Rafael del Moral
EELL EESSPPAAÑÑOOLL,,
UUNNAA LLEENNGGUUAA
AAFFOORRTTUUNNAADDAA GRANDES MOMENTOS DE SU HISTORIA
Universidad de Relaciones Internacionales, Moscú, 2007
2
EELL EESSPPAAÑÑOOLL,, UUNNAA
LLEENNGGUUAA AAFFOORRTTUUNNAADDAA::
GGRRAANNDDEESS MMOOMMEENNTTOOSS
DDEE SSUU HHIISSTTOORRIIAA..
RRaaffaaeell ddeell MMoorraall
Resumen: La lengua española, que empezó
siendo un habla latina en boca de pastores y
campesinos y usada en un rincón del norte de
España, ha llegado al siglo XXI transformada
en una de las cuatro grandes lenguas de la
humanidad. La conferencia explica los mo-
mentos decisivos de su historia, los cambios
que hicieron que la lengua fuera creciendo
cada vez más hasta extenderse por todo el
mundo. La reflexión se concentra en cómo
habría evolucionado de no haber sucedido
uno de los ocho acontecimientos que aquí se
consideran.
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Abstrac: The Spanish language, which be-
gan as a Latin-speaking shepherds and far-
mers face and used in a corner of northern
Spain, has reached the XXI century turned
into one of the four major languages of the
word. The lecture explains the decisive mo-
ments of its history, changes that made the
language was growing more and more to
spread around the world. The discussion fo-
cuses on what would have happened if she is
not evolved in one of the eight events consi-
dered in those pages.
4
Sobre fortuna e infortunio: la valoración
de las lenguas
¿Qué es una lengua afortunada? ¿Por
qué la variedad latina nacida en un rincón del
norte de la península ibérica llegó a conver-
tirse en una de las cuatro grandes lenguas de
la humanidad? ¿Cuáles son las razones que
han multiplicado en el mundo a los hablantes
o estudiosos del español?
Veamos lo que sucede en otros cam-
pos… ¿Es afortunado ese millonario nortea-
mericano que pasará a la historia como el
gran innovador de la informática? ¿Es una
suerte que sus ingresos sean los mas impor-
tantes del mundo solo superados por esas
grandes superficies suecas de muebles que
han revolucionado el mercado y que han lo-
grado que sus propietarios europeos, según
las cifras, superen al norteamericano de la
informática? Las fortunas se cuentan en ci-
fras, y para las lenguas contamos en hablan-
tes… Bien mirado, una lengua como el sue-
co, que ocupa por número de hablantes,
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según mis cálculos, el lugar número 81 entre
las lenguas del mundo y que es hablada por
unos ocho millones y medio de personas en
Suecia y en Finlandia, no parece excesiva-
mente afortunada. Si embargo los hablantes
de sueco y sus riquezas en euros serían capa-
ces de neutralizar la pobreza hispanoameri-
cana, tal vez solo con los excedentes de sus
fortunas… ¿Tendría que ser el sueco más
importante que el español, que ocupa el ter-
cer rango, o que el bengalí que ocupa el sex-
to? ¿Son las fortunas ajenas a las lenguas…?
Los suecos, que no son muchos, han tenido
la habilidad de prescindir de su idioma en los
negocios para utilizar otras lenguas, como el
inglés, o el español que le han sido mucho
más eficaces… Recordemos que ya tienen
una decena de grandes superficies en Espa-
ña… ¡y con qué éxito…! Por eso quiero de-
jar claro que cuando hablo de fortuna me re-
fiero a una condición eminentemente lingüís-
tica.
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Sobres los permanentes cambios en las
lenguas
Pocos hablantes se sienten poseedores
absolutos de sus lenguas. Constantemente
falta algo. Los cambios son tan rápidos que
en cuanto queremos ajustar la actualidad, se
torna en pasado.
El español hablado en Madrid, que es
el instrumento de comunicación que yo más
utilizo, ya no se modula ni se vocaliza igual
que hace unos años; ya no sirven expresiones
que hasta hace poco estuvieron de moda; han
envejecido los apelativos de invocación o de
contacto; bullen y fluyen en permanente
cambio los pronombres de cortesía y otras
fórmulas de respeto; las exigencias preposi-
cionales parecen mostrarse más permisivas;
formas léxicas que hasta hace poco gozaban
de elegante prestigio se tambalean; formas
gramaticales inaceptables en el lenguaje cui-
dado de hace unos años ganan terreno; la
lengua de los medios de comunicación lan-
guidece, se ajusta como puede con escasos
7
deseos de innovación, y notamos tantas alte-
raciones que no podemos sino sospechar que
habrá inevitablemente un reajuste. Eso es lo
que sucede cuando las lenguas gozan de dila-
tado uso y prestigio, que continuamente se
mueven, cambian, para reacomodarse y, cu-
riosamente, para rejuvenecerse… Se sienten
ajenas y distantes a las heridas del tiempo
que necesariamente afecta a las personas. Y
cabe pensar que en ese continuo proceso de
adaptación saldremos ganando, de manera
natural, los usuarios.
Se alzan, es verdad, voces críticas con-
tra los medios de comunicación, contra la
oratoria política, contra quienes tienen voz
hacia las masas, es decir, contra todo aquello
que más se difunde. Pero ese estado inestable
que duda de la corrección de un término, ese
estado que se pregunta por la adecuación de
una palabra o una expresión es lo propio de
las lenguas, y lo habitual en todas las épocas
y periodos. Cada hablante tiene su estilo, su
patrimonio léxico, sus preferencias por de-
terminados usos metafóricos, sus lista de
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máximas, fórmulas y muletillas, sus modos
de organizar la ironía, su patrimonio expresi-
vo privado. Y en la continua búsqueda de esa
pureza, tan atractivo nos resulta oír al un
orador formado en las normas académicas
como al hablante rural que, sin mirada a las
normas académicas, porque ni las conoce ni
las quiere conocer, cuenta sus cosas con ad-
mirable estilo para entonar y elegir frases y
expresiones capaces de cautivar a cualquier
oyente, aunque vulnere las exigencias teóri-
camente correctas. Tan necesaria es la norma
como la libertad expresiva, tan necesaria es
la intuición e innovación del hablante, pro-
pietario de su lengua, como la conservación
y defensa del patrimonio lingüístico. Por eso
las lenguas vivas necesitan mostrarse en con-
tinuo cambio, en perpetua ebullición, como
tributo a su propia existencia.
Las lenguas no tienen presente, decía-
mos, porque no son estáticas. Y no son está-
ticas porque rara vez se encuentran ancladas,
como los barcos, a la espera de su singladura.
Las lenguas fluyen, cambian, mudan de aires,
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se ajustan, se renuevan y cuando en alguno
de estos vaivenes caen enfermas, se preparan
para la muerte si una cirugía adecuada, un
cambio social, no lo remedia. Desaparecen,
según el lingüista francés Claude Hagege,
unos centenares de lenguas al año. La escasa
repercusión social de sus hablantes, y el exi-
guo interés que la pérdida de las lenguas sus-
cita entre quienes se inquietan por los movi-
mientos sociales, relega al olvido a todas
esas que fallecen y no son enterradas. Ni si-
quiera una lápida las recuerda. ¿A quién le
interesa el fin del dalmático o del córnico, o
la inminente disipación de los hablantes de
queto, de navajo o de inuí? ¿A quién le inter-
esa la desaparición del labortano o del suleti-
no, últimos dialectos del vasco en su dominio
francés? Los ecologistas se concentran mu-
cho más en la vida animal y vegetal, los his-
toriadores investigan bastante ajenos a la his-
toria de las lenguas, a la mayoría de los polí-
ticos les inspira más la unificación que la di-
versificación, y para los comerciantes, mo-
dernos economistas, solo cuenta la eficacia:
fenicio y latín fueron las grandes lenguas del
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comercio, inglés y español, entre otras, son
hoy también grandes lenguas comerciales.
