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UNIDAD 13
Referencia y ontología: nombres y designación rígida
Índice esquemático
INTRODUCCION
LOS NOMBRES Y EL NOMBRAR
APRIORICIDAD Y NECESIDAD
LA TEORIA CAUSAL DE LA REFERENCIA
Durante muchos años, con pocas excepciones, la concepción fregeana de la doble
función semiótica fue un supuesto asumido en filosofía del lenguaje. Se admitía que
toda expresión lingüística, simple o compleja, tenía dos dimensiones, la de la
referencia, que la ligaba a la realidad expresada o designada, y la del sentido, unida
a la forma en que tal realidad era aludida o reconocida, a sus propiedades
epistémicamente relevantes. Pero ese supuesto admitido comenzó a ser
considerado de una forma más crítica a partir de finales de los años 60 y comienzos
de los 70. De hecho, la teoría de G. Frege había encontrado dificultades en el caso
de categorías como la de los nombres propios, en las que se había visto forzada a
postular tesis artificiosas, como la de que el sentido del nombre propio fuera una
propiedad variable y dependiente de la capacidad asociativa del hablante. Ni B.
Russell ni L. Wittgenstein se habían resignado a la solución fregeana y habían
propuesto las propias. B. Russell había negado que los nombres propios fueran una
categoría lógica, reduciéndolos a descripciones abreviadas de carácter implícito. L.
Wittgenstein había rechazado de plano que los nombres tuvieran sentido,
asegurándoles una función puramente referencial, a semejanza de lo que, antes de
Frege, había propugnado J. S. Mill.
La obra de S. Kripke pretende, al igual que la de L. Wittgenstein en el Tractatus,
retornar a la tesis de J. S. Mill, pero en el contexto de una teoría de la referencia
más elaborada y argumentada. De una teoría de la referencia cuya orientación es
más filosófica que lingüística, pues está menos dirigida a la explicación de hechos
lingüísticos que a la extracción de argumentos o tesis de carácter metafísico. En
este sentido, la obra de S. Kripke es una ilustración adecuada de un cierto modo de
hacer filosofía que se ha impuesto en buena parte de países occidentales,
fundamentalmente los anglosajones. Se parte de consideraciones semánticas, como
las que tienen que ver con las relaciones entre el lenguaje y la realidad, y
posteriormente se aplican los resultados obtenidos al ataque o defensa de ciertas
tesis filosóficas tradicionales de carácter epistemológico u ontológico. Así, la obra
de Kripke en el campo de la filosofía del lenguaje se encuentra ligada a la
reconsideración crítica de un conjunto de problemas tradicionales en filosofía, que
van desde las dicotomías kantianas (analítico/sintético; a priori l a posteriori) hasta
la doctrina del esencialismo o la del dualismo cartesiano (no existe identidad entre
la mente y el cuerpo). De ahí la atención que ha recibido y el interés que ha
despertado, constituyendo una referencia obligada en cualquier panorama
adecuado de la filosofía contemporánea.
No obstante, la exposición de sus tesis filosóficas principales, aun no ignorando la
trascendencia de sus consecuencias, se desarrollará en el ámbito propiamente
lingüístico. Esto quiere decir que va a insistir propiamente en la teoría de la
referencia propuesta por Kripke para diferentes categorías lingüísticas, centrándose
más en las argumentaciones que la sostienen como tal teoría que en los
razonamientos que pretenden concluir tesis no propiamente lingüísticas.
LOS NOMBRES Y EL NOMBRAR
La teoría de Frege sobre la referencia de los nombres propios y las descripciones
(los términos singulares) afirmaba que tal referencia era una relación indirecta. No
se trataba de una relación inmediata entre el lenguaje y la realidad, sino de una
relación triádica en que también intervenía el concepto, entendido en su sentido
objetivo o intersubjetivo. La función del sentido era, de acuerdo con esta teoría, la
de «iIuminar parcialmente» la referencia, esto es, la de permitir la localización de la
referencia a través de la captación de alguna de sus propiedades. Sin el sentido, tal
localización era difícilmente concebible, puesto que el sentido constituía el
elemento cognitivo necesario de la determinación referencial. Toda expresión
referencial se encontraba ligada o asociada a un sentido, modo de presentación o
representación lingüística de la realidad.
La postulación de esta doble dimensión sentido/referencia estaba orientada hacia la
resolución de importantes problemas semánticos:
1) El problema de la identidad; sólo postulando un sentido para las expresiones
referenciales se puede explicar que los enunciados de identidad sean informativos,
esto es, sintéticos. Si la identidad 'a = b' se entendiera en una forma puramente
referencial, sería equivalente a 'a = a', enunciado analítico e informativamente
vacío. Los nombres 'a' y 'b', si el enunciado de identidad es verdadero, designan un
mismo objeto, pero lo designan de modo diferente, presentándolo lingüísticamente
mediante diferentes propiedades. Lo que el enunciado de identidad expresa,
aquello en que consiste la información que encierra, es que el objeto designado
mediante el nombre a (con la correspondiente propiedad ligada a ese nombre) es el
mismo objeto que designa el nombre b (igualmente con su sentido propio
incorporado). Por eso el enunciado de identidad no es vacuamente verdadero y
expresa una verdad fáctica: porque la afirmación de identidad se encuentra
mediada por el sentido conceptual de los nombres empleados.
