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El hombre nuevo Día 1 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 7 “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”(2 Corintios 5:17) Todo lo que hace el Señor es nuevo. La Iglesia es un nuevo hombre. No es una agrupación de personas obrando en pos de una meta común, es una creación nueva. La Iglesia es un milagro, porque de judíos, griegos, esclavos, libres, el Señor forma un solo hombre nuevo. En la Iglesia se unen en un solo hombre tantas clases de caracteres diferentes y a veces opuestos. ¿Cómo es esto posible? Por medio de la muerte y la resurrección. El capítulo 3 de Colosenses nos muestra que para 1

scac45d1d9ccb22bf.jimcontent.com · Web viewEl capítulo 3 de Colosenses nos muestra que para tener al hombre nuevo, nos debemos despojar del viejo y revestirnos de la vida del Señor

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El hombre nuevo

Día 1 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 7

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”(2 Corintios 5:17)

Todo lo que hace el Señor es nuevo. La Iglesia es un nuevo hombre. No es una agrupación de personas obrando en pos de una meta común, es una creación nueva. La Iglesia es un milagro, porque de judíos, griegos, esclavos, libres, el Señor forma un solo hombre nuevo. En la Iglesia se unen en un solo hombre tantas clases de caracteres diferentes y a veces opuestos.

¿Cómo es esto posible? Por medio de la muerte y la resurrección. El capítulo 3 de Colosenses nos muestra que para tener al hombre nuevo, nos debemos despojar del viejo y revestirnos de la vida del Señor Jesús: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (v. 9-10). No se trata de trabajar para ejercer todas las virtudes de Jesucristo por nosotros mismos, porque nuestra naturaleza no es capaz de ello, sino de revestirnos de ellas como de una vestidura.

¿Y cómo tendríamos que reaccionar “si alguno tuviere queja contra otro” (v.13)? No se trata de algo baladí: Una ofensa puede dañar la vida del hombre nuevo. Dios nos ordena perdonarnos como hizo con nosotros Cristo.

Todos, sin excepción, necesitamos Su perdón. ¡Soportémonos en amor los unos a los otros, para obtener ese nuevo hombre!

“Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (v. 14-15)

No conformarse a este siglo

Día 2 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 8

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,

agradable y perfecta”

(Romanos 12:2)

La Iglesia es un cuerpo orgánico del que todos somos miembros. Cada miembro tiene una función, y esto requiere todo nuestro ser: Por eso nos pide Romanos 12:1 que presentemos nuestros cuerpos como un sacrificio vivo. Nuestro cuerpo está muerto para las cosas del Señor, pero muy vivo para nuestros propios intereses.

Tenemos necesidad de experimentar Su Salvación. Todo ello se relaciona al hecho de conocer al Señor. Nuestro cuerpo estará como paralítico si no conocemos a Cristo.

Y esta transformación de nuestra vida está estrechamente relacionada con nuestros pensamientos. Nuestra inteligencia se amolda fácilmente al presente siglo. Es decir, pensamos como la gente del mundo, de una forma puramente racional. Pero nuestra inteligencia necesita renovarse. 1 Corintios 2:14 dice que el hombre psíquico no recibe las cosas del Espíritu de Dios. Si descuidamos el contacto con el Señor, nuestro cuerpo quedará paralizado para los intereses de Dios y nuestra inteligencia se conformará lentamente a la del mundo. Al final todas las cosas de Dios serán para nosotros locura. En lo que a nuestro espíritu respecta, éste, se vuelve perezoso y se duerme.

En estas condiciones lo único que podemos hacer es volvernos a nuestro Amigo para conocerle mejor. Al abrirnos a Él, al contarle nuestra situación, Él nos podrá otorgar vida conforme a Su Palabra. Entonces nuestro cuerpo será vivificado, nuestra inteligencia renovada y despertado nuestro espíritu. Entonces podremos servir al Señor en la edificación de Su Casa.

Volverse al Señor desde la mañana

Día 3 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 9

“Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”

(Salmo 5:3)

La mañana es un momento crucial. El volver nuestra vista al Señor, todas las mañanas, es un hábito excelente que debemos practicar.

Alguien, dijo un día: “Cuando hablan de tener un tiempo para leer la Biblia y orar, me resulta difícil de entenderlo. Es fácil practicar esas cosas cuando se está solo o se es soltero, y cuando se tiene la suerte de compartir piso con un grupo de cristianos; incluso va bien de recién casados, pero cuando vienen los niños, es mucho más difícil”.

Pero si se le pregunta a un soltero sobre esto, os dirá que a él también le resulta fácil olvidarse del Señor. Aunque nuestro tiempo esté escaso, es muy importante volver la vista hacia el Señor desde la mañana. Aunque el trabajo nos agobie, siempre tenemos un minuto para echar un vistazo al periódico; también sería posible utilizar el poco tiempo que tengamos en leer un versículo o dos.

“Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces” (Sal. 12:6). Su Palabra está aprobada, probada, purificada, y nos podemos asir a ella. Guardemos en la mente algún versículo a lo largo del día, pese a lo ocupados que estemos, y podremos testificar, por medio de la experiencia, de la pureza de la Palabra de Dios. El aprecio que David tenía por la Palabra del Señor se ve muy a menudo en los Salmos. Desde por la mañana se volvía David al Señor y confiaba en Su Palabra. Busquemos tiempo para dedicarlo a la Palabra.

“En Tus mandamientos meditaré; consideraré Tus caminos.

Me regocijaré en Tus estatutos; No me olvidaré de Tus palabras” (Salmo 119:15-16)

Llevarle a Él las penas y la ansiedad

Día 4 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 10

“Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7)

“¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?” (Sal. 13:1). ¡Así habla David, el hombre según el corazón de Dios! “¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?” Es posible que David haya tenido la experiencia de no poderse regocijar en el Señor bajo los efectos de las preocupaciones. “¿Hasta cuándo habrá ansiedad en mi alma?” (v.2) ¿Habéis tenido ya esa clase de ansiedad en vuestra alma? No os tocan sólo superficialmente, os agobian, os minan, y sin cesar vuelven a vuestra mente.

“Con tristezas en mi corazón cada día”. David tenía las mismas experiencias que nosotros. La ansiedad se refiere al futuro. Todavía no ha pasado nada y ya estamos ansiosos y preocupados. Esta ansiedad no cambia en nada las situaciones. Las aflicciones se refieren al pasado. Lamentamos muchas cosas que hicimos o que dejamos de hacer.