¿Y qué hacemos los lingüistas? Para noso-
tros, y difícilmente podríamos hacer algo dis-
tinto, el interés por las lenguas que no se
transmiten por escrito, que son la mayoría,
no puede ir más allá de cierta mirada etnoló-
gica, de cierto talante nostálgico.
Sobres lenguas y edades. Vidas y muerte
de las lenguas.
Pero volvamos al español. Produce
cierto estupor pensar que, sometido a esa re-
gla universal e ineludible, también va a su-
cumbir. ¿Quién puede imaginar su desapari-
ción en estos momentos?¿Cómo se va a des-
moronar? Sería difícil que cualquier cata-
clismo aniquilara, redujera o desencadenara
su decadencia, pero sabemos que se extin-
guió el latín, que fue, probablemente, la len-
gua más poderosa de occidente. ¿Y dónde
están aquellas lenguas de los grandes impe-
rios que sucumbieron al ritmo que se hundía
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el armazón político? ¿Dónde está el sumerio?
¿Dónde está el egipcio?
Las lenguas son instrumentos de co-
municación. Nadie utiliza un destornillador
despuntado o inapropiado, si a su lado tiene
otro que se adapta perfectamente al tornillo
que quiere acoplar o desenroscar. Si el espa-
ñol se ha extendido por el mundo con tanta
elegancia, y nunca, contrariamente a lo que
muchos propugnan, de manera impuesta, ha
sido porque los hablantes de leonés y ara-
gonés, que fueron sus primeros vecinos, y
luego los de catalán, gallego o vasco, prefi-
rieron el instrumento más adecuado, es decir,
la lengua española, para determinados usos
de comunicación. Y también porque tras la
independencia de los países americanos, a lo
largo del siglo XIX, aquellos gobiernos, de
manera natural, eligieron la lengua que más
convenía a sus administrados, y fue oficiali-
zada la que hoy nos une aquí. Las lenguas no
se imponen. Las lenguas están ahí, a disposi-
ción de los hablantes, y una serie de aconte-
cimientos las incitan a desarrollarse, exten-
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derse, difundirse, universalizarse, y también
a morir. Todas las grandes lenguas de la
humanidad murieron. La nuestra, no puede
ser una excepción.
La perspectiva en la historia de las
lenguas es todavía muy escasa. Solo algunas
se perpetuaron en textos escritos. Sabemos
que las más longevas no han alcanzado más
de tres mil años de vida, y eso con serios
achaques. El chino actual se parece al de
hace treinta siglos gracias a un tempranísimo
uso literario, mil años anterior a nuestra era,
mucho antes de que supiéramos lo que iba a
ser el griego. La lengua de Aristóteles y
Platón es otra de las más ancianas, o por lo
menos se parecía mucho a la usada en Grecia
antes de las profundas modificaciones a que
se vio sometida a mediados del siglo XX,
casi una cirugía estética. Muy particular es
también la edad del hebreo, lengua bíblica y
mítica que reapareció después de muerta al
servicio del actual estado de Israel. Nuestra
cuarta anciana, el sánscrito, consolidó su po-
der, una vez más, en la cultura. Estas cuatro
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lenguas han tenido una vida azarosa, difícil,
combativa, pero han conseguido cumplir esa
edad tan codiciada que no llegaron a alcanzar
lenguas tan influyentes como el sumerio
(unos mil años de vida), el egipcio (unos dos
mil), y ni siquiera el latín (unos mil trescien-
tos años). Otras menos afortunadas murieron
tan jóvenes que ni siquiera llegaron a tener
nombre, y otras que sí lo han tenido, como el
mozárabe en el sur de España, gozó de una
breve existencia de seis siglos. Del guanche,
lengua bereber que se habló en las Islas Ca-
narias, conocemos su desaparición, pero no
tenemos la fecha de nacimiento. Algo pare-
cido sucede actualmente con el eusquera o
vasco: sabemos que está vivo, y que estaba
vivo en el siglo XVI, pero ignoramos todo
sobre su linaje, su infancia y su juventud, y
sabemos mucho, eso sí, de su truculenta ma-
durez. Las lenguas separan a los pueblos de
manera natural, pero también ideológica.
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Momentos mágicos en la historia del es-
pañol
Del español tenemos datos muy preci-
sos: lugar de nacimiento, fecha aproximada
de alumbramiento, razones para la acepta-
ción de sus hablantes, inteligentísimo ajuste
al uso escrito logrado por el rey castellano
Alfonso X el Sabio, acierto excepcional, y
casi espeluznante, del uso que de aquella len-
gua hizo Fernando de Rojas en La Celestina,
y una serie de coincidencias, de momentos
claves de su historia, que la elevaron a esa
categoría de grandes lenguas de la humani-
dad que también ocupa, en orden cronológi-
co, el sumerio, el chino, el griego, el latín, el
árabe, el italiano, el francés, el ruso y el
inglés.
¿Y cuáles fueron esos momentos
mágicos de la historia del español que hizo
que aquella lengua de los rudos pastores
cántabros refugiados en las montañas del
norte de España se convirtiera en una de las
más apreciadas por la humanidad?
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Veamos, más a modo anecdótico que
riguroso, más de manera caricaturesca que
fotográfica, más en disposición divulgativa
que rigurosamente científica, veamos, digo,
en qué puntos se concentra la grandeza de los
aparentemente insignificantes hechos.
Casi todos los momentos clave en bio-
grafía del español, que de joven se llamó cas-
tellano, estuvieron inspirados en la melancol-
ía, pero también en la rebeldía, en la desobe-
diencia al orden establecido, en decisiones
taciturnas, en talantes románticos, en coinci-
dencias afortunadas, en regalos de las fuerzas
ciegas de la naturaleza. Porque las lenguas
llegan a distanciarse unas de otras como re-
sultado, como decíamos, del azar, de ese to-
que de varita mágica que la convierte en pri-
vilegiada frente a las vecinas. No depende de
su estructura interna, no, ni de la riqueza
léxica, ni siquiera de la facilidad gramatical,
tampoco, en eso no piensa la historia, depen-
de de situaciones tan ajenas a los propios
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hablantes que merece la pena detenerse
románticamente en ellas.
Revisemos, pues, algunos momentos
mágicos de la historia del español que han de
ayudarnos a explicar lo que puede sucederle
en los próximos años, en los siglos lejanos.
Y lo vamos a hacer recordando ocho momen-
tos mágicos. Para una mejor continuidad,
enumerémoslos con la prudente intención de
encaminar esta lección, para que no se pier-
dan quienes lo oyen, para que, si es posible,
nadie se desinterese, nadie se disipe en esta
particular relación de la historia de una len-
gua que tanto ha dado que hablar, en todos
los sentidos, a la humanidad. Estos momen-
tos mágicos y también míticos son los si-
guientes:
Primero - La soberbia de Fernán
González el rebelde, un hombre que le plantó
cara al mismísimo rey. Corrían los años en
que la España visigoda había sido invadida
por los musulmanes. Por entonces Europa
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entera podía haber pensado que la lengua del
futuro era… la poderosa lengua árabe.