2) El problema de la sustituibilidad; sólo postulando el sentido como dimensión
propiamente semántica se pueden explicar los fallos en la aplicación del principio
de sustituibilidad salva veritate. De acuerdo con este principio se puede sustituir, en
cualquier contexto, un término por otro término, siempre que éste sea
correferencial con el primero, siempre que designe lo mismo que aquél. El principio
predice que tal sustitución no ha de afectar al valor de verdad del enunciado en que
se efectúa la sustitución, pues al ser el valor de verdad una función de la referencia
de los elementos componentes del enunciado, no ha de variar por tal maniobra
sustitutoria.
Sin embargo, ya Frege se había dado cuenta de que el principio de sustituibilidad
no es aplicable en cualquier contexto. En particular, él se fijó en los contextos
oracionales de actitud proposicional, en los contextos en que una oración
completiva está regida por un predicado que expresa una actitud epistémica por
parte de un hablante (por ejemplo, los predicados pensar, creer, afirmar, sospechar,
etc.). En un enunciado que ilustra un contexto así, como en
(1) Mi hijo creía que Barcelona era la capital de España
la expresión referencial 'la capital de España' no puede sustituirse por el nombre
correferencial 'Madrid', pues tal sustitución
(2) Mi hijo creía que Barcelona era Madrid
puede variar el valor de verdad de todo el enunciado (1) puede ser verdadera, pero
(2) falsa).
Otro tipo de contexto en que tampoco funciona siempre el principio de
sustituibilidad salva veritate es el modal, esto es, el contexto en que una oración se
encuentra en el alcance de un operador modal (como 'necesariamente',
'posiblemente', etc.). Por ejemplo, si se considera el enunciado
(3) Necesariamente 9 = 9
no se puede sustituir, en la identidad 9 = 9, uno de los términos por una expresión
correferencial (por ejemplo, 'el número de los planetas del sistema solar') pues
entonces se obtiene
(4) Necesariamente 9 = el número de los planetas del sistema solar
que constituye un enunciado falso, pues enuncia un hecho contingente, que podría
ser de otro modo.
La solución de Frege, como es bien sabido (véase la Unidad 8), consistió en afirmar
que las expresiones referenciales, en tales tipos de contextos, no refieren a su
referencia habitual, sino a su sentido. De tal modo que, para preservar el valor de
verdad del enunciado tras la sustitución, es preciso que tal sustitución haya dejado
inalterado el sentido, es necesario que la expresión referencial por la que se
sustituye otra tenga el mismo sentido que ésta.
3) El problema de las expresiones referenciales vacías; sólo si se distingue entre
sentido y referencia se puede explicar que los enunciados que contienen
expresiones referenciales vacías sean informativos, aunque resulte controvertida la
cuestión de su valor de verdad. Puesto que el contenido informativo de un
enunciado no depende (sólo) de que sus componentes tengan referencia, sino de
que posean un sentido, los enunciados como
(5) Pegaso no existe
(6) Pegaso es un caballo alado
son interpretadas por los hablantes de una lengua como portadores de información
acerca de Pegaso. Si no se admite la distinción entre sentido y referencia, y el
hecho de que en (5) y (6) se habla del sentido de 'Pegaso', la interpretación de
estas oraciones caería en el absurdo.
La capacidad para tratar de una forma plausiblemente adecuada todos estos
problemas semánticos es lo que convirtió a la teoría fregeana en una teoría
paradigmático en nuestro siglo, defendida en uno u otro sentido por filósofos del
lenguaje como R. Carnap, M. Dummet, J. Searle o P. F. Strawson. Frente a ella, la
teoría de la referencia propuesta por S. Kripke (y también por H. Putnam, v. la
siguiente Unidad) ha tenido que demostrar que puede proporcionar soluciones
igualmente adecuadas a estos rompecabezas semánticos, probando así que
constituye una alternativa seria a la teoría ortodoxa.
La teoría de la referencia propuesta por S. Kripke se encuentra formulada en su
obra Naming and Necessity (Kripke, 1980), que constituye una revisión y ampliación
de un conjunto de conferencias pronunciadas en la Universidad de Princeton en
1970 (publicadas en Kripke, 1972). En ella parte Kripke de la distinción hecha por K.
Donnellan (1966) entre el uso referencial y el uso atributivo de una expresión
nominal. De acuerdo con Donnellan, las descripciones lingüísticas están sujetas a
una cierta ambigüedad de uso, de tal modo que no se puede saber, por simple
inspección de su estructura gramatical, cuál es la función semántica que cumplen.
Así, en la oración
(7) El hombre que está allí bebiendo cava está contento
es posible que la descripción 'el hombre que está allí bebiendo cava' no sea usada
por el hablante sino para indicar un determinado individuo del cual desea hacer
alguna afirmación y del cual cree, erróneamente, que está bebiendo cava. Es
posible que, en tal uso, el individuo referido no satisfaga la descripción utilizada por
el hablante, aunque tanto el hablante como el auditorio sean capaces de aislar el
referente en cuestión a través de esa referencia inadecuada. En estos casos, según
Donnellan, nos encontramos frente a un uso referencial de la descripción y, según
Kripke, ante un acto de referencia del hablante (Kripke, 1977): el hablante pretende
referirse a un determinado referente y lo logra, a pesar de utilizar expresiones
semánticamente no adecuadas, mediante la expresión de sus intenciones y las
características del contexto en el cual efectúa tal intento (características que
pueden incluir falsas creencias compartidas con la audiencia).
