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William ShakeSpeare

hamlet, príncipe de Dinamarca

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Coordinación de Difusión Cultural Dirección General de publicaciones y Fomento editorial

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VersiónJuan José Gurrola

revisión y prólogoraúl Falcó

William ShakeSpearehamlet, príncipe de Dinamarca

Universidad nacional aUtónoma de méxicoméxico 2005

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primera edición: 2005

© D.r. Universidad Nacional autónoma de méxicoCiudad Universitaria, 04510, méxico, D.F.Dirección General de publicaciones y Fomento editorial

prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio, sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

iSBN: 970-32-1671-4

impreso y hecho en méxico

ilustración de colofón:© D.r. Gilberto aceves Navarro

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zequiel martínez estrada ha observado que el nombre de William Shakespeare evoca muchas veces, aun en su pro-

pia patria, “ese género de obras en que las pasiones se exaltan a categorías de cosas elementales de la naturaleza”, circunstancia que durante largo tiempo y de modo casi unánime ha suscitado tanto la desmemoria parcial por parte de la crítica para con sus dramas históricos cuanto la amnesia plena para con sus comedias, sobre todo (agregamos nosotros) allí donde se lee a Shakespeare en traducción.

es una injusticia equivalente –acotaba enseguida el mismo autor– a la que cometen críticos muy capacita-dos al considerarlo exclusivamente un poeta dramático, con olvido de sus sonetos y de sus poemas narrativos: la violación de lucrecia y Venus y adonis. Quiero decir que con lo que desdeñan los unos y los otros se podría instaurar una personalidad con la estatura de las más preclaras de las letras universales. Todas las dotes poéticas de Shakespeare son excelentes, pero no para todos los críticos.

estas palabras del gran escritor argentino, fechadas en 1963, siguen siendo válidas hoy en día para el ámbito de nuestra lengua, en especial por lo que concierne al conjunto de la obra expresamente poética del bardo, summa de la cual circulan al

prólogo

abemos que, en 1786, cuando mozart llega por fin a disfrutar de las mieles del éxito con la presentación de sus

Bodas de Fígaro en Praga, un empresario le ofrece de inmediato un jugoso contrato para estrenar cuanto antes en esa ciudad una nueva obra de su autoría. sabemos que, durante su estancia en esa ciudad, mozart y su libretista da Ponte asisten a una función de una ópera intitulada Il convitato di pietra, firmada por el compositor Giuseppe Gazzaniga y el libretista Giovanni Bertati. de inmediato, ambos artistas deciden adoptar tema y pormenores de dicha obra, y elaborar a partir de ella el inmortal don Giovanni que habría de estrenarse en Praga el lunes 29 de octubre de 1787.

Aunque algunos eruditos prefieren, en el caso de Sha-kespeare, convertirlo en posible conocedor de las eddas que refieren por primera vez y en islandés las aventuras de un tal amlothi, o en lector de la Historia dánica de saxo Gramático, redactada en latín en el siglo xii y que refiere, entre otras, las gestas del príncipe nórdico amleth, o en lector de su traduc-ción al francés y al inglés por Belleforest, bajo el título de the history of Hambleth, lo que sí sabemos es que shakespeare asistió con toda seguridad a la representación de una obra de un tal thomas Kyd, intitulada Hamlet, que gozó del favor de la cartelera londinense en 1598. tal y como procedió mozart, casi sin cambiar ninguno de los elementos básicos de la trama, el genio dramatúrgico de shakespeare supo sacarle ese provecho teatral y literario que distingue a cada una de sus producciones, sin importar el calibre anecdótico o estilístico del origen mítico

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presente una media docena de traducciones de sus, con todo merecimiento, célebres Sonetos.

pues si prescindimos de los Sonetos, y de una solitaria y es-pecialmente cuidada edición de el Tórtolo y el Fénix a cargo de Nicole D’amonville alegría, el corpus poético de Shakespeare, sobre todo sus poemas largos Venus y adonis (1593) y la vio-lación de lucrecia (1594), después de cinco siglos de existencia editorial, sólo nos es conocido a través de dos traducciones: la de luis astrana marín y la de Fátima aguad (realizada ésta al alimón con pablo mañé Garzón.) ambos trabajos, digámoslo de una vez, nos hurtan la magnificencia de las obras originales. Tal vez ello se deba a que las versiones en prosa de astrana marín, en especial su lucrecia, muestran un excesivo apego a las que Émile montegut hizo, en 1861, para la librairie hachette et Cie. de parís. No nos ha sido posible hacer un cotejo riguroso de las ediciones en su conjunto, la de aguilar y la de hachette, pero mucho tememos que su resultado nos colocaría ante el hecho de que la traducción más manejada y leída de Shakespeare en espa-ña y américa hispánica, la traducción por excelencia en nuestra lengua, ha sido hecha directamente... del francés. en cuanto a la versión de aguad y mañé Garzón, pese a que fue pergeñada presuntamente en verso, evidencia que su texto es casi una copia literal de la de astrana marín.

huelga decir pues que la summa poética de William Shakes-peare, al menos en español, constituye hasta ahora el lado oscuro del mayor legado literario de todos los tiempos. esperamos con esta traducción en verso estar contribuyendo, así sea en mínima medida, a desvelar una parte de ese universo brillante, que en nada desmerece en relación con el resto de la obra del genio.

u histórico de sus fuentes. sin embargo, aceptando que “the Globe company” incluyó seguramente esta nueva producción en su repertorio entre 1598 y 1601, la primera edición del Hamlet de shakespeare data del 1603 y está elaborada a partir del uso fraudulento del libreto de un actor o de un traspunte, plagada de errores y omisiones, al grado de que el mismo autor, indignado ante este fraude, interpone una querella en contra del editor acusándolo de piratería flagrante. Éste último, acaso iluminado tanto por la admiración como por el sentido del comercio, prefiere ofrecerle al autor regalías adelantadas y de-rechos de exclusividad si, de su puño y letra, éste se compromete a entregarle la versión autorizada y definitiva de esta obra. Gra-cias a ello, hoy disponemos del manuscrito de 1604, en el que shakespeare retoma su propio texto, cambia el orden de ciertas escenas así como los nombres de algunos personajes, añade más de mil versos a la versión anterior (al grado de que Hamlet es la obra más dilatada del catálogo shakespeariano) y usa literaria-mente (muy cercanamente al espíritu de sus casi confesionales sonetos) un texto eminentemente dramático para denunciar, a través del personaje de Hamlet y de sus brutales contrastes con su entorno, toda la amargura, lucidez y desencanto que, en ese año de 1604, le ocasionaron la disolución de su compañía en medio de las más siniestras intrigas, la traición de su mujer con su mejor amigo y los nubarrones de incertidumbre que ya podían avistarse respecto al futuro inmediato del reino y de la corona. estamos pues frente a uno de los casos más curiosos de la literatura dramática de la historia, ya que, siendo Hamlet uno de los parangones más indiscutibles de la historia del teatro, se trata finalmente de un texto literario, cuya finalidad nunca fue en mente de su autor la de cumplir con un diseño ideado para su representación, aunque, sin embargo, al mismo tiempo, su

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la inscripción de lucrecia en el registro de libreros de la época ha sido formulada en estas palabras: 9 may, 1594. (mr. harrison, sen.) a Book intitled the ravyshement of lucrece. en aquel mismo año comenzó a circular la primera edición de la obra, con el título y la leyenda que siguen: lucrece. london. printed by richard Field, for iohn harrison, and are to be sold at the signe of the white Greyhound in paules Church-yard, 1594. el propio harrison la editó nuevamente, en octavo, en 1598, 1600 y 1607. la obra fue dada a la estampa otra vez en 1616, en una edición presumiblemente “corregida y revisada”, pero, a la hora del cotejo, con más imprecisiones que las anteriores. la publicación siguiente, que se dice “revisada”, es de 1624, y va acompañada de notas que distan mucho de ser instructivas o interesantes. es probable que Shakespeare no haya revisado las pruebas de imprenta de las ocho piezas dramáticas publicadas en londres con su nombre en vida suya, pero todo indica que sí se tomó ese cuidado con sus dos obras iniciales, ya que los dos poemas han llegado hasta nosotros casi libres de erratas.

así pues, la primera obra shakesperiana que conoció las prensas no fue, como todo haría esperarlo, una pieza dramática sino un poema narrativo. hecho explicable, por lo demás, si consideramos que en la época de isabel los poetas dependían del patrocinio de la nobleza, mientras que los dramaturgos vivían de las monedas que les arrojaba el público. al respecto, Borges ha escrito: “De Quincey conjetura que para Shakespeare, la repre-sentación teatral era la verdadera publicidad, no la impresión de un texto”. De este modo se argumenta que su obra dramática no estaba destinada a publicarse por el recurso de la imprenta, sino de viva voz, puesto que era una propiedad teatral, no literaria;

osada dramaturgia y su estrategia arquitectónica constituyen una de las cumbres de la meditación acerca de las causas de la enfermedad del teatro y de lo que éste puede llegar a ser si se cuestionan sus anquilosados axiomas.

