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UN SEMINARISTA EN LAS SS Gereon Goldmann Un relato autobiográfico, Segunda Edición. 1 INFANCIA FELIZ, NUBES DE TORMENTA 2 EL HOMBRE DE LA CAMISA PARDA 3 LOS «ECLESIÁSTICOS» 4 DESAFIANDO A LAS SS 5 CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE 6 LA FE DE LA HERMANA SOLANA MAY 7 DESPUÉS DE TODO, ITALIA 8 BAUTISMO DE FUEGO 9 «LEVÁNTATE Y TRABAJA» 10 EL INFIERNO DE LA GUERRA, LA PUERTA DEL CIELO 11 VIÁTICO 12 EL SARGENTO DIÁCONO 13 «TEDESCO FURIOSO» 14 LA TERRIBLE COSECHA DE LA GUERRA 15 MANDARÁ A SUS ÁNGELES... 16 EL PADRE GEREON 17 UN VIAJE HACIA EL CAUTIVERIO 18 EL CURA DE KSAR-ES-SOUK 19 LA OPOSICIÓN NAZI 20 UNA PESCA MILAGROSA 21 LAS AUTÉNTICAS FAUCES DE LA MUERTE 22 UNA MUJER CON ASPECTO DE REINA 23 LA SEMILLA DEL CAMPO 24 ESO ES ORACIÓN EPÍLOGO Apéndice 1 INFANCIA FELIZ, NUBES DE TORMENTA En apariencia, parecía sorprendente que algún día yo llegara a ser sacerdote. Aunque mis padres eran profundamente religiosos, e inquebrantables en el mantenimiento no solo de un ambiente piadoso sino también de su realidad, mi infancia fue tal, que ¡solamente Dios pudo hacer de mí un sacerdote! Mi padre había nacido en Fulda, una ciudad que durante siglos fue considerada el baluarte de la fe católica en Alemania. Su patrón es el Apóstol de Alemania, San Bonifacio, cuyos restos reposan en

Un Seminarista en La Ss

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LIBRO DEL AUTOR GOLDMAN UN SEMINARISTA EN LAS SS

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Gereon Goldmann

UN SEMINARISTA EN LAS SS

Gereon Goldmann

Un relato autobiogrfico, Segunda Edicin.

1 INFANCIA FELIZ, NUBES DE TORMENTA2 EL HOMBRE DE LA CAMISA PARDA3 LOS ECLESISTICOS4 DESAFIANDO A LAS SS5 CUESTIN DE VIDA O MUERTE6 LA FE DE LA HERMANA SOLANA MAY7 DESPUS DE TODO, ITALIA8 BAUTISMO DE FUEGO9 LEVNTATE Y TRABAJA10 EL INFIERNO DE LA GUERRA, LA PUERTA DEL CIELO11 VITICO12 EL SARGENTO DICONO13 TEDESCO FURIOSO14 LA TERRIBLE COSECHA DE LA GUERRA15 MANDAR A SUS NGELES...16 EL PADRE GEREON17 UN VIAJE HACIA EL CAUTIVERIO18 EL CURA DE KSAR-ES-SOUK19 LA OPOSICIN NAZI20 UNA PESCA MILAGROSA21 LAS AUTNTICAS FAUCES DE LA MUERTE22 UNA MUJER CON ASPECTO DE REINA23 LA SEMILLA DEL CAMPO24 ESO ES ORACINEPLOGOApndice

1 INFANCIA FELIZ, NUBES DE TORMENTA

En apariencia, pareca sorprendente que algn da yo llegara a ser sacerdote. Aunque mis padres eran profundamente religiosos, e inquebrantables en el mantenimiento no solo de un ambiente piadoso sino tambin de su realidad, mi infancia fue tal, que solamente Dios pudo hacer de m un sacerdote!

Mi padre haba nacido en Fulda, una ciudad que durante siglos fue considerada el baluarte de la fe catlica en Alemania. Su patrn es el Apstol de Alemania, San Bonifacio, cuyos restos reposan en el interior de la catedral barroca. Mi madre haba nacido en el norte, en Hmling, una zona conocida tambin por la fuerza de su fe. Mi abuelo materno era mdico y, durante varias generaciones, la familia de mi padre haba mostrado cierta tendencia hacia la prctica de la medicina. Aunque mi padre no era mdico, en una zona esencialmente dedicada a la agricultura y a los animales, el ejercicio de la veterinaria era tan importante para sus habitantes como la atencin de los doctores.

En 1919, cuando yo contaba tres aos, mi padre nos traslad a Fulda desde la pequea ciudad de Zieginahin, en Essen, donde yo haba nacido mientras l luchaba en el frente occidental.

Este regreso a Fulda fue el comienzo de una infancia alegre y generalmente feliz En aquella poca mi padre trabajaba mucho en su profesin. Se pueden seguir las huellas de su prosperidad a lo largo de los aos por los cambios que en los medios de transporte le procuraron su buena suerte y un trabajo esforzado: primero se trasladaba en bicicleta, luego en un carricoche de caballos, y a continuacin, en una increble y ruidosa motocicleta que anunciaba sus idas y venidas por las laderas de las montaas. El ltimo vehculo que emple para sus visitas fue un automvil, que, llamado acertadamente Vagabundo por sus fabricantes, era lo bastante grande para todos los nios... entonces ramos siete varones sin que, desgraciadamente, hubiera nias. Y acompabamos entusiasmados a Padre en sus recorridos por los campos donde inspeccionaba a los rebaos de ovejas que se criaban en ellos.

Como hijos de veterinario, nos interesaba especialmente todo lo que viva y se mova. Los recintos de las granjas que mi padre visitaba eran lugares inundados de un olor misterioso, oscuros pero acogedores, con numerosos rincones secretos, perfectos para el escondite y la diversin de los muchachos.

Los campos abiertos eran nuestro terreno de recoleccin, pues ramos incapaces de resistirnos a cualquier cosa que se moviera. Recordando su propia infancia, Padre aprobaba sonriendo, aunque en secreto, nuestra coleccin de pjaros, gatos, cachorros de perro, serpientes, peces, salamandras, ardillas y todo lo que pudiramos obtener con una sola excepcin: tenamos prohibido molestar, intentar atrapar e incluso tocar a los cervatillos, pues, aunque nuestros ciervos eran tan mansos como animales domsticos, aquellas criaturas no sobrevivan en cautividad. Podamos proporcionarles comida en los inviernos rigurosos, pero eso era todo.

Fuera de esto, y a pesar de las horrorizadas protestas de Madre, las cajas y las jaulas que fabricbamos para los animales estaban continuamente ocupadas. Si los animales no bastaban para probar su enorme paciencia, creo que las colecciones de piedras resolvan el problema. Ahora comprendo el trabajo que signific atender una casa repleta de chiquillos todos varones, llenos de imaginacin y de buena salud, y de edades tan prximas como para que los mayores indujeran a los ms pequeos a toda clase de diabluras. Al no tener hijas que la ayudaran o la apoyaran, Madre hizo un trabajo realmente admirable. Por otra parte, no protestaba cuando intentbamos llenar la casa con piedras y animales, nos permita fabricar jaulas para ellos y vigilaba la construccin de armarios con cerraduras y placas con los nombres de cada uno de nosotros.

Adems de los numerosos viajes con Padre, los chicos hacamos dos recorridos anuales con las facturas por los pueblos de los alrededores, esperando reunir y llevar a casa algn dinero. Nos sentamos entusiasmados ante tal responsabilidad y nos inventbamos grandes peligros para hacerla an mayor. Imaginbamos ladrones escondidos en los bosques esperando sorprendernos, agarrarnos y arrebatarnos el dinero..., incluso quiz secuestrarnos y convertirnos tambin en ladrones!

Con el tiempo, aprendimos cules eran los granjeros que nos daban la bienvenida con algo de comida, y quines nos echaban y quines no, cuando conseguamos probar algunas de las dulces manzanas que caan prcticamente de sus bien cargados rboles.

Nos entretenamos recitando en alta voz frases en latn, y algunas veces en el griego y el francs que habamos aprendido en la escuela. En realidad, lo hacamos para impresionar a los que nos oan, sin preocuparnos ni saber que nos serva para mejorar nuestra pronunciacin y el dominio de las lenguas extranjeras. Me figuro que si alguien nos hubiera indicado que aquellas prcticas nos beneficiaban, las habramos abandonado inmediatamente.

Tambin nos divertamos gastando bromas tales como preguntar la distancia a cierta ciudad a cada transente, y rindonos a continuacin de las variadas respuestas que recibamos. Nos gustaba dirigimos en una lengua extranjera a los sencillos y honestos granjeros para ver sus reacciones; pero cuando caan en la cuenta de que nos estbamos riendo y burlando de ellos, se organizaba una persecucin que sola terminar con alguna bofetada o con el trasero caliente.

A veces nos acompaaban en nuestros viajes algunos amigos de la cofrada mariana local a la que se haba unido mi familia al regresar a Fulda. En tales ocasiones pasbamos la noche al aire libre, durmiendo en tiendas de campaa o en las granjas amigas.

Los maestros eran estrictos, pero como ramos alegres y espabilados salamos adelante sin demasiada dificultad. A pesar de tener gran cantidad de deberes, el ingenio nos ayudaba a sacar buenas notas y a disponer de demasiado tiempo libre. De vez en cuando, llegaban quejas desde muchos orgenes: nuestras tas de la ciudad, amantes de los gatos, solan referirse intencionadamente a los chicos que los robaban; el polica se vio obligado a quejarse de que alguien no dejaba en paz las campanillas de toda la calle; o el encargado del gas no poda explicarse que las luces que encenda al llegar la noche, se apagaran tras l.

Por otra parte, nuestra formacin religiosa era muy cuidada. Todos los sbados recibamos el sacramento de la Penitencia, y el Cielo sabe que yo tena suficientes motivos para ello; daba mucho trabajo a nuestro capelln. Mi padre deca que yo era un ngel en la calle y un diablo en casa, porque saba causar buena impresin en pblico, pero en privado era muy diferente.

Nuestra vida familiar estaba marcada por una profunda fe y una autntica piedad. Padre y Madre eran modelos de padres catlicos sin el menor asomo de mojigatera. Asistamos a Misa y confesbamos y comulgbamos todas las semanas. Celebrbamos solemnemente y a su debido tiempo las fiestas litrgicas, conservando y perpetuando todas nuestras hermosas tradiciones. Hacamos peregrinaciones, especialmente a Nuestra Seora de los Montes. Aunque la Santa Misa solemne y el coro de los frailes nos resultaban terriblemente pesados, el recuerdo de las salchichas fritas que se servan despus de la ceremonia los hacan ms soportables.

Recuerdo lo feliz que me senta por ser catlico: las visitas al cementerio el Viernes Santo; el maravilloso Nacimiento en Navidad; las peregrinaciones; las devociones; la feliz libertad. Y sobre todo, recuerdo los principios cristianos que aprendimos a travs del ejemplo de nuestros padres, pues ellos hacan realmente lo que otros solo decan que haba de hacerse. A lo largo de los meses, Padre reciba muchas cartas de las misiones. l las guardaba hasta el final del ao, cuando cada respuesta iba acompaada de un donativo acorde con nuestra prosperidad en ese perodo.

Padre ofreca el coche a todo el que encontraba por la calle. Cuando se trataba de un mendigo, paraba para darle algo y le ofreca subir. Creo que los gitanos eran de las escasas personas por las que senta poca simpata y, por razones que entonces yo no alcanzaba a comprender, pareca soportar difcilmente a luteranos o a judos.

