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El primer fic “serio” que escribí, en realidad nunca llegué a terminarlo. Eso sí, si os animáis
a leerlo veréis que acaba, que el final sí está escrito: son algunos capítulos intermedios los
que le faltan. He intentado contar la historia entera a base de acotaciones para que resulte
comprensible. Espero que seáis indulgentes: fue lo primero que escribí después de “Larry
Motter”, y lo primero que escribí partiendo de cero (es decir, sin una estructura tomada de
otro libro, como ocurrió con “Larry”, que sigue punto por punto la estructura de “Harry
Potter y el prisionero de Azkaban”. Se nota que todavía era muy novata en esto de escribir,
pero tiene cositas curiosas ;)
Narra los orígenes de Hogwarts, centrándose en el personaje de Godric Gryffindor.
— CAPÍTULO 1—
Sangre noble
Era una soleada mañana de primavera. El color verde que cubría el valle casi hacía daño en
los ojos bajo la brillante luz del sol, más aún después de varios meses de lluvias casi
contínuas. Los árboles, las flores, la hierba, la infinidad de matices del color verde se
mezclaban armoniosamente con el blanco de las margaritas y el rojo de las amapolas,
creando una alfombra salpicada de motitas de color y de humedad tras el rocío de la
madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado incluso. Un valle en el que nada
destacaba ni por feo ni por hermoso: las casitas de adobe y madera habían adquirido hacía
siglos el mismo tono rojizo de la tierra, al igual que las vetustas piedras del castillo, que no
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se elevaba sobre una colina, sino que abrazaba cariñosamente las moradas de la gente del
pueblo y compartía con ellas el mismo espacio. Lo único que se alejaba un poco del
conglomerado de viviendas era una pequeña iglesia de piedra, construída en imitación de
las iglesias más grandes que llenaban toda Bretaña: con líneas rectas y pocas curvas, tres
pequeñas naves y una torrecilla que, desde el centro del crucero, intentaba tímidamente
acercarse a Dios.
Las gentes del valle vivían a semejanza de sus casas: todos unidos, ricos con menos
afortunados, nobles con menos nobles, una sangre mezclada con la otra y todos orgullosos
de sentirse integrantes de una comunidad. En el valle no había persecuciones, no había
envidias, no había odio, ni rencor. No se detestaban unos a los otros por motivos de sangre,
y nadie les perseguía por no entender lo que eran. El valle ni siquiera tenía un nombre,
quizá para no disgustar a nadie eligiendo una u otra denominación.
Un muchacho caminaba por la calle de tierra apisonada, maravillándose ante el
conocido paisaje, embelesado con el trino de los pájaros. Era un chico alto, bastante para su
edad, y precisamente su edad se descubría al ver que su altura no se correspondía con la
anchura de sus hombros. Su risa fácil, los brillantes ojos azules y el cabello negro
despeinado por el viento desmentían la primera impresión que producía, y al ver las chispas
doradas que aparecían en sus pupilas ante cualquier saludo nadie podía decir que el
muchacho tuviera más de quince años.
El chico siguió caminando por la calle, deteniéndose ante cada puerta a saludar a
quienquiera que estuviese dentro de las casas. Por los efusivos saludos que recibía, era
evidente que se trataba de alguien muy querido en una tierra en la que todo el mundo era
querido. Quizá el amor que despertaba entre sus vecinos se debiera no sólo a su risa, o a su
hermosura, o a la valentía que ya en ocasiones había demostrado ante cualquier amenaza
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imaginaria contra la que hubiese luchado de niño; tampoco se debía al amor incondicional
que profesaba por todos los habitantes del valle. Quizá se debiera a que todas esas
características se daban en una sola persona, y era una persona, además, que si no lo era
ahora indudablemente en pocos años sería la más poderosa del valle. El muchacho era un
noble, un noble de la más alta estirpe, primo del mismo rey. Vivía en el gran castillo de
piedra, con su padre y su hermana menor, y pese a la sencillez de sus vidas recibían a
menudo visitas tan encumbradas como inesperadas, de personas que, a pesar de sus lujosas
galas y sus modales cortesanos, se inclinaban respetuosamente ante los tres miembros de la
familia del castillo y les suplicaban que les recibieran en su casa.
El nombre del muchacho era Godric Gryffindor.
Godric era, a primera vista, un chico feliz. En cada rasgo de su rostro, que apenas
había endurecido el paso de la niñez a la pubertad, se veía la risa y la alegría. Y eso
acentuaba aún más el cariño de sus vecinos, ya que Godric no había tenido una infancia
excesivamente feliz, porque la temprana muerte de su madre le había dolido tanto que los
habitantes del valle aún lloraban al recordar la tristeza del niño, y el asesinato de su
hermano mayor había marcado en él el fin de su niñez. Hacía apenas tres años que Gerard
Gryffindor había caído, solo, en un bosque cercano a Londres. Pero antes de morir se había
llevado consigo a cinco de sus asaltantes. Un héroe, había dicho su padre. Un gran mago,
con tan sólo veinte años había vencido a cinco poderosos hechiceros armado tan sólo con
su varita. Un gran ejemplo.
Ahora toda la responsabilidad de un noble de sangre real recaía sobre Godric.
En muchas ocasiones su padre había intentado, durante las largas horas en las que le
transmitía sus conocimientos, inculcarle también lo que significaba su apellido, su sangre.
Godric había replicado también muchas veces que no creía que fuese la sangre lo que hacía
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noble a una persona, sino los actos que llevase a cabo.
— Si bien tengo que estar de acuerdo contigo, hijo mío — decía su padre en tales
ocasiones —, debo recordarte que las cosas no son así en nuestro mundo. La nobleza se
destila de las acciones, es cierto, pero nosotros somos nobles de sangre. Eso significa que
no sólo debes comportarte de acuerdo a tu nobleza natural, sino también de acuerdo con la
nobleza que tienes como herencia. Y eso implica seguir las leyes escritas y tácitas según las
cuales debes comportarte.
No es que a su padre le disgustase que Godric se comportara como un habitante más
del valle; de hecho, cada vez que lo observaba el orgullo paternal se le marcaba en cada
arruga de su rostro. Sin embargo, Galahad Gryffindor tenía miedo de que su hijo saliese
algún día del valle y descubriera que la vida no era como la que él conocía entre sus
adoradas montañas.
La noche anterior su padre se había comportado de una forma muy extraña. Galahad
siempre había sido un anciano bondadoso, fuerte y de gran voluntad pero amable y cariñoso
con todos sus vecinos. Sin embargo, cuando Godric había suplicado aquel favor Galahad ni
siquiera había contestado.
Godric aún se sentía desconcertado por la conversación que había mantenido horas
después con su padre. Galahad había subido a su habitación muy pasada la medianoche,
algo que jamás había hecho, y le había confesado una verdad que a Godric aún le costaba
asimilar.
El muchacho había pedido a su padre aquella noche que permitiese que Rowena,
una niña del pueblo, fuese todas las tardes al castillo a estudiar magia con él. Galahad era el
maestro de Godric, al igual que el padre de Galahad, George, había sido el maestro de éste.
Sin embargo, Rowena era huérfana. Vivía en casa de la anciana Rachel desde que su madre
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había muerto, seis años antes. No quedaba nadie que la enseñase a utilizar los poderes con
los que había nacido, puesto que Rachel no era lo que podía llamarse una gran maestra.
Rowena no tenía familia, pero tenía a Godric. Y Godric quería que Rowena fuese educada.
— No puedo enseñar a Rowena, Godric — había dicho su padre. Godric se había
despertado completamente ante aquella frase.
— ¿Por qué?
— Simplemente no puedo.
Godric se había incorporado en la cama y observado a su padre, aturdido.
— Rowena es pequeña, pero tiene un gran poder... Lo he sentido, padre. ¿Querrías
que ese poder se desperdiciase, o fuese utilizado de forma incorrecta?
— No, no se trata de eso — había dicho Galahad, como si le costase pronunciar las
palabras —. Es por esto que he estado hablándote tantas veces de la nobleza. No puedo
enseñar a Rowena.
— ¿Por qué, porque no es noble? Padre, has enseñado a Jonathan, has enseñado a
Claudia, has enseñado a...
— Rowena es distinta.
— Rowena es una de las niñas más espabiladas que conozco, padre — dijo Godric
con firmeza —. Jon no era capaz ni siquiera de coger bien la varita, ¿recuerdas?, y sin
embargo le enseñaste con paciencia hasta que aprendió...
— No puedo enseñar a Rowena — repitió Galahad.
— ¡No lo entiendo! — se enfureció Godric —. ¿Ha hecho algo para disgustarte,
o...?
— Escucha, Godric — Galahad suspiró y se sentó a los pies de la cama de su hijo
—. Ruth Ravenclaw era una gran mujer. Yo la conocía, sabes, vivía en Londres antes de
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venir al valle con Rowena. No tengo ni tendré nada malo que decir nunca de ella. Pero...
—¿Sí?
— ...el padre de Rowena, John... Bueno, eso es otro cantar.
— Ni siquiera lo conociste, padre, nunca vino aquí a vivir.
— ¿Y nunca te has preguntado por qué no vino al valle con Ruth y Rowena?
— No sé... — Godric se encogió de hombros —. Supuse que había muerto...
— No, no está muerto — Galahad volvió a suspirar —. Vive en el norte, tengo
entendido.
— ¿Y por qué...?
— Es un muggle, Godric.
— ¿Un...?
— Un muggle.
Godric abrió mucho los ojos ante aquella revelación. En el valle jamás había visto
un muggle. Bien, sabía lo que eran, por supuesto, sabía que los muggles eran gente no
mágica (ni siquiera sabía cómo eran capaces de sobrevivir), pero jamás había visto a
ninguno. El valle sólo lo poblaban los magos.
Sin embargo, Godric se echó a reir.
— ¿Y qué tiene de malo que su padre sea un muggle?
— No es cosa de risa, Godric.
— ¡Pero padre...! — Godric no podía dejar de reir —. ¡Rowena se libró de él mucho
antes de ser lo suficientemente mayor siquiera para conocerlo! No puede ser que..
— No, no creo que Rowena tenga nada de muggle, Godric.
— ¡Por el amor de Dios! ¡Incluso lleva el apellido de su madre!
— Pero él sigue siendo su padre.
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Godric miró a Galahad, desconcertado.
— Padre...
— Ella sigue siendo hija de un muggle.
— ¿Y eso que importa? — dijo Godric enfadado —. ¡Rowena es poderosa, es
inteligente, ha crecido entre magos! ¡Dudo siquiera que sepa que su padre... que su padre...!
— Oh, lo sabe muy bien, que no te quepa duda — Galahad suspiró de nuevo —. Lo
sabe tan bien que nunca ha pedido a nadie que le enseñe magia, pese a vivir rodeada de ella
y saber que puede practicarla.
— ¡Pero esto es... es ridículo! — gritó Godric —. ¡Rowena es una bruja, y debe
aprender a controlar su poder!
Galahad miró a su hijo, con lástima mezclada con un cierto orgullo.
— Escúchame, Godric — Galahad se levantó y empezó a pasear por la habitación
—. Eso es lo que he estado intentando enseñarte todos estos años. Los magos y los muggles
no pueden convivir...
— Eso ya lo sé, padre...
— ¡Calla y escucha! Sabes perfectamente que los muggles no comprenden la magia.
Sabes también que nos persiguen, y que intentan por todos los medios hacernos
desaparecer.
— ¡Como si pudieran...! — dijo Godric, riendo.
— Esto es serio, Godric. Aunque no puedan hacer nada contra nosotros, nos odian.
Más bien, nos temen. Por eso muchos magos odian también a los muggles...
— Pero... ¿por qué odiar a alguien que tiene tan poco poder? — Godric seguía
riendo —. No pueden dañarnos...
— ¡No, pero sí pueden hacernos la vida imposible! — gritó Galahad —. La mayor
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parte de los magos no quieren saber nada de los muggles. Nosotros mismos — hizo un
gesto que abarcaba el castillo, el pueblo, el valle entero — nos hemos escondido de ellos
con tanta seguridad que ninguno podría siquiera acercarse a este valle. Y la mayoría de los
magos piensa que nuestra sangre nunca debe mezclarse con la de los muggles.
Godric miró a su padre con la boca abierta.
— ¿Mezclarse...?
—¡Por eso Ruth Ravenclaw no pudo seguir viviendo en Londres, Godric! Porque la
comunidad mágica la expulsó. Ella hizo lo que consideró mejor para Rowena... venir a vivir
entre magos. Y este valle era la mejor opción. Aquí somos comprensivos. Aquí la
acogimos. Y aquí le hemos dado un hogar a Rowena, aunque sea... aunque sea...
— ...hija de un muggle — Godric terminó la frase por él —. Padre — continuó, con
una mirada asqueada —, ¿puedes explicarme una cosa?
— ¿Sí?
— ¿Y de qué le sirve a Rowena que le hayamos dado un hogar — casi escupió la
palabra —, si la tratamos como si fuese... como si tuviese...?
— ¿La sangre sucia? — dijo suavemente Galahad.
Godric abrió mucho los ojos.
— ¿La sangre...?
— Sí — Galahad se sentó de nuevo en la cama —. Sangre Sucia. Así es como los
magos llaman a los que han nacido de un muggle.
Godric tomó aire con dificultad.
— Es... es...
— Asqueroso. Lo sé, hijo — suspiró —. Pero nosotros no podemos hacer nada por
cambiar las cosas. No puedo enseñar a Rowena porque es una... Sangre Sucia.
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Godric se levantó y miró a su padre. Éste le devolvió la mirada con firmeza.
— Entonces no eres diferente de los que inventaron ese término, padre — dijo
Godric, asqueado —. No eres diferente de los que tratan a los muggles con desprecio. No
eres diferente de...
— ¡Claro que lo soy! — dijo Galahad, hirviendo de furia —. ¡Yo nunca he tratado a
Rowena...!
— ¡Lo estás haciendo ahora! — gritó Godric —. ¡Te niegas a enseñarla porque ha
nacido de un muggle! ¡La miras con lástima, como si fuese digna de compasión, cuando
deberías hacer lo posible porque la gente la viese como a una igual!
— Godric...
— ¿Así cómo vamos a cambiar nunca las cosas, padre? — medio chilló Godric —.
¿Quieres que los nacidos de muggle sean siempre unos marginados? ¿Que nunca aprendan
magia? ¿Que, pese al poder que puedan tener, nunca sepan cómo controlarlo?
— Confío — dijo Galahad con dificultad — en que un día las cosas sean diferentes.
Quiero creer que alguien, algún día, querrá que magos y muggles convivan, y que no
importará la sangre que corra por las venas de nadie, sino lo que haga y sea capaz de hacer.
Pero por ahora...
— ¡Me niego a aceptarlo! — rugió Godric —. ¡Si no quieres enseñar a Rowena,
bien, lo haré yo mismo!
Galahad miró fijamente a su hijo.
— No puedes hacer eso, Godric — dijo tranquilamente.
— ¿Por qué?
— Porque eres el primo del rey.
Godric se detuvo en mitad de la habitación, jadeando. Lentamente, se dio la vuelta y
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miró a su padre.
— No me importa la sangre que yo tenga, al igual que no me importa la sangre que
tiene Rowena. Si mi primo no es capaz de ver que los nacidos de muggle forman parte de la
comunidad mágica al igual que nosotros, entonces es que no merece ser el rey.
Galahad se levantó.
— Tu primo — dijo con un tono de voz suave y peligroso — es el rey por derecho
de nacimiento.
— Y te estoy diciendo — dijo Godric con el mismo tono de voz — que no me
importa nada el nacimiento de la gente. Mi primo debería saber que no siempre el poder
vendrá de la sangre, y que quizá algún día tenga que ser digno de ello para que le
permitamos gobernarnos.
Galahad cerró los ojos.
— Estás loco.
— No —. Godric posó las manos sobre los hombros de su padre —. Sólo actúo
según mi concepto de nobleza, que, obviamente, no coincide con el tuyo.
Galahad se soltó del abrazo de Godric, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Antes de salir de la habitación, se giró y buscó la mirada de su hijo.
— Puede ser que, dentro de mí, esté de acuerdo contigo — dijo en un susurro —.
Pero no puedo ponerme en contra del mundo —. Y cerró la puerta detrás de sí.
Godric permaneció un rato mirando fijamente la lámina de madera.
— Bueno, quizá yo sí pueda.
Godric siguió caminando por las calles de tierra, saludando alegremente a todos aquellos
que se cruzaban en su camino. Sin embargo, por dentro no se sentía feliz en absoluto. La
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conversación que había mantenido con su padre le había dejado un sabor amargo en la
boca. La idílica imagen que tenía de su querido valle, de todo su mundo, se estaba
desmoronando a su alrededor. Ahora comprendía por qué siempre había visto a Rowena un
poco apartada del resto de la gente; eso le había extrañado, porque la niña era alegre y
vivaracha, al menos con Godric. Claro que quizás sólo era un reflejo de la propia
efervescencia de Godric...
¿Por qué los magos repudiaban de aquella forma a los nacidos de muggle? Era
evidente que no podían vivir en paz con los muggles, pero una persona como Rowena, que
había vivido toda su vida rodeada de magos, que era una bruja de la cabeza a los pies...
¿Por qué marginarla?
Quizá porque la tienen miedo, dijo una vocecilla dentro de su cabeza. Godric no
podía encontrarle sentido a tal afirmación. ¿Miedo de Rowena?
Miedo de los muggles.
Pero Rowena no era una muggle... Ni siquiera había conocido a su padre. No tenía
sentido temerla. Sólo era una niña...
O quizá, dijo la voz, quizá no la creen digna.
Godric sacudió la cabeza. Eso, si era cierto, era una soberana estupidez. Digna...
¿Eran todos los magos dignos de poseer el poder que tenían? ¿Eran acaso los squibs como
Rachel dignos de vivir privados de la misma fuerza que poseían sus familiares y amigos?
¿Eran más dignos los brujos nacidos de muggle que los squibs? ¿Quién seleccionaba a las
personas, quién decidía quién iba a ser mágico y quién no?
¿Dios?
¿Y con qué criterio? ¿Por qué magos tenebrosos como los que mataron a Gerard
tenían tal poder, y personas bondadosas como Rachel sólo tenían la oportunidad de verlo?
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¿Por qué los muggles ni siquiera podían llegar a contemplarlo, y si lo hacían eran
afortunados si escapaban simplemente con un hechizo desmemorizador encima?
¿Podía ser que no siguiera un criterio? ¿Podía ser que la magia no fuese un don,
sino pura suerte?
Entonces todos somos dignos o ninguno lo somos, se dijo Godric. Entonces
simplemente nos ha tocado ser magos, y no importa si nuestra familia también tiene el
poder o no. Entonces todo sigue siendo una tontería... o una tremenda injusticia.
Lo mirase por donde lo mirase, Godric no podía encontrar una sola razón para que
los nacidos de muggle no pudieran ser magos igual que los de familias mágicas. Se encogió
de hombros.
Bien, puesto que pienso así, así tendré que actuar.
Godric se encaminó hacia el castillo caminando lentamente. Las sombras que daban
los árboles se habían acortando a la vez que el sol subía por el cielo turquesa. No le
apetecía demasiado ver a su padre, sobre todo porque sabía que ninguno de los dos iba a
cambiar de opinión, pero era su deber acudir cuando Galahad le llamaba, y hacía ya horas
que había ignorado el aviso de Gisele. Si esperaba mucho más para ir, probablemente su
padre se desquitaría en las lecciones de la tarde y le echaría alguna maldición con
consecuencias bastante molestas. Ante este pensamiento, Godric no pudo más que sonreir.
La última vez que había discutido con Galahad había salido del Salón con una alcachofa en
lugar de nariz y dos ramilletes de nomeolvides brotando de sus orejas.
Atravesó las grandes puertas de madera del castillo y entró en el espacioso salón,
que ocupaba toda la planta baja. El castillo de piedra era viejo, pero estaba muy bien
conservado, evidentemente gracias a la magia. El suelo de piedra negra brillaba pulido, los
tapices todavía conservaban todo su colorido, y los retratos que colgaban de las paredes
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parecían recién pintados pese a su edad. Eran retratos de personas jóvenes, sonrientes y
vivarachas como el mismo Godric. Muchas veces, cuando era un niño, había preguntado a
su madre quiénes eran esas personas y por qué le saludaban. Su madre, riendo, le había
explicado que eran sus antepasados, que habían sido retratados en su juventud, al igual que
él viviría para siempre en uno de esos retratos, con el rostro joven y alegre.
La idea de vivir para siempre joven en un cuadro había fascinado a Godric, hasta el
día que murió su madre. Cuando, al bajar de su habitación, había visto al retrato de
Gertrude Gryffindor saludándole desde la pared con una amplia sonrisa, cuando su cuerpo
ni siquiera se había enfriado en la habitación superior, Godric pensó que en realidad era
algo siniestro. Sin embargo, no se negó cuando, años después (hacía muy poco, de hecho),
su padre le había pedido que posase para su propio retrato.
Godric avanzó por el Salón y se dirigió hacia el gran hogar de piedra, frente al cual,
en una cómoda silla tapizada, descansaba Galahad Gryffindor. El hombre miraba fijamente
las danzarinas llamas, que se reflejaban en sus azules ojos. Galahad era viejo, aunque
estaba lleno de energía; su cabello canoso aún tenía mechones de un negro brillante, y las
escasas arrugas de su rostro parecían pertenecer a un hombre treinta años más joven.
Galahad había perdido cuatro hijos, y Godric era el último que quedaba. De hecho, Godric
y Gisele habían sido casi un regalo caído del cielo, puesto que tanto él como su esposa eran
mayores cuando los tuvieron. Y, sin embargo, Galahad Gryffindor no parecía un anciano.
Junto a Galahad, una niña permanecía sentada en un taburete, observando a Godric
mientras se acercaba. La niña era, a ojos de su hermano, una auténtica belleza: los ojos
azules reflejaban la luz dorada de las llamas, el negro cabello brillaba frente al fuego, su
rostro de piel morena relucía de alegría al ver a Godric.
A pesar de todo, Gisele Gryffindor no podía ser más diferente de su hermano. Pese
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a su parecido físico, Gisele era una niña tímida, retraída, que sin embargo, como muy bien
sabía Godric, tenía un carácter sensato y pensativo. Si Godric era un muchacho espontáneo
y alegre, Gisele cavilaba varios minutos antes de responder a cualquier pregunta, y a veces
incluso tardaba varios días en reaccionar ante alguna aseveración. Godric no cometía el
error de pensar que Gisele fuese lenta de entendederas; sabía mejor que nadie que a su
hermana le gustaba ver las cosas desde todos los puntos de vista posibles antes de
decantarse por cualquier respuesta u opción.
Godric se detuvo junto a la silla donde descansaba su padre y permaneció varios
minutos en silencio. Galahad no parecía siquiera haberse percatado de la presencia de su
hijo; continuaba observando las llamas, con la mirada perdida. Después de lo que le
parecieron horas, Godric se aclaró la garganta.
— Padre...
— Vas a irte de aquí, Godric — dijo simplemente Galahad.
Las palabras de su padre fueron como una bofetada. Godric sintió un dolor lacerante
que le ardía en el estómago, y subía por su garganta como bilis. Intentó protestar, pero no
pudo pronunciar una sola palabra.
Galahad se giró en su asiento y lo miró a los ojos. Su mirada era triste, pero también
inflexible.
— Te he encontrado un maestro. Irás a estudiar magia unos años con él, y volverás
cuando seas un hombre y hayas aprendido todo lo que pueda enseñarte... de magia y de
otras cuestiones.
Godric lo miró con la boca abierta.
— ¿Me... me estás castigando, padre? — dijo con dificultad.
— ¡No! — Galahad se levantó del asiento. Aunque era más bajo que Godric, su
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presencia aún intimidaba al muchacho —. No te estoy castigando, hijo mío...
— ¡Sí, lo estás haciendo! — Godric se alejó unos pasos de su padre —. ¡No quieres
tenerme aquí porque pienso de forma distinta! ¡Porque te avergüenzo!
Los hombros de Galahad se hundieron. En ese momento, el hombre pareció
envejecer décadas en un minuto.
— No me avergüenzas, Godric — dijo lentamente —. Jamás podría avergonzarme
de tener un hijo como tú.
— ¡Entonces por qué...
— Quiero que aprendas todo lo que puedas, sobre la magia, sobre nuestro mundo,
sobre los demás y sobre tí mismo. Y aquí no puedes aprenderlo.
— ¡Padre! — jadeó Godric —. ¡Tú has sido mi maestro! ¿Por qué no puedes seguir
siéndolo? Yo...
— Escúchame bien, Godric — Galahad volvió a sentarse en la silla tapizada, y de
nuevo miró a las llamas del hogar —. Mi conocimiento de la magia es muy limitado. Está
bien para alguien que vive aquí, que no hace nada más que lo que yo he hecho durante toda
mi vida. Pero tú no estás destinado a pasar aquí el resto de tus días. — Le detuvo con un
gesto cuando Godric abrió la boca para protestar —. Yo nunca podría ser un maestro lo
suficientemente bueno para tí. Tú eres poderoso, mucho más poderoso de lo que tu madre y
yo hemos sido jamás.
— ¿Cómo sabes...?
— ¡Porque lo sé! — Galahad tomó aire —. Lo sé —. Detuvo de un ademán a
Godric, que estaba a punto de hablar —. Lo sé, y algún día tú también lo sabrás. Y, como tú
muy bien me dijiste anoche, no puedo permitir que ese poder se desaproveche. Debes tener
un maestro que esté a la altura de tus habilidades. Por eso vas a estudiar con Luthor.
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Luthor. Godric, que había tomado aire para interrumpir a su padre, lo soltó
lentamente, sin atreverse apenas a hacer un sonido. Luthor. Un nombre que era casi una
leyenda.
— Luthor...
— Sé que lo deseas, hijo mío — Galahad sonrió tristemente —. Te he visto durante
nuestras clases. La magia para tí no es un medio: es un fin. La magia es lo que siempre has
deseado, y ella te trata como si tú fueses el cuerpo que siempre ha estado esperando para
canalizarse. Tú y ella sois casi uno, y eso yo jamás lo he sentido, y no puedo mostrarte
cómo aprovechar esa cualidad.
Godric alzó la mirada, que había dejado perdida entre las llamas. Su padre lo
observaba a la espera de una reacción. Pero la misma alegría que lo embargaba por la
oportunidad que se le daba la hacía a la vez bastante amarga.
— ¿Por qué... por qué yo? — dijo, vacilante.
— Porque él lo ha querido.
Godric tardó unos segundos en asimilar esa frase. Después, abrió
desmesuradamente los ojos.
— ¿Él? ¿Él... me conoce?
— Así es — dijo Galahad, con una marcada nota de orgullo en la voz, mezclada, sin
embargo, con algo que Godric no supo definir. ¿Tristeza? ¿Dolor?
— ¿Y... quiere que sea su alumno? — susurró.
— Así es — repitió Galahad.
— ¿Por qué?
Galahad sonrió más ampliamente.
— Al parecer, él piensa, como yo, que si te damos un poquito de formación puedes
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llegar a ser uno de los grandes magos de esta época —. Hizo casi omiso del sonido de
protesta que emitió Godric —. Ya tiene a otro a su cargo, pero confía en que, si aprendéis
los dos juntos, ambos llegaréis lejos. No sólo por lo que podáis aprender de él, sino por lo
que aprenderéis el uno del otro.
Godric cerró la boca, que había tenido abierta un buen rato. Uno de los grandes
magos de la época. No sonaba mal... Pero la amargura que había sentido antes volvió a
abrasarle el estómago.
— Dime, padre — su voz sonaba tensa. La sonrisa desapareció del rostro de
Galahad —. Acabas de decirme que no quieres que desaproveche mi poder. ¿Por qué,
entonces, sigues queriendo desaprovechar el de Rowena, o el de gente como ella?
Galahad bajó la mirada.
— No vamos a volver a tener esta discusión, Godric.
— ¡No, escúchame! — gritó Godric —. ¡Yo voy a estudiar con Luthor, y ya he
estudiado contigo, y voy a tener un compañero de estudios poderoso! ¡Y a Rowena ni
siquiera le das la oportunidad de leer un libro de hechizos! ¿Tengo yo la oportunidad de
estudiar con Luthor porque soy noble?
— Te lo he dicho: cree que eres muy poderoso, y... — calló repentinamente.
— ¿Ves? — dijo Godric —. No porque sea noble. Es porque soy poderoso. ¡Ella es
poderosa, padre!
— Godric...
— Lo único que te pido — susurró Godric — es que no permitas que unos
prejuicios estúpidos nos nieguen a todos la posibilidad de ver a una gran bruja en acción. Al
igual que Luthor no ha permitido que el hecho de tener ya un alumno y de no vivir en el
valle impidiese que yo estudiara con él.
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Galahad permaneció unos segundos mirando fijamente a su hijo. Entonces, tan
levemente que Godric apenas supo si realmente lo había visto o habían sido imaginaciones
suyas, asintió con la cabeza.
— Bien — dijo Galahad, como si aquello zanjase la cuestión —. Tienes que
prepararte, ya que te vas mañana por la mañana —. Ante la mirada de aprensión de Godric,
añadió — No te preocupes. Sólo serán unos años, y después podrás volver aquí... si es eso
lo que deseas.
Godric inclinó también levemente la cabeza. Entonces Galahad, al parecer
satisfecho con su reacción, sacó la varita de entre los pliegues de su túnica e hizo una
floritura con ella. Al instante, una silla igual a la suya se materializó junto a Godric. Éste se
sentó, cruzó las manos ante sí y miró a su padre.
— Bien, padre... — dijo, lentamente —. ¿Y dónde se supone que voy a ir?
Galahad sonrió, agitó de nuevo la varita y apareció una mesita con dos cuernos para
beber, un vaso lleno de una infusión que humeaba levemente y una jarra. Hizo otro
movimiento de varita y el vaso levitó hasta Gisele, mientras la jarra se inclinaba por sus
propios medios y llenaba los dos cuernos de una bebida oscura.
— No me gusta el ale, padre, lo sabes — dijo Godric, sonriendo.
— Para brindar hay que hacerlo con una bebida apropiada. No pretenderás que lo
hagamos con té...
— ¡Yo tengo té! — dijo Gisele indignada —. ¿Por qué no puedo brindar con ale yo
también?
— Da gracias a que no te hago beber leche, que es lo que debería haber hecho —
dijo Galahad severamente, aunque la risa bailaba en sus ojos.
Godric rió fuertemente ante la mueca asqueada de Gisele, y se inclinó para darle
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una palmadita en el antebrazo.
— No te preocupes, mocosa — dijo —. Cuando vuelva te prometo que iremos a
emborracharnos los dos, diga padre lo que diga.
— Por encima de mi cadáver — dijo Galahad, levantando el cuerno.
— Eso se puede arreglar — rió Godric, levantando el suyo también y después
bebiendo a grandes tragos. Hizo una mueca cuando el sabor amargo pasó por su garganta,
vació el cuerno rápidamente y volvió a dejarlo en la mesita. Entonces volvió a mirar a su
padre.
— Bueno. ¿Y dónde se supone que me voy, entonces? ¿Dónde está Luthor, de
cualquier forma? Decían que estaba fuera de Bretaña...
— Y así es — dijo Galahad, dejando también su cuerno en la mesa.
— ¿Fuera de Bretaña? — se asombró Godric —. Pero... pero...
— ¿Qué tiene de malo? — dijo Galahad —. Fuera, dentro, da igual, si puedes
volver en un segundo...
— Todavía no he aprendido a Aparecerme, padre — dijo Godric, contrariado.
— Por eso vas a viajar con un medio un poco más... sencillo. Pero para cuando
vuelvas sabrás hacer eso y mucho más, así que no creo que tengas que preocuparte.
— ¿Cómo voy a viajar?
— Polvos Flú.
Godric lo miró, desconcertado.
— ¿Y qué se supone que es eso? — demandó. Galahad sonrió.
— Es un método de transporte mágico...