no nos cabe la menor duda de que shakespeare ya se había ejercitado en estos menesteres con insólito virtuosismo y ca-pacidad de convencimiento en el terreno de la comedia, pero Hamlet representa el paso vertiginoso de llevar a la práctica este mismo procedimiento en el ámbito casi sagrado de la tra-gedia. resulta evidente que, ante el imponente catálogo de sus tragedias históricas, shakespeare era sin duda un experto en el conocimiento de los procedimientos aristotélicos en cuanto a la concatenación dramática que debe cumplir una tragedia para que su eficacia catártica pueda rematar el dispositivo estructu-ral que se desanuda con la asunción de su propio destino por el héroe-víctima con el consiguiente castigo y restablecimiento de la justicia que conlleva la revelación de la verdad. Pero es inevitable evocar a un William shakespeare, actor y dramaturgo que, tras cientos de representaciones, frente a las previsibles e infalibles reacciones del público, empieza a nutrir, a la par de un desprecio cada vez mayor ante la invariable eficacia de los mecanismos de manipulación de masas, la osadía de atreverse a trastocarlos, a desplazarlos, a postergarlos, a no satisfacerlos, a sorprenderlos, a reinventarlos. semejante reto no es poca cosa. nada más frágil que mantener la atención de la audiencia si se abandonan los procedimientos a los que está acostumbrada. ¿cómo llevar a cabo una revolución en estos mecanismos sin romper los hilos sutiles que los mantienen alertas? ¿Hasta dónde puede estirarse la postergación de sus concatenaciones sin que mengüe la sustancia dramática que los alimenta? más allá de todos los equívocos históricos que han ensalzado a partir de

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carecía de valor fuera del escenario. es posible; pero también lo es que, durante un tiempo al menos, Shakespeare haya pensado que su fama postuma no la debería a sus composiciones para el teatro sino a su obra poética, pues, como se sabe, en el renaci-miento el estatuto de autor dramático no gozaba del prestigio del que disfrutaría más tarde. por lo contrario, el género teatral era combatido violentamente por los puritanos, que lo tachaban de inmoral.

aunque menos exitoso que su primer poema narrativo, del cual se imprimieron nueve ediciones en igual número de años, lucrecia conoció entre 1594 y 1632 la nada desdeñable cifra de siete ediciones. el nombre del autor y el título con que hoy lo conocemos sólo acompañaron la publicación hasta 1616, año por cierto de la muerte del poeta. Tanto Venus como lucrecia fueron dedicados a henry Wriothesley, conde de Southampton. era aquella una época en que todos los escritores buscaban el cobijo de un mecenas. Tal vez no haya sido otra la intención de Shakespeare al consagrarlos al rico e influyente henry, joven de diecinueve años, quien, a más de gustar de los poemas de corte mitológico, era dueño de una surtida biblioteca. Se ha conjetu-rado que a él también (W. h. serían sus iniciales invertidas) le habría dedicado el bardo su obra poética más célebre: “Sonetos de Shakespeare, nunca hasta ahora impresos. la obra está dedicada al señor W. h.,único autor (breeder) de los siguientes sonetos”.

Desde los primeros humanistas hasta Spenser, los autores del renacimiento inglés fundaron sus ambiciones en el principio

su publicación al personaje de Hamlet, desde la identificación del joven príncipe, dandy esbelto y elegante en su luto, con la fragilidad hipersensible del artista romántico, cuyo “mal del siglo” padecieron Hugo, vigny, musset, Gautier, Berlioz o delacroix, hasta las elucubraciones más rebuscadas de las interpretaciones de inspiración sicoanalítica y los excesos en pos de una originalidad a toda costa que inspiraron a varios de los más brillantes actores del siglo xx, la hipótesis de un dispositivo teatral perfectamente premeditado en torno a la percepción del público merece ser expuesta y puesta a prueba con relación a los enigmas dramatúrgicos que saltan a la vista en la mayoría de las escenas y en muchas de las contradicciones que declaran los personajes.

no es rebuscado ni requiere de mayor ciencia sorprenderse, por ejemplo, ante el hecho de que Horacio, cortesano danés, declara no haber visto al rey padre de Hamlet más que una sola vez, pero no duda en afirmar que el atuendo del espectro es el que traía puesto, treinta años antes, cuando venció en duelo al rey Fortinbrás de noruega. ni lo es que el mismo espectro, cuando declara haber estado dormido en el momento en el que fue enve-nenado, describa con toda claridad el procedimiento mediante el cual el asesino le vertió el líquido fatal en el caracol de la oreja. ni lo es, de un modo más sutil, que Hamlet sospeche del espionaje de Polonio y de claudio en su escena con ofelia o que le exponga con la mayor brevedad a su madre que lo sabe todo acerca del complot en su contra y que tiene bajo control el asalto de los piratas a la nave que pretende conducirlo al patíbulo en ingla-terra, así como el hecho de que engañe a su confidente Horacio al hacerse pasar ante él por rehén de dichos piratas cuando, en realidad, la escena siguiente entre el rey claudio y laertes nos revela que ellos no son más que sus mensajeros. obviamente,

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amén de lo que la puesta en escena pueda revelarnos acerca del espionaje al que se entregan la mayoría de los personajes, está claro que fue voluntad del autor sugerirnos que, entre escena y escena, cada uno de estos personajes (Hamlet en especial) puede haberse enterado de muchas más cosas que las que pueden o deben ser declaradas en las escenas propiamente dichas. de esta manera, lo dicho y lo no dicho conviven extraña y conti-nuamente, sobre todo si tomamos en cuenta que Hamlet declara ante Horacio y los centinelas, tras haber escuchado el discurso del espectro, que no tendrá más opción ante las situaciones que habrá de enfrentar que la de fingir locura y desvarío, sin expli-car que tal será su estrategia para poder tener la oportunidad de cumplir con el mandato de su padre muerto. sin embargo, desde el mismo momento en el que decide no confiarle a nadie lo sucedido con el espectro, surge en él la necesidad de que su venganza pueda ser llevada a cabo sin “mancillar el alma”. lo cual también explica en buena medida que sus dudas y vaivenes no sólo sean producto de cierta delectación morosa, que irrita tanto al público como a Hamlet mismo, sino que configuran al mismo tiempo las cavilaciones de quien trata de encontrar la manera de matar a claudio amparado en un buen motivo. sólo Horacio sabrá la verdad más adelante, revelada por cierto fuera de escena, cuando Hamlet requerirá, durante la representación de “la ratonera”, su testimonio acerca del comportamiento de clau dio. nadie más en la corte comprendería o per donaría un asesinato cuyo motivo aparente tan sólo podría ser la ambición de poder. Por ello, le es preciso a Hamlet obtener la confesión de claudio o, por lo menos, la prueba de su felonía. el desenlace de la representación de “la ra t o nera” empieza a brindársela, con-firmándosela la carta dirigida al rey de Inglaterra y la confesión final de Laertes, que precipita la acción de Hamlet en contra de

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claudio. esta preocupación es tal que, impronunciada a lo largo de toda la obra, tan sólo será dicha cuando Hamlet está a punto de expirar: “things standing thus unknown”, justo antes de pedirle a Horacio que lave su memoria. si no mata al rey claudio mientras éste se encuentra rezando a solas, es porque no sólo lo mataría en una situación de santidad que le evitaría ser enviado a padecer los tormentos del infierno, sino sobre todo porque su honor se vería arruinado por un asesinato a sangre fría. en cambio, si algunos minutos más tarde, no duda en atravesar con su espada a Polonio disimulado tras los cortinajes de la alcoba de la reina, seguro de que se trata de claudio, es porque podría aducir este espionaje en su defensa, vengando a su padre sin tener que confesar su verdadero motivo, que es justamente el argumento que no puede revelar ante la evidencia de que sería inmediatamente interpretado como un insostenible pretexto para adueñarse de la corona danesa.

sin embargo, ¿qué diferencia puede haber entre la manipu-lación tras la cual se protege Hamlet ante los asedios con los que la corte lo hostiga a través de distintos personajes y la supuesta confesión sincera mediante la que sus monólogos frente al público pretenden convencernos de la veracidad innegable de sus palabras? ¿Qué se puede esperar de alguien que organiza una representación teatral en medio de una representación teatral? ¿a quién debemos mirar en ese momento? Por supuesto, buscamos sorprender, con Hamlet y Horacio, la reacción del rey claudio, pero también miramos la representación desdoblada de los hechos que ya nos han sido referidos, al grado de poder darnos el lujo de llegar a juzgar, gracias al procedimiento, hasta su mala calidad y sus artificios del gusto más ramplón. ¿En qué lugar se encuentra pues el público, sobre todo si se nos declara que la obra se llama “la ratonera”? claro, la presa deseada es

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el rey claudio, pero ¿no es presa también el público, que sin chistar, acepta este desdoblamiento, al grado de convertirse a su vez en una entidad similar a la que Hamlet se ha propuesto desenmascarar? ¿cuál es el factor que, ya a estas alturas de la obra, aún nos mantiene en vilo, dispuestos a soportar las dudas y demoras de Hamlet? no es otro que el mismísimo espectro que, hábilmente puesto por shakespeare al principio de la obra, representa el espíritu ancestral de la tragedia griega, portador de la verdad, de la culpa, de la necesidad de justicia y venganza. este motor, gracias a la habilidad calculada del autor, será capaz de mantenernos expectantes ante la posibilidad de un desenla-ce ortodoxo, a lo largo de casi cuatro horas de indecisión, de duda, de razonamiento, con la constante presencia, no de un héroe de tragedia al que se le va revelando inexorablemente la predeterminación de su destino, sino del primer personaje de la dramaturgia occidental que ostenta inteligencia, duda, honor, libre albedrío y que, finalmente, negándose a ser un eslabón más en la cadena de la violencia vengativa, será presa de otro torbellino, acaso peor que el que todos esperábamos.

