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ventura de gracia (alcorisa, 187 6 - rubielos, 1946) VNA FÁBULA DEL CORAZÓN david montolío torán

"Ventura de Gracia (Alcorisa, 1876-Rubielos, 1946). Una fábula del corazón". David Montolío Torán

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Relato histórico-poético, escrito por David Montolío Torán y prologado por Sonia Cercós, que narra la vida de Josefa Ventura de Gracia. En ella se recogen las experiencias de un personaje cuya efigie llegó hasta nosotros a través de la tradición oral de nuestros mayores, contrastada con la consulta de la documentación original sobre todos aquellos hechos que, aunque parezcan fabulados, realmente sucedieron.

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ventura de gracia (alcorisa, 187 6 - rubielos, 1946)

VNA FÁBULA DEL CORAZÓN

david montolío torán

Museo
Texto escrito a máquina
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-ventura de gracia (alcorisa, 1876- rubielos, 1946)

VNA FÁBVLA DEL CORAZÓN

david montolío torán

prólogo de sonia cercós espejo

2007

Museo
Texto escrito a máquina
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Tomasa Ventura de Ciracia

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PRÓLOCjO

Sonia Cercós Espejo, relatadora

E scribo en el ordenador un prólogo de un libro entre diálogo con el autor y reflexión personal acompañada por la Sinfonía n °3 de Brahmsy me viene al recuerdo la pasión de momentos de ternura y, por qué no decirlo, de amor.

Planteas, David la vida en retrospectiva como un largo caminar de encuentros y desencuentros. África tuvo un duro pasado, igual que sus predecesoras, Carmen, la joven madre que tuvo que desprenderse de su pequeña recién nacida, después conocida por la tía T o masa. ¡Qué tres mujeres, qué tres generaciones de voluntad de hierro, de esfuerzo! . Las tres pasaron por el dolor y la barbarie de una sociedad altamente jerarquizada, llena de prejuicios y convencionalismos clasistas, que destruyó el amor y el arraigo de unos seres que se amaban. Nos invitas con este relato al recorrido por la vida de unas gentes concretas, que bien pudieran representar a gran patte de muchas personas y sus vivencias dolorosas, pero que supieron sobrevivir y extraer lo mejor de este mundo. A menudo me pregunto si llegamos a conocer la felicidad en

mayúsculas.

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mayúsculas. Pienso que no, sólo queda en esos pocos momentos buenos que, a veces, se nos escapan y cuesta recordarlos, quizás por un cierto sentido mortificador de acordarnos de lo que nos ha hecho daño. Dolor ... Amor ... , tan a menudo se dan la mano. ¡Qué hay de verdad en lo que llamamos "amor"?. Carmen, T o masa, África, sí supieron lo que es. El desgarrado amor de una madre, la necesidad de amor de una hija, el amor de la pareja. Vn hombre y una mujer enamorados, algo los une, un deseo, una atracción fí.sica, una atracción intelectual o, más bien, espiritual, son esos espíritus afines, él y ella, el complemento y en medio del amor surge la palabra "pareja". La pareja es cuando uno no es nada sin el otro, cuando falta el aire sin la presencia del ser amado, cuando vivir es muerte sin el deseo, sin la mirada, sin las caricias, sin tu aliento que me colma, cuando el alma se me rompe porque no te encuentro entre mis sábanas y me vienen a la memoria cada momento de nuestros actos de amor. ¡Qué hermoso es amar y ser correspondido!, ¡cuánto te doy y tú me das!, ¡todo!. ¡Cuanta pasión en la entrega, en los "sentimientos que sellan con lacre los recuerdos de una vida"!. Cuando pienso lo que pudo decir y sentir Carmen como cualquier persona enamorada: "te amo y te amaré siempre en el tiempo, en mi tiempo, en la distancia, en mí existencia. Tú estarás en mí mientras me quede un ápice de memoria para recordar cada instante de felicidad que me diste en mi mar de calamidades. Nunca fui tan feliz, mi felicidad fuiste tú, mi dulce imaginador de cantos en rima llenos de palabras que me acariciaban en los momentos de sensibilidad a flor de piel". Pero la vida es dura y

surgen

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surgen los problemas. La oposición social a una relación, la distancia, la separación forzosa, el abandono de una criatura por necesidad y, finalmente, la muerte. Carmen quedó sola sin otro apero que su propio yo, su fuerza, su coraje, su afán de superación, su echar cara a la vida y seguir adelante. No sé con esta historia que David nos relata si cualquier tiempo pasado fue mejor ... y luego esa maldita guerra. Cuando te encuentras en la soledad más absoluta, ¡Dios, qué doloroso es el silencio!. Verse en la necesidad de sentirse acompañado, apoyado, de dar, de ayudar y de compartir. Franck Capra nos hizo ver lo pequeño que se siente el hombre y lo grande que es el ser humano en ¡Qué bello es vivir!. hermosa película, metáfora reflexiva que hace ver que todos tenemos un hueco en este mundo para dar y recibir, para determinar nuestra vida y la de los demás, en definitiva, nacemos para "ser", como la historia que el autor, este hijo de Rubielos, nos relata de la cadena de la vida y de las relaciones humanas. Sobre el autor. Cuando David escribe deja atónitos a sus lectores, sobre todo si se le conoce de cerca por otras facetas de su vida, quedando sorprendidos por esas dotes de escritor y poeta "con todas las letras". Cuando releo tus escritos, y en momentos de angustia y desasosiego te he tenido en mi mesita de noche, haces brotar unas lágrimas que se toman en espíritu elevado para combatir la intranquilidad e inseguridades que se tienen en el día a día. Y es que cada uno piensa que sus problemas son los más grandes, pero tus palabras dan a entender que debemos mirar alrededor para damos cuenta que hay seres sufrientes continuamente,

ya

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ya que la vida no es un camino de rosas, es un mundo que gira y gira y no para, estemos donde estemos. Esto me recuerda, David, las palabras de ánimo y los buenos consejos que siempre nos ha dado ese hombre sabio, nuestro maestro, del que tanto hemos aprendido, no sólo de arte, sino de la vida en generaL El autor es amigo de sus amigos, sin grandes pretensiones ni ambiciones, simplemente, vivir. Él es capaz de construir frases, estrofas, párrafos, textos aparentemente complejos que nacen de su sencillo sentir. Tus palabras son afables, como sencillo y sincero es el hombre que las escribe, quedando engalanadas de hermosura barroquizante por estar expresadas desde lo profundo del alma. Tu viaje por la vida, tu poder de observación, tu arraigo a la tierra y a las costumbres de tus procreadores, tu necesidad de reivindicar injusticias... ¡cuántos hermosos edificios por la carretera a Zaragoza hubiéramos querido reconstruir?, antiguas estaciones de tren que tuvieron un importante pulso vital y ahora se caen a pedazos, el tiempo se detiene en sus ruinas y, sin embargo, tuvieron su momento siendo testigos del tránsito continuo de anónimas personas. El hombre tranquilo, al menos eso creen que aparentas, revela ser un ser extraordinario cuya poesía en tiempos del ocaso me eleva a los cielos. El amor que pones en cada detalle demuestra que tus palabras y sus rimas nacen espontáneamente. Igual que cuando cantas con tu hermosa voz bien timbrada y brillante, te da igual que sea en la ducha que en el escenario de un auditorio, tú eres feliz así, demasiado humilde a veces. Por ello, cuando escribes eres de sentimiento tan puro que lo

