando asaltos a las salinas en una
escala anteriormente desconocida. Los juchitecos "robaron" la sal durante la primavera de 1848. En
mayo asaltaron la cárcel local, liberando a los asaltantes capturados. Luego, al acercarse el verano,
enviaron a la gubernatura del estado un mensaje declarando que sólo habían actuado para corregir
injusticias y deseaban ahora la paz. Revelando las profundas raíces agrarias del movimiento, los
28 Oaxaca, Exposición... 1848, cit., pp. 5-6.
juchitecos volvieron su atención al cultivo del maíz durante la temporada de lluvias del verano.29
Después de un verano tranquilo y levantada la cosecha de otoño, los hombres de Juchitán y las
comunidades vecinas comenzaron de nuevo a extraer sal en cantidades importantes. El supuesto
monopolista, Francisco Javier Echeverría, pidió la intervención del gobierno para garantizar su
concesión. El gobernador Juárez se veía presionado también por los mercaderes oaxaqueños
propietarios de las Haciendas Marquesanas. Ellos consideraban que el apoderamiento por parte de los
juchitecos del ganado de las tierras disputadas era simplemente un robo. En respuesta, el gobernador
envió una pequeña fuerza armada a Juchitán en la primavera de 1849. Sabiamente, los juchitecos
recibieron cordialmente a las tropas y evitaron todo enfrentamiento. Al acercarse otro verano, las
exigencias del cultivo del maíz volvieron a adquirir mayor importancia que la cuestión de la sal. La paz
prevaleció durante una segunda temporada de lluvias.
A nadie le sorprendió cuando volvió a surgir el conflicto en los meses secos del invierno de 1849 y
1850. Los juchitecos disidentes se volvieron más osados, capturando al funciorio local que había
vendido antes las tierras de la comunidad y sacándole quinientos pesos en compensación por la pérdida.
Ese acto de justicia retributiva —o al menos así lo consideraron los juchitecos— era un simple robo de
acuerdo con la ley del estado. Las autoridades de Tehuantepec enviaron un destacamente armado que
libertó al funcionario capturado y encarceló en cambio a varios de los dirigentes disidentes. En
respuesta, Meléndez organizó a los juchitecos, cada vez más disgustados, expulsó a los soldados del
cuartel de Tehuantepec, y tomó pleno control de Juchitán y sus alrededores. Al escalar la disidencia y
aproximarse a la rebelión, el número de participantes se acercaba al millar. La mayoría eran juchitecos,
pero tenían aliados que llegaban de Huilotepec, San Gerónimo, Ixtaltepec y el barrio de San Blas en
Tehuantepec.
Los rebeldes, que controlaban una parte importante del Istmo, enviaron a la gubernatura del estado
otra proclama de paz. Se acercaban de nuevo las lluvias de verano y los juchitecos esperaban regresar a
cultivar sus campos una tercera temporada. Pero con la acentuación del conflicto y del reto al poder del
estado, Juárez ya no escuchó sus peticiones. Envió una fuerza de cuatrocientos hombres con artillería
ligera al Istmo. El 19 de junio de 1850 hubo una batalla de dos horas a orillas de Juchitán. Los indios
29 Jorge Fernando Iturribarría" Historia de Oaxaca: 1821.1854, Oaxaca, 1935, pp. 365-66.
sufrieron fuertes pérdidas. El comandante de las fuerzas gubernamentales informó de la muerte de
setenta rebeldes y estimó que habría más muertos entre los heridos que se habían llevado los indígenas
en su retirada. La batalla destruyó parte de Juchitán, al devorar las llamas 1as chozas de madera y
palma.30
Los juchitecos, provocados por la introducción en el conflicto de la destrucción masiva y el
derramamiento de sangre por el gobierno se volvieron intransigentes y se negaron a rendirse. Meléndez
los encabezó en una marcha a través del Istmo, perseguidos por las tropas. Los rebeldes pasaron al
estado vecino de Chiapas. Las tropas del gobierno de Oaxaca no podían seguirlos sin permiso especial.
Antes de que lo hubieran gestionado, Meléndez y los juchitecos habían regresado sigilosamente a
Juchitán. En el camino saquearon haciendas y mataron a un administrador. Su violencia estaba
claramente dirigida contra las propiedades y los agentes locales de la élite de mercaderes oaxaqueños.