En efecto, finalmente Claudio será asesinado con lujo de violencia y determinación, pero, sin embargo, todas las demás víctimas morirán de modo accidental, haciendo que esta supuesta tragedia se convierta, violando las leyes del género, en una san-grienta serie de sucesos mucho más siniestra que una tragedia clásica. más allá de la muerte de Polonio (que Hamlet cree ser claudio) y la de ofelia (referida por Gertrudis como accidente, pero calificada por los sacerdotes como suicidio), que ya des-encadenan en su equívoco lo que está por suceder, las muertes de la reina, de laertes y de Hamlet son fruto de circunstancias desafortunadas en medio de un complot doblemente premedi-tado por claudio. sin embargo, lo que precipita la acción de un

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Hamlet, paralizado tan sólo en apariencia (o sea, en escena) por la reflexión, es la rivalidad que en él despierta Laertes, tanto en su discurso ante la tumba de ofelia como en el manejo que el rey claudio hace de su habilidad de esgrimista para convencer a Hamlet de que se bata a duelo con él.

el más dubitativo y consciente de los personajes que el teatro haya prohijado se convierte, ante estos estímulos, en una víctima inmediata e irreflexiva de los efectos que produce la fascinación de la rivalidad. Finalmente, el paralelismo que existe en la obra entre los personajes de Hamlet, laertes y Fortinbrás (como los que existen entre ofelia y Gertrudis y su relación con los hombres), la analogía de sus destinos de orfandad y reivindicación así como sus cambiantes pero casi equivalentes ubicaciones respecto al poder, se resuelven por medio de una violencia mimética que todo lo arrastra una vez desencadenada la indiferenciación que la caracteriza. ¿cómo entender que Hamlet acepte, no sólo disculparse ante laertes, sino, con-taminado acaso por una violencia sin sosiego, enfrentarlo en combate disparejo con las apuestas del rey asesino a su favor? ¿Qué tragedia quiso shakespeare que presenciáramos? ¿cómo podemos olvidar el viejo esquema del destino predeterminado, frente al cual el personaje pivote tan sólo puede padecer el pro-ceso paulatino de revelación de la verdad que lo define? ¿Cómo podemos admitir que, a pesar de partir del dato estereotipado, oracularmente sobrenatural, que hace que el espectro conmine al héroe a que cumpla una venganza en nombre de la justicia, la tragedia que shakespeare despliega ante nuestro asombro nos obliga a considerar no sólo que la violencia puede brotar siempre nueva de cualquier parte y contaminarlo todo, sino que el mecanismo de unanimidad unificadora que esperábamos ver satisfecho se ha convertido, a pesar del orden que se ve

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restablecido al final de la obra, en un enigma candente, mucho más capaz de provocar división de opiniones y enfrentamientos que de garantizar un acuerdo generalizado del público ante la evidencia de una verdad irrefutable.

Han pasado 400 años y, sin embargo, estas preguntas toda-vía carecen de respuesta, razón por la cual Hamlet sigue siendo una obra cuyos planteamientos piden ser, si no asimilados, por lo menos considerados de acuerdo a las intenciones de su autor, en vez de verse convertida, cual reacción eruptiva de defensa, en la radiografía de una parcela individual de la patología humana. curiosamente, el atrevimiento anacrónico del que shakespeare hizo gala en este drama presenta una contigüidad inquietante con algunas obras de arte que le son casi estrictamente contem-poráneas. la primera que me viene a la mente es las meninas de velásquez, en la que la mirada del espectador, muy cercana a la manera en que shakespeare sitúa y desdobla la función del público, se ve puesta en el centro de una composición que la excluye en términos de representación, pero sin la que la ar-quitectura del cuadro carecería de sentido. la segunda es don Quijote de la mancha de cervantes, novela en la cual, aparte del anacronismo de su protagonista y de su incesante filosofar para interpretar un mundo que al principio se encuentra en las antípodas de su visión, el hecho de que los personajes de su fic-ción lean, en la trama misma de las primeras páginas del segundo tomo, las peripecias a las que se vieron expuestos en el primero les su giere proceder de manera más acorde frente a los desvaríos del protagonista, prestándose así a un fingimiento que logrará volver real, o sea ficticio, el entorno que el caballero de la triste figura anhela percibir para comprobar la verdad de sus visiones.

Mundos de espejos y de reflejos, en los cuales el arrojo y la clarividencia de sus creadores llegaron a prescindir de la

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aceptada verosimilitud de todas las creencias y procedimientos que siguen seduciendo nuestra imaginación, logrando sugerir instancias más reales e inquietantes que aquellas en las que la ortodoxia de la ficción representativa, más descarada que nunca en sus expresiones actuales, sigue repitiendo hasta el hartazgo fórmulas casi tribales que no han dejado de garantizar que la función de cohesión social del arte sea el único criterio que sigue desplegando su virulencia con tal de disimular o borrar los riesgos de estas memorables aventuras espirituales. aún hoy, capaces de resistir con pie firme los constantes arrestos de la tradición, estas visionarias arquitecturas siguen inquietando y cuestionando en cada uno de nosotros la certidumbre de nues-tras percepciones y la seguridad de nuestra identidad, gracias a la eficacia de una espiritualidad superior, más contemporánea y reveladora de nuestra condición que el amasijo de ficciones que nos empeñamos en seguir llamando realidad.

raúl Falcó

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dramatis Personae

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claudio, rey de dinamarcagertrudis, reina de dinamarca y madre de Hamlethamlet, príncipe de dinamarcapolonio, consejero del reyofelia, hija de Poloniohoracio, amigo de Hamletlaertes, hijo de Poloniovoltimand, cortesanocornelio, cortesanorosencrantz, cortesanoguildenstern, cortesanoosric, cortesanogentilhombresacerdotemarcelo, oficialbernardo, oficialfrancisco, soldadoreinaldo, sirviente de Polonioactoresdos sepulturerosfortinbrás, príncipe de noruegacapitánembajadores inglesesespectro del padre de hamlet

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danesescortesanos, oficiales, soldados, marineros, mensajeros y otros asistentes

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acto

i

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acto i • escena 1 27

EscEna 1(Elsinore. Bastión de guardia frente al castillo. Francisco está montando guardia. Entra Bernardo y se dirige ha cia él.)

bernardo: ¿Quién va?

francisco:contesta tú; no te muevas y di tu nombre.

bernardo:¡viva el rey!

francisco:¿Bernardo?

bernardo:en persona.

francisco:llegas puntual.

bernardo:Ya dieron las doce… vete a descansar, Francisco.

francisco:Qué bueno que has llegado a relevarme; este maldito frío me está calando hasta los huesos.

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28 Hamlet

bernardo:¿todo en calma?

francisco:ni siquiera he visto una rata.

bernardo:Buenas noches, entonces. si de paso ves a Horacio y marcelo que tienen que compartir conmigo la guardia, diles que se den prisa.

francisco:me parece que los escucho. ¡alto! ¿Quién va? (entran Horacio y marcelo.)

horacio:súbditos de dinamarca.

marcelo:¡Fieles servidores del rey!

francisco:Bienvenidos.

marcelo:Buenas noches, valeroso soldado. ¿a quién le ha tocado relevarte?

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acto i • escena 1 29

francisco:a Bernardo. Buenas noches. (sale.)

marcelo:¡Hola, Bernardo!

bernardo:¿Ya llegó Horacio?

horacio:(dándole la mano.) aprieta un pedazo de él.

bernardo:Bienvenido, Horacio, y tú también, mi buen marcelo.

marcelo:dime. ¿volvió a aparecerse esta noche?

bernardo:nada he visto.

marcelo:Horacio dice que se trata de un producto de nuestra ima-ginación. se niega a creer que hemos visto dos veces esa terrible aparición. Por eso le he suplicado que nos acom-pañe durante nuestra guardia a esta hora y, si se vuelve a aparecer, podrá darle crédito a lo que hemos visto además de intentar hablarle.

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30 Hamlet

horacio:¡Bah, bah! nada se aparecerá.

bernardo:siéntate aquí un momento y de nuevo vamos a asediar tu atención, que tanto se resiste a nuestro relato, con los pormenores de lo que dos veces nos ha tocado presenciar.

horacio:Bien, sentémonos y que Bernardo nos lo cuente todo.

bernardo:apenas anoche, mientras que la luna, al occidente del polo, había seguido su curso para iluminar esa región del cielo en la que ahora brilla, marcelo y yo, cuando venía de dar la una... (entra el espectro, armado.)

marcelo:¡silencio! ¡no digas más! ¡mira! ¡está de regreso!

bernardo:Y con el mismo aspecto, idéntico al de nuestro difunto rey.

marcelo:tú que sí sabes, Horacio, háblale.

bernardo:¿no es cierto que se parece al rey? Fíjate, Horacio.

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acto i • escena 1 31

horacio:es idéntico. me invaden el miedo y la extrañeza.

bernardo:Quiere que le hablemos.

marcelo:tú, dile algo, Horacio.

horacio:¿Quién eres, tú quien usurpas a un tiempo esta hora de la noche y la noble figura guerrera que distinguía a su difunta majestad de dinamarca? ¡Habla, te lo ordeno, en nombre del cielo!

marcelo:lo hemos ofendido.

bernardo:mira, se marcha.

horacio:¡espera! ¡detente! ¡Habla, habla! ¡te ordeno que hables! (sale el espectro.)

marcelo:se desvaneció sin querernos contestar.