“Alumbra mis ojos” (v. 3). Cuando estamos agobiados por la ansiedad y las penas, no vemos bien. Tenemos necesidad de que el Señor no de claridad. Continúa David en los versículos 5 y 6: “Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación. Cantaré a Jehová, porque me ha hecho bien”. El Señor siempre está con nosotros, en todas las situaciones, y nos podemos dirigir a Él como nuestro Amigo que es. David le hablaba al Señor y le decía todo lo que sentía en su corazón. También volvía su vista al Señor y ponía en Él su confianza. Ninguna situación podía abatirlo, en tanto que siguiese confiando en Dios.

“Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.” (Salmo 121: 2-3)

Tener siempre a la vista al Señor

Día 5 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 11

“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2)

“Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado. Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. A Jehová he puesto siempre delante de mí. Porque está a mi diestra, no seré conmovido” (Sal. 16:5-8). Tenemos la promesa del Señor de que Él está siempre con nosotros, y que vela para que no titubeemos.

“Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (v. 9-11). Siempre estamos a la diestra del Señor, y en todo momento podemos venir a Él. Cuando decimos que siempre debemos tener ante nuestra vista al Señor, quiere decir que podemos estar conscientes de que siempre está con nosotros: Hagamos lo que hagamos y donde quiera que estemos. Es verdad que hay momentos, especialmente durante nuestra vida profesional, donde es imposible mirarle sin interrupción o hablarle continuamente. Pero eso no le impide al Señor estar siempre con nosotros. Podemos mirarle un momento, como hacemos cuando al conducir miramos al retrovisor y tenemos que continuar con la mirada fija en la ruta que llevamos para no tener un accidente. El Señor nos sigue; si le olvidamos, Él jamás nos olvida.

“He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia” (Salmo 33:18)

Reconocer nuestras transgresiones al Señor

Día 6 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 12

“He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.”

(Salmo 51:6)

David cometió grandes fallos en su vida. No siempre fue victorioso. Pero, en tales situaciones, adoptó una actitud ejemplar, una actitud que contaba mucho a los ojos de Dios: Se humillaba ante la poderosa mano de Dios y confesaba sus faltas.

David había aprendido a reconocer sus pecados y sus fallos y siempre venía al Señor para dirigirse a Él. Se aproximaba a Dios sin cesar y rehusaba permanecer en sus faltas: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Demasiadas veces somos pasivos ante nuestros fallos. Permanecemos sin reaccionar y perdemos así el gozo de la salvación: Pero un murmullo suave y delicado en nuestro corazón nos impulsa a buscar al Señor. Y si, entonces, constatamos que nuestro corazón no es puro, podemos orar: “crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”. La experiencia de David es muy apreciable para nosotros, porque él no era un hombre perfecto; pero era un hombre conforme al corazón de Dios: “He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:22).

A menudo dejamos pasar todo un día sin hablarle al Señor. Pero cuando nos abrimos al Señor y le hablamos como lo hacía David, Dios podrá realizar en nosotros el deseo de Su Corazón. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. El Señor ama responder a esa clase de oraciones. Tiene necesidad de personas que reconozcan sus fallos y que vengan a Él tal como son, en todas las situaciones.

Dios se hizo hombre

Día 7 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 13

“Cristo es la imagen del Dios invisible,

el primogénito de toda creación”

(Colosenses 1:15)

En Génesis 18 vemos que Dios visitó a Abraham durante el calor del día. No se le apareció al declinar la tarde, cuando el trabajo de la jornada había finalizado sino en el momento más difícil, de más carga. Eso significa que el Señor desea dársenos a conocer en todas nuestras situaciones diarias.

En el Antiguo Testamento Dios visitaba a Su pueblo en momentos puntuales; en el Nuevo, Dios se encarnó. “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Dios se convirtió en un hombre y pasó por todas las etapas de una vida humana normal. ¿Por qué lo hizo?

Se visitó de carne para efectuar la redención, la cual es la base de nuestra vida cristiana.

Se encarnó igualmente para dársenos a conocer. 1 Timoteo 6:16 nos dice que, en Su Divinidad, Dios habita en luz inaccesible. Por eso se hizo hombre y se asemejó en todo a nosotros (Heb. 12:17). La humanidad del Señor nos permite conocer a Dios y conocerle en los aspectos prácticos y visibles de una vida humana. Sin la encarnación, habría permanecido inaccesible.

Isaías 53:3 expone acertadamente lo que fue la vida de Jesús en la tierra: “Varón de dolores, experimentado en quebrantos”. También los Evangelios nos permiten contemplar los detalles de la humanidad de nuestro Señor. Dios ha participado de la naturaleza humana y ha vivido como un verdadero hombre. De esa manera, hoy, le podemos conocer en todos los aspectos de nuestra vida humana.

“Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9)

Vivir bajo la Cabeza de Cristo

Día 8 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 14

“Pero quiero que sepáis que Cristo es

la cabeza de todo hombre”

(1 Corintios 11:3)

Somos el pueblo de Dios, y, por ello, Él tiene exigencias que tenemos que cumplir. El Padre decidió que Cristo sería la Cabeza de todo hombre. Tenemos, por tanto, la necesidad de someternos a la autoridad de Cristo; no debemos seguir viviendo de acuerdo a nosotros mismos, sino por medio de aquél que murió y resucitó por nosotros. En este universo existe una autoridad suprema llamada la Cabeza de Cristo y debemos seguirla. Cristo es la Cabeza y nosotros los miembros de Su Cuerpo. La gran cuestión es ahora la siguiente: ¿Dónde están aquellos que viven bajo esta autoridad en su vida humana? ¿Somos esas personas, nos encontramos bajo la dirección de la Cabeza de Cristo? ¿Cómo vivimos cada día, desde el amanecer hasta que se hace de noche, cómo se desarrolla nuestra vida?

Dios busca, en este mundo, un pueblo especial, un pueblo que viva una realidad bien precisa, que se someta bajo la supremacía de Cristo. Tendríamos que tener el deseo de someternos al Señor, de estar completamente bajo la dirección de Su Cabeza; arrepintámonos de nuestras desviaciones y volvámonos a Él.

Cristo ha venido a ser la Cabeza de la Iglesia en resurrección. Jesús vino a la tierra, vivió como un hombre, murió en la cruz, resucitó al tercer día y subió a los cielos. Por medio de ese proceso, algo se ha producido en esta tierra; el día de Pentecostés, cincuenta días después de Su Resurrección, Cristo se derramó sobre Sus discípulos, como el Espíritu. El hecho de que el Espíritu fuese derramado significa que el Señor era, entre Sus discípulos, aún más real que antes. Por esa causa, Jesús es ahora la Cabeza sobre todas las cosas. ¡Él es el Cristo!

