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Una historia para ti · contaba un cuento, al otro le untaba el pan, a la niña la peinaba. Luego… había miles de niños, que sin saber ella. por qué, también la llamaban «MAMÁ»

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Pureza de María

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3ª edición: junio 2014

Edita: Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez

© de los textos e ilustraciones: Asunta Carrión, rp, 1985

Impresión:Gremi Foners, 18 - Ciutat de MallorcaTel. 971 919 000 · www.aimprenta.com

ISBN: 978-84-617-0044-8DL PM 534-2014

Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyrigtht, la reproducción total o parcial, o distribución de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos el tratamiento informático y la reprografía.

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Érase una vez…Un blanco pueblecito, junto al mar.

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ALLÍ, en una pequeña y alegre casita,vivía un matrimonioque se quería muchísimo.

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PAPÁ Alberto y mamá Apolonia eran muy felices.Dios había bendecido su hogar con un hermoso bebé:la pequeña y regordeta Alberta.

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AHORA que ya gateaba, mamá tenía mucho cuidado, pues a Alberta le encantaba tirar cosas por las ventanas.

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SU juguete preferido era una muñeca de trapo quele había regalado la vecina. La peinaba y acariciaba. La vestía con un pañuelo a topos, muy bonito, que habíapertenecido a su mamá.

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PARA Alberta no había en el mundo nada mejor que Saturnino: un precioso bebé que reía, balbuceaba y le miraba con un cariño inmenso cuando ella, cada noche, se acercaba de puntillas a darle un beso.

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UN día, a Alberta se le ocurrió deslizarse por la barandilla.¡Qué divertido!... ¡Allá voy!...Mamá le dice: «Cariño, las señoritas educadas, bajan por los escalones».Alberta, obediente, no lo hizo más.

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MAMÁ y papá eran sus profesores. Cada mañana se sentabamuy formal a hacer sus deberes. Por la tarde, jugando, ella era lamaestra. Repetía su lección al muñeco y al bueno de Saturnino que nola entendía, pero le decía: «!Qué lista eres!»

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A Alberta le encantaba la música del viejo piano del salón.Miraba el libro gordo de notas y movía sus pequeñas manos, apretandode vez en cuando, como lo había visto hacer a su abuela. El alegresonido le enseñaba a amar lo bello. Luego mamá decía: «¿Alberta, hasvisto si el gato, también hoy ha estado paseando sobre el teclado?...»Alberta reía. Mamá la dejaba hacer.

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¡HABÍA tanto que coser!... Los vestidos de aquella época eran complicados. Mamá se preparaba un traje verde para la fiesta del cumpleaños de papá. Alberta ayudaba y aprendía. A sus seis años ¿no era ya una hacendosa mujercita? Ella también iba a estrenar su sombrero rojo.

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«¡ES tan grande el mar!»... -dijo Alberta a su mamá un día-.“Pues piensa, amor mío, ¡cómo será de grande y bueno nuestro Diosque lo ha creado!” -contestó su madre.Las vacaciones eran deliciosas. Alberta se bañaba feliz.¡Y no digamos Saturnino que parecía un pez en el agua!

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PAPÁ era militar y sabía muchísimo. A Alberta le encantaba ir con él y preguntarle cosas.«¡Papá, ¿por qué las mariquitas llevan todos los díassu vestido de color rojo?... ¿Por qué el sol nunca se apaga?...»

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MAMÁ le enseñaba a rezar y pensar. Cada noche le decía: «Alberta,mi cielo, Jesús, tu Amigo ¿estará contento de ti?. La Virgen María,Madre de Jesús y nuestra, ¿te puede mirar hoy con alegría?...»

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CUANDO Alberta hizo su Primera Comunión, sabía muy bien el Catecismo y comprendía que para ser santatenía que hacer todas las cosas lo mejor posible.«Jesús -dijo ella en su oración-, seré siempre amiga tuya y no te abandonaré jamás.»

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EL sitio preferido de Alberta y Saturnino era la copa de un viejomelocotonero que había en el jardín, sobre todo cuando sus ramasestaban llenas de deliciosos frutos. Entre cuento y cuento, un buenbocado. ¿Y el hueso?... Saturnino probaba su puntería en la cabeza delcachazudo «Dongo» que dormitaba tranquilamente a sus pies.

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UNA de las cosas que más le gustaba era enseñar sus trabajos a papá.Él sabía corregirlos, valorarlos y premiarlos con cariño. Un día, Alberta lepresentó el primer vestido para su muñeca, hecho por ella. Papáprometió un paseo por la Feria. Al oírlo, entró Saturnino con su mejordibujo. ¿Cómo iba él a perder tan maravilloso premio?...

