IX Certamen Internacional de Poesía
Ciudad de Lepe
Ayuntamiento de Lepe. Archivo MunicipalAutor: Vicente Martín MartínPortada: Tomás ÁlvarezCoordina: Juana Otero PrietoI.S.B.N.: 978-84-934984-3-6Dep. Legal: H-199-2007Imprime: Imprenta Real, S.L.
JURADO
Dña. Ana LlácerD. Antonio de Padua Díaz
D. Julián Ávila
Donde se pone el sol
VICENTE MARTÍN MARTÍN
PRESENTACIÓN
¿Qué es poesía? ... Como ya preguntaba Bécquer en una de sus más famosas rimas, ésta ha sido una de las cuestiones más debatidas a la largo de la historia de la literatura. Pero independientemente de las definiciones que podamos encontrar, de la métrica y de los parámetros estéticos, la poesía es, ante todo, la manifestación de los sentimientos por medio de la palabra.
Y es precisamente la cercana expresión de las emociones lo que caracteriza la obra Donde se pone el sol de Vicente Martín Martín, ganadora del IX Certamen Internacional de Poesía ‘Ciudad de Lepe’, que organiza anualmente el Ayuntamiento de Lepe con el propósito de contribuir a la promoción de la creación poética y consolidándose como un concurso de reconocido prestigio en el panorama literario.
La obra que a continuación presentamos trata temas como el amor, los pensamientos, sueños y recuerdos desde una perspectiva intimista, transmitiendo dinamismo a través de su marcado ritmo y su correcta estructura, lo que se manifiesta en la fluidez de sus versos.
En este sentido, recomendamos la lectura de este libro, que como bien definió el jurado, “relata con soltura las sensaciones y percepciones cognitivas del autor” y que no les va a dejar impasibles, porque Donde se pone el sol es, sin duda, poesía.
Manuel Andrés González RiveraAlcalde de Lepe
Donde se pone el sol
Miras
y es un acto de fe cada mirada;
la certidumbre de vivir te asombra
con su deslumbramiento y su diaria
revelación y vives
la eternidad en cada
sílaba de amor, en cada cinta
de su sombrero azul y en cada tapia
donde se pone el sol, porque sabemos
que seguimos naciendo y que nos falta
tiempo para vivir.
(Luis Rosales)
IAhora sé que un olor es lo mismo que un recuerdo
y un recuerdo
igual que una evidencia;
y que un día, un minuto o un segundo
no pueden calcularse porque a veces
duran toda una vida.
Ahora sé por qué el aire siempre tiene
ese aroma a pinares
y por qué
habrá siempre en mi almohada
un temblor de azahares, algo así como si alguien
con los ojos naranjos
me estuviera nombrando en ese instante.
IIHas tenido un mal sueño y te levantas
frotándote los ojos,
te tomas un café, luego te asomas
con tu dolor de alcoba a la ventana
y ves cómo la calle está vacía:
no hay farolas, no ladra ningún perro,
no hay aristas de acero amagando en las esquinas,
los árboles del parque no hacen sombra
ni está esa mujer gorda que gritaba
groserías de azufre a los chavales.
Nada existe y el viento sólo mueve
marionetas que inventan cada tarde
su zoco artesanal de hipocresía.
Todo ha sido un mal sueño y ahora sabes
que las cosas no existen porque sí,
que la piedra no es piedra porque esconde
su aflicción de granito en las entrañas,
que no se hace de noche a mediodía
por taparse los ojos, ni amanece
porque alguien enciende una cerilla,
que no, que nada ocurre
siguiendo una costumbre y sin quererlo,
que las cosas empiezan a ser cosas
en el mismo momento en que tu voz,
decide que las nombra.
Y cuando dices agua, de repente,
aparece la lluvia, cuando invocas
al mar y a las estrellas es posible
dimensionar el tiempo, cuando hablas
de distancias, de lejanos países,
de archipiélagos, de ríos y montañas
estás pintando un mapa y si mencionas
horizonte, arboleda o melodía
alguien siente en las palmas de sus manos
un caliente aleteo de gorriones.
