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URBI ET ORBI CUENTARIO DE LOS TALLERISTAS DE DISPARADORES CREATIVOS DE Instructora Adelaida Jaramillo Talleristas Madelaine Bustamante Daniella Ginatta Emilio Guerrero Anita Hervas Andrea Maspons Aynoa Morán Alfredo Rosales Denise Rosales Ariel Veloz Invitados Wendy Bravo Jorge Vargas Diciembre 2015

Urbi et orbi

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Cuentario de los talleristas del primer ciclo de palabra.lab

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URBI ET ORBICUENTARIO DE LOS TALLERISTAS

DE DISPARADORES CREATIVOSDE

InstructoraAdelaida Jaramillo

TalleristasMadelaine Bustamante

Daniella GinattaEmilio Guerrero

Anita HervasAndrea Maspons

Aynoa MoránAlfredo RosalesDenise Rosales

Ariel Veloz

InvitadosWendy BravoJorge Vargas

Diciembre 2015

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URBELas ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos,

signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles

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EL CAKE DE ERNESTITO Emilio Guerrero

Era su segundo mes en el turno de noche de la comisaría del viejo barrio. Se podría acostumbrar feliz a esa vida de cigarrillos, cuarenta e historias, el barrio estaba lleno de colores. Para distraerlo de la inminente caída y limpia, lo vio al cabo y decidió contarle la historia de doña Nancy.

“Mijito, mijito pero es que es muy raro mijito, mijito es raro, raro. Yo estoy pero es que como la Gaviotica cuándo volvió de Barranquilla y…” el oficial la veía a Doña Nancy y se esforzaba por reprimir la risa. Había crecido yendo a la panadería Ernestito dónde ella atendía siempre alegre cantando cualquier cosa inventada y movía graciosamente sus anchas carnes envueltas en vestidos floreados. Verla a la doña era una alegría. A veces con gafas de colores o collares grandes que golpeaban las cosas al pasar o inexplicables sombreros que usaba mientras despachaba, y cómo no, su conversación de novelas “No mi niño, no se imagina lo que pasó ayer, la Patico lo encaró al Don con eso de la periodista y Pablito casi me la mata. No dormí. Es que es muy malo ese señor” y uno no sabe de qué carajos le está hablando pero aguanta la historia de buen agrado con tal de recibir la funda de pan dulce calientita a la que siempre por descuido o cariño le hecha una yapa.

(El cabo sonreía al escuchar la historia y se servía un poquito más de Pedrito).

Si la señora es curiosa, pana, no te imaginas lo que es Ernestito. Un gordi-to embutido en su traje de karate sobre una motoneta con rayos de fuego y el pelo al estilo Goku. Doña Nancy me contó que le falta sólo un semestre para terminar lo de farmacéutico. Imagínate que un domingo al mediodía, como no me oía Doña Nancy, me asomé por la telita que separa la casa de la tienda y lo vi al gordo en unos calzoncillos rojos jugando muy serio con su espada, de fondo musical unos alaridos de niñas que cantaban rock pesado en otro idioma y al pobre perrito le había echado encima una máscara de esa negra de guerra de las galaxias. Pero definitivamente la noche de ayer, que andabas de franco, fue la me-

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jor. Entró la viejita a la comisaría corriendo -parece que hubiese salido de repente dejando el horno prendido- y tartamudeaba incoherencias “Ay mijito, no sé, no sé. Ya Julio Alberto la iba a desenmascarar a la Natalia, pero mire, mire mijito, al bebe le ha dado por aprender a hacer cakes, me pide el horno a veces y yo lo dejo no más. Hace unos cakes de formas extrañas pero por nada del mundo me los deja ni probar, se encierra ahí no más a ver a ver esos dibujos chinos que mira y se come el molde enterito para luego quedarse dormido. Hoy que se durmió vi que dejó casi medio cake y yo, yo me dije –estalló en risa la Doña y le costó unos segundos re-cuperarse- Esta ¡Esta es la mía! Cogí un pedazote de cake y me lo comí. Luego volví a la novela y óigame, calientita, calientita me sentía. El ves-tido era que me acariciaba todita y no sé. Me sentía ¡Ay es que me habían tirado al mesón y me empezaban a amasar como pan y yo me echaba, ay, yo me echaba no más! Cada color que veía se me venía volando y yo, pues yo me iba. Mijito, qué miedo. Salí, salí, sí, sí salí, no cerré, creo yo, yo era el taxi. No, no, pero lo paré, que yo lo vi, y me metí no más, yo, yo, le pare el taxi pero no paraba, y le pedí pues que me traiga. Mijito tengo hambre, que rico ahorita sería un bolón. Deme bolón mijito, deme bolón” y estallaba en carcajadas la viejita frente al uniforme colgado en la percha pensando que se trataba de mí.

EL ÚLTIMO SUSPIROAnita Hervas

Era 12 de octubre y mientras yo veía las estrellas en mi techo, mi mamá gritaba “Conoce lo que te hace bien mijito”, refiriéndose a las malas in-fluencias de los chicos del barrio, pero la verdad a mí eso me tenía sin cuidado. Ese mismo día era el cumpleaños de mi abuelita y no tenía nada más en la cabeza que verla y recibirla con un fuerte abrazo, ella con su sonrisa iluminaba mi vida y sus palabras llegaban siempre en el momento indicado.

“Shunsho, ven acá, conversemos” me decía mi abuelita mientras de fon-do se escuchaba el ruido de la familia conversando, me comenzó a contar

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una de sus historias. “Cuando era joven, mi Shunshito querido, yo tenía un novio tan bonito como usted. Él tenía una moto roja con un casco que le combinaba, trabaja de mimo, ay mijitico, cómo me divertía verlo andar en esa moto con su disfraz, se ponía un pantalón rojo-anaranjado y una camiseta de rayas blancas y negras, pero sin duda lo más gracioso era el maquillaje que él mismito se lo hacía”. Yo la escuchaba con atención. Después de todo no hay nada más íntimo que alguien te cuente anécdotas de su juventud, aparte, en estas historias siempre existía una lección de vida oculta o revelaban un detalle chistoso de la familia. “Ay shunshito, este chico bien parecido a usted me hizo tan feliz y tan miserable, vea usted cómo termino todo, me casé con él y tuve 20 hijos que ahora tienen a sus hijos y esos hijos igual, mijitico la verdad es que aún no sé cómo es que todos entran aquí en su casucha”.

Mi familia tenía muchos personajes que contaban sus historias, una más memorable que otra, conversaciones y chismes de barrio, como olvidar aquellos primos que se burlaban de los nombres de otros y se entraban a golpes por hacerlo. El caso era que uno nunca podía aburrirse, podía pasar horas escuchando conversaciones ajenas solo para imaginar el tema de conversación, cada una de estas cosas alimentaba mi imaginación.