A m me resultaba difcil entenderlo, pues me gustaban los judos. En los das de sus festividades nos enviaban regalos o bizcochos, y siempre tenan dinero. Una de nuestras diversiones favoritas consista en convencerlos para que sobrepasaran la distancia permitida en su Sabbath. Lo conseguamos a menudo, con tremendas consecuencias para ellos, pero solo hasta que Padre se enter. Entonces recibimos una severa leccin en el dispensario con un bastn como el del ayudante del director. En aquella poca solamos rellenar los fondillos de los pantalones, esperando as evitar parte del escozor. Sin embargo, cuando el primer castigado comenz a llorar, todos los dems empezamos a berrear, de modo que los golpes se hicieron cada vez ms y ms suaves hasta el punto de que el ltimo de la fila apenas sinti el bastn. Entonces intentamos poner en claro que, la prxima vez, el ltimo de la fila seria el primero en recibir el castigo; pero la cosa no funcion, especialmente despus de que Padre se diera cuenta de lo que pasaba.

Nosotros pensbamos que la enseanza religiosa era algo estricta, como lo era nuestra educacin. En la escuela, Herr Hagemann crey necesario castigarme casi diariamente. Considerbamos que el derecho del estudiante consista en fastidiar al profesor, pero estbamos preparados para el premio que acompaaba al hecho de gastarle bromas. A pesar de eso, aprendamos. Incluso en la escuela, el ejemplo de nuestros padres influa profundamente en nosotros. Nos ensearon a no dejar nunca desamparada a una persona ms frgil; a ocuparnos de los enfermos y los dbiles; a consolar y animar en lo posible a los desvalidos.

Mi madre era una persona realmente asombrosa, extraordinariamente amable y comprensiva. La cocina sola estar ocupada por alguna inquieta esposa de la zona que haba acudido a pedirle consejo. Se sentaba all con mi madre, descargando sus penas, llorando, y marchndose luego aliviada y reconfortada en el cuerpo y en el alma. Madre fue la que me ense a defender a los pequeos y a los dbiles, especialmente desde que yo me hice grande y fuerte. Muchas veces aparec en casa sangrando por la nariz, prueba evidente de mis batallas a favor de compaeros que se vean importunados por los chicos mayores.

A los ocho aos comenc a experimentar la gracia de Dios al ayudar a Misa, aunque no fui plenamente consciente de ello. Lo haca en el convento de las Damas Inglesas que estaba frente a la escuela. Durante casi seis aos, acuda diariamente al convento, un poco antes de las cinco, para preparar la Misa. Algunas veces me senta demasiado cansado como para saltar del lecho y llegar a tiempo. Entonces, me golpeaba la nariz hasta hacerla sangrar y me volva a la cama. Sin revelar los motivos, poda decir a la Hermana Sacristana que la hemorragia me haba impedido cumplir con mi obligacin.

No obstante, la mayor parte de las veces llegaba con quince minutos de antelacin. La Hermana Sacristana me daba a leer un libro piadoso. Pero el hecho de que llegara fsicamente no significaba que me acompaara la atencin o que no deseara seguir durmiendo. Ms de una vez, cuando me tocaba cambiarlo, se me cay el Misal durante la Misa. Al principio, el latn era superior a mis fuerzas y solamente pronunciaba con claridad y en voz alta las primeras y ltimas palabras cuando me corresponda hacerlo.

Un da sucedi una cosa realmente apasionante que cambi el curso de mi vida, y no de un modo dramtico ni en una fraccin de segundo como en una ficcin, sino lentamente, a lo largo de los aos. Como estaba acostumbrado a comulgar con frecuencia, acuda semanalmente a la confesin. Vea todas las maanas a los Padres Franciscanos y ellos me invitaban a su convento. Bromeaban dicindome que, si les ayudaba a Misa, podra unirme a la comunidad y comer peras dulces a diario. Muchos aos despus, cuando me convert en un miembro de su orden, descubr que aquello solo haba sido una mentira piadosa.

En una ocasin, vino un franciscano del Japn y nos dio una conferencia. Tambin predic un sermn en la parroquia sobre las maravillosas tierras de Oriente. Eso ex- cit mi imaginacin como nada lo haba hecho hasta entonces. Despus de la Misa entr en la sacrista y le ped que me llevara con l cuando volviera al Japn. Se ech a rer y me dijo que era demasiado pequeo. Aquello me indign, porque a los nueve aos era el chico ms alto de la clase y estaba extraordinariamente orgulloso de mi estatura. Mi sueo secreto era el de crecer an ms aprisa y llegar a ser ms alto que mis dos hermanos mayores, de modo que sera el primero en tener ropas nuevas, y ellos tendran que usar las heredadas que ahora eran mi poco afortunado aunque decente lote.

Yo expliqu al sacerdote franciscano que, probablemente, ya era lo bastante alto para el Japn.

Pero qu dirn tus padres?, pregunt. Yo le indiqu que haba otros seis hermanos en casa. Me ira tranquilamente con l, y Madre, con su trabajo y todos sus otros chicos, no me echara de menos.

Se ech a rer cariosamente y dijo: Me temo que no lo har. No puedo robar un chico... sera un pecado. Pero si realmente quieres ir al Japn, conozco un mtodo mucho ms seguro.

Dgamelo, Padre, por favor!.

Reza diariamente un Avemara por esa intencin, y algn da llegars al Japn. Me lo prometes?.

Aquello no era difcil, as que se lo promet y empec a rezar un Avemara todas las noches. La primera vez, comprend que no era tan fcil como pareca en un principio, pues me qued dormido mientras rezaba. Disgustado conmigo mismo, la noche siguiente rec tres, una por la que haba dejado la noche anterior, otra por aquella misma noche y la tercera por si la Santsima Virgen Mara estaba tan disgustada conmigo como lo estaba yo.

Despus, todo fue mucho ms fcil, y no logro recordar si llegu a olvidarme de recitarla o si volv a quedarme dormido. Este fue mi primer paso realmente independiente en el largo camino que acabara por conducirme hasta el sacerdocio.

Mi madre muri cuando el mayor de mis hermanos tena doce aos y el ms pequeo uno. Se march con Dios mientras vivamos en Fulda. El da de su entierro, en un lluvioso octubre, fue el ms sombro de mi infancia. Padre estaba absolutamente destrozado; permaneci inmvil ante la tumba, sin verter una lgrima. Al entierro asistieron miles de personas, en su mayora mujeres de granjeros de los alrededores de Fulda que se haban sentido atradas por la amabilidad de Madre, su solicitud y la reputacin de sentido comn que se haba ganado a lo largo de los aos. Fue el cortejo fnebre de mucha gente agradecida que haba compartido con ella lgrimas y confidencias frente a una humeante taza de caf.

Despus de la muerte de Madre, la sacristana, Hermana Solana May, me dijo: Yo ocupar el lugar de tu madre, pero no me explic cmo se propona hacerlo. Ms tarde, supe que su superiora le haba dado permiso para que rezara pidiendo que yo llegara a ser sacerdote franciscano. A raz de la visita del misionero me haba odo expresar ese deseo en varias ocasiones. Y tambin pidi a las ms de doscientas hermanas de la comunidad que rezaran por aquella intencin: calculaba correctamente que yo necesitara veinte aos para completar los estudios requeridos y, ante el Santsimo Sacramento, prometi rezar por m durante veinte aos hasta que nuestro Seor hiciera de m un sacerdote franciscano.

Yo ignoraba el plan de la Hermana Solana y continuaba ayudando a Misa. A pesar de mi deseo de ir al Japn como franciscano, a pesar de las Avemaras nocturnas por esa intencin, a pesar de mi asistencia diaria a la Misa, y a pesar de las oraciones de mi madre antes de su muerte y de las reprensiones de mi padre, yo tena mala fama en la ciudad.

Formaba parte de un grupo de chicos que eran demasiado salvajes y maleducados para los buenos burgueses de Fulda. El hecho de asistir a Misa y comulgar no implicaba avance alguno. Creo que quiz era ms inquieto que malo..., pero cualquiera que fuera el origen de mi comportamiento, yo volva locos a los mayores. Mi padre solfa pensar que me haba tragado un demonio, al que con toda sinceridad y merecidamente haba que expulsar. Si el de- momo hubiera residido en los fondillos de mis pantalones, sus esfuerzos habran sido eficaces, pero su bastn de bamb no llegaba a mi corazn. Como mi carne estaba marcada por aquel bastn, yo frotaba el bamb con cebollas hasta que se rompa... lo que, por cierto, daba lugar a infructuosas aplicaciones posteriores.

Segu siendo incorregible hasta la muerte de mi madre. Aunque estaba abatido por su prdida, y de momento jur que intentara ser bueno, los jvenes olvidan fcilmente. Una madura ama de llaves intentaba mantenemos a raya. Fraulein Nolte solo tena un defecto: era luterana y en consecuencia, por muy devotamente que rezara, algn da se ira al Infierno. No haca la seal de la Cruz y sola faltar a la iglesia los domingos. Aunque no era una prueba definitiva, deca Mara en lugar de Mara Santsima, y probablemente por eso estaba predestinada a la condenacin eterna. Yo se lo deca con frecuencia, pero no me haca caso.

Despus de que Fraulein Nolte viniera a cuidarnos, nos hicimos ms piadosos y jugbamos a decir Misa en nuestra casa. Fabricamos un altar con todos los accesorios, incluido un cliz que llenamos con zumo de frutas, y a veces organizbamos procesiones por los tres pisos de la casa. Vestidos con ropas brillantes, salmodibamos en alta voz, y cantbamos con mayor intensidad al acercarnos a la pobre Fraulein Nolte. Creamos que as le dbamos a conocer nuestra opinin, pero ella continuaba mostrndose tranquila y cariosa, y cuidaba de nosotros, malos chicos, como si hubiera sido enviada por el Cielo, lo que ciertamente poda ser verdad. Cmo la hostigbamos, y qu avergonzados nos sentamos cuando, con su inagotable paciencia, nos haca ver que bamos demasiado lejos, haciendo burla de los elementos ms sagrados y solemnes de nuestras vidas solo por demostrar a aquella inofensiva y cariosa anciana que creamos que iba a condenarse porque no comparta nuestra fe! Ahora me siento feliz al pensar que me ser permitido reunirme con ella en el Cielo, darle las gracias y pedirle perdn.

Cuatro aos despus de la muerte de Madre, Padre se cas con la ms joven de sus cuadas. Aunque nunca ocup el lugar de nuestra madre, haca tiempo que la conocamos y estbamos acostumbrados a ella, y enseguida llegamos a quererla. La llegada de tres chicos ms y, por fin, de dos nias, complet el retrato de la familia y contribuy al bullicio de un hogar en constante movimiento.

Al poco tiempo del segundo matrimonio de Padre, nos trasladamos a Colonia donde se convirti en lo que siempre se haba considerado: un hombre importante. El cambio de escuela result muy interesante, ya que la de Fulda haba sido excepcional y exigente, y no tuvimos problemas para adaptamos a los nuevos profesores.

Ingresamos en la Bund Neudeutschland, donde pasamos cinco aos inolvidables bajo la direccin de los Padres jesuitas. La Bund imparta a los jvenes una educacin cristiana natural, con lecciones, deberes para casa, canciones y juegos, viajes, excursiones, adems de enseamos a atender a los pobres, a los que sufran y a los desdichados. Dirigan nuestro grupo unos sacerdotes perfectamente idneos, pues eran jvenes, de mentes preclaras, que convivan con nosotros como si, tambin ellos, fueran unos muchachos todava. Sabamos que nos comprendan.

