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Veronique Sales - Bloch 20

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M A R C B L O C H

Esta facultad para aprehender lo vivo es la principal cualidad del historiador.

Libros o artículos, todos los textos de Marc Bloch son cautivadores. A menudo trata los temas de forma mordaz. Hace que nos interesemos por la 1 1 ilica del error de los historiadores modernos sobre el populismo atribuido .1 los Capetos o por la creencia de los hombres de la Edad Media en el poder sanador de los reyes, así como por las investigaciones en largos periodos y en amplios espacios sobre el molino, las invenciones medievales o el papel ile la moneda. Marc Bloch nos tiene en vilo; sabe restituir la lógica sinuosa tic la investigación antes de revelar cualquier conclusión provisional. Por otra parte, esboza de manera rotunda cuadros de personajes típicos y revela paradojas sociales como las del caballero siervo o del hidalgo de campo que persigue el lucro. Alterna las evocaciones concretas, sabrosas, con los razonamientos profundos, estimulantes, que permiten entender o entrever mecanismos sociales y psicológicos. Por ello, siempre encanta a su lector y le ayuda a reflexionar; es tan denso incluso que al estudiante se le hace difícil tomar notas, hacer resúmenes sobre lo que ha escrito. Habría que aprenderlo de memoria. Se prestaría, en todo caso, bastante bien a tal ejercicio, ya que citaba, o creaba él mismo, sentencias de autor espirituales y audaces. Varias de estas últimas han tenido suerte: el historiador, por ejemplo, se confiesa o se pretende un hombre que «olfatea la carne humana» y «sabe que ahí está su presa» , renuncia a la adoración «del ídolo de los orígenes»2, e inhala en el vasallaje «un olor de pan cocido en casa» \I lace que nos interesemos por su combate en Annales, fundada con Lucien Febvre en 1929, a favor de una historia más abierta a las ciencias sociales para que éstas le den ideas para nuevas investigaciones al mismo tiempo que le ayuden a comprender y conceptualizar.

1. Apologie pour l ’Histoire, pág. 35; N. de las t..trad. esp.: Apología para la historiao el oficio de historiador, México, 1996, pág. 139.

2. Ibíd., pág. 141.3. La société féodale, I, pág. 361 de la edición de 1939; N. de las t.: trad. esp.: La

sociedad feudal. II. La formación de los vínculos de dependencia, México, 1958, pág. 272.

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92 I (>S I l i s H INI Al M >1' I

Y sin embargo, Marc Bloch no es del todo nuestro contemporáneo. Las ciencias sociales han cambiado: la antropología, cuyas aportaciones enriquecieron enormemente la historia medieval desde los años 1970, no es la misma que se reclamaba, en 1924, en Los reyes taumaturgos. El propio imperio de las «problemáticas» y de las «cuestiones» previas a cualquier investigación histórica es actualmente tan amplio que a veces es menester abrir un segundo frente de combate: en vez de apelar siempre a menos «positivismo», importa también tener cuidado con el exceso de «proble­mática» y pedir un poco más de atención al hecho aislado, aquél que aparentemente no tiene interés, aquél que no sabemos relacionar con otros, aquél que corre el riesgo de rebelarse contra la teoría en boga... De todas maneras, cualesquiera que sean nuestros debates sobre la debida proporción entre empirismo y teoría, todos vivimos en una esfera moral y mental distinta a la de Marc Bloch (1886-1944), y nuestra escritura de la historia ha cambiado. Georges Duby nos acostumbró a tener otros «puntos de vista», a la vez más variados y más fragmentarios; él puso en evidencia las lagunas de la información, la incertidumbre de nuestros razonamientos; cuestionó el comparatismo escolástico de La sociedad feudal.

Por admirable que sean, el estilo y el pensamiento de Bloch son los de un profesor de la Tercera República. ¿Se pueden leer todavía con confianza y provecho? Me parece que sí, con la condición de situarlos bien en el contexto intelectual de esa república que hizo nacer dos «escuelas históricas» sucesivas: primero, el «positivismo», o mejor, la escuela metódica, a partir de 1875; luego, la escuela de Anuales en 1929. La segunda se opuso con fuerza a la primera y, sin embargo, con el paso del tiempo, nos pueden parecer hoy más complementarias que opuestas. La herencia recogida por Marc Bloch era ya rica y diversa y él mismo había sido en su juventud testigo de un gran debate entre la historia y la sociolo­gía. Por ello, debemos presentar un poco su itinerario.

Ley en d o a Fu st e l d e C o u la n g es y a D u r c k h eim

Gustave Bloch, padre de Marc, procedente de una familia judía de Alsacia perfectamente integrada y muy republicana, fue historiador de la Antigüedad romana. Su carrera se desarrolló a partir de 1870, beneficiándo­se del gran auge de la historia universitaria: era el momento de la profesio- nalización definitiva de los historiadores, con un método riguroso como carta de presentación de su oficio. La Revue historii/uc. fundada en 1876, tenía como regla la investigación de los hechos brillos y concretos, su desciirtción «nnsiliva». en contra de los .sistemas ■ mmIii , . I.i . ideologías

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MANI Itl (XII

Inoportunas. Pero, l;i descripción, e incluso la observación atenta o la crítica de las fuentes, no pueden conferir a la historia la misma cientificidad que ii las otras ciencias «duras» que deducen leyes, explican y entienden sintéticamente las cosas según el proyecto propiamente «positivista» propuesto por Auguste Comte. Por eso la mayoría de los historiadores eran empíricos y estaban orgullosos de serlo, en una época en que Seignobos yI nnglois escribieron su Introducción a los estudios históricos (1898)4, que llloeh rechazó, en 1942, en su Apología para la historia.

Subrayemos cuán fecunda fue la época en que nació Marc Bloch. Los partidarios de hechos positivos cumplieron un trabajo destacado que no se limitó, por lo que ala Edad Media respecta, a los acontecimientos políticos. Desde 1886 a 1917, Jacques Flach entregó en cuatro volúmenes sus < kigines de l ’ancienne France, en los siglos X y XI; este estudio, basado en la lectura de todos los archivos disponibles, proporciona una visión viva y concreta, no desprovista de alguna observación profunda, sobre una «sociedad feudal» que, desde Guizot (1830), se consideraba de manera demasiado teórica. Los lectores de aquella época apreciaban en la historia «positiva» las mismas calidades que en las novelas de Zola o de Maupas- Mint: demandaban datos sobre la fortuna y las condiciones de vida de las clases sociales a lo largo de la historia y sospechaban la impostura del Idealismo. A La chevalerie mistificadora de Léon Gautier (1884), Paul « mi Ihicrmoz contrapuso en 1901 su Essai sur les origines de la Noblesse enI unce, muy erudito, muy atento a los elementos concretos, pero a la postre muy juiciosamente económico y social: hoy se utiliza todavía aun cuando m i conceptualización parece algo débil. A la glorificación de los Capetos Como amigos del pueblo, como propuso también Lecoy de la Marche en 1884, Henri Sée pudo contestar en 1902 con un enfoque contundente, en su monumental estudio sobre Les Classes rurales et le régime domanial en I'ronce au Moyen Áge. Todo eso formó un sustrato muy rico para las tellexiones sintéticas de Marc Bloch en su Sociedad feudal de 1939-1940.