Sí,
te ha sido necesario este mal sueño
para aprender, al fin, que cada cosa
lo es
cuando se nombra.
III
Te estoy pensando y llueve,
como ahora
que digo pan y siento entre los brazos
una ternura abierta igual que un lecho
de gavillas de trigo.
Te estoy pensando agua y se me escurren
temblorosos los dedos por las islas
de tu cuerpo desnudo,
como ahora
cuando nombro la noche y se emborrachan
de tirsos de luciérnagas las lomas
y el mar danza pavanas para un sueño
de flautas,
carrillones
y laúdes.
Te estoy pensando y llueve,
como ahora,
un cardinal crepúsculo de acacias.
IVMe dormí,
y en los ojos llevaba la aridez
de un páramo sin nombre sucediéndose,
como una sombra a otras,
a sí mismo.
Soñé con un lugar donde la hiedra
se disolvía en agua, donde el musgo
crecía en los balcones que entreabrían
sus vitrales a un mar de madrugadas:
tenía
tanta sed que era preciso
poner toda la sangre en un latido,
era tal la ansiedad, tanto el anhelo
que de pronto crecían,
me crecieron,
como lluvia los brazos, y la noche
se iba haciendo de charcos y en las manos
flotaban los nenúfares.
Al despertarme,
alguien,
se había bebido el canto de los pájaros.
V
Me pregunto si el hombre, por el hecho
de tener más centímetros de sombra que el carrasco
o más viento o más nubes sin lluvia en los bolsillos
que una tarde
continua de verano,
si el hombre, porque sabe que en el cielo
no habrá números primos ni ecuaciones
de orquídeas y crepúsculos
tiene derecho a hablarle a las palomas
y al mar
y a las encinas
sin una cita previa,
sin una redención como si nunca
hubiéramos cortado el pescuezo a una calandria.
Y en caso afirmativo,
me pregunto de nuevo si es que el hombre,
los hombres y yo mismo,
no habremos olvidado, de no usarla,
definitivamente la vergüenza,
si no habremos perdido, o estaremos
desesperadamente,
perdiendo la memoria.
VIRegresar a la infancia es algo más
que pensarse unos padres adoptivos
o cambiarse de piel o caminar
descalzo entre la lluvia,
algo más
que ajustarse el reloj y retrasar
los hombres y los días.
Es volver al idioma que empleábamos
mucho antes de ser,
mucho antes incluso del lenguaje,
cuando el mar era mar y aún cabía
resumido en los ojos sin nombrarlo.
Regresar a la infancia es resistirnos
a ser un enunciado,
una formulación
de gente moralmente inadecuada.
Regresar a la infancia viene a ser
un acto de violencia,
una vulneración aunque se alegue
el derecho a morir en legítima defensa,
morir como un deshielo, como acaba
un sueño que se ha vuelto transitable.
Regresar a la infancia es enterrar
para siempre el futuro porque el tiempo
no tiene propiedad distributiva
y una equivocación no es un recuerdo
que pueda compartirse,
o dicho de otra forma, es más fiable
vivir muy pobremente, alimentarse
de los gestos más simples,
del sabor de las cosas más sencillas
y hacer un inventario de minucias
que puedas liquidar a cualquier precio.
Y es que el niño que fuimos no sabe de peajes,
no sabe de evidencias que terminan
muertas de incertidumbres,
no sabe por qué un llanto se llora casi siempre
en ropa de trabajo, por qué tienen
apellido científico los árboles,
sólo sabe que dos o tres
o cuatro golondrinas
inventan un verano.
VIIAl principio era el agua...
y en la niebla
ni siquiera un rumor de golondrina
ni el ligero temblor de una luciérnaga
perturbaba su sed de transparencia.
Al principio era el agua
y por el agua
llegó en bronce la voz a las campanas
y se erigieron torres, se erigieron
alminares tan blancos que la noche
contrajo matrimonio con el alba.
