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Vida de Cervantes www.librosmaravillosos.com Anónimo
Colaboración de Sergio Barros 1 Preparado por Patricio Barros
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Colaboración de Sergio Barros 2 Preparado por Patricio Barros
Aclaración
Este texto ha sido íntegramente tomado de la edición del Ingenioso Hidalgo
don Quijote de la Mancha que se identifica en la página que sirve de
presentación. Sólo se han efectuado los cambios idiomáticos indispensables
para adecuarlo al castellano moderno.
Retrato atribuido a Juan de Jáuregui, también llamado el Pseudo-Jáuregui. No
ha sido autentificado, y no existe ningún supuesto retrato de Cervantes cuya
autenticidad haya sido establecida
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Colaboración de Sergio Barros 3 Preparado por Patricio Barros
Vida de Cervantes
abía trascurrido más de un siglo desde la muerte de Miguel de Cervantes
Saavedra, y estaba excitando la admiración del mundo tan insigne
español, cuando todavía yacía su nombre casi olvidado en su propia patria,
donde por lo menos apenas eran conocidos los sucesos más importantes de su
vida. Sensible es decirlo, pero un eminente personaje inglés, lord Carteret, fue
quien, a la par que hacia un obsequio a la reina Carolina, esposa de Jorge II de
Inglaterra, quiso recordar a los españoles la obligación de honrar el mérito de
uno de sus más ilustres patricios, encargando a D. Gregorio Mayans la biografía
de Cervantes. Si reprensible había sido el olvido, mayor fue quizás el empeño
que desde entonces mostraron los más afamados literatos, como Sarmiento,
Iriarte, Montiano, Pingarron, Nasarre, Cano, Flores, Pellicer y otros de menos
nombradla, todos los cuales procuraron como a porfía esclarecer la verdad.
Pero el que más se ha distinguido en la dilucidación de las principales
vicisitudes de aquella existencia inquieta y atribulada, ha sido D. Martin
Fernández de Navarrete. En su Vida de Cervantes encuentra uno tanta copia de
datos, tanta finura de crítica y tanta pureza de dicción, que para dar una noticia
cabal de la vida y obras del inmortal autor del Quijote, nada nos parece más
acertado que seguir a tan seguro guía, procurando por nuestra parte, al reducir
tan prolijas investigaciones a los estrechos límites que nos hemos trazado, no
omitir ninguno de aquellos hechos que ofrezcan verdadero interés.
La noble familia de los Cervantes, oriunda de Galicia, se trasladó a Castilla,
donde se extendió e ilustró su origen, mereciendo por sus proezas y virtudes el
favor y estimación de sus soberanos. Hijos de esta generosa prosapia fueron
algunos de los campeones que acompañaron al santo rey D. Fernando a la
conquista de Baeza y Sevilla; y descendientes de estos e imitadores de sus
altos hechos fueron después varios de los conquistadores del Nuevo Mundo, en
el cual se arraigó y propagó también este noble linaje, mientras que por una
línea trasversal procedía de él Juan de Cervantes, corregidor de Osuna, quien
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dejó buena memoria de su gobierno, y tuvo por hijo a Rodrigo de Cervantes,
que casó con doña Leonor de Cortinas, señora ilustre, natural, según parece,
del lagar de Barajas. Fruto de este matrimonio fueron Andrea, Luisa, Rodrigo y
Miguel de Cervantes, el menor de tan honrada familia, muy decaída ya de su
antiguo esplendor, a causa de sus escasos bienes de fortuna. Nació Miguel de
Cervantes Saavedra en Alcalá de Henares y fue bautizado en su parroquia de
Santa María la Mayor el día 9 de Octubre de 1547, verdad que hallándose
comprobada y demostrada del modo más auténtico y convincente, deja por
consecuencia desvanecidas y sin valor alguno las pretensiones de Madrid,
Sevilla, Lucena, Toledo, Esquivias, Alcázar de San Juan y Consuegra, que
aspiraron algún tiempo a la gloria de haber sido cuna de un hijo tan ilustre. La
tradición señala todavía los restos de la casa en que dicen se crió, enclavada
hoy en la huerta de los Capuchinos, y reducidos a una pared y puerta tapiada,
con indicios de la pobreza de sus antiguos huéspedes.
Se ignoran las circunstancias que fijaron en Alcalá la residencia de esta familia,
y tampoco se tienen otras noticias de los primeros años de Cervantes que las
que algún fugaz y casual recuerdo expresa en sus escritos. Parece muy regular
que hiciese los primeros estudios en su pueblo natal y al lado de sus padres,
sobre todo en época tan señalada para Alcalá, emporio en aquel tiempo de las
ciencias y las letras; pero nada de esto consta con certeza, si bien sabemos,
por lo que él mismo declara, que desde sus tiernos años manifestó decidida
inclinación a la poesía, así como una aplicación y curiosidad extremada, que le
inducía a leer aun los papeles rotos que hallaba en las calles.
Con mayor seguridad sabemos que Cervantes estudió dos años en SAlamanca,
matriculado en su famosa universidad y viviendo en la calle de Moros, lo cual
explica el conocimiento exacto con que pinta las costumbres y circunstancias
peculiares de aquella ciudad y de sus estudios generales, especialmente en la
segunda parte del Quijote y en las novelas del Licenciado Vidriera, y de la Tía
fingida. Por entonces, sin duda, o acaso antes tuvo por maestro de gramática y
humanidades al presbítero Juan López de Hoyos, varón piadoso y grande
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humanista, que después fue nombrado catedrático de gramática latina en el
estudio de la villa de Madrid. Es de presumir que Cervantes aprendería con
singular aprovechamiento, si se atiende al cariño que le mostró su maestro
años después. En efecto, hallábase Cervantes en Madrid, cuando en 24 de
octubre de 1568 celebraba la villa en la iglesia de las Descalzas Reales las
solemnes exequias de la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II. Encargado
el maestro López de Hoyos por el ayuntamiento de componer las historias,
alegorías, jeroglíficos y letras que se habían de colocar en la iglesia, procuró
que se ejercitasen también sus discípulos en estas composiciones, que se
escribieron unas en latín y otras en castellano, siendo Cervantes de los más
aventajados, según lo manifestó el mismo Hoyos en la historia y relación que
publicó de la enfermedad, muerte y funerales de aquella princesa, colmándole
de elogios y llamándole repetidamente su caro y amado discípulo, que debió
serlo sin duda anteriormente, supuesto que a la sazón contaba ya veintiún
años.
Estas muestras de estimación que ahora pasarían por desmedidas, no deben
extrañarse en aquella época en que aun no estaba formado el gusto y apenas
corrían en las manos de la juventud más libros que las primitivas ediciones de
los cancioneros; pues todavía no se vendían las obras de Boscán y Garcilaso
por dos reales, como decía Quevedo más de treinta años después; se hallaban
inéditas las buenas composiciones de la primera mitad del siglo XVI; los
mayores ingenios de aquel tiempo, fray Luis de León, Herrera y otros
borroneaban a sus solas los preciosos ensayos de su juventud; Ercilla, recién
venido de Chile, arreglaba los borradores de su Araucana, y en aquel mismo
año y mes nacía Valbuena.
Por entonces llegó también a Madrid de Roma y hubo de conocer y cobrar
afecto a Cervantes monseñor Julio Aquaviva y Aragón, hijo del duque de Atri y
muy estimado de la Santidad de Pío V, quien le había enviado con el encargo de
dar el pésame a Felipe II por la muerte del príncipe D. Carlos, y acaso con
instrucciones secretas para arreglar ciertas competencias de jurisdicción
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eclesiástica ocurridas en el estado de Milán. Ambos encargos debían ser
entonces de muy difícil desempeño, aun para persona tan distinguida como el
nuncio, el cual no tardó en ser advertido de la prevención hecha por el rey de
que nadie le diese el pésame por la prematura muerte del príncipe en su
prisión, cuyo suceso daba pábulo a la malignidad y a las hablillas del vulgo y
había subido de punto el humor sombrío del monarca. Si se agrega a esto la
extremada entereza con que siempre sostuvo Felipe II sus regalías, en los
estados españoles de Italia, no se extrañará que el legado fuese recibido con
desabrimiento, ni que se le entregasen, con fecha 2 de diciembre del mismo
año 1568, sus pasaportes, señalándosele el término perentorio de sesenta días
para que regresase a Italia por vía determinada. Al avisar el embajador de
España en Roma la misión de Aquaviva decía de él que era mozo muy virtuoso
y de muchas letras, y sin duda se refería también al mismo prelado Mateo
Alemán, cuando afirmaba que vio en la corte a cierto monseñor enviado por Pío
V para tratar con Felipe II negocios de la Iglesia, añadiendo que este legado
gustó mucho de algunos cortesanos de ingenio, y se complacía en obsequiarlos
magníficamente y en tratar con ellos de varias cuestiones curiosas de política,
ciencias, erudición y literatura. Tenía entonces Aquaviva poco más de veinte
años, y a los veinticuatro recibió el capelo.
Como asegura el mismo Cervantes haberle servido en Roma de camarero, es
de presumir que prendado de su ingenio y penetración, y acaso compadecido
de su escasa suerte, le admitió en su familia y comitiva al regresar a Italia,
cuyo viaje emprendía entonces con suma facilidad y frecuencia la noble
juventud española, sin desdeñarse de servir familiarmente a los papas y
cardenales, como lo hicieron D. Diego Hurtado de Mendoza, D. Francisco
Pacheco, y otros muchos para continuar sus estudios en las famosas
universidades y colegios de aquella península, entre los cuales descollaba el
que había fundado en Bolonia para sus compatriotas el cardenal Albornoz.
Quizás también siguió Cervantes el ejemplo de los que dejaban su patria
incitados del deseo de ver mundo y de probar ventura en el ejercicio de las
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Colaboración de Sergio Barros 7 Preparado por Patricio Barros
armas, que si no brindaba con riquezas, atraía grande reputación y esclarecido
nombre en época tan gloriosa y memorable para el imperio español. Por las
descripciones de países y costumbres que diseminó en numerosos pasajes de
sus obras, se puede casi trazar la ruta que llevó, por Valencia, Cataluña, el
mediodía de la Francia, el Piamonte, el Milanesado y la Toscana, hasta la capital
del orbe católico; demostrando en ellas el sumo provecho que supo sacar de
este viaje su genio observador.
Poco tiempo pudo permanecer Cervantes en su nuevo servicio doméstico,
puesto que sin género de desagrado dejó el año siguiente (1569) una casa de
la cual conservó siempre gratos recuerdos y sentó plaza de soldado en las
tropas españolas residentes en Italia, abrazando desde entonces una profesión
que, según sus mismas expresiones, aunque arma y dice bien a todos,
principalmente asienta y dice mejor en los bien nacidos y de ilustre sangre.