El plato principal de la fiesta lo estaba preparando Martha (la empleada que ya era parte de la familia por todo el tiempo que había estado con nosotros) mientras conversaba con mi tía Argentina. Debo admitir que este, por la cantidad de personas y el presupuesto que teníamos era siem-pre el famoso arroz con habichuela de mamá. Tuve que desconectarme del relato de mi abuelita para escuchar la conversación que estas dos tenían:

—Bolivia viene llegando, lamentablemente —dijo Martha.— No, lo realmente penoso es que Brasil ya está en camino –afirmo mi tía Argentina.—Pero, ¿cómo es que esos dos se terminaron peleando?—La verdad es que no estoy segura, solo sé que su prima, la Miami, me lo confirmó.

En realidad no sé si tuve mala suerte al estar en esta familia, tal vez algo

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malo hice en el pasado, la realidad era que por más que me quejaba de cada uno de los miembros de mi familia, todos gente de zona, en el fondo los quería y me daban recursos para escribir mis más locas historias.

Volviendo a mi abuelita, que ahora conversaba con mi tío Puerto Rico, pensé en lo bello que debe ser tener 98 años y estar lleno de anécdotas para contárselas a los nietos como cuentos infantiles, traté de leer su la-bios y adivinar el tema de conversación, “Yo te lo dije, Tú sabes! La cosa está bien dura para el Ricardito”, estaban hablando de papá así que preferí salir a la calle y ver a los más pequeños saltando y jugando cada uno con sus mamás, despidiéndose de lejos de todos y entrando a sus carros.

No se puede describir cómo dejaron mi casa, mamá nos gritó a todos para que ayudemos; yo comencé a barrer, mi hermana recogió los vasos y platos desechables, mi hermano a regaña dientes ayudó a mama a pasar el trapo en la mesa, papa sacó las fundas de basura, se escuchó el palo del trapeador golpear contra el piso, Martha acabó de colgar el teléfono, el único de la casa, lloraba, le temblaban las piernas, su rostro se puso de colores, con una mano se limpiaba la mejilla y con la otra sujetaba todavía el teléfono como queriendo cogerse de algo para no caer al piso y desmoronarse por completo.

Nuestra abuelita había muerto. No podía hablar del tema por el dolor que le producía y ninguno de nosotros fue capaz de pronunciar una sola palabra más.

LA ESPERAAynoa Morán

Son las 4:30pm. Aplasto con calma el botón que llama al ascensor y es-pero. La cita con el doctor fue exactamente lo que pensé: yo lleno de du-das recibiría el paquete con los resultados de los exámenes de la semana pasada y él con cara de "ya le dije todo lo que sé", apretaría su sudorosa mano contra la mía mientras esperaba el pago acordado. Ahora sigo aquí,

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un mes después de empezado este trámite de pruebas de salud, con las mismas preguntas sin respuestas, pero con un montón de dinero menos en la cuenta del banco.

Me acuerdo que todo empezó como un malestar en la espalda que, ahora después de todas estas citas con doctores que probablemente no vuelva a ver en mi vida, se convirtió en una posible bronquitis crónica y el maldito dolor que no se va, no se va y no se va, me recuerda que todo ha sido en vano. What a drag it is getting old, indeed.

4:33 pm marca el reloj en mi muñeca, espero al borde del balcón central del piso 15 de algún edificio del centro de la ciudad, no tengo que re-gresar a la oficina, pero pienso en el trabajo como siempre y me martirizo. ¿Qué va a pasar con el informe de Zapata? ¿Será que dejan aprobado el presupuesto del nuevo año? ¿Habrá descubierto Elsie, al canalla que se coge mi taza todos los días y la deja sucia sobre el mesón? La verdad es que no quiero volver nunca. 4:35 pm, hasta las cinco atienden en el con-sultorio del doctor que por fin me dará alguna respuesta a mis múltiples dolores. Necesito por lo menos 15 min para llegar, estacionarme y entrar, 17 minutos si es que me detiene en la puerta el guardia que me pedirá mi documentación, para luego informarle a la recepcionista que le avise al doctor que ya estoy afuera: cuánta vaina, cuánta espera ¿y el bendito ascensor dónde está? 4:37 pm algo debe estar mal, esto nunca me había sucedido antes. Lorena me debe estar esperando impaciente en el carro, tal vez cree que me voy a desaparecer de nuevo y ahora que acabamos de salir de esta crisis y que ya hace tiempo que no juego las cartas o que ella se muerde los dedos de las manos por la ansiedad que le ocasionaba nuestra relación, seguramente se está mordiendo los dedos y me está mal-diciendo por eso. ¿Por qué no ha bajado ya? Son 15 pisos, Lorena, tengo que esperar al ascensor, ¿es acaso que por una espera vas a mandar abajo todo lo que hemos conseguido?

Se me parte de espalda y ya marcan las 4:40 pm, voy a tener que ignorar al guardia y decirle a Lorena que no entre conmigo al consultorio, que se quede en doble fila o que busque un parqueo no tan lejos, uno que no sea cerca de los árboles porque después se caen las hojas sobre el carro

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y luego es a mí al que me toca mandarlo a lavar y qué estrés toda esa situación.

Seguramente no llega el ascensor porque algo malo pasó, o tal vez no ha pasado tanto tiempo y es mi reloj el que tiene un defecto y en lugar de avanzar en segundos, avanza en minutos y realmente solo han pasado 10 segundos desde que empezó la espera...

4:38 pm esto ya no tiene sentido, me voy por las escaleras, ya no pu-edo esperar más. Aunque me demore otros 10 minutos adicionales y lu-ego tenga que rogarle a esa secretaria que me deje pasar a ver al doctor y... ¿Cómo no lo vi venir? Cerradas las escaleras, no me queda más que seguir esperando. ¿Por qué no hay aire acondicionado en este piso? Estoy sudando y se me resbalan las manos contra la baranda del balcón interno, seguramente Lorena ya se fue, me dejó aquí y está camino a casa, detes-tándome... pues yo también te odio mujerzuela ¡y no me he olvidado de lo que hiciste ese día en el que dañaste todo!

Mi vida se resume a esta espera, a estos pensamientos a este instante. Yo no pedí envejecer o, casarme o, trabajar detrás de un escritorio por un sueldo que da pena, yo no pedí que se averiara el ascensor.