Con el paso del tiempo, y cuando Alemania cay bajo el sombro hechizo de Adolf Hitler, creci el antagonismo entre el grupo de jvenes cristianos y el de jvenes hitlerianos. Nos enzarzbamos en lo que, finalmente, resultaron ser batallas... autnticas peleas en las que corra la sangre y aparecan las navajas. Soportbamos nuestras heridas como smbolos del martirio. Considerbamos las detenciones y la crcel como parte de la aventura. Y no es que furamos realmente conscientes de los peligros morales o polticos que implicaba el empeoramiento de la situacin en nuestro pas; simplemente nos enfrentbamos a los nazis como a nuestros enemigos naturales, considerndonos como soldados de Cristo, en torno al que se centraban nuestra educacin y nuestras vidas.

Sin embargo, las cosas cambiaron muy pronto. Cuando tuvimos que asistir a una escuela cuyo director era un ferviente nazi, empezamos a captar la realidad de lo que estaba amenazando a nuestro pas. Como los catlicos ramos buenos estudiantes, no podan expulsarnos, a pesar de unas batallas verbales que hacan palidecer de rabia al director. Pero todos nosotros estbamos en peligro.

Por fin nos detuvieron. Delante del juez declaramos firmemente que nosotros ramos los nuevos alemanes, no los nazis, y que el nico camino para salvar a Alemania pasaba por Jesucristo. La situacin empeor rpidamente, y en 1934 qued prohibido el trabajo de los grupos de jvenes catlicos. A pesar de eso, estbamos dispuestos a enfrentarnos con cualquiera para demostrar que ramos hombres, que ramos cristianos y que ramos dignos de nuestras aspiraciones. As, la prohibicin de nuestros trabajos y de nuestras reuniones solo sirvi para enviarnos de excursin, como lo llambamos en aquellos das. Si la polica nos pescaba por la calle camino de alguna de nuestras tareas, nos mandaba a casa con la camisa y los pantalones exclusivamente.

En un juicio ante el Tribunal de menores, el director me grit: Te expulsaremos! Eres una mancha para el buen nombre de la escuela!. Y siempre ramos amnistiados de nuevo.

Nos introducamos en lo ms profundo de la Selva Negra para llevar a cabo nuestras misiones cristianas. Cuando intentaban-impedir que saliramos de la ciudad, nos escondamos en el mercado bajo los montones de coles dispuestos para el traslado. Cualquier cosa con tal de continuar con nuestra misin!

Para nosotros, seguan siendo lo ms importante las charlas religiosas, la Misa comunitaria semanal a la que nunca faltbamos, los retiros y los das de recogimiento, y los das festivos. Todo el ao era para nosotros una fiesta religiosa.

En la festividad de la Santsima Trinidad se reuni la totalidad de la Bund Neudeutschland, todos catlicos jvenes acosados. Los muchachos de las Juventudes Hitlerianas y de las SS estaban convocados para entablar una pelea despus de la ceremonia religiosa en la catedral. Eran numerosos y corri la sangre; hubo que llevar a su casa a ms de uno.

En estas circunstancias, tenamos poco tiempo para estudiar; todava aprobaba los exmenes, pero, para ser un lder de la Juventud Catlica, mis notas haban bajado. El trabajo del grupo me pareca ms importante y necesario que los estudios acadmicos. Despus de la graduacin nos enviaron a un campo de trabajo en el Lneberger Heath, una ocupacin que eleg libremente. Hasta entonces, haba crecido en el ambiente protector de la escuela y, a pesar de nuestras peleas con las Juventudes hitlerianas, desconocamos los autnticos caminos de la vida. Cuando vi cmo era la media del hombre en el campamento, me qued asombrado. Me resultaba increble que aquellos hombres pensaran, dijeran e hicieran tales cosas. Lo que ms me sorprendi fue que los llamados lderes eran los ms depravados de todos; el mdico del campamento era el primero en dar informacin a los recin llegados sobre toda clase de vicios. Aquellos hombres no solo rechazaban el cristianismo y la Iglesia catlica, sino que rechazaban tambin su propia humanidad.

Qu alegra y qu alivio senta los domingos cuando recorra en bicicleta las casi quince millas hasta la iglesia catlica donde, con el corazn lleno de gratitud, participbamos en la Misa y recibamos la Sagrada Comunin que nos daba fuerzas para continuar durante otra semana! La vida en aquel lugar terrible era difcil, pero en los tiempos venideros la experiencia me hizo ver que haba sido una buena escuela.

Por fin, a finales de 1936 pude hacer realidad el proyecto que acariciaba secretamente: entrar en la Orden franciscana. Mi padre no mostr gran entusiasmo; opinaba que, si quera ser sacerdote, lo menos que poda hacer era entrar en el seminario para llegar a ser sacerdote diocesano, incluso quiz obispo! Por qu elegir a los franciscanos?

Pero mi propsito era firme. Con su bendicin, entr tranquilamente en el noviciado franciscano de Gorgheim Sigmaringen; de all pas a Fulda, donde en el verano de 1939 termin mis estudios de filosofa. La Divina Providencia lo dispuso as para que yo adquiriera una slida formacin en filosofa y en todos mis estudios cientficos, de modo que cuando llegara el momento de la prueba y el infortunio, estuviera preparado.

Un da despus del examen final de filosofa, me lleg la orden de presentarme para incorporarme al ejrcito. Tena veintids aos y, novicio o no, me convert en soldado, no por propia eleccin sino por mandato. La infortunada guerra haba comenzado.

2 EL HOMBRE DE LA CAMISA PARDA

En los ltimos das de agosto de 1939, unos doscientos estudiantes de teologa llegaban a los cuarteles de Fulda con miles de otros jvenes reclutas alemanes. Nos asignaron a una divisin de caballera y encargaron de nuestra instruccin a unos suboficiales. Algunos de nuestro grupo eran franciscanos, y los dems procedan de distintas rdenes religiosas. Los oficiales y los suboficiales que tenan nuestra preparacin en sus manos nos miraban por encima del hombro.

Estaban dispuestos a demostrarnos que, como ramos seminaristas, llevbamos una vida muelle, que no ramos hombres y que no podramos sobrevivir a los rigores de la instruccin militar. Pasaban horas maquinando planes para hacernos ver nuestra propia inferioridad y, al cabo de unas semanas de entrenamiento bsico, advirtieron, irritados, que no solo estbamos en unas condiciones fsicas extraordinarias, sino que nuestra formacin religiosa nos proporcionaba la fuerza espiritual para aguantar sus violentos ataques a nuestra fe, nuestra moralidad y nuestras metas.

En sus ratos libres, los suboficiales pasaban el tiempo entretenidos en contarse mutuamente historias de borracheras, y en exagerar las ancdotas de sus proezas con las mujeres; nosotros proseguamos tranquilamente nuestra formacin leyendo todos los libros de filosofa y materias relacionadas que podamos conseguir. Nos entregaban los caballos ms resabiados; las obligaciones ms odiosas recaan en nosotros y, lo peor de todo, nos impusieron las guardias en cada domingo de las primeras siete semanas para impedirnos asistir a Misa y comulgar. Nos apoybamos unos en otros, no por temor, como ellos suponan, sino porque sabamos que nuestra fuerza radicaba en nuestra fe y en nuestra unin en Cristo.

Cuando por fin pudimos salir del campamento, los doscientos nos precipitamos a un convento cercano donde recibimos la Sagrada Comunin a fin de conseguir las fuerzas necesarias para los das y las semanas siguientes.

Al acabar el tiempo de instruccin bsica, los oficiales se sorprendieron de que ninguno de los seminaristas hubiera abandonado o hubiera sido expulsado; no se podan explicar de dnde proceda nuestra capacidad para resistir el duro trato que habamos recibido. Comenzamos a pensar que la vida en aquel campamento interior tena que ser peor que en el campo de batalla y as, otros diez estudiantes y yo nos presentamos voluntarios para ir al frente oriental. No nos mova tanto el deseo de luchar, como la profunda necesidad que sentamos de salir del ambiente aciago y funesto de los cuarteles.

Tras dos das de viaje con destino desconocido, llegamos, bajo una lluvia torrencial, a una seccin aislada de la frontera polaca. Nos encontramos con un campamento estril en medio de un terreno estril, llamado con el evocador nombre de Gusanero. Aunque estbamos hambrientos no haba nada de comer, excepto una sopa aguada que no satisfizo en absoluto nuestra hambre o nuestra sed. Esperando obtener algn alimento, buscamos y encontramos una cantina. Nos sorprendi la presencia de una gran variedad de uniformes: miembros de la Wehrmacht, como nosotros; cabos con el uniforme azul de la polica; muchos suboficiales de rango superior y algunos oficiales de las SS con sus uniformes negros. Como no llegaban las bebidas que habamos pedido, fuimos a servirnos, pero no volvimos a la mesa que habamos ocupado.

Rpidamente arremetimos contra un grupo de veinte hombres que estaban discutiendo apasionadamente sobre el Papa y la Iglesia catlica; decan que el Papa era el mayor belicista de toda la Historia, y que el objeto final de esta guerra era el de acabar con el Papa y los sacerdotes que se llamaban a s mismos seguidores de Cristo: Los cristianos son peores que los judos, decan, ultrajando a todo lo ms santo y ms sagrado para nosotros.

Nunca olvidar el esfuerzo que nos supuso mantener la boca cerrada ante todos ellos. La sangre nos herva en las venas al tener que mordernos la lengua mientras oamos insultar a los santos o hablar irreverentemente de la Madre de Dios.

Por fin, me dirig a uno de los oficiales que rea estrepitosamente: Perdone mis palabras, seor, pues soy un recin llegado y an no formo parte de este grupo, pero es usted consciente de que los lderes del Reich han firmado un Concordato con la Iglesia catlica? Sabe que el cristianismo es una de las religiones que Alemania se ha comprometido a proteger?.

Al principio se quedaron sin palabras. Luego, el oficial pregunt: Qu quieres decir?.

Yo respond serenamente, pisando terreno seguro, Probablemente conoce usted el riesgo que corre expresando de ese modo, en presencia de varios testigos, unos sentimientos que son exactamente opuestos a los del gobierno y a los del Fhrer.

Crees conocer el modo de pensar del Fhrer?

En este caso, desde luego. Le recuerdo respetuosamente, seor, que ha manifestado claramente su opinin en discursos oficiales y a travs de la firma del Concordato, de modo que cualquiera que ataque a la religin cristiana socava lo que el mismo Fhrer ha instituido como la base del gobierno alemn. Y l mismo ha declarado que ha de ser protegida.

No encontr respuesta para esto, pues yo no deca ms que la verdad.

Por ltimo, uno de ellos me pregunt si yo era un hombre de negro o un hombre de pardo, pues el negro estaba destinado a los sacerdotes y el pardo a los nazis. Y conteniendo la risa con dificultad, repliqu firmemente:

Yo soy un hombre de pardo.

Se sorprendi. Cundo te has unido a los pardos?, refirindose, por supuesto, a los miembros del partido.

Le contest que me haba unido a los pardos en 1936.

Dnde?.

En el Monasterio de los franciscanos de Fulda. Hace seiscientos aos que visten un hbito pardo, mucho anterior, como estar usted de acuerdo, a las camisas pardas que existen actualmente.

La consecuencia fue una explosin de furia y de carcajadas. Por supuesto, yo saba, as como mis compaeros, que aquella especie de insolencia me creara problemas, pero mis opiniones polticas y mi fe estaban en profundo conflicto con los objetivos de los nazis, y guardar silencio en medio de aquel odio era ms de lo que poda soportar. En realidad, no creo que fuera ms valiente que mis compaeros... simplemente ms franco por naturaleza y quiz algo ms temerario!

Las represalias no tardaron en llegar. La primera, a la maana siguiente durante la instruccin, cuando el joven oficial que mandaba nuestro grupo, grit: Dnde estn los curas?.