También el ataque a la ciudad de Tehuantepec, que llevaron a cabo inmediatamente después, se
concentró en blancos específicos, ya que la propiedad de los mercaderes locales sufrió daños mucho
más graves que el resto.
Al regresar a Juchitán los rebeldes encontraron al subprefecto, apoyado por una pequeña fuerza
armada, en poder del centro de la ciudad. Meléndez y sus seguidores vivieron fácilmente en la zona,
sostenidos por una población simpatizante. Esperaban el regreso de las tropas. Entretanto llegó otro
enemigo: el cólera. La muerte asoló a ambos bandos pero en términos tácticos la epidemia pesó más
contra el ejército del gobierno que requería de una organización militar que en dichas condiciones era
imposible mantener. El cólera dio a los rebeldes un respiro durante el cual ocuparon todo Juchitán y
mataron al subprefecto, que personificaba sus motivos de queja. Siguió otro ataque a Tehuantepec, que
destruyó principalmente propiedades.31
En la primavera de 1851 el gobernador Juárez pudo finalmente responder con un ejército lo
suficientemente grande como para obtener la rendición inmediata de la mayoría de los juchitecos.
Meléndez y un pequeño núcleo de dirigentes huyó al interior, donde podían estar seguros, pero
30 Juárez, Documentos, I, 675-88; Iturribarría, Historia …, cit., pp. 377-82.
31 Juárez, Documentos, I, 699-708; Iturribarría, Historia…, cit., nota al pie de página, pp. 385-87.
inutilizados desde el punto de vista estratégico.32 Al siguiente otoño Juárez visitó Juchitán y perdonó a
todos quienes juraran someterse a la autoridad del estado. Como esa cuestión era fundamental para la
disputa, la derrota de los juchitecos fue completa. Se instaló un nuevo concejo municipal, compuesto de
hombres leales al gobierno y a los intereses de los comerciantes de la ciudad de Oaxaca. Juárez
concedió un salario al nuevo subprefecto. Dicha innovación se hizo con la intención de volver más
equitativa la justicia local, eliminando el sistema previo por el cual el funcionario impartía justicia a
cambio de honorarios pagados por los disputantes. Pero tal concesión palidecía en importancia ante la
victoria fundamental del gobierno. Ésta aseguraba que la ley del estado —y los intereses que yacían
tras ella— predominaría sobre cualquier interés local.33
Meléndez seguía prófugo. A la larga logró una victoria política apoyando un complot que pedía el
regreso de Santa Ana al gobierno nacional. En 1853 el movimiento tuvo éxito y Meléndez fue
recompensado con la creación del Territorio de Tehuantepec. Esperaba gobernar personalmente en la
nueva jurisdicción.34 Si acaso los efectos a nivel de pueblos eran favorables, seguramente fueron de
breve duración. El Istmo quedó muy pronto sujeto nuevamente a la autoridad del estado de Oaxaca, al
llegar al poder nacional Juárez y sus colegas liberales. Su heredero político, Porfirio Díaz, también
oaxaqueño, gobernó México durante el resto del siglo XIX. Se convirtió en norma política nacional la
destrucción de la comunidad indígena corporativa en cuanto institución controladora de recursos. En
Oaxaca el ataque era constante, aunque la resistencia de los pueblos sí retrasó un resultado
aparentemente inevitable. La lucha y derrota de los juchitecos y sus aliados puede ser, pues,
considerada como una escaramuza temprana en un largo y difícil conflicto entre un poder estatal en
ascenso —que representaba intereses económicos en gran escala— y las comunidades indígenas,
tenaces pero destinadas a la derrota, que trataban de conservar alguna autonomía.35
De este esbozo histórico de las relaciones entre incursiones y rebeliones en Tehuantepec, se perfilan
claramente ciertos patrones. Las incursiones de tipo amplio y de amplio espectro cultural, descritas por
Wolf y Hobsbawm, no provocaron oposición en el Istmo. Después de la conquista la superioridad