— Eso ya lo había deducido, gracias.
— ¡Déjame terminar! — rió Galahad —. Se trata de viajar de chimenea en
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chimenea. Echas unos polvos en el fuego, te metes en las llamas, dices dónde quieres ir y
viajas hasta la chimenea más cercana a ese sitio.
Godric lo miró, sonriendo.
— Estás de broma.
— No.
— ¿Viajar por las chimeneas? Eso es...
— ¿Imposible? — Galahad rió más fuerte aún —. También decían hace siglos que
era imposible volar encima de una escoba...
— Preferiría viajar en escoba... — dijo Godric, asustado. Chimeneas... —. Y eso
que la escoba es un poco incómoda, la verdad...
— No seas tonto. Los Polvos Flú están totalmente garantizados. Es sólo que como
nosotros nunca hemos necesitado viajar, hasta ahora no los conocías. Es realmente fácil,
desapareces aquí y apareces allí.
— Sigo prefiriendo la escoba, gracias.
— Además — dijo Galahad, ignorándolo — no puedes viajar en escoba. Vas a un
lugar inmarcable.
— ¿Perdón?
Galahad suspiró.
— ¿Ves? He sido un maestro nefasto. No sabes nada de nada.
— ¡Perdona! — se indignó Godric —. ¡Sé bastantes cosas!
— Sí, sabes hacer levitar cositas y transformar un palo en una aguja de punto. Ah,
se me olvidaba, también sabes convertir una mesa con patas en una mesa sin patas... — dijo
riendo.
— ¡Eso fue un accidente! Me caí...
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— Sí, sí, claro.
— ¡Es cierto!
— De acuerdo. Para tu información, un lugar inmarcable es un sitio que no se puede
consignar en un mapa. El lugar al que te envío no puede ser encontrado así como así, de
modo que no puedes viajar en escoba. Así que vas a ir por la chimenea.
— ¿Está escondido?
— Así es. Sus dueños son ingleses, de hecho viven no muy lejos de aquí, pero han
heredado hace poco esta propiedad de un tío lejano o algo así, y ahora están allí... bueno,
supongo que poniéndola a punto para que sea su segunda residencia o lo que sea. Tienen
previsto vivir allí varios años, y tú vivirás con ellos.
— ¿Y dónde está?
— No lo sé. Creo que por el norte.
— ¿El norte? ¿Vas a enviarme al norte? ¿Donde, donde viven los daneses?
— Ya te he dicho que da igual, que tardarías lo mismo en llegar a casa de Jonathan
que a Jutlandia. Además, los daneses viven también aquí.
— Pero...
— ¡No seas crío, Godric! — le reprendió Galahad —. ¿Quieres estudiar con Luthor
o no?
Godric bajó la mirada.
— Sí, claro.
— Pues entonces te vas al norte.
Godric levantó la cabeza y observó un rato las danzarinas llamas. No le importaba
vivir en la orilla de un fiordo o junto a los desiertos de arenas rojas del sur. Cualquiera de
los dos destinos le parecía igual de malo. Lo importante era que no quería vivir en otro
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lugar que no fuese su valle. Sin embargo, Luthor...
— Bueno... — Godric volvió a sonreir —. Si no hay más remedio...
Galahad rió, y movió de nuevo la varita para que la jarra llenase otra vez los
cuernos. Gisele seguía bebiendo con precaución de su vaso de té, como si le estuviese
quemando la lengua.
— Entonces tendrás que prepararte para vivir allí los próximos años.
— Bien — Godric cogió su cuerno y volvió a vaciarlo de un trago. Lo dejó sobre la
mesita y se limpió la boca con la manga, ante la mirada de reprobación de Gisele —. ¿Y
qué familia va a tener el inmenso placer de tenerme unos años como hijo?
— Los Slytherin — dijo simplemente Galahad.
— CAPÍTULO 2 —
El compañero de estudios
Godric se asomó por la ventana de su habitación. Era otra hermosa mañana de primavera, y
la belleza de su valle le hacía daño en el corazón. De hecho, al observar el paisaje que
tantas veces había contemplado, sintió un peso en el estómago. Amaba tanto aquel lugar
que estuvo a punto de renunciar incluso a estudiar con un mago como Luthor con tal de no
tener que alejarse de allí.
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Bueno, supongo que seguirá igual cuando vuelva, se dijo. Al fin y al cabo, el valle
no había cambiado en absoluto en los quince años que llevaba viviendo allí, y por lo que
sabía no había cambiado apenas en siglos. Con ese pensamiento consolador, Godric cerró la
ventana y comenzó a introducir sus pertenencias en un baúl.
No eran gran cosa: Godric no le había dado nunca demasiada importancia a las
cosas materiales. Algunas túnicas viejas que utilizaba en sus escapadas por el valle y para
estudiar magia (los accidentes eran bastante frecuentes en las clases, y no había querido
estropear las ropas medianamente decentes que tenía), dos túnicas un poco más nuevas, una
manchada capa de viaje, un retrato de su hermana y otro de su padre, un par de ajados
libros de hechizos, la varita y una escoba a la que su madre había puesto un hechizo
levitador permanente especialmente para él muchos años atrás. Acarició el pulido mango de
madera, recordando con nostalgia el momento en el que su madre se la había regalado.
Aquel día cumplía ocho años. "Cuando vueles en ella, Godric" había dicho Gertrude,
"acuérdate de mí, ¿vale?". Godric había cogido la escoba casi con reverencia. Después de
muchas caídas, había aprendido a dominar al objeto, y finalmente había emprendido el
vuelo sintiendo que el triunfo y la alegría le azotaban como el viento que hacía flotar su
túnica detrás de él. Había mirado hacia abajo, donde su madre lo observaba con orgullo
mezclado con una extraña mirada de tristeza. Pocos meses después, Gertrude había muerto.
Godric guardó cuidadosamente la escoba en el baúl, envolviéndola entre las túnicas
para evitar que se rompiese en un descuido, aunque sabía que su madre se había encargado
de proteger la madera con un encantamiento irrompibilizador. Aún así, ese tipo de
encantamientos podían fallar, por lo que a Godric no le parecía que las precauciones
estuviesen de más. Cerró el baúl y lo arrastró hasta la puerta de su dormitorio. Abrió la
puerta y, antes de salir, se detuvo a echar una última mirada a la habitación que había sido
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su morada desde que tenía recuerdos.
Recorrió con la mirada la cama adoselada, las altas ventanas y las paredes de piedra.
"Si alguna vez tengo un castillo propio, me haré una habitación como ésta", se dijo.
Suspirando, cerró la puerta tras de sí y arrastró el baúl unos metros, hasta la parte superior
de la escalera que conducía al gran Salón. Volvió a suspirar, aunque esta vez fue casi un
bufido, cuando vio la cantidad de escalones que tenía que bajar con el baúl a cuestas.
Un brillo travieso apareció repentinamente en sus ojos azules. Miró a su alrededor.
Ni su padre ni su hermana estaban a la vista. Sonriendo, Godric abrió el baúl, sacó la varita
y volvió a cerrarlo.
— Es hora de comprobar si soy capaz de aprender encantamientos por mí mismo —
dijo, levantando la varita —. ¡Locomotor baúl!
El baúl se elevó unos centímetros en el aire y comenzó a moverse hacia delante,
flotando por encima de los escalones de piedra. Sonriendo satisfecho, Godric comenzó a
bajar detrás del baúl, bajando la varita. En ese momento, el baúl cayó, resbaló en el borde
de un escalón y se desplomó escaleras abajo, golpeando cada escalón con estrépito.
Godric se quedó sin respiración. Cuando el ruido de la caída del baúl se desvaneció,
bajó con precaución las escaleras de piedra, rezando porque su padre no hubiera oído el
barullo.
Galahad estaba al pie de las escaleras, observando con curiosidad el baúl abierto y
las ropas y libros desparramados por la mitad del Salón. Cuando levantó la mirada hacia
Godric, no había enfado en sus ojos, sino diversión.
— Has bajado la varita, ¿verdad? — dijo, como si contuviese la risa.
— Er... sí.
Galahad soltó una carcajada.
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— Hay cosas que no se enseñan en los libros — dijo, haciendo un movimiento
circular con su propia varita. Las ropas de Godric se elevaron, se doblaron y volvieron al
baúl, seguidas por los libros y el retrato de Gisele, que había caído casi hasta la puerta
principal.
— Supongo que no tenía que haberla bajado, ¿verdad? — dijo Godric, resentido.
— No — dijo simplemente Galahad —. Hay que conducir el objeto que se quiere
trasladar con la varita, o caerá al suelo... o, en este caso, por cuarenta y tres escalones de
piedra. Es igual que con el hechizo levitador.
— ¡Puedo hacer el hechizo levitador desde que tenía diez años! — dijo Godric,
irritado. Levantó de nuevo la varita, apuntó al baúl y dijo: — ¡Wingardium Leviosa!
El baúl se elevó en el aire. Godric miró a su padre, triunfante, y el baúl volvió a caer
al suelo con un golpe sordo. Galahad rió aún más fuerte que antes.
— También con ese tienes que mantener la levitación con la varita.
— ¡De acuerdo, de acuerdo, lo he captado! — refunfuñó Godric. Se aclaró la
garganta, levantó una vez más la varita y dijo: — ¡Locomotor baúl!
De nuevo, el baúl se elevó, y comenzó a desplazarse hacia delante, flotando a
centímetros del suelo. Godric se concentró en obligar al baúl a moverse, sin bajar en ningún
momento la varita. De pronto, sin que nada cambiase aparentemente, lo comprendió. Sintió
como si su varita estuviera conectada al baúl por un hilo invisible, y ese hilo llegase a su
mano y, a través de ella, a su cerebro. Era él quien movía el baúl. Sintió un escalofrío que
recorrió su cuerpo, desde la parte de atrás de sus rodillas hasta la nuca. Era fácil. Era,
simplemente, magia.
Obligó instintivamente al baúl a posarse junto a la chimenea, y se volvió hacia su
padre. Galahad le miraba sonriendo, asintiendo con la cabeza, con el orgullo marcándose en
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cada línea de su rostro.
— No es nada fácil aprender ese encantamiento a la primera — dijo —. Creo que ni
yo ni Luthor estamos equivocados contigo, hijo mío.
Godric sintió que se ruborizaba de placer. Un elogio así, viniendo de su padre, era
casi desmesurado. Sin embargo, el desconcierto sustituyó a la alegría cuando oyó voces que
provenían de la puerta principal. Dejando el baúl donde estaba, Godric se apresuró hasta las
grandes puertas de roble, y se asomó al exterior.
Parecía que se habían congregado allí todos los habitantes del valle. Niños, jóvenes,
ancianos, todos estaban allí, esperando para despedirle. Godric echó una mirada
interrogante a su padre, que sonreía en el Salón.
— No me mires así. Ha sido cosa de Gisele.
Godric giró sobre sí mismo y vio a su hermana apoyada despreocupadamente en
una de las puertas del castillo, sonriendo, mientras la gente se acercaba a él y lo rodeaba.
— No pensarías irte sin despedirte, ¿verdad? — dijo, simplemente, entre los
"cuídate, Godric", "vuelve pronto", "aprende mucho" y "escríbenos de vez en cuando,
muchacho" de los vecinos.
— No, claro, yo... gracias... sí, claro, lo haré... — farfulló, intentando responder a
todos a la vez. La multitud lo rodeaba, estrechándole la mano o intentando envolver su
cuerpo en abrazos apresurados. Empezó a sentirse ligeramente mareado al ver tantos rostros
sonrientes, tantos ojos tristes. Decidió que no le gustaban las despedidas.
De pronto, entre todas las cabezas que lo rodeaban, entrevio una figurilla pequeña y
delgada que permanecía un poco apartada del grupo. Poco a poco, tratando de no resultar
descortés con nadie, Godric se abrió camino entre la multitud y caminó hasta llegar donde
esperaba Rowena Ravenclaw.
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La niña levantó la mirada, desafiante. Su largo cabello castaño caía como una
cortina sobre sus hombros, y sus enormes ojos negros le miraban impasibles. Sin embargo,
Godric pudo intuir la tristeza en aquella mirada.
— Ven aquí, Rowena — dijo, abriendo los brazos.
La niña corrió hacia él y lo abrazó. No dijo ni una palabra de despedida, ni siquiera
un "te echaré de menos", pero Godric, que sentía el escuálido cuerpecillo temblando entre
sus brazos, entendió.
— Volveré pronto, Rowena — dijo en voz baja —. Te lo prometo.
Rowena se apartó de él, igual de impasible que antes de abrazarlo. Sin embargo, sus
labios temblaron levemente cuando lo miró a los ojos.
— No te olvides de mí — susurró.
— Nunca — dijo simplemente Godric.
La niña vaciló, le echó los bracitos alrededor del cuello y le besó en la mejilla.
Después abrió mucho los ojos, dio media vuelta y salió corriendo hasta que se perdió tras
una casa de paredes de adobe.
Godric volvió sobre sus pasos hasta la puerta del castillo. Intentando sonreir a los
que seguían despidiéndose de él, se acercó a Gisele y la miró, implorante.
— De acuerdo, de acuerdo — refunfuñó ella —. Bueno, Godric — dijo en voz alta
—, creo que ya es hora de que te vayas. No querrás llegar tarde a comer el día que vas a
conocer a tus anfitriones...
Galahad reprimió una carcajada. Evidentemente, si el viaje con los polvos fluflú
esos o como se llamasen era instantáneo, no había forma de que llegase tarde ni siquiera a
desayunar, pensó Godric. Pero la excusa era perfecta, así que asintió vivamente en
dirección a Gisele y miró por última vez a todos sus vecinos.
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— Bien, adiós a todos, entonces — dijo, agitando una mano. Se dio la vuelta y se
introdujo de nuevo en el castillo, seguido de Gisele.
La penumbra del Salón fue como un bálsamo para su confuso cerebro. Todo había
ido demasiado rápido: hacía tan sólo dos días aún no le había pedido a su padre que
enseñase a Rowena, y ahora estaba a punto de viajar a un lugar desconocido (literalmente),
con una familia desconocida, a aprender de un maestro desconocido, aunque legendario.
Muchas cosas para asimilarlas tan deprisa. Godric se pasó la mano por la frente,
apartando el cabello de sus ojos. Quizá fuese mejor así... Si tuviera que pensarlo
detenidamente, igual no se iba a ninguna parte. Dejar a su padre, a Gisele, a Rowena, a
todos los demás... dejar el valle...
Pero voy a estudiar con Luthor, pensó, apartando todo lo demás de su mente. Voy a
ser un mago poderoso. Voy a aprender...
Godric enderezó los hombros y se volvió hacia su padre, que lo miraba con
nostalgia. Galahad se acercó a él, le pasó un brazo por los hombros y le dio una palmadita
en el antebrazo con el otro.
— ¿Sabes, hijo? — dijo Galahad, mientras ambos se encaminaban hacia el hogar
apagado —. Creo que dentro de unos meses ni siquiera te vas a acordar de nosotros. Ya
veras, vas a estar muy a gusto en tu nuevo hogar.
— Sí, supongo que tienes razón — suspiró Godric —. Pero siempre querré volver a
mi valle.
— Sí, claro. Hasta que descubras que el valle esta bien... para pasar unos días al
año.
— ¡Eso no va a pasar! — dijo Godric con fiereza —. ¡Este lugar siempre será mi
casa!
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— Ya veremos — dijo Galahad.
Llegaron hasta el baúl que Godric había trasladado unos minutos antes hasta la
chimenea. Galahad sacó la varita y golpeó suavemente la tapa, que se abrió de golpe.
Luego, se volvió sonriente hacia Godric.
— Creo que deberías llevarte esto — dijo Galahad, alargándole un bulto irregular
envuelto en lo que parecía una piel de animal —. Puede serte útil.
Godric cogió el bulto y lo desenvolvió. Era un libro. Observándolo más
detenidamente, se dio cuenta de que las páginas estaban cortadas de una forma bastante
irregular, y que la encuadernación era mucho más nueva. Eran antiguos rollos de
pergamino cortados y cosidos en forma de libro.
— ¿Qué...?
— Es mi antiguo libro de hechizos — dijo Galahad, encogiéndose de hombros —.
Antes fue de mi padre, y antes del suyo... No sé cuántos años tiene, pero cada uno de los
que lo hemos poseído hemos añadido nuestro propio conocimiento. A partir de ahora te
toca a tí, Godric.
Godric miró el libro, fascinado. Ciertamente, era un tesoro. En un mundo en el que
el único modo de aprender era que tu padre te enseñase (su caso, poder estudiar con otro
maestro, era una excepción), un compendio como aquel era algo... algo por lo que había
magos que incluso matarían.
— Es...
— Mantenlo en secreto. No es algo para ir enseñando por ahí, sabes... Cuida de él,
Godric — dijo Galahad en voz baja —. Y cuida de tí mismo.
— Lo haré, padre.
— Y no confíes en nadie, hijo mío — dijo Galahad en un susurro —. En nadie.
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Godric lo miró, extrañado.
— Padre, ¿qué...?
— Eres demasiado confiado, Godric — dijo Galahad —. Debes tener más cuidado.
Sabes, la vida fuera de este valle no es igual que aquí — bajó la cabeza, apesadumbrado —.
Mira lo que le pasó a tu hermano...
— Bueno, espero que sabré reconocer a un mago tenebroso si me encuentro con él
— dijo Godric con una sonrisa.
— Pues no lo creas tan rápido, hijo — dijo Galahad, sombrío —. A tu hermano lo
atacó alguien a quien conocía muy bien.
Godric se quedó boquiabierto.
— ¿Qué? ¿Quién...?
Galahad suspiró.
— A Gerard lo mató un amigo suyo, Godric.
Godric cerró la boca, pero sus ojos permanecían tan abiertos como platos. Volvió a
abrir la boca, la cerró, y la abrió de nuevo.
— ¿U—un ami...?
— Sí, un amigo suyo. Era un mago tenebroso. Y Gerard no lo sabía.
Godric sintió que la furia lo inundaba. El estómago se le llenó de un líquido amargo
que subía por su garganta. Su hermano había sido asesinado por un amigo.
— ¿Quién? — susurró.
— Ya no importa — dijo Galahad —. Está muerto —. Levantó la mirada y la fijó en
los ojos de su hijo —. Tu primo lo mató.
— ¿Mi primo?
— Sí, tu primo. Pero basta de conversaciones tristes. Tienes que irte ya...
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— ¡Espera! — dijo Godric, posando la mano sobre el hombro de su padre para
evitar que se diese la vuelta. Galahad lo miró —. Dime su nombre.
— Te he dicho que está muerto, Godric. Ya no importa.
— A mí, si — dijo Godric con firmeza —. Dime su nombre.
— No — dijo Galahad.
Godric calló. Sabía que su padre no iba a decir ni una palabra más.
— Cualquiera — susurró Galahad —, cualquiera, Godric, puede ser un mago
tenebroso. Es lo único que tienes que tener claro antes de salir de aquí.
Godric miró a su padre, que sostuvo su mirada con firmeza.
— Recuérdalo siempre.
Godric asintió con la cabeza. Entonces Galahad le dio una palmada en el hombro y
le condujo hasta la chimenea vacía.
— Antes de irme quisiera hacerte otra pregunta, padre.
Galahad le lanzó una breve mirada.
— ¿Por qué.. — Godric vaciló —, por qué dijiste anoche que... que sabías que yo
soy poderoso?
Su padre suspiró y volvió a mirarlo, esta vez directamente a los ojos.
— Hoy no te lo voy a decir, Godric — dijo, como disculpándose.
— ¡Pero...!
— No. No quiero crearte espectativas, por si estoy equivocado, o por si he
interpretado mal... — se encogió de hombros —. Creo que debería bastarte que Luthor te
quiera como alumno. Al menos por ahora.
Godric reconoció en la voz de su padre el tono que utilizaba cuando quería decir "y
no hay más que hablar". Sabiendo que si seguía insistiendo lo máximo que lograría sería
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irse de casa después de una pelea (y no necesariamente verbal) con su padre, se encogió de
hombros él también.
— En ese caso, tendré que preguntarle a Luthor.
— Vamos, tienes que irte ya o realmente llegarás tarde a comer, como ha dicho
antes tu hermana — sonrió Galahad, y Godric sintió como si una sombra se hubiera
disipado del Salón, y la luz del sol que penetraba por las puertas abiertas brillase ahora con
más fuerza en las paredes y el suelo de piedra. Galahad levantó la varita y apuntó al hogar,
donde instantes después danzaban alegremente las llamas. Godric depositó el libro en el
baúl y lo cerró de un golpe.
— Padre...
— Ven aquí — dijo Galahad, y atrajo a su hijo hacia sí para envolverlo en uno de
los abrazos que Godric y Gisele llamaban cariñosamente "abrazos rompe—costillas" —.
Cuídate mucho, Godric, y aprende todo lo que puedas de Luthor. ¿De acuerdo?
— Claro, padre — dijo Godric, separándose de él. Sintió un tirón en la manga de la
túnica, y giró sobre sí mismo para mirar a Gisele.
— Demuéstrales a todos lo que vales, God — dijo Gisele con la voz empañada —.
Así quizá yo también pueda ir a estudiar con Luthor algún día...
— ¡Claro que sí, Gis! — medio rió, medio lloró, Godric —. Mañana mismo
venimos a por tí...
— No creo que Luthor quiera tener a tres mocosos consentidos a la vez como
alumnos — rió Galahad —. Por ahora tendrás que conformarte conmigo, Gisele.
Gisele hizo una mueca con la boca y se abrazó a Godric, que rió al ver la expresión
de su rostro. — Padre es un buen maestro, Gis — dijo Godric —. Ya verás que serás una
gran bruja algún día.
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— Bueno — dijo Gisele, encogiendo los hombros —. Siempre puedes enseñarme tú
cuando vuelvas...
— ¡Serás descarada! — Galahad soltó una carcajada.
— Cuanto más sepa, mejor — dijo Gisele.
— Bien, Godric — Galahad se dirigió de nuevo a su hijo, que supo que esta vez sí
que había llegado el momento —. Tienes que irte ya. Recuerda: aprovecha el tiempo todo
lo que puedas. Esta es...
— Una gran oportunidad. Sí, ya lo sé — dijo Godric. Suspirando, se separó de su
hermana —. Vale. ¿Cómo se supone que voy a viajar hasta allí?
— Bien. Coge el baúl —. Ante la mirada asustada de Godric, añadió: — Sujétalo
por el asa, no hace falta que lo cargues en tu hombro. De acuerdo. Tienes que coger un
puñado de Polvos Flú, echarlo al fuego, entrar en él — ignoró la mirada incrédula de
Godric —, y decir en voz alta y clara dónde quieres ir.
— ¿Y eso es...?
— El castillo Durmstrang — dijo Galahad. Godric asintió. Cogió Polvos Flú de un
cuenco que le alargaba su padre y los lanzó al fuego, que inmediatamente se volvió de un
color verde esmeralda. Con una última mirada a Galahad y a Gisele, se introdujo entre las
llamas, asombrándose al comprobar que no quemaban en absoluto aunque lamiesen sus
piernas hasta llegar casi a sus caderas. Un poco aprensivo todavía pero sin poder evitar la
emoción que serpenteaba en sus entrañas, pronunció:
— ¡Castillo Durmstrang!
Le dio la impresión de ser succionado rápidamente por un poderoso remolino de
llamas verdes y cenizas. Giraba a gran velocidad, tanto que empezaba a marearse, y se
alegró de no haber tenido tiempo para desayunar. Un sonido ensordecedor rugía en sus
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oídos, y la cabeza comenzó a darle horribles punzadas. Cerró los ojos, pero la sensación de
mareo se incrementó, así que volvió a abrirlos, y vio un cerco de llamas verdes que giraba a
toda velocidad a su alrededor... o quizá era él el que giraba... Temió vomitar pese a que no
tenía nada en el estómago, y se tapó la boca con la mano. El remolino verde incrementó su
velocidad, y Godric cerró los ojos de nuevo, sintiendo que su cabeza iba a despegarse de
sus hombros.
Cayó cuan largo era contra el suelo, y permaneció tendido unos segundos,
disfrutando de la sensación de estar parado de nuevo sobre suelo firme, con algo suave y
cálido (¿una alfombra?) acariciando su mejilla. Alguien le cogió la muñeca e intentó
enderezarlo. Completamente desorientado, abrió los ojos, e intentó enfocar la figura que se
inclinaba sobre él. Un momento después pudo distinguir un rostro joven y sonriente,
perteneciente a un muchacho aproximadamente de su edad. Los despeinados cabellos
negros relucían extrañamente a la luz verde del fuego, y los ojos eran exactamente del
mismo color que las llamas. La sonrisa se ensanchó cuando vio el desconcierto de Godric.
Lo ayudó a levantarse, y Godric se dejó caer sobre su baúl, que había caído a su lado.
— Godric Gryffindor, supongo — dijo el joven con voz jovial —. Bonita entrada...
Casi, casi tan elegante como la que hice yo la primera vez que usé los Polvos Flú — rió. La
cabeza de Godric palpitó dolorosamente —. Me caí de culo. Y entonces aquí todavía no
había una alfombra... Estuve una semana sin subirme en una escoba —. Godric siguió
mirándolo sin comprender exactamente lo que estaba diciendo. Sentía la cabeza a punto de
explotar.
— Yo... tú... — tragó saliva, y sacudió la cabeza para aclararla, aunque eso hizo que
doliese todavía más —. ¿Quién eres?
El joven rió de nuevo e hizo una parodia de reverencia.
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— Soy Salazar Slytherin... Encantado de conocerte.
— CAPÍTULO 3 —
Acertijos
— ¿Salazar Slytherin? — dijo Godric, totalmente confuso.
— Ese soy yo — hizo de nuevo una reverencia —. ¿Qué tal el viaje?
— No sé — respondió Godric, sinceramente —. Corto, supongo. Y algo... movido.
Salazar rió de nuevo.
— ¿Puedes andar?
— Sí,claro — dijo Godric, orgulloso. Hasta ahí podía llegar, que su futuro
compañero de estudios (porque suponía que el muchacho era el otro alumno de Luthor)
pensase que era un blandengue. Sin embargo, cuando se levantó del baúl tuvo que hacer un
gran esfuerzo para que no se le doblasen las rodillas, ante lo cual Salazar Slytherin rió de
nuevo y con más fuerza.
— No te preocupes. A todos nos pasa la primera vez... ¿No te he dicho que yo me
caí de culo?
— Sí — dijo Godric rencorosamente, mientras seguía al risueño Salazar por lo que
parecía un enorme salón ricamente decorado.
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— Bueno, te acompañaré a tu habitación. Así podrás recuperarte del viaje antes de
la comida. Los Polvos Flú son así, sabes, siempre marean un poco. Aunque son bastante
útiles... — dijo, pensativo.
— ¿Sabes cómo funcionan los Polvos Flú? — preguntó Godric, curioso.
— Bueno... — dijo Salazar —. Creo que se conectan dos chimeneas por
consentimiento mutuo de los dos propietarios, y se realiza un encantamiento
transportador...
— ¿Transportador?
— Sí, como la Aparición. Pero es permanente, y no lo hace el mago sobre sí mismo
sino que se hace sobre las dos chimeneas. No me preguntes cómo funciona — sonrió
socarronamente mientras emprendía la escalada por unas empinadas escaleras de mármol
—, pero creo que abre una vía de comunicación permanente entre las dos chimeneas.
Godric lo miró, incrédulo.
— Pero eso es imposible...
— Nada es imposible, Godric — rió Salazar —. Sólo hay que buscar una manera de
hacerlo.
— Pero... un encantamiento transportador permanente... las implicaciones que eso
tendría... es... ¡No hay ningún control sobre algo así!
Salazar se encogió de hombros.
— Ya te he dicho que no sé exactamente cómo funciona. Sólo sé que evidentemente
se necesita el consentimiento de las dos chimeneas (de sus propietarios, me refiero).
Supongo que se controla por medio de los Polvos Flú, porque si no cualquier cosa que
pusieras en una chimenea viajaría inmediatamente a la otra —. Soltó una carcajada —.
¡Imagina que todo el día estuviesen apareciendo en tu chimenea patatas y castañas asadas!
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— ¿Y qué son exactamente los Polvos Flú?
— No tengo ni idea. Alguna mezcla de plantas y de otras cosas asquerosas,
supongo, como todas las pociones. El caso es que limitan el transporte a los magos, y los
magos deben además dar la dirección del lugar al que se dirigen. No, no me preguntes
cómo sabe la chimenea a dónde te tiene que transportar porque no lo sé. Obviamente sólo
puedes ir a aquellas chimeneas con las que tengas un acuerdo... — suspiró —. A lo mejor
algún día habrá algún método para ir a cualquier chimenea, independientemente de que
haya o no acuerdo.
— ¿Y vosotros teníais un acuerdo con mi chimenea? — se extrañó Godric, que
nunca había oído hablar de los Slytherin. La cabeza seguía dándole vueltas, como si todavía
estuviese en aquella chimenea.
— Tu padre envió una lechuza hace tres días pidiéndolo, y en un instante mi padre y
mi madre se conectaron con él — respondió Salazar —. Debe ser facilísimo, pero yo no
conozco el encantamiento, así que... — se encogió de hombros —. No podré conectarme
con las chimeneas que quiera, cosa que sería muy interesante.
Godric lo miró, sonriendo.
—¿Y con qué chimeneas querrías conectarte, Salazar?
Salazar esbozó una sonrisa pícara —. Eso es mi secreto. Además, no es algo que tus
jóvenes oídos deban oír...
— ¡Oh, vamos! — exclamó Godric —. ¡Tengo la misma edad que tú!
— Eso me lo tendré que creer — rió Salazar —. Pero porque tú me lo dices... Mira,
ésta es tu habitación — añadió, mientras empujaba una puerta de madera, que se abrió sin
un sonido.
Godric entró en el cuarto y se quedó boquiabierto. La habitación era, fácilmente,
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cinco veces mayor que la que tenía él en el Castillo Gryffindor; la enorme ventana estaba
cubierta por una gran cristalera, puesta allí evidentemente por medio de la magia, ya que
los métodos muggles nunca habrían conseguido un trabajo tan exquisito. (Además, los
magos trataban por todos los medios de evitar los trabajos muggles excepto cuando eran
estrictamente necesarios). Una cama adoselada en la que seis adultos dormirían
cómodamente presidía la habitación, mientras que una mesa de roble, de aspecto pesado e
imponente y, sobre todo, antiguo, se apoyaba contra una de las paredes cubiertas de tapices.
Su baúl, que había abandonado frente a la chimenea y del que no se había vuelto a acordar,
yacía en el suelo, junto a la cama. Un arcón mucho más grande, que Godric suponía estaba
destinado a que guardase sus pertenencias de forma más cómoda, descansaba a los pies de
la enorme cama. La habitación era, en conjunto, lo que Godric siempre había podido
desear: igual que la suya, igual de acogedora, pero mucho más grande y rica.
Godric se dirigió a la ventana. Por lo que pudo ver del exterior, el castillo se elevaba
sobre una gran montaña. Allí, a lo lejos, podía ver un valle muy pequeño, más que el suyo.
No había ninguna otra casa a la vista, pero sí había un pequeño lago rodeado de nevadas
montañas. El valle era verde, pero de un verde mucho más oscuro que su propio valle. Un
color verde esmeralda que contrastaba con el blanco puro de las cimas de las cumbres a su
alrededor. El lago presentaba un color azul grisáceo, quizá como reflejo de las oscuras
nubes que cubrían el cielo.
— ¿Te gusta? — oyó que decía Salazar a su espalda. Se volvió, sonriente.
— Es genial.
Salazar sonrió.
Salazar y Godric comieron juntos en la habitación. Salazar le explicó que sólo cenaba con
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sus padres de vez en cuando, que "estaban demasiado ocupados" para estar en casa todos
los días y a todas horas y que apenas los veía. Aquella noticia, en cierto modo, alivió a
Godric, que se sentía un poco aprensivo y tímido (lo que no se había sentido en su vida)
ante la idea de conocer a los que serían sus padres adoptivos los siguientes años. Le
extrañó, sin embargo, que los padres de Salazar no estuviesen en casa: su propio padre
pasaba en su castillo toda su vida, excepto algunos viajes que hacía raramente a Londres a
ver a su sobrino, el rey.