De los usos referenciales de las descripciones definidas o de las referencias del
hablante hay que distinguir los usos propiamente atributivos o las referencias
semánticas. Según Donnellan, la distinción se establece del siguiente modo: «un
hablante que usa atributivamente una descripción definida en una afirmación
enuncia algo que es tal-y-cual. Un hablante que usa una descripción definida de
forma referencia¡ en una afirmación, por su parte, utiliza la descripción para
capacitar a su audiencia para identificar aquello de lo que está hablando y enuncia
algo de esa persona o cosa» (K. Donnellan, 1966). Es decir, en el uso atributivo de
la descripción definida es preciso que la propiedad que tal descripción lleva
aparejada se aplique al referente pues, si no, no se efectúa la referencia ni, a
fortiori, se predica nada de tal referente; la descripción determina una referencia en
virtud del significado de sus componentes, independientemente de las intenciones
de quien la usa y de rasgos contextuales (excepto si la descripción contiene
expresiones deícticas).
La distinción establecida por K. Donnellan para las descripciones definidas se aplica
igualmente, según Kripke, al caso de los nombres propios: «Dos hombres entrevén
a alguien que está a una cierta dístancia y piensan reconocer en él a Jones. '¿Qué
hace Jones?' 'Recogiendo las hojas.' Si el distante barrendero es en realidad Smith,
entonces en cierto sentido se están refiriendo a Smith, incluso aunque ambos usen
'Jones' como un nombre de 'Jones'. En el texto, hablo del 'referente' de un nombre
para indicar la cosa nombrada por el nombre, esto es, Jones, no Smith, incluso
aunque se pueda decir correctamente en ocasiones que un hablante usa el nombre
para referirse a alguien más» (Naming and necessity, pág. 25). De tal modo que la
teoría de Kripke pretende establecer afirmaciones, no sobre los referentes del
hablante, que Kripke piensa que es asunto de la pragmática, sino sobre las
referencias semánticas, las que corresponden a las expresiones en virtud de las
convenciones semánticas vigentes en una lengua. Desde este punto de vista, saltan
inmediatamente a la vista los inconvenientes de la teoría fregeana sobre los
nombres propios: «En el caso de nombres propios genuinos, como 'Aristóteles',
pueden diferir las opiniones en cuanto a su sentido. Como tal, se puede sugerir por
ejemplo el discípulo de Platón y el maestro de Alejandro Magno. Quien admite tal
sentido interpretará el significado del enunciado 'Aristóteles nació en Estagira' de
forma diferente que aquél que interpreta el sentido de 'Aristóteles' como el
estagirita maestro de Alejandro Magno» (G. Frege, Estudios sobre semántica, pág.
51). El primero que viene a la mente es que, si una descripción forma parte del
sentido de un nombre propio, la oración que predica tal descripción de lo referido
por el nombre es una oración analítica, esto es, verdadera en virtud del significado.
Eso es lo que sucede con la oración mencionada por Frege, 'Aristóteles nació en
Estagira': para algunos hablantes será analítica y para otros no, dependiendo de
que asocien el sentido de 'Aristóteles' a la propiedad descrita por 'el filósofo
originario de Estagira'. Pero, de acuerdo con las más evidentes intuiciones
semánticas 'Aristóteles era originarío de Estagira' enuncia un hecho contingente, no
necesario, y por lo tanto resulta inadecuada calificarla corno oración analítica. En
principio, esa es la conexión existente entre la semántica de los nombres y la
noción de necesidad: si la descripción es parte de la especificación del significado
del nombre, queda determinada una cierta clase de oraciones analíticas y, según
reza la doctrina tradicional, esa misma clase de oraciones necesariamente
verdaderas.
La teoría de Frege de la referencia indirecta de los nombres propios fue matizada
por L. Wittgenstein en su obra Investigaciones filosófícas, en la que puso en duda
que el significado de un nombre propio quedara completamente contenido en una
sola descripción: «Considérese este ejemplo. Si uno dice «Moisés no existió» esto
puede querer decir diferentes cosas. Puede significar: los israelitas no tuvieron un
único líder cuando huyeron de Egipto, o: su líder no se llamaba 'Moisés', o: no pudo
existir nadie que realizara todo lo que la Biblia dice de Moisés... Pero cuando hago
una afirmación sobre Moisés, ¿puedo sustituir en cada caso una de estas
descripciones por 'Moisés'? Quizás pueda decir: por 'Moisés' entiendo el hombre que
hizo lo que la Biblia cuenta de Moisés o, en cualquier caso, una buena parte de ello.
Pero, ¿cuánto? ¿He decidido cuánto ha de considerarse falso para que yo califique
mi proposición como falsa? ¿Tiene para mí el nombre 'Moisés' un uso fijo e
inequívoco en todos los casos posibles?» (Philosophical Investigations, 1953, & 79).