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A Alberta le gustaba que su mamá le encargase regar las plantas.A muchas las había sembrado y las veía crecer.Sabía sus nombres y lo que les convenía.Un día de primavera, estando así entretenida, dijo muy seria:«¿No te parece, Catalina, que sería muy feo el mundosin niños, sin flores, sin estrellas?...»

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NO se llevan zapatos nuevos cualquier día, pero aquella mañanaAlberta cumplía trece años y … ¡sus primeros taconesla hacían sentirse toda una dama!.Don Francisco, su profesor, iba a felicitarla y ella, tímida yalborozada, quería ir a clase muy bien arreglada.

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ALBERTA no estaba para fotos aquella tarde que pasó com sus padresen Palma. La salida de casa al amanecer, las visitas a losSres. Alcover y Pozuelos, los zapatos y vestido que gustaban a la mamá,el peinado recogido, el haber perdido el bolso y el estarsentada ahora ante un señor de bigotes tiesos que con mil muecas rarasle pedían sonreír, era demasiado para un día.Saldría la foto de una Alberta cansada y mimosilla.

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HABÍA pasado mucho tiempo, desde el día queD. Francisco fue a dar la primera clase a aquella niña inteligente,llena de ilusiones y con un gran corazón.Francisco, ahora, sabía muy bien de quién estaba enamorado. Alberta también. Juntos, soñaban en ser maestrosde un mismo colegio y un buen papá y una deliciosa mamá en unhogar feliz, donde compartir su amor.

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EN el cumpleaños de Francisco, Alberta le regaló una pluma. Él, emocionado y agradecido, le contestó con una poesía:

«Gracias mil el alma míaTe rinde, Alberta, en verdad,Por tu fina cortesía,Por la pluma que me envíaTu dulce y tierna amistad.

Quiérate Dios concederLa salud en toda edad;Y vean tus padres crecerTu virtud y tu saberCon tu gran habilidad.»

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¿Y el sofá?... ¿Tendría el pintor acabada aquella salita de estar?...También pensó en los niños que podrían llenar su hogar: al «peque» lecontaba un cuento, al otro le untaba el pan,a la niña la peinaba. Luego… había miles de niños, que sin saber ellapor qué, también la llamaban «MAMÁ».Era tarde. Salió la luna. Alberta cerró sus ojos y suspiró:«¡Feliz la madre que no se cansa de estar entre sus hijos!...»

LLOVÍA. Alberta no podía dormir aquella noche.¡Faltaba tan poco para su boda!...Se asomó a la ventana y empezó a soñar: se vio en su nueva casaterminándola de arreglar. ¿De qué color pondría las cortinas?...

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AQUEL día en Palma, las campanas de la iglesia de San Nicolástocaron a fiesta. El sol brillaba. Era la primavera y el aire traía aromasde tomillo florido y felicidad. Era la boda de Francisco y Alberta.Juntos habían firmado la promesa de amarse durante toda su vida yDios bendecía esta unión hecha por ellos, para siempre.Ahora en coche de caballos, empezaban su viaje.

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ALBERTA y Francisco fueron a vivir a Palma. Había allí muchascasas señoriales y bonitas. Pero lo que de verdad interesaba muchoera su hogar por dentro: una familia cristiana donde Diosfuese lo primero. Un lugar lleno de amor, cariño y respeto.

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BERNARDO, Catalina y Bernardito fueron los tres primeros bebés quellenaron de delicias y dolor el corazón de su madre. Poco estuvieron enel cálido nido, en el que Alberta les acogía; uno tras otro, ibanmarchándose al Cielo. La tristeza de su alma sólo tenía un consuelo.Sabía lo que al despedirse, podían haberle dicho sus pequeñuelos:«¡Gracias mamá por la vida! La de la tierra y la del Cielo.»

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«A la nanita nana, nanita ¡ea!, mi niño tiene sueño, ¡bendito sea!»Así cantaba Alberta a su niño, aquella mañana del bautizo, cuandola madrina le entregó a Albertito, sin saber cómo hacerle callar.Con inmensa ternura y gran cariño, abrazaba la madre al hijo quele quedaba lleno de salud. Bernardito ya empezaba aestar enfermo y le habían llevado con la abuela al campo.Alberto dormía. Se sabía seguro en los brazos de mamá.