Nadie se movi. Sabamos que no tenamos por qu contestar a aquella pregunta, pues, en realidad, ninguno de nosotros era sacerdote.

Entonces, vocifer: Que los curas den un paso al frente!. No nos movimos.

Por fin, uno de los hombres que nos haba odo la noche anterior seal a dos de nosotros. El oficial bram:

No me habis odo decir que los curas den un paso al frente?.

Yo repliqu en voz alta: No soy sacerdote! Soy estudiante de teologa. Aplicarme el trmino cura es un insulto a la Iglesia catlica y a nuestra nacin cristiana. Reinaba el silencio.

El joven teniente, an ms joven que yo, palideci, y dirigindose a m y al otro seminarista que me acompaaba, vocifer: Al rbol... aprisa! Marchen!. Sonriendo irnicamente obedecimos la orden y trepamos al rbol ms prximo. Adoptamos una cmoda posicin a horcajadas sobre unas ramas y miramos hacia abajo. Por alguna razn, el teniente debi considerar inapropiada nuestra expresin: no nos mostrbamos compungidos sino victoriosos, de modo que lanz una nueva orden: Cantad un himno!.

Con toda la dignidad posible, considerando nuestra posicin, empezamos a cantar a voz en grito el Te Deum... en latn, por supuesto. El pobre teniente solo conoca el alemn del ejrcito y vocifer: Qu es eso? Os he ordenado que cantis un canto de iglesia!.

Pero, mi teniente, repliqu en voz lo bastante alta como para que pudieran orme los que nos rodeaban mostrando diferentes expresiones, era un canto de iglesia. Lamento que no lo entienda usted. Pero, desde luego, las lenguas de la Iglesia son el latn, el griego o el hebreo. Los que no las conocen no pueden, desgraciadamente, comprender los cnticos de iglesia.

Estallaron las risas entre las filas formadas bajo nosotros. Habamos puesto en ridculo al joven oficial y, aprovechando nuestra ventaja, empezamos a cantar de nuevo el Te Deum.

Cuando el teniente aull: Basta! Bajad!, fingimos no haberle odo y permanecimos en nuestro rbol, siempre cantando la sonora y maravillosa msica que se extenda a travs del campo de instruccin. Afortunadamente, los dos contbamos con buenos pulmones.

Cuando por fin bajamos del rbol, empezaron sus intentos de venganza, que incluan toda clase de rdenes, las ms dificultosas e incluso ridculas que poda imaginar. Intentando ponernos a prueba, agotamos y dejarnos en evidencia al mismo tiempo, solo consigui resultar an ms ridculo, pues nuestros aos en los campamentos nos haban hecho duros y fuertes. En el cuartel de instruccin nos veamos como si furamos de hierro.

Finalmente, cuando nos hartamos de cantar, obedecimos su orden de correr hacia el este del bosque, lo que hicimos lo ms rpidamente y lejos posible, hasta que dejamos de or su voz. Al cabo de dos horas lo habamos atravesado completamente, mientras reamos de la mala suerte del teniente por tenernos como reclutas. Suponamos, acertadamente, que al cabo de algn tiempo tendra que venir a buscarnos. Nos sentamos tranquilamente al borde de la carretera al otro lado del bosque, y al poco tiempo vimos llegar un vehculo.

Cuando fuimos increpados pblicamente por no usar la cabeza y comprender que debamos habernos detenido en algn punto, le recordamos lo que haba dicho una y otra vez a los reclutas: Dejad pensar a los oficiales o a los caballos; tienen mejores cabezas.

Nuevamente, la compaa estall en carcajadas, y el infortunado oficial se limit a amenazarnos. Ms tarde supimos, para nuestra secreta diversin, que a muchos suboficiales les agradaba ver cmo se le bajaban los humos a su engredo teniente. Por supuesto, no cambi su actitud. Hay muchos modos de atormentar a un soldado y l los emple todos con gran energa. La consecuencia fue que demostramos ser unos magnficos soldados. Al no encontrar en nuestra conducta militar algo que poder esgrimir en contra nuestra, no saba qu hacer.

Entonces cometi un nuevo error. Mientras por las noches limpibamos las armas y los uniformes, empez a reunirse con nosotros, intentando convencernos de la locura que supona ser cristiano. Como parte de su argumentacin nos repeta algunos eslganes que haba conseguido retener en su vaco cerebro durante su formacin nazi. Nosotros acudamos a la batalla con nueve aos de estudio de los clsicos y dos de filosofa intensiva de la que ignoraba todo. Aquello empez a divertirnos, especialmente cuando otros oficiales y algunos suboficiales participaron en nuestras discusiones... que a veces se prolongaban hasta la medianoche. Fue para nosotros una oportunidad excelente para probar no solo la solidez de las ideas que la educacin haba infundido en nuestras mentes, sino para probar tambin nuestra fe. Nada poda resquebrajar el slido frente de verdad que habamos hecho nuestro en virtud de la Causa a la que servamos.

Nuestra vida empez a sufrir una estricta e injusta reglamentacin, debido en parte a nuestra insistencia en que tenamos la verdad en esta polmica que pareca no tener fin. Pasbamos ms de ocho horas diarias haciendo la instruccin sobre el hielo y la nieve de un lago helado entre Burschen y Finsterwald. Gracias a nuestro pasado, era imposible que cediramos a este tipo de presin. A pesar de sentirnos agotados por el esfuerzo del da, acudamos por las noches a una iglesia catlica cercana con el fin de consolar y fortalecer nuestras almas para los debates que se avecinaban en los barracones. Sabamos que, de alguna manera, tenamos que vencer; sabamos lo importante que era para nosotros la lucha por las almas. Con guerra o sin guerra, con ejrcito o sin ejrcito, a pesar del acoso, de la intimidacin, del ridculo y de la presin, no podamos bajar la guardia ante aquellos hombres. Quiz algunos de ellos llegaran a conocer la verdad que les ofrecamos; si era as, estbamos bien pagados.

Solamente uno de los once seminaristas de nuestro grupo abandon la fe: el nico que no nos acompaaba a la iglesia por las noches para la meditacin y la oracin.

3 LOS ECLESISTICOS

Los tres aos siguientes resultaron ser de los ms interesantes de mi vida.

Surgi, por ejemplo, el tema del juramento a la bandera. La noche anterior nos enteramos de que en la frmula no figuraba el nombre de Dios. Inmediatamente decidimos que no podamos estar de acuerdo con una promesa tan extraa ni considerarla un juramento. A la maana siguiente, los dos regimientos estaban en posicin de firmes y algunos seminaristas ocupbamos el ala derecha de la primera lnea. Lleg un general que dio una explicacin sobre el significado del juramento a la bandera. Inmviles, escuchamos a un oficial recitar la frmula en la que afirmbamos jurar defender la Patria por el honor de nuestra sangre alemana. Los seminaristas no nos movimos mientras los mil soldados alzaban los brazos repitiendo las palabras del juramento que no era un juramento. El general observ que no nos unamos a los dems y ms tarde nos llam para preguntarnos el motivo de que no hubiramos jurado. Respondimos que un juramento se presta en nombre de Dios, y si no se menciona ese nombre, uno no est obligado a prestarlo. Sabamos que adoptbamos una actitud muy firme, pero estbamos de acuerdo en no ceder en dicha cuestin de principios.

Por supuesto, nos preocupaba la reaccin del general ante aquella especie de audacia. Guard silencio durante unos momentos y luego, asombrado, se interes por nuestra ocupacin anterior. Le respondimos, y pareci desconcertado, como preguntndose qu hacamos en el ejrcito.

A la maana siguiente nos llam antes que nuestro comandante, y nos dijo que podamos optar por permanecer en el ejrcito o ingresar en las SS.

Nos quedamos atnitos. Yo repuse: Pero, Herr Oberst! Qu ocurre con el juramento? Estoy seguro de que conoce nuestra protesta.

Replic: Eso no ser problema.

Y llam a otro oficial, que nos tom el antiguo juramento a la bandera, el que en otro tiempo inclua el nombre de Dios. As de sencillo!

Ahora, como miembros de la seccin poltica de las SS, sois libres para cumplir con vuestros deberes religiosos; en ese sentido, no os preocupis.

Seor?, pregunt, todava desconcertado por el giro de los acontecimientos.

S, Goldmann?.

Perdone esta pregunta que puede parecer una impertinencia, pero por qu nos quiere en la guardia de elite de las SS cuando no servimos para la Wehrmacht... que, de hecho, nos ha puesto en ridculo continuamente?.

Sois hombres educados, inteligentes y leales. Vuestra negativa a aceptar un juramento, falso en vuestra opinin, nos daba la seguridad de que no lo romperais siempre que lo hubierais prestado segn vuestro criterio. En el ejrcito, las SS son las fuerzas superiores, y necesitamos todos los cerebros y toda la lealtad que podamos conseguir. Esta va a ser una guerra difcil, y solamente gracias a una autntica y razonada cooperacin de hombres como vosotros, llegaremos a alcanzar nuestros fines.

Por segunda vez en aquel da, nos quedamos sin palabras.

El alto mando haba decidido crear una seccin de informacin y; con ese objeto, todos los seminaristas en la SS fuimos entrenados como oficiales de radio. Esta vida, por supuesto, era mucho ms fcil que la del ejrcito, y disponamos de gran cantidad de tiempo libre que emplebamos en practicar o en leer. Tambin librbamos los sbados.

Aquello nos convena, porque ahora podamos asistir a Misa. Los sacerdotes de la parroquia y los feligreses nos reciban calurosamente; los domingos por la noche volvamos al campamento reconfortados en el cuerpo y en el alma.

Las cosas continuaron ms o menos del mismo modo, con ocasionales escaramuzas con los celosos suboficiales nazis, aunque considerndolo bien, bastante pacficas. Cumplamos con nuestras obligaciones, asistamos a la iglesia, y participbamos en las interminables discusiones que tenan lugar casi todas las noches en el cuartel. Llegu a darme cuenta de que, personalmente, no deseaba dejar las SS o el ejrcito, incluso si mi licencia llegaba al da siguiente. Senta que quiz era la gran oportunidad para llevar la gracia a aquellos hombres secos, hacindoles ver que, independientemente de las circunstancias, los hombres de Dios eran dueos de ms fuerza y ms poder para superar muchas cosas, mientras que los hombres sin Dios solo conocan el vaco, incluso en medio de una aparente plenitud.

En Nochebuena hubo una celebracin, que no fue una celebracin cristiana, sino la pagana Julfest alemana. Estbamos todos juntos y tuvimos que cantar algunas tonteras sobre la noche estrellada y otros penosos sustitutivos del autntico mensaje navideo. Sin embargo, nuestras mentes estaban en otra parte: pensbamos en el rbol de Navidad, en el Nacimiento, y en los villancicos del hogar. La comida fue buena y tenamos vino, pero todo aquello no significaba nada para nosotros.

A eso de las nueve de la noche, entr un coronel manco, veterano de la Primera Guerra Mundial, acompaado de su ayudante. Habamos odo que iban a leer una orden especial del jefe de las SS, pero no tenamos el menor inters en ella.

En la estancia solamente permanecimos los hombres de las SS, pues se trataba de un mensaje secreto, dirigido exclusivamente a nosotros. El ayudante ley una hoja de papel amarillo.

Seores, esta es una orden de Navidad del propio Himmler. Presten gran atencin. Dice as:

Nuestra gloriosa victoria sobre Polonia, por grande que haya sido, ha costado la sangre de miles de los mejores alemanes. Miles de nuestros mejores jvenes no regresarn jams. En muchas familias falta el padre; muchas novias han perdido a su pretendiente; muchas doncellas tendrn que vivir de ahora en adelante sin sus futuros esposos. La victoria no significa nada si no se renueva e incrementa el raudal de sangre, el raudal de la sagrada y valiosa sangre alemana.