No tardó mucho en proporcionársele teatro en que acreditar su heroísmo;
porque faltando el gran Turco Selim II a la fe de los tratados que tenia hechos
con la república de Venecia, invadió en plena paz la isla de Chipre que aquella
poseía. Los venecianos imploraron entonces el auxilio del papa y de los
príncipes cristianos, y aunque por celos y rivalidades no todos ellos
respondieron al llamamiento, el rey Felipe II, excitado por el pontífice, acudió
presuroso al peligro común, uniendo las galeras y tropas de España a las naves
pontificias y venecianas, que juntas se dirigieron en el verano de 1570, bajo el
mando de Marco Antonio Colona, duque de Paliano, a los mares de Levante
para atajar los progresos del enemigo; más suscitáronse disensiones entre los
generales confederados, y aprovechándose de ellas los turcos, tomaron por
asalto a Nicosia, adelantaron sus conquistas, se fortalecieron en Chipre y
dieron lugar a que las tempestades disminuyesen las fuerzas navales,
precisándolas a retirarse a sus respectivos puertos. Entre las cuarenta y nueve
galeras de España que a cargo de Juan Andrea Doria se unieron en Otranto con
Colona, se comprendían veinte de la escuadra de Nápoles que mandaba el
marqués de Santa Cruz, reforzadas con cinco mil soldados españoles y dos mil
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Colaboración de Sergio Barros 8 Preparado por Patricio Barros
italianos. Hallábase entre ellos la compañía del valerosísimo capitán Diego de
Urbina, dependiente del tercio de D. Miguel de Moneada, no menos famoso por
sus hazañas, y en ella servía de soldado raso Miguel de Cervantes. En esta
calidad hizo la campaña de aquel verano a las órdenes superiores de Colona,
embarcado probablemente en una de las galeras españolas de la escuadra de
Nápoles, en cuya ciudad quedó de invernada a su regreso, mientras se
aprestaba y mejoraba el armamento de las naves para la empresa del año
siguiente. El celo y eficacia de la corte de Roma, que no desmayó por las
desgracias anteriores, logró concluir el 20 de mayo de 1571 la famosa liga
contra el Turco, entre su santidad, el rey de España y la señoría de Venecia; se
nombró además por el mismo tratado generalísimo de todas las fuerzas
reunidas de mar y tierra a D. Juan de Austria, y se pusieron por obra cuantos
medios dictó el celo de la religión, el amor de la patria y el espíritu de-gloria
militar para el buen éxito de tan grandiosa empresa.
Apenas se hizo saber a D. Juan de Austria su nombramiento, reunió en
Barcelona los famosos tercios de D. Lope de Figueroa y de D. Miguel de
Moneada, que acababan de darle insignes pruebas de valor y pericia militar en
la guerra contra los moriscos de Granada, y dio con ellos la vela de aquella rada
para Génova, adonde fondeó el 26 de julio con cuarenta y siete galeras,
mientras se comisionaba a Moneada para excitar a la república de Venecia a
que cooperase a la empresa que había provocado. Entretanto, se completaban
en Nápoles los dos mencionados tercios con los soldados nuevos que ya servían
en la armada, y así fue como la compañía de Urbina quedó incorporada al tercio
a que correspondía. Reuniéronse sin tardanza en Mesina las fuerzas marítimas
y terrestres de las naciones aliadas, y en la distribución de tropas en las
diferentes escuadras y bajeles cupo a Cervantes ser destinado con su capitán y
compañía a la galera Marquesa de Juan Andrea Doria, que mandaba Francisco
Sancto Pietro. La armada de los coligados estaba dividida en tres escuadras de
combate y dos de descubierta y reserva, y se asignó a la galera Marquesa su
puesto en la tercera escuadra que mandaba Agustín Barbarigo y formaba el ala
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Colaboración de Sergio Barros 9 Preparado por Patricio Barros
izquierda. Después de haber socorrido a Corfú y perseguido a la armada
enemiga, se descubrió esta en la mañana del 7 de octubre hacia las bocas de
Lepanto, y forzada a batirse por su situación, empezó el ataque por el ala de
Barbarigo poco después del mediodía, y haciéndose general la batalla con gran
empeño y obstinación de los coligados, terminó al anochecer con la victoria
más gloriosa de las armas cristianas que cuentan los anales de los tiempos
modernos.
Hallábase a la sazón Cervantes enfermo de calenturas, por cuya razón
quisieron disuadirle su capitán y otros compañeros de armas de que tomase
parte en la acción, instándole para que se estuviese quieto en la cámara de la
galera ; pero él, lleno de valor y de espíritu militar, les replicó: «Señores, ¿qué
se diría de Miguel de Cervantes? En todas las ocasiones que hasta hoy en día se
han ofrecido de guerra a su Majestad y se ha mandado, he servido muy bien y
como buen soldado; y así ahora no haré menos, aunque esté enfermo e con
calentura: más vale pelear en servicio de Dios e de su Majestad e morir por
ellos que no bajarme so cubierta. » Pidió entonces con las mayores instancias
a su capitán que le destinase al paraje de mayor peligro; y condescendiendo
Urbina con tan nobles deseos, le colocó junto al esquife con doce soldados,
donde peleó con tanto heroísmo, que solos los de su galera mataron quinientos
turcos y al comandante de la capitana de Alejandría, tomando el estandarte
real de Egipto. Rechazando hasta el fin las arremetidas de los enemigos, recibió
Cervantes en tan gloriosa batalla tres arcabuzazos, dos en el pecho y uno en la
mano izquierda que le quedó manca y estropeada, de lo cual hizo honorífico
alarde el resto de su vida, mostrando en testimonio de su valor tan señaladas
heridas y cicatrices, como recibidas, dice, en la más alta ocasión que vieron los
siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, y como estrellas
que guían a los demás al cielo de la honra y al de desear la justa alabanza;
prefiriendo en fin haberse hallado en tan insigne jornada a tanta costa al estar
sano sin haberse encontrado en ella, porque el soldado, añade, más bien
parece muerto en la batalla que libre en la fuga.
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Colaboración de Sergio Barros 10 Preparado por Patricio Barros
El mal estado de salud en que se hallaba Cervantes debió influir
necesariamente en la gravedad de sus heridas; pero en medio de este cuidado
tuvo entonces la honorífica satisfacción de que, visitando el día siguiente D.
Juan de Austria a los soldados heridos en el puerto de Petela, adonde se había
retirado la escuadra victoriosa para reparar sus averías, fue atendido por su
ilustre general el príncipe D. Juan de Austria.
Cervantes permaneció curándose en el hospital de Mesina, donde también
mandó socorrerle D. Juan de Austria en cuatro ocasiones diferentes, ya por la
pagaduría de la armada, ya de gastos secretos y extraordinarios ; y cuando el
29 de abril de 1572 se halló en el caso de volver al servicio, se ordenó a los
oficiales de cuenta y razón que asentasen en sus libros de cargo a Miguel de
Cervantes tres escudos de ventaja al mes en el tercio de D. Lope de Figueroa,
que fue a Corfú en las galeras del marqués de Santa Cruz y se halló en la
jornada de Levanté bajo el mando de Colona, así como en la malograda
empresa de Navarino, dirigida por Alejandro Farnesio, a quien ya se había
unido el príncipe generalísimo. Así lo hace constar en su memorial, y lo
confirman algunos testigos en las informaciones, y por lo mismo pudo referir
con tanta prolijidad y exactitud en su novela del Cautivo los sucesos de aquella
campaña, y asegurar con propiedad en la dedicatoria de la Galatea que había
seguido algunos años las banderas de Marco Antonio Colona.
Frustrado este plan que tal vez hubiera anticipado más de doscientos cincuenta
años la independencia de la Grecia, se resolvió después de muchas vacilaciones
y consultas emplear aquellas fuerzas contra los estados berberiscos, que tan
cómodo asilo ofrecían en sus puertos a los corsarios. Veinte mil soldados, entre
los cuales se incluían los del tercio en que militaba Cervantes, salieron de
Palermo el 24 de setiembre, y esta expedición se posesionó de la Goleta y de la
ciudad de Túnez. Para guarnecer esta plaza y su alcazaba dispuso D. Juan de
Austria que el marqués de Santa Cruz se apoderase de una y otra con la
prudencia y cautela a que obligaban las circunstancias, y al efecto sacó de la
Goleta dos mil quinientos veteranos, entre los cuales se contaban cuatro
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Colaboración de Sergio Barros 11 Preparado por Patricio Barros
compañías del tercio de Figueroa, que hadan temblar la tierra con sus
mosquetes, según la expresión de Vanderhamen1. Es más que verosímil que
Cervantes fue uno de estos veteranos, pues no solo afirmó en su citado
memorial haberse hallado’ en esta expedición de Túnez, sino que resulta la
misma convicción de la exactitud y conocimiento con que refirió en la
expresada novela los sucesos y circunstancias más individuales de aquella
jornada.
En seguida destinó D. Juan á Cerdeña las catorce compañías mandadas por
Figueroa, para que atendiendo a la custodia de aquella isla, se hallasen al
mismo tiempo en mayor proporción de auxiliar a las plazas de África si fuese
necesario.
Desde fines de 1573 hasta principios de mayo del año siguiente estuvo
Cervantes con su tercio de guarnición e invernada en la isla de Cerdeña, y de
allí fue trasportado al Genovesado en las galeras de Marcelo Doria, para quedar
en Lombardía a las órdenes de D. Juan de Austria. A principios de agosto llevó
este consigo aquel tercio a Nápoles y Mesina, y con sus mejores soldados
reforzó las naves con que emprendió, aunque en vano, el socorro de la Goleta.
Después de este suceso quedó Cervantes con su mismo tercio en Sicilia a las
órdenes del duque de Sesa. Restituido a Nápoles el príncipe D. Juan en 18 de
junio de 1575, concedió poco después a Cervantes licencia para volver a su
patria después de tantos y tan señalados merecimientos.
En estas peregrinaciones acabó Cervantes de visitar las principales ciudades de
Italia, de las cuales dejó tan bellas y exactas descripciones en muchas de sus
obras.
En aquel suelo, clásico, emporio entonces de las ciencias y del buen gusto en
las artes y las letras, fue donde Miguel de Cervantes, aplicado a la lectura de los
poetas y escritores italianos, y a su trato y comunicación por más de seis años,
adquirió aquel caudal de doctrina y erudición que le hacen tan admirable en sus
1 Historia de D. Juan de Austria, lib. IV
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Colaboración de Sergio Barros 12 Preparado por Patricio Barros
escritos.
Tales fueron las empresas en que se halló Cervantes durante aquellos años
militando, como decía él mismo,
debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra Carlos
V, de felice memoria.
Pero viendo que tan distinguidos servicios no habían sido remunerados cual
correspondía, y hallándose estropeado de resultas de sus heridas y trabajos,
obtuvo, como se ha dicho, licencia del señor D. Juan de Austria para venir a
España a solicitar el premio que tan justamente merecía; a cuyo fin le franqueó
aquel príncipe las más expresivas cartas de recomendación para el rey,
suplicando a S. M. le confiriese una compañía de las que se formasen en
España para Italia, por ser hombre de valor y de muy señalados méritos y
servicios. D. Carlos de Aragón, duque de Sesa y de Terranova, virrey de Sicilia,
escribió también a S. M. y a los ministros con encarecida recomendación a
favor de un soldado tan digno como desgraciado, que se había captado por su
noble virtud y apacible condición, por su valor y subordinación el aprecio de sus
jefes y camaradas.
Dispuesto todo en esta forma, y con las más lisonjeras esperanzas, se embarcó
Cervantes en Nápoles en la galera de España llamada el Sol, en compañía de su
hermano Rodrigo, valeroso soldado también, de Pero Diez Carrillo de Quesada,
gobernador que fue de la Goleta y después general de artillería, y de otras
personas de cuenta que se restituían a su patria; pero habiendo encontrado en
la mar el día 26 de setiembre de 1575 una escuadra de galeotas que mandaba
Arnaute Mamí, capitán de la mar de Argel, fue combatida la galera española por
tres de aquellos bajeles enemigos, especialmente por uno de veinte y dos
bancos que gobernaba el arráez Dalí Mami, renegado griego, a quien llamaban
el Cojo; y después de sostener un combate tan obstinado como desigual, en
que se distinguió Cervantes por su valor, hubo de rendirse a fuerzas tan
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Colaboración de Sergio Barros 13 Preparado por Patricio Barros
superiores, y ser llevada a Argel como en trofeo, quedando cautivos cuantos
venían en ella, y tocando a Cervantes tener por amo en el repartimiento al
mismo arráez Dalí Mamí. Es muy probable que en el libro V de la Galatea
aludiese a las circunstancias de este combate, cuando pintó el que sostuvo la
nave en que venía Timbrio a España desde Italia con el mismo Arnaute Mamí,
que fue el caudillo principal de la escuadra que le cautivó.