Por supuesto, esa producción de 1900 no estaba libre de defectos. Nos i uesl ionamos, hoy, la ideología y los paradigmas que, a su pesar, impregna- mn a todos los empiristas declarados, pues ya no creemos que «el hecho» lenga valor por sí mismo. Un hombre como Marc Bloch se irritaba cuando se negaban a relacionar unos hechos con otros y a razonar sobre un sistema Hocial; así aislados unos de otros, no permitían ni siquiera apreciar la diferencia mental y social entre las épocas pasadas y las nuestras. Tanto más cuanto que se había impregnado, junto a su padre, de los trabajos de Nmna-Denis Fustcl de Coulanges (1830-1889), de La ciudad antigua

•I N . </<■ l a s l e x i s i c i i i i . i l i a d o s p . r é d e n t e : ( ' l i a r l e s I . a n g l o i s y C h a r l e s - V . S e i g n o b o s ,

I u I i i k / i u i Í d i i . i l o s I s l n t l i o ¡ n t r o d i i e l o r i o y ñ o l a s d e I r a n e i s e o S e v i l l a n o

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94 I OS MIS I OKI Al IIII'I

(1864) y sobre todo de la Histoire JesInstitutions¡n¡hln/inw Je/'anciennc France, empezada en 1875 y que quedó inacabada, en los albores del siglo ix. Ahora bien, aunque apegado a las severas reglas del método, Fustel nunca abandonó la idea de una historia comprensiva y sintética cuyo principal tema sería la socieJaJ, en la larga duración de su lenta evolución; planteó problemas de historia, en particular los concernientes a las «ideas» de una época, entendiendo por este término lo que más tarde se llamaría «mentalidades». Y Marc Bloch fue y seguiría siendo siempre, en la línea de su padre, un poco discípulo de Fustel de Coulanges. De él tomó consciente­mente muchas observaciones de semántica histórica o la idea de acercarse a la servidumbre medieval a partir de las manumisiones, y sobre todo, sin darse cuenta, la celebérrima crítica, en 1942, del «ídolo de los orígenes». En cambio lamentó, no sin razón, la incapacidad de Fustel (confesada en 1883 en una carta al inglés Frederic Seeboh) para observar la forma de los campos actuales y de intentar el método regresivo en el análisis de los sistemas agrarios. Crítica y olvido ampliamente compensados por un bonito homenaje: «En efecto, esta facultad para aprehender lo vivo es la principal cualidad del historiador. No nos dejemos engañar por cierta frialdad de estilo, los más grandes entre nosotros la han tenido: Fustel o Maitland a su manera, que era más austera, y Michelet, no menos» 6. Los otros sólo son «anticuarios». ¡Y quizás este sentido de lo vivo, de las relaciones entre los hechos sociales, es un «don de las hadas» que se recibe en la cuna, pero que, a pesar de todo, se cultiva útilmente a través de buenas lecturas!

En 1896-1898, la historia metódica renegó un poco de Fustel de Coulanges (Seignobos lo encontraba poco confiado en el trabajo colectivo de la profesión), y fue el sociólogo Emile Durkheim quien se valió de él en L ’Année sociologique. Precisamente el joven Marc Bloch y varios de sus camaradas, lo más curiosos, de la ENS descubrieron y leyeron con pasión esta revista; se impregnaron de las ideas del fundador de la sociología francesa, que era, por otra parte, amigo de Gustave Bloch. Sabido es que Durkheim definió los hechos sociales como cosas, es decir, como hechos que dependen de un acercamiento específico, distinto del sentido común al que se atenían los empiristas. La sociología debía establecer entre ellos conexiones pertinentes, y se justificaba como ciencia a través del método comparativo entre los medios sociales con fines explicativos. Llegó a reconocer la importancia de una «conciencia colectiva». Y reconocemos la marca exacta de Durkheim en el autor de Los reyes taumaturgos cuando

5. N. de ias t.: trad. esp.: La ciudad antigua: estudio sobre el entio. el derecho y Its instituciones de Grecia y Roma, estudio preliminar de Daniel Moirnn, l’omiii I97K.

6. Apología para la historia, pág. 155. Frederic W ill......Mnillnmll Inmi 1906), autorde ensayos luminosos sobre la ley y la alta Hdad Medm myl< ><n 11 'om, \,hn llonk uní/beyond. ( mullí idue. II K. I H‘)7).

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M A M ' III ( X 11

proclama que «no oni cosa de estudiar los ritos de curación aisladamente, separados de todo ese conjunto de supersticiones y leyendas que constituye10 “maravilloso” monárquico. Habría sido condenarse de antemano a no ver en ellos más que una ridicula anomalía, sin vinculación alguna con las tendencias generales de la conciencia colectiva» 1. Marc Bloch era, entonces, durkheimista en toda la trayectoria de pensamiento que le condujo hacia lo social y lo mental (que él llama más bien los «hechos psicológi­cos»), Apreciaba también, además de la geografía, la psicología, la11 ngüística de su amigo Meillet (asimismo comparativa). Todo ello le servía directamente para su oficio de historiador.

Pero, a partir de 1903, una verdadera separación dividió, en Francia, la sociología de la historia, y las rígidas posiciones de unos y otros no le satisfacían. Situados frente al reto de las ciencias duras, verdaderamente positivistas, los sociólogos reivindicaban demasiado la unidad y la eientificidad de las ciencias sociales, bajo su propia dirección (y de anexionarse a Fustel), mientras los historiadores se replegaban en su disciplina, modestamente descriptiva, y en un cierto escepticismo del que Seignobos era un buen ejemplo. Lucien Febvre hizo una crítica muy dura de aquella historia «historizante». Marc Bloch, por su parte, aunque esluviese cerca de los sociólogos y economistas, defendió siempre, en contra de ellos, la autonomía de la historia. Su Apología, esbozada en 1941- 1942, define ante todo, tras Fustel, la profesión de historiador como una de las más difíciles. Luego critica y aprueba a Charles Seignobos y la Introducción a los estudios históricos, que redactó en 1897 con Charles- Victor Langlois. El cuidado de la erudición, de las discusiones críticas, en particular, aparece como uno de los valores comunes que compartían todos los historiadores de la Tercera República. La organización colectiva del trabajo, orquestada en Annales por el campo económico y social, era lambién una consigna heredada de la generación precedente, la de la gran profesionalización.

