Wierzchowski Leticia - La Casa de Las Siete Mujeres

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Leticia Wierzchowski

LA CASA DE LAS SIETE MUJERES

Esta historia es para ti, Marcelo; todas las historias de amor son para ti... Y es para Joo, pues l la escribi conmigo durante las largas tardes en que tambin se forj.

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Aprendieron los caminos de las estrellas, los hbitos del aire y del pjaro, las profecas de las nubes del Sur y de la luna con un cerco. Fueron pastores de la hacienda brava, firmes en el caballo del desierto que haban domado esa maana, enlazadores, marcadores, troperos, capataces, hombres de la partida policial, alguna vez matreros; alguno, el escuchado, fue el payador. Cantaba sin premura, porque el alba tarda en clarear, y no alzaba la voz. [...] Ciertamente no fueron aventureros, pero un arreo los llevaba muy lejos y ms lejos las guerras. [...] No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrn casual, una ira o por la invitacin de un peligro. Su ceniza est perdida en remotas regiones del Continente, en repblicas de cuya historia nada supieron, en campos de batalla, hoy famosos. Hilario Ascasubi los vio cantando y combatiendo. Vivieron su destino como en un sueo, sin saber quines eran o qu eran. Tal vez lo mismo nos ocurre a nosotros.

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JORGE LUIS BORGES Los gauchos, sombra

Elogio

de

la

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NDICE PRLOGO Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found PRIMERA PARTE: 1835 Error: Reference source not found Captulo 1 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 2 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 3 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found SEGUNDA PARTE: 1836 Error: Reference source not found Captulo 4 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 5 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 6 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found

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Captulo 7 Error: Reference source not found TERCERA PARTE: 1837 Error: Reference source not found Captulo 8 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 9 Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 10Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found CUARTA PARTE: 1838 Error: Reference source not found Captulo 11Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 12Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 13Error: Reference source not found QUINTA PARTE: 1839 Error: Reference source not found Captulo 14Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 15Error: Reference source-6-

not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 16Error: Reference source not found SEXTA PARTE: 1840 Error: Reference source not found Captulo 17Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 18Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 19Error: Reference source not found SEPTIMA PARTE: 1841 Error: Reference source not found Captulo 20Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 21Error: Reference source not found OCTAVA PARTE: 1842 Error: Reference source not found Captulo 22Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 23Error: Reference source not found

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NOVENA PARTE: 1843Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 24Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found Captulo 25Error: Reference source not found DCIMA PARTE: 1844 Error: Reference source not found Captulo 26Error: Reference source not found Cuadernos de Manuela Error: Reference source not found UNDCIMA PARTE: 1845 Error: Reference source not found Captulo 27Error: Reference source not found EPLOGO not found Error: Reference source

RESEA BIBLIOGRFICA Error: Reference source not found

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LETICIA WIERZCHOWSKI

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PRLOGO El da 19 de septiembre de 1835 estalla la Revolucin Farroupilha en el Continente de So Pedro do Rio Grande. Los revolucionarios exigen la deposicin inmediata del presidente de la provincia, Fernandes Braga, y una nueva poltica para el charqui la cecina nacional, que vena siendo tasado por el gobierno, al mismo tiempo que se reduca la tarifa de importacin del producto. El ejrcito farroupilha, o de los harapientos, liderado por Bento Gonalves da Silva, expulsa a las tropas legalistas y entra en la ciudad de Porto Alegre el da 21 de septiembre. La larga guerra empieza en la pampa. Antes de partir al frente de sus ejrcitos, Bento Gonalves manda reunir a las mujeres de la familia en una estancia a orillas del ro Camaqu, la Estncia da Barra. Un lugar protegido, de difcil acceso. Es all donde las siete mujeres y los cuatro hijos pequeos de Bento Gonalves deben esperar el desenlace de la Gran Revolucin.

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Cuadernos de Manuela El ao de 1835 no prometa traer en su estela luminosa de cometa todos los sortilegios, amores y desgracias que finalmente nos trajo. Cuando son la decimosegunda campanada del reloj de la sala de nuestra casa, cortando la noche fresca y estrellada como un cuchillo que penetra en la carne tierna y blanda de un animalillo indefenso, nada en el mundo pareci transformar ni su color ni su esencia, ni los muebles de la casa perdieron sus contornos rgidos y pesados, ni mi padre supo decir ms palabras que las que siempre deca, desde su sitio, a la cabecera de la mesa, mirndonos a todos con sus profundos ojos negros, que haca mucho tiempo ya que haban perdido su fuerza, su luz y su existencia de ojos de hombre de la pampa gaucha, que saban calcular la sed de la tierra y la lluvia escondida en las nubes. Cuando el reloj dej de sonar, la voz de mi padre se hizo or: Que Dios bendiga este nuevo ao que la vida nos trae, y que en esta casa no falte salud, alimento o fe. Todos respondimos Amn, levantando bien alto nuestras copas, y en ello no hubo nada que pudiese alterar el curso de los acontecimientos que tan tristemente regan nuestros das en aquel tiempo. Mi madre, con su vestido de encaje, el cabello recogido en la nuca, guapa y correcta como era siempre, empez a servir a la familia los manjares de la cena, seguida de cerca por las criadas. Y pocos segundos despus, cuando del reloj no se oa ms que un suspiro, un lamento, todo en nuestra casa recobr el antiguo e inquebrantable orden. Risas y- 10 -

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ponches. La mesa iluminada por los ricos candelabros estaba llena de platos exquisitos y repleta de familiares: mis dos hermanas; Antonio, mi hermano mayor; mi padre; mi madre; doa Ana, mi ta, acompaada de su marido y de sus dos hijos bulliciosos y alegres; mi to, Bento Gonalves; su mujer, Caetana, de lindos ojos verdes; la prima Perpetua y mis tres primos mayores: Bento hijo, Caetano y, frente a m, mirndome de reojo de vez en cuando, con los mismos ojos pequeos y ardientes del padre, Joaquim, con quien me haban prometido de nia. Su proximidad me causaba un ligero temblor en las manos, temor que yo consegua disimular con cierta elegancia, cogiendo con fuerza los pesados cubiertos de plata que mi madre pona los das de fiesta. Los hijos pequeos de mi to Bento y de su esposa estaban dentro, con las negras y las amas; probablemente ya dorman, pues esas cosas de esperar el Ao Nuevo no eran para los que todava llevaban paales. Fue exactamente as como recibimos a 1835. En el aire, haca ya algn tiempo, haba un ligero rumor de insatisfaccin, quejas contra el Regente, reuniones misteriosas que a veces se celebraban en el despacho de mi padre, en secreto, y otras veces lo arrancaban de nuestra casa durante largas tardes y madrugadas. Sin embargo, como he dicho, en aquella noche templada y suave de principios de enero, ni la menor sombra pareca turbar los ojos de ninguno de los congregados alrededor de aquella mesa. Joaquim, que haba venido de Rio junto con sus hermanos para visitar a la familia, me lanzaba largas miradas, como dicindome que no olvidase que era suya, que el tiempo que l haba pasado en la capital se haba portado bien conmigo. Yo vea en sus retinas- 11 -

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negras un brillo de satisfaccin: la prima que le perteneca era bella, la vida era bella, ramos todos jvenes, y Rio Grande era una tierra rica, de la que nuestras familias eran sus seoras. Alejados de m, to Bento y mi padre, hombretones de voz estruendosa y vasta alma, rean y beban a placer. Las mujeres estaban ocupadas en asuntos menores, sus anhelos, nada insignificantes en importancia, pues de esa delicada naturaleza femenina estn hechas las familias y, por consiguiente, la vida. Hablaban de los hijos, del calor del verano, de los partos recientes; tenan un ojo puesto en las conversaciones, las risas dulces, la alegra; y el otro lo tenan clavado en sus hombres, pues todo aquello que les faltase, de comer o de beber, del cuerpo o del alma, ellas se lo proporcionaban. Y as segua la noche, estrellada y tranquila. La prima Perpetua y mis hermanas no se cansaban de hablar de bailes, de paseos en coche, de los mozos de Pelotas y de Porto Alegre. Las viandas dieron paso a los postres, el dulce de ambrosa brillaba como el oro en su recipiente de cristal; la comilona segua su ritmo y su curso, y el ponche se beba a sorbos para ahuyentar el calor de las conversaciones y de los anhelos. El ao de 1835 estaba entre nosotros como un alma, y el dobladillo de su saya blanca me acariciaba la cara como una brisa; 1835, con sus promesas y con todo el miedo y la angustia de sus das que todava estaban forjndose en el taller de la vida. Ninguno de los presentes vio siquiera su rostro u oy su voz de misterios, apagada por el constante ruido de los cubiertos y de las risas. Slo yo, sentada en mi silla, erguida, ms silenciosa que de costumbre, nicamente yo, la ms joven de las mujeres en torno a aquella mesa, pude vislumbrar- 12 -

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algo de lo que nos aguardaba. Frente a m, Joaquim sonrea, contaba alguna ancdota de Ro de Janeiro con su voz alegre de hombre joven. Bajo la niebla de mis ojos, apenas poda distinguirlo. Vea, eso s, agarrado al mstil de un navio, a otro hombre no tan joven, de pelo muy rubio, no negro como el de mi primo, y de dulces ojos. Y vea las olas; el agua salada me oprima la garganta, ahogndome de miedo. Y vea sangre, un mar de sangre, y el fro y cortante minuano empez a soplar slo para mis odos. El rostro del nuevo ao, plido y femenino, extendi entonces su mano de largos dedos. Pude orlo decir que fuese al porche, a ver el cielo. Ests muy seria, Manuela. La voz de mi hermana Rosario alej de mis odos el soplo cruel del viento de invierno. No es nada dije yo, sonriendo dbilmente. Y abandon la mesa haciendo una discreta reverencia, a la que Joaquim respondi con una amplia sonrisa tan pura que las lgrimas asomaron a mis ojos. Me deslic hasta el porche, desde donde poda contemplar la noche serena, el cielo estrellado y limpio que se abra sobre todo, campo y casa, derramando sobre el mundo una luz mortecina y lunar. Desde donde estaba, todava poda or el vocero de los de dentro, sus risas alegres, sus frases distendidas y despreocupadas; no se hablaba ni de ganado ni de charqui, pues era noche de fiesta. Cmo pueden no darse cuenta?, pens con toda la fuerza de mi alma. Y, sin embargo, el campo que tena ante m, hmedo por el relente y florido aqu y all, pareca ser el mismo de todos los aos. Y fue entonces cuando vi descender del oriente la estrella que iba dejando una estela de fuego rojo. Y no era el boitat, esa serpiente flamgera, que viniese a- 13 -

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buscar mis asombrados ojos; era sangre, sangre tibia y viva que tea el cielo de Rio Grande, sangre espesa y joven, de sueos y de coraje. Un gusto amargo me inund la boca y tuve miedo de morir all, de pie en aquel porche, durante los primeros minutos del nuevo ao. Dentro de la casa, la fiesta prosegua alegre. Eran quince personas en torno a la mesa y ninguna de ellas vio lo que yo vi. Fue por eso por lo que, desde esa primera noche, yo ya lo saba todo. La estrella de sangre me revel ese terrible secreto. El ao de 1835 abra sus alas, ay de nosotros!, ay de Rio Grande! Y yo, predestinada a tanto amor y a tanto sufrimiento. Pero la vida tena sus misterios y sus sorpresas: ninguno de los que estbamos en aquella casa volvera a ser el mismo de antes, nunca ms sonaran las risas tan triviales y tan candidas, ni todas aquellas voces reunidas en la misma sala, nunca ms. Del mismo sueo que se viva, tambin se poda morir. Se me ocurri aquella noche, en un sobresalto, como un pjaro negro que se posa en una ventana, trayendo su inocencia y sus augurios. Muchas otras veces, en los largos aos que siguieron, tuve oportunidad de recordar esa extraa frase que volv a or otra vez, algn tiempo ms tarde, de la adorada voz de mi Giuseppe, y que repeta lo que yo misma haba dicho ya al ver un atisbo del futuro... Tal vez fuese exactamente aquella noche cuando todo comenz. MANUELA.