32 Juárez, Documentos, I, 712-27; Iturribarría, Historia…, cit., nota al pie de página, pp. 387-90
33 Exposición … 1852, p. 4 y anexo n. 1,2.
34 Iturribarría, Historia ... , cit., pp. 408,415-17.
35 Moisés González Navarro, "Indio y propiedad en Oaxaca". Historia Mexicana, 8:2, 1958, pp. 175-91.
tecnológica (especialmente la militar) de los europeos, la postración de las comunidades indígenas
asoladas por las epidemias, y el consiguiente descenso de las presiones demográficas sobre la tierra, se
combinaron para preservar la paz. Con la incursión de la producción de tintes en el siglo XVIII los
indios zapotecas del Istmo obtuvieron beneficios económicos en una época en que el crecimiento
demográfico aparentemente compensó el desquiciamiento producido por una participación rápidamente
creciente en la economía mundial. Hubo dos circunstancias comunes a las incursiones del periodo
colonial, que fueron fundamentales para su recepción pacífica: en ambas la élite incursionante actuó
con fuerza y unidad; en ambas las comunidades aldeanas y su base indispensable de control de recursos
no fueron amenazadas de manera sistemática.
Si bien por estos motivos las incursiones fuertes encontraron en el Istmo recepciones pacíficas, en
cambio parecen haberse dado rebeliones al amainar las influencias venidas de fuera. Tanto el
levantamiento limitado que se dio en el siglo XVII como la rebelión más peligrosa posterior a la
independencia encontraron a las élites afectadas en posiciones de relativa debilidad. Y ambos estallidos
respondían a incursiones muy definidas y por lo tanto muy visibles, a diferencia de las más
generalmente culturales.
Visto a la luz de estos datos, el enunciado más condicionado que da Barrington Moore de la tesis de
la incursión desquiciante parece corresponder mejor a las condiciones históricas de México que las
formulaciones más amplias de Wolf y Hobsbawm. Los campesinos indígenas de Tehuantepec se
rebelaron cuando sus comunidades y su cultura eran relativamente fuertes pero estaban visiblemente
amenazadas. La protesta contra los impuestos en el siglo XVII se dio en ese tipo de situación. También
la gran rebelión de mediados del siglo XIX. La disputa por el control de las salinas produjo tensiones
violentas porque tocaba una zona profunda de conflicto cultural. Amenazaba una porción del control de
recursos de las comunidades indígenas en un tiempo en que la vida de los pueblos mantenía su
cohesión aunque sufría los efectos desquiciantes que producía la conjunción del crecimiento
demográfico y la desaparición del sector de exportación.
Se trataba de imponer a los zapotecos, istmeños la comercialización. Pudiera parecer que la
concesión del monopolio del control de un recurso natural por el gobierno del estado era menos
capitalista que el comercio juchiteco de textiles europeos. ¿Es posible que esta comunidad indígena
haya elegido aliarse con el capitalismo europeo y rebelarse por consiguiente contra un estado mexicano
"atrasado"? Desde un punto de vista social no era éste el caso. El comercio juchiteco con el núcleo
industrial europeo sólo traía un contacto esporádico con un capitalismo distante. Jamás introdujo su
cultura económica individualista en la vida de los pueblos. Por otra parte, el aparentemente limitado
monopolio estatal de la sal amenazaba la base de recursos de los aldeanos istmeños. Tendrían que
comenzar a comprar una importante mercancía de la que antes habían gozado como parte irrestricta de
su medioambiente. El control de recursos —fundamento de su autonomía social y cultural— se veía
clara y específicamente amenazado.36 Sería sustituido por una relación fundamentada en el dinero.
Desde esa perspectiva el monopolio salinero impondría forzosamente mayores cambios socioculturales
en las comunidades indígenas que ninguna incursión anterior.
A pesar de sus consecuencias desquiciadoras obvias y potenciales, sin embargo, el monopolio de la
sal no provocó una resistencia inmediata. El desafío no se inició con una reacción organizada a la
amenaza de la transformación impuesta desde fuera. Surgió más bien al azar, casualmente, en la
interacción no planeada de las metas o propósitos indígenas y las respuestas gubernamentales. La
preocupación de las élites mexicanas con la guerra contra los Estados Unidos fue, quizás, el factor más
importante para el estallido de la rebelión. Sólo comenzó a hacerse caso omiso de la regulación estatal
en forma sistemática cuando los aldeanos istmeños se dieron cuenta de que no era posible que se
exigiera el cumplimineto de la ley durante el conflicto internaciona1. La debilidad y distracción de las
élites fue tan importante cuando menos como detonante de la rebelión como el descontento creciente
producido por las presiones demográficas, las dificultades económicas y la amenaza al control de los
recursos por la comunidad indígena.
