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40 41 Natichuleta Hace más de dos meses, Natalia Silva, ilustradora y estudiante de diseño, lanzó su primera novela gráfica. Es la historia de “Tina”, una niña que fue abusada sexualmente por su padrastro y que se basa en su propia experiencia. Para hacerla contó con el apoyo del diseñador Marco Silva, su padre, quien dice: “Eso es muy doloroso. Estuviste con tu hija, ella te dio señales, y tú no las viste”. Por ANTONIA DOMEYKO. Fotos: SERGIO LÓPEZ I. Ilustraciones: NATICHULETA. - L o conté como si todo el mundo su- piera –dice Natalia, alta y flaca, de piel pálida, de pelo corto hasta los hombros y una chasquilla liviana, los ojos pequeños, morenos, y la sonrisa dulce–. Mi mamá me dijo ‘por qué nunca me dijiste nada’. Pero tres años antes, Natalia le había dicho. –Le dije ‘este tipo me hizo tal cosa, este día’. Y mi mamá fue y lo retó como a un perro. Así como ‘no, no, no. No hagas eso’. Yo esperaba que ella me dijera algo, que lo alejara, pero pasó a ser un tema tabú. Entonces tenía nueve años, y “el tipo” era su pa- drastro, la pareja de su madre. Y al decir “me hizo tal cosa”, se refería –sin saberlo– a un abuso sexual. Si en aquel momento lo que dijo no tuvo mayores consecuencias en la vida de esa familia constituida por ella, su madre y su padrastro, cuando Natalia cumplió 13 años empezaron a suceder cosas difíciles de disimular, como las heridas que ella misma se había infligido en los brazos, y que un día descubrió su madre. Así fue como la llevaron a una psicóloga, y allí Natalia contó, esta vez con más detalle, que su padrastro le hacía cariño. Que pasaba todos los días, desde hacía cuatro años. Que a veces era solo un pi- ropo, pero que en ocasiones la tocaba, la besaba, le tomaba fotos, o pedía que ella lo tocara a él. Natalia Silva, de 23 años, es estudiante de diseño gráfico, ilustradora, y autora de la novela gráfica “No abuses de este libro”, que se lanzó hace dos meses, y que se basa en su propia historia. En esa historia. UNA PÁGINA EN BLANCO En el pasillo principal del Drugstore de Providencia hay una alfombra, un par de sillas y un mesón con un atril que sostiene un libro de tapa naranja. En la portada, el dibujo de una niña ha- ciendo un gesto de rechazo. El dibujo y el libro son de Natalia, que está sentada firmando ejemplares. Viste un abrigo celeste, largo, una polera negra con un per- sonaje del estilo de Tim Burton estampado en blanco, y un sombrero clásico de terciopelo negro. Después de un rato, se le acercan unas jóvenes con el libro. Natalia sonríe, lo abre, toma un lápiz a tinta que siempre lleva consigo, el mismo con que ilustró y escribió la novela, y dibuja un perro salchicha. Junto al perro, escribe: ‘Para Josefina. Gracias! Natichuleta’. Más tarde contará, riéndose, que el pseudónimo lo tiene desde chica, cuando veía el programa Doug de Nickelodeon, en el que el perro se llamaba Chuletas. Así inventó Natichuleta para chatear con sus amigos en Messenger, y lo usó también para firmar su novela. Natalia no tiene recuerdos de sus padres viviendo juntos. Se separaron cuando tenía apenas más de un UNA HISTORIA DE ABUSO LLEVADA A LA HISTORIETA

uNa historia de abuso - ANP | Mags...o conté como si todo el mundo su-piera –dice Natalia, alta y flaca, de piel pálida, de pelo corto hasta los hombros y una chasquilla liviana,

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Natichuleta

Hace más de dos meses, Natalia Silva, ilustradora y estudiante de diseño, lanzó su primera novela gráfica. Es la historia de “Tina”, una niña que fue abusada sexualmente por su padrastro y que se basa en su propia experiencia. Para hacerla contó con el apoyo del diseñador Marco Silva, su padre, quien dice: “Eso es muy doloroso. Estuviste con tu hija, ella te dio señales, y tú no las viste”. Por AntoniA Domeyko. Fotos: Sergio lópez i. Ilustraciones: nAtichuletA.