— No tengo ni idea de lo que hace mis padres con su tiempo — estaba diciendo
Salazar en ese momento —. No suelen contarme gran cosa de sus asuntos — dijo, mientras
cogía un trozo de carne asada y lo trasladaba hasta su plato —, aunque sé que no estarán en
mi casa. Quiero decir, donde vivíamos antes... Supongo que estarán en Londres. Bueno, allí
es donde tu padre los conoció — añadió, partiendo la carne con los dedos —, porque casi
siempre están con el rey... — se metió un gran pedazo de asado en la boca.
— ¿Tus padres tienen asuntos con mi... con el rey? — dijo Godric.
— Claro — contestó Salazar, tragando con dificultad —. Todo el mundo tiene
asuntos con el rey.
— ¿A qué te refieres?
— Bueno, a que el rey es el que tiene la última palabra en todo, ¿no? — dijo Salazar
como si fuera lo más evidente del mundo —. Así que tanto si quieres comprar una casa
solariega como si tu vecino te ha robado, tienes que contárselo al rey. Claro, a menos que
seas un mago tenebroso. Esos lo hacen todo por su cuenta. Qué listos.
— ¿Cómo? — se atragantó Godric.
Salazar se encogió de hombros —. Hombre, los magos tenebrosos hacen lo que
quieren y cuando quieren. Eso sí que tiene que ser vida.
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— Pero.. pero, Salazar...
— No estoy diciendo que quiera ser un mago tenebroso, Godric — dijo Salazar
pacientemente —. Sólo creo que el rey tiene demasiado poder y que nos controla
demasiado. Los magos tenebrosos se han quitado de encima ese control, aunque haya sido
para realizar... bueno... no sé, lo que quiera que hagan — bajó la voz —. Ni siquiera sé lo
que hacen realmente los magos tenebrosos para merecer ese calificativo. ¿Y tú?
— No deberías hablar con tanta alegría de la Magia Tenebrosa, Salazar — dijo una
voz desde la puerta de la habitación —. Y tampoco del excesivo poder del rey. Y menos
delante de su primo —. Godric se encogió: la voz parecía penetrar en su mente
directamente, sin pasar antes por sus oídos. No se sentía capaz de levantar la cabeza, mucho
menos de girarla para ver quién era su propietario —. Si fuésemos muggles, eso se podría
considerar traición y acabarías con la cabeza lejos de los hombros.
Finalmente, Godric hizo un esfuerzo y dirigió la mirada hacia la puerta de la
habitación. Un anciano se apoyaba en el dintel, distraídamente, como si simplemente
observara la escena y esperase su turno para entrar y cojear hasta la mesa, a la espera de
que un alma caritativa le ofreciese una bebida caliente. Sin embargo, el poder que destilaba
su cuerpo enjuto calentaba la estancia aún más que el fuego que bailaba alegremente en la
chimenea. Godric lo miró a los ojos y se sintió atrapado por la mirada: aquellos ojos grises
parecían haberse introducido en su cuerpo y estar buscando su misma alma sin siquiera
hacer el más mínimo esfuerzo. Godric se sintió intimidado.
— ¿Qué hacéis aquí, Luthor? — dijo Salazar, en un tono que Godric interpretó
como de respeto forzado.
El anciano sonrió. Godric se sintió de repente mucho más ligero; la sonrisa era de
aprobación, y supo, sin saber realmente cómo ni cuándo ni por qué, que había aprobado el
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primer exámen al que su maestro le había sometido. Cuando vio que la sonrisa se
ensanchaba, supo también que aquel hombre era capaz de leer sus pensamientos además de
su alma, y que no había aprobado: había llegado incluso a impresionar al anciano.
Cuando el hombre entró en la habitación, Godric fue mucho más consciente, sin
embargo, de su propia humildad. El poder que sentía en aquel ser era muy superior al que
había sentido nunca en nadie.
— Vengo a conocer a mi nuevo alumno, Salazar — respondió Luthor, y su voz sonó
dura, en contraste con la ancha sonrisa que curvaba sus labios —. Vaya, vaya — dijo,
dirigiéndose a Godric, y los ojos brillaron en su dirección —. Godric Gryffindor.
— Señor... — dijo torpemente Godric, sin saber muy bien cómo debía reaccionar
ante aquel hombre. Se levantó —. Maestro...
— Siéntate, muchacho. Veamos... — sacó la varita, la agitó y una butaca tapizada
de aspecto cómodo se materializó junto a él. Se sentó, y su enjuto cuerpecillo pareció
perderse por un momento entre los cojines de seda. Sin embargo, a Godric le dio la
impresión de hallarse ante un poderoso señor de los hombres, sentado en un trono
demasiado pequeño para él —. Godric Gryffindor —. Sonrió, observándolo unos
momentos.
— Yo...
— Así que finalmente mi deseo ha sido cumplido. Esperaba que tu padre gruñera
mucho más antes de entregarte a mí, Godric Gryffindor.
— ¿Qu...?
— Tu padre es orgulloso. Como debe ser, siendo un mago de tan alta estirpe. Sin
embargo... — permaneció unos segundos callado, mirando todavía a Godric —. No pude
resistir la tentación de ver si su orgullo podía más que su sentido común. Veo que lo
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segundo ha salido vencedor. Y me alegro.
Godric lo miró con la boca abierta.
— ¿Qué habéis dicho?
— Digo que su sentido común ha vencido sobre su orgullo. Su orgullo de padre y de
noble, claro — sonrió de nuevo —. Pero sabía que era lo suficientemente listo como para
ver que tu sitio no estaba en aquel valle. Me alegro de que supiera interpretar las señales
correctamente, y, egoístamente, debo decir, me alegro que se decidiese por mí a la hora de
buscarte un maestro.
Godric apartó la mirada, aturdido.
— Mi padre... me dijo que vos, Maestro...
— Luthor, muchacho. Llámame Luthor.
— ... me dijo que habíais pedido... que le habíais pedido...
La sonrisa de Luthor se desvaneció.
— Mucho me temo que me habías pasado desapercibido, Godric. Un error que
espero no volver a cometer — suspiró —. Supe de tí a través de Galahad, que acudió a mí
para pedirme consejo. Cuando me contó todas las señales, todas las pruebas, le dije lo que
pensaba. Y él me pidió que te enseñase —. Volvió a sonreir —. Cuando le dije que creía
que podrías ser uno de los mejores magos de todas las épocas, creí que le tentaba para que
me eligiese a mí como tu maestro. Pero debo reconocer que yo me sentía aún más tentado
por ver hasta dónde podrías llegar.
Godric abrió aún más la boca.
— ¿Hasta dónde podría llegar? ¿Yo? Pero... ¡pero si no soy capaz ni de transportar
un baúl como es debido! ¡Hasta los elfos domésticos lo hacen mejor que yo!
— Ya verás, Godric — dijo Luthor, levantándose y haciendo desaparecer la butaca
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con otro movimiento de varita —. Algún día seré yo quien me sienta orgulloso de decir que
he sido tu maestro. Vuestro maestro — añadió, mirando a Salazar.
Luthor se dirigió lentamente hacia la puerta. Una vez allí, se dio la vuelta y lo miró
directamente a los ojos.
— El poder no se enseña, Godric. Se tiene, o no se tiene. Ya verás, ya — rió —.
Creo que lo vamos a pasar muy bien los próximos años —. Se volvió y salió de la
habitación. La puerta se cerró sola, sin un sonido.
Godric se sintió mareado por un momento. Aturdido, se giró hacia Salazar, que lo
observaba con curiosidad.
— Vaya, vaya... — dijo Salazar, con una sonrisa sesgada —. Así que, además del
primo del rey, eres lo suficientemente poderoso como para impresionar a Luthor... — rió
fuertemente al ver la mirada furiosa que le lanzó Godric —. Eres una caja de sorpresas,
Godric Gryffindor.
Godric resopló, indignado. No se sentía poderoso, ni mucho menos. De hecho, se
sentía algo intimidado, con tanta gente a su alrededor repitiendo lo poderoso que era. Sentía
que, de alguna manera, no iba a poder responder a tantas expectativas. En su fuero interno,
pensaba que iba a defraudar a Luthor, a Salazar y, lo que era más importante, a su padre.
— Creo que sí que nos vamos a divertir los próximos años — oyó que decía
Salazar, riendo. Godric se preguntó, entre furioso y divertido, si aquel muchacho tenía algo
más que risas en la cabeza.
*
Unas semanas más tarde, sin embargo, Godric se sentía mucho más alegre, y mucho más
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seguro de sus propias posibilidades. Estudiar con Luthor era fácil, mucho más fácil que con
su padre. Los hechizos y encantamientos que Luthor le explicaba parecían instalarse en su
mente y en la mano con la que guiaba su varita en cuanto su maestro los pronunciaba, y
pronto se dio cuenta de que la magia era algo que también destilaban sus propias venas. El
escalofrío que sentía cada vez que pronunciaba unas palabras y su varita realizaba alguna
acción, aunque fuese el hechizo doméstico más nimio e insignificante, lo llenaba de una
euforia que a duras penas lograba contener. Las miradas de aprobación de Luthor eran
como un bálsamo, y el hecho de haber alcanzado tan rápidamente el nivel de Salazar, que
llevaba un año estudiando con Luthor, lo llenaba de orgullo.
Salazar también le demostraba su aprobación conforme iba haciendo más y más
progresos. El día que fue capaz de transformar una araña en una mesa con sus
correspondientes sillas el caluroso aplauso de Salazar alegró a Godric casi más que el
mismo encantamiento, y la sonrisa de Luthor fue mejor incluso que una alabanza directa.
Evidentemente, las transformaciones y los encantamientos se le daban bien. No
sabía exactamente cómo, pero ese tipo de magia era como algo intrínseco a su propio ser, le
resultaba tan fácil como respirar. La realización de pociones también le gustaba, aunque
eran unas lecciones mucho menos divertidas que las de encantamientos y transformaciones.
Lo que realmente no soportaba era la Historia. Y lo peor era que Luthor se empeñaba en
que estudiasen tanto historia de los magos como de los muggles, para cotejar ambas y
comparar la evolución de una y otra civilización.
— ¿Y a quién le importa saber que hace seis mil años los muggles eran unos brutos,
mientras los magos se dedicaban a construir mastabas y pirámides? — saltó Salazar un día,
después de tres horas de esquemas, fechas y datos históricos.
— Tienes que saber todo lo que puedas sobre nuestra historia, Salazar — le
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respondió tajantemente Luthor —. La historia forma parte de nosotros mismos, y sin ella no
podrías comprender lo que sucede actualmente.
— ¡La nuestra, vale! ¿Pero por qué la de los muggles? ¡No me importa nada que la
mitad de Bretaña esté gobernada por los daneses! Nosotros, en Inglaterra, me refiero,
tenemos un rey para todas las islas, y eso es lo que cuenta para mí.
— De acuerdo. Pero también te sirve para saber por qué es tan difícil gobernar un
país. ¿Acaso crees que el rey no ha tenido que mantener contactos con los reyes muggles
para poder mantener su reino cohesionado?
— Muggles — escupió Salazar —. No me importan los reyes de los muggles,
Luthor. Y no creo que al rey le importen tampoco demasiado.
— Pues a ellos sí les importamos, Salazar.
Godric abrió la boca.
— ¿Saben que existimos?
— Claro. Los reyes, me refiero. El danés y el celta. Y supongo que los reyes y
emperadores de los demás países también lo sabrán. El pueblo, los muggles normales,
piensan que somos una invención de cuento de hadas — sonrió —, pero los gobernantes
saben la verdad. Es el único modo de que podamos convivir con ellos.
— ¿Y quién quiere convivir con ellos? — dijo Salazar.
— Compartimos las mismas tierras, Salazar. Aunque no nos regimos por las
mismas leyes, no podemos darle la espalda al mundo. Aunque algunos así lo quieran... —
suspiró.
Salazar hizo una mueca de desprecio —. El modo de vida de los muggles no me
atrae, y tampoco sus leyes. No creo que debamos mezclarnos en absoluto con ellos.
— Nadie dice que nos estemos mezclando con ellos, Salazar. Aunque... — sonrió
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—. Algunos sí lo hacen, algunos se hacen pasar por muggles para adquirir un poco de
poder.
— No me lo creo.
— Pues créetelo. Una vez tuve un alumno... — suspiró —. Era bueno, aunque un
poco duro de mollera y un poco cabezota. Como todos los franceses... — sonrió —. Un día
le dio por querer ser rey. El pobre no tenía sangre noble, así que no podía llegar a ese
puesto de ningún modo. Así que se decidió por adquirir poder entre los muggles. Pobre
Gerbert...
— ¿Y cómo esperaba influir en los muggles? — se extrañó Salazar.
— Acabó siendo Papa de la Iglesia muggle. Cuatro años nada más, pero se los pasó
luchando por adquirir más y más poder. Y lo obtuvo, créeme. El actual rey de los
húngaros, por ejemplo, está ahí por Gerbert. Le llamaban "Silvestre II, el Papa brujo" — rió
—. Estos muggles... qué inocentes. Creo que acabó un poco loco. Murió.
Godric levantó la cabeza.
— ¿Murió? ¿Cómo?
Luthor se encogió de hombros.
— No lo sé. Supongo que los muggles lo matarían, como suelen hacer con sus
gobernantes — atajó con un ademán la mirada escandalizada e incrédula de Salazar —. Por
suerte, no son muchos los que se deciden por hacerse pasar por muggles. Vivimos
apartados de ellos desde hace muchos siglos. Y, sin embargo, la historia de los muggles y la
nuestra es la misma. No sólo me refiero a que los grandes faraones y emperadores de la
antigüedad fuesen magos, sino a que, aunque hemos aprendido a no querer influir en la vida
de los muggles, lo cierto es que nuestra vida y la suya van unidas.
Salazar resopló. — Eso es una tontería. ¿Cómo iban los muggles a influir en nuestra
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vida?
— Supongo — intervino Godric — que una coexistencia pacífica nos daría muchos
más beneficios que una lucha constante... ¿no? — añadió, mirando ansiosamente a Luthor.
— Exacto — afirmó Luthor —. Podemos aprender mucho los unos de los otros si
coexistimos. Y, aunque ciertamente es muy difícil que puedan dañarnos, sí que pueden
hacernos la vida muy desagradable... Si se nos enfrentan.
— ¿Cómo? — dijo Salazar —. No será con la tontería esa de quemarnos en la
hoguera... — rió —. Ni siquiera un niño dejaría que las llamas le hiciesen daño.
— ¿No te has dado cuenta, Salazar — dijo Luthor — de que la vida es mucho más
agradable si no tienes que estar todo el día mirando a tus espaldas, con miedo a que alguien
te ataque?
Salazar siguió riendo.
— Ni por esas podrían hacernos daño, Luhor...
— Eres mortal — dijo Luthor secamente —. Estás hecho de carne y hueso, y tu
sangre se puede derramar. No subestimes a los muggles, Salazar — dijo terminantemente
—. Podrías tener una sorpresa... eh... desagradable.
— Está chalado — dijo Salazar, mientras él y Godric salían de la cocina después de
pedir algo de comer a los elfos domésticos —. Muggles... ¿a quién le importan? No son
más que un atajo de niños a nuestro lado.
— Bueno... Pero supongo que Luthor tiene algo de razón — dijo Godric —. Me
refiero a que la vida es más agradable si la vives en paz...
Salazar lo miró unos segundos y después comenzó a reir de nuevo.
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— Tienes razón, supongo. No me gustaría que los muggles me persiguiesen por
todo el país intentando quemarme en la hoguera, aunque no pudiesen hacerme daño. Pero
— sonrió traviesamente — es tan divertido hacer rabiar al viejo...
— Eres incorregible — sonrió Godric.
Caminaban por un ancho sendero que salía del castillo y serpentaba a través de las
montañas hasta bajar al cristalino lago que descansaba a los pies de la mole de piedra. El
tiempo era inmejorable, la primavera había dado paso a un verano caluroso y éste a un
otoño dorado, y el sol se resistía a dejarse vencer por las nubes que amenazaban nieve.
Godric suponía que el invierno sería crudo en el castillo Durmstrang, por lo que no podía
sino alegrarse de que el otoño les diese una pequeña tregua antes de encerrarlos en el
castillo meses y meses. Bajaron hasta el lago. A un lado, una enorme pradera de hierba,
seca por la falta de lluvia, invitaba a correr y a saltar de alegría bajo el cálido sol de
septiembre.
— Qué día más estupendo... — suspiró Salazar —. Me están entrando ganas de
jugar. No he montado en mi escoba desde el año pasado... — hizo una mueca —. Luthor
me tiene encerrado, parece pensar que el aire libre puede dañar mi conocimiento de la
magia.
— ¿Jugar? ¿A qué? — dijo Godric —. ¿A la gallina ciega?
— No, bobo — dijo Salazar con aire de fastidio —. Bueno, supongo que en vuestro
valle no se jugará mucho...
— Sabemos divertirnos, si a eso es a lo que te refieres — dijo Godric indignado.
— Sí, vale — dijo Salazar, y sonrió —. ¿Jugando a la Gallina Ciega?
— Pero qué listo eres — se encrespó Godric —. ¿Sabes? En mi valle también
jugamos a...
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— Sí, a las canciones, a las palabras encadenadas, a la Gallina Ciega...
Godric sonrió.
— Ese airecillo de superioridad que te gastas no te sienta nada bien, Sal — dijo —.
A ver, Señor Diversión, ¿a qué se supone que jugaís encima de la escoba? ¿A ver quién
coge más manzanas de lo alto de los árboles? ¿A tiraros los unos a los otros? ¿A daros
escobazos sin dejar de volar..?
— Bueno... — Salazar se levantó de golpe. Su rostro se había iluminado de pronto,
y parecía un chiquillo a quien alguien ha hecho un regalo largamente esperado —. Es un
juego bastante simple, verás: participan varios jugadores...
— ¿Cuántos?
— Da igual, no sé, unos cinco o seis en cada equipo...
— ¿No lo sabes? Pues vaya...
— Es un juego que inventaron los campesinos del pantano, ¿vale? Ellos jugaban
como y cuando podían, así que deja de darme la vara...
Godric contuvo la risa.
— Vale, vale... no te enfurruñes.
Salazar frunció el entrecejo, e hizo un esfuerzo por recuperar la sonrisa.
— Bueno, a ver cómo te lo explico para que seas capaz de entenderlo — dijo, e,
ignorando la mirada de indignación de Godric, prosiguió —. Tenemos una pelota, ¿vale?...
— Vale. Pelota. ¿Y eso qué es?...
Salazar rió.
— Claro, supongo que vosotros todavía jugáis a pasaros una vejiga de dragón por
encima de un seto... Una pelota es como la vejiga hinchada, pero está hecha de cuero.
— Ah... — Godric miró a Salazar —. ¿Y para qué vais a desperdiciar el cuero en
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esa chorrada, si la vejiga de dragón es muchísimo más barata?...
Salazar lo miró con reprobación.
— Los campesinos jugaban con vejigas, pero nosotros no tenemos que
preocuparnos por el dinero, ¿no?... La pelota se coge mucho mejor y no cambia de
dirección en el aire, es mucho más cómoda para jugar...
Godric volvió a fruncir el entrecejo.
— ¿Y qué más da que cambie o no de dirección? Si sólo es un juego...
Salazar suspiró.
— Voy a tener que esforzarme para que lo entiendas... — miró a su alrededor —.
Bueno, a ver... Se juega sobre escobas... ¿Sabes volar?
— ¡Claro que sé volar! — dijo indignado Godric.
— ¡Vale, vale! — Salazar soltó una carcajada. Buscó entre sus ropas y sacó la varita
—. Veremos en primer lugar si el convocador te sale tan bien como alardeas. El castillo
está muy lejos, sabes...
Godric lo miró, desconcertado, hasta que comprendió lo que quería decir. Sacó la
varita de su túnica y la levantó.
— ¡Accio escoba! — gritaron a la vez.
Por unos momentos, no sucedió nada, y Godric pensó que quizás había fallado el
encantamiento e iba a hacer el ridículo. Sin embargo, unos segundos después escuchó un
zumbido y se volvió hacia el castillo. La escoba que su madre le había regalado años atrás
volaba hacia él, junto a otra escoba, evidentemente de Salazar. Ambas se detuvieron en el
aire junto a sus propietarios.
— Vale — dijo Salazar, cogiendo su escoba y sentándose en la seca y crujiente
hierba. Con un ademán, indicó a Godric que lo imitase —. Es un juego muy entretenido,
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que se juega en grupos. Dos grupos, uno contra el otro. Veamos. Tenemos una pelota de
cuero, ¿vale?
— ¿Y para qué...? — dijo Godric.
— ¿Cómo demonios quieres que te lo explique si me interrumpes a cada segundo?
— dijo Salazar con fingida exasperación.
— Lo siento... perdona.
— Vale. Esta noche me haces los deberes de Historia — rió al ver el rostro
compungido de Godric —. Bueno...Una pelota que hay que utilizar para marcar puntos.
— Perdona que te interrumpa, milord, pero no me he enterado de nada.
Salazar suspiró. Sacó de nuevo la varita, la dirigió hacia el castillo y dijo: — ¡Accio
pelota! —. En pocos segundos, un pequeño arcón de madera, bastante nuevo y sin
cerradura, aterrizaba a su lado.
— A ver si así lo entiendes —. Abrió el arcón. Godric se inclinó a mirar: una pelota
de aspecto inocente y totalmente vulgar reposaba en su interior. Era de cuero rojo, del
tamaño de un melón redondo —. Bien. Hay unos jugadores, los catchers, que intentan
meter la pelota entre dos árboles. Entiende que en el otro equipo hay otros...
— Sí, vale, que intentan meter la pelota por entre otros dos árboles.
Salazar rió —. Vale, veo que lo pillas. Otro jugador tiene que impedir que la pelota
pase entre los árboles, porque cada vez que pasa es un punto para el equipo que ha
conseguido meterla. Mientras tanto, hay dos piedras — miró a su alrededor como buscando
algo, levantó la varita y susurró — ¡Accio piedras! —. Dos piedras un poco más pequeñas
que la pelota acudieron a su llamada —. Vale, hay dos piedras, a las que solemos llamar
blooders, que se han embrujado para que vayan entre los jugadores, intentando tirar de la
escoba a quien se les ponga por delante.
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— ¿No es un poco...?
— ¿Peligroso? Nah, es una tontería, lo peor que te puede pasar es que te caigas de la
escoba. Bueno, otros dos jugadores intentan que las blooders golpeen a los jugadores del
otro grupo, claro.
— ¿Cómo?
— Antes lo hacían con la mano, con el pie o incluso con la cabeza — dijo Salazar
—. Pero hace un par de años a alguien se le ocurrió que sería mejor que lo hiciesen con
algo para no machacarse tanto la sesera. Creo que ahora golpean las blooders con una
especie de palo o algo así — se encogió de hombros —. Siempre le quitan a la vida la parte
interesante.
— Hombre, no me parece a mí que dejarte el cerebro pegado a una pelota sea
precisamente interesante... — rió Godric.
— Pues que no jueguen — sonrió —. Bueno. Pues ese es el juego. El que consigue
más puntos, gana.
— Eso ya lo había deducido yo solito, gracias — dijo Godric, y miró a Salazas
desconcertado —. ¿Y ese es tu famoso juego divertidísimo y estupendísimo? Hombre,
pues...
— Nadie dijo que el juego tuviese algún sentido — Salazar se encogió de hombros
—. Sólo que es divertido.
— ¿Y ya está? — dijo Godric —. ¿No hay más reglas, no hay algo que no se pueda
hacer, como tirar de la escoba a los del otro equipo, o algo así?
— Ya te he dicho que es un juego, nada más. Nadie se ha preocupado por ponerle
unas reglas. Bueno, ¿quieres jugar?
Godric sonrió.
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— Claro. Parece divertido. Aunque... Creo que nos falta gente, ¿no?
— Oh, no te preocupes — rió Salazar —. Sólo para que aprendas. Ya jugaremos en
serio algún día...
— De acuerdo. ¿Y qué jugador se supone que voy a ser? ¿El que mete la pelota, el
que impide que entre, o el que golpea las piedras?
— Eso depende de con quién juegues. Cada equipo decide antes de que empiece el
juego quién está en cada posición. Así que tendrás que aprender a jugar en todas, y cuando
sepas la que te va mejor, intentas que tu equipo te elija para... — se detuvo de pronto, como
si hubiese oído algo. Miró hacia abajo, y Godric sintió la extraña sensación de que sus ojos
se deslizaban por la orilla del lago, como observando algo. Silbó casi en un susurro y
después, como percatándose de que Godric se hallaba a su lado, enderezó la cabeza —.
Oops... — miró hacia el castillo —. Creo... creo que llegamos tarde a la lección de la tarde,
Godric...
— ¿Si? — dijo Godric, algo desconcertado por el abrupto cambio de ánimo de
Salazar —. ¿Qué... qué hora es?
— La hora de la merienda, creo.
— Bueno — sonrió Godric —. Subamos antes de que Luthor nos convierta en algo
asqueroso, ¿de acuerdo?
— Sí... bueno, es... — miró de nuevo hacia el lago —. Sube tú, yo tengo que... que
buscar unas hierbas para preparar pociones... Ya sabes, Luthor me mata si no las llevo...
— No seas tonto, te ayudaré a buscarlas...
— No — Salazar rió —. No, es mejor que uno de los dos llegue a tiempo. Sube, que
yo iré en seguida.
— Bueno... — Godric se levantó, cogió su escoba y montó sobre ella —. Llegaré
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antes si voy volando. Date prisa, antes de que Luthor se ponga verde.
— Sí, voy en seguida. Vete, que la paciencia no es precisamente una de las virtudes
del viejo.
Godric dio una fuerte patada al suelo y se elevó en el aire. Aceleró hasta que le
lloraron los ojos, tratando de llegar al castillo lo antes posible. Sin embargo, antes de
desaparecer detrás de una montaña echó una última mirada hacia donde Salazar se había
quedado. El muchacho no había hecho ni el amago de buscar las hierbas; se había deslizado
hasta la orilla del lago, y se inclinaba hacia el suelo, como si estuviese observando la tierra
húmeda.
Godric volvió a mirar hacia delante, a tiempo de virar antes de chocar contra un
saliente rocoso de una de las montañas. Hizo un rápido giro con la escoba, de forma que
estuvo a punto de caer al suelo, y se enderezó a duras penas. Aterrizó a trompicones, ya que
no había frenado en su descenso en su ansia por llegar a tiempo a la lección de Luthor.
Cuando entró en el castillo, con la escoba apoyada en el hombro, miró hacia su brazo y vio
que, sin darse cuenta, se había llevado la pelota de cuero.
Media hora más tarde, Salazar entró en la pequeña sala donde Luthor les daba clase.
Disculpándose apresuradamente, se sentó junto a Godric y convocó un pergamino y una
pluma para que acudieran a él desde un estante un poco alejado. Godric se inclinó hacia él.
— ¿Por qué has tardado tanto? — le preguntó en un cuchicheo —. Luthor me
miraba como si quisiera hacer cosas muy feas con mi cabeza...
— La pelota — sonrió Salazar —. Tenía que dejarla en su sitio...
— ¿Ya la has guardado? — preguntó Godric, mirando a Salazar a los ojos. Éste se
encogió de hombros.
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— Claro... — rió, sin mirar a Godric.
Godric lo miró, con el rostro inexpresivo. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Por
qué le estaba mintiendo?
— ¿Salazar? — preguntó, dubitativo.
— Bueno... — Salazar se volvió hacia él —. No, no la he encontrado. Y eso que he
estado media hora buscándola, a la muy condenada... — se encogió de hombros —. No sé
cómo se lo voy a decir a mi padre. Se la regaló tu primo... Bueno, supongo que siempre
podrá encargar que me hagan otra...
Godric sintió que su corazón se aligeraba. Riendo, sin preocuparse por que Luthor
se diese cuenta, metió la mano en su bolsillo y sacó la estúpida pelota de cuero.
Salazar la miró, asombrado. Después puso la mano sobre la de Godric y le cerró los
dedos en torno a la pelota — Guárdala. Siempre puedo pedirle a mi padre otra...
Godric sonrió.
— Por cierto... Habría que ponerle un nombre a tu jueguecito famoso, ¿no crees?...
Salazar se encogió de hombros.
— Tú mismo.
— No sé, no sé... — Godric se quedó pensativo unos segundos —. Podrías ponerle
tu nombre...
— No lo inventé yo — dijo Salazar, indiferente.
— Pues... El nombre de tu pantano. ¿Cómo se llama ese sitio? ¿Tiene nombre, o es
como el valle donde yo...?
— Queerditch — dijo Salazar, antes de enfrascarse en su libro de hechizos —. Mi
pantano se llama Queerditch.
56
*
Godric miró soñadoramente por la ventana. Después de meses de riguroso invierno, en los
cuales apenas se había atrevido a asomar la nariz fuera del castillo, un pálido sol intentaba
caldear las piedras, sometidas al viento y a la nieve durante demasiado tiempo. Una
bandada de pájaros sobrevolaba el castillo, lejos de la ventana por la que Godric observaba,
y éste deseó por un momento convocar a su escoba, abrir la ventana y unirse a ellos en el
vuelo, sentir el viento en el rostro...
Se obligó a sí mismo a apartar la mirada del primer glorioso día de primavera y
atender a lo que decía Luthor sobre las runas. A Godric no le disgustaban los lenguajes, y
mucho menos los evidentemente esotéricos como aquel, pero la primavera bullía en sus
venas y le impedía concentrarse como acostumbraba.
— ...el origen etimológico de la palabra runa puede encontrarse en el latín — decía
Luthor cuando Godric consiguió retomar el hilo de la lección —, o bien en el inglés, ambos
con el significado de misterio o secreto. También hay un vocablo germánico, raunen, que
significa adivinar. Por tanto, podemos deducir que las runas se utilizan para guardar
secretos o misterios, para esconder a ojos que no deben verlos los grandes...
— ¿Puedes imaginar algo más aburrido que esto? — le preguntó Salazar en un
susurro. Godric se limitó a negar con la cabeza, que tenía apoyada sobre la mano con la que
debería estar tomando apuntes, mientras seguía mirando por la ventana, perdiendo de nuevo
la concentración.
— ... ese mensaje secreto se lee de izquierda a derecha, y el alfabeto rúnico, de
veinticuatro signos, es la misma clave del mensaje. Los muggles nórdicos — decía la voz
de Luthor — aseguran que la unión de las runas con lo esotérico yace en los poderes
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místicos que se ofrecen al que puede recitar el abecedario. Sin embargo, nosotros, los
magos, creadores de este alfabeto, sabemos...
Godric sintió que se le caían los párpados. El sol le daba en la cabeza, y caldeaba el
ambiente a su alrededor, mientras el sueño producido por el bienestar físico se iba
apoderando de él. A pesar de sus intentos por atender a las palabras de Luthor...
— ...cada signo rúnico tiene su propio significado, que, unido al significado del
mensaje completo, puede ocultar un hechizo, una maldición, o alguna verdad que es más
seguro que permanezca oculta. Sin embargo, aunque seamos capaces de descifrar los
signos, seguramente también tendremos que descifrar después su significado...
Godric cerró los ojos y se deslizó en el sueño, arrullado por la suave voz de Luthor.
Sentía cómo su cuerpo se hacía ingrávido, y se elevaba sobre la sala hacia la ventana, y
volaba detrás de los pájaros...
— ¡Godric!
Se despertó sobresaltado, y vio los ojos grises de Luthor taladrándole con la mirada.