4:40 pm veo hacia abajo desde el balcón interno y me acuerdo del vértigo, de la niñez, de los raspones, de las montañas rusas, de los primeros besos, de esa novia, del pollo en salsa de mi mamá, de los pelotazos en las gafas, de las caídas de las resbaladera, de las caídas libres, de dejarse caer; como ahora me dejo caer y se vuelan los exámenes y los problemas y Lorena, se vuela todo, la taza sucia y los dolores. Pesa el cuerpo, se deja llevar y se prepara para el impacto final y el final de la espera, la maldita espera, de un ascensor que nunca llegará, de una vida que exigía un buen final. Pum.

EL JERSEY ROJODenise Rosales

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Llevo puesto el jersey rojo, pero la sangre lo ensucia y no recu-erdo qué pasó entre el primer y último grito, pero puedo verme ahí tendida sola, y ahora me pregunto ¿dónde rayos te has metido?

Me hubiese gustado que te quedases a ver el espectáculo, que con-templaras lo que quedaba de mí. Tu trabajo casi perfecto. Me levanté con dificultad. Fue mucho el tiempo que pasé media inconsciente en el piso de nuestra casa. Podía ver el desorden que habías dejado: los platos rotos y la silla de metal con la que me golpeaste con saña. En ese estado, me parece tremendamente distante, una pesadilla, un juego inescrutable de la condición humana de la que yo formo parte.

Fui al baño, no pude evitar mirarme, el ojo rojo visiblemente inflamado, la sangre seca que asoma por mi oído derecho como un tatuaje. Me sos-tuve del lavabo perdí el equilibrio una y otra vez hasta alcanzar el in-odoro. Lloré, hice pipí y defequé al mismo tiempo. Todo eran lágrimas.

Con el teléfono me hice un selfie, seria la evidencia, la prueba frente al juez, mi propio axioma. “Prohibido olvidar” y me acordé del presidente Cor-rea y sus parlanchinas sabatinas, aquella frase adquirió un nuevo sentido, cobró vida propia, un nuevo giro que cambiaría mi historia para siempre.

Haciendo un ulterior esfuerzo entré a la ducha, sentada en los azulejos húmedos dejé correr el agua fría. Me despertó el soni-do de la ambulancia, las voces atolondradas resonaban por to-das partes, los alaridos eran míos supongo, no se, solo supongo.

-¿Quién le hizo eso?, preguntó el doctor, sin esperar respuesta con firmeza agregó: tendremos que hacer una denuncia. Te vi entonces asentir con la cabe-za, tenías los ojos llorosos y murmuraste algo que debió ser una confirmación, no pude escuchar, me perdí entre las prisas del camillero hacia el quirófano.

Escuché impávida el reporte que el cirujano les hizo. La hemorra-gia se controló a tiempo, aun tendría que continuar con las trans-fusiones, unas tres, tal vez cuatro dijo el médico más calmado, y agregó seria bueno que la cubran, es natural que tenga mucho frio.

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Ahí estaban los dos, uno al lado del otro, apoyándose hombro a hombro, en las buenas y en las malas. Los dos y yo fingiendo que dormía. Sentí correr el cierre del bolso al ser abierto, fue ella, reconocí sus manos, quien con dulzura puso en mis pies unas me-dias de lana, entonces tu, sentí tu aliento a cigarrillo viejo, colo-caste sobre mi el jersey rojo recién lavado y con aroma de lavanda.

El jersey rojo que le gusta tanto los escuché decir en un perfecto unísono.

MAMIMadelaine Bustamante

“No puedo ser madre otra vez” –pensó Ludmila mirando aparentemente al horizonte, mientras recordaba todas las veces que su hija Alicia jugó en el parque de en frente, especialmente en ese columpio que era, prácti-camente, suyo; los demás niños incluso temían usar aquel columpio del terror que generaba ver a la pequeña Alicia correr con total desesperación al ver que su juguete estaba siendo usado por alguien más sin su consen-timiento.

“Mami, puedes jugar con mi columpio” le había dicho su hija muchas veces, invitándola a sentarse en aquel columpio que cuidaba tan recelosa. Nadie más que ella, comprendía que era la secreta manera en que Alicia le decía que la amaba, y ese era uno en un millón de actos que su pequeña realizaba día tras día dando cuenta del inmenso amor que le profesaba. Y ya no estaba ahí, no estaría más… y no había manera de volver a vivir todo eso a su lado.

La idea de volver a ser madre le parecía inconcebible ahora, si no pudo proteger a Alicia con solo seis años, no tenía derecho a tener entre sus manos otro pedazo de cielo. ¿Cómo podía ser posible que haya un bebé en camino? ¿Qué haría ella con ese bebé? No tenía la más mínima idea y no estaba segura de querer tenerla. De ahora en adelante tenía que pensar

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seriamente hasta donde quería llevar ese embarazo.

La casa se sentiría tan vacía sin Alicia, y su esposo aun no volvía del trabajo para escuchar al menos un eco, que emitiera algún sonido dentro de su alma; ella aun no lo había llamado, ni a él ni a nadie, a darle la devastadora noticia del accidente que tuvo la buseta que llevaba a Alicia todos los días a la escuela. “¿Qué le voy a decir?” –pensaba algo desor-bitada preguntándose en qué momento las lágrimas se dignarían a salir, para sacarla de ese coma emocional en el que parecía haber caído tras enterarse de lo sucedido.

De repente sintió un golpecito en el estómago, ahí estaba su bebé, hacié-ndose sentir, reclamando ser recordado y alimentado. Ludmila llevaba alrededor de tres horas en ese estado de enajenación y no había probado ni un bocado de comida desde que se despertó. Las primeras horas de la mañana fueron ocupadas en preparar a Alicia para la escuela, y servir el desayuno de su esposo antes de que salga al trabajo.

“¿Tienes hambre?” –preguntó Ludmila a su abultado estómago y sintió otra patadita. Ludmila emitió una leve risa, recordando lo comilona que Alicia también había sido en sus primeros meses, una vez incluso la en-contró intentando comerse los dedos del hambre que tenía ¡Qué ocur-rencias tan adorables tenía su pequeña! Cada nueva situación la volvía a alguna esquina de su corazón, llena de recuerdos de su primogénita.

“Supongo que tenemos que alimentarnos”. –Dijo, ahora acariciando con ternura su pancita; mientras pensaba en el nombre que Alicia había selec-cionado para su hermanito: Arturo. “Arturito” –diría Alicia, contándole que era el nombre de un príncipe que se había ganado su beneplácito en una de las tantas películas animadas que veía. Las mejillas de Ludmila empezaron a humedecerse, y una sonrisa se dibujó en sus labios, el llanto consolador al fin.

De ahora en adelante tenía que cuidar del bienestar de Arturo, no podía detenerse y dejar que esa tarde se lleve más vidas de las que ya había to-mado. Es verdad, esa casa nunca sería lo mismo sin su hija, en realidad su

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vida nunca sería la misma… sin su hija, pero ella tenía que pensar en su hijo también; y tanto el tiempo como la realidad seguían su rumbo, no se hacían esperar por nadie y no se detenían ante el dolor de nadie.