Se estremece el ánimo a la relación del indigno trato que hacían sufrir a los
infelices cristianos aquellos desalmados, dentro de aquella madriguera de
piratas que con mengua de la Europa civilizada subsistió por espacio de dos
siglos más, hasta que en 1830 tuvo la Francia la gloria de vengar de tamaño
ultraje a la humanidad. Los cautivos eran adjudicados por tasación a los
partícipes en el atentado, y estos quedaban dueños absolutos de sus personas,
con plena potestad de vida y muerte. Destinábanlos a los trabajos más
penosos, los encerraban en baños pestíferos, cargados de cadenas; los
vendían ó trocaban a su antojo, exigían cuantiosas sumas por su rescate, hasta
dejar arruinadas a sus familias, y a la menor falta ó desmán los ahorcaban con
la más fría indiferencia, ó les imponían castigos todavía más atroces. No por
eso descuidaban inducirles a renegar de su fe, valiéndose de halagos, de
promesas y de la perspectiva de una holgada fortuna.
Cupo en suerte nuestro Cervantes al arráez Dalí Mamí, que le había apresado.
El agradable aspecto de su cautivo, el señorío de sus maneras, su bravura en el
combate, el respeto que no obstante sus juveniles años le manifestaban sus
compañeros de desgracia, y sobre todo las encarecidas cartas de
recomendación que le encontró de sus ilustres caudillos, le hicieron creer al
arráez que este cautivo era persona principal de quien podría obtener un gran
rescate. Tratóle pues con todo el rigor compatible con la conservación de su
mísera existencia, teniéndole muy guardado y sujeto, y valiéndose de los
padecimientos de un desdichado para la satisfacción de su codicia; de suerte
que las mismas prendas exteriores y morales con que había dotado el cielo a
Cervantes, los testimonios de aprecio que en una ocasión singular había
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Colaboración de Sergio Barros 14 Preparado por Patricio Barros
recibido, sirvieron solo para su mayor tormento.
Situación era esta capaz de abatir al más esforzado; pero el alma de Cervantes
era inflexible: desde que se vio privado de su libertad, no pensó ya más que en
recobrar este bien inestimable. Esta es la parte más interesante de toda la vida
de Cervantes: en ella se engrandeció su alma altiva, se aguzó su ingenio y
subieron de punto su heroísmo y generosidad. Parece una novela lo que vamos
a referir; pero ningún suceso de cuantos le atañen se halla más plenamente
justificado que esta serie de tentativas arriesgadas en que a cada paso
comprometió su cabeza para alcanzar su libertad, y cuando no, para salvar la
vida de sus cómplices y clientes en causa tan gloriosa.
Á pesar de tanta vigilancia no tardó en presentársele oportunidad de fugarse de
la casa de su amo*; y buscando un moro que le sirviese de guía, le indujo a que
le acompañase por tierra basta Oran, plaza de la costa que ocupaban los
Españoles. Reuniéronsele para esta empresa varios cautivos de su
predilección, con quienes, a costa de aumentar su riesgo, quiso compartir el
beneficio, siendo el alma y caudillo de esta expedición, como lo fue siempre de
todas las demás tentativas que trazó y dispuso su fecundo ingenio, estimulado
por el deseo de la libertad. Pero después de haber andado alguna jornada el
moro abandonó 4 los fugitivos, quienes tuvieron que volver a Argel a recibir
severos castigos de sus patrones. El de Cervantes, que según noticias no era
de los menos duros, redobló sus cadenas y estrechó más y más su triste
encerramiento para asegurar la esperanza de un buen rescate.
Tan pronto como la familia de Cervantes tuvo noticia de la desgracia, no
perdonó medio para el recobro de tan caras prendas: malvendió su corto
patrimonio, empeñó los dotes de las dos hijas solteras, recurrió a los amigos, y
sujetándose a toda clase de privaciones quedó reducida a la mayor estrechez.
Este caudal de lágrimas llegó a Argel más de dos años después del
apresamiento; pero no pudo satisfacer por su cortedad las exigencias de Dalí
Mamí, que no quiso soltar a su cautivo; y así fue aplicado al rescate de su
hermano Rodrigo, quedando Miguel sin más esperanzas de salvación que las
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Colaboración de Sergio Barros 15 Preparado por Patricio Barros
que Dios quisiese depararle. En tan amarga situación, encargó a su hermano
que al llegar a las costas de las Baleares ó de Valencia procurase enviarle una
embarcación armada, que atracando en punto determinado pudiese libertar y
conducir a España al mismo Cervantes y otros cautivos que se hallarían
prevenidos para el caso. El punto de la recalada se designó junto a una casa de
campo distante como a tres millas de Argel, propia del alcaide Azán, renegado
griego, y cultivada por un esclavo suyo natural de Navarra, llamado Juan el
Jardinero. Había en el jardín una cueva muy oculta, donde con mucha
anticipación fueron guareciéndose los cautivos a medida que se fugaban de las
casas de sus amos. Juan velaba por su seguridad, mientras Cervantes dirigía
aquella maquinación proveyendo a todo y ofreciendo este medio de salvación a
los cautivos de su confianza. Pero la depositó muy sobrada en uno que
llamaban el Dorador, natural de Melilla, que después de haber renegado de su
fe en su juventud, se había vuelto a reconciliar con la Iglesia, y había sido
posteriormente cautivado. Este cuidaba de comprar los víveres y conducirlos a
la cueva con el recato que es de suponer, y debía ser uno de los prófugos. Todo
estaba dispuesto: la noche aunque incierta de la libertad se iba acercando, y
Cervantes se ocupaba en recoger a sus amigos más rezagados, con el disgusto
de no haber podido atraer al doctor Antonio de Sosa, su amigo y confidente,
eclesiástico de estoica virtud, que lleno de achaques y guardado con especial
vigilancia por su amo no pudo acompañarle. Por fin llegó la fragata que,
manteniéndose lejos de la costa todo el día 21 de setiembre, se arrimó ya de
noche, y su tripulación verificaba el desembarco, cuando atemorizada por los
gritos de unos moros que acertaron a pasar por allí tuvo que hacerse a la mar.
En seguida repitió la tentativa de acercarse a la costa, pero esta vez con más
desgracia aun, pues alarmada la gente de aquel campo, no solo frustró el plan
sino que apresó a toda la tripulación del bajel. Quedaron en consecuencia los
de la cueva privados de toda esperanza y socorro, y para colmo de infortunio el
Dorador, que era un taimado hipócrita, descubrió al rey Azán el secreto de los
cautivos escondidos y los medios con que Cervantes había dispuesto y
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Colaboración de Sergio Barros 16 Preparado por Patricio Barros
manejado aquel asunto. Hallábanse reducidos a la mayor desesperación,
cuando se presentó el comandante de la guardia de Azán, guiado por el delator,
con veinte y cuatro infantes armados de alfanjes, lanzas y escopetas, y algunos
turcos de a caballo. Solo dieron tiempo a Cervantes para advertir a sus
compañeros que descargasen sobre él toda la culpa, y encarándose con el
comandante, le dijo que él solo había fraguado aquel proyecto y seducido a los
demás, y que sobre él solo debía recaer cualquier castigo. Asombrados los
agresores, tanto como los capturados, de tanta generosidad y presencia de
ánimo, despacharon un propio al rey, quien mandó que aquellos infelices
fuesen encerrados en su baño, y que solo a Cervantes le llevasen a su
presencia. Para esto le maniataron, y así tuvo que entrar el animoso joven en
Argel, a pié y perseguido por los insultos de aquel bárbaro populacho.
Era el rey Azán hombre muy diferente de su antecesor Uchalí en quien
reconocían los cautivos ciertos rasgos de hidalguía que honran su memoria. La
ferocidad de aquel era sin límites: trataba a sus esclavos peor que a las bestias,
teniéndolos en la mayor desnudez y necesidad; se deleitaba en atormentar a
sus semejantes y a veces ejecutaba con sus propias manos los suplicios a que
caprichosamente los condenaba. Cervantes le caracterizó perfectamente con
un magnífico pleonasmo, diciendo que era natural condición suya ti ser
homicida de todo el género humano. El infame Dorador que, renegando por
segunda vez, vendió a sus compañeros, poco tiempo pudo gozar la
recompensa, pues murió miserablemente tres años después en el mismo día
30 de setiembre, aniversario de su infame traición.
Es de advertir que por costumbre de aquella república eran propiedad del rey
los esclavos perdidos ó fugados que prendían sus esbirros, y así es que
valiéndose de este derecho tenía Azán cerca de dos mil encerrados en su baño,
nombre que allí daban a los depósitos de tan lastimosa mercadería.
Presentado Cervantes ante este monstruo, tuvo que sufrir un capcioso
interrogatorio, acompañado de terribles amenazas. La codicia de Azan le indujo
a querer complicar en este asunto al padre Jorge Olivar, de la orden de la
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Merced, comendador de Valencia, que a la sazón se hallaba de redentor en
Argel. Avisado del intento, tomó sus precauciones y trató de salvar en manos
del doctor Sosa los ornamentos y vasos sagrados de la profanación de los
infieles, por si llegaba el caso de prendérsele. Más a pesar de todos los medios
que se usaron para vencer la firmeza de Cervantes, siempre se mantuvo en las
mismas declaraciones dadas en el acto de su prisión: que él solo era el autor de
todo, y que todos eran víctimas de su seducción. Cansado el rey de su
constancia, y sin poder sacar otra respuesta ni noticia, se contentó con
apropiarse todos aquellos cautivos, y entre ellos a Cervantes, a quien mandó
encerrar en su baño, cargándole de cadenas y hierros, con intención todavía de
castigarle.
El otro Azán, el alcaide, dueño de la posesión donde se hallaba la cueva,
reclamó a su cautivo Juan el hortelano, a quien ahorcó por sus propias manos.
Dalí Mamí, usando de su valimiento, recobró también a Cervantes, pero muy
poco tiempo después lo vendió por el precio de quinientos escudos al rey, quien
creyó haber hecho un buen negocio, pues no podía creer que hombre tan
extraordinario no valiese mucho en su patria. Entre los dos mil cautivos
encerrados en el baño del rey, gemían otros tres caballeros, relacionados con el
gobernador español de Oran, donde tenía también Cervantes algunos amigos.
Cinco meses después, juntando las recomendaciones de todos, consiguió
ganar a un moro que se ofreció a llevar las cartas, dirigidas a que se les enviase
algunos espías y personas de confianza con quienes pudiesen realizar la fuga.
El moro salió para cumplir su encargo; pero tuvo la desgracia de que a la
entrada en Oran le interceptasen otros moros las cartas que llevaba,
conduciéndole preso a Argel, donde viendo Azán la firma y nombre de
Cervantes, mandó empalar al moro, que murió sin declarar cosa alguna, y que
a Cervantes le diesen dos mil palos, echándole de entre sus cristianos. Pero
alguna gracia como suya debió de decir Cervantes en aquel conflicto, supuesto
que el rey, desarmada su cólera, revocó la orden del castigo, suerte que no
tuvieron otros a quienes en distintas ocasiones se imputaron iguales conatos.
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Colaboración de Sergio Barros 18 Preparado por Patricio Barros
Tantos peligros corridos y milagrosamente esquivados hicieron más precavido
a Cervantes, pero sin extinguir aquella sed de libertad que le abrasaba. Vino a
trabar amistad con un renegado natural de Granada, llamado Girón, que había
tomado el nombre de Abderramán y deseaba volver a su primitiva creencia y a
su patria. Persuadióle a que adquiriese y armase una fragata bajo el pretexto
de hacer el corso, y que en ella se huyese de Argel llevando consigo una
porción de cautivos de lo más florido. Para los fondos, se acudió a un mercader
valenciano establecido en aquella plaza, por nombre Onofre Exarque, el cual
aprontó más de mil trescientas doblas, y con esto y otros recursos se acudió a
lo más necesario.