Segundo - El trueque de Alfonso X, un
rey apodado el sabio que prefiere las letras a
la guerra, la cultura a las armas, los libros a
los ejércitos, y eleva al español, que por en-
tonces ni siquiera se llamaba castellano sino
lengua romance, aunque era la lengua de
Castilla, a la categoría de lengua escrita.
Tercero - Una boda clandestina, sí.
Una boda clandestina influyó radicalmente
en el destino del español. Creo que de no
haberse producido, nunca habríamos llegado
a la dimensión actual de la lengua. El novio
se llamaba Fernando, la novia, mayor que él,
Isabel… Los padres ni estaban de acuerdo ni
conocían la estrategia de los esposos, que se
conocieron poco antes de la ceremonia.
Cuarto - Un inesperado éxito militar
en una ciudad mítica: Granada. Los musul-
manes desaparecen de España. La supremac-
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ía castellana coincide con el declive del po-
der musulmán. Corría el final del siglo XV.
Quinto - La milagrosa aventura de un
loco y su final feliz. El iluminado se llama
Cristóbal y ha sido premiado por su perseve-
rancia con tres barquitos más parecidos a una
cáscara de nuez que a cualquier navío mo-
derno. Seguimos en finales del quince. Mila-
grosamente el aventurero regresa. Por fortu-
na puede asegurar que ha llegado a algún si-
tio. Muere sin saber que se trata de un nuevo
continente.
Sexto - Un fracaso, una tragedia, la
muerte de un tal Felipe, de gran belleza, se
convierte en éxito, en cambio favorable de
rumbo. Acaba de iniciarse el siglo XVI. La
extensión de aquella lengua, que ya se cono-
ce como el español, parece imparable.
Séptimo - La impericia de un rey de
escasa inteligencia, Fernando VII, y la inevi-
table fuerza de una lengua ya consolidada
para esparcirse por América. Nunca antes
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había llegado al continente de manera tan
firme.
Octavo - El mimo y la generosidad de
sus hablantes le ha puesto el último galardón.
Son grandes las voluntades y útiles los
acuerdos de los últimos años. Es la época del
éxito, y de los maridajes.
Hablemos de cada uno de estos ocho
momentos.
1
El primero de ellos, ese primer mo-
mento especial sin el que no habría llegado a
la madurez de hoy, ese período de la concep-
ción, se cobijó en la rebeldía de un hombre
llamado Fernán González. Era el re-
volucionario caballero un leonés inquieto y
aguerrido, conde y señor de Castilla, uno de
los territorios de aquel reino de León, uno de
los primeros formados por los cristianos que
lucharon contra la invasión árabe.
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De Fernán González, primer contribu-
yente para la historia de nuestra lengua, sabe-
mos que murió en el año 970, y también que,
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después de mostrar su intrepidez y arrojo en
defensa del monarca leonés, Ramiro II, des-
veló sus deseos de independencia para Casti-
lla. Y para evitarlo, Ramiro II lo encarceló. A
la muerte del rey, en 951, y aprovechando a
la crisis interna del reino leonés, Fernán
González consolidó su poder y consiguió
vincular Castilla a su familia, una decisión
tan patriótica para los castellanos como insu-
bordinada para los leoneses. Por entonces la
lengua leonesa y la lengua castellana no se
diferenciaban, o si lo hacían era en tan ínfima
medida que sus hablantes apenas apreciaban
las distancias.
El condado castellano pasó a la muerte
de Fernán González y por herencia, a su hijo
García I Fernández. Quedó así consolidada la
cuna del castellano.
Hoy recordamos aquellos hechos, in-
significantes en la densidad de la historia, en
la multitud de nombres y apellidos que con
estas raíces: Ramírez, Fernández, Martinez,
González, García… Estos antropónimos se
multiplican por el territorio de las dos Casti-
llas y otros aledaños, y en el olvido de la
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mayoría de los hablantes que ya recuerdan
poco de sus antecesores. El castellano avanzó
hacia el sur, al mismo ritmo que avanzaba la
conquista de territorios ocupados por los ára-
bes. De no haber avanzado, la lengua habría
quedado estancada. Eso le sucedió al leonés,
que no era sino el resultado del latín hablado
en el reino de león y tan cercano del castella-
no en léxico y fonética. Ambas lenguas se
llamaron romance en sus orígenes. El leonés
no dio ni un paso más. El castellano siguió
avanzando, pero al castellano nadie le dio la
menor importancia, nadie le adjudicó identi-
dad alguna, nadie le atribuyó el menor in-
terés futuro, nadie experimentó la menor in-
quietud o aprecio por aquel dialecto rústico y
aldeano frente al refinado latín, nadie sos-
pechó por entonces que había de convertirse
en una lengua hablada y estudiada, diez si-
glos después, en los cinco continentes.
23
2
El segundo momento mágico, el se-
gundo paso de la vida de aquella lengua, una
de las muchas en que se había fragmentado
el latín, acontece porque un sucesor de la es-
tirpe iniciada por el guerrero rebelde Fernán
González, conocido como Alfonso X, que
vivió en el siglo XIII, agrandado ya el reino
de Castilla hacia territorios del sur, tomó la
decisión, también rebelde y cuestionada, de
huir del latín para la redacción de las leyes y
otros asuntos, y utilizar una lengua sin pres-
tigio en boca de gentes humildes. Por enton-
ces las otras lenguas del territorio que había
sido la Hispania visigoda eran el gallego, el
aragonés y el catalán.
Aquel gesto le hizo merecer a Alfonso
X el sobrenombre de el sabio. Pero si quere-
mos concederle su exacto valor como ins-
trumento útil, como vehículo de comunica-
ción, hemos de recordar también que el rey
Alfonso no utilizó el castellano, sino el ga-
llego, por entonces lengua de más rango, en
24
su obra poética personal. Difícilmente podr-
íamos estar en una consideración más justa
de los hechos: reconozco, viene a decir el
rey, que la lengua de mi reino es el castella-
no, no cabe duda, y esa es la lengua más útil
para la comunicación. Pero al mismo tiempo
reconozco también que la lengua más avan-
zada en capacidad expresiva, en riqueza lite-
raria, es el gallego, y por eso la utilizo para
mi poesía personal.
Los colaboradores del rey Alfonso X,
puestos por él mismo al servicio de la lengua,
25
alcanzan una insospechada dignidad en sus
expresiones, una acomodadísima sintaxis y
un léxico que nos enternece. Aquel modo de
redactar solo podía ser consecuencia de un
clarividente y plácido sentimiento de respeto
y consideración hacia una lengua, el castella-
no, que empieza a dar sus primeros pasos
serios. Todavía está muy lejos de convertirse
en la primera en importancia de las herederas
del latín. Además de los gallegos, los poetas
provenzales han desarrollado una literatura
de la que el castellano se encuentra aún muy
distante.
3.
Y llegamos al tercer momento mágico,
el más significado en la historia del español.
Le ocurrió por entonces a nuestra len-
gua, y durante un periodo de unos cincuenta
años, algo parecido a lo que le sucede ahora,
26
desde hace solo unas décadas. El año de
1469 se parece mucho al de 1978. En aquel
entonces, una boda clandestina. En la fecha
reciente, un cambio social.