-Lo conté como si todo el mundo su-piera –dice Natalia, alta y flaca, de piel pálida, de pelo corto hasta los hombros y una chasquilla liviana, los ojos pequeños, morenos, y la sonrisa dulce–. Mi mamá me dijo

‘por qué nunca me dijiste nada’.Pero tres años antes, Natalia le había dicho. –Le dije ‘este tipo me hizo tal cosa, este día’. Y mi

mamá fue y lo retó como a un perro. Así como ‘no, no, no. No hagas eso’. Yo esperaba que ella me dijera algo, que lo alejara, pero pasó a ser un tema tabú.

Entonces tenía nueve años, y “el tipo” era su pa-drastro, la pareja de su madre. Y al decir “me hizo tal cosa”, se refería –sin saberlo– a un abuso sexual.

Si en aquel momento lo que dijo no tuvo mayores consecuencias en la vida de esa familia constituida por ella, su madre y su padrastro, cuando Natalia cumplió 13 años empezaron a suceder cosas difíciles de disimular, como las heridas que ella misma se

había infligido en los brazos, y que un día descubrió su madre. Así fue como la llevaron a una psicóloga, y allí Natalia contó, esta vez con más detalle, que su padrastro le hacía cariño. Que pasaba todos los días, desde hacía cuatro años. Que a veces era solo un pi-ropo, pero que en ocasiones la tocaba, la besaba, le tomaba fotos, o pedía que ella lo tocara a él.

Natalia Silva, de 23 años, es estudiante de diseño gráfico, ilustradora, y autora de la novela gráfica “No abuses de este libro”, que se lanzó hace dos meses, y que se basa en su propia historia. En esa historia.

Una página en blancoEn el pasillo principal del Drugstore de

Providencia hay una alfombra, un par de sillas y un mesón con un atril que sostiene un libro de tapa naranja. En la portada, el dibujo de una niña ha-ciendo un gesto de rechazo. El dibujo y el libro son de Natalia, que está sentada firmando ejemplares. Viste un abrigo celeste, largo, una polera negra con un per-sonaje del estilo de Tim Burton estampado en blanco, y un sombrero clásico de terciopelo negro.

Después de un rato, se le acercan unas jóvenes con el libro. Natalia sonríe, lo abre, toma un lápiz a tinta que siempre lleva consigo, el mismo con que ilustró y escribió la novela, y dibuja un perro salchicha. Junto al perro, escribe: ‘Para Josefina. Gracias! Natichuleta’.

Más tarde contará, riéndose, que el pseudónimo lo tiene desde chica, cuando veía el programa Doug de Nickelodeon, en el que el perro se llamaba Chuletas. Así inventó Natichuleta para chatear con sus amigos en Messenger, y lo usó también para firmar su novela.

Natalia no tiene recuerdos de sus padres viviendo juntos. Se separaron cuando tenía apenas más de un

uNa historiade abuso llevada a la historieta

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llazo en la cara, una patada en la entrepierna.–La imaginación era mi escape. Antes de contarlo

todo me imaginaba que yo era la tipa de Kill Bill, y lo mataba. Porque en esa época empecé a odiarlo.

Recuerda de ese hombre, las manos callosas, su olor a pachulí, algunas frases sueltas “no le cuentes a nadie, tu mamá se va a poner triste, no te preocupes, que es puro cariño”, y el olor a marihuana.

–Él le echaba la culpa a fumar marihuana. Decía que era por eso que él hacía estas cosas –dice Natalia, echándose hacia atrás en la silla de un café en Vitacura–. Cuando crecí la probé para ver si era cierto. Fumé, no me pasó nada, y dije: ¡Qué mentira más grande! ¡Cómo alguien se lo puede creer!

– ¿Te sentiste ingenua?–Sí.Bebe un sorbo de café.–Con este tema tengo como una… –dice, moviendo

su mano frente a su cara y pecho, como dibujando una barrera invisible–. Yo soy súper llorona, pero por esto he llorado muy poco. Es como un método de defensa, para que no me traten con pinzas o como pobrecita.

Desde que Natalia era niña, siempre tuvo diarios de vida. Sin embargo, entre los nueve y los trece años, la época en que dice que fueron los abusos, no hay alusio-nes al tema. Los cuadernos están llenos de dibujos, de personajes inventados, de animales y viñetas.

–La única pista podría ser cuando escribía que él se había ido de viaje, y ponía: ‘qué bueno, al fin un rato sola’. No ponía nada porque pensaba que era cariño. Pero me sentía mal. Al final por eso me hice daño, no daba más, y me sentía culpable por no aguantar más.