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32 Hamlet

bernardo:¿Pues bien, Horacio? tiemblas y te has puesto pálido. ¿éramos víctimas de una ilusión? ¿Qué nos puedes decir?

horacio:¡santo dios! sin la evidencia sensible y verdadera que han visto mis ojos, nunca lo habría creído.

marcelo:¿no es cierto que es idéntico al rey?

horacio:como tú te pareces a ti mismo. su armadura era la misma que vistió cuando se batió a duelo contra la am bición del rey de noruega, y su ceño estaba igual de fruncido como cuando, en el fragor de la disputa, acabó sobre el hielo con los polacos en su trineo. todo esto es muy extraño.

marcelo:Pues ya ha pasado dos veces, a esta hora muerta de la noche, con el mismo porte militar frente a no sotros.

horacio:No sé lo que esto signifique en particular, pero no puedo dejar de sentir que se trata de un presagio nefasto para nuestro país.

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acto i • escena 1 33

marcelo:Justamente. sentémonos ahora y que quien esté enterado me diga la razón de tanta vigilancia estrecha, impuesta noche tras noche a los habitantes de este país. ¿Con qué fin las fundidoras fabrican cañones diariamente? ¿Y por qué se adquiere en el extranjero tanto armamento? ¿Por qué son contratados tantos trabajadores en los astilleros, cuya dura labor no conoce la diferencia entre el domingo y el resto de la semana? ¿Qué se está tramando, al grado de que tanta febril actividad ni siquiera deja de sudar por las noches? ¿Quién podría explicármelo?

horacio:Yo puedo. o, por lo menos, esto es lo que se rumora. nuestro último rey, ése mismo cuya imagen se nos acaba de aparecer, fue, como bien lo sabéis, retado a batirse en duelo contra el rey Fortinbrás de noruega, a quien estimulaba un gran sentimiento de rivalidad: nuestro valiente Hamlet –apreciado como tal en todo el mundo civilizado– mató a Fortinbrás. Pero resulta que este rey, mediante un pacto sellado y en todo conforme a la ley y a la heráldica, había consentido en cederle al vencedor, a cambio de su vida, todos los territorios que había conquistado. en contrapar-tida, nuestro monarca, en caso de ser derrotado, se había comprometido a cederle a los herederos de Fortinbrás una porción equivalente de tierras. todos los territorios apostados, en virtud de este acuerdo y del artículo que lo estipulaba, pasaron a formar parte del reino de Hamlet. sin embargo, señor, el joven Fortinbrás, inflamado por el ardor juvenil, se ha dedicado a reclutar por todas partes, en los

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lugares más inhóspitos de noruega, un ejército de delin-cuentes y de menesterosos, con el fin de llevar a cabo una empresa muy osada. la cual consiste, como muy claramente lo ha percibido nuestro gobierno, en recuperar por la fuerza y sin la menor negociación los territorios perdidos por su padre. éste es, desde mi punto de vista, el verdadero motivo de tanto preparativo, de tanta guardia nocturna y la razón de fondo de todo este jaleo que se nos ha venido encima.

bernardo:creo que se trata exactamente de eso y así se explica el hecho de que esta sombra profética se nos aparezca con su armadura, evocando con tanta precisión al rey que fue y sigue siendo la causa de estas guerras.

horacio:Basta un átomo, una brizna de polvo, para que se turbe el ojo del alma. cuando roma se hallaba en su mayor esplendor, encumbrada por sus triunfos, poco tiempo antes de la caída del todopoderoso césar, se pudo ver cómo los sepulcros se quedaban sin inquilinos, mientras los cadáveres amortajados se carcajeaban y pegaban voces vagando por las calles de roma... cometas cruzando el cielo, lluvia de sangre, heca-tombes que se podían leer en el sol y en el húmedo planeta, cuya influencia gobierna el imperio de Neptuno, esfumán-dose y a punto de apagarse como si hubiera llegado el día del juicio final. Y he aquí, de nuevo, a los mismos heraldos anunciando siniestros acontecimientos, esos mensajeros que anteceden siempre a las desgracias, prólogos de desastres

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inminentes, que manifiestan cielo y tierra a nuestro clima y a nuestros conciudadanos. (vuelve a aparecer el espectro.) Pero, ¡silencio! ¡mirad! ¡Ha vuelto! voy a cortarle el paso aunque me cueste la vida. ¡detente, sombra! si hay que llevar a cabo una acción honorable, que puede serle útil a tu alivio y a mi salvación, ¡háblame! si sabes de una desgracia que aceche a nuestro pueblo, que pudiéramos prevenir, ¡oh, habla! o, si en vida habías enterrado un tesoro mal habido, razón por la cual, se dice, suelen volver los muertos, ¡dímelo! ¡detente y habla! (canta un gallo.) ¡no dejes que se vaya, marcelo!

marcelo:¿le doy con mi lanza?

horacio:Hazlo si no quiere detenerse.

bernardo:¡aquí está!

horacio:¡aquí está!

marcelo:¡se ha ido! (sale el espectro.) Hemos cometido un error ante su gran majestad, ofendiéndolo con nuestra violencia; de hecho, es tan invulnerable como el aire, y nuestros inútiles arrestos tan sólo vanos simulacros de hostilidad.

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bernardo:iba a hablar cuando cantó el gallo.

horacio:Y de inmediato se estremeció como un pobre culpable ante un citatorio que lo espanta. dicen que cuando canta el gallo, ese clarín mañanero, despierta al rey del día con su chirrido discordante, y avisa a todos los espíritus errantes del aire o del agua, de la tierra o del fuego, que ha llegado la hora de irse a ocultar a sus escondites: y lo que acabamos de ver nos demuestra su verdad.

marcelo:se esfumó cuando cantó el gallo. dicen que siempre, cuando se conmemora el santo nacimiento de nuestro salvador, el pájaro del alba canta durante toda la noche; y también se dice que no hay un solo espíritu que se atreva a rondar en la limpia noche, ni que ejercen influjo alguno los planetas, ni que las brujas pueden hechizar ni las hadas encantar, de tan santa y sagrada que es esa noche.

horacio:también yo lo he oído, y en parte lo creo. Pero ved cómo la aurora, con su manto color de rosa, viene llegando de puntillas sobre el rocío en aquel cerro que da al oriente. rompamos nuestra guardia y, si se me permite dar un consejo, debemos referir a Hamlet todo cuanto hemos visto esta noche aquí, ya que apuesto a que esta visión, que para nosotros fue muda, aceptará hablar con él. ¿tengo vuestro

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consentimiento para informarle lo su cedido, en nombre de la fidelidad y la fraternidad que le debemos?

marcelo:lo tienes, sin duda; además sé dónde podremos, de modo muy oportuno, encontrarlo esta mañana. (salen.)

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EscEna 2(Un salón de ceremonias en el castillo. Fanfarrias. Entran Clau-dio, Gertrudis, Hamlet, Polonio, Laertes, Voltimand, Cornelio, señores y servidores.)

claudio: aún fresca está en nuestra memoria la muerte de nuestro querido hermano Hamlet, y lo más propio sería que nuestros corazones se mantuviesen sumidos en la tristeza y que todo nuestro reino siguiese observando el luto. sin embargo, al enfrentarse sabiduría y naturaleza, y lo tenemos juicio-samente presente en nuestro pensamiento, no pudimos olvidarnos de nosotros mismos. tal es el motivo por el cual, a la que fue nuestra hermana y sigue siendo nuestra reina, a la gobernadora imperial de este reino belicoso, con desolada felicidad, si así puedo decirlo, con un ojo brillante y el otro abatido, con alegría en el funeral y con un réquiem en la boda, sopesando en justo balance placer y pena, hemos decidido desposar y, al hacerlo, no hemos pasado por alto vuestros valiosos juicios, que nos han apoyado con toda libertad en semejantes circunstancias. ¡a todos vosotros, nuestra gra-titud! sin embargo, bien sabéis lo que ahora nos apremia. el joven Fortinbrás, suponiendo que estamos débiles, o creyendo que, a causa de la muerte de nuestro querido hermano difunto, nuestro estado dividido y resquebrajado le ofrece una ventaja imaginaria, no ha dejado de asediarnos con mensajes exigiendo la restitución de los territorios que su padre perdió en buena lid a manos de nuestro valiente hermano. esto, en cuanto a sus intenciones. Y he aquí lo que

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hoy nos reúne frente a sus amenazas: mediante estas cartas que vamos a mandar a noruega, le pedimos al tío de Fortin-brás –quien, débil y enfermo, ignora lo que se propone su sobrino– que le impida proseguir con sus preparativos, pues anda reclutando y organizando a sus propios súbditos. Y a vosotros, mis buenos cornelio y voltimand, designo para que seáis portadores de nuestro saludo al viejo noruego, sin que esto os otorgue más poderes para tratar con él que los que permiten las instrucciones que se detallan en estas misivas. adiós, hago votos porque vuestra prontitud sea reflejo de vuestro afán.

cornelio y voltimand: en ello, como en cualquier otro asunto, daremos pruebas de nuestra fidelidad.