En aquel 1469, en la mañana del 19 de
octubre, una princesa castellana que contaba
entonces dieciocho años, contrajo matrimo-
nio con un joven aragonés, príncipe tam-
bién, un año menor que ella. Los contrayen-
tes se habían conocido cuatro días antes de la
ceremonia, y una y otro, Isabel y Fernando,
eran herederos de sus respectivos reinos. Y
una vez heredero del reino de Aragón, al que
también pertenecía Cataluña y las Islas Ba-
leares, Fernando I, casado con Isabel I, here-
dera del reino de Castilla, al que también per-
tenecía ya el de León, se hicieron cargo, por
igual, de dos reinos en los que convivían cin-
co lenguas que de este a oeste eran las si-
guientes: el gallego, cultivado por poetas y
hablado vivamente por el pueblo, el leonés o
astur-leonés, confundido profundamente con
su lengua vecina el castellano, que ha corrido
mejor suerte; el propio castellano, que es la
27
lengua de la reina Isabel, el aragonés, que
también se confunde con el castellano, y el
catalán, que tiene sus propias raíces, su difu-
sión escrita y literaria y cuyos hablantes no
sienten, por entonces, necesidad alguna de
acercarse al castellano, ni nadie se lo pide.
Aquel fue el primero de una larga y
afortunada serie de acontecimientos, bastante
seguidos, que catapultaron al castellano hacia
la condición de lengua privilegiada. Por en-
tonces pasó a llamarse español. ¿Y qué había
28
sucedido en 1469? Pues sencillamente una
conspiración, otra vez un acto de rebeldía, de
desafío de los poderes establecidos porque ni
el monarca de Aragón, Juan II, ni el de Casti-
lla, Enrique IV, su hermano, tuvieron noticia
de aquel matrimonio hasta después de con-
sumado. Había sido una nueva insubordina-
ción de la nobleza, como aquella del conde
Fernán González, frente a los poderes esta-
blecidos.
Pero cuando las revoluciones triunfan,
no se buscan culpables. El problema solo
existe cuando fracasan.
4.
Pasemos al cuarto momento. La fortu-
na, que de manera tan desigual se reparte en
tantas circunstancias, acompañó a Isabel de
Castilla y Fernando de Aragón desde el prin-
cipio. Sus decisiones, tan cuestionadas, resul-
taron políticamente acertadas. Incluso los
aparentes fracasos, se tornaron inexplicable-
29
mente en éxitos. ¿Y cuáles fueron aquellos
éxitos? Sin duda alguna los dos más impor-
tantes sucedieron el mismo año, probable-
mente el año decisivo para la historia del es-
pañol, el de 1492. Aquel año apareció la
primera gramática en lengua castellana, la
que escribió el humanista sevillano Antonio
de Nebrija. Pero eso no tuvo ninguna impor-
tancia para la expansión del castellano. Si la
tuvo, y mucho más, la guerra sin batalla que
los príncipes Isabel y Fernando, ahora con-
vertidos en Reyes y posteriormente identifi-
cados como Reyes Católicos, lograron some-
ter al último vestigio de la presencia mu-
sulmana en España, la del reino de Grana-
da. Conquistado aquel reducto musulmán,
muchos herederos de los invasores huyeron,
otros, los menos, se acomodaron a la nueva
vida de los católicos, y los nuevos poblado-
res de aquellos territorios, castellanos y leo-
neses, llevaron allí el castellano y desplaza-
ron a la lengua románica hablada en aquellos
territorios, el mozárabe, que por aquel enton-
ces desapareció. Lo que era un éxito para el
30
castellano, actuaba, no lo olvidemos, en de-
mérito de otras lenguas, que es lo que suele
suceder con la historia. Unos siglos antes el
latín había desplazado al íbero.
La política unificadora de los Reyes
Católicos utilizaba la lengua, la religión y el
poder como signos de cohesión. Recordemos
que desde el punto de vista lingüístico, y solo
desde este, la expulsión de los judíos, que
contribuyó a la unidad religiosa, se recuerda
hoy en la variedad del castellano, el sefardí,
31
que los herederos de aquellos siguen hablan-
do en muchos rincones del mundo.
5.
Y entre todas aquellas medidas que
tanto contribuyeron a la unidad del país,
hubo otra, continuadora de la euforia de vic-
torias y éxitos de los reyes. Otra que también
tuvo lugar el mismo memorable año de 1492,
la de concederle tres barcos a un maniático
aventurero que no cesaba de importunar a
monarcas. Es la quinta coincidencia.
32
A medida que conocemos la vida de
Cristóbal Colon, cuando leemos su diario del
viaje hacia las Indias, hoy América, cuando
entramos en su personalidad, descubrimos un
mundo místico, intelectual, íntimo y aventu-
rero… El mismo que inspiraría después a
tantos conquistadores españoles viajeros del
continente americano. Pero como estamos en
la historia del azar, podemos añadir que tam-
bién el rey de Portugal estaba cansado de oír
las demandas de Colón, y que la reina Isabel,
porque fue ella quien tomó la generosa deci-
sión, no le habría prestado ayuda alguna si
no hubiera tenido aquel mismo año de 1492,
el 6 de enero, aquella grandiosa y decisiva
victoria sobre los musulmanes. Inspirada en
aquellos éxitos accedió a regalarle tres cásca-
ras de nuez, tres insignificantes calaveras,
tres grandes trozos de madera flotante, aun-
que las llamemos barcos, para descubrir las
rutas occidentales hacia oriente. Y tuvo una
intuición de éxito, porque el 12 de octubre de
33
aquel mismo año el marinero genovés divisó
un nuevo continente. Pero lo difícil quedaba
aún pendiente, había que regresar. Y se pro-
dujo el milagro. Colón atrapó las costas pe-
ninsulares portuguesas con solo dos de sus
tres barcos después de sobrevivir a una difí-
cil tormenta. El otro, incluida su tripulación,
desapareció en América.
Para la reina no fue sino una más en la
amplia lista de decisiones en la que casi na-
die confiaba. Lo difícil para aquel excéntrico
marino, inquieto y trotamundos, que tenía
nombre de iluminado, y origen forzadamente
desconocido, quedaba todavía pendiente:
mostrar que había ido. Poco a poco se lo fue-
ron creyendo, y con la incertidumbre, y la
seguridad de lo que aparecía a la vista, de lo
que allí había, empezó a inflarse el reino.
Responsables de aquella extensión fueron los
conquistadores, gentes tan aventurera como
Colón que con sus propios medios y un con-
trato real se lanzaban al continente America-
no en busca de tierras con que engrandecer la
corona castellano-aragonesa. Los conquista-
34
dores Francisco Pizarro y Hernán Cortés lo-
graron sus mayores éxitos al adentrarse en el
Imperio Inca y en el Imperio Azteca respec-
tivamente. No entraremos en las críticas que
aquellos acontecimientos suscitaron y susci-
tan en nuestros días. Por muy interesantes
que sean, que no son, nos desviarían de nues-
tro estudio.
6.
El sexto momento mágico en la histo-
ria del castellano es una muerte. ¡Cuántas
veces la muerte de algo da vida a otro ser o
acontecimiento! El repentinamente desapa-
recido es un príncipe alemán. ¿Y qué hace
aquí este hombre de sangre azul? ¿Por qué
una muerte favorece la expansión de la len-
gua? Pues muy sencillo, otra vez la política
matrimonial. El hijo del príncipe alemán lo
es también de la princesa de España. Y lle-
gamos a un momento turbio de la historia
que debemos aclarar.
35
Muchos fueron los reyes que dividie-
ron sus territorios para repartirlo entre sus
hijos. Así, por ejemplo, se escindió el territo-
rio de Galicia y Portugal, y hoy, unos y otros,
consideran dos las lenguas que estaban desti-
nadas a ser una. Los Reyes Católicos, que
tantos éxitos habían obtenido con su unión,
desearon que sus descendientes hubieran
contribuido a la expansión, especialmente
con Portugal. Y a ello dedicaron grandes es-
fuerzos. Todos ellos fracasaron por motivos
que no viene al caso aclarar para no extender
innecesariamente estos razonamientos. El
36
hecho es que a la muerte de Fernando, en
1516 (Isabel había desaparecido en 1504), la
heredera legítima de ambos es la hija Juana.