Ser madre no era algo que se pueda dejar de ser de un día a otro, tanto las memorias con Alicia, como los constantes llamados de atención de Ar-turo daban cuenta de ello. “Solo llévate el silencio que quedó” –susurró Ludmila en dirección a su vientre mientras agarraba el celular para apre-surarse a llamar, de una vez, a su esposo; pero, en cuanto tomó el teléfono una llamada entró interrumpiéndola, atendió la llamada y logró escuchar ese tan familiar y anhelado “Mami” del otro lado.

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ORBI

La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo.Jorge Luis Borges, La casa de Asterión

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LA MANDARINA EN EL ÁRBOLDaniella Ginatta

Sucedió un día que una mandarina cogida a la rama de un árbol contem-plaba el sol que se ponía a lo lejos cuando pensó en mirar hacia abajo. Se recogió y estiró hacia atrás, de manera que pudo dirigir su vista hacia ese pedazo de tierra que sostenía el tronco del árbol.

Con la luz escasa que quedaba de sol, registró la sequedad de la tierra, unas cuantas piedrecitas brillando a la luz de la luna, y una inclinación que culminaba en una diminuta zanja unos pasos más allá del árbol.

- Si me caigo, pensó, caeré en este pedazo de tierra que está aquí y luego rodaré hasta allá.

La mandarina sintió escalofríos y esa noche durmió cogida un poco más fuerte a la rama del árbol. A la mañana siguiente, la mandarina sintió nuevamente el temor de la noche anterior. Se sintió más pesada, como si la noche le hubiera incorporado agua a su compacto interior. Aferrada con fuerza a la rama del árbol, haciendo presión para sostener su cuerpo en crecimiento, miró nuevamente hacia abajo y estimó la distancia que la separaba de la tierra.

- Si me caigo, pensó, caeré en ese pedazo de tierra y rodaré hasta allá.

En su interior sopesó la peor pesadilla que toda mandarina puede imagi-nar:

- Si me caigo puedo romperme. Puedo caer, abrirme y hacerme daño.

Con ese pensamiento pasó la mandarina un día sí y otro también, aferrada fuertemente a la rama del árbol. Al cabo de varios días, la mandarina se hallaba haciendo verdadera fuerza para mantenerse a tope. Se sostenía a la rama que ahora flaqueaba frente a su cuerpo abultado. La angustia colmaba cada pensamiento suyo con la temida caída en el centro de todo, y cada vez le era más tortuoso mirar a cualquier lado. En ese estado se

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encontraba cuando finalmente decidió ceder, sus horas de contemplación la llevaron a comprender que la naturaleza actuaría en favor de la caída y que había sido normal pensar que podía ejercer una fuerza contraria. Un error natural, tratar de evitar el daño.

- Si me caigo, dijo en voz alta, caeré en ese pedazo de tierra de allí y ro-daré hasta allá.

Y se relajó. Respiró antes de mirar el firmamento por última vez desde la altura. Caería, pensó, y rodaría un poco más allá. Luego podría romp-erse, o no, y ya todo estaría dicho. La mandarina cayó, el vértigo de la tierra acercándose hizo girar su eje varias veces. Tocó el piso y rebotó secamente, para luego rodar hasta terminar en una pequeña zanja unos pasos más allá, tal como había predicho. Sintiendo que había finalizado la caída, abrió los ojos para examinar su cuerpo. Sí, estaba roto, notó. Y con eso, cerró los ojos para siempre. Pero lo que es para siempre para unos, para otros es temporal.

Junto al cuerpo roto de la mandarina pronto aparecieron varias aves de pluma gris, que trocearon la pulpa exponiendo la semilla. Pronto habría en la pequeña zanja un brote de árbol de mandarina, y la historia se repe-tiría mil y un veces más.

SUBROGACIÓNAndrea Maspons

El agente secreto R39 caminaba por las calles de Londres con aflicción. Ya estaba decidido; su último trabajo había sido el último. Casi le había costado la vida pero eso no es lo que había causado su repentino deseo a un adelantado retiro. Sus hijos Roger y Mary ya estaban mayores y podrían sobrevivir sin él. Melanie su esposa estaría triste pero ella, una mujer fuerte y tan ocupada, se sobrepondría. Lo que lo atormentaba es que se descubra la verdad. Llegó a 10 Broadway y, al entrar al edificio tuvo una rara sensación. La

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desechó como una posible vacilación a su futura conversación con el jefe de Scotland Yard. Sir Paul Stephenson era un hombre rudo y descon-fiado, definitivamente no tomaría bien su petición de renuncia.

–Buenos días, agente –lo saludó Theresa Wallis– el señor Stephenson lo está esperando en su oficina.

–Gracias Theresa.

Al entrar su estómago se apretó y tuvo que contener una obvia respiración profunda y hacerla menos notoria.

–Buenos días, Sir Stephenson.–Agente R39 lo estaba esperando. Quería felicitarlo personalmente por su último trabajo. –Gracias señor –dijo el agente mientras pensaba que era el momento propicio para tocar el tema de su salida de la agencia, pero no le dio tiempo.–Acabo de recomendarlo para una promoción– dijo Sir Stephenson. –El Servicio de Inteligencia Secreta (SIS) ha creado una base satélite en Ku-wait. Si la agencia lo autoriza queremos se haga cargo de ésta división. Los detalles los puede discutir con el Director de la División de Operacio-nes Especiales MI6, Alex Rider. ¡Felicitaciones Agente!

El agente R39 se quedó absorto con las palabras recién escuchadas. Se sentía halagado, era el tipo de oportunidad que buscaba hace mucho tiem-po; pero no era el momento más oportuno. Antes de que pueda emerger de su mudez, se abrió la puerta del despacho y entró el Director Alex Rider.

–Buenos días, Sir Stephenson.–Buenos días, Director Rider.

El agente R39 se quedó estupefacto. Conocía muy bien al Director del-ante de él, pero en otras circunstancias.

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–Felicitaciones, agente– dijo el Director Rider, sin aparentar la más mín-ima contrariedad y sin reconocerlo.–Imagino Sir Stephenson te habló del nuevo cargo que podrías asumir. Esta base sería una de las más peligrosas de la agencia. Si me dices que sí, piénsalo dos veces; puede que te convenga decirme que no. Dejarías a tu familia por 2 años en los cuales no puedes tener contacto alguno. Una vez estés en la misión no hay vuelta atrás. Estarías fuera de la red, aislado del SIS, las misiones no las conocerá ni siquiera la oficina central, la base no aparecerá como agencia MI6 en papeles. Las operaciones serán total-mente secretas para el resto de las agencias. Tienes hasta mañana para decidirte. Está de más decirte que ésta gestión posiblemente será lo más importante que hagas en tu vida por tu país, por la humanidad.