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EN Felanitx, los abuelos tenían una casita en medio deunos verdes prados. Cerca de la huerta corría un arroyo. Allí legustaba a D. Francisco pescar. Alberta cogía flores en el jardín. Un día ella llegó con las manos heridas y sentándose juntoa su madre sonrió y le dijo: «Hay que saber coger las rosas sin herirsecon las espinas. ¿No te parece, mamá?»...

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¡CÓMO amaba Alberta a su esposo!... Desde el día en quese casaron se adelantaban en ofrecerse el uno al otro detalles de amor:las rosas del cumpleaños, los cigarros del fumador, el periódico dela tarde, el postre predilecto hoy…Una noche Francisco se retrasó. Era muy tarde y Alberta pensó en elapuro de su marido, cuando tuviera que darle explicación. Se acercó atodos los relojes y los retrasó. ¡Maravillosa solución!

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CUANDO Francisco llegó a casa, la encontró como decostumbre, doblando la ropa junto al fuego.Francisco se asombró. Consultó su reloj y la miró.Vio en sus ojos una pícara sonrisa y adivinó su travesurallena de cariño. Se acercó a ella y abrazándola le dijo:«¡Gracias, Alberta, eres un cielo, eres mi amor!»

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ALBERTITO era un chico espabilado. Comía solo,pero le gustaba que su mamá rezase con él y le cascase el huevoantes de empezar a cenar. Aquella noche, tardaba en venir yAlberto notó que algo raro pasaba en su casa.No lloró. Se puso muy serio.Fijó sus negros ojazos en la puerta y se dispuso a esperar.

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AQUELLA noche fue una de las más tristes en la vida de Alberta y su hijo.Fue el terrible momento en que Francisco dijo adiós para siemprea su esposa y a su pequeño. A partir de entonces, Albertito echaría demenos las caricias de su papá, los paseos a caballohechos sobre su espalda, la lección de volteretas sobre la alfombra,sus palabras y su voz. Alberta, recordaría por toda la vida alque había sido dueño y rey de su corazón.

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MUCHA pena tuvo Alberta en su corazón durante aquellos añosque siguieron a la muerte de su esposo. Sólo encontraba consueloel pensar y creer que Dios sólo da a las personas lo que les conviene,para que puedan ir al cielo. Luego rezaba y Jesús y la Virgenle daban la fuerza y valor para cada día.

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ALBERTA era una maravillosa maestra, tan buena que hasta el Sr. Obispose enteró y mandó a un amigo a darle un recado.Una tarde se presentaron en la casa un sacerdote, llamado D. Tomás, y otro señor muy importante. Preguntaron por ella y le dijeron:“Dice el Sr. Obispo, si usted Dª Alberta, quiere ayudarle en un colegio queél tiene y no funciona bien.” Alberta les atendió amablemente, luego respondió: “Díganle ustedes que me conceda unos días para pensarlo”.

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AL cabo de unos días, Albertito estaba asomado a la ventana.De pronto exclamó: “¡Mamá, mamá ya están aquí otra vez los señoresdel otro día!”... Y siguió jugando con su pelota.

ALBERTA palideció. Era un momento muy importante.Había decidido ayudar al Sr. Obispo. Sabía y creía que Dios era quien lainvitaba a hacer ese trabajo. Durante la conversación, Albertito que parecíano escuchar, oyó decir a su mamá: “Díganle al Sr. Obispo que cuente conmi persona. Estoy totalmente a su disposición”. Albertito miró a lo lejos y seimaginó al Obispo contando señores igual que él lo hacía con sus soldaditosde plomo. “¡Yo creía que los obispos hacían cosas más importantes!”...

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ALBERTO fue al colegio de los P.P Jesuitas.Mamá ya le había enseñado muchas cosas. Era listo y aplicado.Le gustaba tener amigos con quien jugar, por eso se alegró cuandoDª Alberta le anunció que iría a Valencia y que se quedaría a dormir en elcolegio. En esta foto sacada en junio del primer curso vemos a Albertito(el primero de la izquierda en la fila superior)alegre y feliz con su mirada simpática y picarona.

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Dª ALBERTA sabía lo que era enseñar. Conocía el lío en que sehabía metido al decidir ayudar al Sr. Obispo, porque en el colegio dondeella tenía que trabajar sólo encontró un pequeño grupo de viejecitasque necesitaban su apoyo y consuelo, unas pocas monedas y un caserónmuy grande. Enorme. Se armó de valor, compró escobas, limpió, decoróy organizó. Al poco tiempo, volvían a ir las niñas con una ilusión enorme.¡Qué bien empezaba a funcionar el Colegio Pureza de María!