telúrico,

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telúrico, tu origen y arraigo a unas formas de vida, puede resultar, a menudo, complejo y desconcertante. Me siento dichosa por compartir gran parte de tu vida y de entender tu intimidad. Haces todo lo difícil tan fácil que se me escapan las palabras para darte las gracias. En estas páginas mostradas a los tuyos te pido perdón por mis continuos cambios de humor, disculpa si alguna vez te pude ofender. No sé cómo expresar lo que se siente cuando me mimas y te desvives por mi nenita, ¡eres tanto!, como ¡tanto! es (/emma, tu esposa, tu compañera, casi una madre, mi gemela. Camino de matices verdes seguimos los tres el curso del Turia acompañados por Elvis y Bee (/ees (espero que algún día la historia de la música los ponga en la cima que merecen). Y qué decir del gran Serrat, ese poeta de la vida que como tú nos habla del día a día. Cerramos los ojos y nos vemos reflejados en el metro, en las frustraciones y esperanzas, en esos locos bajitos en los que proyectamos lo que no hemos podido ser o lo que no hemos sabido alcanzar, en el Mediterráneo, canción eterna del eterno poeta del caminar, del cantautor que poetiza al maestro Antonio Machado ... "caminante no hay camino, se hace camino al andar", y es que Machado también a ti, David, te caló hondo, haciendo de la tierra estampa, de la estampa vida, de la vida rima, devolviéndonos a la tierra, el origen. La música, afición compartida, nos crea un estado de ánimo en nuestro viaje. Vn alto en la Yesa, los recuerdos se agolpan en mi mente y me saltan las lágrimas causa de los sabores de las delicias de su horno, de la visión del paisaje de los Serranos, testigo que hubo mejores tiempos o, por lo menos, otros

tiempos

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tiempos sí no más felices, al menos, diferentes. Ahora ¡a superarse! Como haces tú que te vas marcando constantemente nuevos objetivos: el siguiente libro y me preguntas ¡prosa o verso!, y yo te contesto que hagas lo que hagas, escribas como escribas, lo que haces es pura música reflexionada desde lo profundo de tu ser. Tú sí que entraste de perfil en mi. vida y te quedaste para siempre. Seguimos camino por Aragón. Ahí esta T erueL la gran olvidada, testigo de las historias en este libro relatadas. David te mira, se deleita en tus torres mudéjares, en el convento de San Francisco, en San Pedro, pequeña joya de sabia restauración para los que amamos el arte. T eruel respira verdad, sinceridad, lugar vivido por África, la abnegada abuela, la mujer sabia que prudentemente observa, calla y enseña. Ella es también la madre aferrada a las buenas costumbres cristianas, su fe reflejada en el rosario que reposa sobre la mesa camilla en la que confecciona sus labores con la aguja y el hilo de hacer punto y ganchillo. Mujer que es todo gratitud y amor. Persona paciente, sigilosa, que no quiere molestar, joven que sufrió, madre y esposa preocupada, mujer incansable nudo de unión de una familia de buenas gentes. Así son también tus padres, querido David. Ya ves, todos tienen un pasado con sus miedos y esperanzas como también lo tenemos nosotros y las futuras generaciones que vengan. Sentido lírico de la tragedia de la vida a través de la sobriedad, aparentemente pintoresco y de compleja esencia, nos das la clave de la dimensión universal de lo elemental. Así, sin esa ciudad, T erueL sin ese precioso pueblo, Rubielos de Mora, sin el transcurrir de

tu niñez

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tu niñez preguntando constantemente al paciente abuelo por todo lo que asomaba a tu baja mirada de niño, observador de la vida, no nos hubieras legado esta historia. La añoranza del pasado, la confidencia, la luz del hogar, tus recuerdos de claridad afloran abriendo en la memoria antiguas heridas que se creían cerradas. Pero conviene recordar las raíces de uno al abrigo de los nuevos tiempos como detectives que descubrimos viejos tesoros ante nuestro cielo luminoso. Nunca olvides la infancia ni el reino de tu juventud que se ve estampado en líricas estrofas, evitando que se escapen de la memoria con el paso de los años. Dulcemente llega la adolescencia, duramente envejecemos con el peso de la vida sobre los hombros. Con tu particular estilo dotas todo esto de un sentido novelesco, buena filosofía de la vida para tomar el difícil camino de la existencia y combatirlo de toda agonía ya que la realidad es dura, pero el esfuerzo ha de mantenernos en la memoria. Eso es, querido amigo, la vida.

Sonia Cercós Espejo Segorbe, 13 de agosto de 2006.

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HOMENAJE DEl AUTOR A lA PROlOCiiSTA

Me pongo a escribir con el fresco de la noche manejando mi pluma negra, como de luto, pienso en la lindeza de una mesa con tinteros de cristal de tonos transparentes, en el libro de un amigo sobre el atril como ventana estrecha de tableros finos, de "breves comentarios a propósito". Para que escuchar a los hombres si sólo dicen según quién escuadrita. Candil de bronce sin mecha ni aceite.

Cómo atravesar los ojos envueltos en blanco, con la imprudencia de un sello penetrando la cera. De niña te trajeron tierna como brote de cereza, teñida de abandono, con tu cabellera de viento enredada cómo trepando en el cielo, sól.a.

Eres, Sonia, vapor atrapado con cadenas, leña recién cortada sobre el fuego refunfuñando como brea de lumbre oculta en el fondo de las brasas. Mirando a los cielos, deseando la estrella más lejana, regando sueños sobre un colchón desnudo.

Tú eres, niña, pequeña semilla que bucea, que quiere brotar de su cáscara mientras te balancea el arrullo, mecida por la coniente de la vida alegre y triste como el que escribe y desembaraza su ánimo de temores.

La Crónica de las jornadas es dura. Eva denunciada con la manzana del pecado, gozando de la caricia de la serpiente que alza su estandarte sobre la copa que se agazapa junto a las raíces del principio. Ella es Sonia ... mi genial Sonia.

[Domingo, 30 de julio de 2006, madrugada]

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ventura de gracia (alcorisa~ 1876- rubielos~ 1946)

VNA FÁBVLA DEL CORAZÓN

david montolío, intérprete

E ste relato que quiero plasmar en estas fugitivas y huidizas páginas no es, ni pretende ser, una historia cualquiera, fruto de una imaginación que desborda entendimientos en una fantasía fabulada por el curioso perfilar difuminado que

da los años a los acontecimientos, ocultándonos las cosas feas y mostrándonos todas aquellas hermosas. Es una bella parábola que muchas veces he escuchado a mi abuela, desde la pequeña mesa camilla junto a la grada de baldosones de barro de esmalte descascarillado del balcón junto a la estufa. Y me veo en la obligación de querer y tener que contarla, aunque sea un poco por encima, como de puntillas, como la duración de un soplo de un niño sobre la luz de una candela. Para que se mantenga la memoria de unos hechos que, habiendo sucedido, a muchos les parecen cosa de cuento o leyenda. Y de esta manera deseo hacerlo, ya que mirando a mí alrededor no encuentro a nadie cercano que tenga intenciones. ¡No de boda!, sino de perder un poco el tiempo escribiendo unas pocas palabras sobre aquello que algunos de nosotros estimamos importante,

antes

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antes de que se nos escape del cuenco horadado que es la memoria, sin remedio. Pero, la verdad, he de reconocer que lo hago divirtiéndome, pues, a pesar de que algunos acontecimientos reflejados son necesariamente tristes, la sonrisa se me escapa continuamente mientras tecleo estas palabras con cuatro dedos por mano, ya que los dedos de los extremos, los meñiques, en mí nunca han tenido demasiada utilidad; chiquitos e inútiles como los de madre y abuelo. Nacer o morir es un largo paseo de tan sólo unos cuantos años entre el lecho adobado por el bíblico sufrimiento de nuestras madres al ofrecernos la vida y la oscura redención de una procesión fúnebre a la que nunca podremos asistir como fieles ni desde un rincón de las cuatro esquinas ni del Plano. Por lo que cabe transitar por una senda lo más agradable y descansada posible, como flotando por la carretera hacia el Puente Nuevo, donde pasean, en dirección al Collado, todos nuestros mayores por las tardes. Lamentablemente, alguien por allá arriba (o quizás por aquí abajo), se divierte de vez en cuando lanzando unas cuantas piedrecitas al camino, que a veces son 1ipio como el que veíamos de pequeños cerca de los Salesianos de Valencia, que nos hacen tropezar o bien caer de bruces sin remedio. Y, como es bien sabido por todos, no se trata de un deambular en igualdad de condiciones, ya que muchos inician la carrera de la vida cargados con más cruces que otros, en una ascensión al gólgota dispuesta en multitud de estaciones de dolor, a veces de pesada forja, como las de Qonzalvo camino a las Agustinas. Vnos las aceptan como algo propio y

otros

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otros toman el primer atajo, como Calpe vestido de Nazareno aquella noche de Viernes Santo de aguanieves, abandonando la procesión a medias, incluso dejando a la cruz procesional llevada por RafaeL el "alguacil", escoltado por sus jóvenes candeleros por delante, cogiendo la calle de los maestros descalzo, en una carrera por las bandas que habría hecho envidiar al mismísimo Paco Ciento. Sin embargo, pese a los renglones algo torcidos de Aquél que más gobierna, siempre se nos ofrece una pequeña salida, un tortuoso callejón, que nos permite regresar al buen camino y enderezar en lo posible todas aquellas equivocaciones pasadas, las nuestras y las de otros, como aquellos bueyes que arando junto a Santa Bárbara, cargados con los aperos de Jos forestales y el abuelo Anastasia guiando la pareja, convirtieron a los años la desnuda aridez de la ladera en un frondoso bosque plagado de setas y rebollones. Es este un romance, no un libro de historia. No he querido modelar un libro con notas a pie de página, sino elaborar un testamento de la memoria oral, más cercana al sentimiento que todas las enciclopedias ilustradas del mundo. Por todo ello, con posibles equivocaciones pero con emotividades y cercanos sentimentalismos, este es el cuento apócrifo de quien se ha sentado a escuchar, como los trovadores. Habrá otras versiones, pero esta es la mía.