Juana se ha casado con un príncipe alemán,
Felipe, apodado el hermoso, y ella se ha
enamorado locamente, él, parece ser que mu-
cho menos. Pero Felipe ha muerto inespera-
damente al beber un vaso de agua fría tras
una partida de pelota, según cuenta la leyen-
da. La heredera de tan vasto imperio es Jua-
na. Pero la princesa ha llevado su tristeza por
la desaparición de su amadísimo Felipe a tal
extremo, ha manifestado en público tantas
lamentaciones y llantos, ha seguido tan de
cerca al cadáver de su marido que primero
unos pocos y luego muchos más empiezan a
considerarla loca. Las cortes del reino, el par-
lamento de entonces, toma en consideración
su comportamiento y debe considerar si goza
o no de suficiente lucidez para el gobierno.
Deciden que no, que en ese estado de enaje-
nación no puede reinar. Ella pasará a la histo-
ria con el sobrenombre de la loca, Juana la
loca, y él como Felipe el hermoso. Se hará
cargo del reino, y aún más, del imperio, el
37
hijo de ambos, Carlos de Austria. Carlos es
nieto de los Reyes Católicos, y heredero por
tanto del reino de España y sus territorios
coloniales, y también es nieto del emperador
Maximiliano de Austria, de quien recibe las
posesiones centroeuropeas. Carlos I es,
digámoslo con toda audacia, el gran monarca
de la lengua española, conocido también por
ser el primer rey de Europa y nombrado Car-
los V el Emperador, y lo fue también de mu-
chos territorios más que dilataban el imperio,
que extendían el señorío, que unificaban te-
rritorios tanto en Europa como en América, y
como acompañante de aquella parafernalia,
la lengua. El español, la lengua del Imperio,
alcanzó por entonces un prestigio muy pare-
cido al que hoy detenta el inglés, o al que
años antes había tenido el latín. Fue la lengua
de moda, la lengua de referencia, la lengua
de los viajes, la lengua de la formación, de la
cultura, de la clase, de la fineza, de la expre-
sión distinguida, del señorío… Todo occi-
dental que se preciara tenía la obligación de
pasar por el español. Y así fue hasta que el
francés, en el siglo XVIII fue raspando prota-
38
gonismo a la lengua española en Europa, y
en buena parte del mundo, pero no en el con-
tinente americano.
7.
En séptimo lugar llegamos al aconte-
cimiento menos rebelde de todos, al más in-
esperado, al más teñido de magia. El número
de hablantes que hoy tiene nuestra lengua se
concentra en un continente donde no nació.
Un continente que, para mucha gente, recibió
a los colonizadores españoles que en su con-
quista arrasaron con aquella civilización y,
según muchas torcidas interpretaciones, im-
pusieron su lengua. Hoy sabemos que aque-
llo no fue así, que ninguna de las medidas
que Felipe II, Felipe III, Felipe IV y, Carlos
II, reyes herederos del Imperio de Carlos I y
administradores con mayor o menor fortuna,
tuvieron como objetivo desplazar o anular a
las lenguas del continente americano. Las
lenguas, al parecer de muchos especialistas
en sociolingüística, no se imponen. Ni se han
39
impuesto nunca. Y cuando un imperio ha in-
tentado hacerlo, ha tenido los resultados
opuestos.
Tampoco Felipe V, el primer rey
Borbón, ni Fernando VI, tal vez el mejor rey
de España, ni Carlos III, el mejor alcalde de
Madrid, y Carlos IV, que sencillamente ol-
vidó que era rey y se desentendió de su lega-
do, adoptaron decisión alguna contraria a las
lenguas americanas. Muchas veces fueron los
españoles quienes aprendieron las lenguas
40
amerindias, y las primeras universidades
fundadas en América utilizaron, a igual que
en España, la lengua latina. Ninguna de las
decisiones tomadas por los virreyes de Espa-
ña en América pudo contribuir a la exten-
sión, expansión y divulgación masiva del
español en el continente americano. Ahí
están los estudios de Rafael Lapesa, de Ma-
nuel Alvar, de Antonio Quilis y de tantos
otros que tan minuciosamente lo explican.
Una vez más el acto más inesperado, la ac-
ción que aparentemente debía contribuir en
menor grado a la difusión del español en
América, milagrosamente, fue la que despa-
rramó a los hablantes. La gran explosión del
español en el continente americano fue la que
los propios gobernantes de allí llevaron a ca-
bo una vez independientes, y no antes, una
vez organizados los estados, y con el único
fin natural de disponer de un instrumento de
comunicación útil entre los administrados. El
español fue declarado lengua oficial en los
países a medida que iban declarando su
independencia. Así fue como el español
trepó, se alzó, conquistó sin colonizadores el
41
continente americano. Y así es como se ex-
tienden las lenguas: de manera natural, sin
imposiciones, con la necesidad de convertir-
se en instrumentos útiles de comunicación,
con la llaneza con que elegimos un destorni-
llador, y no otro, para ser eficaces en nuestro
trabajo.
8.
Envueltos en esta aureola histórica,
conscientes de haber llegado a la expansión
42
sin que nadie hubiera podrido programarlo,
satisfechos de que sea así y no de otra mane-
ra, hablemos ahora, en este octavo y último
momento mágico, en lo que podemos llamar
el mimo y generosidad de sus hablantes, la
historia reciente de los grandes acuerdos, los
éxitos y maridajes de los últimos años.
Podríamos decir que en los orígenes
estaban nuestros vecinos del norte, los fran-
ceses. El rey que en el siglo XVIII sucedió a
Carlos II de Austria, fue Felipe V de Borbón,
antecesor de nuestro actual Juan Carlos I,
también de Borbón. Carlos II de Austria hab-
ía muerto sin descendencia a finales del siglo
XVII. Media España quería como descen-
diente a otro rey de su familia, aunque fuera
de otra rama, y la otra media prefería a un
rey de la familia francesa de los borbones.
¡Hemos estado tantas veces divididos los es-
pañoles…! Una pequeña guerra, nada que
ver con las de ahora, convirtió en perdedores
a los partidarios del rey de la casa de Austria,
y el rey francés sentó sus reales aposentos en
el trono de la España Imperial con el nombre
43
de Felipe V. Con independencia de su labor
política, diremos que una de sus primeras
decisiones fue la fundación, según el modelo
francés, de la Real Academia de la Lengua…
Y su labor pulidora de estilo se inició de in-
mediato. Perdimos desarrollo literario porque
durante el siglo XVIII España fue una nación
traducida, pero ganamos en rigor lingüístico.
Resultado de aquella exquisita tradición son
tres obras de gran clase y estilo, tres obras
extraordinariamente unificadoras, la orto-
grafía, el diccionario y la gramática. Las tres
definen un estilo, señalan una norma, marcan
un comportamiento, indican un camino para
todos los hablantes de español del mundo.
La ortografía apenas ha cumplido ocho
años de vida. Las 22 academias de la lengua
española que existen en el mundo se han
puesto de acuerdo para su redacción y ahora
podemos escribir el español sin dudas en
cuanto a los normas escritas para todos los
rincones del mundo.
44
La misma suerte ha corrido el léxico.
A la vigésimo segunda edición del dicciona-
rio de la Real Academia Española, que había
incluido más de veinte mil términos usados
solo en América, le ha seguido una obra sin-
gular: el Diccionario Panhispánico. De él
podemos servirnos para resolver las dudas de
aquellos términos que no coinciden en el
continente americano y en el nuestro.