Y nacieron los árboles, los ríos y los lagos
y era el mar y la vida del color de los niños,
como un árbol de niño, como arroyo
de inocencia prohibida que buscaba
cómo estrenar un beso en el candor
azul de cada lago.
Era el día primero.
Y al segundo
se fue haciendo la tarde y con las sombras
se fueron los zorzales
y se oía
vagamente a lo lejos el aullido
larguísimo de un lobo.
Al principio era el al agua,
cristalina,
igual que el manantial de una mañana
recién iluminada, pero el tiempo
la convirtió en herida y ahora tiene
cicatrices de sal y sinuosas
veredas con cipreses.
VIIIAlguno de estos días
-no sé cuándo-
va a venir el camión de las mudanzas:
preguntarán por mí,
decidles… cualquier cosa, por ejemplo,
que ya no vivo aquí
o que no estoy
o que hace algunos meses que habéis visto
bajadas las persianas o mejor
decidles que me he muerto,
sí,
decidles que hace un año que estoy muerto,
que estaba tan cansado de estos muebles,
tan harto de estas sillas de anea, del olor
a rancio de estos libros
que me corté las venas con un verso.
Y si insisten, abridles;
dejad
que se lo lleven todo:
¡no sé de qué les sirva un corazón embalsamado
y lleno de dioptrías!
IX¿Qué he de hacer yo en tu fiesta?
Yo soy danza de estío y aunque lleve
manuscrita en el pecho una ternura
de abrazos infinitos, aunque tenga
la frente coronada de manzanos,
mi corazón es agua
mi corazón es viento, así que, dime,
¿qué he de hacer yo en tu fiesta?
Ni tú me esperarás, ni yo he de ir
allá donde ya he sido sombra o cuerpo,
allá donde ya fuiste surco o cauce.
Ni yo te esperaré, ni has de venir
acá donde los pájaros desnudan
el aire de la tarde y en el cielo
no quedan trayectorias.
Déjame que sea niebla ligera en los caminos,
déjame que sea nube,
que sea lluvia y me empujen
los tres vientos del sur hacia un lugar
donde el tiempo me nazca de las manos.
Podría suceder,
podría suceder que al reflejarse
una estrella en un charco alguna noche
te dijeras tú misma:
yo conozco esos ojos, yo recuerdo
el sabor a eucalipto de esos labios.
XY ahora voy a mentir,
voy a mentir
con toda la verdad sobre las manos.
Estoy mintiendo adrede cuando digo
que escucho cómo late el corazón
y estoy despierto:
hay veces
que un latido no es más que un sobresalto
o el goteo de un llanto intermitente.
Y si afirmo que en este mismo instante,
que en este mismo verso
estoy mirando a un pájaro o escucho
el clamor de una isla en un incendio,
también estoy mintiendo como miento al decir
que tengo un corazón que ríe y llora,
un corazón que sangra, que palpita
y que a veces un beso,
sencillamente un beso lo desborda.
Es muy fácil “vivir”,
es muy fácil vivir porque la vida
sucede simplemente,
sucede por inercia, porque un día
una canción de cuna te saca del olvido
y te enseña a escribir
y a caminar
y decir buenas tardes
y a mentir,
sobre todo a mentir
porque cada mentira es una prórroga
para tenerse en pié, cada mentira
es como una indulgencia, como un pase pernocta
o como un niño,
como un niño con risa de trigales
reflejado en un charco.
Lo difícil
es llegar a admitir que el corazón,
mi corazón
o el tuyo,
aunque siga latiendo todavía,
aunque siga habitado,
sólo sostiene a un muerto.
XIQuizás resulte extraño que a mi edad
no necesite agenda
ni reloj
ni tenga en mi escritorio un calendario.
Quizás resulte extraño que no sepa
qué mar se ceñirá mañana a mis orillas
o en qué segundo exacto la noche se hará múltiple
como un verbo callado.