Cristo, el primero en todo

Día 9 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 15

“Él es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia…

para que en todo tenga la preeminencia”

(Colosenses 1:18)

Cristo es la Cabeza de Su Cuerpo. Sin embargo, para que tenga la preeminencia en todo, nosotros debemos cesar de procurarla para nosotros. ¿Cómo tomamos las decisiones en nuestra vida? Si realizamos algo, porque confiamos en nuestro saber hacer bien las cosas, sin consultar con la Cabeza, volvemos a tomar la preeminencia nuevamente. A menudo, nos volvemos a la autoridad de Cristo sólo cuando experimentamos un fracaso o llegamos al límite de nuestras fuerzas. Pero eso es tomar el camino erróneo, porque, de acuerdo a la Biblia, Cristo tiene que tener la preeminencia en todo, ya sea en el ámbito de la familia, de la educación de nuestros hijos o de la gestión de nuestra economía. Ciertas personas actúan conforme a sus buenos sentimientos – y realizan de esa manera buenas acciones. Pero si no nos sometemos a Cristo, aunque hagamos buenas cosas, lo que hagamos no tiene valor a los ojos de Dios, porque Cristo tiene que “ser el primero en todo” (Col. 1:18).

La gente del mundo puede decir que hacen con sus vidas lo que quieren, pero los cristianos, los miembros del Cuerpo, ya no viven para sí mismos, porque han sido redimidos a un gran precio, y eso significa que deben glorificar a Dios en sus cuerpos (1 Cor. 6:20). La Biblia dice: “Hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31). Para eso nos hace falta comenzar dándole a Él la preeminencia en todo; es legítimo tomar decisiones y actuar, pero no sin haber consultado de previamente al Señor, de forma que todo se haga bajo Su dirección. Entonces, todo estará en orden, conforme a los principios divinos, y los problemas de la Iglesia podrán encontrar una solución.

Asirse a la Cabeza

Día 10 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 16

“Asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el Cuerpo… crece con el crecimiento que da Dios

” (Col. 2:19)

Muchos de nuestros problemas proceden del hecho de que nos aferramos a cosas que no son la Cabeza. Cuando venimos a someternos bajo la Cabeza de Cristo, es decir, nos sometemos completamente a Su Voluntad, recibimos Su aprovisionamiento. ¿Sabéis por qué somos, a menudo, tan pobres espiritualmente y venimos a la reunión pensando que no tenemos nada que decir o compartir? Sencillamente, porque no estamos asidos de la Cabeza.

El crecimiento del Cuerpo no procede de algunos individuos aislados, sino de todos los miembros asidos de la Cabeza para obtener el aprovisionamiento adecuado. Cuando este principio es puesto en práctica, por todos los hermanos y hermanas, el cuerpo está sólidamente unido y las divisiones no existen entre nosotros. Así crecemos en Dios en todos los sentidos, en todos los detalles de nuestra vida. Aquellos con los que nos encontremos podrán ver a Dios en nosotros, y cuando nos reunamos será visible en nosotros el crecimiento que Dios nos da, los incrédulos se rendirán y confesarán que Dios está realmente entre nosotros.

Ninguna actividad humana contribuye al crecimiento. El Señor nos da aquí la clave del crecimiento del Cuerpo: Asirnos de la Cabeza, someternos a Cristo. Para todos los hijos de Dios, versículos como Efesios 4:14-16 son cruciales. Cuando todos vivamos de acuerdo a ellos, la Iglesia podrá experimentar finalmente la naturaleza de la Cabeza, porque nuestras vidas estarán en sintonía con ella; no viviremos, no reaccionaremos más según nuestro carácter natural, sino conforme al Cristo que vive en nosotros.

¡Solamente Cristo!

Día 11 de mayo de 2013Lectura: Apocalipsis 17

“Este es mi Hijo amado,

en quien tengo complacencia; a Él oíd”

(Mateo 17:5)

Cuando Adán se encontraba solo en el huerto de Edén, no estaba satisfecho porque veía que no había nadie que se le asemejase. Los leones, elefantes y el resto de los animales eran muy diferentes a él. Entonces Dios le hizo caer en un profundo sueño. Tomando una de sus costillas formó para él una ayuda idónea, semejante a él (Gen. 2:21-23). Esta costilla representa la vida de resurrección, por la que nació Eva, porque ella fue formada a partir del hombre. Hoy, el Señor está formando un grupo de personas que tienen Su vida y Su naturaleza, para corresponderle en todo, para ser “una ayuda idónea, semejante a Sí mismo”. Se trata de la Iglesia, de la que Eva es la representación simbólica. Al vivir Jesús en la tierra, quien era la imagen del Dios invisible, y teniendo la Iglesia el deber de parecerse también a ese Cristo maravilloso, tenemos la preciosa promesa bíblica de que cuando le veamos seremos semejantes a Él. Cuanto más le contemplemos, más seremos transformados a Su Imagen.

Un día, tomó Jesús consigo a tres de Sus discípulos y subió con ellos a un monte, allí vieron ellos Su verdadera apariencia. También estaban allí Moisés y Elías. Subyugado por esa visión, dijo Pedro: “si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (Mat. 17:4). Dice la Biblia que aún no había terminado de hablar cuando Dios intervino, diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd” (v.5). Este pasaje nos muestra la importancia de estar bajo la única autoridad del Hijo; debemos unirnos más al Hijo, estar congregados bajo Su Cabeza, sin intermediarios. Escuchemos únicamente lo que dice el Hijo.

Obedecer a la Cabeza

Día 12 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 18

“Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro.”

(Hechos 8:29)

En nuestra vida se manifiestan, con demasiada frecuencia, dos características funestas que no están de acuerdo con la autoridad de Cristo. La primera es la rebelión, la segunda la presunción. La rebelión consiste en no hacer lo que se nos manda hacer, y la presunción es hacer aquello que nadie nos ha dicho que hagamos. Este es uno de los grandes problemas de los cristianos: Cuando Dios no nos dice nada, tomamos la iniciativa, y cuando nos ordena algo, rehusamos hacerla. Algunos de entre nosotros son tímidos: Cuando Dios les dice que se levanten y pidan un cántico, para orar o para dar un testimonio, prefieren escuchar a su sentimiento de temor… y permanecen sentados. Sometámonos a la Cabeza y hablemos cuando el Señor nos lo pida. De esa manera es como se edifica el Cuerpo.