Y la tercera publicación unificadora
aún no ha aparecido, pero lo va a hacer uno
de estos días. Se trata de la Gramática de la
lengua española aprobada, una vez más, por
todas las academias de la lengua.
Envueltos en esta aureola histórica,
podemos decir que los hechos que más han
contribuido a la difusión y extensión del es-
pañol son, dicho de manera grata y sin aris-
tas, los siguientes:
45
- La rebelión sediciosa de aquel jo-
ven aguerrido que independiza al
condado de Castilla de su monarca.
- La boda clandestina de los herede-
ros de dos reinos.
- La capacidad de seducción de un
marinero errante que se atrevió a
persuadir a una reina.
- La supresión de los derechos a la
reina Juana, convertida en loca, sin
que nunca supiéramos, aunque si
sospechamos, en qué consistió
exactamente su demencia.
- Y la aceptación y beneplácito del
español en América en el momento
más inesperado, en la independen-
cia de los estados americanos.
Ninguno de ellos son motivos estric-
tamente lingüísticos. Las lenguas se ajustan
al perfil de la sociedad que las sustenta; las
lenguas fluyen y cambian muy a pesar de sus
hablantes, las lenguas se escabullen como
hábiles serpientes, como escurridizas culebri-
llas, sin que el poder político tenga en sus
46
manos su control, aunque sí puede hacer mu-
cho por su protección.
El español, condicionado por fases y
transformaciones, escapa de la estricta volun-
tad de sus hablantes. Y sin entrar a conside-
rar más asuntos que prolonguen inútilmente
los razonamientos, diremos que nadie hubie-
ra aventurado la expansión del español por
América precisamente en el momento en que
menos influencia política tenía en el Nuevo
Mundo. Algo parecido le sucede también al
inglés: su aprendizaje se realiza hoy al mar-
gen de los países, europeos o americanos que
dieron luz a la lengua, con independencia del
afecto o desafecto que se manifieste por
aquel pueblo que la originó.
El español y otras lenguas en las últimas
décadas
Desde hace algo más de un siglo y
medio las cosas le han ido muy bien al espa-
ñol. Luego pasó unos años estabilizado, y en
47
las últimas décadas la fortuna parece acom-
pañarlo de la misma manera: en gratas coin-
cidencias, en elegantes posturas ante el mun-
do, en capacidad difusora, en atracción esté-
tica, en gusto por su estudio, aprendizaje y
uso. Los extraordinarios progresos sociopolí-
ticos del territorio que fue cuna del español
han catapultado su reputación, y con ella su
atractivo y su difusión. A su afianzamiento
como lengua vehicular en el mundo contri-
buyen otros factores que hemos de enumerar
con prudencia, pero sin recelos, con respeto,
pero sin remilgada educación.
Las lenguas del mundo que viven du-
rante tiempo deportadas, proscritas, eclipsa-
das u oprimidas por la lengua que elige el
poder como única son numerosas. Y no por
ello estas lenguas en inferioridad desapare-
cen. Es el caso de los centenares de idiomas
hablados en la India, y la imposibilidad de
unificarlas con el poder del hindi y del
inglés. Pero, desde el otro lado de la obser-
vación, tampoco los esfuerzos de lenguas
que pretenden recuperar su identidad con
48
medidas legales consiguen afianzar su uso
como a los poderes públicos les gustaría que
fuera. En las calles de Riga (Letonia), como
en las de Barcelona (España), la inmensa
mayoría de periódicos y libros que ocupan
las estanterías de los kioscos, librerías y bi-
bliotecas están escritos en ruso y en español,
respectivamente, y no en letón y en catalán
como preferirían las autoridades locales. So-
lo unas cuantas publicaciones, con financia-
ción pública, atestiguan la presencia de aque-
llas interesantísimas lenguas no elegidas en
la difusión de noticias, literatura o divulga-
ción científica.
Veamos, a modo de ejemplo, la expan-
sión del francés por el mundo y sus modos
de arraigo, comparados con los del español.
Hasta épocas recientes el francés ocupaba un
lugar muy destacado en Europa y en el mun-
do. Hoy, eclipsado por la fuerza arrolladora
del inglés, pierde impulso. Pero también por-
que la expansión del francés por el mundo
nunca entró de lleno en el lugar donde se
cuecen las lenguas para que se perpetúen, en
49
la cocina de las casas. El espacio que ganó el
francés en aquellos países casi nunca fue
comparable al del español en América. Los
castellanos y las criollas formaron parejas
felices, crearon familias bilingües en cuyos
dormitorios convivieron la lengua amerindia
y el castellano. Una generación tras otra ganó
terreno el instrumento de comunicación más
útil, el que más convino en cada momento.
De aquella misma manera se introdujo el
latín en la península Ibérica y desplazó al
íbero y a otras lenguas celtas. Suponemos
que todo aquello empezó cuando un soldado
del imperio le dijo a una íbera en latín colo-
quial: “Tía, estoy por ti.” Y a los pocos años
ya tenían cuatro vástagos bilingües. Luego,
también de manera natural, el latín ganó te-
rreno y echó raíces en las cocinas. El francés
de la colonización alcanzó grandes cotas en-
tre intelectuales locales, pero nunca se armó
con la fuerza de la lengua en la que los pa-
dres les regañan a los hijos, de la lengua en la
que hablan dos vecinas, en la lengua de la
fiesta, de la broma… Los franceses viajaban
en pareja, los aventureros romanos y caste-
50
llanos iban solos a la aventura… las mujeres
esperaban al final del viaje.
Y todo esto sucede porque la naturali-
dad en el uso, el suave y práctico manejo de
los instrumentos, preside la vida y perviven-
cia de las lenguas. ¿Y qué situación ocupa el
español en esta elección práctica de los
hablantes?
El mundo de la cultura se interesa cada
vez más por las lenguas. Los planes de ense-
ñanza incluyen más de una en la formación
de los estudiantes. La condición de bilingüe,
incluso trilingüe, es hoy inevitable en la for-
mación de una persona, con independencia
de su especialidad. El mayor porcentaje de
hablantes monolingües del planeta se en-
cuentra en los países anglófonos. De manera
más generalizada que en otros países, sus
usuarios, conscientes de la difusión de su
lengua, prescinden de añadir otra a sus cono-
cimientos, o si lo hacen la tienen en escasa
consideración y destreza. En otras muchas
partes del mundo, en especial en las regiones
51
más abandonadas por la fortuna, se concen-
tran gran cantidad de políglotas, también en
mayor o menor grado de habilidad. La ma-
yoría de los inmigrantes procedentes de Áfri-
ca central hablan la lengua de sus padres, la
lengua de su ciudad, que con frecuencia no
coincide con la materna, la lengua vehicular
comercial más extendida en su región (suahi-
li, volofo, sango…) y el inglés o el francés,
lenguas obligatorias en la formación que les
permite arrojarse a la aventura europea. La
lengua del país de destino (español, francés,
italiano…) la añaden poco a poco, a veces no
tan rápido como cabría esperar. No entrare-
mos en la consideración de la destreza, con-
textos y fines con que se usan tales lenguas,
pero sí diremos que cumplen perfectamente
con la función para la que han sido aprendi-
das. Y diremos también que han sido apren-
didas sin esfuerzo, es decir, con la naturali-
dad que aprendemos, pongamos por caso, a
conducir bien, a comportarnos en público o a
montar en bicicleta.
