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HISTORIA Y RAZAS DE W W A A R R C C R R A A F F T T RECOPILACIÓN Y MONTAJE BY GULTAR

Warcraft Historia

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HISTORIA Y RAZAS DE

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RECOPILACIÓN Y MONTAJE BY GULTAR

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INDICE

Prólogo 3

Capítulo 1: Mitos 4

Capítulo 2: El Nuevo Mundo 20

Capítulo 3: La perdición de Draenor 32

Capítulo 4: Alianza y Horda 44

Capítulo 5: El Retorno de la Legión Ardiente 58

Capitulo 6: Otras Historias 110

Epílogo: Una nueva Era se avecina… 156

Razas 161

Bibliografia 175

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Prólogo

La vida en Azeroth es brutal, triste y, sobre todo, corta. Sin embargo, no siempre estuvo plagada por la guerra continua y arrastrada hacia el conflicto. Hubo un tiempo en que el mundo fue un sitio lleno de paz y vitalidad. Los pueblos vivían en paz y armonía con la naturaleza y sus inconmensurables fuerzas, y mágicas e impresionantes criaturas corrían sobre las planicies y surcaban los cielos sin oposición.

¿Cómo sé todas estas cosas, se preguntarán? Bueno, solamente diré que yo, Rhonin el mago, al que llaman el Inconforme, he visto estas y muchas más impresionantes cosas. Pues en esa eterna noche de los tiempos que se llama la Gran Oscuridad del Más Allá, mi maestro y tutor Krasus, me llevó hasta la oscura cueva donde, a través de las eras, Nozdormu el Imperecedero, el Gran Dragón de Bronce, guarda los inconmensurables caminos del tiempo. Nozdormu, el inmenso dragón de bronce, Señor del Tiempo y de las épocas, me ha mostrado lo que fue, lo que es y lo que será. El eterno conflicto que azota las vidas de todas las criaturas de este mundo, uno sus destinos en uno solo, al punto de que la extinción de una sola, puede significar la aniquilación de todas. He aquí, pues, el enigma que a muchos ha desvelado y que a todos maravilla: La verdadera historia del mundo de Azeroth.

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Capítulo 1: Mitos Tradición oral entre los Kaldorei

Los Titanes y la Formación del Universo

Nadie sabe exactamente cómo inició el Universo. Algunos teorizan que una catastrófica explosión cósmica envió al infinito una inmensidad de mundos desconocidos hacia la vastedad de la Gran Oscuridad del Más Allá – mundos que algún día albergarían una diversidad maravillosa y terrible de formas de vida. Otros creen que el Universo fue creado por una sola Todopoderosa Entidad benigna, cuya Sagrada Luz ilumina desde tiempos inmemoriales, las vidas de todos y cada uno de los seres del Universo. Aunque los orígenes del caótico Universo ciertamente son inciertos, está claro que una raza poderosa se encargó de estabilizar los varios mundos y asegurarse que a futuro esos mundos siguieran sus mismos pasos. Los Titanes, colosales dioses de piel metálica de las infinidades del cosmos, exploraron el naciente universo, y trabajaron en los mundos que iban encontrando. No está claro de dónde vinieron y por qué lo hacían, pero ordenaron los mundos levantando poderosas montañas y drenando vastos océanos. Rasgaron los cielos y atmósferas respirables surgieron. En cada lugar que encontraron, elaboraron un plan para darle orden al caos existente. Al mismo tiempo, le dieron poderes a razas primitivas para que trabajaran y mantuvieran la integridad de sus respectivos mundos. Regidos por una elite llamada El Panteón, cuyo Alto Padre, Aman’thul, gobernaba con justicia e igualdad, los Titanes le dieron orden a los cientos de millones de mundos que exploraron en la Gran Oscuridad del Más Allá durante las primeras eras de la creación. El benevolente Panteón, para salvaguardar las estructuras de estos mundos, siempre estuvo vigilante contra el ataque extradimensional de las viles razas del Torbellino del Vacío. El Torbellino, una dimensión etérea de magia caótica que conecta una miríada de mundos del universo, era el hogar de un número infinito y primigenio de maléficos demonios, cuyo único objetivo era destruir la vida y devorar las energías del universo viviente. Incapaces de concebir el mal o la extinción de cualquier forma de vida, los Titanes se vieron obligados a hallar una forma de terminar los constantes ataques de los demonios.

Sargeras y la Traición

Con el paso del tiempo, las entidades demoníacas encontraron la forma de penetrar en los mundos de los Titanes desde el Torbellino del Vacío, y el Panteón eligió a sus más grandes guerreros, Sargeras, para actuar como primera línea de defensa. El noble gigante de bronce bruñido, Sargeras, cumplió con sus deberes por interminables milenios, buscando y destruyendo demonios donde quiera que los encontrara. A través de los eones, Sargeras encontró dos poderosas razas demoníacas, ambas con ambición de ganar poder y dominio sobre el universo físico.

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Los Eredar, una insidiosa raza de hechiceros diabólicos, usaron sus embrujos mágicos para invadir y esclavizar un número de mundos. Las razas indígenas de estos mundos mutaron por los poderes malévolos de los Eredar y se volvieron demonios ellos mismos. Aunque los cercanamente ilimitados poderes de Sargeras eran más que suficientes para derrotar a los viles Eredar, el gigante encontró muchos problemas para detener la corrupción y envilecimiento de las criaturas. Incapaz de soportar tanta depravación, el gran Titán empezó caer en una gran depresión. A pesar de su creciente insatisfacción, Sargeras arrasó del Universo a los brujos atrapándolos en una esquina del Torbellino. Mientras su confusión y miseria se profundizaban, Sargeras se vio forzado a combatir otro grupo que intentaba romper el orden de los Titanes: los Nathrezim. Esta oscura raza de demonios-vampiro (también conocidos como Señores del Terror) conquistó un número de mundos poblados poseyendo a sus habitantes y

volviéndolos hacia la sombra. Los nefastos y esquemáticos señores del terror tornaban a las naciones unas contra otras manipulándolas dentro de un odio irracional y perverso. Sargeras derrotó a los Nathrezim fácilmente, pero su corrupción lo afectó profundamente. Con sus sentidos obcecados y desesperados, Sargeras perdió toda conciencia no solo de su misión, sino también de la visión de los Titanes de un universo ordenado. Eventualmente, empezó a creer que el concepto de un universo ordenado era inútil, y que el caos y la depravación eran los únicos absolutos del oscuro y solitario universo. Sus compañeros Titanes trataron de persuadirlo de su error y calmar sus iracundas emociones, pero él había interpretado sus más optimistas creencias como desilusiones inútiles. Abandonando sus filas para siempre, Sargeras salió en busca de su propio lugar en el Universo. Aunque el Panteón lamentó profundamente su partida, los Titanes jamás pudieron predecir que tan lejos llegaría su hermano perdido.

Con el tiempo, la locura de Sargeras habría consumido sus últimos vestigios de su valioso espíritu, creyendo que los Titanes eran los responsables del fracaso de la creación. Decidido, finalmente, a deshacer sus trabajos en todo el universo, decidió conformar un ejército imparable que consumiría al universo físico. Eventualmente la forma titánica de Sargeras se fue distorsionando por la corrupción que plagaba su una vez noble corazón. Sus ojos, cabello y barba eructaron en fuego, y su

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piel metálica broncínea se abrió revelando su nueva forma de odio infinito. En su furia, Sargeras liberó de sus prisiones a los Eredar y los Nathrezim. Estas astutas criaturas se postraron ante la vasta ira el oscuro Titán y ofrecieron servirle en cualquiera de sus maliciosos caminos. De las filas de los poderosos Eredar, Sargeras eligió dos campeones para comandar su demoníaco ejército de destrucción. Kil´jaeden el Embaucador fue elegido para escoger a las más oscuras razas del universo y reclutarlas dentro de las filas de Sargeras. El segundo campeón, Archimonde el Profanador, fue elegido para dirigir los enormes ejércitos en la batalla contra cualquiera de los que osaran resistir los deseos del Titán.

El primer movimiento de Kil´jaeden fue esclavizar a los vampíricos señores del terror bajo su terrible poder. Los señores del terror le servirían como sus agentes personales en el universo, y ellos placenteramente localizarían razas primitivas para que su maestro las corrompiera y las exterminara. El primero entre los señores del terror era Tichondrius el Oscuro, quien servía a Kil´jaeden como el perfecto soldado y llevaría la ardiente voluntad de Sargeras a todas las oscuras esquinas del universo. El poderoso Archimonde también escogió temibles agentes para sí mismo. Llamando a los maléficos señores del foso y su barbárico líder, Mannoroth el Destructor, Archimonde esperaba establecer una élite luchadora que acabaría con cualquier creación de vida.

Una vez que Sargeras vio que sus ejércitos fueron amasados y listos para seguir sus mandatos, lanzó sus coléricas fuerzas en la vastedad de la Gran Oscuridad. El bautizó a su creciente ejército como la LEGION ARDIENTE. Hasta la fecha, no está claro cuántos mundos han sido consumidos y quemados por la insana cruzada ardiente alrededor del universo.

Los Dioses Antiguos y el Ordenamiento de Azeroth

Sin conocer la misión destructiva de Sargeras sobre sus incontables trabajos, los Titanes continuaron moviéndose de mundo en mundo, dando forma y ordenando cada planeta como ellos creían. A lo largo de sus viajes repararon en un pequeño mundo al cual sus habitantes llamarían más tarde Azeroth. Cuando los Titanes hicieron su camino sobre la primitiva tierra, encontraron un número de hostiles “principios elementales”, que serían conocidos únicamente como los Dioses Antiguos, quienes querían echar a los Titanes de su mundo.

El Panteón, molesto por la inclinación de los Dioses Antiguos a hacer el mal, entabló una guerra contra los Elementales y sus oscuros maestros. Los ejércitos de los Dioses Antiguos eran dirigidos por cuatro poderosos lugartenientes: Ragnaros el Señor del Fuego, Therazane la Madre Roca, Al’Akir el Señor del Viento y Neptulon el Cazador de las Mareas (Los Cuatro Elementos). Sus caóticas fuerzas avanzaban por la faz de la tierra y chocaban con los colosales Titanes. Aunque los Elementales eran poderosos más allá de toda compresión mortal, sus fuerzas combinadas no pudieron detener a los poderosos Titanes. Uno por uno, Los Cuatro Elementos fueron cayendo y sus fuerzas fueron dispersadas.

El Panteón asedió las ciudadelas de los Dioses Antiguos y encerraron a los cuatro malvados dioses bajo la superficie de la tierra. Sin los Dioses Antiguos para conducir sus iracundos espíritus sobre el mundo físico, los elementales pasaron a un plano

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abismal, donde ellos se contendrían uno al otro por toda la eternidad. Con la partida de los elementales, la Naturaleza se calmó y el mundo entró en una pacífica armonía. Los Titanes observaron que la lucha había sido contenida e iniciaron su trabajo. Crearon un número de razas para que les ayudaran a modelar el mundo. De las profundidades de las cavernas rocosas surgieron los Titánides, creados de la piedra viva. Para retirar los océanos y sacar la tierra firme, los Titanes crearon los inmensos pero gentiles Gigantes del Mar. Por muchas edades los Titanes modelaron la tierra, hasta que se formó un perfecto continente. En el centro del continente, crearon un lago de centelleantes energías primordiales. El lago, que sería llamado EL POZO DE LA ETERNIDAD, sería una fuente de vida para el mundo. Sus potentes energías conmoverían las raíces del mundo y la vida emergería sobre el fértil suelo. Con el tiempo, plantas, árboles y criaturas de toda especie empezarían a conquistar el continente. Cuando llegó el día final de sus labores, los Titanes nombraron al continente KALIMDOR, “La tierra de la eterna luz de las estrellas”.

El encargo de los Dragones Alados

Satisfechos de que el pequeño mundo estuviera ordenado y su trabajo concluido, los Titanes se prepararon para abandonar Azeroth. Sin embargo, antes de partir, encargaron a las especies más grandes del mundo con la misión de proteger Kalimdor contra cualquier fuerza que amenazara su perfecta tranquilidad. En esa época había muchos dragones voladores. Entonces ellos escogieron a cinco de los más poderosos para dominar a sus hermanos y apacentar el mundo. Los grandes miembros del Panteón les dieron una porción de su poder a cada uno de los líderes de los dragones. Los majestuosos dragones serían conocidos como los Grandes Aspectos.

Aman'Thul, el Alto Padre del Panteón, otorgó parte de su poder cósmico sobre el gigantesco dragón de bronce, Nozdormu, para que protegiera el tiempo y las inconmensurables vías del destino. El estoico y honorable Nozdormu sería conocido como el Único Imperecedero.

Eonar, el Titán patrón de toda vida, dio parte de su poder a Alexstrasza la Roja, la Protectora de la Vida, cuya misión sería salvaguardar toda vida que creciera en el mundo. Por su suprema visión e ilimitada compasión por todas las cosas vivas Alexstrasza fue coronada como Reina de los Dragones y se le dio dominio sobre toda su especie. Eonar también bendijo a la pequeña hermana de Alexstrasza, la luminosa dragona verde Ysera, con una porción de la influencia sobre la Naturaleza. Ysera caería en un trance eterno, y sería conocida como La Soñadora, velando por los salvajes bosques del mundo desde su verde reino, El Sueño Esmeralda.

Norgannon, el Titán protector y maestro de las artes mágicas, le dio al dragón azul, Malygos, una porción de su vasto poder. Desde ese momento, Malygos sería conocido como el Tejedor de Hechizos, el guardián de la magia arcana oculta.

Khaz'goroth, el Titán forjador del mundo, le dio parte de su vasto poder al poderoso dragón negro, Neltharion, conocido como el Guardián de la Tierra, y se le dio dominio sobre la tierra y los profundos lugares del mundo. El controlaría la fuerza del mundo y sería el gran soporte de Alexstrasza.

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Con estos poderes, los Cinco Aspectos se encargarían de la defensa del mundo en la ausencia de los Titanes. Con los Dragones preparados para salvaguardar su creación, los Titanes dejaron atrás Azeroth para siempre. Desafortunadamente, pasaría muy poco tiempo antes de que Sargeras conociera al pequeño mundo recién nacido.

El despertar del mundo y el Pozo de la Eternidad

Hace aproximadamente diez mil años antes de la Primera Guerra entre Orcos y Humanos, el mundo de Azeroth se constituía en un solo continente, rodeado por el mar. La masa de tierra, conocida como Kalimdor, era el hogar de un sinnúmero de razas y criaturas, todas luchando por sobrevivir sobre el salvaje mundo. En el oscuro centro del continente existía un misterioso lago de energías incandescentes. El lago, el cual más tarde sería llamado el Pozo de la Eternidad, era un verdadero corazón de magia y poder natural. Extrayendo sus energías desde la infinita Gran Oscuridad más allá del mundo, el Pozo actuaba como una fuente mística, enviando sus potentes energías a lo largo del mundo para que surgieran innumerables y maravillosas formas de vida.

Con el tiempo, una primitiva tribu de humanoides de costurmbres nocturnas precavidamente fue haciendo su camino hacia las riberas del lago encantado. Los nómadas humanoides, guiados por las extrañas energías del Pozo, construyeron sus hogares en las tranquilas riberas del lago. Con el tiempo, el cósmico poder del Pozo afectó a la tribu, haciéndola más fuerte, inteligente y virtualmente inmortal. La tribu adoptó el nombre Kaldorei, que significa “niños de las estrellas” en su lengua primitiva. Para celebrar su creciente sociedad, construyeron grandes palacios y templos alrededor del lago.

Los Kaldorei, o ELFOS NOCTURNOS, como serían llamados más tarde, adoraban a Elune, la diosa de la Luna, y creían que ella dormía en la profundidad del Pozo durante las horas del día. Los tempranos sacerdotes elfos estudiaban el Pozo con insaciable curiosidad, tratando de conocer sus intangibles secretos y poderes. Conforme su sociedad crecía, los elfos nocturnos exploraban Kalimdor para desenvolver sus misterios. Las únicas criaturas que les dieron pausa fueron los ancestrales y poderosos dragones. Las grandes bestias a menudo se comportaban reclusivos, y los elfos nocturnos descubrieron que los dragones se habían constituido en los protectores del mundo, por lo que era mejor que sus secretos no fueran revelados.

El Pozo de la Eternidad fue la llave del verdadero avance y conocimiento de los Kaldorei. Mientras estudiaban las poderosas energías del Pozo, los Kaldorei fueron imbuidos con su poder, volviéndose prácticamente inmortales e inmunes al paso de los años, por sobre todoas las criaturas de la tierra. Rápidamente aprendieron las energías del Pozo directamente. Habia comenzado el estudio de la magia arcana.

Con el tiempo, la curiosidad de los elfos nocturnos los llevó a conocer a una serie de poderosas criaturas, pero la más interesante de todas fue CENARIUS, un poderoso semidios de los bosques primigenios. El valiente, noble y atrevido Cenarius se mostró complacido con los inquisitivos elfos nocturnos y ocupó una gran cantidad de tiempo en enseñarles acerca del mundo natural. Los tranquilos Kaldorei desarrollaron una fuerte empatía por los vivientes bosques de Kalimdor y el armonioso balance de la naturaleza. Algunos Kaldorei creían que el uso abusivo de las magia arcana del Pozo podrían traer serias consecuencias, pero sus precavidas palabras fueron ignoradas por el resto de sus

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hermanos, quienes habían penetrado profundamente en el estudio de la magia. Los grandes hechiceros y magos construyeron hermosas ciudades, elaboraron impresionantes artefactos mágicos, y apacentaron el mundo de acuerdo a sus propias necesidades. Una de las más poderosas de las hechiceras Kaldorei se llamaba Aszhara, una mujer altatmente dotada que ansiaba el conocimiento de la magia arcana mucho más que cualquier otra criatura viva. Su conocimiento llegó a ser tan basto, que eventualmente los Kaldorei la coronaron como Reina de Kalimdor, y un inmenso y vetusto palacio le fue construido en las orillas del Pozo de la Eternidad.

Con el paso de las eras, la civilización de los elfos nocturnos se expandió territorial y culturalmente. Sus templos, caminos y lugares de estudio se expandieron por el oscuro continente. Azshara, la hermosa y generosa reina de los elfos nocturnos escogió a sus servidores favoritos para sus enjoyados salones. Sus servidores, conocidos como los Quel´dorei o “Bien Nacidos” (Highborne), fueron dotados de todo poder y se creyeron mejores que el resto de sus hermanos. Su líder, Dath’Remar, fue nombrado alto concejal de la reina y rápidamente se hizo con el control político de a nación. Aunque la Reina Azshara era igualmente amada por todo el pueblo, los Bien Nacidos eran secretamente envidiados por el resto de los elfos nocturnos. Aún así, los Bien Nacidos empezaron a venerar a su reina como una diosa, y llamaron “la encarnación misma de Elune”. Esto los llevó a tener serias disputas con las sacerdotisas de la diosa Elune, cuyo templo se levantaba en las afueras de los sagrados Claros de la Luna, cerca del Santuario de Cenarius, y en especial, con la joven e impulsiva Alta Sacerdotisa, Tyrande Whisperwind.

Imitando la curiosidad de los sacerdotes sobre el Pozo de la Eternidad, Azshara ordenó a los Bien Nacidos desentrañar sus secretos y revelar su verdadero propósito sobre el mundo. Los Bien Nacidos se sumergieron en su trabajo y estudiaron el Pozo concienzudamente. Con el tiempo desarrollaron la habilidad de manipular y controlar las cósmicas energías del Pozo. Conforme sus experimentos progresaban, los Bien Nacidos descubrieron que podían usar sus nuevos poderes para crear o destruir a su placer. Los ignorantes Bien Nacidos habían descubierto la magia primitiva y estaban

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resueltos a dedicarse exclusivamente a desenvolver sus misterios. Sin pensar que la magia podía ser peligrosa si no se usaba responsablemente, Azshara y sus Bien Nacidos empezaron a practicar sus encantos con evidente abandono. Cenarius y muchos de los letrados elfos nocturnos advirtieron que solamente calamidades podrían resultar si se jugaba con las claramente volátiles artes de la magia. Eventualmente, Azshara y sus seguidores continuaron expandiendo sus crecientes poderes.

Conforme sus poderes crecían, un cambio distintivo empezó a ocurrir en Azshara y los Bien Nacidos. La clase alta comenzó a tornarse cruel y despreciativa con sus compañeros elfos nocturnos. Una oscura palidez cubrió la anterior belleza de Azshara. Ella comenzó a apartarse de sus amados súbditos y rechazar la interacción con cualquiera que no fueran sus sacerdotes Bien Nacidos. Esta terrible comunión tendría un terrible precio que pagar.

Un joven erudito llamado Malfurion Stormrage, quien había ocupado mucho de su tiempo en estudiar las primitivas artes del druidismo junto a Cenarius, comenzó a sospechar que un terrible poder había corrompido a los Bien Nacidos y a su amada reina. Aunque no podía concebir de donde provenía este mal, sabía que las vidas de los elfos nocturnos cambiarían para siempre...

La Guerra de los Ancestros

Hace aproximadamente 10 000 años

El irresponsable uso de la magia por parte de los Bien Nacidos, envió ondas de energía desde el Pozo de la Eternidad a través de la Gran Oscuridad del Más Allá. Las desordenadas ondas de energía fueron percibidas por terribles mentes alienígenas. Sargeras – el Gran Enemigo de toda vida, el Destructor de Mundos – percibió los poderes del Pozo y buscó el distante punto de origen. Espiando el primigenio mundo de Azeroth y sintiendo las energías ilimitadas del Pozo de la Eternidad, Sargeras fue consumido por un insaciable apetito. El gran dios oscuro resolvió destruir el joven mundo y reclaman sus energías para si mismo.

Sargeras condujo a su vasta Legión Ardiente e hizo su camino hacia el inocente mundo de Azeroth. La Legión fue conformada por un millón de escandalosos demonios, recogidos de todos los rincones del universo, ansiosos por la conquista. Los tenientes de Sargeras, Archimonde el Profanador y Mannoroth el Destructor, prepararon sus infernales monstruos para el ataque. La Reina Azshara, obcecada por el terrible éxtasis mágico, cayó víctima del imparable poder de Sargeras, y le ofreció abrirle una entrada al mundo. Incluso sus Bien Nacidos, caídos bajo la inevitable corrupción mágica, convirtieron a Sargeras en su dios. Para demostrar su fidelidad a la Legión, los Bien Nacidos convencieron a su reina de abrir un portal mágico en el Pozo de la Eternidad. Una vez que los preparativos estuvieron terminados, Sargeras comenzó su catastrófica invasión sobre Azeroth. El delgado velo que separa la realidad del mundo de las sombras finalmente fue roto. Los guerreros de la Legión Ardiente entraron en el mundo a través del Pozo de la Eternidad y comenzaron el asedio sobre las durmientes ciudades

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de los elfos nocturnos. Liderados por Archimonde y Mannoroth, la Legión marchó sobre las tierras de Kalimdor, dejando solo desolación y terror a su paso. Los brujos demoníacos Eredar invocaron a los Infernales, unos inmensos gigantes de piedra y fuego verde que cayeron del cielo en forma de meteoros sobre los templos. Una banda de ardientes y sanguinarios asesinos llamada la Guardia de la Perdición, dirigidos por el voraz Azzinoth, marchó sobre las tierras de Kalimdor, acabando con todo a su paso. Jaurías de salvajes Felhounds (sabuesos diabólicos) atacaron salvajemente sin oposición. Aunque los guerreros elfos defendieron su ancestral hogar, se vieron forzados a retroceder, pulgada a pulgada, ante el avance de la Legión. Ante el terrible ataque, Malfurion Stormrage escapó para buscar ayuda para su gente. Su propio hermano gemelo, Illidan Stormrage, aunque no era parte de los Bien Nacidos, practicaba sus artes mágicas. Convenciendo a Illidan de olvidar su peligrosa obsesión, ambos escaparon al bosque para organizar la resistencia. La hermosa y joven sacerdotisa de la luna, Tyrande Whisperwind, se decidió a acompañarles en el nombre de Elune. Ambos hermanos profesaban un amor insaciable por la idealista sacerdotisa, pero el corazón de Tyrande suspiraba solamente por Malfurion. Illidan se sentía resentido por el naciente romance entre su hermano y Tyrande, pero su corazón roto no era nada comparado por el dolor que le producía su adicción a la magia. En efecto, el continuo contacto de Illidan con las magias arcanas del Pozo, lo había corrompido a tal punto de desarrollar en él la temible sed de magia que a su vez consumía a los Bien Nacidos. Illidan creyó que, utilizando las mismas energías malignas de los demonios contra ellos, podría lograr derrotarlos de una vez por todas, por lo cual él y algunos de sus seguidores más cercanos, formaron una secta secreta cuyo objetivo era erradicar a los demonios de Kalimdor. Estos guerreros, conocidos como los Cazadores de Demonios, se sacaban ritualmente los ojos, para de este modo, utilizar toda su energía mágica contra la Legión. Malfurion nunca le perdonaría esto, pero Illidan no combatiría por él: lo haría por amor a Tyrande.

Mientras tanto, Cenarius, quien se ocultaba en los sagrados Claros de la Luna en el distante Monte Hyjal, se comprometió a ayudar a los elfos nocturnos buscando a los ancestrales dragones y asegurándose su ayuda. Los dragones, liderados por la grandiosa Alexstrasza la Roja, atacaron desde el aire a los demonios y sus amos infernales. Cenarius mismo llamó a los espíritus de los bosques encantados, reclutando un ejército de Ancestros y Treants, los hombres-árbol, y los guió en un sorpresivo asalto sobre la Legión. Malfurion, Illidan y Tyrande, al mando de las fuerzas de los elfos, organizaron un valiente y feroz contraataque. El ágil y valiente Cazador de Demonios se habría paso a través de las fuerzas de la

Legión, destrozando las filas de los demonios, mientras su cuerpo ardía en un incandescente aura mágica de fuego que había creado a su alrededor, dañando todo lo

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que tocaba. Fue así como se encontró cara a cara con el terrible Azzinoth, capitán de la Guardia de la Perdición, y una gran batalla se entabló entre ambos contendientes. Illidan, utilizando todos los poderes concebidos por su secta, logró derrotar a Azzinoth y se apoderó de sus espadas curvas, las cuales, con el transcurso del tiempo, logró dominar con tal habilidad, que se volvieron un rasgo distintivo de su personalidad y casi eran extensiones de sus brazos.

Las fuerzas aliadas a los elfos nocturnos convergieron sobre el templo de Azshara y el Pozo de la Eternidad. Conociendo la fuerza de sus nuevos aliados, Malfurion y sus colegas sabían que la Legión no sería derrotada solamente por la fuerza de las armas. Mientras la titánica batalla alrededor de la ciudad capital aumentaba, Azshara esperaba con ansiedad el arribo de Sargeras. El señor de la Legión preparaba su paso a través del Pozo de la Eternidad y su entrada en el mundo. Conforme su enorme sombra se acercaba a la superficie del Pozo, Azshara guió a los más poderosos de sus Bien Nacidos cerca de la superficie. Solamente enfocando sus poderes mágicos sobre el Pozo podrían abrir un portal lo suficientemente grande para que Sargeras penetrara. Mannoroth el Destructor en persona, el terrible Señor del Foso, General de los Ejércitos de la Legión, guardaba la entrada al Templo de Azshara. Cenarius invocó los altos poderes de los bosques y se enfrentó a Mannoroth, dándoles suficiente tiempo a Malfurion, Tyrande y sus guerreros de penetrar en el templo.

Mientras la batalla bramada sobre los ardientes campos de Kalimdor, un terrible evento volcaría la situación. Los detalles de tal evento se han perdido en el tiempo, pero es conocido que Neltharion, el Gran Dragón Negro de la Tierra, se volvió loco durante un crítico ataque de la Legión Ardiente. El empezó a lanzar flamas sin sentido y la ira hizo brotar su lado oscuro. Renombrándose asimismo Ala de la Muerte (Deathwing), el dragón traicionó a sus hermanos y dejó el campo de batalla. La traición sorpresiva de Neltharion fue tan destructiva que sus hermanos nunca se recobraron de ella. Avergonzada y aterrorizada, Alexstrazsa y los otros nobles dragones se vieron obligados a abandonar a sus aliados mortales. Malfurion y sus compañeros, ahora desesperanzados, temieron no sobrevivir el abandono de sus poderosos aliados.

Malfurion, convencido de que el Pozo de la Eternidad era el cordón umbilical que unía a los demonios con el mundo físico, insistía en que debía ser destruido. Sus compañeros elfos, conociendo que el Pozo era la fuente de su inmortalidad y sus poderes, se horrorizaron ante esta noción. Pero Tyrande creía en la teoría de Malfurion, y convenció a Cenarius y sus camaradas de atacar el templo de Azshara y encontrar el modo de destruir el Pozo para bien.

El Ocaso del Mundo

Malfurion y sus compañeros entraron en el corazón del templo de Azshara. Una vez en la cámara principal, encontraron a los Bien Nacidos en medio del final de su oscuro encantamiento. El comunal hechizo había creado un vórtex inestable de poder sobre las turbulentas aguas del Pozo. La voluminosa sombra de Sargeras se apresuraba a cruzar el portal hacia la superficie, por lo que Malfurion se decidió a atacar.

Pero Azshara estaba más que preparada para su arribo. Todos los aliados de Malfurion fueron capturados antes de que estos atacaran a la enloquecida reina. Tyrande, tratando

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de atacar a Azshara por detrás, fue detenida por la guardia personal de Bien Nacidos. Al luchar contra ellos, la hermosa sacerdotisa sufrió graves heridas en sus manos. Al ver la caída de su amada, Malfurion entró en una terrible cólera y se dispuso a acabar con la vida de la reina.

Para su sorpresa, Illidan apareció desde las sombras cerca de una de las orillas del lago. Conociendo que la destrucción del Pozo impediría que volviese a practicar la magia de nuevo, Illidan se convenció a si mismo de abandonar al grupo y prevenir a los Bien Nacidos del plan de su hermano. Debido a la locura secundaria a su adicción y al reciente romance de su hermano con su amada Tyrande, Illidan no sintió ningún remordimiento en traicionar a Malfurion y aliarse con Azshara y los suyos. Illidan estaba dispuesto a defender el Pozo por todos los medios necesarios. Portando unos frascos mágicos especialmente manufacturados para su propósito, Illidan los llenó con el agua procedente del Pozo. Convencido que los demonios destrozarían la civilización de los elfos nocturnos, planeó robar las sagradas aguas y tomar sus energías para sí mismo. Azshara, habiendo recibido la advertencia de Illidan, entabló una terrible batalla con Malfurion, quien, con el corazón destrozado por la traición de su hermano, estaba dispuesto a vencer o morir. Pero el hechizo de los Bien Nacidos había entrado en un caos tremendo al ser atacados, y el inestable portal sobre las ondas del Pozo explotó en una catastrófica tormenta que llevaría al ocaso al mundo entero. La masiva explosión resquebrajó el templo hasta sus bases y una serie de estremecedores terremotos abrieron la torturada tierra. Como la terrorífica batalla entre la Legión y los Elfos Nocturnos se realizaba alrededor de la ruinosa ciudad capital, el Pozo de la Eternidad colapsó sobre todos ellos.

Las ondas de choque de la implosión del Pozo rompieron las bases del mundo. Los mares bramaron e invadieron la tierra. Cerca del ochenta por ciento de la masa de Kalimdor fue consumida, separándose en continentes separados por un nuevo y embravecido océano. En el centro del nuevo mar, donde una vez estuvo el Pozo de la Eternidad, una tumultuosa tormenta de mareas enfurecidas y caóticas energías se formó. La terrible tormenta, conocida como el Maelstrom, nunca cesaría su furiosa vorágine. Se constituiría en el recuerdo de la terrible catástrofe… y la utópica era que se había perdido para siempre.

El Monte Hyjal y la Ofrenda de Illidan

En la nueva costa del destruido continente, dos cuerpos yacen inconscientes sobre la arena. Tyrande lentamente despierta, aún aturdida por la terrible explosión del Pozo de la Eternidad. Sobresaltada por la imagen de la muerte de su amado, se abalanza sobre el cuerpo de Malfurion quien, agotado por la lucha, se halla a su lado. Por la gracia de Elune habían sido salvados de la hecatombre. Sobre uno de los riscos de la costa, el semidios Cenarius le sonreía a la sorprendida sacerdotisa, quien aún no comprendía que su poderoso amigo les había rescatado de una muerte segura.

Los pocos elfos nocturnos que habían sobrevivido a la horrible explosión se habían reunido cerca de la costa. Los agotados héroes decidieron guiar a sus compañeros sobrevivientes para establecer un nuevo hogar para su pueblo. Aunque Sargeras y la

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Legión habían sido desterrados del mundo por la destrucción del Pozo, Malfurion y los suyos observaron el terrible costo de la victoria.

Entonces se dieron cuenta de que muchos de los Bien Nacidos habían sobrevivido al cataclismo. Ellos hicieron su camino por las riberas de la nueva tierra con los otros elfos nocturnos. Aunque Malfurion desconfiaba de las motivaciones de los Bien Nacidos, estaba seguro de que no serían una amenaza sin las energías del Pozo.

Para alegría de los elfos nocturnos, descubrieron que la montaña sagrada, Hyjal, había sobrevivido a la catástrofe. Buscando establecer un nuevo hogar para ellos mismos, Malfurion y los elfos nocturnos escalaron las faldas de Hyjal, hasta el valle allende el monte. Al descender al valle, entre los enormes picos de la montaña, encontraron un pequeño y tranquilo lago. En ese momento, uno de los Bien Nacidos se lanzó sobre las aguas con alegría indescriptible. Para horror de todos, las aguas del lago rebozaban de magia. Illidan, que había sobrevivido al Ocaso, había llegado a Hyjal mucho antes que Malfurion y los elfos. En su locura por mantener fluyendo la magia en el mundo, Illidan había vaciado sus frascos con las preciosas aguas del Pozo de la Eternidad, en el lago de la montaña. Las potentes energías del agua rápidamente había formado un nuevo Pozo de la Eternidad. El exultante Illidan, creyendo que su nuevo Pozo era una ofrenda para las futuras generaciones, se vio contrariado cuando Malfurion le lanzó sobre el suelo. Malfurion le dijo a su hermano que la magia era innatamente caótica y que su uso inevitablemente llevaría a la corrupción y el sufrimiento. Sin embargo, Illidan se negó a abandonar sus poderes mágicos, y una vez más, el conflicto surgió entre los gemelos. Sabiendo que la tendencia de Illidan a irrespetar los esquemas lo llevaría a romper las reglas, Malfurion decidió acabar de una vez por todas con la locura de poder de su hermano. Con la ayuda de Cenarius, Malfurion encerró a Illidan en una basta prisión bajo la superficie, las Tálamos Profundos, donde su apetito de poder se consumiría hasta el final de los tiempos. Para asegurar la prisión de su hermano, Malfurion encargó a una joven Guardiana, Maiev Shadowsong, para ser la carcelera personal de Illidan. Cenarius, a su vez, encomendó a uno de sus hijos, Califax el Guardián del Bosque, de asistir a la Guardiana en la custodia de Illidan durante las edades por venir. Considerando que la destrucción del nuevo Pozo podría provocar una nueva catástrofe, los elfos nocturnos resolvieron no tocarlo. Sin embargo, Malfurion declaró que nadie volvería nunca a practicar de nuevo las artes mágicas. Bajo el ojo vigilante de Cenarius, los elfos comenzaron a estudiar las antiguas artes del druidismo con el propósito de sanar la tierra y hacer crecer de nuevo sus amados bosques en las faldas del monte Hyjal.

El Árbol del Mundo y el Sueño Esmeralda 9000 años antes de la Primera Guerra.

Por muchos años, los elfos nocturnos trabajaron ardorosamente en reconstruir su ancestral hogar. Con sus viviendas, templos y caminos hundidos, construyeron sus nuevos hogares entre los verdes árboles y las sombreadas colinas de las faldas del monte Hyjal, buscando siempre la armonía con la naturaleza. Con el tiempo, los dragones que habían sobrevivido al Ocaso surgieron de sus secretas guaridas.

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Alexstrasza la Roja, Ysera la Verde, Malygos el Azul y Nozdormu el Broncíneo descendieron sobre las tranquilas praderas de los druidas y observaron los frutos de los trabajos de los elfos nocturnos. Malfurion, quien con los años se había convertido en un Shan’do (archi-druida) de inmenso poder, recibió a los poderosos dragones y les habló sobre la creación del nuevo Pozo de la Eternidad. Los grandes dragones se vieron alarmados al escuchar las oscuras noticias y especularon que la presencia del Pozo a largo plazo podría motivar el regreso de la Legión. Malfurion y los tres dragones resolvieron hacer un pacto para asegurarse de que los agentes de la Legión Ardiente nunca regresaran al mundo. Los Cuatro Aspectos cedieron parte de su poder para crear un poderoso artefacto llamado Alma de Demonio (Demon Soul), cuyo poder podría controlar infligir daño a la Legión Ardiente en caso de un ataque. Neltharion, sin embargo, no cedió sus energías al Alma de Demonio, por lo que conservó su fuerza intacta y se convirtió en el más poderoso de los dragones. Secretamente, el enloquecido dragón negro hurdía un plan que asolaría nuevamente al mundo…

Alexstrasza, la Protectora de la Vida, plantó una sencilla semilla encantada en el corazón del Pozo de la Eternidad. La semilla, activada por las potentes aguas mágicas, dio vida a un colosal árbol. Las poderosas raíces succionaron las aguas del Pozo, y la verde copa del árbol se abrió hacia los cielos. El inmenso árbol sería para siempre símbolo de la unión de los elfos nocturnos con la Naturaleza, y sus energías sanadoras se extenderían sobre el resto del mundo. Los elfos nocturnos llamaron a su Árbol del Mundo con el nombre de Nordrassil, que significa en su lengua “Corona de los Cielos”. Nozdormu, El Imperecedero, lanzó un encantamiento sobre el Árbol de Mundo para asegurarse que el inmenso árbol les diera a los elfos nocturnos la seguridad de que nunca envejecerían o padecerían de enfermedad.

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Ysera, La Soñadora, también lanzó un encantamiento sobre el Árbol del Mundo, uniéndolo a su propio reino, la dimensión etérea conocida como el Sueño Esmeralda. Este reino es un enorme mundo espiritual que existe únicamente en los sueños. Ysera regularía el flujo de la naturaleza y la evolución del mundo. Los druidas elfos nocturnos, incluido Malfurion mismo, deberían unirse al Sueño junto al Árbol del Mundo. Como parte de este pacto místico, los druidas deberían dormir por los siglos para que sus espíritus recorrieran los infinitos caminos del Sueño Esmeralda. Aunque los druidas fueron advertidos ante el prospecto de perder muchos años de su vida durante la hibernación, se mostraron satisfechos con unirse al sueño de Ysera. Pero el Sueño de Ysera tenía un terrible secreto que, en ese momento, no fue revelado por los dragones…

Los Imperios Trolls y El Alma del Demonio

A pesar del gran conocimiento y el amplio desarrollo de su civilización, los Kaldorei no conocieron hasta muy tardíamente, la existencia de otras culturas inteligentes. Muy hacia el este, en el otro extremo de Kalimdor, mucho tiempo antes del Ocaso del Mundo, otra raza había logrado forjar un inmenso imperio guerrero. Mil años antes de que la raza de los kaldorei naciera existían dos imperios trolls enfrentados: Gurubashi y Amani. Se cree que su origen se encuentra en lo que se conoce como el Valle de Strangletorn, donde impenetrables junglas evitaban el asedio a su ciudad principal y más antigua, Zul’gurub. Los Amani, que constituyeron su imperio en el norte, en lo que después fue Lordaeron, fundaron la gran ciudad de Zul’Aman. También había otro imperio en el norte, Gundrak, pero nunca se ganó la importancia de estas dos. Aunque constituían una misma raza, no se tenían en alta estima, pero estaban unidos para derrotar a unos terribles insectoides llamados Azi'Aqir, cuyo objetivo era destrozar todo aquello que no fuera insecto. Al final tuvieron éxito en su empresa y derrotaron los bastiones de Azjol-Nerub al norte y de Anh'Qirai al sur.

Tras esto unos pocos trolls comenzaron a explorar el mundo y a evolucionar. Se toparon con el Pozo de la Eternidad y lo utilizaron para sus fines... Por eso puede ser que los Kaldorei o elfos nocturnos procedan de los trolls. Los elfos libraron varias guerras con los imperios trolls, hasta que al final lograron expulsarles por completo. Replegados hacia el este, permanecieron ignorantes de las subsecuentes actividades de los elfos hasta que ocurrió la implosión del Pozo. La catástrofe produjo la división del supercontinente de Kalimdor en cuatro grandes islas, por lo que las distintas tribus trolls quedaron definitivamente aisladas.

Los trolls de la jungla adoraban a Hakkar el Devorador de Almas, un sanguinario dios que era seguido de manera absolutamente devota por una parte de ellos, los Atal'ai. Hakkar demandó las almas de los niños trolls para manifestarse en el mundo, por lo que los trolls se dieron cuenta de que era perverso y les conduciría a su propia destrucción, por lo que acordaron renunciar a él, causando la gran ira de Hakkar. Solamente los Atal'ai siguieron fieles al corrupto dios, por lo que los Gurubashi los expulsaron de Strangletorn, y emigraron hacia el Pantano de las Lamentaciones. Divididos por esta decisión, los Gurubashi iniciaron una terrible guerra tribal, donde dos prominentes tribus, Skullsplitter y Darkspear, luchaban por el predominio. Finalmente, cada uno tomó su propio camino y tierras. El poderío y superioridad de los Skullsplitter obligó a los Darkspear a abandonar para siempre el continente, y fueron exiliados a una isla del Gran Mar, la que han habitado desde entonces.

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Mientras tanto, los trolls Atal’ai continuaron tratado de invocar a su dios Hakkar. En el tiempo en que los Kaldorei empezaron a reconstruir sus ciudades en el norte del nuevo Kalimdor, los Atal’ai iniciaron una serie de cultos y sacrificios para lograr que Hakkar se materializara en el mundo físico. Ante el inminente peligro que significaba este hecho, Ysera La Soñadora envió a uno de sus hijos preferidos, Eranikus, a advertirles de la nueva e inminente catástrofe. Ante la insistencia de los profetas y brujos Atal’ai de continuar con el ritual, Ysera en persona llegó para combatirlos, y con sus inmensos poderes, hundió la ciudadela de los Atal’ai, formando lo que se llama la Fosa de las Lágrimas. Debido a esto, Hakkar en retribución, utilizó sus inmensos poderes para corromper a Ysera, por lo que los Grandes Aspectos, ante la conmoción que podría producir la pérdida de otro de sus hermanos, la dejaron encerrada para siempre en el etéreo mundo del Sueño Esmeralda. Para estabilizar los continuos poderes de Ysera y evitar que la corrupción acabara con el balance de la vida natural sobre Azeroth, los Grandes Aspectos acordaron con los druidas Kaldorei que ellos penetrarían en el Sueño Esmeralda y serían el soporte de Ysera a través de las generaciones, a cambio de hacer crecer el Arbol del Mundo.

Neltharion, el maligno dragón negro, sin embargo, tenía otros planes para con sus hermanos los Grandes Aspectos. Corrompido profundamente por la terrible fuerza maligna de los poderes de la Legión, Neltharion desarrolló un malvado ardid para convercer a los otros dragones de ceder parte de sus poderes a un artefacto mágico llamado el Alma del Demonio. Hablando a sus hermanos, les dijo que ellos, los dragones, no vivirían por siempre, sino que llegaría el día en que, con su desaparición, las razas mortales dominarían el mundo, y nada las protegería de la Legión Ardiente. En un esfuerzo para pararse para esta época, Neltharion convenció a su hermano Malygos, el Dragón Azul Señor de la Magia, de imbuir sus poderes en el Alma del Demonio, con el objetivo de utilizarlo como arma ante una nueva invasión de la Legión Ardiente.

Aunque los dragones alados no estaban muy seguros de confiar en Neltharion, la reciente batalla de Ysera con Hakkar y la Guerra de los Ancestros habían demostrado que sus esfuerzos no habían sido suficientes para contener a las fuerzas malignas. Recordando el encargo de los Titanes, decidieron aceptar la propuesta de Neltharion. Éste, sin embargo, no cedió sus poderes al artefacto. Su objetivo estaba claro: con todos sus poderes intactos, Neltharion se convertiría en el más fuerte de todos los dragones. Rompiendo su promesa, utilizó el Alma de Demonio para destruir a los dragones azules. Malygos quedó solo y sin herencia, por lo que viajó al helado Northrend para refugiarse y creó un gran cementerio para sus hijos, conocido como el Dragonbligth, donde pudieran descansar sus restos. Encargó a uno de sus sirvientes sobrevivientes, el poderoso Sapphiron, de proteger el Dragonblight por todas las edades. Conociendo las malvadas intenciones de Neltharion, Alexstrasza la Protectora de la Vida tómo el Alma de Demonio y la enterró profundamente en las vetustas montañas de Khaz Modan. Neltharion esperó el momento propicio para atacar…

Exilio de los Altos Elfos 7300 años antes de la Primera Guerra

Con el paso de los siglos, la sociedad de los elfos nocturnos creció de nuevo fuertemente y se expandió por el bosque que se llama Ashevale. Muchas de las criaturas y especies que abundaban antes del Gran Ocaso, como los furbolgs y los quilboars, reaparecieron y florecieron sobre la tierra. Bajo el liderazgo benevolente de los druidas,

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los elfos nocturnos disfrutaron de una era de improcedente paz y tranquilidad bajo las estrellas. Sin embargo, mucho de los originales Bien Nacidos sobrevivientes vivían intranquilos. Como Illidan antes de ellos, cayeron víctimas de una depresión inmensa por la pérdida de sus poderes mágicos. Se veían constantemente tentados a tomar las energías del Pozo de la Eternidad y caer de nuevo en sus prácticas mágicas. Dath'Remar, el insolente líder de los Bien Nacidos, comenzó a hablar en contra de los druidas, acusándolos de cobardes por rehuir el uso de la magia que él decía les correspondía por derecho.

Malfurion y los druidas minimizaron los argumentos de Dath´Remar y previnieron a los Bien Nacidos que cualquier uso de la magia sería castigado con la muerte. En un insolente y peligroso intento de convencer a los druidas de rescindir su ley, Dath´Remar y sus seguidores convocaron una terrible tormenta mágica sobre Ashenvale.

Los druidas no podían arrojarse ellos mismos la culpa de llevar a la muerte a muchos de su propia raza, por lo que decidieron exiliar a los Bien Nacidos de sus tierras.

Dath´Remar y sus seguidores, orgullosos de librarse de sus conservadores primos al fin, elaboraron una serie de barcos especiales y se hicieron a la mar. Aunque no sabían que les esperaba más allá de las rugientes aguas del Maelstrom, iban decididos a establecer su propia patria, donde pudieran practicar sus artes mágicas impunemente. Los Bien Nacidos, o Quel´dorei, como Azshara los bautizó en épocas pasadas, llegaron eventualmente a un tierra al este que los humanos llamarían más tarde Lordaeron. Allí fundarían su propio reino mágico, Quel’thalas, y renegarían de los preceptos de los elfos nocturnos sobre la actividad nocturna y los trabajos a la luz de la Luna. Por siempre, abrazarían el Sol y serían conocidos solamente como Altos Elfos.

Las Centinelas y la Larga Vigilia

Con la partida de sus altaneros primos, los elfos nocturnos volcaron su atención en la seguridad de su patria. Los Kaldorei realizaron un poderoso conjuro druídico sobre las fronteras de Ashenvale, cerrando la entrada a ese bosque en un eterno misterio. Allí, permanecerían ocultos por cientos de años, sin contacto con otras criaturas o razas.. Los druidas, sintiendo que el tiempo de su hibernación estaba cercano, se prepararon para el sueño y dejaron atrás sus amadas familias y esposas. Tyrande, que se había convertido en Alta Sacerdotisa de Elune, le pidió a su amado, Malfurion, que no la dejara por el Sueño Esmeralda de Ysera. Pero Malfurion, honrado por entrar en los encantados Caminos del Sueño, se despidió de la sacerdotisa y le dijo que nada podría apartarle verdaderamente de su gran amor.

Sola para proteger Kalimdor de los peligros del nuevo mundo, Tyrande ensambló una poderosa fuerza entre sus hermanas elfas. Las mujeres guerreras, altamente entrenadas, sin miedo, se llamaron a si mismas las Centinelas. Su misión sería defender Kalimdor y patrullas los sombríos bosques de Ashenvale, y para esto contaban con numerosos aliados a quien llamar en tiempos de urgencia. Cenarius, el poderoso semidios, habitaba en los cercanos Prados de la Luna del Monte Hyjal. Sus hijos, los llamados Guardianes de los Bosques, se asentaron cerca de los elfos nocturnos y regularmente ayudaban a las Centinelas a mantener la paz en la tierra. Incluso las bellas hijas de Cenarius, las dríades, empezaron a aparecer en los claros con incrementada frecuencia.

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Con los largos siglos por venir, y sin Malfurion a su lado, Tyrande nunca dejó de temer una segunda invasión demoníaca. Nunca dejó de pensar que la Legión Ardiente seguía allí, más allá de la Gran Oscuridad del cielo, planeando su venganza sobre los elfos nocturnos y el mundo de Azeroth.

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Capítulo 2: El Nuevo Mundo

La fundación de Quel´thalas

Según la biblioteca secreta de los Altos Elfos

(6800 años antes de la Primera Guerra)

Los Altos Elfos, liderados por Dath´Remar, dejaron Kalimdor atrás y retaron las tormentas del Maelstrom. Sus flotas navegaron el ancho mundo por muchos años, y descubrieron misteriosos reinos perdidos a lo largo de su viaje. Dath´Remar, quien había tomado el nombre de Sunstrider (“El que camina de día”), buscaba lugares de gran poder sobre los cuales construir el nuevo hogar de su pueblo.

Su flota finalmente llegó a las playas de un continente que más tarde sería llamado Lordaeron. Desembarcando, los altos elfos fundaron un asentamiento en los tranquilos Claros de Tirisfal. Después de pocos años, muchos de ellos comenzaron a volverse locos. Los sacerdotes altos elfos teorizaron que algo maligno dormía en esta parte particular del mundo, pero los rumores nunca pudieron ser probados. Los Altos Elfos levantaron su campamento y se movilizaron hacia el norte, donde existía otra zona rica en energías.

Conforme los Altos Elfos cruzaban las ricas tierras montañosas de Lordaeron, su viaje se volvía cada vez más difícil. Desde que se cortó su relación con las energías del Pozo de la Eternidad, muchos de ellos cayeron por el frío clima o murieron de enfermedades. El más desconcertante cambio, sin embargo, fue el hecho de que ya no eran inmortales ni inmunes a los elementos. Se volvieron más pequeños de lo que eran, y su piel se volvió blanca, perdiendo el color púrpura característico de su raza, y su cabello se volvió rubio, como el sol. Para complicar sus trabajos, encontraron increíbles criaturas que nunca habían visto en Kalimdor. También encontraron una tribu primitiva de humanos que cazaba en los antiguos bosques. Sin embargo, el mayor reto fue enfrentarse a los voraces y astutos trolls de Zul’Aman.

Estos trolls habían formado un gran reino, el Imperio Amani, y tenían la capacidad de regenerar su piel y sus miembros ante las más terribles lesiones, pero probaron ser una raza barbárica y malvada, y demostraban ser hostiles a los extranjeros que traspasaban sus fronteras. Los elfos desarrollaron una profunda animadversión por los viciosos trolls y los mataron donde quiera que los encontraban. Por siglos, el Imperio Amani combatió a otros reinos trolls que se habían asentado en los continentes del sur, los Gurubashi de la Jungla de Strangletorn, pero la llegada de los Altos Elfos fue considerada un insulto para sus ancestros y sus dioses.

Después de muchos años, los Altos Elfos finalmente encontraron una tierra que era parte remanente del antiguo continente de Kalimdor. En las profundidades de los bosques del continente, fundaron el reino de Quel´thalas, y se abocaron a crear un poderoso imperio que superara el de sus primos Kaldorei. Desafortunadamente la ciudad fue fundada sobre los restos de un antiguo asentamiento que los trolls

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consideraban sagrado. Casi inmediatamente, los trolls comenzaron atacar los asentamientos elfos en masa.

Los elfos, decididos a no abandonar su nueva tierra, utilizaron su magia para combatir a los salvajes trolls. Bajo el liderazgo de Dath’Remar, fueron hábiles para derrotar a las bandas guerreras de los Amani, que los superaban diez a uno. Algunos elfos, sin embargo, recordando las anteriores prevenciones de los Kaldorei, temieron que el uso de la magia pudiera llamar la atención de la derrotada Legión Ardiente. Por lo tanto, decidieron defender sus tierras con una barrera protectora que les permitiera realizar sus encantamientos. Construyeron una serie de monolíticas Runas en varios puntos alrededor de Quel´thalas que demarcaran las fronteras de la mágica barrera. Las Runas no solamente enmascaraban la magia elfa de ser detectada por otras dimensiones, sino que les ayudó a ahuyentar las supersticiosas bandas de trolls.

Con el paso del tiempo, Quel´thalas se transformó en un monumento al progreso mágico de los Altos Elfos. Sus vetustos palacios fueron forjados con el mismo estilo estructural que los antiguos salones en Kalimdor, pero respetando la topografía de la tierra. Quel´thalas comenzó a brillas como la joya que los Altos Elfos siempre soñaron. El Concejo de Silvermoon fue fundado para regir el poder sobre Quel´thalas, pero la dinastía de los Sunstrider siempre mantendría un módico poder político sobre la ciudad.

Compuesto por siete de los más grandes señores de los Altos Elfos, el Concejo trabajaba para asegurar la seguridad de las tierras elfas y su pueblo. Rodeados por su barrera protectora, los Altos Elfos olvidaron las advertencias de los Elfos Nocturnos y continuaron usando la magia en casi todos los aspectos de sus vidas. En el centro de Silvermoon, sobre una enorme isla al norte de Zul’Aman, crearon el Pozo del Sol, con aguas remanentes del Pozo de la Eternidad que habían traído desde Kalimdor.

Casi por cuatro mil años los Altos Elfos vivieron pacíficamente dentro de la seguridad de su reino. Sin embargo, los conflictivos trolls no eran fáciles de derrotar. Estos se escondían en la profundidad de los bosques y esperaban que el número de sus bandas creciera. Hasta que, finalmente, un poderoso ejército troll emergió de los sombríos bosques e inició el asedio de la brillante Quel´thalas.

La Edad del Hombre - Arathor y las Guerras de los Trolls. (2800 años antes de la Primera Guerra)

Mientras los Altos Elfos peleaban por sus vidas contra el continuo asedio de los trolls, los primitivos y nómadas humanos de Lordaeron peleaban por consolidar sus propias tierras tribales. Las tribus de la temprana humanidad luchaban unas contra otras con muy poca identidad de unidad u honor. Hasta que una de las tribus, conocida como los Arathi, tomó conciencia que la amenaza troll era muy grande para ser ignorada. Los Arathi se dispusieron a unir todas las tribus bajo su égida y proveer un frente unificado contra los trolls.

Durante el curso de los siguientes seis años, los astutos Arathi manipularon y derrotaron a las tribus rivales. Con cada victoria, los Arathi ofrecían paz e igualdad a los pueblos conquistados, con lo que se ganaban la lealtad del pueblo derrotado. Eventualmente, la tribu Arathi logró incorporar muchas tribus dispersas, y las filas de su ejército se volvieron enormes. Considerando necesario prevenir un inminente ataque de los trolls, e

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incluso a los reclusivos altos si fuese necesario, los altos señores Arathi decidieron construir una poderosa ciudad-fortaleza en la región sureste de Lordaeron. La ciudad-estado, llamada Strom, se convirtió en la capital de la nación Arathi, Arathor. Conforme Arathor prosperaba, humanos de todo el inmenso continente viajaron hacia el sur, hacia la seguridad de Strom.

Unidos bajo un solo estandarte, las tribus humanas desarrollaron una fuerte y optimista cultura. Thoradin, rey de Arathor, tenía conocimiento de la existencia de los misteriosos elfos de las tierras del norte, y del constante asedio de estos por los trolls, pero él rehuía arriesgar la seguridad de su gente para defender a los reclusivos extranjeros. Muchos meses pasaron hasta que rumores acerca de la derrota de los elfos llegaron del norte. No fue sino hasta que los embajadores de Quel´thalas llegaron a Strom que Thoradin decidió enfrentar la amenaza troll.

Los elfos informaron a Thoradin que los ejércitos troll eran inmensos y que una vez que los trolls destruyeran Quel´thalas, se volverían a atacar el sur. Los desesperados elfos, en su necesidad de ayuda militar, prometieron entrenar a un selecto grupo de humanos en la magia a cambio de la ayuda contra las bandas de guerra troll. Thoradin, sin conocer ninguna magia, decidió ayudar a los elfos. Casi inmediatamente, hechiceras elfas llegaron a Arathor y comenzaron la instrucción de los humanos en los caminos de la magia arcana.

Los elfos descubrieron que algunos humanos tenían una capacidad innata para controlar la magia, y una afinidad natural hacia ella. Cien hombres fueron instruidos en los secretos mágicos básicos de los elfos: no más absolutamente de los necesarios para combatir a los trolls. Convencidos de que sus estudiantes humanos estaban listos para ayudarles, los elfos dejaron Strom y viajaron hacia el norte al lado de los poderosos ejércitos del rey Thoradin.

Los ejércitos unidos de elfos y humanos irrumpieron fuertemente contra las bandas de trolls al pie de las Montañas Alterac. La batalla duró muchos días, pero los ejércitos de Arathor no se retiraron hasta que el último troll cayera. Los señores elfos dejaron caer todo el poder de su magia sobre los enemigos. Los cien magos humanos y una multitud de hechiceras elfas llamaron la furia de los cielos y la dejaron caer sobre los ejércitos trolls. Los fuegos elementales prevenían la regeneración de las heridas de los trolls y quemaban sus torturadas formas desde el interior.

Con los ejércitos trolls derrotados y en retirada, los ejércitos de Thoradin embistieron a cada uno de sus soldados. Los trolls nunca se recobrarían de su derrota, y la historia nunca volvería a ver a los trolls como una nación unida de nuevo. Segura Quel´thalas de la destrucción, los elfos juraron lealtad y amistad a la nación humana de Arathor y a la línea real de Thoradin. Humanos y elfos tendrían relaciones pacíficas en las épocas venideras.

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Los Guardianes de Tirisfal Según la biblioteca secreta de los Altos Elfos (2700 años antes de la Primera Guerra)

Con la ausencia de los trolls de las tierras del norte, los elfos de Quel'Thalas se dedicaron a fortalecer su gloriosa patria. Los victoriosos ejércitos de Arathor volvieron a casa en la sureña Strom. La sociedad humana creció y prosperó, mientras que Thoradin, viendo como su reino se extendía, mantuvo a Strom como el centro del imperio arathoriano. Después de muchos pacíficos años de crecimiento y comercio, el poderoso Thoradin murió de vejez, dejando a la joven generación de Arathor libre para expandir el imperio más allá de las costas de Strom.

Los cien magos originales, quienes fueron instruidos en los caminos de la magia por los elfos, estudiaron sus poderes y estudiaron las místicas disciplinas de hacer encantos con mucho más detalle. Estos magos, inicialmente escogidos por su fuerza y noble espíritu, siempre practicaron la magia con cuidado y responsabilidad. Sin embargo, pasaron sus secretos y poderes a una generación nueva que no tenía concepto de los rigores de la guerra o la necesidad por sobrevivir. Estos jóvenes magos empezaron a practicar la magia por gusto personal sin ninguna responsabilidad para con sus congéneres. Como el imperio se extendía hacia nuevas tierras, los jóvenes magos también viajaron hacia el sur. Usando sus poderes místicos, los magos protegían a sus hermanos de las criaturas salvajes de la tierra e hicieron posible la colonización en nuevas ciudades-estado construidas en las zonas salvajes. Sin embargo, como sus poderes crecían, los magos comenzaron a aislarse del resto de la sociedad.

La segunda ciudad-estado arathoriana, DALARAN, fue fundada al norte de Strom. Muchos magos de todos los confines de Strom dejaron atrás la ciudad y viajaron a Dalaran, donde esperaban usar sus nuevos poderes con gran libertad. Estos magos elevaron una inmensa espiral encantada, la Ciudadela Violeta, en Dalaran, y se sumergieron en lo profundo de sus estudios. De esta forma, los magos humanos aprendieron a convocar las ventiscas y la lluvia, a tele-transportarse de un lugar a otro, a volverse invisibles, a metamorfosear a otros seres en animales, e inclusive, lograron liberar a los Elementales de Agua de su prisión, y utilizarlos en el combate como aliados. Los ciudadanos de Dalaran toleraban a los magos y constituyeron una fuerte economía bajo la protección de las artes mágicas de sus defensores. Pero un secreto poder acechaba a los despreocupados humanos.

Los siniestros agentes de la Legión Ardiente, que habían sido expulsados con el estallido del Pozo de la Eternidad, fueron atraídos al mundo por los constantes hechizos de los magos de Dalaran, que había logrado romper el delgado hilo que separa la realidad de las dimensiones etéreas. Estos relativamente débiles demonios no aparecían como una fuerza peligrosa, pero causaban considerable confusión y caos en las calles de Dalaran. Muchos de estos demonios provocaron insólitos eventos, y los magos regidores de Dalaran decidieron ocultarlos del público. Los más poderosos magos fueron enviados a capturar a los elusivos demonios, pero a veces eran vencidos por algún solitario poderoso agente de Legión.

Después de unos pocos meses, los supersticiosos campesinos empezaron a sospechar que sus magos les ocultaban una terrible verdad. Rumores de una revolución empezaron a recorrer las calles de Dalaran y los paranoicos ciudadanos dudaban acerca de las

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prácticas y motivos de los magos que una vez admiraron. Posesiones, apariciones de temibles criaturas demoníacas, asesinatos sin motivo alguno, empezaron a producir el pánico entre los habitantes de la ciudad. Los Magos, temiendo una rebelión por parte de los campesinos y que Strom tomara acción contra ellos, se volvieron al único grupo que entendería su particular problema: los Altos Elfos.