En el marco de aquella organización, al joven Marc Bloch se le encargó, en 1909, una tarea específica: preparar un estudio monográfico, o sea un11 abajo de base, sobre Lespopulationsrurales d ’íle-de-Franceál ’époque du servage, bajo la dirección de Christian Pfister. Para él, se trataba de un buen lema. Permitía discusiones críticas, de las cuales tenemos una primera impresión en uno de sus artículos pioneros (1912) sobre Blanca de Castilla y los siervos del cabildo de París 8. Introdujo también reflexiones verdade- i ámente sociológicas cuando el joven historiador dudaba: «¿Qué era en

7. L es Rois thiiuniituryes, pág. 18; N. de las t.: trad. esp.: Los reyes taumaturgos, Míxico, I ‘>SH, p»n .'(>

K. Mckmm's hi'li >/ k/ii< 1.1 >ii)V'. 462-490. N. de /as t.: trad. esp. en Marc Bloch, Reyes i sii'imis otros csi iito\ n'/'if l.i mv i ii/uiiihn', ( Iriiniida, 2006.

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96 LOS HISTORIADORES

realidad un siervo?» 9. También apeló a una verdadera aclimatación en Francia de la historia de los sistemas agrarios, que se había adelantado en la Inglaterra de Seebohm, y sobre todo en la Alemania de August Meitzen. El joven Marc Bloch, al mismo tiempo, y al margen de la tesis, aplicó toda su perspicacia en un buen artículo erudito y razonado, desarrollado a partir de su erudición alemana, dedicado al rito de ruptura del homenaje l0, y al que Jacques Le Goff replicó en un estudio de 1976.

Los REYES DESMITI PICADOS

Llegó la Primera Guerra Mundial. Sargento y luego oficial, Marc Bloch participó en ella con una entereza y una sangre fría que le valió la Legión de Honor y cuatro menciones. Flay que leer sus Souvenirsde la campaña de 1914, redactados a principios de 1915 durante una convalecencia. Aparte de la riqueza del testimonio, permiten percibir al hombre, siempre listo para la acción y para una reflexión sobre ella que le ofreciese un poco de perspectiva. Nada temía más que equivocarse o ser engañado sobre una situación. «Soporto menos la incertidumbre que las malas noticias y nada me molesta tanto como el sentimiento de que se me esconde la verdad» Una vez desmovilizado, sabría «sublimar» su resentimiento de 1914 en un artículo de reflexión sobre los rumores de la guerra 12 que no es sólo propio «de un historiador», sino también de un psicólogo sagaz. Mientras tanto, él mismo reconocía la complejidad de los sentimientos que lo animaban. «Del lOde agosto de 1914 hasta el 5 de enero de 1915, llevé una vida sumamente diferente a una vida ordinaria, una vida bárbara, violenta, a menudo pintoresca, a menudo también de una sombría monotonía, con partes de comedia y momentos cruelmente trágicos. En cinco meses de campaña ¿quien no amasaría una rica cosecha de experiencias?» '3. Participaría en más después de aquélla, pero sin dejar un relato comparable a estas páginas de recuerdos sobre el verano y el otoño de 1914. La guerra fue para él una prueba y un inmenso cansancio, pero no parece que ello le provocara una crisis de conciencia radical. Continuó pensando en su obra de historiador (¿pensada para protegerse del horror percibido al menos una vez en 1916, en el Somme?) y, tras su desmovilización, la retomó con una energía intacta, con una verdadera moral de vencedor. Nombrado rápidamente

9. Reyes y siervos, pág. 38.10. Mé/aiifies historiques, I, págs. 189-201).II liento degüelle (IV24-IVIH), píig. 122.

• -Á..u 41.S7. /V, i/e l,i•• / iiml i i|i Wii'IU'xiones de untu —i, Uivtnriu e

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MARC' BLOC’II

profesor en la Estrasburgo reconquistada, se tomó a pecho encarnar con sus colegas, frente a Alemania, una ciencia francesa en auge: ¿No se trataba de recobrar, también aquí, el terreno perdido por la frialdad de los «vencidos ile 1870»? Era, además, bastante buen germanista, lo que le permitió apropiarse de lo mejor de la ciencia alemana y examinarla. El primer proyecto de Armales, bosquejado ya desde 1921 por Lucien Febvre y Bloch, era también el de una revista interaliada, presidida por el belga Henri l’irenne, para destrozar la Vierteljahrschriñfíir Sozial-und Witschafísge- ehichte, fundada en 1903 por Georg von Below.

En 1920 se publicó el gran capítulo que le sirvió de tesis, en atención al pesar que asolaba a los hombres de su edad en la gran guerra. Reyes y siervos es un análisis crítico muy hermoso de la manumisión de los siervos reales alrededor de 1302,1315 y 1318. Se trataba de luchar contra una vieja tradición histórica que reconocía a Luis X y Felipe V el mérito de haber llevado a cabo una manumisión general en sus dominios y de una idea política y moral nueva y generosa, una especie de declaración capeta de los derechos del hombre a través del preámbulo: «según el derecho natural cada uno debe nacer naturalmente libre». Ahora bien, Bloch demuestra con un gran profesionalismo, lo que ya era un lugar común de aquel tiempo, que ello no debe hacernos olvidar que los reyes hicieron pagar la manumisión. «La elocuencia intempestiva de un pasante (elere) (...) ha hecho que, ilurante mucho tiempo, se le atribuyera a una modesta medida financiera un brillo equivocado» l4. Jacques Flach ya lo había adelantado en la denuncia ile la fraseología de los preámbulos de las «manumisiones», y Henri Sée en la de su elevado precio. Pero Marc Bloch, profundizando en el estudio de los mecanismos fiscales y administrativos, afinó enormemente. Pasó a una reflexión psicológica sobre la manera en que los «escribanos» y el público habían podido creer, por lo menos a medias, esas buenas intenciones proclamadas. «Esas pequeñas hipocresías son muy curiosas: ¿quién podrá decir en qué dosis se mezclaban, en aquellas almas ingenuas y un poco I oseas, las rutinas del arte notarial, el sentimiento de buen tono y, quizás, una cierta esperanza de engañar al cielo?» I5. El escribano no fue estigmati­zado por su mala fe, como lo hubiera sido por algún anticlerical «positivo» al estilo de Flach; empieza a tener una mentalidad, se convierte en objeto de historia en sí mismo, a inspirar una especie de simpatía divertida.

A pesar de su brevedad y de su clasicismo, Reyes y siervos no es una obra insignificante, ni un callejón sin salida, pues dos artículos 16 desarrolla lian después sus pormenores. Marc Bloch empezó a percibir aquí «algo de

14. Reyes y nicrvas, piig I '15. ibid. pág 17(1k. MMnnutw liish*/ii/iii's I i' ir I ' l(>l y 491-502, /V, tic tus i.: el Inmbién los

.u *<m i i v f < v i < > . v C269-412)

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tornadizo c indefinidamente plástico» 1 cu d den1» lio de la .servidumbre su propia definición, por tal o cual criterio privilegiado, como el chcvngc [capitación] o la talla arbitraria, fueron objeto de luchas socio-jurídicas, Lncuanto a las trampas de la manumisión, volverían a ser el centro de las

18disertaciones sobre los colliberti . Y estas últimas, a pesar de no ser totalmente convincentes, abundan en ideas pioneras sobre los ritos de la servidumbre.