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PRIMERA PARTE: 1835

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Captulo 1 La Estncia da Barra era propiedad de doa Ana Joaquina da Silva Santos y de su esposo, el seor Paulo, quien la noche del 18 de septiembre se haba unido, junto con sus dos hijos, Pedro y Jos, a las tropas del coronel Bento Gonalves da Silva. La Estncia da Barra estaba en la ribera del arroyo Grande, en las mrgenes del Camaqu, a unas catorce leguas de la Estncia do Brejo, sta, propiedad de doa Antnia, la hermana mayor de Bento y doa Ana. La Estncia do Brejo tambin estaba situada en las mrgenes del ro Camaqu y posea un inmenso naranjal, famoso entre todos los nios de la familia Silva. La maana del da siguiente, 19 de septiembre, en la Estncia da Barra, bajo un cielo muy azul y apacible en el que, aqu y all, descansaban finsimas nubes de encaje blanco, formando un conjunto tan delicado como el de una rica mantelera bordada por hbiles dedos y extendida sobre arboledas, ros, embalses, bueyes y caseros, haba una gran actividad. Aquella misma tarde, iban a llegar para una larga Estncia las siete mujeres de la familia, cargadas con un voluminoso equipaje, sus negras de confianza, criadas y amas de cra, ya que con ellas iban, formando un alegre alboroto, los cuatro hijos pequeos de Bento Gonalves y Caetana, entre los que se encontraba Ana Joaquina, la ms pequeita de todos, que iba a cumplir su primer ao por aquellos das y que an mamaba de la teta de la negra Xica. La maana de aquel da, doa Antnia, que haba recibido por medio de un mensajero la noticia de la llegada de sus parientes y que tambin tena conocimiento de los planes de su muy amado y- 16 -

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estimado hermano, que marchaba para tomar la ciudad de Porto Alegre, se levant ms temprano que de costumbre y fue hasta la Estncia vecina para dar las rdenes oportunas a doa Rosa, la guardesa, y mandar que preparasen lo necesario de comer y de beber. Probablemente, Ana, Maria Manuela y Caetana, ms las cuatro muchachas y los pequeos, que venan de Pelotas, adems de las angustias que con certeza atormentaban su alma, llegaran a casa muertos de hambre, habida cuenta de que los jvenes y los nios tienen siempre mucho apetito, al contrario de la gente ya mayor, como ella misma, a quien le bastaba con un buen plato de sopa y un asado a la hora de la cena. Doa Antnia contaba, aquel ao de 1835, su cuadragsima novena primavera. Era tan slo tres aos mayor que su hermano Bento y, como l, tena tambin esa consistencia firme de carnes, los mismos ojos negros, despiertos y dulces, la misma voz afectada, e idntica capacidad de rejuvenecimiento. Era una mujer alta y delgada, de tez lisa todava y cabello negro, siempre recogido en el mismo moo con tres horquillas; vesta siempre con tonos discretos, pero sus prendas eran camperas: nunca le haba gustado la ciudad, por lo que haba vivido siempre en su Estncia, con sus caballos, sus frutales y sus pjaros, desde que se qued viuda de Joaquim Ferreira, el hombre a quien haba amado con toda su alma, abogado, y que muri en el acto al caer de la montura, en una carrera de caballos. Doa Antnia tena entonces veintisiete aos y ningn hijo, y as continu la vida entera. De Pelotas, adonde fue a vivir despus de la boda, volvi a la Estncia do Brejo y all se qued a pasar los aos. De los hijos que no haba parido, casi no senta falta: tena ms de doce sobrinos y con eso le bastaba. Mientras la pequea carreta iba recorriendo las millas necesarias bajo el agradable sol de septiembre, doa Antnia senta una cierta felicidad en su pecho:- 17 -

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llegaban las dos hermanas y la cuada, y tambin las sobrinas y los pequeos, tendra buena compaa durante una temporada, o por el tiempo que durase la guerra. Guerra, esa palabra tuvo la fuerza suficiente para provocarle un largo escalofro. El hermano empezaba una guerra contra el Imperio, contra la tirana del Imperio, contra los altos precios del charqui y el impuesto de la sal. Bento empezaba una guerra contra un rey, y eso la llenaba de angustia y de orgullo. Haba recibido su carta aquel mismo da, al alba, y la haba ledo mientras sorba su mate. Tanto la hierba como las palabras del hermano le haban dejado un gusto amargo y un calor suave en el cuerpo. Y entonces, mientras mandaba servir el mate para el portador de la nota, un gaucho callado y de largos bigotes que la miraba con el respeto debido a la hermana de un coronel, haba cogido su pluma y escrito: Que Dios y la Libertad te acompaen, hermano mo. Puedes dejar a Caetana y a las dems a mi cuidado y a los de Ana. La Estncia do Brejo y mis braceros estn a tu entera disposicin. Tuya, Antnia. Despus de eso, recobr cierta paz. Bento haba nacido para la guerra. Y ella, como las dems, saba esperar con paciencia. Bento haba pasado la mayor parte de su vida en guerras y siempre haba regresado de ellas. No era un hombre hecho para morir, como su pobre Joaquim. Doa Rosa era una mestiza de edad indefinida, carnes enjutas y sonrisa cordial. Trabajaba para los Gonalves da Silva desde que haba empezado a andar, como antes su madre, y all en aquellas tierras a orillas del Camaqu haba pasado los ltimos treinta aos de su vida, amasando pan, removiendo la tina del membrillo, la tina del dulce de melocotn, o del dulce de calabaza, velando por la casa de la Estncia, por los- 18 -

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jardines, por los animales del patio, por los empleados y por los negros de dentro. Era ella quien se cuidaba de la cocina y de las habitaciones, era ella quien conoca los gustos de doa Ana y de los nios, la manera de cebar el mate para el seor Paulo, los condimentos de las comidas que el seor Bento ms apreciaba a su llegada, de camino a alguno de aquellos torneos con caballos o para visitar a la familia de la hermana. Cuando doa Antnia apareci, todava muy temprano, con la noticia de la llegada de la familia, doa Rosa no se alter, todo estaba dispuesto: todos los cuartos limpios; las cinco habitaciones destinadas a las visitas, con sbanas blancas todava con olor a lavanda; las cortinas descorridas para dejar entrar el sol de la primavera en las piezas, que todava rezumaban la humedad del invierno; las jarras con agua fresca y limpia reposaban sobre cada cmoda. La habitacin de la seora tambin estaba a su gusto, pues doa Rosa tena siempre presente que el dueo de la casa poda aparecer en cualquier momento, y doa Ana senta una gran satisfaccin con la llegada de la primavera a la Estncia, con el perfume de los jazmines y de las madreselvas, con el canto de los chotacabras que rasgaba el cielo de las noches estrelladas. Son trece los que llegan, contando a las tres negras, doa Rosa. Hgales sitio a ellas tambin en el cuarto grande del patio junto con las dems de la casa. Antnia pens si no faltara nadie, repasando mentalmente la lista que Bento le haba hecho tan gentilmente para que no la cogiesen desprevenida, y dijo: Con ellos llega tambin Terncio, pero no s si se queda o vuelve a las tierras de Bento. Ah, y estn los pequeos. Hace falta una habitacin para los dos nios de Caetana y otra para las nias pequeas. Creo que la negra Xica se queda con ellas por la noche, ocpate tambin de eso. Doa Rosa asinti tranquilamente. A una llamada- 19 -

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suya, aparecieron Viriata y Beata que estaban en la cocina. Doa Rosa les dio algunas instrucciones: que arreglasen las habitaciones de los pequeos y pusiesen las dos cunas que estaban en el trastero en otro cuarto para las nias de doa Caetana. Y que mandasen a Z Pedra a cortar ms lea: las noches todava eran muy fras all y necesitaban calentar toda la casa. Doa Antnia consider que todo estaba ya resuelto y dijo despus: Voy al porche de delante. No tardarn en llegar y quiero recibirlas. Manda a alguien que me lleve un mate. Sali a paso rpido adentrndose en el pasillo de la cocina. Conoca bien aquella casa, desde muchachita; todo all era un poco suyo tambin. Doa Rosa sali para terminar sus quehaceres, no sin antes indicar a Viriata que llevase el mate a la seora. Y mandarle que hiciese ms alubias, ms arroz, ms mandioca. Tambin tenan que poner otro asado en el horno. Ya pasaba del medioda cuando la pequea procesin de carretas apareci en la puerta del cercado de la Estncia. Era un da claro y sin nubes, y el cielo, de un azul muy puro, pareca ensanchar todava ms el paisaje sin fin. Soplaba una brisa fresca que vena del ro. Doa Antnia,desde su silla en el porche, reconoci la figura de Terncio a caballo, a quien, con certeza, Bento haba mandado para proteger a las mujeres. No es que hubiese agitacin en la pampa, pues no se haba pasado de un suspiro, un temblor, un tema para las ruedas de mate, para que las chismosas murmurasen con los ojos desorbitados. De Porto Alegre, aquella maana del 20 de septiembre, no haba llegado ninguna noticia, ya fuese buena o mala. Pero Terncio, fuerte e impvido, de rostro hurao protegido por el sombrero de barboquejo, espuelas de plata regalo de- 20 -

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Bento reluciendo al sol de la primavera, vena guiando el pequeo convoy, y fue l mismo quien salt del caballo para abrir la portilla, antes de que uno de los braceros tuviese tiempo de hacerlo. Doa Antnia se qued esperando sin levantarse: todava tenan un buen trecho hasta llegar a la casa, pero ya se senta feliz de volver a ver a sus hermanas y cuada, a sus sobrinas y sobrinos. De los muchachos, ni rastro. Seguramente, deban de haber ido con los otros a la ciudad; la sangre aventurera corra por sus venas: era imposible que se quedasen en casa mientras estaban ocurriendo tantas cosas ante sus barbas todava tan incipientes. Los hijos de Caetana, los tres mayores, estaban en Ro de Janeiro, cerca del Imperio. Doa Antnia tena la certeza de que si la guerra era algo seguro, Bento, Joaquim y Caetano volveran a Rio Grande. Vio la primera carreta, conducida por un negro, subiendo el pequeo camino de tierra; en ella iban doa Ana, vestida de azul, muy erguida, y Caetana, con una de las hijas en el regazo... deba de ser Maria Anglica, la mayorcita. Caetana, incluso de lejos, con sus negros cabellos brillando al sol, era una mujer muy bella. Las acompaaba la negra Xica, que llevaba en brazos a Ana Joaquina, un fardito rosado, de bracitos cortos y rollizos. Sonri, saludndoles. La mano enguantada de doa Ana se alz en el aire, alegre, inquieta. Caetana salud con ms recato. Doa Antnia la conoca muy bien; en un momento as, con toda seguridad, deba de estar pensando en Bento, en el valor de Bento, desafiando las espadas, las carabinas y las dagas, conduciendo a sus hombres y sus sueos. S, Caetana deba de estar abatida, y encima con las preocupaciones cotidianas que dan los hijos. Pero amar a Bento era convivir con ese sino, y Caetana siempre lo haba sabido. En la segunda carreta iban Maria Manuela y su hija- 21 -