Alarmados por las noticias de los Magos acerca de la actividad demoníaca en Dalaran, los elfos rápidamente a sus magos más poderosos a las tierras humanas. Los magos elfos estudiaron las energías en Dalaran, y elaboraron reportes detallados de actividad demoníaca en la ciudad. Concluyeron que eran debidas solamente a unos pocos demonios perdidos en el mundo, pero la Legión misma podría retornar si los humanos continuaban usando las fuerzas de la magia.

Recordando el pecado de sus ancestros, el Concejo de Silvermoon, que regía los elfos de Quel'Thalas, hizo un pacto secreto con los Magos de Dalaran. Los elfos informaron a los Magos acerca de la ancestral historia de Kalimdor y la Legión Ardiente, una historia que había estremecido al mundo. Informaron a los humanos que, mientras más tiempo usaran la magia, tendrían que proteger a sus ciudadanos de los malvados agentes de la Legión. Los Magos propusieron la noción de dar poder a un simple campeón mortal, quien utilizaría sus poderes colectivos para pelear una infinita guerra secreta contra la Legión. Esto permitiría a la mayoría de la humanidad ignorar por completo la existencia de los Guardianes y su guerra contra la Legión, por temor a que el pueblo entrara en pánico y paranoia. Los elfos estuvieron de acuerdo y propusieron fundar una orden secreta para dedicarse a la elección del Guardián y ayudarle a combatir el caos en el mundo. Esta era la forma en que los Altos Elfos se redimirían de sus pasadas faltas…

La sociedad estableció sus reuniones secretas en las sombrías Praderas de Tirisfal, donde primeramente desembarcaron los Altos Elfos en Lordaeron. Se llamaron a sí mismos como la secta secreta de los Guardianes de Tirisfal. Los campeones mortales serían escogidos para ser Guardianes y serían imbuidos por los poderes de los magos elfos y humanos. Solamente habría un Guardián a la vez, pero tendrían un vasto poder para derrotar a los agentes de la Legión donde quiera que los encontrara. El poder del Guardián era tan grande que solamente el Concilio de Tirisfal era capaz de elegir los potenciales sucesores del Guardián. Cuando un Guardián era muy viejo o débil en su guerra secreta contra el caos, el Concilio elegía un nuevo campeón, y bajo condiciones controladas, formalmente canalizar los poderes del Guardián en el nuevo agente.

Con el paso de las generaciones, los Guardianes ha defendido a la humanidad en su guerra invisible contra la Legión Ardiente sobre las tierras de Arathor y Quel´thalas. Arathor crecía y prosperaba mientras el uso de la magia engrandecía su imperio. Mientras tanto, los Guardianes se encargaban de observar cualquier signo de actividad demoníaca.

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Ironforge – El despertar de los Enanos Runas enanas de Ironforge (2500 años antes de la Primera Guerra)

En tiempos ancestrales, después de que los Titanes partieron de Azeroth, sus hijos, los Titánides, continuaron su función de formar y guardar las profundidades abismales del mundo. Los Titánides no mostraron interés por los hechos de las razas que poblaban la superficie y solamente se inmiscuían en sus asuntos en las oscuras cavernas de la tierra.

Cuando el mundo fue destruido por la implosión del Pozo de la Eternidad, los Titánides fueron profundamente afectados. Sufriendo el dolor mismo de la tierra, los Titánides perdieron mucho de su identidad y se fundieron con las rocas de donde habían sido creados. Uldaman, Uldum, Ulduar... estos fueron los nombres de las antiguas ciudades donde los Titánides primeramente tomaron forma. Profundamente dormidos en la profundidad de las cavernas, los Titánides descansaron en paz por cerca de ocho mil años.

“No está claro por qué despertamos”- rezan las antiguas runas enanas. “Pero habíamos cambiado durante la hibernación. Nuestras rocosas formas se habían vuelto piel, y nuestros poderes sobre la piedra y la tierra habían desaparecido. Éramos criaturas mortales”.

Los últimos Titánides dejaron atrás los salones de Uldaman y se aventuraron a caminar sobre la superficie. Nunca abandonaron la seguridad de las profundidades y las maravillas de las cavernas, por lo que fundaron un vasto reino bajo la más alta montaña de la tierra. Llamaron a su tierra, Khaz Modan. Construyeron un altar para su padre el Titán Khaz´goroth, y fundaron una poderosa forja en el corazón de la montaña. La ciudad que creció alrededor de la forja se llamó IRONFORGE. A partir de ese instante, se llamarían asimismo Enanos.

Los enanos, por naturaleza fascinados con las gemas y la piedra, construyeron minas en las montañas circundantes para extraer ricos y preciosos metales. Felices con sus trabajos bajo la tierra, los enanos se despreocuparon de las ligerezas de sus vecinos de la superficie.

Los Siete Reinos Archivos de Kirin Tor (1200 años antes de la Primera Guerra)

Strom continuó actuando como capital de Arathor, pero al igual que Dalaran, muchas nuevas ciudades-estado aparecieron a lo largo del continente de Lordaeron. Gilneas, Alterac, y Kul Tiras fueron las primeras ciudades-estado en levantarse, y aunque tenían sus propios gobiernos y relaciones comerciales, seguían bajo la autoridad unificada de Strom.

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Bajo el ojo vigilante de la Orden de Tirisfal, Dalaran se convirtió en el corazón del aprendizaje para los magos de toda la tierra. Los Magos que regían Dalaran crearon el KIRIN TOR, una cámara especializada encargada de catalogar y registrar cada hechizo, artefacto y objeto mágico conocido por la humanidad a través del tiempo. Gilneas y Alterac se convirtieron en fuertes soportes militares de Strom y desarrollaron grandes ejércitos que exploraron las montañosas tierras de Khaz Modan. Fue durante este periodo que los humanos conocieron a la antigua raza de enanos y viajaron a la cavernosa ciudad subterránea de Ironforge. Los humanos y los enanos intercambiaron muchos secretos acerca de los usos del metal y la ingeniería y descubrieron una singular y mutua afinidad por las batallas y el relato de historias.

La ciudad-estado de Kul Tiras, fundada sobre una gran isla al sur de Lordaeron, desarrolló una próspera economía basada en la pesca y el comercio mercante. Con el tiempo, Kul Tiras construyó una poderosa armada que exploró los mares y tierras conocidas en busca de bienes exóticos para comercial. Mientras la economía de Arathor florecía, sus fuertes componentes empezaron a desintegrarse.

Con el tiempo, los señores de Strom decidieron movilizar sus estados a las fértiles tierras del norte de Lordaeron y dejar sus áridas tierras del sur. Los nietos del rey Thoradin, los últimos descendientes de la dinastía Arathi, argumentaron que Strom no debería ser abandonada, lo que incurrió en el descontento de los grandes ciudadanos, dispuestos a partir. Los señores de Strom, observando la pureza del intocado norte, decidieron dejar atrás su ancestral ciudad. Hacia el norte de Dalaran, los señores de Strom construyeron una nueva ciudad que llamaron LORDAERON. El continente entero tomó el nombre de esta ciudad. Lordaeron se convirtió en una meca religiosa y en refugio de paz y seguridad para todos los desvalidos.

Los descendientes de los Arathi, permanecieron fieles a los antiguos muros de Strom, decidieron viajar hacia el sur sobre las rocosas montañas de Khaz Modan. Su viaje finalmente terminó luego de muchas eras, y se asentaron en el norte del continente que luego se llamó AZEROTH. En un fértil valle fundaron el reino de Stormwind, el cual se convirtió en un poderoso reino.

Los pocos guerreros que permanecieron en Strom decidieron guardar los ancestrales muros de la ciudad. Strom ya no era más el centro del imperio, pero se desarrolló en una nueva nación conocida como Stormgarde (La Guardia de Strom). Conforme cada ciudad prosperaba y crecía, el imperio arathoriano se vio efectivamente desintegrado. Cada nación desarrolló sus propias costumbres y creencias, y se fueron separando unas de otras. La visión del rey Thoradin de una humanidad unida había finalmente fracasado.

Aegywnn y la cacería del Dragón Según la biblioteca secreta de los Altos Elfos (830 años antes de la Primera Guerra)

Como las rivalidades políticas y militares de las siete naciones humanas aumentaban y empeoraban, la línea de los Guardianes estaba en constante vigilancia contra el caos. Hubo muchos Guardianes a través de los años, pero solamente uno tenía los poderes mágicos de Tirisfal a la vez. Uno de los últimos Guardianes se distinguió como un poderoso guerrero contra la sombra. Magna Aegwynn, una bravía chica humana, ganó la aprobación de la Orden y se le dio el manto de los Guardianes. Aegwynn trabajaba

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vigorosamente en cazar y erradicar a los demonios donde quiera que los encontrara, pero a menudo cuestionaba la autoridad del Concilio de Tirisfal, dominado por hombres. Ella creía que los ancestrales elfos y los envejecidos magos que presidían el Concilio eran demasiado rígidos en sus pensamientos y no tenían la decisión suficiente de poner fin al conflictivo caos. Impaciente con las lentas discusiones y debates, decidió probarse a sí misma y a sus superiores, por lo que frecuentemente demostraba un valor más allá del entendimiento en situaciones cruciales.

Como su dominio de poder cósmico de Tirisfal crecía, Aegwynn descubrió que un creciente número de poderosos demonios había aparecido en el congelado continente de Northrend. Viajando al distante norte, Aegwynn encontró a los demonios entre las montañas. Descubrió que estos demonios habían cazado a uno de los últimos dragones sobrevivientes y habían absorbido la magia innata de las ancestrales criaturas. Los poderosos dragones azules, hijos de Malygos el Forjador de Conjuros, con el aumento de las sociedades mortales sobre el mundo, decidieron enfrentarse ellos mismos a las oscuras artes mágicas de la Legión. Aegwynn confrontó a los demonios, y con ayuda de los nobles dragones, los vencieron. Sin embargo, tan pronto como el último demonio desapareció del mundo, una gran tormenta emergió desde el norte. Una enorme figura oscura apareció sobre el cielo de Northrend. Sargeras, el rey de los demonios y señor de la Legión Ardiente, apareció ante Aegwynn y la atacó con increíble energía. Le dijo a la joven Guardiana que el tiempo de Tirisfal estaba a punto de llegar a su fin y que el mundo pronto sería devorado por la Legión.

La valiente Aegwynn, creyéndose suficientemente fuerte para pelear con el amenazante dios, lanzó sus poderes contra Sargeras. Con desconcertante facilidad, Aegwynn derrotó al demonio y logró matar su forma física. Creyendo que el espíritu de Sargeras había pasado al abismo, la noble Aegwynn llevó su ruinoso cuerpo a uno de los antiguos salones de Kalimdor que se encontraba cerca del centro del mar, donde colapsó el Pozo de la Eternidad. Aegwynn nunca sospechó que eso era exactamente lo que Sargeras había planeado...

Guerra de los Tres Martillos Runas enanas de Ironforge (230 años antes de la Primera Guerra)

Los enanos de Ironforge vivieron en paz por muchas centurias. Sin embargo, su sociedad había crecido entre los confines de sus montañosas ciudades. Mientras el poderoso Alto Rey Enano, Modimus Anvilmar, regía sobre los enanos con justicia y visión, tres poderosas facciones se fortalecieron sobre la sociedad enana. El Clan Bronzebeard, regido por el Rey Madoran Bronzebearb, muy cercano al Alto Rey y tradicionalmente defensores de Ironforge. El Clan Wildhammer, regido por el Rey Khardros Wildhammer, habitaba los fuertes y minas cercanos a la base de la montaña y ganaba cada vez más control sobre la ciudad. La tercera facción, el Clan Dark Iron, estaba regido por el rey-hechicero Thaurissan. Los enanos de este clan habitaban las profundas sombras dentro de la montaña y conspiraban contra los Bronzebeards y Wildhammers.

Por un tiempo las tres facciones mantuvieron la paz, pero las tensiones estallaron cuando el Alto Rey Anvilmar murió de avanzada edad. Los tres clanes en pugna

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estallaron en una guerra por el control de Ironforge. La guerra civil enana rugió bajo la tierra por muchos años. Eventualmente los Bronzebeards, con un ejército más grande y fuerte, expulsaron a los Dark Iron y a los Wiildhammers fuera de la montaña.

Khardros y sus Wildhammers viajaron hacia el norte a través de las puertas de Dun Algaz, y fundaron su propio Reino en el distante pico de GRIM BATOL. Allí, los Wildhammers cavaron y reconstruyeron sus perdidos tesoros. Thaurissan y sus Dark Iron no tuvieron tanta suerte. Humillados y encolerizados por su derrota, deseaban venganza contra Ironforge. Guiando a su gente hacia el sur, Thaurissan fundó una ciudad (que llamó como el mismo) bajo las bellas Montañas Redridge. Prosperidad y el paso de los años no disminuyeron el rencor de los Dark Iron contra sus primos. Thaurissan y su esposa hechicera, Modgud, lanzaron dos prolongados asaltos contra Ironforge y Grim Batol. Los Dark Irons reclamaban Khaz´Modan para ellos solos.

El ejército Dark Iron atacó los fuertes de sus primos y estuvieron cerca de tomar ambos reinos. Sin embargo, Madoran Bronzebearb lideró a su clan a la decisiva victoria sobre el ejército de brujos de Thaurissan. Este y sus sirvientes se retiraron a la seguridad de la ciudad, sin conocer la suerte del ejército de Modgud contra Khardros y sus guerreros Wildhammer. Conforme enfrentaba a sus enemigos, Modgud usaba sus poderes para sumir en miedo sus corazones. Las Sombras se movían a su mandato, y criaturas tenebrosas brotaban de la tierra para atacar a los Wildhammers en sus propios salones de Grim Batol.

Eventualmente Modgud rompió las puertas de la ciudad y empezó el asedio del fuerte principal. Los Wildhammers pelearon desesperadamente, Khardros mismo tomó sus mazas y mató a la reina-bruja. Con su reina muerta, los Dark Irons sufrieron la furia de los Wildhammers, huyeron hacia la fortaleza de su rey, solamente para toparse con los ejércitos de Ironforge, que habían acudido en ayuda de Grim Batol. Atrapados entre los dos ejércitos, los últimos Dark Iron fueron destruidos.

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Los ejércitos unificados de Ironforge y Grim Batol se dirigieron al sur para destruir a Thaurissan y sus Dark Irons de una vez por todas. Este, desesperado en su furia, invocó un hechizo de proporciones cataclísmicas. Tratando de invocar un ser sobrenatural que le asegurara la victoria, Thaurissan convocó antiguos poderes durmientes bajo el mundo. En su estado de shock, y para su perdición, la criatura que emergió no podía ser más terrible que cualquier pesadilla que se pudo imaginar.

Ragnaros el Señor del Fuego, el inmortal señor de los fuegos elementales, derrotado por los Titanes cuando el mundo era joven, emergió entre potentes llamaradas. Liberado por el llamado de Thaurissan, Ragnaros erupcionó de nuevo a la superficie. El renacimiento apocalíptico de Ragnaros en Azeroth resquebrajó las Montañas Redridge y creó un furioso e inmenso volcán en el centro de la devastación. El volcán, llamado Blackrock Spire, estaba limitado por la Costa Rugiente al norte, y las Estepas Ardientes al sur. Muerto Thaurissan por las fuerzas que el mismo liberó, sus hermanos sobrevivientes fueron esclavizados por Ragnaros y sus elementales de fuego. Él domina Blackrock Spire hasta el día de hoy.

Observando la horrorifica devastación y los fuegos de las montañas del sur, los reyes Madoran y Khardros levantaron sus ejércitos y retornaron a la seguridad de sus reinos, eludiendo dar la cara a la ira de Ragnaros.

Los Bronzebeards volvieron a Ironforge y reconstruyeron su gloriosa ciudad. Los Wildhammers retornaron a Grim Batol. Sin embargo, la muerte de Modgud había dejado en un terrible estado el fuerte, y los Wildhammers lo encontraron inhabitable. El Rey Bronzebearb ofreció a los Wildhammers un lugar para vivir dentro de las fronteras de Ironforge, pero los Wildhammers lo rechazaron. Khardros tomó a su pueblo y lo llevó hacia el norte, hacia las tierras de Lordaeron. Ingresando en los frondosos bosques de Hinterland, los Wildhammers construyeron una ciudad en Aerie Peak, donde los Wildhammers estuvieran en contacto con la naturaleza y eventualmente domaron a los grifos del área.

Tratando de mantener relaciones de comercio con sus primos, los enanos de Ironforge construyeron dos grandes arcos, los Thandol Span, un puente entre Khaz Modan y Lordaeron. Interesados en el comercio mutuo, ambos reinos prosperaron. Luego de la muerte de los reyes Madoran y Khardros, sus hijos construyeron dos grandes estatuas en honor a sus padres. Las dos estatuas montan guardia sobre el paso de las tierras sureñas, que se volvieron volcánicas por la presencia de Ragnaros. Ellas servirían como advertencia a todo el que quisiera atacar los reinos enanos, y como un recuerdo del precio que los Dark Iron pagaron por sus crímenes.

Los dos reinos permanecieron aislados por algunos años, pero los Wildhammer cambiaron mucho por los horrores vividos en Grim Batol. Tomaron la decisión de de permanecer en la superficie, sobre las rocas de Aerie Peak, en lugar de cavar un vasto reino bajo la montaña. Las diferencias ideológicas entre ambos reinos enanos eventualmente los condujeron por caminos distintos.

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El Último Guardián Según la biblioteca secreata de los Altos Elfos (45 años antes de la Primera Guerra)

La Guardiana Aegwynn acrecentó sus poderes los años subsiguientes y las fuerzas de Tirisfal extendieron grandemente su vida. Creyendo que había derrotado a Sargeras para bien, continuó salvaguardando al mundo de las fuerzas diabólicas por cerca de novecientos años. Sin embargo, el Concilio de Tirisfal finalmente decretó que su tiempo había llegado a su fin. El Concilio ordenó a Aegwynn volver a Dalaran para que su sucesor fuera escogido. Pero Aegwynn difería del Concilio, y decidió escoger ella misma a su sucesor.

Planeó dar a luz un hijo al cual le heredaría todo su poder. No tenía intención de que la Orden de Tirisfal manipulara a su sucesor como la había manipulado a ella. Viajando a la sureña nación de Azeroth, Aegwynn encontró al perfecto padre para su hijo: un astuto mago humano conocido como Nielas Aran. Aran era el mago de la corte del rey de Azeroth. Aegwynn sedujo al mago y concibió de él un hijo. La afinidad natural de Nielas por la magia marcó profundamente al niño no nacido y luego definiría los trágicos pasos que tomaría cuando fuese adulto. El poder de Tirisfal fue heredado al niño, pero este no se manifestaría hasta su madurez.

Pasado un tiempo, Aegwynn dio a luz a un hijo varón. Llamándolo Medivh, que significa "guardián de los secretos" en la lengua de los altos elfos, Aegwynn creía que el niño, al llegar a la madurez, sería el próximo Guardián. Desafortunadamente no sabía la terrible verdad de los planes de Sargeras: el maligno espíritu del oscuro Titán se había ocultado en su interior después de su batalla con él, y había poseído al indefenso niño mientras este estaba en el vientre de su madre. Aegwynn no tenía idea que el próximo Guardián estaba realmente poseído por su más grande némesis.

Asegurándose que su bebe creciera sano y fuerte, Aegwynn llevó al pequeño Medivh a la corte de Azeroth y lo dejó para que fuese criado por su padre mortal y su pueblo. Ella lo seguiría vigilando desde la sombra, preparándose para cederle su poder cuando estuviera listo. Medivh creció para convertirse en un muchacho fuerte, sin tener idea del gran poder que albergaba su espíritu.

Sargeras esperó su momento para manifestar su poder en el joven. Con el tiempo, Medivh llegó a la edad de la adolescencia, y se había convertido en un joven apuesto y popular en Azeroth por la facilidad con que progresaba en los estudios mágicos con su padre, y por las aventuras con sus dos mejores amigos: Llane, príncipe de Azeroth, y Anduin Lothar, uno de los últimos descendientes de la línea sanguínea Arathi. Los tres muchachos constantemente hacían travesuras por todo el reino, pero eran amados por los ciudadanos en general.

Cuando Medivh cumplió los 14 años, el poder cósmico dentro de el despertó e inició una lucha terrible con el invasor espíritu de Sargeras, combatiendo por su alma. Medivh entró en un estado catatónico que duró muchos años. Al despertar de su coma, se halló en la madurez, y sus amigos Llane y Anduin se habían convertido en los regentes de Azeroth. Aunque deseaba profundamente utilizar sus increíbles poderes para proteger su

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tierra, el oscuro espíritu de Sargeras trastornó sus emociones y pensamientos, para llevarlos a un terrible final.

Sargeras había dominado el confundido corazón de Medivh, y ahora sus planes de una segunda invasión demoníaca sobre el mundo estaban casi completos. Y el último Guardián del mundo le ayudaría en sus oscuros propósitos.

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Capítulo 3: La Perdición de Draenor

Kil´jaeden y el Pacto de las Sombras

Criptoglifos draenei.

Desde la eternidad de las sombras, en el Torbellino del Vacío, Kil´jaeden el Embaucador observa con perversa sonrisa un pequeño mundo que, inocente, flota en el espacio. El astuto demonio está planeando su silenciosa invasión. Una invasión de las conciencias. Kil'jaeden sabe que necesita despertar una nueva fuerza que destruya todo a su paso antes de que la Legión ponga el primer pie sobre el mundo. Igual que cientos de mundos antes, Draenor sería el siguiente objetivo de la Legión. Si las razas mortales se veían obligadas a combatir en una nueva guerra, deberían estar lo suficientemente débiles como para resistir cuando la verdadera invasión iniciara.

Kil´jaeden había descubierto el pacífico mundo de Draenor, en la gran inmensidad de la oscuridad más allá. A diferencia de los violentos métodos de Archimonde y Mannoroth, Kil’jaeden era más sagaz y astuto, y prefería lograr la conquista de los mundos mediante el engaño. Su método era sencillo: descubrir las ambiciones y bajos instintos de sus víctimas, e inflamarlos para su beneficio.

Draenor estaba habitado por varias razas tan distintas como impresionantes. Los draenei, una raza pacífica, habían desarrollado una civilización culturalmente más adelantada que el resto, con el descubrimiento de la agricultura y los rituales mortuorios. La otra raza, los orcos, creían firmemente en los principios elementales de la naturaleza, y su cultura se basaba en las enseñanzas del chamanismo, la cual prodigaba la comunión estrecha con los espíritus de la naturaleza. Los orcos estaban organizados en clanes, dirigidos por un jefe, que no es otro que el más fuerte de todos los guerreros, y un chamán, quien desde su juventud ha sido entrenado y educado por un maestro. Sus costumbres básicamente se basaban en la cacería y tenían un amplio sentido del honor.

De las dos razas, Kil'jaeden escogió a los fuertes guerreros orcos porque sus espíritus simplemente eran más susceptibles al mal y la corrupción, y porque su biotipo favorecía la brutalidad de la guerra. Dicen las historias, no podemos a ciencia cierta saberlo, que el demonio habló al alma de un viejo chamán orco, llamado Ner’zhul, y le prometió la eternidad y amplios poderes más allá de su imaginación. Ambos hicieron un pacto de sangre. Bajo la dirección del astuto chamán, el demonio inflamaría la guerra en el corazón de los clanes orcos. Con el tiempo, la espiritual raza fue transformada en un pueblo sediento de sangre. Se construyeron arenas para gladiadores, y los orcos comenzaron a cazar a los draenei como si fueran animales. Solamente unos pocos draenei, bajo el mando de uno de sus chamanes, Akama, habían logrado sobrevivir dentro de algunas cuevas.

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Entonces, Kil'jaeden urgió a Ner'zhul y a su pueblo de tomar el ultimo paso: entregarse enteramente a la muerte y la guerra. Pero el viejo chamán, sintiendo que su gente sería esclavizada para siempre, resistió las órdenes del demonio.

Frustrado por la resistencia de Ner'zhul, Kil'jaeden decidió buscar otro orco que llevara a su pueblo a las manos de la Legión. El persistente demonio finalmente encontró el discípulo ideal en el ambicioso aprendiz de Ner´zhul, Gul’dan. Kil'jaeden prometió a Gul'dan poder ilimitado si le era obediente. El joven orco, sediento de poder, se convirtió en un bravo estudiante de la magia diabólica, y se transformó en el más poderoso brujo conocido en la historia. Guiando a otros jóvenes orcos a olvidar las tradiciones chamanísticas y abrazar las artes mágicas, Gul´dan les mostró una nuevo tipo de magia a sus hermanos, un terrible poder que los llevaría a la perdición: la brujería y la nigromancia.

Kil'jaeden, viendo que su trampa sobre los orcos había funcionado, ayudó a Gul'dan a fundar el Concejo de las Sombras, una secta secreta que manipulaba a los clanes y extendería el uso de la brujería en todo Draenor. Mientras más orcos practicaban las artes mágicas de los brujos, los gentiles campos de Draenor se volvieron negros e infestados. Con el tiempo, las vastas praderas de que fueron hogar de los orcos por generaciones, se convirtieron en barro y aceite. Las energías demoníacas lentamente habían matado al pequeño mundo.

Apogeo de la Horda.

Las historias de batallas y victorias siempre son recordadas, y en el pasado, se han levantado líderes que con cada asalto documentan el pasado. A pesar de ser líderes en guerra, estos jefes han demostrado poca acción con las palabras escritas. “Thok contar interesante historia. Ellos hicieron caer mi, pero mi bien. Mi encontrar muchas cosas buenas para comer. Nosotros encontrar villa. Nosotros matarlos y comer su comida.

Thok detenerse ahora. Cabeza duele de escribir”. El hecho es que yo soy mitad orca, con linaje humano, lo que combinado con las habilidades y las enseñanzas que he adquirido durante mis viajes, me ha permitido adquirir este elevado puesto. Como jefe de intérpretes del Concejo de las Sombras, el deber de preservar los acontecimientos de nuestra conquista de este mundo y la eventual cruzada en la nueva tierra, ha caído sobre mis hombros. Yo, Garona, les escribo esta historia…

Nuestras reglas de vida son sencillas: solamente el más fuerte sobrevive. Una decisiva victoria en batalla eleva al comandante y a sus guerreros a un lugar de honor y control. Pero mientras más alta la distinción, más dura la caída. Nuestro destino concerniente a la dominación sobre estas tierras ha sido ampliamente predicho por los místicos de los clanes por cientos de años. Muchas eras han pasado bajo el asalto de nuestras fuerzas, causando dolor y oscuridad a nuestro paso. Escondiéndonos en bosques o entre las rocas que miran al mar, nuestros ejércitos han destruido la patética resistencia que nuestros enemigos pueden ofrecer. Sus tropas mueren con cada asalto y cubren los campos, porque nosotros no tomamos prisioneros. Usando los poderes de nuestros brujos y nigromantes, ni siquiera el más poderoso de nuestros rivales puede permanecer de pie ante nuestro asalto. Uno por uno nuestros enemigos caen, y nosotros somos más fuertes con cada victoria. Con el tiempo, subyugando a todo el que se oponga a nuestro poder, y

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esclavizando a las razas más débiles para usarlas a nuestro placer, conquistamos a la naturaleza y las criaturas, para alcanzar el pináculo de nuestro apogeo.

Sin embargo, los orcos se volvían cada vez más agresivos bajo nuestro secreto control. Se construyeron masivas arenas donde saciaban sus deseos guerreros en ensayos de combate a muerte. Durante este periodo, unos pocos jefes de clanes hablaron en contra de la creciente depravación de su raza. Uno de estos jefes, Durotan del Clan de los Lobos de Hielo, advirtió que los orcos se destruirían a si mismos en una orgía de odio y furia. Sus palabras cayeron en oídos sordos, y jefes más fuertes como Grom Hellscream del Clan Warsong se elevaron como campeones de una nueva era de guerra y dominio. Pero las décadas de constantes luchas entre los clanes han servido para dividir nuestra raza contra nosotros mismos. Algunas facciones luchan por el dominio de los clanes. Sus insulsos argumentos se han vuelto un conflicto armado, y han tornado a los clanes en una guerra interna por la necesidad de destrucción que consume nuestra sangre. Si no existían tierras que tomar a los enemigos, entonces tomábamos las de nuestros hermanos. El único clan que ignoró estos juegos de poder fueron los brujos. Recluidos en sus torres, ellos decían que un peligro estaba presente. Aunque a los nigromantes complacían estas batallas fraticidas que poblaban la tierra y el inframundo con ríos de sangre, los brujos temían que ningún orco lograra sobrevivir. Ellos se ocupaban de mantener el delicado balance que mantenía el control de sus poderes y se dedicaban a trabajar en su magia. Para mantener este equilibrio, las hordas orcas necesitarían de nuevas batallas contra un enemigo común. Fue durante este breve periodo en que tuvimos noticia de la existencia de una pequeña hendidura interdimensional. Muchos años han pasado los brujos estudiando estos misterios. Son incontables los numerosos ensayos y pruebas para llegar a la conclusión de que este fenómeno puede funcionar como un portal si logra ser dominado. Los brujos orcos empezaron a experimentar en él, haciéndolo cada vez más estable. Eventualmente,

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fueron hábiles de crear un pequeño portal, suficientemente grande como para enviar a uno de sus clanes del otro lado.

Las historias con que estos sujetos regresaron nos tenían casi convencidos de que la experiencia que habían dejado atrás los había enloquecido, pero las extrañas y desconocidas plantas que trajeron era evidencia segura de sus palabras. Esto motivó a la secta a convocar a los líderes más poderes de los divididos clanes y proponerles un cese de la guerra por un año. Al final de este tiempo, la secta les prometió el chance de reunirse para atacar un nuevo mundo.

Al cabo de tres meses, se envió un pequeño destacamento de tropas sobre el nuevo mundo. Un círculo azul de energía, de la altura de dos orcos y medio, dibujado delicadamente sobre una colina, fue del agrado de los jefes de los clanes. Siete guerreros entraron en el portal y volvieron con reportes detallados de las tierras y las criaturas que encontraron del otro lado. Conforme los brujos empezaron sus encantamientos para agrandar el portal, un sonido empezó – lentamente al principio - a escucharse como el aullido de un lobo negro durante una noche de una luna sangrienta. Cuando el sonido era casi insoportable, los guerreros se colocaron sobre el círculo, ahora vivo con miles de colores brillando en una danza cósmica…

El saqueo de la villa fue muy simple, es más difícil narrarlo. Un grupo de extraños e indefensos edificios fue el primer signo de que una verdadera oposición no sería encontrada. El cielo es luminoso y el sol de este mundo se eleva sobre las colinas. Es un disco amarillo luminoso dos veces más brillante que el nuestro, y hace los días extremadamente calientes. Ser una pequeña rata debe ser mucho más que pertenecer a la raza que domina este mundo. Pequeños, rosados y con músculos flácidos son estas criaturas. Los guerreros discuten entre ellos que, si estos son los defensores de este mundo, la victoria era solamente cosa de momentos. Saliendo de sus escondites, atacaron la villa y asesinaron todo lo que encontraron a su paso. Los machos ofrecieron alguna resistencia, pero las mujeres y los niños fueron fáciles de matar. Sus casas tenían pocas cosas de valor, pero estaban repletas de grano fresco, y además mostraron ser excelentes para dar de comer a las antorchas. Este nuevo mundo, vasto y extenso, con débiles protectores, probó ser una joya para adherir a la corona de los orcos.

Con el tiempo, hemos aprendido mucho de este nuevo dominio, y de quienes los habitan. Aunque son difíciles de entender en muchas formas, ellos han probado tener algunas similitudes con nosotros. Un golpe fuerte en la cabeza resulta en muerte. Sin comida se extinguen. El dolor les afecta en la misma forma que a nuestros enemigos, y ha demostrado ser efectivo para obtener información. El nombre de este lugar es Azeroth, y sus habitantes son llamados “humanos”. Con el tiempo, más y más guerreros han cruzado el portal hacia Azeroth. Algunos han llamado a tomar el castillo cercano a la villa que destruimos, pero la presencia de unos seres de piel plateada y metálica llamados “caballeros” ha demostrado tener mayor resistencia a nuestros asaltos. Muchos han llamado a cerrar el portal, mientras que otras facciones pugnaban por hacer un ataque contra los humanos con todas nuestras fuerzas.

Los clanes orcos estaban listos, pero se necesitaba una última prueba de lealtad ante nuestros oscuros amos. En secreto, el Concejo de las Sombras invocó a Mannoroth el Destructor, un poderoso demonio que encarna la destrucción y la ira. Nuestro gran líder brujo, Gul´dan, llamó a los jefes de los clanes y los convenció de beber la ira de la sangre de Mannoroth, con lo que se volverían invencibles. Liderados por Grom

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Hellscream, todos los jefes, excepto Durotan, bebieron y se convirtieron en esclavos de la Legión Ardiente. Con el poder de la ira de Mannoroth, los jefes extendieron su subyugación a sus hermanos. Han pasado 15 años desde que esta costosa decisión alteró el curso de nuestro destino.

Consumidos por la maldición de su nueva sed de sangre, los orcos descargaron su furia contra todos los que se interpusieron en su camino. Sintiendo que su tiempo estaba cerca, Gul´dan unió a los clanes guerreros en una simple e imparable HORDA. Sin embargo, era conocido que varios jefes lucharían por la supremacía. Dentro de este caos, surgió un orco que con astucia se ha atraído algunos seguidores. Con carismáticas manipulaciones y el uso de palabras adecuadas ha hecho su voz más fuerte conforme el tiempo pasa. Después de deshacerse de sus oponentes, pocos pueden ofrecer oposición a sus planes, y la ley del Señor de la Guerra Blackhand el Destructor, líder del clan Blackrock, cayó sobre nuestra gente. Su crueldad y dominio en la batalla es solo superado por sus ansias de poder. Ha estudiado que los principios por los que se rigen las estrategias de los ejércitos humanos pueden ser derrotados. La culminación de sus planes envuelve la unificación de todos los clanes y ejércitos orcos, brujos y nigromantes en la eventual destrucción de la raza humana.

La Horda está lista. Los orcos serán el gran arma de la Legión Ardiente. La Edad del Caos había llegado finalmente.

El Consejo de las Sombras

Como una fuerza elemental del caos y de la destrucción atravesamos como rayos las tierras de los Draenei devastando todo lo que nos encontrábamos al paso. No perdonamos una sola vida. Ningún edificio quedó en pie. Las únicas muestras de su existencia eran los campos empapados en sangre en que habían trabajado durante casi cinco mil años y el olor rancio y acre de las enormes hogueras victoriosas que acabaron con esos cuerpos jóvenes. Los Draenei eran tan débiles, que apenas merecían el esfuerzo de nuestra batida. Pero, en el fondo, incluso victorias tan simples como ésta sirven para poner en su sitio a los inferiores…

Siempre ha sido así entre los de mi clase. Los poderosos pueden manipular fácilmente los instintos salvajes y brutales de las masas. El poder es la verdadera fuerza que dirige la gran máquina destructiva de la Horda. Aquellos que se creen en posesión de esta fuerza rodean a sus clanes con estandartes de violencia. Aunque sin un enemigo común, incluso los líderes de los clanes orcos se vuelven ciegamente unos contra otros. El hambre de destrucción prevalece entre los locos que dirigen la Horda; el poder y sólo el poder es lo único que se respeta sobre todas las cosas.

Yo soy Gul’dan, el más grande de todos los brujos e iniciado en el séptimo círculo del Concejo Interior de las Sombras. Nadie conoce como yo la oscura fascinación del poder definitivo. En lo que se supone mi juventud, estudié las magias orcas con el chamán tribal de mi clan. Mi talento natural para encauzar las energías negativas y frías de la infla-dimensión oscura me situó de forma notable por delante del otros aprendices y sé que

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incluso Ner’zhul, el más grande de mis maestros, sintió celos de mí cuando mis habilidades crecieron.

Mis aspiraciones fueron creciendo por encima de las de mis semejantes y maestros, ya que sabía que su visión estaba limitada por su devoción al avance de la Horda. A mi no me importaba en absoluto ni la Horda ni sus insignificantes dirigentes. No me importaba lo más mínimo este mundo que dominábamos por completo. Tan sólo tenía en mente la oportunidad de comprender los misterios laberínticos de la Gran oscuridad. Había comenzado a explorar en secreto las energías mucho más allá de lo que cualquiera de mis “tutores” podría comprender jamás. Fue entonces cuando descubrí la existencia de un inmenso poder: el demonio Kil’jaeden Me admiraba su furia sin corazón. Presenciar esta energía tan asombrosa era como ser engullido por un todo. En las fugaces y febriles pesadillas que me provocó, toqué la esencia de lo que había en el Más Allá. Se formó dentro de mí un ansia insondable, el deseo de manejar la furia de las etéreas tormentas y salir ileso del corazón yaciente de los soles.

Bajo la tutela de Kil’jaeden, me di cuenta de lo limitado que había sido mi entendimiento. Se me revelaron historias inimaginables de antiguas razas de demonios y dimensiones mágicas esenciales. Comprendí que existían mundos infinitos, dispersos en la oscuridad más allá del cielo, mundos hacia los que dirigiría la Horda como sólo alguien de mi talento podía hacerlo. Aunque permanecí con mi gente en el mundo oscuro y rojo de los Draenei, pronto aprendí a proyectarme hacia las profundidades de la infla-dimensión oscura, volviéndome casi loco por el caos susurrante que contiene. Aunque podía significar mi muerte, me sentía irresistiblemente atraído a continuar con mi estado hasta que finalmente desligado de mi existencia corpórea, comprendí los susurros. Fue entonces cuando hablé por primera vez con los muertos…

La devoción a los ancestros ha sido durante mucho tiempo el corazón de la religión orca. Casi toda la Horda creía que nuestros ancestros muertos nos observaban y guiaban desde las profundidades de algún reino perdido del caos. Yo pensaba que esta noción era sólo un producto del ritual y no de la realidad. En el interior de la infla-dimensión oscura descubrí que los espíritus de los muertos permanecían flotando en vientos astrales entre dos mundos. Entendí que vigilaban en silencio y por siempre a los clanes con la esperanza de encontrar algún medio de escape de ese tormento sin vida. Supe entonces que esos espíritus de la muerte podrían ser una herramienta muy útil para aquél que los sometiese a su voluntad.

Los años pasaron. Mi aprendizaje bajo Kil’jaeden me permitió convertirme en un de los brujos más poderosos de los últimos tiempos y era respetado como líder en la Horda, pero como siempre, empezaron a surgir tensiones entre los clanes. La destrucción de los Draenei no dejó nada con que alimentar a la gran bestia de la guerra. Después de siglos de violencia y guerras, habíamos conquistado finalmente todo nuestro mundo. Sin ningún enemigo más que aplastar y sin tierras que conquistar, los clanes cayeron en un estado de total anarquía. Disputas sin importancia entre los clanes terminaron en batallas en campo abierto y a derramamientos de sangre masivos. Aquellos líderes que intentaban asumir la posición de señores eran asesinados por las legiones hambrientas de la despiadada Horda. Supe que era el momento de reclamar el manto de poder que durante tanto tiempo se me había negado.

Pronto reuní a los pocos brujos que habían mostrado una chispa de pasión y habían intentado acabar con las insignificantes peleas entre clanes. Les enseñé el significado de

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la muerte, guiándolos en rituales secretos y enseñándolos a comunicarse con los espíritus de la infla-dimensión oscura. Aquellos que fueron incapaces de canalizar la energía fueron destruidos. Tiempo después se forjó un pacto entre los miembros de nuestro círculo y aquellos espíritus oscuros cuya energía habíamos aprendido a invocar. Utilizaría mi posición entre los brujos para moldear los pensamientos de otros mientras que, cubiertos por un velo de secreto, ellos serían inmunes a los caprichos de las masas sedientas de sangre. Y fue así como se creo el Consejo de la sombra.

Pocos meses después, el Consejo de la sombra tenía en sus manos todos los asuntos políticos de importancia dentro de la Horda. No ocurría nada en la Horda de lo que no estuviésemos al tanto y muchos acontecimientos tuvieron lugar por designio nuestro, realizados con tal astucia que ni los líderes de los clanes se daban cuenta de nuestras manipulaciones. Antes de medio año, habíamos asumido casi todo el control de los asuntos internos de la Horda. Pero más allá de nuestras secretas maquinaciones surgía amenazante la silenciosa y ominosa sombra del demonio Kil’jaeden.

Con la intención de ampliar nuestros recursos mágicos abrí una escuela de disciplinas mágicas que se conoció como Nigromancia. Comenzamos a entrenar a jóvenes brujos en los misterios arcanos de la vida y la muerte. De nuevo y con el tiempo, bajo la mirada del demonio Kil’jaeden, estos nuevos necrólitas adquirieron, tras indagar en las artes oscuras, el poder para animar y controlar los cuerpos de muertos recientes. Cada victoria, cada éxito, me conducía a un vacío que no podía llenar. Empecé a darme cuenta que el Consejo de la sombra sólo servía para mis propósitos hasta cierto punto y que si quería convertirme en el verdadero heraldo de nuestro destino necesitaría un poder aún mayor.

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Los maestros de las fuerzas: Medivh y Blackhand

Las cosas iban bien dentro de la Horda. Aunque el Consejo de la sombra pacificaba los clanes guerreros con la promesa de escapar del mundo de los muertos, sabía que este nuevo orden, como había ocurrido con la guerra contra los Draenei, sólo supondría un breve respiro si no encontrábamos nuevas tierras que conquistar. Mis pensamientos al respecto fueron interrumpidos una noche a altas horas cuando fui sorprendido por unos gritos que venían de la Torre de los brujos. Cuando llegué encontré a muchos aprendices sumidos en un profundo trance, sus rostros estaban desfigurados por máscaras de dolor. Los brujos, a quienes interrogué, sólo pudieron decirme que habían sentido una presencia inexplicable en sus sueños. Regresé a mi fortaleza intrigado profundamente; fuera lo que fuese, lo que había contactado con los brujos no había intentado alcanzarme.

Busqué el consejo de Kil’jaeden sobre esta presencia. También él había sido alcanzado por esta energía, una energía que estaba más allá de cualquier experiencia que hubiese experimentado antes. Ya fuese porque la imagen de la fuerza era tan asombrosa que incluso podía asustar a este peligroso demonio o sólo por mi propia aprensión, me adentré sin ningún objetivo en la infla-dimensión oscura durante lo que me pareció una eternidad. Fue durante este vuelo febril cuando la presencia entró finalmente en contacto conmigo. Irradiaba una energía impensable, pero carecía del frío control que ostentaba Kil’jaeden. Mis sentidos parecían haber dominado el temor que me había rodeado y empecé a razonar y a hacer cálculos. Sabía que si podía adivinar los deseos de esta fuerza, a pesar de su poder, podría utilizarla para mis propios fines. La presencia se presentó como Medivh, un hechicero de un mundo lejano y distante. No nos comunicamos mediante palabras sino mentalmente. Su mente parecía no estar atada a nada, pero sus pensamientos se movían tan rápidamente que era muy difícil aprender nada de él. Sabía que mientras tanto me estaba probando y cada vez conocía mejor a los orcos y nuestra magia. Nunca podría aprender de él lo que él de mí, así que rompí pronto el contacto.

Busqué el consejo de Kil’jaeden, pero rehusó a contestar a mis preguntas. De alguna forma comprendí que había abandonado a sus discípulos porque estaba asustado del tal Medivh. Empecé a dudar de nuevo de mis habilidades. ¿Podía yo contener a un ser que podía intimidar a mi propio maestro? Seguí aventurándome en el interior de la infla-dimensión oscura durante varias semanas para olvidarme de todos los acontecimientos que me habían hecho dudar de mí. Entonces, una noche, Medivh se me apareció en sueños…

“Me temes porque no puedes comprenderme. Conoce mi mundo y entenderás tu miedo. Entonces no me temerás más” No tenía poder para resistir lo que vino después: …enormes páramos… …pantanos oscuros, hirvientes de vida… …campos interminables de hierba esmeralda…

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…bosques de árboles gigantescos… …tierras agrícolas con ricas cosechas… …pueblos de gente orgullosa y fuerte… Las imágenes pasaban una tras otra, demasiado rápidas para poder comprenderlas. Y entonces… algo. Una imagen rápida despertó un ansia dentro de mi alma… …enterrado en las profundidades del océano, en la oscuridad y hecho pedazos, pero respirando aún… …todavía con sangre de la misma tierra corriendo por sus venas… …una antigua energía… …milenaria y terrible…

Me desperté. Y mi conciencia supo que todo el sueño había sido real. Medivh me había mostrado las maravillas de su mundo, sabiendo que la Horda no se quedaría tranquila hasta que ese mundo fuese nuestro…

Me reuní con los miembros del Consejo de la sombra para hablar de las visiones que había tenido. Aunque se debatió mucho sobre las verdaderas intenciones de Medivh, informé al Consejo que pronto dispondríamos de una forma de escapar de nuestro mundo. Buscaría la ayuda de Medivh para encontrar una forma de llegar a su mundo y entonces subyugaríamos su raza tal y como habíamos hecho con todas las demás que se habían interpuesto en nuestro camino. Aunque se había aparecido a muchos brujos con esas imágenes de un mundo nuevo y fértil acordamos mantener este enigmático mensaje en secreto. Aquellos brujos que no estaban en el Consejo y que habían tenido las visiones fueron asesinados, ya que si el secreto se hacía público antes de que estuviesen listos los preparativos, la Horda se dividiría. Pasaron semanas sin saber de Medivh. Mis intentos de contactar con él no dieron resultado. Era como si hubiese eliminado todo rastro de sí mismo en la infla-dimensión oscura. Algunos miembros del Consejo abandonaron toda esperanza en el regreso del hechicero.

…Entonces apareció la grieta…

Pasó mucho tiempo antes de que la grieta fuese lo suficientemente grande como para enviar un gran número de orcos. Los primeros exploradores regresaron casi locos por completo por lo que habían visto. Estos primeros fracasos no nos detuvieron, y tras posteriores expediciones quedó confirmado que el mundo que se abría tras la grieta era similar al retratado en nuestras visiones. Combinando los poderes de los brujos de los clanes con los del Consejo de la sombra conseguimos ampliar la misteriosa grieta hasta crear un portal. Enviamos a numerosos orcos a esa tierra desconocida a través del portal y se construyó rápidamente un puesto fronterizo al otro lado. Se encomendó a los exploradores orcos que inspeccionaran los alrededores.

Los agentes del Consejo de la sombra informaron que los habitantes de ese mundo se llamaban humanos y que sus tierras se conocían por Azeroth. Descubrimos que esos humanos eran una raza débil que cultivaban las tierras y vivían pacíficamente. Temí que no fueran un desafío mayor que los Draenei, y que no aplacaran el hambre de la máquina de guerra orca por mucho tiempo. Los líderes de los clanes, fueron dominados rápidamente por su ansia de sangre y guerra y estuvieron de acuerdo en que había

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llegado la hora de dejar este mundo agonizante y reclamar los dominios de Azeroth. Mientras el Consejo de la sombra vigilaba de cerca los trabajos de la Horda, las masas veían a los líderes de sus clanes como grandes comandantes. Entre ellos sobresalían dos, respetados y temidos todos los clanes, Cho’gall, ogro del clan Twilight Hammer y miembro del Concejo de las Sombras, y Kilrogg Ojo Tuerto, del clan del Bleeding Hollow. Se esperaba que estos poderosos líderes dirigieran a la Horda a una rápida y salvaje victoria sobre los humanos. Así, mientras la Horda se trasladaba a Azeroth a través de la grieta, Cho’gall y Kilrogg comenzaron a planear su estrategia contra la fortaleza humana de Stormwind.

El ataque a Stormwind fue catastrófico. Nuestro ejército, que no esperaba encontrarse mucha resistencia, atacó precipitadamente la fortaleza enemiga. Sorprendentemente, los soldados humanos mantuvieron a raya a nuestras fuerzas. Entonces sus indisciplinados guerreros montaron vigorosas bestias arrasando a nuestras tropas y forzándolas a retroceder hasta las ciénagas que había junto al puesto fronterizo, donde estaba el portal; sólo invocando un manto de niebla de la sombra fueron capaces de escapar. Esta decisiva y humillante derrota sembró el caos en la Horda. Cho’gall y Kilrogg se culpaban el uno al otro y los orcos se dividieron rápidamente en dos bandos, cada uno apoyando a un líder. El Consejo de la sombra buscó desesperadamente un remedio a la violencia que iba a desatarse, pero la inestable naturaleza de los orcos hizo difícil apelar a la razón o a la sabiduría. Me di cuenta de que la Horda necesitaba un líder fuerte que pudiera unificar los clanes bajo su control y mantenerlos a raya. Fue entonces cuando oí hablar por primera vez de Blackhand el Destructor…

Blackhand, líder del joven clan de los Blackrock y guerrero del ejército de Sythegore, era respetado por la mayoría de los orcos de la Horda y más importante aún, era extremadamente codicioso, por lo que se le podía sobornar fácilmente. Con la ayuda del Consejo de la sombra puse al ávido Blackhand en el trono como Señor de la Guerra, y hay que reconocer que fue un dictador despiadado que supo ganarse el respeto y el temor de sus guerreros. Mientras la Horda se recobraba bajo su mando y los demás líderes consentían ser controlados por él, era yo el que dirigía todo sobornando y chantajeando a Blackhand.

Con la ascensión de Blackhand a Señor de la Guerra, el orden se restauró en la Horda y el semblante de Medivh me visitó de nuevo. Parecía controlar mejor sus poderes, pero no su mente. Medivh me ofreció toda clase de tesoros y baratijas para que la Horda destruyera el reino de Azeroth y le convirtiese en jefe de los habitantes que sobreviviesen. Le aseguré que su mundo sería nuestro en cuanto quisiésemos y que no tenía nada que pudiese inducir a la Horda a seguir sus indicaciones. Con una mueca de desprecio en su rostro me mostró la imagen de una antigua tumba en la que estaba grabado el nombre del Señor de los infiernos, Sargeras. ¡La tumba de Sargeras! ¡El Señor de los infiernos que había instruido a mi propio mentor, Kil’jaeden, estaba encerrado es ese minúsculo y patético mundo! El destino me había elegido a mí y había puesto una mano sobre mi hombro. Kil’jaeden me había dicho que esa tumba perdida contenía el poder absoluto, el suficiente para que el que pudiese controlarlo se convirtiese en un semidiós. Medivh me prometió que me daría la localización de la tumba si la Horda destruía a sus enemigos… Y empezó la guerra contra el reino de Azeroth.

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La primera guerra de la ascensión de los orcos

Nos quedamos con las tierras de Azeroth y arrasamos a todos los humanos con los que nos encontramos. Mi asesina privada, la medio orca Garona, ejecutó al rey Llane, líder de Azeroth, y me trajo su corazón. Aunque la horda dominaba Azeroth y a los patéticos gusanos que lo defendían, mis planes se encontraron con grandes impedimentos. Un pequeño grupo de guerreros humanos había irrumpido en la torre de Medivh y entablado combate abierto con el loco hechicero. Mientras su cuerpo estaba siendo atravesado y despedazado por las espadas de Azeroth, Medivh empezó a transmitir ondas traumáticas por el plano astral que hicieron añicos con facilidad mis formidables defensas. Intenté llegar a la mente del hechicero y robarle la localización de la tumba, pero no pude hacerme con ella. Medivh fue asesinado por los habitantes de Azeroth en ese momento y, al estar dentro de su mente en el instante de su muerte temporal, sufrí una sacudida psíquica y entré en estado catatónico.

Dormí durante semanas como si estuviese muerto, celosamente protegido por mis brujos fieles. Cuando finalmente me levanté, me informaron de los cambios que habían tenido lugar en las altas esferas de la Horda. Blackhand había sido asesinado. Sin mis magias y mi consejo para ayudarle, Blackhand cayó preso de un ataque sorpresa organizado por uno de sus generales más poderosos y de su mayor confianza, Orgrim Doomhammer. Orgrim consolidó rápidamente su poder dentro de la Horda, justificando el asesinato de Blackhand con falsos testimonios que le ayudaron a afirmar la incompetencia del Destructor como Señor de la Guerra.

Parecía que los designios del destino me habían asestado un duro golpe. Orgrim se propuso destapar las maquinaciones internas de la Horda, sin dejar piedra sin remover. Con el tiempo, sus espías capturaron a mi sirviente Garona y tras una intensa tortura, reveló agónica la existencia y localización del Consejo de la sombra. Resultó ser más débil de lo que esperaba.

Al sospechar que el Consejo de la sombra era una amenaza para el control de la Horda, Doomhammer dirigió a sus jinetes de lobos en un ataque sorpresa contra mi fortín cerca de las ruinas de la fortaleza de Stormwind. El asalto de Orgrim nos cogió desprevenidos, por lo que mantuvimos alejada a la Horda sólo hasta que duró la magia. Como no teníamos tiempo de reponer o completar las energías, caímos ante la furia de Orgrim, que se alzó victorioso. Los supervivientes fueron tachados de traidores a la Horda y las ejecuciones públicas debilitaron mucho mi posición, fortaleciendo la suya… Me llevaron ante Orgrim y me interrogaron largamente sobre mi participación en el Consejo de la sombra. Como estaba muy debilitado por la sacudida de la muerte de Medivh y por las energías que había gastado durante la batalla, me di cuenta de que no podía ni amenazar ni dañar al Señor de la Guerra. Orgrim me dejó claro que la Horda estaba bajo su control y que él no era tan fácil de dominar como su antecesor. El brillo en sus ojos y el acero de su cinto me revelaron sus intenciones, pero no podía derrotarme tan fácilmente. Mientras levantaba su mano le recordé que con la muerte de los brujos yo era el último hechicero verdadero dentro de la Horda. Orgrim, imprudente

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tras la victoria, pensó que tal vez podía serle útil y accedió a dejarme con vida, debido a su magnánima gracia. Me prometí en silencio que un día se llevaría esas palabras a la tumba. Aunque sus sospechas hacia mí nunca desaparecieron del todo, logré convencerle de que los guerreros estaban intentando unirse a los hijos de Blackhand con la idea de revelarse contra él. Aunque esto era falso, Orgrim ya sospechaba de Rend y Maim, así que desmanteló a los jinetes de lobos, enviándolos a diversas secciones de las fuerzas orcas. Para demostrarle mi “lealtad” hacia Orgrim y la Horda, le prometí crear una hueste de jinetes inmortales que le fueran completamente leales. Aunque Doomhammer no confiaba del todo en mí, la idea lo atrajo lo suficiente y me permitió recluirme para crear la nueva legión.

Incluso con la ayuda de mis nigromantes, fracasé repetidamente en el intento de conseguir esa fuerza inmortal. Fallos y debilidades fueron todo lo que esos subordinados podían ofrecerme hasta que sentí que, aunque sus espíritus eran poderosos, su carne era débil. Los convoqué en una gran construcción de madera de hierro y raíces negras donde mediante magia negra me apoderé de las vidas de cada uno de ellos. En el sangriento despertar de sus ejecuciones, los nigromantes fueron mi creación perfecta de sirvientes inmortales.

Utilizando los pocos recursos que aún controlaba dentro de la Horda conseguí muchos de los cuerpos de los caballeros de Azeroth que llevaban ya tiempo muertos. En estas formas retorcidas y decadentes instalé la esencia de los miembros más poderosos del Consejo de la sombra, que estaban deseando regresar al plano mortal para causar estragos y desatar el terror una vez más. Proporcioné a cada uno de los jinetes oscuros una vara enjoyada para que pudieran concentrar mejor los poderes infraterrenales que esgrimirían. En el interior de esas joyas anidaban la magia esencial y la nigromancia de los nigromantes recientemente asesinados. Así nacieron los Caballeros de la muerte. Orgrim Doomhammer estaba complacido con esos Caballeros de la muerte, ya que aunque los espíritus del Consejo de la sombra me eran leales fingieron aliarse con el Señor de la Guerra. Orgrim estaba muy satisfecho con el resultado y me permitió continuar con mis propios asuntos.

Seré paciente y esperaré el momento oportuno, pretenderé ser un siervo fiel hasta que llegue la hora de enseñarle a ese presuntuoso y alborotador advenedizo quién es el más grande de los dos. Mi intención de descubrir la Tumba de Sargeras sigue en pie. Me he reunido con el clan de los Stormreaver para que me apoyen cuando llegue la hora de que Orgrim pague por sus insolentes crímenes contra mí…

Ese día está cerca y Doomhammer no sabe qué clase de terrores le aguardan, …pues yo soy Gul’dan… Soy la Oscuridad encarnada... No seré repudiado.

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Capítulo 4: Alianza y Horda

Crónicas de la Guerra en Azeroth

Yo soy Sir Anduin Lothar, hombre de armas de la Hermandad de los Caballos, y guerrero al servicio del Rey. Siento la necesidad de informarte acerca de los eventos que en este tiempo determinan este conflicto. La historia de nuestra batalla contra los orcos inicia cerca de cuarenta años en el pasado. Debo decirte que lo que vas a escuchar al principio te parecerá incomprensible, por la incomprensión misma de la naturaleza de nuestro enemigo. Como estudiante de la historia y de la guerra, lo único que sé es que entender nuestro pasado es determinante para tomar las decisiones de nuestro futuro.

559 Todo ha sido pacífico por muchas generaciones, y el reinado de Wrynn III es fuerte y próspero. Las constantes revueltas y luchas por el trono que han caracterizado a reyes anteriores no tienen lugar en la corte de Wrynn. El niño mago Medivh ha nacido de la unión del Conjurador de la Corte y una misteriosa viajera. Después de que el niño nació, la mujer desapareció, y el bebé ha sido admitido en la corte como hijo del reino.

564 El niño príncipe Llane ha nacido del Rey Wrynn y Lady Varia. Él es el primero y único hijo de ambos, pero su nacimiento permitirá la continuación de su línea real. Es un gran día para el reino, que se ha celebrado con fiestas y torneos. El Rey Wrynn ha declarado el día festivo para celebrase durante todo su reinado y para marcar la ocasión, le ha dado a cada ciudadano de Azeroth oro sobre su salario.

571 La celebración de la Edad de la Ascensión desde la niñez a la adultez es uno de los mayores acontecimientos de padres e hijos. A Medivh le ha llegado al momento en que se le dé el título de Aprendiz de Conjurador de la Corte. Al acercarse la celebración, el muchacho ha presentado problemas para dormir porque oscuros sueños y figuras aparecen en lo más profundo de sus sueños. Sudando frío, Medivh camina hacia la recámara de su padre. En el momento en que el Conjurador toca su frente buscando la fiebre, un ardiente fuego ha brotado de los ojos del niño. Este haz de luz ha sido observado en la lejana Abadía de Northshire, y un centenar de clérigos ha arribado al castillo. Solamente sus habilidades combinadas con los poderes del Conjurador pudieron contener a Medivh. Como estos poderes son demasiado elevados para él, el muchacho grita en un terrible dolor por las energías que son canalizadas a través suyo. Las horas pasan, quizás incluso días, durante los cuales han luchado para derrotar la furia. Entonces, tan simple como soplar una vela, padre e hijo caen sobre el suelo. El Conjurador yace muerto, drenada su vida, y Medivh ha caído en un profundo sueño – su corazón apenas late, y solamente un leve suspiro escapa de sus labios. Luego de una larga discusión, el Rey y el Abad de Northshire han decidido llevarlo a la Abadía, para seguridad de niño y reino.

577 Llane ha llegado a su Edad de la Ascensión, y el título completo de Príncipe de Azeroth ha sido investido en él. En su ceremonia, decenas de miles de devotos le han deseado soporte y larga vida. Durante la noche con su familia, y cerca del crono, un viento helado ha comenzado a soplar en el aire. Una gentil brisa al principio, crece luego en intensidad, hasta que las puertas del gran salón se han arrancado de sus bases.

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Tan pronto ha cesado el viento, una figura ha entrado, semejante a un gran cuervo. Las antorchas del gran salón se han reencendido con un halo azul y la figura de Medivh ha sido revelada. Como el se ha colocado en frente de la mesa del Rey, los guardas le han cerrado el paso. Un simple movimiento de su mano los ha detenido, congelados en sus puestos. El hechicero, hecho ahora un hombre, explica que sus años de sueño han finalizado. Los años de constantes oraciones de los clérigos de la Abadía de Northshire le han permitido tener control de sus poderes. Cuando su espíritu y su cuerpo estuvieron a tono, ha despertado, y ha salido hacia la Fortaleza de Stormwind. Medivh explica que ha venido a reparar el daño que le hizo a la corte y ha aprovechado la ocasión de la ceremonia de Ascensión del Príncipe Llane. De una bolsa que cuelga de su cinturón, ha sacado un cristal de obsidiana, con arenas blancas como la nieve. El joven príncipe lo ha mirado de cerca, pero las arenas se encuentran en constante flujo y nunca se acaban. Medivh clama que estas arenas representan al reino, y tanto tiempo como las arenas nunca se acaben, el reino del Rey Wrynn nunca caerá.

583 Seis años han pasado, y la tierra lentamente se ha secado. Los cultivos han muerto en los ricos suelos del reino. Los niños enferman y nunca se recuperan totalmente. Incluso los corazones de las personas de Azeroth se han vuelto oscuros. El invierno ha sido inexplicablemente más frío y más largo, y el sol del verano crea sequías en la tierra y los días son más oscuros de lo usual. Ningún clérigo o mago ha podido explicar cuál ha sido la causa de estos cambios. Más y más personas se sienten descorazonadas, y donde antes había optimismo, ahora solo hay incertidumbre.

Durante una oscura mañana, el Príncipe Llane acude al lado de su padre, cargando el cristal de las arenas. Durante la noche, las arenas han corrido hacia abajo, y están casi vacías. El Rey Wrynn toma el cristal entre sus manos. Tan pronto como las últimas arenas caen sobre la base del cristal, un sonido estrepitoso rompe las puertas de la ciudadela de Stormwind. Repentinamente, los salones se han llenado de criaturas horribles. Groseramente deformadas, un cruel reflejo de la humanidad, se lanzan sobre los guardias del Rey y los aniquilan. El rey Wrynn, Llane y lady Varia son escoltados por unos caballeros hacia la Abadía de Northshire, prometiendo que las agresivas bestias serán destruidas. Este día no ha llegado aún.