claudio: no tenemos de ello la menor duda. de todo corazón, buen viaje. (salen cornelio y voltimand.) Y, ahora, laertes, ¿qué asunto te trae ante nos? nos has hablado de cierto pedido: ¿qué deseas, laertes? no le puedes hablar al rey danés de una manera vana: ¿qué podrías pedir, laertes, que no fuera mi ofrecimiento antes que tu deseo? no está la cabeza más ligada al corazón, ni más pronta es la mano a la palabra, de lo que tu padre lo es al trono de dinamarca. laertes, ¿qué cosa quieres?

laertes: venerado señor, vuestra venia para volver a Francia, de donde tuve el placer de regresar a dinamarca para presentar

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ante vos mis respetos en ocasión de vuestra entronización. ahora, una vez cumplido este deber, confieso que mis pensamientos y deseos se vuelven hacia Francia y solicitan la gracia de vuestro consentimiento para ausentarme.

claudio: ¿tienes el de tu padre? ¿Qué dice Polonio?

polonio: a fuerza de insistencia, señor, ha logrado, no sin reservas, obtener mi permiso y, dándole mi consentimiento en contra de mi propio sentir, terminé por autorizar su deseo. Permi-tid, si así os place, que se vaya.

claudio: Goza, laertes, del favor del momento. ¡sea tuyo el tiempo y que los mejores augurios lo pongan de tu lado! ahora, sobrino Hamlet, mi buen hijo...

hamlet: (aparte.) “sobrino” me parece poco, y “buen hijo” de-masiado.

claudio: ¿de dónde surgen estos nubarrones que siguen pesando sobre vuestra cabeza?

hamlet: de ninguna manera, señor, me la paso asoleándome.

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gertrudis: mi querido Hamlet, aparta de ti tan sombríos humores y dirígele a dinamarca una mirada amistosa. Haz que tus párpados hinchados dejen de seguir buscando a tu padre entre el polvo. Bien sabes que todo cuanto vive ha de morir, regresando de la vida a la eternidad.

hamlet: sí, señora, bien lo sé.

gertrudis: entonces, ¿por qué te parece cosa tan singular?

hamlet: ¿“Parece”, señora? Pues no: yo ignoro eso de “parece”. no se trata tan sólo de que este manto negro, mi buena madre, ni de que los atuendos rituales del dolor del luto, ni de que la vana expiración de un soplo contenido, no, ni de que la fuente que mana de los ojos, ni de que el semblante demacrado del rostro, ni de que todos los aspectos, todas las apariencias y las formas del dolor, puedan expresar en verdad lo que siento: no son más que muestras, gestos que pueden ser fingidos, reglas y boato del luto; pero lo que a mí me sucede sobrepasa todas las apariencias.

claudio: marca es de la loable dulzura de vuestros sentimientos, Hamlet, ofrendar a la memoria de vuestro padre tan tris-tes deberes; pero, bien sabéis que vuestro padre perdió

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al suyo, y que este padre muerto también había perdido al suyo, y que, al que sobrevive, su nexo filial lo obliga a observar, durante cierto tiempo, la pena fúnebre. Pero anclarse en la obstinación de un luto es señal de impía terquedad y de un dolor indigno de un hombre; es muestra de una voluntad que se rebela contra el cielo, de un cora-zón débil, de un alma que no sabe someterse, de un juicio inmaduro e ingenuo; ya que, aquello que sabemos que es ineluctable y tan banal como cualquier objeto cotidiano, ¿por qué tomarlo tan a pecho con dolorosa obstinación? ¡atrás! Porque pecado es contra el cielo, contra los muertos, pecado contra natura, totalmente absurdo ante la razón, para la cual la muerte de los padres es tema familiar, y que, siempre, sí, desde el primer cadáver hasta el que hoy acaba de expirar, siempre ha gritado: “¡Fatalidad!” apartad, os lo ruego, tan estéril pena y ved en nos a un padre; ya que, y lo proclamo ante el universo entero, sois vos quien más cerca está de nuestro trono y, con todo el noble afecto que el padre más querido le profesa a su hijo, os declaro mi afecto. en cuanto a vuestra intención de vol-ver a Wittenberg para proseguir vuestros estudios, es en todo punto contraria a nuestro deseo y os suplicamos que consintáis en quedaros aquí, bajo el reconfortante calor de nuestra mirada, como el primero entre los cortesanos, nuestro sobrino y nuestro hijo.

gertrudis: ¡Que los ruegos de tu madre no hayan sido en vano, Hamlet! Quédate con nosotros, te lo suplico, y no te vayas a Wittenberg.

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hamlet: trataré de obedeceros en todo, señora.

claudio: ¡Bravo! cortés y afectuosa es esta respuesta; sed en di-namarca mi otro yo. seguidme, señora; esta espontánea aceptación de Hamlet hace que mi corazón sonría y, para agradecerlo, no habrá copa que hoy el rey apure sin que truene un cañonazo hacia las nubes y sin que el cielo, ha-ciéndole eco a nuestros muy reales tragos, repercuta este terrestre estruendo. seguidme. (Fanfarria. todos salen, salvo Hamlet.)

hamlet: ¡oh, qué diera por no ser de carne y hueso! ¡Poder disol-verme, diluirme y convertirme en vapor! ¡ah, si el todopo-deroso no hubiera prohibido el suicidio! ¡oh, dios! ¡oh, dios mío! ¡Qué fastidiosas, caducas, añosas, chatas y planas me parecen todas las cosas de este mundo! ¡Qué ignominia! ¡vivir en un jardín descuidado, sumido en el abandono, en el que proliferan los brotes más repugnantes! ¿cómo se ha podido llegar a todo esto? ni siquiera han pasado dos meses desde su muerte... no, ¡ni eso! ni siquiera dos, y un rey tan excelso, ¡que frente a éste era Hiperión comparado con un sátiro! con mi madre era tan atento que no dejaba que los vientos del cielo rozaran su rostro. ¡cielo y tierra! ¿cómo no recordarlo? ella dependía de él como el apetito cuando cobra fuerza al comer. Y, sin embargo, apenas en un mes... no

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quiero ni pensarlo. ¡Fragilidad es tu nombre, mujer! ¡ni un mesecillo, ni siquiera como para que el par de zapatos con los que siguió al cuerpo de mi pobre padre, cual niobé envuelta en lágrimas, pudiera desgastarse tan sólo un poco! ¡sí, ella, ella misma –oh, dios, un animal habría sufrido más tiempo–, se casó con mi tío, el hermano de mi padre, tan distinto de él como yo de Hércu les! ¡menos de un mes! ¡antes de que la sal de su llanto mentiroso habría dejado de enrojecer sus ojos hinchados, ya contraía nupcias! ¡ay, endemoniada prisa, con qué puntería los mandaste al incestuoso le cho! ¡no debe ser, no puede ser, de esto sólo puede resultar algo malo! ¡Quiébrate corazón, puesto que sólo callar me queda! (entran Horacio, marcelo y Bernardo.)

horacio: Que dios os bendiga, alteza.

hamlet: me alegra verte bien. si no me engaño, tú debes ser Horacio.

horacio: Sí, alteza, el mismo, y como siempre, vuestro fiel ser vidor.

hamlet: amigo has de llamarme, como yo a ti. ¿Y qué te trae de Wittenberg, Horacio? ¿ Y tú eres marcelo, no es así?

marcelo: mi buen señor...

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hamlet: Qué gusto verte. (a Bernardo.) Buenas noches, señor. (a Horacio.) Pero Horacio, ¿dime qué te ha hecho dejar Wittenberg?

horacio: mi propensión a la vagancia, señor.

hamlet: no me agradaría oírselo decir al enemigo, y deberías violen-tar mi oído para que le prestara crédito a este alegato contra ti mismo. tú no eres un vago, me consta. ¿Qué asunto, pues, te trae a elsinore? Porque, si de beber se trata, ya verás la clase de borrachera que te administraremos antes de que te vayas.

horacio: mi señor, quise asistir al funeral de vuestro padre.

hamlet: Por favor, no te burles, mi querido condiscípulo. Quieres decir que viniste a asistir a las bodas de mi madre.

horacio: es un hecho, señor, que se celebraron casi de inmediato.

hamlet: ¡Previsión, Horacio, previsión! las deliciosas viandas que humearon en ocasión del velorio fueron las carnes frías

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que se sirvieron en el banquete de bodas. antes de padecer semejante día, Horacio, hubiera preferido enfrentar en el cielo a mi peor enemigo. ¡mi padre!… ¡me parece que lo estoy viendo!

horacio: ¡mi señor! ¿dónde?

hamlet: en el ojo de mi mente, Horacio.

horacio: lo vi una vez. era un rey como pocos.

hamlet: era un hombre como pocos y creo que jamás volveré a ver a otro como él.

horacio: creo, señor, haberlo visto anoche.

hamlet: ¿visto? ¿a quién?

horacio: a vuestro padre, el rey.

hamlet: ¿a1 rey? ¿mi padre?