Vemos en los Hechos 8 una ilustración notable de sumisión a la Cabeza: Felipe obedeció a Dios cuando le envió a un camino desierto, mientras estaba predicando a una muchedumbre atenta en la ciudad de Samaria. A menudo nos gustaría quedarnos en donde vemos que el Señor está haciendo grandes cosas. Si el Espíritu nos habla, debemos obedecerle y no escuchar a nuestros razonamientos. Felipe era el vaso que Dios había preparado precisamente con el fin de explicarle al etíope las Escrituras que no entendía. Y ese hombre creyó lo que Felipe le anunció, recibió al Señor, fue bautizado y fue añadido al reino de Dios. Esa fue la primera vez que el Evangelio alcanzó África. Una simple obediencia por nuestra parte y el Espíritu podrá hacer grandes cosas, aunque a veces nos sepamos por qué nos llama. ¡La Cabeza lo sabe todo!

Recibir de la Cabeza para poder dar

Día 13 de mayo de 2013Lectura: Apocalipsis 19

“Bendito sea… el Dios de toda consolación, el cual nos consuela… para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación”

(2 Corintios 1:3-4)

Cuando Pablo era conducido preso a Roma, en un barco, se levantó una gran tempestad. El barco estaba a punto de naufragar y todo el mundo estaba aterrorizado. Pablo dijo entonces: “Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas… Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho” (Hechos 27:23-25). A menudo tenemos necesidad de palabras como esas: Pablo las recibió cuando se encontraba prisionero a bordo de un barco en peligro. Por el hecho de encontrarse bajo la autoridad de Cristo, fue reafirmado y a su vez pudo animar a los que iban con él. Nuestra audacia, nuestro poder y nuestra fuerza proceden de la Cabeza; aunque todo aparezca sombrío y difícil, cuando el barco está hundiéndose, cuando nada funciona y estamos en medio de la tempestad. A menudo estamos desanimados y no sabemos que hacer; en tales circunstancias, nosotros, hombres de Dios, debemos dirigirnos a la Cabeza para suplicarle, recibir Su aprovisionamiento y enseguida traer Sus ánimos a toda la Iglesia. Pertenecemos a Dios, y le servimos; por ello no tenemos necesidad de tener miedo a nada.

Aprendamos, por lo tanto a caminar bajo la autoridad de la Cabeza. Ella nos dirá lo que hacer y lo que decir. Toda la gloria, procedente de los resultados que la Cabeza produzca, será para Dios. La Iglesia no será edificada con teorías ni libros, sino con la Palabra de Dios, cuando todos los santos se sometan a la autoridad de la Cabeza. Cuando la Cabeza habla, la Iglesia se edifica.

Venir a Él

Día 14 de mayo de 2013Lectura: Apocalipsis 20

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados,

y yo os haré descansar”

(Mateo 11:28)

Jesús llama a todos los que están cansados, que sufren bajo una carga pesada, a todos los que están oprimidos por el deseo de mejorarse, de lo cual no son capaces por sí mismos, a todos aquellos que luchan perpetuamente por alcanzar un nivel religioso o moral que se han marcado, pero que no pueden lograr, a todos los que se condenan porque no llegan a conseguirlo. A todos ellos les dice: “Venid a Mí, cesar en vuestros esfuerzos. Cuanto más trabajéis menos lo vais a conseguir”. Este Evangelio es fácil cumplirlo.

Jesús también dirige Su llamada a los que están cargados. Se dirige tanto a los cristianos como a los incrédulos: A menudo estamos agobiados por las preocupaciones y las acusaciones. En tal situación no estamos libres ni contentos. Demasiados creyentes viven en esta condición. Si lleváis una carga que es más pesada de lo que podéis soportar, venid al Señor, a Aquél que ha dicho: “Yo os haré descansar”.

Estar cansados y cargados es la característica de los que están en el mundo, pero también, desgraciadamente, de muchos cristianos. Muchas cosas pueden constituir una carga para nosotros – nuestra familia, la preocupación por nuestros hijos, nuestro porvenir, el éxito en nuestra vida – pero el mensaje del Evangelio dice: “Venid a Mí”.

No sigamos tratando de llevar nuestras cargas con nuestros propios esfuerzos, dejemos que la Cabeza lo haga en nuestro lugar. El mensaje que debemos presentar al mundo, es que hay Uno que desea llevar las cargas de los seres humanos en lugar de que sean ellos los que las lleven. “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (1 Ped. 5:7)

Ganar a Cristo

Día 15 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 21

“Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo… para ganar a Cristo, y ser hallado en Él”

(Filipenses 3:8-9)

En Juan 17, el Señor oró por la unidad, pero esa unidad sólo es posible si ganamos a Cristo, si Cristo se convierte en nuestra realidad. Algunos tienen un solo pensamiento: Ganar más dinero. También Pablo estaba gobernado por un único pensamiento: Ganar a Cristo. En Filipenses 3:8, dice: “Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Oraba para que todos los hermanos y hermanas tuviesen ese mismo pensar: Ganar a Cristo en todas las circunstancias: “sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa. Hermanos, sed imitadores de mí” (Fil. 315-17)

En 1 Tesalonicenses 2:12, dice a los hermanos: “os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria.” Hemos sido llamados a Su reino y a Su gloria; pero el Señor no puede forzarnos a andar como es digno de nuestro llamamiento. Es por eso que el reino y la gloria se convierten en el premio para los que caminan fielmente. Pablo deseaba ardientemente ganar ese premio. Corría hacia la meta, para ganar a Cristo en todo: “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). Que el Señor ponga en nosotros ese mismo deseo de ganarle y de asirle a Él. El Señor quiere contestar a nuestra demanda cuando le pidamos: “¡Señor, revélate a mí, tómame y gáname! “Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Cor. 9:24)

La humanidad perfecta de Cristo

Día 16 de mayo de 2013 Lectura: Apocalipsis 22

“Jesús crecía en sabiduría y en estatura,

y en gracia para con Dios y los hombres”

(Lucas 2:52)

En Lucas 2:49-51, vemos a una persona muy equilibrada: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? …Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” El Señor se ocupaba ante todo de los negocios de Su Padre, pero también era fiel a Sus responsabilidades humanas y se sometía a Sus padres terrenales. Nosotros caemos rápidamente en los extremos y somos poco equilibrados. Precisamos ganar a un Cristo así en nuestra vida diaria, para poder ser fieles ante Dios y ante los hombres: “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (v.52).