584 A la edad de veinte años, Llane ha sido pronunciado rey de Azeroth. Su misión es clara – raer de la tierra a estas criaturas. Los pocos que han sobrevivido a la batalla se refieren a si mismos como orcos. Cuando son interrogados, prefieren la muerte a dar información. Son crueles, sádicos y viles – no hacen distinción entre soldado o niño, guerrero o mujer. Matan a cualquiera que encuentran sin derecho a súplica. Los pocos humanos que no han muerto por la espada orca son tomados como esclavos y llevados al este, donde los orcos han hecho sus campamentos. Qué hacen con estas personas es aún desconocido, pero lo cierto es que ninguno ha vuelto.

593 Cerca de diez años de escaramuzas y luchas a lo largo de las fronteras ha tenido que resistir el pueblo de Azeroth, pero las hordas orcas siempre han sido rechazadas hacia los pantanos. El rey Llane ha descubierto que los orcos, además de increíblemente fuertes y viciosos, no están bien entrenados en combate, y siempre atacan desorganizados. Esta puede ser la llave para derrotarles, y es una debilidad que piensa utilizar en el futuro. El misterio al que ningún clérigo o mago ha podido encontrar respuesta es el origen de estas criaturas.

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En el décimo año de su reinado, el rey Llane recibe la visita de una viajera misteriosa. Ella ha venido a advertir al Rey que la gran batalla contra su némesis esta cercana. También le dice que la unión entre el Conjurador del Rey y ella tenía la intención de crear un niño al cual ella pudiera transmitir sus conocimientos y poderes para bien. Pero no contaba con que fuerzas de otros mundos tratarían de dominar al niño. Ahora ha descubierto que los poderes que corren por sus venas han enloquecido a su hijo. Estos poderes han aumentado tanto que ni ella misma ha podido derrotarlo. La viajera también informa al Rey Llane que Medivh fue el responsable de la llegada de los orcos a Azeroth. Cuando niño, durante la batalla con su padre, había abierto un portal a un lugar al que los orcos, y muchas otras criaturas, llamaban hogar. Los orcos son discípulos del caos, y ni siquiera Medivh tiene control sobre ellos. Asimismo, la viajera advierte al rey que con el tiempo, Azeroth se verá obligado a luchar contra él y si no logran derrotarlo, ciertamente el mundo sufrirá.

Rumores de guerra llegan desde los pantanos. Los ataques sobre nuestros asentamientos, al principio pobremente ejecutados, ahora se han vuelto más organizados. El rey se ha visto en la necesidad de enviar soldados y arqueros a proteger los asentamientos de la Frontera. Rumores del advenimiento de un gran Señor de la Guerra Orco se han expandido por la tierra. Este se ha mostrado como un gran líder y ha unido a los orcos bajo un solo estandarte. Los espías y scouts del rey Llane lo han descrito como astuto y sanguinario. Esta temible criatura tiene por nombre Blackhand el Destructor y su control sobre la Horda orca se ha convertido en una maldición para Azeroth. El rey ha ordenado enlistar nuevos reclutas y entrenarlos en los rudimentos del combate, porque ha llegado el tiempo en que el pueblo de Azeroth deba prepararse para la guerra.

Una Breve Historia sobre la Caída de Azeroth Primera Guerra (narrada por la Matriarca de Tirisfal)

Mi nombre es Magna Aegwynn y por cerca de mil años he resguardado los reinos de este mundo y me he encargado de salvaguardar los pueblos de esta tierra contra los etéreos poderes de la Gran Oscuridad del Más Allá. He visto poderosos reinos levantarse y caer. He conocido las conspiraciones de la alta nobleza y los plebeyos para definir el destino de la humanidad.

Es solo recientemente que he tenido, con gran dolor, que involucrarme directamente en los asuntos de los hombres. Por incontables edades he tenido el cargo de mi Orden para

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servir y proteger a los hombres mortales de los misterios de la Gran Oscuridad, y de los palpables y reales maldades de los reinos del más allá. Para luchar contra las fuerzas de la Dimensión de la Nada he recibido considerables poderes y longevidad que rivalizan incluso con los de los ancestrales Elfos. Por estos poderes también recibí un severo mandato – El Guardián no debe interferir con las trivialidades de los hombres hasta que llegue el tiempo en que se escoja a su sucesor y el manto de los guardianes pase a otro.

Mas yo, Aegwyn, última Guardiana de la Orden de Tirisfal, he juzgado que mi tiempo ha llegado. Cuarenta y dos inviernos han pasado desde que por primera vez en el Reino de Azeroth fui en busca del Conjurador Nielas Aran. Nielas era excepcionalmente talentoso en los simples conjuros mágicos de los hombres, y creo que él podría ser el perfecto padre mortal para mi hijo… y lo es…

He tenido un niño y le he llamado Medivh – o “Guardián de los Secretos” en la Antigua lengua de los Elfos – en el otoño del año 559. Le he transferido mis conocimientos y mis poderes, que dormirán en él hasta manifestarse cuando llegue a su madurez física. Creyendo que mi trabajo en este mundo estaba hecho y viendo que mi hijo es amado por el pueblo de Nielas, he viajado a través de los campos del tiempo, preparándome para el paso.

Mi ojo vigilante a la distancia ha visto que mi hijo ha avanzado mucho para su joven vida. Me he asegurado que el profundo altruismo de Tirisfal le guié en sus estudios y pruebe su corazón y su mente para hacer de la Guardianía, su destino. En la época en que cumplió su cumpleaños número veinte, el poder escondido dentro de mi hijo despertó. Incapaz de lidiar con las furiosas energías cósmicas que han surgido dentro de él, Medivh ha sufrido un masivo trauma psicológico. Ha sido pacificado por los buenos clérigos de Northshire. Lo han llevado a la sagrada Abadía y por seis años han atendido su comatoso cuerpo.

Eventualmente, Medivh despertó de su profundo sueño en complete control de sus facultades y poderes. Sin embargo, debajo de su confidente y casi arrogante figura, he conocido que mi hijo se ha vuelto malevolente y corrupto. La visión y el poder que a su nacimiento ha heredado han sido pervertidos por las distantes fuerzas de la Dimensión de la Nada, alterando la parte humana de su alma y marcándolo con su toque maligno para siempre.

No fue solamente hasta que la primera ola de estas fieras criaturas conocidas como los Orcos ha venido desde la oscuridad que me he dado cuenta de lo increíblemente peligroso que mi hijo puede ser….

El Portal Oscuro y la caída de Stormwind

En los oscuros salones de la Torre de los Guardianes, Medivh continúa luchando por su alma. El Rey Llane, noble monarca de Stormwind, temía por la oscuridad que había trastornado el espíritu de su viejo amigo. El rey comunicó sus temores a Anduin Lothar, el último descendiente de la dinastía Arathi, quien era general de sus ejércitos. Sin

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embargo, ninguno de los dos podría haber imaginado que el lento viaje de Medivh hacia la locura traería los horrores que verían después.

Como incentivo final, Sargeras prometió gran poder a Gul´dan si él lideraba a la Horda contra Azeroth. Usando a Medivh, Sargeras le dijo al brujo que él sería convertido en un dios viviente si encontraba la tumba submarina donde la Guardiana Aegwynn había colocado el cuerpo de Sargeras cerca de mil años antes. Gul´dan accedió y decidió que una vez que Azeroth estuviera vencido, saldría en busca de la legendaria tumba y de su premio. Seguro de que la Horda serviría a sus propósitos, Sargeras ordenó el inicio de la invasión.

Uniendo sus poderes, Medivh y los brujos del Concejo de las Sombras abrieron un pasaje dimensional conocido como EL PORTAL OSCURO. Este portal sería un puente entre Azeroth y Draenor, y era lo suficientemente grande como para que un poderoso ejército lo cruzara. Gul´dan envió scouts orcos a través del portal para explorar la nueva tierra que iban a conquistar. El retorno de los scouts ha asegurado al Concejo de las Sombras que Azeroth está listo para ser cosechado.

Convencido de que la corrupción de Gul´dan destruiría a su gente, un jefe orco se atrevió a hablar contra los brujos. Este bravo guerrero proclama que los brujos han destruido la pureza del espíritu orco y la invasión venidera sería su perdición. Gul´dan, incapaz de matar a un héroe tan popular, se vio forzado a expulsar a este jefe y a todo su clan dentro del nuevo mundo. Su nombre era Durotan, del Clan de los Lobos de Hielo.

Después del exilio de los Lobos de Hielo, solamente unos pocos clanes orcos lo siguieron. Estos rápidamente levantaron una base de operaciones cerca de Black Morass, una oscura y pantanosa área al este del reino de Stormwind, el Pantano de los Susurros. Allí, secretamente, el Clan de La Espada Ardiente, la primera fuerza de exploración, empezó a construir una fortaleza. Conforme los orcos empezaban a explorar las nuevas tierras, entraron en inmediato conflicto con los humanos defensores de Stormwind. Aunque estas escaramuzas finalizaban rápidamente, fueron útiles para aprender acerca de las debilidades de ambas razas. Llane y Lothar nunca conocieron datos confiables acerca del número real de orcos y no pudieron imaginar cuán grande era la fuerza que venía contra ellos. Después de unos pocos años la mayoría de la Horda había cruzado hacia Azeroth, y Gul´dan consideró que el tiempo del primer golpe contra la humanidad había llegado. La Horda lanzó su primer ataque contra el desprevenido reino de Stormwind. Al mando de Kilrogg Ojo Tuerto del clan Pozo Sangriento, y del ogro-mago Cho´gall del clan Martillo del Ocaso, inicio el asedio de la ciudad. El rey Llane contraatacó con sus caballeros, y ante la sorpresiva contraofensiva, la Horda se vio obligada a replegarse. Ante esto, Gul´dan decidió colocar un Señor de la Guerra para toda la Horda, a quien pudiera controlar, cargo que recayó sobre Blackhand el Destructor, del clan Stormreaver, quien era un líder particularmente astuto y despiadado. Esto provocó desazón entre algunos de los jefes de los otros clanes, a quienes los soldados veían como líderes más aptos, en especial los héroes orcos Grom Hellscream (al que se le ordenó quedarse en Draenor para organizar la defensa) y Orgrim Doomhammer (designado como uno de los generales de Blackhand en Azeroth).

Conforme las fuerzas de Azeroth y la Horda chocaban por todo el reino, los conflictos internos empezaron a afectar ambos ejércitos. El rey Llane, que creía que los bestiales

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orcos eran incapaces de conquistar Azeroth, decidió fortificar su posición en su capital de Stormwind. Sin embargo, Sir Lothar estaba convencido de que la batalla debería ser un ataque directo al enemigo, y se vio obligado a elegir entre sus propias convicciones y la lealtad a su rey. Escogiendo seguir sus instintos, Lothar partió hacia la torre-fortaleza de Medivh en Karazhan. Allí contó con la ayuda del joven aprendiz de Medivh, llamado Khadgar, quien también era espía del Kirin Tor. Ambos creían que derrotando al poseído Guardián, encontrarían una solución del conflicto. Luego de un asalto sorpresa, lograron darle muerte al cuerpo del Medivh y, sin saberlo, enviaron al espíritu de Sargeras hacia el Abismo. Como consecuencia, el puro y virtuoso espíritu de Medivh también fue liberado y pasó al plano astral…

Aunque Medivh había sido derrotado, la Horda continuó su asedio sobre Stormwind. Cuando la victoria de la Horda parecía cercana, Orgrim Doomhammer, jefe del clan Thunderlord, y uno de los más grandiosos jefes de guerra orco, hábil estratega, con decisivo liderazgo, audacia y valor, comenzó a observar la depravada corrupción en que se habían sumergido los clanes desde su tiempo en Draenor. Los orcos, consumidos por su sed de sangre, y guiados por un déspota, habían perdido totalmente su identidad. Secretamente, se reunió con su viejo camarada, Durotan, quien había regresado del exilio y le había advertido sobre los engaños de Gul´dan. En rápida retribución, los asesinos de Gul´dan mataron a Durotan y a su esposa Draka, dejando vivir únicamente a un pequeño niño orco…

Destrozado por la muerte de su amigo Durotan, Orgrim Doomhammer se decidió a liberar a la Horda de la corrupción demoníaca y asumir el rol de Señor de la Guerra y jefe del Clan Blackrock, asesinando al títere de Gul´dan, Blackhand el Destructor. En el momento en que Gul´dan cayó víctima del trance al morir Medivh, Orgrim asaltó la fortaleza del clan Diente Negro, de Rend y Maim, hijos de Blackhand, que tenían el propósito de vengar a su padre, y los envió de vuelta a Draenor. Capturando a Garona, la media orca, y la más letal de los asesinos de Gul’dan, mediante tortura la hizo confesar sus secretos. El Concejo de las Sombras fue descubierto y sus miembros ejecutados, a excepción de Gul’dan, quien al despertar ofreció a Doomhammer un trato que éste no podría rechazar: la formación de los Caballeros de la Muerte, para que hicieran frente a los Caballeros del Rey Llane. Doomhammer inició el ataque final sobre la ciudadela de Stormwind. El rey Llane había subestimado el poder de la Horda, e inició un desesperado intento de buscar ayuda contra los invasores pieles verdes. Sin embargo, fue asesinado por Garona, para que ésta demostrara así su lealtad a la Horda. Lothar y sus guerreros, volviendo a casa desde Karazhan, no esperaban la muerte de su rey y la caída de su amada patria. Pero regresaron demasiado tarde y lo único que encontraron fue ruinas. La salvaje Horda había reclamado el país y todas sus tierras para sí misma. Forzados a ocultarse, Lothar y sus compañeros juraron salvar su patria cual fuera el costo.

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La Alianza de Lordaeron – Mareas de Oscuridad Segunda Guerra

“Mareas de oscuridad braman sobre el reino de Lordaeron, querido amigo. La sombra vil, cual nube enfermiza de pestilencia, ha corrompido los campos de Stormwind y, voraz y violenta, arrasará a su paso toda noble visión de vida y de esperanza, sin temer a la espada ni a la Luz. Es hora de que seamos lo que siempre fuimos: Una sola nación. Rápido, porque ya vienen”.

Sir Lothar, de la Hermandad de los Caballos, a Lord Uther, de la Orden de la Mano de Plata Archivos del Kirin Tor.

Tras la llegada a las costas de Lordaeron miles de refugiados de Azeroth, el rey Terenas de Lordaeron convocó un consejo de delegados de cada uno de los siete reinos que gobernaba. Con los terribles relatos de destrucción y matanzas provocadas por la invasión orca de Azeroth, Lord Anduin Lothar convenció al soberano de Lordaeron para que unieran sus fuerzas frente a semejante amenaza. Después de mucho debatir y sopesar, los lores accedieron a la propuesta de Lothar y Terenas, y acordaron unir sus ejércitos bajo el mando general del propio Lothar. Como las orillas de Lordaeron ya habían sido saqueadas por pequeñas bandas de ladrones orcos, Lothar encontró un fuerte aliado en su amigo de toda la vida, el almirante Daelin Proudmoore del reino costero de Kul Tiras. Thoras Trollbane, Señor de Stromgarde, también ofreció rápidamente su apoyo a la Alianza recién forjada, saboreando la proximidad de gloriosas batallas. Pero estos guerreros no eran los únicos que se preparaban para la guerra... Como el mandato real dictaba que se debían emplear todas las defensas en la guerra contra el mal, Alonso Faol, abad de la recién destruida abadía de Northshire, localizada al norte de Stormwind, convenció a los ministros eclesiásticos de Lordaeron para que equiparan igualmente a sus clérigos y fieles con armas de guerra. De la misma manera en que los guardianes habían empuñado espadas de luz para defender los cielos, los hombres santos de la tierra debían prepararse para combatir contra las oscuras tinieblas que se acercaban amenazantes desde el sur. Uno de los clérigos, aprendiz del arzobispo Alonso Faol, fue testigo de la destrucción de la Abadía de Northshire en Azeroth por parte de la Horda durante la Primera Guerra. Este sacerdote, llamado Uther Lightbringer, ha comprendido que el esfuerzo que su Orden, la Iglesia de la Sagrada Luz, hizo durante la Primera Guerra, no había sido suficiente para contener el poder de los orcos. Por esto, Uther ha viajado hasta el Lago Darrowmere, en el norte de Lordaeron, para cristianizar a los Caballeros de la Orden de la Mano de Plata y enlistarlos en las filas reales. Estos nobles y valientes caballeros han aceptado el Código de la Luz, y se han convertido en los primeros Paladines. Sin embargo, la Alianza ha recibido el primer golpe y no precisamente de los orcos. Durante el viaje a Darrowmere, Uther fue atacado por piratas provenientes de la ciudad de Alterac. Con este hecho, Uther ha descubierto la conspiración Lord Perenolde, Señor de Alterac, que ha traicionado a la Alianza, haciendo un trato con Doomhammer, con el afán de apoderarse de sus ricas tierras. A pesar de esto, el primero de los Paladines no está dispuesto a dejar caer a su pueblo tan fácilmente. Bendecidos en las Iglesias y los monasterios de

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Lordaeron, los Paladines se lanzan a la batalla con la fe como escudo y con el Martillo de la Luz como arma.

Así, Lothar no está solo. A su lado combaten Uther Lightbringer, Capitán de los Paladines de La Mano de Plata de Lordaeron; Daelin Proudmoore, Almirante de la Armada de Kul Tiras; Thoras Trollbane, Señor de Stromgarde; Genn Greymane, Señor de Gilneas; los poderosos magos de la Ciudadela Violeta de Dalaran, enviados por el Kirin Tor, y Turalyon, uno de los más experimentados de sus lugartenientes. Pero Lothar ha sido también hábil para ganarse otros poderosos aliados. Por los antiguos pasadizos subterráneos de Khaz Modan, llegaron los estoicos enanos de Ironforge, al mando de Muradin Bronzebeard, hermano del rey Magni, anunciando que los orcos ya habían empezado a asaltar su reino en las montañas. Los enanos ofrecieron su apoyo, armas e ingeniosas tecnologías. Los humanos, por su parte, les aseguraron que los orcos serían expulsados a toda costa. De Aerie Peak han descendido los Wildhammers, montando sus impresionantes grifos. De la tecno-ciudad de Gnomeregan, los astutos gnomos, han enviado a sus hábiles pilotos e ingenieros en socorro de la Alianza, junto con sus poderosos tanques de vapor y autogiros. Los solitarios elfos de Silvermoon, al mando de la Ranger Alleria Windrunner, se aventuraron a salir desde los tupidos bosques de Quel’thalas para ofrecer sus servicios. Sus magias, muy relacionadas con las fuerzas terrenales, mostraban que los orcos habían profanado las tierras de Lordaeron como parte de sus siniestros planes. Anasterian Sunstrider, regidor de Quel´thalas, ha enviado a sus arqueros, sacerdotes y hechiceras. Estos, largamente desinteresados en el conflicto por venir, tienen una deuda de honor con Lothar porque es el único descendiente de los Arathi, que les habían ayudado en épocas pasadas. Se echó tierra a los prejuicios malignos que habían existido desde antaño entre las tres razas y se creó un vínculo entre estos antiguos vecinos, vínculo conocido como “LA GRAN ALIANZA DE LORDAERON”.

Así, unidos por las armas frente a un mismo enemigo, la Alianza se erige por encima de las orillas del destino y espera la llegada de la Marea oscura.

La Horda, ahora liderada por Señor de la Guerra Orgrim Doomhammer, también ha hecho alianzas. Desde Draenor han llegado los gigantescos y brutales Ogros, bajo el liderazgo del ogro Cho’gall del clan Twilight Hammer, y los Trolls Amani del bosque de Silverpine, lanzadores de hachas y acérrimos rivales de los Altos Elfos, han decidido pelear por la Horda, al mando de su líder Zul’jin, recientemente liberado de una prisión en Quel’thalas. Asimismo, los ambiciosos Goblins, siempre deseosos de poseer oro, se han aliado con la Horda, y la han provisto de maquinaria de asedio, zeppelines y barcos. Una masiva campaña ha iniciado para tomar el reino Enano de Khaz Modan y las regiones sur de Lordaeron, y la Horda ha diezmado toda oposición.

Las épicas batallas de la Segunda Guerra recuerdan grandes enfrentamientos navales y peleas aéreas masivas. En las profundas cavernas de Khaz Modan ha sido desenterrado un poderoso artefacto, conocido únicamente como Alma de Demonio. Gracias a este artefacto, los brujos orcos han logrado a esclavizar a una gran dragona roja y a sus hijos. Amenazada con destruir sus preciosos huevos, la Horda ha forzado a Alexstrasza, la Protectora de la Vida, la Reina de los Dragones, a mandar a sus hijos a la guerra. Los nobles dragones rojos han sido forzados a pelear por la Horda y se han enfrentado, apoyados por los zeppelines goblins, en gigantescas batallas contra los autogiros de los gnomos, los jinetes de grifos de los Wildhammers y los Rangers Elfos. Genn Greymane

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ha levantado un fenomenal muro defensivo alrededor de Gilneas, para retrasar lo máximo posible el avance de la Horda, el famoso “Muro de Greymane”. La guerra ruge a través de los continentes de Khaz Modan, Lordaeron y Azeroth. La Horda ha incendiado las fronteras boscosas de Quel´thalas y ha realizado enormes ataques navales a las refinerías de aceite de Kul Tiras y a los puertos y ciudades costeras de Lordaeron. El Almirante Proudmoore ha contraatacado con la Armada cañoneando las posiciones de los orcos sobre las costas del norte de Khaz Modan. Uther y los Paladines montan asedio a la ciudad de Alterac, pero gracias a una revuelta provocada por los propios campesinos, Lord Perenolde es depuesto, pero logra escapar. Las fuerzas de Turalyon chocan de frente contra los jinetes de lobos de la Horda. Las grandes ciudades y pueblos han sido arrasados y devastados por el conflicto, y a pesar del ingente esfuerzo, Lord Lothar y los aliados se han visto obligados a retroceder hasta las murallas mismas de la Ciudad Capital.

Sin embargo, durante los días finales de la Segunda Guerra, cuando la victoria de la Horda sobre la Alianza parecía segura, una terrible disputa surgió entre los dos orcos más poderosos sobre Azeroth. En el momento de la muerte de Medivh, Gul´dan se encontraba conectado psíquicamente con el corrupto Guardián, por lo que había caído en un estado de shock que le permitió a Doomhammer tomar el control de la Horda. Al despertar, se encontró con que el líder orco se había hecho con la Horda, y había matado a Blackhand y a todos los miembros del Concejo de la Sombra. Rencoroso, Gul´dan no guardaba ninguna lealtad hacia Orgrim, pero lo apoyó mientras llegaba el momento adecuado. Inclusive, para ganarse la simpatía del nuevo Señor de la Guerra, capturó los cuerpos de varios caballeros de la Alianza caídos en la batalla, e invocando a los miembros asesinados del Concejo, logró que sus espíritus revivieran en los cuerpos de los caballeros, a quienes llamó Caballeros de la Muerte. Orgrim estaba complacido con los Caballeros de la Muerte, pues eran poderosos aliados en la batalla, pero no sabía que éstos eran fieles únicamente a Gul´dan. Mientras Doomhammer prepara su asalto final sobre la Ciudad Capital de Lordaeron – un asalto que hubiera resquebrajado los últimos remanentes de la Alianza – Gul´dan y sus seguidores, los clanes Stormreaver y Twilight Hammer (con su líder el ogro Cho’gall a la cabeza), abandonaron sus puestos y se hicieron a la mar. El irritado jefe Doomhammer, viendo reducidas sus fuerzas debido a los engaños de Gul´dan, ha tenido que abandonar su más grande oportunidad de victoria sobre la Alianza.

Mirando el costo de la traición de Gul´dan, Doomhammer envía sus fuerzas para asesinarlo y hacer volver a los renegados. Para su desgracia, Gul´dan ha desaparecido. Con su líder perdido, los clanes renegados cayeron fácilmente ante las legiones de Doomhammer. Con la rebelión acabada, la Horda ha sido incapaz de recuperarse de sus

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pérdidas. La traición de Gul´dan no solo le ha dado esperanza a la Alianza, sino también tiempo para reagruparse y contraatacar.

Lord Lothar se ha dado cuenta de que la Horda se ha fracturado, ha reunido sus fuerzas y ha empujado, en un choque frontal directo, a Doomhammer hacia el sur, obligándolo a replegarse hacia el corazón de la destruida Stormwind. Allí, las fuerzas de la Alianza han arrinconado a la Horda en retirada en el fuerte volcánico de Blackrock Spire, donde el clan del Señor de la Guerra tiene su base. En el fragor de la batalla, los dos bravos líderes se han encontrado. No se ha visto hasta ahora combate más bravío. Al final, Lord Lothar ha caído mortalmente herido: Doomhammer logra derrotarlo, aunque el Señor de la Guerra tampoco ha salido ileso. Sin embargo, lejos de desalentarse, la muerte de Lothar no produce el efecto que Orgrim hubiera deseado. Perdido su líder, el lugarteniente Turalyon levanta el escudo de su comandante y dirige un furibundo ataque suicida a la base, y a la undécima hora, la Horda ha retrocedido hasta el abismal Pantano de los Susurros, a los pies mismos del Portal Oscuro. Finalmente, Uther y los Paladines realizan un ataque temerario a la fortaleza del Clan de la Espada Ardiente, logrando abrir una brecha hacia el Portal. Las fuerzas de Turalyon y Uther combinadas avanzan y destruyen el Portal Oscuro, la mística puerta que conecta a los orcos con su hogar en Draenor. Únicamente Kilrogg Ojo Tuerto ha logrado escapar hacia Draenor. Sin capacidad para recibir refuerzos y divididos durante la batalla, la Horda finalmente ha caído ante el poder de la Alianza.

Los escasos clanes orcos que han sobrevivido han sido capturados y colocados en campos de internamiento. Aunque la Horda ha sido finalmente derrotada para bien, algunos aún están altamente escépticos de que por fin haya paz. Khadgar, ahora un archimago de algún renombre, ha convencido a la Alianza de construir el fuerte de Nethergarde para vigilar las ruinas del Portal Oscuro y asegurarse de que no haya futuras invasiones desde Draenor.

La Invasión de Draenor – Más allá del Portal Oscuro Fragmentos del diario de un escudero humano. Archivos del Kirin Tor

Con los fuegos de la Segunda Guerra apagándose, la Alianza lleva a cabo reducidas misiones para acabar con los últimos vestigios de la Horda orca. Un gran número de campos de internamiento han sido construidos en el sur de Lordaeron, al este de Aerie Peak. La vieja fortaleza de Durnholde, elevada sobre una colina que observa todo el valle, fue elegida como guardiana de los campos de internamiento orcos. Lord Aedelas Blackmoore, uno de los generales más destacados durante la Segunda Guerra, ha sido designado patrón de Durnholde. A su vez, Danath Trollbane, un mercenario de la ciudad de Stormgarde que ha sido reconocido como héroe luego de asumir el mando de las fuerzas de su ciudad durante el asedio de la Horda, es designado como guardián de uno de los campos de internamiento donde los más fieros guerreros orcos fueron colocados. El mismo Señor de la Guerra, Orgrim Doomhammer, ha sido puesto preso y se ha constituido en un esclavo personal de mismo rey Terenas. Solamente un clan, los Bleeding Hollow de Kilrogg Ojo Tuerto, ha logrado escapar del control de la Alianza y se refugia en las montañas Redrigde.

En el infernal mundo de Draenor, un nuevo ejército orco se prepara para golpear a la inadvertida Alianza. Ner´zhul, el antiguo mentor de Gul´dan, ha reunido los clanes

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sobrevivientes bajo su negro estandarte. Aliado con el clan Diente Negro de Rend y Maim (hijos de Blackhand el Destructor) y apoyado por su propio clan Shadowmoon, el viejo chamán planea abrir un número de portales sobre Draenor que conduzca a la Horda a nuevos e inexplorados mundos. Luego de abrir nuevamente el Portal Oscuro, Kilrogg y los Bleeding Hollow fueron aclamados como héroes. Algunos clanes, sin embargo, no confiaban del todo en los planes de Ner’zhul. Fenris el Cazador, capitán del ejército de Sythegore y jefe del clan Thunderlord, sugirió al viejo chamán continuar con la conquista iniciada por Doomhammer en Azeroth, pero Ner’zhul no compartía su visión. Secretamente, Fenris y todo el clan Thunderlord fueron destruidos por los Shadowmoon, el clan de Ner’zhul.

Conociendo que la Calavera de Gul’dan, su antiguo discípulo, había sido capturada por Tagar Spinebreaker del clan de orcos caníbales Bonechewers, Ner’zhul destruyó al clan y usurpó la Calavera. A su vez, pretendía robar más artefactos de Azeroth y usarlos para abrir los portales. La nueva Horda, liderada por el joven Grom Hellscream (del clan Warsong) y el veterano Kilrogg Ojo Tuerto, sorprendió las defensas de la Alianza e ingresó al país. Bajo los quirúrgicos mandatos de Ner´zhul, los orcos rápidamente obtuvieron los artefactos que necesitaban y volvieron a la seguridad de Draenor. Luego de robar el Bastón Enjoyado de Sargeras, la Horda batalló contra Alterac por el Libro de Medivh, y robó el Ojo de Dalaran de la reconstruida Isla de la Cruz.

Advertidos por el ataque repentino de los orcos, los magos del Kirin Tor convencen al rey Terenas de realizar una expedición hacia Draenor, más allá del Portal Oscuro, y acabar con la amenaza orca de una vez por todas. Las fuerzas de la Alianza, al mando del General Turalyon y del archimago Khadgar, salen de la fortaleza Nethergate, y marchan sobre Draenor e inmediatamente, en las terribles praderas de la Península del Infierno, entraron en combate con los clanes de Ner´zhul, los Warsong, los Bleeding Hollow y los Shatterend Hand, éste último al mando del jefe Bladefist. Dándose cuenta del catastrófico resultado que tendrá el hechizo del brujo orco, Khadgar en persona, junto a Turalyon, la Ranger elfa Alleria Windrunner, el veterano Danath Trollbane y el enano Kurdran Wildhammer (montado en su leal grifo Sky’ree), hacen un desesperado intento por detenerlo. A pesar de esto, Khadgar no fue capaz de prevenir que el chamán abriera los portales a otros mundos. Sin embargo, un terrible precio se tuvo que pagar por ello. Las tremendas energías de los portales provocaron que Draenor empezara a consumirse en una terrible espiral de destrucción. Mientras las fuerzas de Turalyon trataban desesperadamente de volver a Azeroth, el mundo de Draenor se comprimía sobre sí mismo. Grom Hellscream y Kilrogg Ojo Tuerto, viendo que la locura de Ner´zhul había traído la perdición a toda su raza, reunieron a los orcos remanentes y lograron escapar hacia la relativa seguridad de Azeroth.

En Draenor, Turalyon y Khadgar decidieron hacer un último sacrificio destruyendo el Portal Oscuro desde su lado. Aunque esto les costaría sus vidas y las de sus compañeros, sabían que era la única forma de asegurarse la supervivencia de Azeroth. Gracias a la ayuda del ogro Mogor, jefe del Clan de la Calavera, logran recuperar el Libro de Medivh y pasarlo al otro lado con unos pocos sobrevivientes. Inmediatamente que Hellscream y Ojo Tuerto luchaban su camino entre las filas humanas en un desesperado esfuerzo por la libertad, el Portal Oscuro explotaba detrás de ellos. No había regreso.

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Ner´zhul y su leal clan Shadowmoon lograron pasar a través de uno de los portales más grandes. Rend y Maim y el Clan Diente Negro no pudieron escapar y quedaron atrapados en la caótica dimensión. Luego una masiva explosión separó los continentes de Draenor. Los océanos ardientes se abalanzaron sobre la tierra y el torturado mundo fue finalmente consumido en una masiva y apocalíptica implosión.

El Nacimiento del Rey Lich Leyendas alrededor de una fogata…

Ner'zhul y sus seguidores entraron en el Torbellino del Vacío, el plano etéreo que conecta todos los mundos que forman la Gran Oscuridad del Más Allá.

Desafortunadamente, Kil'jaeden y sus demonios los esperaban. Kil´jaeden, quien deseaba vengarse por el estúpido desprecio de Ner'zhul, lentamente desmembró al viejo chamán, parte por parte. Kil´jaeden cuidó de que el espíritu del chamán continuara vivo e intacto, por lo que Ner´zhul observó dolorosamente cómo su cuerpo era desmembrado. Ner´zhul suplicó al demonio que dejara en paz su espíritu y le diera muerte, pero el demonio le replicó que el Pacto de Sangre que habían hecho hace mucho tiempo continuaba vigente y que todavía Ner'zhul tenía un propósito para el cual servir.

El fracaso de los orcos en conquistar el mundo para la Legión Ardiente había forzado a Kil'jaeden a crear un nuevo ejército que llevara el caos a los reinos de Azeroth. Este nuevo ejército no debería caer en las mismas pequeñas rivalidades y luchas internas que plagaron a la Horda. Debería ser inmisericorde y persistente en su misión. Esta vez, Kil'jaeden no admitiría errores.

Manteniendo en espíritu de Ner´zhul en éxtasis, Kil'jaeden le dio una última oportunidad de servir a la Legión o sufrir eterno tormento. Una vez más, Ner'zhul aceptó pactar con el demonio. Su espíritu fue colocado en un bloque de hielo y diamante especialmente diseñado de los lugares más lejanos del Torbellino del Vacío. Atrapado en este casco congelado, Ner´zhul sintió que su conciencia se expandía diez veces más. Transformado por los caóticos poderes del demonio, Ner´zhul se había vuelto una entidad espectral de inmenso poder. En ese momento, el orco conocido como Ner'zhul dejó de existir para siempre, y el Rey Lich había nacido.

Los leales caballeros de la muerte de Ner'zhul y los chamanes del clan Shadowmoon también fueron transformados por las caóticas energías del demonio. Los perversos hechiceros fueron descuartizados y rearmados como liches esqueléticos. Los demonios se aseguraron que aún en la muerte, los seguidores de Ner´zhul le servirían incuestionablemente.

Cuando el tiempo fue el correcto, Kil'jaeden explicó la misión para la cual el Rey Lich había sido creado. Ner'zhul libraría una plaga de muerte y terror a lo largo de Azeroth que arrasaría la civilización humana para siempre. Todos aquellos que murieran por la plaga se levantarían de nuevo como muertos vivientes, y sus espíritus quedarían eternamente unidos a Ner'zhul. Kil´jaeden prometió a Ner´zhul que una vez que cumpliera su oscura misión de azotar la humanidad, le dejaría libre de su maldición y le daría un nuevo y sano cuerpo en el cual habitar.

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Aunque Ner'zhul parecía ansioso de iniciar su parte, Kil´jaeden permanecía escéptico de sus débiles lealtades. La ausencia de cuerpo del Rey Lich y su prisión de hielo aseguraban su buena conducta por corto tiempo, pero el demonio sabía que debería colocar un ojo vigilante sobre él. Para este fin, Kil´jaeden asignó a su élite demoníaca, los vampíricos Señores del Terror, de vigilar a Ner'zhul y asegurarse de que cumpliera su cometido. Tichondrius, el más poderoso y astuto de los Señores del Terror, aceptó el reto; se encontraba fascinado por la severidad de la plaga y la potencial habilidad del Rey Lich para el genocidio.

Icecrown y el Trono de Hielo

Kil'jaeden envío el casco de hielo con Ner'zhul de vuelta al mundo de Azeroth. El endurecido cristal cruzó el negro cielo y se estrelló en el desolado continente de Northrend, clavándose profundamente en el glaciar de Icecrown. El cristal congelado, moldeado y resquebrajado por el violento descenso, tomó la forma de un trono, y el vengativo espíritu de Ner'zhul pronto tomó conciencia de ello.

Desde los confines del Trono de Hielo, Ner'zhul comenzó a explorar con su vasta conciencia y tocó las mentes de los habitantes nativos de Northrend. Con poco esfuerzo, esclavizó las mentes de las muchas criaturas indígenas, incluyendo los trolls de hielo y los fieros wéndigos, y dirigió a sus malvados hermanos hacia la Sombra. Usando sus poderes casi ilimitados, creó un pequeño ejército que se albergó en los laberintos de Icecrown. Conforme del Rey Lich manejaba sus crecientes habilidades bajo la persistente vigilancia de los Señores del Terror, descubrió un remoto asentamiento humano en la costa de las vastas Ruinas del Dragón. Ner´zhul decidió probar sus poderes en los desprevenidos humanos.

Ner'zhul lanzó su plaga – la cual se había originado desde las profundidades del Trono de Hielo, en los desperdicios árticos. Controlando la plaga con su voluntad, atacó la villa humana. Al cabo de tres días, todos en el asentamiento habían muerto, pero casi inmediatamente, los habitantes muertos empezaron a levantarse como cuerpos zombificados. Ner'zhul podía sentir sus espíritus individuales como si fueran parte de él mismo. La inmensa cacofonía en su mente causó que Ner'zhul se hiciera más poderoso, sus espíritus le proveyeron de mucho más sustento. Descubrió que era juego de niños controlar a las acciones de los zombis y hacerlos cumplir sus deseos.

Durante los siguiente meses, Ner'zhul continuo experimentando con su plaga de muertes vivientes subyugando a cada humano habitante de Northrend. Con su ejército de muertos vivientes creciendo diariamente, supo que su verdadera prueba estaba cerca.

Guerra de la Araña Ruinas de Azjol-Nerub

Ner'zhul continuó consolidando su poder en su base de Northrend. Una gran ciudadela fue erigida en el glaciar Icecrown y fortificada por las crecientes legiones de los muertos. Pero, mientras el Rey Lich afirmaba sus fuerzas en Northrend, el Imperio subterráneo de Azjol-Nerub, el cual había sido fundado por una raza de siniestras arañas humanoides, envió a sus guardia de guerreros de élite contra Icecrown con el propósito

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de acabar con el dominio del Rey Lich. Para mayor frustración, Ner´zhul comprobó que los malignos nerubian eran inmunes no solo a la plaga, sino a su dominación telepática también. Los señores araña Nerubian, descendientes de los insectoides Azil’Aqir, comandaban inmensas fuerzas y sus vastas redes subterráneas estrechaban casi la mitad de la ciudadela de Northrend. Sus tácticas de guerrillas sobre las fortalezas del rey Lich iban esperanzadas en derrotarlo con el tiempo. La Guerra de la Araña se ganó por desgaste. Con la ayuda de los siniestros Señores del Terror y los innumerables guerreros muertos vivientes, el rey Lich invadió Azjol-Nerub y destruyó los templos subterráneos, que cayeron sobre las cabezas de los señores araña Nerubian.

Aprovechando la existencia cercana del cementerio de los Dragones Azules, el Dragonblight, Ner’zhul utilizó sus poderes de nigromancia para animar los esqueletos de los Dragones, a los que llamó Wyrns de hielo, sus mascotas favoritas, y los lanzó en un inmenso ataque aéreo sobre Azjol-Nerub. Finalmente, montó un terrible asedio sobre la Fortaleza de Draktharon, donde el último de los Reyes Nerubian, Anub’Arak el Inmisericorde, había atrincherado sus fuerzas. Durante el ataque, el gran Anub’Arak cayó mortalmente herido. Su cuerpo fue momificado y enterrado en un sarcófago bajo un ziggurat, según la tradición nerubian. Como los nerubian eran inmunes a la plaga, Ner´zhul utilizó sus poderes de nigromancia para levantar los cuerpos de los guerreros araña y aliarlos a él. Estos serían conocidos como Demonios de la Cripta. Astutamente, el rey Lich levantó también al caído rey Anub’Arak, y lo designó general de su ejército.

Como testamento de su tenacidad y osadía, Ner´zhul adoptó el estilo arquitectónico distintivo de los nerubian para sus propias fortalezas y estructuras. Libre para liderar sin oposición su reino, el Rey Lich se preparó para su verdadera misión en el mundo. Explorando entre las tierras humanas con su vasta conciencia, el Rey Lich llamó a cualquier alma oscura que estuviera dispuesta a escuchar…

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Capítulo 5: El Retorno de la Legión Ardiente

Tercera guerra

“Nunca escuchamos las antiguas profecías. Como tontos, nos dejamos llevar por los viejos rencores.

Y peleamos por muchas generaciones. Hasta el día que del cielo llovió fuego

y un nuevo enemigo vino contra nosotros. Ahora, ha iniciado el círculo de la destrucción

porque el Reino del Caos ha llegado finalmente…” La Profecía

Primera Parte: Las Secuelas de la Segunda Guerra La Batalla de Grim Batol – El día del Dragón De una vieja canción enana.

En las vastas montañas de Khaz Modan hay una antigua ciudad enana llamada Grim Batol. Dicen algunos que una vez perteneció a uno de los altos reyes Wildhammers, pero que hubo una gran guerra contra una poderosa hechicera, y ahora la ciudadela y la fortaleza están embrujadas. Criaturas malignas de repulsivas formas se mueven entre los oscuros rincones de la abandonada ciudad. Sin embargo, sin conocerlo previamente la Alianza, una gran fuerza de orcos continúa merodeando libre entre las montañas. El clan Dragonmaw, liderado por un infame brujo orco llamado Nekros Triturador de Cráneos, uno de los pocos brujos orcos que no pertenecían al Concejo de las Sombras. Nekros se consideraba más un guerrero que un mago, pero la necesidad de deberse a su clan le había obligado a tomar el reto, más cuando durante la Segunda Guerra un caballero le cortó una pierna.

Durante la ocupación de Khaz Modan por la Horda, en medio de la Segunda Guerra, en la profundidad de una de las excavaciones de los enanos, los orcos encontraron un poderoso y ancestral artefacto mágico que tenía el poder de controlar a los dragones. Ante tal descubrimiento, Blackhand el Destructor encontró la manera de obligar a una enorme dragona roja a mandar a sus hijos a pelear por la Horda. Esta dragona no era otra que la ancestral Alexstrasza, la Protectora de la Vida, la Reina de los Dragones. Zuluhed, líder de los Dragonmaw, encomendó a Nekros la vigilancia de este artefacto, llamado Alma del Demonio, y de la dragona cautiva, en la abandonada – algunos llaman maldita - fortaleza de Grim Batol. Utilizando el Alma de Demonio, Nekros inflingía un profundo dolor a su prisionera cuando ésta no cooperaba, obligándola a poner huevos. Nekros continuamente abusaba de ella, mental y físicamente, especialmente luego de la Segunda Guerra, cuando la poderosa dragona se convirtió en la única arma verdadera de la Horda en contra de la Alianza. Ella se consolaba con el hecho de que, cuando muriera, sus niños ya no tendrían que obedecer al brujo. De esta manera, Nekros, luego

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de la derrota de la Horda y la muerte de su jefe Zuluhed, se disponía a crear un nuevo ejército con el cual barrer a los humanos.

Sin embargo, Korialstrasz, el legendario dragón rojo amante de Alexstrasza, hacía ingentes esfuerzos por liberar a su amada. Utilizando sus místicos poderes, el Dragón logró poseer el cuerpo de un noble humano llamado Krasus y se infiltró dentro del Kirin Tor, el enigmático concejo de magos que gobierna Dalaran, y continuamente usaba su posición para abogar por la liberación de su Reina. Finalmente, al finalizar la Segunda Guerra, el Kirin Tor decidió mandar a uno de sus agentes, el joven mago Rhonin, llamado el Inconforme, a una misión de exploración a Khaz Modan, pero Korialstrasz, aprovechándose de la situación, secretamente le dio otra misión a Rhonin: liberar a Alexstrasza. Rhonin era un mago que, durante la Segunda Guerra, accidentalmente asesinó a los guerreros que conformaban su escuadrón, al tratar de ejecutar un peligroso hechizo como parte de su misión. Por esta atrocidad, fue puesto a prueba por el Kirin Tor al enviarlo a Khaz Modan. Krasus, sin embargo, tenía otros planes para él. Enviándolo a Grim Batol, Korialstrasz ordenó a Rhonin liberar a la Reina de los Dragones. Para ayudarlo en su misión, el Dragón envió a Vereesa Windrunner, una Ranger alta elfa, hermana menor de la legendaria Alleria Windrunner, a escoltarlo hasta el puerto de Hasic. Durante el trayecto, se encontraron con un grupo de paladines de la Orden de la Mano de Plata, liderados por Duncan Senturus, quien también había luchado en la Segunda Guerra. Prendado de la belleza de Vereesa, Senturus decidió escoltarlos hacia Hasic, sin embargo, fueron emboscados por dragones rojos controlados por los orcos. Duncan, mediante un ágil movimiento, logró subir al cuello de uno de los dragones, y luego de apuñalar al orco que lo montaba, entabló una feroz lucha con la bestia. Finalmente, logró matarlo, pero sus heridas eran tan graves que murió en el sitio.

Luego de honrar su memoria, los viajeros continuaron adelante. Vereesa tuvo que defender a Rhonin de las acusaciones de los paladines, que habían sido testigos del terrible “crimen” del mago. Al llegar a Hasic, el puerto entero había sido reducido a ruinas. El único defensor en sobrevivir fue Falstad Dragonreaver, un enano del Clan Wildhammer de Aerie Peak, quien era jinete de grifos. Muertos sus compañeros durante un combate con los dragones, decidió acompañar a Rhonin y Vereesa cuando estos decidieron cruzar el Gran Mar hacia Khaz Modan y dirigirse a Grim Batol. Sin embargo, había una historia oculta que Rhonin y Vereesa no conocían.

Neltharion el Dragón Negro, el Guardián de la Tierra, quien durante la Guerra de los Ancestros había enloquecido, era el verdadero instigador del conflicto. Diez mil años antes, durante la Batalla del Templo de Azshara, Neltharion se había corrompido por la magia maligna de la Legión Ardiente, y había abandonado a sus camaradas en plena batalla. Mediante un formidable engaño, Neltharion había logrado que los otros Cuatro Aspectos, los dragones protectores de Azeroth, cedieran parte de su poder al poderoso artefacto Alma de Demonio, como prevención para un futuro ataque de la Legión. Esto permitió que Ala de la Muerte (como se hacía llamar el Dragón Negro) fuera el más fuerte de todos los dragones, pues fue el único que conservó sus poderes intactos. Asimismo, Ala de la Muerte se aseguró que los orcos hallaran el Alma del Demonio, pues sabía que así podrían esclavizar a Alexstrasza. El malévolo plan del Dragón Negro

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era subyugar a la dragona para que esta empollara sus huevos y revivir a la extinta raza de dragones negros.

Para esto, Ala de la Muerte juró lealtad a la Horda, y en retribución, los alquimistas goblin le hicieron una armadura de escamas de adamantium, con la que el dragón era prácticamente invencible. Incluso, construyó su propia ciudadela en la Península del Infierno, cerca del Portal Oscuro. Luego de la Segunda Guerra y la consecuente derrota de la Horda a manos de la Alianza, Ala de la Muerte se refugió en la volcánica Blackrock Spire junto a otros dragones rebeldes. Blackrock Spire se convirtió en un fortín impenetrable para los humanos.

Posteriormente, Neltharion, usando sus inmensos poderes, logró transmutarse en un humano que se hacía llamar Lord Prestor. Infiltrándose en la política de la Alianza, Lord Prestor logró apoderarse del trono de Alterac y penetrar dentro de la familia real de Lordaeron. Su plan era hacerse con el control de la ciudad estado de Alterac, la cual había quedado acéfala luego de la derrota de su malvado señor, el Baron Lord Perenolde, a manos de Uther Lightbringer. Utilizando sus inmensos poderes mentales, Lord Prestor había logrado ascender hasta los altos puestos de mando de la Alianza, pudiendo controlar incluso las decisiones del mismo Rey Terenas y del Kirin Tor, al punto que Terenas le prometió en matrimonio a su hija Calia Menethil, hermana mayor del joven Príncipe Arthas. Advertido por su sirviente, el oportunista goblin Kryll, logró enterarse del plan de Korialstrasz, por lo que, volviendo a su forma de dragón, salió en busca de Rhonin.

Mientras tanto, el noble enano Falstad transportaba a Rhonin y Vereesa a través del Gran Mar, sobre el lomo del grifo de Falstad, Molok. Durante el vuelo, fueron nuevamente atacados por los dragones rojos de los orcos. Sorpresivamente, fueron rescatados por Ala de la Muerte. Mediante sus artimañas y manipulaciones, Ala de la Muerte secuestró a Rhonin, pues planeaba utilizarlo para deshacerse de los orcos, y así, el podría atacar a la dragona fácilmente y robar sus huevos.

Vereesa y Falstad decidieron rescatar a Rhonin, pero fueron conducidos a una trampa elaborada por Kryll. Un trío de trolls, al mando del troll tuerto Shnel, emboscó a la elfa y al enano, pero para su fortuna, fueron rescatados por Rom y su banda de enanos, quienes habían sido enviados por Korialstrasz para ayudarlos en la batalla que se avecinaba. Entre tanto, Ala de la Muerte avisó a Nekros del inminente asalto de Rhonin y sus aliados, y lo convenció de movilizar a Alexstrasza y sus huevos hacia el despoblado, con el fin de apoderarse de ella más fácilmente. Justo en ese momento, Rhonin y sus compañeros iniciaban el ataque a Grim Batol. Aprovechando la confusión, Kryll, quien tenía sus propios planes para el Alma de Demonio, trató de robar el artefacto, sin embargo, no contaba con que Nekros había colocado a un enorme Golem de Fuego para vigilar el Alma de Demonio, y el desafortunado goblin fue incinerado.

Sin embargo, Neltharion no contaba con la astucia de Korialstrasz. El Dragón Rojo había recobrado su forma bestial, y había reunido a los otros Aspectos, Nozdormu y Malygos, para rescatar a Alexstrasza. Sin embargo, los Aspectos eran demasiado débiles comparados con Ala de la Muerte, debido a que el Dragón Negro tenía sus poderes intactos, y además portaba su armadura de adamantium.

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Cuando todo parecía perdido, Rhonin logra derrotar a Nekros y a su Golem de Fuego utilizando un poderoso hechizo. Finalmente, el mago logra destruir el Alma de Demonio. Ahora, con sus poderes completos, los Aspectos logran derrotar a Ala de la Muerte. Alexstrasza, libre al fin, se reúne con su amado, y decide tomarse su revancha, reduciendo a cenizas la fortaleza de Grim Batol, con Nekros y su clan Dragonmaw dentro de ella.

Los grandes planes de Nekros para reunificar la Horda bajo su mando han sido rotos. Los pocos dragones negros sobrevivientes, viendo a su líder perdido, se alejan hacia una distante tierra, al otro lado del mar, en busca de la más poderosa hija de Neltharion, Onixia... La derrota del clan Dragonmaw señala el fin de la Horda y de la furiosa sed de sangre de los orcos.

Kel’thuzad y el Culto de los Malditos

Muchos individuos deseosos de poder de todo el mundo acudieron al llamado mental del Rey Lich desde Northrend. El más notable de ellos fue sin embargo un archimago de Dalaran llamado Kel´thuzad, quién era uno de los miembros más destacados del Kirin Tor, el concejo que dirigía Dalaran. Era considerado un rebelde por años debido a su insistencia en estudiar las artes prohibidas de la necromancia. Decidido a aprender todo lo que pudiera del mundo mágico y sus maravillas sombrías, se encontraba frustrado por los preceptos faltos de imaginación de sus congéneres. A penas escuchó el poderoso llamado desde Northrend, el archimago hizo todo lo posible por entrar en comunión con la poderosa voz. Convencido de que el Kirin Tor era demasiado esquematizado para obtener el poder y conocimiento inherentes a las artes oscuras, se resignó a aprender lo que pudiera del inmensamente poderoso Rey Lich.

Dejando atrás su fortuna y prestigio político, Kel´thuzad abandonó el Kirin Tor y Dalaran para siempre. Guiado por la persistente voz del Rey Lich dentro de su cabeza, vendió sus vastas propiedades y gastó su fortuna. Viajando solo muchas leguas en mar y tierra, finalmente llegó a las heladas costas de Northrend. Con el propósito de llegar a Icecrown y ofrecer sus servicios al Rey Lich, el archimago pasó las salvajes y devastadas ruinas de Azjol-Nerub. Kel’Thuzad pudo observar la ferocidad del poder del Rey Lich. Empezó a pensar que aliarse con el misterioso poder del Rey Lich podría ser beneficioso y a la vez muy peligroso.

Luego de largos meses de viajar por las árticas y desoladas tierras, Kel´thuzad finalmente llegó al oscuro glaciar de Icecrown. Cuidadosamente se acercó a la ciudadela de Ner´zhul y se quedó asombrado al observar como los silenciosos guardias muertos vivientes le dejaron pasar. Kel´thuzad descendió profundamente en la fría tierra y encontró un camino hacia el corazón del glaciar. Allí, en la profunda caverna de hielo y sombras, se postró delante del Trono de Hielo y ofreció su alma al oscuro señor de los muertos. El Rey Lich estaba complacido con su último conscripto. Le prometió a Kel’Thuzad la inmortalidad y gran poder a cambio de su lealtad y su obediencia. Hambriento de conocimiento y poder, Kel’Thuzad aceptó su primera gran misión: regresar al mundo de los hombres y fundar una nueva religión que adoraría al Rey Lich como un dios. Para ayudar al archimago a cumplir su misión, Ner´zhul dejó la humanidad de

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Kel´thuzad intacta. Utilizaría el carisma del mago y lo cargaría con poderes de ilusión y persuasión, con los que esperaba convencer a las descomplacidas masas de Lordaeron. Entonces, una vez lograda su atención, les mostraría un nuevo modelo de sociedad y una nueva figura a la que llamar rey.

Kel´thuzad volvió a Lordaeron disfrazado, y durante el transcurso de tres años, usó su fortuna e intelecto para formar una hermandad clandestina de ilusos hombres y mujeres. La hermandad, a la cual llamó el Culto de los Condenados, prometió a sus acólitos igualdad social y vida eterna en Azeroth a cambio de su servicio y obediencia a Ner´zhul. Con el paso de los meses, Kel´thuzad encontró muchos ansiosos voluntarios por unirse a su nuevo culto, entre los sobre explotados trabajadores de Lordaeron. Fue sorprendentemente fácil para Kel´thuzad transferir la fe de sus ciudadanos en la Santa Luz en la oscura sombra de Ner´zhul.

Con el éxito de Kel´thuzad en Lordaeron, el Rey Lich empezó sus preparativos finales para su asalto contra la civilización humana. Colocando las energías de la plaga en un número de artefactos especiales, Ner´zhul ordenó a Kel´thuzad transportar estos artefactos a Lordaeron, donde los escondería en varias villa controladas por el Culto. Los artefactos, protegidos por los leales acólitos, actuarían como generadores de la plaga, diseminándola entre las desprevenidas granjas y ciudades del norte de Lordaeron. El plan del Rey Lich trabajaba a la perfección. Muchos de los ciudadanos de las villas del norte se contaminaron casi en forma inmediata. Como en Northrend, los ciudadanos que contrajeron la plaga murieron y revivieron como esclavos del Rey Lich. Los acólitos a la orden de Kel’thuzad estaban ansiosos de morir y levantarse de nuevo al servicio de su oscuro señor. Les emocionaba el prospecto de la inmortalidad como muertos vivientes. Con la diseminación de la plaga, más y más feroces zombis se levantaban en las tierras del norte. Kel’thuzad observó al creciente ejército del Rey Lich y le llamó El Azote, el cual pronto marcharía sobre las puertas de Lordaeron y barrería a la humanidad de la faz del mundo.

Un heredero forzoso…

Mientras los Señores del Terror se encontraban complacidos con que la verdadera misión de Ner´zhul hubiera finalmente iniciado, el Rey Lich se conmovía dentro de los sombríos confines del Trono de Hielo. A pesar de sus enormes poderes psíquicos y completo dominio sobre los muertos vivientes, se daba cuenta de que era un prisionero en el bloque de hielo. Y, debido a sus grandes poderes, sabía que los demonios lo destruirían tan pronto completara su misión.

Sin embargo, aún le quedaba una esperanza de libertad, una posibilidad de escapar a su terrible maldición. Si encontrara un huésped apropiado, algún ingenuo que se debatiera entre la oscuridad y la luz, el podría poseer su cuerpo y escapar de los confines del Trono de Hielo para siempre.

Una vez más, el Rey Lich expandió su vasta conciencia y encontró el anfitrión perfecto…

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Una nueva generación

Los años han pasado y una relativa paz se ha impuesto sobre Lordaeron. El Rey Terenas y el Arzobispo Alonsus Faol han trabajado concienzudamente en reconstruir el reino y mantener unida a las naciones restantes de la Alianza. El sureño reino de Azeroth ha crecido y prosperado nuevamente y ha restablecido su anterior poder militar bajo el liderazgo del joven y visionario Rey Varian Wrynn IV. Uther el Portador de la Luz, el comandante supremo de la Orden de los Paladines de la Santa Luz, mantiene la paz en Lordaeron acallando las disputas entre civiles y buscando la alianza de las otras razas semi-humanas del reino. El Almirante Proudmoore, cuyas poderosas flotas patrullas las líneas de comercio mercante cazando piratas y merodeadores, mantiene el orden sobre los mares. Pero una nueva generación de héroes ha capturado la imaginación del populacho. El único hijo varón del Rey Terenas, Arthas Menethil, se ha convertido en un fuerte y apuesto joven. El Príncipe ha sido entrenado como un guerrero por Muradin Bronzebeard – hermano del rey Magni de Ironforge – y a pesar de su juventud, es considerado uno de los mejores espadachines de Lordaeron. Cerca de la edad de diecinueve años Arthas ha ingresado a la Orden de la Mano de Plata bajo el comando de Lord Uther. El poderoso Uther, quien ha sido como un hermano para el Rey Terenas por muchos años, considera al Príncipe más un nieto favorito que un pupilo. Aunque terco y algo arrogante, nadie podía disputar la tenacidad y valentía del Príncipe Arthas. Cuando las bandas de Trolls de Zul’Aman comenzaron a atacar de nuevo las fronteras de Quel´thalas, Arthas rápidamente se ha traído abajo las salvajes bandas y le ha puesto fin a su pillería.

A pesar de su heroísmo, los ciudadanos de Lordaeron se han obsesionado con la vida personal del joven príncipe. Rumores acerca de un creciente romance Arthas y Lady Jaina Proudmoore recorren la superficie del reino. Jaina es la joven hija del Almirante Proudmoore, una amiga de la infancia de Arthas. Sin embargo, la bella muchacha también es la pupila estrella del Kirin Tor – el Concejo de Magos de Dalaran. Bajo la tutoría del reverenciado Archimago Antonidas, Jaina es considerada un prodigio y una excelente estudiante de la magia y la investigación. Fuera del rigor de sus deberes, Arthas y Jaina mantienen una cercana relación. Debido a la deteriorada salud del Rey Terenas, los ciudadanos se encuentran complacidos con imaginar el casamiento del Príncipe, para continuar la línea real.

Hartos de la atención pública, Arthas y Jaina cuidan de mantener su relación lo más privada posible. Pero Jaina, comprometida por sus estudios en Dalaran, sabe que su romance no prosperará. Sabe que los caminos de la magia son su verdadero llamado y que su amor es el adquirir conocimiento – no los tramposos aposentos de un trono. Para

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frustración de los ciudadanos de Lordaeron, ambos amantes se han apartado para enfocarse en sus deberes.

Letargo de los Orcos

Mientras tanto, en las tierras devastadas por la guerra, los últimos remanentes de la Horda peleaban por sobrevivir. Aunque Grom Hellscream y su clan Warsong habían logrado evadir su captura, Kilrogg Ojo Tuerto y el Clan Bleeding Hollow habían sido capturados y recluidos en los campos de internamiento de Lordaeron.

Los meses pasaron, y más orcos eran emboscados y colocados en los campos de internamiento. Cuando los campos empezaron a sobre-poblarse, la Alianza se vio forzada a construir nuevos campos en los planos del sur de las Montañas Alterac. Para mantener y suplir apropiadamente el creciente número de campos, el Rey Terenas impuso un nuevo impuesto a las naciones de la Alianza. Este impuesto, junto con las crecientes tensiones políticas sobre los bordes en disputa, creó un sentimiento de gran disconformidad. El frágil pacto que habían forjado las naciones humanas en su más oscura hora podría romperse en cualquier momento.

Además de esta división política, muchos de los guardias de los campos comenzaron a dar la noticia de que un cambio inexplicable se estaba dando en los orcos capturados. Los esfuerzos orcos por escapar de los campos o incluso sus deseos de pelear entre ellos iban decreciendo en frecuencia con el tiempo. Los orcos se estaban volviendo cada vez más somnolientos y letárgicos. Aunque pareciera difícil de creer, los orcos – una vez la raza más agresiva que jamás se viera sobre Azeroth – habían perdido completamente su deseo de luchar. El extraño letargo confundió a los líderes de la Alianza y decidieron estudiarla antes de que los orcos despertaran de nuevo.

Algunos especulaban que una extraña enfermedad, contraída solo por orcos, era la causa del creciente letargo. Pero el anciano Archimago Antonidas de Dalaran, líder del Kirin Tor, tenía una hipótesis distinta. Recogiendo lo poco que pudo encontrar acerca de la historia orca, Antonidas aprendió que los orcos habían caído bajo la terrible influencia del poder demoníaco por generaciones. Especuló que los orcos habían sido corrompidos por estos poderes mucho antes de su primera invasión sobre Azeroth. Claramente, los orcos habían contaminado la sangre orca, y los había convertido en los brutos con sobrenatural fuerza, dureza y agresión.

Antonidas pensaba que el letargo generalizado de los orcos no era una enfermedad, sino la consecuencia de la ausencia racial de las volátiles brujerías que los había convertido en osados guerreros sedientos de sangre. Aunque los síntomas eran claros, Antonidas fue incapaz de hallar una cura para la presente condición de los orcos. Además, muchos de sus camaradas magos, de acuerdo con algunos pocos líderes notables de la Alianza, argumentaron que hallar una cura para los orcos podría ser una aventura imprudente. La conclusión final de Antonidas fue que los orcos necesitaban una cura espiritual.

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Señor de los Clanes “Ellos te llaman monstruo.Pero ellos son los monstruos, no tú.” Taretha Foxton Prisión de Durnholde

El guardián en jefe de los campos de internamiento Aedelas Blackmoore, observa los orcos cautivos desde su prisión fortaleza de Durnholde. Orcos brutales, del tamaño de dos hombres uno sobre el otro, deformados, de brazos como troncos y afilados colmillos sobresalientes, de piel verde. Un orco en particular siempre ha despertado su interés (y de inmediato empieza a recordar): sobre los cuerpos ensangrentados de un orco y una orca, Aedelas Blackmoore ha encontrado un niño orco llorando…Han pasado casi diecinueve años desde aquel encuentro. Blackmoore ha levantado al joven macho como un esclavo favorecido, y le ha llamado Thrall. Aquel niño creció, y fue entrenado como gladiador, con todo el salvajismo de un orco, pero también le han enseñado táctica, filosofía y estrategia militar, con el intelecto propio de un erudito humano. Después de todo, el corrupto guardián lo ha modelado para usarlo como un arma para doblegar a toda la Alianza.