¿Contribuye en algo este análisis de los levantamientos indígenas de Tehuantepec a una comprensión
general de las rebeliones en México? ¿Hubo otros casos en que las incursiones que amenazaban el
control acostumbrado de recursos por las comunidades, que coincidían temporalmente con o precedían
inmediatamente a épocas de debilidad de las élites, provocaran rebeliones? Los datos disponibles
sugieren que sí. En Yucatán, entre 1820 y 1845, la aparición del henequén como cultivo importante de
exportación condujo por primera vez ala institución en amplia escala de los derechos de propiedad
privada. Una línea móvil de colonos españoles que reclamaban tierras para establecer haciendas
36 Karl Polanyi, en The Great Transformation, Boston, 1944, argumenta que semejante cambio es la esencia del capitalismo.
presionaban cada vez más hacia el interior indígena de la península. Este cambio desquiciante coincidió
con la culminación de un siglo de crecimiento demográfico.37 El acceso de los indios a los recursos
para su subsistencia se veía amenazado en todo Yucatán en el momento justo en que más lo
necesitaban. En el pueblo de Naranja, estado de Michoacán, se desarrolló una situación similar, que
provocó un levantamiento agrario hacia principios del siglo xx. Las décadas que antecedieron a esta
rebelión fueron de cambio crítico en el acceso de los indígenas locales a los recursos naturales. El
gobierno porfirista otorgó a un grupo de empresarios un gran pantano que había servido durante mucho
tiempo para abastecer de pescado, crustáceos y aves a los indígenas. Los empresarios lo drenaron y
transformaron en una hacienda en que se cultivaban granos. Los indios perdieron acceso a recursos
estrechamente ligados a su subsistencia. Sólo se les ofrecía a cambio trabajo asalariado.38 Como
ejemplo final del papel desempeñado por el control de recursos en las rebeliones mexicanas, es un
hecho bien conocido que el motivo de queja que subyacía a la rebelión zapatista en la región de
Morelos a principios de 1910 era la invasión de las tierras comunales indígenas por las haciendas
azucareras.39
Si bien las incursiones que comprometían el acceso o el control de recursos esenciales originaban el
descontento que podía desembocar en rebelión, la debilidad de las élites —ya se debiera a división
interna, preocupación con un enemigo externo, o ambas cosas a la vez— daba cabida a los inicios del
desafío. La guerra de castas de Yucatán, el levantamiento de Sierra Gorda y la rebelión de Juchitán
todos comenzaron cuando el gobierno estaba ocupado primordialmente en la conducción de la guerra
contra Estados Unidos. En Yucatán, donde se extendió más la rebelión y fue más violenta, la división
interna de la élite local coincidió con el conflicto internaciona1.40
También los levantamientos agrarios de 1910 surgieron cuando Porfirio Díaz y Francisco Madero se
disputaban el dominio político. La insurgencia floreció mientras las facciones político-militares se
disputaban la creación de un nuevo gobierno. Y, generalmente, las facciones agrarias fueron reprimidas
después del triunfo de una sola camarilla dominante: Carranza, Obregón, y sus fuerzas
37 Nelson Reed, La guerra de castas de Yucatán, ed. Era, México, 1971, pp. 19-20, 22-23; Cook y Borah, Ensayos sobre historia de la población ... , cit., t. II, pp. 131-33.
38 Paul Friedrich, Agrarian Revolt in a Mexican Viltage, Englewood Cliffs, New Jersey, 1970, pp. 43-49.
39 John Womack, Zapata y la revolución mexicana, ed. Siglo XXI, México, 1972, pp. 36-65.
40 Moisés González Navarro, Raza y tierra: La guerra de castas y el henequén, México, 1970, pp. 43-49.
constitucionalistas.
Otra característica del levantamiento juchiteco que es común a otras rebeliones mexicanas es el
surgimiento de un dirigente hispanizado, con frecuencia ni siquiera indio. José Gregorio Meléndez era
un ranchero local, tal vez también pequeño comerciante, con ambiciones políticas en Tehuantepec.