Los presentes se dieron un apretón de manos, y el agente R39 salió desconcertado de la oficina. No había podido hablar, no había podido cumplir su cometido. ¿Y ahora qué haría? Las palabras del Director re-tumbaban en su mente. Mientras salía del edificio comenzó a analizar en su mente lo acontecido. ¿Cuáles eran sus opciones? ¿Será posible que su verdad estaba ya al descubierto? Empezó a repasar su última misión. Ahí estaba la respuesta a todo.

Caminaba por las calles de Londres confundido. De repente sintió an-gustia, una sensación de perseguido. Sabía que alguien lo seguía. Empezó a regresar a su realidad, su rol de Agente, agudizar sus sentidos, tomar atajos, buscar una salida. No sabía si éstos eran sus últimos momen-tos con vida. Su familia. Su familia. Su familia pensaría que Scotland Yard no quería su renuncia y lo desaparecieron. Giró en una calle oscura donde conocía bien un lugar para esconderse hasta estar fuera de peligro, después pensaría como resolver éste caos. ¿Estaría su familia en peligro? Caminó media cuadra cuando de repente de la nada aparece un brazo que lo agarra. El corazón del agente se detuvo, su cuerpo empezó a maniobrar para escapar cuando escuchó una voz que le decía:

–Agente R39.

El agente R39 se volteó, era el Director Riley. No sabía si sentir alivio o

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pánico. Observó detenidamente a su agresor, de repente media sonrisa se dibujó en su rostro y dijo:

–Bienvenido, es usted ahora oficialmente un doble agente.

HASTA LA VICTORIA, COMANDANTEAlfredo Rosales

“¡Hasta la victoria!”, fue la arenga con la que despidió al comandante y camarada. Por segundos dudó si usar la emblemática frase de la revolu-ción “Victoria o muerte”, pero hubiera sido demasiado obvio, él sabía que sería la última cena juntos.

En la revolución no había espacio para otros líderes y menos para uno que era incontrolable. Éste era convencido, decidido, inteligente, gran ora-dor e incluso logro cambiar su acento sureño por el caribeño. Ya habían tenido varios desacuerdos, el más grave cuando el líder accedió a retirar de la isla los misiles nucleares. En poco tiempo había logrado un halo legendario alrededor de su imagen. Más que subordinado lo veía como competidor.

El plan había sido concebido cuidadosamente, no fue difícil convencerlo, la vanidad de su rival se convirtió en su principal aliado, su sueño era pasar a ser una figura mítica continental.

Se descartó opciones de otros países, donde la lucha libertadora se había iniciado mucho antes que la propia. Los argumentos fueron sencillos; los líderes locales jamás cederían su lugar al recién llegado. El país escogido tenía los índices de pobreza más altos de la región, la desigual-dad social era oprobiosa, el gobierno local era una dictadura militar de derecha, el gran contingente de luchadores que lo esperaban garantizaba una rápida y fulminante victoria, por su estratégica ubicación, luego del triunfo la revolución se regaría inconteniblemente entre sus vecinos. Ahí sería el líder absoluto e indiscutido.

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Se despidieron con un abrazo caribeño y un beso sureño.

Disfrazado y luego de un largo y tortuoso periplo llegó a su destino. Su primera sorpresa fue cuando en la sede del partido, lo recibieron un par de docenas de militantes dispuestos al combate en lugar de los cientos prometidos. Decidió iniciar el entrenamiento de inmediato, en la capital corría el riesgo de ser reconocido, los dirigentes políticos locales continu-arían con el reclutamiento de camaradas que se unirían a la lucha armada.

En vehículos 4x4 llegaron a la finca adquirida para la preparación militar, para no despertar sospechas, los vehículos se retiraron enseguida. Las instalaciones eran sumamente precarias, el espacio para los 24 nacionales y 12 extranjeros insuficientes.

En lugar de aumentar los reclutados, las deserciones eran diarias, no pudo aplicar sus prácticas disciplinarias acostumbradas. Los vecinos atemo-rizados por las prácticas de tiro de los barbudos, los denunciaron a las autoridades. Sus espías le avisaron. Ante la falta de respuesta de sus pedidos, (necesitaba urgentemente soldados, armas, municiones y dinero) y sin otras opciones, tomó la decisión de enviar a dos de sus leales com-batientes a informar su desesperada situación e internarse en la selva. El lodo, los insectos y el clima ahuyentaron a los insurgentes locales que le quedaban.

Cuando solicitó ayuda alimenticia a los indígenas se dio cuenta que no entendían su idioma y por sus gestos interpretó que eran tomados por ladrones extranjeros. Él y sus pocos acompañantes tampoco podían mezclarse con la población, la diferencia de sus rasgos raciales eran no-torias y evidentes.

Pacientemente esperó el ansiado auxilio requerido, el cual nunca llegó, y sus emisarios no regresaron.

Acorralado, hambriento y enfermo emprendió su huida, no sin antes envi-ar de regreso a su amigo, el escritor y filósofo Regis Debray, porque creyó

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que sería más valioso con su pluma que con la carabina y para que cuente su historia de abandono.

Poco después llegó el inevitable desenlace hasta por él esperado. A sus captores pidió la clemencia que no había concedido a sus víctimas, resig-nado aceptó su final.Cuando las noticias llegaron, el líder caribeño le rindió homenaje pós-tumo en cada oportunidad que tuvo. El Francés terminó denunciado por falsificador y entre dimes y diretes olvidado.

Sin saberlo, había conseguido su sueño anhelado. Ahora ya era una figura mítica. ¡HASTA LA VICTORIA, COMANDANTE CHE GUEVARA! Se con-virtió en el grito y canción de los revolucionarios del continente.

LIBRETO PARA UNA NUEVA VIDAAriel Fernando Veloz

Un hombre despertó un día cualquiera en medio de una plaza que no re-cordaba haber visitado antes. No presentaba ninguna señal de haber sido violentado y físicamente se encontraba bien. Tomó el abrigo que estaba en el respaldar de la banca sobre la que se encontraba, encendió un tabaco que sacó del bolsillo derecho de la prenda, y empezó a caminar sin rumbo fijo.

Al cabo de unos metros encontró tirada en el suelo una libreta. La tomó, y después de devolver una cordial mirada de desprecio a quienes lo vi-eron mal por no usar nada más que un costoso abrigo, la ojeó. En primera instancia por mera curiosidad. Curiosidad que se transformó en interés cuando notó que la misma estaba llena hasta la última página. Rápidam-ente buscó el nombre del propietario, o cuando menos alguna referencia que le ayude a dar con él, o ella, puesto que el manuscrito parecía tener un gran valor para su dueño.