Fue entrenado y golpeado por muchos, pero una mujer humana, Taretha Foxton, concubina del general Blackmoore, se convirtió en su enfermera y su mejor amiga. Mientras Blackmoore lo torturaba dentro del ring, Taretha comenzó a escribirle cartas a su prisión, y él se las contestaba, pues ella le había enseñado, secretamente, a leer y escribir. Ella le enseño todo lo que Blackmoore le negaba: el amor, el respeto, y el honor. Thrall se convirtió en un erudito. Conocía historia del arte, poesía, literatura. La joven chica humana había desarrollado una fuerte empatía por aquel infante orco que había llegado luego de que su hermano recién nacido, Faralyn Foxton, había muerto por una terrible fiebre antes de la llegada de Thrall. Por esto, Taretha lo cuidaba compasivamente como si fuera su propio hermano.

Desconociendo su pasado, el joven Thrall ha crecido como un fuerte y hábil orco, y sabía, en su corazón, que la vida de esclavo no era para él. Conforme maduraba, se entera de la suerte que ha corrido su gente, los orcos, ha quienes jamás ha conocido: después de su derrota, muchos de ellos han sido colocados en campos de internamiento. Rumoran que el antiguo líder de los Orcos, Doomhammer, ha escapado de Lordaeron y se ha ocultado en las montañas. Solamente un solitario clan continúa sus operaciones en secreto, tratando de evadir los ojos vigilantes de la Alianza. Su maestro, Jaramin Skisson, estaba muy asombrado con la gran inteligencia que el joven orco demostraba, pero Lord Blackmoore la atribuía a que Thrall había crecido entre humanos, despreciando el gran potencial del orco. Blackmoore encargó a Sergeant, veterano soldado apostado en Durnholde, de entrenar a Thrall como gladiador. Sergeant enseñó a Thrall como balancear su propia fuerza y usarla apropiadamente contra el enemigo en la batalla. La gota que derramaría el vaso, sin embargo, fue cuando Blackmoore, a pesar de las vehementes protestas de Sergeant, forzó a Thrall a un combate mortal contra un enorme ogro, que casi le cuesta la vida al joven orco. El hábil pero inexperto Thrall decide escapar del fuerte de Blackmoore y encontrar a otros de su clase, para lo cual recibe la ayuda de Taretha y de Sergeant, a espaldas del general. Durante su primer viaje, visitó los distintos campos de internamiento, y encontró que la una vez poderosa raza orca había caído en un extraño letargo. Al no encontrar los valerosos guerreros que esperaba descubrir, Thrall decide salir en búsqueda del único jefe orco que nunca ha sido

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derrotado, Grom Hellscream, y su fiel clan Warsong. Sin embargo, la guardiana del campo, Lady Remka, lo reconoce como el preferido de Blackmoore y de inmediato avisa al malvado Lord del escape de su gladiador. Ayudado por el anciano orco Kelgar y la esclava personal de Remka, Greekik, que crean una diversión, Thrall logra huir hacia las montañas. Esto le costará su puesto a Remka. En la inmensidad de las montañas Redrigde, una partida de orcos liderada por Rekshak encuentra a Thrall y lo lleva ante Grom. Rekshak nunca confió en Thrall hasta que el joven orco tomó la decisión de abandonar el campamento para proteger a los Warsong de la ira de Blackmoore. Constantemente cazado por los humanos, Hellscream nunca abandonó la inquebrantable voluntad de pelear por la Horda. Ayudado solamente por su devoto clan Warsong, Hellscream ha continuado una guerra oculta contra la opresión de su gente, tratando de liberar a los orcos de los campos. Desafortunadamente, Hellscream nunca encontró la manera de liberar a los orcos capturados de su letargo. El impresionable Thrall, inspirado por el idealismo de Hellscream, desarrolla una fuerte empatía por la Horda y sus tradiciones guerreras.

Buscando la verdad de sus orígenes, Thrall viaja hacia el norte en busca del legendario Clan de los Lobos de Hielo. Thrall descubrió que los Lobos habían sido exiliados por Gul´dan durante los primeros días de la Primera Guerra. También se enteró de que era hijo del héroe orco Durotan, el verdadero jefe de los Lobos de Hielo, quien junto a su madre Draka, había sido asesinado salvajemente hace más de veinte años. Dirigidos por sus nuevos líderes, el venerable chamán Drek´thar, ciego de nacimiento, y por Nazgrel, un hábil guerrero que había tomado el mando luego de la muerte de Durotan, los Lobos de Hielo habían logrado sobrevivir ocultándose en las montañas.

Bajo el tutelaje Drek´tar, Thrall estudió la ancestral cultura chamanística de su pueblo, que había sido olvidada durante la malvada regencia de Gul´dan. Con el tiempo, Thrall aprendió a escuchar a los espíritus de las fuerzas de la naturaleza: ha tener comunión con la lluvia, el viento, la tierra, la tormenta, el fuego y los animales, y se convirtió en un poderoso chamán, tomando su lugar como jefe de los exiliados Lobos de Hielo. De Drek’tar, Thrall aprendió que era hijo de Draka, hija de Kelkar, y descendiente de uno de los más grandes guerreros de la historia orca, Rakhish. Fortalecido por los elementos y conducido por ellos mismos salió en busca de su destino. Salvado por su padre de la corrupción demoníaca al no beber éste la sangre de Mannoroth, ahora

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Thrall siente el deber de liberar a sus hermanos cautivos y sanar a su raza de la corrupción.

Bajo la enseñanza de Nazgrel y Rekshak, Thrall aprende a dominar el arte de montar lobos. Snowsong, una tierna y valiente loba blanca, es escogida para ser su compañera en las batallas, y desde ese momento, siempre le será fiel. Snowsong no solo será su montura, sino su amiga fiel.

A su regreso a Lordaeron, se entera de que Grom Hellscream ha hallado al anciano Señor de la Guerra de la Horda, Orgrim Doomhammer, quien ha vivido como ermitaño muchos años. Para probar al joven, Doomhammer lo reta a un duelo amistoso. Thrall logra vencer al anciano Orgrim y le arrebata su mazo de guerra. Doomhammer, quien era cercano amigo de Durotan, el padre de Thrall, decide seguir al joven y visionario orco, y ayudarlo en su cruzada para liberar a los orcos cautivos. Apoyado por muchos de los veteranos jefes, como Grom Hellscream, Doomhammer y Jubei’thos, Thrall finalmente logra revitalizar a la Horda y darle a su pueblo una nueva identidad espiritual. Para simbolizar el renacimiento de su pueblo, Thrall ha regresado a la fortaleza de Blackmoore en Durnholde a ponerle fin a los planes de su antiguo amo mediante un asedio a los campos de internamiento. Su victoria tendrá un precio: durante la liberación de uno de los campos, Doomhammer cae en la batalla. Desde lo alto de la fortaleza, el ebrio Blackmoore lanza la cabeza cortada de Taretha Foxton. Aún con este terrible hecho, el noble orco le da una última oportunidad de defenderse antes de matarlo. Negándose a atacarlo cuando estaba desarmado y en el suelo, Thrall le propicia un arma a su antiguo amo, para luego acabar con él en un combate cuerpo a cuerpo.

Thrall toma el legendario Martillo de la Tormenta, el Doomhammer, y se coloca la armadura negra y plateada. Los jefes de clanes lo aclaman como nuevo Señor de la Guerra. Durante los siguientes meses, la pequeña pero volátil Horda de Thrall ataca los campos de internamiento y esquiva con sus astutas estrategias, los mejores esfuerzos de la Alianza por detenerlo. Respaldado por su mejor amigo y mentor, Grom Hellscream, Thrall está decidido a que su gente no vuelva a ser esclava: ni de los demonios ni de los humanos.

El regreso de la Sombra - Cisma de la Alianza

Han pasado cerca de quince años de paz, y rumores de guerra comienzan a circular nuevamente. Los agentes del Rey han reportado que un joven y astuto Señor de la Guerra ha levantado y guiado a los pocos clanes orcos remanentes dentro de una nueva fuerza combatiente. El joven Señor de la Guerra ha destruido los campos de internamiento y ha liberado a su pueblo. La “Nueva Horda”, a su paso, ha atacado la norteña ciudad de Stratholme en su intento por rescatar a varios guerreros capturados. La Horda incluso ha destruido Durnholde – el fuerte que se encargaba de la seguridad de los campos de internamiento – y ha asesinado al oficial mayor a su cargo. El Rey Terenas ha enviado a Uther y sus paladines en busca del Señor de la Guerra, pero los astutos orcos no han podido ser hallados. El joven Señor de la Guerra ha demostrado ser algo más que un genio táctico, y ha logrado evadir los esfuerzos de Uther por acorralarlo con sus ataques de guerrillas.

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En los años siguientes a la derrota de la Horda, los líderes de varias naciones de la Alianza comenzaron a discutir acerca de asuntos territoriales y disminución de la influencia política. El Rey Terenas de Lordaeron, el patrón de la Alianza, comienza a sospechar que el frágil pacto que han forjado durante su hora más oscura no duraría por mucho más. Terenas ha convencido a los líderes de la Alianza de enviar dinero y trabajadores para ayudar a la reconstrucción de la ciudad de Stormwind, que fue destruida durante la ocupación orca de Azeroth. Estos impuestos, aunados al gran gasto de mantenimiento y operación de los campos de internamiento orco, llevaron a muchos líderes (en particular a Genn Greymane, de Gilneas) a creer que sus reinos estarían mejor fuera de la Alianza. Thoras Trollbane, por su parte, consideraba a los orcos demasiado peligrosos como para dejarlos vivos, por lo que propuso la ejecución masiva. Al negarse los otros líderes a tal solución, el Señor de Stromgarde decide retirar a la ciudad de la Alianza.

Para empeorar las cosas, los bruscos Altos Elfos de Silvermoon rescindieron su participación en la Alianza, argumentando que el pobre liderazgo de los humanos había llevado al incendio de sus bosques durante la Segunda Guerra. Aunque Terenas tácticamente les recordó a los elfos que nada de Quel’thalas hubiera quedado sin que cientos de valerosos humanos no hubieran dado su vida para defenderla, los elfos decidieron continuar su propio camino.

Aunque la Alianza se desintegraba, el Rey Terenas aún tenía aliados con los cuales contar. El Almirante Proudmoore de Kul Tiras y el joven Rey Varian Wrynn de Azeroth continuaron dentro de la Alianza. Así mismo, los magos del Kirin Tor, liderados por el Archimago Antonidas, plegaron a Dalaran a sostener las leyes de Terenas. El más fiel, sin embargo, fue el poderoso rey Magni Barba de Bronce, quien juró que los enanos de Ironforge tenían una deuda de honor con la Alianza por liberar Khaz Modan del control de la Horda.

Además de los ataques del nuevo líder orco, el Rey Terenas se encuentra perturbado por una nueva mala noticia desde el norte. Rumores de un número creciente de “cultos de la muerte” han llegado desde las provincias del norte. Los cultos han proliferado entre los descorazonados e insatisfechos ciudadanos de Lordaeron, ofreciéndoles la “vida eterna” sobre la tierra en lugar de servir al Rey. Después de muchos años de paz y quietud, el Rey Terenas reconoció que los problemas solamente inician en su tierra. Aún así, siente cierta tranquilidad al saber que cada vez que su tierra ha sido puesta a prueba, sus defensores, nuevos y viejos, han sabido mantenerla a salvo.

De Sangre y Honor

Mientras las fuerzas de la Alianza discutían acerca de los próximos pasos a tomar en contra de la naciente nueva Horda, la mayoría de los ciudadanos de Lordaeron se entregaban a una vida libre de las pestes de la guerra y la destrucción. Algunos soldados, famosos por sus hazañas durante las Guerras Orcas, fueron premiados con tierras o riqueza material. Uno de estos soldados fue Tirion Fordring, un paladín de la Mano de Plata que, por sus grandes actos al servicio de la Alianza, fue nombrado señor de la ciudadela de Mardenholde, en las afueras de Stratholme. Tirion llevaba una vida apacible y distendida a la par de su esposa, Karanda, y su hijo de cinco años, Taelan.

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Un día que Tirion exploraba las afueras de Mardenholde, se encontró con un viejo orco que vivía como ermitaño. Los dos inmediatamente se lanzaron a la batalla, y en la intensidad de la misma, llegaron hasta una vieja torre abandonada. Mientras combatían, una parte de la torre se desplomó sobre Tirion y lo dejó inconsciente. Días después despertó para descubrirse durmiendo en su cama, y se enteró de que había sido encontrado inconsciente vagando sobre su caballo, Mirador, por su ambicioso segundo al mando, Bartilas. Tirion se sentía tremendamente confundido, porque después de valorar todas las posibilidades, el único que había podido subirlo de nuevo al caballo, era el orco. Sin embargo, durante su sueño, Bartilas había dado la advertencia de que los orcos se preparaban para golpear la cercana villa de Hearthglen.

Una vez repuesto, Tirion regresó a la torre abandonada, donde halló nuevamente al orco. Este dijo llamarse Eitrigg y le narró una impresionante e incompresible historia, en la cual los orcos, muchos años antes de invadir Azeroth, habían vivido en una sociedad noble basada en los principios del chamanismo. Durante la guerra, Eitrigg había desertado de la Horda al comprobar cuán viciosa y destructiva se había vuelto.

Para Tirion aquello era algo que estaba más allá de su imaginación. Sintiendo gran honor en el viejo orco, le prometió guardar en secreto su existencia. De regreso a Stratholme, Tirion informó al pueblo que no existía ninguna amenaza orca, pero Bartilas, aprovechando la situación llamó al patrón de Stratholme, Salden Dathroham, quien organizó una partida de cazadores y salieron en busca de los orcos. Al único que hallaron fue a Eitrigg.

Cuando Tirion observa la captura de Eitrigg, inmediatamente cae en una profunda depresión y a la vez enojo, por lo que atacó a los guardias de la Alianza. Bartilas inmediatamente lo acusó de traición. Tirion fue llamado a Stratholme para probar su lealtad. A pesar de los ruegos de Karandra para que olvidara su honor y dijera lo que la corte quería oir, Tirion le dijo que era su deber de paladín decir la verdad y darle así un buen ejemplo a su hijo. Tirion narró a la corte los hechos tal como sucedieron. La corte decidió que, aunque sus intenciones eran justas, había atacado a soldados de la Alianza, por lo que, para evitar su ejecución, resolvieron expulsarlo de la Mano de Plata y condenarlo al exilio. Fue enviado a Lordaeron, donde Uther Lightbringer en persona le desnudó de sus poderes como paladín y le ordenó volver a Manderholde para prepararse para el exilio. Lo pero de todo era que la corte de Stratholme, a instancias del malvado Bartilas, había decidido que Eitrigg sería condenado a muerte por crímenes de guerra.

Esa noche, Tirion decidió cumplir con la promesa hecha a Eitrigg, por lo que, ensillando a Mirador, viajó a Stratholme decidido a salvar al orco. Mientras Eitrigg subía la escalinata donde sería colgado, sus verdugos se vieron repentinamente sorprendidos por el ataque del expaladín. En ese momento, la ciudad se vio repentinamente atacada por una enorme ola de orcos, que crearon tal confusión, que los guardias de la Alianza se vieron obligados a defenderla, lo que permitió a Tirion y a Eitrigg escapar.

Una vez a salvo en el bosque, Tirion se da cuenta que Eitrigg se encuentra mal herido y agonizante. Sin poder hacer mayor cosa, invoca el poder de la Luz para sanarlo, como una última esperanza. Sorpresivamente y a pesar de que sus poderes le habían sido

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arrebatados, la Luz, que conoce la bondad de los verdaderos corazones nobles, responde a su llamado y Eitrigg es salvado.

Casi de inmediato, ambos se ven rodeados por orcos. Uno en especial, montado sobre una hermosa loba blanca, portando una esplendorosa armadura negra y plateada, se acerca a Eitrigg y le ofrece reintegrarse a la Horda, que ha reiniciado un proceso de redescubrimiento de sus tradiciones chamanísticas. Eitrigg no duda en aceptar.

Entonces, Thrall, el nuevo Señor de la Guerra de la Horda, saluda a Tirion y los guerreros parten. Tirion, que bien pudo acabar muerto a manos de los orcos, regresa a Manderholde al lado de su familia. Su hijo Taelan, a la edad de veinte años, ingresará a la orden de la Mano de Plata como paladín. Tirion está feliz de saber que su hijo ha aprendido que su hijo, y él también, han aprendido una valiosa lección de sangre y honor.

La visión de Thrall

El sol cae lentamente sobre el ocaso. Sobre las tranquilas praderas la brisa mece los últimos remanentes de la hierba. Una voz, por centurias perdida, danza en el viento. “Las arenas del tiempo se han ido, hijo de Durotan”. De pronto, a lo lejos, una columna de humo, oscura, cual terrible incertidumbre de la desgracia, se eleva desde el horizonte, y al son de cientos de pasos que corren presurosos hacia la muerte, al son de los tambores de guerra que hace siglos hicieron retumbar los cimientos mismos de la tierra, corren las almas presurosas hacia su destino de sangre y fuego. Allí, bravía, inmensa, desafiante, como la soñaran los antiguos Señores de la Guerra, la fatal Horda marcha.

“Los gritos de guerra de nuevo hacen eco en el viento. Los fantasmas del pasado recorren la tierra, y gimen una vez más por el conflicto”. Al horizonte la esperanza y la muerte se dan la mano y se transmutan en el grito de la amargura. Una espada maldita se levanta y blande el destino de los pueblos. Al son de trompetas, espadas, escudos, lanzas, estandartes, la Alianza se lanza desesperada a la lucha. “Héroes se levantarán para asumir el reto, y guiarán a los suyos a la batalla” . El cielo se ha enrojecido, y Thrall, de pie entre sus hermanos, mira como del cielo descienden en medio de llamas enormes meteoros que evocan un destino largamente olvidado. “Y mientras los ejércitos mortales se destruyen unos a otros, la Sombra Ardiente ha llegado para consumirnos a todos…” Bajo el cielo lluvioso, una figura se materializa, y señalando al jefe orco le ordena. “¡Tú deberás conducir a la Horda para cumplir con su destino!”. Repentinamente, todo es oscuridad. Y en la profundidad del inconsciente, la voz reclama: “Sígueme afuera”. Thrall ha despertado. Un sudor frío corre por su frente. Afuera de su cabaña, solo se escucha el chapoteo de la lluvia en la oscura noche…

Thrall despierta de su perturbadora visión para encontrar un cuervo afuera de su madriguera. Para su sorpresa, el cuervo se ha transformado en un hombre. Aún excitado, Thrall interroga al humano sobre sus propósitos. Éste le responde que fue humano hace mucho tiempo, pero que ahora es algo más. Ha proclamado ser un Profeta, quien ha de mostrarle el destino de la Horda. Dispuesto a seguirlo, el Profeta ha anunciado al líder orco el regreso de los demonios, y que Thrall debe conducir a la

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Horda hacia el oeste, cruzando el Gran Mar hacia las ancestrales tierras de un continente llamado Kalimdor. Solamente allí los orcos podrán prevenir la destrucción que se avecina. Aunque Thrall inicialmente desconfía de la misión, decide llevarla a cabo.

Tres días después, cerca de la costa de Lordaeron, los trabajadores de Thrall han construido un campamento temporal para recibir a los guerreros de los clanes. Sin embargo, se muestra turbado ante la reciente información que ha recibido. El clan Warsong y su invencible líder Grom Hellscream han sido capturados y se encuentran en una base humana de la Alianza cerca del puerto. Los humanos lo incitan a rendirse, pero las fuerzas de Thrall atacan la base. Destruyendo su resistencia, Thrall y Grom deciden robar los barcos humanos para viajar hacia el oeste. La Horda, luego de años sin un hogar, sale en busca de su destino.

Segunda Parte: El Reino del Caos

El Azote de Lordaeron

“La hoja no solo desgarra la carne, sino que carcome el alma. El que blanda la hoja, blandirá también una maldición”

El misterioso Profeta, volando en forma de cuervo, llega a los cuarteles generales de la Alianza en la Ciudad Capital de Lordaeron, donde el Rey Terenas y los embajadores de la Alianza discuten acerca de los recientes levantamientos orcos y la aparición de una extraña plaga en las tierras del norte. Allí, advierte sobre el peligro de la inminente invasión demoníaca y urge a la Alianza de viajar hacia el oeste, a Kalimdor, pero Terenas y el Concejo de la Alianza desacuerdan con él. Desilusionado, el Profeta parte en busca de algún otro que escuche la advertencia para salvar a la humanidad.

Varios días después, el Príncipe Arthas, hijo de Terenas y su heredero al trono de Lordaeron, llega cerca del sureño poblado de Strahnbrad, enviado para ayudar al legendario Uther el Portador de la Luz, su maestro, a prevenir el asalto de los Orcos del clan Blackrock sobre Strahnbrad. Luego de lidiar con los orcos en la villa, Arthas se entera de que estos han capturado algunos pobladores y los han ejecutado en una especie de ritual demoníaco.

Treinta minutos después, en la base de Uther, Arthas descubre que los negociadores de Uther han sido asesinados por los orcos, por lo que Uther lo asigna para dirigir el ataque sobre el campamento enemigo, mientras Uther contiene los contraataques. En su camino hacia la base orca, Arthas se encuentra con una banda de enanos dirigida por Feranor Steeltoe, una cazador de Dragones Negros, quien se encuentra tras la pista de un Draco llamado Searinox que habita cerca del área. El corazón de la bestia posee un encanto mágico que puede beneficiar a su armamento. Arthas decide matar al dragón y robar su corazón, con el cual Feranor elabora un poderoso orbe de fuego que mágicamente coloca en el martillo del paladín. Esta vez, Arthas lanza sus fuerzas contra el campamento Blackrock. Conforme Arthas se aproxima a la base, el Blademaster del clan Blackrock ejecuta a sus rehenes con el propósito de conjurar a sus amos demonios. Las fuerzas de la Alianza rápidamente se deshacen de los orcos, pero Arthas y Uther se

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encuentran profundamente preocupados por la ceremonia. Deciden regresar a la Ciudad Capital. Dos semanas después, en los jardines de la Ciudadela Violeta de Dalaran, el gran Archimago Antonidas intercambia argumentos con el Profeta. Al igual que el rey Terenas, Antonidas rechaza las advertencias del Profeta, pues no cree la historia de este. Luego de que el Profeta desaparece en su forma de cuervo, Jaina Proudmoore aparece y se disculpa por espiar a su maestro. Antonidas asigna a Jaina investigar acerca de la fuente de la plaga de las tierras del norte de Lordaeron, y le dice que le ha conseguido un aliado especial.

Tres días después, Arthas y sus hombres esperan en el cruzo de caminos de Alterac. Jaina aparece y lucha con un par de orcos mediante la invocación de un elemental de agua. Después de intercambiar saludos, ambos héroes acuerdan viajar hacia el norte a lo largo del Camino del Rey, buscando pistas del origen de la plaga. Llegan a la villa de Brill, donde son informados de la destrucción del puente que comunica con el otro lado del pueblo. Dando un rodeo por los vados del río, al norte, se enfrentan con algunos Murlocs de río y una banda de ladrones Bloodhills, y se dirigen hacia una fuente mística al oeste. Al acercarse a Brill, encuentran a algunos soldados luchando contra bandas de esqueletos vivientes. La villa entera ha enloquecido. Siguiendo hacia el sur, encuentran un granero infectado con la plaga, bajo el cual la tierra se ha ennegrecido y secado, como si estuviera muerta. Temiendo que el grano esté infectado, destruyen el granero y se adentran más en el pueblo, solamente para enfrentarse nuevamente con otros grupos de esqueletos. Ayudados por un par de sacerdotes Altos Elfos y un equipo mortero enano, se aproximan hasta el centro de Brill, donde se hallan con un extraño hechicero vestido de negro, ayudado por algunos acólitos, que se encuentran cerca de un almacén de granos infectado. Mientras el nigromante escapa, Arthas y Jaina se enfrentan a los voraces necrófagos, más guerreros esqueletos y una abominación. Vencidos y destruido el granero, Arthas y Jaina deciden seguir al hechicero hacia Andorhal y averiguar, de una vez por todas, el origen de la plaga.

Al aproximarse a Andorhal, al día siguiente, las tropas de Alianza descubren un campamento de muertos vivientes en las afueras de la ciudad, por lo que montan asedio al mismo. Una vez dentro de Andorhal, Arthas se encuentra nuevamente con el nigromante, que no es otro que Kel’thuzad, quien advierte a los jóvenes acerca del Azote y del Señor del Terror, Mal’Ganis, comandante del mismo, cuyo propósito es erradicar a todos los seres vivos de Lordaeron. Mal’Ganis tiene su base en la ciudad de Stratholme, y ha retado a Arthas a buscarlo y luchar con él. El grano plagado ha sido distribuido entre los pueblos del norte de Lordaeron. Siguiendo a Kel’thuzad hacia el exterior de la ciudad, Arthas finalmente logra matar a Kel’thuzad, quien sombríamente pronuncia el Azote de Lordaeron. Profundamente turbados, Arthas y Jaina se dirigen a Stratholme. Temprano la mañana siguiente, se aproximana a la villa de Hearthglen, sobre el camino a Stratholme. Allí se enteran de que la marcha del Azote ha iniciado, y un vasto ejército de muertos vivientes se dirige a la ciudad. Arthas pide a Jaina que busque a Lord Uther mientras el defiende Hearthglen. Casi de inmedianto, enormes masas de muertos vivientes, necrófagos, zombis, abominaciones, nigromantes, dirigidos por escalofriantes liches esqueléticos. Para empeorar las cosas, una caravana del Azote, transportando

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grano con la plaga, ataca las diversas villas cercanas, aumentando las filas del ejército de muertos con cada golpe.

Después de brutales combates donde el poder de la Luz logra sostener la voluntad y fuerzas de las tropas de Arthas, Uther y Jaina llegan a Hearthglen, y con ellos, los Caballeros de la Orden de la Mano de Plata. Vencido el ejército de los malditos, Uther felicita a Arthas por su tenaz resistencia, pero el príncipe se encuentra encolerizado por los actos del Azote, y parte hacia Stratholme para enfrentarse a Mal’Ganis. Uther y Jaina parten tras el héroe, en parte para lidiar con el Azote, pero también para vigilar al rápidamente deteriorado paladín.

Horas después, sobre el camino a Stratholme, Arthas se topa con el Profeta, quien le implora que es su deber guiar a su pueblo hacia Kalimdor, ya que Lordaeron no puede ser salvado. Arthas acusa de locura al Profeta, y éste finalmente se va. Jaina, quien ha observado la escena desde la invisibilidad, se materializa y trata de convercer a Arthas acerca de la sensatez de las palabras del Profeta, pero Arthas se niega a abandonar su patria, y ambos parten hacia Stratholme.

A la mañana siguiente, en las afueras de la ciudad, bajo un oscuro cielo lluvioso, Arthas descubre que los habitantes de Stratholme ya se encuentran infectados por la plaga, y decide que la ciudad entera debe ser sometida a una purga. Uther y Jaina se horrorizan ante la sola idea de la masacre, y el noble paladin se niega a realizar tan vil acción. Furioso, Arthas acusa a Uther de traidor y le suspende de sus servicios como paladín. Jaina decide darle la espalda y partir con Uther, pues no puede observar a Arthas realizar la matanza. Mientras Arthas se prepara para ingresar a la ciudad, Mal’Ganis aparece y reta a Arthas, mientras transforma a los inocentes pobladores en muertos vivientes, engrosando cada vez más su ejército. Entre las horribles garras del demonio y la cólera del príncipe, los pobres ciudadanos de Stratholme hayan una muerte segura. Finalmente, ambos rivales se encuentran cara a cara, pero Mal’Ganis, lejos de enfrentarlo, lo reta a seguirlo a las heladas tierras de Northrend, donde hallará su verdadero destino. El Señor del Terror desaparece y Arthas jura perseguirlo hasta el fin del mundo.

Tres días después, entre las ruinas de Stratholme, Uther y Jaina descubren la horrible carnicería. Casi la totalidad de la población ha sido asesinada, y la ciudad arde en llamas. Uther demanda a Jaina el paradero de Arthas, y ella, luego de pensarlo un poco, revela los planes del Príncipe. Uther parte hacia Lordaeron a informar a Terenas de los actos de su hijo. Una vez que Jaina queda sola, el Profeta aparece nuevamente. Es a ella la que corresponde, ahora, tomar la vara de la esperanza para toda la humanidad y viajar hacia Kalimdor, donde podrá resistir el ataque de la Sombra que cae sobre el mundo. Un mes después, en la helada costa de la Bahía Daggercap, en Northrend, las fuerzas de Arthas desembarcan sobre el frío continente. El príncipe ordena la movilización hacia el interior para establecer una base antes de iniciar la caza de Mal’Ganis.

Abriéndose camino entre los territorios de los trolls Gundrak de hielo, Arthas se encuentra con un grupo de enanos, la Hermandad de Exploradores de Ironforge, dirigida por su viejo amigo y maestro Muradin Bronzebearb. Artrapados en Northrend, el avance de las fuerzas del Azote ha dividido al grupo, por lo que Muradin acuerda con Arthas el

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rescate de sus camaradas, mientras el valiente enano el asistirá en el combate contra el Señor del Terror.

Las fuerzas de Arthas y Muradin combaten contra las bases del Azote y rescatan a los enanos. Aunque no encuentran rastro de Mal’Ganis, las tropas de la Alianza deciden establecer su base primaria en la zona. Muradin explica a su amigo Arthas que los enanos se encuentran en Northrend tras la pista de una legendaria espada conocida como Frostmourne, pero mientras más se acercaban a la gruta donde se oculta la espada, más muertos vivientes les salen al paso. Intrigado por la misteriosa arma, Arthas decide ayudar a Muradin en la búsqueda de Frostmourne.

Unos pocos días después, mientras Arthas y Muradin se hallan en una misión de exploración, un emisario del Rey Terenas informa al capitán del campamento acerca de que el rey Terenas, a instancias a Lord Uther, ha decidido suspender la expedición. La flota tiene orden de regresar a Lordaeron. Sin embargo, los ejércitos de los muertos vivientes han tomado todos los caminos de regreso a la costa, por lo que las tropas, jubilosas por volvera a casa, tendrán que abrirse paso entre los bosques para llegar a sus barcos. Enterado de la intromisión de Uther en sus planes, Arthas decide hundir los barcos antes de que sus hombres puedan hacerse a la mar. Aunque Muradin se sorprende de la pobre capacidad de juicio del príncipe, decide ayudar a su amigo en el sabotaje de las naves. Ayudados por un grupo de mercenarios trolls y ogros (contratado forzosamente contra el gusto del propio Arthas), se abren paso entre las tropas de los muertos vivientes y algunos puestos de guerra nerubians, para finalmente llegar a la costa y quemar los barcos de la Alianza. En ese momento, los hombres de Arthas llegan, pero el príncipe, aprovechando la situación, culpa a los mercenarios y ordena a sus hombres asesinarlos. Los mercenarios tienen un sangriento final, y Arthas ordena a sus hombres regresar a sus puestos: ninguno regresará a casa hasta que la misión esté completa.

Al día siguiente, Muradin reprocha a Arthas sus engaños y actitudes poco honorables, pero el príncipe justifica sus actos de venganza en la destrucción provocada por el Azote en Lordaeron. En ese momento, Mal’Ganis reaparece y reta a Arthas nuevamente. Las fuerzas del Azote han rodeado completamente el campamento y se preparan para atacar. Como un último esfuerzo, Arthas y Muradin se lanzan en búsqueda de Frostmourne, la única esperanza contra el poder de Mal’Ganis.

Mientras el Capitán defiende la base, Arthas y Muradin penetran en la oscuridad de la cueva. Luego de algunas vicisitudes, finalmente llegan a la Cámara de la Espada, donde un Guardián, un Revenante de hielo, protege la entrada. El Revenante advierte de la peligrosidad del arma, pero Arthas ignora la advertencia y destruye al Revenante. Con su último aliento, el Revenante le dice que lo estaba protegiendo a él de la espada.

Dentro de la Cámara, Arthas y Muradin hallan a Frostmourne, la cual flota en un bloque de hielo. El pedestal de la espada reza una antigua maldición: “La hoja no solo desgarra la carne, sino que carcome el espíritu”. A pesar de que Muradin trata de convencerlo de volver y dejar la espada, Arthas siente que no tiene elección. Invocando a los oscuros espíritus de la Cámara, rompe el bloque de hielo y libera a Frostmourne, lo cual que cuesta la vida a Muradin, atravesado por una estalactita durante la explosión. Arthas tira el martillo de la luz y toma la espada. Su destino se ha sellado finalmente.

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Devuelta en el campamento, la situación es desesperada. Las fuerzas de los muertos vivientes casi han derrotado al Capitán y sus tropas, pero la llegada de Arthas con Frostmourne vuelca totalmente la situación. Las fuerzas de Arthas dejan una estela de destrucción a su paso hacia la Fortaleza de Draktharon. Destruida la última base de resistencia de Mal’Ganis, el Señor del Terror emerge y se encara con Arthas por última vez.

Mal’Ganis nota que Arthas tiene a Frostmourne a expensas de las vidas de sus camaradas. La voz del Rey Lich habla a su cabeza, y para sorpresa del Señor del Terror, el esclavizado Arthas lanza un golpe fatal sobre Mal’Ganis. Su venganza está consumada. Atormentado por la enloquecedora voz de Ner’zhul, Arthas vaga por los helados parajes de Northrend, perdiendo los últimos vestigios de su cordura. Tiempo después, bajo la dirección de su nuevo amo, el Rey Lich, Arthas vuelve a la ciudad capítal de Lordaeron. Aunque los ciudadanos celebran el regreso de su héroe, Arthas penetra en la Cámara del trono, y en un acto vil y terrible, asesina a su propio padre. Ahora, como nuevo rey de Lordaeron, Arthas entrega su reino al Azote, y la caída final de la Alianza ha empezado.

El Ascenso de los Malditos

La plaga de muerte del Rey Lich ha arrasado la Ciudad Capital de Lordaeron y todas las ciudades circundantes. Aterrorizados y descorazonados por la muerte de su noble rey, las fuerzas de Lordaeron han sido barridas por los furiosos guerreros muertos vivientes del Azote. Ahora, Lordaeron es solamente una sombra de su anterior gloria – y el Príncipe Arthas no ha vuelto a ser visto…

Lord Uther el Portador de la Luz, destrozado por la muerte de rey (a quien amaba como un hermano) y por la traición de su hijo y pupilo, ha oficiado él mismo la incineración del cuerpo de Terenas, según la tradición, y se ha ofrecido como voluntario para cuidar de su tumba.

La noche es oscura, fría y lluviosa, misteriosa como un profundo enigma. El Príncipe Arthas, convertido ahora en el primer Caballero de la Muerte del Rey Lich, es materializado en las afueras de la villa de Vandermar, en el norte de Lordaeron. Monta ahora una cabalgadura infernal, Pesadilla, una terrible criatura como el esqueleto de un caballo, que bufa fuego por sus fauces. Frente a él, una figura conocida se materializa,

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en quien Arthas cree reconocer a Mal’Ganis. En el momento en que decide atacar, Tichodrius el Oscuro se presenta y le felicita por haber matado a su padre y entregar su tierra al Azote, ya que así ha aprobado la primera prueba del Rey Lich. Por primera y unica vez en su vida, Artha se da cuenta de que ha maldecido y destruido todo lo que una vez amó y defendió con todas sus fuerzas, sin sentir ningún remordimiento o pena. Ticondrius explica que esto se debe a Frostmourne, la cual ha sido forjada para robar almas, y la de Arthas fue la primera que tomó. A su vez, ordena al Caballero de la Muerte reunir nuevamente al Culto de los Malditos, cuyos miembros se han escondido entre el populacho, temerosos de ser descubiertos por los paladines.

Penetrando en la durmiente villa, Arthas va reuniendo uno a uno a los acólitos del Culto, y se reporta de nuevo con Ticondrius. Su siguiente misión será recobrar los restos mortales del fundador del Culto, el nigromante Kel’thuzad, enterrados en el cementerio de Andorhal.

Una vez en Andorhal, Arthas debe enfrentarse a la Mano de Plata, que ha convertido la ciudad en una fortaleza para protegerla de los ataques del Azote. El primero en caer es Gavinrad el Terrible, quien guarda la tumba de Kel’thuzad. Arthas descubre que el espíritu del nigromante puede comunicarse mentalmente con él, y a partir de ahora será su fiel consejero. Los restos del nigromante, sin embargo, están en un avanzado estado de putrefacción, y para poder conservarlos, Ticondrius instruye a Arthas en recobrar una urna mágica donde los restos podrán conservarse. Dicha urna, desgraciadamente, se encuentra en manos de los paladines.

Arthas ponde sitio a la ciudad, y uno a uno van cayendo sus defensores: Ballador el Luminoso y sus Campeones de la Paz, Sage Truthbearer y los Campeones de la Verdad, y finalmente, Uther Lightbringer, el antiguo maestro de Arthas. Uther reprocha al Caballero de la Muerte el hecho de que su padre, el noble Terenas, sostuviera a su pueblo por más de setenta años, mientras Arthas lo había destruído en un puñado de días. La urna, además, contiene los restos de su padre asesinado. Luego de un gran batalla entre ambos titanes, Uther finalmente cae ante el poder de Frostmourne. El héroe más grande de la historia humana ha muerto. Una vez seguros los despojos de Kel’thuzad, Arthas, por instigación de Ticondrius, parte hacia el mágico reino elfo de Quel’thalas. Solamente las potentes energías del Pozo del Sol podrán reencarnar al nigromante. Mientras tanto, en los oscuros salones de la ciudadela del Torbellino del Vacío, Ticondrius y sus dos hermanos, Anetheron y Mephistroth, disciernen acerca de sus sospechas sobre los motivos ocultos del Rey Lich para su Caballero de la Muerte. Archimonde el Profanador no permitirá ningún error, pero Ticondrius asegura tener total control del Azote. Una duda, sin embargo, ha llenado su cabeza.

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El Pozo del Sol – La Caída de Silvermoon

Seis días después, en las boscosas fronteras de Quel’thalas, el ejército de muertos vivientes de Arthas inicia el asalto sobre el reino de los Altos Elfos. El espíritu de Kel’thuzad le advierte de los grandes poderes de los elfos, pero el Príncipe minimiza el asunto y el ataque inicia. Luego de establecer su primera base, el Azote empieza a ser atacado por las fuerzas de los elfos, dirigidos por Sylvanas Windrunner, Ranger General de Silvermoon. Silvanas Windrunner, la menor de las heroicas hermanas Windrunner, Alleria y Veressa, y la única que les sobrevive. Más alta que sus compañeras Rangers, extremadamente audaz y valerosa, con un hermoso cabello rubio largo y brillante al sol, y un par de ojos de color verde esmeralda, los cuales despiden una bravura solamente comparable con su belleza.

La entrada a Silvermoon se encuentra resguardada por dos puertas: la Exterior, rodeada por enormes bases del ejército elfo, y la Interior, protegida por un encantamiento, que solamente puede abrirse con un artefacto mágico conocido como la Llave de las Tres Lunas. Constantes y brutales batallas se entablan entre ambos ejércitos, pero reiteradamente, Arthas logra hacer retroceder a Sylvanas, hasta que la Puerta Exterior cae. Sylvanas, para dificultar el avance del Azote, destruye el único que puente que comunica directamente a la Puerta Interior. Valiéndose de algunos dirigibles Goblin abandonados durante el escape, Arthas logra pasar el río e inicia el asedio de los templos donde se ocultan las tres partes de la Llave de las Tres Lunas: la Piedra de Amatista de Hannalee, que abre el corazón del Guardián de la Puerta; el Cristal de la Luna Esmeralda del Ojo de Jennala, que abre la mente del Guardián de la Puerta, y el Cristal de la Luna de Zafiro del Cuerpo de Enulaia, que abre el alma del Guardián de la Puerta. Asistido por los demonios de la cripta, los cuerpos reanimados de los guerreros nerubian de Northrend, uno a uno los templos son destruidos, hasta que finalmente, la Llave de las Tres Lunas está completa. La Puerta Interior cae y el asalto final a Silvermoon es inminente.

Desesperada por la cercana caída de su patria, Sylvanas envía constantes mensajeros a Silvermoon pidiendo refuerzos, pero estos son fácil presa de las gárgolas que Arthas ha traído de Northrend. Las superiores fuerzas del Azote rodean y destruyen el último bastión de Sylvanas. La valiente elfa se prepara para enfrentar una muerte segura, pero Arthas tiene otros planes. Sabedor de que Sylvanas ha sido una contrincante formidable y a la vez útil, Arthas le lanza una herida mortal, pero a la vez, usando a Frostmourne, esclaviza su espíritu, que se transforma en una banshee, un alma eternamente atormentada. Con esta nueva y poderosa adquisición a su ejército, Arthas se ha vuelto imparable. Con sus nuevos y horribles poderes, la que fue Silvanas Windrunner ha llamado a los espíritus de sus camaradas caídas, que retornan del oscuro Abismo convertidas en terribles y rencorosas banshees. Ansiosas por retomar su forma terrenal, las banshees se lanzan hacia Silvermoon, atormentando a los confundidos ciudadanos y sembrando el dolor y la confusión entre las tropas de los elfos. Algunas, incluso, se han posesionado de los caballeros y soldados más fuertes, que ahora, guiados por la oscura voluntad de la banshee, se vuelven contra sus compatriotas.

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El Azote, encabezado por Arthas, se encuentra a las puertas de la ciudad. Miles de esqueletos vivientes y zombis caminan sobre las calles de Silvermoon, sembrando la muerte y la desolación. Silvermoon arde en llamas, y los pocos sobrevivientes huyen hacia los bosques y la costa. Muerte, cuerpos putrefactos y ríos de sangre corren por las calles. El Concejo de los Siete Altos Elfos ha abandonado la ciudad. Las tropas de Arthas avanzan hasta el Pozo del Sol.

El Santuario se halla defendido por cuatro grandes Golems de granito, creados mágicamente por los hechiceros para guardar el preciado tesoro. Aunque los Golems son realmente poderosos e inmunes a los hechizos, la superioridad numérica del Azote es evidente, y finalmente las criaturas son destruidas. Arthas ha llegado hasta el Pozo mismo. La potente energía que mana de él es realmente asombrosa.

Los restos del nigromante son colocados dentro del Pozo, mientras el fantasma de Kel’thuzad ingresa en las potentes aguas. La energía desplegada es formidable, pero el Pozo del Sol, corrompido por la negra magia de los muertos, se ha enrojecido como la sangre. Kel’thuzad ha emergido de la fuente, pero ahora, su cuerpo es el de un formidable y espeluznante esqueleto rodeado de una corrupta y voraz aura de maldad. El dolor, el frío, la misericordia, la incertidumbre, la ansiedad, la angustia, todas las vanas preocupaciones que apasionan y desbordan los corazones de los mortales, son polvo que lleva el viento para él.

La masacre y la destrucción del Azote ha llegado a su fin. Reforzado por gran cantidad de tropas por los muertos recientes, el ejército de Arthas se retira hacia el sur, tomando el camino hacia las montañas de Alterac. Silvermoon, y con ella toda la orgullosa y ancestral raza de los Altos Elfos, solamente son sombras del pasado...

La Revelación

Levantado ahora como un Lich, Kel´thuzad lleva al Caballero de la Muerte hacia las montañas Alterac, donde le explicará el verdadero propósito del Rey Lich y el Azote. Tres días después, en las heladas montañas Alterac, Kel´thuzad le explica a Arthas que el Rey Lich fue creado por los feroces señores de la Legión Ardiente para preparar el camino de la segunda invasión de Azeroth. Los Señores del Terror Nathrezim han sido enviados para observar que tal meta se lleve a cabo. La plaga de muertos vivientes que el Culto de los Malditos lanzó sobre Lordaeron e incluso la invasión de Quel´thalas fue ordenada para quitar del camino dos enemigos que pudieran resistir el regreso de la Legión. Esta era la primera fase del plan del Rey Lich. Arthas parece impresionado por la enormidad de los eventos por venir, pero Kel´thuzad le asegura que diez mil años antes sobre el mundo hubo una guerra que sería el preludio del caos que la Legión desataría sobre Azeroth.

Dada la presenta situación, Arthas y Kel´thuzad se acercan al campamento de orcos del clan Blackrock para ordenar la segunda fase del plan de Ner´zhul. El Azote debe destruir el campamento de los orcos Blackrock y tomar control de una puerta demoníaca que aún es funcional. Kel´thuzad usará la puerta para comunicarse con el demonio Arquimonde el Profanador, quien actualmente dirige el plan de invasión de la Legión. Sin embargo, los orcos Blackrock no serán un rival fácil. Jubei´thos, el Maestro de las

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Espadas, quien se había enfrentado con Arthas cuando aún era paladín, ha logrado su propósito de invocar a los demonios, y el clan se encuentra fortalecido por poderosos brujos, ogros magos, esclavos goblins y fieros dragones rojos. El mismo Jubei´thos se ha transformado en un Orco del Caos. Ahora, erigido en nuevo líder del clan después de la derrota de Doomhammer, ha rechazado las enseñanzas chamanísticas del que considera hereje nuevo Señor de la Guerra y ha acogido la sed de sangre, condenando a todo su clan a ser esclavos eternamente.

Kel´thuzad le dice a Arthas que, hace mucho tiempo, los orcos fueron la primera arma de la Legión contra la humanidad. Estos reclaman ser los verdaderos sirvientes de la Legión Ardiente, y creen que sus amos les han enviado a los muertos para probarlos. Arthas ha decido matar a cada uno de los líderes del clan Blackrock para obtener poderosos artefactos mágicos que estos guardan.

Aunque poderosos, los orcos del Clan Blackrock no son rival para el ejército de Arthas, y el Caballero de la Muerte toma control rápidamente de la puerta. Jubei´thos muere por la espada del poderoso Caballero, dejando condenados a sus orcos a la esclavitud eterna. Kel´thuzad activa el portal y contacta a Arquimonde.

Asedio y Destrucción de Dalaran

“Tiemblen, mortales, y desesperen. El Apocalipsis ha llegado a este mundo”. Archimonde el Profanador

Archimonde ordena al lich encontrar el libro de hechizos perdido de Medivh, el Último Guardián, pues solamente los poderosos encantos de este libro pueden abrir un portal lo suficientemente grande para que la Legión regrese al mundo. El libro puede ser hallado en la ciudad mágica de Dalaran, hogar del Kirin Tor. Archimonde ordena que la invocación deba ser realizada máximo en tres días en las afueras de la ciudad. El Libro de Medivh, que fuera robado por las fuerzas orcas de Ner’zhul antes de la invasión de Draenor, fue el único de los objetos mágicos que pudo ser salvado por la Alianza antes de que aquel planeta implosionara.

A la mañana siguiente, en las puertas de Dalaran, Arthas ordena a los magos rendirse a la fuerza del Azote. El Archimago Antonidas, líder del Kirin Tor sale a su encuentro e, irónicamente, le pregunta por la salud de su noble padre. A su vez, le advierte de no entrar a la Ciudadela Violeta, pues los magos del Kirin Tor han erigido un aura mágica que destruirá a cualquier muerto viviente que intente ingresar a la ciudad. Arthas refuta sus amenazas, pero Antonidas de tele-transporta dentro de la ciudad. Kel´thuzad nota que son tres los magos que mantienen las auras, y si el Azote logra matarlos, el hechizo será roto y el Azote podrá arrasar la ciudad.

En Dalaran, los tres archimagos más poderosos del Kirin Tor (Shal Lightbringer, Conjurus Rex y el mismo Antonidas) elevan el encantamiento del aura para defender la Ciudadela Violeta. Aunque muchos muertos vivientes son destruidos por las poderosas auras, el grupo de Arthas logra penetrar en Dalaran. Uno por uno, los archimagos van cayendo, gracias a que Arthas ha logrado controlar a los poderosos Golems y Dragones

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Azules que los magos tenían encerrados en Dalaran para su estudio. Cuando Antonidas, el último mago, cae bajo el poder del Rey Lich, clama que su actual dolor caiga sobre la conciencia de Arthas, que luego le da muerte. El Caballero de la Muerte y el lich logran reclamar el libro de hechizos.

Una hora después, en una colina sobre Dalaran, Kel´thuzad y Arthas se preparan para invocar a Arquimonde. Kel´thuzad se da cuenta de que el conocimiento demoníaco del Medivh poseído está más allá de cualquier cosa que él hubiera visto. Ticondrius aparece y ordena el inicio de la invocación. Conforme el lich inicia la entonación de los hechizos para traer a Arquimonde a Azeroth, Arthas guía a sus guerreros muertos vivientes para defender al lich de las encolerizadas fuerzas de Dalaran, que preparan un último masivo ataque contra el Azote.

Ola tras ola, las tropas del Clan de Magos y la Liga de los Hechiceros, bajo el mando de los magos Mannath Magesinger y Landazar, luchan por derrotar las defensas del Azote. Ambos bandos tienen grandes pérdidas, pero finalmente, Kel´thuzad abre el portal, y las fuerzas de la Legión Ardiente, lideradas por Arquimonde el Profanador, ingresan al mundo. Dando a Ticondrius y los señores de terror el poder del Azote, proclama que el rey Lich ya no le es necesario y se dirige hacia Dalaran para destruirla, como ejemplo para el resto de los habitantes de Azeroth. Sorprendido y encolerizado, Arthas pregunta a Kel´thuzad que pasará con ellos una vez que la Legión tome el control. El lich tranquiliza al Caballero de la Muerte, diciéndole que el Rey Lich ya había previsto esta situación y tiene un plan apropiado.

Mientras tanto, Archimonde realiza un terrible hechizo sobre Dalaran, y usando sus poderes mágicos, se trae la ciudad entera al suelo. La destrucción de Dalaran termina con el reinado del Kirin Tor, priva a Azeroth de una de sus defensas primarias contra la Legión, y sirve como telón de obertura para la Tercera Guerra. Después de diez mil años, la segunda invasión demoníaca sobre Azeroth había comenzado…

En el Ojo del Maelstrom - El rescate de los Darkspear

“Sobre el horizonte… hacia su destino”.

Los lugartenientes de Thrall le reportan que la mitad de la flota está perdida, y que la otra mitad está seriamente dañada. Thrall ordena construir una base en la isla, pues tomará cierto tiempo poner a punto la flota para continuar el viaje hacia Kalimdor. Uno de los chamanes de Thrall reporta que siente un extraño poder mágico alrededor del campamento. Usando su hechizo de Visión Lejana, Thrall descubre que Centinelas Guardianes han sido colocados alrededor de la zona donde la Horda ha desembarcado. En ese momento, un curandero troll de la isla llamado Sen´Jin, de la tribu Darkspear, aparece y advierte a Thrall de que unos invasores han establecido un puesto de observación al otro lado de la isla. Los Trolls han intentado vivir en paz, pero los invasores, humanos, los han cazado día y noche. Sin atenerse a esperar un ataque humano, Thrall ordena a una patrulla lidiar con cualquier tropa humana que se atreva a cruzar. Lo que Thrall y Sen´Jin no conocen es que estas tropas son marines reales de la nación marítima de la Alianza, Kul Tiras, al mando del Gran Almirante Daelin Proudmoore.

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Los Darkspear, una tribu de trolls de la jungla, fueron exiliados en esta isla luego de entrar en conflicto con sus hermanos los Gurubashi, quienes gobiernan en las vastas junglas del Valle de Strangletorn, en Azeroth, después de que los Darkspear se negaran a adorar al sanguinario dios Hakkar el Devorador de Almas.

Después de ayudar a los Trolls a purificar una fuente de sanidad y defenderlos de los constantes ataques humanos, las fuerzas de Thrall inician el asedio del campamento de Kul Tiras. Mientras los humanos pelean valientemente, se ven sobrepasados por las fuerzas combinadas de orcos y trolls. Sin embargo, justo cuando la Horda está cerca de vencer a los humanos, ambos lados se ven atacados por un gran número de Murlocs acuáticos. Tomando a los humanos, orcos y trolls bajo su custodia, los Murlocs argumentan que la magia de Thrall no interferirá más con sus planes de “retomar la superficie”. Las criaturas acuáticas llevan a sus prisioneros a una red de cavernas profundas dentro de la isla.

Thrall se encuentra prisionero en una mazmorra subterránea, separado de sus compañeros. Como él se pregunta el propósito de los Murlocs en capturarlo, un troll que se encuentra aprisionado junto con Thrall le explica que los Murlocs usualmente eran pacíficos, pero recientemente empezaron a capturar humanos y trolls para usarlos en sacrificios para su líder: una Bruja del Mar que amenazó con destruir la isla si los Murlocs no obedecían. Thrall no se intimida y utiliza su Rayo Luminoso para matar a los guardias y escapar de su celda. El y el troll salen a rescatar a sus compañeros. Después de abrirse camino a través de la prisión subterránea y recoger a todos los prisioneros que encuentran, Thrall y sus tropas finalmente llegan al salón del trono del hechicero Murloc que los ha aprisionado. Sin embargo, es demasiado tarde para salvar a Sen´Jin, que es brutalmente sacrificado por el hechicero como sacrificio para la Bruja del Mar. Consumido por su ira, Thrall derrota al hechicero y llega al lado del Sen´Jin moribundo. Con su último aliento, Sen´Jin le ruega a Thrall que guíe a los trolls hacia Kalimdor junto con el resto de la Horda, pues nunca podrán volver a vivir en paz en esta isla. Él asiente y extiende la oferta a los restantes Trolls, quienes acceden a formar parte de la Horda. En ese momento la voz de la Bruja del Mar hace eco dentro de la caverna, diciendo a los orcos que no escaparán tan fácilmente, luego de lo cual, las paredes de la caverna subterránea empiezan a colapsar, y los soldados de la Horda tiene que escapar hacia la superficie. Conforme las tropas de la Horda salen de la cueva, la Bruja del Mar aparece y los ataca por haber matado a sus sirvientes y profanado su santuario. Como compensación, ella tomará las vidas de orcos y trolls. Thrall ordena a la Bruja regresar a las profundidades y dejar la isla en paz. Sin embargo, la Bruja no lo escucha y se prepara para golpear el campamento de la Horda con sus tropas.

Volviendo rápidamente a la base, Thrall pregunta por el estado de la reparación de los barcos. El capitán encargado del campo le dice que los barcos están casi terminados, pero en eso un volcán hace erupción y la isla completa empieza a hundirse. Thrall

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ordena defender los barcos a toda costa contra los Murlocs hasta que las reparaciones estén finalizadas y la Horda pueda continuar su viaje hacia Kalimdor.

Durante los siguientes minutos, los peones trabajan frenéticamente para reparar los barcos mientras los guerreros restantes batallan contra la Bruja del Mar y los Murlocs. Finalmente, la reparación se completa y la Horda rápidamente evacua la isla y desaparece entre las ondas del mar. Conforme navegan hacia Kalimdor, la voz de la Bruja del Mar hace eco entre las olas, profetizando la destrucción de los habitantes de la superficie en manos de la raza acuática conocida como los Naga…

La Invasión de Kalimdor

“- Thrall…perdóname… he sido un tonto. La furia de los demonios… se extingue mis venas. ¡Me he liberado a mí mismo! - No, amigo mío… nos has liberado a todos”. La muerte de Hellscream. Leyenda orca.

Después de semanas de viajar por los mares embravecidos, la Horda ha desembarcado sobre las salvajes costas de Kalimdor. Con sus barcos robados quebrados y hundidos, los orcos precavidamente se aventuran tierra adentro, previniendo los posibles peligros desconocidos que habitan en la desolada tierra.

Con sus barcos quemados y lentamente hundiéndose en el mar, Thrall pregunta por el resto de la Horda. No hay seguridad de haber llegado a Kalimdor, pero han viajada hacia el oeste más allá de toda tierra conocida. No hay rastros de Grom Hellscream o los Warsong, pues sus barcos fueron separados de la flota durante la tormenta, por lo que Thrall ordena iniciar la búsqueda para reagruparse.

Conforme viajan sobre la extraña y hermosa tierra, los orcos rescatan miembros de la Horda que han sido capturados por una extraña raza de criaturas semejantes a jabalíes. Grupo por grupo, los quillboars van cayendo ante el poder superior de la Horda. Explorando las distintas aldeas quemadas, presencian la lucha entre los Centauros y enormes seres como toros, las cuales caen ante la superioridad numérica de los Centauros, y Thrall presiente que la Horda ha llegado a un lugar con muchos más conflictos que los que dejó atrás en Lordaeron.

Eventualmente las fuerzas de la Horda tratan de ayudar a las criaturas toro, hasta que logran dar con su líder, Cairne Bloodhoof, jefe de los Tauren, el cual se encuentra intrigado por el estilo de pelea de los orcos y desea conocerlos más. Thrall le relata la historia de cómo la Horda vino a Kalimdor a hallar su destino, y Cairne sugiere que pueden hablar con el Oráculo que se encuentra más al norte. Thrall se resiste a viajar en esa dirección, pues un enorme ejército de centauros se mueve hacia allá. Cairne se alarma pues los centauros marchan hacia la aldea Bloodhoof, y debe retornar de inmediato. Deseoso de conocer más acerca del Oráculo y los Tauren, Thrall conduce a la Horda hacia la aldea de Cairne y lo asiste en su defensa.

Una vez en la aldea, la Horda y los Tauren resisten el asedio de constantes olas de Centauros. Eventualmente, el Campeón de los Centauros llegará a pelear y caerá ante las fuerzas unidas de ambos ejércitos. Su muerte motivará la retirada de los centauros.

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Cairne agradece a Thrall su apoyo, pero el viejo jefe se encuentra desesperanzado, pues los centauros controlan toda la región, y los Tauren se ven obligados a viajar a las verdes praderas de Mulgore o si no morirán. Desafortunadamente, la velocidad de los centauros no tiene rival en los planos abiertos, y el líder de los Bloodhoof teme que su caravana será aniquilada durante el viaje. Thrall ofrece escoltar a los Tauren a Mulgore a cambio de la información del Oráculo que Cairne le informó. Cairne, intrigado por los orcos y los trolls, accede. La Horda y los Tauren planean una larga marcha a través de los planos del sureste de Kalimdor.

Dos días después, sobre las desoladas llanuras de los Barrenos, Thrall y Cairne intercambian información sobre cada una de sus culturas durante su viaje hacia Mulgore. Thrall nota que Kalimdor es muy similar al mundo destruido de los orcos, Draenor. Cairne relata a Thrall que los Tauren son hijos de la Madre Tierra, y que por ella tienen una cultura pacífica y un estilo de vida propios en esa tierra. En ese momento, varios scouts de la Horda reportan que una banda de arqueros y guerreros centauros se acerca para atacar la caravana. Thrall rápidamente ordena a las tropas que escolta a las bestias Kodo de los Tauren hacia una serie de oasis donde podrán reabastecerse. Cairne y los guerreros Tauren asistirán en la defensa del convoy. Conforme los centauros continúan el asedio a la caravana durante su viaje, los guerreros orcos y tauren la defienden de las brutales bestias. Eventualmente la caravana logra llegar a Mulgore, pero los centauros casi se encuentran sobre ellos. Llamando al espíritu de la Madre Tierra, Cairne provoca un derrumbe de una formación rocosa, que obstruye el paso de los centauros hacia Mulgore.

Con el paso asegurado, Thrall pregunta a Cairne acerca del Oráculo. Cairne dice que las leyendas hablan de que el Oráculo conoce los caminos del destino y que es Hijo mismo de la Madre Tierra, y que solamente él podrá mostrarle a la Horda su verdadero destino. El Oráculo puede ser hallado en el norte, en lo más alto del Monte Stonetalon. Luego de mostrar agradecimiento por la asistencia de la Horda, Cairne envía sus más finas bestias Kodo para asistir a los orcos y trolls en su viaje. Thrall agradece a Cairne su generosidad y promete nunca olvidar al jefe Tauren. Cairne deja la Horda con una bendición de la Madre Tierra y los Tauren continúan su viaje sobre Mulgore.

Mientras tanto, de regreso en Lordaeron, la Legión inicia su invasión. Las villas humanas son arrasadas por la Guardia del Apocalipsis y los Infernales. Ticondrius aparece y conversa con Mannoroth el Destructor, el barbárico líder de los Señores del Foso. Mannoroth se encuentra disgustado por la facilidad con que los demonios han derrotado a los Humanos. Ticondrius aclara que esto es gracias al trabajo del Azote, el cual exitosamente derrotó a los humanos y Altos Elfos antes de la invasión, cosa que los orcos no pudieron realizar cuando hicieron el pacto de sangre con Mannoroth. A su vez, Ticondrius informa a Mannoroth que los orcos no se encuentran lejos, y que sus agentes los han hallado en Kalimdor, por lo que Mannoroth jura destruirlos por su traición. Sin embargo, Arquimonde, que aparece de la nada, le dice que los orcos aún pueden ser útiles a la Legión.

Cinco días después, cerca de las faldas del Monte Stonetalon, la Horda de Thrall continúa su viaje en busca del Oráculo. Sin embargo, hay desazón entre los miembros de la Horda por la falta de un buen combate. En ese momento, a lo lejos, divisan a Grom Hellscream y los Warsong luchado contra los defensores de un asentamiento

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humano. Sorprendidos de hallar humanos en Kalimdor, la Horda se une a la batalla. Con la base humana en ruinas, Thrall y Grom discuten la situación. Éste último le informa que los humanos se encuentra liderados por una joven, y han tomado el paso hacia el norte. Thrall ordena explorar el área, y ordena a Grom no atacar a los humanos hasta que sus posiciones estén listas.