Se encogió un poco en su asiento, y murmuró una excusa apresurada, aunque no estuvo
seguro de que Luthor la hubiese oído, y mucho menos aceptado. Luthor lo miraba
fijamente, y Godric no se atrevió a apartar los ojos de los suyos, pese a que, a su lado,
escuchaba los esfuerzos de Salazar por contener la risa. Se prometió a sí mismo que le daría
una paliza aquella misma tarde.
— Yo...
— ¿Puedes leerme esta inscripción, Godric? — dijo suavemente Luthor, señalando
una piedra que había depositado a su lado sobre una banqueta. La piedra, un trozo de
granito redondeado, parecía bastante antigua, de unos cinco siglos o así. Un altorrelieve
mostraba la figura de un hombre montado sobre un animal, seguramente un caballo, aunque
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por la forma más bien parecía un felino. Sobre el hombre había grabados una serie de
caracteres rúnicos. Godric miró los signos angulosos, de líneas quebradas, y sintió que la
cabeza le daba vueltas. Trató de concentrarse en todas las lecciones de runas que había
recibido hasta entonces.
— Er...
— ¿Er? — dijo Luthor —. Ese signo no lo conozco, Godric.
— No, este... — miró fijamente la piedra —. Fra... frawara...
— Continúa, muchacho — le alentó Luthor, cuando Godric hizo una pausa.
— Frawaradaz ana... hahai slaginaz.
Luthor asintió con la cabeza.
— De acuerdo. ¿Y qué significa?
Godric siguió mirando intensamente la piedra, como si ésta tuviese el significado
oculto en su interior y fuese a revelárselo simplemente con la intensidad de su mirada.
— Em... "el hombre... no domina a la bestia"
— Fíjate mejor.
Godric se concentró todo lo que pudo, y observó de nuevo los extraños signos.
— "El hombre no doma al animal..."
— Bien — aprobó Luthor —. ¿Y el resto?
— Este... "se hace uno... con él" — dijo titubeante Godric.
— Así es — dijo Luthor —. "El hombre no doma al animal: se hace uno con él".
Muy bien. ¿Y qué significa? — preguntó Luthor.
Godric lo miró, aturdido.
— ¿Qué significa? — repitió.
— Sí, qué significan las palabras. Tendrán algún significado, si alguien se molestó
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en grabarlas en una piedra...
— Puede ser alguna poesía rara — intervino Salazar —. O un druida que había
libado demasiado hidromiel... — rió. Luthor lo miró reprobador.
— Ten por seguro, Salazar Slytherin — dijo con voz cortante — que estas palabras
tienen un significado. ¿Cuál crees que es, Godric?
— No sé... — Godric tragó saliva —. ¿Un acertijo?
— Por supuesto. Todos los mensajes rúnicos contienen un acertijo. Es una forma
más de ocultar el mensaje real... su significado — se encogió de hombros — puede ser
cualquier cosa: un hechizo, una maldición, o algo tan simple como una advertencia.
— ¿Y en este caso qué es, Luthor? — preguntó Salazar.
— Eso — dijo Luthor — tendréis que descubrirlo vosotros... si no, la lección no
serviría de nada.
— CAPÍTULO 4 —
El maestro
— Así que has vuelto a conseguir que Luthor se largue de tu habitación — dijo
Godric, riendo, mientras entraba en el dormitorio de Salazar —. Dos veces el mismo día...
Debe ser una especie de récord.
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Salazar levantó la mirada y le guiñó un ojo, sonriendo. Godric cerró la puerta tras de
sí y avanzó hacia la cama de Salazar, donde se dejó caer, y, estirando las largas piernas,
dirigió la mirada hacia la silla junto a la ventana, donde Salazar escribía en un pergamino
colocado sobre una antigua y enorme mesa de roble.
— Sabes, me impresiona que el viejo siga siendo tu maestro. Si yo fuese él, hace
años que te había convertido en una lombriz de tierra — dijo Godric. Salazar soltó una
carcajada.
— Eso sería si fueses capaz de aprenderte el encantamiento. Por ahora, confórmate
con transformarte en una persona civilizada y siéntate en una silla.
— Tu cama es más cómoda — repuso Godric —. Y no soy una persona civilizada
—. Sonrió —. Además, hasta un muggle sería capaz de transformarte en una lombríz.
— ¿Ah, sí?
— Sí, porque ya lo eres.
Salazar le lanzó lo que tenía más a mano, que resultó ser el tintero. La tinta negra
salpicó el ornamentado edredón y la almohada donde Godric apoyaba la cabeza, pero a él ni
lo tocó. El tintero rodó por la cama y cayó al suelo. Sonriendo, Godric sacó la varita, dibujó
un círculo en el aire y la tinta se evaporó.
— Muy bonito — dijo Salazar —. Lo de limpiarme la cama y lo de no dejar que te
manche. Debes haber estado estudiando toda la noche para que te saliese el escudo...
— Me sale de forma natural.
— Sí, y yo soy Silvestre II.
— Ni de broma eres tan poderoso como él. Cuando quieras te doy un par de
lecciones de magia, Sal.
Salazar sonrió más pronunciadamente.
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— No, gracias. No quiero perder lo poco que he aprendido con ese viejo chocho.
Godric rió.
— ¿Qué le has hecho esta vez?
Salazar se encogió de hombros —. Simplemente le pedí que se dejase de niñerías y
me enseñase a Aparecerme.
Godric abrió la boca.
— ¿Cómo?
— Aparecerme. Le dije que creía que sería estupendo si dejaba de intentar que
memorizase los pactos de los bretones con los brujos daneses y el concilio que celebraron
los magos vikingos con los muggles y me mostrase cómo podía transportarme yo solito, sin
tener que dejarme los dientes en todos los suelos a los que llego con esa basura de Polvos
Flú.
Godric miró atónito a Salazar, parpadeando. Luego se echó a reir.
— Estás chalado, Sal. No sé cuántas veces te habrá dicho Luthor que no nos
enseñaría ese tipo de cosas hasta que tuviésemos...
— ...un poco de cerebro dentro de nuestras gruesas calaveras. Sí, lo sé. Creo que lo
he oído bastantes veces como para vomitar. Lo acabo de oír, de hecho —. Se encogió de
hombros.
— No sé por qué sigues insistiendo —. Godric meneó la cabeza —. Sabiendo que
no quiere enseñarnos eso hasta que considere que tenemos suficiente poder...
— ¡Oh, vamos, Godric! — exclamó Salazar, levantándose de la silla y comenzando
a pasearse por la habitación —. Sabes que ya tenemos suficiente poder para eso y para
mucho más. Vaya, si yo creo que lo hemos tenido toda la vida.
Godric lo miró, sonriendo.
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— Sigo creyendo que lo dices por fastidiarlo.
— Claro — dijo Salazar, sonriendo traviesamente —. Pero eso no quita que piense
que podemos hacerlo.
— Eres un poco soberbio, hermano — rió Godric.
— Sabes que es verdad, Godric — dijo Salazar, repentinamente serio —. Luthor nos
está cortando las alas.
Godric dejó de reir y se quedó paralizado.
— Dios Santo, lo dices en serio, ¿verdad?
— Claro — respondió Salazar —. Y creo que es porque nos tiene miedo. Porque
podríamos ser mucho más poderosos que él.
— Estás fatal, Salazar — dijo Godric, asombrado —. Creo que deberías ver a un
Sanador...
— Pues yo creo — le interrumpió Salazar —, que si intentásemos aprenderlo
nosotros mismos seríamos capaces de hacerlo a la primera.
— Dios mío, sí que necesitas a un Sanador — dijo Godric, sin saber si reirse o
tomarle en serio —. La Aparición es peligrosa, Salazar...
— Precísamente por eso tiene que ser divertida — respondió Salazar, con una
sonrisa sesgada —. Vamos, God, ¿no te apetece intentarlo?
— No quiero llegar a un sitio y encontrarme con que he dejado mis orejas atrás,
gracias. Les tengo mucho aprecio.
Salazar se encogió de hombros —. No ibas a estar más feo de lo que ya eres, sabes.
Es imposible empeorarte.
Godric rió fuertemente.
— Sinceramente, me gustaría aprender un par de cosillas más antes de escindirme.
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Pero si dentro de un tiempo me apetece y tu oferta sigue en pie...
— ...te lo haré saber, no te preocupes — Salazar sonrió abiertamente y se sentó de
nuevo en la silla —. Bueno, dime, ¿has conseguido transformar a Gorg en un caballo, o
sigue resistiéndose a cambiar de vida?
— Se me ha vuelto a escapar. Creo que tendrás que ordenarle que se quede quieto, o
tendré que hacer mis prácticas de transformación contigo, Sal.
— Eso ni pensarlo. A menos que me prometas convertirme en un animal
interesante. Odio los caballos — bufó —. Ahora, un aguilucho, un buitre... Eso, me lo
pensaría.
Godric lo miró, sonriendo socarronamente.
— ¿Para qué quieres ser un maldito pájaro?
— Para viajar con rapidez. Ya que no me enseñan a Aparecerme...
— Tienes tu escoba — razonó Godric.
— Sí, pero un brujo montado en una escoba es un blanco de primera. Sin embargo,
a un ave no la mataría ningún mago... — suspiró.
—Parece como si pensases que nos van a atacar cientos de magos vikingos chalados
con el único deseo de ver nuestras varitas insertadas en los agujeros más insospechados de
nuestro cuerpo, Sal.
Salazar esbozó una sonrisa enigmática.
— Nunca está de más estar preparado.
Permanecieron en silencio unos segundos. Godric estudió el perfil de su amigo, que
tenía la mirada perdida en el exterior de la ventana, tal vez fija en el cielo, en el campo, en
el lago, en las lejanas montañas, o incluso más allá.
— Sabes — dijo Salazar al cabo de un rato —, echo de menos mi casa, allá, en
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Inglaterra.
Godric se incorporó. Salazar nunca le había hablado de cómo era su vida antes de
conocerse, años atrás. Salazar siguió mirando por la ventana, con aire soñador.
— Mi hogar no estaba en un sitio tan hermoso como éste — dijo Salazar, abarcando
con un ademán toda la vista que se veía desde la ventana —. La casa de mis padres estaba
junto al pantano de Queerditch. Odiaba todo aquello... — suspiró —. La humedad, los
mosquitos, el barro... Y, sin embargo...
Godric permaneció en silencio, dejando que Salazar se hundiese en los recuerdos.
Sabía perfectamente lo que era echar de menos un lugar: no había día que no se sintiese un
poco defraudado por despertarse en el castillo Durmstrang en lugar de en su querido valle.
— En fin... — suspiró Salazar —. El hogar está donde estás, supongo, y ahora éste
es mi hogar.
— Tu hogar está donde tú quieres estar — dijo suavemente Godric —. Donde
sientes que perteneces. Sea como sea ese lugar.
Salazar se volvió a mirarlo. Los verdes ojos relucían, y Godric creyó ver en ellos
una humedad que nunca antes había observado.
— Me gustaría que lo conocieras — dijo de pronto —. Me gustaría que vinieses a
verlo alguna vez. Me gustaría ir contigo a tu valle, y que tú vinieses a mi pantano... —
sonrió, y el labio inferior le tembló levemente —. Me gustaría recorrer toda Europa contigo
— sonrió.
— Claro — dijo Godric, estupefacto —. Claro que sí, Sal... — se levantó de la cama
y se dirigió a la silla junto a la ventana. Ver a Salazar en un momento de debilidad lo
desconcertaba, y, a la vez, le resultaba incómodo. Se agachó junto a él, y sintió un fuerte
impacto a la altura del estómago cuando vio a Salazar morderse los nudillos para controlar
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el temblor de sus labios.
— Salazar...
— Yo... — Salazar bajó la cabeza, y apretó el dorso de la mano contra su boca.
Cuando volvió a mirar a Godric pareció avergonzado —. Lo siento, Godric... — sonrió
temblorosamente —. Creo que estoy cansado, eso es todo.
— Sal, escucha — Godric cogió una de sus manos, que descansaba sobre sus
rodillas, y la apretó fuertemente —. Iré contigo a tu pantano, ¿de acuerdo? Iré contigo
donde quiera que vayas. Donde quieras que vaya.
Salazar sostuvo su mirada.
— Y yo, hermano — dijo, apretando la mano que Godric le había cogido —,
siempre estaré contigo donde quieras que esté.
*
Las nieves del invierno dieron paso a un corto y cálido verano, que de nuevo se ahogó entre
los gélidos vientos de un otoño prematuro y los hermosos copos de nieve que se agolpaban
contra su ventana. Las estaciones se sucedían en un extraño remolino que, en ocasiones,
hacía pensar a Godric que se hallaba en el centro de un huracán que lo arrastraba
irremediablemente hacia algún destino desconocido para él. Las lecciones, los juegos, el
frío, el calor, más lecciones, todo se mezclaba a veces en su mente de forma que no era
capaz de distinguir un verano de otro, un invierno del precedente ni del que vendría a
continuación. En ocasiones, mientras yacía en el inmenso lecho de su cuarto, insomne, se
entretejían imágenes de vuelos en escoba junto a un risueño Salazar con otras de hechizos y
encantamientos realizados bajo la atenta mirada de Luthor, y, pese a la felicidad que no
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podía evitar sentir ante la confianza de su maestro, ante la amistad de Salazar y ante su
propia magia, sentía que, de alguna manera, todo aquello llevaba a alguna parte, a algún
agujero, a un bache que no era capaz de ver en su camino pero que, irremediablemente, en
algún momento lo haría caer.
La mañana lo sorprendió aquel día observando por la ventana cómo los tímidos
rayos de sol intentaban, sin conseguirlo, derretir el gran manto de nieve que cubría la ladera
de la montaña hasta casi tocar la orilla del lago.
La puerta de su habitación se abrió de golpe.
— ¡Estás despierto! — dijo una voz, entre acusadora y divertida, desde el umbral.
Godric sonrió y tardó unos segundos en volverse, con la única intención de molestar un
poco más a su impaciente compañero de estudios.
— ¿Qué ha ocurrido — dijo, girando la cabeza lentamente — para que el muy noble
Salazar Slytherin deje su cómodo lecho justo después del alba?
— ¡Oh, no me vengas con tonterías! — exclamó Salazar, avanzando hasta detenerse
en el centro de la habitación, con los brazos en jarras —. ¿Sabes qué día es hoy?
Godric sonrió aún más pronunciadamente.
— ¿Hoy? No sé... déjame pensar... la Natividad no puede ser, fue hace casi tres
meses... Pascua tampoco... mmm... ¿El Día del Duende?
— ¡Godric! — dijo Salazar, molesto. Godric soltó una carcajada y se acercó a él.
— ¡Claro que sé qué día es hoy! — riendo, aferró a su amigo y lo abrazó —. ¡Felíz
cumpleaños, Sal!
La sonrisa de Salazar y sus ojos brillantes hicieron reir aún más a Godric.
— ¡Es mi cumpleaños! — dijo Salazar, que de repente pareció un chiquillo de
apenas diez años, diez menos de los que cumplía en realidad.
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— Así es — asintió Godric —. Un gran día.
La sonrisa de Salazar no vaciló pese a la mirada suspicaz que dirigió a Godric.
— ¿Por qué es un gran día? — preguntó, curioso.
— Porque hoy, grandísimo tonto, Luthor no nos va a molestar en todo el día.
¿Recuerdas? Los cumpleaños son la única fecha sagrada para el viejo...
— Es verdad — dijo Salazar, guiñándole un ojo —. Y parece que este año voy a
tener suerte... — añadió, mirando por la ventana —. El lago sigue helado, pero el sol brilla
y me apetece dar un paseo. ¿Quieres ir a patinar un rato?
— No — dijo Godric. Salazar se volvió, sorprendido.
— ¿Por qué? — preguntó, sin poder evitar que la desilusión se marcase en su voz.
— Porque hoy es tu cumpleaños — dijo Godric —. Y tu mejor amigo — hizo una
reverencia — tiene preparado para tí un regalo especial.
— ¿Un regalo? — exclamó Salazar.
— Sí. Así que ponte algo decente, que vestido de esa guisa no me atrevería ni a
reconocer que te conozco — Salazar miró hacia sus piernas desnudas y se encogió de
hombros —, y baja a desayunar conmigo.
— ¡Te apuesto el ensayo sobre antídotos a que estoy en el salón antes que tú! —
dijo, corriendo hacia la puerta.
— ¡Tienes que estar vestido de verdad! — gritó Godric al rellano vacío por donde
Salazar acababa de desaparecer —. ¡Si no, me haces la traducción de la piedra de Iarlabanki
ocho veces!
Godric apareció en el salón pocos minutos después, y se encontró con un Salazar
perfectamente vestido y peinado, que comía carne seca y jamón a dos carrillos. Salazar
tragó con dificultad y sonrió.
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— Me debes un ensayo, Gryffindor.
— Confórmate con que ensaye mis antídotos sobre tí.
— De eso nada — dijo Salazar —. Un trato es un trato.
— Pero no vale si no te has quitado la camisa de dormir antes de ponerte la túnica
— sonrió Godric, señalando la manga de Salazar. Un trozo de tela de un blanco puro
sobresalía por debajo de la túnica verde oscuro. Salazar soltó una carcajada.
— Está bien — dijo riendo. Sacó la varita e hizo un movimiento ascendente —
Evanesco —. El trozo de tela, y, supuso Godric, la camisa de dormir, desaparecieron.
— Me debes ocho traducciones de la piedra Iarlabanki — dijo Godric. Salazar hizo
una mueca.
— Ya te la sabes de memoria — respondió —. Bueno, Lord Gryffindor, ¿qué vais a
regalarme por mi cumpleaños?
— Ven conmigo — dijo Godric, y se dio media vuelta. Salazar cogió otro trozo de
carne seca y se apresuró a seguirlo. Godric se encaminó hacia la chimenea, y sacó de un
pliegue de su túnica una bolsa de cuero. Se volvió a mirar a Salazar, sonriendo —. Hace
años me dijiste que querías conocer mi valle... Bueno, Luthor ha accedido a prestarme unos
pocos Polvos Flú. Este es mi regalo de cumpleaños.
Salazar lo miró, boquiabierto.
— Por lo menos podrías decir algo... — rió Godric —. Me ha costado siglos
convencer a Luthor para que me diese esto — señaló la bolsita —. Bueno... ¿No dices
nada?
Salazar abrió la boca, la volvió a cerrar, y la abrió de nuevo. Godric soltó una
carcajada.
— Parece que te vayas a ahogar... — rió —. ¿No te apetece conocer mi casa?
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¿Preferirías que te hubiese regalado un chivatoscopio?
— Es... — dijo Salazar, con la voz temblorosa — es el mejor regalo de cumpleaños
que me han hecho nunca.
Godric sintió un escalofrío cuando salió de la chimenea y se encontró en el salón del
castillo Gryffindor. Las paredes de piedra, los retratos de la pared, la vieja escalera de
piedra, la gruesa alfombra, los tapices... Todo era mucho más humilde y pequeño de lo que
lo recordaba, quizá por las dimensiones del castillo Durmstrang, quizá porque él mismo era
más mayor. Sin embargo, de nuevo estaba en casa... En ese momento supo, con una
punzada de dolor, cuánto había echado realmente de menos aquel lugar.
— ¿Este es tu castillo? — dijo Salazar con curiosidad, saliendo de la chimenea y
colocándose a su lado.
— Sí — respondió Godric —. Bueno, no es tan grande como el tuyo, ni tan lujoso...
— añadió, preguntándose si Salazar lo vería como un lugar humilde comparado con
Durmstrang.
— ¡Es fantástico! — dijo vehementemente Salazar, avanzando unos pasos hacia el
centro del salón —. ¡Es estupendo, Godric! Todos esos retratos... ¿Quiénes son?
— Mis antepasados — dijo Godric, sonriendo orgulloso —. Aquel es mi abuelo,
George, mira, y esa es mi madre, Gertrude, y...
— ¿Godric? — dijo una voz desde el otro extremo del salón. Godric y Salazar se
volvieron, a tiempo para ver a una jovencita bajar el último escalón hasta la estancia. La
muchacha sonrió radiante cuando los vio, y se volvió para gritar: — ¡Galahad! ¡Galahad,
baja, deprisa!
— ¿Quién es? — preguntó Salazar, observando a la joven. Godric también la miró,
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sin estar muy seguro de conocer la respuesta. La chica aparentaba unos quince años, la edad
que debía tener Gisele, pero evidentemente no era su hermana: el cabello era castaño, y
brillaba dorado bajo los escasos rayos de sol que se colaban por las altas ventanas. Los ojos
que habían sonreído a Godric no eran azules, sino negros, y enormes.
— ¿Rowena? — preguntó, dubitativo. La muchacha se volvió de nuevo a mirarlo,
sonriente, y corrió hacia donde se encontraban —. ¿Eres tú?
— ¡Godric! — dijo Rowena mientras se lanzaba hacia el aturdido Godric y lo
envolvía en un abrazo. Godric observó la mirada ceñuda que Salazar dirigió hacia ellos, y
se separó unos centímetros de Rowena, con el pretexto de mirarla mejor — ¡Pero...
Rowena! — dijo Godric, sonriendo —. ¡Estás... estás... preciosa!
Rowena soltó una carcajada —. Lo que estoy es mayor, Godric —. Le dio un
empujón —. ¡Llevas siglos sin aparecer por aquí! Me extraña que no me hayas encontrado
hecha una ancianita...
— Tenía que estudiar, Rowena — dijo una voz. Godric observó a su padre bajar
también las escaleras de piedra, sonriente —. Me pregunto qué demonios estará haciendo
aquí...
— ¡Padre! — gritó Godric, y corrió a su vez hacia Galahad, que lo trituró con su
habitual abrazo rompe—costillas. Godric sonrió, medio asfixiado, al comprobar que
Galahad no había perdido un ápice de fuerza en los últimos cinco años.
— Deja que te mire — dijo Galahad con voz seria. Lo estudió durante unos
segundos, y después volvió a abrazarlo, incluso con más fuerza que antes —. Estás
increíble, hijo mío.
— Tú también, padre — dijo Godric, sin saber si reír o llorar. Estaba en casa...
Ahora sí que estaba en casa.
71
— Creo que ya conoces a mi alumna — dijo Galahad a Godric, señalando hacia
donde Rowena permanecía observándolos, con una media sonrisa —. Aunque no es fácil
reconocerla...
— ¿Es tu hermana, Godric? — preguntó Salazar con curiosidad, estudiando a
Rowena con la mirada.
— Qué curioso. Hasta hoy, creía que yo era su hermana... — dijo una voz cristalina
desde las escaleras.
Salazar se volvió a mirar, y la expresión de su rostro cambió repentinamente. Sin
detenerse a cambiar siquiera una mirada con Godric, avanzó hacia la escalera y se detuvo
frente a Gisele, a quien murmuró algo que Godric no fue capaz de escuchar y, después, se
inclinó para besar la fina y blanca mano que ella le tendía.
Godric frunció el ceño ante la descortesía de Salazar con Rowena, aunque no pudo
evitar hincharse de orgullo. Al parecer, la belleza de su hermana Gisele había cautivado a
Salazar... Y no era para menos. Gisele se había convertido, a sus quince años, en una
preciosa jovencita. Su cabello moreno estaba recogido en un moño cubierto por una
redecilla de plata, que brillaba casi tanto como los ojos del color de los zafiros, engastados
entre negras y larguísimas pestañas. El vestido de terciopelo azul oscuro hacía juego con
sus ojos, y las zapatillas plateadas la hacían parecer una joven princesita. Salazar,
evidentemente, no podía apartar los ojos de ella, y el orgullo hizo que Godric olvidase en
un segundo la aparente falta de tacto de su amigo.
— Mira, Salazar — dijo, cuando él y Gisele se acercaron a donde se encontraban
ellos —. Esta es Rowena Ravenclaw, una amiga de la infancia.
— Y mi compañera de estudios — añadió Gisele, sonriendo —. Estás estupendo,
God.
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— Y tú, hermanita — dijo Godric, inclinándose para besar su mejilla. Salazar
titubeó y, después de unos segundos, alargó la mano para estrechar la de Rowena.
— Encantada — dijo ésta fríamente.
— Lo mismo digo — respondió Salazar, en el mismo tono de voz.
— Y éste — interrumpió Godric — es mi padre, Galahad Gryffindor.
— Así que tú eres el joven Slytherin... — dijo Galahad, midiendo a Salazar con la
mirada.
— Salazar — dijo éste, devolviéndole firmemente la mirada —. Mis padres me han
hablado mucho de vos...
— Yo también he oído hablar de tí — interrumpió Galahad —. Eres un buen mago,
creo...
— Bueno... — dijo Salazar —. Estoy aprendiendo todavía...
— Con Luthor — dijo Galahad firmemente —. Espero que aproveches las
lecciones, pocos maestros pueden superar hoy en día a Luthor. ¿Y tú, Godric? — se volvió
hacia su hijo, que observaba a Gisele y a Rowena con la incredulidad marcada en cada
rasgo —. ¿Has aprendido algo, o sigues sin saber hacer otra cosa que convertir las mesas
con patas en mesas sin patas?
— ¿Mesas con...? — balbució Salazar, confuso, entre las risas de Galahad y Gisele.
— Es una vieja historia — respondió Godric, con los dientes apretados —. Sí,
padre. Sé hacer algunas cositas más.
— Eso espero — sonrió Galahad —. Si no, Rowena y Gisele van a dejarte a la
altura de un gusarajo con artrosis...
Las risas volvieron a resonar entre las paredes del salón, aunque Godric no pudo
evitar hacer una mueca ante la mirada con el ceño fruncido que Salazar, seguro de que
73
nadie le observaba, dirigía a Rowena.
— Lo cierto es que son unas alumnas excelentes, las dos — dijo Galahad, sirviendo
vino a Salazar —. No podría estar más orgulloso de ellas. Algunas veces me ponen incluso
en algún aprieto, porque veo que, en cualquier momento, podrían superarme.
— Esa es Rowena — dijo Gisele, apartando el cuchillo con el que acababa de cortar
un trozo de cordero y aferrando el hueso con los delicados dedos —. Yo soy un poco torpe,
pero Rowena aprende como si no le costase ningún esfuerzo. Sólo hace dos años que
estudia con Padre, pero ya me da una paliza cada vez que competimos.
Godric dirigió una mirada triunfante hacia Galahad, que respondió a regañadientes
con una inclinación de cabeza. Ambos sabían que había tenido razón al asegurar que
Rowena era muy poderosa, y ambos sabían también que Godric había hecho lo correcto al
pedir a su padre que la enseñase.
— ¿Puedo preguntar — dijo Salazar, dejando la copa en la mesa y mirando a
Galahad — por qué ella es vuestra alumna?
— ¿Qué quieres decir, muchacho? — dijo Galahad, distraído con su comida.
— Quiero decir... Ella no es vuestra hija, ni es de vuestra familia, ¿no?...
— No, no lo es — admitió Galahad, mientras se peleaba contra un trozo de tocino
que se empeñaba en no dejarse agarrar por un pedazo de pan.
— ¿Entonces?
— ¿Entonces qué? — dijo Gisele, sonriente, a Salazar —. Es mi amiga...
— ¿Ella... ella no es... no es...?
— ¿Una Sangre Sucia? — dijo fríamente Rowena.
El silencio se apoderó de pronto de la mesa. Godric miró incrédulo a Rowena, y
74
después a Salazar, como si esperase que su amigo se escandalizara porque Rowena pensase
que él podía haberse sentido incómodo por una estupidez semejante. Sin embargo, Salazar
ni siquiera miró hacia la joven, sino que continuó observando a Galahad.
— No me gusta que digas ese término, Rowena — dijo suavemente Galahad —. Ya
te lo he dicho muchas veces, en esta casa eso no importa —. Rowena bajó la vista —. Sí —
dijo Galahad a Salazar —. Rowena es hija de un muggle. Pero eso no impide que vaya a ser
una de las brujas más grandes de nuestro tiempo.
Godric abrió la boca. Sólo una vez había oído a su padre hablar con tanta rotundidad
del poder de alguien y en aquella ocasión se había dirigido a él. ¿Acaso Rowena era tan
poderosa como para poder competir con él y con Salazar, los magos que Luthor había
escogido para enseñarles?
— Perdonad, Lord Gryffindor, pero...
— ¿No estás de acuerdo, Salazar? — dijo tranquilamente Galahad —. Bien, te diré
una cosa: en este valle no estamos de acuerdo con esa tontería de que los nacidos de
muggle son inferiores. Hubo un tiempo en que algunos lo seguíamos creyendo — hizo una
imperceptible inclinación de cabeza hacia Godric —, pero era porque se nos había olvidado
que, si vinimos a este valle a vivir, fue precisamente para no tener que dejarnos llevar por
los prejuicios de los demás.
— No quisiera ser descortes con ella, pero...
— "Ella" tiene un nombre — dijo Rowena en tono gélido.
— ... con... con...
— Yo la llamaría "Lady Ravenclaw" — dijo Gisele riendo. Al parecer, seguía sin
tomarse demasiado en serio el asunto de la limpieza de sangre.
— ... pero — continuó Salazar — considero que un noble como vos, pariente del
75
mismo rey, no debería...
— Salazar — dijo Galahad sin levantar la voz —, no me estás escuchando. Aquí
vivimos como queremos, aquí tratamos a las personas por lo que son, y no por cómo o de
quién han nacido. Sí, es cierto, soy el tío del rey — dijo, sonriendo —, pero excepto porque
mi casa es un poco más grande que las suyas, no me diferencio mucho de los que viven a
mi alrededor. Y tampoco hago distingos a la hora de tratarlos como iguales, sean hijos de
rey, de noble, de campesino o de muggle —. Suspiró —. Me costó entenderlo, pero alguien
me dijo una vez que, quizá en un futuro, la sangre no será lo único que dé derechos en este
mundo — le guiñó un ojo a Godric —. Y así es como vivimos aquí. Sin prejuicios, sin
insultos, sin discriminación.
Salazar volvió a coger su copa de vino y tomó un sorbo.
— Todo eso está muy bien — dijo, dejando la copa frente a su plato —. Pero...
ella... Rowena... vive en vuestra casa...
Galahad rió.
— Rowena vive en mi casa porque es huérfana, Salazar — dijo —. Y porque
necesitaba un maestro. Pasó mucho tiempo viviendo con una squib, pero, cuando Godric se
fue, decidí que tenía espacio para un alumno más. Y te aseguro que no me he arrepentido.
— ¿Por...?
— Porque es la mejor alumna que he tenido nunca, y lo siento, Gisele — la hermana
de Godric simplemente se encogió de hombros y rió de nuevo —. Porque es una bruja
despierta, intuitiva y poderosa, y es una de las personas más inteligentes que conozco.
Godric no pudo evitar ver un brillo de incredulidad en los ojos de Salazar.
— No importa de dónde vengas, sino hasta dónde quieres llegar, y qué haces por
conseguirlo — dijo simplemente Galahad —. Y Rowena puede llegar tan lejos como
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vosotros dos, incluso con este viejo como maestro —. Suspiró —. Casi debo decir que fue
un acto egoísta traerla aquí... para ver cómo se convertía en una mujer poderosa, bella y
mortífera — rió —. Cuando era joven eran mis favoritas — sonrió pícaramente.
— No me importa ser tu experimento, Galahad — sonrió Rowena —. Eres mi
maestro y contigo he aprendido lo que nadie más habría querido enseñarme.
— Nosotros tratamos a Luthor con deferencia — dijo Salazar mordazmente —. No
como si fuese nuestro hermano, o nuestro padre.
Godric soltó una carcajada.
— ¡El día que te vea tratar a Luthor con respeto habrá banquetes durante dos meses
seguidos, Sal! — rió.
— Aquí las cosas se hacen de otro modo — dijo Gisele a Salazar, sonriendo
ampliamente —. Ya te acostumbrarás.
Rowena observaba a Salazar con una mirada fría, pero a la vez triste y,
curiosamente, risueña. Éste la miró por primera vez desde que se habían sentado a la mesa,
y sonrió.
— Bien, pues — dijo, y su sonrisa se hizo más amplia —. Parece que mis
planteamientos estaban bastante equivocados —. Se encogió de hombros —. Nunca es
tarde para rectificar.