Observemos otro aspecto de la vida humana de nuestro Señor: “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:28). El Señor no vino como amo, sino como siervo. ¿Qué nos sucede a nosotros? No nos gusta servir, sino ser servidos. Nos centramos totalmente en nosotros mismos, incluso en cualquier conversación. ¿Cuántas veces pensamos en los demás, para interesarnos verdaderamente en su situación? Somos muy conscientes cuando alguien se olvida de nosotros, no nos telefonea o no nos visita; Pero, ¿Nos preocupamos por los otros para acercarnos a ellos? ¡Cómo necesitamos ganar al Señor en Su humanidad! El Señor nos es solamente excelente en palabras, también lo es en todas sus acciones. El apóstol Juan nos exhorta a caminar como Cristo: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18)

“Con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús… que se hizo en forma de siervo (Fil. 2: 3-5)

Reaccionar en Cristo

Día 17de mayo de 2013 Lectura: Salmo 1

“No contenderá, ni voceará,

ni nadie oirá en las calles su voz”

(Mateo 12:19)

Cuando Santiago y Juan se dirigieron a una ciudad de Samaria en busca de alojamiento, no les recibieron: Su reacción fue la siguiente: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose él, los reprendió” (Luc. 9:54-55). La reacción de los discípulos es muy diferente a la del Señor. A menudo reaccionamos muy mal en contra de los demás. Tenemos que ganar más del Señor en el terreno de nuestra humanidad y nuestras reacciones.

Cuando fueron a arrestar al Señor, Pedro hirió al servidor del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. ¡Cuán diferente fue la reacción de Jesús! “Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó” (Luc. 22:51).

Frente a una actitud mala, queremos que nuestra voz se escuche, pero el Señor reacciona de una manera distinta: “No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz” (Mat. 12:19-20). A menudo, nuestras reacciones muestran nuestro ser natural, pero nuestra necesidad consiste en ganar al Señor en nuestras relaciones con los demás.

Es de destacar la actitud del Señor en la cruz. Después de ser rechazado, despreciado, golpeado y crucificado, Su reacción fue orar: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). ¿Podremos reaccionar perdonando? Si tenemos dificultad para perdonar, recordemos que Él perdonó plenamente a los que le clavaron en la cruz.

“Angustiado Él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7)

Dar gracias por todo

Día 18 de mayo de 2013 Lectura: Salmo 2

“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar.

Dad gracias en todo”

(1 Tesalonicenses 5:16-18)

Cuando Pablo habla de estar siempre gozosos en el Señor, no lo hace desde un punto de vista teórico sino desde su experiencia. Aun estando preso, le daba gracias al Señor y le alababa. Él podía decir: “Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efe. 5:20).

Dice Pablo en Filipenses 4:11-12: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.” Existe una gran diferencia entre la abundancia y la necesidad, pero él había aprendido el secreto de dar gracias en todas las situaciones. Es evidente que somos privilegiados si nos comparamos con los pueblos desfavorecidos. Pero aun entre los privilegiados existen algunos que lo son más que otros, y algunos tienen mayores dificultades en su vida humana, y tenemos la tendencia a fijarnos en las personas en mejor situación que la nuestra. Debemos aprender, como Pablo, a dar gracias en todo.

“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:16-18). Cada vez que damos gracias ganamos un poco más de Cristo. Así seremos hallados en Él y no en nosotros mismos. Que el Señor nos fortalezca para que esta palabra no sea para nosotros mera doctrina, sino una experiencia que podamos llevar a cabo en nuestra vida diaria: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural” (Sant. 1:22-23)

Ser agradecidos

Día 19 de mayo de 2013 Lectura: Salmo 3

“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones,

a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo;

y sed agradecidos”

(Colosenses 3:15)

En Apocalipsis 2:4, el Señor le reprocha algo a la Iglesia en Éfeso: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.” ¿Hemos mantenido nuestro primer amor por el Señor o lo hemos abandonado? El abandonar nuestro primer amor hacia el Señor, consiste en dejar de apreciarle. Por eso es tan importante el estarle agradecidos en todas las circunstancias, porque al ser agradecidos es cuando comenzamos a apreciar al Señor.

No intentemos renovar nuestro primer amor de hoy para mañana. Aprendamos poco a poco, en las pequeñas cosas, démosle gracias por la creación, por la comida, por los miembros de nuestra familia, por nuestro trabajo, y por todas las bendiciones espirituales. No es suficiente el saber que hemos sido bendecidos, aún nos queda el formular las acciones de gracias, porque así es como apreciamos realmente lo que hemos recibido: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Heb. 12:28).

Pablo había aprendido a estar satisfecho con todas las situaciones y decía: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Tim. 6:6). Seamos agradecidos por lo que tenemos. Cuando surja en nosotros alguna amargura hacia algún hermano, recordemos que Jesús se entregó a Sí mismo por ese hermano, y reemplacemos las quejas por las alabanzas. Si practicamos esto, crecerá nuestro aprecio por el Señor, y nuestro primer amor no sólo será renovado, sino que también quedará establecido firmemente.

“Bendice alma mía al Señor y no olvides ninguno de Sus beneficio” Sal.103:2

Velar esperando el día del Señor

Día 20 de mayo de 2013 Lectura: Salmo 4

“Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis”

(Mateo 24:44)

La venida del Señor, con todo lo que ello implica, está próxima, es posible que sea más inminente de lo que imaginamos, y este pensamiento es abrumador. Es el apogeo de la humanidad, el objetivo supremo de todas las profecías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, la meta de la primera venida de Cristo, el deseo de todas las generaciones, y la respuesta a las oraciones de una multitud de santos en el discurrir de los siglos. Los acontecimientos mundiales convergen a paso rápido hacia este acontecimiento, anunciando a todos los que quieren entenderlo que el tiempo está próximo. ¡El Señor está a la puerta! No nos podemos dormir ni quedarnos indiferentes. ¡Despertémonos y preparémonos!

¿Estamos preparados para Su regreso? El Señor Jesús en Su discurso en el Monte de los Olivos, habló de las señales de Su venida, respondiendo a las preguntas de Sus discípulos, y debemos prestarle atención a cualquier precio. El Señor nos instruye y nos advierte de manera muy detallada sobre el tema de nuestra vigilancia y nuestra disponibilidad con respecto a este acontecimiento. Cada área de nuestra vida debe desarrollarse a la luz de ese día que se aproxima a pasos agigantados. En Mateo 24 y 25, el Señor menciona muchas veces, en medio de Su discurso, una palabra: ¡Velad! “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mat. 24:42). Esta palabra en griego, quiere decir: “despertaos”, y procede de una palabra que significa “salir del sueño”. ¿Estamos velando verdaderamente y somos conscientes de la venida del Señor? ¿Nos mueve, nos advierte y nos motiva esto? ¿Deseamos y amamos Su venida?