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Se intrigó por conocer todo lo que su autor había escrito, así que empezó su ágil lectura, la cual terminó en aproximadamente una hora.

Logró contar 117 páginas, divididas en 52 capítulos. Lejos de impecables, estaban llenas de tachones, correcciones y apuntes al margen del texto. La libreta en sí parecía relatar la vida cotidiana de un hombre común y corriente, pues todo estaba escrito a manera de agenda.

El asombrado hombre se empeñó en hallar al autor de aquel texto. No tenía ninguna otra misión ahora, además de sobrevivir, pero para eso po-dría valerse del buen corazón de los habitantes del sector, así que invirtió todo su empeño en encontrarlo.Lo primero que se le ocurrió fue que se trataba de algún adolescente, que como cosa de adolescentes, quiso relatar sus aventuras de adolescente. Descartó esta opción cuando recordó que en el tercer capítulo se hablaba de sus responsabilidades como adulto.

Después pensó que se trataba del borrador del próximo libro de algún famoso escritor, autor de bestsellers, aunque también descartó esta teoría después de notar que el texto no abordaba de manera acogedora y dramática ninguno de los temas favoritos de las muchachas intelectuales de hoy en día: el amor entre criaturas extrañas, el sexo explícito entre prototipos de personas ilógicamente perfectas, la aceptación que lleva a la consecución de los sueños, la lucha en un mundo devastado hasta el apocalipsis por alguna razón completamente eludible, o la favorita de la mayoría: la poesía vanguardista

escrita

así haciendo trampa ydejando espacios

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a cada instante porque lavidaestállenadeespaciosquenadiepuedellenarsólo

vos.

(Mentira, es porque así llenan las páginas más rápido)

Pensó y pensó y pensó, y después de pensarlo por séptima, no, octava vez, llegó a la conclusión de que no podría resolverlo tratando de trazar un perfil basándose en lo que estaba escrito, pues su autor podría ser de cualquier edad, clase social, y lugar del mundo.

Tan sólo se limitó a referirse a él como VC, dos letras, presuntamente iniciales, que encontró en la punta de una de las páginas de la libreta.

Su última idea fue recrear las acciones que se narraban en el texto. Así que comenzó a releerlo con detenimiento desde el primer capítulo. Se mencionaban locaciones desconocidas para él, pero que por alguna razón le parecían familiares. Emprendió su búsqueda y, preguntando a cuantas personas podía, logró dar con casi todas.

Avanzó por cada capítulo haciendo lo mismo una y otra vez. Sin darse cuenta había llegado al capítulo 37 y ya conocía casi toda la ciudad, sus actividades, costumbres, y personajes. Ya se había hecho conocido en la ciudad, y se había ganado también la empatía de sus pobladores, quienes le proporcionaron ropa para que ya no ande por ahí con nada más que un abrigo largo. Le dieron pantalones, calzoncillos no, para qué, bastaba un pantalón que cubriera sus “barbaridades” como lo llamaban las doñas.

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Fin de año llegó, y con él, el fin de su única pista. La libreta, que como se mencionó anteriormente, parecía narrar un año en la vida de un hom-bre cualquiera. Después de terminar con el último capítulo, el 52, hizo un recuento de las experiencias más importantes que había tenido hasta entonces.

Estos son algunos de sus apuntes:

SEMANA 1 desperté en un hotel barato en el centro de la ciudad. Me echaron de ahí.SEMANA 4 mi padre murió atropellado. Me fui de viaje a la playa.SEMANA 9 salí a comer con alguien a quien semanas atrás intenté matar. Hicimos el amor esa noche.SEMANA 13 fui llamado a testificar a favor de un reo condenado a muerte. Quedó en libertad.SEMANA 21 me gané un millón en la lotería. Volví a casa, e intenté sui-cidarme.SEMANA 34 mi esposa descubrió que tenía una amante. Hicimos el amor esa noche. Los tres.SEMANA 47 conocí a un anciano que expendía drogas más raras que él. Me llevé un par a casa.SEMANA 52 caí en una profunda depresión. Tuve mi mejor idea. “Feliz año nuevo. Espero que esto funcione. Nos vemos”.

Bien, como recordarán, el hombre, cuya identidad no revelo no por intri-garlos, sino porque ni él mismo la conocía, despertó un día cualquier sin saber quién era. Y vagó así durante un año, teniendo como único objetivo encontrar al dueño de aquella libreta.

A pesar de que su búsqueda no fue fructífera, y no obtuvo el más mínimo resultado ni pista nueva que lo ayudara a continuar con su cometido, sin-tió que todo ese año no fue desperdiciado, que logró mucho más de lo que se propuso.

Le bastó con sólo concebir al autor de la libreta como un dios que quiso jugar a ser hombre con él.

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EX ORBI

¿Qué harías si supieras que esta es la última noche del mundo?Ray Bradbury, La última noche del mundo

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El caminante extrañoWendy Bravo

Mientras caminaba en su sueño profundo, aún confundido luchando por aferrarse a la realidad, empezó a sentir una dulce acogida en el lugar donde se encontraba, que decidió continuar por el sendero; cada paso eramás familiar que casi hacía de este un momento ameno. Toda la extrañezay la duda se convertían en curiosidad y ese despertar por lo desconocido, lo llevó a dar pasos decisivos, pero como los pasos de un bebé a punto deiniciar su primera caminata, pasos que serían el primer suceso triunfal ensu reciente existencia. Así fue como se armó de valor a medida que daba el siguiente paso y aunque confuso el ambiente, su sendero iba contagián-dolo de cierta desorientación a la que ya no le diera mayor importancia. Imágenes y luces se reflejaban en su sendero, le brindaban esa calidez y confianza que requería para continuar en su decisivo caminar.

Mientras continuaba, como siempre fue un gran lector, repetía sin cesar, citas de sus mayores exponentes literarios, fragmentos como “cuando vayan mal las cosas, como a veces suelen ir; cuando ofrezca tu camino solo cuesta que subir. Cuando tengas poco haber pero mucho que pagar, yprecises sonreír aunque tengas que llorar. Cuando el dolor te agobie y nopuedas ya sufrir, descansar acaso debes… ¡pero nunca desistir! Tras la sombra de las dudas, ya plateadas, ya sombrías, puede bien seguir el tri-unfo y no el fracaso que tenías, y no es dable a tu ignorancia, figurarte cuán cercano puede estar el bien que anhelas y que juzgas tan lejano.