Se levantó de su asiento, rodeó la mesa y se acercó hasta donde se sentaba Rowena,
que lo observaba precavidamente, como si esperase un ataque en cualquier momento.
Salazar alargó una mano, tomó la de Rowena y se inclinó para besarla.
— Encantado de conoceros, Lady Ravenclaw.
Rowena titubeó, y después inclinó la cabeza respetuosamente.
— El placer es mío, Lord Slytherin.
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— ¿Seríais tan amable de guiarme para que pueda conocer vuestro encantador
valle? — dijo Salazar suavemente, con esa sonrisa que Godric calificaba de "atontadora".
— Creo — respondió Rowena, vacilante —, que eso es privilegio de la anfitriona de
la casa...
— Y esa soy yo — dijo Gisele, risueña, levantándose de la mesa y derramando su
copa de vino —. Ven, Salazar. Verás como cuando conozcas este valle no quieres irte de
aquí.
Godric rió mientras se levantaba de la mesa y se acercaba a donde Rowena esperaba
para seguir a los dos jóvenes fuera del castillo. Miró por un segundo a Galahad, y le pareció
ver que la sonrisa había desaparecido de sus ojos.
— Ha sido estupendo, Godric — dijo Salazar, eufórico, cuando salieron de nuevo
de la chimenea, esta vez en el castillo Durmstrang —. Mañana podemos ir a Queerditch...
Tu valle es genial, tu padre es genial, y tu hermana, yo...
— Vaya, vaya — dijo alguien desde el otro extremo del salón —. Así que el alma
de la fiesta llega tarde...
Salazar se quedó paralizado donde estaba, mientras Godric, aturdido, miraba a su
alrededor. El salón, generalmente vacío, aparecía ahora, por contraste, lleno de gente. Cinco
personas, una auténtica multitud para lo que solía ser aquel castillo, los observaban, entre
divertidos y enojados.
— ¡Vaya! — dijo Salazar, yendo hacia ellos con una sonrisa forzada en los labios
—. Ven, Godric. Creo que mis padres me han preparado una sorpresa para para mi
cumpleaños... — por su tono de voz, Godric comprendió que no le hacía ninguna ilusión —
. Bueno, a mis padres ya los conoces...
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— Sí — dijo Godric, desorientado, saludando a un hombre y una mujer que
permanecían de pie junto a la puerta —. Claro...
— Buenas noches, Godric — dijo jovialmente Sheldon Slytherin, estrechándole la
mano —. Espero que mi hijo no te haya hecho recapacitar y plantearte la huida de este
castillo... — rió —. Me extraña que hayas durado tanto tiempo. ¿Cuánto son, tres, cuatro
años?
— Casi cinco, señor — dijo Godric, incómodo. Nunca se había sentido a gusto entre
los padres de Salazar.
— Buenas noches — dijo fríamente la madre de Salazar, alargando una mano fina y
blanca para que Godric la besase. Sonya Slytherin era una mujer hermosa, pero helada
como el país en el que había nacido. Sus rubios cabellos y los ojos verdes parecían tener la
misma calidez que un glaciar en pleno invierno.
— Llegas tarde, Godric — dijo una voz a sus espaldas. Godric se volvió y vio a
Luthor, con una copa de vino en la mano, sonriendo.
— Siempre tan agradable, Luthor — dijo Salazar, frunciendo el ceño —. Ven,
Godric. Quiero que conozcas a mis primos... — lo arrastró hasta una pareja, que charlaba
animadamente en un rincón —. Godric Gryffindor, mi prima Sarah — Godric se inclinó
ante una mujer que debía tener aproximadamente la edad de Gerard, si hubiese vivido: unos
veintitantos años — y su hermano, Simon — un hombre de unos treinta años le sonrió,
aunque Godric sintió que la sonrisa no se extendía hasta sus fríos ojos azules.
— Encantada — dijo Sarah, sonriendo abiertamente —. Así que tú eres el famoso
Godric Gryffindor... Supongo que mi primo ya te habrá demostrado cuál es la parte mala de
los Slytherin... Bueno, menos mal que hemos venido Simon y yo a enseñarte la parte buena
— emitió una risa cristalina, que a Godric le recordó el sonido del agua de un arroyo en la
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montaña.
— Sí — dijo Simon, y le echó una mirada evaluadora —. Creo que hemos llegado a
tiempo de librarlo de las malas influencias de Salazar. Quizá todavía podamos sacar algo
bueno de tí... — dijo, mientras le daba una fuerte palmada en el hombro.
— Ja, ja — dijo Salazar con voz lúgubre —. Ven, Godric. Vamos a sentarnos a la
mesa antes de que se te pegue algo de estos dos. — Godric lo acompañó hasta la enorme
mesa de roble, lujosamente decorada, y se sentó, algo desconcertado. No le gustaba haberse
dado cuenta, pero era evidente que Salazar no sentía ningún cariño por su propia familia.
La cena transcurrió en un ambiente más tenso de lo que Godric había vivido jamás.
Apenas tuvo ánimo de probar los platos de carne y pescado que abarrotaban la mesa, y
tampoco participó en la conversación, que fluctuaba entre los errores políticos de su primo
y los convenios que "esos traidores" de los daneses habían firmado con los muggles. Su
mente se perdía entre los nombres, los datos, las fechas, al igual que en las clases de
Luthor, y las pocas frases que cogía al vuelo le parecían propias de mentes cerradas y
retrógradas. Empezaba a comprender a Salazar: en realidad, a él tampoco le gustaba
demasiado la familia Slytherin.
En las pocas ocasiones en que se atrevió a levantar la mirada, descubrió que dos
pares de ojos permanecían clavados en él: unos grises, rodeados de arrugas, que lo
observaban entre curiosos e implorantes. Otros verdes, fríos, que parecían penetrar en su
carne hasta el hueso y hurgar en su interior en busca de su alma. Pero la mirada de Sonya
Slytherin no lo estudiaba como a veces lo hacía la de Luthor: los ojos de Sonya eran como
un cuchillo al rojo, que abría su mente en busca de alguna reacción, de alguna pista, de algo
que le diese poder sobre él. Las escasas frases que Sonya decía parecían estar destinadas a
él, parecían buscar un gesto, una mirada, un temblor, que le indicase cuál era su mayor
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debilidad.
— Lo cierto es que Kernel no debería haberse puesto en contacto con Canuto el
Grande — decía en ese momento Sheldon —. Me parece un movimiento un tanto
imprudente. No es por criticar a tu primo, Godric — inclinó levemente la cabeza en
dirección a él —, pero si Brian Boru descubre que mantenemos contactos con los daneses a
pesar del pacto que firmamos con ellos...
— Sólo son muggles, Sheldon — respondió Simon —. No podrían hacer nada por
impedirlo, y, admitámoslo, Brian Boru es demasiado listo como para romper sus relaciones
con Kernel Keystone. Brian es el primero que ha logrado tener bajo su control una
extensión de tierra tan grande, y sabe que los magos que habitan en la zona celta pertenecen
a la misma comunidad que los que vivimos junto a los daneses. Así que...
— Los muggles siempre me han dado dolor de cabeza — interrumpió de pronto
Sonya, mirando fijamente a Godric —. Nunca entenderé por qué se afanan tanto en vivir
una existencia tan... deplorable.
La frase fue acogida con risas.
— Pobres — rió Sarah.
— Pobres, no — dijo fríamente Sonya —. Se pasan la mitad de sus aburridas vidas
buscando poder, cuando en realidad su existencia dura tan poco que, si yo fuese una de
ellos, ni me molestaría.
— Buscan poder, sí — intervino Luthor —. Al igual que nosotros.
Sonya no apartó la mirada de Godric.
— No todos — dijo —. Sólo algunos magos saben cuál es el poder y cuál es el
camino para alcanzarlo.
— Sí — dijo Luthor suavemente —. Me pregunto si sabrán también el precio...
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— Otros magos, sin embargo — continuó Sonya, como si no le hubiese oído —, o
no lo buscan o realmente no saben cómo alcanzarlo. Y esos magos me dan aún más pena
que los muggles.
En esta ocasión nadie rió.
— ¿A qué te refieres, madre? — dijo Salazar, desconcertado.
— Algunos magos — dijo Sonya, mirando insistentemente en dirección a Godric —
saben lo que quieren y cómo obtenerlo, y no reparan en nada y en nadie para conseguirlo.
— Godric sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando la imagen de Gerard se le
apareció en la mente, muerto, en un bosque, a las afueras de Londres —. Otros, por el
contrario, todavía piensan que incluso los muggles pueden acercarles al poder que o no
saben o no pueden alcanzar.
Godric levantó la mirada y la clavó en la suya.
— ¿Cuál es el problema con los muggles? — dijo, con voz temblorosa —. ¿Acaso
creéis, señora, que pueden contagiaros alguna enfermedad? ¿Que, si permanecéis mucho
tiempo junto a ellos, desaparecerá vuestra magia, o algo así?
La desdeñosa risa de Sonya resonó en sus oídos.
— Veo que es cierto lo que comentaban en la corte, Godric — sonrió —. Pero claro,
de tal padre, tal hijo.
— Sonya... — dijo Sheldon, vacilante.
— ¿Qué ocurre con mi padre? — preguntó Godric, alzando la voz —. Me siento
muy orgulloso de ser hijo suyo, y agradecido de haber conocido a un gran mago como él.
— ¿Un gran mago? — la risa de Sonya se clavó en sus oídos como una daga.
— La grandeza no siempre proviene del poder — intervino Luthor con voz suave.
— No niego que Galahad Gryffindor fue un gran mago — dijo Sonya con una fría
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sonrisa bailándole en los labios —. Pero siento decir que ya no es el que era... — rió de
nuevo.
Un trueno resonó sobre el castillo. Sonya rió más fuerte, observando a Godric con
una mueca de reprobación.
Contrólate.
La voz había sonado dentro de su cabeza.
Godric sintió que la sangre se agolpaba en su rostro. Un extraño zumbido retumbaba
en sus oídos. Lo veía todo de color rojo.
— Godric, por favor... — susurró Salazar a su lado, implorante. Pero una rabia
imprudente se había apoderado de Godric, y apenas entendió lo que su amigo le decía.
— ¿Y por qué diríais que mi padre ya no es el que era? — dijo, con la voz tensa.
Sonya se encogio de hombros.
— Es evidente, querido — rió, mientras alargaba la mano para coger su copa de
vino —. Mantener a una sangre sucia en su casa... Dar lecciones a una como... como ella...
— se estremeció ligeramente —. Imaginaos... Se rumorea que la ha tomado como su
amante...
Godric se levantó de la silla, que cayó al suelo con estrépito. La mesa quedó en
silencio, un silencio tenso que sólo rompió el correteo de un elfo doméstico, que se
apresuró a levantar de nuevo la silla volcada. Salazar se levantó también, atónito.
— ¡Godric...!
Miró a su alrededor, y se dio cuenta de que todos los ojos estaban fijos en él.
Mareado, dio un paso hacia atrás y estuvo a punto de volver a tropezar de nuevo con la
silla.
— No... no me encuentro demasiado bien... — balbuceó —. Si me disculpáis...
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Sin una palabra más, se dirigió tambaleándose a la puerta del salón y salió, a tiempo
para oír cómo Salazar decía, con voz animada: — Es un chico estupendo, pero no tiene
aguante para el vino...
Subió corriendo, ciego, la escalera de mármol. Tropezó con un escalón y cayó al
suelo cuan largo era, pero se levantó de un salto y siguió subiendo a trompicones hasta
golpearse con la puerta de su habitación. Entró y cerró la puerta de un golpe, y se echó
encima de la enorme cama, bocarriba, con los latidos de su corazón resonando
estruendosamente en sus oídos.
La habitación, que siempre le había parecido acogedora, se le aparecía de repente
ostentosa, como si con tanta riqueza y grandiosidad los Slytherin estuviesen demostrando
que estaban muy por encima de todos los demás habitantes del mundo, y por supuesto, que
los nacidos de muggles eran como hormigas. Los muggles, desde luego, no merecían ni
mención. Godric se mordió el labio, intentando contener las lágrimas de rabia y amargura
que pugnaban por salir de sus ojos. Malvados... Estúpidos... Cómo se atrevían... Cómo se
atrevían a hablar así de Rowena, que siempre había sido...
— Una mujer muy lista, desde luego. No como tú. Esa ha sido una salida muy poco
inteligente.
Godric enterró la cabeza entre los brazos, negándose a mirar a quien había hablado.
No quería otra lección. No quería volver a aprender nada de nadie. A partir de entonces, se
regiría por lo que le dictase su propio corazón, y al diablo con lo que dijesen los demás.
— Y eso es lo que debes hacer, muchacho — sintió un peso que se posaba sobre el
borde de su cama, y una mano que apartaba suavemente los brazos y le obligaba a mirarlo.
Godric se negó a abrir los ojos —. Siempre debes hacer lo que tu conciencia te dicte. Pero,
si fueses la mitad de listo que de vehemente, no pensarías esas cosas de los Slytherin, y
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menos en su propia casa.
Esta vez sí que Godric abrió los ojos. Luthor lo observaba, con el rostro marcado de
arrugas de tristeza.
— ¿Habéis leído...?
— ¿Tu mente? Estaba tan claro como si lo hubieses dicho en voz alta — dijo
Luthor, con una sonrisa desvaída —. Hasta el mago más cerrado podría haberlo leído. Pero
sí, puedes decir que sí, que he leído tus pensamientos. O algo parecido.
Godric lo miró, entre asombrado y enojado.
— ¿Cómo...?
— Se llama Legeremencia — le interrumpió Luthor —. Es el arte de extraer
emociones y sentimientos de otras personas. No todo el mundo puede hacerlo, no siempre
funciona y se puede luchar contra ello, pero en esta ocasión me temo que tu furia se ve
escrita en tu cara, sin necesidad de recurrir a la Legeremencia. Y, siento decirlo, los
Slytherin son una familia muy dotada para esta rama de la magia.
Godric volvió a cerrar los ojos. Deseaba estar solo, poner sus pensamientos en
orden, decidir qué hacer...
— No voy a irme hasta que te haya dicho una cosa, Godric — dijo Luthor a la
petición no formulada —. Tampoco voy a permitir que tomes una decisión sin haberme
escuchado antes.
— No tengo ganas de hablar.
— Ya. — dijo Luthor —. Ni yo. Escucha, Godric — de pronto su voz sonó como la
primera vez que la había oído: grave, potente, poderosa, como si no hubiese forma de
escapar a ella, ni tapándose los oídos ni marchándose de la habitación —. Los Slytherin
piensan como la mayoría de los magos. No voy a decir que está bien, porque ambos
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sabemos que no estoy de acuerdo con esa idea. Pero no debes mostrar tu desacuerdo con
tanta... intensidad.
Godric se incorporó, bajando los brazos y cerrando los puños. La furia lo
embargaba.
— ¡No voy a permitir que...!
— ¡Escúchame! — dijo Luthor en un tono de voz aún más fuerte —. ¡No puedes ir
por ahí perdiendo los estribos de esta forma, ni diciéndole a todo el mundo que está
equivocado! ¡Aunque creas que es verdad! En ese caso estarías cometiendo el mismo error
que ellos: creer que estás en posesión de la verdad, creer que la tuya es la única verdad
razonable o válida.
— Pero...
— Sé que es difícil comprender por qué se trata así a los muggles y a los nacidos de
muggle. Yo tampoco estoy de acuerdo, pero no puedes pretender que la gente cambie de la
noche a la mañana sus creencias, sus ideas, su mentalidad, todo lo que han visto y pensado
toda su vida.
— ¡Pero es... asqueroso! — gritó Godric.
— ¡Haz las cosas bien, maldita sea! — rugió Luthor, y Godric se sintió
amedrentado ante el exabrupto de su generalmente apacible maestro —. ¡Llevo cuatro años
diciéndote que eres poderoso, y ese poder lo puedes utilizar para lo que creas que es
correcto! ¡Pero no puedes insultar a tus anfitriones y llamarlos...!
— ¡Les llamaré como me dé la gana! — chilló Godric, fuera de sí.
— ¡Levántate! — gritó Luthor —. ¡Levántate, Godric Gryffindor! ¡Veamos qué
estás dispuesto a dar por conseguir que el mundo sea como tú quieres!
Godric lo miró, boquiabierto. Sin embargo, cuando estuvo sin moverse unos
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segundos, Luthor sacó la varita, hizo un movimiento y Godric sintió un fuerte impacto en el
hombro izquierdo. Fuera de sí, se levantó, sacó la varita y apuntó hacia Luthor.
— ¡Desmaius! — gritó. Pero Luthor hizo otro movimiento de varita y el rayo rojo
rebotó en un escudo invisible. Lívido de rabia, Godric lo miró.
— ¿Qué estás haciendo? — chilló —. ¿Luchas contra mí?
Al instante, sintió otro golpe en la cabeza, que lo lanzó hacia atrás hasta que chocó
contra una pared. Mareado, Godric se dio cuenta de que estaba resbalando por la superficie
de piedra, de que caía hacia el suelo, pero no pudo hacer nada para frenar su caída. Se
desplomó.
— Los muggles — dijo una suave voz, mientras unos brazos lo levantaban del suelo
y lo acunaban —, tienen un dicho: "La letra, con sangre entra" —. Godric sintió que un
cálido líquido se deslizaba desde su sien hasta su barbilla. Una mano fría le apartó el pelo
de la frente —. Yo he sido el primero en derramar tu sangre, Godric Gryffindor. Nunca
olvides lo que te he dicho hoy.
La sangre cayó por su cuello y se introdujo bajo su túnica. Godric intentó levantar
un brazo para detenerla, pero su cuerpo parecía no pertenecerle.
— Usa tu poder, Godric. Pero úsalo con cabeza. Ya llegará el momento de intentar
que los muggles sean respetados. Y, cuando llegue, lo sabrás.
Godric sintió que su cabeza se desplomaba hacia atrás, pero los músculos del cuello
parecían haber desaparecido. Cuando intentó levantarla de nuevo, el suelo de la habitación
pareció desaparecer. Caía...
— He sido el primero en derramar tu sangre, Godric Gryffindor, y espero ser el
último.
Se desmayó.
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— CAPÍTULO 5 —
Doble filo
Salazar no mencionó el incidente de la cena al día siguiente, ni al siguiente, ni después.
Poco a poco Godric fue enterrando en su memoria lo que había ocurrido, las palabras ácidas
y amargas que había ingerido junto a los exquisitos platos aquella noche durante la cena. La
vida en el castillo Durmstrang seguía siendo igual que antes, y su amistad con Salazar no
había cambiado un ápice pese a su enfrentamiento con Rowena y al comportamiento de su
madre.
Luthor tampoco hizo comentario alguno acerca de su pelea en la habitación de
Godric. El maestro seguía siendo igual de inaccesible y cercano a la vez, una paradoja
viviente, y nada en su mirada o en sus palabras dejaba entrever disgusto, tristeza, enojo o
emoción alguna hacia Godric, al menos ninguna que Godric pudiese ver.
El sol se caldeó y volvió a enfriarse una vez más. El tiempo parecía no seguir una
continuidad, sino ir a saltos, y desde luego pasaba muy deprisa: tan pronto era primavera
como invierno, el sol caldeaba sus jóvenes huesos o alumbraba simplemente durante menos
de la mitad del día, y Godric empezaba a sentir que siempre había vivido en Durmstrang.
De no ser por aquella visita a su casa, de la que apenas guardaba recuerdos, Godric ni
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siquiera habría tenido una imagen de algún lugar que no fuese el hogar de Salazar, y no
recordaría conocer a alguien aparte de éste y de su maestro.
Y también estaba la magia... Godric no podía concebir un mundo sin ella. La magia
burbujeaba en su interior, siempre aguardando un momento en el que mostrarse, en el que
salir a la superficie y saludar al mundo. En ocasiones se había descubierto observando el
cálido sol del verano y había sentido en su interior un calor mucho más intenso, mucho más
placentero. Sentía que inundaba cada fibra de su cuerpo, que era lo que realmente mantenía
unidas sus células y daba a Godric Gryffindor su verdadero ser.
Luthor parecía saber que experimentaba esa sensación. Cada vez que Godric se
sentía conformado por la magia, hecho de ella, había algo en la mirada del anciano que
hacía que la magia diese un brinco, por así decirlo... Que Godric fuese aún más consciente,
si cabe, de lo que la magia significaba para él.
— Tienes que aprender a canalizar esa energía que guardas dentro, Godric. Hacerla
salir, sí, pero que siempre y en todo momento quede claro que eres tú el que la controla y
no al revés. Que la magia no piense que eres un simple instrumento del que se vale para
actuar, sino que ella sea un instrumento que tú utilizas para tus propios fines. Cualesquiera
que sean esos fines.
Luthor intentaba conseguir que Godric aprendiera a Aparecerse. A Godric aquel
hechizo no le daba ninguna confianza, de hecho sentía incluso aprensión ante la idea de
realizarlo, puesto que no requería ninguna fórmula mágica, sino utilizar la propia magia del
interior y moldearla de forma que consiguiese trasladarlo en el espacio sin utilizar el
tiempo.
Godric no comprendía el encantamiento. Siempre, ante un hechizo de cualquier
tipo, sentía que la magia respondía a sus deseos a través de sus palabras o del movimiento
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de su varita. Pero para la Aparición no hacía falta varita, ni palabras: simplemente, o al
menos así lo parecía por las explicaciones de Luthor, requería desearlo. Y Godric sentía que
un simple deseo era algo incontrolable, algo que no se podía reprimir o expresar a placer,
sino que se manifestaba casi por propia voluntad, sin que la de Godric interviniese en el
proceso. El joven se imaginaba a sí mismo Apareciéndose y Desapareciéndose en cualquier
momento o lugar...
— Usa tu instinto, muchacho — le apremió Luthor —. Es lo único que necesitas
para realizar cualquier hechizo.
— No creo... que el instinto... me ayude a controlar este... encantamiento —
murmuró Godric, esforzándose por reprimir la magia que ya notaba revoloteando a la altura
de su estómago.
Luthor rió.
— Es precisamente el instinto el que te ha ayudado con todos y cada uno de los
hechizos que te he enseñado, Godric— dijo, sonriendo —. Sin el instinto la magia no
funciona, porque el instinto es el sentido más mágico que tenemos... Es la única magia que
poseen los muggles, por ejemplo.
Godric lo miró con los ojos muy abiertos un momento y después sonrió. De pronto
sintió un fuerte empujón hacia atrás,como si una ráfaga de viento le hubiese golpeado.
Cayó al suelo y, cuando levantó la cabeza, aturdido, y miró a Luthor, vio bailar una sonrisa
en el anciano rostro.
— Contrólate, Godric — dijo, aún sonriendo, mientras le ayudaba a levantarse —.
Cualquier día vas a hacer explotar el castillo sin darte cuenta...
— ¿Qué... qué ha pasado? — dijo éste, aturdido.
— Que has perdido el control — respondió Luthor —. Antes te pasaba más a
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menudo, pero gracias a Dios has aprendido a manejarla un poco mejor...
— ¿Cómo que me pasaba más a menudo? — demandó Godric —. ¡No me había
pasado nunca...!
— Claro que sí — interrumpió Luthor —. Pero para eso estaba yo aquí, para evitar
que te hicieses daño... o nos lo hicieras a Salazar o a mí.
Godric sacudió la cabeza.
— No entiendo...
— Eso es porque no me has escuchado — dijo Luthor en un tono duro, aunque
todavía sonriendo —. Todas las veces que te he dicho y repetido que controles la magia, y
no me has hecho ni caso... — suspiró —. Menos mal que lo estás consiguiendo pese a que
no lo hayas intentado. Será cosa de la edad...
— Sigo sin entenderlo — dijo Godric, frunciendo el ceño.
— Pues piensa en ello — dijo Luthor —. Es bastante más sencillo de lo que piensas,
jovencito. Tú, como yo, has notado cómo la magia tiene vida propia dentro de tí. Si no la
controlas, si no la usas, si permites que sea ella la que te use a tí, entonces todo el poder que
tienes se convierte en nada, puesto que la que tendrá poder sobre tí será la magia.
— Entonces...
— Control — repitió Luthor, palmeando a Godric en el hombro —. Es lo único,
Godric. Control, e instinto. Tú sabes lo que tienes que hacer, sabes cómo controlarla y
obligarla a hacer lo que tú quieres.
— No sé...
— Sí sabes — Luthor se alejó unos pasos y señaló por encima de su hombro una de
las ventanas del castillo, donde Salazar se apoyaba indolentemente en el alféizar y miraba
hacia el prado, donde se encontraban ellos —. No tienes que pensarlo: sólo tienes que
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hacerlo.
Godric miró hacia la ventana que señalaba Luthor. La magia bullía en su interior,
como siempre, animándolo a actuar. Entonces Godric decidió que deseaba estar allí arriba,
con Salazar. Sintió una fuerte presión en los riñones, un escalofrío que le recorrió el cuerpo
desde los tobillos hasta la nuca, una sensación de frío que se instaló en su cráneo, justo
detrás de las orejas... Y simplemente desapareció.
Un momento antes Luthor estaba a su lado, y al siguiente Salazar lo observaba con
la boca abierta.
Godric sonrió. Luthor apareció a su lado un instante después, con un resonante
crack. Godric miró a su amigo y después a su maestro con una sensación de triunfo y de
intenso placer en la boca del estómago. Había sentido la misma sensación de éxtasis que
cuando realizaba un conjuro sencillo, pero multiplicada casi hasta el infinito. Por primera
vez, Godric se había hecho uno con la magia que llevaba dentro, había sido durante un
breve momento una criatura completamente hecha de sustancia mágica.
— Ahora lo comprendes — afirmó Luthor, mirándolo, y asintió con un movimiento
de cabeza.
— Sí — dijo Godric, levantando la mirada hacia el techo —. Ahora lo comprendo.
— Así que ya sabes Aparecerte... — dijo Salazar con una amplia sonrisa —.
Entonces yo aprenderé pronto, porque si un negado como tú ha sido capaz...
Godric rió.
— Claro que sí, si cuando lo comprendes es bastante fácil... — dijo,
Desapareciéndose de donde estaba y Apareciendo junto a Salazar, que estaba tumbado en
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su cama —. Sólo tienes que desearlo.
— Como los cuentos que nos contaban de pequeños — dijo Salazar con acritud —.
Si lo deseas, lo lograrás...
— ¿Sabes? — dijo Godric, la mirada perdida en las frías piedras del techo —. Creo
que tenías razón hace años, cuando decías que estábamos preparados para Aparecernos. Es
muy fácil... — se sentó en la cama junto a Salazar —. Creo que si Luthor no nos lo ha
enseñado antes ha sido porque no confiaba en nosotros.
— Porque temía que nos volviésemos muy poderosos — rectificó Salazar —. Ya te
lo dije entonces y te lo digo ahora: podríamos haber superado al viejo antes de tener nuestro
primer grano en la cara... Y él lo sabía.
Godric permaneció un par de minutos en silencio.
— No — dijo al fin, suspirando —. Luthor ha hecho bien. Si me hubiese mostrado
antes cómo hacerlo, con el poco control que yo tenía de mi magia, podría haberme
escindido, o algo peor.
— Tú te controlas perfectamente, Godric — dijo Salazar, incorporándose de la
cama —. Si no, ¿por qué nunca has hecho ninguna barbaridad? No — hizo un ademán para
impedir que Godric hablase —, Luthor no quería enseñárnoslo por alguna razón, quizá por
envidia, o por temor...
— Temor, sí — dijo Godric —, pero no por sí, sino por nosotros. Te pongas como
te pongas, Sal, yo he notado muchas veces que la magia se escapaba de mi control. Y es
ahora cuando empiezo a dominarla.
Salazar sonrió.
— Eso tú, que eres patético — rió —. Pero ¿y yo?
— Tú eres un payaso — afirmó Godric —. Por eso Luthor todavía no te ha
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enseñado a Aparecerte.
Salazar se levantó.
— ¿Por qué no me enseñas tú? — preguntó ansiosamente.
— ¿Yo? — Godric rió —. Sal, yo no tengo ni idea de cómo enseñar a nadie, yo no
soy un maestro...
— ¿Y eso qué importa? — dijo Salazar, paseándose habitación arriba y abajo —. Si
tengo que esperar hasta que Luthor me enseñe, puedo hacerlo a la vez que mis nietos...
¡Godric, por favor! — añadió, al ver cómo éste negaba con la cabeza.
— No, Salazar — dijo Godric —. No me atrevo. ¿Y si lo hago mal, te enseño y
luego te ocurre algo...?
— ¡No me importa! — exclamó Salazar, yendo hacia él y aferrándolo por los
hombros —.¡Quiero aprender a hacerlo, God! ¡Quiero Aparecerme!
— No — repitió Godric —. Lo siento, Sal... — añadió, al ver el ceño fruncido de su
amigo —. No me atrevo — repitió.
Salazar lo soltó.
— Desde luego que eres patético — sonrió después de unos momentos —. De
acuerdo, de acuerdo... Esperaré hasta que el viejo tenga a bien enseñarme. Que puede ser el
milenio que viene...
— ...o puede ser hoy — dijo una voz desde la puerta. Ambos se volvieron: Luthor
se apoyaba despreocupadamente contra el marco, sonriendo. Sin embargo, Godric estaba
seguro de que la sonrisa no alcanzaba los duros ojos del color del acero —. Me preguntaba
dónde estarías, Salazar Slytherin — continuó el anciano —. Hace media hora que tenías
clase conmigo...
— Yo... — empezó Salazar.
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— ... y hace media hora que podías haber aprendido a Aparecerte, jovencito —
continuó Luthor, sin hacer caso de la mirada avergonzada y a la vez ansiosa de Salazar —.
Baja a los terrenos y veremos si eres tan buen mago como alardeas.
Salazar permaneció quieto unos instantes.
— ¡Sí, señor! — gritó alegremente, y salió corriendo y desapareció por la puerta
instantes después. Luthor miró a Godric.
— Ven a verme después de cenar, Godric — dijo en voz baja —. Tengo algo para tí.
Y desapareció detrás de Salazar.
*
Godric entró en la habitación de Luthor después de que éste le abriese la puerta. El anciano
se dirigió hacia una mesa de roble que descansaba apoyada contra la pared, y se sentó.
Godric miró a su alrededor.
La estancia estaba apenas iluminada por la dorada luz del fuego que ardía en la
chimenea. Como todas las salas del castillo, las paredes, el techo y el suelo eran de piedra
gris, pero las paredes de Luthor estaban completamente desnudas, sin un tapiz o un simple
cuadro que disimulase su frialdad. Los únicos muebles de la habitación eran la enorme
mesa, la silla donde ahora descansaba Luthor y un arcón que yacía a un lado de la ventana
más pequeña que Godric hubiese visto jamás. Ni siquiera había una alfombra, mucho
menos una cama... Godric se preguntó fugazmente dónde dormiría Luthor.
— Siéntate, Godric — dijo el anciano. Godric sacó la varita e hizo un movimiento
con ella para convocar una silla. La magia pareció dudar un momento en su interior (algo
que jamás le había ocurrido antes), pero finalmente se derramó y la silla se materializó
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junto a él. Godric se sentó y miró a su maestro, que lo observaba con las cejas enarcadas.
— Impresionante — dijo, y juntó las manos bajo la barbilla —. Muy impresionante.
— ¿Qué es impresionante? — preguntó Godric, desconcertado.
— Nadie había conseguido realizar el hechizo más simple aquí antes, Godric. Tengo
mi habitación protegida con tantos encantamientos que la mayoría de los magos ni siquiera
habrían sido capaces de sacar la varita. Y, sin embargo... — hizo un expresivo gesto hacia
la silla sobre la que se sentaba Godric —. Impresionante.
Godric miró sus propias manos un momento, y después se encogió de hombros.
— No es por eso por lo que te he pedido que vinieras a verme — continuó Luthor
en tono casual —. Quería verte porque apenas nos queda tiempo, y hay algo que quiero
decirte.
— ¿Apenas...? — preguntó Godric.