Pero aquí de nuevo una crítica del «resplandor engañoso de los reyes», en un libro más original e inspirado directamente por la sociología. En 1924, en Los reyes taumaturgos, Marc Bloch se dedicó al estudio del milagro real que era la curación de las escrófulas por el tacto, en Inglaterra y en Francia desde el siglo XI hasta, respectivamente, en 1714 y 1825 (con un fuerte ocaso durante el siglo xvili). Los reyes de ambos países seguían vías paralelas o rivalizaban entre ellos. Ese rito curioso, rutinario, obliga, sin embargo, a reflexionar sobre la especie de fuerza sobrenatural que la opinión les reconocía y de la cual había muchas más señales. «Estos hechos son perfectamente conocidos por los eruditos y los curiosos, al menos en sus grandes líneas. Pero debe admitirse que repugnan particularmente a nuestro espíritu, porque casi siempre fueron pasados en silencio. (...) Las páginas que van a leerse tienen como objetivo colmar este vacío» . Y Marc Bloch considera toda una serie de supersticiones y leyendas, que van desde el exorcismo por los reyes de Castilla al carisma del séptimo hijo, pasando por la reptación de los reyes ingleses ante la cruz y sus anillos curanderos. Cuando un partidario de Eduardo III afirmó, en 1340, ante los venecianos que Felipe VI de Valois podría enfrentarse sólo a leones hambrientos, para probar su derecho, ese extraño desafió merece nuestro interés. «Estas vanas propuestas (...), a pesar de su aparente insignificancia, arrojan muy viva luz sobre algunas cosas profundas». ¿Tendría estos poderes un plenipotenciario en 1924? «La diferencia nos revela el abismo que separa dos mentalidades; pues tales propuestas, formuladas sin duda “para la galería”, responden necesariamente a las tendencias de la conciencia colectiva» 20. A la influencia de Durkheim se añade aquí la de Lucien Lévy-Bruhl, autor en 1922 de La mentalidad primitiva 2I, quien estableció un fuerte contraste entre el pensamiento «prelógico» o «místico» de los primitivos y la razón de los civilizados. Siguiendo la pista de sus reyes taumaturgos, Marc Bloch no evita expresiones como «espíritus bastos», «aberraciones», «pensamien-

I / Reyes y siervos, pág. 39.lu A lelanyes historiques, I, págs. 379-451. N. de las /..trad. esp. en Reyes y siervos,

lililí', l'j/ 400l '< / 1>% /.•!«•% tiMiDiiturnos. págs. 25-26.’ll llihl, prtp. 24.’l \ ,1, l,i ■■ i iiml i - s | > / .7 mentalidad primitiva, Buenos Aires, 1945.

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los todavía poco evolucionados». ¿Pero podían prescindir mi autor y sus lectores de este lipo de afirmaciones en 1924? ¿Y quién de los otros medíevalistas leía entonces ¡i los etnólogos?

Desde el siglo Xiv se comparaba el paganismo griego o romano, e incluso la caballería medieval, con las costumbres de los «salvajes nmericanos» o, en el siglo XIX, el derecho «germánico» de la alta Edad Media con el de los pueblos no europeos. La rama dorada de sir James l 'razer procede así a un comparatismo universal. Marc Bloch, que leyó dicho libro, encontró en él el poder curandero de los reyes de las islas Tonga. «El estudio de las tribus de Oceanía aclara el concepto de la realeza sagrada, tal como floreció en otros cielos, en la Europa antigua o medie­val». Marc Bloch añade enseguida: «Pero no cabe esperar que encontremos en Europa todas las instituciones de Oceanía» 22. ¿Debería pensar, por ejemplo, que originalmente en Europa, como en las islas Tonga, los reyes podían a la vez transmitir la enfermedad a sus enemigos y curar a otros hombres? No, y tanto más como buen seguidor de Fustel de Coulanges, él supo evitar la idolatría de los orígenes y descubrir en el poder curativo de los reyes, no la supervivencia insípida de no se sabe qué paganismo, sino más bien una elaboración nueva del siglo XI, en contexto cristiano. Lo que distingue a Bloch, con mucha razón, es sobre todo la originalidad de esta laumaturgia real que persigue «fines individuales», respecto a realezas sagradas generalmente ensalzadas por su influencia sobre los destinos colectivos: ¿no ejercen más bien una influencia sobre la naturaleza en su conjunto, permitiendo que crezcan las cosechas y garantizando la ausencia de epidemias? Marc Bloch señala que «los reyes que curaban parecen haber

23sido siempre y en todas partes bastante raros» y advierte que Frazer volvía siempre a sus únicos dos ejemplos, que la antropología reciente ha, ciertamente, desestimado. En la alta Edad Media, la cristianización de los reyes les privó del poder cósmico; con una compensación, la unción de la consagración los santificó hasta realizar al final el milagro de las escrófulas 24. Si dicho milagro se desarrolló en el siglo xi, ¿no sería, se pregunta Marc Bloch, porque las dos dinastías, capeta y normanda, eran todavía recientes en su país y reclamaban su legitimidad? Según él, el primer taumaturgo fue Roberto el Piadoso (996-1031). Recientemente se ha cuestionado esta afirmación de Marc Bloch, atrasando la génesis del milagro real hasta Luis VI ( 1108-1137); Jacques Le Goff evoca también un avance de la «cultura popular» para apoyar esta génesis. ¡Tengo, sin embargo, cierta dificultad para privar a Felipe I (1060-1108) del milagro

22. Ibíd., pág. 59.23. Ibíd., pág. 64.24. N. de las t.: Se trata de una enfermedad que curaban supuestamente los reyes

franceses e ingleses de la época, una infección de los ganglios del cuello por tuberculosis.

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real y creo bastante en la influencia de la Querella de las Investiduras, en la que el Papa señaló, de manera imprudente, que los reyes eran demasiado laicos para hacer milagros.... y éstos últimos contraatacaron! Pronto se alcanzaría una especie de compromiso del que las palabras de Marc Bloch dan perfecta cuenta: los reyes estaban revestidos de un carácter casi sacerdotal 25. Su taumaturgia se estableció por mucho tiempo, pero se evitaron, en general, los debates sobre sus consecuencias.