Así empezó a cortarse. La primera vez tomó el com-pás de sus útiles escolares y con la punta empezó a ras-guñarse el brazo. No lo hizo una sola vez, sino muchas, y hasta el día de hoy conserva cicatrices apenas visibles.

Para disimularlo empezó a usar polerones grandes. Pero un día de mucho calor su mamá le dijo que se lo quitara, y vio las marcas. La llevó a la psicóloga, Natalia habló, y la psicóloga habló con su madre.

–Mi mamá me dijo ‘por qué nunca me dijiste nada’. Y yo le respondí: ‘Pero si tú ya sabías…’.

Ese día, al llegar a la casa, la madre echó a su pareja. La madre de Natalia fue consultada, y prefierió no

hablar para este artículo. "El tema es demasiado perso-nal. Estoy muy orgullosa de mi hija", respondió vía mail.

caerse en Un abismoEs un viernes por la tarde. Es casi de noche, hace frío

y el cielo está de color gris, oscuro. Marco Silva, el padre de Natalia, de 50 años, llega a la radio Oasis, donde tiene dos programas junto a Marcelo Comparini. De pelo negro, con algunas canas, y con barba de un par de días, entra por la puerta principal de la emisora. Se sienta en un sofá en una sala y dice que él siempre ha tenido co-nexión con su hija.

–Con la Natalia tuve mi primera conexión real como con alguien de mi misma especie. Fue una niñita bien prematura en inventar historias y tener imagina-

año. Ella se quedó con su madre. Allí la educaron en un ambiente en el que la cultura y ser buena en lo que se hace era importante. Mientras sus amigas escucha-ban Axe Bahía, ella escuchaba con su mamá música clásica o el disco de canciones infantiles Mazapán.

–A pesar de que nunca me obligaron a tener bue-nas notas, igual tenía que ser una niña culta. Si quería dibujar, tenía que ser con técnica, tenía que ser la mejor. Era una educación que viene de una familia súper de izquierda y culta.

Su infancia transcurría entre el Colegio Suizo, las clases de dibujo, y las clases de violín, para las que, dice Natalia, su madre la obligaba a estudiar varias horas diarias para perfeccionarse.

En cambio, en la casa del padre el ambiente era más distendido. El padre es Marco Silva, conocido por haber estado en el canal 2 Rock and Pop en el programa “Plan Z” y “Plaza Italia”, y hoy como conductor de dos programas en la radio Oasis. A él Natalia siempre lo veía leyendo los cómics de Batman y Watchmen. Después los leía ella. De fondo él ponía música, como David Bowie y Queen. También veían películas juntos. Hasta hoy los filmes favoritos de ella son los mismos que veía cientos de veces cuando niña: El Extraño Mundo de Jack y Beetlejuice, de Tim Burton, y la Novicia Rebelde, de Robert Wise.

Después de un tiempo su madre empezó a salir con un hombre. Cuando tenía unos siete años, el hombre se fue a vivir con ellas.

–Él era medio músico. A veces empezaba a impro-visar música y yo cantaba con él.

Natalia dice se llevaba bien con él, que jugaban juntos. Pero cuando tenía nueve años, algo cambió.

En su novela gráfica Natalia dibuja a la prota-gonista Tina, una niña con chasquilla y pelo corto. En una de las viñetas el padrastro de Tina la pasa a buscar al colegio, y le dice que se van a quedar solos porque la madre llega en la noche. En la siguiente vi-ñeta la protagonista está sola en su habitación. El pa-drastro entra y dice: “¿Qué haces tan solita?”. “Quiero un abrazo tuyo”. “Un abrazo rico”. “Me pusiste duro, ¿Quieres sentirlo?”, y Tina responde: “No”.

En la novela cada vez que Natalia dibuja una es-cena de abuso, hay una hoja en blanco. Al darla vuelta aparece Superchuleta, una heroína cuyos poderes la transforman en alguien capaz de enfrentar a su padrastro: decirle que no, empujarlo, pegarle un rodi-

“Por esto he llorado muy pocas veces. Es como un método de defensa, yo creo, para que no me traten con pinzas o como pobrecita”, dice Natalia.

“Estuve muchas veces con la idea de romperle los dientes a alguien. ”, dice Marco Silva, padre de Natalia.