Los scouts de Thrall informan que un grupo de Goblins tienen unos zeppelines hacia el norte, los cuales permiten pasar las fuerzas humanas sin tener que pelear con ellas. Sin embargo, la sed de sangre de Grom lo obliga a atacar a los humanos, con lo que las fuerzas de Thrall se ven obligadas a luchar contra ellos. Las fuerzas de la Alianza se encuentran comandadas por Agronnor el Poderoso, Thane de Ironforge al mando de las fuerzas de Gilneas, Buzan el Osado, paladín de la Mano de Plata, y Tann Flamecaster, mago sobreviviente de la destrucción de Dalaran. Todos caen en la batalla. Luego de neutralizar las bases humanas, Thrall confronta a Grom, pero este le responde que los humanos merecen morir, y que la sed de sangre hierve en sus venas, igual que antes, cuando los demonios estaban cerca. Furioso, Thrall envía a Grom y su clan hacia el norte, al bosque de Ashevale, para construir un nuevo asentamiento, mientras él se dirige hacia el Monte a buscar el Oráculo.

Dos días después, en las fronteras del Bosque de Ashenvale, los Warsong construyen un pequeño campamento donde se levantará el asentamiento de los orcos. Grom se encuentra disgustado por que sus bravos guerreros se ven obligados a realizar trabajos manuales. Algunos de sus soldados, entonces, empiezan a temer el bosque, debido a que escuchan extrañas voces en un idioma desconocido que hacen eco en los ancestrales árboles. Unos momentos más tarde, un grupo de guerreras aparece y ataca a los Warsong, reclamando el irrespeto de los orcos hacia la vida. Grom Hellscream nota que estas se parecen a los Altos Elfos, pero su color de piel es púrpura y son más altas y salvajes. Constantemente, mientras exploran el área, los orcos son atacados por las guerreras, pero la superioridad de los orcos asegura el terreno. Grom, finalmente, halla una pequeña tienda Goblin, donde su dueño, el jovial Neeloc Greedyfingers, le ofrece dos aserradores mecánicos a cambio de matar a líder de una tribu de furbolgs, unos enormes y voraces hombres-oso que viven en lo profundo del bosque, a lo que Grom accede. Con ayuda de los aserradores, Grom logra levantar rápidamente el asentamiento para Thrall. Mientras tanto, cerca de las Praderas de la Luna del semi-dios Cenarius, Mannoroth y Ticondrius discuten el plan de la Legión para los orcos. Como prevención, Archimonde demanda la muerte de Cenarius antes de invadir Kalimdor, para evitar que éste participe en la defensa. Mannoroth reconoce que Cenarius es extraordinariamente poderoso y le gustaría enfrentarlo en la batalla, pero el semi-dios raramente aparece en despoblado. Tichondrius y Archimonde creen que los orcos pueden matar a Cenarius por la Legión, solamente necesitan de un pequeño incentivo. Entonces, Mannoroth vierte su sangre ardiente en la fuente de Cenarius, con el objetivo de que los orcos la beban y reaviven la sed de sangre.

A la mañana siguiente, en Ashevale, los orcos han construido un nuevo asentamiento. En ese momento, Cenarius aparece y destruye el campamento, utilizando a sus treants y los elfos nocturnos, como retribución por la destrucción del bosque. Superados por las

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fuerzas enemigas, los orcos cruzan el río en retirada, y Cenarius hace crecer nuevamente, con sus poderes, los bosques. Buscando una manera de derrotar a Cenarius, Grom envía a un grupo a explorar la parte más profunda del bosque. Estos descubren una fuente que irradia un gran poder, resguardada por Sátiros, los cuales son rápidamente despachados por los orcos. Sin embargo, uno de los curanderos troll advierte a Grom que el poder que emana de la fuente es maligno, pero éste no le da importancia: está decidido a acabar con Cenarius bajo cualquier precio. Uno de sus soldados le dice que eso estaría en contra de todo lo que Thrall les ha enseñado, pero Grom bebe de las oscuras aguas, e inmediatamente, él y sus orcos se transforman en Orcos del Caos.

Movidos por la magia demoníaca, las fuerzas de los Warsong atacan el territorio de Cenarius. Con sus nuevos poderes infernales, los Warsong rápidamente derrotan a los Elfos Nocturnos y asesinan a Cenarius, cuya armadura divina es vulnerable a la magia de los demonios. Mientras agoniza, Cenarius dice a Grom que los demonios han hecho muy bien su trabajo al corromper a los orcos. Cuando Grom proclama que los orcos son libres del poder de la Legión, Cenarius le refuta diciendo que “no son mejores que la maligna bilis que corre por sus venas”. En este momento, Mannoroth aparece y le dice a Grom que los orcos son nuevamente propiedad de la Legión. Grom protesta diciendo que los orcos son libres, pero Mannoroth, burlándose, le dice que es su sangre la que le da poder a sus fuerzas y que a partir de ahora le servirá solo a él.

En ese mismo momento, en la base del monte Stonetalon, los scouts de Thrall informan al Señor de la Guerra que las fuerzas humanas se han posicionado cerca de la entrada al Oráculo. La Horda se ve obligada a atacar la base humana. En ese instante, los Tauren, con Cairne a la cabeza, llegan para asistir a sus aliados orcos. Dado que la base humana se encuentra en una alta planicie sobre las rocas, Cairne sugiere pedir ayuda a los Wyverns, una raza de criaturas voladoras, para atacar la base.

in embargo, los Wyverns han sido capturados por un grupo de Harpías, y la Horda tiene que rescatarlos primero. Una vez de su lado, los Wyverns realizan un ataque aéreo sobre la base humana y la toman. La joven hechicera humana y sus seguidores huyen a lo profundo de la caverna, y la Horda se prepara para perseguirlos.

Veinte minutos después, dentro de la cueva, Thrall y Cairne deciden separarse para explorar el laberinto. Thrall, liderando un grupo de orcos y trolls, tiene que enfrentarse a una serie de criaturas de ultratumba y monstruos ancestrales que se encuentran prisioneros en el laberinto, hasta que finalmente llega a un cruce que se encuentra resguardado por una estatua. Asombrosamente, la estatua comienza a hablar. Dice llamarse Aszune, una antigua princesa Elfa Nocturna que una maldición convirtió en piedra. Su estatua ahora resguarda el camino al Oráculo, y nadie podrá pasar hasta que su corazón le sea devuelto. Explorando las cavernas, los orcos hallan a un dragón rojo peleando con unas harpías. Thrall ordena unirse a la batalla y ambas fuerzas son derrotadas. Al morir el dragón, deja caer un extraño medallón con una gema que trae la efigie de Aszune. Thrall regresa su corazón a la estatua, que les cede el paso. Sin embargo, se encuentra con un río de lava que no pueden cruzar. En ese momento, Cairne y sus Tauren aparecen. Durante su búsqueda, encuentran otra gema, que al parecer encaja perfectamente en una abertura cerca de la estatua de Aszune. Al colocarla, un puente de energía se forma sobre el río de lava, permitiendo a los miembros de la Horda pasar hacia el otro lado.

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Thrall y Cairne llegan al salón del Oráculo, y se topan con los humanos y su joven hechicera, que no es otra que Jaina Proudmoore. Cuando ambas facciones se preparan para pelear, una poderosa voz les ordena respetar la solemnidad del lugar. Asombrado, Thrall reconoce al Profeta. Éste le presenta a Jaina Proudmoore, líder de los sobrevivientes de la Alianza de Lordaeron. Es cuando Thrall se entera de que la Legión Ardiente está arrasando Azeroth y que Lordaeron realmente ha caído. Los demonios se dirigen ahora hacia Kalimdor, y la Horda y la Alianza deben unirse para combatirlos, o todo estará perdido. Aunque ambos se resisten al principio, Thrall y Jaina entienden su deber, y acceden a unir sus fuerzas. Lamentablemente, el Profeta también advierte a Thrall que Grom ha caído bajo la maldición de la Legión, y que el destino de la Horda solamente podrá estar seguro si el Warsong es rescatado de la influencia demoníaca. Tres días después, cerca de la entrada a los Barrenos, Thrall, Jaina y Cairne discuten cómo liberar a Hellscream y los Warsong del control de la Legión. Jaina le entrega a Thrall una esfera mágica, en la que éste deberá capturar a Grom. Una vez capturado, deben regresar a la base de Jaina, donde los sacerdotes Altos Elfos y los chamanes orcos lo liberarán de la corrupción. Thrall agradece a Jaina su asistencia y ella parte hacia su base. Una vez que los héroes regresan a su propio campamento, Cairne nota que Thrall está turbado. El Señor de la Guerra está frustrado por tener que combatir a sus propios hermanos para salvarlos de la extinción a manos de la Legión.

Conforme la Horda y la Alianza van haciendo su camino hacia el campamento Warsong, el cielo se enrojece y enormes meteoros empiezan a caer: Los Infernales de la Legión han llegado. La Legión se ha enterado de los planes de Thrall y Jaina, y deben ser detenidos o todo se perderá. Muchos valientes guerreros caen ante las demoníacas fuerzas combinadas de los orcos Warsong y sus guardianes de la Legión, pero finalmente el camino a Grom logra abrirse. Thrall confronta a Hellscream directamente, tratando de persuadir a Grom de acompañarlo sin resistencia. Hellscream se niega, clamando que el destino de los orcos es servir a Mannoroth y la Legión. Thrall no conoce a Mannoroth y cree que Grom está alucinando, pero Hellscream le replica que Thrall solamente conoce la mitad de la historia. Cruelmente, le revela que los Jefes de los Clanes, para sellar su pacto con los demonios, bebieron por propia voluntad la sangre de Mannoroth, y que él, Grom Hellscream, fue el primero de todos. Thrall pierde el control ante la aplastante verdad y lucha con el Jefe Warsong hasta que logra encerrarlo en la esfera mágica, regresando rápidamente a la base de Jaina.

Después de muchos conjuros y oraciones por parte de los sacerdotes y los chamanes, el jefe Warsong es purificado y, avergonzado, solicita a Thrall su perdón por sus acciones, pero Thrall le dice que lo necesita para liberar a los orcos de la maldición de los demonios para siempre. Grom le dice que en el cañón cercano podrán enfrentarse cara a cara con Mannoroth en persona.

Ambos jefes ingresan precavidamente dentro del cañón. La risa burlona de Mannoroth hace eco entre los muros. El sabía que vendrían a buscarlo, pero ellos deben saber que la Horda nunca podrá librarse de la influencia de la Legión. El gigantesco Señor del Foso aparece detrás de los héroes orcos y comienza a ofenderlos. Thrall intenta herirlo con el Doomhammer, pero Mannoroth logra defenderse usando una de sus alas, y cargando contra los orcos, logra lanzar a Thrall hacia una de las paredes y dejarlo inconsciente.

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Mientras Grom trata de recuperarse del ataque, Mannoroth lo incita, diciéndole que, en lo profundo de su ser, Grom sabe que ambos, él y Mannoroth, son lo mismo. Con sus ojos enrojecidos por la furia, Grom lanza su grito de guerra y arremete contra Mannoroth. El Señor del Foso logra rechazar a Grom con su espada, pero el hacha del Warsong se ha clavado profundamente en el pecho del demonio. Mortalmente herido, Mannoroth colapsa, y estalla en una furiosa ola de fuego.

Con serias quemaduras, Grom cae y espera la muerte. Thrall, herido, se acerca a su amigo moribundo y escucha sus últimas palabras. Lentamente, sus ojos enrojecidos por la furia vuelven a tener su color normal, y Grom siente cómo la influencia demoníaca va extinguiéndose en su ser: se ha liberado a sí mismo. Por primera y última vez en su vida, Grom, el líder de los Warsong, el imbatible, el más violento de los guerreros de todas las guerras orcas, siente la tranquilidad de la paz, mientras se reúne con los espíritus de sus ancestros. Pero la muerte de Grom no sólo lo ha liberado a él: ha liberado a todos los orcos de la maldición de la sed de sangre.

El Fin de la Eternidad

Con el heroico sacrificio de Grom Hellscream, el Señor del Foso Mannoroth fue derrotado, y la maldición demoníaca que había esclavizado a los orcos llegó a su fin. Entonces, las fuerzas combinadas de orcos y humanos se adentran en el bosque de Ashenvale para construir una fortaleza donde ambas fuerzas puedan enfrentarse a la Legión, sin saber a ciencia cierta contra qué van a enfrentarse.

Sin saberlo, entre las sombras otro enemigo los acecha. Tyrande Whisperwind, la Sacerdotisa de la Luna, líder de las Centinelas Elfas Nocturnas durante más de diez mil años, cree que la presencia de los extranjeros solamente traerá dolor a su encantada patria. La arquera Shandris Feathermoon interrumpe a Tyrande mientras esta se encuentra en comunión con el bosque. La Sacerdotisa siente que algo oscuro se acerca, pero no se encuentra segura de su identidad. Shandris sugiere que pueden ser los pieles verdes que asesinaron a Cenarius, pero Tyrande cree que hay algo peor, por lo que convoca un búho invisible para explorar el área. El ave mágica vuela sobre el bosque y descubre la base de la Alianza y la Horda, donde los nuevos aliados planean talar los

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árboles para construir su fortaleza. Este hecho irrita a Tyrande, por lo que ordena a las Centinelas repeler cualquier intento de los extranjeros de penetrar en Ashenvale.

Conforme las tropas de Tyrande exploran el área, encuentran una tribu de furbolgs. El anciano chamán de la tribu se prepara para movilizar a su pueblo, debido a que siente que una malvada presencia se avecina sobre el bosque. Sin embargo, muchos de los miembros de su tribu se han extraviado en su viaje a la aldea, y el chamán solicita a la Sacerdotisa ayudarle a buscar a los fulborgs perdidos, a lo que Tyrande accede.

Durante su trayecto al asentamiento enemigo, Tyrande va liberando furbolgs cautivos, por lo que el chamán decide ayudarla en su combate enviándole a sus mejores guerreros. Con la aldea furbolg evacuada, Tyrande prepara su ataque contra los extranjeros, los cuales están comandados por el Duque Corazón de León, un paladín de Lordaeron que siguió a Jaina hacia Kalimdor. Mientras hay una encarnizada batalla entre las Centinelas y los extranjeros, repentinamente la base es atacada por una inmensa ola de muertos vivientes y demonios. Superados en número, Tyrande ordena a sus fuerzas replegarse en la profundidad del bosque.

Tres horas más tarde, en algún lugar en las faldas del Monte Hyjal, Tyrande y sus arqueras sobrevivientes escapan de las fuerzas de la Legión y el Azote, pero finalmente son acorraladas por la Guardia del Apocalipsis, y las arqueras son asesinadas.

Archimonde y Tichondrius se materializan y confrontan a Tyrande, y ella se asombra de observar nuevamente a Archimonde después de diez mil años. El demonio proclama que la Legión ha vuelto para consumir Azeroth, y que esta vez, los Kaldorei no podrán detenerla. En el momento en que la Guardia del Apocalipsis se dispone a matar a Tyrande, ésta se fusiona con la sombra y desaparece de la vista. Archimonde, urioso, ordena a la Guardia encontrar a la Sacerdotisa antes de que escape de la zona. Tyrande, que reaparece una vez que se han marchado, comprende que éste es el día largamente temido por las Centinelas, en que la Legión reaparecería sobre el mundo. Rápidamente, se adentra en el bosque para advertir a sus hermanas.

Aprovechando la noche, Tyrande se escabulle por el bosque, eludiendo las patrullas de la Guardia del Apocalipsis y los puestos de observación de los muertos vivientes, hasta que finalmente, luego de cruzar el río, logra llegar a una base de las Centinelas, las Shadowleaves, la cual está seriamente dañada. Shandris, quien se encuentra a cargo de la base, le informa del sorpresivo ataque del Azote, pero Tyrande le advierte que el verdadero enemigo es la Legión Ardiente. Como última salida, Tyrande decide despertar a los druidas, quienes duermen el Sueño Esmeralda desde hace diez mil años.

Al día siguiente, en las afueras de los sagrados Claros de la Luna, las Centinelas se preparan para recuperar el Cuerno de Cenarius, un poderoso artefacto que es el único que puede despertar a los druidas de su profundo sueño. Sin embargo, los orcos, inadvertidamente, han construido una base cerca de donde descansa el Cuerno, por lo que las Elfas se ven obligadas a luchar con ellos para llegar al Cuerno. Para complicar las cosas, los muertos vivientes han empezado a deforestar el bosque para llegar al Túmulo donde descansa el druida más poderoso, que no es otro que Shan’do Malfurion Stormrage. Si el Azote llega antes de que él despierte, todo se habrá perdido.

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El camino es largo y peligroso, pero finalmente, las Centinelas de Tyrande logran derrotar a los ancestrales Guardianes del Bosque, hijos de Cenarius que protegen el Cuerno, y recobrar a tiempo el precioso artefacto. Tyrande sopla el Cuerno, y Malfurion se levanta de su sueño. Inmediatamente, siente la cercana presencia de los muertos vivientes, e invoca un ejército de treants para derrotar a los invasores.

Dos días más tarde, en la profundidad del Valle de la Primavera y el Invierno, Malfurion agradece a Tyrande el haberlo despertado, pues él, en la profundidad del Sueño Esmeralda, podía sentir la corrupción de Kalimdor. Tyrande, sin embargo, se encuentra resentida con él por haberla dejado sola por diez mil años. Malfurion sospecha que Archimonde tratará de llegar a la cima del Monte Hyjal e intentará absorber los poderes mágicos del Árbol del Mundo. Si esto sucede, la fuente de la vida en Azeroth será destruida y el mundo estará condenado. Mientras discuten esto, una cercana batalla entre humanos y muertos vivientes capta su atención. Malfurion piensa que talvez los extranjeros podrían ser útiles aliados contra la Legión, pero Tyrande no confía en ellos. Los Elfos Nocturnos deciden establecer una nueva base y despertar a los Druidas de la Zarpa, los cuales duermen cerca del Valle.

Durante el camino, ejércitos de la Alianza y la Horda luchan contra los muertos vivientes, obligando a los elfos a movilizarse con cautela. Entonces, se encuentran con los furbolgs que Tyrande anteriormente había ayudado. Lamentablemente, estos no lograron escapar, pues al acercarse a una fuente a beber agua, ésta había sido corrompida, y los furbolgs se habían vuelto locos y violentos. Profundamente dolida, Tyrande se ve obligada a acabar con ellos. Para horror de los elfos, una parte del bosque lentamente ha caído bajo el influjo maligno de un oscuro espíritu, el cual deberá ser destruido para poder restaurar a los ancestrales espíritus del bosque. Finalmente, luego de destruir a un grupo de Ancestros corrompidos por los Sátiros de Ticondrius, Malfurion y Tyrande llegan al Valle, y usando el Cuerno de Cenarius, Stormrage despierta a los Druidas de la Zarpa.

A la mañana siguiente, en las cavernas de los Túmulos Profundos de Monte Hyjal, Malfurion y Tyrande buscan a los Druidas de la Garra. Malfurion previene a sus tropas, pues los Túmulos Profundos han estado sellados por casi tres mil años, por lo que no se sabe que oscuras criaturas habrán hecho su hogar en los perdidos túneles. Adicionalmente, Malfurion no sabe como los Druidas de la Garra responderán al ver a los otros Elfos Nocturnos por primera vez desde que entraron en el Sueño Esmeralda. Tyrande lo apresura, pues mientras más tiempo pase, más corromperá el poder de la Legión los bosques de la superficie.

Luego de luchar dentro del laberinto con una horda de arañas gigantescas, Tyrande y Malfurion se topan con una tribu de furbolgs. En ese momento, Tyrande observa que aquel chamán que había ayudado, había logrado escapar de la corrupción de sus hermanos, y que una pequeña parte de la tribu sobreviviente se había escondido en las cavernas. Sin embargo, el chamán había sido mordido por una araña venenosa. Para salvarlo, Tyrande busca una fuente mágica de la vida, cuyas aguas restauran la salud del chamán. Una vez más, en retribución, el chamán le otorga un poderoso Talismán de lo Salvaje, para que los Elfos invoquen la ayuda de los furbolgs siempre que la necesiten.

Continuando su viaje, en la parte más profunda de la caverna, encuentran una enorme puerta cerrada. Tyrande no recuerda qué se oculta tras la puerta, pero Malfurion le dice

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lo que ésta representa: la prisión de Illidan Stormrage, su hermano gemelo. Tyrande cree que Illidan sería un perfecto aliado contra los demonios y los muertos vivientes, pero Malfurion no concuerda, pues Illidan es demasiado peligroso como para traerlo de nuevo a la superficie del mundo. Tyrande, furiosa, declara que solamente Elune puede prohibirle cualquier cosa, y penetra a la prisión junto a sus Centinelas para liberar al Cazador de Demonios. Malfurion, resignado, continúa junto a sus druidas la búsqueda de sus hermanos.

Malfurion, finalmente, alcanza el corazón de los Túmulos, pero para penetrar debe luchar contra un grupo de Guardianes Wildkin, los cuales defienden a los “dioses oso”. Stormrage se preocupa por esto, dado que los druidas normalmente se presentan con su forma de elfo, y no como “dioses oso”. Más adelante, las fuerzas de Malfurion se enfrentan a un pequeño grupo de dragones negros que se ha refugiado en la oscuridad de las cavernas. Recordando la traición del Dragón Negro Neltharion en la Guerra de los Ancestros, Malfurion los destruye. Sin embargo, el siguiente descubrimiento del Shan’do es aún más terrorífico.

Los Druidas de la Garra habían estado en su forma de oso por tanto tiempo, que habían sucumbido a sus instintos animales y se habían vuelto feroces y poco inteligentes. El Cuerno de Cenarius los había despertado ya, pero Malfurion necesitaba encontrar un lugar para hacer sonar de nuevo el Cuerno y hacerlos entrar en razón. Los Druidas del Talón invocaron sus poderes de ciclón, con el objeto de neutralizar a los Druidas de la Garra sin hacerles daño. Pronto los druidas recapacitan y vuelven a su forma de elfo, disculpándose con Shan’do Stormrage. Rápidamente, todo el grupo vuelve a la superficie.

Mientras tanto, Tyrande y las Centinelas se adentraban en la prisión de Illidan, luchando contra las Guardianas, una élite especial de Elfas Nocturnas que hacen de carceleras. La prisión se encuentra fuertemente resguardada, pero la fría determinación de Tyrande de derrotar a la Legión la ayuda, y las Guardianas no son rival para las Centinelas. Pronto, Tyrande llega frente a la formidable celda de Illidan. Allí, debe enfrentarse a Califax, el poderoso Guardián del Bosque, hijo de Cenarius. Califax le advierte que no debe permitir la salida del traidor, sin embargo, Tyrande está decidida, y luego de una gran batalla con el Guardián, la Sacerdotisa logra vencerlo. Después de diez mil años prisionero bajo el subsuelo, la voz de Tyrande parece la de un ángel para Illidan. Él le pregunta porqué ha venido, y ella le responde que los demonios han regresado y que los Elfos Nocturnos, una vez más, necesitan a su gran campeón. Illidan acepta ayudar, pero lo hará para redimirse así mismo y no por los Kaldorei.

Una vez fuera de las cavernas, el grupo de Tyrande se encuentra con Malfurion y los druidas. El reencuentro de los dos hermanos no es nada alentador: Malfurion le recuerda a Illidan su traición, y éste le reprocha el haberlo aprisionado, a lo que Malfurion responde que fue consecuencia de sus propios crímenes. Illidan le recuerda que ambos lucharon juntos contra los demonios, pero solamente él fue encerrado. Tyrande interrumpe la discusión y arenga a los hermanos a reconciliarse para poder derrotar a la Legión, pero Malfurion no quiere tomar parte y se marcha con los druidas.

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Al anochecer siguiente, en lo más profundo de los corrompidos bosques de Felwood, Illidan saborea su libertad. El Cazador de Demonios quiere probarle a su hermano que no es un villano, que los demonios ya no tienen control sobre él. En ese momento, sobre una cercana colina, aparece una tétrica figura: es Arthas, el Caballero de la Muerte. Ambos empiezan a luchar, pero conforme avanza la pelea, se dan cuenta que sus fuerzas están muy equiparadas

y podrían seguir luchando por siempre, por lo que Illidan le pregunta a Arthas qué es lo que realmente busca, y el Caballero de la Muerte le explica que un Señor del Terror, llamado Tichondrius, tiene bajo su control un poderoso artefacto, que es el que corrompe el bosque. Este artefacto es nada menos que la Calavera de Gul’dan, el brujo orco, que Tichondrius ha rescatado del colapso de Draenor luego de que Ner´zhul abrió los portales. Arthas desea que Illidan robe este artefacto, pues la derrota de la Legión sería muy útil para “su Maestro”. Illidan le pregunta por qué ha de creerle, y Arthas le responde que su maestro sabe que la verdadera obsesión de Illidan es el poder. La Calavera de Gul’dan le dará al Cazador de Demonios verdadero poder, y todos sus enemigos serán derrotados. Una vez cumplida su misión, Arthas se aleja. Sucumbiendo a su antigua adicción a la magia y al poder de la que siempre fue esclavo, Illidan guía a sus fuerzas para atacar a los guardianes de la Calavera.

A pesar de poseer dos bases de Sátiros y Ancestros corruptos que protegen una puerta demoníaca, y estar reforzados por cientos de guerreros esqueletos, las fuerzas de la Legión no pueden detener el avance del Cazador de Demonios, quien barre con ellos como antaño lo hiciera, utilizando para ello las poderosas Espadas Curvas de Azzinoth. Derrotados los guardianes, Illidan se dispone a destruir la Calavera de Gul’dan. Sin embargo, su adicción le ataca una vez más. En lugar de destruir para siempre la Calavera, reclama su poder para sí. Al consumir sus oscuros poderes, Illidan sufre una monstruosa metamorfosis y se transforma en un híbrido de Elfo Nocturno y Demonio, con el suficiente poder para derrotar al mismo Tichondrius. Una nueva y terrible batalla a lo largo del bosque de Felwood se desarrolla entre Illidan y las fuerzas de Tichondrius.

Finalmente, luego de un enorme combate, Illidan encuentra al Nathrezim rodeado por su guardia personal. Tichondrius no reconoce a Illidan, y el Cazador de Demonios reta a Tichondrius a una batalla. Aunque el Señor del Terror tiene inmensos poderes, la combinación de los poderes demoníacos de Gul’dan y la magia elfa de Illidan ahora lo hacen un retador impresionante, y Tichondrius el Oscuro es finalmente derrotado.

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Mientras Illidan se encuentra exultante por su victoria sobre el Señor del Terror y sus nuevos poderes, Tyrande y Malfurion llegan. El Shan’do pregunta al demonio qué ha hecho con su hermano y no le reconoce hasta que Illidan explica sus acciones. Entonces, ambos elfos se enfurecen al ver que Illidan sacrificó su alma para vencer a Ticondrius, y el Archidruida inmediatamente expulsa a Illidan de Kalimdor para siempre. Illidan se da media vuelta, y se adentra en el bosque, derribando los árboles a su paso.

La Batalla del Monte Hyjal

“…y ahora, es mi turno de menguar y tomar mi lugar entre las leyendas del pasado.”

Dos días después, en un tranquilo claro del Monte Hyjal, Tyrande y Malfurion discuten acerca de un sueño que el Shan’do tuvo la noche anterior. Malfurion soñó que un cuervo lo llamaba hacia ese claro. Tyrande se encuentra impaciente pues las preparaciones para el combate contra la Legión no pueden esperar. En ese momento, Thrall y Jaina Proudmoore llegan al claro, refiriendo que ellos fueron llamados a ese lugar también. Tyrande les deja claro que los orcos y los humanos no son bienvenidos en Ashenvale.

Justo en ese instante, un gran cuervo aparece entre los líderes y se metamorfosea en el Profeta. Una vez más, habla a los héroes sobre la unión de todos los ejércitos como única opción para salvar al mundo de los demonios. Cuando Malfurion pregunta al Profeta acerca de su identidad, el misterioso viajero finalmente revela sus secretos.

Él es la razón del regreso de la Legión. Hace treinta y cuatro años, él abrió el Portal Oscuro y trajo a los orcos al mundo de Azeroth. En el proceso, inadvertidamente dejó pasar a los agentes de la Legión Ardiente a la realidad mortal. Por sus crímenes, fue asesinado por sus amigos. Luego de su muerte, la guerra devastó los reinos del este por muchos años, dejando muchas regiones desoladas Ahora, finalmente, ha regresado para redimirse de sus pecados y hacer lo que tenía que hacer desde el principio. El es Medivh, el Último Guardián de la Orden de Tirisfal, y ha venido para unir a las razas mortales contra los enemigos de todo lo que vive. Los héroes, paralizados por las grandes revelaciones, acuerdan rápidamente unir sus fuerzas contra Archimonde el Profanador y la Legión Ardiente.

A la mañana siguiente, cerca de la cima del Monte Hyjal, los Elfos Nocturnos, la Horda y la Alianza planean su defensa de la montaña. Jaina aparece en la reunión y porta terribles noticias. Archimonde, la Guardia del Apocalipsis, los Infernales, los Señores del Foso, los Señores del Terror, los Sabuesos del Infierno y el Azote se encaminan hacia el Árbol del Mundo, y llegarán a las bases de los aliados en cualquier momento. Malfurion revela que los Elfos Nocturnos derrotaron a la Legión hace diez mil años, y gracias al Árbol del Mundo, son inmortales. Ahora es el momento de devolverle ese poder al Árbol del Mundo para que él les pueda ayudar a repeler a Arquimonde y salvar Azeroth de la aniquilación. El Shan’do inmediatamente parte hacia la cima de Hyjal para planear la acción.

Mientras tanto, los otros acuerdan que los Centinelas de Tyrande proveerán soporte y ayuda a las bases de la Alianza y la Horda y las protegerán del avance de la Legión. Esto le dará a Malfurion tiempo suficiente para preparar las defensas de Nordrassil.

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Antes de que la reunión se deshaga, Tyrande se disculpa con Thrall y Jaina por mal juzgarlos y ella les da la bendición de Elune. Los cuatro líderes saben que muchos de sus valientes caerán ese día, pero si el plan de Shan’do Stormrage funciona, no morirán en vano.

En ese momento, Shandris alerta que Archimonde el Profanador ha dado la orden de ataque, y las fuerzas de élite de los demonios de la Legión junto a los guerreros del Azote asaltan la montaña. Ayudado por tres de sus más grandes lugartenientes, el temible Señor del Foso Azgalor, el Nathrezim Anetheroc y el Lich Jaina y sus humanos, altos elfos y enanos levantan una gran resistencia con sus torres y barricadas. Al final, la base de Jaina es la primera en caer, aunque las fuerzas de Arquimonde sufren grandes dificultades. Sobre las ruinas de las fortificaciones de lady Proudmoore, Arquimonde levanta una nueva base.

La Legión avanza hasta la base de la Horda, y luego de una gran defensa por parte de los orcos, los tauren y los trolls Darkspear, finalmente logran derrotarlos. Archimonde confronta a Thrall, amenazándolo con destruir a su raza por rebeldes, pero el joven orco le responde que ellos, al fin, son libres. Thrall finalmente es rescatado por Jaina. Una vez más, los defensores se ven obligados a retroceder ante el feroz ataque de los invasores. Ahora, únicamente la base de los Elfos Nocturnos de Tyrande resiste el ataque. Aun así, los ejércitos mortales logran infligir un gran daño a las fuerzas de Archimonde, y se ganan un poco de tiempo para que Shan’do Stormrage finalice la trampa. La Alianza, la Horda y los Elfos Nocturnos hacen su defensa final en base de los Kaldorei, y la batalla llega a su punto álgido. Archimonde, minimizando la gran resistencia de los ejércitos mortales, desata toda la furia de la Legión y el Azote. Olas de muertos vivientes y Guardianes del Apocalipsis chocan contra los defensores del campamento de Tyrande y luchan contra los venerables Ancestros y treants. Sabuesos del Infierno atacan a los poderosos magos humanos, chamanes orcos y druidas elfos nocturnos, y Dragones de Hielo y Gárgolas atacan desde los cielos, mientras las Centinelas les lanzan cientos de flechas y los Wyvern, Grifos y Quimeras luchan por sacarlos del espacio aéreo. Iracundos guerreros esqueletos, necrófagos, zombis y abominaciones se enfrentan a las disciplinadas fuerzas de los paladines, los fusileros enanos, los hechiceros altos elfos, los guerreros orcos, los poderosos tauren, los trolls Darkspear y las cazadoras elfas nocturnas de Shandris. Los furbolgs, bajo el mando de su chamán, en retribución a la ayuda que tantas veces recibieron de Tyrande, se han unido a la batalla. Los Trolls Oscuros, cuyas tribus pueblan Ashenvale, han comprendido que la única salvación de su raza es aliarse con Tyrande y los suyos, aunque sea como mercenarios. Heridos, disminuidos, los defensores se retiran hasta el Árbol del Mundo. Shandris Feathermoon ha caído heroicamente defendiendo Nordrassil. Archimonde, sintiendo la victoria al alcance de la mano, arrasa la montaña, derribando al suelo las estructuras de los Elfos Nocturnos. Seguro de su triunfo sobre las razas mortales, el Eredar inicia el ascenso de Nordrassil y se prepara para drenar su poder.

Sin embargo, Malfurion informa a sus aliados que las defensas están completas y que Archimonde camina directamente a la trampa del Shan’do.

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Tomando el Cuerno de Cenarius en sus manos, Malfurion lanza un largo sonido que no se escuchaba desde la Guerra de los Ancestros. Uno por uno, los Espíritus del Bosque dejan los árboles de Ashenvale y comienzan a rodear el Árbol del Mundo y a Archimonde. El demonio se da cuenta de lo que ocurre, pero es tarde. Los poderes combinados de Nordrassil y los Espíritus de Ashenvale son superiores al Señor de los Demonios, y la energía es tan poderosa, que finalmente, Archimonde se consume.

Con su último aliento de agonía, Archimonde explota y envía una onda de fuego de arrasa con el bosque. Cientos de acres son quemados, y Nordrassil sufre severas quemaduras. El Líder de la Legión Ardiente es destruido. Asombrados y confundidos, los demonios huyen hacia los bosques, donde más tarde serán cazados y muertos.

Medivh observa como los ejércitos de las razas mortales celebran su victoria. Miles de vidas se han perdido y el mundo de Azeroth ha sido severamente dañado. Sin embargo, si los humanos, los orcos y los elfos nocturnos pudieron dejar atrás los viejos rencores y unirse, talvez el mundo aún tiene esperanzas.

Su tarea está completa. Medivh se prepara para dejar Azeroth para siempre y tomar su lugar entre las leyendas del pasado.

Tercera Parte: El Trono de Hielo

La Venganza del Traidor-El Despertar de los Naga

“Traidor… en verdad, fui yo quien fue traicionado… ahora, mis ojos pueden ver aquello que se oculta a los ojos de los otros. Hay momentos en que la mano del destino debe ser forzada… Ahora vayan… Suman al mundo en las mareas de la perdición”. Sobre las costas de Kalimdor, una siniestra figura emerge en medio de una naciente tormenta. Enormes alas de murciélago y cuernos de demonio, sin embargo, la oscura figura no es otro que Illidan Stormrage, el traidor Elfo nocturno. Ahora, al absorver los poderes de la Calavera de Gul’dan, ha entrado en conocimiento de profundos secretos que otros, por muchos milenios, han desconocido. Invocando las oscuras fuerzas de la profundidad de los mares, Illidan prepara un ejército para asolar nuevamente a la superficie del mundo.

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En la profundidad de los corrompidos bosques de Ashenvale, la Guardiana Maiev Shadowsong continúa su cacería del traidor Illidan Stormrage. El Cazador de Demonios, para salvar al bosque de la creciente corrupción de la Legión Ardiente, consumió los ocultos poderes de la Calavera de Gul´dan, el malvado brujo orco. Despreciado por los suyos, el ahora mitad elfo mitad demonio se oculta entre las sombras del oscuro bosque, mientras su Guardiana intenta regresarlo nuevamente a la profundidad de la oscura prisión de los Tálamos Oscuros. Sus fuerzas, conocidas como los Vigilantes, al mando de su segunda de confianza, Naisha, exploran las ruinas de un destruido asentamiento de los Elfos Nocturnos en la costa este de Kalimdor. En este momento, unas repulsivas criaturas, con aspecto de serpiente marina y piel escamosa, les atacan. Estas desconocidas, llamados Naga, al parecer han plegado su lealtad a Illidan. Éste, mientras las fuerzas de Maiev combaten con los Naga, escapa a través del mar en un barco. La Guardiana ordena la persecución.

La flota de Maiev persigue a Illidan a través del Gran Mar. Al cabo de unos días, llegan a las tempestuosas aguas del Maelstrom. Maiev y sus Vigilantes desembarcan en un archipiélago desconocido, el cual no figura en ninguno de los mapas. Este archipiélago corresponde a las Islas Abruptas, que Gul´dan, con la ayuda de sus clanes aliados, hizo emerger del fondo del océano durante la Segunda Guerra entre la Horda y la Alianza. Es allí donde se encuentra la legendaria Tumba de Sargeras, donde Aegwynn colocó el cuerpo del Señor de la Oscuridad luego de derrotarlo en Northrend.

Los Elfos Nocturnos erigen una base en la costa de la isla mayor e inicia la exploración del archipiélago. Observando las antiguas ruinas de la isla, Maiev se sorprende, pues empieza a reconocer las estructuras como las que pertenecieron a destruido Imperio de Aszhara. Sorpresivamente, hallan a un viejo brujo orco llamado Drak´tul, quien les narra que él fue uno de los brujos del clan Stormreaver que acompañó a Gul´dan en su aventura en las Islas Abruptas. Muerto Gul´dan por los demonios guardianes de la tumba, los clanes rebeldes fueron arrasados por las encolerizadas fuerzas de Orgrim Doomhammer, siendo Drak’tul el único sobreviviente. Desde esa época, el orco ha vivido como un ermitaño en las olvidadas islas por veinte largos años. Drak’tul vive atormentado por los espíritus de los orcos caídos, por lo que ruega a Maiev le ayude a calmar a los confundidos fantasmas. Luego de luchar contra los esqueletos orcos, Maiev destruye los antiguos ziggurats por donde los espíritus regresan al mundo de los vivos. El viejo Drak’tul, perdonado por la Guardiana, se introduce en su tienda a esperar el final de sus días.

Conforme se acercan a la Tumba, Maiev y las Vigilantes tienen que luchar contra las bases que los Naga han construido alrededor de la entrada. Adentrándose en la tumba, Maiev encuentra unas antiguas runas encantadas, colocadas en las columnas por Gul’dan, donde el brujo narra su desastroso viaje en busca del Ojo de Sargeras, un poderoso artefacto mágico que le daría los poderes de un dios. Emboscado por los demonios que guardan la tumba, Gul’dan muere sin alcanzar su ansiado premio. Maiev penetra profundamente en el laberinto, hallando a las horribles criaturas que mataron a Gul’dan, así como una estatua de Aszhara, la hermosa y caída reina de los elfos. Pero esta estatua es diferente. Se asemeja a un naga…

Finalmente, Maiev se enfrenta a Illidan y a sus monstruosos Naga. Al absorber los poderes de la Calavera, Illidan también adquirió la memoria de Gul’dan, por lo que conocía la localización exacta de la tumba y sus maléficos poderes ocultos. Illidan ha

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hallado el Ojo de Sargeras, y para demostrar sus nuevos poderes, inicia un terremoto para colapsar la tumba sobre Maiev y sus Vigilantes. La Guardiana logra escapar, gracias a sus poderes, pero Naisha y sus compañeras quedan atrapadas dentro de la tumba y son aplastadas por el derrumbe. Jurando vengar a las Vigilantes, Maiev envía un mensajero hacia Kalimdor, para informar a Shan’do Stormrage de los planes de su hermano gemelo.

Mientras tanto, en la base del Árbol del Mundo Nordrassil, Malfurion Stormrage y Tyrande Whisperwind se encuentran organizando las labores para sanar su dañada tierra. A pesar de haber derrotado y expulsado a la Legión Ardiente, su corrupción aún carcome a los bosques de Ashenvale. Mientras discuten las implicaciones de su nuevo hogar, la mensajera de la Guardiana Shadowsong con el terrible reporte. Reuniendo todas las fuerzas que pueden, los dos parten hacia las Islas Abruptas.

En las Islas, Maiev y las pocas fuerzas que sobreviven libran una desesperada resistencia contra los Naga de Illidan. La llegada de Malfurion y Tyrande inicia una fiera batalla contra las fuerzas del traidor, pero finalmente, la base de Illidan es destruida. Sin embargo, el Cazador de Demonios logra escapar nuevamente, dirigiendo a su flota cada vez más al este.

Desembarcando en el arrasado reino de Lordaeron, Malfurion decide penetrar en el bosque y comulgar con los espíritus de la naturaleza, encargando a Maiev y a Tyrande la búsqueda de su hermano. La joven Guardiana tiene resentimiento hacia la Sacerdotisa, pues la culpa, en primera instancia, de haber liberado a Illidan. Mientras exploran el destruido continente, se encuentran con un grupo de Altos Elfos sobrevivientes. Liderados nada menos que por el joven príncipe Kael´thas Sunstrider, el último de la dinastía de Dath´Remar, estos Altos Elfos han jurado venganza por la muerte de sus hermanos y la destrucción de su reino encantado, Quel’thalas, por parte del Azote. Por esta razón, se hacen llamar Elfos Sanguinarios. Sin embargo, para mantener su palabra de honor, Kael ha decidido que sus elfos sigan siendo fieles a la Alianza. Kael era miembro del Concejo de los Altos Elfos, y fue uno de los pocos magos del Concejo que logró escapar de la destrucción de Silvermoon por parte del Azote.

Kael solicita a las elfas nocturnas que les ayuden a trasladar sus fuerzas hacia una zona más segura, la villa Pyrewood, controlada por los humanos, al otro lado del río Arevass. A pesar de las protestas de Maiev, quien insiste en continuar la cacería de Illidan, Tyrande accede a ayudar al príncipe elfo. Escoltando su convoy con suplementos y refuerzos, los Elfos Nocturnos y los Elfos Sanguinarios se adentran en los peligrosos territorios controlados por el Azote. Tyrande previene al príncipe acerca de los peligros de la venganza y la ira, y sus desagradables consecuencias. Al principio, atacados por pequeños comandos de los muertos vivientes, la caravana logra llegar hasta un puente. Al otro lado, las fuerzas de la Alianza han logrado detener el avance del Azote, y es seguro por el momento. Sin embargo, al cruzar el puente, son atacados por una enorme ola de muertos vivientes. Sabiendo que la caravana no resistirá el ataque, la Sacerdotisa de la Luna ordena a los elfos replegarse al otro lado del río, mientras ella retrasa, invocando los poderes de Elune, al masivo ejército. Aunque la Sacerdotisa, asombrosamente, logra detener el avance de los muertos, el inmenso poder desplegado hace colapsar al puente, y Tyrande cae hacia las turbulentas aguas del río. A pesar de las

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protestas de Kael, quien trata de salvar a la Sacerdotisa, Maiev decide que Tyrande está perdida y ordena continuar la búsqueda de Illidan.

Mientras tanto, en las profundidades del bosque de Silverpine, Malfurion inicia su comunicación con los espíritus, quienes le advierten que su hermano planea utilizar los vastos poderes del Ojo de Sargeras para destruir la base de un glaciar en el helado continente de Northrend. Sin conocer bien los motivos de Illidan, pero sabiendo que esto podría provocar la destrucción de todo el planeta, Malfurion parte para encontrarse con sus aliados.

Extrañado de no encontrar a Tyrande, Malfurion pregunta por el paradero de su amada. Maiev, sabe que, si le cuenta la verdad al Shan’do, este partirá de inmediato a buscar a la Sacerdotisa, y la cacería de Illidan sufriría una nueva demora, por lo que le dice que ella personalmente vio cuando Tyrande era asesinada por los muertos vivientes y que la única manera de vengar a la sacerdotisa es hallando al Cazador de Demonios. Aterrorizado y con el corazón roto por la supuesta pérdida de su amada, Malfurion decide acabar con Illidan sin importar cual sea el costo.

Las fuerzas aliadas de Elfos Nocturnos y Elfos Sanguinarios viajan hacia las ruinas de la ciudad de Dalaran, donde los hechiceros naga de Illidan invocan los oscuros poderes del Ojo de Sargeras, mientras constantes terremotos empiezan a resquebrajar la integridad de los continentes. Ambas naciones elfas se unen para resistir y contraatacar a los Naga de Illidan. Durante uno de los ataques a la base naga, los elfos encuentran a Magroth, un Paladín de la Orden de la Mano de Plata, quien había sido capturado por los Naga. Ayudados por los poderes divinos de Magroth, los elfos logran penetrar en la fortaleza de los Naga, y Malfurion en persona confronta a su hermano y destruye el Ojo de Sargeras. Mientras que Illidan lamenta que sus esfuerzos para derrotar a “nuestro enemigo común” hayan fracasado, Malfurion logra capturarlo con las enredaderas de un árbol. La Guardiana Maiev Shadowsong rápidamente lo sentencia a muerte por sus crímenes, incluyendo la muerte de Tyrande, pero en el momento en que se apresta a ejecutarlo, el príncipe Kael le dice al Shan’do que la sacerdotisa aún puede estar viva. Malfurion, decepcionado y enfadado por el engaño de Maiev, la captura también en una enredadera. Illidan, al escuchar el predicamento de su eterna amada, inmediatamente pone a disposición de su hermano a sus naga, para ayudar en el rescate de Tyrande. Superando más de diez mil años de odios y rivalidades, por fin, los dos hermanos Stormrage se unen nuevamente en busca de un mismo objetivo.

En ese momento, Tyrande y un reducido grupo de Centinelas luchan con todas sus fuerzas contra el ataque del Azote. Las fuerzas combinadas de los Elfos Nocturnos, los Elfos Sanguinarios y los Naga, sin embargo, logran arrasar la base de los muertos y replegar a los enemigos, hasta que finalmente, Illidan en persona rescata a la Sacerdotisa, quien se asombra de ver quién es su salvador. Con todos a salvo, finalmente Malfurion e Illidan arreglan sus diferencias y se reconcilian definitivamente, pero Illidan decide dejar Azeroth para evitar la cólera de “su nuevo maestro”. Abriendo un portal interdimensional, el Cazador de Demonios pasa a otra dimensión. Maiev y los Vigilantes, sin embargo, encolerizados por la huída del hechicero, rápidamente lo persigue a través del portal, en un intento de ajusticiar a Stormrage. Shan’do y Tyrande, finalmente, deciden abandonar el ruinoso Lordaeron y volver a sus amadas tierras de Kalimdor.

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Apogeo de los Elfos Sanguinarios

“Los pocos que quedamos de nosotros, nos hacemos llamar Elfos Sanguinarios, en homenaje a nuestros amados caídos”.

Misma raza: los amados Bien Nacidos de la reina Aszhara. Aunque desconfía de los Naga por haber luchado contra ellos, Kael no tiene más remedio que aceptar la ayuda de las serpientes, y cruza el lago.

Una vez en la isla, los Elfos Sanguinarios se ven obligados a enfrentarse a algunas fuerzas del Azote que han acampado al otro lado de la isla. Para colmo, frente al segundo observatorio, los Trolls Amani, los acérrimos y ancestrales archirivales de los Altos Elfos, han construido una aldea. Luego de una tremenda lucha contra ambas fuerzas, Kael finalmente logra su objetivo.

El tercer observatorio, localizado en la costa opuesta del lago, se encuentra defendido por el último y más poderoso jefe Gnoll, quien planta gran resistencia al asalto de los Elfos. Luego de enfrentarse personalmente con Hooger, Kael completa su misión.

Al día siguiente, en la base de la Alianza, Kael y sus elfos se encuentran listos para movilizarse. En ese momento, llega un emisario de Garithos, quien informa que un enorme ejército del Azote se aproxima sobre la base de los Altos Elfos. Sin embargo, Garithos necesita a todas las fuerzas disponibles en el frente, por lo que ordena que todos los humanos se dirijan hacia su base. Esto deja prácticamente indefenso a Kael y sus hermanos. En el momento de atacar los muertos vivientes, nuevamente Vashj y los Naga aparecen y ofrecen su ayuda al joven Príncipe. Una vez que los muertos han sido derrotados, Garithos llega a la base de Kael justo en el momento en que Vashj y sus Naga dejan el combate. Enfurecido, el Gran Mariscal acusa a Kael de traición y envía a encerrar a todos los elfos en las prisiones mágicas de Dalaran.

Kael´thas y sus elfos sanguinarios languidecen su prisión en las mágicas mazmorras de Dalaran, aguardando su inevitable ejecución a mano de Garithos. Lady Vashj y sus naga logran infiltrarse en los acueductos de la ciudad y liberan al príncipe elfo. Kael les dice que su gente está empezando a enloquecer debido a la gran ausencia de magia a la cual se ven expuestos desde la destrucción del Pozo del Sol, entonces Vashj le ofrece una nueva fuente de poder mágico bajo la sombría mano de su maestro, Illidan Stormrage, quien puede saciar las necesidades de magia de los elfos sanguinarios. Kael cae en una encrucijada: morir ejecutado por los humanos o entregarse a la voluntad del semi-demonio. Los elfos sanguinarios deciden dejar atrás Lordaeron y aceptan la oferta de Vashj.

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En la profundidad de los laberintos de Dalaran, Kael y Vashj deben enfrentarse a las fuerzas de Garithos, a la vez que liberan a los elfos sanguinarios prisioneros. Al llegar a la gran biblioteca, Kael percibe la energía de los fantasmas de los archimagos asesinados por Arthas durante el asedio de la Ciudadela Violeta, los cuales continúan luchando después de muertos, reviviendo su última batalla. Después de darles paz a sus espíritus, Kael debe enfrentarse al carcelero de Dalaran, un viejo amigo suyo, quien está dispuesto a no dejarlos escapar, por lo que Kael tiene que matarlo. Finalmente, al salir a la superficie, Vashj informa a Kael que el antiguo portal que el Lich Kel´thuzad utilizó para que Archimonde entrara en Azeroth continúa abierto, y es por allí donde van a escapar.

Mientras los ingenieros elfos levantan una serie de torres alrededor del portal, Kael y Vashj luchan contra las fuerzas humanas de Garithos que intentan evitar el escape. Finalmente todos los elfos sanguinarios han logrado pasar a través del portal, dejando atrás para siempre, la tierra que los cobijó por diez mil años.

El nuevo mundo es una dimensión caótica, rocosa, seca y rojiza, de retorcida vegetación. Esta nueva dimensión se llama Outland, y corresponde al remanente de lo que fue el antiguo Draenor, el hogar original de los orcos, destruido por los múltiples portales de Ner’zhul. Después de muchos días de buscar a Illidan, las fuerzas de Vashj y Kael finalmente dan, asombrados, con un campamento de elfos nocturnos. En él, la Guardiana Maiev Shadowsong finalmente ha logrado capturar al antiguo Cazador de Demonios, y enjaulándolo en una celda especial, se dispone a volver a Ashenvale para ajusticiar al traidor. Una tremenda batalla se da entre ambas fuerzas. Maiev, recordando la imprudencia de Kael cuando la delató ante Malfurion, y viendo que el príncipe elfo se ha aliado con la Naga, pone feroz resistencia al ataque. Luego del fiero combate, Maiev es mortalmente herida por una flecha de Vashj, y derrotada, pierde a su presa. Illidan es finalmente liberado. La Guardiana, aunque aún vive, escapa junto a sus Vigilantes en la incertidumbre del rojo mundo.

Kael e Illidan son presentados. El Cazador de Demonios le revela al joven príncipe que tanto los naga como los altos elfos una vez fueron una sola raza, los ilustres Bien Nacidos, los favoritos de Aszhara, la enloquecida reina de los Elfos Nocturnos. Cuando Illidan fue liberado por Tyrande de la prisión de los Tálamos Profundos, secretamente fue contactado por nada menos que Kil’jaeden el Embaucador, quien le reveló la existencia del Rey Lich Ner’zhul, encerrado en el Trono de Hielo en Northrend. Kil’jaeden sabe que el Rey Lich planea liberarse a toda costa de su prisión, y se ha enterado de la traición de Arthas, quien informó al mismo Illidan de la existencia de la Calavera de Gul’dan, que a la postre le costó la victoria a la Legión Ardiente. Ahora, temiendo que el Rey Lich llegue a ser demasiado poderoso si logra liberarse, Kil’jaeden promete a Illidan poder infinito por destruir el Trono de Hielo. Esa es la razón de que Illidan robara el Ojo de Sargeras en primer término, con el propósito de crear un gran cataclismo que destruyera Northrend y al Rey Lich.

Ahora que ha fracasado gracias a la intervención de Malfurion y Tyrande, Illidan teme que Kil’jaeden derrame su furia sobre él, por lo que ha decidido ocultarse en Outland. Para asegurarse el dominio del destruido mundo, Illidan decide destruir la Ciudadela Negra, una fortaleza que está regida por Magtheridon, un Señor del Foso subordinado a Mannoroth el Destructor, quien ejerce su brutal poder sobre Outland en nombre de la

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Legión Ardiente. Illidan sabe que para vencer a Magtheridon, primero necesita destruir tres portales mágicos remanentes de los construidos por Ner’zhul, de donde el Señor del Foso obtiene refuerzos provenientes del Torbellino de la Nada.

Luego de asediar y destruir el primer portal, las fuerzas de Illidan se encuentran con Orcos del Caos, sobrevivientes del colapso de Draenor que han sido esclavizados por Magtheridon y reclutados en el ejército de la Legión. Estos Orcos del Caos, corrompidos por el maligno poder de la Legión, se encuentran dirigidos por Rend y Main, los hijos de Blackhand el Destructor, Señor de la Guerra durante la Primera Guerra contra los humanos. Convertidos ahora en despiadados orcos del caos, Rend y Main se opondrán a todos los planes de Illidan. Para su fortuna, éste encuentra a Akama, el último chamán de los draenei, quien resiste el asalto de las fuerzas de los orcos en una pequeña ciudad mortuoria, el último vestigio de su agonizante civilización. Illidan ofrece a los draenei ayudarles a derrotar a los orcos si estos les ayudan en la guerra contra Magtheridon.

Destruidos los tres portales, Illidan y los suyos inician el asedio de la formidable fortaleza de la Ciudadela Negra. Gracias a los poderes de camuflaje de los draenei, Akama logra penetrar dentro de la fortaleza, y destruye las torres y sistemas de seguridad, permitiendo el asalto de Illidan, los naga y los elfos sanguinarios. Kael y Vashj se encargan de matar a los lugartenientes de Magtheridon, la diabólica demonesa Sucubus, la Dama de los Tormentos, y el Señor de la Destrucción, un voraz demonio de la Guardia de la Perdición, y tras asesinar a Rend y Main, finalmente Illidan enfrenta a Magtheridon. Este cree que Illidan es un agente de la Legión que viene a probarlo, pero Illidan lo despacha rápidamente y reclama Outland para él.

Aún no ha terminado de saborear su victoria, cuando una enorme nube de energía caótica se forma en el horizonte. Kil’jaeden el Embaucador aparece frente a Illidan y sus seguidores. Le reclama su estupidez al pretender ocultarse de él en Outland, y le ofrece a Illidan una última oportunidad para destruir el Trono de Hielo para escapar de su rabia. Temeroso, Illidan accede. Vashj y los Naga, y Kael y los Elfos Sanguinarios juran lealtad a Illidan y viajan con él a Northrend, mientras que Akama y los draenei asegurarán las fuerzas del Cazador de Demonios en Outland.

Guerra Civil en las Tierras de la Plaga – La Rebelión de los Forsaken

“Desde hoy en adelante, solamente seremos los Forsaken”.

En los arruinados jardines de la Ciudad Capital de Lordaeron, los Señores del Terror Nathrezim, los generales de Arquimonde, discuten acerca de sus futuros planes para la Legión, mientras son secretamente observados por el lich Kel’thuzad y la banshee Sylvanas Windrunner, la antigua Ranger elfa. Los tres Señores del Terror, Balnazzar, Detheroc y Varimathras, no han tenido noticias de Archimonde desde hace meses y comienzan a sentirse ansiosos. Detheroc y Varimathras argumentan abandonar al Azote y volver al Torbellino del Vacío, pero Balnazzar, el mayor y más poderoso de los tres, piensa que Archimonde los contactará, por lo que deben mantener sus posiciones. Cuando la reunión está a punto de terminar, súbitamente las puertas de los jardines son derribadas, y Arthas aparece.

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Agradeciéndoles por cuidar de su reino, el Caballero de la Muerte ordena a los Nathrezim abandonar inmediatamente Lordaeron o sufrir su furia. Balnazzar lo refuta y los tres Señores del Terror desaparecen fuera de su alcance. Kel’thuzad y Sylvanas se acercan y congratulan al príncipe. Arthas se nombra a sí mismo como Rey de Lordaeron, y decide terminar de erradicar a la humanidad de sus tierras. Los tres generales del Azote se separan y se dirigen a destruir a los últimos refugiados humanos de Lordaeron. Mientras luchan por asesinar a todos los humanos sobrevivientes, Arthas sorpresivamente se encuentra con dos paladines de la Orden de la Mano de Plata, quienes se disponen a resistir al Azote y permitir el escape de los humanos. Dagren el Cazador de Orcos y Magroth, quien ayudara a Malfurion y Tyrande en su batalla con Illidan, han organizado un grupo de resistencia entre los remanentes de la Alianza de Lordaeron, y resisten el embate del Azote. Finalmente, Arthas, Kel’thuzad y Sylvanas logran derrotarlos y asesinarlos. Lordaeron ha dejado de ser un reino humano.

Todavía Arthas no acaba de celebrar su naciente victoria, cuando es repentinamente atacado por una convulsión psíquica, proveniente del Rey Lich. Ner’zhul advierte al Caballero que la ciudadela de Icecrown se encuentra bajo inminente ataque, e inmediatamente le ordena volver a Northrend para defender el Trono de Hielo. Para empeorar las cosas, los grandes poderes del Rey Lich cada vez van menguando continuamente. El Caballero de la Muerte suspende la cacería y regresa a la Ciudad Capital junto a Kel’thuzad para hacer los preparativos del viaje a Northrend.

Mientras tanto, en la oscuridad de los remotos bosques de los Claros de Tirisfal, Sylvanas Windrunner se reune en un mitting secreto con los tres señores del terror Nathrezim. Con el debilitamiento del Rey Lich, la banshee ciertamente ha recuperado el control sobre sí misma y sus acciones, y se ha independizado del poder de Ner’zhul. Silvanas desea desesperadamente tomar venganza por su condición de muerto viviente y por la destrucción de su amada Quel’thalas. Los Nathrezim han confirmado la derrota de la Legión Ardiente a manos de los ejércitos mortales, y desean tomar el control del Azote destruyendo a Arthas y a Kel’thuzad. Silvanas acuerda con ellos destruir al Caballero, pero se niega a revelar sus métodos. La reunión se disuelve, y los Señores del Terror se preparan para la rebelión.

De vuelta en el destruido palacio de Terenas, Arthas y Kel’thuzad discuten acerca de las posibles causas de la debilidad del Rey Lich y sus consecuencias para el Azote. En ese momento, Balnazzar, Detheroc y Varimathras aparecen, y toman control mental de los guerreros del Azote. Arthas y Kel’thuzad son separados, y el Caballero de la Muerte se ve obligado a combatir, con fuerza y astucia, a sus anteriores fieles guerreros.

Una vez fuera de la capital, aparecen las banshees de Silvanas, que ayudan a Arthas a escapar y lo conducen a él y sus tropas a un desolado claro en medio del bosque, en las afueas. Allí, las banshees destruyen a las tropas de Arthas, y Silvanas aparece, lanzando una flecha envenenada al Caballero de la Muerte. Prometiendo darle una muerte tortuosa y horrible, Silvanas se dispone a acabar con Arthas, pero en ese momento, aparece Kel’thuzad con fuerzas leales, y las banshee huyen en medio de la oscuridad. Satisfechos de haber ahuyentado a las fuerzas rebeldes, los dos líderes de los muertos vivientes se dirigen hacia los muelles. Arthas deja el Azote en manos de su fiel Kel’thuzad y parte con su flota hacia Northrend.

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La Dama Oscura

Mientras tanto, en las Tierras devastadas por la Plaga, Silvanas y los muertos vivientes que han logrado liberarse del control mental del Rey Lich, discuten acerca de su futuro. Silvanas se encuentra profundamente enfadada con Arthas por haberla condenado a la eterna maldición de la no-muerte. Varimathras aparece y le ofrece unirse al nuevo orden de los Señores del Terror de Lordaeron, pero ella refuta vehementemente y responde que solamente odia a Arthas un poco más de lo que odia a los Nathrezim. Varimathras promete venganza por la insolencia y desaparece.

Ante el inminente ataque del Señor del Terror, Silvanas ordena a sus banshees buscar fuerzas suficientemente fuertes para combatir. Las banshees poseen a varias tribus de Gnolls, ogros y bandidos humanos que se encuentran ocultos entre los bosques. Con la ayuda de estas poderosas fuerzas, Silvanas logra vencer a Varimathras y arrasar su base. Cuando la Ranger oscura se prepara para despachar al Señor del Terror, Varimathras ofrece hacer un trato con ella a cambio de su vida: Varimathras le ayudará a derrotar a sus dos hermanos, Detheroc y Balnazzar. Aunque Silvanas sospecha de las verdaderas razones de la alianza con el Señor del Terror, acepta el trato.

Las fuerzas de Silvanas y Varimathras se preparan para asaltar la base de Detheroc en el este de la Ciudad Capital. Detheroc, para fortalecer sus fuerzas, ha controlado mentalmente a un general de la Alianza, que no es otro que el despreciable Mariscal Garithos, por lo que las inmensas fuerzas del Mariscal están al servicio de Detheroc. Utilizando la habilidad de sus banshees para poseer a los soldados de Garithos, Silvanas y Varimathras penetran en la ciudad y rápidamente empiezan a despachar a las fuerzas de Detheroc. Muerto el Señor del Terror, Garithos ha recobrado la conciencia. Con Balnazzar fuertemente atrincherado en la Ciudad Capital, Silvanas ofrece una alianza a Garithos. Aunque éste desacuerda unirse con los

repulsivos muertos vivientes, Silvanas le ofrece entregarle nuevamente la Ciudad Capital una vez que Balnazzar sea destruido. Ante la inminente oportunidad de alcanzar gloria y fama, el Mariscal acepta, pero secretamente, Silvanas confiesa a Varimathras el engaño.