Como se puede advertir, Wittgenstein parece proponer que el significado del
nombre propio (que en esta obra se aproxima a los criterios de uso de la expresión
está dado por el conjunto de las descripciones con los que se puede identificar el
nombre, descripciones que forman una especie de racimo (cluster) o familia, en el
sentido de que están estructuralmente unidas por relaciones. Esta es la idea que
también propuso J. Searle (1958) manteniendo que el referente de un nombre debe
satisfacer todas o, al menos, la mayoría de las descripciones que constituyen su
significado. La teoría del racimo es pues la forma moderna que ha adoptado la
teoría de G. Frege, y la que ha recibido las críticas de S. Kripke y la de todos sus
partidarios de la teoría de la referencia directa (por ejemplo, en España, esta
polémica se ha producido entre los filósofos del lenguaje J. Hierro S. Pescador, 1978,
y A. García Suárez, 1973).
Según S. Kripke, es posible proponer la teoría del racimo en dos sentidos: a) como
una especificación del significado del nombre propio; la conjunción lógica de las
descripciones (o de una buena parte de ellas) equivaldría a ese significado, o b)
como una teoría acerca de cómo se fíja la referencia de un nombre propio, esto es,
como una hipótesis acerca de cómo se explica o aprende a utilizar dicho nombre
propio. Kripke tiene objeciones a ambas formas de entender tal teoría,
considerándola inadecuada tanto como teoría semántica de los nombres propios
como tesis sobre el modo en que se establece su referencia.
La tesis que S. Kripke mantiene es que los nombres propios son designadores
rígidos, entendiendo por tales los términos que en cualquier mundo posible
designan el mismo objeto o individuo. Por mundo posible entiende, a su vez, de
forma intuitiva, una situación contrafáctica, esto es un conjunto de hechos o
estados de cosas que son diferentes del mundo real (aunque el mundo real es
también por supuesto, un mundo posible). Los mundos posibles, así caracterizados,
son el producto de estipulaciones puramente lógicas, que no tienen en principio en
cuenta las leyes de causalidad física o cualesquiera otras fuentes de 'necesidad'
fáctica. Por ejemplo, un mundo posible puede ser uno en el que no existan los
mismos individuos que en el mundo real, o uno en que los individuos que existen en
el mundo real tengan diferentes características de las que tienen. Así, para utilizar
el mismo ejemplo que Kripke propone, un mundo posible es uno en el que Nixon no
es presidente de los EEUU en 1970, un mundo en el que Nixon careciera de esa
propiedad. El individuo Nixon seguiría existiendo en ese mundo, seguiría siendo
Nixon, aunque no fuera cierto el enunciado 'Nixon fue presidente de los EEUU en
1970'. No podríamos referirnos a Nixon utilizando, en 1970, la expresión 'el
presidente de los EEUU', porque esa expresión designaría probablemente a otra
persona diferente de Nixon.
La diferencia entre las expresiones 'Nixon' y 'el presidente de los EEUU en 1970'
parece consistir en que, mientras que mediante la primera nos referiremos a Nixon
en cualquier situación imaginable (en que Nixon existe), no sucede lo mismo con la
segunda. Esa diferencia es la que Kripke destacó introduciendo la terminología
designador rígido/designador accidental o no rígido: «Una de las tesis intuitivas que
mantendré en estas charlas es la de que los nombres son designadores rígidos.
Ciertamente parecen satisfacer la prueba intuitiva mencionada anteriormente:
aunque alguien diferente del presidente de los EEUU en 1970 pudiera haber sido el
presidente de los EEUU en 1970 (por ejemplo, Humphrey podría haberío sido), nadie
sino Nixon podría haber sido Nixon. De la misma forma un designador designa
rígidamente un objeto determinado si designa al objeto dondequiera que el objeto
exista... Por ejemplo, 'el presidente de los EEUU en 1970' designa a un hombre
determinado, Nixon, pero alguien más (por ejemplo, Humphrey) podía haber sido
presidente en 1970, y no haberlo sido Nixon; por eso ese designador no es rígido.
En estas lecciones argumentaré en forma intuitiva que los nombres propios son
designadores rígidos, porque aunque el hombre (Nixon) podía no haber sido el
Presidente, no es el caso de que pudiera no haber sido Nixon (aunque podría no
haberse llamado Nixon)» (Naming and necesíty, págs. 48-49).
La forma de la argumentación de Kripke, apelando a situaciones contrafácticas o
mundos posibles, suscita inmediatamente el problema de la identificación de los
individuos y objetos. En efecto, si las propiedades que sirven para identificar un
individuo en el mundo real no son aplicables en otra situación contrafáctica, ¿cómo
estamos seguros de que se trata del mismo individuo? Es preciso disponer de un
criterio que permita afirmar que el individuo Nixon, al cual nos referimos con el
nombre 'Nixon' en el mundo real, es el mismo individuo que, en otro mundo posible,
puede tener otro nombre, o puede ser identificado mediante propiedades de las que
carece en el mundo real. Esto es, si 'Nixon' es un designador que designa a Nixon
en cualquier situación imaginable es porque se dispone del modo de asegurar que
'Nixon' refiere al mismo individuo en todos esos mundos posibles,
independientemente de las descripciones que, en esos mundos, sean verdaderas
del individuo.