Fue una historia a la vez larga y con gran repercusión, cuyo dossier completo nos ofrecen Los reyes taumaturgos, iconografía incluida, con un comentario sobrio. Los maestros y colegas del autor quedaron cautivados, en 1924, por su capacidad para recopilar fuentes y hay que insistir en el talento excepcional de Marc Bloch tanto en este sentido como en otros. No aplaudieron tanto la audacia antropológica de su discurso. De hecho, cuando define Los reyes taumaturgos como un ensayo de historia compara­da 26, no piensa tanto en las semejanzas con Australia, sino que propone más bien la historia paralela de dos sociedades vecinas. En un artículo de 1928, distingue entre comparar sociedades próximas y comparar sociedades que no tienen influencias mutuas, ni un origen común y afirma haber ofrecido en Los reyes taumaturgos «un ejemplo muy claro y a la vez incomparable de la utilidad y de los límites de la etnografía comparada; ésta, única disciplina capaz de ponemos en el camino de la explicación psicológica del fenómeno [de la realeza sagrada], se revela en la práctica totalmente

27incapaz para tratar la realidad de modo exhaustivo» .Sin embargo, el tono empleado en 1924 era algo menos restrictivo, pues

reconocía mejor el valor heurístico de la etnología, aunque evitó colmar las lagunas de sus textos con hipótesis analógicas. Nos quedamos entonces con la incógnita de saber por qué Marc Bloch ha sido identificado sucesivamen­te, según las palabras de Jacques Le Goff, como el «fundador» o refundador «de la antropología histórica» y reticente a desarrollarla más. Quizás, la etnología de entonces era demasiado balbuciente e interesaba a sus lectores por la fuerza mágico-religiosa de los jefes, pero Frazer les desanimaba un poco cuando mostraba, a la vez, «la unidad fundamental del espíritu humano o, si prefiere, la monotonía, la asombrosa pobreza de recursos intelectuales de que ha dispuesto la humanidad en el curso de su historia y particularmente la humanidad primitiva» 28. Y luego otros ensayos del mismo calado desmitificaron todavía más el papel de la religión en Francia.

25. Ibíd., pág. 175.26. Ibíd., pág. 28.27. MUangcs historiques, I, pág. 19, nota 2. N. de las t.: trad. esp.: «A favor de una

luorn ni eomnarmlit de las civilizaciones europeas», en Marc Hlocli, / /i\h>im c historiadores.

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M A K C II I . <K ' l l lili

¿Quería y podía escribir Bloch, como ha hecho mucho más recientemente Jean-Claude Schmitt, que «los cristianos son como los otros», que responden al mismo tipo de antropología? La «revolución» de Armales de 1929 tuvo sus límites. No obstante, resultaba ya destacable lanzarse, como hizo entonces Marc Bloch, a la ampliación del ámbito de la historia, especialmente hacia la economía, y hacia la síntesis de estudios positivistas demasiado factuales. No se le puede reprochar retrospectivamente que no hubiese desarrollado una crítica radical de los paradigmas etnocentristas que impregnaban dichos estudios. ¡Había que dejar trabajo para las generaciones venideras!

Desde entonces Marc Bloch se dedicó sólo a la comparación entre las sociedades europeas, medievales y modernas. Pero no fue el único que lo hizo. Otros intentaron retomar el desafió de Durkheim, quien comparaba el suicidio entre protestantes y católicos, vecinos y hermanos enemigos, aunque sin referirse a los melanesios. Para llevar a cabo comparaciones, pudieron utilizar la importante aportación de las escuelas nacionales de IK70-1914 a la historia de las instituciones. La especificidad de Marc Bloch reside en el ardor que puso y en la pertinencia que reclamó: hay que comparar los hechos sociales y no los derechos descontextualizados; hay que evitar las falsas similitudes entre las palabras (como «villain», «viHainage»), tanto en la diversidad de los espacios como en la de los tiempos. Por otra parte, es necesario señalar a la vez las semejanzas y diferencias sin dejarse fascinar por las primeras.

Su práctica no tuvo, por tanto, la rigidez que podría esperarse de la doctrina de Durkheim. Su historia sociologizante no es un sociologismo. Alemania le proporcionó la idea de definir precisamente los rasgos sociales, (•n los siglos XII y Xlll, de una ministerialidad francesa (de la Cuenca parisina) que no gozaba de un estatuto jurídico tan firme y duradero, pero sobre la que algunos documentos ofrecen vivas apreciaciones. Enriqueció sobre todo aquella descripción y dejó para después las explicaciones (que nunca acabaría). «¿Cómo dar cuenta de este aspecto jerárquico propio al derecho alemán que tan determinantemente lo oponía a los demás derechos de la Europa occidental y central? El historiador que aportara una explicación satisfactoria podría vanagloriarse de haber penetrado en los secretos más íntimos de las sociedades pasadas. ¿Lo hemos conseguido

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L a s o c ie d a d h is t ó r ic a d i ; n a c io n is

Pero el derecho no merece la parte del león. Marc Bloch se dedicó sobre todo a los problemas económicos y sociales, todavía poco explorados en Francia, y aquí fecundó la investigación recurriendo a estudios sobre Inglaterra o Alemania. En eso reside el interés de Les caractéres originaux de l ’histoire rurale frangaise 30, libro publicado en 1931 a partir de conferencias pronunciadas en Oslo en un contexto de sociedad histórica de naciones. Pierre Toubert ha demostrado que debía más, en este libro, al inglés Frederic Seebohm o al alemán August Meitzen que al geógrafo francés Paul Vidal de La Blache. Para que Francia recuperase su retraso, había que realizar investigaciones, aguijonear a los investigadores: «En el desarrollo de una disciplina, hay momentos en que una síntesis, aún prematura en apariencia, resulta más útil que muchos trabajos de análisis; son momentos en que, dicho sea con otros términos, importa sobre todo enunciar bien las cuestiones, más que, todavía, tratar de resolverlas» 31. Y de hecho, La historia rural francesa aborda tanto el estudio de los parcela­rios y el análisis regresivo del paisaje rural, como presta una útil atención de tipo marxista a las luchas de clases entre señores y campesinos. Marc Bloch pudo demoler a partir de aquí la mitología conservadora del campo francés, al mostrar sobre todo la importancia de las transformaciones agrarias y sociales de finales de la Edad Media y del siglo XVIII. Subraye­mos que aquí, por vez primera, ofreció una síntesis emparentada con el género de la clase magistral, con pocas notas y poca bibliografía. En La historia rural francesa, como más tarde en La sociedad feudal, fuerza la adhesión del lector con potentes evocaciones y referencias insólitas. Tiene algo de Michelet, de Lucien Febvre e incluso un poco de unanimismo 32 al estilo de Jules Romain, en ciertas páginas muy famosas como ésta: «El bosque de la Alta Edad Media, el bosque de la antigua Francia, en general, incluso sin calveros de cultivo, distaba mucho de permanecer inexplotadoo vacío de hombres. Había todo un mundo de “gentes que vivían del bosque” (los boisilleurs), a menudo sospechosas para los sedentarios, que lo recorrían y construían en él sus cabañas: eran los cazadores, carboneros, herreros, buscadores de miel y de cera silvestres (...), los hombres dedicados a hacer cenizas, que se utilizaban para la fabricación del vidrio o del jabón, y los arrancadores de cortezas, que servían para curtir los cueros o incluso

30. N. de las t.: trad. esp.: La historia wral francesa: caracteres originales, Barcelona,1978;

31. La historia rural francesa, pág. 27.32. Nota de las traductoras. Se refiere a la doctrina literaria, según la cual, el artista tiene

que expresar los estados del alma colectivos sin centrarse en lo particular.