Es misin de las SS, la compaa de elite, obsequiar al Fhrer con el regalo de sangre nueva: engendrar hijos en los que fluir ese raudal divino por toda la eternidad.

Todos los miembros de las SS se obligan a cumplir con el deber de ofrecer hijos al Fhrer. Muchas doncellas estarn esperando al hombre que les ayude a dar un hijo al Fhrer.

Todos los miembros de las SS disfrutarn de un permiso con el fin de llevar a cabo esta gloriosa misin. El Estado se hace cargo de todos los gastos, y, adems, pagar una recompensa de 1.000 marcos por hijo a cada miembro de las SS que cumpla esta misin.

Se hizo el silencio: nadie hablaba. El coronel pregunt:

Quin est dispuesto a disfrutar de este permiso?.

No hubo respuesta; los hombres se limitaban a permanecer all mientras sus rostros dejaban reflejar sus pensamientos.

Entonces lleg la pregunta: Dnde estn los seminaristas?. Nos pusimos en pie. Y directamente solicit mi opinin sobre aquella orden.

Seor, repliqu, en mi condicin de soldado no me est permitido tener opiniones personales... o expresarlas

Entonces, apruebas la orden? Qu piensas hacer?

Mientras contestaba me sent enrojecer: No me est permitido manifestar si la apruebo o no. Hasta este momento solamente he odo que las rdenes, cualesquiera que sean, estn hechas para ser cumplidas.

La compaa en pleno ri a carcajadas y, segn me dijeron, mi rostro demostraba un gran inters.

Goldmann, eres una persona lder entre esos eclesisticos, y yo no te ordenar manifestar tus pensamientos ntimos... te lo pido, y ten la seguridad de que eres libre de expresar tu opinin sin temor a las represalias.

Gracias, Herr Major. Lamento que haya llegado esta orden, pero especialmente que haya sido en la poca de Navidad. Durante este tiempo sagrado nuestros pensamientos se dirigen hacia cosas ms elevadas!. Y continu con tu quoque Tacitus en latn, desde luego, que siempre causa una buena impresin y lo que deca sobre la pureza de las doncellas en Germania dos mil aos antes. A continuacin cit las palabras de Csar sobre la virtuosa conducta de los pueblos nrdicos; luego llegu hasta la Edad Media con los ejemplos apropiados; y finalmente termin:

Ahora lleguemos a aquellos que se califican de autnticos alemanes y que consideran al cristianismo como un deterioro de la raza alemana, mientras la hacen pasar por una nacin cristiana. Mandan engendrar hijos no importando el cmo ni con quin y ofrecen un premio para el que lo cumpla. Son esos los autnticos alemanes? En mi opinin, nunca hasta hoy, y por orden de un jefe de las SS, se ha propuesto semejante insulto a las jvenes alemanas!. Deb hablar alrededor de diez minutos. Fue mi primer sermn.

Los hombres se pusieron en pie y gritaron: Bravo!, y algunos murmuraron: Que Himmler se ocupe de las apasionadas doncellas alemanas!.

Entre los hombres estall casi un motn. La reunin se disolvi antes de medianoche y todos los grupos de las SS caminaron con nosotros durante seis kilmetros bajo la nieve y el fro glacial hasta la iglesia catlica ms cercana, en Jordn.

El entraable anciano prroco, aunque estaba acostumbrado a ver aparecer frecuentemente a los seminaristas, se qued asombrado ante la invasin de los SS, no catlicos en su mayora. Despus de la Misa nos regalamos con un delicioso pastel de Navidad ofrecido por los buenos feligreses a los que el prroco haba invitado a unirse a la celebracin.

Por supuesto, a la maana siguiente los hombres volvieron a su brutal comportamiento habitual e incluso algunos de ellos protestaron por la oportunidad perdida la noche anterior; pero haban tenido una profunda experiencia de rectitud y de justicia al manifestar un desacuerdo que no olvidaran nunca, incluso en la poca en que tuvieron que lamentar su participacin.

Al da siguiente, los hombres casados obtuvieron un permiso de Navidad y, tras felicitarme por mi discurso y mi valor de la noche anterior, el comandante de la base me concedi uno especial. Me qued sorprendido, pero me apresur a aprovecharlo antes de que alguien cambiara de idea y me obligara a permanecer en el campamento. Pas un maravilloso fin de semana con mi familia y regres para terminar mi perodo de tres meses de instruccin, en cuyos tres ltimos das estaba al mando el propio Reichsfhrer Himmler.

El da de la exhibicin de las maniobras fue un da aciago; caa la nieve en la cumbre de las montaas y una de nuestras unidades se perdi. Por fin, un comando dio con ellos y los salv; durante la revista de la unidad al trmino de las maniobras, Himmler mand que el oficial que dirigi el comando diera un paso al frente.

Nadie se movi.

Vamos, vamos, sin modestia. Deseo hablar con el oficial que llev el mando y tom la decisin de salvar a esa unidad de una muerte segura en medio de la tormenta. Un paso al frente!.

Por fin, se adelant un soldado al que yo conoca bien: nuestro hermano franciscano Roger Ricker. Nos quedamos sorprendidos, y Himmler le pregunt: Diste t la orden?.

S, Herr Reichsfhrer.

Quin te dio a ti, un soldado raso, el permiso para tomar el mando?.

Seor, nuestro jefe no poda hacerlo. Durante nuestra formacin se nos ha dicho repetidamente que, en caso de necesidad, cualquiera tiene el deber de mandar un comando de salvacin.

Himmler exclam: Bravo. He aqu un soldado que conoce su deber. Mereces ser un oficial de las SS. Te enviar inmediatamente a la escuela de oficiales.

En medio del silencio reson la clara respuesta de Roger: Seor, eso ya no es posible. Ya he estado en la escuela de oficiales.

Nadie comprendi su respuesta y, cuando se le pregunt el significado, repuso en voz alta y segura: Yo he asistido a la escuela de oficiales del ms grande y ms conocido ejrcito del mundo: el ejrcito de Jesucristo en la Orden de San Francisco. Me estoy preparando para ser sacerdote!. Todo el mundo guardaba silencio. Himmler susurr algo a los sorprendidos oficiales que le rodeaban, y Roger recibi la orden de volver a su puesto.

Por la noche, otros tres seminaristas y yo fuimos convocados para mantener una charla privada con Himmler. Se mostr muy amistoso y nos pregunt: Realmente estis estudiando para ser sacerdotes?.

S, seor.

Cmo es que estis aqu? Queris seguir sirviendo en las SS?.

Estamos dispuestos a servir aqu, seor, pues nos han prometido que podremos cumplir con absoluta libertad nuestras obligaciones religiosas.

Himmler habl brevemente con los que le acompaaban y luego dijo: Sois libres para servir a vuestro Dios. Aqu no hay impedimentos religiosos, pero ya habris observado que el que est entre nosotros sufre... un cambio, pero sin coaccin.

Yo me ech a rer.

Himmler me mir y dijo: Por qu te res?.

Yo repuse bruscamente: Veremos quin cambia a quin.

Todos contemplaban a Himmler. Qu dira ahora? Pero l se limit a mirarnos y, satisfecho, dijo a sus acompaantes: Estos chicos valen; los necesitamos. Y a nosotros: Podis marchar.

Y as lo hicimos, con la promesa que habamos recibido, y que sorprendi a todos, de que ramos libres para cumplir nuestras obligaciones religiosas.

El incidente tuvo una secuela. A la maana siguiente, uno de los oficiales de mayor rango recibi una comunicacin procedente de las ms altas instancias. A travs de ella supimos que la meta definitiva de la guerra era liberar no solo a Alemania y a Europa, sino al mundo entero, de dos enemigos: el comunismo y el cristianismo. Segn deca, el ms peligroso era la Iglesia, que durante dos mil aos haba esclavizado a la humanidad con su religin de hipocresa y falso amor. No alcanzaremos la victoria, deca el comunicado, hasta que el ltimo cura cuelgue de la horca!.

Ayer se nos prometi la libertad religiosa por parte de las altas instancias; y ahora acabamos de or todo lo contrario!, grit.

El oficial replic despectivamente: S, ciertamente, libertad religiosa, no faltaba ms!... mientras dure la guerra. Sin embargo, nada se ha dicho sobre lo que ocurrir cuando termine.

Yo tengo una decidida tendencia a ser imprudente, as que no pude contenerme y le pregunt: Seor, qu ocurrir cuando estemos de vuelta en nuestros conventos?.

Si uno de mis hombres se atreve a entrar de nuevo en esos nidos de estupidez, yo personalmente lo atar al rbol ms prximo para darle de latigazos!.

Ahora sabamos dnde estbamos. No obstante, como pasara mucho tiempo antes de que sucediera, yo me limit a sugerir que esperaramos tranquilamente y, mientras tanto, continuaramos cumpliendo con nuestros deberes religiosos.

Cuando el oficial me pregunt secamente si yo dudaba del resultado final, repliqu: Yo solo s esto, seor: suceda lo que suceda, triunfar la voluntad de Dios. Solo vencer lo que es recto en su presencia y est de acuerdo con su plan divino. Se ha demostrado miles y miles de veces en la historia de la Iglesia, y seguramente no habr cambiado ahora.

No sigui hablando conmigo, pero hizo llegar mis palabras a mi superior, que me llam y me dijo privadamente:

Ten cuidado; es peligroso decir semejantes cosas.

Pero, no cree en la victoria final de lo que es recto?, pregunt.

Movi la cabeza. No puedo decirte nada ms.

A finales de enero de 1940 nos pusimos en marcha y cruzamos Alemania a caballo, desde el fro este al primaveral clima del sudoeste en la hermosa regin de Baden. Nos alojbamos en agradables casas particulares en la pequea ciudad de Herbolzheim, un cambio bien recibido despus de las maniobras y los campos de instruccin que habamos dejado atrs. Yo fui especialmente afortunado, pues se me asign el hogar nuevo, limpio y pequeo de una familia de cuatro personas que me aceptaron cordialmente con una amabilidad encantadora que me dej sorprendido. No obstante fui estudiado cuidadosamente por las buenas seoras de la vecindad antes de ser aceptado por aquella familia.

Una anciana ta, una persona formidable, por cierto, me pregunt abiertamente delante de todo el mundo: Es usted una persona respetable?.

Yo no daba crdito a mis odos y simplemente me qued sin habla como un paleto. Ella repiti la pregunta y continu: En esta casa hay una joven casadera, y aqu no queremos disolutos.

No pude contener la risa mientras la jovencita, que estaba presente, se ruborizaba intensamente.

Gnadiges Frulein, no tenga miedo. A pesar de este uniforme de las SS, soy un seminarista; soy franciscano: an no estoy ordenado sacerdote, pero como si lo estuviera. No tengo inters en las mujeres, excepto como almas necesitadas de salvacin.

Todos rieron y, cordialmente, me acompaaron a la casa. La joven, que se llamaba Frieda, era realmente bonita, limpia y cariosa, y comprend la preocupacin de su ta.

Nuestra vida se desarrollaba serenamente. Por las maanas, antes de ir a cumplir con nuestras obligaciones, los seminaristas oamos Misa. El prroco se sorprendi de vernos arrodillados diariamente, con nuestros uniformes de las SS, ante la barandilla del comulgatorio, con todo el aspecto de una profunda y sincera piedad. Los buenos habitantes cristianos de la ciudad consideraban un honor reunirse con nosotros y manifestarnos su cordialidad durante nuestra estancia. Como nuestros oficiales se ocupaban ms de las mujeres hermosas que de cumplir sus deberes, gozbamos de una gran libertad, que aprovechbamos para la Misa matutina y para la meditacin nocturna. Y en el intermedio dedicbamos muchas horas al estudio.