Lucha, pues, por más que tengas en la brega que sufrir… cuando este peortodo, mas debemos insistir.” La extrañeza se volvió aceptación y aquella involuntaria realidad lo acechaba con luces e imágenes y hasta aromas que reconocía con tal naturalidad, aromas por ejemplo a granos de café, tierra húmeda del campo y demás cosas. Así, a medida que avanzaba detectaba a su paso el suave aroma de un mamey, el cítrico aroma de un naranjo en pleno florecer, el fresco olor de un mango caído de la mata, olor a monte, hierba; en fin, ya nada le fue ajeno a su realidad.Aún se encontraba en un sitio vacío, sin prisa y con calma, aguardaba por

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una señal que tal vez le explicara su indescriptible escenario, con ánimo de respuestas a su avasalladora conciencia replicó con fuerza: “Heme aquí”.

Giró y giró dentro de su mismo sitio, cansado y aturdido, cubrió su rostrocon sus manos y se dejó caer sumido por un profundo mareo. Luego despertó, observó sus manos y notó que le eran extrañas mas no ajenas, observó sus piernas y sintió que el peso de su cuerpo ya no era tal que tanagobiado lo traía, observó sus brazos y sintió la fuerza que estos le brind-aban mientras con ironía presumía para sí mismo su entrañable cambio, y entonces pensó en aceptar una vez más lo acontecido. Tomó tierra en sus manos, las frotó sobre su cara, se tomó muy fuerte por la cabeza y continuo caminando.

¿Dónde estás ahora mi caminante extraño?, ¿cómo te ha tratado el send-ero hasta hoy?.

ContrarrelojPor Jorge Vargas Chavarría

A Casper siempre le han gustado las cosas claras, pero esta ocasión es distinta: no se han dictado instrucciones de ningún tipo; se han sentado uno frente al otro por voluntad propia. De lo que no estoy seguro es de quién ha accionado el reloj colocado a un costado.

El escenario es hostil, e imagino que de eso se ha encargado Luna. Casper y ella comparten la necesidad de poner orden a su alrededor y de crono-metrarlo casi todo. ¿Que si eso los acercó? No lo sé. De lo que sí tengo certeza es de que, como amantes del orden que son, gestan sus contiendas a puerta cerrada y en el más mesurado sosiego.

Podría marcharme: las ventanas del piso de arriba suelen estar abiertas, y el brinco desde nuestro tejado al de los vecinos me resulta sencillo, pero

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prefiero ignorar mi instinto y ser testigo de la disputa.

Casper le pide que empiece, que le diga de una buena vez lo que tanto quiere decirle, que se deje de rodeos y de intentos de persuadirlo porque conoce bien todos sus recursos. Luna aprieta los labios y frunce el ceño resignada. «No me importa que no quieras volver a verme…», le dice Luna con la copa entre las manos, acercándose, como desafiándolo. «Sí, eso me ha quedado claro. Pareces no entender que se ha acabado y que no me interesa rescatar nada. », responde mi amo, pero aunque sea enfático en ello, sospecho que ambos reconocen que estos encuentros siempre su-ponen una forma de volver.

Pareciera que olvidan que se agota el tiempo pactado; que ignoran el orden por un minuto. Ninguno mira el reloj. «Yo nunca quise que fuese así…», dice Luna intentando evidenciar quebranto. «Aunque te niegues a querer entenderlo, de alguna forma, una que quizás no consigo explicar como quisiera, eres mío, Casper». A mi amo le ha colmado ese argumen-to. Y vaya que lo repite. «Aunque te vayas o me vaya yo—continúa— aunque sea esta la última vez que compartamos un vino, sabes bien que no podrás escribir del mismo modo sin mí a tu lado». ¿Por qué habrá escogido Luna el mundo de los negocios si la actuación se le da tan bien? No soy tan hábil como mi amo en eso de aplicarle un nombre exacto a cada cosa, pero basta ver el rostro de Casper para entender que le invade el tedio hacia el que se ha volcado esta relación. Supongo que ya nada puede rescatarse cuando se ha llegado a ese abismo.

Mi amo se acerca a ella esta vez. «Fuiste en lo que mi voz se convirtió cuando ya mi aliento se había extinguido.», le recuerda, cansado de la contienda. «Así que no me digas ahora que desearías que las cosas hubie-sen sido distintas; que te hace temblar el instante en que ya no me tienes. Ahórrate, por favor, todo ese cuento, que el cuentista aquí soy yo.» A sus palabras le sobrevienen un instante de silencio en que ambos se miran a los ojos. Lo más probable es que quieran verse bien por última vez; guar-dar un recuerdo exacto del cuerpo con que intentaron construir un espacio para la felicidad. Luna es la primera en mirar al reloj; el tiempo pactado para el encuentro

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se agota. Los amantes del orden contemplan el tiempo con deleite porque: ¿qué sería del orden sin el tiempo?

Casper eleva su copa y bebe de ella hasta el último sorbo del vino tinto que ambos han compartido en esta su despedida. Luna regresa su mirada al hombre que dice le pertenece del algún modo y produce una sonrisa elaborada como si el acto de sonreír solo dependiera de estirar los labios. Mi amo tose un poco, se levanta, regresa la silla a su sitio y abandona el escenario hostil una vez se acaba el tiempo. Se dirige a la puerta mientras tose un poco más, pero esta vez parece faltarle el aire. Entretanto, Luna, todavía en la mesa, parece asegurarse de que en efecto el tiempo ha con-cluido; se pone de pie después de que Casper tose por última vez.

Bajo las escaleras consternado tan pronto como me lo permiten mis cu-atro patas. No hay gritos. No hay resistencia. Cuando llego al último es-calón es tarde: el cuerpo de mi amo yace sobre el suelo.

Matar puede ser un acto paulatino, pero se ha dicho ya que el tiempo es bien cuidado por los amantes del orden. Luna se ha asegurado de volver tal acto fugaz y certero. Como un zarpazo.

Procede con rapidez: toma el cuerpo por las piernas y lo mueve con cui-dado hacia el sótano, un agujero oscuro y fétido. Al menos ahora puede decirse que mueve a Casper a su antojo. Tal vez como siempre lo quiso.

EL PESO DE LOS KILÓMETROSAdelaida Jaramillo

¿Habré dormido bien? Hay días en que me levanto y veo las cosas bor-rosas. ¿Cómo saber si se movió un centímetro o un metro? Yo siento que está más lejos, a lo mejor sigue ahí, inamovible. Además, una no anda con una cinta métrica revisando las distancias entre los cuerpos A y B. Eso es cosa de locos. Qué espanto eso de andar midiendo la separación que ex-

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iste de aquí a allá en unidades métricas. La cosa es tan simple como decir que ella está “aquí” y él está “allá”. Pero la distancia no solo se mide, se siente también. Y yo siento que él no está en el mismo lugar donde lo dejé el primer día. Ni siquiera está donde lo dejé anoche. El punto es que, si solo fue un centímetro, es más fácil que regrese.