— Ya tienes veinticinco años, Godric — dijo Luthor pacientemente —. No
esperarás seguir siendo un aprendiz toda tu vida...
— No, yo... — Godric hizo una pausa. Lo cierto era que no había pensado que
aquella etapa de su vida fuese a acabar alguna vez... pero por supuesto, quizá ya era hora de
volver a casa.
— Se acerca el momento en el que dejaré de ser tu maestro — dijo Luthor,
sonriendo satisfecho —. No existe un hechizo, conjuro o encantamiento, poción o
transformación que no seas capaz de realizar a la perfección, e incluso algunas otras
cosillas más... — sonrió satisfecho —, cortesía, supongo, de ese fantástico libro de
encantamientos que guardas en tu baúl.
Godric lo miró asombrado un momento. Después, el sentido de lo que acababa de
decir Luhor cayó sobre él como una losa.
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— Todavía no estoy preparado, Luthor... — dijo Godric, repentinamente asustado.
— No hay nada más que pueda enseñarte, Godric — interrumpió Luthor —. Al
menos, nada de lo que se refiere a la magia. Y lo que no es magia tendrás que aprenderlo tú
por tus propios medios.
Godric lo miró un instante.
— No sé...
— Ya eres un hombre, Godric — dijo Luthor pacientemente —. Ahora es cuando
debes empezar a buscar lo que quieres ser y hacer la elección de cómo quieres vivir tu vida.
Me permito darte un consejo: sigue siempre tus instintos, que tan bien te han servido con la
práctica de la magia — hizo un gesto que abarcaba todo el castillo, o quizá toda la vida de
Godric —. Vive como quieras vivir, haz caso de tus principios, y tendrás la vida que
deseas.
— No comprendo...
— No — dijo Luthor —. Pero lo harás.
Se levantó de la silla y se dirigió hacia el arcón. Parecía una reliquia de madera,
hecha siglos atrás. Luthor se inclinó y posó la mano sobre el cerrojo, que tenía aspecto de
ser una simple pieza muggle, oxidada y medio rota además.
— Maestro — dijo Godric —. Yo...
— Hacía tiempo que tenía pensado darte esto — dijo Luthor sin hacerle caso. Abrió
el arcón y sacó un bulto alargado, envuelto en una raída pieza de terciopelo azul. Lo puso
sobre la mesa y, al ver que Godric lo miraba sin saber qué hacer, lo animó con un gesto a
que lo desenvolviese.
Godric apartó el terciopelo y dejó al descubierto uno de los objetos más bellos que
había visto en su vida.
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Era una espada. Pero no una espada común, como la que usaban los muggles en sus
estúpidas y torpes guerras: se trataba de una espada plateada, perfectamente pulida y
afilada, lisa como un espejo y que brillaba gélidamente bajo la luz del fuego. La
empuñadura de plata, labrada con maestría, estaba llena de fulgurantes rubíes del tamaño de
huevos, que emitían un suave fulgor cálido de color sangre al bañarlos la luz de las llamas.
Era ligera pese a su tamaño, y estaba perfectamente equilibrada, lo que era evidente incluso
para un novato en armas de ese tipo como Godric.
— No te diré el poder que tiene la espada — dijo Luthor al ver que Godric se había
quedado sin habla —. Eso lo descubrirás algún día. Baste decir que es poderosa, y que
necesita unas manos que la empuñen.
— Yo... — dijo Godric, con la boca seca —. Luthor, yo...
— ¿No la quieres? — preguntó Luthor con una sonrisa.
— ¡Sí! Sí, es que... — Godric tragó saliva —. No entiendo por qué...
Luthor se encogió de hombros.
— Tómala como un regalo de despedida de un anciano — dijo, acercándose a
Godric —. Eso sí: si vas a ser su dueño, si vas a quedártela, te pido que la uses de acuerdo
con tus principios, que siempre, y quiero que me lo prometas, la uses para defender aquello
que sabes que es lo correcto.
Godric levantó a duras penas la mirada de la espada para clavarla en los ojos de
Luthor
— ¿Lo prometes? — insistió Luthor.
Godric asintió con la cabeza.
— Bien —. Luthor dio la vuelta a la mesa y volvió a sentarse en su silla —. La
espada, como la magia, tiene doble filo, Godric... Aprende a usarlas bien, ambas, y te
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servirán. Déjate llevar por ellas y pueden llegar a destruirte.
— No comprendo — repitió Godric.
— Pero lo comprenderás — volvió a decir Luthor.
Permanecieron unos minutos en silencio, Godric observando la espada, Luthor
observando a Godric. Finalmente, el muchacho levantó la vista.
— ¿A quién pertenecía esta espada? — preguntó.
— A nadie — respondió Luthor —. ¿La aceptas, Godric, con todas sus condiciones?
— Sí — dijo firmemente Godric.
— De acuerdo —. Luthor se inclinó sobre él, tomó su mano y posó uno de los dedos
de Godric sobre la espada, justo bajo la empuñadura. Godric sintió como si Luthor
estuviera arrancándole toda su magia de dentro, como si su maestro fuese capaz de hacer
salir de su interior todo el poder que poseía y canalizarlo a través del dedo hasta la espada.
Unas finas líneas doradas surgieron de la yema del dedo y se extendieron sobre la
superficie de plata, como una escritura realizada a fuego. Poco a poco las líneas
conformaron unas palabras, y, al instante, parecieron enfriarse. Godric se inclinó para
leerlas. Allí, bajo la empuñadura, rodeadas de enormes rubíes, y como si hubiesen sido
grabadas siglos atrás, se leían las palabras: Godric Gryffindor.
Godric cogió la espada y la sujetó con un mano, observándola maravillado de su
brillo y su perfección. Pensó que tendría que pedirle una funda a su padre... ahora que su
regreso a casa parecía inminente. Se dirigió hacia la puerta de la estancia, consciente de que
Luthor quería que se marchase como si el anciano hubiese expresado su deseo en voz alta.
Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, se giró y miró de nuevo a Luthor.
— Dime, Maestro... — comenzó. Luthor levantó la mirada —. ¿Le has hecho
también un regalo de despedida a Salazar? ¿Algún arma tan magnífica como ésta?
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Luthor lo miró fijamente a los ojos durante lo que parecieron siglos. Después, se
encogió de hombros.
— Salazar ya tiene su propia arma, Godric — dijo enigmáticamente —. Y más
poderosa y magnífica que esa que tienes en tus manos. Mi regalo ha sido intentar enseñarle
a usarla para el bien. Si lo ha aprendido — volvió a encogerse de hombros —, es cosa suya.
— CAPÍTULO 6 —
El hogar está donde tú quieras estar
El color verde que cubría el valle casi hacía daño en los ojos bajo la brillante luz del sol,
más aún después de varios meses de lluvias casi contínuas. Los árboles, las flores, la hierba,
la infinidad de matices del color verde se mezclaban armoniosamente con el blanco de las
margaritas y el rojo de las amapolas, creando una alfombra salpicada de motitas de color y
de humedad tras el rocío de la madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado
incluso.
Un hombre caminaba por la calle de tierra apisonada de la aldea, maravillándose
ante el conocido paisaje, embelesado con el trino de los pájaros. Era un hombre joven, alto,
de risa fácil y ojos serios, de intenso color azul. El cabello negro despeinado por el viento
daba una falsa primera impresión de juventud, y al ver las chispas doradas que aparecían en
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sus pupilas ante cualquier saludo nadie podía decir que el hombre hubiese conocido la
amargura, el dolor o el desdén.
El hombre siguió caminando por la calle, deteniéndose ante cada puerta a saludar a
quienquiera que estuviese dentro de las casas. Por los efusivos saludos que recibía, era
evidente que se trataba de alguien muy querido, y muy añorado en una época no muy
lejana. Quizá el amor que despertaba entre sus vecinos se debiera no sólo a su risa, o a su
hermosura, o a la valentía que todos le reconocían; tampoco se debía al amor incondicional
que profesaba por todos los habitantes del valle. Quizá se debía al orgullo que todos sentían
de haber recuperado al que una vez fue el muchacho más querido del valle, convertido en
un hombre que, lejos de haber dejado atrás los ideales de su juventud, había crecido con
ellos y se había forjado en un acero tan duro y resistente y tan flexible y afilado como la
mejor espada.
El nombre de aquel hombre era Godric Gryffindor.
Godric llegó a la puerta de su castillo y entró decididamente en la penumbra del
interior. El salón, que ocupaba toda la planta baja del edificio, parecía más pequeño de lo
que recordaba de su infancia, y cada vez que entraba en él tenía esa misma impresión. Más
aún en momentos como aquel, en los que la estancia parecía abarrotada de gente, aunque
sólo hubiese tres personas en él.
Galahad, Gisele y Rowena estaban sentados junto al fuego, bebiendo una copa de
vino y riendo de algún comentario que alguno de los tres acababa de realizar. Sin embargo,
cuando se percataron de la presencia de Godric callaron de repente, y aquello reafirmó la
extraña sensación que el joven había experimentado desde que volvió al valle: la extraña
sensación de estar fuera de lugar, de no pertenecer realmente a ese castillo, a esa aldea, a
sus gentes, a su propia familia.
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— Ven, Godric — dijo alegremente Gisele, su hermana pequeña, que a sus veinte
años era una de las mujeres más hermosas que Godric había conocido —. Siéntate con
nosotros.
— ¿Otro paseo por el valle, hijo? — preguntó Galahad, alargándole una copa que
una jarra que flotaba en el aire se encargó de llenar de líquido de color sangre —. Cada día
pasas menos tiempo con nosotros, Godric... — pensativo, hizo un ademán y la jarra flotó
hasta una pequeña mesa que había junto a Galahad.
— Intenta recordarse a sí mismo que está de vuelta a su hogar — afirmó Rowena,
otra hermosa criatura a la que Godric, sin embargo, no podía ver de otra forma que como
una chiquilla sucia y despeinada de rostro pensativo —. No te haces a la idea, ¿verdad,
Godric?...
Godric se encogió de hombros mientras se llevaba la copa a los labios.
— Cuesta acostumbrarse a estar otra vez aquí, es cierto... — admitió.
— Cualquiera diría que no quieres vivir con nosotros... — dijo Gisele, y había
reproche en su voz —. Después de tanto desear que volvieras, y ahora...
— Ha estado fuera mucho tiempo — dijo Rowena con voz ecuánime —. Es lógico
que ahora te resulte difícil volver a tu vida anterior, Godric.
Éste se limitó a encogerse de hombros de nuevo, y volvió a beber de su copa.
Galahad lo miró, pensativo.
— Salid de aquí — dijo de pronto. Godric lo miró, sorprendido —. Salid un
momento — repitió, dirigiéndose a Gisele y Rowena, que lo observaban con los ojos muy
abiertos —. Por favor — añadió.
Rowena y Gisele se miraron, se encogieron de hombros a la vez y se dirigieron a la
puerta del Salón.
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— Bien, Godric — dijo Galahad cuando Rowena y Gisele hubieron salido y cerrado
la puerta —. Y ahora dime qué te pasa.
Godric permaneció en silencio tercamente.
— ¿Y bien? — insistió Galahad.
— No lo sé, padre — admitió Godric finalmente.
— ¿No lo sabes? — repitió Galahad con una mueca —. Claro que lo sabes.
— No.
— Entonces, yo te lo diré — dijo Galahad —. Has pasado mucho tiempo fuera, y,
sobre todo, han pasado muchas cosas durante tu ausencia. Tú has aprendido mucho, has
cambiado mucho, has crecido en todos los sentidos. Nosotros hemos cambiado también. Y
ahora no te sientes tan feliz como recordabas haber sido aquí.
Godric miró sus propias manos durante lo que parecieron horas.
— No sé qué hacer — dijo al cabo de un rato —. No era feliz allí, al menos no del
todo, pensando en este sitio, y aquí no soy del todo feliz recordando aquello... No estoy a
gusto en ninguno de los dos lugares, y ya no sé lo que quiero... Dónde quiero estar.
— Bien — dijo Galahad, y suspiró —. Debía haberlo previsto... pero tampoco
puedo decir que me pille de sorpresa. Ya imaginaba que te ocurriría algo así, Godric.
Aunque tenía la esperanza de que todo volviese a ser como siempre... Que pudiese
recuperar a mi hijo como si nunca lo hubiera perdido.
— ¿Es que no te has dado cuenta, padre? — exclamó Godric —. "El hogar está
donde tú quieras estar"... Y aunque yo siempre amaré este valle, y todos mis recuerdos, no
me encuentro a gusto aquí... No encuentro mi sitio... ¡Tú no sabes cómo recuperar a tu hijo,
pero yo no sé cómo recuperar mi vida! — terminó, con la voz empañada de angustia.
Galahad miró a su hijo con los ojos entornados.
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— ¿Recuperar tu vida? — repitió —. Godric, hijo mío... Tu vida es tuya, y no es
sólo el tiempo que pasaste aquí cuando eras un niño... La vida de una persona se compone
de momentos, momentos buenos y momentos malos, y esos instantes se pasan en uno u otro
lugar... El hogar no es un sitio, el hogar es donde tú estés... Tú mismo lo has dicho.
— Padre — interrumpió Godric —. Entonces, ¿por qué tanta gente pasa su vida
entera buscando un hogar?
— Porque no están a gusto consigo mismos — afirmó Galahad contundentemente
—. Puedes vivir aquí o en Constantinopla: si no estás bien, no vivirás feliz.
Godric permaneció pensativo unos instantes.
— Godric — dijo Galahad, vacilante —. ¿Tú eres felíz aquí, con nosotros...?
Godric levantó la mirada, miró a su padre a los ojos y comenzó a hablar, con
esfuerzo evidente.
— No lo sé — dijo —. He pasado años enteros añorando este sitio, echándolo de
menos con tanta intensidad que me dolía el corazón. Para mí era... Era a la vez el pasado y
el futuro, lo que, en los momentos difíciles, me mantenía en pie... Era como una promesa,
una voz siempre presente en mi cerebro que me repetía: Vas a volver... No te preocupes,
vas a volver... Y... Sin embargo... — tragó saliva.
— ¿Qué? — lo increpó suavemente Galahad.
— Para mí ya sólo es eso: un recuerdo. Algo que no puedo recuperar. Y que no sé si
quiero recuperar.
Galahad miró a Godric fijamente a los ojos durante lo que a éste le parecieron
siglos. Después, lentamente, se levantó, fue hacia él y posó una de sus nudosas manos sobre
su hombro.
— Tú ya has decidido, Godric — dijo, y había tristeza en su voz —. Amas este
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lugar, y siempre lo echarás de menos: esa es tu tortura. Pero te irás. Igual que ya te fuiste
una vez. Y esta vez será en busca de eso que tú llamas un hogar... — apretó su hombro con
la mano, y Godric giró la cabeza para mirarlo —. Pero en realidad te estarás buscando a tí
mismo. Así que acepta un último consejo de este viejo: haz siempre lo que creas que es
correcto. Entonces, y sólo entonces, encontrarás tu hogar.
Godric sostuvo su mirada unos segundos, y después, lentamente, asintió. Galahad
apretó una última vez su hombro y se enderezó.
Sacó la varita, hizo un movimiento brusco y, repentinamente, la puerta del Salón se
abrió.
Rowena y Gisele cayeron al suelo con un golpe amortiguado, en un lío de túnicas,
pañuelos de seda y cadenas doradas: era evidente que habían estado apoyadas en la puerta
hasta que ésta se había abierto.
— ¿Qué, tomando el sol? — preguntó Galahad socarronamente, mientras observaba
cómo las dos jóvenes intentaban sin mucho éxito levantarse del suelo. Finalmente, Rowena
dio un tirón del bajo de su túnica, la rasgó y consiguió liberarla del nudo que se había hecho
con el cinturón de eslabones de oro de Gisele. Rowena logró enderezarse con dignidad y
una expresión desafiante, que no desmerecía en absoluto el roto de la túnica de seda azul, el
moño deshecho y la tiara de perlas que, desde su frente, había resbalado hasta colgar
precariamente de una de sus pequeñas orejas. Echando chispas por los ojos, se enfrentó con
Galahad y Godric.
— No habríamos tenido que escuchar a escondidas si alguien no hubiera actuado
como un idiota — dijo. Galahad enarcó una ceja burlona, mientras Rowena miraba
desafiante a Godric. Levantó a varita y murmuró: — Reparo —, y su túnica se cosió y
bordó de nuevo el un abrir y cerrar de ojos.
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— ¿Se refiere a mí, señora? — dijo Godric con aspecto de dignidad herida.
— No, me refiero a Guillermo de Normandía, no te digo...
— No te sienta nada bien la ironía, Rowena — dijo Godric. Se lo veía molesto.
— Y a tí no te sienta nada bien hacerte el mártir.
— Yo no me hago el mártir.
— Entonces es que eres el mejor actor que he visto en mi vida.
— Y tú eres la mujer más entrometida que conozco.
— No tendría que entrometerme si no hicieses el idiota tan a menudo.
— Yo no...
En ese momento sonó una especie de explosión amortiguada, y Godric y Rowena
cerraron la boca al unísono. De la gran chimenea de piedra surgieron unas lenguas de fuego
verde, y el Salón se llenó de chispas color esmeralda. Un instante después, el cuerpo
larguilucho de un joven salió despedido del hogar, y aterrizó cual largo era sobre el suelo
de piedra. El hombre sacudió la cabeza para despejarse, se incorporó de un salto y se quitó
una mota de polvo imperceptible de la túnica. Después, con un ademán altivo, levantó la
cabeza y sonrió.
— ¿Interrumpo algo? — preguntó Salazar Slytherin con voz burlona, abarcando con
una mirada los ojos muy abiertos de Gisele, la ceja levantada de Galahad y la furia que latía
en los ojos de Godric y Rowena.
*
— Así que te aburrías en tu chabola y has tenido que venir a hacerle una visita a tu antiguo
compañero de estudios, ¿eh?..
106
Godric miró burlonamente a Salazar y levantó su copa de vino. Salazar simplemente
se encogió de hombros y bebió a su vez, haciendo caso omiso del ceño fruncido de
Rowena, que lo observaba desde el otro extremo de la mesa.
— Pensé que necesitarías que alguien te salvase, Godric — dijo —. Supuse que este
castillo se te había quedado pequeño una vez habías conocido el mío...
— Eres tan idiota que no mereces vivir, Sal — dijo Godric con el ceño fruncido.
Salazar se limitó a soltar una carcajada.
— En realidad — dijo, todavía riendo —, he venido a hacerte una proposición.
— No eres mi tipo.
— Ja ja — dijo Salazar —. Muy gracioso.
Bebió otro sorbo de vino y dejó la copa encima de la mesa con un golpe sordo.
— Simplemente creí que a lo mejor estabas un poquitín aburrido y que te apetecería
un poco de aventura, Godric — dijo —. Pero claro, si prefieres quedarte aquí...
— ¿Qué clase de aventura? — preguntó Godric, suspicaz. Salazar sonrió.
— No sé... Algo que pensé que quizá te apeteciese antes de encerrarte para siempre
en este mausoleo.
— Oye — interrumpió Rowena —. Que esta casa no sea tan grande y lujosa como
la tuya no te da derecho...
— Déjalo, Rowena — dijo Galahad, aunque miraba a Salazar con los ojos
entrecerrados —. Creo que lo único que pretende Slytherin es tentar a Godric para que lo
acompañe en una de sus famosas escapadas. ¿Me equivoco, jovencito?
Salazar volvió a encogerse de hombros. Godric, sin embargo, miró a su padre
desconcertado.
— ¿Famosas escapadas? — preguntó —. ¿De qué hablas, padre?
107
— Bueno — dijo Galahad con voz casual —, he oído que el joven Slytherin gusta
de desaparecer de repente de donde quiera que esté, pasar días e incluso semanas sin dar
señales de vida, y regresar, también repentinamente, sin que nadie sepa qué ha estado
haciendo...
Salazar rió.
— Vos también lo haríais si tuviéseis que soportar a mis padres, Lord Gryffindor —
dijo serenamente —. A veces creo que si no me fuera de su lado de vez en cuando, sería
capaz de cometer un asesinato. Pero esta vez os equivocáis — añadió —. No vengo a
proponer a Godric una de esas "escapadas", como vos las llamáis, sino algo mucho más
interesante.
— ¿Y es...?
— Un torneo — dijo Salazar —. Y ni siquiera vos podríais encontrar algo
reprobable en él, ya que es un torneo que organiza vuestro propio sobrino.
Galahad lo miró, sorprendido.
— ¿Kernel?
— Exacto — afirmó Salazar —. Kernel Keystone, rey de la Inglaterra mágica.
Galahad frunció el ceño y no dijo nada.
— ¿Un torneo? — dijo Godric tras unos segundos —. ¿Y quieres que yo participe?
— Quiero que participemos los dos — dijo Salazar sonriente —. Será divertido, ¿no
crees?
— ¿Y por qué — preguntó Galahad de pronto — organiza mi sobrino un torneo
ahora? Hace años que no se celebra uno en su corte... Desde que reinaba su abuelo, creo.
— Tenía entendido que a Kernel no le gustaban los torneos... — dijo Rowena —.
Eran una excusa demasiado buena para cargarse a un rival y hacerlo pasar por un accidente.
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— Creo — dijo Salazar, todavía sonriente — que el rey se ha visto en la necesidad
de deshacerse de cierta propiedad de su familia, que ha vuelto a sus manos y que no quiere
para nada.
Galahad guardó silencio.
— ¿Qué propiedad...? — dijo Gisele, pero Galahad hizo un ademán y la joven se
interrumpió a mitad de la frase. Godric lo miró, desconcertado. Salazar esbozó una sonrisa
irónica.
— Se trata de un castillo — explicó —. Un castillo que pertenecía a su hermano,
Kestrel. Claro, una vez ejecutado éste...
— ¿¡Ejecutado!? — exclamó Godric. El ceño de Galahad se hizo más pronunciado
aún.
— ¿En qué mundo vives, Godric? — preguntó Salazar, curioso —. Mira que
enterarte de las cosas de tu familia por mí... Kestrel Keystone fue ejecutado hace años,
hombre... Creo que era un mago tenebroso o algo así — se encogió de hombros, indiferente
—. El caso es que ahora Kernel no quiere el castillo para nada, pero como tampoco quiere
regalarlo así, sin más, para no despertar suspicacias en según qué gente de la corte...
— Como tus padres, por ejemplo — dijo Galahad.
— ...por ejemplo — admitió Salazar —, ha decidido convocar un torneo, y que el
castillo sea el premio para el ganador.
Godric se echó hacia atrás en la silla, pensativo.
— Muy inteligente — murmuró Rowena para sí, mientras observaba las danzarinas
llamas de la chimenea.
— ¿Tú crees? — dijo Salazar, esta vez sin sonreir.
— Sí — dijo Rowena, y lo miró directamente a los ojos —. Así se libra del castillo
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que no quiere, se ahorra tener que mantenerlo, no tiene que derruirlo y tampoco se arriesga
a que lo tachen de favoritismos por regalarlo a uno u otro de sus súbditos.
— Y dime, Slytherin — dijo Galahad, ceñudo —. ¿Para qué quieres tú ese castillo
del hermano del rey? Creía que tu familia ya poseía bienes suficientes para comprar todo el
reino...
— Yo el castillo no lo quiero para nada — dijo Salazar con indiferencia —. Lo que
me interesa es ganar ese torneo.
— A Salazar nunca le ha gustado pensar que hubiera alguien superior a él en
cualquier cosa — dijo Godric, burlón.
— Exacto.
— Pues vete preparando, Sal, porque si yo participo en ese torneo me encargaré
personalmente de que acabes tumbado en el suelo boca arriba.
— ¿Vas a participar? — preguntó Rowena con seriedad.
— No sé — dijo Godric —. Podría ser divertido...
Galahad suspiró.
— Bueno — dijo —, a lo mejor ese castillo es lo que estabas buscando hace un rato,
Godric...
— ¿Y dónde se supone que está el castillo, por cierto? — preguntó Godric,
volviéndose hacia Salazar.
— No sé — dijo éste —. En el norte, creo.
— ¿Esa zona no está controlada por los celtas? — intervino Gisele con los azules
ojos muy abiertos.
— Ni idea — contestó Salazar, encogiéndose de hombros —. A mí todos los
muggles me parecen iguales...
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— ¿Qué más da? — exclamó Godric —. No tenemos relación con los muggles aquí,
tampoco es necesario que la tengamos allí...
— Sólo era un comentario — dijo Gisele bajando la cabeza. Godric rió, y levantó su
copa hacia Salazar.
— Vamos a ese torneo, Sal — brindó alegremente —. Será un placer volver a
derrotarte.
— Tú sólo me has derrotado en sueños, Gryffindor — dijo Salazar, y levantó su
copa hacia él.
— CAPÍTULO 7 —
Sangre limpia
La explanada donde había de celebrarse el torneo estaba a los pies de una colina, sobre la
que se erigía uno de los castillos más imponentes que Godric hubiese visto jamás. No tenía
una estructura definida: más bien parecía un extraño conglomerado de altas torres y de
edificaciones añadidas a la mole principal del castillo con posterioridad a su edificación.
Sin embargo, pese a la falta de ordenación, tenía una armonía y una elegancia que hacían
111
que, al observar su perfíl recortado contra el cielo, Godric sintiese que cada piedra, arco,
teja y viga estaban exactamente donde deberían estar. De hecho, un constructor muggle
habría dicho, en caso de haber sido capaz de ver la edificación, que era virtualmente
imposible que ésta se mantuviese en pie. Y probablemente así era: Godric no tenía ninguna
duda de que era la magia, y no la argamasa, la que sostenía el castillo y mantenía unidos sus
componentes.
La construcción no se parecía a nada que Godric hubiera visto antes. Si las casas
generalmente eran bajas y hechas de ladrillo, piedra, adobe y paja, y si los castillos estaban
hechos de piedra y eran edificios bajos y achaparrados, ésta era una edificación alta,
esbelta; los arcos de las innumerables ventanas y de las puertas no estaban formados a base
de semicírculos, como ocurría en otros edificios, tanto mágicos como muggles, sino que se
elevaban en su punto más alto y formaban un vértice, como si fuera la unión de dos
semiarcos la que los formase. Incluso desde la distancia se podía llegar a comprender que
semejante arquitectura no podía llegar a realizarse nunca sin la ayuda de la magia, salvo
que los constructores muggles descubrieran una forma de sostener tal cantidad de toneladas
de piedra y madera sin que éstas se despomasen sobre su cabeza.
El castillo del hermano del rey era, sin duda, una construcción hermosa, aunque
intimidante. Se elevaba hasta una altura inconcebible salvo para los que conocían el poder
de la magia, y aún así Godric se preguntó, inquieto, si la magia normal podría realmente
mantener semejante estructura en pie. Su belleza se veía realzada por las altas montañas
que la rodeaban y que parecían abrazarla, y por el gran lago que yacía a sus pies, cuyas
aguas completamente tranquilas, sin una onda, presentaban un profundo color turquesa
mezclado con el verde que se reflejaba en su superficie desde las montañas.
La explanada se encontraba junto al lago, bordeada por un poblado bosquecillo de
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árboles viejísimos y de aspecto siniestro, que parecían exudar magia por las cortezas de sus
troncos y ramas, por la superficie de sus hojas. En la orilla más cercana al castillo se
extendía una explanada cubierta por una hierba esponjosa de color esmeralda, suave y
húmeda, y sobre ella se agolpaban cientos de magos y brujas, sus túnicas y sombreros
multicolores contrastando vibrantemente contra el verde y el azul del paisaje. En medio de
la multitud se elevaba una tienda formada por retales de seda que ondeaban al viento;
parecía que no hubiera ninguna estructura debajo que los sujetara, que los trozos de seda de
color granate se irguieran allí sin ayuda de ningún tipo. Y, de hecho, cuando Godric se
acercó para observarla, comprobó que en efecto así era.
Godric apartó una de las vaporosas telas y entró en la tienda, seguido de cerca por
Salazar. Ambos se detuvieron en el umbral al ver en su interior a un hombre y una mujer,
charlando animadamente. Godric esbozó una sonrisa, pero permaneció en silencio hasta
que el hombre se volvió hacia ellos.
— ¡Godric! — exclamó, sonriente, y se dirigió hacia él con los brazos abiertos. Lo
envolvió en un abrazo triturante, algo que podría considerarse preocupante, ya que el
hombre debía medir unos veinte centímetros más que Godric —. ¡Cómo estás, hombre!
— Bien, bien... — fue capaz de pronunciar, medio asfixiado por el abrazo. Se
separó del hombre y lo miró con una sonrisa radiante —. Hacía tiempo que no te veía...
— ¡Y tanto! — rió el hombre, y se apartó de él. Godric se acercó a la mujer que
esperaba de pie, sonriente, y besó su mano con una reverencia.
— Blanche... — dijo Godric. Se irguió y la abrazó —. Estás preciosa. Bueno, es
imposible que no estés preciosa.
— Adulador — dijo la mujer, y soltó una risa cantarina que recordaba al sonido del
agua al chapotear entre las rocas en un arroyo en la montaña. Era una mujer joven, quizá
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unos pocos años mayor que Godric, de figura esbelta, sonrisa radiante y ojos cristalinos.
Llevaba la larga melena rizada sujeta en lo alto de la cabeza con una redecilla de plata
cuajada de perlas, y una túnica de seda verde que parecía tejida con esmeraldas (y
probablemente así era), y que contrastaba admirablemente con los rizos de color rojo que
escapaban del peinado.
El hombre, de unos treinta años, era muy corpulento, tan ancho y tan alto que junto
a él su esposa parecía una muñeca de juguete. El pelo largo y negro, que se rizaba en las
sienes, le daba un aspecto de ferocidad, que desmentía sin embargo la calidez de su sonrisa.
La túnica parecía a punto de estallar por las costuras a la altura del pecho y en los brazos.
Los ojos, del mismo color turquesa que los de Godric, brillaban bajo las pobladas cejas. El
rostro de rasgos cuadrados, que podía contraerse hasta hacer temblar a cien magos,
destilaba en aquellos momentos la alegría más pura y mucha, mucha diversión.
— Tú debes ser el hijo de Lord Slytherin, ¿no? — dijo, dirigiéndose hacia Salazar.
Éste dio un respingo y se acordó, quizá demasiado tarde, de hacer una reverencia.
— Majestad... — dijo, tembloroso. Godric se asombró de ver a Salazar asustado por
primera vez en todo el tiempo que hacía que lo conocía.
— ¿Conoces a mi reina? — dijo el rey en tono amistoso. Salazar levantó la mirada,
se dirigió hacia Blanche y se inclinó ante ella, repitiendo la reverencia que había hecho
instantes antes frente al rey.
— Bueno, Godric — dijo éste, volviéndose de nuevo hacia su primo —. ¿Qué haces
aquí? Suponía que no estabas interesado en absoluto en dejarte ver en mi corte... — su
sonrisa se hizo más ancha —. De hecho, creo que no te había visto fuera de tu castillo en la
vida. ¿A qué debo el honor de esta visita? —. Su expresión se puso seria repentinamente —
. No le habrá pasado nada a tu padre...
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— No, no — se apresuró a decir Godric en tono tranquilizador —. En realidad, mi
"visita", como tú la llamas, es culpa de este caballero que me acompaña — hizo un gesto en
dirección a Salazar —. Como no es capaz de mantener quieta su lengua, me ha retado a
participar en un torneo que tengo entendido que se celebra aquí...
Kernel Keystone los miró a ambos alternativamente. Después, lentamente, se giró
sobre sí mismo, se dirigió hacia una mesita de bronce que permanecía en el centro de la
tienda y sirvió cuatro copas de vino. Tendió una a Blanche, acercó otras dos a Salazar y a
Godric y bebió pensativamente un sorbo de la última, sin mirar a nadie en concreto.