Todo lo tenían preparado y sesenta cristianos iban a romper sus grillos; pero
aun entre ellos hubo un Judas. Cierto Juan Blanco de Paz, que se titulaba
doctor y había sido religioso dominico, mal sacerdote y hombre perverso,
revoltoso y malquisto de todos, supo el proyecto y cometió la villanía de ir a
delatarlo al rey Azán, de quien recibió por todo premio un escudo de oro y una
jarra de manteca. El rey disimuló por el pronto, para hacer extensiva su
venganza a muchos conjurados, y al efecto dio sus disposiciones para
sorprenderlos en el mismo acto. Cuando supieron que se hallaban
descubiertos, el terror se apoderó de todos. Viendo Onofre Exarque
comprometida no solo su hacienda sino su vida, propuso a Cervantes que él
daría la suma pedida por su rescate, suplicándole encarecidamente que
aceptase el partido, y salvándose a sí mismo le librase de aquella angustiosa
situación; pero Cervantes, que penetró toda su desconfianza y cuán indecoroso
le era huir del peligro dejando en tanto riesgo a sus compañeros, no solo no
quiso aceptar la oferta, sino que procuró tranquilizarle diciéndole que ningún
tormento, ni aun la muerte misma, bastaría para que él descubriese a ninguno
de sus compañeros, antes bien se culparía a sí mismo para salvarlos a todos.
Hasta ver el aspecto que tomaban las cosas, huyó del baño, acogiéndose bajo
el amparo de un antiguo camarada, el alférez Diego Castellano ; pero como
pocos días después se mandó con público pregón buscar a Cervantes,
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Colaboración de Sergio Barros 19 Preparado por Patricio Barros
imponiendo pena de la vida a quien le tuviese oculto, temió ocasionar algún
daño a su amigo, ó a algún otro cristiano, y resolvió presentarse
espontáneamente, fiándose para ello de un renegado murciano llamado Morato
Raez, por sobrenombre Maltrapillo, amigo íntimo del rey, por cuyo medio
esperaba salir mejor del apuro. Azán se mostró muy irritado cuando le vio,
mandó que le pusiesen un cordel a la garganta y le atasen las manos atrás,
como para ahorcarle, si no confesaba ; pero Cervantes, siempre impávido,
echó toda la culpa sobre sí y sobre otros cuatro caballeros que estaban ya en
libertad, hasta que cansado Azán de la inutilidad de sus pesquisas, ó cediendo
a la fascinadora influencia de un esclavo cuya superioridad no podía menos de
reconocer, mandó que encerrasen a Cervantes en la cárcel de los moros, que
estaba en su mismo palacio, donde le tuvo cinco meses aherrojado con grillos
y cadenas, y desterró a Girón al reino de Fez. Así terminó esta tentativa
desgraciada, que hubiera podido serlo más, sin una misteriosa disposición de la
Providencia. Por una acción tan noble cobró Cervantes, según la expresión del
alférez Luis de Pedrosa, gran fama, loa y honra y corona entre los cristianos.
No se limitaban los designios de Cervantes a recobrar su libertad y la de sus
compañeros de infortunio. Alentado por el ejemplo de dos valientes españoles
que le habían precedido en empresa tan ardua y temeraria, y el considerable
número de más de veinte y cinco mil cautivos con quienes podía contar para su
ejecución, concibió el plan de alzarse con Argel para entregarlo a Felipe II y
destruir aquel asilo de los piratas del Mediterráneo. Hubiéralo conseguido,
según las atinadas disposiciones que había tomado, si la ingratitud y
malevolencia de algunos conjurados no descubriera sus intentos, frustrándolos
para siempre, y exponiendo su vida a ser víctima de tan abominable perfidia. El
mismo Cervantes decía que estas empresas quedarían por muchos años en la
memoria de aquellas gentes, y aseguraba el P. Haedo que con ellas se pudiera
hacer una particular historia. No era por consiguiente la opresión y custodia en
que tenia a Cervantes el rey Azán un mero efecto de su condición severa y
destemplada, sino una medida de precaución por su propia seguridad y la de su
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Colaboración de Sergio Barros 20 Preparado por Patricio Barros
república; y por eso solía decir que como tuviese bien guardado al estropeado
español, tendría segura su capital, sus cautivos y sus bajeles.
Mientras ideaba medios tan arriesgados para obtener su libertad, sus
desvalidos padres, arruinados ya con el rescate de su hermano mayor, hacían
en Madrid las más activas diligencias con el objeto de conseguir el de Miguel.
Para hacer constar sus servicios, solicitaron una información judicial. D. Juan
de Austria, que de ellos había sido testigo y justo apreciador, había muerto ya;
el duque de Sesa expidió una certificación muy expresiva citando
sumariamente los méritos de Cervantes, y otros muchos testigos de sus
hazañas en el ejército y en el cautiverio los declararon ante la autoridad. Entre
estos pasos vino a fallecer agobiado por tantas pesadumbres su padre Rodrigo,
cuya viuda doña Leonor de Cortinas los continuó sin descanso con todo el amor
de una madre, hasta que ayudada de su hija Doña Andrea pudo entregar a los
religiosos de la orden de la Trinidad trescientos ducados. Una persona piadosa,
Francisco Caramanchel, doméstico de un consejero, dio cincuenta doblas, y
otras cincuenta se le aplicaron de la limosna general de la orden Redentora.
Para acrecentar esta cantidad dirigió al rey Doña Leonor de Cortinas una
súplica, apoyada con la información judicial y la certificación del duque de
Sesa, para que S. M. en consideración a los méritos de su hijo y a la pobreza en
que ella estaba, le concediese alguna gracia para rescatarle. Atendió el rey a
esta instancia, concediendo a Doña Leonor en 17 de enero de 1580 permiso
para que del reino de Valencia se pudiesen llevar a Argel dos mil ducados de
mercaderías no prohibidas, con tal que su beneficio e interés sirviese para el
rescate de su hijo; pero fue tal la mala suerte de esta familia, que no llegó a
tener efecto esta gracia, porque tratando de beneficiarla, no daban por ella sino
sesenta ducados.
Entre tanto los padres de la santísima Trinidad, cuya gloriosa expedición dirigía
el padre fray Juan Gil, acompañado del padre fray Antonio de la Bella, ministro
del convento de Baeza, emprendieron su viaje a Argel, adonde llegaron el 29 de
mayo de 1580 y empezaron a tratar desde luego del rescate de los cautivos. La
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dificultad que tuvieron en el de Cervantes le retardó algún tiempo, porque Azan
pedía por él mil escudos para doblar el precio en que le había comprado, y
amenazaba que si no le aprontaban esta cantidad le llevaría consigo a
Constantinopla. Había Azán finalizado su gobierno, que por orden del Gran
Turco entregó a Jafer-bajá, e iba a partir para aquella capital con cuatro bajeles
suyos y de su mayordomo, armados todos con esclavos y renegados propios,
llevando además la escoltado otros siete buques que regresaban a Turquía, y
ya tenía a bordo a Cervantes, asegurado con grillos y cadenas. Compadecido el
P. Gil de su situación, y temiendo se perdiese para siempre la ocasión de lograr
su libertad, rogó e instó con la mayor eficacia hasta conseguir rescatarle en
quinientos escudos de oro en oro de España, buscando para ello dinero
prestado entre los mercaderes, y aplicándole varias cantidades de la redención
y de las limosnas particulares hasta completar aquella suma. Concluido este
concierto, y gratificados con nueve doblas los oficiales de la galera por sus
derechos, fue desembarcado Cervantes el 19 de setiembre, en el momento
mismo en que dio la vela Azán Agá para su destino.
Recobrada su libertad, todavía permaneció Cervantes en Argel hasta fines de
aquel año, agasajado de cuantos conocían sus bellas prendas. Solo su delator,
el mencionado Juan Blanco de Paz, que como todos los perversos aborrecía
preferentemente a los que más había agraviado, puso en juego cuanto pudo
sugerirle su infernal ingenio para desacreditar y perder a quien no había podido
asesinar. Temía tal vez que de regreso a España Cervantes descubriese su
infame proceder, y así es que trató de formarle secretamente una causa
criminal sobre su conducta, seduciendo a unos testigos con dádivas y
promesas de su libertad, y sorprendiendo la sencillez de otros con aparatos de
gran autoridad y valimiento.
Con tan dañado propósito fingió y divulgó ser comisario del santo Oficio, con
cédula y comisión del rey para ejercer allí sus funciones, y aun se atrevió a
requerir a los padres redentores de España y de Portugal, al respetable doctor
Sosa y a otros eclesiásticos que le reconociesen por tal y le prestasen
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obediencia; pero exigiéndole estos sus despachos, vieron que no los tenía, y
reprendieron severamente tan ruin intención y tan enorme delito.
En tales antecedentes fundaba Cervantes la necesidad de acrisolar su conducta
para acreditarla en España ante el rey y sus tribunales de un modo que
desvaneciese toda sugestión maligna de sus émulos. Nada le quedó que desear
en esta parte, porque la información que recibió el P. Gil, y que por fortuna
existe original en el archivo general de Indias establecido en Sevilla, es la
apología más completa, donde resaltan, como en la pintura las luces entre las
sombras, las nobles prendas y virtudes de su corazón al través de los vicios y
viles maquinaciones de sus calumniadores.
En este precioso documento dieron sus declaraciones los cautivos más
autorizados que existían entonces en Argel, exponiendo los hechos que hemos
referido y alabando su ocupación virtuosa y cristiana en hacer bien a los pobres
cautivos, y en distribuir entre ellos lo poco que tenia y podía allegar para
mantenerlos y satisfacer sus jornales, evitando por este medio que los
maltratasen sus patrones. Aparece además y consta en la información por
testimonio uniforme de tantas personas calificadas y veraces, que Cervantes
fue siempre exacto en todas las obligaciones y prácticas de un cristiano
católico; que su celo fervoroso y su instrucción sólida en los fundamentos de la
fe, le empeñó muchas veces en defenderla entre los mismos infieles con grave
riesgo de su vida; que con el mismo espíritu animaba para que no renegasen a
los que veía tibios y desalentados; que su nobleza de ánimo, sus buenas
costumbres, la franqueza de su trato, y su ingenio y discreción le granjeaban
muchos amigos, complaciéndose todos en reconocerle por tal; que su
popularidad y beneficencia le captaban igual concepto y aprecio entre la
muchedumbre; que sin embargo de esto conservó aun en su esclavitud todo el
decoro propio de sus circunstancias, tratando y conversando familiar y
amigablemente con los sujetos más distinguidos por su estado y condición; y
que los mismos padres redentores, conociendo su talento y buenas prendas,
no solo le trataron con singular aprecio, sino que consultaban y comunicaban
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Colaboración de Sergio Barros 23 Preparado por Patricio Barros
con él los asuntos y negocios más arduos de sus encargos y comisiones.
En vista de todo esto no es de admirar que Cervantes diese, durante su vida,
tanta importancia a los acontecimientos que promovió en Argel y a los trabajos
y persecuciones que padeció por esta causa; ni menos debe extrañarse que
conservara tan viva su gratitud a los padres redentores y a su caritativo
instituto, del cual hizo un digno elogio en la no. vela de La Española inglesa. El
padre Haedo confiesa que el cautiverio de Cervantes fue de los peores que
hubo en Argel, y también él decía muchos años después que en aquella escuela
aprendió a tener paciencia en las adversidades. Estas no pudieron con todo
marchitar la lozanía de su ingenio, ni sofocar su amor y su pasión a las letras.