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horacio: calmad un segundo con oído atento vuestro asombro, para que pueda exponer, tomando por testigos a estos dos caballeros, este insólito suceso.

hamlet: Por el amor de dios, habla ya.

horacio: dos noches seguidas, estos dos caballeros, marcelo y Bernardo, estando de guardia, en el vasto silencio de la medianoche, fueron testigos de lo siguiente. Una silueta similar a la de vuestro padre, estrictamente armado de pies a cabeza, quedo y grave, con paso majestuoso, aparece y se pasea frente a ellos. ante sus miradas sorprendidas y aterradas, pasa tres veces, casi rozándolos con su bastón, mientras ellos, paralizados por el miedo, se quedan mudos, sin poder hablarle. me lo vinieron a contar en secreto, todavía temblorosos, y yo decidí acompañarlos a montar guardia la tercera noche. Y ahí, en ese lugar, tal y como me lo habían referido, confirmando tanto sus palabras como la hora y la apariencia, el espectro se vuelve a aparecer. no pude más que reconocer a vuestro padre: estas dos manos no pueden ser más reales.

hamlet: ¿dónde pasó esto?

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marcelo: en el bastión en el que estábamos de guardia, señor.

hamlet: ¿Y no pudieron hablarle?

horacio: sí, mi señor, pero no contestó. sin embargo, en un mo-mento, me pareció que irguió su rostro, dispuesto a hablar; pero justo en ese momento, irrumpió el canto del gallo matutino y, ante ello, se esfumó a toda prisa y de sapareció de nuestra vista.

hamlet: esto es raro, muy raro.

horacio: Pero tan cierto, honorable señor, como que respiro y, por serlo de tal manera, acordamos que nuestro deber nos obligaba a hacéroslo saber.

hamlet: en verdad, señores, en verdad, todo esto me inquieta. ¿montaréis guardia esta noche?

bernardo y marcelo: así es, señor.

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hamlet: ¿Habéis dicho que traía su armadura?

bernardo y marcelo: sí, señor.

hamlet: ¿de pies a cabeza?

bernardo y marcelo: de pies a cabeza, mi señor.

hamlet: entonces, ¿cómo habéis podido distinguir su rostro?

horacio: sí lo pudimos, señor, porque llevaba alzada la visera.

hamlet: ¿Y su semblante? ¿tenía fruncido el ceño?

horacio: su expresión denotaba más dolor que enojo.

hamlet: ¿estaba pálido o sonrojado?

horacio: muy pálido.

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hamlet: ¿Y fijó la vista en vosotros?

horacio: nunca dejó de hacerlo.

hamlet: oh, ¿cómo no estuve yo allí?

horacio: Porque pasmado os hubiérais quedado.

hamlet: Puede ser, puede ser. ¿Y duró mucho tiempo?

horacio: lo que me tardo, sin darme prisa, en contar hasta cien.

bernardo y marcelo: más, más.

horacio: no cuando yo lo vi.

hamlet: ¿su barba era entrecana? ¿o no?

horacio: era como yo se la vi en vida… negra, con brillo plateado…

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hamlet: ahí estaré hoy. Quizá vuelva esta noche.

horacio: señor, tenedlo por cosa segura.

hamlet: Si reviste la figura de mi noble padre, habré de hablarle, aunque se abra el mismo infierno y me conmine a callar. os suplico a los tres, si hasta ahora habéis sabido conservar todo esto en secreto, que vuestro silencio lo siga alber-gando y, pase lo que pase esta noche, quédese impreso en vuestra mente y no en vuestra lengua. entonces, hasta luego; me uniré a vosotros en la explanada, entre las once y la medianoche.

horacio, bernardo y marcelo: cuente vuestra señoría con nuestra obediencia.

hamlet: no, vuestra amistad es con lo que cuento, como vosotros con la mía. Hasta luego. (todos salen, salvo Hamlet.) ¡la sombra de mi padre vestida con su armadura! algo anda muy mal. intuyo alguna jugarreta. ¡Hágase ya de noche! Paciencia, alma mía: aunque los haya sepultado la tierra toda, los crímenes terminan por mostrarse a plena luz. (sale.)

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EscEna 3(En casa de Polonio. Entran Laertes y Ofelia.)

laertes: mi equipaje ya está a bordo. Hasta pronto, hermana mía. cuando los vientos sean propicios y la ocasión se pinte calva, no seas floja y mándame noticias tuyas.

ofelia: ¿acaso lo dudas?

laertes: respecto a Hamlet y a sus volubles galanteos, considera que son coqueteos que dicta la moda, caprichos del tem-peramento, una violeta al borde de la primavera, precoz y fugaz, exquisita y efímera, que tan sólo habita y perfuma un breve instante, y nada más.

ofelia: ¿nada más que eso?

laertes: nada más, no lo dudes. el natural crecimiento no sólo opera en el tamaño y los músculos; cuando nuestras sienes se ensanchan, también lo hacen el espíritu y el alma. es probable que hoy te quiera y que nada deshonre o empañe ahora su noble deseo; pero debes temer, dada su grandeza, que su deseo no le pertenezca: no puede negar su linaje.

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no le sería posible, como a cualquier plebeyo, decidir a su antojo, ya que de su decisión dependen la seguridad y el bienestar de todo el reino; por lo tanto, su elección se halla forzosamente restringida por el voto y el consentimiento de ese cuerpo cuya cabeza es la que pesa sobre sus hombros. así que si dice que rerte, será razonable creerle, en la sola medida en que su acción personal y su rango puedan rati-ficar sus palabras, o sea en la medida en que la mayoría de dinamarca le otorgue su aprobación. te es indispensable medir qué desmedro podría padecer tu honor si le prestas a su seducción un oído demasiado crédulo, si pierdes tu corazón o si ofrendas tu más preciado tesoro a sus desen-frenados requerimientos. ten cuidado, mucho cuidado, querida hermana, y amurállate tras de tu tierna tendencia, al abrigo del peligroso alcance del deseo. la doncella más casta ya es demasiado pródiga si descubre su belleza ante la luz de la luna; la virtud misma no se salva ante los dardos de la calumnia. demasiado a menudo, el chancro corroe por dentro a los brotes de la primavera antes de que los botones lleguen a abrirse y las gangrenas contagiosas son más virulentas en el rocío de la primera edad. Por lo tanto, ándate con tiento: la mejor seguridad es el temor, porque sólo la juventud misma está en pie de lucha contra sí misma.

ofelia: el fondo de tu excelsa lección velará sobre mi corazón. Pero te suplico, mi buen hermano, que no imites a esos sacerdotes culpables que muestran cuán espinoso y abrupto es el camino del cielo, mientras que ajenos a sus propios sermones, como

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libertinos ahítos y di so lutos, se dedican a recorrer el camino florido de los placeres.

laertes: no temas por mí. Pero ya estoy retrasado y aquí llega mi padre. (entra Polonio.) Una bendición por duplicado me hace doblemente feliz. Una sonrisa acoge esta segunda despedida.

polonio: ¿aún aquí, laertes? ¡Pero es que ya deberías haberte em-barcado! El viento infla tus velas y sólo faltas tú. (Pone sus manos sobre la cabeza de laertes.) ven, recibe esta bendi-ción y que estos consejos perduren en tu memoria. Palabra no le des a tus pensamientos, y menos un acto a cualquier pensamiento desproporcionado. con la gente, sé amistoso, pero nunca vulgar. a los amigos que tengas, ya probados, tenlos aferrados a tu alma con garfios de acero, pero no le tiendas tu palma al primer bisoño que aparezca. cuídate de entablar un pleito, pero si ya no puedes evitarlo, compórtate de tal manera que tu contrincante te tema. tu oído abre a todos, pero a muy pocos tu voz; acepta todas las opiniones, pero guarda sólo para ti la decisión que adoptes. viste lo que tu bolsa pueda pagar, pero no caigas en extravagancias; lujosamente, pero sin boato, ya que la indumentaria a me-nudo revela al hombre, y los franceses más encumbrados por su riqueza o su linaje, suelen ser propensos a mostrar en esto su buen gusto y su distinción. no pidas prestado ni prestes, ya que prestar suele hacer que se pierda al amigo

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con el dinero, y pedir prestado tan sólo adelgaza el hilo de la economía. Pero sobre todo, lo siguiente: sé fiel a ti mismo y, así como la noche sigue al día, no podrás serle desleal a nadie. Hasta pronto: pueda mi bendición lograr que todo esto fructifique en ti.

laertes: señor mío, humildemente me despido de vos.

polonio: la hora es propicia; encamínate, que tus sirvientes te esperan.

laertes: Hasta pronto ofelia, y recuerda bien lo que te dije.

ofelia: Un cerrojo cierra mi memoria y tan sólo tú tienes la llave.

laertes: adiós. (sale.)

polonio: ofelia, ¿qué te ha dicho?

ofelia: Os lo voy a confesar: se refirió al señor Hamlet.

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polonio: válgame, qué pensamiento tan atinado. me han dicho que, desde hace cierto tiempo, te ha dedicado muy a menudo momentos privados, y que tú misma, libre y generosamen-te, le has otorgado tu atención. de ser así –como me ha sido referido para prevenirme– es mi deber decirte que no disciernes con claridad en ti misma el comportamiento que le corresponde a mi hija para salvaguardar su honor. ¿Qué hay entre vosotros? dime toda la verdad.

ofelia: de un tiempo a esta parte, mi señor, me ha confesado su gran afecto hacia mi persona.

polonio: ¿afecto? ¡Puf! Hablas sin el menor conocimiento, inexperta en este tipo de circunstancias peligrosas. ¿crees realmente en estas declaraciones de afecto, como las llamas?

ofelia: no sé, mi señor, qué es lo que debo pensar.

polonio: Pues bien, voy a decírtelo: piensa que eres una pobre recién nacida que ha tomado por dinero contante y so nante estas declaraciones que carecen absolutamente de cualquier valor de cambio. déjate de tonterías, o si no –sin agotar esta expresión a fuerza de ponerla a correr a todo galope– te verás obligada a saltar para librar el obstáculo.