52
Si exceptuamos estos dos extremos de
monolingües y políglotas, la mayor parte de
los europeos, incluidos los países eslavos,
buena parte del este asiático y toda América,
añaden a su formación una o más lenguas a
la propia. No hace falta insistir en citar o re-
cordar a las que tradicionalmente se han al-
zado a ese privilegiado lugar.
El español del futuro
Mientras las cosas no se tuerzan, que
no parece que vayan a torcerse, el español
goza hoy de uno de los mayores privilegios
que la historia concede a las lenguas. Con la
universalización de su literatura, atraviesa
uno de los momentos mágicos, semejante al
que vivió el latín en el siglo I, el griego en el
siglo V anterior a nuestra era o el francés en
el siglo XVIII y en la francofonía. Ya nadie
lo considera patrimonio de los españoles,
sino de la humanidad, que es el mayor ga-
lardón que se le pueden ofrecer a una lengua.
Las miradas de quieres la estudian, la practi-
53
can o simplemente la admiran no se dirigen
hacia Madrid, sino hacia tantos puntos a la
vez que no encuentran referencia única. El
español es la lengua del argentino Jorge Luis
Borges, del mexicano Octavio Paz, del chile-
no Pablo Neruda o del colombiano Gabriel
García Márquez, aunque también del gallego
Camilo José Cela, del catalán Eduardo Men-
doza, y de tantos otros con tantas y tan varia-
das nacionalidades y orígenes, vivencias y
convivencias, que las miradas del mundo
hacia el español se pierden entre los confines
de los continentes. Los que hemos pasado
por esta universidad sabemos que aquí, en
Moscú, en la MGIMO, lo hablamos como en
nuestra casa.
Pero se someterá, estamos seguros, a
algunos cambios.
El sistema de cinco vocales nos sitúa
entre la monotonía de las lenguas que solo
tienen tres, como el árabe, y la confusión de
las que utilizan más de una docena como el
inglés o el francés. El inglés muestra tal in-
54
consistencia vocálica que frecuentemente los
interlocutores exigen una mayor precisión
para comprenderse. Parece que las cinco
trasparentes vocales del español van a per-
manecer más o menos estables, y eso a pesar
de que el habla relajada sureña tiende a abrir
unas y cerrar otras para señalar la pérdida de
una consonante de difícil articulación en po-
siciones finales de sílaba. Es difícil augurar
soluciones, pero lo que parece más probable,
tras una mirada histórica, es que el fenómeno
no supere el ámbito regional.
Más evidente parece la tendencia con-
sonántica. Cada vez son menos los hablantes
de diecinueve consonantes, es decir los que
distinguen casa de caza y los que distinguen
poyo de pollo. Si exceptuamos el yeísmo re-
hilado de los argentinos, la mayoría de los
hablantes utilizan diecisiete consonantes. Si
tenemos en cuenta la permanente extensión
del yeísmo, parece clara la pronta desapari-
ción de la consonante lateral palatal sonora,
uso prácticamente relegado al norte de Espa-
ña, en especial en las zonas rurales. Menos
55
evidente resulta la extensión del seseo. Aun-
que los hablantes de español que no usan la
fricativa interdental de Zaragoza son mayor-
ía, los libros normativos del español en el
mundo enseñan el habla minoritaria de Ma-
drid, y no la de México. Es también difícil
aventurar el futuro, sobre todo para un fenó-
meno que considera más normativo lo que
es una excepción entre sus hablantes.
El caudal léxico, ancho y extenso,
comparte un uso común en todo el vocabula-
rio elemental y diario, al que se añaden las
especificidades de cada región: así hablamos
del léxico andaluz, murciano, canario, cuba-
no, mexicano, panameño, ecuatoriano, boli-
viano, rioplatense, chileno… El sistema per-
mite la creación de todo tipo de terminolog-
ías, en cualquier campo, y si se muestra per-
meable y receptivo a los neologismos ingle-
ses, no es sino por esa dimensión útil, prácti-
ca y generosamente suave en sus transaccio-
nes que deben tener las lenguas que se mues-
tra hábiles, y no rígidas o exigentes. No apa-
rece ningún peligro en el acercamiento del
56
español al léxico inglés. Todas las lenguas
han nutrido su vocabulario con el de otras.
Incluso el inglés está plagado de términos
griegos y latinos que hoy, introducidos y
ajustados a los hábitos fónicos ingleses, solo
los expertos identifican. El patrimonio léxico
tradicional se concentra el las palabras más
frecuentes, mientras el importado se especia-
liza en significados que matizan y amplían
los campos de significado. Si el corpus léxi-
co de la Real Academia Española recoge más
de un millón de palabras que alguna vez fue-
ron utilizadas en la historia del español, y el
actual diccionario recoge unas ciento veinte
mil, nuestro léxico seguirá ampliándose y
especializándose, y unas palabras darán paso
a otras, y se mantendrán estables aquellas
que ocupan las frecuencias máximas.
Las exigencias gramaticales en cuanto
al orden de las palabras son hoy de una gene-
rosa fluidez en usos, y permite una gran am-
plitud de posibilidades con pocos elementos
y reglas. La tendencia parece aún más permi-
siva.
57
Alguna solución debe buscar para el
equilibrio de las formas pronominales. El
desequilibrio de los adjetivos y pronombres
posesivos de tercera persona, su y sus, ha de
buscar un acomodo en las formas. Tal vez la
imparable tendencia a reducir el uso las
fórmulas de respeto usted y ustedes no sea
más que la voluntad de suprimir el polivalen-
te uso de sus correspondientes su, sus, que
tanto han afeado a nuestra lengua en la ex-
presión elegante. Mucho más atractiva era la
fórmula vos – vuestras, desviadas hacia la
más elegante de vuestra merced y luego con-
vertida en ese usted – ustedes que, según to-
dos los indicios, parece mostrarse inelegante,
si observamos el camino emprendido por
nuestra lengua.
El español actual parece estar abierto
también a una simplificación de las formas
verbales. Algunos tiempos de subjuntivo,
como los de futuro, han desaparecido en el
último siglo. Las formas de futuro de indica-
tivo también están en decadencia. Hoy pare-
58
ce más frecuente oír voy a estudiar matemá-
ticas que estudiaré matemáticas. Algo pare-
cido le sucedió al inglés.
En general los usuarios futuros asis-
tirán a una simplificación de las formas ver-
bales, que es la tendencia de todas las len-
guas que se tiñen de las características de las
vehiculares.
Tiene el español una inmerecida fama
de no disponer de la riqueza en variedades
de entonación, de la emoción altisonante del
italiano, y en otros casos del francés. Olvi-
damos que si eso es cierto para el habla de
Madrid, no lo es para algunas variedades del
español como la andaluza, la canaria, o la
mexicana, capaces de envolverse en una dul-
zura expresiva envidiable, de un ingenio ex-
cepcional, de una viveza incomparable. Su
flexibilidad para el humor, para la broma
rápida, para la distensión, para una entona-
ción que suaviza los enfrentamientos en las
conversaciones, parece mucho más lograda
59
que las rígidas exigencias de otras lenguas de
su categoría y difusión.
El sistema ortográfico, aunque con
dificultades, supera en utilidad a las enreve-
sadas, alambicadas y casi diabólicas orto-
grafías del inglés y del francés, sin duda una
dificultad añadida. Tienen a bien los usuarios
del francés y de inglés defender su ortografía
por el arraigo tradicional y el elegante uso,
pero muestran ambas lenguas serias dificul-
tades como sistema práctico de comunica-
ción y aprendizaje. Esta extraña complacen-
cia en la dificultad, en las trabas, está seria-
mente arraigada como un elemento de clase,
de estilo, de categoría. Recientemente algu-
nas lenguas africanas han sido dotadas de un
sistema de escritura. La razón impone la
lógica en la relación fonema-grafía. Pero se
quejaban algunos usuarios de estas nuevas
lenguas escritas de que su ortografía no tu-
viera las trabas del inglés y del francés, en
una torcida interpretación del uso práctico
que han de tener las lenguas. En los últimos
60
años las variedades geográficas y sociales del
español se han puesto de acuerdo en todo el
mundo para unificar la ortografía, para hacer
de ella un uso común. Tal esfuerzo unifica-
dor no se ha conseguido para ninguna otra
lengua tan universalizada como la nuestra.