Ya lo de los metros supone palabras mayores.

Yo tengo una amiga que es descomplicada. ¿Existe la palabra descom-plicada? ¿Existe en realidad una persona descomplicada? No lo sé, pero si existiese, sería como ella. A ella no se le movió B un centímetro, se le movió seis mil kilómetros. ¡Seis mil kilómetros, qué cagada! A mí se me mueve B un centímetro y estoy haciendo un drama. Ella no, está fresca. ¡Fresca! Perdón por los gritos, pero estoy desesperada. He comenzado una vez más a sufrir por la separación de los cuerpos. Ese sufrimiento que empieza en la punta del dedo del medio, avanza en un cosquilleo molesto por el brazo izquierdo, se conecta en forma de descarga eléctrica con el corazón y enciende el interruptor que activa las lágrimas de cualquiera de mis ojos. Es decir, yo sé que está lejos porque me duele y con dolor también se mide la distancia.

¿Dónde está B? y ¿dóndeestálacintamétrica? ¡Es imperativo! ¡Necesito tenerla cerca! B se ha ido y ella es la única que me socorre cuando esto sucede. Desesperación. No me gusta jugar a las escondidas, a B sí. Pero yo me canso de los juegos. Qué angustia estar sola. ¿Se habrán ido jun-tos? No lo creo. Él sabe que tiene prohibido salir con ella. Ella es mía. Es más, en las noches en las que B se ausenta, es ella la que se desliza, se estira, se extiende, se ____________. A veces habla dormida, a veces abre su boca amarilla y deja entrever la furia de sus dientecillos negros. Me divierte verla cuando con los dos extremos se abraza, se aprieta, se encoge, se repliega, se ____________. Cómo hago hoy para hacer mis mediciones, si yo no soy ella. Ella es precisa y mide con su boca colérica. Yo no. Yo a veces mido con la boca del estómago. He allí la diferencia entre nosotras, ella no tiene estómago, de tal manera que no tiene cómo desahogar las desapariciones constantes, la distancia injustificada, los re-tratos vacíos, las cenas desoladas, las, la, los, las, el ____________. Ella

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es lava, yo a veces logro entibiarme.

Él está gélido.

Pero regreso al cuento de mi amiga. Hace algunos meses, ella conoció a él. Ella escribe de profesión, él la admira a ella. Cuando lo conocí a él, pensé que era la pareja perfecta y miren que yo podría ser la pareja per-fecta, pero los escogí a ellos. Después de un par de meses, empezaron a hacer planes juntos. Después de un par de meses más, se mudaron juntos. Después de un par de meses más, más, él la embarazó a ella. Después de un par de meses más, más, más, ella perdió al bebé de él en un centro co-mercial. Cuando supe que ella iba a ser madre me alegré en la superficie, pero en el fondo hubiera querido ser yo. Siempre he tenido temor a no llegar a ser madre. Todavía puedo ser la pareja perfecta. Pero se me va el hilo. Yo estoy hablando de la distancia y de las pérdidas y aquí viene el tema: él se fue seis mil kilómetros. No sé qué sucedió porque yo dejé de verlos por un tema de metros, ni qué decir si fueran kilómetros; en todo caso, escuché que él se fue con otra menos distraída. Otra que no fuera por la vida perdiendo bebés. Otra que viviera de la realidad y no solo de la ficción como ella. Yo le hablé de mis sistemas de medición a ella; si me hubiese escuchado, él no se habría ido. Qué fresca está ella con el hombre a seis mil kilómetros de distancia.

En cambio yo.

El sujeto se ha movido un centímetro. ¿Un centímetro es un metro, ver-dad? Entonces se ha movido aproximadamente unos diez kilómetros. Ya no está en mi cama. Y su lado está frío. Eso dice el termómetro. Se fue hace mucho. Me duele el brazo izquierdo. ¡Ay, ay! Si me infarto ahora mismo me quedo tiesa y sola. ¡Malditos sistemas de medición! Cuando me encuentren, ¿meterán en mi caja la cinta métrica? Voy a dejarlo en el testamento, si no, ¿cómo voy a hacer para aprender en mi siguiente vida? Yo no medito como para creer en nirvanas. No medito ni aprendo, no sé

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de física, no sé medir ni el tiempo ni el espacio. ¿Dónde está B? ¿Dónde está B?

¿Adónde me llevan?

El peso es otro tema, lo ideal es que A y B pesen lo mismo, pero qué pesa-do B, qué pesado. En todas las acepciones. Mi amiga la descomplicada no me lo dijo verbalmente, pero me lo dijo con los ojos. Los ojos también hablan y miden, y eso que no son cinta métrica. Cuando yo pensé “son la pareja ideal”, ella no pensó lo mismo de nosotros ni por delicadeza. Ahí fue cuando le eché un par de kilómetros encima. Se los merecía. Yo siem-pre he estado para ella hasta cuando los él que ella escogía no servían para nada. Y que quede por sentado que muchos no servían para nada. Pero la cinta métrica. Cuando comencé a medirle la barriga a B, no era necesaria la balanza para saber que ya no pesaba lo mismo. Y a mí los cambios no me van. Ni un centímetro. Ni un metro.

Ahora me doy cuenta de que lo que a B no le gustaba era que lo midi-eran. Eso, el problema evidentemente fue la cinta métrica porque se la ha llevado. Él fue quien me obligó a usarla, él y su horrible costumbre de alejarse más de un centímetro. Era divertido cuando usábamos la cinta métrica para atarnos. Con ella también nos vendábamos los ojos. Es decir, la cinta métrica durante un buen tiempo fue entretenida. Pero ya no sé, no sé nada. Nunca fuimos la pareja perfecta. No sé si para B era entre-tenido cuando me intentó ahorcar con ella, seguro que sí porque lo hizo más de una vez. Qué bien se siente esa sensación de que alguien te ama hasta la muerte, provocada por quien sea. Muerte es muerte. Yo no maté a B, por ejemplo. Él murió solito, enredado en la cinta métrica, espero que no lo metan en la caja con ella porque es mía. Está en mi testamento. La mostraron en el juicio como evidencia, pero hubiera sido imprudente interrumpir al juez para decirle que era mía.

¿No?

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AgradecimientosA todos los talleristas de palabra.lab, los que constan en esta compilación como los que ya pasaron por la vergüenza de la lectura pública. A Jorge Vargas y a Wendy Bravo por llegar hasta este lugar con sus textos. A José Luis Freire por ayudar al necesitado en apuros. A Cristian Aguilera por convertir con su arte a los personajes en personas.

Y a todos los que asisten y nos apoyan difundiendo nuestras actividades.

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