Pues no. No me interesa
saber cuántos minutos de muerte tiene un año
ni en qué fracción de lunes se escribe una agonía,
nunca llevé por cuenta las hojas que el otoño
fue dejando caer sin mi permiso,
no quiero conocer qué va a ocurrir mañana,
quiero, sí,
quiero que ocurran cosas, que sucedan
amaneceres claros, alamedas
a ciegas y carámbanos
como caricias tiernas colgadas de los árboles,
no me importa saber la hora exacta
en que van a estallar los gorriones,
pero quiero escucharlos cuando canten.
No sé por qué ese empeño en que no siga
la vida su secuencia de sorpresas,
por qué esa exactitud, ese tener
contados los latidos o estudiado
cuánto mide un temblor o adónde llega
la longitud de un sueño.
No. A mí no me preocupa
perder el autobús o que no existan
trenes de cercanías, no me importa
llegar tarde al verano o que me encuentren
desnudo los inviernos, no me importa
saber si hoy es domingo o cuánta equis
ha habido en la quiniela,
si a la hora en que escribo
funcionan los cajeros automáticos,
si a las diez menos cuarto, como anoche,
jugarán sin pijama las estrellas.
De verdad,
no me importa
llegar tarde al café o a aquella cita
que os concedí hace tiempo
ni siquiera, os lo juro, me desvela
que llegado el momento se me olvide
la fecha mi entierro y os encuentre,
cuando caiga en la cuenta,
con cara de fastidio y herrumbrosas
vuestras manos de pésame.
XIIVamos a imaginarnos que el presente
no hubiera comenzado,
que es como un violín que está a la espera
de un palpitar de frutas y este sol
-tan lujuria de marzo-
o el temblor de una hoja o el calor
de tu nombre en mi mano o este trozo
de cielo que nos mira
no nos perteneciera.
Vamos a imaginarnos que ahora somos
sucesos de un futuro y que no tiene
ventanas nuestro cuerpo;
vamos a imaginarnos que algún día
vamos a ser caminos,
piedras,
charcos,
caminos y senderos transitados,
piedras para tallar,
charcos donde las nubes justifiquen
su vocación de océanos.
Y voy a imaginarme que hasta entonces,
mientras seamos posibles, unas horas
antes de que los labios se llenen de ciudades,
puedo llamarte hermano sin que nadie
me mire de soslayo.
XIIIComo si de repente ya no hubiera
lugar para el asombro y un trasiego
de días y de noches
se llevara consigo hasta el penúltimo
atisbo de sorpresa
-sólo el paso fugaz de una muchacha
que no sabe de fechas
deja, de cuando en cuando, que en los ojos
anide un sobresalto-,
como si todo fuera estrictamente
la natural secuela, el desenlace
de una gravitación que nos precede,
exactamente así
somos formas autómatas,
personas que vivimos de memoria,
que besamos y amamos de memoria,
que callamos y hablamos de memoria,
reímos y lloramos de memoria,
difamamos, odiamos, condenamos,
loamos y aplaudimos de memoria,
individuos, en fin, que cualquier día
moriremos también,
perdida para siempre la memoria,
como se han muerto todos,
por costumbre,
sin sorpresa ninguna y de memoria.
XIVDime sinceramente
si no hubo alguna vez que preguntaste
qué hacías tú vestido con el rostro,
la soledad silvestre
y las hormigas
del nombre que te dieron.
Dime sinceramente cuántas veces
rompiste en mil añicos los espejos
por sugerirte apenas si tú eras
una eventualidad o un accidente
idéntico a ti mismo.
Sinceramente
dime
si no te levantaste una mañana
apuñalando al mar y maldiciendo
ser tú y haber nacido
hombre y no chopo negro,
aquí, en esta ciudad, en esta plaza
donde crecen en círculo
como aguamares brunos los cipreses.
Sinceramente dime si no es cierto
que hubieras deseado no tener
ojos ni corazón, ya que no sabes
por quién ni para qué
estás llorando.