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debería estar en la cárcel; no es que no lo piense.Así, para evitar el proceso judicial, nunca existió,

ni existe, una denuncia.

“estás exagerando”Después de que su padrastro se fuera de la casa,

Natalia atravesó una etapa de desconcierto. Bajó sus notas y se cambió de colegio. Cuando Marco Silva la llevaba a las librerías, ella se iba a la sección de libros de terror o misterio y buscaba historias de niñas solas con fantasmas, niñas solas con monstruos.

–Lo mismo en las películas. Esa fue una obsesión durante muchos años porque había algo ahí que ella estaba buscando –dice Marco Silva.

–Yo no entendía muy bien lo que me estaba pa-sando, estaba pésimo, sentía rabia–dice Natalia.

Unos años después, en su nuevo colegio, La Fontaine, en una clase de debates, debían discutir sobre el caso Karadima. A ella le tocó debatir a favor del sacerdote acusado de abusar sexualmente a feligreses de la iglesia El Bosque. Pero Natalia se rehusó.

Ese mismo día al llegar a su casa empezó a investi-gar sobre las víctimas de Karadima.

–Me sentí muy identificada con todo, con lo que les decía el cura, con cómo se sentían.

Decidió contarle a una persona cercana –que pre-fiere no identificar– cómo se estaba sintiendo ella.

–Le conté, y esta persona me dijo ‘pero lo que te pasó a ti no es tan grave como lo que les pasó a los chicos de Karadima’. Esa frase me tiene mal desde entonces. Es lo que trato de poner en la novela, de que no hay un termómetro que defina qué es más o menos grave en el abuso sexual. El abuso es abuso, y punto.

Natalia descubrió que esos comentarios –que decían “lo tuyo no es tan importante”, “estás exage-rando”–venían no solo de esa persona cercana, tam-bién de otros: personas del colegio, de la familia. Y su mamá.

En la novela gráfica Tina dedica cuatro páginas a las frases que recibe sobre lo que le sucede. La madre de la novela dice cosas como: “Fue solo un agarrón de pe-chuga”, “ajj, cuándo lo va a superar esta niñita”, “lo que le pasó a Tina no fue tan grave”. Personajes sin nombre específico dicen: “Apuesto que la niña se le insinuó”, “si no es violación, no es grave”, “le ponen tanto color, ¡si a todos nos ha pasado algo así!”.

–Cuando yo estaba en tercero medio, mi mamá em-pezó a salir de nuevo con mi padrastro. Así, de a poco, lo empecé a ver de nuevo, cuando la pasaba a buscar. Y yo de verdad no quería verlo más. Yo le había contado a mi mamá que había ido al cine, que lo había visto, y que fui a vomitar. Que después no pude ver la película, pero mi mamá me dijo ‘que eres llorona, pudiste haber visto la película igual’. Hasta que hubo un día que nos peleamos muy fuerte. Hice mi maleta, llamé a mi papá y le pedía que por favor me fuera a buscar.

Desde entonces Natalia vive con su papá. – Decidiste irte.–No daba más con las minimizaciones. Todos

ción, y eso me fascinaba –dice Marco Silva, quien hizo el video humorístico de los 90 “¿Hagamos un asado?”.

Como no vivía con su hija, Marco Silva solo se enteró de lo que estaba pasando tiempo después. Después de los cortes en los brazos, después de la psicóloga, después de que el padrastro se fuera de la casa. Y lo supo porque su ex mujer le contó.

–Para mí fue como que se te abre el piso y te caes a un abismo. Uno como papá cree que tiene el foco súper puesto en su hija, y después uno piensa cómo no lo vi venir. Eso es muy doloroso. Estuviste con tu hija, ella te dio señales, y tú no las viste. Te sientes el peor sujeto y padre de la historia, y cuesta mucho recuperarte de eso–dice Marco Silva, arqueando las cejas.

Recuerda, ahora, algunas señales que no vio. Cuando Natalia tenía unos doce años, volvió de una gira de estu-dios y él notó algo distinto en ella.

–Andaba con un polerón del colegio que le llegaba más abajo de las rodillas. Pensé que era la onda. Estaba callada, y pasó de un momento a otro a ser muy tímida. Vi que tenía unas marcas en los brazos, pero me dijo que se había caído en un paseo en el viaje. Después, cuando todo hace sentido, es muy doloroso.

– ¿Pensaste en hacer una denuncia a Carabineros?