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Manuela, que haba crecido mucho desde el otoo y ya estaba hecha una moza, lozana y muy bonita; Milu, la criada de doa Ana, y los dos hijos de Caetana, Leo y Marco Antnio, que ya iban sealando con el dedo a un lado y a otro, con esas ganas locas que tienen los nios de salir corriendo y subirse a los rboles. Doa Antnia pudo ver que Maria Manuela intentaba calmarlos sin mucho xito, mientras la negra Milu rea con su risa de dientes muy blancos, y su oscura cara negra contrastaba con el pauelo amarillo que le cea el pelo encrespado. Maria Manuela la reconoci y la salud, y doa Antnia levant el brazo bien alto y devolvi largamente el saludo a su hermana menor. Al final, iban las dems sobrinas, charlando ajenas a todo. Doa Antnia record su propia juventud al verlas, pajarillos alegres, brincando y riendo en su carreta. Perptua, Rosrio y Mariana, las tres primas, iban entretenidas conversando desde que haban salido de Pelotas, mientras un chiquillo negro, impvido, guiaba el par de caballos rumbo a la casa. Doa Antnia saba que Manuela, la ms joven, prefera ir con la madre en la otra carreta, sumida en sus silencios. Doa Antnia senta una gran simpata por la bonita Manuela, pues ella misma tambin haba sido una joven de largos pensamientos, callada y misteriosa. La hija de Bento y Caetana, Perptua, que haba heredado el nombre de la abuela materna, estaba hecha de otra pasta, como las otras hijas de Maria Manuela que, ajenas a todo, ni siquiera haban saludado a la ta en el porche. La conversacin deba de ser animada y, con certeza, estaran hablando de fiestas y de muchachos. nicamente Zefina, la criada de Caetana, iba callada al lado de las seoritas, medio acurrucada en un rincn de la carreta, mirndolo todo con ojos vidos. A una seal de Terncio, las tres carretas pararon frente a la gran casa blanca de ventanas azules y cortinas de terciopelo gris. Doa Antnia baj los cinco- 22 -

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escalones del porche y fue a recibir a las hermanas y a la cuada. Dos carretas cargadas de maletas y paquetes rodearon la casa y fueron hasta la parte trasera. Terncio las sigui para ordenar que descargasen el equipaje de las seoras. Sed bienvenidas dijo doa Antnia, y abraz a doa Ana. Tienes muy buen aspecto aadi sonriendo. Espero que tu casa est a tu gusto. Yo misma he venido hoy temprano para dar las rdenes oportunas a doa Rosa. Las habitaciones estn todas listas y, si no se han retrasado en la cocina, la mesa ya debe de estar puesta. Doa Ana esboz una amplia y alegre sonrisa, y sus ojos pequeos y oscuros brillaron de satisfaccin. Abraz con fuerza a su hermana sintiendo el volumen de sus costillas bajo el pao claro del vestido. Te echaba de menos, Antnia. Ni el invierno ms riguroso consigue alejarte de todo esto, eh, pilluda? Mi alma slo encuentra sosiego en esta tierra, hermana. Ya deberas saberlo. Doa Ana hizo un gesto de negacin con la mano enguantada: No pasa nada, doa Antnia. Ahora estamos aqu. Y, quin sabe, tal vez nos quedemos durante un buen tiempo... Suspir y, por un instante, sus ojos se nublaron, pero enseguida volvi a sonrer. Vamos a ver, esto es algo entre Dios y nuestros hombres... Ya habr tiempo de hablar de la guerra, si es que de verdad tenemos una guerra por delante. Ahora hay mucho que hacer. Hay que acomodar a toda esta gente. Y subiendo los escalones del porche, grit: Doa Rosa! Doa Rosa! Ya hemos llegado y tenemos a los nios hambrientos! Doa Rosa, ha puesto un jarrn con jazmines en mi habitacin? La voz enrgica se perdi dentro de la casa. Doa Antnia abraz a Caetana y le dio la bienvenida. Caetana llevaba de la mano a la hija de cinco aos.- 23 -

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Ests muy guapa, Maria Anglica! Enseguida estars hecha una mujercita, eh? Estos nios crecen como espigas... Doa Antnia acarici el dorado pelo de la nia, que sonrea. Y t, cmo ests, cuada? Caetana esboz una sonrisa dulce y algo cansada. Sus ojos verdes destilaban una luz que confera magia a su rostro. Estoy muy bien, Antnia. Y estar bien hasta que me llegue una carta de Bento... Ya sabes, cuando llegan, me pongo a morir anticipando el contenido, y cuando tardan, es el miedo... Pero siempre ha sido as, desde que me cas. Hasta me he acostumbrado ya a todas estas campaas. Esta vez, por lo menos, estamos juntas, cuada. Sern das agradables dijo la otra. Por supuesto, querida Antnia, por supuesto. Caetana volvi a coger de la mano a su hija y fue a ver cmo les haba ido el viaje a los nios. Se mova entre todos con la ligereza de una garza, alta y erguida como una reina. Caetana era, sin duda, una de las mujeres ms bellas de Rio Grande. En los bailes, ninguna de las jvenes destacaba ms que ella en los valses llevada por Bento Gonalves. Doa Antnia abraz por ltimo a Maria Manuela, que le habl del ameno viaje: La carretera ha estado desierta casi todo el tiempo. Parece que Rio Grande est en un comps de espera... Mi marido se fue con Bento hace dos das... Slo de pensarlo, me estremezco. Si llega la guerra, lucharn hermanos contra hermanos. Y se santigu. Qudate tranquila, Maria. T los conoces, ellos saben bien lo que hacen. Dejmosles a ellos esos asuntos... Tienes razn, hermana... Ahora mismo, lo que quiero es comer algo y tomar un zumo fro. Se me ha llenado la garganta de polvo. Subieron juntas la escalera del porche, donde una- 24 -

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criada ya estaba sirviendo algo de beber a las muchachas y a los nios. Doa Antnia pas algn tiempo con los hijos de Bento, pero ellos enseguida entraron a explorar la casa corriendo precipitadamente. Las cuatro sobrinas fueron entonces a abrazarla. Doa Antnia dijo a Perptua que era una muchacha muy bonita, muy parecida a su padre. Ya ests en edad casadera, Perptua. Tenemos que encontrarte un buen marido, nia. Perptua enrojeci un poco y respondi que en tiempos de guerra era una tarea ingrata encontrar un pretendiente. Tena la piel cobriza de la madre, pero los ojos eran los de Bento, aunque la mirada fuese ms triste, y su pelo era de un castao muy oscuro. Todos estn unindose a mi padre y a los otros, ta. Mientras dure esta guerra, permanecer soltera, seguro. No imaginaba ella lo que el futuro reservaba a la provincia, ni tampoco ninguna de las mujeres lo imaginaba en aquel apacible comienzo de primavera en la pampa. Perptua Garca Gonalves da Silva tena la esperanza de que el verano les trajese ya la paz. La paz y la victoria. Y las fiestas elegantes donde lucira los vestidos llegados de Buenos Aires y los zapatos de terciopelo que haba mandado traer de la Corte. Doa Antnia le tom la mano: El tiempo, a veces, transcurre lentamente en estos parajes, hija ma... Pero ten paciencia, si tu marido ha de llegar, no ser la guerra lo que se lo impida. Todo eso est escrito. Confa en m, que yo s de estos asuntos del destino. Aprend de la manera ms dura: viviendo. Perptua sonri y dio un rpido abrazo a su ta a quien siempre haba recordado viuda. Pareca muy remoto que un da doa Antnia, tan recatada y solitaria, hubiese tenido un hombre a su lado en la cama.- 25 -

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Rosrio se acerc, era su turno de abrazar a doa Antnia. Pidi disculpas por el polvo. Estaba deseando tomar un largo bao de agua tibia. Rosrio era la ms urbanita de todas: cuando la madre fue a decirle que iban a dejar Pelotas para pasar un tiempo en la Estncia da Barra, se encerr en su cuarto toda una tarde y derram amargas lgrimas. Quera conocer Pars, Buenos Aires, Ro de Janeiro; anhelaba las fiestas de la Corte, los bailes y la vida alegre que deban llevar las damas. Y ahora, mientras los hombres peleaban por Dios sabe qu sueos, ella tena que retirarse al campo, al silencioso e infinito campo donde todo pareca eternizarse junto con el canto de los teruterus. Rosrio de Paula Ferreira no senta amor por los parajes de la pampa, y ahora estaba all, con las otras, destinada a un exilio cuyo final desconoca. Antes del almuerzo, si quieres, una de las negras te preparar el bao. Ahora dame un abrazo, nia, que hace muchos meses que no te veo. Y t sabes que el polvo a m nunca me ha dado miedo. Doa Antnia le rode la fina cintura con sus brazos robustos a fuerza de montar y sonri. Rosrio era de complexin frgil, piel clara, ojos azules, pelo claro y muy liso. Tena las manos delicadas de quien no ha tocado ms que cristal. La imagin sobre una silla y sonri alegremente: Rosrio tena un aire distinguido, eso s. Ahora ve a tomar tu bao. Y empuj a la muchacha hacia dentro de la casa. Mariana bes a la ta en la cara, y la alegra de la llegada haca brillar sus ojos castaos. Ta, cunto la he echado de menos! Me sent muy feliz cuando supe que venamos a estar con usted. Y enseguida, en ese mismo alborozo, entr en la casa buscando a Perptua. Era una muchacha de mediana estatura, piel morena y semblante firme, del que destacaban sus rasgados ojos castaos de largas pestaas negras. Ojos de india, deca su madre. Y era- 26 -

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alegre como una nia. Manuela, la ms joven, abraz a su ta con sincero afecto. Estaba un poco despeinada, pues se haba quitado el sombrero a mitad del camino para sentir la brisa en el pelo. Su rostro bien dibujado, sus ojos verdes muy claros, todo tena la lozana de algo nuevo y misterioso. Y su boca de labios carnosos se abri en una amplia sonrisa. Llevaba un vestido amarillo, con el pecho de encaje, que acentuaba su encanto. Ta Antnia dijo tan slo, y sus tibias manos apretaron las huesudas palmas de Antnia. Ests hecha una mujer, Manuela. La ltima vez que te vi, el verano pasado, todava eras una nia. El tiempo pasa, ta respondi Manuela, por decir algo. Y aspir el perfume de jazmines que impregnaba el porche y el jardn. Qu bien estar aqu. Doa Antnia sonri a su sobrina preferida. Y la mand entrar para que fuese con las dems, se quitase el polvo y se preparase para el almuerzo; a fin de cuentas, todos estaban hambrientos. Incluso yo, nia, que hoy me he levantado al rayar el da y no he comido casi nada. No veo la hora de ver las viandas en la mesa! Mir cmo Manuela entraba en la casa, pisando suavemente el suelo de madera, y segua por el pasillo, que ya le era familiar, en direccin al cuarto que una negra le haba indicado. Y sinti un escalofro recorrer su cuerpo al ver a su sobrina as, deambulando por la casa como un hada, pero lo atribuy a la brisa de la primavera que, en aquellos parajes de la pampa, todava era muy fra. Estaba sola en el porche. Todas las mujeres y las criadas estaban ocupadas deshaciendo el equipaje y preparndose para el almuerzo. Doa Antnia sonri: la casa estaba llena como en vacaciones, y una alegra nueva y bulliciosa lo embargaba todo. Cunto tiempo durar? no pudo evitar preguntarse. Cunto- 27 -