La respuesta de Kripke a esta cuestión es una inversión del argumento: «Aquellos
que han argumentado que, para que la noción de designador rígido tenga sentido,
hemos de dar sentido previamente a los 'criterios de identificación transmundana'
han colocado justo el carro delante de los bueyes; precisamente porque nos
podemos referir (rígidamente) a Nixon, y estipular que estamos hablando de lo que
le podría haber sucedido (bajo ciertas circunstancias), es por lo que las
'identificaciones transmundanas' no son problemáticas en estos casos» (Naming
and necessity, pág. 49). Lo que Kripke arguye pues es que la misma forma de
hablar acerca de las situaciones contrafácticas supone ya la identificación
transmundana: cuando hablamos de una cierta persona y de las cosas que le
podrían haber sucedido (y no le sucedieron) estamos hablando de una situación
(mundo posible) de la que forma parte esa misma persona y no otra, estamos
dando por supuesto que se trata del mismo individuo. Y la forma en que
expresamos tal supuesto es justamente la utilización de¡ nombre propio; el hecho
de que utilicemos el nombre propio es el que asegura (a efectos de la comunicación
interpersonal) que nos estamos refiriendo al mismo individuo. Es posible que, para
fijar la referencia de 'Nixon' en un mundo posible distinto del real, utilicemos una
descripción, pero la cuestión está en si eso es una definición del significado de
'Nixon' en ese mundo posible, si en algún sentido se puede considerar esa
descripción como sinónima de 'Nixon'. Kripke insiste una y otra vez en distinguir
entre definiciones cuya finalidad es fijar la referencia y definiciones cuyo fin es
proporcionar el significado: «Supóngase que la referencia de un nombre propio
viene dada por una descripción o racimo de descripciones. Si el nombre significa lo
mismo que esa descripción o racimo de descripciones, no será un designador rígido.
No designará necesariamente al mismo individuo en todos los mundos posibles, ya
que otro objeto pueden tener las propiedades en cuestión en otros mundos
posibles, a menos (por supuesto) que usemos propiedades esenciales en nuestra
descripción. Así, supóngase que decimos, 'Aristóteles es el hombre más destacado
de los que estudiaron con Platón'. Si lo utilizamos como una definición, el nombre
'Aristóteles' ha de significar 'el hombre más destacado de los que estudiaron con
Platón'. Ahora bien, por supuesto en otro mundo posible ese hombre puede no
haber estudiado con Platón y otro hombre haber sido Aristóteles. Si, por otro lado,
usamos la descripción sólo para fijar el referente, entonces ese hombre será el
referente de 'Aristóteles' en todos los mundos posibles. El único uso de la
descripción habrá sido el de localizar al hombre al que nos pretendemos referir.
Pero entonces, cuando contrafácticamente afirmamos 'supón que Aristóteles nunca
se dedicó a la filosofía', no es necesario que queramos decir Isupón que un hombre,
que estudió con Platón, y que enseñó a Alejandro Magno, y que escribió esta y
aquella obra, nunca se dedicó a la filosofía', lo cual puede parecer una
contradicción. Lo único que es necesario que signifiquemos es: 'supón que ese
hombre nunca se dedicó a la filosofía´ (Naming and necessity, pág. 57).
En la teoría de Frege, el sentido ejerce ambas funciones. Por una parte, es el medio
por el que el hablante determina la referencia, aunque Frege reconoce que sólo la
'ilumina parcialmente'. Por otro, el sentido equivale al significado, en la medida en
que constituye el contenido conceptual ligado a la expresión. Esta ambigüedad,
conservada en las versiones de P. F. Strawson (1959) y J. R. Searle (1958), es la que
Kripke ataca. De las modificaciones propuestas por Strawson o Searle se sigue que
utilizar significativamente un nombre consiste en poder sustituirlo por la suma
lógica de sus propiedades (de las descripciones que las expresan). Esto, según
Kripke, entraña a su vez consecuencias inaceptables:
a) Todas las propiedades identificatorias de un objeto contribuyen exactamente
igual a esa identificación. Si el significado es la suma lógica de las propiedades,
cada una de las descripciones tiene el mismo valor lógico, no discriminando en la
importancia relativa que puedan tener esas propiedades en la identificación. Esta se
opone a las intuiciones semánticas normales puesto que, como hablantes,
consideramos que ciertas propiedades son más importantes o más frecuentemente
citadas que otras cuando identificamos a un individuo. Además, si se admite que
ciertas propiedades tienen más peso que otras en la identificación de un objeto, es
preciso disponer de un criterio para evaluar ese peso relativo, lo cual suscita a su
vez, aunque no necesariamente, el problema ontológico de las propiedades
esenciales.
b) Si el significado de un nombre está constituido por una suma lógica de
descripciones, quien utilice un nombre conocerá a priori la equivalencia entre el
nombre propio y cualquiera (o algunas) de las descripciones.
c) El enunciado que afirma la equivalencia entre la disyunción lógica de las
propiedades y el nombre propio (el enunciado que define el significado del nombre)
expresará una verdad necesaria.