Cuando se frustraron éstas, recurrió al descontento de los indígenas locales, reconoció la causa del
control de recursos por los indios, y encabezó el movimiento contra las autoridades debilitadas. La
rebelión de Sierra Gorda, de la cual sigue haciendo falta un estudio detallado, encontró un vocero en
Manuel Verástegui, funcionario del pueblo de Río Verde y pariente de una de las más poderosas
familias de terratenientes de San Luis Potosí.41 Tampoco Zapata era un comunero indígena ni
descendiente inmediato de semejante familia, sino un ranchero completamente hispanizado que
operaba una pequeña cuerda de mulas en la estación de secas. Antes de la rebelión sus habilidades de
jinete y adiestrador de caballos lo habían hecho entrar en contacto con los más altos niveles de la
sociedad mexicana.42 Hasta Primo Tapia, el dirigente de la rebelión de Naranja, aunque de ascendencia
indígena, había recibido una educación hispánica y viajado por una gran parte del país y del occidente
de Estados Unidos antes de regresar a su comunidad y encabezar allí la insurgencia agrarista.43
En cambio la dirección hispanizada no fue característica de las rebeliones en las zonas mayas del
sureste de México. Las élites indígenas fueron la vanguardia de la rebelión de los tzeltales a principios
del siglo XVIII. El levantamiento de 1761en Yucatán lo dirigió un indio.44 La guerra de castas de
mediados del siglo XIX fue encabezada por dirigentes que conservanban tanto el idioma como la
perspectiva maya.45 La dirección no hispanizada distingue claramente a las rebeliones mayas de las que
se dieron en el istmo de Tehuantepec y en los altos del centro de la república. Además la rebeldía maya
tendía a caracterizarse por un furor mesiánico que rara vez dominaba en las rebeliones habidas en el
resto del país. Las rebeliones que hubo en Juchitán y en la región central de la república tendían a
41 Jean Meyer, Problemas campesinos y revueltas agrarias (1821-1910), México, 1973, p. 13; Jan Bazant, Cinco haciendas mexicanos: tres siglos de vida rural en San Luis Potosi (1600-1610), México, 1975, p. 69.
42 Womack, Zapata ..., cit., p. 4.
43 Friedrich, Agrarian Revolt…, cit., pp. 58-77.
44 Reed, La guerra de castas…, cit., p. 52.
45 Ibid., passim.
proponerse claras metas económicas y políticas y orientaban su violencia a la obtención de esos fines.
Mostraban en grado mucho menor la virulencia étnica que caracterizaba a los levantamientos en las
zonas mayas. No es posible atribuir la diferencia a formas radicalmente distintas de colonización
española. Recientemente William Taylor ha insistido en la amplia similitud general del gobierno
colonial, su asentamiento y los intereses económicos españoles en Oaxaca, Yucatán y demás regiones
de Mesoamérica austral.46 Sin embargo, ni las rebeliones del siglo XVII ni las del XIX que hubo en
Tehuantepec manifestaron en grado digno de consideración la vehemencia mesiánica típica de los
levantamientos mayas, tanto en el periodo colonial como en el independiente.
Los orígenes de las rebeliones indígenas en México deben buscarse en las acciones del sector español
(o europeo) de la sociedad. Fueron especialmente importantes las incursiones que pusieron en peligro
el control tradicional de los recursos de las comunidades y que coincidían con un periodo de relativa
debilidad de las élites. Por lo visto, la naturaleza de las respuestas rebeldes a tales desquiciamientos
reflejaba, sin embargo, distintas sociedades y culturas indígenas. Los zapotecas de Tehuantepec aquí
examinados ocupaban el puente terráqueo entre la Mesoamérica maya y la región montañosa central
mexicana. En cuanto al carácter de sus rebeliones se parecen más a los indios de la segunda región que
a los de la primera. Los juchitecos aprovecharon la debilidad de las élites durante la guerra con Estados
Unidos para resarcirse de la invasión de su control secular sobre un recurso natural. Su violencia era
controlada e iba dirigida a eliminar motivos específicos de descontento. Al restaurarse el poder del
gobierno del estado, sufrieron una derrota total: trágico fin de la mayoría de los levantamientos
agrarios.
46 William B. Taylor, "Landed Society in New Spain: A View from the South", Hispanic American Historical Review, 54:3, 1974, pp. 387-413.