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tiempo durar, Dios mo? Doa Ana se sent en la cama y acarici el colchn de muelles. En el lado izquierdo, poda tocar, ms con el alma que con los dedos, la marca del cuerpo de su Paulo. Se ech un instante, pero encontr la cama vaca del calor y del olor de su marido, un olor fuerte, de tabaco con limn. En todo haba un aroma a limpio que le doli en el pecho. Paulo ya no era un muchacho, aunque tuviese la complexin robusta de los jinetes, alto, de anchas espaldas, de barba poblada, la voz fuerte y las manos encallecidas y firmes de sujetar el lazo. Ya tena sus buenos cincuenta aos, aunque conservase el pelo negro de su juventud y todava abrigase los mismos sueos de quien tiene toda la vida por delante. Le gustaban el emperador, la Corte, la rutina tranquila alternada con las tareas de los invernaderos para el ganado que insista en dirigir. Pero ahora estaba all, como Bento, desafiando al Regente y a todo lo que ste significaba, empuando el arma contra todo lo que siempre haba conocido. En los ltimos tiempos, las cosas se haban puesto difciles para los estancieros, y doa Ana vea en los ojos de su esposo una angustia creciente, que se traduca en gestos secos, noches de insomnio, en las que lo senta dar vueltas a su lado, en la cama, intentando calmar los pensamientos. La semana anterior, cuando l le pidi que fuera a su despacho y le cont que marcharan bajo el mando de Bento para tomar Porto Alegre, doa Ana ya lo saba, porque desde nia haba aprendido a captar en los silencios las respuestas a sus dudas. Vindolo fumar su cigarro de hebra, fingiendo una calma que no senta del todo, con los ojos verdes tomados por una fiebre misteriosa, doa Ana slo quiso saber: Y Jos y Pedro? El marido mantuvo firme la mirada:- 28 -

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Ya he hablado con ellos. Han dicho que vienen con nosotros. Y previendo el miedo en los ojos de Ana, aadi con voz decidida: Son hombres, son riograndenses, sern dueos de estas tierras, tienen derecho a ir y a luchar por aquello en lo que creen. Y ahora doa Ana estaba all. Sus tres hombres, todos los suyos, estaban tal vez en los alrededores de Porto Alegre, en la Azenha, conspirando, afilando las dagas, limpiando las bayonetas, comiendo churrasco asado en las hogueras, aspirando aquel olor a tierra, a caballos y a ansiedad que deba de respirarse en todos los campamentos de soldados. Doa Ana acarici otra vez el colchn, bajo el blanco cobertor acolchado. Por la ventana, que tena las cortinas descorridas, entraba un sol dorado, un sol tenue y acogedor. Necesitaba arreglarse para el almuerzo; a fin de cuentas, no haba motivo de tristeza, todava no. Tendran por delante muchos das de angustia a la espera de noticias, buenas o malas, y entonces, slo entonces, si se fuese el caso, la tristeza vendra a estar con ellas. La tristeza serena que era la compaera constante de las mujeres de la pampa. S, pues no haba mujer que no hubiese pasado por la espera de una guerra, que no hubiese rezado una novena por el marido o encendido una vela por el hijo o por el padre. Su madre haba conocido la angustia de la espera y, antes de ella, su abuela y su bisabuela... Todas las mujeres de la Estncia haban estado en la misma situacin y, ella, Ana Joaquina da Silva Santos, era la duea de la casa. Se levant, abri el armario de madera oscura y sac un vestido. Fue al tocador, cogi el aguamanil y verti un poco de agua en la palangana de loza. Se lav rpidamente. Milu, como una sombra, entr en el cuarto con una toalla blanca. Sec a su seora con movimientos delicados y hbiles, la ayud a cambiarse las enaguas, a ponerse ropa limpia y a recomponerse la trenza. Milu tena unos dedos largos y- 29 -

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dorados que recorran la melena de doa Ana como si fueran alas, como si volasen. Y recogi la trenza en un perfecto moo. Est muy bien, Milu. Doa Ana obsequi a la criada con una sonrisa. Avisa en la cocina de que ahora voy. Milu tena una voz suave, acorde con su menudo cuerpo de negrita adolescente. Dijo Muy bien, seora, y sali rpidamente de la habitacin, aunque sin hacer ruido al cerrar la puerta, algo que doa Ana detestaba. Eran diez las personas sentadas en torno a la mesa. La dos nias pequeas de Caetana ya se haban tomado la sopa y la leche, y ahora dorman, exhaustas por el viaje, bajo la atenta mirada de la negra Xica. El almuerzo tuvo un aire festivo: la carne asada, la gallina en salsa, las alubias, el arroz, el pur y la mandioca cocinada con mantequilla se repartan en varias fuentes sobre la mesa cubierta con una mantelera bordada a mano por doa Perptua muchos aos atrs. Slo se hizo un corto e inquietante silencio cuando, antes de empezar a comer, como era costumbre en la casa, doa Ana junt las manos en oracin y pidi por nuestros maridos e hijos, que Dios los gue con su propia mano, y que vuelvan muy pronto a casa victoriosos. Las voces de las mujeres respondieron a coro Amn; Leo y Marco Antnio estaban ms preocupados en masticar. Caetana Joana Francisca Garcia Gonalves da Silva se esforz en contener el ligero temblor que asalt su cuerpo, pero fue en vano. Baj los ojos y en sus retinas bailaba todava la imagen de su adorado Bento, montado en el alazn negro, con su dolmn, la espada a la cintura y las botas negras picando al caballo con las espuelas de plata. Y an revivi el adis, aquella- 30 -

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alborada en la que haba partido de casa, con Onofre y los dems, para tomar la capital. Bajo la luz tenue del amanecer, parecan figuras mgicas, doradas por los primeros matices del da. Y haba sido as como haba guardado el ltimo instante: la espalda erguida, el caballo al trote; una mancha que iba disminuyendo poco a poco. Se haba quedado en el porche, envuelta en su chal de lana, con el corazn latiendo acelerado, queriendo escaprsele por la boca. Dentro de la casa, la hija pequea lloraba. Doa Ana, a la cabecera de la mesa, empez a servirse, un poco de todo, porque nada mejor que un estmago lleno para calmar las ansias del alma, y una siesta, eso s, en su cama, sintiendo entrar por la ventana el perfume de jazmines y la brisa fresca de la pampa. Se dio cuenta de que, a su lado, Caetana era la nica con el plato vaco, vaco como sus ojos verdes, que vagaban perdidos entre una fuente y otra, como si estuviesen contemplando viejos fantasmas. No tienes hambre, cuada? La clida voz arranc a Caetana de su ensimismamiento, y sonri tristemente. Perdona, Ana. Es que no he podido dejar de pensar en Bento y en dnde estar a estas horas. Doa Ana sonri, tena todava los dientes muy blancos. Extendi el brazo y toc la mano de la cuada. Sus ojos eran un remanso de paz y de consuelo. Qudate tranquila, Caetana. A estas horas, si no me equivoco, Bento y los dems deben de estar disfrutando de un buen churrasco. Ya sabes el apetito que tienen los valientes... Se comeran un buey entero. Las muchachas rieron la gracia de la ta. Doa Antnia, sentada en la cabecera opuesta de la mesa, aadi: Si van a tomar Porto Alegre, ya sea esta noche o maana, seguro que tendrn el estmago lleno. Y si ellos comen, no veo por qu no hemos de hacerlo- 31 -

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nosotras. A fin de cuentas, ya lo deca mi madre: barriga vaca todo es sequa. Caetana esboz una sonrisa y se sirvi tambin algo de comida en el plato, comida que slo logr acabarse poco a poco, aunque supiese bien y estuviese muy bien condimentada, porque Bento, su Bento, grande y fuerte como un toro, todava ocupaba cada palmo de su espritu. Pero el almuerzo transcurri agradablemente, y las muchachas trataron de hablar de cosas alegres, pues para ellas la temporada que pasaran en la Estncia no era sino unas vacaciones, despus volveran a Pelotas, a los ts de los domingos con las amigas del bordado y a las fiestas. Eso es, a las fiestas que ellas tanto deseaban. El color de esta primavera es el amarillo dijo Rosrio. Es una pena que a m no me quede bien: tengo la piel y el pelo muy claros. Vestida de amarillo parecera una yema de huevo. Y doa Ana ri con ganas, sin apartar los ojos castaos de aquella muchachita de ciudad, de finas muecas y ojos azules como el cielo que brillaba fuera. Pens que Rosrio era frgil, no haba heredado la fuerza de los Gonalves da Silva y, tal vez, sufrira mucho en esa vida de campo. En Rio Grande, los juegos de la Corte eran di-vertimentos de los tiempos de paz, y en la frontera casi nunca haba paz, casi nunca... Record a su anciana madre y las muchas madrugadas en que la haba visto pedaleando en la mquina de coser para ahuyentar el miedo de la cama vaca. Nunca la haba visto llorar, ni en la paz ni en la guerra; no la haba visto llorar ni siquiera cuando enterr a sus hijos, uno pequeo y el otro ya hecho un mozo, herido de bala en una batalla que no haba dejado ni un nombre para recordar. Doa Perptua da Costa Meirelles no entenda de modas, vesta siempre de gris o de azul; el blanco lo us tan slo el da de su boda. Muri callada, de vejez, justamente en aquella casa en la que se- 32 -

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encontraban, cuando haba ido a visitar a la hija un verano, haca tiempo ya. Doa Ana observ a Rosrio de reojo; haba en ella algunos rasgos de la abuela, la frente alta, la boca delicada; sin embargo, Rosrio tena los ojos hmedos, habituados al llanto, y los de doa Perptua haban sido siempre unos ojos secos, hasta la hora de la muerte. La moda no es nada ms que un pasatiempo, Rosrio dijo doa Ana sonriendo mientras cruzaba los cubiertos. El azul, el blanco, el verde, el amarillo y el gris siempre han existido y siempre han sido buenos colores para una mujer bien vestida. Cuando acab de hablar, al ver cierto pesar en el rostro de la sobrina, le pareci que la figura de su madre la espiaba desde un rincn del comedor, cerca de la cortina, y que le sonrea con aquel mismo rictus comedido de toda su vida. Tomaron el postre en silencio, cansados por el viaje. Slo Maria Manuela y doa Antnia charlaron un rato sobre la crudeza del invierno que acababa de terminar, sobre flores, algo de lo que ellas verdaderamente entendan. Doa Antnia se despidi al acabar el almuerzo: necesitaba volver a la Estncia do Brejo para encargarse de los quehaceres de la casa, de la venta de una punta de ganado. Pero maana vendr a estar con vosotras para charlar un rato ms dijo ella, y sali en busca del cochero, que deba de estar de charla con los braceros de la casa. Enseguida, las mujeres se retiraron a sus aposentos. Manuela y Mariana compartan la ltima habitacin del pasillo, con vistas a la higuera del patio; Perptua y la prima Rosrio estaban en la pieza situada al lado del pequeo despacho que tambin serva de biblioteca. El seor Paulo tena muchos libros en espaol y francs, lenguas de las que tena un buen conocimiento. Leer un libro en francs dijo Rosrio a la prima,- 33 -