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El asedio de ambos ejércitos sobre Lordaeron es impresionante, dada la gran resistencia de Balnazzar, y muchos soldados caen en la batalla, pero finalmente, el último Señor del Terror es acorralado. Como examen final para su lealtad, la Dama Oscura ordena a Varimathras asesinar a Balnazzar, pero es prohibido para un Nathrezim matar a otro Nathrezim. Ante la insistencia de la Ranger oscura, Varimathras ejecuta a Balnazzar. Garithos reclama la Ciudad Capital para los humanos, pero Silvanas muestra sus verdaderas intenciones y ordena a Varimathras matar a Garithos, lo que este hace con placer. Finalmente, Silvanas proclama que Lordaeron es suyo, y que ahora en adelante, ella y sus muertos vivientes solamente serán conocidos como los Forsaken.

Una Sinfonía de Hielo y Fuego – La Ascensión – El Rey Lich Triunfante

Mientras Silvanas se hacía con el poder en Lordaeron, la flota de Arthas desembarcaba en Northrend. En el momento en que sus tropas se encuentran desembarcando en la Bahía Daggercap, son repentinamente atacados por jinetes halcones de los Elfos Sanguinarios. Sorprendido de ver elfos en esas desoladas tierras, Arthas ordena sus muertes. Durante la batalla, la tierra empieza a temblar, y de las profundidades de un profundo abismo, una gigantesca criatura semejante a un escarabajo emerge a la superficie y acaba con los elfos. El guerrero se identifica como Anub’Arak, el último rey de los nerubians, ahora transformado en un Señor de la Cripta por los grandes poderes nigromantes de Neru’zhul. Será su guardaespaldas durante la travesía hasta Icecrown. En ese momento, aparece una figura en medio del campamento: es Kael’thas, el príncipe de los Elfos Sanguinarios. En efecto, Kael informa a Arthas de la cercana destrucción del Rey Lich al mando de las fuerzas combinadas de elfos y naga al mando de Illidan, y Arthas no podrá hacer nada. Es la venganza de los Altos Elfos por la destrucción de Quel’thalas y otros insultos.

Kael desaparece, y las fuerzas del Azote penetran en Northrend. Anub’Arak propone cortar camino penetrando en el oscuro reino subterráneo de Azjol-Nerub, y Arthas acepta, pero para llegar a la entrada de las catacumbas, deben vencer a una enorme fuerza de guerreros naga que guarda la entrada. Ante la constante debilidad del Caballero de la Muerte, Anub’Arak y Arthas deciden atacar a un dragón azul que vive cerca de la zona, que no es otro que el poderoso Sapphiron, el sirviente de Malygos, que durante milenios ha defendido el ancestral cementerio de los dragones, el Dragonbligth. Tras una gran batalla con Sapphiron, finalmente el dragón cae, y Arthas, utilizando los poderes nigromantes de Frostmourne, lo anima como un Wyrm de hielo. Con la ayuda de Sapphiron, Arthas y Anub’Arak se abren paso entre las fuerzas de los naga, y finalmente penetran en el cañón que lleva a las catacumbas de Azjol-Nerub.

En la entrada hallan otra sorpresa. Una banda de enanos les cierra el paso. Son los enanos de Muradin Bronzebearb, a quien Arthas traicionara cuando ambos fueron en la búsqueda de Frostmourne. Los enanos han permanecido en Northrend desde entonces, al mando de Baelgun, primer lugarteniente de Muradin, con el objetivo de vengar a su camarada. Sin embargo, durante su estadía en Northrend, los enanos han despertado un profundo y terrible mal que duerme bajo la tierra. Arthas y Anub’Arak, con la ayuda de Sapphiron, derrotan a los enanos y penetran en las catacumbas.

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Una vez dentro de la gruta, Baelgun ordena dinamitar un valioso puente hacia el interior del Viejo Reino nerubian. Arthas y Anub’Arak deben dar un gran rodeo por el llamado Reino Inferior, enfrentándose a los enanos de Baelgun a cada paso y a las ocultas trampas colocadas antaño por los nerubians durante la Guerra de la Araña. Derrotado Baelgun por el poder de los héroes muertos vivientes, inician el ascenso hacia el Reino Superior, donde las fuerzas rebeldes de los nerubians sobrevivientes se oponen al paso de su antiguo señor. Durante el ascenso, se encuentran con el peligro que tanto temían los enanos: los Sin Rostro (Faceless One). Estas monstruosas criaturas con enormes tentáculos, levantadas en lo profundo de la oscuridad de Azjol-Nerub, se constituyen un gran adversario para Arthas y Anub’Arak.

Luego de muchas vicisitudes, se enfrentan con el líder de los Sin Rostro, el Olvidado (Forgottem One), una enorme criatura con miles de tentáculos, gigantesca como una montaña. Arthas y Anub’Arak luchan con todas sus fuerzas, hasta que logran derrotarlo. Una vez en el Reino Superior, un tremendo terremoto produce un derrumbe y ambos héroes son separados. Arthas, solo, trata de escapar hacia la superficie, perseguido por los malvados Sin Rostro, que añoran venganza, y cruzando un enorme laberinto de túneles. Finalmente, se encuentra con Anub’Arak y salen a la superficie, justo en la base de Icecrown.

Horas después, el Azote ha colocado sus bases cerca del Trono de Hielo. El Rey Lich se comunica mentalmente con Arthas de nuevo, y le explica que Frostmourne una vez fue parte del Trono de Hielo, pero que él ordenó retirar la espada con el objetivo de que Arthas la encontrara y eventualmente le condujera a Icecrown. El hueco dejado por Frostmourne ha drenado su poder desde ese momento.

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Cuatro inmensos obeliscos rodean Icecrown, y los cuatro deben estar activados para abrir la cámara que conduce al Trono de Hielo. Del otro lado del glaciar, Illidan y sus fuerzas, los Naga y Elfos Sanguinarios, se preparan para el ataque final. Illidan promete que este será el día en que el temible Azote llega a su fin, mientras Arthas decide que Illidan ya se ha entrometido suficiente en sus planes. Una tremenda batalla entre las fuerzas de Illidan y el Azote se entabla alrededor de Icecrown. Continuamente, el control de los obeliscos cambia de manos, pero finalmente, el Rey Lich concentra todos sus poderes en su campeón, y el Azote resulta vencedor.

En un último y desesperado intento por evitar que Arthas ingrese a la cámara del Trono de Hielo, Illidan se enfrenta cara a cara con el Caballero. Los dos guerreros más poderes de la historia de Azeroth, frente a frente, luego de muchas eras. Las Espadas Curvas de Azzinoth y la poderosa Frostmourne relumbran con cada golpe, pero Arthas, utilizando todas sus fuerzas, logra herir mortalmente en el estómago a Illidan, que cae sobre la nieve y rápidamente se desangra.

Con su enemigo vencido, Arthas procede a ingresar a la cámara. Conforma asciende la congelada escalinata hacia el Trono de Hielo, la cámara se va destruyendo y cae a su alrededor. Las voces de sus antiguos amigos y amados, el Rey Terenas, Uther Lightbringer, Muradin Bronzebearb y el archimago Antonidas, que él ha destruido en nombre del Rey Lich, acosan su cabeza. Una vez en la cima, la temible armadura de Ner’zhul, donde su espíritu maligno se halla encerrado, lo conmina a romper el bloque de hielo y completar el círculo. Con un último grito de desesperación, Arthas incrusta a Frostmourne en el bloque de hielo, que se rompe en mil pedazos y libera la armadura. Tomando el yelmo de Ner’zhul, que ha caído a sus pies, Arthas se lo coloca, cual corona, sobre su cabeza. En la profundidad de la gruta, la tenebrosa voz del Rey Lich resuena como una profecía y una maldición: “Ahora, somos uno.”

Los destinos de Arthas y del Rey Lich se han fundido. Sentado sobre el Trono de Hielo, triunfante, el Señor del Azote, el ser más poderoso jamás visto sobre Azeroth, maquina su siguiente golpe sobre el mundo…

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Viejos Odios – La Colonización de Kalimdor

“No, ustedes nunca cambiarán. ¡Y yo nunca dejaré de combatirlos!”

Ignorantes de los terribles eventos que han acontecido en Lordaeron y Northrendo, los ejércitos mortales que lucharon contra la Legión Ardiente en la Batalla del Monte Hyjal, se han asentado en las inhóspitas y maravillosas tierras de Kalimdor. Thrall, el noble jefe de la nueva Horda, ha guiado a los orcos hacia la costa donde primeramente desembarcaron, al Este de los Barrens. Asegurándole una nueva nación donde los orcos puedan vivir en paz e iniciar el proceso de reconciliación con los espíritus de la Naturaleza, Thrall ha nombrado a esta tierra Durotar, en honor a su heróico padre. En un gran cañón cerca de la costa, la gran ciudad guerrera de Orgrimmar (nombrada así en honor al legendario Orgrimm Dommhammer) ha empezado a ser erigida, para que los orcos, después de muchas penurias, por fin tengan un lugar al que llamar hogar.

En las abruptas fronteras salvajes de Durotar, cerca de la ciudad de Orgrimmar, un Mok’Nathal, conocido como Rexxar, se lamenta por las continuas guerras en las llamadas “razas civilizadas” de Azeroth. No está claro cómo Rexxar llegó a Kalimdor, pero por años, este noble medio orco-medio ogro ha vivido solitario, con la única compañía de su fiel oso Misha, por lo cual a desarrollado una fuerte empatía con las fuerzas animales del mundo. Al oir los ruidos cercanos de una batalla, Rexxar acude prontamente para descubrir el origen de la misma.

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Cerca de un despoblado, Mogrim, un orco explorador de Orgrimmar, ha sido atacado por varios quillboars, los salvajes hombres-jabalí, y lo han herido mortalmente. Rexxar acude en su socorro y despacha a los quillboars. Mogrim, en su agonía, se lamenta de no poder llevar su importante reporte a Thrall, por lo que su honor se verá manchado. Prometiendo llevar el mensaje para honrar al moribundo, Rexxar parte hacia Orgrimmar, mientras Mogrim entrega su espíritu a sus ancestros.

Una vez entregado el reporte a Thrall, el Señor de la Guerra ofrece la hospitalidad de Orgrimmar a Rexxar. Éste agradece la oferta, pero desea asistir, a modo de agradecimiento, a los orcos en la construcción de su nación. Para asistir a Rexxar, Thrall asigna a Rokhan, un Cazador de Sombras, uno de los líderes de la tribu troll de los Darkspear. La primera tarea de Rexxar le es asignada por el viejo chamán Drek’thar, quien necesita crear una poción que pueda sanar a los guerreros de la Horda en la batalla, pero tal poción requiere muchas muestras de una planta conocida como shimmerweed. Esta planta, desafortunadamente, solamente crece en la region de Thunder Ridge, una peligrosa zona habitada por peligrosos Lagartos del Trueno. Thunder Ridge es una maravilla ecológica, pero extrañamente, los lagartos se han vuelto repentinamente más agresivos de lo acostumbrado. Dirigiéndose hacia Thunder Ridge, Rexxar y Rokhan logran recolectar los especímenes necesarios para la poción, pero no logra dilucidar la causa de la violencia de las bestias.

Nazgrel, en fiel lugarteniente de Thrall, ha sido nombrado jefe de seguridad, y envía a Rexxar y Rokhan a combatir a una banda de Harpías que ataca continuamente las caravanas de suplementos de la Horda, y recomienda eliminar a la líder de las Harpías, una sanguinaria criatura llamada Bloodfeather. Combinando sus amplios conocimientos de las bestias acerca de la cacería, Rexxar y Rokhan localizan a Bloodfeather y la matan. Dirigiéndose hacia el sureste, Gazlowe, el jefe de ingenieros Goblin de Orgrimmar, ha localizado una fuente de agua fresca para los acueductos de la ciudad, sin embargo, han penetrado profundamente en los túneles dominados por los Kobolds, siniestras bestias rata, que han saboteado los acueductos. Con la ayuda de Rexxar y Rokhan, la amenaza Kobold es contenida.

Completadas estas simples tareas de exploración, Thrall desea que Rexxar viaje hacia un puesto de observación orco hacia el este. El líder orco ha recibido informes acerca de inusual actividad humana en la costa de Durotar. En el puesto de observación, Gar’thok, lugarteniente de Nazgrel, informa a Rexxar que no ha recibido informes acerca de actividad humana, pero el Observatorio de la Horda ha sido atacado por un grupo rebelde de Quillboars. Rexxar y Rokhan se encargan de las bestias. Sin embargo, descubren que, efectivamente, los humanos han iniciado los preparativos para una invasión a Durotar.

De regreso en Orgrimmar, Drek’thar ha descubierto la causa de la violencia de los lagartos trueno: los humanos han construido un aserradero en Thunder Rinde y han deforestado el bosque. Abrumado por las noticias acerca de la posible hostilidad humana, Thrall no puede cree que Jaina Proudmoore, la líder de los humanos en Kalimdor, haya roto su pacto de no agresión. De regreso en el puesto de Gar’thok,

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Rexxar descubre que los humanos han arrasado con el campamento orco, por lo que decide contraatacar y acabar con los humanos.

Una vez en Orgrimmar, Rokhan demuestra su preocupación por la suerte de sus hermanos, los trolls Darkspear, que han ocupado las islas Echo frente a Durotar. Rexxar y Rokhan viajan a las islas, donde encuentran a Vol’jin, hijo de Sen’jin, nuevo líder de los Darkspear. Allí, se ven obligados a combatir el bloque que la flota humana a puesto a las islas trolls. En efecto, Rexxar ha comprobado que el enemigo corresponde a la poderosa Armada de Kul Tiras, la nación marítima de la Alianza.

Los Darkspear son evacuados al continente, y Rexxar regresa con Thrall. El líder orco se entera de que los humanos portan un estandarte cuyo símbolo es un ancla. Thrall no recuerda dónde había observado antes ese símbolo, pero dice a Rexxar que ha pactado una reunión secreta con Jaina para discutir la situación. Sospechando una trampa, Rexxar viaja hacia Razor Hill en lugar de Thrall y, efectivamente, comprueba la emboscada. Derrotados los asesinos, Rexxar informa a Thrall de la situación.

Thrall decide enviar a Rexxar hacia la ciudad de Jaina, Theramore, donde los sobrevivientes de Lordaeron han fundado su nuevo hogar. Cerca de la nueva aldea Darkspear en la costa de Durotar, Vol´jin ofrece a Rexxar la ayuda de Samuro, un hábil maestro de las espadas, quien se infiltra en la cercana base humana, y colocando varios explosivos, logra hacer que Rexxar y Rokhan tomen un barco a Theramore.

Una vez en la ciudad, Rexxar confronta a Jaina Proudmoore y le reprocha sus actos contra la Horda. Jaina, sin embargo, se sorprende ante los cuestionamientos de Rexxar y deciden averiguar el meollo del asunto. De vuelta en tierra firma, descubren que el campamento humano ha sido arrasado por una tremenda fuerza de guerreros naga. Luego de acabar con los naga, un soldado moribundo informa a Jaina de que su padre, el Gran Almirante Daelin Proudmoore, ha logrado encontrarla luego de muchos viajes por el Gran Mar. El Almirante, luego de la destrucción de Lordaeron por el Azote, ha navegado por el océano con el objetivo de hallar signos de sobrevivientes humanos y de su hija. Sorprendida al oir noticias de su padre, Jaina y sus aliados de la Horda regresan a Theramore.

Una vez en el salón principal del palacio, son inmediatamente interrumpidos por la llegada de cientos de marinos de Kul Tiras, dirigidos por el Almirante en persona. El Almirante es reconocido como un gran héroe de la Segunda Guerra contra los orcos, y se alegra de encontrar a su hija. Sin embargo, al observar a las bestias que la acompañan, ordena asesinarlas. Jaina se opone vehementemente, y su padre cree que ha enloquecido, pero Jaina trata de explicarle la nueva situación con respecto a la Horda. El Almirante, sin embargo, no puede perdonar los salvajes actos de los orcos durante las Guerras, e igualmente continuará adelante la operación: no puede arriesgarse a que los orcos vivan y vuelvan a amenazar a la humanidad.

Rexxar y Rokhan pelean su libertad ante el ataque de los marinos, y astutamente, se ocultan entre las calles y canales de Theramore, hasta que logran escapar y vuelven a la seguridad de Durotar. Vol’jin los espera en la villa Darkspear y les recomienda viajar hacia las praderas de Mulgore, donde los Tauren de Cairne Bloodhoff se han asentado y han construido la ciudad de Thunder Bluff. Asegurándose la alianza de los poderosos Tauren, la Horda tendrá una oportunidad contra la Alianza.

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Rexxar halla a Cairne hundido en una profunda depresión. El anciano jefe lamenta la captura de su hijo Baine a manos de los Centauros, por lo que Rexxar se compromete rescatar al joven Bloodhoff. Con la ayuda del lugarteniente de Cairne, el poderoso Tauren Tagar Windtotem, Rexxar rescata a Baine, y Cairne decide acompañarlos de vuelta a la aldea Darkspear.

Allí, Vol’jin a dado asistencia a un ogro herido. Éste dice pertenecer al clan Stonemaul, el cual ha caído bajo el poder de un malvado jefe llamado Kol’garr, que lo está llevando a la autodestrucción. Pensando que los ogros pueden ser útiles en la batalla que se avecina, Rexxar parte hacia la aldea de los Stonemaul, donde solicita a Kol’garr su ingreso al clan, por ser él medio ogro. Kol’garr lo obliga a pasar por el Guantelete, un enorme cañón lleno de bestias, como prueba para ingresar al clan. Pasada la prueba, Rexxar incita a Kol’garr a ayudar a los orcos contra la Alianza, pero Kol’garr se niega por considerar inferiores a los orcos. Como miembro del clan Stonemaul, Rexxar reta a Kol’garr por el poder del clan, y luego de un gran batalla contra el monstruo, lo vence. Como nuevo líder de los Stonemaul, Rexxar ordena asistir a la Horda en la batalla.

Thrall agradece a Rexxar el haber incorporado a la Horda nuevamente a sus antiguos aliados. Una vez reunidos varios ingredientes para consagrar el estandarte chamanístico de la Nueva Horda, Thrall solicita a Rexxar que sea su General durante la batalla.

Las fuerzas combinadas de orcos, tauren, trolls y ogros, asaltan el campamento humano en la costa de Durotar, expulsándolos de la tierra firme. Sabedor de que el Almirante nunca se detendrá hasta acabar con los orcos, Thrall ordena la invasión a Theramore. A intancias de Jaina, promete respetar a las fuerzas de la Guardia que le son leales a la hechicera. Luego, un asalto sobre el puerto Goblin frente a Theramore les permite hacerse con varios buques de guerra, con los cuales rompen el bloqueo de la marina de Kul Tiras.

La Horda desembarca en Theramore y aplasta a las fuerzas del Almirante, rememorando las viejas batallas de la Segunda Guerra. Rexxar se enfrenta cara a cara con Proudmoore. A pesar de que Rexxar trata de convercer al Almirante de que la Horda ya no constituye una amenaza para los humanos, Proudmoore está convencido de que los orcos nunca cambiarán y por eso no pueden ser perdonados. Los viejos odios florecen como la hierba nuevamente. Después de una salvaje batalla contra la guardia de élite del Almirante, finalmente Daelin Proudmoore, el último héroe de la Alianza vivo luego de la Segunda Guerra, cae ante el hacha de Rexxar. Perdido su líder, las tropas de Kul Tiras abandonan la batalla.

Jaina cae ante el cuerpo inerte de su padre, sin oportunidad de reconciliarse con él. Thrall, Rexxar y la Horda respetan el dolor de la maga y abandonan Theramore. Una vez en la costa orca, Thrall ofrece a Rexxar un lugar entre los orcos, pero el Mok’nathal rechaza la oferta y regresa a las montañas, no sin antes asegurar a Thrall que él siempre será parte de la Horda y vendrá a ella cuando se le necesite. Rexxar parte de nuevo hacia las salvajes tierras de Kalimdor, dejando a Durotar seguro, y a Theramore, tumultuosa. Las puertas de un nuevo conflicto entre la Horda y la Alianza han sido abiertas.

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Capitulo 6: Otras Historias

Todo lo que existe está vivo.

Esas palabras se habían convertido en un mantra en su cabeza, un refuerzo constante a su recién hallado entendimiento. Aún más importante, eran una epifanía, la llave para desbloquear un universo de conocimiento totalmente nuevo. Y la epifanía era por lo que se encontraba él aquí.

Nobundo se reconfortaba en aquellas palabras a medida que, lentamente, atravesaba con suma dificultad el bosque de la Marisma de Zangar, lleno de setas colosales con brillantes esporas verdes y rojas entre la niebla matutina. Atravesó los chirriantes puentes de madera que sorteaban las aguas poco profundas de la marisma. En tan sólo unos instantes se encontró a sí mismo en su destino, contemplando las radiantes láminas de una seta que hacía parecer pequeñas a todas las demás. En lo alto de su sombrero, le esperaba el asentamiento draenei de Telredor.

Continuó turbado, apoyándose pesadamente sobre su bastón y maldiciendo el dolor de sus articulaciones mientras subía en la plataforma que le llevaría a la cima. Estaba preocupado, pues aún no sabía cómo iban a reaccionar los demás. Había existido un tiempo en el que no se había permitido a su gente el acceso a los asentamientos de los no afectados.

Se van a reír de mí.

Aspiró una bocanada del frío y neblinoso aire de la marisma y le pidió que le proporcionara valor para afrontar el reto que ante él se presentaba.

Cuando la plataforma se detuvo, Nobundo atravesó los arcos de la entrada arrastrando los pies, bajó unas empinadas escaleras y continuó por el rellano que daba a la pequeña plaza del asentamiento, donde la asamblea ya se había reunido.

Observó las expresiones serias de los diversos draenei cuyas desdeñosas miradas de superioridad estaban fijas en él.

Después de todo él era un Krokul: "Tábido".

Ser Tábido era ser un infame y un paria. No estaba bien y no era justo, pero era la realidad que se había visto obligado a aceptar. Muchos de sus hermanos y hermanas no afectados no podían comprender cómo había tenido lugar el deterioro de los Krokul, especialmente en el caso de Nobundo. ¿Cómo podía haber caído tan bajo alguien tan favorecido por la Luz y con tanto talento?

A pesar de que el propio Nobundo no sabía cómo, sí que sabía cuándo había sucedido. Recordaba con claridad apabullante el momento exacto que había marcado el inicio de su propia decadencia personal.

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- Capítulo 1 -

El cielo lloraba mientras los orcos asediaban la Ciudad de Shattrath.

Habían pasado muchos largos meses desde que la lluvia había bendecido las tierras de Draenor, pero ahora unas nubes negras enturbiaban el cielo, como si de una protesta ante la batalla que se avecinaba se tratara. Leves chubascos empapaban la ciudad y al ejército que se encontraba fuera de sus murallas, convirtiéndose progresivamente en un constante aguacero mientras ambos bandos observaban y esperaban.

Deben de ser miles, especulaba con amargura Nobundo desde su posición en lo alto de la muralla interior. Al otro lado de la fortificación, las sombras se movían entre los árboles del Bosque de Terokkar iluminadas por antorchas. Quizá, si los orcos se hubieran tomado el tiempo de planearlo todo con más cautela, habrían desforestado la región para preparar ataque, pero, por aquel entonces, la estrategia de los orcos brillaba por su ausencia. Para ellos todo se reducía a la emoción de la batalla y a la satisfacción inmediata del derramamiento de sangre.

Telmor había caído, al igual que Karabor y Farahlon. Muchas de las ciudades draenei, otrora majestuosas, yacían ahora convertidas en ruinas. Shattrath era la única que resistía.

Lentamente, el ensamblaje orco fue maniobrando hasta estar en posición, trayendo a la mente de Nobundo imágenes de una gran serpiente de grandes colmillos, enroscándose para preparar el ataque.

No es que se suponga que vamos a sobrevivir.

Sabía perfectamente que tanto él como los demás que se hallaban allí reunidos aquella noche no eran más que un sacrificio. Se habían ofrecido voluntarios para quedarse atrás y luchar su última batalla. Su inevitable derrota aplacaría a los orcos, de modo que estos darían por hecho que los draenei habían sido diezmados hasta la extinción. Aquellos que habían buscado cobijo en otros lugares sobrevivirían para volver a luchar en otro momento, cuando la balanza estuviera más equilibrada.

Que así sea. Mi espíritu continuará vivo, volviéndose uno con la gloria de la Luz.

Envalentonado, Nobundo se alzó en toda su magnitud preparando su fuerte y atlética corpulencia para lo que iba a ocurrir. Su gruesa cola se movía de un lado a otro con ansia mientras él apoyaba todo su peso en sus dos leoninas piernas y enterraba las pezuñas en la sólida mampostería de piedra. Respiró hondo, agarrando con fuerza el mango de su pesado martillo, bendecido por la Luz.

Pero no moriré sin luchar.

Él y los otros Vindicadores, guerreros sagrados de la Luz, lucharían hasta el final. Miró a sus hermanos, colocados en intervalos a lo largo de la muralla. Al igual que él, se mostraban impasibles y decididos, habiendo aceptado el destino que les esperaba.

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Fuera habían llegado las máquinas de guerra: catapultas, arietes, ballestas, máquinas de asedio de todo tipo que se iluminaban brevemente con la luz de las antorchas. Sus pesados aparatos crujían y gruñían de forma inquietante mientras se colocaban a distancia de lanzamiento de la muralla.

Se oían tambores, al principio esporádicos, pero rápidamente se les unieron más y más hasta que el bosque entero respiró con un ritmo que había comenzado suave como la lluvia y que había crecido hasta ser un redoble atronador. Nobundo susurró una oración, pidiendo a la Luz que le diera fuerzas.

Hubo un ruido sordo y profundo y el movimiento de las turbias nubes en lo alto resonó con el frenético redoble de los tambores. Durante un segundo, Nobundo se preguntó si, por casualidad, la Luz estaría intentando responder a su oración con una exhibición de poder y furia más allá de lo que nadie pudiera invocar, un gran rayo de fuego sagrado que erradicaría al salvaje ejército sediento de sangre de un solo barrido.

De hecho, ocurrió algo después, pero que nada tenía que ver con los sagrados poderes de la Luz.

Las nubes tronaron, se revolvieron y estallaron, taladradas por cientos de proyectiles ardientes que se precipitaban contra la tierra a velocidad meteórica y con fuerza devastadora.

Un bramido ensordecedor golpeó los oídos de Nobundo cuando uno de los objetos pasó peligrosamente cerca de él, destruyendo un contrafuerte cercano y arrojándole multitud de escombros encima. Como si esperara una señal, la multitud del exterior cargó hacia delante. Sus espeluznantes gritos de guerra resonaban sobre la ciudad a medida que se movilizaban con un singular propósito: destruir todo lo que se pusiera en su camino.

La intensidad de la lluvia aumentó cuando la muralla exterior comenzó a temblar con los golpes de las enormes piedras que lanzaban las primitivas catapultas. Nobundo sabía que el muro no aguantaría mucho. Se había construido con prisas: las secciones de la muralla que se extendían sobre el hundido suelo del anillo exterior eran un añadido realizado el año anterior. Esta medida de defensa se volvió necesaria ya que los ogros exterminaban su pueblo de forma metódica y pronto comprendieron que esta ciudad sería su bastión final.

Algunos ogros de aspecto brutal intentaron penetrar en una zona de la muralla que ya había sido dañada durante el asalto de meteoritos. Otras dos de las gigantescas bestias golpeaban las puertas principales de la ciudad con un descomunal ariete.

Los hermanos de Nobundo lanzaron algunos ataques contra el enemigo, pero por cada enemigo que eliminaban los draenei aparecían otros dos. La sección dañada de la muralla había comenzado a desmoronarse por completo. Una avalancha de orcos enloquecidos gritaba al otro lado, escalando unos encima de los otros en el frenesí de la sangría.

Había llegado el momento. Nobundo alzó su martillo hacia el cielo, cerró los ojos y eliminó la insoportable cacofonía de la batalla de su cabeza. Su mente invocó a la Luz y

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su cuerpo sintió su calor apoderarse de él. El martillo resplandeció. Se concentró en sus intenciones y dirigió sus sagrados poderes hacia los ogros de abajo.

Un destello cegador iluminó por completo y durante un breve lapso el escenario de la batalla, seguido del rugido aterrorizado de la avanzada de los orcos al sentir cómo la sagrada Luz los quemaba, dejándolos sin palabras y deteniéndolos durante tiempo suficiente para que varios guerreros draenei pudieran concentrarse en eliminar a uno de los ogros gigantes.

El alivio momentáneo de Nobundo fue aniquilado por el sonido de madera astillándose: el último empujón del ariete contra las puertas había dado resultado. Nobundo observó cómo los defensores del Bajo Arrabal corrían para enfrentarse a la marea de orcos y ogros y eran eliminados al instante. Nobundo invocó de nuevo a la Luz, dirigiendo sus poderes de sanación a quién fuera posible, pero los adversarios eran demasiados. En cuanto sanaba a un draenei herido, ese mismo guerrero recibía múltiples ataques brutales en cuestión de segundos.

Más ogros colaboraban en la sección dañada de la muralla exterior y comenzaban a tener éxito en su avance. Los defensores, en amplia desventaja y superados en número, estaban apostados a cada lado.

Los orcos estaban enloquecidos, embriagados por la sed de sangre. A medida que invadían el anillo exterior, Nobundo podía ver sus ojos: brillaban, ardían con una furia magenta que era a la vez hipnótica y aterradora. Nobundo y los otros Vindicadores cambiaron de táctica, pasaron de curar a purgar. De nuevo, la ciudad se vio bañada en un resplandor brillante al tiempo que decenas de orcos eran golpeados por la Luz, el brillo magenta disminuía en sus ojos momentáneamente, mientras ellos se desplomaban hacia delante para ser eliminados por los guerreros draenei que aún quedaban.

¡Kra-kum!

La muralla tembló y las pezuñas de Nobundo se deslizaron por la piedra humedecida por la lluvia. Recuperó el equilibrio y, al mirar hacia abajo, vio a uno de los ogros machacando la base del contrafuerte de la izquierda con un palo del tamaño de un tronco. Levantó el martillo hacia el cielo, pero su concentración se vio interrumpida por otro sonido...

¡Kra-KABUM!

Esta vez no había sido el ogro, sino una explosión originada debajo, pero fuera de su campo de visión, que hizo que Nobundo perdiese el equilibrio. Rodó hacia un lado, miró por el borde y vio una ligera niebla roja que cubría el Bajo Arrabal. Los pocos defensores que aún resistían comenzaban a tener arcadas y a asfixiarse. Se agachaban, muchos de ellos dejando caer sus armas. Los bárbaros orcos se deshicieron rápidamente de los guerreros enfermos, deleitándose en la matanza.

Cuando terminó la carnicería, miraron hacia arriba, rabiosos y deseando destrozar a los defensores en lo alto de la muralla, arrancándoles las extremidades una a una. Algunos orcos se subieron a la espalda de los ogros, intentando escalar la escarpada superficie con sus manos desnudas. Su agresividad y desenfrenada ferocidad resultaban

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asombrosas. La neblina se había extendido por todo el Bajo Arrabal y comenzaba a elevarse, oscureciendo poco a poco el tumulto inferior.

Nobundo escuchó un alboroto detrás de él. Varios orcos que habían logrado atravesar las defensas del círculo interior se dirigían hacia la colina.

¡Kra-kum!

La pared tembló de nuevo y Nobundo maldijo al ogro de abajo que, sin duda alguna, había comenzado a golpear el contrafuerte de nuevo. Una segunda salva de meteoritos ardientes cayó del cielo al tiempo que Nobundo se preparaba para enfrentarse a la nueva oleada de atacantes.

Dirigió la furia de la Luz al primer orco que se le acercaba de frente. Los ojos de la bestia verde se enturbiaron y él se encogió. Nobundo golpeó el cráneo del orco de lleno con el martillo, después lo levantó y lo movió hacia la izquierda, sintiendo un crujido muy satisfactorio cuando oyó cómo se le rompían las costillas al orco. Se giró y trazó una curva descendiente con el martillo, golpeando el lateral de la pierna de otro orco y destrozándole la rótula. La bestia gimió de dolor y se precipitó desde la muralla.

La niebla ya llegaba hasta arriba, extendiéndose y formando una especie de alfombra sobre la piedra. Nobundo y los demás Vindicadores luchaban mientras la niebla se elevaba hasta llegarles primero hasta el pecho y después hasta la cara, irritando sus ojos y quemando sus pulmones.

Nobundo escuchó los gritos mortales de algunos de sus compañeros, pero no podía verlos a través de la espesa niebla roja. Por suerte, parecía haberse librado de los ataques; se tambaleó hacia atrás conteniendo la necesidad de vomitar. Parecía que la cabeza le iba a explotar.

Entonces un espantoso grito de guerra que le heló la sangre surgió de la niebla.

Una sombra se acercó. Nobundo intentó ver algo mientras su cuerpo se retorcía por los espasmos. Intentó por todos los medios contener la respiración, cuando, de la densa niebla granate, surgió un ser terrorífico lleno de tatuajes y de ojos fieros... un orco gigantesco cubierto del reconocible color azul de la sangre draenei, sin aliento, blandiendo un hacha a dos manos y de aspecto perverso. El pelo de color cuervo le caía sobre los hombros y el pecho, y se había pintado la mandíbula inferior de negro, dotando a su cara del semblante de una calavera.

Detrás de él se alzaron decenas de orcos. Nobundo sabía que el final estaba cerca.

¡Kra-kum!

La pared tembló una vez más. El temible orco cargó. Nobundo se inclinó hacia atrás. La hoja le hizo un profundo corte en el pecho, desgarrando su armadura y entumeciendo su costado izquierdo. Nobundo respondió con un golpe de su martillo que destrozó los dedos de la mano derecha del orco, inutilizándola al igual que el hacha que sujetaba. Y entonces, para horror de Nobundo, la terrible criatura sonrió.

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El orco le agarró con su mano buena y las calderas gemelas de sus ojos lo penetraron... lo atravesaron. Nobundo se vio obligado a jadear. Al hacerlo, sintió que le arrancaban la voluntad. Era como si algún tipo de magia oscura o demoníaca estuviera surtiendo efecto, como si parte de su propia esencia estuviera siendo destruida y ese era un ataque para el que no tenía respuesta.

¡Kra-kum!

Nobundo vomitó sangre espesa sobre la cara y el pecho del orco. Cerró los ojos y frenética y desesperadamente aclamó a la Luz, suplicándole que neutralizara al orco durante tiempo suficiente como para organizar una defensa. Gritó...

Y por primera vez desde que había entrado en contacto con la Luz y había sido bendecido por su sagrado resplandor...

No hubo respuesta.

Aterrorizado, abrió los ojos y miró a las maníacas órbitas de fuego del orco, quien abrió su gran boca y bramó, ahogando todos los demás sonidos y amenazando con destrozar sus tímpanos. Era como si de repente hubiera entrado en algún tipo de terrible sueño silencioso. La bestia se echó hacia atrás y le golpeó la cara con la cabeza. Nobundo cayó hacia atrás, sacudiendo los brazos, la lluvia le golpeaba, esos ardientes ojos abrasaban los suyos mientras caía... hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo a través de la niebla, sobre algo alargado que gimió antes de ceder bajo él.

Aún atrapado en la pesadilla silenciosa, Nobundo vio al orco desaparecer por el borde del muro. Cerca, el contrafuerte arruinado cedió y una gigantesca sección de la muralla superior cayó, bloqueando la lluvia y el cielo, y atrapando a Nobundo en un mundo de sosegada oscuridad.

Ahí tumbado pensó en los que se habían refugiado, rezaba para que ellos escaparan de la matanza, aquellos a quienes amaba y respetaba, aquellos por los que había entregado su...

Vida. algún motivo aún se aferraba a la vida.

Nobundo salió del oscuro pozo de la inconsciencia para encontrarse atrapado en un confinamiento asfixiante y cegador. Su respiración había quedado reducida a una serie de jadeos entrecortados y aún así seguía vivo. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde... desde que la muralla cayó... desde...

Intentó alcanzar la superficie mentalmente. Es probable que en el tumulto de la batalla no hubiera sido capaz de concentrarse lo suficiente para llegar hasta la Luz, pero ahora, ahora podía contactar con ella, seguramente ahora podría...

Nada.

No hubo respuesta.

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Nobundo nunca se había sentido tan impotentemente perdido ni tan solo. Si la Luz estaba fuera de su alcance y moría ahí, ¿qué sería de su espíritu? ¿No lo recibiría la Luz? ¿Quedaría su esencia condenada a pasar la eternidad vagando por el vacío?

Había vivido honorablemente. Sin embargo... ¿podía esto ser algún tipo de castigo?

Mientras su mente buscaba respuestas, alzó su mano. Ésta rozó de inmediato contra la piedra. Poco a poco se dio cuenta de que estaba en una posición muy extraña, que una masa más suave, pero igualmente formidable estaba apretada junto a él y que seguramente su pierna izquierda estaba rota.

Giró hacia su derecha y respiró hondo, intentado ignorar el dolor de sus costillas y de su pierna. No podía sanarse sin recurrir a la Luz, así que, de momento, tendría que soportar el dolor. Al menos volvía a sentir el lado izquierdo. Y... podía oír los sonidos apagados causados por sus movimientos, así que también había recuperado el oído.

El hecho de que estuviera respirando significaba que, por algún lugar, estaba entrando aire. Mientras sus ojos continuaban acostumbrándose a la oscuridad vio un agujerito, no de luz, sino un punto donde la oscuridad era más clara que la que le rodeaba. Intentó alcanzarlo y su mano aterrizó sobre un objeto cilíndrico familiar: el mango de su martillo.

Con la poca fuerza que le quedaba, Nobundo agarró el mango justo bajo la cabeza, lo levantó y golpeó en la dirección del agujerito. Trozos de mampostería cedieron, revelando vagamente un pasillo creado por enormes bloques de piedra y los ángulos en los que habían caído.

Sus oídos percibieron inmediatamente el sonido de gritos enmudecidos, lamentos de auténtico terror que provenían de la distancia. Usó el martillo para elevar su torso por el agujero que había creado y salir al estrecho espacio. Al hacerlo, escuchó un profundo quejido surgir de las profundidades de los escombros detrás de él.

Con un brote de fuerza se arrastró dentro del pasillo, conteniendo la necesidad de gritar cuando su pierna rota se deslizó por el umbral de piedra dentada y sacudió su cuerpo con oleadas de dolor. Los pesados lamentos continuaron. Las piedras a su alrededor se movieron y por los resquicios cayeron arena y tierra. Rápidamente se arrastró hacia una salida irregular donde pudo intuir una tenue luz.

A juzgar por los lamentos cada vez más altos del ser de debajo de los escombros, Nobundo adivinó que se trataba de un ogro y que estaba tratando, por todos los medios, de salir de allí. Nobundo giró sobre su espalda y caminó con los codos hacia el aire nocturno mientras el ogro hacía otro esfuerzo. Nobundo podía ver el montículo de cascotes ahora. El ogro rugió con rabia una última vez y toda la masa se colapsó, enviando una nube de polvo en todas las direcciones y poniendo fin al arrebato.

Otro grito lo siguió inmediatamente desde lo alto y a lo lejos: el sonido de una mujer aterrorizada.

Nobundo se giró y observó algo que no podría olvidar jamás, sin importar cuánto lo intentara a partir de aquel momento.

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El Bajo Arrabal iluminado por la luna y la ambientación de las hogueras de arriba, se había convertido en una fosa común para los cuerpos de los draenei masacrados. Y a pesar de que la lluvia había parado, los montículos de cadáveres aún estaban manchados de vómito, sangre y todo tipo de residuos.

El corazón de Nobundo palideció al ver a niños entre los muertos. A pesar de su juventud, muchos de ellos se habían ofrecido voluntarios para quedarse con sus padres, quienes sabían perfectamente que los orcos sospecharían de una ciudad draenei en la que no viviera ningún niño y entonces perseguirían a los demás miembros de su raza hasta extinguirlos. Aún así, una parte de Nobundo esperaba y rezaba con todas sus fuerzas para que pudiesen defender a los niños y permanecieran a salvo en los escondites que habían sido cavados a toda prisa en las montañas. La esperanza de un loco, lo sabía, pero aún así se aferraba a ella.

¿Hay algo más absurdo que matar niños?

De nuevo llegaron a sus oídos los gritos de una mujer, acompañados de mofas y abucheos. Los orcos estaban de celebración, regodeándose en su victoria. Mirando hacia arriba identificó la fuente del jaleo: en lo alto, sobresaliendo por Las Colinas Barrera, los draenei habían construido el Alto Aldor. Allí los orcos estaban torturando a una pobre hembra draenei.

Debo intentar detenerlos.

¿Pero cómo? Solo, con una pierna rota, uno contra cientos... sin la bendición de la Luz y armado tan sólo con su martillo. ¿Cómo podía detener la locura que se extendía sobre él?

¡He de encontrar un modo!

Se arrastró frenético sobre los cadáveres, resbalando con los fluidos, intentando ignorar el hedor y las vísceras. Avanzó por el círculo exterior del Bajo Arrabal hacia la base de las colinas donde la muralla se juntaba con la montaña. Encontraría un modo de escalar hasta allí. Lo encontraría...

Los gritos cesaron. Miró para ver las sombras de las siluetas a la luz de la luna. Llevaban un objeto inmóvil hacia el borde del muro y entonces lanzaron la mercancía inerte a las profundidades. Aterrizó con un ruido sordo, no muy lejos de donde Nobundo yacía inmóvil.

Se arrastró hacia delante, buscando alguna señal de vida en la mujer... Cuando se acercó lo suficiente para ver sus rasgos, supo que se llamaba Shaka. La había visto varias veces, pero sólo habían hablado en un par de ocasiones. Siempre le había resultado agradable y atractiva. Ahora yacía maltratada y magullada, degollada, desangrada. Al menos para ella se había terminado el dolor.

Se escuchó otro grito desde arriba, la voz volvía a ser femenina. La rabia emanó de Nobundo. Rabia y frustración acompañadas de un irrefrenable deseo de venganza.

No hay nada que puedas hacer.

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Desesperado, agarró el martillo y volvió a intentar llamar a la Luz. Quizás con su ayuda podría hacer algo, cualquier cosa... Pero una vez más la única respuesta fue el silencio.

Algo en su interior le instó a salir de allí lo antes posible, a buscar a los que estaban escondidos, a vivir... para cumplir algún propósito mejor algún día.

Eso es cobardía. He de encontrar un modo.

Pero en su interior Nobundo sabía que esa batalla había terminado. Si realmente le esperaba algún destino mejor, debía huir en aquel instante. Si intentaba subir, moriría sin sentido alguno. Los gritos de angustia volvieron a perforar el aire nocturno. Nobundo fijó la vista en una sección del muro exterior que yacía parcialmente en ruinas. Era un obstáculo peligroso, pero no insuperable y no estaba vigilado.

Es el momento; has de tomar una decisión.

Era una oportunidad. Una oportunidad de vivir y volver a marcar la diferencia algún día en el futuro.

Debes sobrevivir. Debes continuar.

El largo lamento resonó de nuevo, pero esta vez fue piadosamente cortado en seco. El sonido de voces orcas detrás de la esquina del muro interior llegó hasta él. Sonaba como si los orcos estuvieran deambulando entre los cadáveres, buscando algo o a alguien. Se le había acabado el tiempo.

Nobundo cogió el martillo. Aunque le costó un tiempo y esfuerzo considerables, con la poca fuerza que le quedaba consiguió llegar hasta los demás cuerpos a través del hueco del muro.

Mientras se arrastraba lenta y dolorosamente hacia el Bosque de Terokkar, los gritos femeninos volvieron a comenzar en el Alto Aldor.

- Capítulo 2 -

"Seguro que tu supervivencia es una señal, un mensaje de la Luz."

Rolc era sacerdote y su amigo desde hacía tiempo. Curó las heridas de Nobundo y estaba realmente contento de volver a verlo, pero le resultaba difícil comprender por qué Nobundo insistía en que había perdido el favor de la Luz.

"Nos bendice a cada uno de una manera. Cuando llegue el momento volverás a encontrarla."

"Espero que sea verdad, viejo amigo. Es sólo... que ya no me siento igual. Algo dentro de mí ha cambiado."

"Tonterías. Estas cansado y confuso, y después de todo por lo que has pasado, no se te puede culpar. Ve a descansar."

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Rolc salió de la cueva. Nobundo se tumbo y cerró los ojos...

Llanto. Las frenéticas súplicas de las mujeres.

Los ojos de Nobundo se abrieron de golpe. Llevaba varios días aquí, en uno de los campamentos ocupados por los que se habían escondido antes de la batalla, pero aún así no podía escapar de los gritos descorazonadores de las mujeres a las que había abandonado a la muerte. Le llamaban cada vez que cerraba los ojos, suplicándole que las ayudara, que las salvara.

No tuviste elección.

¿Se trataba de la verdad? No estaba seguro. Últimamente cada vez le costaba más pensar con claridad. Sus pensamientos eran turbios, inconexos. Suspiró profundamente y se levantó de la manta colocada sobre el suelo de piedra, gimiendo por las protestas de sus doloridas articulaciones.

Salió al neblinoso aire de la marisma y llegó hasta una cama de juncos empapados. La Marisma de Zangar era un territorio inhóspito, pero, al menos por el momento, era su hogar.

Los orcos siempre habían evitado los pantanos, y con razón. Toda la región estaba cubierta por aguas salobres y poco profundas; la mayoría de la fauna y la flora era venenosa si no se preparaba correctamente y muchas de las criaturas más grandes del pantano se comerían cualquier cosa que no se las comiera primero.

Al pasar al lado de varias setas gigantes, escuchó voces elevadas: una conmoción en el límite del campamento.

Se apresuró a ver qué ocurría. Tres draenei heridos, dos hombres y una mujer, eran asistidos por miembros del campamento dentro del perímetro protegido por los guardas.

Nobundo lanzó una mirada interrogadora a uno de los guardas, que respondió a la pregunta jamás formulada: "Supervivientes de Shattrath".

Impulsado, Nobundo siguió al grupo a las cuevas, donde tumbaron delicadamente sobre mantas a los supervivientes. Rolc colocó primero sus manos sobre el que estaba inconsciente, pero no pudo despertarlo.

La mujer, aparentemente aturdida, susurraba: "¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado? No siento... Algo está..."

Rolc se acercó y la tranquilizó. "Relájate. Ahora estás entre amigos. Todo saldrá bien."

Nobundo se preguntó si todo saldría bien de verdad. Los grupos orcos de caza ya habían descubierto y borrado del mapa uno de los campamentos. Y, ¿cómo habían sobrevivido esos tres? ¿De qué horrores había sido testigo la mujer? ¿Qué había provocado su actual estado catatónico? Es más, la forma en la que se comportaba y el aspecto que tenía... Nobundo se preguntó si sus heridas iban más allá de lo puramente físico: parecían disecados, inanimados.

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Su aspecto se correspondía con sus propios sentimientos.

Varios días después, los supervivientes se habían recuperado lo suficiente como para que Nobundo pudiera preguntarles con tranquilidad acerca de Shattrath.

La mujer, Korin, habló primero. Su voz se rompió mientras recordaba la experiencia. "Tuvimos suerte. Nos quedamos en las profundidades de la montaña, en uno de los pocos escondrijos que aún no han descubierto... al menos en gran parte."

Nobundo parecía perplejo.

"Hubo un momento en el que un grupo de monstruos de piel verdosa nos encontró. La batalla a continuación fue... Yo nunca había visto algo así. Cuatro de los hombres que se habían ofrecido a defender nuestro grupo fueron asesinados, aunque ellos también mataron a muchos orcos. Al final sólo quedaron Herat y Estes. Mataron al resto de las brutales criaturas. Eran bestias salvajes. Y aquellos ojos, aquellos terribles ojos..."

Estes habló: "Hubo una explosión. Instantes después un gas pútrido se coló en nuestro escondite, ahogándonos, haciéndonos sentir más enfermos de lo que jamás nos habíamos sentido."

Nobundo pensó en la artificial niebla rojiza y rápidamente intentó eliminar el recuerdo. Herac interrumpió: "Parecía que estuviéramos muriendo. La mayoría nos desmayamos. Al despertar ya era de día. Los niveles superiores estaban desiertos. Llegamos a Las Colinas Barrera y desde allí viajamos a Nagrand, donde nos encontraron varios días después."

"¿Cuántos quedabais allí?"

Herac respondió: "Veinte. Quizá más. La mayoría mujeres, algunos niños. Otros fueron llegando después, como el que está inconsciente en las cuevas... Dijeron que se llama Akama. Según nos han contado, inhaló una mayor dosis de gas que los demás supervivientes. Rolc aún no sabe si volverá a..." Herac interrumpió y se quedó en silencio.

Estes continuó: "Más tarde nos separamos y fuimos a distintos campamentos en la Marisma de Zangar y Nagrand. A modo de precaución, así si uno de los campamentos era descubierto por los orcos, no nos matarían a todos."

"¿Alguno de vosotros era sacerdote o Vindicador, poseedor de la Luz?"

Los tres sacudieron la cabeza. "No puedo hablar por Akama, pero Estes y yo sólo éramos artesanos, poco acostumbrados a blandir armas de ningún tipo. Por eso nos enviaron a las cuevas, para servir de última línea de defensa."

Korin le preguntó a Nobundo: "Cuando escapaste, ¿alguien más huyó contigo? ¿Hubo algún otro superviviente? Oímos a los orcos en los niveles inferiores, pero no queríamos arriesgarnos a que nos descubrieran, así que huimos."

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Nobundo pensó en los cuerpos apilados en el Bajo Arrabal, escuchó las súplicas desde el Alto Aldor e intentó aislar los tortuosos gritos de su mente.

"No", respondió. "Nadie más que yo sepa."

Pasaron varias estaciones.

Velen, su líder profeta, les había visitado hacía dos días... ¿o eran cuatro? Últimamente a Nobundo le costaba recordar algunas cosas. Velen había venido desde uno de los campamentos vecinos. Su emplazamiento exacto se mantenía en secreto por si alguien era capturado vivo y torturado. Los draenei no podían transmitir información de la que no disponían. Velen les había hablado sobre el futuro, sobre la necesidad de pasar desapercibidos durante algún tiempo, probablemente años, para esperar y observar qué ocurría con los orcos.

Según Velen, los pieles verdes habían comenzado a construir algo que parecía ocupar todo su tiempo y recursos. Aparentemente, este proyecto había desviado su atención de los draenei supervivientes, al menos por el momento. Lo que estaban construyendo los orcos, no muy lejos de su ciudadela principal en las tierras agostadas, parecía ser algún tipo de portal.

Velen parecía saber más de lo que contaba, pero al fin y al cabo era un profeta, un vidente. Nobundo pensó que el noble sabio debía saber muchas cosas, cosas que él y los demás no eran lo suficientemente inteligentes para comprender.

Nobundo observó a Korin adentrarse en el agua con su lanza de pescar. Algo en ella parecía diferente. Le daba la sensación de que su físico había variado en las últimas semanas. Sus antebrazos se habían vuelto algo más largos: su cara parecía demacrada y su postura se había deteriorado. Por improbable que pareciera, su cola parecía haber encogido.

Herac y Estes se acercaron y Nobundo podría haber jurado que notaba las mismas transformaciones en ellos. Echó un vistazo a sus propios antebrazos. ¿Era su imaginación o parecían hinchados? No había vuelto a sentirse bien desde... desde aquella noche, pero había dado por hecho que se recuperaría con el tiempo. Ahora estaba empezando a preocuparse cada vez más.

Korin se le acercó. "He terminado por hoy. Necesito tumbarme." Le entregó la lanza a Nobundo.

"¿Estás bien?", preguntó él.

Korin trató de dibujar una sonrisa a la que le faltaba convicción. "Sólo cansada", respondió.

Nobundo se sentó con los ojos cerrados en lo alto de las montañas que tenían vistas a la Marisma de Zangar. Se sentía cansado, cansado hasta el alma. Había venido aquí para estar solo. Hacía varios días que no había visto a Korin. Ella y los otros dos se habían enclaustrado en una de las cuevas y cuando preguntaba sobre su estado, todo lo que recibía a modo de respuesta eran hombros encogidos que no sabían nada.

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Algo iba drásticamente mal. Nobundo lo sabía: había visto los cambios en él y en los demás supervivientes, incluido Akama. El resto del campamento también lo sabía. Parecían hablarle cada vez menos, Rolc también. Y el otro día, al volver al campamento con algunos peces pequeños, le habían dicho que ya tenían suficientes, que debería comérselos él... como si la enfermedad que se estaba apoderando de él pudiera ser contagiada a los demás si tocaban la misma comida que él.

Nobundo estaba asqueado. ¿Es que su servicio no significaba nada? Se había acostumbrado a pasar muchas horas en la cima de las montañas, pensando en silencio, obligando a su mente a centrarse, intentando desesperadamente lograr lo que aún estaba fuera de su alcance: el acceso a la Luz. Era como si le hubieran cerrado una puerta, como si la parte de su mente que podía contactar con ella hubiera dejado de funcionar, o aún peor, como si ya no existiera.

Incluso simples pensamientos como esos le daban dolor de cabeza. Últimamente le estaba resultaba articular sus pensamientos. Sus brazos seguían hinchándose, una hinchazón que no desaparecía y sus pezuñas habían comenzado a astillarse. Incluso algunos trozos se le habían caído y no le habían vuelto a crecer. Y mientras tanto las pesadillas... las pesadillas continuaban.

Al menos las patrullas orcas se habían vuelto menos frecuentes. Habían recibido informes de que fuera lo que fuera lo que estaban construyendo los orcos casi estaba terminado. Y parecía ser algún tipo de portal, tal y como Velen había dicho.

Bien, pensó Nobundo. Espero que lo atraviesen y que les conduzca directos a su perdición.

Se levantó lentamente y volvió al campamento pausadamente, agradecido por el apoyo que le proporcionaba el martillo que se había vuelto tan pesado en las últimas semanas. Lo llevaba con la cabeza hacia abajo, usándolo la mayoría de las veces como bastón.

Horas después llegó a su destino y decidió ir a ver a Rolc. Juntos podrían convocar una reunión para tratar el problema de la creciente intolerancia mostrada por...

Nobundo se detuvo a la entrada de la cueva de Rolc. Korin estaba allí, tumbada en una manta. Se había transformado de modo que ya apenas parecía una draenei, sino una parodia de su raza. Parecía enfermiza y consumida. Sus ojos eran lechosos y sus antebrazos se habían hinchado hasta ser descomunales. Sus pezuñas habían mudado hasta ser dos protuberancias óseas idénticas y su cola no era más que un pequeño bulto. A pesar de su delicada condición, forcejeaba en los brazos de Rolc.

"¡Quiero morir! ¡Sólo quiero morir! ¡Quiero que acabe el dolor!"

Rolc la sujetaba con firmeza. Nobundo se acerco rápidamente y se agachó.

"¡No digas tonterías!" Miró a Rolc. "¿No puedes curarla?"

El sacerdote frunció el ceño mirando a su amigo. "¡Lo he intentado!"

"¡Déjame ir! ¡Déjame morir!"

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Un brillo emanó de las manos de Rolc, tranquilizando a Korin, apoderándose de ella gentilmente hasta que sus esfuerzos disminuyeron y, finalmente, cesaron. Ella rompió a llorar y se colocó en posición fetal. Rolc le hizo un gesto con la cabeza a Nobundo para que abandonaran la cueva.

Una vez fuera, Rolc fijó su severa mirada en Nobundo. "He hecho todo lo que he podido. Es como si su cuerpo y su voluntad estuvieran rotos."

"Tiene que haber algo que pueda... algún modo de..." Nobundo intentó comunicar sus pensamientos correctamente. "¡Tenemos que hacer algo!", esputó al fin.

Rolc permaneció un momento en silencio. "Me preocupan, al igual que tú. Hemos recibido informes que afirman que los supervivientes de Shattrath de los otros campamentos están sufriendo las mismas transformaciones. Sea lo que sea no responde a ningún tratamiento y no se cura. A nuestra gente le preocupa que, si no tomamos medidas, podamos estar todos perdidos."

"¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?"

Rolc suspiró. "Por el momento sólo son comentarios. He intentado ser la voz de la razón, pero ni siquiera yo podré defenderos durante mucho tiempo. Y, la verdad sea dicha, no estoy seguro de que deba."

Nobundo sintió que su amigo le había decepcionado amargamente, la única persona en la que creía que podía confiar estaba sucumbiendo a la misma paranoia que los demás.

Sin palabras, Nobundo se dio la vuelta y se marchó.

El estado de Korin empeoró y aquella decisión de la que Rolc había hablado y que Nobundo tanto temía se hizo pública unos días después.

Reunieron a Nobundo, Korin, Estes y Herac ante los miembros del campamento. Algunos portaban expresiones adustas, otros parecían tristes, otros no mostraban ninguna expresión. Por su parte, Rolc parecía tener un conflicto personal, pero aún así, su expresión era resuelta, como la de un cazador que prefiere no matar, pero que sabe que debe comer y se está preparando para asestar un golpe mortal a su presa.

El campamento había decidido que Rolc fuera su portavoz. "Esto no es fácil para mí, para ninguno de nosotros..." señaló a la estoica asamblea detrás de él. "Pero hemos hablado con los representantes de los otros campamentos y hemos tomado una decisión juntos. Creemos que lo mejor para todos será que los que habéis sido afectados permanezcáis juntos, pero separados de los que aún tenemos buena salud."

Korin, con un aspecto particularmente desolado, habló en un susurro rasgado: "¿Nos estáis exiliando?".

Antes de que Rolc pudiera objetar algo, Nobundo interrumpió: "¡Eso es exactamente lo que están haciendo! ¡No pueden solucionar nuestro problema, así que... así que esperan poder ignorarlo! ¡Sólo quieren que nos vayamos!"

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"¡No podemos ayudaros!" espetó Rolc. "No sabemos si vuestra condición es contagiosa o no y vuestra menguada capacidad física y mental es un riesgo que no podemos asumir. ¡No quedamos tantos como para tentar a la suerte!"

¿Qué hay del otro, de Akama? Preguntó Korin.

"Se quedará bajo mi cuidado hasta que despierte" respondió Rolc antes de añadir "si despierta."

"¡Qué amable por tu parte!" murmuró Nobundo con un toque de sarcasmo en sus palabras.

Rolc se encaró a Nobundo. A pesar de que la salud le fallaba, Nobundo se irguió y miró a Rolc fijamente a los ojos.

Rolc dijo: "Te has estado preguntando si la Luz te había castigado con su silencio por tu fracaso en Shattrath".

"¡Lo di todo en Shattrath! ¡Estaba dispuesto a morir para que todos vosotros pudierais vivir!"

"Sí, pero no moriste."

"¿Qué estás...? ¿Insinúas que abandoné?"

"Creo que si la Luz te ha abandonado, sus motivos tendrá. ¿Quiénes somos nosotros para cuestionar los designios de la Luz?" Rolc miró a los demás buscando su apoyo. Algunos de ellos apartaron la vista, pero muchos no lo hicieron. "Sea como sea, es hora de que aceptes tu nuevo lugar en el orden de las cosas. Creo que es hora de que tengas en cuenta el bienestar de los demás..."

Rolc se agachó y arrancó el martillo de la mano de Nobundo.

"Y creo que es hora de que dejes de pretender ser lo que no eres."

- Capítulo 3 -

Ha sido un error venir aquí. Nada ha cambiado. Aún eres un Krokul, aún eres un Tábido.

No. Le escucharían. Él les obligaría a escucharle. Después de todo había tenido una epifanía. Nobundo apartó sus ojos de la asamblea y los fijó en la fuente en el centro de la pequeña plaza. Pidió lucidez al Agua.

Sintió como sus pensamientos se centraban. Dio gracias al Agua y, apoyándose pesadamente en su bastón, se obligó a sí mismo a enfrentarse al mar de miradas desaprobadoras. Hubo un silencio incómodo.

"Esto no tiene ningún sentido" escuchó a alguien decir.

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Cuando intentó comenzar a hablar, su voz sonó diminuta y afónica, distante a sus propios oídos. Se aclaró la garganta y volvió a comenzar, más alto. "He venido a... hablaros sobre..."

"Estamos perdiendo el tiempo. ¿Qué puede tener que decirnos un Krokul?"

Se unieron más voces de disensión. Nobundo flaqueó. Su boca se movía, pero su voz se había perdido.

Tenía razón. Ha sido un error.

Nobundo se giró para marcharse y miró a los plácidos ojos del profeta, su líder, Velen.

El vidente lanzó una mirada crítica a Nobundo. "¿Vas a algún lugar?"

***************

Nobundo se sentó en lo alto de una de las colinas que daban a las tierras agostadas. No habían cambiado mucho en los últimos... ¿Cuánto hacía que había venido aquí por primera vez? ¿Cinco años? ¿Seis?

Cuando él y los demás fueron expulsados del campamento por su condición de Krokul, como habían acabado llamándose, Nobundo estaba enfadado, frustrado y deprimido. Fue hasta el punto más lejano en la única dirección que le permitieron. Siempre había querido investigar las colinas que rodeaban la Marisma de Zangar, pero en la base de aquellas colinas estaban los campamentos de los no afectados, una región a la que "su especie" no podía acercarse.

Así que se aventuró aquí a través del calor sofocante. Se encontraba en los picos que dominan las tierras más baldías de Draenor: tierras que habían sido claros exuberantes antes de la política de odio y genocidio de los orcos, y que ahora no eran más que baldíos creados por los brujos y su retorcida magia.

Al menos los orcos ya no eran un problema tan grave. Algunas patrullas orcas aún se dejaban ver de vez en cuando y mataban a los draenei que encontraban. Pero el número de orcos se había reducido: muchos de los salvajes de piel verde habían atravesado su portal años atrás y aún no habían vuelto.

Como resultado, Nobundo había escuchado que su gente estaba construyendo una nueva ciudad en algún lugar de la marisma. No importa, pensó. es una ciudad en la que nunca seré bienvenido.