Pero ni b) ni, en particular, c), son verdaderas. Que el hablante utilice con sentido,
esto es, correctamente, un nombre propio no quiere decir habitualmente que
conozca ni siquiera la mayoría de las descripciones que pueden servir para
discriminar a su referente. Lo que suele suceder normalmente es que conozca
algunas que, típicamente, fijan la referencia de tal nombre. Es la equivalencia entre
esas cuantas descripciones y el nombre propio lo que puede ser considerado como
conocido a priori en el ídiolecto del hablante, esto es, en la parte de la lengua
natural que él conoce y maneja. Pero, en cualquier caso, aun admitiendo que
hablante conozca a priori la verdad de ciertos enunciados sobre un referente, lo que
no puede ser cierto es que tales enunciados expresen por fuerza hechos necesarios
acerca de tal referente. Considérese, por ejemplo, el enunciado
(8) Aristóteles es el maestro de Alejandro Magno
Es posible que tal enunciado sea analítico para un determinado ¡diolecto, esto es,
que no represente ninguna información para un hablante, dado su conocimiento de
ciertos hechos acerca de Aristóteles. Pero lo que es seguro es que (8) no enuncia
ningún hecho necesario acerca de Aristóteles: Aristóteles podría no haber sido
maestro de Alejandro Magno en un mundo posible diferente al real, podría no haber
sido filósofo, podría no haber sido discípulo de Platón, podría no haber existido.
APRIORICIDAD Y NECESIDAD
La filosofía tradicional (kantiana) tiende a establecer una conexión entre las
nociones epistemológicas (a priori y a posteriori) y las modales u ontológicas
(necesidad y posibilidad) de la siguiente clase. Las verdades conocidas a priori, esto
es, independientemente de la experiencia, son verdades necesarias, mientras que
las verdades conocidas a posteriori, sobre la base de la experiencia, son las
verdades contingentes. De forma derivada se pueden calificar los enunciados cuya
verdad pertenece a una u otra clase: un enunciado es a priori si su verdad puede
establecerse sin acudir a la experiencia y a posteriori en caso contrario.
Generalmente los enunciados a priori se identificaron con los que expresan
verdades necesarias y los a posteriori con los que afirman hechos contingentes.
Pero, del mismo modo que Kant indicó la diferencia entre a priori y analítico, y a
posteriori y sintético, defendiendo la existencia de enunciados (verdades) sintéticas
a priori, Kripke mantiene, sobre la base de su teoría de su referencia, que existe
una diferencia entre lo a priori y lo necesario, y lo a posteriori y lo contingente.
En primer lugar, Kripke niega que las verdades a priori no puedan ser objeto de
conocimiento a posteriori: «Ellos (algunos filósofos) piensan que si algo pertenece al
reino del conocimiento a priori, no puede ser un objeto posible de conocimiento
empírico. Esto es un error sin más. Puede pertenecer algo al ámbito de tales
enunciados tal que pueda ser conocido a priori pero que, no obstante, sea conocido
por gente particular sobre la base de la experiencia. Un ejemplo de auténtico
sentido común: cualquiera que haya trabajado con un computador sabe que el
computador puede dar una respuesta a si tal o cual número es primo. Nadie ha
calculado o probado que el número es primo; pero la máquina ha dado la respuesta:
ese número es primo. Nosotros, pues, si creemos que el número es primo, lo
creemos sobre la base de nuestro conocimiento de las leyes de la física, la
construcción de la máquina, ete. No lo creemos pues sobre la base de evidencia a
priori. lo creemos sobre la base de evidencia a posteriori (si hay algo que sea a
posteriori). No obstante, podría ser conocido por alguien a priori, alguien que
hubiera hecho los cálculos necesarios. Por eso, 'poder ser conocido a priori' no
significa 'tener que ser conocido a priori» (Naming and necessity, pág. 35).
Esto es precisamente lo que sucedería si se aceptara la teoría del racimo de
descripciones como significado del nombre propio. Ciertos enunciados como (8)
serían conocidos a priori para cierto número de hablantes, los que identifican el
significado de 'Aristóteles' con el de 'el maestro de Alejandro Magno' (entre otras
cosas). En cambio, para otros, (8) podría ser objeto de conocimiento a posteriori,
algo descubierto leyendo un libro de historia, por ejemplo. Al ser lo a priori y lo a
posteriori nociones epistemológicas, no hay nada en los hechos que los haga ser
conocidos de uno u otro modo.
No sucede lo mismo en el caso de la necesidad, que es una noción ontológica y, por
tanto, atañe a la naturaleza de los hechos mismos: «Nos preguntamos si algo podría
haber sido verdad, o podría haber sido falso. Bien, si algo es falso, obviamente no
es necesariamente verdadero. Si es verdadero, ¿podría haber sido de otro modo?
¿Es posible que, en lo que es pertinente, el mundo hubiera sido diferente de lo que
es? Si la respuesta es 'no', entonces este hecho sobre el mundo es contingente. En
sí mismo esto no tiene nada que ver con el conocimiento de nadie sobre nada.
Ciertamente es una tesis filosófica, y no una cuestión de equivalencia definicional
obvia, el que todo lo a prior¡ sea necesario o que todo lo necesario sea a priori»
(Naming and necessity, pág. 36). Kripke aduce, como ejemplo de hecho necesario
no conocido, el de la conjetura de Goldbach (todo número primo, mayor que 2, es la
suma de dos números primos). Si esta conjetura es falsa, lo es necesariamente, del
mismo modo que si es verdadera, por la naturaleza misma de la aritmética. Pero ni
una cosa ni otra han sido probadas, luego éste es un ejemplo de un hecho
necesario no conocido ni a priori ni a posteriori.
La noción de necesidad, en este sentido ontológico, está ligada según Kripke a la de
mundo posible o situación contrafáctica. Es necesario aquello que es verdadero en
cualquier mundo posible, esto es, aquello que resulta inalterado sean cuales sean
las estipulaciones que hagamos acerca de la realidad. Contingente, en cambio, es
aquello que puede estar sujeto a cambio estipulativo, que es concebible que se dé o
no se dé en una determinada situación.