Ser tomados cuando vuelva

Día 21 de mayo de 2013 Lectura: Salmo 5

“Entonces estarán dos en el campo;

el uno será tomado, y el otro será dejado”

(Mateo 24:40)

En Mateo 24:40-41, el Señor nos advierte de que en el momento de Su venida “estarán dos (hombres) en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada” (Mat. 24:40-41). Algunos piensan que los tomados serán creyentes y los dejados incrédulos. Pero el versículo siguiente contradice esta interpretación: “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (v. 42). Jamás les manda el Señor a los incrédulos que velen; sino que les exhorta a arrepentirse y a creer, y cuando se convierten en creyentes, es cuando les exhorta a velar. Además Jesús dice: “Vuestro Señor”, Él no es el Señor de los incrédulos, sino de los creyentes. Consecuentemente, las cuatro personas, los dos hombres y las dos mujeres, son creyentes. Sin embargo, solamente dos de ellos, un hombre y una mujer, los que velaban, son tomados. Los otros dos que dormían interiormente, no estando en vela y preparados, fueron dejados.

“Ser tomados” aquí quiere decir “ser llevados” hacia Señor. La palabra griega para “tomados”, paralambano, se utiliza en ese mismo sentido cuando el Señor tomó consigo a Pedro, Jacobo y Juan llevándoles al monte de la transfiguración (Mat. 17:1), y también en el huerto de Getsemaní, para que velasen con Él (Mat. 26:37). Él los seleccionó como Sus compañeros especiales. De nuevo lo hará, tomando para Sí a los que le aman y velan. Oremos para que el Señor no encuentre vigilantes y que nos lleve consigo como compañeros especiales en el momento de Su venida. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor…Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Mat. 24: 42,46)

Purificarse de toda clase de levadura

Día 22 de mayo de 2013Lectura: Salmo 6

“Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él,

se purifica a sí mismo, así como Él es puro”

(1 Juan 3:3)

Debemos purificarnos de tres clases de levadura:

1) La levadura de la liviandad y la impudicia. En 1ª Corintios 5, vemos que Pablo exhorta a los creyentes a que hagan desaparecer la vieja levadura la cual, en este contexto, es la inmoralidad. Los creyentes corintios toleraban entre ellos al hermano que había cometido incesto. Debemos discernir y condenar el pecado, porque un poco de levadura leuda toda la masa. El Señor nos habla muy claro y nos pide que huyamos de la malicia y la maldad (1 Cor. 5:8). Vivimos en una época de corrupción y de tinieblas en la cual no sólo se tolera la impudicia, sino que se banaliza, no dándole importancia.

2) La levadura del mundo. Marcos 8:15 dice: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes.” No pensemos que somos tan fuertes, que podremos resistir al mundo. Este mundo ejerce su influencia sobre nosotros. Pablo nos exhorta en Romanos a no conformarnos al siglo presente (Rom. 12:2). La levadura entra en nosotros por los ojos y los oídos. Lo que escuchamos y vemos tiene su efecto, y poco a poco se introduce la levadura en nosotros, a menudo, sin que nos demos cuenta. ¡Cuán importante es eliminar de nosotros la levadura del mundo!

3) La levadura de la religión. La Biblia también habla de la levadura de los fariseos (Marcos 8:15). La religión es cualquier cosa que se agrega a la Palabra para que esta sea más agradable a nuestra vieja naturaleza. Las enseñanzas de los fariseos es un veneno que corrompe la pureza de la Palabra y que la debilita porque nos desvía de la completa sumisión a Cristo como nuestra Cabeza. Seamos fieles en purificarnos, pues Él es puro.

La fiesta de las primicias

Día 23 de mayo de 2013Lectura: Salmo 7

“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos;

primicias de los que durmieron es hecho”

(1 Corintios 15:20)

Cristo, en Su Resurrección, es la realidad de la ofrenda de la gavilla mecida que, en el Antiguo Testamento, se debía presentar ante Dios como ofrenda de paz. Esta fiesta era la respuesta a un problema del cual a menudo no consideramos la gravedad, el de la muerte; Pablo era muy consciente de éste: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom.7:24). Él deseaba ser justo y deseaba respetar los mandamientos de Dios (v. 23). Pero en su cuerpo actuaba otra ley que luchaba con él y le mantenía cautivo de la ley del pecado y de la muerte. ¿Quién podría librarle de ese cuerpo de muerte?

“El cuerpo del pecado” (Rom. 6:6) está activo y lleno de energía para hacernos pecar; por causa de él vivimos para nosotros mismos y sólo nos preocupamos por nuestros propios intereses. “El cuerpo de muerte” (Rom.7:24) es débil en lo que a las cosas de Dios se refiere (la muerte es la expresión última de la debilidad; esta nos hace impotentes y totalmente incapaces de servir a Dios, de vivir para Él, de preocuparnos por Sus intereses. Esta muerte ha entrado en el hombre por causa del pecado (Rom. 5:12). Esta muerte, bien entendido, no se refiere solamente a la muerte física (que es uno de sus frutos), sino a la muerte espiritual que nos impide servir al Señor. Cristo no sólo ha muerto para salvarnos y para sacarnos del malvado sistema del mundo (Gal. 1:4), también lo hizo para darnos Su Vida de resurrección. La muerte es lo que nos impide predicar el evangelio, venir a las reuniones de oración y servir activamente al Señor. Cuanto más descubramos este problema de la muerte que reside en nosotros, más apreciaremos la fiesta de las primicias.

La resurrección,

el fundamento de nuestra esperanza

Día 24 de mayo de 2013Lectura: Salmo 8

“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.”

(1 Corintios 15:57)

La victoria sobre la muerte, es la Resurrección, es decir, el Señor resucitado que ha Vencido a la muerte. Los discípulos, después de la resurrección, tuvieron problemas para asimilar el que Él no estuviese en la tumba; por eso el Señor debió pasar con ellos cuarenta días, para darles “muchas pruebas indubitables” (Hechos 1:3) de Su resurrección.