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TAN bien iba aquello que se pusieron pupitres nuevos; se hizo un gimnasioy un comedor; se pintó la casa y se adornó. Las niñas se hicieron mayoresy muchas quisieron ayudar a M. Alberta en su trabajo. Formaron ungrupo. Planearon una vida en la que todas hicieran más o menos lomismo. Y como querían mucho a Jesús y a la Virgen de la Pureza,pensaron que trabajarían mejor siendo hermanas religiosas, por esopidieron permiso al Obispo para formar una comunidad.

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LLEGÓ el permiso del Sr. Obispo. Don Tomás, aquel primer sacerdoteque le llevó el recado, estaba entusiasmadísimo por los planes deDª Alberta. Hizo todo cuanto pudo por ayudarla y organizarlo con ellay… un buen día todos se reunieron en la Capilla y en medio de unagran fiesta, prometieron a Jesús ser sólo para Él y que su trabajo seríaenseñar a los niños y a los jóvenes que quisieran conocer sus Palabras.

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UN nuevo dolor apareció en la vida de M. Alberta. Su hijo Alberto,que se había casado y vivía en Zaragoza, murió. La Madre, siendo directoradel colegio, escribió una carta a la esposa de su hijo e invitó a su nietecitaPilar a estar con ella. La niña estaba triste, pero le encantaba la idea de iral colegio con su abuelita. Después de un viaje en barco, medio dormiday muy seriecita fue acogida por la Madre con gran cariño. ¡Qué años másfelices recordaba Pilar haber pasado en el colegio de su abuelita!

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¡QUÉ bien lo pasaban las niñas los días de fiesta!... Madre Alberta queríaalegría en el colegio. Le gustaba que todas se encontraran comoen casa. El día de Santa Cecilia, patrona de la música, las Hermanassubían con instrumentos al dormitorio. Los cantos y las notas se oíanpor todas partes y las pequeñas daban saltos de gozo porque sabíanque aquel día no había clases, sino teatro, concursos y… ¡hasta helado!.

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MADRE Alberta amaba mucho a la Virgen. Toda la vida del colegio se hacíapensando en Ella. Todas cuantas vivían allí estaban bajo su protección. Las niñas imitaban las bondades de su Madre del Cielo: la obediencia, bondad, su educación, etc. La Madre inventó un acto para la Virgen muy bonito. Se llamaba «Besamanos». Era una forma de enviar nuestros besos desde la tierra al cielo: las niñas, de dos en dos, acudían s dejar su beso y oración, en las puntas de lascintas que colgaban de las manos de María. Ella a cambio les daba su bendición.

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M. ALBERTA dirigía muy bien el colegio. Inventó cosas para él, que no se haría en otro sitio, hasta muchos años más tarde. Los trabajos que allí se hacían, ganaron los primeros premios en concursosinternacionales. Maestras, niñas y papás estaban contentísimos. Para descansar la Madre las llevaba de excursión a Valldemosa, donde pasaban algunos días en una casita que tenían allí, en el campo.

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TODAS querían mucho a la Madre. De vez en cuando se reunían juntoa ella, para ensayar las simpáticas obritas que M. Alberta había escritopara los días de fiesta. Disfrutaban todas y al mismo tiempo aprendían.Luego las repetían ante sus padres, que las miraban contentísimos.Las mayores cantaban. Las pequeñas solían decir bonitas poesías.

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AQUEL día se celebró en el colegio una grandísima fiesta. Hacía cincuenta años que M. Alberta era del colegio de la Pureza. Celebraba sus Bodas de Oro. Se inventaron cantos y poesías especiales para ese día. Todos le decían que la querían mucho. Hasta el Sr. Obispo y las autoridades. Lo que más gustó a la Madre fue la comedia, en la que al final, su nieta Pilar leofrecía su corazón y el cariño de todas sus compañeras. El públicose emocionó y durante muchos años se acordaron de aquella fiesta.

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CUANDO dejó su trabajo de directora, ya cansada y agotada porlos años, se dedicó sencillamente a la oración y a hacer aún cosasbuenas para los demás: junto al fuego, en su rincón, ella sacaba losgranitos de guisantes y rezaba Avemarías pensando en Dios.Lo hacía por sus hermanas. Por todas aquellas hijas que Él le dio.

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Érase una vez…Un cielo bello, muy bello.¡Era el delicioso premio que por su santa vida, allí,Dios y su Madre la Virgen le iban a dar!Murió el 21 de diciembre de 1922.

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Este libro se terminó de imprimir en Taller Gràfic Ramón el día 27 de junio,

Festividad de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en el Año del Señor de 2014.

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