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I>,n;i tren/ar cuerdas» Aunque hoy este libro está un poco obsoleto desde • I punto de vista científico, no es menos cierto que suscitó numerosas vocaciones de historiadores de la vida rural.

A partir de 1929, sin embargo, los lectores de Anuales d'Histoire ('i nnomique et sociale pudieron seguir los nuevos desarrollos de esta disciplina a través de numerosos informes de Marc Bloch y gracias a varios tic sus artículos, que volvían a destilar de nuevo una erudición muyi tgurosa. Desde 1930, escribió «La lucha por el individualismo agrario en la Francia del siglo xv ill»34, antes de volver a la Edad Media en «Llegada y conquista del molino» (1935), «Las invenciones medievales» (1935), «El problema del oro en la Edad Media» (1933), o una reflexión sobre «liconomía-natural o economía-monetaria» (1933). Bloch examinaba siempre los problemas económicos y sociales desde el punto de vista psicológico (¡incluso la moneda35 y las invenciones se prestan a este punto de vista!), siendo por aquí por donde aporta su sello más original y por donde plantea sus reflexiones más sólidas. Todo aquel primer periodo de «la escuela de Annales»respondió perfectamente a su propósito inicial que no era otro que el de despertar la investigación histórica francesa, al ofrecerle un ensanche importante hacia la economía y el mundo contempo­ráneo. En 1936, dio su primera clase en la Sorbona (donde acababa de obtener la cátedra de Historia económica) sobre el paisaje rural y la institución señorial en Francia e Inglaterra desde los orígenes al siglo XIX 36.

Es un periodo más breve, pero un horizonte y una temática más amplios, el que examina en su gran libro de 1939-1940, La sociedad feudal. Desde 1928, «el régimen señorial y vasallático en Europa occidental» le parecía uno de los «problemas que exigen imperiosamente ser tratados según el método comparativo» 37. Cuando aceptó redactar para la «Bibliothéque de Synthése» de Henri Berr un volumen sobre el periodo entre 900 yl250, Marc Bloch se situó sobre una almena que no era precisamente la más fácil. Poseía, es verdad, un impresionante dominio de la bibliografía y de las fuentes francesas, inglesas y alemanas, pero la documentación estaba casi siempre dispersa, presentaba lagunas y era aleatoria, las investigaciones sobre la vida rural estaban todavía poco desarrolladas y la geografía corría el peligro de tener poca cancha. Y en lo tocante a las «instituciones

33. La historia rural francesa, pág. 74.34. Mélanges historiques, II, págs. 593-637. N. de las t.: en Marc Bloch, La tierra y el

campesino. Agricultura y vida rural en los siglosXVU yXV III, Barcelona, 2002, págs. 241 -315.35. Véase también sus apuntes de clase publicados en 1954: Esquisse d ’une histoire

monétaire de l ’Europe.36. Sus apuntes de preparación, muy elaborados, han sido publicados después de su

muerte: Seigneuríe fran^aise et manoir anglais. Otros apuntes: La France sous ¡es derniers Capétiens.

37. Mélanges historiques, I, pág. 38, nota 1.

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sociales», corría el riesgo de apoyaise en uutoio . de los años INNO l ()M, c|iie no eran tan sociólogos como él.

El mismo título de Sociedad feudal recuperaba una expresión forjada o difundida por Guizot en 1830 para considerar la sociabilidad entre los vasallos de un mismo señor, pero que el uso había cambiado dándole el sentido de «sistema social» caracterizado por dos vínculos contractuales, por dos relaciones con la misma tonalidad: el vasallaje en el sentido estricto y la servidumbre definida desde 1840 por Benjamin Guérard como un «vasallaje de rango inferior», según una expresión que a Marc le gustaba citar a menudo. Aunque lector de Marx, no opone el feudalismo al capitalismo, se queda en ese modelo premarxista que le ofrece el esquema de una «primera edad feudal» sin clases y sin Estado (los siglos X y XI). Entre 1050 y 1150, esa feudalidad clásica empezó a alterarse: verdaderas clases y un verdadero gobierno de los hombres caracterizaron en lo sucesivo a una «segunda edad feudal», menos feudal, a decir verdad, que la primera. Ese plan general es el mismo que, por ejemplo, el de Les origines de / ’ancienne Franee de Jacques Flach. La feudalidad francesa sigue siendo la referencia absoluta, después de la cual Marc Bloch propone algunas «ojeada europeas», cuyas principales etapas son Inglaterra y Alemania y donde la Europa del Sur queda casi como el pariente pobre. Los lazos de la Iglesiao del cristianismo con ese «tipo de sociedad» no parecían tener una importancia estructural, y en la última parte (de hecho la conclusión) acepta la idea de una «feudalidad» japonesa y sugiere que se busquen otras en el mundo, antes de volver a la originalidad de Europa.

El propósito comparatista tiene ciertamente el defecto de llevar Marc Bloch a distanciarse un tanto de las instituciones sociales del pasado: las hace desfilar delante del lector, un país tras otro, un tema tras otro, escogiendo los ejemplos y subrayando lo que quiere. Eso nos puede parecer hoy articifial o superficial. Se fía, sin más, de trabajos de segunda mano de los que recela a veces, pero no siempre: así, sus explicaciones sobre la caballería y la nobleza, que estudió menos que la servidumbre, deben mucho a Paul Guilhiermoz. ¿Hay que adoptar, sin embargo, los paradigmas de todos los maestros y colegas? Se puede lamentar el tiempo en que Fustel de Coulanges enarbolaba sus fuentes, por su pureza original, frente a los errores de los historiadores, a sus teorías falsas, antes de apoyarse directa­mente en ellas para su trabajo de pensamiento.