Concebida así, no es difícil ver la conexión entre el funcionamiento semántico de los
nombres propios y la noción de necesidad. Si un nombre propio es un designador
rígido, refiere a un individuo en cualquier mundo posible (en que el individuo
exista). Si dos nombres propios refieren a un mismo individuo, la identidad entre
ellos es una identidad necesaria, puesto que no solamente designan al mismo
individuo en el mundo real, sino que lo designan en cualquier mundo posible. Esto
es lo que sucede en el ejemplo de Kripke: 'Héspero' y 'Fósforo' son dos nombres de
un mismo objeto, el planeta Venus. Designan a Venus en cualquier situación
imaginable (los utilizamos para referirnos a Venus sea cual sea la situación
contrafáctica que describamos), luego el enunciado
(9) Héspero es Fósforo
expresa un hecho necesario; el hecho no de que designamos a un mismo objeto con
diferentes nombres (no hay nada necesario en ello), sino de que el objeto que
designamos cuando utilizamos ambos nombres es el mismo: «Pero, usando los
nombres tal como los usamos ahora, podemos decir de antemano que, si Héspero y
Fósforo son uno y el mismo planeta, entonces en ningún otro mundo posible
pueden ser diferentes. Utilizamos 'Héspero' como el nombre de cierto cuerpo y
'Fósforo' como el nombre de cierto cuerpo. Los utilizamos como nombres de esos
cuerpos en todos los mundos posibles. Si, de hecho, son el mismo cuerpo, entonces
en cualquier otro mundo posible será verdad que Héspero es Fósforo. Por lo tanto,
dos cosas son verdad: en primer lugar, que no conocemos a priori que Héspero es
Fósforo, y no estamos en situación de hallar la respuesta a ello si no es
empíricamente. En segundo lugar, esto es así porque podríamos tener evidencia
cualitativamente indistinguible de la que tenemos y determinar la referencia de los
dos nombres por las posiciones de dos planetas en el cielo, sin que los dos planetas
fueran el mismo» (Naming and necessíty, pág. 104).
La oración (9) enuncia pues un hecho necesario conocido a posteriori, no es una
definición de significado, ni la constatación de una sinonimia: constituye una
afirmación sobre el mundo real y la forma en que nos referimos a él. Su necesidad
se deriva de que, utilizando el lenguaje que utilizamos, no tenemos otro remedio
que referirnos a un mismo objeto mediante los nombres mencionados. Y nada
cambia si imaginamos mundos posibles en que los nombres 'Héspero' y 'Fósforo'
designen objetos diferentes: si existen los objetos a los que nos referimos con esos
nombres en el mundo real, no nos queda más remedio que utilizarlos para
designarlos en esa situación contrafáctica, y es de esos nombres de los que se
afirma que, cuando se unen para formar un enunciado de identidad, afirman una
verdad (de serlo) necesaria.
LA TEORIA CAUSAL DE LA REFERENCIA
Los argumentos de Kripke, y de otros que comparten su teoría de la referencia
directa (Donnellan, Putnam) se pueden dividir en tres grandes clases (Salmon,
1982): modales, epistemológicos y semánticos. Los tres tipos de argumentos están
dirigidos a mostrar que la teoría fregeana de la referencia indirecta tiene
consecuencias inaceptables y que ha de ser sustituida por otra.
Por ejemplo, la teoría ortodoxa (tal como la expone el filósofo L. Linsky, 1977)
mantiene que el sentido de un nombre es equivalente a una descripción y que
precisamente por ello refieren a lo mismo. Pero la teoría de la referencia directa
contrargumenta proponiendo casos en que un nombre refiere a un individuo sin que
sea necesario que lo haga la descripción presuntamente equivalente. Por ejemplo,
considérese el caso de 'Shakespeare' y la descripción 'el autor de Romeo y Julíeta' .
De acuerdo con la teoría ortodoxa, ambas expresiones tienen el mismo sentido y
refieren a lo mismo; pero supóngase que, por algún azar histórico, Shakespeare no
hubiera escrito la obra mencionada (y la hubiera escrito Bacon en cambio). La
descripción no se le aplicaría al individuo Shakespeare, no sería verdadera de él y,
por lo tanto, no podría equivaler al sentido de 'Shakespeare' puesto que, de
acuerdo con la teoría de Frege, es éste el que determina la referencia.
El anterior es un argumento semántico, y es el tipo de argumento más directo en
favor de la teoría de la referencia directa. Otro tipo de argumento de la preferencia
de Kripke es el modal, que hace utilización de las nociones de necesidad y mundo
posible. Si la teoría ortodoxa fuera cierta y el sentido de un nombre propio
equivaliera al de una descripción, el enunciado de identidad correspondiente, por
ejemplo
(10) Shakespeare es el autor de Romeo y Julieta
expresaría un hecho necesario, sería verdad en cualquier mundo posible. Pero (10)
no es verdadero en cualquier mundo posible, pues es concebible una situación
contrafáctica en que 'el autor de Romeo y Julieta ' no exprese una propiedad del
individuo Shakespeare. Por lo tanto, ni (10) ni ninguna otra oración parecida pueden
constituir una definición del significado de 'Shakespeare'. Las únicas oraciones que
expresan hechos necesarios son las que afirman la identidad de referencia de dos
nombres propios, como la (9).