— Así que quieres participar en el torneo, ¿eh? — dijo finalmente, y dejó de nuevo
la copa sobre la mesa. Godric asintió. Kernel suspiró y miró a Godric directamente a los
ojos. Sostuvo su mirada durante lo que parecieron horas, como si tratase de evaluar aquello
que Godric pensaba y de lo que era capaz. Suspiró otra vez —. Bien, supongo que es lo
apropiado — dijo crípticamente.
— ¿Qué quieres decir? — preguntó Godric, confuso, buscando a su vez la mirada
del rey. Éste volvió a coger la copa de vino y la apuró de un trago.
— Quiere decir que menos mal que has venido, Godric — intervino la reina,
cambiando una mirada rápida con Kernel —. Sin tí, este torneo sería un auténtico
aburrimiento.
— Tienes razón — sonrió Kernel —. Todos estos magos que me siguen a todas
partes y que hacen todo lo que se me ocurre decirles son unos auténticos patosos. Ellos
solos en un torneo... sería como ver una lucha protagonizada por un teatro de marionetas —
. Se levantó, e indicó a Godric y a Salazar que hicieran lo mismo —. Quizá ahora que
vosotros también vais a participar la cosa se ponga un poco más interesante...
Salazar se dirigió hacia la abertura entre los retales de seda que hacía las veces de
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puerta, siguiendo las indicaciones del rey. Sin embargo, Godric permaneció quieto en su
sitio. Levantó la mirada y miró a Kernel.
— Por cierto — dijo en tono casual —. ¿En qué va a consistir el torneo?
Kernel lo miró y después de unos segundos soltó una carcajada.
— Si te lo digo, sería demasiado fácil, ¿no crees?...
— ¡Oh, vamos, Kernel...! ¡Soy tu primo!
— Sí — admitió el rey —. Pero no quiero tener favoritismos. Si se supiera, se me
echarían encima todos los participantes...
Blanche se levantó y se dirigió hacia Kernel. Deslizó suavemente su mano en la de
su marido, y logró que éste bajase la mirada hacia ella.
— Yo creo que van a pensar que tienes favoritismos de todas formas, Kernel — dijo
con voz suave —. Al fin y al cabo, es tu primo, como muy bien ha dicho...
— Sí, pero...
— Y todos los participantes — continuó la reina como si no la hubiera interrumpido
— van a creer sin lugar a dudas que le has traído aquí para que gane el torneo —. Se
encogió de hombros —. Así pues, ¿por qué no decírselo? Si van a dudar de tí, al menos que
sea por una buena razón...
El rey se quedó pensativo unos instantes, y después hizo un imperceptible gesto de
asentimiento con la cabeza. Se sentó de nuevo, y Salazar lo imitó. Blanche permaneció de
pie junto a su esposo, con una mano apoyada sobre su hombro, como si posara para un
retrato.
— En realidad es muy simple — dijo Kernel —. Se trata, a grandes rasgos, de entrar
en el castillo, recorrerlo buscando una única escoba que hemos puesto allí, subir hasta la
torre más alta y volar de vuelta a la explandada. Diría que el que antes llegue hasta aquí
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será el ganador — sonrió —, pero, puesto que sólo hay una escoba, sólo llegará uno...
— ¿Sólo eso? — exclamó Salazar, olvidando por un momento el respeto y el temor
que, según Godric había podido comprobar, le inspiraba el rey. Éste le miró, sonriente.
— No te confíes, Slytherin — dijo con voz agradable —. Ten en cuenta que todos
los participantes van a por la escoba... De modo que, probablemente, tendrás que
enfrentarte a muchos de ellos si deseas el castillo. Y — añadió, ante la mueca de desprecio
que asomaba a los labios de Salazar —, debo decir que, por mucho que yo haya podido
decir de ellos, son grandes magos. Y tienen muchas ganas de quedar bien delante de mí,
claro — se encogió de hombros.
Godric permaneció pensativo unos instantes.
— Me parece demasiado simple, demasiado fácil — concluyó, mirando a su primo
—. ¿No te parece muy poco espectacular para ser el primer torneo que se celebra en... no
sé, casi un siglo? Me había hecho a la idea de tener que vencer a un par de dragones, o a un
rebaño de mantícoras desquiciadas, o incluso a una familia de acromántulas, pero ésto...
— No te confíes — repitió Kernel, devolviéndole la mirada con seriedad —. Hay
muchos magos que harían cualquier cosa por conseguir el triunfo. Muchos, sí — repitió, y
desvió la mirada hacia Salazar —. Así que andaos con ojo. Muchas veces las cosas no son
lo que parecen — concluyó.
Godric continuó mirando a Kernel un buen rato, pensando en lo que le esperaba. No
parecía nada preocupante, a decir verdad, y también era cierto que, aunque el rey le hubiera
contado en qué consistía, eso no constituía una ayuda para él. Si al menos le hubiera dicho
dónde estaba escondida aquella escoba...
— No creo que nadie pueda acusarte de favoritismo después de esto, Kernel — dijo,
sonriente —. No me has ayudado nada, a decir verdad...
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Kernel se encogió de hombros.
— Si quieres, Godric, anulo el torneo y te regalo el castillo directamente — dijo, y
sonrió a su vez —. Pero creo que así te resultará más divertido, ¿no?... Y, además, si has
aceptado el reto de este joven señor aquí presente — inclinó la cabeza en dirección a
Salazar —, lo mejor que puedo hacer es no intervenir en vuestra lucha. Si te doy ventaja a tí
y a él no, nunca sabríais cuál de los dos mereció realmente ganar vuestra pelea particular,
¿verdad...?
Salazar esbozó una sonrisa torcida.
— Sois prudente, mi Señor — dijo, inclinando la cabeza. El rey soltó una carcajada.
— Y tú sabrías defenderte muy bien en una corte real, Slytherin — dijo —. Ese es
el tipo de comentario que se hace cuando se está pensando justo lo contrario.
— Probablemente — dijo Godric —, Salazar esté pensando en que a él también le
vendría muy bien saber dónde está escondida la escoba...
— Sobre todo si tú no lo supieras, Godric — dijo Salazar, y sonrió ampliamente.
— Bien — dijo Kernel, levantándose de nuevo de la silla. Godric y Salazar se
levantaron precipitadamente —. Lo lamento, pero vamos a tener que dejar la conversación
para después... Me temo que, si tardo un poco más en salir, los de ahí fuera se van a
amotinar — rió, y en ese momento Godric se dio cuenta de que desde el interior de la
tienda se podía oír claramente un gran tumulto proveniente del exterior.
Godric y Salazar precedieron a los reyes y salieron de la tienda, apartando los
retazos de seda que se obstinaban en enredarse entre sus brazos y frente a sus rostros.
Godric trató de acostumbrarse a la fuerte luz de la explanada, que lo había deslumbrado
momentaneamente. Antes de ser capaz de ver prácticamente nada, una figura se interpuso
entre la brillante luz del sol y palmeó vigorosamente su hombro, haciéndolo vacilar.
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— Hola, Godric — dijo la figura con voz suave, y Godric pudo distinguir
claramente la risa en el tono que la figura había empleado. También pudo reconocer
fácilmente la voz, ya que la había escuchado en innumerables ocasiones desde que era
apenas un adolescente.
— ¿Rowena? — preguntó, dubitativo. La risa se escuchó con toda claridad en esa
ocasión en la voz de la mujer —. ¿Qué demonios haces aquí?
— Bueno... — dijo la figura, a la que poco a poco los ojos de Godric iban dando
forma, conforme se acostumbraban al exceso de luz —. Pensé que, si tú ibas a venir a
divertirte, yo también podía pasarme por aquí a ver de qué iba el torneo este...
— Ah — dijo Godric, y miró por fin a Rowena, distinguiendo su figura con toda
claridad. La joven llevaba el castaño cabello recogido en una apretada trenza que caía por
su espalda. La túnica, de paño grueso color marrón claro, caía hasta debajo de los muslos,
ceñida en la cintura por un cinturón de cuero del que colgaba la varita, y bajo ella llevaba
unos pantalones oscuros, de tela áspera y aspecto resistente, que se perdían bajo unas botas
altas de cuero marrón y aspecto cómodo. Poco a poco, la mente de Godric fue registrando
el porqué no sólo de la presencia de Rowena sino también de la extraña indumentaria que
había sustituído a las túnicas de seda y gasa y a las zapatillas bordadas.
— ¿Vas a participar? — preguntó, incrédulo. Rowena asintió con una amplia
sonrisa.
— No creerás que voy a dejar que Salazar y tú os llevéis toda la gloria...
— Pero... pero... Rowena...
— ¿Qué? — exclamó ella —. ¿Que soy muy joven? ¿Que soy una mujer? ¿Que
todavía no he terminado mi educación mágica? Si vas a decirme todo eso, Godric, te lo
puedes ahorrar. Tu padre ya me lo ha repetido bastantes veces, gracias.
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— Pues deberías haberle hecho caso — dijo Salazar, que observaba a Rowena con
una expresión de incredulidad y desagrado en el rostro.
— ¿Ah, sí? — preguntó Rowena agresivamente —. ¿Hay algo que te moleste,
Salazar? Sí, claro — se respondió a sí misma —. Supongo que no te hará ninguna gracia si
resulta que alguien como yo te gana en este torneo, ¿no?...
— Exactamente — admitió Salazar —. No participes, Rowena. No me gustaría
que... que te hicieses daño.
— Preocúpate por tu propio trasero, Salazar, que ya me ocuparé yo del mío — dijo
Rowena despectivamente.
— No es necesario ponerse agresivo — intervino Godric —. Pero Rowena... Estoy
de acuerdo con Salazar, este torneo puede ser peligroso, y...
— No me vengas con historias, Godric Gryffindor — interrumpió ella —. Sabes
perfectamente que soy muy capaz de participar, y que incluso puede que gane.
— Ni en sueños — susurró Salazar con una sonrisa burlona.
Godric se volvió hacia él con el ceño fruncido.
— Lo mismo dijiste el otro día sobre mí, Salazar... ¿Recuerdas?
— Claro — dijo éste —. Y lo sigo manteniendo. Ninguno de los dos sois capaces de
vencerme ni aunque me pilléis ebrio como un duende. Pero participa si quieres, Rowena —
añadió, con una risa silenciosa —. Puede llegar a ser hasta divertido.
Las enormes puertas de roble que daban acceso al castillo se abrieron silenciosamente a su
paso, y las docenas de magos que buscaban la gloria, la fama, el reconocimiento del rey o,
simplemente, quedarse con el castillo, avanzaron hasta hundirse en la penumbra. La
oscuridad se hizo total cuando, sin un leve sonido, las puertas volvieron a cerrarse. Se
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oyeron casi simultaneamente una veintena de voces pronunciando el hechizo que iluminaría
los alrededores.
— Lumos — dijo también Godric, y una tenue luz blanca surgió del extremo de su
varita. Salazar lo imitó. Rowena hacía rato que se había alejado de ambos, y Godric no fue
capaz de localizarla entre la multitud de magos y brujas que lo rodeaban.
A la luz de las varitas, Godric vio que se hallaban en un espacio muy amplio, de
techo tan elevado que apenas podía distinguirse en la penumbra. Frente a él, una ancha
escalinata de mármol daba acceso a lo que, seguramente, eran los pisos superiores. Justo a
su lado una puerta tan inmensa como la que acababan de atravesar dejaba entrever una
estancia aún más amplia que el vestíbulo, y en uno de sus lados, como escondida, una
abertura enmarcada en un arco de piedra mostraba lo que sólo parecían sombras.
La mayoría de los magos subían en silencio la escalera de mármol. Godric pensó
por un momento que quizá fuera lo más sensato, puesto que lo más probable era que
hubiera que registrar varias veces el castillo para dar con la dichosa escoba. Sin embargo,
decidió empezar por las estancias que estaban en la planta baja; aunque tardase más que los
demás en llegar a las plantas superiores, si la escoba estaba allí abajo sería el primero en
encontrarla.
Atravesó la enorme puerta que había visto al entrar y se encontró en una sala de
proporciones casi gigantescas, más grande, al parecer, que el exterior del castillo entero.
Las paredes de piedra se elevaban hasta una altura inconcebible, sobrecogedora, y parecían
unirse arriba, formando una bóveda apuntada que se sostenía sobre los nervios de piedra
que surgían de las falsas columnas que recorrían la pared. Aunque, probablemente, fuese la
magia lo que mantenía en su sitio tantas toneladas de piedra a semejante distancia del suelo.
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tan inmovilizado como las cuerdas que un rato antes le habían rodeado los brazos.
— Así que has encontrado la escoba... — oyó Godric que decía la voz de Salazar a
sus espaldas. Se giró apresuradamente y se encontró con la sonrisa burlona de su
compañero de estudios, que miraba desinteresadamente a su alrededor —. ¿Sabes si hay
otra por aquí?
Godric se encogió de hombros.
— No, que yo sepa — dijo.
— Vale — dijo Salazar, y agitó la varita en dirección a Godric —. Expeliarmus —.
Godric sintió que la escoba salía volando de entre sus dedos.
— ¡Serás...! — exclamó, mientras observaba cómo la escoba volaba hacia Salazar,
que la aferró con una mano.
— Oh, vamos, Godric — dijo éste, riendo —. Se trata de ganar, no de comportarse
como un caballero andante y retirarse ante el vencedor...
Godric lo miró, furioso.
— ¿Eres capaz de hacer trampas para ganar?
— Nadie ha dicho que no nos podamos atacar los unos a los otros...
— De acuerdo — dijo Godric. Sacó la varita de entre los pliegues de su túnica —.
¡Duplico! —. Hubo un fogonazo de luz, y cuando ésta se desvaneció, Godric sujetaba una
escoba idéntica a la que Salazar apretaba entre sus manos.
Salazar lo miró asombrado un instante, y después sonrió.
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— Muy bueno, Godric — admitió —. Ahora los dos podemos ganar... —. Lo miró
unos instantes, y levantó la varita —. ¡Expeliarmus! — gritó. La varita de Godric fue a su
encuentro, como antes había hecho la escoba. Se dirigió corriendo hacia la puerta de la
habitación y salió a toda prisa, cerrando la puerta tras él. Godric lo oyó pronunciar un
encantamiento atrancador —. Aunque eso será si eres capaz de salir de aquí antes de que yo
llegue a la explanada, claro.
— ¡Salazar! — exclamó Godric, furioso, golpeando la plancha de madera —.
¡Salazar, abre la puerta!
— No te preocupes, God — dijo éste, y Godric oyó cómo su voz se iba alejando —.
Le diré a tu primo que estás aquí encerrado cuando me dé mi premio. O, mejor, vendré yo
mismo a buscarte y a invitarte a pasar unos días en mi castillo...
Godric golpeó furioso la plancha de madera que se interponía entre él y Salazar. Sin
su varita se sentía indefenso, no era capaz de abrir la puerta ni de hacer absolutamente nada
útil.
Bueno, pensó, desalentado, tengo la escoba, siempre puedo salir por la ventana...
Antes de volverse para comprobarlo, supo a ciencia cierta que no había ninguna
ventana en aquella habitación. En las mazmorras no hay ventanas, estúpido.
Desanimado, se dejó caer contra la puerta y apoyó la frente en la rugosa madera.
Cerró los ojos, y golpeó con un puño cerrado la puerta. Maldita sea. De modo que Salazar
se las había ingeniado para ganar... Aunque él lo mereciera más.
Nadie ha dicho que el mundo sea justo, dijo en su cerebro una voz burlona que se
parecía sospechosamente a la de su padre.
Una mierda, es lo que es el mundo.
— ¡Alohomora! — oyó que pronunciaba una voz al otro lado de la puerta. Al
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instante la puerta se abrió, y estuvo a punto de estamparse contra su nariz. Godric
retrocedió, tambaleándose y tropezando con sus propios pies, y finalmente perdió el
equilibrio y cayó hacia atrás.
Maldiciendo para sus adentros, intentó librarse de su propia túnica, que se había
enrollado alrededor de su cuerpo, dejándolo tan inmovilizado como las cuerdas que un rato
antes le habían rodeado los brazos. Oyó una risita contenida, lo que hizo que redoblase sus
esfuerzos por librarse de su túnica, con lo que sólo consiguió enredarse más aún en ella.
— Vaya, Godric... — dijo una voz que conocía tan bien como la suya propia —.
Veo que estás muy ocupado, así que te dejaré para que lo soluciones, ¿vale? —. Notó cómo
alguien caminaba junto a él, y el leve roce de una túnica cuando ese alguien se agachó para
coger la escoba que yacía a su lado —. No quisiera molestar...
— ¡Rowena! — exclamó, y la túnica aprovechó que había abierto la boca para
intentar asfixiarlo, con bastante éxito —. ¡Rowena, espera!
Con un par de contorsiones logró finalmente sacar la cabeza por entre la maraña de
terciopelo y paño, y miró hacia donde Rowena permanecía, mirándolo con una sonrisa
divertida.
— Me encantará contarle a tu padre que te ha derrotado tu propia ropa, Godric —
dijo, y soltó una carcajada.
— Muy graciosa — refunfuñó Godric —. ¿Por qué no me ayudas, en lugar de
quedarte ahí riéndote como una idiota?
— Creo que no estás en situación de insultarme, Godric — dijo Rowena, mirándolo
con la burla bailoteando en los oscuros ojos. En ese momento otra voz soltó una carcajada.
Godric se giró como pudo en dirección a la risa, y vio a una muchacha de unos veinte años,
vestida con una túnica dorada, doblada sobre sí misma como si le faltase el aliento. Y claro
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que le faltaba a la muy estúpida, pensó Godric enojado, si se estaba riendo como si la vida
le fuera en ello...
— ¿Y ésta quién es? — preguntó, frunciendo el ceño, mientras la joven se ahogaba
con sus propias carcajadas. El cabello rubio le caía sobre el rostro, de forma que lo único
que Godric podía ver de ella era el cuerpo encogido y la boca abierta en una risa sonora y
contagiosa.
— Godric, te presento a Helga Hufflepuff — dijo Rowena, sonriendo ampliamente
—. Hemos estado recorriendo el castillo juntas, ya sabes, por aquello de que dos pueden
más que una...
— Ya — dijo Godric, y se incorporó con dificultad, acomodándose la túnica
alrededor de su cuerpo —. ¿Y cómo pensábais repartiros el premio? ¿Os lo íbais a jugar a
las tabas rúnicas?
Rowena se encogió de hombros.
— Habíamos hablado de compartirlo... — dijo Rowena, mientras palmeaba a Helga
Hufflepuff entre los omoplatos para ver si conseguía que dejara de reír. Helga recuperó
poco a poco la normalidad, y se irguió, todavía sonriente, hacia Godric.
Era una mujer joven, como había pensado Godric al principio, tal vez un poco más
mayor que Gisele. Tan alta como Rowena, de cuerpo delgado y flexible, cuando se
enderezó adoptó una postura felina que se contradecía con la torpeza que había aparentado
segundos antes, al doblarse sobre sí misma, ahogada en sus propias carcajadas. El pelo
rubio claro caía lacio sobre sus hombros, y los ojos, de un extraño color dorado similar al
de sus cabellos, chispeaban de regocijo. Sin embargo, Godric tuvo que descartar su primera
apreciación, ya que aquellos ojos brillaban con una inteligencia que Godric había visto en
muy pocos ojos, ninguno de aquel color, y mucho menos en unos ojos que se aposentaran
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bajo una cabellera digna de la cortesana más simplona de todo el castillo real. Toda ella era
dorada, desde la piel hasta los escarpines de seda, pero Godric tuvo que admitir que,
contrariamente a lo que su aspecto dejaba entrever, era una rival digna de cualquier mago
poderoso.
— Hola — dijo Helga, sonriente, y le tendió la mano para saludarlo.
— Hola — respondió él, y esbozó una sonrisa vacilante.
— Helga, éste es Godric Gryffindor — apuntó Rowena —. Se supone que es mi
mejor amigo, aunque después de este ridículo no sé si atreverme a confesarlo...
— Qué simpática — gruñó Godric.
— Bueno, God — continuó Rowena, ignorándolo —. Nosotras ya nos íbamos...
— ¡Espera! — exclamó él —. No te lleves la escoba.
Rowena se giró para observarlo.
— Pues no me dejes llevármela — dijo simplemente.
— Es que.. No tengo varita.
Rowena enarcó una ceja.
— ¿También has perdido la varita? — dijo, conteniendo la risa a duras penas —.
Oh, vaya, esto es demasiado... Verás cuando se lo cuente a Galahad... No se lo va a poder
creer.
— Salazar me la quitó — dijo Godric, y frunció el ceño ante el gesto de
incredulidad de Rowena —. Y también me quitó la escoba.
— Siento decepcionarte, Godric — intervino Helga, y ensanchó aún más su sonrisa
—, pero si las matemáticas no me fallan, una escoba y una escoba suman dos, y eso no
puede ser porque las reglas establecían que sólo había una escoba, así que, teniendo en
cuenta que nosotras estamos a punto de robarte una escoba, ese tal Sala—como—se—llame
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no puede tener otra...
— La he duplicado — dijo Godric —. Él me la robó, yo la dupliqué, y él me quitó
la varita y me encerró aquí.
Rowena lo miró silenciosamente unos segundos.
— Vaya con el querido Salazar — silbó —. Así que tenía ganas de ganar por todos
los medios, ¿eh? Porque eso es...
— ...exactamente lo mismo que tú estabas a punto de hacer, Rowena — la
interrumpió Godric.
— Sí, ¿verdad? — dijo ésta con un brillo peligroso en sus negros ojos —. Bien,
puesto que así están las cosas, Helga y yo nos vamos, ¿vale? Puedes ir a buscar a Salazar a
ver si lo convences para que te devuelva la escoba y la varita.
— ¡Rowena, espera! — casi gritó Godric cuando vio que ella volvía a dar media
vuelta.
— ¿Sí?
— No podréis montar las dos en esa escoba...
— Siempre podemos duplicarla — intervino Helga alegremente.
Rowena miró fijamente a Godric.
— Tiene razón — dijo —. No sé tú, pero yo no sé de qué encantamiento habla. No
sé duplicar cosas.
Helga frunció el ceño.
— Yo tampoco — admitió. Y después sonrió de nuevo —. Pero no importa, esta
escoba aguantará el peso de las dos. Vámonos...
— Pero no podréis coger velocidad suficiente para adelantar a Salazar — sentenció
Godric.
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Rowena lo miró sin pestañear.
— ¿Qué propones, Godric?
— Déjame tu varita, y...
— Oh, vamos, qué truco más viejo — exclamó Helga.
— En serio — exclamó Godric —, déjame tu varita y triplicaré la escoba, y así por
lo menos tendremos una oportunidad de adelantarlo.
— Ya, y tú tendrás una oportunidad de oro de noquear a Rowena y después largarte
con la escoba.
— Mira, Helga — dijo Godric, exasperado —. Apúntame tú con tu varita mientras
tanto, si quieres. Si dejo a Rowena fuera de combate, puedes hacer lo mismo conmigo y
largarte a toda leche con la escoba, a ver si alcanzas tú solita a Salazar. Pero no me des más
la paliza, ¿vale? Todo el tiempo que estamos aquí charlando como viejos amigos Salazar lo
pasa subiendo a saltitos los escalones de la torre.
— ¿Sube a saltitos? — preguntó Helga, interesada —. Uau, vaya con el hombre...
— Toma, Godric — dijo Rowena, y le tendió la varita, mientras sujetaba con la otra
mano la escoba —. Pero cuando todo esto acabe quiero que me enseñes ese hechizo.
— Ya veremos — sonrió éste —. No sé si deshacerme tan fácilmente del secreto de
mi éxito... ¡Duplico!
— Secreto de tu éxito una mierda — refunfuñó Rowena mientras sujetaba con la
mano libre la segunda escoba que acababa de aparecer —. A saber de dónde lo habrás
sacado...
— Duplico — pronunció Godric suavemente, sin dejar de sonreir, y una tercera
escoba se materializó en su mano.
— Qué bueno... — susurró Helga, observando interesada la escoba que Rowena
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acababa de ponerle en la mano —. ¿Cómo...?
— Otro día, milady — dijo Godric con sorna, y le devolvió la varita a Rowena —.
Ahora vamos a alcanzar a nuestro querido amigo Salazar Slytherin.
La escalera que llevaba hasta lo alto de la torre más alta, desde donde tenían que
emprender el vuelo, era larguísima, sinuosa, y llena de curvas y vueltas y revueltas. Ya les
había resultado bastante difícil dar con ella, puesto que desde el interior del castillo era
complicado saber dónde caía la torre más alta y cuál de todas las escaleras que salían del
vestíbulo era la correcta; sin embargo, subirla les estaba suponiendo un esfuerzo mucho
mayor.
— Ya queda menos... — decía Godric a cada minuto, aproximadamente,
cosechando en respuesta un gruñido de Rowena y un jadeo de parte de Helga en todas las
ocasiones.
— Ya queda menos — dijo, una vez más, cuando llevaban lo que parecían días
enteros subiendo los empinados peldaños de piedra húmeda y resbaladiza.
— Menos, dice... — resopló Rowena.
— Es cierto, allí al fondo veo...
— Como vuelvas a repetirlo te hago comer esa escoba y te la duplico en el
estómago, Godric Gryffindor.
— Vale, vale, ya me callo...
— Lo que no entiendo — jadeó Helga — es cómo alguien puede subir esto a
saltitos...
Un buen rato después alcanzaron el final de la escalera. Se encontraron en una sala
diminuta, de forma circular, sin ventanas, sin otra salida excepto aquella por la que
acababan de entrar.
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— Vaya vaya... — dijo Helga, mirando interesada a su alrededor, donde el halo de
luz que emitía su varita apenas iluminaba las paredes —. Esto sí que es divertido.
— ¿Y ahora qué? — exclamó Godric, desanimado —. ¿Qué se supone que tenemos
que hacer, explotar la torre para salir?
— No seas obtuso, Godric — dijo Rowena, explorando la sala minuciosamente —.
Tiene que haber una salida... Si no, la torre sería totalmente inútil.
— Ahora que lo dices — dijo Helga en tono casual —, nunca había visto un castillo
tan inútil como éste.
— ¿Qué quieres decir? — preguntó Godric, que, sin varita, no servía de gran ayuda
a la hora de explorar el entorno.
— No sé... Tantas vueltas, giros, mazmorras, pasillos, puertas, escaleras... El
arquitecto debía darle demasiado al vino, si entiendes a qué me refiero...
— A mí me gusta — dijo Godric, encogiéndose de hombros.
— Mirad, aquí hay una especie de trampilla — anunció Rowena desde el centro de
la sala. Godric y Helga se dirigieron hacia ella: unas finísimas rendijas dejaban entrar una
minúscula porción de luz. Rowena se puso de puntillas, intentando alcanzar el techo, pero
no llegaba ni a rozarlo siquiera.
— Déjame a mí — dijo Godric, y palpó con la mano extendida todo el contorno de
la trampilla. Efectivamente, en un lateral había una especie de cerrojo, que, por el tacto,
estaba hecho de hierro forjado y tenía la edad aproximada del bisabuelo de Tutankamon.
Godric tiró, empujó, golpeó, aplastó, y el cerrojo permaneció inmóvil, como burlándose de
él.
— No puedo abrirlo — admitió al fin.
— Habrá que usar la cabeza, entonces — dijo Helga alegremente.
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— ¿Qué te crees, que no he pensado que...?
— Me refería a usar tu cabeza para abrir un boquete en la pared, hombre...
— ¡Alohomora! — exclamó Rowena apuntando hacia el techo. La trampilla se abrió
de golpe y estuvo a punto de arrancarles la cabeza a Helga y a Godric en su caída. Godric
se tambaleó y tropezó hacia atrás. Después, miró a Rowena.
— ¿Por qué demonios siempre te funciona el mismo hechizo? — preguntó.
— Porque algunas personas sabemos pronunciar este hechizo, Godric — contestó
Rowena en tono burlón.
Treparon por la trampilla, no sin alguna que otra dificultad (como por ejemplo que
Helga no había trepado una pared en su vida, o que la túnica de Godric parecía empeñada
en hacerle la vida más interesante), y salieron al exterior, a una terraza circular bordeada
por una barandilla de piedra que sólo les llegaba por la rodilla.
— ¿Veis? — dijo Helga, asomándose —. Otra muestra de lo inútil que es todo en
este castillo.
— Si tan poco te gusta — dijo Godric, exasperado —, ¿por qué te empeñas en ganar
el torneo?
— Porque es divertido — respondió sencillamente Helga.
— En eso te voy a dar la razón — dijo la voz de Salazar desde detrás, y, al volverse,
Godric pudo ver cómo terminaba de trepar la trampilla y se incorporaba, sonriendo —.
Hola a todos.
— Hola, Salazar — dijo Godric sin muchas ganas.
— Vaya, Salazar — dijo Rowena, frunciendo el ceño —. ¿Qué te ha retrasado? Te
hacíamos ya saboreando las mieles de la victoria allá abajo...
Salazar se encogió de hombros.
131
— Como diría esta chica rubia aquí presente — señaló a Helga —, así es mucho
más divertido.
— Me llamo Helga Hufflepuff — dijo ésta, alargando la mano.
— ¿Hufflepuff? — repitió Salazar, estrechándole la mano —. ¿Eso que es, un
apellido o una enfermedad?
— Lo segundo — dijo Helga alegremente —. Y se contagia por contacto de las
extremidades, así que estás jodido.
Salazar saltó hacia atrás y se examinó su propia mano, lo que hizo que tres
carcajadas simultáneas surcaran el aire húmedo del atardecer.
— Bueno... — dijo Rowena finalmente, enjugándose el rostro con la manga de la
túnica —. ¿Y ahora qué hacemos?
— Me parece bastante obvio — contestó Helga —. Somos cuatro, tenemos cuatro
escobas, así que salimos y el que llegue antes se queda con el edificio absurdo este.
— Supongo que es lo más razonable — admitió Godric.
— También podría dejaros a los tres fuera de combate y quedarme con la victoria
— dijo Salazar, acariciando su varita.
— ¿A los tres? No seas fantasma, Slytherin — dijo Godric con una sonrisa.
— Mira quién fue a hablar de apellidos... — rió Helga.
— Tú no tienes varita, Godric — dijo Salazar en tono razonable —. Y ellas dos no
son rivales para mí.
— ¿Quieres apostar? — exclamó Rowena en tono agresivo.
— Venga ya, hombre — dijo Godric —. Vamos a jugar limpio, ¿no os parece?
— ¿Qué pasa, Salazar? ¿Que tienes miedo de no ser el más rápido? — se burló
Rowena.
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— Ni lo sueñes — dijo éste.
— Venga, vamos — apremió Helga —. Tengo ganas de que todo esto termine de
una vez.
Godric sostuvo la mirada de Salazar durante un minuto interminable, al final del
cual éste se encogió de hombros.
— Bueno — dijo —, juguemos limpio, entonces. Podría resultar divertido...
— Sí, jugar limpio para variar, ¿no, Salazar? — dijo Rowena, sonriendo —. Un
buen cambio.
— No he preguntado tu opinión.
— Te la regalo con todo el gusto.
— Dejadlo ya, los dos — interrumpió Godric.
— Sí — corroboró Helga —. Estoy empezando a tener hambre, y allá abajo debe
haber preparado un buen banquete...
— ¿Cómo lo sabes? — preguntó Salazar.
Helga sonrió.
— Porque esa gente — hizo un gesto con la mano que abarcaba toda la explanada
que se extendía a sus pies — no es capaz ni siquiera de salir de la letrina sin celebrarlo con
una buena comilona.
— Una costumbre estupenda — dijo Godric —. Bueno, yo no sé vosotros pero yo
me voy — y montó en su escoba. Al verlo, los otros tres se apresuraron a hacer el mismo
gesto.
— ¡Vamos allá! — exclamó Helga, risueña, y dió una patada en el suelo de piedra
de la terraza. Su escoba salió disparada hacia el cielo púrpura. Rowena soltó una
exclamación ahogada y despegó también, siguiendo su estela.
133
— ¡Eey, que se van sin nosotros! — exclamó Salazar, y salió disparado hacia arriba.