Nobundo y los otros continuaban experimentando cambios. Les aparecieron apéndices donde antes no tenían. Granos, pecas y extraños bultos hicieron acto de presencia en sus cuerpos. Sus pezuñas, uno de los rasgos distintivos de los draenei, habían desaparecido, siendo reemplazadas por algo que parecían unos pies deformes. Pero los cambios no se limitaban sólo a lo físico. A sus cerebros les costaba cada vez más mantener sus funciones más elevadas. Y algunos... algunos se perdieron del todo, convirtiéndose en caparazones vacíos que serpenteaban sin rumbo, conversando con audiencias que sólo existían en sus mentes. Algunos de los Perdidos se despertaban un día y comenzaban a

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vagar para no regresar nunca. Uno de los primeros en hacer eso fue Estes. Ahora a Korin sólo le quedaba uno de los compañeros con los que había compartido aquel oscuro momento en Shattrath.

Basta, pensó. Deja de aplazarlo. Haz lo que viniste a hacer.

Lo había estado aplazando porque una parte de él sabía que esta vez no sería diferente. Pero lo haría de todos modos, tal y como lo había hecho cada día durante los últimos años... porque, de algún modo, en algún lugar, una parte de él aún mantenía la esperanza.

Cerró los ojos, eliminó todos los pensamientos irrelevantes de su mente e invocó a la Luz. Por favor, sólo por esta vez... deja que me regodee en tu radiante gloria.

Nada.

Vuelve a intentarlo.

Lo intentó con cada ápice de concentración que le quedaba.

"Nobundo."

El corazón estuvo a punto de salírsele por la boca, abrió los ojos de golpe y extendió una mano para recuperar el equilibrio. Miró a su alrededor, al cielo.

"¡Te encontré!"

Al girarse vio a Korin y soltó el aliento, agitando la cabeza.

Qué tontería pensar que habías recuperado el favor de la Luz.

Ella se acercó y se sentó junto a él, con aspecto agotado, enfermizo y ligeramente confuso.

"¿Cómo estás?" preguntó él.

"No peor que de costumbre."

Nobundo esperó algo más, pero Korin sólo miraba fijamente el árido panorama.

Sin que ninguno de los dos la viera, una silueta espiaba desde un cúmulo cercano de piedras dentadas, observando. Escuchando.

"¿Querías decirme algo?"

Korin pensó un momento. "¡Ah sí!" dijo al fin. "Hoy ha venido un nuevo miembro al campamento. Ha dicho que los orcos se están reagrupando. Preparándose para algo. Están liderados por un nuevo... ¿cómo se llaman? ¿Los que hacen magia oscura?

"¿Brujo?"

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"Sí, creo que era eso". Korin se levantó y se adelantó, quedando a unos centímetros del borde del acantilado. Estuvo callada durante mucho tiempo.

No muy lejos, la silueta tras las piedras se marchó tan discretamente como había llegado.

Los ojos de Korin se mostraban distantes, al igual que su áspera voz al hablar, como si no estuviera del todo allí. "¿Qué crees que pasaría si diera un par de pasos más?"

Nobundo dudó, no sabía si estaba bromeando o no. "Creo que te caerías."

"Sí, mi cuerpo caería. Pero a veces creo que mi espíritu... ¿volaría? No, esa no es la palabra. ¿Cuál es la palabra? ¿Subir y subir como volando?"

Nobundo pensó. "¿Alzarse?"

"¡Sí! Mi cuerpo caería, pero mi espíritu se alzaría."

Días después Nobundo se despertó. Le dolía la cabeza y tenía el estomago vacío. Decidió aventurarse a salir y ver si quedaba algún pez de la comida del día anterior

Al salir de la cueva, se dio cuenta de que los demás estaban reunidos mirando hacia arriba con los ojos protegidos. Salió de debajo de una seta gigante, alzó la vista y también tuvo que proteger sus ojos. Se quedó boquiabierto.

Había aparecido una brecha en el rojizo cielo del alba. Era como si se hubiera abierto una costura, destrozando el tejido de su mundo, permitiendo la entrada a unas luces deslumbrantes y una poderosísima energía sin refinar. La brecha temblaba y bailaba como una gigantesca serpiente de luz pura.

El suelo comenzó a temblar. La presión aumentó en la cabeza de Nobundo, amenazando con hacerla explotar desde sus oídos. La electricidad crepitaba en el aire, los pelos del cuerpo de Nobundo se encresparon y durante un breve, enloquecedor segundo parecía que la propia realidad se estaba destruyendo.

Mientras Nobundo observaba, durante un breve instante, los draenei reunidos parecieron separarse en imágenes gemelas: algunos mayores, otros más jóvenes, algunos que no eran Tábidos sino bastante sanos, algunos draenei no afectados. Entonces la ilusión desapareció. La tierra se tambaleó como si Nobundo estuviera de pie en la parte trasera de un carro que se había puesto en movimiento repentinamente. Él y los demás salieron despedidos al barro y allí se quedaron mientras todo seguía temblando.

Tras unos minutos los temblores disminuyeron y finalmente se detuvieron. Korin observaba estupefacta la brecha, mientras volvía a sellarse. "Nuestro mundo se está acabando." susurró.

Su mundo no se había acabado. Pero había faltado poco.

Cuando Nobundo regresó a su lugar habitual en la cima de las colinas al día siguiente, miró hacia el horizonte y vio que había enloquecido. Columnas de humo se elevaban en

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el cielo y formaban una nube negra sobre la tierra. El aire quemaba sus pulmones. En la base del precipicio en el que se encontraba se abrió una fisura gigante. De ella salía vapor, y cuando Nobundo se inclinó, pudo ver un brillo pálido que surgía de la tierra.

Grandes porciones del desértico suelo habían sido arrancadas y flotaban en el aire de forma inexplicable. Y algunos trozos del cielo parecían ventanas hacia... algo. Era como si pudiera observar otros mundos a través de esas ventanas, algunas distantes, algunas aparentemente cercanas; pero Nobundo no podía decidir si aquello era real o alguna ilusión causada por la catástrofe.

Y todo estaba impregnado de un silencio palpable, como si todas las criaturas de la tierra hubieran muerto o hubieran corrido a refugiarse en algún escondrijo remoto. Aún así Nobundo sentía que no estaba solo. Durante un breve instante le dio la sensación de percibir movimientos furtivos por el rabillo del ojo. Observó su alrededor, medio esperando ver a Korin.

Nada. Tan sólo su turbada mente gastándole una mala pasada.

Nobundo dirigió la vista una vez más hacia el escenario de pesadilla que se extendía ante él y se preguntó si el final de todo lo conocido iba a tener lugar en un futuro cercano.

Pero el tiempo pasó y la vida, tal y como la conocían, continuó. Se filtraron informes en el campamento que afirmaban que regiones enteras habían sido completamente destruidas. Pero aún así el mundo había sobrevivido.

Apaleado, retorcido, atormentado... El mundo había sobrevivido, al igual que los Tábidos. Comían frutos secos, raíces y los pocos peces que encontraban en los pantanos. Hervían el agua y buscaban cobijo de tormentas como jamás habían visto, pero sobrevivían. Y a medida que las estaciones pasaban, los animales comenzaron a regresar. Algunos pertenecían a especies que antes no existían, pero los animales volvieron. Cuando los Tábidos eran lo bastante afortunados como para tener éxito en la caza, se alimentaban de carne. Sobrevivían.

Al menos la mayoría. Hacía unos días Herac había desaparecido. Durante largos meses había estado distante y confundido y, a pesar de que Korin nunca hablaba de ello, tanto ella como Nobundo sabían que había estado a punto de unirse a los Perdidos. Herac era el último de los defensores de Korin en Shattrath y Nobundo sintió su pérdida.

Y aunque Nobundo no lo mencionaba, se preguntaba si algún día él también perdería la cordura y se aventuraría a lo desconocido para no volver jamás, convirtiéndose en poco más que un recuerdo.

Continuó con su vigilia diaria, peregrinando hasta la remota cima, conservando la esperanza de que si cumplía su penitencia, algún día la Luz volvería a envolverlo con su brillo.

Cada día regresaba decepcionado al campamento.

Y cada noche volvía a tener la misma horrible pesadilla.

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Nobundo se encontraba fuera de la Ciudad de Shattrath, golpeando las puertas cerradas con los puños mientras los gritos de los moribundos desgarraban el aire nocturno. Su subconsciente sabía que era otro sueño, otra pesadilla y se preguntaba si sería la misma otra vez.

Golpeaba la madera repetidamente hasta que sus maltratadas manos comenzaban a sangrar. En el interior, mujeres y niños morían lentamente, muertes terribles. Uno a uno los gritos se iban apagando hasta que sólo quedaba un último lamento atormentado. Él reconocía ese clamor: era la voz que había retumbado en el Bosque de Terokkar mientras escapaba de la ciudad.

Ese grito no tardaba mucho en desvanecerse como los demás y no quedaba nada más que silencio. Nobundo se apartaba de las puertas, mirando a su débil, deformado e inútil cuerpo. Temblaba y lloraba esperando el inevitable despertar.

Hubo un crujido y las puertas se abrieron lentamente. Nobundo miró hacia arriba estupefacto. Esto nunca había ocurrido antes. Esto era nuevo. ¿Qué podía significar?

Las enormes puertas revelaron un Bajo Arrabal vacío, los muros y contrafuertes interiores iluminados por una sola hoguera dentro del anillo interior.

Nobundo entró, atraído por el calor de las llamas. Miró alrededor, pero no había ningún cuerpo, ninguna señal de la masacre que había tenido lugar, salvo unas pocas armas abandonadas esparcidas alrededor del fuego.

Un trueno retumbó suavemente y Nobundo sintió una gota de lluvia caer en su brazo. Dio un paso más y las gigantescas puertas se cerraron tras él.

Entonces escuchó sonidos, sonidos arrastrados que emanaban de debajo de la hoguera y que se acercaban. Él no iba armado, ni siquiera llevaba su bastón y el hecho de saber que estaba soñando no aliviaba la sensación de peligro. Se preparó para coger un trozo de madera ardiendo de la hoguera, cuando vio a una mujer draenei salir a la luz.

La lluvia esporádica persistía

Al principio sonrió, encantado de ver que uno de los suyos había sobrevivido, pero su sonrisa pronto se desvaneció al ver el sangriento corte de su garganta, los moratones de su cuerpo. Su brazo izquierdo colgaba de su cuerpo inútilmente y sin fuerzas. Le observaba con la mirada perdida y, aún así, su expresión era... acusadora. Al acercarse, se dio cuenta de que era Shaka. Pronto se le unieron las demás, decenas de ellas arrastrándose hacia delante desde todos los lados, con los ojos nublados y los cuerpos llenos de horripilantes heridas.

El viento se levantó, avivando el fuego. La suave lluvia se convirtió en un chubasco constante. Una a una las mujeres se agacharon para recoger las armas del suelo, avanzando. Nobundo se hizo con una antorcha de la hoguera.

¡Quería salvaros! ¡No pude hacer nada! Quería gritar, pero no le salían las palabras. Sus movimientos parecían lentos, restringidos.

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El viento volvió a tomar fuerza, apagando la antorcha que sostenía Nobundo. Las mujeres asesinadas se acercaron más, alzando sus armas mientras el viento golpeaba las llamas de la hoguera hasta que esta también se apagó, dejando a Nobundo a oscuras.

Esperó, escuchando... intentando oírlas acercarse entre la lluvia.

De pronto sintió un gélido apretón en su muñeca. Nobundo gritó...

Y se despertó. Se sentía agotado, más cansado que cuando se fue a dormir. Los sueños le estaban minando.

Decidió que la brisa de la mañana podría sentarle bien. A lo mejor Korin estaba despierta y podían hablar.

Fue hasta donde desayunaban reunidos algunos de los demás y preguntó a uno de los miembros más nuevos dónde se encontraba Korin.

"Se ha ido."

"¿Ido? ¿Adónde? ¿Cuándo?"

"Hace poco. No ha dicho adonde. Se comportaba de forma extraña... Ha dicho que iba a... ¿cómo se dice?"

El Tábido hizo una pausa, pensando, luego asintió al recordarlo.

"Eso es. Ha dicho que iba a 'alzarse'."

Nobundo corrió tan deprisa como sus piernas se lo permitieron. Cuando llegó a la cima de la montaña, sus pulmones parecían arder, estaba tosiendo una espesa mucosidad verde y su pierna temblaba descontroladamente.

La vio en la meseta que daba al acantilado, de pie en el borde mirando hacia abajo.

"¡Korin! ¡Detente!"

Ella se giró, ofreció algo parecido a una sonrisa y entonces se arrojó en silencio, despareciendo en una densa nube de vapor.

Nobundo llegó hasta el borde y miró hacia abajo, pero sólo vio un lívido brillo a lo lejos.

Has llegado demasiado tarde.

Había vuelto a fracasar, exactamente igual que había fracasado cuando no pudo salvar a las mujeres de Shattrath. Nobundo cerró los ojos con fuerza e invocó mentalmente a la Luz: ¿Por qué? ¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué sigues atormentándome? ¿Acaso no te serví fielmente?

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Seguía sin obtener respuesta alguna. Sólo una suave brisa secando las lágrimas en sus mejillas.

Quizá Korin tuviera razón. En el fondo Nobundo sabía por qué había hecho aquello: no quería convertirse en uno de los Perdidos. Quizá había encontrado la única salida.

No le quedaba nada en el mundo. Sería tan fácil dar esos últimos pasos, saltar desde el borde y poner fin a su sufrimiento...

No muy lejos una silueta salió de detrás de unas rocas que sobresalían, lista para llamarle...

Pero incluso en este momento, exiliado por su gente, ignorado por la Luz, atormentado por las almas de aquellas a las que no había podido salvar... Nobundo descubrió que no podía rendirse.

La brisa se convirtió en un vendaval, dispersando nubes de vapor y empujando con tanta fuerza que alejó a Nobundo del borde del acantilado. Entre la confusión distinguió una palabra: Todo...

Nobundo se esforzó en escuchar. Seguramente su cordura había llegado al límite; probablemente su mente le estaba gastando una broma.

La silueta de las rocas volvió a esconderse, continuando su vigilancia silenciosa.

El viento volvió a tomar fuerza una vez más Todo lo que existe...

Más palabras. ¿Qué locura era aquella? Esto no era obra de la Luz. La Luz no "hablaba": era un calor que le impregnaba el cuerpo. Esto era algo nuevo, algo distinto. Una última ráfaga de viento sopló en la meseta, obligando a Nobundo a sentarse.

Todo lo que existe, está vivo...

Después de tantos años de súplicas, Nobundo, al fin, había recibido una respuesta, una respuesta que no provenía de la Luz...

sino del Viento.

Nobundo había escuchado historias sobre prácticas orcas que relacionadas con los elementos: Tierra, Viento, Fuego y Agua. Su gente había sido testigo de algunos de los poderes que estos "chamanes" poseían antes de la campaña de asesinatos, pero los draenei desconocían la mayoría de estas habilidades.

Los días siguientes, Nobundo volvió a la colina, donde oía los susurros del Viento: alivio, promesas y tentadoras pistas de que le aguardaba la riqueza del conocimiento. A veces la voz del Viento era tranquila y aplacadora, y otras era insistente y poderosa. Pero en la mente de Nobundo aún existía la duda de si, después de todo, se estaba volviendo loco.

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El quinto día, cuando estaba sentado cerca del borde del acantilado, escuchó un ruido sordo, como un trueno, a pesar de que el cielo estaba despejado. Abrió los ojos y vio una gran columna de Fuego estallar en la grieta del acantilado, elevándose desde la fisura de abajo. Las llamas se extendieron y en sus parpadeantes destellos pudo distinguir rasgos nebulosos que cambiaban. Cuando habló por primera vez, sonó como una poderosa tormenta.

Ve a las montañas de Nagrand. En lo alto, en las cimas, encontrarás un lugar... ahí es donde comienza tu verdadero viaje.

Nobundo pensó en ello y respondió: "Para llegar allí, tendré que pasar por los campamentos de los no afectados, donde mi gente tiene el acceso prohibido".

El Fuego se expandió con velocidad y pudo sentir el calor en el rostro. ¡No pongas en entredicho la oportunidad que se te está concediendo!

Las llamas amainaron.

Camina con la cabeza bien alta, pues ya no estás solo.

No muy lejos, aquel que tanto tiempo llevaba observando a Nobundo volvió a agacharse en su escondite. Y, aunque no podía oír a los elementos como Nobundo, había visto las llamas y sus rasgos parpadeantes. Si Nobundo hubiera podido mirar a los ojos del observador, habría visto asombro absoluto.

Durante los dos días siguientes Nobundo hizo el arduo camino con el Viento en la espalda, susurrándole al oído. Aprendió que los chamanes orcos estaban en comunión con los elementos, pero su conexión se cortó cuando los orcos empezaron a practicar magia vil. Podría haber aprendido más cosas, pero a veces a Nobundo le resultaba difícil entender, como si la comunicación estuviera siendo filtrada o aguada.

En varias ocasiones a lo largo del camino, tuvo la sensación de que oía pasos detrás de él. Cuando miraba hacia atrás, sentía que lo que le seguía se acababa de ocultar. Se preguntó si serían los elementos. O producto de su imaginación.

Cuando por fin llegó a los campamentos de los no afectados, hacía tiempo que el sol había abandonado el cielo. No cabía duda de que los vigilantes le habían visto acercarse, pues dos guardias le estaban esperando cuando llegó al perímetro del campamento.

"¿Qué te trae por aquí?" preguntó el mayor de los dos guardias.

"Sólo quiero atravesar las montañas."

Algunos de los demás miembros del campamento habían salido y miraban a Nobundo con recelo.

"Tenemos órdenes estrictas. Los Krokul no pueden entrar en el campamento. Tendrás que ir a otro lugar."

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"No quiero quedarme en vuestro campamento, sólo pasar." Nobundo dio un paso adelante.

El más grande de los guardias extendió la mano, empujando a Nobundo hacia atrás. "Te he dicho..."

Entonces se escuchó un trueno ensordecedor y una masa negra de nubes apareció donde segundos antes el cielo era azul, liberando una repentina tromba de agua. El Viento que antes había animado a Nobundo a apresurarse ahora soplaba con fuerza descomunal, forzando a los dos guardias a retroceder. Lo más increíble de todo era que, tanto el Viento como la lluvia, se movían alrededor de Nobundo para golpear a los dos guardias, que cayeron en el sucio barro.

Nobundo observó los acontecimientos con los ojos como platos por el asombro. "Así que esto es lo que pasa", pensó en voz alta "cuando los elementos están de tu lado". Sonrió.

Los miembros del campamento buscaron cobijo en las cuevas. Los guardias miraron a Nobundo aterrorizados. Por su parte, Nobundo simplemente avanzó, apoyándose en su bastón mientras caminaba lentamente por el campamento hasta llegar a la falda de las montañas al otro lado, dejando a los residentes del campamento sorprendidos, asustados y confundidos.

La figura que había seguido a Nobundo salió de su escondite tras una de las setas gigantes. No se atrevía a continuar, pues al fin y al cabo era un Krokul.

Pero los acontecimientos de los que Akama acababa de ser testigo habían plantando una semilla en su interior. Desde que se había despertado de su largo sueño, no había sentido nada más que desesperación y punzante miedo al futuro. Pero ver lo que este Krokul acababa de hacer, ver los elementos salir en su defensa, agitó un sentimiento en Akama que él creía muerto.

Sintió esperanza.

Con esa nueva esperanza se dio la vuelta y regresó silenciosamente a la marisma.

Muchas horas después, terriblemente fatigado, Nobundo escaló a lo alto de las montañas y comenzó a ver señales de vegetación verde y fresca. Cuando sus pasos fueron más lentos debido al cansancio, el Viento le empujó y la propia Tierra bajo sus pies parecía prestarle fuerzas. Y aunque la lluvia continuaba, parecía caer en todas partes menos sobre él y proporcionaba riachuelos de los que Nobundo bebía con ansia.

A medida que se acercaba a las cumbres, escuchaba voces que competían en su mente: una grave y persistente seguida del familiar sonido del Viento y finalmente la ocasional resonancia del Fuego. Las voces parecían caóticas; chocaban en su prisa por entrar en comunión con él. Tanto que llegaron a formar una cacofonía que le obligó a detenerse Basta, si habláis todos a la vez no os entiendo.

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Nobundo invocó la poca fuerza que le quedaba y subió a un montículo con vistas exuberantes. Aquí Draenor era como en el pasado: fértil y sereno, un bello refugio ajardinado lleno de cascadas y vibrante vida.

Debes perdonarlos: ha pasado mucho tiempo desde que sintieron la templada influencia de un chamán por última vez. Están enfadados, confundidos, aún dolidos por el golpe que les asestaron.

"El cataclismo", dijo Nobundo mientras se adentraba en el tranquilo escenario. Se arrodilló y bebió de una laguna y se sintió rejuvenecer. Sintió su mente abrirse, sus pensamientos se estaban volviendo parte de lo que le rodeaba y, a cambio, lo que le rodeaban se estaba volviendo parte de él.

La voz que le respondía era, a la vez, clara y relajante, fuerte y robusta. Sí. Quizá yo fui la menos afectada, pero siempre ha sido así. Es necesario que yo me adapte rápidamente, ya que yo proporciono los cimientos para la vida.

"Agua."

Más que oírla, sintió la afirmación.

Bienvenido. Aquí, en este silencioso refugio, los elementos coexisten en relativa paz. Así nuestra conversación contigo será más fácil, especialmente en las primeras fases de tu viaje, cuando aún no sepas sentir nuestras intenciones sin pensar. El verdadero conocimiento y su comprensión te llevarán años. Pero si sigues el camino, con el tiempo estarán a tu disposición... aunque nunca bajo tu mando. Si nos respetas y tu motivación no se vuelve egoísta, nunca te abandonaremos.

"¿Por qué me habéis elegido a mí?"

El cataclismo nos dejó en la incertidumbre y la confusión. Durante un tiempo estuvimos perdidos. En ti sentimos un alma gemela: confusa, descuidada. Nos llevó bastante tiempo recuperarnos lo suficiente como para poder contactar, pero cuando lo logramos esperábamos que fueses... receptivo.

A Nobundo le parecía demasiado bueno para ser verdad. Pero, ¿qué pasaba con la Luz? ¿La estaba traicionando si elegía este nuevo camino? ¿Le estaba dando la espalda? ¿Era esto una prueba?

El riesgo valdría la pena si...

"¿Podré usar estas habilidades para ayudar a mi gente?"

Sí. La relación entre los elementos y el chamán es de sincronía. La influencia del chamán ayuda a calmarnos y unirnos, del mismo modo que nuestra influencia enriquece y realiza al chamán. Cuando hayas completado tu entrenamiento, podrás invocar a los elementos en tiempos de necesidad. Si los elementos consideramos tu causa justa, te ayudaremos en la medida que podamos.

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El verdadero entendimiento, tal y como el Agua le había prometido, le llevó años. Pero con el tiempo Nobundo consiguió comprender las energías de vida que le rodeaban. Desde las más grandes criaturas de Draenor hasta un aparentemente insignificante grano de arena. Él era perfectamente consciente de que todo lo que existía tenía energía vital y de que estas energías estaban unidas y dependían las unas de las otras, independientemente de su ubicación geográfica y de las fuerzas opuestas. Lo que era más: podía sentir aquellas energías como si fueran parte de él y ahora comprendía que lo eran.

Los elementos mantuvieron su parte del trato y le fueron concedidos algunos aspectos de su naturaleza. Del Agua obtuvo claridad y paciencia: por primera vez, después de tantos años, sus pensamientos no estaban nublados. Del Fuego consiguió pasión, una nueva apreciación de la vida y el deseo de sobreponerse a cualquier obstáculo. La Tierra le concedió firmeza, una voluntad de acero y una determinación inquebrantable. Del Viento adquirió el valor y la persistencia: cómo adentrarse y presionar ante la adversidad.

Pero aún quedaba una lección de suma importancia que le evitaba. Lo notaba, sentía que los elementos se estaban guardando algo, algo que él, simplemente, no estaba preparado para entender.

Y... aún seguían las pesadillas. Se habían mitigado un poco, pero noche tras noche Nobundo volvía a encontrarse golpeando las puertas de Shattrath, mientras los gritos de los moribundos resonaban en sus oídos. Y ahora, cuando atravesaba las puertas y permanecía junto al fuego, cuando las recriminadoras muertas aparecían, Korin las acompañaba.

Sintió el calmante tono del Agua: Sentimos que aún estás... turbado.

"Sí" respondió. "Me atormentan los espíritus de aquellos que fallecieron en Shattrath. ¿Los elementos pueden hacer algo al respecto?"

El conflicto no reside en los espíritus de los que se han ido, sino en ti. Es un conflicto que has de resolver tú solo.

"¿Dificultará este conflicto la realización de mi verdadero potencial como chamán?"

Una sensación de júbilo surgió de las lagunas a su alrededor. De todos los elementos el Agua era el más despreocupado. Tu conflicto se refleja en el cielo sobre ti, en la Tierra bajo tus pies, en mí y sobre todo en el Fuego. Es un reflejo de la eterna lucha de la naturaleza por conseguir y mantener el equilibrio.

Nobundo pensó durante un momento. "No importa hasta dónde me lleve mi viaje, supongo que el verdadero entendimiento reside en saber que el viaje nunca acabará."

Bien... muy bien. Ha llegado el momento de dar el siguiente paso, quizá el más importante de todos.

"Estoy listo."

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Cierra los ojos.

Nobundo los cerró. Sintió como si la Tierra desapareciera bajo sus pies, sintió a los elementos retirarse y durante un aterrador segundo su mente volvió a Shattrath, abandonada en la oscuridad.

Entonces sintió... algo. Algo muy diferente a los demás elementos. Parecía inmenso: frío pero no hostil. Y, en su presencia, Nobundo se sintió muy, muy pequeño. Entonces notó que esta presencia hablaba con multitud de voces, femeninas y masculinas, una armónica sinfonía dentro y alrededor de él.

Abre los ojos.

Nobundo los abrió. Y de nuevo volvió a experimentar la sensación de pequeñez, de insignificancia, mientras observaba una oscura extensión sin final llena de miles de mundos. Algunos como Draenor; otros, grandes bolas de fuego y escarcha; algunos cubiertos de agua; algunos inertes y desérticos.

Y de pronto Nobundo comprendió... algo que parecía tan simple y sin embargo un concepto que había escapado a su mente: había incontables mundos más allá. Esto ya lo sabía, ya que su gente había viajado a muchos mundos antes de asentarse en Draenor. Pero lo que Nobundo no había logrado comprender era que el poder de los elementos llegaba más allá también. Cada mundo tenía sus propios elementos y sus propios poderes que invocar.

Y había más. Aquí, en el vacío, existía otro elemento, uno que parecía unir todos los mundos, uno formando por una energía indescriptible. Si pudiera invocarlo ..., pero inmediatamente se dio cuenta de que, en esta fase, aún era demasiado inexperto para entrar en comunión con este misterioso nuevo elemento. Esto no era más que un atisbo, un regalo para su entendimiento...

Una epifanía.

- Capítulo 4 -

Velen evaluó a Nobundo con sus cristalinos ojos azules. Nobundo protestó, "¡No me escucharán! Creo que esto no ha sido una buena idea."

El labio de Velen se curvó hacia un lado. Tenía esa expresión que hacía que Nobundo tuviera la sensación de que el profeta sabía muchas cosas más allá de lo que él podía comprender.

"No consigo que me vean como algo más que un Krokul, independientemente de lo que pueda enseñarles."

"Quizá el auténtico problema no resida en ellos."

Eso es lo que dijeron los elementos, pensó Nobundo.

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Como resultado de sus conversaciones previas, Nobundo había aprendido a no intentar adivinar lo que pensaba el profeta, así que esperó en silencio.

Velen continuó, "Oigo los gritos en tu mente: las mujeres de Shattrath. Estoy al tanto de la carga que soporta tu corazón. Te preguntas si tu huida fue un acto de cobardía."

Nobundo asintió, sobrecogido repentinamente por la emoción.

"Una parte de ti sabía que era imperativo que sobrevivieras para abrazar tu destino. Y desde aquel día, a pesar de todas las pruebas que tuviste que superar, nunca te rendiste. Por eso te elegí. Nuestra gente te llama Krokul, Tábido, pero creo que tú nos puedes mostrar nuestra mayor esperanza."

Velen apoyó una mano amiga en el hombro de Nobundo. "Déjalas ir. Deja que sus gritos se silencien."

Era cierto. No era un cobarde. Una parte de él lo sabía, pero con todo lo que había ocurrido desde entonces, esa parte se había perdido. Nobundo dejó escapar un profundo suspiro y, de algún modo, supo que cuando se acostara esa noche, la pesadilla no le estaría esperando. Sintió la alegría de los elementos; era como si estuvieran... orgullosos.

Velen sonrió. "Ahora, por el bien de todos nosotros, ve. Ve y acepta tu destino."

Nobundo volvió al alto. Los draenei reunidos conversaban entre ellos, sin prestar atención a la débil figura de arriba.

Levantó su bastón. Las nubes se reunieron en el cielo azul, proyectando una oscura sombra sobre el asentamiento. Los draenei dejaron de hablar.

Nobundo les llamó, su voz resonó en la marisma. "Mirad y escuchad."

Cayó un diluvio. Los rayos bailaron entre las lámparas que rodeaban la plaza, destrozando los cristales. Los draenei reunidos observaban sobrecogidos.

"Habéis venido aquí a aprender y algún día obtener estos poderes: ¡los poderes del chamán!

"¡Pero el chamanismo es una práctica orca!" gritó alguien desde el público. Otros se le unieron.

"Sí. Una práctica que ellos abandonaron para entrar en comunión con los demonios. Ahora nosotros viajaremos por el camino del chamán, un camino que nos llevará a un futuro en el que nadie matará a nuestras mujeres..."

Nobundo hizo una pausa, manteniendo su voz firme.

"Ni a nuestros hijos. Donde los Krokul y los no afectados colaborarán para conseguir un sueño que nuestra gente olvidó hace mucho: la verdadera libertad."

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Los miembros de la asamblea se miraron, buscando la aprobación en los demás, buscando pistas de resistencia. Al final todos parecieron llegar a la misma conclusión: escucharían.

"Vuestro viaje comienza con estas simples palabras..."

Nobundo sonrió. Las nubes se agitaron. Los rayos formaron un arco. La lluvia cayó.

"Todo lo que existe está vivo."

Camino a la perdición

Historia de Naxxramas. Me estoy cansando de este acoso continuo. Estaba en pleno estudio de delicada magia que requiere semanas de preparación y diversos rituales —Kel'Thuzad se vio obligado a esperar durante horas, exasperado por haber sido insultado, antes de que se le permitiera la mínima cortesía de explicarse ante sus acusadores. Los supuestos portavoces del grupo, Drenden y Modera, habían sido desde hace tiempo sus críticos más fragorosos. No obstante, no habrían pronunciado esta última acusación sin el apoyo de Antonidas, que aparecería tarde o temprano. ¿Qué traería por aquí al anciano?

Drenden resopló. —Es la primera vez que oigo llamar “delicada” a ese tipo de magia.

—Una opinión ignorante de un hombre ignorante —dijo Kel'Thuzad con fría precisión.

Entonces, una voz distante le habló, una voz amiga. Sus comentarios le resultaban ya tan familiares que los consideraba como propios. Te temen y envidian. Al fin y al cabo, gracias a estos nuevos estudios, seguirás adquiriendo nuevos conocimientos y poder.

De repente, hubo un destello, y un archimago de pelo gris con cara de pocos amigos apareció en la entrada. Bajo el brazo llevaba un pequeño cofre de madera. —De no haberlo visto por mí mismo, no lo habría creído. Una vez más, has vuelto a abusar de nuestra paciencia, Kel'Thuzad.

—El venerable Antonidas por fin nos deleita con su presencia. Empezaba a pensar que habrías enfermado.

—Te asusta la vejez, ¿no es cierto? —interrumpió Antonidas—. Un día te darás cuenta de que es inexorable.

Si eso le consuela, deja que opine así...

Como para tranquilizarlo, Antonidas añadió: —En cuanto a mi salud se refiere, no hay de qué preocuparse. Tan solo andaba ocupado en otros asuntos.

—¿Acaso buscando pruebas de magia prohibida entre mis estancias? Deberías encontrar mejores recursos.

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—Cierto, pues tus estancias no albergan evidencia alguna. Aunque esos almacenes que posees en las tierras del norte... —Antonidas le miró con repugnancia.

¡Maldito! Menudo fisgón pretencioso. —No tenías ningún derecho a...

Antonidas golpeó su bastón contra el suelo para hacerlo callar, y se volvió hacia los otros magos. —Ha convertido los edificios en laboratorios para realizar una serie de sucios experimentos. Vedlo vosotros mismos, compañeros. Contemplad el fruto de su trabajo —abrió el cofre y lo inclinó para que todos pudieran verlo bien.

Restos de rata en estado de descomposición. Dos seguían escarbando torpemente a los lados del cofre en un vano intento de escapar. Varios magos se apartaron, en una ola de consternación. Incluso el elfo noble de pelo dorado, sentado al final de la sala, parecía sobresaltado, pues la edad del Príncipe Kael’thas descartaba la posibilidad de que fuera capaz de realizar una hazaña como ésa.

Volviendo la mirada hacia las ratas cautivas, Kel’Thuzad apreció que éstas yacían ahora inmóviles. Más fallos, aparentemente. No importaba. Algún día crearía un espécimen estable e inmortal. Tendría una buena razón que justificara tantas horas de trabajo... Tan solo era cuestión de tiempo.

El hechizo que te silencia tiene varios cabos sueltos. ¿Quieres que te muestre cómo terminar de deshacerlos?

El tiempo y su aliado desconocido, cuya enigmática voz oía en ocasiones, le ayudarían a avanzar un paso más hacia su objetivo. "Muéstrame cómo", he thought.

De repente, apareció un destello, tras el que se descubrió una mujer joven. Cuando se acercó a Antonidas, los ojos del elfo noble la siguieron con mirada a la vez desazonada y amenazadora. Pero Lady Jaina Valiente no le prestó atención: estaba completamente concentrada en su labor. El apuesto príncipe no tenía ninguna posibilidad.

Sus intensos ojos azules dedicaron una mirada curiosa a Kel'Thuzad. Tomó la caja de las manos de Antonidas, que explicó: —Mi aprendiz podrá apreciar que el cofre y su contenido han sido incinerados.

La mujer inclinó la cabeza y se teletransportó, saliendo de la estancia. Al otro lado, el elfo noble miraba el espacio ahora vacío con el ceño fruncido. Bajo otras circunstancias, a Kel’Thuzad esta escenita de teatro mudo le habría parecido divertida. Sin poder defenderse, Antonidas proseguía con su diatriba. Conteniendo su furia en absoluto silencio, Kel’Thuzad, se esforzó una vez más por liberarse.

—Ya hemos permitido que la situación llegue demasiado lejos. Le hemos reprendido a menudo por sus más que cuestionables propensiones. Intentamos guiarlo, y ahora nos enteramos de que ha estado practicando la magia oscura. Los habitantes del Kirin Tor comienzan a pronunciar su nombre como si de una palabra maldita se tratase.

—¡Mientes! —exclamó Kel’Thuzad con todas sus fuerzas, y captó la atención de algunos de los magos, que esperaban oír una explicación—. Los campesinos recuerdan la Segunda Guerra tan bien como yo. Di lo que te plazca sobre los orcos, pero sus brujos

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ostentaban gran poder, un poder contra el que poco podíamos defendernos. Tenemos una obligación: debemos aprender a manejar y hacer frente a este tipo de magia solos.

—¿Para formar un ejército de ratas muertas, cuya existencia sobrenatural tenga las horas contadas? —replicó Antonidas con brusquedad—. Sí, hijo, también encontré tus diarios. Has guardado un registro muy detallado sobre esta empresa abominable. No puedes pretender utilizar estas criaturas patéticas contra los orcos. Asumiendo, por supuesto, que los orcos emerjan algún día de su letargo, escapen de los campos de reclusión, y de alguna manera, consigan volver a convertirse en una amenaza.

—Por ser un poco más joven que tú no creo que puedas calificarme de niño —replicó Kel’Thuzad—. En cuanto a las ratas, me sirven para hacerme una idea de mis progresos. Se trata de una técnica experimental básica.

Antonidas suspiró. —Me consta que últimamente pasas la mayor parte del tiempo en el norte. Tus ausencias, cada vez más prolongadas, fueron lo que primero llamó mi atención. Seguro que ha llegado a tus oídos que el nuevo impuesto del rey ha levantado el descontento del pueblo. Tu egoísta búsqueda de poder podría incitar la revuelta de los campesinos. Lordaeron podría verse envuelto en una guerra civil.

No sabía nada de ese impuesto, Antonidas debía de estar exagerando. Además, un verdadero mago se centraría en asuntos de mayor envergadura. —Seré más discreto —ofreció, apretando los dientes.

—Ni toda la discreción del mundo podría esconder un secreto de tal calibre —afirmó Drenden.

Modera añadió: —Sabes que siempre hemos actuado con precaución para proteger a los nuestros sin convertirnos nosotros mismos en un peligro. No osamos sacrificar nuestra humanidad, al menos no nuestra apariencia humana y mucho menos nuestra esencia. Tus métodos podrían, en el mejor de los casos, condenarnos como herejes.

Era el colmo. —Se nos ha tachado de herejes durante siglos. La Iglesia no ha apreciado nunca nuestros métodos. No obstante, esos sentimientos aún perduran.

Ella asintió. —Porque evitamos la práctica de magia oscura, que conduce a la corrupción y a la catástrofe.

—¡Porque somos necesarios!

—Basta. —Antonidas parecía cansado, y dirigiéndose a Modera y a Drenden, añadió: —Si las palabras hubiesen bastado para hacerle entrar en razón, ya lo habría hecho.

—He escuchado lo que teníais que decir —respondió Kel’Thuzad exasperado—. Por todos los dioses, ¡os he escuchado hasta hartarme! Vosotros sois quienes no queréis escucharme a mí, ni olvidaros de vuestras ideas anticua...

—No comprendes cuál es nuestro propósito hoy —interrumpió Antonidas—, esto no es un debate. En este momento, se están investigando tus propiedades con perfecta

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minuciosidad. Todos los objetos manchados con magia negra serán confiscados y, tras ser identificados, con gran satisfacción por nuestra parte, serán destruidos.

Su aliado anónimo le advirtió que esto podría ocurrir, pero Kel’Thuzad no le creyó. Qué raro. Incluso se sintió aliviado por que la situación llegara hasta este punto. Tanto secretismo había limitado el alcance de su trabajo y entorpecido su progreso.

—En vista de la evidencia —dijo Antonidas pesadamente—, el rey Terenas está de acuerdo con nuestro criterio. Si no abandonas esta locura, se te despojará de tu rango y propiedades, y serás exiliado de Dalaran... y de todo Lordaeron.

Con ese pensamiento rondando en su mente, Kel’Thuzad se inclinó y abandonó la estancia. Sin duda, el Kirin Tor mantendría en secreto su supuesta desvergüenza, temiendo las repercusiones que sus actos tendrían de hacerse pública. Por una vez, esa cobardía actuaría en su favor. Su riqueza nunca llenaría los cofres del rey.

* * * * *

Una manada de lobos siguió a Kel’Thuzad durante varios kilómetros, lo suficientemente apartados como para quedar fuera del alcance de sus hechizos, hasta que quedaron atrás. Mirando con recelo por encima del hombro, los vio gruñir y bajar las orejas antes de desaparecer. Afortunadamente, los vientos árticos también amainaban. A lo lejos pudo avistar la cumbre, una inhóspita cima, con cierta sensación de triunfo, con una corazonada. Lo más alto de la Corona de Hielo. Pocos exploradores se habían aventurado en el glaciar, e incluso menos habían sobrevivido para contarlo. Pero él, Kel’Thuzad, escalaría sus cumbres solo y miraría hacia abajo al resto del mundo.

Por desgracia, apenas existían mapas del gélido continente de Rasganorte, y los encontró inútiles, como todas las provisiones que con tanto orgullo había preparado para su viaje. Con dudas acerca del camino a seguir y sobre su destino final, no podía arriesgarse a teletransportarse. Culpándose a sí mismo, se tambaleó hacia delante. Había perdido la pista sobre cuánto tiempo llevaba caminando. A pesar de su pelliza, temblaba de manera incontrolable. Sus piernas eran como pilares de piedra, extrañas y entumecidas. Su cuerpo comenzaba a perecer. Si no encontraba cobijo pronto, moriría ahí mismo.

Por fin, un destello apareció: se trataba de un obelisco de piedra grabado con símbolos mágicos y, detrás, una ciudadela. ¡Por fin! Pasando apresuradamente el obelisco, cruzó un puente de, lo que parecía, energía pura. Las puertas de la ciudadela se abrieron cuando se acercó, pero se detuvo en seco.

La entrada estaba protegida por dos grotescas criaturas que parecían arañas gigantes de cintura para abajo. Seis delgadas patas soportaban el peso de cada criatura; las otras dos extremidades estaban sujetas como brazos a un torso apenas humanoide. Algo, si cabe, más sorprendente que las criaturas en sí, era su estado. Sus cuerpos presentaban todo tipo de heridas, de las cuales la más grave estaba toscamente vendada. Los brazos de uno de los guardias estaban vendados en ángulos casi imposibles. De la mandíbula sarnosa del otro guardia rezumaba icor, pero no mostró intención alguna de limpiárselo.

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A pesar del olor putrefacto a no-muerto, los guardias no mostraban señales de confusión, contrariamente a las ratas de Kel’Thuzad. Las criaturas de aspecto arácnido debían de haber conservado su fuerza y coordinación innatas. De no ser así, serían guardias mediocres. Su creador era, sin duda, un nigromante cualificado.

Para su sorpresa, se apartaron para dejarle pasar. Ignorando la razón de su buena fortuna, y sin replicarla, entró de buena gana a la ciudadela, mucho más calurosa. En la entrada, más adelante, se batía una estatua de una de las criaturas semiarácnidas. El edificio mismo era reciente, pero la estatua era bastante antigua. Ahora que lo pensaba, ya había visto estatuas parecidas a ésta en las antiguas ruinas que atravesó en su camino hacia el norte. El frío estaba minando su ingenio

Suponía que el nigromante había conquistado un reino de estos seres parecidos a las arañas, convirtiéndolas con éxito en no-muertos, apoderándose de sus tesoros como botín de guerra. La alegría lo colmó. Seguro que aquí aprendería grandes lecciones.

Al final de la entrada advirtió una criatura gigante: una grotesca mezcla entre escarabajo y araña. Se le acercó con paso decidido y Kel’Thuzad observó que su imponente figura mostraba incluso más heridas y vendajes. Al igual que los guardias, era un no-muerto, pero su accidentada masa corporal le asustaba más que impresionaba. Dudó que pudiera tener la habilidad suficiente para vencer a un monstruo así, y mucho menos resucitarlo.

La criatura le saludó con una voz baja y profunda que resonaba desde su voluminoso cuerpo. Aunque hablaba perfecta y comprensible lengua común, el sonido le daba frío. Extraños zumbidos y chasquidos sostenían sus palabras. —El maestro te ha estado esperando, archimago. Yo soy Anub’arak.

Ese ser tenía tanto la inteligencia como las habilidades motoras necesarias para el lenguaje... ¡Increíble! —Sí. Deseo convertirme en su aprendiz.

La enorme criatura lo miró. Seguramente se estaba preguntando si sería sabroso como aperitivo.

Se aclaró la garganta con nerviosismo. —¿Puedo verle?

—Todo a su debido tiempo —contestó Anub’arak con voz estridente —. Hasta ahora has dedicado tu vida a la obtención de conocimiento, una excelente meta. Sin embargo, tu experiencia como mago no es aún suficiente para servir al maestro.

¿Qué podría haber inspirado tales palabras? ¿Acaso consideraba el mayordomo a Kel’Thuzad como rival? Aquella era una idea errónea que habría que disipar lo antes posible. —Como antiguo miembro del Kirin Tor, domino más magia de la que podrías imaginar. Estoy más que preparado para cualquier tarea que el maestro me quiera adjudicar

—Eso está por ver.

Anub'arak lo condujo a través de una serie de túneles que llevaban más allá de la tierra. Por fin, Kel’Thuzad y su guía aparecieron dentro de un enorme zigurat cuyo nombre, según dijo Anub'arak, era Naxxramas. Por su arquitectura, el edificio debía de ser

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también producto de las criaturas semiarácnidas. De hecho, las primeras cámaras que Anub'arak le mostró estaban pobladas de cosas no-muertas, que vertiginosamente perdían su frescura. Arañas reales también deambulaban por los rincones entre los no-muertos, ocupadas tejiendo telarañas y poniendo huevos.

Kel'Thuzad evitó expresar su repugnancia. No daría esa gran satisfacción al enorme mayordomo. Refiriéndose a uno de los seres arácnidos, dijo: —Tenéis cierto parecido. ¿Pertenecéis todos a la misma raza?

—A la raza nerubiana, sí. Entonces llegó el maestro. A medida que su influencia se extendía, guerreamos contra él, creyendo ingenuamente que teníamos oportunidad de vencer. Muchos fuimos asesinados y resucitados como no-muertos. En vida yo era rey, ahora soy señor de la cripta.

—A cambio de ser inmortal, diste tu acuerdo para servirlo —Kel'Thuzad pensó en voz alta—. Extraordinario.

—Dar su acuerdo implica elegir.

Lo que significaba que el nigromante podría imponer la obediencia de los no-muertos. Kel'Thuzad era, quizás, el único ser vivo en ir hasta allí por voluntad propia. Ligeramente nervioso, cambió de tema. —Este lugar está lleno de los de tu raza. Supongo que eres quien manda aquí.

—Después de mi muerte, guié a mis hermanos para conquistar este zigurat para nuestro nuevo maestro. También supervisé su remodelación para que tuviera su diseño actual. Sin embargo, Naxxramas no caerá bajo mi autoridad. Tampoco lo harán mis hermanos, sus únicos habitantes. Ésta es solo una de sus cuatro alas.

—En ese caso, continúa la visita, señor de la cripta. Muéstrame el resto.

* * * * *

La segunda ala era todo lo que Kel'Thuzad había esperado. Artefactos mágicos, instrumentos de laboratorio, y otros suministros que dejaban en evidencia sus viejos laboratorios. Salas inmensas que podrían albergar todo un ejército de ayudantes. Bestias no-muertas que fueron sagazmente cosidas a partir de un batiburrillo de animales para luego renacer. O incluso unos pocos humanoides compuestos de diversos cuerpos humanos. Las partes humanas no mostraban heridas. Contrariamente a los nerubianos, los humanos no habían luchado contra su destino. El nigromante debía de haber adquirido los cuerpos de algún cementerio cercano. Prudente, para evitar ser descubierto. El Kirin Tor habría actuado sin demora.

Por desgracia, la tercera ala del edificio resultaba menos interesante. Anub'arak le mostró armas y una zona para entrenamiento al combate. A continuación, el señor de la cripta lo guió a través de cámaras plagadas con cientos, no, miles de barriles sellados y de embalajes. ¿Para qué necesitarían en Naxxramas tantos suministros? Bueno, la pirámide estaría bien aprovisionada en caso de asedio.

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Al final, él y Anub'arak alcanzaron la última ala. Unos champiñones gigantes crecían en un área ajardinada y despedían vapores nocivos que le revolvieron el estómago a Kel'Thuzad. El suelo entre cada hongo tenía un aspecto malsano, posiblemente enfermo. Al acercarse para observarlo, pisó algo que ahí chapoteaba entre el fango: una criatura de baja talla semejante a un gusano.

Se estremeció y, apresuradamente, continuó. La siguiente sala contenía algunos calderos llenos de un líquido verdoso en ebullición. Con curiosidad, y a pesar del olor hediondo, Kel'Thuzad avanzó un paso, pero, de repente, una enorme garra le bloqueó el paso.

—El maestro desea que permanezcas entre los vivos. Tu hora no ha llegado aún.

Contuvo la respiración. —¿Esa cosa me habría matado?

—Hay muchos que no servirían al maestro estando en vida. El fluido resuelve ese problema—. Ante la mirada en blanco de Kel'Thuzad, el señor de la cripta dijo: —Ven. Te lo mostraré.

Anub'arak lo llevó hasta la celda de dos prisioneros. A juzgar por la sencillez de sus ropas, debían de ser aldeanos. El hombre acunaba en sus brazos a la mujer. Ésta estaba pálida como la cera y bañada en sudor. Ambos vivos, aunque, sin lugar a dudas, la mujer estaba enferma. Kel'Thuzad miró al señor de la cripta con cierta aprensión.

Sus ojos, vidriosos y llenos de desesperación, se encontraron con los de Kel'Thuzad y se iluminaron. —¡Piedad, mi señor! Mi cuerpo no responde. He visto lo que ocurrirá después. Una descarga de llamas es lo que pido de usted. Permítame descansar en paz.

Tenía miedo de convertirse en la esclava del nigromante. Según Anub'arak, no tenía opción. Kel'Thuzad apartó la mirada con inquietud. Después de todo, la mujer no seguiría viva mucho tiempo.

Ésta se zafó de los brazos del hombre y se colgó de las barras. —¡¡Por piedad!! ¡Si no me ayuda, al menos ponga a salvo a mi marido! —rogó llorando desconsolada.

—Tranquila, cariño —le murmuró el hombre detrás. —No te dejaré.

—¡Haz que se calle! —Kel'Thuzad murmuró a Anub'arak con brusquedad.

—¿El ruido te molesta? —Con un fugaz movimiento, Anub'arak lanzó una uña a través de las barras y pinzó a la mujer atravesándole el corazón. Después, el señor de la cripta sacudió el cuerpo, echándolo al suelo.

El marido gritó con agonía. Sintiéndose culpable pero algo aliviado, Kel'Thuzad comenzó a darse la vuelta, pero se detuvo al ver que el cuerpo comenzaba a retorcerse y arquearse contra el suelo de piedra. El hombre, boquiabierto de la impresión, se quedó en silencio.

La piel de la mujer muerta estaba cambiando de color hacia un gris verdoso. Progresivamente, los espasmos cesaron y, con cierta inestabilidad, se puso en pie. Giró

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la cabeza hacia un lado, y le entró un escalofrío al ver a su marido. —Guardias, saquen a este hombre de aquí —dijo irritada.

Los guardias no se movieron. Con un gruñido, pasó los dedos por su pelo castaño y enredado y Kel'Thuzad observó su rostro con atención. Sus venas se oscurecían bajo su piel, y sus ojos parecían salvajes, como enloquecidos.

Su marido preguntó vacilante —Amor... ¿estás bien?

Una risotada escapó de la mujer, convirtiéndose en un gruñido cuando él dio un paso con vacilación hacia ella. —No te acerques más.

El hombre ignoró su protesta y se acercó a ella, pero ella lo repelió con suficiente fuerza como para mandarlo volando, golpeando las barras de la celda y deslizándose hacia el suelo, aturdido.

—Atrás —sus palabras se estaban volviendo más guturales. —Herirte —se agarró los hombros abrazándose a sí misma y retrocedió hasta chocar contra la otra pared de la celda. —Herirte, herirte —gimió, y algo en sus palabras daba a entender que algo no iba bien.

Sin entender muy bien lo que ocurría, Kel'Thuzad observó cómo levantaba una mano lenta y bruscamente hacia el agujero en su pecho. Se tambaleó, hizo una mueca, trayéndose los dedos a la boca, chupándolos. Después, con un movimiento impreciso, se abalanzó sobre su marido, golpeándolo y enseñando los dientes.

El hombre chilló, y la sangre corrió por el suelo de la celda. Kel'Thuzad se estremeció, pero el hecho de cerrar los ojos no ayudaba... aún podía oír sonidos atroces. Desgarros, descuajos, mordiscos. Un lamento suave de desdicha le hizo temer que la mujer no-muerta era consciente de sus actos hasta cierto punto, pero incapaz de contenerse.

Enfermo y horrorizado, se teletransportó muy lejos de Naxxramas y se alejó un poco, dando tumbos, y vomitó. Tras encontrar un poco de nieve virgen, tomó de ésta a manos llenas y se frotó con insistencia boca y rostro. Sentía como si ya nunca se sintiera limpio. ¿En qué se había metido?

Uno a uno, fue ordenando los dispersos pensamientos dentro de su mente. Al nigromante no solo le interesaba estudiar una especialidad mágica académica y ampliamente condenada, y tampoco iba a cesar de fortalecer a los suyos contra el ataque. Estaba produciendo un fluido en masa que convertía a la gente en zombis. Naxxramas también contaba con un abastecimiento enorme de suministros, armas, armaduras y campos de entrenamiento...

Éstas no eran medidas defensivas, sino preparativos de guerra.

Un aire repentino lo azotó con un grito sobrenatural, y un grupo de fríos espectros surgió ante sus ojos. Ya había leído acerca de ellos años atrás en la Ciudadela Violeta. La vaga descripción de sus figuras nubosas y traslúcidas no mencionaba nada sobre la frígida malicia de sus ojos incandescentes.

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Uno de los espectros se acercó y preguntó: —¿Pensándotelo mejor? Como puedes ver, tu pequeño truco no te servirá de nada. No puedes escapar al maestro. En cualquier caso, ¿Qué esperarías lograr? ¿Adónde irías? Es más, ¿quién te creería?

Luchar o huir... esas habrían sido las dos decisiones más heroicas. Heroicas, pero sin sentido. Su muerte no habría servido de nada. Al aceptar convertirse en el aprendiz del nigromante, Kel'Thuzad tendría tiempo para aprender más. Con el entrenamiento suficiente, podría superarlo o pillarle desprevenido.

Asintió con la cabeza al espectro. —Muy bien. Llévame hasta él.

os espectros lo teletransportaron de vuelta a la ciudadela y lo guiaron hacia abajo por una serie de pasillos y habitaciones que Kel'Thuzad sabía no podría recordar después. Por fin, en las profundidades de la tierra, él y los espectros entraron en una enorme cueva cuyo frío húmedo se metía hasta los huesos. En el centro de la cueva se encontraba una alta aguja de roca que mareaba al mirarla. Cubiertas por la nieve, unas escaleras de caracol subían hacia la aguja.

Él y los espectros comenzaron el ascenso. Su corazón albergaba emoción y temor a la vez. Cuando se dio cuenta de que sus pasos se hacían más lentos, apretó el paso, pero su resolución no duró mucho. Sentía como si un peso tirara de él. Cierto era que el viaje a través de Rasganorte le había fatigado mucho más de lo que imaginaba.

En la distancia y por encima de él, en lo alto de la aguja, apenas pudo apreciar un enorme fragmento de cristal. Limpio de nieve y de un leve brillo azulado. No había señal del nigromante.

Uno de los espectros utilizaba una gélida ráfaga de viento para empujarlo. Su paso volvía a aminorar. Irritado, dio un tirón de su capa, apretándola contra él y se forzó a continuar subiendo, a pesar de respirar con dificultad.

El tiempo pasaba, y una ráfaga de aguanieve lo devolvió a la realidad. Se había parado en mitad de las escaleras para apoyarse sobre su bastón. El aire era fétido y sofocante, y jadeando, consiguió decir:

—Un momento, por favor.

Uno de los espectros detrás de él dijo: —Nosotros no podemos descansar, ¿por qué deberías hacerlo tú?

Descorazonado, Kel'Thuzad continuó subiendo, intentando ignorar su agotamiento, cada vez mayor. Esforzándose, levantó la cabeza y vio que el tenue cristal se iba acercando. A esta distancia, parecía un trono de forma serrada, con figuras difusas y oscuras en el interior. Alrededor de él podía palparse cierta aura de amenaza.

Los espectros pasaron junto a él rozándolo mientras aullaban. Ecos de aquel sonido resonaron por la cueva. Kel'Thuzad se abrigó con fuerza bajo su capa con manos temblorosas y ateridas. Su respiración se asfixiaba al fondo de su garganta, y sintió la repentina necesidad de salir corriendo.

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—¿Dónde está el maestro? —preguntó con voz alta y temblorosa.

No obtuvo respuesta, solo una tormenta de granizo que le dio un latigazo cruel. Se tambaleó y recobró el equilibrio. Con cada paso, el trono cercano sobre él transmitía cada vez más opresión, empujando su cabeza hacia abajo, doblando su espalda. Apenas podía caminar erguido. Poco después cayó al suelo de rodillas.

El nigromante se dirigió directamente a Kel'Thuzad con un tono que no resultaba ni remotamente amable.

Que ésta sea tu primera lección. No siento afecto alguno por ti ni por tu gente. Más bien al contrario, pretendo purgar de Humanidad a este planeta, y no cometer ningún error... y poseo el poder necesario para ello.

Los espectros, implacables, no le permitieron detenerse. A pesar de la humillación, dejó su bastón a un lado y comenzó a arrastrarse. La maldad del nigromante le apretó aún más, hundiéndolo más en la nieve. Kel'Thuzad temblaba aterido, pero... qué equivocación había cometido... qué estúpida e inmensa estupidez. Ya no sentía fatiga, sino miedo... un miedo sobrecogedor.

Nunca me cogerás desprevenido, pues nunca duermo, y como ya habrás averiguado, puedo leer el pensamiento tan fácilmente como un libro. No esperes vencerme. Tu mente endeble es incapaz de manejar la energía que yo manipulo a mi antojo.

Ya hacía tiempo que las ropas de Kel'Thuzad estaban desgarradas, y sus leotardos eran inútiles contra los toscos peldaños de piedra helada. Sus manos y rodillas dejaban marcas de sangre tras él a medida que avanzaba penosamente por la última espiral. El trono irradiaba un frío que se metía hasta los huesos y había niebla alrededor. No era un trono de cristal, sino de hielo.

La inmortalidad puede ser una gran ventaja. También puede ser agonizante, cuyo gusto no has aprendido aún a apreciar. Desafíame, y te enseñaré todo lo que he aprendido del miedo. Vas a suplicar la muerte.

Se acercó unos pocos pasos al trono y ya no pudo avanzar más, clavado sin remedio bajo el aura abrumadora de esa cosa de poder inhumano y odio. Un poder oculto ejercía fuerza sobre él y aplastaba su rostro contra la dura piedra.

—Por favor —se oyó a sí mismo sollozando. —¡¡Por favor!! —suplicó dejando escapar estas palabras.

Por fin la presión cesó. Los espectros se fueron volando, pero sabía que levantarse no era la mejor idea. Dudaba, en cualquier caso, que pudiera hacerlo. No obstante, su mirada buscaba a su torturador.

Un conjunto de armadura pesada se encontraba sentada en el interior del trono, más que sobre él. Kel'Thuzad llegó a pensar que la armadura sería negra, pero, forzando la vista, vio que la luz no se reflejaba en su superficie. De hecho, cuanto más miraba, parecía que devoraba más luz, esperanza y cordura.

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El casco, adornado con pinchos, servía de corona. Tenía una gema azul incrustada y, al igual que el resto de la armadura, parecía vacío. En un guantelete, la figura blandía una espada maciza cuyo filo había sido grabado con runas. Aquí yacía el poder... aquí yacía la perdición.

Como mi aprendiz, adquirirás el conocimiento y la magia que sobrepasará tus sueños más ambiciosos. Pero a cambio, vivo o muerto, serás mi servidor el resto de tus días. Si me traicionas, te arrebataré la consciencia y continuarás a mi servicio.

Servir a este ser espectral, o a este Rey Exánime, como Kel'Thuzad había empezado a considerarlo, le otorgaría sin duda gran poder... y maldición para toda la eternidad. Pero esa información la había adquirido demasiado tarde. Además, la perdición no suponía mucho sin la perspectiva de una muerte certera.

—Te pertenezco, lo juro —aseveró con voz ronca.

A modo de respuesta, el Rey Exánime le envió una visión de Naxxramas. Pequeñas figuras vestidas de negro formaban un ancho círculo fuera del glaciar. Sus brazos, visiblemente rodeados de magia oscura, se elevaban y descendían al son de un canto monótono que Kel'Thuzad no podía comprender. La tierra tembló bajo sus pies, pero continuaron lanzando hechizos.

Vas a salir ahí fuera y vas a testimoniar mi poder. Serás mi embajador entre los vivos y reunirás un grupo de seres similares para ejecutar mi plan. Mediante la ilusión, la persuasión, la enfermedad y la fuerza, establecerás mi dominio en Azeroth.

Para sorpresa de Kel'Thuzad, el hielo se desplazó y crujió, y la punta del zigurat perforó el terreno helado. Un edificio surgía del suelo. Mientras las figuras vestidas redoblaban sus esfuerzos, la vasta pirámide proseguía su emergencia imposible. Pedazos de tierra y hielo saltaron por los aires con una fuerza explosiva. Pronto la estructura entera se había despojado del abrazo de la tierra. Lenta, pero segura, Naxxramas se elevó en el aire.

Y ésta será tu embarcación.

Mar de dunas

Historia del Templo de Ahn´Qiraj

El sol de mediodía mantenía su inquebrantable mirada fija sobre la arena de Silithus, convertido en un testigo mudo sobre la multitud de soldados reunida alrededor del Muro del Escarabajo.

Continuó su travesía, entre de las masas reunidas bajo él. Era como si el orbe se hubiera detenido para lanzar implacables oleadas de calor hasta que los vastos ejércitos se colapsaran a causa de la exposición.

Entre las agitadas formaciones destacaba una solitaria elfa de la noche meditando en silencio. Sus compañeros la miraban admirados; algunos casi con reverencia. Los demás

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allí reunidos, una selección de representantes de cada raza de todas las regiones del mundo conocido, la escrutaban afectados por sus propios prejuicios raciales. Después de todo, la mortal enemistad entre los elfos de la noche y los trols y tauren se remontaba a años atrás.

Sin tener en cuenta sus afiliaciones, todos los que se habían unido a la batalla aquel día compartían el mismo sentimiento hacia la elfa de la noche: respeto. Shiromar era como el sol en el cielo: impasible, inquebrantable y resuelta. Estas cualidades le habían venido bien en los últimos meses, concediéndole la fuerza para continuar cuando todo parecía perdido, cuando la misión parecía interminable y cuando sus compañeros se habían rendido.

Habían pasado por el vigilante y las Cavernas del Tiempo; por el dragón de bronce, el Señor de linaje y las colmenas de retorcidos insectos; entonces se encontraron con los fragmentos y sus guardianes, los ancianos dragones, que no estaban dispuestos a ceder fácilmente. Para completar la tarea hubo que recurrir a la coacción, el ingenio y, en ocasiones, a la violencia pura y dura.

Y todo aquello por un objeto, el objeto que Shiromar sostenía en sus manos en ese preciso instante: el cetro del Mar de Dunas, al fin reconstruido tras mil años.