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ofelia: Padre mío, siempre su amor se me acercó del modo más honorable.

polonio: claro, “modo” es la mejor palabra. ¡tonterías! ¡ tonterías!

ofelia: Y fundamentaba sus palabras con casi todas las promesas sagradas del cielo.

polonio: ¡claro! ¡trampas para atrapar perdices! cuando la sangre quema, lo sé muy bien, cuán pródigamente convierte el alma esas promesas en palabras. Pero estos fulgores, hija mía, que dan más luz que calor, presto pierden ambas cosas cuando se declara la promesa: no creas que son fuego. de ahora en adelante, deberás ser más parca en cuanto a tu virginal presencia y habrás de ponerle un precio más elevado a tus conversaciones que el que le has puesto a la obligación de dialogar. en cuanto al señor Hamlet, debes entender que es joven y que puede soltar mucha más rienda que tú: en suma, ofelia, no creas en sus promesas: éstas son como los es peculadores, no como los que exhiben su mercancía, sino como los que son meros intermediarios en asuntos culpables, que susurran cual piadosos y santos alcahuetes, con la sola finalidad de engañar mejor. Dicho de una vez por todas, y para hablar con total franqueza, ya no quiero que dediques un solo minuto de tu tiempo a estar y conversar

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con el señor Hamlet. entiéndelo, es una orden. Y, ahora, márchate.

ofelia: así lo haré, mi señor. (salen.)

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EscEna 4(El bastión de guardia. Entran Hamlet, Horacio y Marcelo.)

hamlet: el aire corta como cuchillo: ¡vaya frío!

horacio: Pica y cala hasta los huesos.

hamlet: ¿Qué hora es?

horacio: están por dar las doce.

marcelo: no, ya dieron.

horacio: ¿en serio? no me di cuenta. entonces, poco falta para que llegue el momento en el cual el espectro se aparece. (se escuchan fanfarrias y disparos de salva.) ¿Qué es eso, señor?

hamlet: claudio anda de juerga también esta noche: la orgía y la danza frenética se desatan y, mientras corre el vino del rin por su gaznate, metales y tambores braman la gloria de sus francachelas.

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horacio: ¿así lo acostumbra?

hamlet: ¡Pero claro! aunque, por ser oriundo de estas tierras, estas juergas me sean familiares desde pequeño, pienso que sería más honorable acabar con ellas que seguir observándolas. no hay nación, del oriente al occidente, que no critique y condene este desenfreno embrutecedor: nos tildan de borrachos y el calificativo de “puercos” mancilla nuestra reputación: de hecho, a nuestras hazañas, por muy merito-rias que puedan llegar a ser, ya no se les reconoce la savia y la médula de nuestro mérito. lo mismo sucede con los individuos, entre los cuales a menudo puede observarse que un lamentable defecto de la naturaleza, de nacimiento por ejemplo –con el que nada tienen que ver, porque nadie escoge su origen– o también un exceso de temperamento, que a menudo derrumba las murallas y los fuertes de la razón, o algún hábito, que infla con demasiada levadura la forma de las buenas costumbres, estos individuos, decía, llevan la marca de alguna falla, estigma de la naturaleza, azar de un planeta, y sus demás méritos, aunque tengan la pureza de la gracia y la grandeza que pueda alcanzar la humanidad, están perdidos para todos por causa de este defecto particular: una gota de vinagre envenena toda la noble sustancia. (entra el espectro.)

horacio: ¡Príncipe, mira, aquí viene!

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hamlet: ¡Ángeles y ministros de la gracia, ampárennos! aunque seas un espíritu tutelar o un duende maligno, que vengas a traernos soplos celestiales o ráfagas del infierno, que tus intenciones sean caritativas o perversas, te apareces bajo una forma tan misteriosa que no puedo más que querer hablarte. ¡Hamlet habré de llamarte, rey, padre, soberano danés! ¡oh, contéstame! ¡no me dejes sumido en la igno-rancia! ¡Dime por qué tus huesos santi ficados, encerrados en su ataúd fúnebre, han reventado su mortaja! ¡Por qué el sepulcro, en el que te habíamos sepultado en paz, permitió que resucitaras, abriendo sus pesadas fauces de mármol! sí, ¿por qué pues, cadáver muerto, retornas armado de pies a cabeza para volver a ver los movedizos fulgores de la luna, que hacen que la noche sea siniestra, y a nosotros, juguetes de la naturaleza, tan consternados por el espanto que invade nuestro ser cuando intentamos pensamientos que nuestras almas no podrían concebir? ¿Por qué? ¿Por qué? dímelo. Y, ¿qué debemos hacer? (el espectro le hace señas a Hamlet.)

horacio: Quiere que lo sigáis, como si quisiera comunicaros algo sólo a vos.

marcelo: mirad con qué ademán tan cortés os invita a seguirlo hacia un sitio más apartado. no lo hagáis.

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horacio: no, no lo sigáis.

hamlet: aquí no quiere hablar. voy a seguirlo.

horacio: no, señor.

hamlet: ¿Qué? ¿a qué debo temerle? mi vida vale menos que la punta de un alfiler y, si mi alma es tan inmortal como la suya, ¿cómo podría vulnerarla? de nuevo me hace señas. voy tras él.

horacio: ¿Y si os llevase hacia el mar, señor, o hasta la cumbre ver-tiginosa del acantilado que domina las aguas, y adop tase otra forma espantosa, que pudiera disolver la sobera nía de vuestra razón y hundiros en la locura? Pensadlo: ese lugar por sí solo, sin ninguna otra causa, llena de desesperación a cualquiera que mire el mar y oiga sus rugidos desde tan alto.

hamlet: el ademán de nuevo. avanza, yo te sigo.

marcelo: no iréis, señor.

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64 Hamlet

hamlet: no me toquéis.

horacio: seguid nuestro consejo: no lo sigáis.

hamlet: me llama mi destino, endureciendo la más tierna de mis arterias como los nervios del león de nemea. otra vez me llama: señores, soltadme.¡Por todos los cielos, juro convertir en un espectro a quien pretenda detenerme! os lo repito, ¡dejadme en paz! adelante, te sigo. (salen el espectro y Hamlet.)

horacio: Su exaltación lo orilla a desafiarlo todo.

marcelo: Hay que seguirlo. no debemos obedecer sus órdenes.

horacio: vayamos pues. ¿adónde nos va a conducir todo esto?

marcelo: algo podrido apesta en dinamarca.

horacio: el cielo proveerá.

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acto i • escena 4 65

marcelo: ojalá así sea, pero vayamos tras él. (salen.)

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66 Hamlet

EscEna 5 (Un lugar más lejano en el bastión de guardia. Entran el Espectro y Hamlet.)

hamlet: ¿adónde me llevas? Habla. no daré ni un paso más.

espectro: escúchame.

hamlet: escucho.

espectro: Ya está muy cerca la hora en que habré de entregarme a la tortura de las llamas del azufre.

hamlet: ¡desventurada aparición!

espectro: no quiero piedad, sino que prestes atención a lo que he venido a revelarte.

hamlet: Habla. oírte es mi obligación.

espectro: Y vengarme, cuando lo sepas todo.

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acto i • escena 5 67

hamlet: ¿Qué?

espectro: soy el alma de tu padre, condenado durante un tiempo preciso a volver de noche, y encarcelado en ayunas entre las llamas del día, hasta que el fuego purgue los crímenes odio-sos cometidos durante mi vida natural. si no fuera porque tengo prohibido revelar los secretos de mi prisión, podría emprender un relato cuya más mínima palabra destrozaría tu alma, congelaría tu sangre juvenil, haría que tus ojos saltaran de sus órbitas como astros de sus esferas, y erizaría los rollos de tus bucles peinados, horripilando cada uno de tus cabellos, como las púas del inquieto puerco espín. Pero esta revelación de la eternidad está vedada para las orejas de carne y sangre. ¡oh, escucha, escucha, escucha! si alguna vez amaste a tu padre.

hamlet: ¡oh dios!

espectro: ¡cobra venganza de un infame y horrendo asesinato!

hamlet: ¿asesinato?