Consta que allí escribió versos, algunos de ellos sobre asuntos de piedad, y
acaso deben referirse a esta época los romances infinitos de que habla él
mismo en su Viaje al Parnaso.
Concluidas las diligencias que le habían detenido en Argel, recogió testimonio
de ellas, y partió para España lleno de las más halagüeñas esperanzas a fines
del mismo año 1580, logrando según él mismo dice, uno de los mayores
contentos que en esta vida se puede tener, cual es el de llegar después de largo
cautiverio, salvo y sano a su patria: porque no hay en la tierra, añade, contento
que se iguale a alcanzar la libertad perdida.
Al tiempo de su llegada estaba Felipe II ocupado enteramente en la conquista
de Portugal, y el ejército castellano permanecía en aquel reino, tanto para
conservar la tranquilidad pública como para preparar la reducción de las islas
Terceras. Continuando Rodrigo Cervantes su carrera militar, se hallaba en
aquel ejército, ya en clase de alférez, y su hermano Miguel conoció que las
circunstancias no le proporcionaban medio más oportuno de conseguir sus
pretensiones que el de volver a servir en las tropas que estaban en Portugal,
donde esperaba nuevas ocasiones de distinguirse. Reunióse pues a su antiguo
tercio que subsistía a cargo de D. Lope de Figueroa, y se componía de soldados
veteranos ejercitados en las guerras de Levante y de Flandes. Por entonces las
cortes de Francia e Inglaterra que disimuladamente apoyaban las pretensiones
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Colaboración de Sergio Barros 24 Preparado por Patricio Barros
de D. Antonio, prior de Ocrato, a la corona de Portugal, sostenían la rebeldía de
las Terceras e intentaban apoderarse de los tesoros que de las colonias
españolas conducían las flotas, con cuyas miras recorría los mares una
poderosa escuadra francesa. Para combatirla fue puesto al frente de la
española D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, quien embarcó en sus
naves los aguerridos tercios de
Figueroa y Bobadilla, por lo cual se cree que Cervantes concurrió a la batalla
naval ganada el 25 de julio de 1582 en las aguas de la isla de San Miguel, así
como al sangriento desembarco verificado en la isla Tercera, en 15 de
setiembre del año siguiente; pero no hay noticias positivas de sus aventuras y
hechos de armas durante sus tres campañas de 1581 a 1583: solo sabemos
que por aquel tiempo estuvo en Mostagán de donde fue enviado con cartas y
avisos del alcaide de aquella plaza para Felipe II, quien le mandó pasar a Oran,
sin duda por hallarse allí de guarnición el tercio ó la compañía en que todavía
militaba. En alabanza del ínclito marqués de Santa Cruz compuso un buen
soneto que publicó algunos años después el licenciado Cristóbal Mosquera de
Figueroa en sus Comentarios de la jomada de las islas Azores.
También con esta época debieron coincidir ciertos amores de Cervantes con
una dama portuguesa, de quien tuvo una hija natural llamada Doña Isabel de
Saavedra, la cual siguió a su padre en sus varios destinos y vivió en su
compañía y en la de su mujer, formando parte de su familia.
Concluida la guerra con la completa reducción de las posesiones portuguesas,
se retiró Cervantes del servicio militar, después de quince años de vicisitudes y
adversidades. En medio de una vida tan agitada y de tan varios viajes y
destinos había compuesto y concluido para fines de 1583 La Galatea, novela
pastoral, que fue la primera obra suya que publicó, y en que satisfaciendo su
inclinación a la poesía y al cultivo de su lengua propia, quiso acreditarla
fecundidad de su ingenio, dar a conocer algunas de sus aventuras ó sucesos
particulares y alabar a los poetas que entonces florecían. Dióse a luz esta obra
a principios del año inmediato, y como al mismo tiempo que Cervantes
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Colaboración de Sergio Barros 25 Preparado por Patricio Barros
publicaba estas aventuras, galanteaba con fines honestos a una dama
principal, no puede quedar duda de que esta fue la verdadera heroína de su
novela. Poco tiempo después de publicada, es decir en 12 de diciembre de
1584 contrajo Cervantes matrimonio con doña Catalina de Palacios Salazar y
Vozmediano, de una ilustre familia de Esquivias. Debían de ser de tiempo atrás
muy estrechas las relaciones entre las familias de los desposados, por cuanto el
padre de Cervantes había nombrado por albacea en su testamento a la madre
de la que vino a ser después su nuera. Cervantes estableció el domicilio
conyugal en la misma villa de Esquivias, al parecer muy modestamente, pues
no daban para más ni la dote de su mujer ni los bienes del marido. Como la
carrera de las armas le había reportado más gloria que provecho, fuéle preciso
aguzar el ingenio para atender a sus nuevas obligaciones; sea por esto ó
porque su genio franco y sociable no se acomodase a la vida de un hacendado
lugareño, la proximidad a Madrid le proporcionó residir a temporadas en la
corte adónde iba a activar sus pretensiones y cultivar sus amistades. Túvolas
muy estrechas con los más afamados ingenios de aquel tiempo, cuya
benevolencia se había granjeado ya por los elogios que acababa de prodigarles
en el Canto de Calíope, inserto en el libro sexto de su Galatea.'
Entonces fue cuando Cervantes vio representar con general aplauso en los
teatros de la corte Los Tratos de Argel, La Numancia, La Batalla naval y otros
dramas que había compuesto; pero sus triunfos no podían ser permanentes,
porque, como él mismo dice, inmediatamente entró a dominar el teatro el
monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y se alzó con la monarquía
cómica, y avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes,
llenando el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y eclipsó por
consiguiente no solo las que Cervantes había visto celebradas, sino las de los
demás escritores que le precedieron. De casi todas estas comedias ignoramos
hasta los títulos, pues únicamente han llegado a nosotros El Trato de Argel y La
Numancia, habiéndose perdido todas las demás, inclusa La Confusa, que él
tenía por la mejor. No hay para qué analizar estas producciones; basta que
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digamos que en ellas erró su vocación por segunda vez.
Otro género de ocupaciones alejaron a Cervantes de la escena literaria por
espacio de cerca de veinte años. Pasemos rápidamente y como sobre ascuas
por este período desagradable. La situación en que se hallaba iba empeorando
cada día: veíase agobiado con las obligaciones que trae consigo el matrimonio,
y la manutención de sus hermanas e hija; advertía desatendidos sus méritos y
servicios sin haber obtenido la menor recompensa, y se miraba con más de
cuarenta años de edad y estropeado de la mano izquierda, pareciéndole
dificultoso en tales circunstancias emprender otra carrera, ó aspirar a un
empleo que le sostuviese con la decencia que correspondía. Para lograrlo
aceptó el encargo de temporal comisario ó factor de provisiones para la
armada; se trasladó con este motivo a Sevilla en 1588, allí prestó sus fianzas,
desempeñó este cargo hasta 1592 y rindió sus cuentas. Miraba naturalmente
esta ocupación nada más que como escala para mayores ascensos, y no
descuidaba por lo tanto sus pretensiones. En efecto, el año 1590 solicitó de S.
M. un oficio de los que se hallaban vacantes en Indias, señalando
particularmente la contaduría del nuevo reino de Granada, la de las galeras de
Cartagena, el gobierno de la provincia dé Soconusco en Guatemala, y el
corregimiento de la ciudad de la Paz. Esta resolución manifiesta bien cuál era la
situación de Cervantes cuando se acogía, como él mismo decía, al remedio a
que otros muchos perdidos en aquella ciudad (Sevilla) se acogen y que es el
pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España. Este
recurso lo pasó el rey en 21 del mismo mes al presidente del consejo de Indias;
y por decreto fecho en Madrid a 6 de junio se contestó que buscase Cervantes
por acá en que se le hiciese merced.
Fiado tal vez en esta promesa, volvió Cervantes a Madrid en 1594; pero solo
pudo conseguir otra comisión del consejo de contaduría mayor para la
cobranza de ciertas cantidades que procedentes de tercias y alcabalas reales
debían varios pueblos del reino de Granada. En estas y otras comisiones
semejantes visitó la mayor parte de los pueblos de Andalucía, cuyos caminos,
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costumbres y las más menudas circunstancias describió en sus obras como
testigo ocular, particularmente en sus Novelas, que casi todas las escribió en
esta época, aunque no las publicó hasta mucho después. De aquel estado, ya
que no próspero, algo tranquilo al menos, le sacó la desgracia ó mala fe de un
mercader llamado Simón Freire de Lima, a quien había entregado, para su giro
a Madrid, siete mil cuatrocientos reales procedentes de lo recaudado en
Velezmálaga y su partido. Con motivo de haber vuelto protestada esta letra
tuvo que pasar Cervantes en 1595 a Sevilla; Freire se había declarado en
quiebra y se había fugado de España, y de aquí se originaron para Cervantes
una serie de disgustos y calumnias, como también una larga prisión. En 1597,
según las cuentas formadas por las oficinas, resultó contra él un descubierto de
dos mil seiscientos cuarenta y un reales, y por real provisión se dio orden a un
juez de Sevilla para que le prendiese y a su costa le enviase preso a la corte, a
disposición del tribunal de contaduría mayor; pero el encarcelado representó y
se le puso en libertad bajo la fianza de presentarse dentro de treinta días en
Madrid a rendir cuentas y pagar el alcance.
Terminada su segunda comisión, todavía residió en Sevilla, donde desempeñó
algunas agencias de particulares, y el año 1598 compuso su célebre soneto
sobre el túmulo erigido en aquella catedral con ocasión de las exequias de
Felipe II, a pesar de su posición subalterna, trató familiarmente con las
personas más distinguidas por su clase y su saber que existían en Sevilla,
ciudad culta y poderosa y patria entonces de clarísimos ingenios. Allí vio morir
al divino Herrera, cuya memoria honró, con un soneto, y fue uno de los más
asiduos concurrentes a las reuniones tenidas en el estudio del amable pintor y
poeta Francisco Pacheco, quien sacó su retrato entre los muchos de personas
eminentes que tuvo la laudable curiosidad de recoger.
Faltan documentos para saber los sucesos de Cervantes desde fines de 1598
hasta principios de 1603, y es esto tanto más de sentir cuanto más interesante
seria conocer las circunstancias que le dieron ocasión e impulso para escribir su
libro inmortal: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Todos
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convienen en que por aquellos años estuvo en la Mancha, de lo cual se
conserva allí una tradición constante y general, siendo cierto que tenia enlaces
y conexiones de parentesco con varias familias ilustres establecidas en aquella
provincia. Unos aseguran «que comisionado para ejecutar a los vecinos
morosos de Argamasilla a que pagasen los diezmos que debían a la dignidad
del gran priorato de San Juan, lo atropellaron y pusieron en la cárcel; otros
suponen que esta prisión dimanó del encargo que se le había confiado relativo
a la fábrica de salitres y pólvora en la misma villa, para cuyas elaboraciones
empleó las aguas del Guadiana en perjuicio de los vecinos que las
aprovechaban para beneficiar sus campos con el riego; y no falta en fin quien
crea que este atropellamiento acaeció en el Toboso por haber dicho Cervantes
a una mujer algún chiste picante, de que se ofendieron sus parientes e
interesados. La fama de linajudos y quisquillosos de que gozaban los pueblos
de aquel distrito, la tradición que todavía subsiste en Argamasilla de que en la
casa llamada de Medrano estuvo el encierro donde permaneció Cervantes
padeciendo largos trabajos, y sus mismas expresiones de que su libro fue
engendrado en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, dan lugar
a multitud de conjeturas que en vano se ha pretendido apurar. Que la prisión
que sufrió en Argamasilla debió ser injusta, se infiere además de que Cervantes
no solo no se recató, sino que hizo gala de ella. Como quiera, debemos deponer
todo resentimiento por aquella dichosa prisión, que tanto gusto y
entretenimiento ha dado y dará aun al género humano.