Al final todos los caminos conducían aquí, a Silithus y a las puertas del Muro del Escarabajo. Al lugar donde el cetro fue destrozado.

Shiromar miró hacia el cielo y recordó la época en la que el sol había quedado eclipsado por los dragones, en que los Qiraji y los silítidos caían sobre las legiones de elfos de la noche en oleadas aparentemente interminables, en que la suerte no era más que una sombra. Parecía que nadie fuera a sobrevivir a aquellos terribles meses, pero allí estaba ella, de pie ante la sagrada barrera que había salvado sus vidas tantos años atrás, durante la Guerra del Mar de Dunas…

* * * * *

Gandral Corzocelada dirigía el ataque junto con su hijo Valstann. Habían elegido el desfiladero para que sus flancos estuvieran protegidos ante el infinito flujo de silítidos. Shiromar estaba cerca, tras la primera línea, lanzando hechizos tan rápido como sus energías se lo permitían.

Fandral y Valstann, acompañados por los centinelas, sacerdotisas y vigilantes más endurecidos por la batalla habían conseguido llegar hasta la boca del desfiladero, mientras los druidas lanzaban hechizos y curaban afanosamente. Parecía que cada gran grupo de silítidos que conseguían eliminar era reemplazado por cientos. Así había sido durante los últimos días, desde que habían tenido noticias de la incursión de silítidos y Fandral había llamado a las armas.

La sacerdotisa Shiromar y sus compañeras habían recuperado energía suficiente como para invocar simultáneamente la gracia de Elune: observaron mientras una cegadora columna de luz destruía al enjambre que bloqueaba el final del desfiladero.

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Entonces un sonido grave y vibrante llenó el aire. Uno a uno, los insectos voladores —los Qiraji alados— volaron sobre el borde del desfiladero y atacaron a los druidas que se encontraban en las posiciones de apoyo.

Fandral condujo a las primeras líneas desde el desfiladero hasta la arena abierta, pisando montones de cadáveres de silítidos. El aire había cobrado vida con el zumbido de los Qiraji mientras descendían en picado y usaban sus apéndices en forma de garra para atacar. Fandral continuó hacia delante para permitir que las filas de apoyo pudieran dispersarse.

Al mirar hacia una cresta distante, Shiromar observó que enjambres de Qiraji terrestres se acercaban por la cresta como hormigas saliendo de su hormiguero. Una monstruosidad gigante apareció, moviendo sus extremidades con forma de garra, acechando sobre todos y gritando órdenes a los soldados-insecto.

Entre el parloteo y zumbido de los enjambres, un sonido parecía repetirse en la presencia del guerrero que tenía el control: Rajaxx, Rajaxx... Aunque Shiromar no entendía las comunicaciones de los Qiraji, se preguntó si no sería ése el nombre de la criatura.

Al acercarse la siguiente oleada de Qiraji, se escuchó el sonido de un gran cuerno: desde el este y el oeste una multitud de elfos de la noche cargó. Con un grito capaz de helar la sangre de cualquiera, Fandral y Valstann se lanzaron contra el corazón del enjambre, ambos bandos chocaron y se mezclaron uno en el otro cuando las recién llegadas tropas golpearon a ambos lados.

Shiromar estaba segura de que habían ganado, pero cuando las sombras fueron creciendo y el día se convirtió en noche, la batalla continuaba. En el centro del encuentro Fandral, Valstann y el general Qiraji luchaban desesperadamente.

Evitando con dificultad varios ataques de Qiraji alados, Shiromar miró hacia donde el general luchaba contra padre e hijo. Los números de los Qiraji estaban menguando y el general parecía sentirlo, ya que con un gran salto se apartó, regresando hacia la cresta donde Fandral lo había visto por primera vez. Desde allí desapareció y las pocas criaturas insecto que quedaban fueron rápidamente erradicadas.

Aquella noche hicieron turnos de guardia mientras el ejército de los elfos de la noche descansaba. Fandral sabía que la amenaza Qiraji no había sido del todo eliminada y esperaba que la batalla volviera a comenzar por la mañana. A lo largo de la noche, Shiromar sólo pudo dormir en breves periodos, con el estruendo de la batalla resonando en sus oídos, a pesar de que el desierto estaba en calma.

Al llegar la mañana, el ejército volvió a formar filas y marchó hacia la cresta donde fueron recibidos por una inquietante tranquilidad. Shiromar miró hacia el horizonte, pero no había rastro alguno de los Qiraji y silítidos. Cuando Fandral se preparó para continuar avanzando, llegó un mensajero con terribles noticias: la Aldea del Viento del Sur estaba siendo atacada.

Fandral pensó en enviar las tropas a defender la aldea, pero presintió que aquella acción dejaría una puerta abierta a la invasión de los Qiraji supervivientes. Aún no sabían cuál

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era el número exacto de insectos o si habían visto todo lo que esta nueva raza tenía para atacarles.

Valstann adivinó los pensamientos de su padre y se ofreció a dirigir un destacamento a la aldea para que Fandral pudiera quedarse donde estaba y contener posibles ataques.

Desde cerca Shiromar escuchó el resto de la conversación:

—Podría ser una trampa —dijo Fandral.

—No podemos arriesgarnos, padre —. Respondió Valstann. —Yo iré. Defenderé la ciudad y regresaré victorioso, manteniendo el honor de tu nombre.

Fandral asintió de mala gana. —Vuelve vivo y estaré más que satisfecho.

Valstann reunió un destacamento y Fandral contempló a su hijo mientras partía. A Shiromar le preocupaba que sus fuerzas estuvieran divididas, pero entendía la necesidad de hacerlo.

Durante los siguientes días, Shiromar y los demás lucharon contra una oleada tras otra de silítidos que surgían de las colmenas repartidas por la tierra. Pero seguía sin haber rastro de los Qiraji. Una sensación de temor empezó a crecer en el interior de Shiromar; creía que el hecho de que el Señor de los silítidos no hubiera dado señales de vida durante tanto tiempo era un mal augurio. Le preocupaba el destino de Valstann y en diversos momentos del día, entre la continua carnicería, veía a Fandral mirando silencioso hacia el horizonte, esperando ansiosamente el retorno de su hijo.

El tercer día, cuando el sol alcanzó su cenit, aparecieron los Qiraji, más numerosos que antes. Una vez más el zumbido de sus alas de insecto se hizo patente en el aire, y una vez más la interminable multitud apareció en el horizonte. Se desplegaron ante Fandral y los demás como la tenebrosa sombra de una nube que oscurece el sol… y se detuvieron.

Y esperaron.

Fandral colocó a sus tropas en formación y se mantuvo al frente mientras los cuervos tormentosos volaban a su alrededor en círculo y los druidas en forma de oso arañaban la tierra ansiosos, todos observando con atención. Momentos después, la marea de insectos se abrió y la corpulenta silueta del general Qiraji se acercó, llevando una figura herida en su apéndice con forma de garra. Llegó hasta el frente de las líneas Qiraji y sostuvo a Valstann Corzocelada en lo alto para que todos lo vieran.

Se escucharon gritos sofocados entre los soldados. Shiromar sintió cómo su corazón se partía. Fandral permaneció de pie, en silencio... sabía que Viento del Sur había caído y temía que su hijo pudiera estar ya muerto. Se maldijo por haberle permitido partir y permaneció inmovilizado por una mezcla de miedo, ira y desesperación.

Entre las garras del general, Valstann se revolvió y habló al general, aunque estaba demasiado lejos como para que se le pudiera oír.

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Al fin, el hechizo que había caído sobre Fandral se rompió y cargó hacia delante, seguido por el ejército de elfos de la noche, pero la distancia era demasiado grande… y antes de que el general Qiraji actuara, Shiromar sabía que no podrían llegar hasta Valstann a tiempo.

El general Qiraji apoyó su segunda garra sobre la silueta ensangrentada de Valstann; apretó y las separó cercenando el cuerpo del joven elfo de la noche por la cintura.

Fandral aflojó el paso, vaciló y cayó de rodillas. Los elfos de la noche pasaron a su lado. Cuando los dos ejércitos chocaron, una tormenta de arena llegó desde el este, bloqueando la luz, asfixiando, sofocando. El viento casi detuvo el movimiento de Shiromar. Tapó sus ojos lo mejor que pudo, el bramante viento azotando sus oídos, ahogando los sonidos de la batalla y los gritos de sus compañeros moribundos.

Entre el caos vio la turbia y enorme sombra del general Qiraji no muy lejos, tajando y matando entre las líneas de elfos de la noche como un recolector cortando trigo. Entonces escuchó a Fandral, su voz fantasmagórica entre la tormenta, ordenando al ejército que se replegara.

Lo que vino después pareció ocurrir muy deprisa, aunque en realidad duró varios días: Fandral guió a las tropas hasta Silithus, a través de los pasos de la montaña y hasta la cuenca del Cráter de Un'Goro. Los ejércitos de Qiraji y silítidos nunca quedaron atrás, matando a todos los que caían fuera de la protección de las fuerzas principales.

Pero una vez dentro de Un'Goro algo extraño ocurrió: entre las filas se corrió el rumor de que los Qiraji se habían replegado, justo cuando las tropas atravesaron el borde del cráter. El archidruida reunió a las tropas que quedaban en el centro de la cuenca y ordenó que no cedieran. Al fin los que luchaban, los que huían y los moribundos podrían disfrutar de una tregua. Pero los elfos de la noche habían sufrido una amarga derrota y el gesto de Fandral Corzocelada había cambiado irremediablemente.

Shiromar observó mientras Fandral hacía guardia vigilando desde la Cresta del Penacho en Llamas, con el vapor de los respiraderos del volcán alzándose tras él y el brillo naranja de la lava iluminaba su cara, con una mueca que escondía la tristeza más profunda: una pena que sólo los padres que han enterrado a sus hijos conocen.

La repentina retirada de los Qiraji desconcertaba a Shiromar. Cuanto más pensaba en ello, más recordaba acerca de las leyendas acerca del Cráter, los rumores de que había sido construido en la edad primordial por los propios dioses. Quizá ellos vigilaran aquella tierra. Quizá sus bendiciones aún ungieran ese lugar. Sin embargo, una cosa era segura: si no se concebía un plan para detener la marea de la raza insecto…

Kalimdor se perdería para siempre.

La Guerra del Mar de Dunas continuó durante varios largos y agónicos meses. Shiromar consiguió sobrevivir batalla tras batalla, pero los elfos de la noche siempre estaban a la defensiva, siempre inferiores en número y siempre obligados a retroceder.

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Desesperado, Fandral buscó la ayuda del escurridizo Vuelo de Bronce. Su negativa inicial a interferir fue revocada cuando los descarados Qiraji atacaron las Cavernas del Tiempo, hogar y dominio del Nozdormu, el Atemporal.

El heredero de Nozdormu, Anacronos, aceptó alistar al Vuelo de Bronce contra los acechantes Qiraji. Cada elfo de la noche que se encontraba en buenas condiciones físicas se unió a la causa y juntos iniciaron una campaña para retomar Silithus.

Pero incluso con el poder de los dragones respaldándoles, la cantidad de Qiraji y silítidos era abrumadora, así que Anacronos invocó a la progenie de los demás Vuelos: Merithra, hija de Ysera el Vuelo Verde; Caelestrasz, hijo de Alexstrasza del Rojo y Arygos, hijo de Malygos del Azul.

Los dragones y los Qiraji alados lucharon en el cielo despejado sobre Silithus mientras todas las fuerzas de los elfos de la noche de Kalimdor lo hacían en la tierra. A pesar de ello, parecía que los ejércitos de Qiraji y silítidos fueran interminables.

Más tarde, Shiromar escuchó susurros que afirmaban que los dragones que sobrevolaban la antigua ciudad de la que emergían los Qiraji habían visto algo preocupante allí. Algo que apuntaba a que una presencia más antigua y terrorífica se escondía detrás del violento ataque

Quizá fuera esta revelación lo que apresuró a los dragones y a Fandral a concebir su desesperado plan final: contener a los Qiraji dentro de la ciudad y levantar una barrera que los confinara dentro hasta que pudieran elaborar una estratagema más esperanzadora.

Con la ayuda de los cuatro Vuelos, comenzó el ataque final a la ciudad. Shiromar avanzaba detrás de Fandral mientras los cadáveres de los Qiraji alados caían del cielo. En lo alto, los dragones estaban eliminando a los soldados-insecto. Como si fueran uno solo, los elfos de la noche y los dragones formaron una muralla andante que forzaba a los Qiraji a retroceder hacia la ciudad de Ahn'Qiraj.

Pero, al llegar a las puertas de la ciudad, la situación cambió y eso era todo lo que los ejércitos combinados podían hacer para resistir. Seguir presionando era imposible. Merithra, Caelestrasz y Arygos decidieron adentrarse en la ciudad y contener a los Qiraji durante tiempo suficiente para que Anacronos, Fandral y los demás druidas y sacerdotisas crearan la barrera mágica.

Y así los tres dragones y sus compañeros volaron directos hacia las legiones Qiraji, hacia la ciudad, con la esperanza de que su sacrificio no fuera en vano.

Fuera de las puertas, Fandral pidió a los druidas que concentraran sus energías mientras Anacronos invocaba la barrera encantada. Más allá de las puertas, los tres dragones sucumbieron ante las abrumadoras fuerzas mientras los Qiraji seguían brotando.

Shiromar concentró sus energías e invocó la bendición de Elune mientras la barrera se erigía ante sus ojos: piedra, roca y raíces emergían desde debajo de la arena creando un muro impenetrable. Incluso los soldados alados que intentaban sobrevolarlo se encontraban con un obstáculo invisible que no podían sortear.

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Los Qiraji que quedaban fuera del muro fueron rápidamente eliminados. Los cadáveres de los Qiraji, elfos de la noche y dragones ensuciaban la ensangrentada arena.

Anacronos señaló a un escarabajo que se escabullía entre sus pies. Mientras Shiromar lo observaba, la criatura se quedó quieta, después se aplastó, transformándose en un gong metálico. Las piedras se movieron a una nueva posición cerca del muro, creando el estrado sobre el que el gong fue finalmente colocado

El gran dragón caminó hasta la extremidad cortada de uno de sus compañeros caídos. Sostuvo el apéndice y, tras una serie de encantamientos, la extremidad cambió de forma hasta convertirse en un cetro.

El dragón le explicó a Fandral que si alguna vez algún mortal deseaba atravesar la barrera mágica y acceder a la Antigua ciudad, tan solo tendría que golpear el gong con el cetro y las puertas se abrirían. Entonces, entregó el cetro al archidruida.

Fandral miró hacia abajo, retorciendo la cara con desdén. —¡No quiero tener nada que ver con Silithus ni con los Qiraji y mucho menos con los malditos dragones! —Y después de decir aquello, Fandral lanzó el objeto contra las puertas mágicas, donde se hizo añicos con una lluvia de fragmentos, y se fue.

—¿Destrozarías nuestro vínculo por una cuestión de orgullo? —preguntó el dragón.

Fandral se giró. —El alma de mi hijo no encontrará consuelo en esta victoria vacía, dragón. Lo recuperaré. ¡Incluso si tardo milenios, recuperaré a mi hijo! Fandral pasó de largo junto a Shiromar...

…quien podía verlo claramente en su mente, como si sólo hubiera pasado un día en vez de mil años.

Uno a uno los ejércitos reunidos de Kalimdor la miraron, esperando. Ella se acercó hacia el estrado entre humanos y tauren, gnomos y enanos e incluso trols, razas contra las que su gente había luchado y que ahora se habían unido para acabar con la amenaza de los Qiraji de una vez por todas.

Shiromar permaneció ante la base de los escalones y respiró hondo. Subió a lo alto del estrado y dudó durante un solo segundo. Entonces, golpeó fuertemente el cetro contra el antiguo gong.

La Peste de los No-Muertos

La devastadora peste de los no-muertos comenzó en Rasganorte tras la Segunda Guerra. Allí, desde lo más profundo del Trono Helado, el Rey Exánime Ner'zhul afligió una remota aldea humana usando sólo su voluntad: una mórbida prueba cuya finalidad era medir la efectividad de la peste. Los aldeanos infectados murieron y cuando sus cuerpos se volvieron a levantar como zombis, se habían convertido en torpes sirvientes descerebrados de Ner'zhul.

El experimento resultó un éxito, pero el Rey Exánime no estaba dispuesto a aceptar nada menos que la perfección. Contaminó a todos los habitantes humanos de

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Rasganorte, sometiéndolos a su gélida voluntad mientras continuaba refinando su enfermedad infernal.

En el curso de sus experimentos, Ner'zhul se aseguró de que la enfermedad se centrara específicamente en los humanos para convertirlos en “no-muertos”. Aunque las razas no humanas y las criaturas (e incluso la propia tierra) eran susceptibles de verse afectadas por la peste, era en la humanidad en lo que Ner'zhul quería centrarse. Como resultado, la reacción de la flora y fauna infectada fue diferente: estaban enfermas y marchitas, pero no realmente muertas y no se encontraban sometidas al yugo del Rey Exánime.

Por ello, aunque existen representantes de los no-muertos entre las razas no humanas, estos agentes en particular son ejemplos de no-muertos creados mediante necromancia y no por la peste.

Una vez que Ner'zhul acabó de realizar sus ajustes, su mente llegó hasta Dalaran, hasta el contrariado humano Kel'Thuzad. El archimago respondió a la llamada caminando por los árticos baldíos de Rasganorte hasta subir los peldaños del Trono Helado*. Allí se comprometió a actuar como teniente del Rey Exánime a cambio de inmortalidad y poder incalculable. Se le entregaron calderos de peste concentrada para distribuirlos por las tierras de Lordaeron con ayuda de sus acólitos del Culto de los Malditos y, poco tiempo después, los aldeanos muertos de todo el reino se levantaron y volvieron a caminar, marchando contra los vivos en obediente servidumbre a su nuevo amo.

Y así surgió la Plaga en un mundo que no sospechaba nada.

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Una nueva era se avecina…

Cuatro años han pasado desde que las razas mortales lucharon juntas contra el poder de la Legión Ardiente. Ahora, la frágil tregua entre la Horda y la Alianza casi se ha

evaporado por completo. Los tambores de guerra resuenan nuevamente entre los vientos…

Ayer y Hoy

Han pasado dos años desde la fundación de Durotar...

Aunque se ha mantenido el armisticio entre la poderosa Horda y la noble Alianza, las tensiones entre las dos facciones se hacen patentes en conflictos por todo el mundo, que acercan a ambas partes al conflicto total. La lucha se ha iniciado en los estratégicos campos de batalla del Valle de Alterac, la Garganta del Grito de Guerra y la Cuenca de Arathi y, más recientemente, en las Tierras de la Peste del Este y en Silithus.

Aunque estos viejos enemigos han renovado sus disputas, muchos antiguos peligros han resurgido para amenazar a las asediadas razas de Azeroth. Como si fueran espoleados por fuerzas ocultas, oscuros agentes han conseguido poner al mundo al borde del desastre.

En la Cumbre de Roca Negra, el legado del dragón negro Alamuerte sigue fraguándose, ya que Nefarian ha seguido los deleznables pasos de su padre. Con la ayuda de su hermana Onyxia y las argucias de los humanos, Nefarian intentaba restaurar el Vuelo Negro. Con este fin, creó dragones cromáticos, indescriptibles híbrido de dragones negros y rojos.

Mientras tanto, los sacerdotes de Hakkar instauraron primitivos rituales en honor a su demoníaco dios de la sangre. En primer lugar, los sacerdotes del templo de Atal’Hakkar lograron invocar al avatar del dios. Luego, en el interior de las ruinas de Zul’Gurub, los sacerdotes invocaron físicamente en Azeroth al Cazador de Almas, diabólico y sediento de sangre.

Pero la amenaza no se limitaba a un solo reino. Algunos de los dragones verdes que en otra época habían sigo los tenientes de confianza de Ysera, habían sido corrompidos por la Pesadilla Esmeralda que surgió de portales del sueño por todo el mundo, amenazando las vidas de aquellos a los que había protegido.

Por toda Silithus surgieron enjambres de insectos, como guiados por alguna inteligencia antigua y maligna. Tras las puertas del Muro del Escarabajo, los despiadados qiraji se movilizaban una vez más. Fortalecidos por el viejo dios C’Thun, los qiraji preparaban sus legiones para un asalto mundial para vengar su amarga derrota a manos de los Elfos de la Noche mil años atrás.

Y aún más, la garra helada del Exánime volvía a descender sobre Azeroth, y la Plaga renovó su asalto tanto contra los vivos como contra los no-muertos. Inquietantes necrópolis habían aparecido recientemente en torno a las principales ciudades. Las

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fuerzas de la Alianza y de la Horda se movilizaron y rechazaron a la Plaga. Sin embargo, algunas preguntas siguen en el aire. ¿Fue esta derrota un verdadero contratiempo para el Rey Exánime, o acaso este primer ataque tenía unos objetivos diferentes para la Plaga? En cualquier caso, Kel’Thuzad está claramente preparando el escenario para una apocalíptica invasión a gran escala desde su centro de poder en Naxxramas.

Los héroes del mundo se han enfrentado valientemente a estos desafíos y a más, para asegurar la supervivencia de sus razas. Sin embargo, los peores peligros siguen aún ocultos. Estas amenazas hacen que los habitantes de Azeroth se pregunten si la paz encontrará su lugar en esa tierra...

El Retorno de las Sombras

En las profundidades del Paso de la Muerte, los inquietos fantasmas merodeaban por los oscurecidos salones de Karazhan, donde el poseso mago Medivh pasaba sus últimos días. Tentados por los rumores de los secretos intemporales que se guardaban en su interior, muchos aventureros habían comenzado a infiltrarse en la torre encantada. En los pasajes secretos de la fortaleza arcana, horribles pesadillas han despertado.

En algún lugar, el adormilado dragón Nozdormu se mueve. El Eterno ha sentido una amenaza para sus caminos del tiempo. Agentes ocultos se han infiltrado en las Cavernas del Tiempo para intentar sabotear tres acontecimientos históricos: la fuga de Thrall de Durnholde, la gran batalla de Monte Hyjal y la creación del Portal Oscuro por Medivh Para enfrentarse a esta terrible amenaza, Nozdormu está reclutando héroes que le ayuden a evitar que el tejido del tiempo se desgarre para siempre.

Con el futuro en peligro, ha surgido una reliquia del pasado, irradiando renovadas energías. Esta reliquia ha permitido a Lord Kazzak activar el actual Portal Oscuro, abriendo así una puerta a...

El Mundo destruido de Terrallende

Aquí, antes de que Draenor fuera destruido por los portales de Ner’zhul, los Orcos y los Draenei llegaron a vivir en paz. Ahora esta tierra baldía está gobernada por el siempre ávido de poder Illidan Tormentira, que fuera defensor de los Elfos de la Noche.

Unido a los elfos de sangre del príncipe Kael’Thas Sunstrider y los insidiosos naga, Illidan mantiene su mano dura sobre Terrallende y sus múltiples portales. La Legión Ardiente también ha puesto su mirada sobre Terrallende, con la esperanza de poder utilizar los portales para acceder a numerosos mundos aún intactos. Si los demonios tienen éxito, no quedarán refugiados que sobrevivan a su fiera cruzada.

Además, el demonio Lord Kil’jaedon no ha olvidado que Illidan no logró destruir al rey Exánime. Aunque Illidan aún controla el poderoso Templo Negro, espera la llegada de la Legión Ardiente, y está haciendo los preparativos necesarios. Él y sus aliados luchan para asegurar que los múltiples portales de Terrallende permanecerán cerrados mientras refuerza su base de poder.

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Aún así, las fuerzas de Illidan no son la única presencia en Terrallende. Muchas otras facciones merodean por las tierras yermas.

Quedan algunas bandas draenei, aunque algunos ha involucionado para transformarse en tábidos, una sombra de lo que fueron anteriormente. Arrancados de la Luz, los tábidos luchan por su vida y por su cordura.

Además, y para horror del Jefe de la Guerra Thrall, los refugiados orcos de la desolada región habían descubierto y abrazado una nueva forma de corrupción demoníaca. Recientemente, un nuevo grupo de orcos viles habían abandona la Ciudadela de Fuego Infernal, la base de operaciones de la Horda durante la Primera y la Segunda Guerra. Aunque estos salvajes orcos no habían intentado mantener en secreto su presencia en Terrallende, la fuente de su nueva corrupción siendo un misterio.

Usando su fortaleza dimensional, Tempest Keep, los naaru también habían llegado a Terrallende. Estos seres de energía reconocían la importancia estratégicas de las tierras yermas y habían hecho voto de destruir sus jurados enemigos, la Legión, a toda costa. Cuando la mayoría de los naaru partieron a explorar, Kael’thas aprovechó su oportunidad para atacar.

Los elfos de la sangre asaltaron la fortaleza, tomando sus defensas automatizadas y haciéndose con el control de las estructuras satélites del castillo. Kael’thas ha empezado a manipular las extrañas tecnologías de la fortaleza, usándolas para tener bajo control a la propia Netherstorm.

A pesar de los esfuerzos de Illidan para mantener cerrados los portales de Terrallende han anticipado el papel de Terrallende en las nuevas hostilidades y en las aún más peligrosas amenazas. Por eso los ciudadanos de Azeroth no sólo se están preparando para luchar unos contra otros, sino también para el inevitable combate contra la Legión Ardiente. Con este fin, tanto la Horda como la Alianza han reclutado nuevos aliados.

Dos poderosas nuevas razas han dado un paso adelante respondiendo a la llamada. Desolados por la reciente invasión de Quel’Thalas, los Elfos de la Sangre, ingeniosos y adictos a la magia se han unido para reconstruir gran parte de su reino y unirse a la causa de la Horda. Al mismo tiempo, los Draenei, que en otra época habían coexistido pacíficamente con los chamánicos orcos, se habían unido a la Alianza para luchar contra la Legión Ardiente y vengar las pasadas atrocidades de los orcos...

El Vuelo de los Draenei

Hace mucho tiempo, en el mundo de Argus, la raza eredar, brillante y con un don único para la magia, atrajo la atención de Sargeras, el Destructor de Mundos. Sargeras ofreció poderes desconocidos a los tres líderes de los eredar - Kil’jaeden, Archimonde y Velen – a cambio de firme lealtad. Velen pronto tuvo una angustiosa visión en la que veía a los eredar transformados en indescriptibles demonios, los primeros miembros sensitivos de la Legión, que crecerían hasta ser enormes y diezmarían la vida.

A pesar de los avisos de Velen, Kil’jaeden y Archimonde decidieron aceptar la oferta de Sargeras. Desesperado por la decisión de sus antiguos amigos, rezó por la llegada de ayuda. Para su sorpresa y alivio, uno de los benevolentes naaru le respondió.

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Estos seres de energía habían adivinado, al igual que Velen, la formación de la Legión Ardiente.

Los naaru se ofrecieron para acoger a Velen y a otros refugiados. Velen reunió discretamente a aquellos a los que consideraba de confianza, y les denominó draenei, o “los exiliados”. Cuando sargeras volvió a Argus y transformó en demonios a muchos eredar, los draenei lograron escapar de su mundo a duras penas. Furioso, Kil’jaeden juró seguir a Velen hasta el fin del mundo.

Aunque la Legión Ardiente persiguió a los draenei por el cosmos, los naaru instruyeron a los exiliados en el camino de la Luz. Conmovidos, los draenei juraron honrar a la Luz y proteger los ideales de los naaru.

Los draenei se asentaron en un mundo remoto y contactaron con los orcos chamanistas que lo habitaban. Los draenei llamaron Draenor a su nuevo hogar, el “refugio de los exiliados”. Sin embargo, Kil’jaeden seguía persiguiendo a los exiliados y finalmente supo del idílico mundo y de sus insospechados habitantes.

Trabajando a través del chamán Ner’zhul, el señor de los demonios empezó a corromper gradualmente a los orcos. En un determinado momento, Ner’zhul se negó a servir a la Legión, y Kil’jaeden se dirigió hacia su aprendiz. Gul’dan llevó a los orcos a una locura sanguinaria, y la recién formada Horda empezó a masacrar a los pacíficos draenei.

La campaña orca contra los draenei fue brutalmente efectiva. Casi un ochenta por ciento de los draenei fueron destruidos, aunque un pequeño grupo consiguió sobrevivir, incluido el noble Velen.

Los orcos invadieron Azeroth a través del Portal Oscuro de Medivh. Años más tarde, después de la Segunda Guerra, los nuevos portales de Ner’zul reducirían el Draenor a pedazos.

Recientemente, Velen y los draenei supervivientes de una de las estructuras satélite de Tempest Keep y la usaron para escapar de Azeroth. Ahora buscan aliados en su interminable batalla contra la Cruzada Ardiente.

El Legado de los Elfos de la Sangre

Hace mucho tiempo, los altos elfos exiliados altos elfos desembarcaron en las costas de Lordaeron. Se adentraron en ellas para encontrar un nuevo hogar, y después de numerosas batallas contra los trols, establecieron el reino de Quel’Thalas.

Usando un vial de agua sagrada extraída del primigenio Pozo de la Eternidad, los altos elfos crearon una fuente de poder mágico en un punto de convergencia de energías místicas en Quel'Thalas. La llamaron La Fuente del Sol. Su potente magia arcana colmó y fortaleció a los altos elfos y pronto fundaron la magnífica ciudad de Lunargenta.

Protegidos por una barrera mágica, los altos elfos disfrutaron de un largo periodo de paz de casi cuatro mil años, pero la paz no estaba destinada a durar. Los trols Amani reunieron un inmenso ejército y asaltaron el reino élfico. Enormemente superados en número, los altos elfos rápidamente formaron una alianza con la nación humana de

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Arathor. Los elfos enseñaron a un pequeño de humanos como manejar la magia. A cambio los humanos auxiliaron a los elfos en su lucha por destruir el origen del poder de los trols para siempre.

Durante los siguientes años, los altos elfos retornaron a sus costumbres ermitañas, pero durante la Tercera Guerra, el diabólico Príncipe Arthas Menethil llevó la batalla una vez más a sus puertas. Arthas ansiaba el poder de La Fuente del Sol, y no cesaría ante nada ni nadie hasta conseguirlo. Invadió Quel’Thalas y aniquiló a la mayoría de la población. Al final, incluso el Rey Anasterian Sunstrider yacía muerto.

Quedó de manifiesto la adicción que los altos elfos tenían por las energías arcanas de La Fuente del Sol. Ahora que el origen de su poder mágico había desaparecido, los altos elfos que quedaban pronto se volvieron enfermos y apáticos.

El Príncipe Kael’thas, el último del linaje real, regresó de sus estudios en Dalaran para encontrar Quel’Thalas en ruinas. Sediento de venganza, reunió a los supervivientes, les llamó elfos de sangre y tomó a un grupo de los más bravos luchadores para unirse a la batalla contra la Plaga en Lordaeron.

Debido al prejuicio de los humanos, Kael’thas se vio forzado a aceptar la ayuda de Lady Vashj y sus reptiles naga. Cuando los humanos descubrieron que los elfos de sangre habían estado trabajando con los naga, Kael’thas y su grupo fueron hechos prisioneros y condenados a muerte. Lady Vashj pronto llegó para liberarles, conduciéndoles a través de un portal a las quebradas tierras baldías de Tierrallende.

Allí, los elfos conocieron el único ser capaz de poner fin a su hambre: el demonio renegado Illidan Tempestira. Con la seguridad de que los elfos de sangre morirían sin la ayuda de Illidan, Kael’thas acordó servir al traidor. Un solo representante, Rommath, fue enviado de vuelta a Azeroth con un mensaje de esperanza para los restantes elfos de sangre en Quel’Thalas: un día Kaen’thas regresaría para conducir a su gente al paraíso.

Rommath ha hecho grandes progresos adiestrando a los elfos de sangre en avanzadas técnicas para manipular las energías arcanas. Con renovada determinación, los elfos de sangre reconstruyeron Lunargenta, por medio de energías mágicas volátiles. Espoleados por la promesa del retorno de Kael’thas, los fatigados habitantes de Quel’Thalas se centran en recuperar sus fuerzas, incluso mientras forjan un nuevo camino a un incierto futuro.

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RAZAS

Los Humanos

Los nobles humanos de Stormwind son una raza orgullosa y tenaz. Han luchado valientemente contra la Horda por generaciones como los patrones de la Gran Alianza. Justo cuando pensaban que por fin la paz se había asentado en sus reinos torturados por la guerra, una nueva sombra desciende sobre el mundo. El Azote de los muertos vivientes esparció una terrible plaga de muerte sobre la humanidad que destruyó por completo el norteño reino humano de Lordaeron. Los pocos humanos que sobrevivieron viajaron hacia el sur, hacia la protección de la reconstruida ciudad de Stormwind. No se habían repuesto del ataque del Azote cuando la Legión Ardiente inició una cataclísmica invasión sobre el mundo. Los guerreros de la humanidad lucharon valientemente contra las fuerzas de la Legión y ayudaron a salvar el mundo de la inminente destrucción.

Cerca de cuatro años después, los defensores de Stormwind permanecen vigilantes contra cualquiera que pretenda perturbar la santidad de sus tierras. Situados en las afueras del Bosque de Elwynn, la ciudad de Stormwind es uno de los últimos bastiones del poder humano en el mundo. Reconstruida luego de la Segunda Guerra, Stormwind es una maravilla del ingenio humano. Sus guardias protegen y conservan la paz dentro de los muros de la ciudad, y su joven rey, Anduin Wrynn, gobierna desde su poderosa fortaleza. El Distrito del Comercio bulle con mercancías de todos los continentes, mientras que aventureros de todas las razas pueden encontrarse en las calles del Pueblo Viejo. Intacta por los salvajes estragos del Azote en el norte, Stormwind se dispone a poner frente a todas las amenazas, vengan de donde vengan.

El Rey Anduin es el gobernante de Stormwind, un joven rey niño de diez años de edad. Recientemente, su padre, el rey Varian Wrynn, ha desaparecido bajo sospechosas circunstancias mientras se encontraba en ruta a una misión diplomática a la isla de Theramore. Bajo la supervisión de la concejera real, Lady Prestor, el joven Anduin recibió la corona con la orden de preservar el reino de Stormwind. Mientras los ciudadanos temen que su verdadero rey ha desaparecido por mucho tiempo, Anduin

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hace su mejor esfuerzo por calmar sus temores. Algún día, el niño crecerá y se convertirá en un gran líder.

En Theramore, Jaina Proudmoore, la más poderosa hechicera humana viva y única sobreviviente del extinto Kirin Tor, gobierna con justicia y equidad en una tierra salvaje y desconocida. Luego de luchar contra la Legión Ardiente al lado de la Horda y los Kaldorei, guió a los humanos sobrevivientes de Lordaeron en Kalimdor, y fundó la ciudad portuaria de Theramore. Allí, gobierna sobre los remanentes de la Alianza con la esperanza de reunir los distantes reinos humanos una vez más.

Los Enanos

Los estóicos enanos de Ironforge por continuas generaciones han explorado y extraído grandiosos tesoros de la profundidad de la tierra. Seguros en su impenetrable fortaleza de Ironforge, raramente se aventuraban más allá de los helados picos de Dun Morogh. Sin embargo, cuando los orcos invadieron Azeroth y amenazaron con conquistar las tierras humanas, elfas y enanas, los enanos ofrecieron su ayuda a la Gran Alianza. Los ingeniosos enanos probaron ser extremadamente útiles para las fuerzas de la Alianza.

Recientemente, los enanos han desenterrado una serie de ruinas que han podrían ser la llave para hallar los secretos de su perdida herencia. Dirigidos para descubrir la verdad acerca de su pueblo, el Rey Magni Bronzebearb ordenó que los enanos cambiarían sus actividades de industria y minería por la arqueología. Magni, junto con sus hermanos Brann y Muradin (asesinado misteriosamente en el helado Northrend), crearon la Hermandad de los Enanos Exploradores de Ironforge, un grupo altamente devoto en averiguar los secretos del ancestral mundo y la verdad acerca de la existencia de su raza.

Muchos enanos cayeron durante la Segunda Guerra,

pero la poderosa ciudad de Ironforge, anidada en los nevados picos de Dun Morogh, nunca logró ser tomada por la Horda invasora. Una maravilla de roca y piedra del ingenio de los enanos, Ironforge fue construida en el corazón de la montaña misma: una expansiva ciudad subterránea de exploradores, mineros y guerreros. Mientras la Alianza

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ha sido debilitada por los acontecimientos recientes, los enanos de Ironforge, liderados por el Rey Magni, forjan un nuevo futuro en el mundo.

Los Gnomos

Los excéntricos y brillantes gnomos son una de las razas más peculiares de todo el mundo. Con su obsesión por desarrollar radicales nuevas tecnologías han construido maravillas de la ingeniería, por lo que es maravilloso que muchos hayan logrado sobrevivir y proliferar. Durante años, los gnomos han contribuido con sus ingeniosas armas a la Gran Alianza en los feroces campos de batalla contra la Horda. Ocultos en su grandiosa Tecno-Ciudad de Gnomeregan, los gnomos han utilizado por generaciones los recursos de los arbolados picos de Dun Morogh, en conjunto con sus primos los enanos. Sin embargo, recientemente, con el descubrimiento de la ancestral ciudad de Uldaman, una barbárica raza, los Troggs, surgió de las entrañas de la tierra e invadió Gnomeregan, asesinando a cada gnomo que hallaban a su paso. Como el resto de la Alianza se encontraba luchando contra la invasión de la Legión Ardiente, los gnomos decidieron enfrentar solos el problema, no sin antes mandar sus ingeniosas armas con los enanos.

Bajo el comando de su líder, el Alto Chapucero Gelbin Mekkatorque, los gnomos abrieron las válvulas de presión de sus gigantescas máquinas y una espesa neblina de radiación tóxica por toda la ciudad. Aunque la radiación mataba a los troggs, los gnomos descubrieron que también asesinaba a su propio pueblo mucho más rápido. Cerca del ochenta por ciento de la población murió en pocos días. Gnomeregan fue evacuada, y los gnomos sobrevivientes se alojaron bajo la protección de los enanos de Ironforge. Últimamente, Mekkatorque ha realizado radicales estrategias con el fin de retomar su amada ciudad. Mientras tanto, los gnomos, para mostrar su buena voluntad con el resto de los miembros de la Alianza, construyeron el Deepum Tram, un inmenso tranvía subterráneo que une las ciudades de Ironforge y Stormwind.

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Los Elfos Nocturnos

Por más de diez mil años, los inmortales Kaldorei cultivaron una sociedad druídica entre las sombras misteriosas del bosque de Ashenvale, hasta que la catastrófica invasión de la Legión Ardiente acabó con la tranquilidad de su ancestral civilización. Liderados por el archidruida Malfurion Stormrage y la Sacerdotisa Tyrande Whisperwind, los poderosos Kaldorei retaron el poder de los terribles demonios. Ayudados por el reciente arribo de los orcos y los humanos, los elfos nocturnos lograron derrotar a la Legión y acabar con su amo, el Señor Demonio Archimonde el Profanador. Aunque victoriosos, los elfos nocturnos se vieron obligados a sacrificar su inmortalidad y ver arder sus amados bosques.

En la subsiguiente posguerra, Malfurion y Tyrande ayudaron a su pueblo a reconstruir sus destruidas aldeas. Lentamente, los elfos nocturnos empezaron a aceptar su mortal existencia. Tal aceptación se encontraba lejos de ser fácil, y algunos elfos no se acostumbraron al ciclo vital de envejecer, enfermarse y morir. Buscando recobrar su inmortalidad, un número de druidas conspiró para plantar un nuevo Arbol del Mundo que restableciera sus vínculos entre sus espíritus y el mundo. Cuando Malfurion escuchó acerca de este plan, advirtió que tal árbol no estaría bendecido por la naturaleza. Extrañamente, poco después, el espìritu de Malfurion se perdió entre los infinitos pasajes del Sueño Esmeralda. Los druidas, liderados por el nuevo archidruida Fandal Staghelm, plataron el nuevo Arbol, Teldrassil, cerca de las tormentosas costas del norte de Kalimdor. Bajo su cuidado, el Arbol creció hasta las nubes, y entre sus enormes ramas, construyeron la maravillosa ciudad de Darnassus, donde construyeron el Templo de la Luna y el Salón de la Justicia, donde las Centinelas velan por la seguridad de su tierra.

Sin embargo, el Arbol no estaba consagrado por la naturaleza, por lo que rápidamente cayó presa de la creciente corrupción de la Legión Ardiente. Ahora, bajo el liderazgo de Tyrande, los Elfos Nocturnos deben luchar para asegurarse la existencia de su gloriosa

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raza y evitar la destrucción de los hijos de la naturaleza a manos de la corrupción de la Legión Ardiente.

Los Draenei

Hace casi veinticinco mil años, los eredar aparecieron en el mundo de Argus. Eran extremadamente inteligentes y tenían una afinidad natural con las diversas formas de la magia. Gracias a estos dones, crearon una sociedad enorme y maravillosa.

Por desgracia, los logros de los eredar atrajeron la atención de Sargeras, el Destructor de Mundos. Él ya había comenzado su Cruzada Ardiente para erradicar la vida del cosmos y creía que los brillantes eredar serían vitales para liderar el enorme ejército demoníaco que estaba reuniendo. Así pues, contactó con los tres líderes más importantes de los eredar: Kil'jaeden, Archimonde y Velen. A cambio de la lealtad de la raza eredar, Sargeras les ofreció poder y saber incalculables.

Aunque la oferta sonaba muy tentadora, Velen tuvo una visión del futuro que lo llenó de horror. Sargeras había dicho la verdad: los eredar que se unieran al Titán Oscuro obtendrían, sin duda, un poder y una sabiduría enormes. Sin embargo, los eredar se transformarían en demonios.

Velen vio a la Legión en todo su terrible poder y contempló la destrucción que desataría sobre toda la creación. Se apresuró a avisar a Kil'jaeden y Archimonde, pero estos, seducidos por las promesas de Sargeras, ignoraron su preocupación . Le ofrecieron su lealtad y fueron transformados en seres colosales de demonios de una maldad colosal.

El poder de Sargeras hacía impensable la oposición directa. Velen estuvo a punto de perder toda esperanza, pero sus súplicas de ayuda fueron escuchadas. Un ser acudió ante él y le explicó que era uno de los naaru, una raza de seres de energía dedicados a

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detener la Cruzada Ardiente. Los naaru le ofrecieron llevarlo junto con los que pensaran como él a un lugar seguro.

Profundamente aliviado, Velen reunió a los otros eredar que se habían negado a unirse a Sargeras hasta el momento. Haciéndose llamar a si mismos los draenei o “exiliados” en el idioma Eredun, los renegados escaparon a duras penas de Argus, con la Legión Ardiente pisándoles los talones. Kil'jaeden estaba furioso por lo que consideraba una traición por parte de Velen y el demonio juró perseguirlos hasta darles caza a él y al resto de los draenei hasta los confines del cosmos si fuera necesario.

La Legión persiguió a los draenei durante miles de años. Los draenei visitaron numerosos mundos y exploraron gran parte del cosmos conocido en su búsqueda de un puerto seguro. Pero la Legión no cejaba en su persecución. Mientras tanto, los enigmáticos naaru bendijeron a los draenei con el conocimiento y el poder de la Luz. Explicaron que había otras fuerzas en el cosmos que se alzarían contra la Legión Ardiente. Un día, los naaru los reunirían en un solo ejército de la Luz imparable. Profundamente impresionados por las palabras de los naaru, los draenei juraron honrar a la Luz y seguir los altruistas ideales naaru.

Finalmente, Velen y sus draenei se asentaron en un mundo remoto y tranquilo que parecía el refugio ideal. Lo llamaron Draenor o "Refugio de los Exiliados" y aquí volvieron a cultivar su tranquila sociedad de nuevo. Temerosos de ser descubiertos de nuevo por las fuerzas de Kil'jaeden, Velen y sus místicos mantuvieron su magia oculta durante generaciones.

Con el tiempo, los draenei conocieron y confraternizaron con los chamánicos clanes orcos que ya habitaban en las tranquilas praderas del sur de Nagrand. Aparte de dedicarse a un comercio limitado, los draenei y los orcos se veían los unos a los otros con respeto, pero no se relacionaban entre ellos.

A pesar de la precaución de los draenei, Kil'jaeden descubrió su refugio secreto en Draenor. Aprendió más del mundo y de sus habitantes, y se interesó por la poderosa raza orca. Un plan surgió en su mente y el señor demoníaco comenzó a reír. Podía ver cómo convertir a los orcos en los instrumentos de su ira. Sólo era cuestión de tiempo y de presión.

Kil'jaeden comenzó a corromper a los orcos, primero mediante el anciano chamán Ner'zhul y después a través de su aprendiz, Gul'dan. Los clanes orcos se dedicaron al arte de la guerra y a crear una Horda única y asesina. Incluso los chamanes más sabios aprendieron brujería y abandonaron las enseñanzas que antes habían venerado.

Cuidadosamente manipulados para pasar de un estado de cautelosa aceptación a una rabia y sed de sangre ciegas, los orcos atacaron a los draenei. Este sangriento conflicto duró casi ochenta años, pero el triunfo de los orcos era inevitable. Los draenei eran poderosos gracias a los poderes que les concedió la Luz, pero la demoníacamente enloquecida Horda lo era más. Los orcos mataron a cerca del ochenta por ciento de la raza draenei e obligaron a huir al resto en busca de seguridad a los rincones más remotos del planeta.

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Después, los draenei que habían luchado contra la Horda y consiguieron sobrevivir descubrieron que habían sido afectados por las viles energías que utilizaban los brujos orcos. Estos draenei han mutado desde entonces en formas menores, creando una serie de subespecies. Los Tábidos y Los Perdidos (como se ve más arriba) son dos de esas ramas genéticas. Sus cuerpos alterados solo tienen un ligero parecido con los orgullosos draenei que fueron en el pasado y muy pocos conservan su cordura.

Los Orcos

Hace mucho tiempo, la noble raza orca fue corrompida por la Legión Ardiente y transformada en una inmisericorde y destructiva Horda. Invadiendo el mundo de Azeroth, los orcos se vieron forzados a hacer la guerra a los reinos humanos de Stormwind y Lordaeron. Aunque la Horda estuvo cerca de aniquilar a toda la humanidad, finalmente cayó devorada por sus propios conflictos internos y colapsó. Los orcos, derrotados, fueron colocados por muchos años en campos de internamiento, sin ninguna oportunidad de volver a hacer la guerra y buscar conquistas. Después de muchos años, un visionario joven Señor de la Guerra liberó a su gente en su más oscura hora. Bajo su régimen, los orcos lograron liberarse por fín de la corrupción demoníaca y abrazar nuevamente sus costumbres chamanísticas.

Por la palabra de un extraño profeta, Thrall lideró a su pueblo a las ancestrales tierras de Kalimdor. Allí, Thrall y la Horda se enfrentaron cara a cara con su antiguo opresor, la Legión Ardiente. Con la ayuda de los humanos y los elfos nocturnos, los orcos derrotaron a la Legión y se abrieron su propio camino en su nuevo mundo adoptivo. Los orcos llamaron a su nueva tierra Durotar y edificaron, en lo alto de un cañón, la ciudad guerrera de Orgrimmar, llamada así en honor al legendario Orgrimm Doomhammer, que se levanta como una de las ciudades guerreras más poderosas del mundo. Ahora con una tierra para llamarla suya, y bajo el notable liderazgo de Thrall, los orcos luchan por asegurarse un brillante futuro para su pueblo. Aunque lejos de sus anteriores sueños de conquista, se encuentran listos para destruir a cualquier pueblo que ose retar su soberanía o supremacía.

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Thrall, hijo de Durotan, es quizá el más poderoso guerrero orco vivo. Armado con el poderoso Doomhammer, Thrall es un osado guerrero y poderoso chamán. Se ha erigido como Señor de la Guerra sobre toda la Horda, extendiendo su dominio a los trolls Darkspear y las tribus Tauren por igual. Su honor, astucia y compasión le han ganado muchos aliados, incluso entre los humanos y elfos nocturnos. Thrall vive para defender la libertad de su pueblo y asegurarse la seguridad de la enorme Horda.

Los Tauren

Por incontables generaciones, los Tauren han vagado por las praderas de los Barrens, cazando a los poderosos kodos, bajo la mirada vigilante de su diosa eterna, la Madre Tierra. A lo largo y ancho de la tierra, las tribus se han unido solamente por su común odio hacia su más enconado enemigo, los malvados Centauros. Buscando ayuda contra los Centauros, el anciano jefe Cairne Bloodhoof entabló amistad con el Señor de la Guerra Thrall y sus orcos, quienes recientemente habían viajado a Kalimdor.

Con la ayuda de los orcos, Cairne y su tribu Bloodhoof pudieron expulsar a los Centauros y reclamar los ricos pastizales de Mulgore. Por primera vez en cientos de años, los Tauren tenían una tierra para llamarla suya. Sobre las altas mesetas de Thunder Bluff, Cairne construyó un refugio para su gente, donde todos los tauren de diversas tribus sean bienvenidos. Con el tiempo, las dispersas tribus tauren se unieron bajo el liderazgo de Cairne. Aún así, algunas tribus desacuerdan con la dirección que está tomando la nueva nación (en especial el clan GrimTotem y su jefa Magatha).

Aunque los nobles tauren son pacíficos por naturaleza, los rituales de la Gran Caza son

venerados como el corazón de su cultura espiritual. Cada Tauren, guerrero o de otra clase, se siente identificado como un cazador y un hijo de la Madre Tierra.

Cairne se ha dedicado a servir y salvaguardar a su pueblo de un cada vez más oscuro mundo. Un destacado guerrero, es considerado una de las criaturas vivas más peligrosas que existe. Además de su fuerza y valor, es un alma gentil que desea solamente la paz y la tranquilidad de las llanuras abiertas. Se rumora que podría delegar sus

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responsabilidad en algún otro jefe, pero muchos esperan que sea su hijo Baine quien reemplaze algún día a su padre.

Los Trolls

Los viciosos trolls que pueblan las numerosas islas de las Mares del Sur son reconocidos por su crueldad y oscuro misticismo. Bárbaros y supersticiosos, odian a todas las razas. Bajo la égida del Imperio Gurubashi, los trolls de la jungla han extendido su dominio de las Junglas de Strangletorn en Azeroth, a las islas Echo de Kalimdor. Sin embargo, en el ápice de su poder, el pueblo Gurubashi se sumió en una serie de guerras internas. Solamente una tribu, los Darkspear, fue exiliada de sus tierras y obligada a subsistir por sí misma contra las peligrosas razas de la Jungla de Strangletorn. Por generaciones fueron sometidos a esclavitud por otras tribus menos honorables, encarando su posible extinción. Aunque sus guerreros se encuentran entre los más bravos jamás nacidos, las incesantes políticas de las tribus Gurubashi llevaban a los Darkspear a una segura desaparición. Para empeorar las cosas, los humanos empezaron a erigir fortalezas en Strangletorn también. Fue durante este tiempo que en que conocieron a Thrall y la Horda.

Los Darkspear, liderados por el anciano Sen’jin, apelaron a Thrall contra los humanos invasores. Unidos, los trolls y los orcos los vencieron, pero probó ser una corta victoria. Los murlocs de las islas los capturaron y prepararon para ser sacrificados. Los Darkspear y los orcos lucharon valientemente, pero Sen’jin murió en la batalla.

En honor a su sacrificio, Thrall ofreció a los Darkspear un lugar entre la Horda. Vol’jin, hijo de Sen’jiin, tomó control de la tribu y siguió a Thrall. Formaron su hogar en las islas Echo, en la quebrada costa de Durotar. Allí, sin embargo, fueron traicionados por uno de los suyos, un enloquecido brujo llamado Zalazane. Forzados a abandonar las islas, construyeron la villa Sen’jin en la costa de Durotar. Desde esta villa, los Darkspear y sus aliados luchan por expulsar a Zalazane de las islas Echo, determinados a reclamar su jungla a cualquier costo.

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Los Forsaken

Liderados por la banshee Silvanas Windrunner, un grupo de muertos vivientes rompió sus relaciones con el Azote y quedaron libres del dominio del Rey Lich. Estos renegados se llamaron a sí mismos Los Forsaken. Ellos luchan una batalla constante por su libertad del Azote, pero también están dispuestos a exterminar a aquellos que los miran como monstruos.

Con Silvanas como su reina banshee, los Forsaken construyeron su fortaleza entre las ruinas de Lordaeron, la oculta Undercity, la cual forma un laberinto interminable bajo los malditos bosques abandonados de los Claros de Tirisfal. Desde su bastión, los Forsaken preparan un nuevo combate contra el Azote y contra los humanos que persisten en reclamar sus tierras. Aunque la mayoría de la tierra está maldita, los cesudos humanos de la Cruzada Escarlata se han obsesionado con erradicar a los muertos vivientes y retomar su una vez bella patria.

Convencidos de que las primitivas razas de la Horda puede ayudarles a obtener la victoria sobre sus enemigos, los

Forsaken han entrado en una alianza de conveniencia conn los salvajes orcos y los orgullosos tauren, sin guardar una verdadera lealtad hacia sus aliados.

Silvanas y Varimathras, el Señor del Terror, planean secretamente, mediante el Gran Apotecario Faranell, una segunda plaga más terrorífica que la del Rey Lich. Su objetivo: tomar venganza contra Arthas y hallar por fin, la libertad para su pueblo maldito.

Los Elfos de la Sangre

Hace miles de años, los altonatos exiliados llegaron a las costas de Lordaeron y fundaron el reino mágico de Quel'Thalas. Estos elfos nobles, como se hacían llamar, crearon una fuente enorme de energía mágica en el corazón de su tierra: la Fuente del Sol. Con el paso del tiempo, a pesar de las amargas lecciones que habían aprendido en épocas pasadas, comenzaron a depender de la energía inestable de la Fuente del Sol..

Durante la Tercera Guerra, el malvado Príncipe Arthas invadió Quel'Thalas y redujo a escombros y cenizas al el que en otra época fue un poderoso reino. Su ejército de no-

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muertos exterminó a casi el noventa por ciento de la población de elfos nobles. Además, utilizó las energías de la Fuente del Sol para resucitar a Kel'Thuzad, un poderoso exánime no-muerto, y de paso contaminar las aguas místicas de la Fuente. Los escasos supervivientes, al darse cuenta de que les habían apartado de la fuente de su poder arcano, se volvieron cada vez más desesperados e intranquilos.

Justo en el peor momento para los elfos llegó Kael'Thas Sunstrider, el último del linaje real de Quel'Thalas. Kael, como era comúnmente conocido, sabía que lo que quedaba de su pueblo no sobreviviría mucho tiempo sin alimentarse de la magia que antes les daba fuerza. Dió a su pueblo el nombre de elfos de sangre en honor de sus compatriotas caídos, les enseñó a absorber las energías místicas ambientales (incluso las demoníacas) para poder saciar su terrible sed de magia. En busca de un nuevo destino para su pueblo, Kael'Thas se aventuró en el lejano mundo de Terrallende, donde se encontró con elfo de la noche caído, Illidan. Bajo su tutela, Kael y sus elfos de sangre han recuperado gran parte de su antiguo poder.

Por desgracia, su costumbre de abrazar energías demoníacas tuvo como resultado que sus antiguos camaradas de la Alianza los expulsaran de la misma. Por esta razón, los elfos de sangre que se quedaron en Azeroth acudieron desesperados a la Horda para que les ayudasen a llegar a Terrallende, para reunirse con Kael'Thas y alcanzar el glorioso destino que les prometió.

Los Naga

Antes de la Gran Separación, los Altos Natos eran el linaje de más alto grado en la nobleza de los elfos nocturnos. Estos nobles privilegiados desarrollaron una obsesión hacia el Pozo de la Eternidad, abusando de sus magias, atrayendo así la atención de Sargeras, el titán oscuro. Éste prometió a los Altos Natos que convertiría Azeroth en un paraíso y que estos serían recompensados con un extraordinario poder si servían al titán. Por un tiempo, Sargeras mantuvo a los Altos Natos seducidos y obedientes a sus deseos, y a su mandato, los Altos Natos crearon un portal junto al Pozo, con la esperanza de que el propio Sargeras entrara en Azeroth. Tal era la fuerza del titán que Azeroth

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seguramente habría sido consumido, como otros incontables mundos, si su plan hubiera sido satisfactorio.

Los esfuerzos de los Altos Natos dieron lugar a la primera invasión de la Legión Ardiente sobre Azeroth, aunque la consiguiente Guerra de los Antiguos pareció generar lo contrario de lo prometido por Sargeras. Los demonios manaban del enjoyado palacio de la reina y causaron estragos en gran parte de la ciudad. A medida que avanzaban, los ejércitos demoníacos sólo dejaban muerte y devastación en su camino. Al final, un amplio grupo de Altos Natos se rebeló y huyó del Palacio, reuniéndose al conjunto de los elfos nocturnos. Más tarde, estos Altos Natos rebeldes serían los llamados Elfos Nobles.

Los Altos Natos remanentes se mantuvieron leales a Sargeras durante la guerra, pero ese duro trabajo llegó a ser insignificante. El resto de elfos nocturnos, a la par de muchos insólitos aliados, dispusieron una sorprendente defensa y lograron cerrar el portal. La

tensión mágica que este evento generó fue demasiado para el Pozo de la Eternidad, el cual causo una implosión con desastrosas consecuencias, haciendo que el mismo fuese impulsado hacia abajo, como si un gigantesco martillo lo hubiera golpeado.

El terrible impacto hizo añicos al continente de Kalimdor, dividiéndolo en diversas masas terrenales y creando un nuevo océano. Mucho de la antigua capital élfica, Zin-Azshari, fue arrastrado bajo el mar, y ahora, sobre las olas, una feroz tormenta mágica se agita: Maelstrom. Debajo de ésta, un enorme remolino en el océano se formó, y una vez que cualquier criatura entra en sus corrientes, pocas tienen la oportunidad de escapar.

El Palacio de la Reina Azshara fue también arrastrado debajo del mar y, en el proceso, algunos de los Altos Natos que allí estaban murieron ahogados, mas otros, en lugar de morir, fueron maldecidos por el rol que tomaron en la Guerra de los Antiguos. Transformados en monstruosos nagas, los que antes fueron elfos nocturnos descubrieron que eran capaces de sobrevivir en las profundidades del océano. Aun así, los naga sabían que tenían pocas posibilidades de reclamar las vastas tierras que una vez los Altos Natos habían dominado. Resentidos por su forzoso destierro bajo el mar, los naga decidieron esperar el momento oportuno para retomar su legítimo lugar en el mundo de la superficie.

El Pozo de la Eternidad, mientras más se adentraba en el mar, continuó su colapso hasta que finalmente implosionó. La violenta implosión dejó una gran brecha en la superficie del océano, la cual llegaba directamente al mismísimo núcleo de la tierra, que a día de

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hoy aun permanece expuesto, calentando las gélidas aguas del océano. Las energías mágicas que aun emanan de la brecha han causado monstruosas mutaciones a todo ente vivo de los alrededores.

Diez mil años después aproximadamente, justo antes de la Tercera Guerra, los naga comenzaron a emerger de las profundidades del océano, momento en que los elfos nocturnos y el resto de Azeroth conoció el verdadero destino de los Altos Natos, a los cuales creían muertos.

El mayor grupo visto de nagas está actualmente bajo el comando del demonio Illidan Stormrage, el cual, poco después de la Tercera Guerra, contactó con un amplio grupo de nagas y forjó una alianza con ellos. Liderados por la Dama Vashj, estos naga aun sirven a Illidan en Terrallende. Más aun, Illidan utilizó a Vashj y a sus hermanos para conseguir nuevos aliados: el Príncipe Kael’thas Caminante del Sol y los Elfos de Sangre.

Los Murlocs

Los orígenes de los múrlocs están envueltos en misterio. Esto se debe tanto al hecho de que estas criaturas aparecieron en las orillas de Azeroth hace relativamente poco (en lo que a la historia del mundo se refiere), como a que los múrlocs rehúyen de los mortales y rara vez hablan en una lengua que no sea su enrevesado idioma.

Lo que se ha averiguado hasta ahora de los hombres-pez es lo siguiente: no son las criaturas más inteligentes del mundo. Se reúnen en las orillas formando tribus o poblados. Se tiene conocimiento de que, en ciertas ocasiones, veneran a enigmáticas deidades marinas (que algunas veces incluyen a los naga). Y parecen tener muy poco interés en las razas mortales.

Sin embargo, informes recientes de selectos individuos que lograron reunir información (bien espiando, bien torturando o ganándose la confianza de los múrlocs de forma clandestina) han sacado algunos datos interesantes a la luz…

En primer lugar, los múrlocs no son tan tontos como todo el mundo cree. Algunas pistas apuntan al hecho de que su firme infiltración en las masas de tierra del mundo puede ser un esfuerzo coordinado. Pero aún no se sabe si esta iniciativa ha sido llevada a cabo por decisión propia o no.

También, los múrlocs pueden ser una raza más antigua de lo que la mayoría cree. Existen varias pistas y datos que sostienen esto. De hecho, se cree que los múrlocs (o mejor dicho sus ancestros) pueden ser anteriores a los trols. Por supuesto, estos antiguos múrlocs vivían en las profundidades del océano y, por ello, las razas tempranas que habitaban la tierra nunca tuvieron constancia de su existencia.

En los últimos años, los viles naga han comenzado a resurgir de sus acuosas residencias, provocando que los historiadores formulen diversas especulaciones sobre si esta migración ha provocado la lenta invasión de la tierra por los múrlocs. Algunos también creen que los múrlocs pueden estar trabajando mano a mano con los siniestros anfibios.

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Pero, quizá, la más sorprendente revelación obtenida de las actividades de recopilación de información más recientes sea ésta: puede que los naga no sean la única y horrible pesadilla que habite los aparentemente ilimitados océanos del mundo.

Algunos indicios procedentes de los propios múrlocs apuntan hacia la posibilidad de que los hombres-pez no sean más que adoradores o esbirros de algunas monstruosidades marinas que permanecen dormidas por el momento, o al menos a la espera en las tenebrosas profundidades… y lo más preocupante: que la aparición de los múrlocs sea un aviso de su incipiente despertar.

Si éste es el caso, los misteriosos y algo infravalorados múrlocs pueden ser la primera muestra de algo mucho más terrible.

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BIBLIOGRAFIA

DOCUMENTOS:

www.wow-europe.com

www.wow-esp.com

IMÁGENES:

www.jasonchanart.com

www.google.com

GULTAR – JULIO 2008