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África, el hilo de esta pequeña historia Cuenta mi querida abuela África que nuestro relato, más fábula con moraleja que narración histórica, aunque así sea, se inició en el bello T eruel de principios del pasado siglo XX, la ciudad del mudéjar y los Amantes, de los Arcos y el tenor-alcalde Andrés Marín y Andrés (nuestro laureado y glorioso antepasado), del T o rico y del T uria, aquel que miran siempre de reojo los naturales, iniciando su camino hacia Valencia por su ceñido y despejado valle. Aunque creo que a sus padres no les debió parecer una ciudad demasiado turística, sobre todo después de concebir catorce hijos y trabajar, desde primera hora de la mañana hasta altas horas de la noche, como portero del Casino. Aquel bello edificio neomudéjar del arquitecto Antonio Rubio que no debía llamar demasiado la atención a mi bisabuelo, Juan Villalba Navarrete, -al que dicen que me parezco bastante-, que estuvo en Filipinas, vestido de blanco, con grandes bigotes enroscados y sombrero de ala ancha, pero al que no se le ocurrió quedarse el último. Y mucho menos a mi bisabuela, Manuela Marín Abril, con tanto retoño danzando y dando por saco por la casa. Juan, sastre de profesión, era hijo de Ramón Villalba Martín y Julia Navarrete; y Manuela era hija de Jorge Marín Cañete y Manuela Abril Montolío. Aunque de todos ellos la presencia se nos pierde, y sólo sabemos algunas cosas por la abuela y por su hermana, la tía Manolita. Esa multitud de tropa hambrienta, a la que a menudo se sumaban todos los sobrinos del mundo como si de su casa se tratara, alojada en la azotea de aquel edificio tan galante. Lamentablemente de todos

ellos

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ellos tan sólo les sobrevivieron seis hijos. Eran unos tiempos francamente difíciles. Entre todos ellos, mí abuela era aparentemente la más débil. Había nacido muy enclenque y era extremadamente delgada, casi de aspecto quijotesco y enjuto. De esa manera, con nueve años y un mes acabaría marchando a casa de sus tíos a recuperarse, en Rubíelos, lejos de una moderada y oscura metrópoli que sería completamente masacrada años después y que no recordaría demasiado hasta bien mayor, ya que su vida, desde temprano, acabaría desarrollándose en aquél pueblecito lleno de historia, limítrofe con el Reino de Valencia, desde entonces cuna de sus más íntimos recuerdos, lugar de gran parte de sus sentimientos y tumba y reposo de los despojos de muchos de sus seres más queridos. No obstante, el T cruel ideal quedó en su ánimo desde bien pequeña, añorando a sus padres y a sus hermanos, que siempre intentaron que se sintiese como una reina en casa cada vez que volvía de visita. Como ella misma ha dicho siempre, nunca acabó de comprender el motivo de su marcha. Quizá, le pasó simplemente como a su hermana Julia, que marchó con otra familia a Villaspesa, ahora un modesto barrio de T cruel, y allí se quedó para siempre. Para desespero de su madre, que cuentan que lloraba desconsolada en la escalera del casino cada vez que se marchaba, siendo reprendido el abuelo en alguna ocasión por sus superiores, tras las protestas de algunos clientes. Fuera como fuere, Afriquína pasó a ser rubíelana, -en un Rubielos que no estaba tan cuidado como ahora y donde pasaban las mismas necesidades, o algunas más,

que

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que en otros sitios-, hasta el punto de que a todos sus descendientes nos conocen en el pueblo por ella.

T o masa Ventura de Ciracia Según contaba África, érase una vez, hacía mucho .. . , mucho tiempo, un poco más hacia el norte, cogiendo la carretera de Alcañiz, en pleno bajo Aragón, en Foz Calanda, vivía Carmen, una hermosa muchacha de humilde cuna desde hacía tiempo enamorada de un chico de muy buena familia y notable posición social. Como es de prever, nunca vieron los padres de aquél con buenos ojos sus relaciones con la joven, hasta el punto de prohibirles expresamente el matrimonio. Sin embargo, reacios y con la esperanza de poder casarse y formar una familia decidieron, valientemente, quedarse en estado y así forzar el ánimo de todos los suyos. Lo que sucedió fue, sin duda, todo lo contrario, fatal aunque predecible desenlace. Los padres del joven no sólo se contrariaron sino que cargaron violentamente contra la pareja. Por ello ambos, una vez nacida la niña la llevaron a un ama de cría de una masía de la partida de la Vega, en Alcorisa, bautizándola al poco en aquél pueblo. María Ferrer, como se llamaba aquella mujer, casada con Pascual Lamata, tenía en aquél momento cuatro hijos. Según contó tiempo después, era en la mañana del 18 de septiembre de 1876 cuando tocaron a la puerta de su casa. Al abrir encontró, echada en tierra, a una niña recién nacida. Mirando a su alrededor no encontró a nadie, ni siquiera dando una ojeada al despejado horizonte, con la mano sobre su arrugada frente, rebajando la luz del sol de las primeras horas. Bajando

sus ojos

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sus ojos al suelo de la entrada vio a una chiquilla hermosa, de ojos pardos, pelo negro como el tizón y piel morena. Iba envuelta en pañales de lienzo blanco y otro de lana del mismo color, con una venda en lugar de faja, un jubón de indiana de color morado a listas, una camisa de tela de hilo, una cofia blanca en la cabeza y, toda ella, envuelta en un pañuelo de lana color morado a cuadros. El padre de la criatura, no sabremos nunca si de manera anónima o por acuerdo con la matrona, pagó la manutención de la pequeña hasta que, un día sin más, enfermó gravemente. Tendido sobre el colchón de lana de su cama de hierro torneado, agonizante, pidió la asistencia del notario para hacer testamento, que le fue negada por su familia. Absorto pidió los últimos auxilios del señor cura, que según el fuero aragonés tiene palabra y autoridad legal en la hora de la postrera expiración. También le fue negado el socorro del párroco, así como la extremaunción, evitando así la dispersión del patrimonio familiar y la justa herencia de la pequeña y de su pobre madre, que quedarían desamparadas, de esta manera, para siempre. Sumido en la pena, asolado y apesadumbrado, dio media vuelta en su lecho de colcha de gancho, hacia la pared y, poco después, murió. No sin antes pedir al más íntimo y leal de sus amigos que se casara con su Carmen, -así lo hizo-, y buscaran juntos a la pequeña.

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EPOPEYA

Epopeya que se rememora en el recuerdo de un instante inesperado. Pasión sin remordimientos, libre como la pareja que pasea agarrada de la mano, o amándose en el silencio de una estancia.

Descubro en el momento de sábanas la delicia de lo desconocido, ensoñando sueños de fantasía, sueños ensoñados que devoran almas y alzan baluartes invasores sobre la plaza y su regencia.

Como de niña te acercaron envuelta en pañales de raso, con nudo burdo y alambre, mirando fija a la distancia, con humildes ojos de arrojo y la sonrisa tierna de una infante.