La corte se hallaba establecida en Valladolid hacia dos años, cuando Cervantes
tuvo que trasladarse en 1603 a aquella ciudad, según se cree para responder a
las nuevas notificaciones que todavía le hizo la contaduría mayor, pues aun
andaba a vueltas el fastidioso expediente del antiguo descubierto. Sin duda
debieron ser satisfactorios sus descargos, puesto que continuó residiendo en la
corte el resto de su vida, a vista del mismo tribunal que tanto le había
molestado por un débito tan corto. Como quiera, no debió ser nada
ignominioso el delito de Cervantes, cuando vemos la tranquilidad de ánimo que
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manifestó siempre, apoyada en el testimonio indudable de su conciencia y
honrado proceder, y comprueba esta conjetura el silencio que guardaron en
este punto sus enemigos y rivales, aun mencionando aquel suceso con la
dañada intención de zaherirle.
El famoso duque de Lerma, gran valido de Felipe III, era entonces el árbitro
dispensador de los empleos y de la fortuna ó desgracia de los españoles:
halagüeño y mañero más que bien entendido, según decía Quevedo, usó de su
privanza en provecho propio más que en el común. De aquí nació que el mérito,
el talento y la virtud fueron desatendidos, no sin censura y sentimiento de los
buenos. El P. Sepúlveda, que escribía entonces en el Escorial cuanto ocurría y
observaba, se lamentaba con patriótico celo y santa indignación de ver
arrinconados y sin premio alguno tantos y tan famosos capitanes y valerosos
soldados, mientras que a su vista eran colmados de mercedes hombres sin
servicios ni méritos, por solo el favor que accidentalmente gozaban de los
ministros ó cortesanos, ó por estar colocados en ocupaciones sedentarias de
pocos días. Si Cervantes, como es de presumir, tuvo entonces necesidad de
presentarse a aquel inepto valido para exponerle sus servicios, sus méritos y
sus desgracias, no es extraño que le recibiese con desdén y le tratase con
menosprecio, según refieren algunos escritores de aquel siglo. Con tan amargo
desengaño halló Cervantes cerrada la puerta a sus esperanzas, de modo que,
abandonando sus solicitudes de recompensa, se vio obligado a buscar otros
medios de subsistir, ya ocupándose en varias agencias y negocios, ya trazando
y escribiendo algunas obras de ingenio, ó ya finalmente limando y
perfeccionando las que tenia para dar al público. Con tan mezquinos arbitrios,
y el favor que después pudo granjearse por medio de sus amigos de otros
protectores más justos e ilustrados, señaladamente del conde de Lemos y del
arzobispo de Toledo, Sandoval, vivió Cervantes el resto de su vida, aunque
pobre y oscuramente, siendo admirable la cordura y moderación que distinguió
su conducta en este último período. Si alguna vez depositó en el seno y
confianza de la amistad las quejas y resentimientos que tenia con el duque,
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siempre habló en sus obras públicas con el decoro y miramiento que la
prudencia tributa a los que tienen en sus manos la suerte de los pueblos y la
prosperidad ó miseria de muchas generaciones.
Tal vez la situación apurada en que le pusieron estos desvíos y desengaños
hicieron a Cervantes acelerar la publicación del Quijote para que los lectores
juiciosos e imparciales, midiendo por esta obra la elevación y amenidad de su
ingenio, y recordando por la novela del Cautivo los méritos de su juventud,
compadeciesen su mala suerte, y este sentimiento excitase su indignación
contra la indiferencia e injusticia de los que la causaban. La primera parte del
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha salió a luz publicada en Madrid a
principios de 1605. ¿Cómo es posible que elogiemos debidamente este
esfuerzo del ingenio, este libro asombroso, el más festivo que ha producido el
espíritu humano, la admiración del mundo durante más de dos siglos, la
envidia de las naciones extranjeras, el recreo del vulgo, la medicina de los mal
humorados, y el repertorio inmenso de todas las gracias de la conversación? La
posteridad lo contempla atónita, sin atreverse a decidir cuál sea más admirable
en él, si la fuerza de la fantasía que lo inventó, el gusto con que se ejecutó ó la
dicción con que se expresó. Las prensas no cesan de reproducirle en todas
partes, los doctos y los indoctos no se cansan de leerle, los eruditos lo
comentan y analizan, ya entusiasmándose con sus perfecciones hasta la
idolatría, ya haciendo notar algunos de sus defectos, que parecen puestos allí
para abonar sus bellezas.
Supónese no obstante que el público recibió el Quijote con indiferencia, y que
conociendo Cervantes que su obra era leída por los que no la entendían,
procuró excitar la curiosidad valiéndose de las ingeniosas y discretas
revelaciones del Buscapié, obra anónima en que aparentando hacer una crítica
del Quijote, se indicaba que era este una sátira llena de instrucción, y que los
interlocutores, aunque de mera invención, no dejaban de tener alguna
semejanza con ciertos personajes ó vivos ó recientes que habían tenido a su
cargo el gobierno de la monarquía. Como ignoramos si el Buscapié salió a luz al
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mismo tiempo que el Quijote, ó si fue muy posterior, no podemos graduar el
influjo que tuvo para que esta obra fuese recibida desde luego cotí tan general
aplauso de las gentes, como manifestó su autor en la segunda parte.
Consecuencia de esta aceptación fue el haberse hecho a lo menos cuatro
ediciones en el mismo año de 1605 en que se publicó la primera, y haberse
multiplicado en los inmediatos por Francia, Italia, Portugal y Flandes.
Del entusiasmo público no participaron algunos escritores, entre los cuales es
de lamentar los hubiese de verdadero mérito, como Espinel, Villegas y
Góngora, que cediendo a la mala tentación de censurar hasta las obras más
acabadas, manifestaron que muy lejos de ser el celo de corregir y mejorar los
hombres el que les dictaba, obedecían a las inspiraciones de la vanidad, a los
estímulos de su amor propio y al agudo pesar con que miraban las glorias
ajenas. Del mismo Lope de Vega hay indicios de resentimiento, que algunos
han procurado negar; pero por lastimoso que sea ver a dos hombres tan
eminentes descender de su altura al campo de las vulgares miserias, preciso es
confesar que si no hubo rompimiento, hubo por lo menos cierto desvío. Verdad
es que quisieron recíprocamente invadir el patrimonio que la naturaleza les
había señalado. Se empeñó Cervantes en escribir comedias y cayó en un punto
más abajo de la medianía; quiso Lope escribir novelas y apestó.
Un acontecimiento funesto e imprevisto vino a turbar la tranquilidad de
Cervantes y su familia pocos meses después de publicado el Don Quijote. No
parece sino que una tenaz fatalidad le perseguía por todas partes. Residía en la
corte un caballero navarro, de la orden de Santiago, llamado D. Gaspar de
Ezpeleta, aficionado según la costumbre del tiempo a justas, torneos y
galanteos, el cual en la noche del 27 de junio de 1605 se encontró a la orilla del
Esgueva con un hombre armado, que se empeñó en alejarlo de allí, por cuya
razón después de algunas contestaciones sacaron las espadas y se dieron de
cuchilladas, quedando mal herido B. Gaspar, que comenzó a pedir socorro y
pudo refugiarse con trabajo a una de las casas que estaban más próximas.
Cabalmente vivía en uno de sus dos cuartos principales Doña Luisa de
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Montoya, viuda del célebre cronista Esteban de Garibay, con dos hijos suyos, y
en el otro Miguel de Cervantes con toda su familia, a las voces de D. Gaspar
acudió uno de los hijos de Garibay, y viendo que entraba un hombre en el
portal derramando sangre, con la espada desenvainada en la una mano y en la
otra el broquel, llamó a Cervantes, que estaba ya recogido. Entre ambos le
subieron al cuarto de Doña Luisa de Montoya, donde falleció en la mañana del
29.
Para la averiguación del caso se procedió a las diligencias judiciales, y si bien no
pudo descubrirse el matador, hubo algunos indicios de que las heridas y
muerte de D. Gaspar habían provenido por competencia de obsequios y
galanteos dirigidos bien a la hija ó a la sobrina de Cervantes, ó bien a otras
señoras de las varias que habitaban los dos cuartos segundos y otro tercero de
la misma casa; por lo que fueron puestas en la cárcel diferentes personas, y
entre ellas Miguel de Cervantes, su hija, su sobrina y su hermana viuda; pues
es de advertir que de las declaraciones tomadas a los testigos en aquella
circunstancia, resulta que tenía entonces en su compañía a su mujer Doña
Catalina de Palacios Salazar, a su hija natural Doña Isabel de Saavedra,
soltera, de más de 20 años, a Doña Andrea de Cervantes, su hermana, viuda,
con una hija soltera llamada Doña Constanza de Ovando, de 28 años, y a Doña
Magdalena de Sotomayor, que también se llama su hermana, y era beata, de
más de 40 años de edad. También resulta de las mismas declaraciones que
Cervantes se empleó en Valladolid, según lo había hecho durante su mansión
en Sevilla, en agencias particulares, como un arbitrio para mantener su
numerosa familia. Poco después de recibidas las confesiones salieron de la
prisión bajo fianza Cervantes, su hija, hermana y sobrina.
En el año siguiente de 1606 se restituyó la corte a Madrid, y es muy regular que
la siguiese Cervantes, fijando su residencia en esta villa, no solo para continuar
sus agencias, ó proporcionarse otros medios de subsistir, sino para estar más
inmediato a Esquivias y a Alcalá, donde tenía sus parientes. Así lo testifican
cuantas memorias se han conservado, de las cuales consta que a mediados de
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1608 se reimprimió a su vista la primera parte del Quijote, corregida de
algunos defectos y errores, suprimiendo unas cosas y añadiendo otras, con lo
que mejoró conocidamente esta edición, que por lo mismo es la más apreciada
de los literatos y bibliógrafos; que en junio de 1609 vivía en la calle de la
Magdalena, a espaldas de la duquesa de Pastrana; que poco después se mudó
a otra casa que estaba detrás del colegio de Nuestra Señora de Loreto; que en
junio de 1610 moraba en la calle del León, casa número 9, manzana 226; que
en 1614 residía en la calle dé las Huertas; que también vivió en la calle del
Duque *de Alba, próximo a la esquina de la del Estudio de S. Isidro, de la cual
le desalojaron judicialmente, y por último, que en 1616 habitaba otra vez en la
calle del León, esquina a la de Francos, número 20, manzana 228,
Cervantes, anciano ya, reunido a toda su familia, escaso de medios para
mantenerla, perseguido de sus émulos, desatendido a pesar de sus servicios y
de sus talentos, y colmado de desengaños por su experiencia del mundo y
conocimiento de la corte y de los cortesanos, abrazó desde esta época una vida
retirada y filosófica, cual convenía a su situación; y volviendo, como decía él, a
su antigua ociosidad, se dedicó enteramente al comercio y trato de las musas
para ofrecer después al público nuevos y más copiosos frutos de su ingenio y
aplicación, dando campo al mismo tiempo a la práctica de aquellas nobles
virtudes a que le inducía su religioso corazón, y que sostenidas en su juventud
con heroico denuedo entre infieles bárbaros y sanguinarios, debían brillar más
y más en el ocaso de sus días para ejemplo y confusión de sus émulos y
detractores.