Una maana, yo tena que ordenar la oficina; era un luminoso da de primavera y estaba solo. Abr la ventana para dejar entrar el aire y casualmente o la conversacin que el oficial de Estado mayor y nuestro sargento mantenan al pie. Por nada del mundo me poda perder aquella conversacin!

El oficial de deca: Qu pasa con los eclesisticos? Ya han cado?.

El sargento dej or un sonido de disgusto.

Cmo?, exclam el oficial. Las cosas deban haber evolucionado algo en ese sentido. No los hemos alojado deliberadamente en las familias de las ms hermosas jvenes para que no cambien!.

El sargento expres su disgusto de nuevo. Ese es el problema: se niegan! Los colocamos a propsito en las casas de las ms bonitas, y al alto se refera a m lo pusimos en la de una muchacha a la que persiguen todos los suboficiales. Y qu sucede? Todas las maanas, a las seis, corre a la iglesia. Lo he seguido, y mientras el cura le d algo de comer se refera a la Sagrada Comunin no hay nada qu hacer.

Entonces, empieza a imponerles las obligaciones ms temprano, sugiri el oficial.

Eso no servira de nada, pues entonces l y todos los dems acudiran a la iglesia a las cinco o iran por la tarde. El cura los aprecia mucho; yo creo que dira Misa a medianoche solo para acomodarse a ellos! He intentado todo lo que se me ha ocurrido para cambiarlos. No lo he conseguido.

Cuando transmit esa sabrosa conversacin a mis compaeros franciscanos, tuvimos ocasin de rernos a gusto. Los oficiales y los suboficiales haban resultado burlados, pues al colocarnos donde ellos mismos desearan estar, con las mujeres ms jvenes y ms puras, las haban puesto bajo nuestra proteccin. No ramos nosotros los que estbamos en peligro de cambiar, como pretendan maliciosamente, sino que sus esfuerzos haban resultado infructuosos. Las familias no pensaban en despedimos, pues saban que sus hijas estaban a salvo con nosotros... y nosotros, entre aquellos buenos cristianos, estbamos a salvo de unas tentaciones que habran sido una prueba para nuestra inexperiencia con mujeres.

Algn tiempo despus el sargento me pregunt si en alguna ocasin miraba a las muchachas bonitas.

Repliqu en alta voz, entre las risas de los dems: Por supuesto que miro a las chicas guapas! Dios no me ha dejado ciego solo porque aspire al sacerdocio. De hecho, veo a diario a una de las ms bellas de la ciudad. Comprendo que muchos de los suboficiales lamentan que yo est alojado con esa familia. Creen que estoy desperdiciando una oportunidad que ellos no dejaran pasar!.

Todos rompieron a rer, mientras l, con el rostro enrojecido, farfullaba: Tienes razn en lo que se refiere a la reservada actitud de Frieda. Nunca va al cine. Dice que nunca va al cine con soldados desconocidos. Me parece que la ests llenando de tus peroratas religiosas!.

Quiz s. Quiz prefiera ir al cine con alguien en quien confe, uno que vaya a la iglesia todas las maanas incluso si es a las cinco. Eso dio en el clavo.

Ri estrepitosamente. Ya lo habis odo: el cura y su novia yendo al cine! Eso, tengo que verlo. Y dando grandes zancadas, sali riendo todava.

Cuando aquella noche llegu a la casa, pregunt, Frieda, te gustara ir al cine conmigo? Estoy seguro de que debamos entretenemos un poco. Afortunadamente, sus padres, que haban odo mi pregunta, asintieron; ella tambin, y salimos. Yo haba calculado nuestra llegada justamente cuando estuviera empezada la proyeccin, de modo que ya se encontraran en la sala todos los suboficiales. Entramos en el primer descanso del filme, mientras los cabos nos observaban atnitos, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas.

Si he dado la impresin de que los das de Herbolzheim fueron unas vacaciones, debo corregirla. Reinaba un gran malestar y mucho desorden, y los seminaristas de las SS ramos llamados frecuentemente para tranquilizar las cosas, pues los oficiales haban comprendido que tenamos ms tacto y ms autoridad que los otros guardias de elite. Con el paso del tiempo, eran cada vez ms las cruces daadas al borde de los caminos o totalmente profanadas, y cada vez eran ms los padres desconsolados que acudan a denunciar los abusos cometidos contra sus hijas. Las relaciones entre los soldados y la ciudadana se hacan cada vez ms difciles.

De repente, nos enviaron a la lnea Sigfrido, junto al Rhin, y all, en aquella primavera florida, pasamos dos meses sin nada que hacer. Yo tena el encargo de atender la lnea de comunicaciones del batalln y, durante aquellas semanas, permanec en el bosque desde la maana temprano hasta la noche, sin ms ocupacin que estudiar y tomar el sol. Me senta de nuevo como un nio, disfrutando de los animales y del aire limpio, incontaminado, de los bosques y los prados. Y saba que aquello no poda durar mucho tiempo.

4 DESAFIANDO A LAS SS

Cuando nos trasladamos a Kippenheim no haban empezado los bombardeos. Luego nos fuimos a Wrttemberg y una noche, poco despus de instalarnos en un agradable acantonamiento, salimos precipitadamente. Avanzamos y entramos en guerra. Por encima de Luxemburgo invadimos Francia y entonces la cosa se puso seria, y para m, extraordinariamente interesante.

Yo saba francs, una peculiaridad escasa y, en consecuencia, fui destinado al servicio de intrpretes. Estaba encargado de los alojamientos y de otras necesidades y medidas, y de este modo poda hacer mucho bien y aliviar muchas cargas. Por ejemplo, deca a los ciudadanos franceses: Enterrad vuestra gasolina; yo ir a buscarla dentro de poco. Y en su presencia, tomaba una pequea parte dejndoles el resto para que lo ocultaran de los otros soldados; y as, podan hacer funcionar su maquinaria agrcola y los dems equipos necesarios.

Ms tarde, en Pars, donde tantos pasaban necesidad mientras nosotros tenamos de todo y en abundancia, me ocup de alimentar a muchos nios franceses hambrientos con las provisiones del odiado ejrcito alemn.

Por estar en comunicaciones as como sirviendo de intrprete, saba cundo se iban a efectuar los raids de las SS sobre iglesias u otros lugares semejantes. Una de las mezquindades preferidas de los oficiales para humillar a los sacerdotes consista en incautarse del vino de la Misa. Si yo me enteraba previamente, me ocupaba de avisarlos, y as, cuando los SS se presentaban para llevar a cabo su sucia tarea, no encontraban vino... y con frecuencia tampoco al sacerdote, cuya presencia all habra significado su muerte. Tambin tena la posibilidad de prevenir a aquellos cuya ejecucin estaba decidida. Cuando llegaba al da siguiente a realizar mi trabajo de intrprete, el nido estaba vaco, el Sacramento a salvo y los vasos sagrados escondidos entre los feligreses. Yo daba gracias a Dios diariamente por el uniforme de las SS que vesta, porque creca en la fe y porque pensaba que mi presencia en aquella odiada compaa era una bendicin para aquellos que me rodeaban, as como para m mismo.

La guerra se desarrollaba entonces con gran rapidez. Se produjeron algunos enfrentamientos en medio de grandes prdidas. El enemigo saba que las SS no hacan prisioneros y peleaba en consecuencia; tuvimos que cavar muchas tumbas.

Especialmente en Argonne, tuvimos muchas vctimas. Y tal es la naturaleza del hombre en tiempo de guerra que, incluso cuando an estaban vivos los agonizantes, empezaron los saqueos. Nuestros nobles alemanes de alta cuna, los oficiales de mayor rango, se contaban entre los lderes de aquel increble pillaje que tena lugar en medio de los lamentos de los heridos y de los moribundos. Apilaban el botn en camiones enormes que enviaban a sus hogares en Alemania. Siguiendo su ejemplo, los soldados se volvieron como locos en su macabro comportamiento. Vala la pena robarlo todo, incluso lo ms intil, lo ms insignificante. Muy pronto las calles de la ciudad estuvieron cubiertas con todas las propiedades de la gente, robadas y abandonadas cuando los soldados encontraban algo distinto que llamaba su atencin. Los hombres eran como animales; las muchachas no se atrevan a mostrarse en pblico.

Por supuesto, los seminaristas no tombamos parte en aquel penoso espectculo. Nuestros compaeros nos calificaban de locos beatos, pero nosotros nos mantenamos firmes. Ms tarde, algunos de nosotros fuimos condecorados y se reconoci nuestra conducta en aquella poca. Continubamos en nuestros puestos de radio y no matamos a nadie.

Fui ascendido a Obersturmmann y el comandante me dijo que lamentaba no haberme concedido la Cruz de Hierro. Pero, desde luego, no lo habra hecho!

Perseguamos al enemigo, que hua tan rpidamente que solo gracias a las marchas forzadas logrbamos acercarnos a l. Recorrimos muchos kilmetros a travs de pueblos saqueados y abandonados. Comamos fuera de las zonas habitadas y, en ocasiones, llegbamos tan cerca de las tropas enemigas, que nos regalbamos con los pollos recin muertos que haban degollado a lo largo de la carretera sin imaginar que estbamos tan cerca como para poder robarles su cena. Por ltimo, las armas callaron y empez la larga espera.

Aunque triste en cierto modo, fue para m una poca agradable, ya que entretanto aprovech el tiempo para estar con la gente, mejorar mi francs y, cuando poda encontrar un sacerdote, ir a Misa. Durante esta marcha recib la Sagrada Comunin en muchas ocasiones, a veces de manos de sacerdotes a los que primero tena que encontrar y luego convencer. Quin, en posesin de sus cinco sentidos, podra creer que uno de los odiados SS deseara reverentemente el sustento que solo se obtiene recibiendo los sacramentos y participando en la oracin y en la Misa? Sin embargo, despus de que me confes con ellos, creyeron por fin que yo era en realidad un seminarista y no un arrogante nazi venido a detenerlos. A menudo se mostraban amargados a causa de la guerra, aunque tan piadosos como sacerdotes, que yo me senta admirado y lleno de compasin hacia ellos. Y sacaba clandestinamente algunos alimentos para su uso y para que los distribuyeran entre su gente.

El 14 de julio, en Vaux sur Blaise los franceses celebraban su fiesta nacional, de la que nosotros no tenamos conocimiento, y fuimos a Misa como de costumbre. Tres o cuatro muchachas del coro empezaron a maullar cantando la Misa Solemne. No pudimos soportarlo por mucho tiempo, y seis franciscanos incoaron y cantaron una autntica Misa coral. Los franceses se quedaron mudos... hasta la maana siguiente. La compaa entera estaba alborotada. Muy pronto se extendi el rumor de que, en el da de la fiesta de la toma de la Bastilla, habamos cantado en una iglesia francesa vestidos con el uniforme de las SS. Cuando llegamos al edificio del cuartel general, nos convocaron y nos acusaron de traidores y enemigos del pueblo alemn por haber cantado para el adversario en el da de su fiesta nacional.

Es un insulto, y una deshonra para todas las SS. Estis arrestados en el campamento!, vocifer el sargento. Cmo pudisteis asistir a una ceremonia celebrada por nuestros enemigos?. Estaba congestionado de rabia.

Aquello fue demasiado! Seor, repliqu, la Iglesia catlica es universal! Ante Dios no hay franceses, no hay alemanes, no hay arios, no hay judos!.

El sargento gru de nuevo: Qu ests diciendo? Sois unos traidores!.

Presentaremos una queja respecto a este asunto. Y nos negamos a continuar hablando.