Como entonces te ciñes en mis brazos, buscando oro entre mis aguas bravas. Sin remover la piel del río navegable, Como queriendo hallar historia en un pueblo sin crónicas ni pasado.

No queriendo pensar en el amor, se piensa. No deseando amar, se ama. Sin esperar nada más a cambio, salvo lo que acerca remansa la marea, agitando una botella con el flujo del menguante. Meditando la vida en amcción de los días, mientras recupero el resuello con el ánimo. Y el consuelo de tu mirada cercana.

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Poco después murió aquella masovera ama de cría que bien podría haber mentido al juez al decir que desconocía el origen del bebé. Y la niña fue llevada a la inclusa de T eruel, la Casa de Beneficencia, un orfanato donde pasó muy poco tiempo, ya que, enterada Carmen, marchó corriendo a recogerla, no encontrándola ya entre los muros de aquel vetusto hospicio. La pequeña expósita T omasita, como le había puesto de nombre su joven madre, a la que habían apellidado como "Ventura de Ciracia", según las costumbres pías de este tipo de recintos religiosos, había sido recogida por un matrimonio de Rubielos, que había impuesto a la institución benefactora la condición de no revelar jamás la procedencia de la niña adoptada. Dolores Pascual Centelles y Lorenzo Villanova BerbegaL se habían casado en la iglesia de Rubielos el 26 de septiembre de 1877. Por todos los vecinos del pueblo eran conocidos los malos tratos físicos y psíquicos de aquél hombre a Dolores; era el tal Lorenzo persona de genio impredecible y violento, y de manos muy largas. Situación que le llevó a pedir la admisión de demanda de divorcio al Vicario Cieneral del obispado de T eruel, el 11 de noviembre de 1882, presentando por escrito las pruebas de los muchos testi.gos, entre los que se encontraba el médico del pueblo. Demostrada la gravedad de los cargos, dicha unión se acabó por disolver por nulidad eclesiástica. Aquella mujer, natural de Víllafranca del Cid, hija de Felipe y Teresa, vecina de Rubielos y casada sin descendencia con dicho Lorenzo Villanova Berbega!,

era

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era inmensamente rica, de la familia que en Rubielos llaman de los Centelles o de "la cabrera", dado que en su niñez a Dolores le regalaron una cabrita, que paseaba atada con un llamativo lazo de seda roja por las calles del pueblo. Dicen que poseía, entre muchos otros bienes inmuebles y muebles, cinco enormes masías con sus fincas respectivas. Al morir dejó, -según testamento de 7 de junio de 1890 y codicilo de 29 de mayo de 1909-, toda su herencia a su familia. Y a su hija adoptiva una Heredad en la Partida del Molino, una viña en el Pago Alto, y en usufructo la mitad de su casa del Carreluengo, herencia a su vez del padre de aquella, Felipe Pascual y Navarro, en el actual número 24, -antiguamente el 52-, enfrente de la casona de los Sánchez, mientras que la otra mitad siguió en manos de su hermana, Ramona Pascual y Centelles, ya que las otras dos hermanas con derechos, Esperanza y Vicenta, suponemos debían haber muerto. También le legó a T o masa todos los bienes muebles y ropas que se encontraban en dicha casa, además de mil quinientos duros en metálico. Todo ello con la condición de que siguiera en su compañía hasta su muerte. Fue enterrada en el Panteón familiar del cementerio de Rubielos el 29 de marzo de 1912, aceptando T o masa el testamento en escritura de 30 de octubre de 1914. Ese fue el pago que aquella mujer dio a la joven T omasita después de tantos acontecimientos desdichados. Alguna vez he pensado que, en aquella época, la insistencia en la familia de sangre y en la no dispersión de las legítimas hacía que aquellos retoños adoptivos que eran ajenos al linaje sanguíneo, aunque

hijos

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hijos políticos de derecho, eran tratados como meras personas de compañía. Tuvo la tía que vender todas las pertenencias de! legado y propias: alhajas, damascos, vestidos, etc., para poder adquirir el resto del gran edificio. Vn tiempo después se casó con un viudo con hijos, llamado Pedro Pérez Cercós, montando una panadería en los bajos de la casa -activa hasta hace bien pocos años-. Poco después murió su marido.

AMANTES Dice el poeta:

Qué buen amante si tuviera a quien amar!, ¡qué bello amor, si supiera interpretar!, ¡qué bellas palabras, si se pudieran decir!

Menos mal que T o masa, después de tantos eventos vividos a lo largo de su vida, era amiga de hacer papeles y de justificar por escrito todas las cosas, ya que al poco vinieron los hijos de su primer marido y le pidieron las cuentas del padre. Podía haberse quedado sin nada pero, bien educada por la vida, les dio una dura lección de supervivencia a todos ellos, pues todo lo tenía atado y bien atado, escrito y rubricado ante notario. Como me contaba mi abuela, la tía tuvo que poner un anuncio en un periódico de la época para encontrar a una persona que sustituyera a su primer esposo en el oficio, aunque era ella, mujer valiente y decidida como

pocas,

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pocas, la que trabajaba duramente en el negocio. El bisabuelo Juan, de T eruel, que leía vorazmente todos los periódicos que cada día llegaban al casino, vio la oferta de empleo en un diario en la capital y fue a comentárselo a su primo hermano Miguel, panadero de profesión, que marchó a Rubielos y se quedó con la plaza, a las órdenes de T o masa. Miguel Villalba Pascual, que así se llamaba, acabó casándose con la tía, si bien nunca tuvieron hijos. Ella era ya bastante madura y él tampoco vivió demasiados años.

HISTORIAS DEL CORAZÓN

Como el que pregunta a la margarita en flor ¡Me quierel ... ¡No me quiere? La dicha de los tiempos que saben besando las manos de su amante, anillando sus dedos en oro.

Y dice pasión enredando la cintura amada agarrada fuertemente por un brazo robusto. Y advierte la boca amable de su esposa, perfilada con un carmín en escarlata.

Dejando el hogar para ser novia y madre, alejándose del pecho protector de los padres para servir y ser servido, ser calentado en amor, como cultivo bajo sol ardiente.

Historia de dos corazones en uno.

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En el Carreluengo, combatiendo a los mosquitos

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La abuela Cuentan que era un día bastante frío de diciembre, de esos que amanece en el pueblo con una fresca -así se le llama en Rubielos al frío- que hace que te acuerdes de la chambra que no habías querido coger del perchero de casa. No recuerdo muy bien la fecha exacta. ¡Ah! Si. Mi abuela me dijo que fue un dieciséis de diciembre del año 1925. Sentada en una silla de enea a la pueria de su casa del Carreluengo, conocida entonces como de los Centelles, bajo el rótulo de la panadería, descansaba la mujer de la casa, mientras escuchaba a lo lejos un conocido tintineo. Alguien estaba en sus últimas horas. Acercándose por la calle veía al sacristán llevando la umbela y haciendo sonar la campanilla, -el Santísimo estaba en la calle-, seguido por el señor Cura, ataviado con sotana, roquete, estola y paño de hombros, con el que agarraba fuertemente el viático. Inmediatamente, la mujer, se levantó y arrojó al suelo el cojín que hasta ese momento le libraba de la incomodidad del respaldo de traveseros de una de las sillas de la entrada, que aún hoy andan de un lado para otro entre el arco y el pozo. Santiguándose sacó del banco de piedra la palmatoria, la encendió y la dejó junto a ella, en la acera, mientras se arrodillaba sobre el escalón de la puerta. Cubría su cabeza con un pañuelo de hierbas, que siempre llevaba atado al cuello para limpiarse el sudor. Y con su mano, enérgica, pasó la cortina de paño, esa misma que siempre se ensuciaba y hacía enfadar al abuelo diciendo que todos sus nietos éramos un desastre y que estaba cansado de vernos jugar a la pelota en la entrada, sobre todo el día que le rompí de un balonazo de los míos esa

tinaja

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tinaja bonita del rincón del banco que le regalaron los marines, debajo del cartel enmarcado del monumento al toro embolado -era genial el abuelo-. Agachando la cabeza cubierta por el velo se quedó absorta en sus pensamientos, como queriendo adivinar la persona que se encontraba postrada gravemente en su lecho. -"¡Debe haber sido algo muy de repente!"-, pensó. ¡No han dicho nada en el despacho! Mientras se dio cuenta que el tintineo se había detenido. Alzando los ojos levemente vio al párroco parado frente a su puerta, mirándole a los ojos fijamente, haciendo un gesto de complicidad frunciendo un ceño cercenado por los años. -"¡La niña ya está aquí!"- le dijo. Y de nuevo, gritándole al sacristán, que se había despistado observando el escudo del obispo Sánchez, aquél viejo prelado de Huesca, héroe de la guerra del Francés: -"¡Vamos!"-. Continuando con el bandeo de la pequeña campana de mano, desapareciendo por la esquina de la calle de la Aduana, en aquellos momentos dedicada a Vicente Blasco lbáñez, frente al viejo edificio de control. Ya hacía mucho tiempo que no tenían la casa, para oficina y reuniones, los del gremio de pelaires y tejedores, ni se llevaban allí las bayetas para inspeccionarlas. "¡Menos mal, -pensaba-, que se han marchado los zagales!, les ha venido justo apartar las mesas de saque!". Y es que les hubiera caído la bronca por jugar a largas en domingo.