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antes de cerrar los ojos, ya en combinacin, echada sobre la cama. Conozco un poco el idioma, porque tom algunas clases con la seorita Olivia el ao pasado. El resto ya lo adivinar. Es una buena manera de pasar el tiempo aqu... Perptua no tuvo tiempo de responder: antes de que Rosrio acabase de hablar, ya estaba dormida. Tal vez estuviese soando con un novio de ojos azules; tal vez. En su cuarto, Caetana miraba al techo en vano, no lograba conciliar el sueo, a pesar del cansancio que pesaba en sus miembros. Oy un ligero arrastrar de pasos en el corredor; seguramente las criadas estaban poniendo en orden otra vez el comedor. En la habitacin de al lado, por el silencio que llegaba, las hijas dorman tranquilamente. Se levant de la cama despus de algunos minutos de desasosiego. Era una alcoba simple: una cama grande de madera oscura; un rosario colgado en la pared, sobre la cabecera; ventanas altas con cortinas de terciopelo azul; un pequeo tocador con las cosas de aseo, el aguamanil de loza blanca y la palangana con florecitas azules; un espejo de cristal con un precioso marco de plata deteriorado. Situado enfrente de la cama, haba un pesado armario de dos puertas. En l, Zefina ya haba dispuesto sus vestidos, chales y sombreros. En el otro extremo del cuarto, cerca de la ventana, haba una pequea mesa con un paquete de hojas, pluma de metal y tintero. Caetana retir la silla y se sent. Tom la pluma, la sumergi en el lquido negro del tintero de cristal y se puso a escribir con una premura enloquecida que haca irregular su siempre delicada letra. Amado esposo:- 34 -

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Estamos aqu, en la Estncia de Ana, tu hermana, todas las mujeres reunidas para esta espera, que rezo para que sea breve. Todava no he tenido noticias tuyas y s que es pronto para ello. S tambin que te preocupas por m y por nuestros hijos, y que haces lo posible para que todo nos resulte ms llevadero. Pero yo sufro, Bento. Y sufro por ti. A cada instante, es en ti nicamente en quien pienso, en si ests bien, si tendrs xito, y si volvers a tu casa y a mis brazos. Sin ti no s vivir y hasta un simple da se me hace cuesta arriba, como un invierno... pero espero y rezo. Perdona a esta esposa tan dbil que, de tanto vivir esta angustia, ya ha olvidado cmo soportarla. La espera es un ejercicio duro y lento, querido mo, que slo los fuertes logran vencer. La vencer por ti. Nunca he ignorado la firmeza de tu carcter, ni la fuerza de tus sueos, y lucho por estar a la altura de tu compaa y de la grandeza de tus actos. Cuando uno de tus hombres venga aqu, a traer noticias tuyas y de tus tropas, temo estar demasiado temblorosa para responderte como es debido, y es por eso por lo que me desahogo en estas lneas ansiosas... Debes saber que tus hijos estn bien, y que Leo ha preguntado ya muchas veces por tu paradero; le gustara estar contigo, luchar a tu lado. Es un nio que naci con el gusto por las batallas; siempre anda con la espada que tallaste para l colgada de la correa del pantaln, as que ya voy preparando mi alma para sufrir tambin por l cuando llegue el momento. Maria Anglica me ha dicho que ha soado contigo esta tarde, y sus ojitos verdes brillaban de contento al recordar a su padre. La pequea Ana Joaquina, Marco Antnio y Perptua te mandan su cario. De- 35 -

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los mayores, todava no he tenido noticia, pero seguro que estn a salvo en la Corte. Y tu hermana Antnia nos ha recibido con la dulzura de siempre. Hay algo en su serena fuerza que me recuerda a ti y que me reconforta. Por todo ello, querido Bento, puedes calmar tu corazn en lo que atae a nosotros, tu familia. Quiero que sepas que pido a la Virgen por ti, fervorosamente, y que en cada gesto mo hay una palabra deoracin susurrada. Que la gloria te acompae, esposo, por donde quiera que pises. Ese deseo no es slo mo, sino de toda tu familia. Aqu en la Barra, rezamos mucho por ti y por los nuestros. Que Dios cabalgue a tu lado. Con todo mi amor, Tu CAETANA Estncia da Barra, 20 de septiembre de 1835 Dobl el papel con cuidado y lacr la carta. Despus, la guard en un cajoncillo, con el celo de quien guarda en un cofre una joya de mucho valor. Sin nada ms que hacer, volvi a la cama, se acost, cerr los ojos y rez para dormir aunque fuese un poquito. Tena la espalda dolorida del viaje, y senta ganas de llorar. Fuera empez a soplar un ligero viento de primavera. Por la tarde, rezara en el oratorio: slo la Virgen podra sosegar su alma.

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Cuadernos de Manuela Estncia da Barra, 21 de septiembre de 1835 Nuestro primer da en la Estncia transcurri sin acontecimientos especiales. Aunque no pude dejar de notar la angustia enredada en los ojos de Caetana como un gato, huidiza como un gato. Es extrao, Caetana es mi ta, pues se cas con mi to Bento y, sin embargo, incluso habindola conocido as, al lado de mi to, desde que nac, no puedo llamarla ta. Hay una dignidad extraa en ella, en cada gesto suyo, en cada mirada. Slo es una mujer, y es tanto... Sus suspiros exhalan una suave fragancia y puedo imaginar que Bento Gonalves se enamorase de ella a primera vista, cuando la conoci por casualidad en una tertulia uruguaya, en casa de su padre o de otro estanciero allegado suyo. Mi to Bento tambin es un hombre que impresiona, con fuerza. Cuando pisa el suelo, es como si la madera temblase un poco ms de lo normal, pero no por su peso, ni porque pise fuerte; es que tiene en los ojos, en las carnes, en todo el cuerpo, un poder y una calma de los que no se puede escapar. Mi to, aun no estando entre nosotras, nos marca a cada una con la fuerza de sus gestos: es por un ideal suyo por lo que estamos aqu, esperando, divididas entre el miedo y la euforia. Caetana, por cierto, con su belleza digna y su espritu a un tiempo tan frgil como fuerte, debe de haberse rendido ante esa aura que emana de Bento Gonalves. Aura de emperador, aunque en este momento l est- 37 -

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luchando contra uno. Durante el almuerzo, Caetana apenas comi. Y habl poco; nicamente lo miraba todo inquieta, y tanto, que me pareci que no vea nada, concentrada seguramente en sus recuerdos. Tuve ganas de sentarme a su lado y de decirle que yo tambin s lo que ella sabe. S, porque ella lo sabe... Nos quedaremos aqu mucho tiempo. Ms tiempo de lo que cualquiera de nosotras pueda imaginar. Nos quedaremos aqu esperando, esperando, esperando. De la estrella de fuego que vi la noche de fin de ao, no le he hablado a nadie, pero tengo su mensaje marcado a hierro en mi alma. Mis hermanas, por cierto, se reiran de m. Dicen que soy densa, densa como la niebla que cubre estos campos al amanecer, un manto opaco de agua condensada, un manto, tal vez, de lgrimas, lgrimas derramadas por las mujeres de aqu, por Caetana, quin sabe. Hoy me he despertado incluso antes del amanecer y, como imaginaba, all estaba la bruma cubrindolo todo, una bruma hmeda y glida, y tambin un silencio aterrador, un silencio digno de la peor espera. Ha pasado mucho tiempo antes de que el primer pjaro cantase y, con su canto, rompiese la barrera de la noche, con sus presagios y sueos angustiosos. Caetana ha llorado esta noche, estoy segura. Yo no he llorado: estaremos mucho tiempo juntas en esta casa, unidas en esta espera, y algo me dice que mis lgrimas slo cumplirn su servicio ms tarde... Hoy es el da sealado. Todava no son las siete, y me pregunto si Porto Alegre ya habr amanecido dominada por el ejrcito de mi to. Todava no hemos tenido noticia alguna y todo all fuera parece aguardar, hasta los pjaros pan menos en sus ramas, encogidos an- 38 -

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por el fro que nos ha trado la noche; hasta la higuera parece observarme con preguntas terribles para las que no tengo respuesta. S que, a la hora del desayuno, una nueva preocupacin vendr a unirse a nosotras, tendr su sitio a la mesa y, tal vez, su taza. Pero nadie tendr el coraje de formular la pregunta, la terrible pregunta, y los segundos pasarn por nosotras con sus afiladas lminas de tiempo, sin que nadie interrumpa el bordado o la lectura aunque sea por un momento, un momento imperceptible. El arte de sufrir es inconsciente... Y es preciso fingir, es preciso. No pensar en mi padre, en su caballo dorado que tanto me gusta; no pensar en su voz, ni en su grito. Llevar todava su espada al cinto? Y mi hermano, Antnio, que vive molestando mi lectura con su alegra bulliciosa de hombre joven, con qu ojos recibir esta maana y dnde? Lograr victorias y hazaas que contar a sus hijos, o cicatrices? Nadie lo sabe, y los pjaros se obstinan en mantenerse en silencio en sus nidos. Llaman a la puerta. Mariana, en su cama, est a punto de despertarse. A Mariana siempre le ha gustado que la dejasen dormir hasta ms tarde. Es la negra Beata con su voz rara, metlica, que nos llama desde el pasillo, diciendo que el desayuno ya est en la mesa y que nos esperan. Iremos todas, con nuestros vestidos de encajes y nuestras angustias. Pero es necesario; hay que pisar el suelo con la ligereza que se espera de nosotras, mantener una sonrisa primaveral y estar feliz, principalmente, estar feliz como la ms ingenua de las criaturas... Mariana protesta un poco, se lava la cara con agua fra, elige un vestido cualquiera; por la maana no piensa en modas. Dejo aqu estas lneas, pues a doa Ana le gusta vernos a todos reunidos en torno a la mesa,- 39 -

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y no he de hacerme esperar. Un pjaro ha cantado fuera, un canto tibio como un aliento o una taza de t. MANUELA