Escribimos inmediatamente al general exponindole el caso, y l contest que confiaba en nosotros; que tenamos permiso del Reichsfrer Himmler para asistir a Misa. Incluy unas notas personales en las que constaba que podamos circular por cualquier lugar; y nosotros hacamos un uso frecuente de dicha nota.

Mientras los dems hacan la instruccin los sbados hasta ltima hora de la tarde, mi grupo y yo nos ponamos el uniforme y a las 14h nos despedamos. Pavonendome ante el apopltico sargento, gritaba para que todos pudieran orme: El SS Obersturmmann Goldmann reporta que est dejando el campamento para ir a confesarse. Y mis compaeros, con rostro impvido, gritaban tambin sus nombres, su rango y su destino. El sargento casi se mora de rabia, pero qu poda hacer? Yo me estaba confesando hasta medianoche!

A finales de 1940, recibimos la orden de que los soldados cualificados podan obtener un permiso durante el invierno para proseguir sus estudios. Como yo cumpla todos los requisitos, solicit cinco meses para continuar mis estudios de teologa. Al principio, mis compaeros no seminaristas se rean de m, pero cuando lleg el permiso los cinco meses completos la irritacin de los nazis no conoci lmites. Yo march a Friburgo, donde estudi menos teologa, por cierto, que arte y literatura. Naturalmente intent ir a Fulda para estar con los mos, pero result imposible. La Gestapo haba disuelto el monasterio en diciembre de 1939; los franciscanos haban sido literalmente barridos de Hessen, y el edificio estuvo ocupado primero por un grupo de la polica de las SS, y luego empleado como hospital.

En Friburgo pas cinco maravillosos meses de estudio y descanso. Me rea de mis compaeros cuando se quejaban de la dureza del trabajo. Para m, significaba un enriquecedor y gratificante descanso despus de los horrores de la guerra. Tuve el placer de provocar una sensacin de terror asistiendo a las primeras clases con el uniforme de gala de las SS... y apareciendo luego en el colegio con el hbito marrn de los franciscanos que me resultaba mucho ms cmodo y familiar.

Reconfortado temporalmente en el cuerpo y en el alma, volv al campamento, pero me defraud ver su deterioro moral respecto a los avances que haba llegado a conseguir en el aspecto religioso. Me haba propuesto la misin personal de llevar algn rayo de luz y de verdad a sus insatisfechas y vacas vidas espirituales y, antes de marchar, estaba haciendo ligeros progresos con algunos de ellos. Ahora era preciso volver a empezar, y conmigo, mis compaeros seminaristas.

Los oficiales jvenes, la mayora de ellos antiguos estudiantes universitarios, iniciaron una campaa para demostrarnos lo intil y absurda que era la Iglesia. Se dedicaban a acosarnos, mostrndonos ante todo el mundo unos libros obscenos que haban obtenido en Pars, y pidindonos nuestra opinin sobre su valor artstico. Sin embargo, uno de los nuestros dio fin a todo ello cuando un da, deliberadamente y con toda tranquilidad, hizo trizas el libro antes de que los asombrados oficiales pudieran detenerlo. Encolerizados, le amenazaron con toda clase de castigos; pero l, a su vez, les replic con la amenaza, amenaza que cumpli, de informar a Berln de aquellos lamentables incidentes. Tena amigos en cargos importantes, y el resultado fue que el oficial implicado en aquella broma de mal gusto desapareci al da siguiente sin que nadie supiera dnde. Y aquella insensatez termin radicalmente.

Un poco despus se nos present una oportunidad nica que aprovechamos vidamente para nuestra actividad apostlica clandestina. De vuelta a casa de nuestro permiso de estudios, nos enteramos de que en Alemania no se podan adquirir artculos religiosos, como rosarios o crucifijos. Las Biblias y los libros piadosos estaban verboten tambin, pues en las imprentas escaseaba el papel. Por supuesto, abundaba para la propaganda anti-religiosa, pero esa era otra historia que no vena al caso.

Sucedi que un da, paseando durante mi permiso ante los quioscos de los libreros en Pars, tuve la suerte de que mi mirada cayera sobre un volumen que llevaba en la portada el emblema de mi antiguo monasterio de Fulda. Yo saba que, al clausurar el monasterio, haban robado todos sus hermosos libros antiguos, as que aquel descubrimiento me produjo una sensacin terrible. Ms tarde me enter de que los alemanes los haban vendido, pero nunca supe cmo haban llegado a los quioscos de Pars.

Entretanto, mirando en derredor, descubr que all, junto a algunos que llevaban el sello de otros monasterios, aparecan ms volmenes del nuestro. Me puse en contacto con mis superiores religiosos, que me pidieron que resolviera el asunto del mejor modo posible. Yo tena mucho dinero, as que fui de un sitio a otro comprando todos los libros que fui capaz de encontrar y que terminaron en una habitacin en la que apenas poda moverme, pues los volmenes apilados llegaban prcticamente al techo.

Siguiendo por esta lnea, tuve la feliz idea de hacerme con todos los rosarios y crucifijos que caan en mis manos. Afortunadamente, amigos y parientes me entregaron miles de esos artculos con tal fin. A continuacin, pas mucho tiempo preguntndome cmo volver a Alemania con aquella valiosa mercanca. Algunos amigos que regresaban a sus casa me ayudaron llevndola como equipaje personal, y entregndola en el lugar que yo les indicaba. Los soldados que volvan a sus hogares con permiso se prestaban a ayudar por una pequea gratificacin. Pero no era suficiente; todo iba demasiado lento para el mucho bien que haba que hacer.

Por fin, conoc a un buen cristiano en la oficina de nuestro regimiento, un hombre que era un decidido enemigo de los nazis, como muchos de nosotros. Nos arriesgamos a falsificar unos papeles con los que cubramos los libros, metindolos en cajas y embalajes que sellbamos con un TOP SECRET: SS MAIL. Diariamente salan de Francia hacia Alemania camiones cargados de mercancas, la mitad de las cuales eran libros cuidadosamente embalados. Los conductores conocan su contenido y, a cambio de cierta cantidad de dinero, los vigilaban y entregaban en nuestro Monasterio de Gorheim-Sigmaringen al Dr. Heinrich Hofler, el lder del grupo catlico alemn que se ocupaba de satisfacer las necesidades espirituales del ejrcito.

Era difcil y peligroso, desde luego, pero muy gratificante. En algunas ocasiones llegamos tan lejos como para enviarlos por avin!

Los hombres que nos ayudaban eran soldados de las SS; yo estaba en las SS. Los conductores a los que sobornbamos eran nazis, soldados del Reich. Y sin embargo, ninguno nos denunci. De aquellas filas no surgi ningn traidor que revelara nuestras actividades, y en el corazn de todos nosotros aumentaban las muchas bendiciones que obtenamos realizando aquel trabajo tan especial.

Nos llegaron noticias de que nuestros superiores religiosos haban logrado recibir el material y distribuirlo entre los cristianos espiritualmente hambrientos. Nos alegramos de ello y continuamos considerndolo como una aventura apasionante. Los nazis, que haban saqueado nuestros monasterios, que haban acabado con las vidas de incontables miles de inocentes, cuyos actos eran depravados y perversos, nunca se enteraron de nuestra campaa. Por esto, sabamos que los ngeles estaban realmente a nuestro lado; y, aunque algunas veces nos viniera a contrapelo el conspirar contra nuestro propio pas, sabamos que, cuanto antes fueran derrotados aquellos hombres arrogantes, antes podramos devolver nuestra patria a sus legtimos dueos el pueblo y a su legtimo Rey, Cristo.

Un tal sargento Stummel, cuyo odio hacia m se haba convertido en la comidilla del campamento, se enter de todas aquellas maquinaciones, pero como yo contaba con el apoyo de algunos oficiales de alta graduacin, no pudo adoptar medidas punitivas. Aunque no fueran cristianos, no todos aquellos hombres con uniforme de las SS eran animales. Lo peor que el sargento pudo inventar para lograr una forma de castigo fue trasladarme a otra compaa, pero incluso eso se convirti en un favor. El oficial al mando era un hombre que viva realmente en el corazn de Cristo y me concedi la libertad que nunca haba disfrutado durante el servicio. Me dio permiso para viajar a Pars estbamos acuartelados en Rueil, Malmaison y Bougival donde pude seguir mi camino religioso. Al poco tiempo de unirme a esa compaa, la trasladaron a Pars, acantonndola cerca del Arco de Triunfo, lo que, desde mi punto de vista, fue an mejor. Yo vagaba libremente entre catedrales y capillas... y despus del estruendo y la agitacin de los cuarteles, de las discusiones y la degradacin de los combatientes, aquellas horas disfrutadas ante el altar significaban un oasis para mi alma.

Mis amigos y yo parecamos nios hambrientos devorando las muchas riquezas artsticas y culturales que Pars nos ofreca. Contbamos con mucho dinero y con ms tiempo libre del que se poda esperar razonablemente; raramente nos bamos a la cama antes de medianoche. Mientras nuestros camaradas anti-cristianos participaban en las eternas juergas de vino, mujeres y canciones, nosotros trabamos conocimiento con el Padre Stock, el director espiritual de los alemanes en Pars. Haba sufrido grandes peligros y pruebas interiores, pues estuvo constantemente bajo la vigilancia de la Gestapo y ms de una vez en riesgo de muerte. Le acusaban de confiar demasiado en sus hermanos franceses, y mantenan sin tregua sus sospechas y su desconfianza sobre l. Por las noches nos reunamos en su casa para instruirnos y para rezar; all aprendimos muchas cosas que nos ayudaron a vivir como cristianos en el mundo pagano en el que nos desenvolvamos.

Vimos muy poco de la guerra. Me trasladaron a otro equipo de comunicaciones emplazado en el mejor barrio de Pars, cerca de muchos extensos parques; me adjudicaron un apartamento formado por un dormitorio con cuarto de estar y bao, atendido por una sirvienta. Yo viva como un prncipe, aunque tena el presentimiento de que todo aquellos terminara muy pronto.

Surgi la oportunidad de hacer un curso de oficiales, curso que yo firm encantado. Tena la sensacin de que, si haba podido hacer mucho bien mientras no era oficial, sera capaz de hacer an ms obteniendo un grado superior y ms poder. Gracias a mi formacin intelectual, qued fcilmente el primero y solo tuve que enfrentarme a una prueba final antes de que terminara la promocin: cargados con un pesado fardo, debamos hacer un recorrido a marchas forzadas bajo el sofocante calor de junio. La marcha era de unos ochenta y cuatro kilmetros.

Nos diverta ver lo que sudaba la gente en aquella marcha, pues habamos sido el blanco de burlas de cuartel por nuestra negativa a subir a los camiones que, una vez por semana, trasladaban a los hombres a los burdeles. Los oficiales tenan la sensacin de que, aunque ramos hombres, debamos estar en malas condiciones cuando nos privbamos de semejante deporte. Por supuesto, nosotros nos negbamos rotundamente a ir, y ellos nos gastaban bromas sobre nuestra virilidad, o nuestra carencia de ella, y se rean de nosotros calificndonos de flojos. Pero durante aquellas marchas forzadas, los que caan como moscas eran ellos, y tenan que ser cargados en los camiones que los llevaban a nuestro destino. Incluso los oficiales llegaron a desfallecer. Cmo nos diverta ver a los orgullosos junkers arrastrados como sacos de grano! Los dos nicos supervivientes de nuestra divisin fuimos otro seminarista y yo. El comandante nos felicit; en resumen, la experiencia fue para nosotros una broma, acostumbrados como estbamos a las largas excursiones y a los ejercicios extenuantes de nuestros rigurosos das en los campamentos de las Juventudes Catlicas.

Paradjicamente, mi resistencia durante la marcha iba a dar como fruto un giro a mi vida en las fuerzas armadas.