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"¡Vaya manía la de aquel cura con la pelota!" -decía-. Menos mal que algunos de los hijos de los guardias jugaban en la misma calle, donde el cuarteL y seguro que se habrán hecho los despistados bajo la hornacina de la Virgen del número tres, como sí estuvieran cantando el "Magníficat". En esos momentos la vieja campana medieval de la iglesia, entonces en todo lo alto de la torre, en el interior de la pequeña linterna, marcaba los sones de las dos del mediodía, con el sonido melodioso y enérgico de un viejo soldado curtido en todas las batallas. Era la hora de llegada del viejo autobús de línea de T crueL perteneciente a esa destartalada flotilla de desvencijados vehículos que llevaban el equipaje en la azotea a la que se accedía por una escalerilla por la parte de detrás, justo donde estaba el pequeño redil para Jos animales de corral viajeros. El autobús, se detenía cada día frente al portal de Parada -hermano de los otros accesos de la muralla, que se acabaría derribando en la posguerra-, uno de los siete accesos al Rubielos antiguo y que cerraba otro de los conocidos trinquetes improvisados del pueblo. De repente, por la esquina de la calle, una menuda figura vestida de negro venía cogida de la mano de un hombretón alto y enérgico. Desde la distancia no reconocía muy bien las caras pero, a medida que se iba acercando, casi a la altura de la capilla de los Sánchez, reconoció al tío Miguel junto a la pequeña África, cabizbaja y de pocas carnes, con tocado de punto sobre una cara que presumía un gesto entre asustado, temeroso y tímido. Al poco tiempo, frente a la vista de la tía, se presentó la abuela, entonces con muy pocos

años.

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años. Había nacido el 1 6 de noviembre de 191 6 y era una desgarbada y delgadísima muchacha enfundada en negro, de pelo recogido, dentadura prominente y desordenada y enormes gafas de pasta que continuamente se andaba quitando y olvidando por los rincones, acosada por las burlas de los otros niños en unos tiempos en que ese tipo de correctores, hoy en día tan frecuentes y hasta estéticos, no estaban muy bien vistos, sobre todo en un pueblo recóndito del interior de la serranía. En un primer momento parece que venía a pasar unos días, aunque la historia dijo con los lustros que acabaría quedándose. Y se quedó, -¡vaya si se quedó!-. Y pasaron largos años, siempre vestida de tostado, purgando en silencio por la muerte de los padres, de los tíos ... de todos; en un eterno luto y medio luto que acabaría prolongándose toda su juventud. ¡Que época aquella para las mujeres!. Pero ella vivía feliz. La tía, como decíamos, no había podido ser madre y quería a África tanto como a una hija natural, dándole todas las comodidades que podía, tratándola como un jardinero trata a la flor preferida de su jardín, regándola con mimo y ternura y mitigando la lejanía de un hogar que en muchas ocasiones echó de menos pero que quedaba cada vez más lejos. Fueron años verdaderamente felices. La niña fue a la escuela de las monjas agustinas, en el mismo viejo convento junto a la rambla donde muchos años más tarde irían sus hijas Encarna y Lourdes. Allí, entrando por el gran portón del torno, subiendo por la vieja escalera de barandilla de forja donde ahora se accede al locutorio, aprendió África a utilizar hábilmente sus

manos

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manos como el orfebre maneja su cincel. Ejercitando ávidamente, casi de memoria, todo lo que entonces se esperaba de una mujer aplicada y hacendosa, primorosa bordadora, no olvidándolo en toda su vida. Poco tiempo tenía para el juego, siempre entre catecismo, misa, rosarios y novenas. Pero esa fue su vida y su vocación, que la llevaron a ser una mujer profundamente religiosa y con deseo de entregarse de lleno a la vida de esas damas de ampulosos y pobres hábitos, cosa que no consintió nunca la tía -¡(/racias a Dios!-. Jornadas consumadas entre el asilo, el convento, la parroquia y la casa. Es curioso que uno de los pocos momentos de correrías que recuerde sea dentro de uno de esos ancianos edificios; en la Sala Capitular, con una gran mesa llena de sillas para los beneficiados y clérigos de la antigua colegiata, desnudas desde hacía muchos años de sus viejos ocupantes, y el grandioso retablo mayor gótico presidiendo la mayor de sus paredes.

Miguel Por aquellos tiempos vino Miguel a la casa del Carreluengo. Con muy pocos años, fue colocado por sus padres para trabajar como aprendiz en la panadería. Había nacido en el molino de la Hoz, término de San Agustín, hijo de M anuela Salvador y José T orán, junto al Mijares, donde murió ahogado fatalmente uno de sus hermanos. Aquel día había cogido la senda que lleva desde las Canteras de Santa María, remontando el Vaquero y pasando por los T oran es hasta llegar a Rubielos. Hace muchos años fuimos por allí con él, mi tío

Miguel Ángel,

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Miguel Ángel, José Víctor, el notario -que quería ver si había un arco de piedra para su nueva casa-, y yo, entonces un crío preguntón y algo impertinente. Y de verdad, el lugar, arruinado, abandonado e invadido por la naturaleza desbordada, despertaba un atractivo romántico propio de las Leyendas de Cjustavo Adolfo Bécquer. Llegamos en un entonces moderno y flamante Wolkswagen Cjolf descapotable y aún pudimos ver, guiados sabiamente por el abuelo, el hogar, que desplegó literariamente a nuestros ojos, como siempre, diciéndonos: -¡Allí se sentaba madre! ¡allí nos acurrucábamos nosotros! ¡éstas eran las cuadras y allí estaba la cocina! Como su padre José, era menudo pero recio, de talle bajo pero fuerte y rápido como un felino, siempre elegante hasta vestido de marianos para ir al camastro. De mirada inteligente, muy recto en sus costumbres, como persona honesta y honorable, muy creyente en definitiva, pronto se ganó el aprecio de todos los de casa por sus grandes dotes para su trabajo incansable. Pese a no poseer las virtudes artísticas de su padre y de su hermano Ángel, fabulosos con los instrumentos musicales y la jota, además de ser unos verdaderos manitas, el abuelo poseía una constancia abrumadora para todas las cosas. Amante y virtuoso de su oficio, era lector infatigable de todo aquello que caía en sus manos. Lástima que la guerra truncara su asistencia a la escuela afiliado a la generación del biberón, pues su memoria y dotes para el estudio fueron su principal virtud a lo largo de toda su vida, inundando a sus nietos de refranes, epopeyas, cuentos y fábulas, no sé muy bien de que autores, que había aprendido de