En la iglesia en Corinto algunos dudaban de la resurrección. Pablo les tuvo que hablar con severidad para mostrarles que sin la resurrección, la predicación del evangelio y la fe serían en vano. “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación… y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (1 Cor. 15:14, 17-18).

Romanos 8:28-30 nos muestra nuestra esperanza: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. El Padre quiere tener muchos hijos en la gloria (Heb. 2:10). Esta es nuestra esperanza: Cristo en nosotros es la esperanza de gloria (Col. 1:27). Por lo tanto nos tenemos que regocijar en la esperanza (Rom. 12:12). ¡Que el Señor restaure esta esperanza entre nosotros! Es esta esperanza uno de los siete “un solo” que constituyen la base de nuestra unidad de acuerdo a Efesios 4:4-6. Pablo tenía un vivo deseo de ganar a Cristo, de ser hallado en Él y de conocerle, a Él y al poder de Su resurrección, porque tenía la esperanza de ser igual a Él (Fil. 3:8-11).

La importancia de alimentarse

Día 25 de mayo de 2013 Lectura: Salmo 9

“Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí.”

(Juan 6:57)

Los dietistas lo confirman: Debemos cuidar la manera en que nos nutrimos. Necesitamos una nutrición saludable y adecuada. El Señor Jesús se nos presenta en la Biblia como el cordero sin defecto y el pan sin levadura que debemos comer. En la historia se han resuelto muchos problemas comiendo.

Los hijos de Israel, en Egipto, eran esclavos y estaban bajo el juicio de Dios. Él quiere liberarnos de las prisiones del mundo. Y la fiesta que resolvió este primer problema es la Pascua. Estamos en paz con Dios porque que Él ve la sangre y pasa por encima de nosotros. Para salir de Egipto también tuvieron que comer un cordero. Este cordero les dio la energía necesaria. Si dejamos de contactar al Señor el mundo nos aprisionará rápidamente. Pero si, por el contrario, le comemos, recibiremos una fuerza que nos permitirá salir de Egipto. Rodeados de seducciones, seremos conscientes de haber dejado de ser seducidos. Las complicaciones seguirán estando presentes, pero dejarán de tener el mismo efecto que antes tenían sobre nosotros. ¿No es maravilloso?

Estando liberados de la prisión del mundo, aún tenemos el pecado, porque la carne está en nosotros. El pecado se compara a la levadura. Por eso necesitamos una segunda fiesta, la de los panes sin levadura. Hagamos desaparecer la levadura y comamos el pan ácimo. Esta alimentación nos dará el deseo de tratar la levadura que hay en nosotros; algo reaccionará en nuestro interior. La naturaleza del pan sin levadura nos dirá: “¡Deja eso! ¡Haz desaparecer esa levadura!”

La fiesta de Pentecostés

Día 26 de mayo de 2013 Lectura: Salmo 10

“Para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo”

(Efesios 2:15-16)

La cuarta fiesta que Dios le mandó celebrar al pueblo de Israel es Pentecostés. ¿Para qué necesitamos esta cuarta fiesta? Porque el Señor no quiere resolver solamente nuestros problemas negativos, también desea producir algo positivo: la Iglesia.

“Hasta el día siguiente del séptimo día de reposo (sábado) contaréis cincuenta días; entonces ofreceréis el nuevo grano a Jehová. De vuestras habitaciones traeréis dos panes para ofrenda mecida, que serán de dos décimas de efa de flor de harina, cocidos con levadura, como primicias para Jehová” (Lev. 23:16-17).

Había que traerle a Dios dos panes como primicias. ¿Por qué dos panes? Porque la iglesia está formada por dos grupos de personas, los judíos y los que no lo son. El Señor ha reunido a esos dos pueblos con el fin de formar la Iglesia: “Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades...matándolas en la cruz” (Efe. 2:14-16).

En las tres primeras fiestas siempre hay algo puro: El cordero sin defecto, el pan sin levadura y una gavilla fresca (Lev. 23:15-17). Pero en la cuarta se mencionan dos panes con levadura, porque no se trata de Cristo solamente. La Iglesia se produce, pero se la compara a esos dos panes que contienen levadura. Aunque hayamos recibido el Espíritu, en nosotros queda un residuo de levadura y será así hasta que el Señor regrese. Es debido a eso que debemos celebrar la fiesta de los panes sin levadura durante siete días, es decir, a lo largo de toda nuestra vida.

Ser salvos por medio de la fe

Día 27 de mayo de 2013Lectura: Salmo 11

“Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo,

y serás salvo, tú y tu casa”

(Hechos 16:31)

Josué, antes de entrar en la Buena Tierra, envió a dos espías para que la valoraran. En Jericó, los dos hombres fueron acogidos en la casa de una prostituta llamada Rahab. Ella les dijo: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra” (Jos. 2:9). Estas palabras demuestran que Rahab tenía fe en Dios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efe. 2:8). En el Evangelio de Lucas se habla de una mujer que estaba desesperada por causa de una enfermedad que padecía desde hacía doce años. Un día ella pudo tocar el manto de Jesús sin que nadie se diese cuenta. Pero Jesús dijo: “Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí”. Y viendo a la mujer, le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lucas 8:46-48). Esto demuestra que el Señor es receptivo a nuestra fe, pese a lo pequeña que esta sea.

Así los dos espías le dieron a Rahab el medio de salvarse. Le dijeron que atase un cordón carmesí en la ventana y que reuniese en su casa a toda su familia, cuando la ciudad cayese en manos de los israelitas (Jos. 2:18). Ese cordón rojo habla de la sangre de Cristo que nos salva del juicio. Este símbolo de salvación es de una sencillez extrema, de poco valor a los ojos del mundo. Rahab ató el cordón a la ventana en seguida de irse los espías. Cuando cayó Jericó, ella y su familia se salvaron. Más adelante se convirtió en esposa de Salmón (Mat. 1:5) y engendró a Booz. Su nombre quedó así relacionado con la genealogía del Señor. ¡Qué animante es esto para cada uno de nosotros! Dios quiere que todos los hombres sean salvos, sea cual sea su pasado.

Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1Tim.2:3-4)

Dejarse juzgar por el Señor

Día 28 de mayo de 2013Lectura: Salmo 12

“No os engañéis; Dios no puede ser burlado:

pues todo lo que el hombre sembrare,

eso también segará”

(Gálatas 6:7)

Después de la conquista de la Buena Tierra, el pueblo de Dios descubrió su debilidad por las derrotas sufridas, especialmente cuando dejaron de depender de Dios. A la fulgurante victoria de Jericó, le siguió una humillante derrota. De hecho, Josué salió de Jericó confiando en su propia sabiduría y sin instrucciones por parte de Dios. La Palabra nos advierte acerca de este tema: “Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos” (1 Cor. 1:19). Josué se arrepintió y se humilló ante Dios. Ante una derrota, la única actitud correcta es esta porque “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Sant. 4:6). Después de que Josué orase al Señor, Dios le dijo: “Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro?” (Jos. 7:10).