Pero el propio Marc Bloch también sentía que su síntesis era prematura, quizás irrealizable para siempre, y que el conocimiento histórico de los modernos, por útil y meritorio que fuese, seguía siendo un conocimiento frágil, ocasionalmente engañoso. Aquí reside su grandeza y su genio. Su libro está plagado de precauciones, de arrepentimientos por el uso de esquematismos, para empezar el del título («sociedad feudal» no es más que

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«la etiqueta, ya coiiNantudn, de un contenido que queda por definir» ') y se hace perdonar, a cada momento, por las páginas densas, inspiradas, deslumbrantes que siguen. Avanzando a través de las cuestiones académi­cas, no deja de referirse a las numerosas fuentes que guarda en su cabeza y de relatar anécdotas, que acrecientan lo vivo y lo concreto. Muchas de sus rellexiones hacen de verdadero contrapeso a los modelos de los historiado­res. La servidumbre, por ejemplo, caracteriza a todo un pueblo, a toda una región, se mezcla con otros estatutos, interfiere con ellos. «La mescolanza persistente de las condiciones constituye quizá el fenómeno más instructivo. Ln un régimen feudal perfecto, lo mismo que toda la tierra hubiese sido o feudo o tenure de villano, todo hombre se hubiese hecho vasallo o siervo. Pero es conveniente que los hechos vengan a recordamos que una sociedad 1 1 0 es una figura geométrica» 39. Y un poco más adelante: «Por olvidar que una clasificación social, en último término, existe sólo por las ideas que los hombres se hacen de ella, y de la que no toda contradicción está excluida, ciertos historiadores se dejaron llevar a introducir, a la fuerza, en el derecho de las personas, tal como funcionaba en la Alemania feudal, una claridad y una regularidad que le eran muy extrañas» 40.

A modo de compensación de similares alabanzas, diversos capítulos de La sociedad feudal fueron considerados después como petardos. Sin razón quizás, cuando Léo Verriest arrancó en cólera contra la servidumbre. Con más razón, cuando Karl Ferdinand Werner reprochó a Marc Bloch negar la nobleza de la primera edad feudal y la continuidad de las grandes fami­lias 41, antes de matizar más adelante 42. Una antropología más reciente permite también a Stephen White sublevarse contra las declaraciones sobre la afectividad de los feudales, presentada en el capitulo de la atmósfera mental, en la línea adoptada por Lucien Lévy-Bruhl desde 1931. Pero, en general, lo que se critica a través de él no es sino la Vulgata de los años 1930, y no se ven suficientemente los juiciosos matices que señaló. Por mi parte, sólo siento que no siga a Fustel de Coulanges en su crítica radical de la «germanidad» de la Alta Edad Media y que descuide, bajo la influencia de Flenri Sée, el señorío castellano que estaba más presente en Jacques Flach. Poco después, André Déléage (1941) y Georges Duby (1953) lo volvieron a descubrir en Borgoña.

A pesar de eso, La sociedad feudal de Marc Bloch sigue siendo, para el lector neófito, una muy viva y susurrante evocación y, para el historiador

38. La sociedad feudal, I, pág. 13.39. Ibíd., págs. 308.40. Ibíd., pág. 311.41. La sociedad feudal. II. Las clases y el gobierno de los hombres, México, 1958, págs.

2-342. Ibíd., pág. 4.

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sociologi/ante, una formidable rosen a di ■<l> .1 ( »im>i I )uby adoptaríasu manera de oponer, al rigor teórico di1 la división entre libres y siervos, la diversidad práctica de las condiciones. ( )tros lian reconocido graciasa él toda una gama de tonalidades posibles en la relación entre un señor y un vasallo, en función de sus rangos y del contexto. Todos o casi todos se reconocen tributarios de sus páginas sobre el parentesco incluso, aunque retome un poco de Flach en este aspecto. Podemos sostener también que presintió bien, en los parágrafos de la vendetta y, más adelante, en la paz de Dios, la relatividad de las violencias feudales y su entorno social, es decir, la antropología de la «faida» que, en aquel momento, cambió nuestro enfoque del año mil.

Al poco de que Marc Bloch detuviese su pluma estalló la Segunda Guerra Mundial. Con cincuenta y tres años, aquel capitán en la reserva volvió al servicio. Se le hizo, como apunta con cierto sentido del humor, «el gran señor de los carburantes del ejército más motorizado de todo el frente francés» 43, antes de reconocerle, frente al ataque alemán del 10 de mayo de 1940, un «guerrero» más autentico que muchos militares de carrera44. Todo eso lo cuenta al principio de La extraña derrota, su libro de testimonio y reflexión sobre el desastre de Francia, redactado en caliente, durante el verano. Los especialistas del periodo contemporáneo le reconocen un interés y un valor excepcionales. Hombre exigente tanto con él mismo como con los otros, estigmatiza los errores intelectuales de un estado-mayor demasiado mayor con el mismo vigor crítico con que llenaba sus reseñas de libros de historia en Armales. Sin embargo, no dejó de relacionar aquel estado-mayor con una sociedad francesa desmovilizada, invadida por el espíritu pequeño burgués; y sin duda hay que añadir: traumatizada por la matanza de 1914-1918.

El mismo no se desmovilizó por mucho tiempo. Durante la Ocupación, trabajó en nuevos artículos — ¡entre los cuales uno sobre el fin de la esclavitud!— y ese libro metodológico sobre el Oficio de historiadorcuyos capítulos reuniría Lucien Febvre bajo el título de Apología para la historia. Pero los debates y las luchas de Alíñales, las «guerras de pluma» con Seignobos, pasaron para Marc Bloch a un segundo plano «en un mundo presa de la barbarie más atroz» 45. Entró en la clandestinidad y fue uno de los jefes de la Resistencia; fue hecho prisionero, torturado y fusilado el 16 de junio de 1944, en Saint-Didier-de-Formans, con otros veinticinco combatientes del ejército de las sombras.

43. L ’étrange dé faite, pág. 37; N. de las t.: trad. esp.: La extraña derrota, Barcelona, 2002, pág. 35.

44. Ibíd., pág. 32.45. Ibíd., anejos, pág. 170.

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I<A< IONAI.IDADI II<I<A<IONAI IDAI)1)1 I O KliAI.

Así pues, no vio aquella Francia de una nueva primavera con que (tñaba, en 1943, para reformar el sistema de enseñanza. Pero los historiado-

i es de la posguerra estuvieron impregnados de sus pensamientos, galvaniza­dos por su ejemplo o sintieron el deseo de alinearse con él. En los tiempos de la guerra fría, entre 1945 y 1975, algunos se opusieron a la orientación social e hicieron bloque con Léo Verriest, vehemente y obtuso, para reducir la servidumbre a una institución formal, sin explotación del hombre por el hombre. Otros, en cambio, bajo la influencia del marxismo, radicalizaron la crítica social: Pierre Bonnassie fue más lejos que Georges Duby en la descripción de las luchas de clases ya en la «primera edad feudal». Esta última perdió incluso toda unidad: el relato de feudalización que Marc Bloch situaba alrededor de 900 y relacionaba con las invasiones, fue retrasado al «año mil» y relacionado con la agresividad de los señores castellanos. He aquí, desde luego, un error inoportuno. Las referencias cronológicas del siglo xix, recuperadas en La sociedad feudal, eran más justas a fin de cuentas; y no impedían restituir a la vez la violencia material de las guerras feudales y la violencia simbólica, ejercida en beneficio del clero y de la caballería, de una representación colectiva como los tres órdenes.