carrerilla

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carrerilla y que me son imposibles de quitar de la cabeza. La historia de los conejos discutiendo si eran galgos y podencos o del burro escuálido vestido con sus falsos abalorios y vendido por gitanos sólo por su apariencia, entre otras muchas narraciones bellas, rebosaron con hermosura a lo largo de toda mi niñez y son motivo de sonrisa hoy en día. Cómo olvidar el cuento de aquel niño que teniendo que elegir entre alpargatas y zuecos prefirió los incómodos segundos, pudiendo comprar, con la diferencia de dinero, un buen diccionario de la lengua castellana y llegando a ser un hombre ilustrado e importante en el pueblo. Aún guardo enmarcado en mi habitación un mapa suyo de la provincia de T eruel del curso 1930-1931 , con el visto bueno del maestro don Saturnino Lahoz. Seguramente el único vestigio de una niñez que pasó tan rápida por su vida como aquella vez que perdía el tren y fue hasta la estación corriendo con su hermano Ángel. Aunque amaba la escuela, mucho más que sus hermanos, no tuvo más opciones con la entrada del verano de 1936. Tengo siempre muchos recuerdos del abuelo, -¡era un tío sorprendente el abuelo!-, amasando con las dos manos tan diestramente como un cantante descifrando ágilmente los tresillos. O de las fotos que me enseñó mi madre, cuando después del infarto que puso en jaque su vida -era un fumador empedernido-, traspasó la panadería, -mi abuela dejó de pasar sueño la pobre-, y montó con sus hijas una fábrica de alfombras, preciosas manufacturas de nudo que llegaron a popularizarse. Incluso se vendió una enorme que aún

exponen,

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exponen, como cosa insólita y un cartelito de "anónimo aragonés", en la Feria de Muestras de Valencia. También formaron una pequeña fábrica de gaseosas y sifones, de las que alguna botella queda, allá por el trastero del reposte. Y las partidas de pelota. ¡Que grandes! Con el señor Luís de pareja. Eran un equipo de segunda pero magnífico, de los que jugaban en el Fuerte -en la pared del antiguo convento de carmelitas-. El hombretón de la plaza de El Plano, cojo desde niño -era un valiente rozando lo temerario con los toros, conocido en toda Valencia- y casado con la señora Lota, gran señora extremeña de una familia ilustre venida a menos por las malas artes de un padre. Era un tipo duro, lento de movimientos, pero con las manos más duras y fuertes del circuito rubielano. Conformaba una pareja estupenda y compensada con el abuelo, rápido como una liebre, el más veloz de todos los jugadores del pueblo. Aunque pocas veces llegaran a competir en el frontón de la iglesia, en la plaza de la Sombra. Siempre fueron grandes amigos ... Hasta el último momento. Junto con el abuelo, en la panadería también trabajaba el joven Pedro. Pero aquel muchacho pronto marchó como recluta a la guerra, perdiéndosele la pista. La tía le buscó con mucho ahínco, pero una carta firmada por el Coronel Inspector en Burgos el día 16 de diciembre de 1938, proveniente de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros de Querra, -negociado 3°, Información 1159-, le decía que Pedro Qarcía Corella jamás regresaría. Sin casi darse cuenta, entre infancia, pubertad y juventud, la abuela cumplió los veinte años.

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EPISTOLARIO

Amar es querer sin rodeos, es seducir sin aparejos ni falsa plata. Despojado de abalorios accesorios y espejuelos de destellos lancetadas al sol, ilusoria sensación de cazador cazado por la madeja tejida con la saliva de tus labios.

Componiendo un nuevo escrito de versos, azuzado por nuevos momentos de distancia. Te tuve tanto tiempo en el suspiro de mis brazos sin recoger el apego de tu contacto delicado, sollozo de materia cercana como aliento, de descarga vecina de desesperanza.

Deshacer los prodigios de la creación. Sumiso, por la sucesión fiera de la existencia. Obediente, como perro abandonado en el ribazo. Manejable, como una pequeña canica entre las yemas. Manso, como anciano sobre la silla horadada. Fiel, como coadjutor que aspira a párroco. Resignado, como enfermo terminal ante la estola. Dócil, como atención amiga de la presencia.

Librando empleos de marino entre las aguas, con un patrón con etiqueta sin código ni barras. Navegante que atisba la marea inmerso en la corriente. Nauta que quiere acercarse a la resaca de la orilla, para recoger un poco de marisco en la bajura. Pescador de barca de cabotaje y velas latinas. Tripulante de redes de arrastre recogidas con las manos.

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Flota de barcos cargueros acróbatas del horizonte, buque de guerra destructor, crucero acorazado. Vapor que emanas tu perfume de fragancias. Bajel pirata bravo y temido de Espronceda. Cialeón de la Invencible partiendo de puerto. Carabela del descubrimiento del Puerto de Santa María.

Y por fin, Valencia. Esperando la última hora, en descanso.

El otro de los aprendices de casa, el abuelo MigueL si que volvió, enamorándose de la abuela con el consentimi.ento de la tía, que si.empre lo había querido como a un verdadero hijo. Desde que había regresado de filas, como es normaL la conversación preferida del abuelo era la guerra. Si, ya lo sé, no es una novedad para su generación, pues el conflicto en el que se vieron inmersos, sin querer y con hermanos en el otro frente, les arrebató enteramente la juventud, marcándoles para el resto de sus vidas. Y a algunos algo más, como a su hermano, víctima de un obús el último día, en Madrid, siendo chofer de un general ruso con coche americano; el pobre no murió allí mismo, sino al año justo, en el pueblo, después de haber sido rescatado del depósito de cadáveres, apilado junto a un montón de cuerpos esperando el sepelio en una fosa común, dado por muerto. La metralla penetró en su cabeza como la carcoma en aquella vieja cama de la Virgen de los Dolores de la cofradía y por él no se pudo hacer nada. El abuelo, como todos en casa, cayó en el área roja,

siendo

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siendo capturado muy pronto, por los altos de Castillo de Villamalefa, cerca del Peñagolosa, -donde pasaban más hambre que un gato cojo, comiendo ratas y serpientes-, cuando, ataviado con imponentes ropas de la milicia, procuradas por los cabecillas republicanos que se habían instalado forzosamente en casa de la tía, y tras varias escaramuzas de las que se escapó casi de milagro, como aquella en la que cuerpo a tierra le ametrallaron la mochila, lo dejaron en calzoncillos, peregrinando de campo en campo, concentrado con otros muchos prisioneros por toda España, por plazas de toros y campos de fútbol. Sin embargo, lo que realmente sintió de verdad, más que la herida de ametralladora recibida en el brazo en la batalla del Ebro, tras ser reclutado por los nacionales, fue que le requisaran su pequeña colección de libros que él guardaba con mimo en la alacena de la habitación del fondo, -esa a la que se accede a través de ese arco grueso a través de la habitación de los abuelos-, entregada como divertimento a los milicianos con la falsa promesa de que los devolverían. Lo que son las cosas. Los jefes de la tropa se habían alojado en casa, incautando la panadería y confiscando maquinaria, harina y panes, riñendo con la tía, que era una mujer de muchas castañas y que poco miedo tenía de aquellos jovenzuelos mequetrefes envalentonados por el arma que les habían colocado en sus cintos. Fueron momentos muy difíciles, sobre todo con la visita de los anarquistas en los primeros días de julio del 36, allá por finales de mes. Sobre todo cuando dijeron que en media hora volverían y que si veían algo que "oliera a misa" los matarían a todos. Con el

miedo

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miedo y el temor del momento apenas les dio tiempo a esconder nada, salvo un corazón de Jesús, pequeño y sin valor, en el pequeño zulo del armario del segundo piso, junto a la estancia actual de mis padres, donde dormíamos hace años todos los primos y ahora duermen Adrián y María. Evidentemente lo sacaron todo, ¡como para no hacerlo!. Cuadros, esculturas, muebles, joyería y otros enseres. Y lo que no les robaron, que fue mucho, como a tantas otras casas aquel día, lo acabaron quemando en la calle, en la puerta de la caserón del Obispo Joaquín Sánchez de Cutanda, donde pegaron mezquinamente fuego a todo lo que pillaron. No fue esa la única humillación de aquellos días. También fueron especialmente duras las denuncias al comité y amenazas de muerte contra la tía, que la llevaron en tres ocasiones ante el paredón, sobre todo al enterarse de que algunas procedían de ciertos vecinos. Parece ser que la persona que firmaba las sentencias del comité conocía a T o masa y había sufrido su poco celo a la hora de fiar el pan con él y otros que habían pasado dificultades. O el episodio del cura de la lglesuela, de la familia de los Centelles, que llegó a casa escapando de sus perseguidores y allí lo capturaron. Pudo llegar a Rubielos haciéndose pasar por su hermano, administrador de la tía, y allí acudieron sin dar más opciones para ocultarlo. La abuela, una cría, le llevaba la comida a la cárcel, ubicada en los bajos del Ayuntamiento, en un perolito de !landa, hasta el día que le dijeron que ya no le hacía ninguna falta. Lo mataron reafirmándose en su fe en San Roque, fusilado en la cruz de término junto a otros inocentes.