¿Acaso es que vivir, esta cordura
que te lleva a la muerte es algo más
que una simulación
o un fingimiento?
XVAhora sé que respiro y que la vida
es más que una costumbre, mucho más
que un suceso o un milagro
de gorjeos y auroras inasibles.
Ahora sé que respiro y se me escapa
un olor a geranios por la sangre,
ahora sé que me estoy volviendo cauce,
que soy fruta nocturna,
que me siento
vigilia repetida en un abrazo
cada vez que la tarde se despide
en barcos color sepia.
He perdido la fe en las amapolas
y estoy buscando a un hombre,
estoy buscando a un hombre que no lleve
franquicias en los párpados,
a un hombre
que no lleve hipotecas de eucaliptos
ni mentidas las islas de los labios.
Estoy buscando a un hombre que no sea
un guión aprendido o un rimero
de verbos en desuso…
…a un hombre que me diga
si una gota de lluvia también tiembla
y respira
y ha perdido también su desnudez
en la luz mortecina de un eclipse.
XVI¿Queréis saber por qué cuando camino
miro a ninguna parte,
por qué escucho a la gente cuando habla,
cuando dice y resulta que no dice,
cuando insulta
y yo guardo silencio, por qué llevo
las manos casi siempre en los bolsillos
o por qué hace tiempo que en mis ojos
no hay señales de llanto?
Os lo voy a decir: es que no quiero
saber de qué color es la agonía
de los muertos que nacen,
de qué enferma el dolor, de qué me acusa
la mirada de un niño.
Porque estoy tan cansado de hablar que ya hay palabras
que vuelven a mis labios sin que tenga
consciencia de haber dicho, que hay palabras
que incluso me delatan y yo sé
que nunca he pronunciado.
Porque temo
que llegue ese momento en que no sabes
de qué sirven las manos, si es que sirven
de algo y me suceda
-como suele ocurrir cuando se acaba
viviendo de memoria-
que las vaya
perdiendo poco a poco, cayéndoseme a plazos
o una tarde de requiem me las deje
a orillas de una lágrima,
olvidadas.
XVIILlegado este momento me doy cuenta
de que nada ha cambiado, de que todo
está en el mismo sitio,
las puertas, las ventanas, los estantes
atestados de libros, el jarrón
con espigas de trigo, como si alguien
se hubiera preocupado de clavar
el tiempo en las paredes.
Y aquí estamos, los mismos, los que andábamos
con las manos de púlpito y los labios
parados a las doce, los que íbamos
plantando margaritas en los charcos
y ensayábamos besos circulares
y caricias de nube entre la lluvia
como si una mirada o un deseo
fueran un adulterio.
Ninguno hemos crecido hasta la altura
de un maizal en agosto,
ninguno hemos dejado en los arcenes
el silencio sobrante o las maletas
que no nos pertenecen, mantenemos
los ojos de la infancia,
los sueños de la infancia,
las prisas,
las urgencias de la infancia
y nadie nos ha dicho todavía
que la vida precisa aprendizaje,
que se aprende a llorar, que ni siquiera
la angustia y el dolor son gratuitos.
XVIII¿Recordáis?
Aunque no hubiera parques se llenaban
de gritos los estanques,
aunque no hubiera árboles hervían
las tardes de gorriones
y aunque no hubiera sol ni hubiera aire
estallaban de luz las mariposas.
Y es que nada ha cambiado,
es que estamos
a jueves, a mañana de jueves y hay colegio
y esta tarde es abril y cogeremos
agrillas en las lindes y manojos
de berros en las fuentes.
Pero todo está igual, exactamente
todo en el mismo sitio,
las puertas, las ventanas, los estantes
atestados de libros, el jarrón
con espigas de trigo,
y vosotros
y yo
y el asombro de niño que nos lleva,
cuando llega la noche, a nuestra infancia.
Se terminó de imprimir el día 17
de mayo de 2007, festividad de
San Pascual Bailón, siendo
alcalde de Lepe Manuel
Andrés González
Rivera
LAUS DEO