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Captulo 2 Las primeras horas de la maana pasaron lentamente. Un sol, al principio tmido, empez a dorar los campos. Haba hecho mucho fro la noche anterior, pero en la pampa, incluso en las madrugadas primaverales, el fro se mostraba intenso, y las camas se arropaban con varios cobertores. Por la noche, en las salas familiares, se encenda la chimenea. En su crepitar, las conversaciones se sucedan y el mate pasaba de mano en mano mientras la brasa de los cigarros de hebra haca notar su presencia, exhalando el olor acre del tabaco de rollo. Pero no en aquella casa. En la blanca casa de la Estncia da Barra, haba un nmero tan grande de mujeres, que la voz de ellas era la que dictaba las formas. Y las mujeres no fumaban, no tomaban mate por la noche. Fuera, alrededor del fuego, mientras la carne se asaba goteando su grasa, dos o tres braceros chupaban sus cigarros. Terncio haba pernoctado en la casa aquella noche; era uno ms en torno al fuego, un hombre alto, callado, de ojos decididos y dedicacin canina a Bento Gonalves. Pero al amanecer, cuando el mundo todava estaba fro y nublado, tom el camino de la Estncia do Cristal, donde debera esperar rdenes del patrn, mientras velaba por su ganado y por sus tierras. Con la partida de Terncio, se haba quedado Manuel, capataz de la Estncia da Barra, adems de sus braceros, el negro Z Pedra, muy querido por doa Ana, y el resto de los esclavos que cuidaban de la tierra y de las cosas de all. Era, desde aquel momento, una casa de mujeres. La noche anterior, junto al fuego que crepitaba en la chimenea, haba sido, en eso s, una casa igual a las- 41 -

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dems; pero apenas se habl, ni se vio el brillo de los cigarros encendidos: se bebi un poco de t cuando Beata apareci con la tetera y un plato con pastel de maz; los rostros, gachos, se ocupaban de bordados delicadsimos, y el color que se vea, ajeno al intenso brillo del pino que arda bajo las llamas, era un vivo color de sedas: el verde, el rojo, el azul que, en las telas, dibujaban flores, arabescos y otras maravillas de fina artesana. Algunas de las muchachas lean a la luz de un candelabro, moviendo los labios lentamente, de manera imperceptible, como les haban enseado sus institutrices en las lejanas tardes de lecciones. A hora avanzada, cuando empez a asaltarlas el sueo, o algo peor rondaba sus espritus, cuando Caetana apenas poda pasar el hilo de seda por el ojo de la aguja, cuando Maria Manuela empez a pensar en su marido y en su hijo, mientras se oa silbar el viento fuera en el campo, doa Ana dej su silln y fue hacia el piano. Levant la tapa barnizada de un solo gesto, y sus manos blancas y giles corrieron por las teclas, haciendo brotar uno, dos, tres valses. Las muchachas se alegraron bastante: cerraron los libros y se quedaron pensando en los bailes. Maria Manuela esboz una dbil sonrisa, a su marido le gustaba aquel vals, daba pasos largos, quera dar vueltas por el saln, exhibirla ante los dems, mostrar que era un gran bailarn. Caetana tambin pens en Bento Gonalves. Bento... que amaba la msica, que no se perda una fiesta, que bailaba con el mismo mpetu que tena para guerrear. Toca una polca, ta! pidi Perptua con los ojos brillantes. Doa Ana despleg una gran sonrisa y dio nueva vida a los dedos en el teclado. Las muchachas reconocieron la msica, rieron y dieron unas palmaditas. Rosrio se levant de un salto, dej que el libro resbalara hasta la alfombra y, haciendo gestos con el brazo, declam:- 42 -

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Yo plant la siempreviva, siempreviva no naci. Ojala que siempre viva con el mo tu corazn. Las mujeres aplaudieron a una. Los ojos verdes de Caetana ardan y sus pies, bajo la falda azulada del vestido, acompaaban el ritmo de la meloda. Manuela dej el bordado con el que se aburra y tambin se levant para responder a la hermana. Se aclar la voz y, con gracia, dijo: Plantaste la siempreviva, siempreviva no naci. Es porque no quiere vivir con el mo tu corazn. Y palmas otra vez. Rosrio ofreci el brazo a la hermana y las dos siguieron bailando por la sala que la chimenea iluminaba de manera inquieta, como si fuesen una pareja de novios en un baile. Mariana y Perptua se unieron a ellas. Doa Ana tena una alegra tan viva en el rostro que pareca haber rejuvenecido. Las dems sonrean. Manuela daba vueltas por la sala y su pensamiento volaba: no era a su hermana a quien ella vea: era un hombre quien le ofreca el brazo, y de l emanaba un calor tibio y acogedor, mientras giraban enfervorizadas por la sala llena de invitadas. Ah, y ella se senta muy hermosa, como una joya, y feliz, iba a estallar de felicidad all mismo, en medio de todos... Y la msica, la msica llenaba sus odos y su corazn. De repente, doa Ana dej de tocar. Las muchachas rieron, se dejaron caer ruidosamente en sus sillones, con los rostros

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encendidos. Manuela se qued atnita. Mir la sala vaca de visitantes, mir a las dems mujeres, a Viriata quieta en un rincn de la sala, con su vestido viejo, retorcindose los dedos negros y encallecidos, emocionada con la msica que haba odo. Te has mareado, Manuela? La voz de la madre se hizo or. Manuela neg con la cabeza, sonri, se sent en su sitio, cogi el bordado del suelo y lo enmend un poco, sin ganas. Doa Ana se levant de la banqueta del piano. Es tarde dijo. Ya es hora de irnos a dormir... Maana ser un largo da. Y, con la sola mencin del da siguiente, el rostro de Caetana adquiri otra vez aires misteriosos, y una sombra nubl el verde agreste de sus ojos. Ella fue la primera en retirarse, alegando que iba a ver cmo estaban sus hijos pequeos. Y enseguida se recogieron las dems. Y la fra noche se consumi en las claridades de la aurora. Y ya estaban sentadas a la mesa del desayuno, con doa Ana a la cabecera, aquella maana del da 20 de septiembre del ao de 1835, cuando Zefina entr en la sala corriendo y, olvidndose de toda ceremonia y formas de tratar a las seoras, grit atropelladamente: Viene un hombre! Y lleva un pauelo colorao en el sombrero! Seguro que trae las noticias que las ses tanto esperaban. Dios del cielo! Caetana Joana Francisca Garca Gonalves da Silva no tuvo fuerzas para reprender la actitud de la esclava. Abandon la mesa de un salto, lvida como un fantasma. Su plido rostro se confunda con el vestido de seda de color marfil que llevaba. Todas las mujeres se quedaron quietas. Mariana tena en la boca un trozo de pastel que, durante muchos minutos, se olvid de masticar. Caetana sali corriendo al porche. Doa Ana la sigui, las dems fueron detrs y, por ltimo, la- 44 -

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temblorosa Zefina, que estaba acunando a Ana Joaquina cuando, al mirar por la ventana, haba visto al hombre galopar hacia la casa. Haba puesto a la nia en la cuna y salido corriendo hacia el comedor. Ana Joaquina se haba quedado all acostadita, con los ojos abiertos, balbuceando algo que el ama no lleg a or. Caetana baj la escalera del porche sintiendo que las dems mujeres la seguan. Vio al hombre detenerse y desmontar del caballo, que entreg a un negro y, dando unos pasos rpidos, se par frente a ella mirndola con el respeto que le deba por ser una dama y esposa de quien era. Buenos das, seora Caetana. La voz del hombre era potente y ceremoniosa. Buenos das respondi Caetana. Traigo aqu una carta que el coronel Bento Gonalves enva a la seora. Y sac del bolsillo del chaleco un pequeo papel amarillo, lacrado y con el sello de Bento Gonalves que tendi a Caetana. Con permiso, seora. Caetana le arranc la carta de las manos. Se disculp enseguida por su ansiedad y el soldado le devolvi una sonrisa de comprensin. Z Pedra apareci por all. Doa Ana invit al hombre a tomar un mate y comer algo en la cocina, cosa que l agradeci: haba cabalgado desde el amanecer para estar all con la carta del coronel, y aceptaba con mucho gusto la comida y la bebida que le ofrecan. Tambin necesitaba descansar un poco antes de volver a Porto Alegre, donde estaba el resto de las tropas. Z Pedra, un negro achaparrado con cara de pocos amigos, pero que tena un gran corazn y que haba hecho de caballito llevando a lomos a los dos hijos de doa Ana, hizo una seal al soldado para que lo siguiese hasta la parte trasera de la casa principal. Caetana corri al comedor y se sent en un silln con la carta en el regazo. Estaba temblando, pero- 45 -

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esper a que las otras se acomodasen a su alrededor, una a una, las cuadas y las sobrinas, la hija a su lado, y a que la negra Zefina, que tena a su hombre sirviendo a la causa con Netto, se apostase discretamente cerca de la ventana. Slo entonces rompi el lacre donde venan las iniciales del marido. En la sala, no se oa un alma, ni siquiera la brisa meca las rboles del jardn. La voz de Caetana tembl ligeramente cuando empez a leer. Mi querida Caetana: Te escribo estas breves lneas desde el despacho del antiguo presidente de esta nuestra provincia, Antnio Rodrigues Fernandes Braga, que, como prueba de su total incapacidad y falta de valor, ha huido de Porto Alegre en un barco, antes incluso de la llegada de nuestras tropas. Hemos entrado en la ciudad esta madrugada, y lo hemos hecho sin pelear mucho y casi sin derramamiento de sangre. Por ello, te pido a ti, a mis hermanas y a todas las dems, que estis tranquilas y que tengis fe en Dios, pues l est del lado de los justos y nos gua en esta empresa. Las cosas, Caetana ma, van por buen camino, pero queda mucho por hacer. Rio Pardo todava resiste, pero nuestras tropas pasarn con xito una prueba ms. Esta ciudad de Porto Alegre, hasta el momento en que te escribo, permanece desierta y amedrentada, seguro que Braga y los suyos han estado difundiendo las peores mentiras sobre nuestras intenciones con respecto a Rio Grande y su pueblo. Pero ten fe, Caetana, que pronto te dar mejores noticias. Te echo mucho en falta, querida esposa. Quisiera estar a tu lado, pero los deberes para con mi tierra me retienen. Da un largo beso a los nios y otro a las nias. Y pide a Perptua que rece por- 46 -

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m tambin, que sus oraciones son fervorosas. Da un abrazo de mi parte a cada una de mis hermanas y diles que todos los de la familia estn bien y a esta hora descansan de la larga noche que hemos tenido. Con todo mi afecto, BENTO GONALVES DA SILVA Porto Alegre, 21 de septiembre de 1835 Cuando Caetana acab de leer, tena lgrimas en los ojos. Doa Ana tambin lloraba de alivio y de emocin. Haba pasado una larga noche de insomnio, pensando en sus hijos y en Paulo, pero ahora ya saba, tena la certeza de que todos estaban bien, que la capital era de ellos y que todo acabara en paz. Gracias, buen Dios! exclam Maria Manuela, que pensaba ms en Antnio, que nunca haba estado en una batalla, que en su esposo, tan hbil con el sable que era una leyenda en su tierra. Manuela, Mariana, Rosrio y Perptua se abrazaron con alegra. Perptua, ms que ninguna otra, estaba radiante porque su padre haba hablado de sus oraciones. S, rezara por l y por sus ejrcitos con toda la fuerza de su alma. Rosrio abraz a su madre, se sinti feliz por su to, por su padre, por su hermano, pero se acerc a doa Ana y, un poco en secreto, quiso saber: Ta, esta carta significa que podemos volver a casa? Esta carta, hija ma, significa que nuestros hombres estn vivos, o estaban vivos hasta este amanecer. Bento dice que queda mucho por hacer y que Rio Pardo todava resiste... Y suspirando aadi : Vamos a esperar. No es para eso para lo que estamos hechas, hija ma, para esperar? Rosrio asinti con la cabeza, despacio. Todas volvieron a la mesa y, poco a poco, fueron- 47 -