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Por aquellos días vinieron, jugándose la vida, algunos miembros de la junta de Recuperación de Patrimonio Artístico del gobierno de la República. Habían venido desde Segorbe encabezados por Don Paco Esteve, con un camión para llevarse a lugar seguro, a los almacenes de la Diputación de Castellón, los retablos góticos de Rubielos, el de la Epifanía y el de la Trinidad, entre otras obras donde ya no se encontraba el retablo mayor de la Vida de María, de camino hacia Rusia por Cartagena, donde se recuperó. Tras muchas peripecias conservadas en el diario del arqueólogo, consiguieron que les bajaran las obras a la capital de la Plana, reconociendo que ya las tenían escondidas en el Asilo para venderlas a los "ingleses" a cambio de dinero en efectivo. Durante la guerra los días pasaron lentamente. Y siempre era muy recordado como con los bombardeos todos los indeseables inquilinos de casa salían corriendo hacia el refugio, momento que aprovechaban la tía y la pequeña África para robar el pan de su propio horno. Protegidas las dos bajo la bóveda de la escalera de piedra de la entrada durante la caída de las bombas, cruzaban el corral con su carga oculta en las canastas, salían por la calle del muro al asilo de las Hermanitas de Ancianos Desamparados, -hoy en T cruel-, y de allí al convento de las monjas agustinas, donde lo repartían. Fue el inicio de un enorme cariño de todas aquellas personas hacia los abuelos que ha durado hasta nuestros días. Vn sacrificio del que nunca quisieron recompensas, aunque sin duda se las ofrecieron.

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LUZ HERMOSA

Quimera, sueño, viaje imposible. Vacilar sin poder alcanzar, como articulaciones impedidas, sonriendo lo amable, traicionero, remolino de agua en retirada. Monotonía diaria sin escape.

No conozco el paseo de las acacias descolgando sus ramas de espesura, tristes huesos desnudos de madera, como jaula de sombras y barrotes, en deseo amoroso de lo imposible.

Reclinados en el cielo, nubarrones. Descansando en el mar, mareas. Rechinando en la ventana, vientos. Soy como amante, abrazo y penumbra. Apetece releer la nueva jornada, que empieza.

Tiempo para no estar demasiado alegre, unos años de pocos allegros repletos de innumerables adagios. Parece que fue ayer cuando nos veíamos detrás de una taza de café y una conversación entrelazada entre nuestras bocas.

Hoy en día las cosas maduran pero en difícil, por qué pasan las horas y sólo me apetece verte de nuevo. Y el próximo encuentro queda demasiado lejano para mí.

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Al final resultará que lo llevaré yo peor que tú ... era lo que me faltaba ... una nueva fatalidad para acabar de rematarme ...

Es muy difícil olvidar la enorme belleza de un momento trémulo bajo la cadencia de las velas. Vn recuerdo azuzado por el tiempo que llevaba deseándolo y por un lustro de palos en las costillas. Sinceramente te digo: has sido la única luz hermosa de un alma ya cansada de luchar ante la adversidad y la equivocación. Haciéndome revivir sensaciones que creía no existían ... realmente si es el amor, no me atrevo a decir. Creo que lo viví ayer.

Conocer a su madre, el desenlace Durante todo este tiempo siempre había rondado la cabeza de la tía, siempre muy creyente, la gran esperanza de poder conocer a su madre. Ella siempre tuvo la sensación de que debía de andar como perdida por algún lugar y tenía que hacerle muchas, muchas preguntas y saber tantas, tantas cosas. Efectivamente así lo hizo, y por medio del cura de Rubielos, del notario y de un matrimonio amigo del pueblo naturales de Alcorisa, donde supieron de ella, localizaron a su madre. Marchó a aquella población y, acompañada por el sacerdote del pueblo, llegaron a Foz Calanda, llamado así por la raíz latina del término, que significa

garganta

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garganta de río, pueblo del bajo Aragón, tierra de agricultores y ganaderos. La vieron a la entrada del pueblo, a la sombra del monte del Castillo y enfrente del monte del Palomar, trabajando en el campo como una jornalera más entre un nutrido grupo de mujeres. Pero T o masa no quería reencontrarse allí con Carmen, al ai.re libre y en medio de una multitud que pasa en manada hacia la vega del río Cfuadalopillo, y le pidió al cura que el reencuentro se produjese en la casa Abadía, cerca de la iglesia de San Juan el Bautista. Mientras esperaban, haciendo un poco de tiempo, acompañaron a T o masa a refrescarse a la fuente de Eleuterio Blasco. Al verse, dentro de la estancia del despacho parroquial, la tía dijo [en un tono educado pero recio y respetuoso]: -"Espero no se moleste sí le hago una pre_s¡unta personar: -"¡C7aro que no!- dijo la anciana Carmen sin casi alzar la mirada, prácticamente oculta por un pañuelo pajizo y desmembrado". -"¡Usted en su juventud tuvo una hija!': le preguntó la tía. A lo que le contestó rotundamente la mujer: -" ¡ S11. Y cuando fui a buscade ya no te encontré': Contaba la tía que se dieron un gran abrazo emocionado, entre llantos y agitadas y hermosas palabras de cariño. Lamentablemente, sólo se vieron unas dos o tres veces más. Las continuas cartas que le enviaba la tía a su madre, completamente analfabeta, le eran leídas por sus otros hijos alterando las palabras de T omasa. Seguramente, una vez más, instigados por estúpidos temores de dispersión de herencias y legados.

¡Siempre

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¡Siempre nuestras miserias y celos humanos!. Vn amargo fin para una aventura vital tan repleta de aflicciones y penas.

Pensamiento Desde entonces, en ocasiones, tan sólo en ocasiones, tenía la necesidad de cerrar ficheros y notas, dejar extendidas sobre alfombras, pieles, sofá y cama las carpetas abiertas, los papeles, testigos de cargos y descargos, de compras y ventas. De dar la vuelta al grifo de la soledad y el pensamiento para salir y, en la noche, dar una caminata hasta la rambla del Romeral, para luego entrar en la cocina por el Muro y, contra su hábito y costumbre, transgredir sus propias reglas, cenando algo sola, acompañada de una buena copa de licor y ella misma, ataviada de circunstancias. No, no era una exigencia filosófica, ni la necesidad o el hambre. En el fondo era alma solitaria. Y como todo solitario solía nutrir sus diarios más de rumores de fondo, conversaciones y palabras. Eligiendo un rincón discreto y solitario desde el cual dominaba presencias ausentes, abría sus orejas más que sus ojos, queriendo recoger palabras al vuelo de los seres, a veces no tan queridos, que pululaban por aquella estancia como en el sueño de la razón. De aquellos que le habían dejado y que creía escuchar a media voz, como en una conversación vecina, entre trago y trago de un Carmelitano de quince años. Por eso también, entre pensamiento y pensamiento, este momento de intimidad continuaba siendo su orgiástico placer. Repasando y confrontando sus experiencias, con libros, notas e historias del pasado,

contundentes

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contundentes y cotidianas. De personaje a personaje, de una a otra individualidad, más allá de generaciones y siglos. Y se sintió como Rafael Alberti al hablar sobre los ángeles: "fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros y que hay puertas al mar que se abren con palabras'. Para T omasa la vida había ido progresando como un tren lento, muy lento, A veces ascendiendo levemente dejando detrás la línea del mar, otras renqueando y pidiendo auxilio, Vnas abriéndose a verdes valles, otras atravesando montañas y caseríos abrazados por algarrobos y olivos, muchas otras penetrando en interminables túneles de penumbra. No llegó aquella mujer corpulenta a apreciar muchas más cosas de su entorno, poco después de la boda entre Miguel y África dejó a todos los suyos casi sin hacer ruido, teniendo sólo tiempo para conocer a su primera niña, Encarna. Se marchó sin presenciar el transcurrir de la vida en los acontecimientos. La industria de fabricación de aguas carbónicas, gaseosas, limonadas y sifones, la panadería, el infarto de Miguel y su supervivencia, la fábrica de alfombras, el abuelo como director de la Caja de Ahorros del pueblo, la recuperación de la Cofradía de la Sangre de Cristo, las fiestas en honor al Lignum crucis., Tiempos de vejez y tránsito que se encargó de cerrar de una manera diferente a cómo habían hecho con ella muchas décadas atrás, dejando todo lo que había ido reuniendo en vida, todos los bienes materiales e inmateriales de su existencia, a su querida muchacha turolense, espigada como el trigo en verano junto a la ermita de los mártires, regado por el agua clara de la

Jordana.