Marco Silva suspira. –Fue hace muchos años, la Natalia era chiquitita,

y era muy fuerte en ese momento la victimización. La justicia no amparaba nada, la víctima era igual al vic-timario, los dos tenían que probar su tesis, y estamos hablando de una niñita de 13 años y un hombre de 50; era injusto. Estuve muchas veces con la idea de rom-perle los dientes a alguien, pero te das cuenta de que no fuiste educado para eso. Todos los días pienso que

“No hay un termómetro que defina qué es más o menos grave en el abuso sexual. El abuso es abuso, y punto”, dice Natalia.

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razón, como recién pasó con la deportista Érika Olivera. Marcela Escobar ayudó a Natalia a separase del

personaje, a que soltara la fidelidad con su propia historia.

–La primera versión tenía un título centrado en el antagonista. Ese personaje era muy desagradable, y había algunas viñetas que generaban mucho rechazo. No estaba la separación tan clara de lo autobiográfico, y al lograr que se despegara de la realidad se sintió más libre. Ella es mucho más que la ilustradora de una historia de abuso: es una chica súper talentosa.

A principios de este año la novela gráfica estaba lista. Además de ediciones B, la obra fue revisada por ilustradores como Alberto Montt y Álvaro Arteaga.

Marco Silva dice que paralelamente se juntaron con abogados para ver la posibilidad de hacer final-mente una denuncia.

–Al final nuestra decisión fue el castigo moral y so-cial. Era más importante que la Natalia lo pudiera su-perar, en vez de entrar a un proceso, y que esto fuera un cierre –dice Marco Silva.

–La novela la publiqué por algo personal, por ce-rrar un ciclo. Este tipo no se merece que haya tanto en mi vida de él. No quiero que él tenga ese derecho en mi vida. No más– dice Natalia.

El libro se lanzó el 27 de mayo de este año. Desde entonces, muchos de sus cercanos no le han hablado, porque –explica Natalia– consideran que es una exage-ración haber lanzado un libro sobre lo que pasó.

En una de las presentaciones Natalia invitó a una profesora de su segundo colegio. Allí, ella contó que re-partió el libro de séptimo a cuarto medio. Unos días des-pués se le acercaron tres niños para decirle que a ellos les había pasado lo mismo que salía en la novela. •

Maquillaje: Glenda Barra para Bobbi Brown.

los días era una pelea. Además, como que yo la veía mucho más feliz con él; entonces prefería vivir con mi papá, que me creía, y ver feliz a mi mamá.

el desahogo Mañana de lunes. Natalia se dirige al estudio de foto

para la sesión de este artículo. Viste una polera negra con imágenes de Mickey Mouse, con una falda, pantys, zapatos negros y una chaqueta amarillo patito.

Caminando por la calle hacia el estudio, cuenta que ella empezó a dibujar su historia de abuso cuando tenía 16 años. Comenzó haciendo un cómic.

–Es súper loco, porque veo la primera versión que hice y justifico muchas cosas, por la vergüenza que sentía al hablar de este tema. Decía: ‘pucha, sí, pasó esto, pero ahora estoy bien’.

Los psicólogos habían recomendado a Marco Silva que su hija buscara la manera de sacar afuera lo que le había pasado. Entonces él le regaló lápices y blocs, y Natalia comenzó a dibujar. Y no lo hizo solo una vez, sino que más de diez veces.

–Lo hacía como un desahogo. Era una forma de entender –dice Natalia, quien hoy trabaja ilustrando y escribiendo otros tres proyectos.

Después de casi siete años dibujando, Marco Silva le dijo a su hija que lo que estaba haciendo podría ser una novela gráfica. Entonces llevaron esa versión a ediciones B, donde Silva conocía a una editora. Después de mostrarlo decidieron que lo publicarían. La recibió Marcela Escobar para editarla.

–Nos interesó, porque abordaba un tema por primera vez de una manera súper transparente, sin autovicti-mizarse, y desde la novela gráfica que permitía una lle-gada a un lector más joven que a nosotros nos interesa. Además, era un libro necesario para el país, y la verdad es que lamento mucho que la contingencia me dé la

“Uno como papá cree que tiene el foco súper puesto en su hija, y después uno piensa: cómo no lo vi venir. Eso es muy doloroso", dice Marco Silva.

El 27 de mayo se lanzó la novela gráfica "No abuses de este libro". Hoy tiene 1.300 ejemplares vendidos.