El desánimo nos paraliza y nos impide colaborar con el Señor. En seguida Dios le reveló a Josué los motivos de la derrota contra Hai. Los hijos de Israel tenían que purificarse de la maldad que los ensuciaba. El Señor dejaría de estar con ellos si no destruían el anatema que había entre ellos (Jos. 7:12). Josué se levantó temprano e hizo aproximarse al pueblo. Fue descubierto el pecado de Acán y éste fue juzgado. No olvidemos que vamos a “segar aquello que sembremos” (Gal. 6:7). Es preferible que nos juzguemos a nosotros mismos hoy (1 Cor. 11:31), “sabiendo que todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13). Ahora que el pueblo ha sido juzgado, el enemigo podrá ser vencido. “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 Ped. 4:17). El juicio de uno mismo precede al de los enemigos.

Ser fieles hasta el fin

Día 29 de mayo de 2013Lectura: Salmo 13

“He peleado la buena batalla,

he acabado la carrera,

he guardado la fe”

(2 Timoteo 4:7)

El final de la vida de Josué nos muestra que la historia de la conquista de la Buena Tierra es, de hecho, el resultado del poder y de la fidelidad de Dios hacia Su pueblo: “porque Jehová vuestro Dios es quien ha peleado por vosotros” (Jos. 23:3). Josué exhorta a Su pueblo en tres aspectos de su vida con Dios: 1) El Señor espera que colaboremos con Él. Así que debemos velar a lo largo de nuestra vida cristiana y no abandonar nuestro primer amor hacia Él (Apoc. 2:4). 2) No unirnos en matrimonio con los incrédulos. En efecto, en el libro de Josué, se dice que tales relaciones “os serán por lazo, por tropiezo, por azote para vuestros costados y por espinas para vuestros ojos” (Jos. 23:13). 3) Es importante que no confiemos en nuestras propias fuerzas, sino que nos acerquemos al Señor quien nos fortalece. Tomemos igualmente Su yugo sobre nosotros y recibamos Sus instrucciones porque el Señor es de corazón manso y humilde (Mat. 11:29). Él nos permitirá andar por Sus caminos y acabar con éxito nuestra carrera.

Josué no realizó “una carrera sin faltas” pero en sus fracasos se humilló. Se aproximó al Señor que le liberó y fue fiel a Dios hasta el final. Josué murió a la edad de 110 años, recibiendo un título glorioso: Siervo del Señor (Jos. 24:29). Si permanecemos fieles al Señor, seremos una influencia benigna para todos los que no rodean. El Señor nos concede el privilegio de colaborar con Él. Aprovechemos esta ocasión. Aspiremos también a que un día nos diga el Señor: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mat. 25:21)

“Aprovechando bien el tiempo porque los días son malos”

Más necesidad de esperar

Día 30 de mayo de 2013Lectura: Salmo 14

“En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”

(Efesios 1:13)

En primer lugar los discípulos creyeron en el Señor, y después de Su ascensión tuvieron que esperar durante diez días. A continuación, el día de Pentecostés, fueron bautizados con el Espíritu Santo. ¿Qué en cuanto a nosotros? De acuerdo al versículo del comienzo (Efe. 1:13), fuimos sellados con el Espíritu Santo en el momento en que creímos en el Señor. Ahora no necesitamos esperar para ser bautizados para ser bautizados con el Espíritu Santo, sino que cada día nos debemos llenar del Espíritu.

Hoy existe mucha confusión en lo que al bautismo del Espíritu se refiere. Muchos dicen: “Sí, has creído en el Señor, pero te falta algo, aún tienes que ser bautizado en el Espíritu Santo. Los primeros discípulos hablaron en lenguas y si tú no hablas en lenguas no estás bautizado en el Espíritu”. Esta clase de enseñanza ha ocasionado toda clase de desviaciones. En realidad tenemos que darnos cuenta de que ya estamos sellados con el Espíritu y bautizados en el Espíritu y que nos tenemos que abrir sencillamente al Señor cada día para ser llenados del Espíritu.

En Efesios 5:18, no se dice “orar y esperar a ser bautizados en el Espíritu”, sino que se nos exhorta: “antes bien sed llenos del Espíritu”. En ninguna de las Epístolas de Pablo se les dice a los creyentes que aún tienen que ser bautizados en el Espíritu Santo, sino que los exhorta a ser llenos del mismo. Un versículo solamente habla acerca del bautismo en el Espíritu, y este se refiere al mismo como un hecho ya efectuado: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 12:13).

La Iglesia: Su Casa

Día 31 de mayo de 2013Lectura: Salmo 15

“Cristo amó a la iglesia,

y se entregó a sí mismo por ella”

(Efesios 5:25)

Después de la salvación de los pecadores y la obra progresiva de la santificación, viene un tercer aspecto de la voluntad del Padre: La Iglesia. Si la salvación es para el hombre, la Iglesia es para Dios. Eso significa que no la podemos edificar como queramos, según lo que bien nos parece.

“Cuando se edificó la casa, la fabricaron de piedras que traían ya acabadas, de tal manera que cuando la edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro” (1 Reyes 6:7). Este pasaje se refiere a nuestra santificación. Sin ella, nos armaríamos de martillos y de hachas, haciendo mucho ruido y causando problemas a la Iglesia. En nuestra vida nos tenemos que dejar “tallar” por el Señor. De esa manera podremos ser ensamblados en paz con las demás piedras vivas, para participar en la edificación de la Iglesia.

“Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca…” (1 Cor.3:12). Tampoco tenemos elección en cuanto a los materiales. Los corintios que tenían todos los dones, seguían siendo carnales y tenían necesidad de oro (la naturaleza divina) para poder Edificar. Los dones y la ley son ciertamente buenos para llevarnos a Cristo. Después debemos permanecer firmemente unidos a Él y procurar la esencia misma de Dios. La plata representa la obra redentora y también el hecho de estar prácticamente salvados en nuestro andar diario. Al buscar estos preciosos materiales, también seremos cada vez más santificados y transformados en piedras preciosas.

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