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Jordana. Atinando en el destino y reconciliándose con el hacedor como madre de una estirpe con similitudes casi evangélicas. La vida es así.

VIENTOS Y VElAS

Vientos y velas de pergamino, recorriendo antiguos caminos por las bravías aguas de la mar. Rogando al azote de los céfiros que soplan la última llama de un sol que se ahoga profundo, que fallece atrapado en la marea con sus brazos en el ai.re y su mirada fija en el retomo.

Como lentejuelas de destellos, espejos de un cielo que se mira, caprichoso y coqueto. Que levanta lágrimas con su aliento, armando mediodías de levante reclamando el beso de la orilla. Canto de sirena de todos los deseos susurrando los oídos del patrón cautivo con cuerda, con vistas a babor.

Y sobre la cubierta de sabina admirar tus torres de teja e imaginarme en el carro del Magnánimo atravesando tus murallas en triunfo por la holgada puerta de la gloria.

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UNA FÁBULA DEL CORAZÓN

Epílogo He querido observar esta afligida historia con los ojos de un niño que mira al mundo como atónito, escribiéndolo con las pupilas, ilustrándolo con la mirada, pintando sus páginas con pequeñas pinceladas hechas de vistazos, pestañeando los buriles de los párpados. Como un pequeño ingenuo, de puras y limpias facciones, porque sólo con el espíritu de un niño puedo llegar a comprender la esencia del mensaje de la belleza, desembarazándome de las telarañas de los años, entendiendo lo estimado por apreciado. Vn cosmos fascinante de formas y diminutas manchas que configuran formas y letras y que tiene un sentido mucho más allá de su significado y de la sencilla expresión, estimulando almas, juguetes de la capacidad humana para crear lo destruido y destruir lo creado. Para un niño una narración de sus mayores es como ese pequeño cochecito que te lleva por la magia de colores y le permite llegar a sentir la primaria y mágica inspiración del artista, elaborando las formas y las frases con el talento de sus manos, generando reflejos de ansia, volcando en el pliego esas pequeñas interpretaciones del yo del espíritu, sin la disciplina rigurosa y mediática que nos ofrece la experiencia. Sólo pensando como un niño somos sensibles a la belleza de la naturaleza, edificando sueños y transformando lo real en imaginario, enriqueciendo los sentidos convertidos en tonalidades de amplias gamas, de pensamientos amados, respirados. Observando las formas, tocando, amando y llorando. Pasión virgen de corazones despejados, tocados como de misterio y equilibrio, despojado de remordimientos por no haber

tenido

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tenido tiempo de tenerlos nunca. Arte y poesía, pasado e historia, no sólo se complementan. Allá, en el límite de una, surge la otra, como deseando seducirse en silencio pero demasiado diferentes para significar una misma cosa. Pero es mejor no entenderlo todo, respetar la ausencia de reglas que los nuevos tiempos han querido ofrecer a los intérpretes, un nuevo idioma de desesperado esperanto capaz de ser identificado por todos, como percepción personal de todo un mundo de ideas. Únicamente un infante puede advertir, sentir pasión u horrorizarse sin confesarse mediatizado, danzando titubeante con sus percepciones, embriagado de sinceridad en su primario discernimiento, sin resultar indiferente, como el arte. Alejado de un sentido tan a veces distante y disperso como el gusto. Tan sólo un niño es espectador capaz de buscar la verdad en la belleza, como filosofía de un pensamiento en ciernes, como alimento de la voluntad que nos acerca al cielo, donde bailan los astros iluminándose el rostro unos a otros como en el espejo imaginario de las constelaciones. Éste ha querido ser tan sólo, queridos amigos, la narración de un romance a través de las vivencias reales de una persona que, sin vínculos de sangre, estuvo muy próxima a todos los míos y que yo jamás pude llegar a conocer, aunque si que he intentado, no sé si logrado, reconocerla. Siento si algún detalle importante se me ha escapado. Desde el año de su muerte al de mi nacimiento muchos lustros han corrido los cien metros lisos y la memoria de aquellos que convivieron con los hechos muchas veces tiende a

desvanecerse

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UNA FÁBULA DEL CORAZÓN

desvanecerse con el dilatado peso de las generaciones. Ha sido un pequeño recorrido al que me ha gustado ser invitado, descubriendo un mundo inadvertido a través de los papeles, que se conservan casi todos, de todos estos hechos y de la memoria prodigiosa de las personas que han ayudado a reconstruir al personaje. He hallado, mucho más allá de la mera anécdota, unos actores a veces cabales otras no tanto, encontrándome con hechos insólitos pero que ayudan, en gran medida, a conocer mejor al hombre, sin esfuerzo, atisbándolo desde una perspectiva muy lejana a la de un crío. Creo que ha valido la pena. El relato de T o masa Ventura de (/racia es un poemario de epopeya. Es el triunfo del corazón y el amor a costa de la vida entera, por encima de los pensamientos, la realidad y el deseo, como llamarse quieran. La vida, hada adversa que le maldice apenas desembarca sus pañales sobre la arena, transcurre causando un alto precio a su principal comediante, rompiendo su equilibrio a cada paso. Triste sonata de pesadillas y contrariedades que fue golpeando al roble palpitante de la mujer sin quebrantarla, sin fatigarla en su existencia, pero endureciendo sus rasgos y transmitiendo energía a su mirada. No teniendo nada de particular, era la única fuente de agua viva dentro de un desierto indolente. De su caño, poco hermoso, no brotaban aguas minerales sino más bien blandas, como criadas en unas entrañas rocosas repletas de cantos y líquenes. Pero de su abrevadero partía una leve pero firme corriente que se abrió paso entre las tierras arcillosas y estériles, fertilizando la hacienda de cardos desgranada por cardelinas y

gorriones,

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gorriones, cruzada por carreteras cenceñas y craqueladas como la pintura de los lienzos de pinturas antiguas. T omasa Ventura de Ciracia, sin ser nadie de particular, convirtió en floresta frondosa la tierra salada y devastada. Sin tener nada, ni siquiera afecto, lo tuvo todo, incluido una familia que la encumbró siempre como referente. Como hemos dicho palabras arriba, murió el mismo año de 1946 en que África dio a luz a su primera hija, mi madre. Falleció sabiendo que dejaba tras de sí una estirpe, dándose cuenta de qtle la había buscado fuera, teniéndola en su propia casa, no de linaje ni abolengo pero sí de corazón noble y sin heráldica. Y fue enterrada en el cementerio de Rubielos, al entrar a la derecha, donde hoy en día reposan sus restos. Al igual que a otros de los personajes de esta historia, tampoco se le colocó una cruz para marcar el lugar de su último descanso. Y de sus salobres torrentes resurgieron frondosas formas de vida ... en esperanza.

Finís .. . Laus Deo

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La tía con la gente de casa. Entre ellos Pedro y los abuelos

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Basada en una historia real este libro cuenta las vivencias de Tomasa Ventura de Ciracia (1876-1946) . Abandonada en un un pueblo del bajo Aragón casi recién nacida, todavía envuelta en pañales, y criada en un orfanato de Terue!, acabó convirtién­dose en una heroína en su lucha infatigable por la vida y el incansable rastreo de sus orígenes. Vn relato desarrollado en Rubielos a caballo entre dos siglos, en una España todavía con­valeciente de los avatares del carlismo, en tiempos de restaura­ción y república, de guerra civil y posguerra. Ésta es la narración biográfica de una fábula contada en tiempos de guerra y represión donde esta gran mujer se alzó por encima de las contrariedades para entonar la salmodia brillante de la existencia .

... un año de palabras