La influencia del inglés es algo
común a las lenguas del mundo. Para los
hablantes de planeta el aprendizaje del inglés
sigue de cerca al aprendizaje de la lengua
materna; para los hablantes de lenguas con
un número reducido de hablantes (las len-
guas septentrionales de Europa, por ejem-
plo), el aprendizaje y el posterior uso del
inglés es inevitable en la comunicación con
otros países, en cualquier ámbito, en cual-
quier actividad. Sabemos que no se trata sólo
de una influencia lingüística, sino de una in-
fluencia que, en determinados campos, ad-
quiere el valor de modelo de referencia.
Francia ha tomado una postura clara,
al menos institucionalmente, que tiende al
61
rechazo del préstamo del inglés, que sancio-
na la rotulación pública en esa lengua, etc.
La investigación del peso del inglés en
las lenguas europeas está en marcha y ha da-
do frutos de mucho valor. Son frecuentes los
encuentros organizados para debatir esta
cuestión Las posturas son tan encontradas
que el fenómeno del anglicismo en el español
está muy presente en la Red.
Lo que parece claro es que, para el ca-
so del español, la influencia del inglés es no-
toria de preferencia en los préstamos léxicos.
Y a este respecto conviene advertir que una
proporción elevada de anglicismos léxicos
tiene un étimo procedente de una de las dos
lenguas clásicas de prestigio (griego, latín),
una de las cuales, la latina, es la base del
“léxico patrimonial” del español. Si esto es
cierto, todavía lo es más que los hablantes de
español no tardan en dar a estas palabras una
nueva forma, si la suya de origen difiere de
lo que establecen los cánones formales del
sistema lingüístico del español, tanto por lo
62
que respecta a su fonética como a su repre-
sentación gráfica. Se tiende a la españoliza-
ción de la pronunciación.
Esta influencia del léxico inglés se da
sobre el español de España y sobre el español
de los países hispanoamericanos. Posible-
mente sea más perceptible en el español del
país que tiene frontera con Estados Unidos,
México, o en el español de países, como Pa-
namá, que han mantenido con los Estados
Unidos estrechas relaciones económicas y
políticas. Por otra parte, la frontera mexicana
del norte ha sido lugar de paso de un flujo
incesante de emigración. El ritmo de creci-
miento de la población hispánica en los
EEUU es tal que, por una parte, lo “latino”
ejerce un peso en las culturas musical, cine-
matográfica o gastronómica; por otra, lo
“hispano” requiere de los políticos estadou-
nidenses una atención hacia la lengua espa-
ñola; por otra más, una variedad de mezcla,
el spanglish, que surge y es adoptado por
unos como bandera de identidad creativa y
por otros como elemento distanciador.
63
Riesgo de fragmentación
Hoy por hoy el español se coloca entre
los instrumentos de comunicación más
prácticos y dispuestos para su uso por el
mundo. El español de Madrid ha dejado de
ser el modelo, mientras nuevos y variados
núcleos y tendencias la independizan, abren
nuevos rumbos dentro de la unidad. Hoy el
español no puede desaparecer como el latín
porque no es la lengua de un imperio, sino de
muchas de comunidades lingüísticas. El
arraigo en la humanidad es tan grande y va-
riado que no tiene peligro alguno de morir
por la desaparición de sus hablantes. El ries-
go de fragmentación es mínimo. Aunque el
léxico aleja a las distintas variedades y algu-
nas consonantes también, las diferencias son
insignificantes si las comparamos con la uni-
dad del resto de los fonemas, con la coinci-
dencia en las formas de los artículos, de los
demostrativos, de los números, de los pro-
nombres, del léxico básico, del que está entre
64
las frecuencias máximas como los nombres
de los objetos de la vida diaria, de parentes-
co, etc., También existe una coherente uni-
dad en las exigencias gramaticales como la
concordancia, el uso de las formas verbales y
el orden de la oración. Las divergencias son
insignificantes frente a la unidad.
Los hablantes de español no dispone-
mos de tres grandes países que expanden su
influencia y su cultura, ni tampoco de una
colección de países que admiran la sabiduría
y la cultura a través de una lengua europea,
ni nuestros hablantes se concentran en una
gran nación o en una nación muy poblada
donde sus habitantes se multiplican. El espa-
ñol se distribuye por el mundo en amplio es-
pectro. No enumeraré los países que lo in-
cluyen en sus planes de estudio para no can-
sar con una larga lista, pero sabemos que se
admira sin condiciones, con naturalidad, en
cualquier lugar del planeta. Las posibilidades
de que un cataclismo social la conduzca a la
situación de peligro que viven hoy más de
cuatro mil lenguas en los próximos tiempos
65
es impensable. El español está llamado a
perpetuarse, a extenderse, a recordarse y a
instalarse en la conciencia de todos los
hablantes del planeta como una de las len-
guas más codiciadas por la humanidad.
Conclusiones
Por eso los estudiantes de español, que
son muy numerosos en todo el mundo aun-
que, como sucede siempre, en diversos gra-
dos de destreza, se muestran felices en los
primeros pasos porque el sistema fónico
permite que se dejen entender rápidamente,
porque el caudal léxico, en los niveles esen-
ciales, se presenta claro y accesible, porque
la frase elemental no es rígida y exigente. Si
a esto añadimos el peso de la tradición litera-
ria, una de las más ricas de todas las lenguas,
nos encontramos ante una lengua que reúne
todas las características para perpetuarse en
la humanidad durante siglos, y mantenerse
como uno de los instrumentos de comunica-
66
ción más eficaces que nunca existieron sobre
el planeta.
Enhorabuena a todos los que me oyen
y me entienden por haber elegido al español
como lengua añadida a la legendaria e ilustre
lengua rusa. Enhorabuena por disponer de
uno de los elementos de comunicación que
más puede contribuir al acercamiento entre
los pueblos. Enhorabuena, también, por mos-
trar en su uso esa habilidad que tantos
hablantes de español en el mundo desearían
tener. Sois un verdadero ejemplo de estudio
y logros.
Muchas gracias.
Moscú, 29 de octubre de 2007
67
Bibliografía
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(MGIMO, Moscú, octubre de 2007)
(Guía para la orientación)
Sobre fortuna e infortunio: la valoración de las len-
guas
Sobres los permanentes cambios
Sobres lenguas y edades. Vidas y muerte de las len-
guas.
Momentos mágicos en la historia del español
1. Fernán González
2. Alfonso X, el sabio
3. Boda de Isabel y Fernando
4. Unificación territorial
5. Conquista de América
6. Muerte de Felipe el hermoso
7. Independencia de los países americanos
8. Acuerdos entre los hablantes
El español y otras lenguas en las últimas décadas
71
El español del futuro
El sistema de cinco vocales
La tendencia consonántica
El caudal léxico
El raro equilibrio de las formas pronominales
La simplificación de las formas verbales
La riqueza o parquedad en variedades de ento-
nación
El sistema ortográfico
La influencia del inglés
Riesgo de fragmentación
Conclusiones