Una tarde, los otros seminaristas y yo fuimos convocados a la presencia del comandante.

Caballeros, se han comportado ustedes de forma encomiable... mucho ms de lo que yo haba esperado. Siempre imagin que la preparacin para el sacerdocio era una ocupacin sedentaria que solo produca gente dbil. Pues bien, les felicito! Han sido promocionados en las SS y se han convertido en oficiales del ejrcito militar ms excelso del mundo.

Nos mirbamos unos a otros preguntndonos dnde estara la trampa. Tena que haber una.

Queridos seores, solo hay un obstculo para su servicio en este cuerpo de elite, sin igual en la historia del ejrcito. Seran tan amables de firmar este papel?.

Nos reparti unos formularios. Aturdidos, lemos en silencio: Por el presente documento declaro que abandono la Iglesia catlica y hago el firme propsito de no ingresar jams en la Orden Franciscana de la Iglesia.

Esta era, pues, la libertad de creencias que nos haban prometido! Pensaran que haban encontrado el seuelo perfecto para arrancarnos de la Iglesia, agitando ante nosotros la zanahoria de un nombramiento de oficiales en el frente. Esperbamos en posicin de firmes, inmviles.

El comandante pregunt: Estn ustedes dispuestos?. Se dirigi a un berlins que, con el rostro plido de indignacin, replic: Mi comandante, no estoy acostumbrado a cambiar de religin como hago los sbados con la camisa sucia. Hablaba en un dialecto de Berln, lo que haca que, a pesar de la gravedad de la situacin, la escena resultara cmica.

El soldado siguiente se limit a decir: Mi comandante, antes de entrar en las SS, yo era soldado en el ejrcito, y all encontr un lema: Dios con nosotros. Aqu he encontrado el lema de las SS: Mi honor es la lealtad. No tengo nada que aadir. Realmente desea usted fabricar un oficial con un hombre que es desleal y traidor a su Dios? Porque si un hombre traiciona a Dios, seguramente traicionar al hombre!.

Todos guardbamos silencio. Yo pensaba instintivamente en las palabras de la Sagrada Escritura cuando Cristo dice a sus discpulos que no deben preocuparse por lo que han de responder ante sus jueces y perseguidores, pues el Espritu Santo les sugerir las respuestas oportunas. El comandante se limit a preguntar: Piensan lo mismo todos los dems?.

S. La respuesta lleg firme, resuelta.

Se volvi hacia su ayudante. Haga que estos hombres permanezcan en la oficina dijo, y sali. Y ahora qu?

Volvi muy pronto, vestido con el uniforme de gala, incluso con el casco de acero. Nosotros esperbamos que el castigo cayera inmediatamente sobre nosotros. Nos orden permanecer donde estbamos, se puso firme, salud con la mano izquierda un disparo le haba arrancado el brazo derecho y, con la voz cargada de emocin, nos dijo: Caballeros, muchas gracias. No esperaba menos de ustedes.

Nosotros seguamos en silencio, pero ahora por una razn mejor y muy diferente: semejante reconocimiento nos haba llenado de sorpresa. Cuando salimos nos sentamos no poco orgullosos.

No obstante, tal temeridad deba tener consecuencias. El oficial de la divisin de informacin estaba loco de rabia porque habamos rechazado el ascenso. Por la noche entr en nuestro alojamiento e inici una conversacin sobre la religin y el ejrcito. Delante de todos los soldados, dijo insidiosamente: Cualquiera que es cristiano, por ese mero hecho es un soldado de segunda clase... y un mal alemn!.

Aquello era, desde luego, ms de lo que podamos aguantar. Protestamos inmediatamente, pero l continu: Y cualquiera que tenga la ocasin de convertirse en oficial y no la aprovecha es un traidor a la causa alemana.

Fue demasiado. Me sent, y escrib una enrgica protesta haciendo constar que, aunque el comandante nos haba felicitado pblicamente despus de las maniobras, aunque haba afirmado que deseara contar con todo un batalln de semejantes seminaristas, uno de nuestros oficiales haba osado insultarnos pblicamente, en tales trminos que el honor de las SS quedaba profundamente ultrajado. Por esta razn nos veamos obligados a presentar una queja.

El oficial al que entregamos el informe para remitir a las altas autoridades estaba furioso. Incluso el comandante nos llam para decirnos que retirramos el escrito, por temor a que llegara al cuartel general de la divisin. Pero eso era exactamente lo que pretendamos.

El oficial debe ser trasladado, seor. Seguramente usted lo comprende.

El asunto alcanz rpidamente grandes proporciones. Pocos das despus de la presentacin de la protesta me ordenaron informar del tema al Cuartel General de la divisin. Yo permanec firme, e insist en el hecho de que, poco tiempo antes, el mismo Himmler nos haba prometido libertad religiosa sin consecuencias perjudiciales y sin prejuicios.

El tema lleg a las ms altas autoridades, y al cabo de tres semanas se recibi la respuesta definitiva de Berln. Himmler haba ledo el informe, pues su nombre constaba en l, y haba escrito su decisin con lpiz rojo en el margen de mi queja: Debe solicitarse una declaracin de la filosofa personal de esos hombres (Weltaschauung).

Me ordenaron obedecer. Era peligroso, pero yo estaba decidido a poner fin a todo ello. Escrib a mquina ocho pginas, empezando: Declaro que rechazo la Weltaschaunng de las SS y del partido nacional socialista.

Arga, con toda la lgica de que fui capaz, que mi rechazo se basaba en tres puntos: historia, filosofa y religin, empleando cada vez los conocimientos que haba adquirido en mi formacin. La redaccin era incisiva y concreta, pero tuve que hacer mi declaracin yo solo. Mis hermanos seminaristas se negaron a firmarla: opinaban que el escrito era demasiado fuerte. Despus de todo, yo era alemn, y no deba escribir de aquel modo.

Pero, no os dais cuenta? Justamente porque soy alemn.., quiz ms que esos llamados nobles lderes nazis nuestros... estoy obligado a escribir de este modo!.

Supliqu y discut con ellos, pero ocurri algo que nunca pens que ocurriera: no firmaron.

Lo que sigui no fue sorprendente en absoluto. Me confinaron en el campamento hasta recibir la respuesta de Berln. Cuando lleg, a los cuatro das, era corta y con- creta: yo sera expulsado de las SS por conducta indigna, y devuelto a la Wehrmacht.

Aquello me favoreci bastante. Me expidieron a Holanda inmediatamente. A las pocas semanas enviaron a Rusia a mi antigua divisin de las SS. Posteriormente me enter de que todos los seminaristas haban cado. Los pusieron en primera lnea del frente. Si hubieran firmado conmigo...!

5 CUESTIN DE VIDA O MUERTE

Me enviaron a Roermond, en los Pases Bajos, donde estaban acampadas algunas tropas, y all fui expulsado de las SS y devuelto a Fulda. Hasta entonces, haba estado en el ejrcito durante algo ms de tres aos. Gracias a la negligencia de uno de los oficiales, que olvid fechar mi pase, el viaje de regreso fue tranquilo y placentero. Pas unos das en nuestro monasterio sobre el Rhin y, cuando finalmente llegu a la ciudad, me sorprendi encontrar a los mismos oficiales y sargentos que estaban all cuando yo ingres en las SS.

Intentaron de nuevo divertirse a costa del telogo, pero yo no era ahora un simple recluta, sino un soldado con experiencia. Como nunca tuve el ms mnimo inters por usar armas contra el enemigo, solicit, y se me concedi, el traslado al equipo mdico de Kassel, y desde all me enviaron a Meiningen.

Mi turno de servicio en Meiningen se convirti en una de las experiencias ms inolvidables de mi vida. All trab amistad con un camarada protestante, miembro de la Iglesia Evanglica, y a travs de l, conoc a un grupo de cristianos protestantes. Esta relacin constituy una de las experiencias decisivas de mi vida, pues reafirm mi confianza en la humanidad: mientras mi fe en Dios no haba sufrido, las recientes experiencias con mis compaeros dejaban mucho que desear, y aquellas buenas personas hicieron mucho para restablecerla. Casi cada da, pas muchas felices horas en una casa de Hessen, donde eran firmes la fe y en la confianza en la palabra de Dios expresadas en la Sagrada Escritura, y donde flua un indescriptible torrente de gracias. Aquella casa cerca de Brema se convirti para m en un hogar espiritual como ningn otro en el mundo, ni siquiera mi monasterio. Las conversaciones que all mantuve y el cario que me demostraron mis hermanos disidentes fueron realmente notables, y aquellos das se pueden contar como los ms afortunados de mi poca de soldado. Cuando por fin tuve que marcharme, llev conmigo un conocimiento ms profundo de su credo, sus ideales, sus objetivos, cosas todas que me fueron de gran utilidad para comprender a aquellos no catlicos que, no obstante, eran unos cristianos firmes e incondicionales.

Nos trasladaron a Erfurt, entonces en Rusia. Durante el viaje a travs de Polonia, me conmovi la extremada miseria y la profunda piedad del pueblo. All fue donde, por primera vez, me enter de las cosas horribles que los alemanes es decir la polica y las tropas de las SS haban hecho a los judos y a muchos sacerdotes y, segn su capricho, a la gente corriente que se pona en su camino. Aqu comprend lo que saba instintivamente..., que aquello era lo que los victoriosos nazis pretendan hacer en el mundo entero. Cruzamos Rusia, pasando ante interminables columnas de prisioneros sumidos en una profunda miseria.

La lnea del frente estaba prxima. Aunque ya no era oficial, yo estaba formado como uno de ellos y tena dotes de mando, as que me dieron cien hombres para conducirlos al frente. A travs de unas llanuras interminables nos dirigimos al sur desde Smolensko. Durante el camino, yo lea diariamente mi Biblia, como haca cuando estaba en las SS.

Esto dio lugar a que uno de los soldados hiciera unos comentarios ms desagradables an que los que haba odo en las SS. Era realmente ingenioso, pero malgastaba su ingenio en m.

Te advierto, amigo mo, que sera mejor que cerraras el pico.

Se mostr ms irreverente todava, hasta que, por ltimo, lleg a un punto de blasfemia que yo, simplemente, no poda dejar pasar.

Mira, soldado. Te he pedido que pares. Si no cierras la boca, te la voy a cerrar yo.

Qu te hace pensar que puedes cerrarme la boca?, se burl. Y tras aquella pregunta retrica me atac, pensando que lo tena fcil, pues yo, obviamente, era un pobre beato. Agarr mi brazo y trat de romprmelo doblndolo por detrs de la espalda. Susurrando una plegaria pidiendo perdn, y poniendo a salvo mi Biblia en el bolsillo, me dispuse a darle su catequesis del domingo.

Despus de una breve refriega, cay al suelo sangrando. Realmente no s cmo se hiri, a menos que fuera por un golpe en la cabeza, propinado por un puo disparado con rabia. El caso es que tena una profunda brecha que sangraba profusamente.

Durante unos minutos permaneci inconsciente. Aquello poda ser grave: yo era el jefe del grupo, y el uso de la fuerza por parte de un superior contra los soldados de tropa estaba severamente castigado. No lament el incidente, pero tampoco quera perder el mando. Ignorando lo que iba a ocurrir, le cur la herida y lo mand fuera del frente para que se recuperase.

Volvi al cabo de tres semanas sin haber abierto la boca. Permaneca silencioso cuando estaba cerca de m y, sorprendentemente, los otros tambin. Saban tenan la prueba irrefutable que en aquella compaa no se toleraban las tonteras sobre la religin.

Cuando, por fin, llegamos a nuestro cuartel general, me enter de que ya haba llegado la documentacin sobre mi