Estos principios le condujeron a alistarse en algunas congregaciones piadosas,
especialmente en laque todavía subsiste en el oratorio de la calle del Olivar. Se
cree que entonces se incorporó también Cervantes, como lo hizo Lope de
Vega,[en la congregación del oratorio del Caballero de Gracia, mientras que su
mujer y su hermana Doña Andrea se dedicaban a semejantes ejercicios de
piedad en la Orden Tercera de San Francisco, cuyo hábito recibieron en 8 de
junio del mismo año. No debe omitirse el singular y muy constante cariño
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fraternal que recíprocamente se conservaron siempre Cervantes y Doña
Andrea, a los testimonios de desprendimiento y afecto que esta le demostró en
varias ocasiones, correspondió él con el aprecio y consideración con que la
trató, hasta que falleció en Su misma casa a 9 de octubre de 1609, de edad de
65 años, y se enterró en la parroquia de San Sebastián a expensas de su
hermano.
Entretanto iba Cervantes disponiendo y perfeccionando algunas de sus obras
para darlas a luz; y así es que pudo publicar en agosto de 1613 la colección de
Novelas ejemplares que dedicó al conde de Lemos por medio de una carta
digna del mayor aprecio por la urbanidad, gratitud y moderación con que está
escrita.
Cervantes había visto el aplauso con que corría esta clase de composiciones en
Italia, principalmente las del Bocado; pero advirtió que sin embargo de su
estilo encantador, y de la elegancia, pureza y singulares gracias del lenguaje,
eran en gran manera nocivas y perjudiciales a las costumbres por la
indecencia, obscenidad y libertinaje de las ideas y argumentos. Procuró pues
corregir este abuso y adoptar en su plan aquellas acciones que sin ofender el
pudor fuesen características del genio de su nación, y prestasen materia para
la corrección de los vicios más comunes en la sociedad. Un año después dio a
luz su Viaje al Parnaso, imitando al que había publicado en Italia César
Caporali, natural de Perusa, poeta parecido a él, no menos en su agudo y
festivo ingenio, que en su triste y desdichada suerte. Alabó en esta obra a los
poetas dignos de este nombre, dándoles el lugar eminente que merecían en el
Parnaso español, y desterró de él a la muchedumbre de copleros corruptores
de la noble poesía y del idioma castellano, de aquellos que hablaban unos latín
y otros algarabía, y eran la idiotez y la arrogancia del mundo, según sus propias
expresiones.
Siguió a esta obra la Adjunta al Parnaso, diálogo en prosa, en que pintó con
sumo donaire el encuentro y conversación que tuvo con un poeta novel que le
traía una carta del dios Apolo. En esta obra anunció Cervantes su propósito de
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dar al público sus comedias, las cuales ni los cómicos las querían representar,
ni los libreros comprárselas para imprimir. a fuerza de instancias, acabó por
tomárselas el librero Juan de Villaroel, el cual se las pagó razonablemente, pero
no sin haberle manifestado con franqueza que un autor de título le había dicho
que de su prosa podía esperarse mucho, más de su verso nada, declaración
que le llegó al alma, aunque sin convencerle. Todas estas curiosas
circunstancias las refiere el mismo Cervantes en un discreto prólogo que
embelesa por su ingenuidad y es tan erudito como importante para la historia
del teatro y de la comedia española.
Ya porque Lope de Vega había inundado el teatro con sus maravillosas
composiciones, y otros muchos escritores muy apreciables e ingeniosos le
ayudaban a sostener esta gran máquina con suma aceptación y aplauso de las
gentes, ya porque realmente era escaso el mérito de las comedias de
Cervantes, lo cierto es que el público las miró con suma indiferencia. Mayor
aprecio merecieron respectivamente los entremeses, diálogos breves, jocosos
y burlescos, que para dilatar y hacer más varias y agradables las
representaciones teatrales, se intercalaban entre los actos ó jornadas de las
comedias. En estos entremeses repitió algunos asuntos yo tocados en sus
novelas, y dejó de publicar otros no menos graciosos y discretos, como el de los
Habladores, que salió a luz en Sevilla el año de 1624. Algunos han creído que
escribió también autos sacramentales, y aun le atribuyen el titulado las Cortes
de la muerte de que habla en el capítulo XI de la parte II del Quijote; pero hasta
ahora no se ha hallado fundamento que acredite estas presunciones.
Entre las costumbres dignas de alabanza que entonces se conservaban para
estimular los talentos en todas las ocasiones de celebridad pública, deben
contarse aquellas concurrencias llamadas justas poéticas, en cuyos
certámenes hallaban los ingenios un medio de darse a conocer con honrosa
emulación. Así sucedió en las que se celebraron en Madrid el año 1614, con
motivo de haber beatificado el papa Paulo V a Santa Teresa de Jesús, y en las
cuales compitieron los más floridos ingenios de España. Ocho eran los
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certámenes que se anunciaron al público, y en el tercero se proponían tres
premios a los que con más gracia, erudición y elegante estilo, guardando el
rigor lírico, compusiesen una canción castellana a los divinos éxtasis de la
Santa, en la medida de aquella de Garcilaso, El dulce lamentar de dos pastores,
con tal que no excediese de siete estancias. Uno dejos jueces del certamen era
Lope de Vega, el cual abrió la sesión ante un auditorio tan numeroso como
distinguido, recitando un discurso en alabanza de Santa Teresa, que causó
sumo placer y moción en el ánimo de los circunstantes. Miguel de Cervantes
compitió al citado argumento, y aunque no se llevó ningún premio, mereció
que se publicase su canción, entre las más selectas, en la relación que de las
fiestas hechas en toda España publicó fray Diego de San José, y se imprimió en
Madrid en el año de 1615.
Estos ligeros desahogos de su afición a la poesía no le impedían atender a la
composición de otras obras más vastas, instructivas y deleitables. La que
principalmente tenia comprometida en gran manera su reputación, era la
segunda parte del Quijote, ofrecida desde 1604, anunciada como próxima a
publicarse en 1613, y precedida sin embargo por otra segunda parte de un
autor desconocido e inepto, que intentó desacreditar de un golpe el ingenio y
las costumbres de Cervantes. Nos referimos al Quijote de Avellaneda,
publicado cuando aquel estaba finalizando su obra, y que fue un poderoso
estímulo para que la concluyese con mayor celeridad y la presentase a la
censura a principios de 1615, solicitando el permiso para su impresión.
Es digna de la mayor alabanza la generosidad y circunspección con que
procedió Cervantes en aquella ocasión. A los necios ultrajes ó insolentes
calumnias de su rival, al conjunto de improperios de una obra insípida, vulgar
y obscena, él opuso la templanza y urbanidad de su prólogo, que puede ser
modelo de contestaciones literarias, y las ingeniosas y festivas invectivas que
entretejió con las aventuras de su héroe, alusivas a la flamante historia del
disfrazado aragonés. Pero ninguna más oportuna y discreta que la apología que
hizo de sí y de su Quijote en la dedicatoria al mismo conde de Lemos, donde,
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tratando de cuán deseada era su libro, se explica en estos términos: «Es
mucha la priesa que de «infinitas partes me dan a que le envíe, para quitar el
ámago y la náusea que ha causado otro D. Quijote, que con nombre de
segunda parte «se ha disfrazado y corrido por el orbe: y el que más ha
mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua
chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome ó
por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería «fundar un colegio
donde se leyese la lengua castellana, y quería que «el libro que se leyese fuese
el de la historia de D. Quijote: juntamente «con esto me decía que fuese yo
áser el rector del tal colegio. Preguntéle al portador, si su majestad le había
dado para mí alguna ayuda «de costa. Respondióme que ni por pensamiento.
Pues, hermano, le «respondí yo, vos os podéis volver a vuestra China a las
diez, o a las «veinte, ó a las que venís despachado, porque yo no estoy con
salud para «ponerme en tan largo viaje ; además que sobre estar enfermo,
estoy «muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca,
en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que sin tantos titulillos de
colegios, ni rectorías me sustenta, me ampara, y me hace «más merced que la
que yo acierto a desear. »
El objeto de esta ficción fue no solo renovar la memoria de su pobreza,
tributando su gratitud a su bienhechor y Mecenas, sino encarecer
particularmente su obra y vindicarla de las atroces e injustas censuras de sus
émulos. Lo más notable que le achacó Avellaneda recayó sobre que su estilo ó
idioma era humilde, y que hacia ostentación de sinónimos voluntarios; y
Cervantes, a quien no le era decoroso contestar abiertamente a este reparo,
quiso contraponer la elegancia y pureza de su estilo a la incultura y vulgaridad
del de Avellaneda, suponiendo que de los países más remotos le pedían
ansiosamente su obra, para que por ella se leyese la lengua castellana, como el
texto más propio y conveniente para aprenderla: opinión calificada en el
discurso de cerca de tres siglos por el voto unánime de los mayores sabios de
la nación.
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Fue en efecto constante el conato de Cervantes en cultivar y mejorar la lengua
castellana, la cual comenzaba por este tiempo a decaer de aquella dignidad y
elegancia que había adquirido y conservado en el siglo anterior.
La segunda parte del Quijote, si bien adolece de los defectos propios de la
precipitación en el componer y de la pereza en el corregir, lleva
indudablemente grandes ventajas a la primera. El héroe es consecuente en su
locura, y Sancho Panza de cada vez más gracioso; un nuevo personaje de
carácter admirablemente descrito, el bachiller Sansón Carrasco, contribuye del
modo más decisivo al desenlace. Aquí se ve que el talento de Cervantes se
engrandecía con los años y que su ardiente imaginación en nada se resentía de
los hielos de la vejez.
Censuró esta obra el licenciado Francisco Márquez de Torres, capellán y
maestro de pajes del arzobispo de Toledo, quien nos ha conservado un
testimonio que vamos a trascribir del extraordinario aprecio que tributaban a
Cervantes fuera de su patria, en tanto que en ella recibía desaires y
desengaños y sus émulos le perseguían con tanto encono. «Certifico con
verdad, dice el censor, que en 25 de febrero de «este año de 1615, habiendo
ido el ilustrísimo señor D. Bernardo de «Sandoval y Rojas, cardenal, arzobispo
de Toledo, mi señor, a pagar la «visita que a su ilustrísima hizo el embajador de
Francia, que vino a «tratar «.osas tocantes a los casamientos de sus príncipes
y los de España, muchos caballeros franceses de los que vinieron
acompañando «al embajador, tan corteses como entendidos, y amigos de
buenas letras, se llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor,
deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y tocando
«acaso en este, que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de <t
Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la
estimación en que así en Francia como en los reinos sus «confinantes se tenían
sus obras, La Galatea, que alguno dellos tiene «casi de memoria, la primera
parte desta y las novelas. Fueron tantos «sus encarecimientos, que me ofrecí
llevarles que viesen autor «dellas, que estimaron con mil demostraciones de
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vivos deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y
cantidad. «Halléme obligado a decir, que era viejo, soldado, hidalgo y pobre: a
«que uno respondió estas formales palabras: ¿ pues a tal hombre no le «tiene
España muy rico, y sustentado del erario público ? Acudió otro de «aquellos
caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y «dijo: si necesidad le
ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca <c tenga abundancia para que
con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo «el mundo. »
En la citada dedicatoria al conde de Lemos escrita en 31 de octubre de 1615,
manifestándole ya la suma decadencia de su salud le ofrecía sin embargo los
Trabajos de Persiles y Sigismundo: libro que, según dice, tendría concluido
dentro de cuatro meses. Habíale anunciado al público desde el año de 1613,
poniéndole en competencia con el de Heliodoro, a quien se propuso imitar,
haciendo émulos de los castos amores de Teágenes y Cariclea los de Periandro
y Auristela.
Además de las obras mencionadas, escribía al tiempo de su muerte Las
Semanas del jardín, la segunda parte de la Galatea, El Bernardo y la comedia El
engaño a los ojos; pero con él acabaron estos frutos prometidos de su ingenio,
sin que se haya conservado más que sus títulos.