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retomando el almuerzo en el punto en que lo haban dejado. Un nuevo calor inundaba el pecho de Caetana. Decidi que, cuando acabase de comer, ira a jugar un poco con Leo y Marco Antnio y a contarles que su padre haba ganado una batalla ms y que era un valeroso soldado. A media maana, lleg doa Antnia, y Caetana reley para su cuada la carta de Bento. Doa Antnia oy las palabras del hermano con rostro impasible. Eran buenas noticias, sin duda. Haban tomado Porto Alegre. Esboz una leve sonrisa a la que Caetana correspondi con agrado. Despus volvi los ojos al campo. Un bracero intentaba domar un potro salvaje; la tierra roja, araada por las patas inquietas del animal, se levantaba en violentas polvaredas. El hombre resista, saba que deba tener ms paciencia que el caballo, sabia que el cansancio vencera al animal. Doa Antnia se qued contemplando el sutil espectculo. Algo arda en su pecho, un mal presagio tal vez. O quiz, quin sabe, fuese la vejez. S, se estaba haciendo vieja, y los viejos, todos lo saban, esperaban siempre lo peor. Decidi ahogar aquella angustia. Caetana dijo ella, ten la gentileza de ordenar a una criada que me traiga un mate, por favor... He venido cabalgando de la Estncia y, no s, creo que me ha entrado polvo en los pulmones. Estoy medio seca por dentro. Caetana dobl la carta con todo cuidado y la guard al abrigo de su regazo. Se levant y entr en la casa para pedir a Beata que trajese el mate. La tarde caa lentamente sobre la pampa: una luz rosada, brillante, abra sus alas sobre el paralelo 30. Era una luz mgica, que haca las cosas ms bellas y grandes.- 48 -

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Desde la ventana de la pequea biblioteca, donde haba entrado para coger una novela francesa que estaba decidida a leer, Rosrio observaba el atardecer. Ni siquiera su espritu, tan habituado a las ciudades, a los edificios blancos e imponentes, a las calles, salones y atrios de las iglesias, ni siquiera su alma, que amaba el lujo y las cosas construidas por el hombre, poda pasar inmune a aquella luz. Los rboles, las madreselvas que trepaban por el cuerpo lateral de la casa con sus flores violeta, todo pareca adquirir otra dimensin bajo el toque misterioso de la luz de poniente. Rosrio apoy la cara en las manos, ech el cuerpo hacia delante, notando cmo emanaba del suelo aquel olor a tierra, de final del da, que entraba por la nariz y calmaba los anhelos ms secretos de un ser vivo. Por un segundo, una mnima fraccin de tiempo, sinti rabia de s misma y de aquella sbita paz. No le gustaba el campo. Pero entonces algo cedi en su interior, alguna cadena se rompi y ella se entreg a aquel simple gozo. Desde que era una nia, no haba disfrutado as de un atardecer. Por el campo cabalgaban los ltimos braceros, remataban las tareas del da. Luego, las primeras estrellas, las ms brillantes de todas, aparecieron en el cielo. Los hombres haran fuego, pondran un buen pedazo de carne a asar y, entonces, uno de ellos, sacara una guitarra; tal vez uno de aquellos indios como Viriato, que cuidaba de los caballos de su padre, llevara una flauta y, con su msica triste, llenara la noche de presagios. Rosrio dio la espalda al atardecer, empezaba a recuperar el sentido comn; fuera se pona el sol y era slo eso: un sol que languideca, un da ms, algunos hombres con olor a caballo y a sudor que volvan a casa, y ella all, perdida en medio de aquella pampa infinita, bajo aquel cielo inmutable, a la espera de un- 49 -

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destino que nunca llegaba. Pens en su padre y en la promesa que le haba hecho de llevarla a Europa cuando cumpliese dieciocho aos. Pues bien, ya tena diecinueve, los haba cumplido haca poco menos de un mes y su padre le haba dicho que deban esperar, que ahora estaban sucediendo cosas ms urgentes, asuntos serios, tal vez una guerra, y que sus obligaciones de riograndense, de gaucho de la pampa, de estanciero y hombre de palabra lo obligaban a quedarse y a luchar. As pues, el padre haba puesto fin a su mayor sueo. Cuando las cosas se serenasen, podra pensar otra vez en el viaje, en Pars, en Roma, en los barcos elegantes, en las casas de t y en las modas. La mand entonces a la Estncia de la ta con un beso en la frente y le pidi que se portase bien y que velase por su madre y sus hermanas. Y mir por la ventana. Ahora un manto rojo arda all fuera. Que se ponga ese maldito sol! grit Rosrio con rabia. Saba que ninguna de las tas, ni la madre, la oiran. Estaban en el porche, aprovechando los ltimos momentos del da. Haca poco que el hombre de Bento se haba puesto en camino rumbo a Porto Alegre, con dos cartas de Caetana en la guayaca, adems de las notas que doa Ana y su madre enviaban a sus respectivos maridos. Y las mujeres, en ese momento, deban de estar calladas, pensativas, nostlgicas. Pens en las hermanas y en la prima Perptua; haba algo que la haca diferente de las dems, y era, estaba segura, una cierta finura. Perptua era bonita, claro, pero no tena la elegancia de Caetana, ni su porte de reina. Y Manuela? Manuela tena gracia, pero era callada, pensativa. Qu hombre iba a enamorarse de una criatura as, de tan pocas palabras, extraa? Y todava era muy joven, con sus misteriosos quince aos. Mariana tambin tena sus encantos las mujeres- 50 -

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de la familia siempre haban gozado de cierta belleza, pero era ms triste, le gustaba el campo, se senta feliz en la Estncia, en compaa de las otras. Las tres podran esperar durante esta guerra, y aun en otra y otra ms, pero y ella? Ella estaba a punto para los salones, bailaba elegantemente, saba desenvolverse en sociedad. Record a un oficial del Imperio, un joven de veinticuatro aos con el que haba bailado varias piezas seguidas en una fiesta, en Pelotas, haca poco tiempo. Se llamaba Eduardo. Ah, y cuntas cosas bonitas le haba dicho... Que con su porte delicado y sus cabellos dorados, era digna de bailar en los salones del emperador, de quien, por cierto, ganara todos los favores. Eduardo Soares de Souza, que as se llamaba el joven, tena unos bellos ojos verdes, serenos. Imagin que deba de estar en el asedio a Porto Alegre, luchando contra los rebeldes, contra su to Bento, contra su propio padre y su hermano Antnio. Y entonces sinti rabia, no del oficial tierno y romntico que le haba dedicado tantas galanteras, sino del padre, de la barba negra y espesa de Bento Gonalves, sinti rabia del charqui, de la sal, de todas aquellas pequeeces que ahora la hacan sufrir. Y rez un avemaria apresurado por su querido Eduardo. Si Dios quisiese, si Nuestra Seora rogase por ella, pronto estaran bailando en un saln, en un saln elegante y fastuoso, repleto de damas y de gentiles caballeros. Quin sabe si en la Corte, quin sabe si en la Corte... La noche empezaba a esparcir sus sombras. Se sent en el silln de cuero negro y se qued mirando cmo caa la oscuridad sobre la habitacin, reduciendo los dorados de antes a simples sombras cotidianas; en los estantes, los libros eran ahora pequeos bultos tristones y sin nombre, apretados en aquel mueble, a la espera de que alguien los salvase de all. Pas sus largos dedos por la tapa del volumen que tena en las manos. La escritura de las pginas, que- 51 -

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ahora apenas adivinaba a causa de la penumbra, le pareci muy bonita. En el pasillo, oy los ruidos de las negras al pasar. Estaban encendiendo las lmparas, repartiendo los candelabros. Llamaron con delicadeza a la puerta. Entra. Su voz son desprovista de paciencia. De la calle llegaba un canto lejano. Pens en los mestizos sin camisa alrededor del fuego. Sinti cierto asco. Quiere una luz, se? Viriata la miraba con sus pequeos ojos. Negra, apenas se la poda distinguir: era casi una dentadura blanca que le sonrea. Y por qu habra de querer estar en la oscuridad, criatura? Adisculpe, se... Viriata hizo una desgarbada reverencia y trat de encender las lmparas de queroseno. Con permiso dijo, y sali rpidamente de la sala, recelosa de los fros ojos de aquella muchachita plida. La tibia luz calentaba la pieza. Rosrio se decidi a leer un rato. Todava faltaba un poco para la cena y tendra que esperar mucho para el sueo. Abri el libro, y acarici el suave papel, papel europeo. Empez a leer con cierta dificultad, adivinando ms que entendiendo, saboreando ms el sonido misterioso de las palabras que su sentido. Fuera empez a soplar el viento, un viento que traa olor a flores y a descampado. Por la ventana abierta, entr una rfaga de aire que hizo temblar la llama de las lmparas. Rosrio levant sus ojos azules. La pared blanca estaba delante de ella, la librera de caoba al ras de la pared. Un fro glido invadi a Rosrio. Sus manos blancas descansaban sobre el libro, ms blancas todava, como palomas somnolientas. Sus ojos azules vieron, apoyado en la librera, el bulto inmvil del joven oficial. Un vendaje- 52 -

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ensangrentado le cubra la frente y estaba plido como las manos de Rosrio, como la pared que sujetaba la librera. Estaba lvido, pero sonrea. Por la ventana abierta entraba un olor agreste, el olor de la noche, del sueo. El soldado vesta un uniforme azul y tena el pecho cubierto de medallas. En realidad, Rosrio slo se percataba de ello ahora: no era un soldado, era un oficial. Y sonri. Tena los ojos verdosos y febriles, y la boca fina, bien dibujada en la esttica sonrisa. Y suspir. El olor a flores se volvi ms fuerte, casi insoportable. De muy lejos, cada vez ms apagada, llegaba la msica de los braceros. Rosrio de Paula Ferreira intent moverse, pero sus manos descansaban sobre el libro, ajenas a cualquier voluntad. Un grito se agarr a su garganta, pero no sali. Los ojos azules se abrieron a causa del pavor. Tienes miedo? La voz del hombre que tena delante pareca llegar de muy lejos, y era clida y suave, mansa como una flauta de sas fabricadas por los indios. Una flauta dulce. Tienes miedo, Rosrio? No, ella quera decir que no tena miedo. Estaba asustada, su cuerpo no la obedeca, el olor a flores la sofocaba, un hombre haba entrado en el despacho sin que hubiera sido invitado, un extrao, un joven extrao, era verdad, un apuesto oficial de algn ejrcito desconocido que le hablaba en castellano. No, no senta temor, es lo que quera decir, pero su boca permaneca muda. El joven oficial pareca moverse; sin embargo, su figura permaneca apoyada en la librera. Sus ojos color selva brillaban, brillaban de fiebre. Tena una herida seria en la cabeza. Sera bueno llamar a doa Ana... Doa Ana conoca las hierbas, podra ayudarlo. O a las negras. S, las esclavas tenan buenos remedios para esas cosas. Rosrio quera decirle que ira a buscar- 53 -