Tampoco impedían pensar en el auge y las transformaciones graduales de aquel mundo rural de la Edad Media central cuyo estudio estaba todavía, en tiempos de Marc Bloch, tan poco avanzado. En la actualidad ha experimentado un avance inmenso, primero porque se ha aplicado su método de La historia rural francesa tanto a los documentos medievales como a los parcelarios y a los antiguos catastros, y también gracias tanto a la arqueología intensiva del castillo y del pueblo como a la, más extensiva, del terruño y del barbecho. ¡Y los descubrimientos no se han acabado! El feudo meridional, descuidado en los años 1930, procura modelos más acabados del desarrollo y de los cambios del campo: así, por ejemplo, el del Latium de Pierre Toubert.

Ha sido también en la Europa del Sur donde, durante los últimos tiempos, las «feudalidades» se han descrito y confrontado más entre sí, hasta el punto de invertir el desequilibrio que existía en tiempos de Marc Bloch. Tal como él lo practicaba, el comparatismo de proximidad resulta, de hecho, necesario, a pesar incluso de que cada vez sea más delicado y problemático. Hay que, tanto en materia de estructuras como en materia de asuntos, situar ciertos encadenamientos y restituir algunas coherencias. ¿Puede negarse acaso cualquier lazo entre la crisis del Imperio carolingio y los destinos de la servidumbre, o entre las divergencias de éstas, según las

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regiones y la diversidad de los sistemas ii^uii ios'1 l'cro. deeididumcntc, no puede mantenerse la ficción de un historiado! omnisciente, capaz de calibrar a las sociedades con el mismo rigor que un «positivista» juzgaba sus fuentes. Más que para explicarlo todo, se utiliza la comparación para percibir mejor semejanzas y diferencias, exactamente como recomendaba Marc Bloch en 1928. Y eso se produce menos hoy en la obra de un solo hombre, que apenas puede dominar todas las regiones y las complejidades de cada una de ellas, que en las mesas redondas y los coloquios, que reúnen a verdaderos equipos.

Cada día resulta más vivo y más punzante el sentimiento de que «incluso si estuviéramos mejor informados», es decir, dotados de una documentación menos tenue y aleatoria, «siempre habría algo que resistiría a nuestro análisis» 46. Vemos cada vez más como los trabajos de nuestros predeceso­res, por instructivos y luminosos que sean, dejan pasar muchas cosas y alteran otras. Para dar cuenta de la complejidad, intentemos nosotros imitar a Marc Bloch en el arte del contrapunto. Como ha señalado Maurice Aymard, no pretendemos tanto alcanzar la cientifícidad a través de la explicación al estilo de Durkheim como a través del cuestionamiento permanente de nuestros modelos y del descubrimiento de nuevas pistas en monografías cada vez más «micro históricas». Nos movemos siempre, como Marc Bloch sabía hacerlo mejor que ningún medievalista de su tiempo, entre la racionalidad y la irracionalidad de lo real.

¿Hay que mantener incluso la etiqueta «feudal»? ¿Y preguntarse todavía si la feudalidad existió en Japón o en Africa? La pregunta parece hoy en día bastante vana. Sin embargo, si se quiere hacer de la comparación un uso esencialmente heurístico, es el comparatismo en un horizonte lejano el que resulta más sugestivo. Jacques Le Goff, Alain Boureau, se reclaman con razón seguidores de Marc Bloch en sus investigaciones sobre la realeza sagrada, pero van más lejos que él, como es normal. La antropología nos guía a menudo hacia otros ritos cristianos tan extraños como el milagro real, hacia otras supersticiones cuya razón se encuentra en el entorno social (sin sobrevalorar demasiado la «conciencia colectiva»). Encontramos en él, en este punto, un precursor avisado que supo hacer una importante advertencia: existen riesgos en querer adaptar modelos africanos hasta en sus detalles. Una cultura antropológica, incluso totalmente libresca, puede ayudar también a ese cuestionamiento de las ideas recibidas sobre la «feudalidad» que, a nuestro parecer, Marc Bloch no profundizó bastante. Para nosotros no existe ese «olor de pan doméstico» en el vasallaje, cuando se le reconoce como el ritual de una sociedad de «faida», cumplido ante la galería y no sin dar lugar a conflictos de interpretación entre los distintos actores. Pero

46. La sociedad feudal, I, pág. 308.

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existe luinbién el homenaje del vasallo para distinguir, si l'uese necesario, los caballeros de los siervos.

Artesanos de una historia antropologizante, nunca nos sentimos tan cerca ile Marc Bloch como cuando se leen los motivos que esgrime en su proyecto de reforma para la enseñanza del «pasado remoto», preindustrial. Pues «imbuye del sentido y el respeto de las diferencias entre los hombres, a la vez que despierta la sensibilidad a la poesía de los destinos huma-

47nos» .

D om inique Ba r t h é l e m y

Re fe r e n c ia s b ib l io g r á fic a s

Obras del autor

A p o lo g iep o u rl’histoire ouM étierd'historíen, (1.a ed. 1949), París, Armand Colin, 1974, prefacio de Georges Duby; [trad. esp.: Apología para la historia o e l oficio de historiador, ed. crítica preparada por Etienne Bloch, México, 1998],

Les Caractéres oríginaux de 1 ’histoire rurale frangaise (1931), 3.a ed., París, Armand Colin, 1988, prefacio de Pierre Toubert; [trad. esp.: La historia rural francesa: caracteres originales, Barcelona, 1978],

Écrits de guerre, 1914-1918, París, Armand Colin, 1997, textos reunidos y presentados por Etienne Bloch, introducción de Stéphane Audouin-Rouzeau.

Esquisse d ’unehistoire m onétaire de l ’Europe, París, Armand Colin, 1954 (Cahiers des Annales, 9).

L ’étrange dé faite. Témoignage écriten 1940, París, Gallimard, 1990, prefacio de Stanley Hoffmann; [trad. esp.: La extraña derrota: testim onio escrito en 1940, Barcelona, 2002].

La France sous les dem iers Capétiens, París, Armand Colin, 1958 (Cahiers des Annales, 13).

Histoire e t historiens, 2 vol., París, SEVPEN, 1963, prefacio de Charles-Edmond Perrin; [trad. esp.: Historia ehistoriadores, Madrid, 1999].

M élanges historiqiies, 2 vol., París, SEVPEN, 1963, prefacio de Charles-Edmond Perrin.

Rois e tserfs. Un chapitre d ’histoire capétienne {1921), 3.a ed., París, La Boutique de l’Histoire, 1996 (Rois e t serfs e t autres écrits sur le servage, postfacio de Dominique Barthélemy); [trad. esp.: R eyes y siervos y otros escritos sobre la servidumbre, Granada, 2006],

Les rois thaumaturges. E tude sur le caractére surnaturel attribué á la puissance royale particuliérem ent en France et en Angleterre (1924), 3.a ed. París, Gallimard, 1983, prefacio de Jacques Le Goff para la tercera ed.; [trad. esp.: Los reyes taumaturgos, México, 1988].

47. La extraña derrota, pág. 210.