El tercer tipo de argumento, el epistemológico, tiene que ver con la forma en que se
aprende a qué refieren los nombres propios. Según la teoría de la referencia
indirecta se aprende a usar el nombre propio en conexión con las descripciones
pertinentes, de tal modo que tales descripciones constituyen los criterios necesarios
(y suficientes, en algunas versiones) para la aplicación de tal nombre. La
correspondiente oración de identidad nombre-descripción es portadora, para el
hablante en cuestión, de información a priori: el hablante puede determinar su
verdad por simple examen de los conceptos implicados.
La versión que ofrece Kripke del modo en que se aprende a utilizar un nombre es
completamente diferente y, aunque él no le concede el rango de teoría, ha dado en
conocerse como teoría causal de la referencia. La crítica principal de tal teoría a la
teoría descripcionista es que ésta, en su explicación de cómo se aprende la
referencia, supone ya tal noción, esto es, que cuando afirma que la referencia de un
nombre se aprende a través de una propiedad de su referente, está suponiendo ya
que la descripción se refiere (y el que aprende el uso de¡ nombre propio lo sabe) a
un determinado individuo. De acuerdo con la teoría de Kripke, en cambio, la
referencia ha de ser un mecanismo aprendido, o transmitido, de una forma mucho
más elemental: «Alguien nace, digamos un niño; sus padres le ponen un cierto
nombre. Le hablan de él a sus amigos. Otras personas le conocen. En diversas
formas de intercambio lingüístico su nombre se difunde de uno a otro como si se
tratara de una cadena. Un hablante que se encuentre en el extremo de la cadena
que, por ejemplo, haya oído hablar de Richard Feynman en el mercado o en otro
sitio, se puede referir a Richard Feynman, aunque no pueda recordar a quién oyó
hablar por primera vez de Feynman o incluso si oyó hablar de él en absoluto. Sabe
que Feynman fue un famoso físico. Una cierta vía de comunicación que lleva en
última instancia al individuo mismo llega también al hablante. Así pues, se refiere a
Feynman incluso aunque no le puede identificar de forma unívoca» (Naming and
necessity, pág. 91).
La visión que ofrece Kripke es pues radicalmente distinta de la ofrecida por la teoría
tradicional. La utilización correcta, referencia¡, de un nombre propio no requiere
que se haya asimilado criterios de aplicación de ese nombre en virtud de
propiedades realmente poseídas por el objeto. Alguien se puede referir, en última
instancia, a un objeto sin saber nada de él. Aunque resulta difícil imaginar qué se
puede decir de algo cuyas propiedades se desconocen, siempre se podría afirmar,
por ejemplo, 'de Botswana no sé nada', sin saber si 'Botswana' es el nombre de una
ciudad, un individuo o una ecuación matemática. Lo único que se requiere es que
tal nombre sea conocido como nombre propio, esto es, como nombre referente a
una realidad de forma independiente a su conocimiento. Este es un caso extremo,
pero ilustra, casi caricaturescamente, cómo un individuo puede encontrarse muy
alejado del momento o las circunstancias en que se impone un nombre. Es ese
momento el que se encuentra en el origen causal de la utilización del nombre y al
que, en último término, ha de retrotraerse la explicación de su uso: «Una
formulación tosca de una teoría puede ser la siguiente: tiene lugar un 'bautismo'
inicial. En este caso se puede nombrar al objeto por ostensión, o se puede fijar la
referencia del nombre mediante una descripción. Cuando el nombre 'pasa de
eslabón en eslabón', creo que el receptor de¡ nombre ha de tratar, cuando lo
aprende, de utilizarlo con la misma referencia que el individuo al cual se lo ha oído»
(Naming and necessíty, pág. 96).
El 'bautismo' inicial constituye pues el origen de una cadena causa¡ mediante la
cual se difunde el nombre. En cada uno de los eslabones de la cadena es posible
que se produzcan pequeños desajustes en cuanto a la transmisión de la referencia
original. Las descripciones, en cuanto instrumentos para fijar la referencia, tratan de
reducir el riesgo de desviaciones en el acto de la referencia pero, si se toman como
equivalentes de un nombre, pueden introducirlas. Así, 'el hombre de la esquina' es
una expresión que puedo emplear para establecer la referencia de 'Fulano', pero,
considerada como una descripción del significado de 'Fulano', esto es, como una
expresión correferencial suya, puede inducirme a error, porque en otra ocasión
puede ser empleada para referir a Mengano. Las descripciones son expresiones que
sirven como instrumentos auxiliares para fijar la referencia de un nombre, pero en
modo alguno son criterios necesarios (y suficientes) para su aplicación, ni requisitos
indispensables en su aprendizaje. Lo esencial del uso de los nombres, y lo que
explica que podamos usarlos correctamente, es la existencia de la cadena causal
que conduce a un acto originario de 'bautismo' o nominación.
En resumen, el núcleo de la teoría semántica de Kripke es la tesis de la rigidez de
los nombres propios y la concepción causal de su referencia. La necesidad de los
enunciados de identidad entre nombres propios y su (posible) carácter
epistemológico de a posteriori son consecuencias directas de su teoría.