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ayuda. Tenan medios, podan mandar traer un mdico de Pelotas. Si vena al galope, todava poda llegar de madrugada, cuidar del herido, cambiar el vendaje sucio, ensangrentado, bajar la fiebre de esos rasgados ojos verdes. Tranquilcese, quera decirle, pero no lo haca. Tienes miedo? La pregunta sin respuesta pareca brincar por toda la sala. Responde, responde. Pero Rosrio no consegua responder. Las lgrimas asomaban a sus ojos. Quera llamar a su madre, quera llamar a doa Ana, quera llamar a doa Rosa, que decan que era buena curandera. Hizo un esfuerzo descomunal, todas las clulas de su cuerpo, juntas bajo la sola orden de levantarse. Ahora estaba de pie. El libro se le haba resbalado y haba cado al suelo de cualquier manera, con las pginas abiertas. Pero Rosrio ya no pensaba en l. Tena los ojos fijos en el oficial, que todava sonrea. Atraves la pequea sala, estaba temblando. Voy a llamar a doa Ana, pens. Estaba lvida. Recostado en la librera, el joven la observaba. El vendaje estaba ahora empapado en sangre. Tienes miedo..., la voz de l era ahora afirmativa, triste, y resonaba en los odos de Rosrio mientras sala corriendo precipitadamente por el pasillo. Casi tir al suelo a una sirvienta. Lleg a la sala donde se encontraban doa Ana, Maria Manuela y Perptua; las dems andaban por la casa. Doa Ana levant los ojos del bordado y vio a su sobrina inmvil en medio de la sala, temblando y con el rostro blanco como la escarcha. Tena un brillo extrao en sus ojos azules. Qu ha pasado, nia? dijo con los ojos clavados en la sobrina. Las otras tambin estaban mirando a Rosrio. Ests enferma, hija ma? Maria Manuela fue a abrazar a su primognita. Le toc la frente: tena fiebre. Rosrio se separ de su madre, mir fijamente a- 54 -

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doa Ana y le dijo: Ta, venga conmigo. Hay un joven en el despacho, est grave. Parece una herida de bala. Las mujeres se alborotaron. Beata, que estaba all corriendo las cortinas, se santigu. Acaso habra empezado ya? Gente herida que llegaba a la casa? Qu dices, nia? Un hombre herido de bala? Vamos ahora mismo! Doa Ana se levant y tom a la sobrina de la mano. Su mirada era de preocupacin, pero estaba serena y decidida. Acaso estaran luchando cerca de all? Fueron en procesin por el corredor. Perptua se pregunt si el soldado sera joven y guapo. Sinti pena y sinti miedo. Rosrio intentaba controlar los movimientos, quera salir corriendo de all, huir, volver a Pelotas. Haba olvidado decir a su ta que el joven hablaba castellano, pero no era importante. Estaba herido, herido de gravedad. Deba de estar ardiendo de fiebre, y era muy distinguido. Doa Ana abri la puerta del despacho con el corazn a punto de salrsele por la boca. Recorri con la vista la pequea Estncia: todo estaba tranquilo, los libros ordenados en la estantera, la silla en su rincn, el escritorio de Paulo con el tintero y el papel. Las cortinas se movan con la brisa del campo. No haba nadie all. Aqu no hay nadie dijo sorprendida. Pero si lo haba, ta. Lo juro. Rosrio, con los ojos muy abiertos, toc la librera donde el hombre haba estado apoyado. l haba estado all un buen rato, mirndola con sus verdes ojos. Y sangraba. Hija ma, qu es eso? Maria Manuela estaba confundida. La hija estaba rara, pareca enferma. De verdad haba un hombre herido aqu? Rosrio la mir con ojos enfebrecidos, lacrimosos. Haba un joven aqu! Lo he visto, lo juro! Estaba gravemente herido, con una venda en la cabeza,- 55 -

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pobre... Sangraba mucho... Creo que va a morir suspir. Ha hablado conmigo, ta Ana. Doa Ana cogi a su sobrina por los hombros, con delicadeza. Hizo que ella la mirase fijamente a los ojos, a sus ojos negros como los de Bento Gonalves, a sus ojos firmes y bondadosos. Y qu ha dicho, Rosrio? Cuntalo todo exactamente, nia... Si hay un hombre aqu, sea quien sea, tenemos que encontrarlo. Rosrio clav sus ojos en los de la ta. El hombre haba hablado con ella, tena la voz dulce y los ojos tristes. Hablaba en castellano. En castellano? Doa Ana ya no entenda nada . Y qu ha dicho, querida? Me ha preguntado si tena miedo... Slo eso. Me ha preguntado si tena miedo de l. Rosrio empez a llorar. Y yo no tena, ta... Slo estaba asustada, de verdad, y no poda moverme. Doa Ana intercambi una mirada de extraeza con la hermana. Maria Manuela abraz a su hija mientras Perptua miraba por la ventana: habra saltado el hombre afuera? Doa Ana las llev a todas a la sala, donde ya entraban Caetana, Manuela y Mariana. En una casa de mujeres, las noticias corran rpido. Rosrio no cesaba de llorar, deca que no estaba mintiendo, que all haba habido un oficial herido y que era joven. Doa Ana sinti pena de la muchacha. Seguramente estaba algo enferma, pens. Quin sabe si la angustia la haba hecho ponerse as? S, muchas veces las personas deliraban de angustia... Y Rosrio no era fuerte, no haba heredado la firmeza de los Gonalves da Silva; era frgil, delicada. Doa Ana fue junto a su sobrina y le acarici el pelo. Su voz son muy dulce cuando le dijo: Sosigate, Rosrio... Voy a mandar a Manuel y a unos hombres a que vayan a echar un vistazo por ah. Si el muchacho ha huido, no debe de estar lejos. Lo- 56 -

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traeremos a casa y le curaremos la herida, de acuerdo? Rosrio asinti con la cabeza lentamente, y su llanto se apag un poco. Ahora, hija ma, es mejor que te acuestes... Tu madre te acompaar al cuarto. Despus dir a Beata que te lleve una sopa... Nosotras nos ocuparemos de todo, te parece bien? Estaba gravemente herido... era todo lo que saba decir. Maria Manuela le tendi la mano: Ven, hija. Vamos a echarnos un poquito. Las dos salieron de la sala. Las dems mujeres rodeaban a doa Ana, y sus miradas estaban llenas de preguntas. Manda llamar a Miguel y a Z Pedra, Beata. Y diles que vengan de inmediato. La voz de doa Ana reson en la sala. Beata sali corriendo, arrastrando las chancletas de pao. Cenaron en una muda expectacin. Rosrio haba contado una historia extraa. Si un castellano estaba herido por aquellos lares, deba de ser por una pelea de taberna o algo parecido. No estaban en guerra contra el Plata, sino empezando una guerra contra ellos mismos... Pero qu hara un oficial por all? Se ha dormido al instante. Maria Manuela lleg tarde a cenar. Se haba quedado a la cabecera de la hija, velando su sueo. Haba hecho que se tomase una tila para calmar los nervios. Si encuentran a ese hombre, tenemos que avisar a Bento. l nos dir qu hacer. Caetana dudaba mucho que Manuel volviese con alguna noticia; aquella historia esconda algo. Lo que no quiero es ver enfermar a esa nia dijo doa Ana. Si el hombre aparece, lo atenderemos y- 57 -

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despus lo enviaremos a Porto Alegre. Pero si Manuel no lo encuentra por ah, dejadme a m; contar una historia para tranquilizar a Rosrio y ya no se hablar ms del asunto. Doa Ana coma sin prisa. En el fondo, saba bien que ningn castellano andaba por aquellas tierras. Tal vez, la muchacha estaba nicamente asustada por todo, por la perspectiva de una guerra. Manuela permaneca en silencio. Pens en su hermana frente a frente con el oficial. No dudaba de nada; quin sabe si no habra sido una pelea por amor, un duelo. Quin sabe si el pobre, al ver las luces de la casa, no haba ido a pedir ayuda. Lo que no entenda era la fuga as, antes del auxilio. Poda incluso morir en el campo, pues las noches todava eran muy fras. Se quedaron all, sin respuestas. Fuera empezaba a soplar un viento inquieto que haca sonar los rboles del bosque. Tal vez lloviese durante la noche. Despus de la cena, cuando Caetana ya se haba retirado para ver a los nios pequeos, volvieron Manuel y Z Pedra. Sus botas estaban embarradas; las ropas, hmedas; haba empezado a caer una lluvia fina y helada. Doa Ana fue a encontrarse con ellos en la cocina. No hemos visto nada, doa Ana. Manuel ya estaba preparndose para comer. Lo hemos rastreado todo, hasta el ro. Hemos ido hasta la Estncia de la se Antnia y nada. Si ese muchacho ha pasado por estas tierras, entonces es que ha huido como alma que lleva el diablo. Est bien, Manuel. Pero no comentis nada de esto con nadie, ni con los braceros. Z Pedra masticaba con avidez las alubias con arroz. Doa Ana saba que de su boca no saldra una palabra, no lo llamaban Pedra por casualidad: era una tumba para guardar secretos. Manuel se quit el sombrero de barboquejo y se sent a la mesa tras pedir- 58 -

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permiso a la patrona. La seora cree de verdad que haba un castellano herido por aqu? pregunt Manuel en voz baja. Doa Ana sonri. Estaba envuelta en un chal de lana negra y pareca ms pequea y ms frgil de lo que era cuando iba ataviada con sus faldas y encajes. No creo nada, Manuel... Mi madre siempre deca que en la cabeza de una moza y en un avispero, no se debe remover. Un olor bueno a lea ardiendo llenaba el ambiente. Y la juventud es una poca rara de verdad, lo mejor es dejar que pase y ya est... Buenas noches dijo saliendo de la cocina. Buenas noches, patrona respondieron a coro el negro y el capataz. En su cuarto, Rosrio dorma y, en su agitado sueo, los ojos verdes y febriles del oficial la perseguan como mariposas. Se despert en medio de la noche, y el silencio aterrador de la madrugada campera la llen de miedo. Se envolvi con la colcha y, venciendo un pnico ancestral, atraves el corredor casi a oscuras y llam al cuarto de su madre. Puedo dormir con usted? Maria Manuela sonri en la oscuridad. Se puso a un lado, dej espacio para su hija y, con la voz pastosa de sueo, le dijo: Acustate aqu, ngel mo. Y durmieron las dos cogidas de la mano.

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Cuadernos de Manuela Estncia da Barra, 2 de diciembre de 1835 Nadie supo explicar el asunto del tal castellano que haba ido a ver a Rosrio aquel da, ni nunca ms se volvi a tocar el tema. Recuerdo que, al da siguiente, doa Ana se encerr con ella en el despacho y all permanecieron un par de horas. Rosrio dej el encuentro con los ojos enrojecidos por el llanto, pero la seguridad en la voz de doa Ana nos tranquiliz a todas. Yo tambin fui jovencita. Eso suele pasar... Cuando vuelvan los hombres, haremos un baile. Para entonces, Rosrio habr olvidado toda esta historia. Y as fue. No se habl ms del asunto. Doa Antnia tampoco le dio ms vueltas. Tena muchas cosas en las que pensar. Se preocupaba de la gente de carne y hueso. Cuando acab de narrarle el encuentro que haba tenido mi hermana, me mir y me di