La única obra suya que puede llamarse póstuma por haberse publicado
después de su fallecimiento fueron los Trabajos de Persiles y Sigismundo* Su
viuda Doña Catalina de Salazar solicitó y obtuvo privilegio para imprimirlos y
darlos a luz en Madrid, como lo verificó en 1617, y en el mismo año se
repitieron las ediciones en Valencia, Barcelona, Pamplona y Bruselas.
Cervantes tuvo en grande estimación esta reciente obra como al último parlo
de su entendimiento ; pero su juicio no ha sido confirmado por la posteridad, si
se exceptúan algunos pocos que la han preferido al Don Quijote, fundándose en
consideraciones de orden secundario, como la belleza de estilo y la gallardía en
la narración.
Según su promesa tenía concluida esta obra para la primavera de 1616,
cuando ya la gravedad de sus males no le permitió componer la dedicatoria ni
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el prólogo. Tal era su situación el sábado santo 2 de abril, que por no poder salir
de su casa hubieron de darle en ella la profesión de la Orden Tercera de San
Francisco, cuyo hábito había tomado en Alcalá en 1613. Pero como al mismo
tiempo la naturaleza de su enfermedad le dejaba algunos intervalos de alivio
creyó conseguirle más radical y permanente con la variación de aires y
alimentos, y resolvió pasar en la semana inmediata de pascua al lugar de
Esquivias, donde estaban avecindados los parientes de su mujer. Desengañado
después de algunos días de la ineficacia de este arbitrio, y deseoso de morir en
su casa, ó con más esperanza de aliviarse en ella, regresó a Madrid con dos
amigos que pudiesen cuidarle y servirle por el camino. En él tuvo un encuentro
que le prestó materia para escribir su prólogo, y para darnos la única noticia
circunstanciada que tenemos de su enfermedad.
Volviendo pues de Esquivias sintieron que por la espalda venia uno picando con
gran prisa y dando voces para que se detuviesen. Esperáronle en efecto, y llegó
sobre una borrica un estudiante quejándose de que caminaban tanto que no
podía alcanzarlos para ir en su compañía: a lo que contestó uno de los
acompañantes, que la culpa tenía el caballo del señor Miguel de Cervantes por
ser algo pasilargo. Apenas oyó el estudiante el nombre de Cervantes, de quien
era apasionado, aunque no le conocía, cuando apeándose de su cabalgadura
arremetió a él, y asiéndole de la mano izquierda le dijo: si, si, este es el manco
sano, el famoso todo, el escritor alegre, y finalmente el regocijo de las musas.
Cervantes que tan impensadamente se vi ó colmado de tales alabanzas,
correspondió con su natural modestia y cortesía, abrazándole y pidiéndole
volviese a montar en su burra para seguir juntos y en amigable conversación lo
poco que restaba del camino. Hízolo así el comedido estudiante, con quien pasó
el coloquio que nos da idea de la enfermedad de Cervantes, y que refiere él
mismo en estos términos: «Tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso
asentado seguimos nuestro cace mino, en el cual se trató de mi enfermedad, y
el buen estudiante me «desahució al momento diciendo: esta enfermedad es
de hidropesía, «que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente
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bebiese vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose
de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna. Eso «me han dicho
muchos, respondí yo; pero así puedo dejar de beber a «todo mi beneplácito,
como si para solo eso hubiera nacido ; mi vida «se va acabando, y al paso de
las efemérides de mis pulsos, que a mas «tardar acabarán su carrera este
domingo, acabaré yo la de mi vida. En «fuerte punto ha llegado vuesa merced
a conocerme, pues no me queda «espacio para mostrarme agradecido a la
voluntad que vuesa merced «me ha mostrado en esto llegamos a la puente de
Toledo, y yo entré «por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia. Lo que se
dirá de «mi suceso tendrá la fama cuidado, mis amigos, gana de decillo, y yo
«mayor gana de escuchallo. Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer: «picó a
su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en «su burra, quien
había dado gran ocasión a mi pluma para escribir «donaires, pero no son todos
los tiempos unos ; tiempo vendrá, quizá, «donde anudando este roto hilo, diga
lo que aquí me falta, y lo que «convenía a Dios, gracias: a Dios, donaires: a
Dios, regocijados amigos, que yo me voy muriendo, y deseando veros presto
contentos en la «otra vida.»
Todo el contexto de este prólogo, su desaliño, sus interrupciones y su
conclusión están manifestando cuán deplorable era la situación de Cervantes
cuando le escribía. Fluctuaba entonces entre el temor y la esperanza; pero sin
desmentir por esto su genio festivo y donoso, como lo prueba la pintura que
hizo del traje, montura y ademanes del estudiante. Poruña parte anunciaba el
término de su vida para el domingo próximo, que era el 17 de abril, y se
despedía para siempre de sus amigos, de sus gracias y de sus donaires; y por
otra confiaba continuar y extender este discurso en mejor ocasión para decir lo
que en esta hubiera sido conveniente y oportuno. La enfermedad disipó todas
estas ideas, porque agravándose considerablemente, y no quedando
esperanza de remedio, se administró a Cervantes la extremaunción el lunes 18
de aquel mes.
Todavía conservaba al día inmediato serenidad de espíritu, firme y fecunda la
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imaginación, y tiernamente impresa en el corazón la memoria de su bienhechor
el conde de Lemos, cuya venida de Nápoles a ser presidente del consejo de
Italia estaba muy próxima. Ansiaba Cervantes este momento de ofrecerle
personalmente los respetos de su gratitud; pero ya que no era posible
conseguirlo, le dirigió como último obsequio los Trabajos de Persiles y
Sigismunda, con una carta digna, como observa RÍOS, de que la tuviesen
presente todos los grandes y todos los sabios del mundo, para aprender los
unos a ser magníficos, y a ser agradecidos los otros. «Aquellas coplas antiguas,
le dice Cervantes, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: Puesto
ya el pié en el estribo, quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola,
porque «casi con las mismas palabras puedo comenzar diciendo:
» Puesto ya el pié en el estribo,
» Con las ansias de la muerte,
» Gran señor, .esta te escribo.
«Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo esta: el tiempo es «breve, las
ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto llevo «la vida sobre el
deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto «hasta besar los pies a V.
E., que podría ser fuese tanto el contento de «ver a V. E. bueno en España, que
me volviese a dar la vida; pero si «está decretado que la haya de perder,
cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa V. E. este mi deseo, y
sepa que tuvo en mí «un tan aficionado criado de servirle, que quiso pasar aun
más allá de «la muerte mostrando su intención. Con todo esto, como en
profecía «me alegro de la llegada de V. E., regocíjome de verle señalar con el
«dedo, y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas, dilatadas en
la fama de las bondades de V. E. Todavía me quedan en el «alma ciertas
reliquias y asomos de Las Semanas del jardín y del famoso «Bernardo, si a
dicha, por buena ventura mía, que ya no sería ventura «sino milagro, me diese
el cielo vida, las verá y con ellas fin de La Galatea, de quien se está aficionado
V. E., y con estas obras continuado mi «deseo. Guarde Dios a V. E., como
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puede. De Madrid a diez y nueve de «abril de mil y seiscientos y diez y seis
años.
«Criado de Vuesa Excelencia,
«MIGUEL DE CERVANTES. »
La situación de Cervantes al escribir ó dictar tan tiernas y nobles expresiones
les da tal energía y sublimidad, que las hace dignas de la misma veneración y
respeto con que se escucharon en Grecia y Roma los últimos discursos de
Sócrates y de Séneca.
Con igual serenidad de ánimo otorgó su testamento, dejando por albaceas á su
mujer Doña Catalina de Salazar y al licenciado Francisco Núñez, convecino en
la misma casa de la calle del León. Mandóse enterrar en las monjas trinitarias,
que se habían fundado cuatro años antes en la del Humilladero, ya por la
predilección que siempre tuvo a esta sagrada orden, ya porque se hallaba de
religiosa profesa su hija Doña Isabel, y acaso alguna otra persona de su
particular consideración. Después de haber hecho estas disposiciones y otras
sobre los sufragios para su alma, terminó su vida, con la tranquilidad que
inspiran la religión y la cristiana filosofía, el sábado 23 del mencionado mes de
abril y año de 1616.
El cuerpo de Cervantes fue conducido humildemente a su última morada por
cuatro hermanos de la Orden Tercera, con la cara descubierta, según era la
costumbre. Cuando en el año de 1633 se establecieron las religiosas trinitarias
en el nuevo Convento de la calle de Cantaránas, exhumaron y trasladaron a él
los huesos de las religiosas que habían fallecido desde su fundación, y los de
aquellos parientes suyos que por costumbre ó devoción se habían enterrado en
la iglesia de su primitiva residencia. Es natural que los restos de Cervantes
tuviesen igual suerte y paradero.
Por igual deplorable negligencia han perecido los retratos que hicieron D. Juan
de Jáuregui y Francisco Pacheco, que nos mostrarían al natural la fisonomía y
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talle de Cervantes. Solo una copia ha llegado a nuestros días, que siendo
indudablemente del reinado de Felipe IV, se atribuye por unos a Alonso del
Arco, creyendo otros descubrir en ella el estilo de las escuelas de Vicencio
Carducho ó de Eugenio Caxes. Pero de cualquiera mano que sea, es cierto que
conforma en todo con la pintura que Cervantes hizo de sí mismo en el prólogo
de las Novelas diciendo: «Este que veis aquí de rostro aguileño, de cabello
castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos, y de nariz corva,
aun-«que bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años «que
fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes «no crecidos,
porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y «peor puestos, porque
no tienen correspondencia los unos con los otros, «el cuerpo entre dos
extremos, ni grande pi pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo
cargado de espaldas, y no muy ligero de «pies: este digo que es el rostro del
autor de la Galatea y de D. Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del
Parnaso a imitación del de «César Caporali, perusino, y otras obras que andan
por ahí descarriadas, «y quizá sin el nombre de su dueño llámase comúnmente
Miguel de Cervantes Saavedra. » Confiesa además que era tartamudo, y es
preciso apreciar esta descripción por el candor e ingenuidad que la dictó, y por
la gracia inimitable con que está escrita.
Las altas prendas y virtudes que tan digno le hacen del aprecio y de la memoria
de la posteridad se encuentran en sus escritos y en sus acciones. Como
verdadero filósofo cristiano, supo ser religioso sin superstición, celoso de sus
creencias sin fanatismo, amante de su patria sin preocupación, valerosísimo
soldado sin temeridad, generoso sin jactancia, agradecido sin adulación,
ingenuo y sencillo hasta apreciar tanto que le advirtiesen sus errores como que
le alabasen sus aciertos, indulgente con sus émulos hasta el punto de contestar
a sus sátiras e invectivas sin descubrirlos ni herir a sus personas; en suma
hombre lleno de pureza y honradez, tipo perfecto del antiguo caballero
español. No solo no supieron sus contemporáneos apreciarle como merecía,
sino que le miraron con lamentable indiferencia; pero ¿qué nación no tiene que
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culparse de injusticias semejantes ó mayores? En cambio la posteridad le ha
dado una compensación justa, aunque tardía. En una de las plazas de la capital
de España se le ha erigido una magnífica estatua de bronce; los soberanos han
honrado a porfía su memoria, los magnates amantes de las letras y los sabios
le han levantado monumentos y colmado de elogios, las artes todas,
nacionales y extranjeras, han reproducido su efigie y las creaciones de su
fantasía bajo mil formas; la imprenta multiplica las ediciones de sus escritos y
los difunde por todo el ámbito del mundo civilizado, y el pueblo venera su
nombre con una especie de culto, contemplándole como a uno de aquellos
seres privilegiados que el cielo concede, de cuando en cuando a los mortales
para consolarlos de su miseria y pequeñez, y a quienes reserva la exclusiva
prerrogativa de ilustrar a sus semejantes, influyendo poderosamente en la
reforma de sus opiniones y costumbres.