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68 Hamlet

espectro: ¡todo asesinato es abyecto, pero éste es horrendo, desna-turalizado, inexplicable!

hamlet: Presto deja que me entere, para que con alas tan prontas como las del pensamiento o las del amor, pueda yo volar hacia mi venganza.

espectro: te siento bien dispuesto, y deberías ser más inerte que la planta carnosa que cuelga de los bordes del leteo para que mi relato pudiera dejarte impasible. ahora, escucha Hamlet. se dice que, dormido en mi jardín, me picó una serpiente y todo el reino de dinamarca sigue engañado por este falso relato de mi muerte. Pero has de saber, noble joven, que la serpiente cuyo veneno mató a tu padre porta hoy su corona.

hamlet: ¡oh! ¡mi alma era profética! ¡mi tío!

espectro: sí. esa bestia incestuosa, esa bestia adúltera, con su espíritu encantador y sus regalos insidiosos –¡oh, cómo un espíritu y unos obsequios perversos pueden tener tal poder de se-ducción!– logró que cayera en las redes de su vergonzosa lubricidad la voluntad de mi reina, que parecía ser tan virtuosa. ¡oh, Hamlet, qué derrumbe! ¡caer de mí, cuyo afecto era tan digno que siempre iba de la mano con mi

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acto i • escena 5 69

juramento nupcial, para ir a dar a las garras de un miserable, cuyos atributos, frente a los míos, son tan lamentables! Pero, como la virtud nunca se deja conmover, aunque la lujuria intente cortejarla con apariencias angelicales, la sensualidad, aunque unida a un ángel radiante, siempre querrá satisfacerse en un lecho celestial mientras se atiborra de vísceras. Pero, dejemos esto. Ya creo percibir los aromas del alba. He de ser breve. mientras dormía mi siesta de siempre en el jardín, tu tío llegó a hurtadillas, a esa hora en la que no hay ningún miedo, trayendo en un frasco un extracto de beleño, y vertió en el caracol de mi oreja esa ponzoñosa esencia, tan reñida con la sangre humana, que se dispersa tan rápidamente como el mercurio a través de todos los umbrales y ramales del cuerpo, con el brusco vigor con el que el ácido corta la leche, coa gulando y deteniendo el flujo sanguíneo. Esto hizo con mi sangre y enseguida toda mi piel se vio cubierta, como la de un leproso, por una capa costrosa y repugnan te. así fue como, en medio del sueño y a manos de un hermano, perdí a un tiempo vida, esposa y corona. segado así en medio de mi vida pecadora, sin comunión, sin viático, sin extremaunción, fui enviado sin haber rendido mis cuentas, cargando a cuestas todas mis faltas, ante el tribunal de dios. ¡oh, qué horrendo, horrendo, demasiado horrendo! si la naturaleza habla a través tuyo, no lo soportes. ¡no permitas que la cama so berana de dinamarca sea el lecho en el que se regodean la lujuria y el maldito incesto! Pero, sea cual fuere tu manera de cumplir este acto, no mancilles tu alma ni trames nada en contra de tu madre; deja que el cielo y las espinas que tiene clavadas

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70 Hamlet

en el corazón la hieran y la aguijoneen. adiós, a toda prisa. Ya está palideciendo el fuego inútil de la luciérnaga ante el amanecer inminente. ¡adieu, adieu! ¡no me olvides! (sale.)

hamlet: ¡ay, cohortes celestiales! ¡ay, tierra! ¿algo más? ¿también he de incluir el infierno? ¡Qué asco! ¡Calma, calma, corazón mío! Y vosotros, músculos míos, ¡no os hagáis viejos de golpe, manteneos firmes para poder seguir sosteniéndome erguido! ¡olvidarte! ¡olvidarte! ¡de ninguna manera, pobre espectro, mientras la memoria conserve su lugar en este crá-neo alterado! ¡no y no! He de borrar de mi memoria todos los recuerdos banales y estúpidos, todas las sentencias de los libros, todas las imágenes, todas las impresiones pasadas que han estampado en ella la juventud y la observación, y, en el libro, en el volumen de mi cerebro, tan sólo prevalecerá tu mandato, sin que ninguna materia vil lo altere: ¡así será, por el cielo! ¡ay, hembra malévola! ¡ay, traidor, traidor, inmundo traidor sonriente! ¡mis apuntes! es menester que consigne que se puede sonreír, seguir sonriendo y ser un traidor. en todo caso, estoy seguro de que esto es posible en dinamarca. (escribe.) Ya está, tío, ya estás apuntado. Y ahora, mi lema: “adieu, adieu, adieu. no me olvides.” lo he jurado. (Fuera de escena.)

horacio: ¡señor! ¡señor!

marcelo: mi señor Hamlet.

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acto i • escena 5 71

horacio: ¡el cielo os proteja!

hamlet: ¡así sea!

marcelo: ¡Hea, hea, mi señor !

hamlet: ¡Hea, hea, nene! ¡ven aquí, pajarito, ven! (entran Horacio y marcelo.)

marcelo: ¿entonces, señor?

horacio: ¿Qué noticias, mi señor?

hamlet: ¡sorprendentes!

horacio: contádnoslo todo, mi buen señor.

hamlet: no, porque lo divulgaríais.

horacio: Yo no, mi buen señor, guárdeme el cielo.

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72 Hamlet

marcelo: ni yo, mi buen señor.

hamlet: entonces si lo decís... ¿Qué corazón podría creerlo? ¿Guar-daréis el secreto?

horacio y marcelo: Por supuesto, mi señor, en nombre del cielo.

hamlet: No hay un solo pillo en toda Dinamarca que no sea un rufián consumado.

horacio: Para descubrir eso, mi señor, no es necesario que un espec-tro salga de su tumba.

hamlet: razón tienes, mucha razón. Por lo tanto, sin entrar en mayor detalle, creo oportuno que nos demos la mano y nos separemos. Que cada uno vaya a lo suyo, que ni tareas ni deseos le faltan a nadie. en cuanto a mí, pobre de mí, sólo me queda ir a rezar.

horacio: señor, éstas tan sólo son palabras sin sentido, divagaciones.

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acto i • escena 5 73

hamlet: lamento de todo corazón si os he ofendido; sí, a fe mía, de todo corazón.

horacio: no, mi señor, no ha habido ofensa alguna.

hamlet: Por san Patricio, sí hay ofensa y muy grave, Horacio. en cuanto al espectro, se trata de un espectro honrado, eso sí puedo afirmarlo. Pero en cuanto a vuestro deseo de saber lo que hablamos, superadlo lo mejor que podáis. Y ahora, queridos amigos, estudiantes y soldados, sólo os pido que me concedáis un único y modesto favor.

horacio: Por supuesto, mi señor, ¿de qué se trata?

hamlet: Que nunca digáis nada acerca de lo que habéis visto esta noche.

horacio y marcelo: noble señor, jamás.

hamlet: sí, pero debéis jurarlo.

horacio: mi señor, os doy mi palabra.

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74 Hamlet

marcelo: Yo también, mi señor.

hamlet: ¡sobre mi espada!

marcelo: señor, lo hemos jurado.

hamlet: no, no ¡sobre mi espada!

espectro: ¡Jurad!

hamlet: ¡ajá, muchacho¡ tú lo has dicho! ¿andas por aquí, buen hombre? venid todos aquí: ¿habéis escuchado al amigo desde el fondo de su bodega? Jurad.

horacio: Formulad el juramento, señor.

hamlet: Jamás decir palabra alguna acerca de este acontecimiento. ¡Juradlo sobre mi espada!

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acto i • escena 5 75

espectro: ¡Jurad!

hamlet: ¿Hic et ubique? vamos a otra parte. venid aquí caballeros y volved a poner vuestras manos sobre mi espada. Jamás decir palabra alguna acerca de lo que habéis presenciado.

espectro: ¡Jurad!

hamlet: ¡Bien dicho, topo mañoso! ¿así de rápido avanzas bajo tierra? ¡Qué velocidad para excavar! movámonos de nuevo, queridos amigos.

horacio: Por el día y por la noche, ¡qué extraño es todo esto!

hamlet: entonces, acógelo con la misma cortesía que a un extranje-ro. más cosas hay, Horacio, en el cielo y sobre la tierra que las que sueña tu filosofía. Pero, escuchadme. Aquí, como antes, con la misma verdad que le prestáis a la gracia de dios, por muy extraño o singular que llegue a pareceros mi comportamiento –ya que es posible que considere propicio, dentro de poco, fingir cierta insólita disposición– cuando así me veáis, no vayáis a poner de este modo las manos sobre las caderas, o sacudir así la cabeza, o pronunciar alguna

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76 Hamlet

frase ambigua: “ah, claro, sí, lo sabemos”, o “si estuviera en nuestras manos, es seguro que...”, o “si habláramos”, o “los hay que, de poder hacerlo...”, o mostrar algún tipo de reticente aceptación, para dar a entender que sabéis algo acerca de mí –¡juradlo, con la misma verdad con la que esperáis, en el momento supremo, que os sean otorgados la gracia y el perdón!

espectro: ¡Jurad!

hamlet: ¡Paz, paz, espíritu agitado! (Juran.) Pues bien, señores, quedo en vuestras manos y todo lo que esté al alcance de un hombre tan pobre como Hamlet para demostraros su amistad y gratitud no os faltará, con la venia de dios. ca-minemos juntos y, siempre, por favor, silencio y discreción. descoyuntados están estos tiempos: maldita misión la de tener que enderezarlos. vamos, partamos juntos. (salen.)

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Í n d i c E

PróloGo ..........................................................................9

dramatis Personae ....................................................................21

acto i ..........................................................................................25

acto ii .........................................................................................77

acto iii ......................................................................................119

acto iv ......................................................................................173

acto v ......................................................................... 215

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Hamlet, príncipe de dinamarca, editado por la dirección General de Publicaciones y Fomento editorial se terminó

de imprimir en abril de 2005, en los talleres de Formación Gráfica s.a. de c.v., matamoros

112, col. raúl ro- mero, 57630, ciudad nezahualcóyotl, estado de méxico. el tiro consta de1 000 ejemplares impresos en papel

cultural de 90 grs, y el de forros y camisa protectora en cartulina Graphika lineal de 216 y 104 grs, respecti-vamente. coordinación editorial: rodrigo Fernández de Gortari. diseño y formación, marycarmen mercado. cuidaron la edición

Patricia Parada y Patricia Zama.