Godric dio una patada al suelo y dirigió su escoba hacia el cielo, donde una enorme
montaña parecía estar comiéndose el sol a mordiscos. El color dorado lo inundaba todo, y
Godric sintió una euforia imprudente al sentir el viento desordenando sus cabellos y
silbando en sus oídos.
Se inclinó sobre el palo de la escoba para imprimir a su vuelo una mayor velocidad,
apremiando mentalmente a la escoba para que acelerase, tratando por todos los medios de
alcanzar a Rowena y a Helga, que volaban un par de metros por delante de él. Poco a poco
fue acercándose a ellas, hasta que estuvo a una distancia de un brazo de la cola de la escoba
de Helga.
En ese momento sintió un fuerte golpe en la nuca. Desorientado, trató de recuperar
el equilibrio, y, tras luchar unos instantes con su escoba, logró enderezarla y que el suelo
volviese a estar debajo y el cielo arriba. Miró a su alrededor. Salazar lo observaba a una
cierta distanciam, riendo a mandíbula batiente.
— ¡Bonita pirueta, Gryffindor! — gritó, sonriendo. Después, hizo ademán de darle
una colleja a alguien.
— ¡Te voy a...! — Godric apretó la escoba con ambas rodillas, y ésta, como un
buen caballo amaestrado, salió disparada hacia Salazar. El viento le arrancaba lágrimas
ardientes de los ojos, que surcaban su rostro hasta perderse en el hueco de las orejas. Sin
embargo, Godric no frenó. Logró alcanzar a Salazar, que volaba como un poseso hacia lo
que Godric adivinó era la línea que tenían que cruzar para alzarse con la victoria. Una
mancha dorada apareció repentinamente a su lado: Helga, con la misma cara de velocidad
que debía tener él mismo en ese instante, concentrada en un sólo punto: allí donde
convergían dos hileras de rostros sonrientes y manos alzadas en gestos de ánimo. La meta.
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Rowena estaba un par de metros por delante de ellos, la túnica azul revoloteando al
viento, cintas de color carmesí chocando inmisericordes contra los rostros de los que le iban
a la zaga. Godric se dio cuenta en ese mismo momento de lo mucho que deseaba ganar el
torneo. Contorsionó el cuerpo, prácticamente lo unió al palo de la escoba, en un último
intento de ganar velocidad y alcanzarla.
— ¿Blanche? — preguntó Kernel, dubitativo, dirigiéndose a la reina. Ésta tenía los
ojos muy abiertos y miraba fijamente la línea que acababan de cruzar los cuatro,
exactamente al mismo tiempo.
Finalmente, ésta negó con la cabeza.
— Bien — dijo el rey. Sacó la varita —. Repitum — musitó, y de la varita surgió un
halo de luz blanca que fue dibujando un cuadrado en el aire siguiendo los movimientos que
Kernel hacía con la varita. Cuando el cuadrado estuvo cerrado, el interior se iluminó. Un
instante después se formó una imagen: una multitud de magos, de pie, en un campo... el rey
y la reina destacando entre ellos... una línea dibujada a sus pies... Y cuatro magos montados
en sendas escobas, pasando junto a ellos como una exhalación, y cruzando sobre la línea...
exactamente al mismo tiempo.
El silencio cayó sobre la explanada, mientras el cuadrado de luz se difuminaba y
desaparecía.
— A la vez — musitó Kernel, y volvió a dirigirse a la reina —. Tendrás que decidir
por su maestría, puesto que han empatado...
— No — dijo Blanche sacudiendo la cabeza —. No puedo juzgar cuál de los cuatro
es mejor mago —. Miró por turnos a Salazar, Helga, Godric y Rowena, que permanecían de
pie junto a sus escobas idénticas, sudorosos y despeinados, y volvió a negar con la cabeza
—. Los cuatro merecen el premio.
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La reina volvió la espalda a la multitud. Kernel miró hacia el público, sonrió como
excusándose y la siguió, pasó un brazo sobre sus hombros y empezó a hablar con ella en
voz baja. La tensión se mascaba en el ambiente, o al menos eso pensó Godric, nervioso
como hacía tiempo no lo estaba, sin atreverse apenas a mirar hacia Salazar, Rowena y
Helga. Pese a la gran cantidad de personas que llenaban la explanada, no se oían más que
murmullos apagados, tan bajos que se escuchaba perfectamente el sonido del viento
jugando con las hojas de los árboles del bosque y con la superficie de agua del lago.
— Muy bien — dijo Kernel al cabo de un rato, y se dirigió hacia el público que
abarrotaba la explanada —. Mi reina ha dicho que no es posible decir cuál de estos cuatro
magos es más poderoso que los otros. Así pues, y ya que no parece que sea posible decidir
un ganador, hemos acordado que este castillo pase a ser propiedad de los cuatro, y que sean
ellos los que decidan cómo se reparten el premio.
Un murmullo se elevó entre los magos que rodeaban a los reyes. Godric miró a
Salazar sonriente, y se dirigió hacia su primo, que se mantenía erguido frente a la multitud,
como desafiándolos a que se mostrasen en desacuerdo con su decisión.
— Kernel — dijo.
El rey se volvió.
— Ah, Godric — contestó Kernel, y pareció aliviado de hablar con alguien, como si
el silencio y la mirada permanente de la multitud lo incomodasen —. Enhorabuena, hombre
— añadió, estrechando su mano vigorosamente.
— Gracias.
— Bien — dijo Kernel en tono jovial —, ahora eres el dueño de una cuarta parte de
un castillo —. Había diversión en su voz —. ¿Ya has pensado qué vas a hacer con ella?
— No lo sé — dijo Godric, y miró hacia un lado, donde Salazar miraba a Rowena
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con el ceño fruncido y Helga reía a mandíbula batiente, observando detenidamente un
desgarrón que Salazar tenía en la túnica a la altura de la rabadilla —. Va a ser complicado
poner de acuerdo a esos tres...
Kernel rió.
— Siempre es complicado poner de acuerdo a gente tan distinta... — sonrió —. A
mí me pasa a diario — añadió, y lanzó una significativa mirada hacia sus súbditos, que se
aglomeraban a su alrededor —. Bueno, pero alguna idea tendrás, ¿no? Sobre el castillo, me
refiero...
Godric se encogió de hombros.
— Tengo una idea, pero no sé si ellos — señaló a Salazar, Rowena y Helga —
estarán de acuerdo...
— Utiliza tu poder de persuasión — rió Kernel —. Conmigo siempre te ha dado
buen resultado...
— ¿Qué? — preguntó Godric, confuso.
— Ya sabes — hizo un movimiento con la mano, como si empuñase una varita, y
rió de nuevo —. Una buena maldición de cosquillas permanentes y harán lo que les pidas.
Godric sonrió.
— Hace mucho tiempo que no uso ese conjuro... — dijo.
— Eso es como montar en escoba, Godric: nunca se olvida.
— Supongo que tendrás razón.
Godric miró hacia el imponente edificio que se alzaba en lo alto de la colina. Las
altas torres se recortaban contra el cielo, oscurecido por el anochecer, en el que se
mezclaban el añil, el violeta, el rojo y el dorado como en la paleta de uno de esos pintores
que decoraban las paredes de las iglesias muggles.
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— ¿Y tiene nombre este castillo? — preguntó al rato.
— Sí — respondió Kernel —. Se llama Hogwarts.
— CAPÍTULO 8 —
El castillo del jabalí
— No me lo puedo creer — dijo Salazar con voz desagradable.
— ¿Algún problema, Lord Slytherin? — dijo Rowena, mirándolo con una sonrisa
burlona en sus bellos labios.
Salazar la ignoró, y se dirigió hacia donde estaban Godric y Kernel, uno junto al
otro, en silencio, contemplando el castillo de Hogwarts.
— Godric... — dijo en un susurro, e inclinó tardíamente la cabeza en señal de
respeto a Kernel. Éste le devolvió el saludo, aunque su sonrisa se congeló en sus labios.
— ¿Qué pasa, Salazar? — preguntó Godric.
— ¿Podemos hablar un momento?
Kernel miró alternativamente a uno y a otro, y finalmente asintió brevemente y se
giró hacia donde le esperaba su reina. Godric lo observó alejarse, y después se volvió hacia
Salazar.
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— ¿Qué ocurre?
— Mira, Godric... — empezó a decir Salazar, con aspecto incómodo —. Sé que no
me he portado demasiado bien en este torneo...
— Vaya, vaya — dijo Godric, incrédulo —. ¿Salazar Slytherin en un acto de
contrición? Esto sí que es digno de ver.
— No te burles, Godric — espetó Salazar con el ceño fruncido.
— Sí, supongo que esto no te estará resultando nada fácil — aceptó Godric con una
sonrisa burlona.
— Oye, comprendo que estés enfadado, pero yo... — Salazar hizo una pausa —.
Bueno, es que tenía muchas ganas de ganar este torneo.
— Ya — dijo Godric, irónico —. Yo también, pero ¿sabes?, no me dedico a atacar a
mis amigos por un castillo.
— Atacar es un término un poco fuerte, ¿no crees? — dijo Salazar con una sonrisa
vacilante —. Sólo ha sido una colleja...
— Sí, y también un par de encantamientos de desarme, ya — añadió Godric —.
Dame mi varita, por cierto.
— Toma — Salazar la sacó de un bolsillo de la túnica y se la tendió —. Nadie dijo
que fuese contra las normas atacarnos los unos a los otros. De hecho, ahora que lo pienso,
se trataba precisamente de eso...
— Sí — repitió Godric —. Aunque no me lo esperaba, y tú lo sabías, lo que lo
convierte en un ataque por la espalda y a traición.
Salazar se encogió de hombros.
— En fin — dijo —. El caso es que ya se ha acabado, ¿no?... Y... Bueno, yo...
— Escúpelo de una vez, Sal, no te vayas a atragantar.
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— De acuerdo —. Salazar tomó aire —. Me parece bien compartir el castillo
contigo. De hecho, supongo que esa fue mi idea desde el principio... Pretendía ganar este
torneo e invitarte a vivir aquí conmigo.
— Vaya, muchas gracias — dijo Godric irónicamente —. Cuánto honor.
— ¿Pero es necesario compartirlo con ellas? — escupió, señalando hacia Rowena y
Helga, que se dirigían hacia ellos —. Quiero decir, vale, no conozco a esa tal Hufflepuff, y
no sé cómo será o de dónde habrá salido, pero Rowena...
— ¿Qué pasa con Rowena? — dijo Godric con el ceño fruncido.
— Bueno, es que es... ya sabes...
— Es mi amiga — dijo Godric rotundamente —. Y es una de las mejores brujas que
conozco.
— Pero es...
— El caso, Salazar — lo interrumpió Godric tajantemente — es que ellas también
han ganado este torneo. Por lo tanto, no podría importar menos lo que tú puedas pensar de
ello: tienen el mismo derecho que nosotros a disfrutar del castillo.
— ¡Pero no podemos compartirlo con ellas! — exclamó Salazar como si fuera la
idea más ridícula que se le pudiera ocurrir a alguien.
Godric lo miró con las cejas levantadas.
— ¿No decías que no querías el castillo para nada? — preguntó —. Creo que tus
palabras exactas fueron: "A mí lo que me interesa es ganar este torneo"... Entonces, ¿a qué
viene tanta historia? Ya has ganado, aunque hayas compartido la victoria con otras tres
personas. ¿Qué te importa compartir también el premio?
— Ya te he dicho que no me importa compartirlo contigo — dijo Salazar —.
Incluso con esa tal Helga, aunque no la conozco de nada y no sé qué tal será. Pero
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Rowena...
— Te sugiero que lo hables con el rey, Salazar — dijo fríamente Rowena, que
acababa de unirse a ellos junto con Helga —. Igual hasta lo convences de que no soy digna
de la recompensa que tú, por supuesto, sí mereces, ¡oh, Lord Slytherin!
Salazar la miró con el ceño fruncido.
— Ni siquiera tenías que haberte presentado al torneo...
— Pero lo hice — interrumpió ella —. Y demostré que me merezco el premio igual
que tú. Así que lo siento mucho pero tendrás que aguantarme como vecina... — sonrió —, a
menos, claro, que renuncies a tu parte del pastel.
Salazar la miró, furioso.
— Eso ni lo sueñes, Rowena — dijo con frialdad, y, dando media vuelta, se alejó de
ellos. Godric lo siguió con la mirada, y después miró a Rowena y esbozó una sonrisa de
disculpa.
— No te preocupes, Rowena — dijo en tono conciliador —. Salazar es un poco
orgulloso, pero ya se dará cuenta de que compartir este castillo contigo es lo mejor que le
ha pasado en la vida... Salvo, quizá, haberme conocido — añadió, y su sonrisa se hizo más
pronunciada.
— Ya veremos — dijo ésta, dubitativa.
Ambos levantaron la mirada hacia el castillo, cuyas torres se recortaban contra el
cielo púrpura del anochecer.
— Ese tío más que un amigo es un auténtico bulto sospechoso — sentenció Helga,
y soltó una carcajada alegre.
(aquí, el primer hueco importante: después de muchas discusiones deciden hacer una
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escuela en el castillo donde todos los niños puedan aprender magia. Slytherin no quiere
compartirlo con ellas y menos dar magia con una sangre sucia pero Godric le convence. Lo
descontaminan (era un castillo bastante tenebroso) y lo acondicionan para dar clase.
Empiezan a llegar alumnos y surgen las primeras discusiones, porque cada uno quiere
enseñar a un tipo de alumno, claro...
— CAPÍTULO 10 —
Valentía, inteligencia, ambición, trabajo
— ¿Sabes, Salazar? — dijo Godric en tono coloquial, mientras se servía un vaso de
vino y cogía un trozo de pan para untarlo en la salsa del cordero —. Esta mañana he bajado
por las escaleras que van desde mi torre hasta el Vestíbulo, y resulta que ya no van hasta el
Vestíbulo...
— ¿Ah, no? — dijo Salazar como si estuviera ausente, mientras Helga y Rowena
contenían a duras penas una carcajada —. Y... ¿Dónde van ahora?
— Ahora mismo no lo sé — dijo Godric encogiéndose de hombros y sirviéndose
cordero —. Esta mañana me han llevado directamente a las letrinas del cuarto piso.
Helga explotó finalmente y comenzó a reír a carcajadas, seguida, aunque un poco
más discretamente, por Rowena. Salazar se limitó a sonreír.
— Tienes un problema, sí — dijo Salazar encogiéndose de hombros —. A lo mejor
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mañana te encuentras con que bajan hasta lo alto de la Torre Norte...
— Me gusta bajar por las escaleras sabiendo a dónde me dirijo, gracias — dijo
Godric con el ceño fruncido, mientras Helga escondía la cabeza bajo la mesa para reírse a
gusto sin que los alumnos la vieran.
— Entonces te ha tocado la escalera equivocada — dijo Salazar simplemente.
— ¿Quién lo ha hecho? — preguntó Godric, mirándolos a los tres por turnos.
Rowena enarcó las cejas oscuras y sonrió ampliamente.
— Qué poco sentido del humor tienes, Godric — dijo Salazar, y soltó finalmente
una carcajada —. Hay que tomarse la vida un poco menos en serio...
— Eso me suena — dijo Godric con el ceño fruncido —. Lo has dicho muchas
veces, y siempre ha sido para anunciar algún desastre...
— Mira que eres exagerado, Godric — dijo Salazar riendo —. Algún desastre...
Sólo hemos animado un poco todo esto... Este colegio estaba hecho un auténtico muermo,
hombre...
— Miedo me da cuando quieres animar las cosas, Sal — respondió Godric, y se
introdujo un gran pedazo de cordero en la boca.
— Vamos, Godric, no es nada más que una broma... — dijo Salazar —. Eso sí, ten
cuidado cuando bajes por cualquier escalera... Algunos escalones podrían desaparecer
debajo de tus pies —. Y se apartó de un brinco cuando Godric escupió el cordero encima de
la mesa.
— CAPÍTULO 11 —
Herencia
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El color verde que cubría el valle casi hacía daño en los ojos bajo la brillante luz del sol,
más aún después de varios meses de lluvias casi contínuas. Los árboles, las flores, la hierba,
la infinidad de matices del color verde se mezclaban armoniosamente con el blanco de las
margaritas y el rojo de las amapolas, creando una alfombra salpicada de motitas de color y
de humedad tras el rocío de la madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado
incluso.
Un hombre se apresuraba por la calle de tierra apisonada, sin mirar siquiera el
conocido paisaje, sin escuchar el trino de los pájaros. Era un hombre alto, bastante joven,
aunque hacía falta una segunda mirada a su rostro serio y preocupado para comprobarlo.
Las arrugas que rodeaban sus ojos y la comisura de sus labios eran de risa, pero cuando su
cara reflejaba un tormento interior como el que sufría en esos momentos se hacían más
profundas y parecían pertenecer a un hombre más mayor.
El hombre siguió caminando por la calle, sin detenerse a saludar a las personas que
encontraba. Por las miradas de comprensión y tristeza que recibía, se podía ver que era un
hombre muy querido en el valle, y no por la risa fácil que todavía resonaba en los oídos de
todos los habitantes de la aldea, sino por la clase de hombre que había demostrado ser a lo
largo de los meses y de los años.
El nombre de aquel hombre era Godric Gryffindor.
— Siempre... siempre supe que serías así, Godric... — dijo Galahad en un hilo de
voz.
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— ¿Así cómo, padre? — dijo Godric, las lágrimas resbalándole por el rostro —.
¿Qué quieres decir?
— Noble, gentil, valiente, bueno, justo... — suspiró —. Godric...
— ¿Qué, padre?...
— Una vez te dí un consejo, y te dije que sería el último... — tosió, e intentó
vanamente inhalar aire.
Godric intentó ver a su padre a través de las lágrimas, pero apenas podía vislubrar
una imagen de lo que su padre había sido. Parecía que su cuerpo se evaporaba a la vez que
su alma lo abandonaba, y, aunque sólo fuese una imagen óptica, Godric sintió que la
opresión crecía en la boca de su estómago.
— ¿Padre?
— Ten... ten cuidado... con la serpiente, hijo mío... — susurró Galahad.
— ¿Cómo? — dijo Godric —. ¿Cómo dices, padre? ¿Qué significa...?
Pero la mano de Galahad había caído sobre la manta, y Godric supo que su padre ni
siquiera había llegado a oír su pregunta.
(Otro hueco importante: pasan los años y poco a poco se va enrareciendo el ambiente
porque Salazar trata muy mal a los sangre. Gisele y Salazar se casan, y en Hogwarts
empieza a haber ataques a sangre sucias)
Godric se sentó pesadamente detrás de la enorme mesa de roble, y jugueteó
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distraídamente con su varita. Por primera vez en su vida, no sabía qué hacer. Lo mirase por
donde lo mirase, se enfrentaba con un problema que no parecía tener solución.
Todos aquellos hijos de muggle... ¿Quién demonios podía estar atacándolos? Nadie
en todo el colegio tenía suficiente poder como para emprender acciones semejantes y pasar
desapercibido... Claro, excepto los mismos profesores, pero Godric no podía creer que
ninguno de ellos fuese capaz de intentar asesinar a los sangre sucia simplemente por el
hecho de serlo...
No tenía sentido, era normal que hubiese enfrentamientos por culpa de la sangre y
de la herencia, pero hasta entonces habían sido simples disputas verbales, tal vez algún que
otro golpe propinado entre alumnos hasta que algún profesor había acudido a poner paz.
Pero de ahí al asesinato...
¿Quién podía ser capaz de destrozar todo lo que estaban intentando construir ellos
cuatro, aquello por lo que habían abandonado todos los demás proyectos que hubieran
podido tener en la vida, simplemente por una tontería como la limpieza de sangre?
Comenzó a dar golpecitos distraídos con la varita en un cuenco de piedra que yacía
sobre su escritorio. De repente, un destello plateado iluminó la habitación. Godric
reconoció la vasija de piedra: era el Pensadero de su padre, que había permanecido
olvidado sobre su escritorio desde que Salazar lo ayudó a utilizarlo.
Miró su interior; una extraña sustancia plateada, ni líquida ni gaseosa, bullía y se
arremolinaba en su interior. Curioso, Godric volvió a tocarla levemente con la varita.
La sustancia comenzó a girar vertiginosamente y, de repente, surgieron de ella dos
figuras, ambas plateadas y gaseosas, ambas sentadas, ambas conocidas, ambas de personas
que ya habían muerto.
Su padre, Galahad Gryffindor, y Luthor.
146
— No me extraña que estés preocupado, Gryffindor — dijo la voz de Luthor —.
Todas esas señales...
— ¿Señales? — respondió Galahad —. No, no, no se trata de señales, simplemente
demuestran que no estoy preparado para esto...
— Cierto —. Luthor permaneció en silencio un momento.
— ¿Qué debo hacer, entonces?
— Has dicho que no estás preparado para enseñar a tu hijo... ¿tan distinto es?
— Más que eso — la figurita de Galahad suspiró —. Incluso sin saber hacer ni el
más pequeño de los conjuros siento bullir dentro de él la magia, siento que en cualquier
momento la magia podría escaparse de su cuerpo y derramarse por el mundo. Siento como
si... como si...
— ¿Como si él mismo fuese la esencia de la magia?
— Algo así... Sé que es ridículo, no es más que un chiquillo...
— Dices que los elementos le obedecen... — le interrumpió Luthor.
— No... — se turbó Galahad —. No, no es así, es más... Cuando está de un humor o
de otro, parece que la Naturaleza le acompaña, se hace eco de su estado de ánimo....
Gracias a Dios es un muchacho de buen carácter...
— Empatía — dijo distraídamente Luthor —. Algo inconsciente... Que en realidad
no será capaz de controlar jamás. Una señal...
Godric observó cómo Luthor se levantaba de su asiento de niebla plateada y
caminaba alrededor de la figura de Galahad.
— Me has mostrado el retrato de tu hijo, Galahad — dijo Luthor.
— Sí, pero... ¿qué imp...?
— Mucho — atajó el anciano —. Importa mucho. Moreno, ojos azules, quince
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años... Parece hecho a propósito...
— ¿Cómo?
— El físico a veces importa, Galahad. A veces importa —. Suspiró —. ¿Sabes?
Todo lo que me has contado... La magia, el carácter, el físico... Me hacen pensar que sé más
de él que tú mismo.
— Si tú lo dices... — Galahad se encogió de hombros —. Todo esto de la empatía
me parece un cuento de viejas...
— Deberías escuchar más a las viejas comadres, Galahad — repuso Luthor —. Es
bien sabido que la sabiduría de un pueblo pervive en los conocimientos de las ancianas.
Galahad permaneció unos minutos en silencio, mirando al anciano maestro,
desconcertado.
— ¿Sabes, Galahad? — continuó Luthor —. Muchas de las antiguas leyendas y
profecías sólo se recuerdan en los cuentos de viejas. Y, sin embargo, mantienen intacto
todo su poder...
Galahad abrió mucho los ojos.
— ¿Profecías? ¿Leyendas? ¡Pero... Luthor! — exclamó, y después se echó a reír —.
Por un momento pensé que hablabas en serio... Pero... ¡Profecías! — y siguió riendo hasta
que se percató de que la mirada de Luthor permanecía fija en él, impasible, serena. Galahad
calló de pronto —. Hablas en serio — concluyó, impresionado.
— Así es — respondió Luthor —. Tú también deberías tomártelo en serio, Galahad.
La profecía de la que hablo tiene relación con tu hijo.
— ¿Ah, sí? — demandó Galahad. Más que impresionado parecía enojado —. ¿Y a
qué profecía te refieres, Luthor? ¿Qué profecía habla de Godric Gryffindor y es recordada
por las viejas y los viejos chochos?
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— La profecía — continuó Luthor — no versa sobre nadie en particular... Pero creo
que mi interpretación es correcta. Creo que tu hijo está relacionado con esa profecía.
— ¿Y es...?
— ¿Recuerdas — interrumpió Luthor — la canción del León y la Serpiente?
Godric vio cómo su padre se quedaba boquiabierto, casi igual que él mismo en ese
momento.
— ¿El León y la Serpiente? — repitió, anonadado.
— Tu hijo es uno de los dos animales de la canción — dijo Luthor —. Cuál, no
sabría decirlo... Pero está claro que será padre o madre, o ambas cosas, de los magos que
nacerán en el futuro. Que el futuro de la raza de los magos depende de él, al menos en
parte. Y de ahí que deba pedirte que me permitas convertirme en su maestro.
— Luthor — dijo Galahad tras una pequeña pausa —, no sé si Godric es quien...
quien dices que es, pero no creo que los lamentos de una vieja desquiciada sean suficiente
motivo para creer que va a ser el futuro de toda nuestra raza. Es cierto, es poderoso, sí,
pero...
— Tú mismo has escuchado muchas veces la profecía, Galahad — le interrumpió
Luthor —. Y sabes mejor que yo que Godric es uno de esos dos. Así que te pido, por el
bien de Godric y de los magos, que me permitas enseñarle a controlar esa magia que lleva
dentro.
Hubo una larga pausa.
— Quizá... — titubeó Galahad —, quizá si le enseñas a ser más poderoso aún se
convertirá en la Serpiente... Yo...
Luthor sonrió.
— Eso depende de lo que tu hijo lleve dentro, Galahad. Tú lo conoces mejor que
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yo... Y, aunque así fuera — añadió —, has oído la profecía... Tienen que existir ambos, o
no habrá equilibrio, y el equilibrio es fundamental para que el mundo exista. Al menos...
hasta que lleguen otros encargados de inclinar la balanza hacia uno u otro lado...
— ¡Sólo es un poema, y ni siquiera rima! — se exasperó Galahad.
— No fue dicho para seguir una métrica ni unas normas poéticas — respondió
Luthor —. Es posible que me equivoque, Galahad, pero no creo. Y si es así, tu hijo debe
tener la oportunidad de controlar todo su poder antes de encontrarse con la Serpiente... o
con el León, claro.
— La Serpiente. Se enfrentará con la Serpiente — gruñó Galahad.
Luthor pareció sonreir.
— ¡Mi hijo es un muchacho noble, justo y bueno! — exclamó Galahad —. ¡Si toda
esta locura tiene algún sentido, si no es simplemente un desvarío, entonces mi hijo es un
león!
La figura de Galahad pareció hacerse más grande sobre la vasija de piedra, mientras
miraba desafiante a Luthor, que permanecía impasible en su asiento de niebla.
— Como sea — dijo —. Y — continuó —, en caso de que me equivoque, Godric
habrá tenido una educación mágica que tú, admitámoslo, no habrías podido procurarle.
Galahad se interrumpió antes de comenzar a hablar. Pareció considerarlo unos
segundos.
— Lo... pensaré — dijo secamente.
Esta vez la sonrisa de Luthor fue claramente visible.
— Piénsalo.
Las imágenes desaparecieron como si la vasija de piedra las hubiese succionado, y
150
la estancia quedó en penumbra de nuevo. Godric permaneció en silencio, mirando absorto
el pensadero.
Las palabras que había escuchado bailaban en su mente, confusas algunas, claras y
potentes las otras. Por mucho que intentó dejar de pensar en ellas, se arremolinaban en su
cabeza, bailando, esquivando sus intentos de extirparlas, obsesionándolo, inundando su
mente de imágenes que jamás había contemplado antes.
¿Qué canción era aquella que su padre y Luthor conocían? Jamás la había oído en
boca de nadie, ni viejo ni joven... ¿A qué se refería la profecía? ¿A él?
Por más vueltas que le dio, no le encontró sentido por ninguna parte. La Serpiente y
el León... Qué tontería.
Se encogió de hombros y decidió ir en busca de una verdadera solución para el
problema que realmente le preocupaba. La conversación que había escuchado quedó
enterrada en lo más profundo de su mente.
— CAPÍTULO 15 —
El león
(Otro hueco: Gisele le da a Godric un blasón o enseña bordado de Gryffindor, dice que fue
la última voluntad de Galahad, y Godric va atando cabos... su blasón debe ser un león,
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claro. Dice que Galahad lo hizo bordar cuando estaba fuera)
Godric desplegó la pesada pieza de tela, y la extendió cuidadosamente sobre la
hierba. Allí, bordado con una paciencia infinita y un cuidado exquisito, había un escudo.
Encerrado entre los cuatro lados cosidos con hilo de oro, apoyado sobre sus patas
traseras y sujetando con las garras delanteras un lateral del escudo, la boca abierta como si
hubiera sido sorprendido y conservado en mitad de un profundo rugido, había un león. El
enorme felino estaba también bordado en oro, y enredados en su melena brillaban pequeños
granates. En sus ojos, dos grandes rubíes del color de la sangre le daban una expresión de
fiereza y, al mismo tiempo, de bondad. El hilo de oro formaba una filigrana alrededor del
escudo, sobre el cual, bordado en plata, descansaban un yelmo y un penacho de plumas
granates. Bajo las garras del animal, una gran "G" dorada con rubíes incrustados.
Destacando apenas sobre el terciopelo negro que recubría el paño, bordadas en hilo de oro
en una caligrafía alargada, las letras unidas unas a otras con tanto cuidado que parecían
escritas con oro líquido, Godric leyó un mensaje.
Uno reflejo de la naturaleza, otro aliado de quien desea cambiarla
tiempo llegará en el cual la magia dependerá de dos...
Serpiente y León, juntos, dedicados a ella
hasta que la Serpiente muestre su verdadero rostro.
Serpiente y León,
una para hacer suyo el mundo de los hombres,
otro para evitar su destrucción...
Y así será, dia tras día, Serpiente, León, vigilándose uno al otro,
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hasta que lleguen quienes romperán el círculo
que la Serpiente creó para hacerse con todo el poder.
El heredero de la Serpiente, a quien la misma Serpiente habría rechazado,
y el único con el poder para derrotarlo.
Las palabras bordadas bailaron en su mente. Por mucho que intentó dejar de pensar
en ellas, se arremolinaban en su cabeza, esquivando sus intentos de extirparlas,
obsesionándolo, inundando su mente de imágenes que jamás había contemplado antes.
Comprendió inmediatamente lo que había leído: la profecía. La profecía a la que
Luthor había hecho referencia, la profecía que creía que tenía que ver con él, la profecía por
la cual Galahad lo había enviado a estudiar con Salazar.
Allí estaba. La profecía.
Uno reflejo de la naturaleza, otro aliado de quien desea cambiarla...
¿Qué demonios quería decir? ¿A qué se refería la profecía?
Serpiente y León, juntos, dedicados a ella, hasta que la Serpiente muestre su
verdadero rostro.
¿A él?
Godric sacudió la embotada cabeza. No tenía ningún sentido. Serpiente y León...
qué tontería. Serpiente y León...
Y, sin embargo, Luthor creía que él era uno de ellos... Una serpiente, o un león...
Godric sonrió. Realmente, al viejo a veces se le iba la cabeza.
Pero su padre también creía que... Galahad se lo había tomado en serio. Godric
recordó la expresión de su padre cuando Luthor había hablado de la profecía. Galahad creía
que Godric era uno de esos dos animales. Creía que era el León, a la vista del animal
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bordado en la enseña...
Serpiente y León, una para hacer suyo el mundo de los hombres, otro para evitar su
destrucción...
Godric no pudo evitar soltar una carcajada. Una serpiente y un león. El destino del
mundo. Qué absurdo...
Y así será, dia tras día, Serpiente, León, vigilándose uno al otro.
Día tras día...
Hasta que lleguen quienes romperán el círculo
que la Serpiente creó para hacerse con todo el poder.
El heredero de la Serpiente, a quien la misma Serpiente habría rechazado,
y el único con el poder para derrotarlo.
¿Y quiénes serían? ¿Hasta cuándo debían estar vigilándose los dos? ¿Cómo podía
un heredero ser rechazado por su antepasado? ¿Y cómo podía ser que sólo hubiera uno
capaz de acabar con él?
Y, sin embargo, Galahad lo había creído. Y Luthor. Godric recordó: ambos habían
estado muy serios, quizá incluso asustados... ¿Asustados?
Godric sintió que un nudo de incertidumbre le oprimía el estómago. La cabeza
comenzó a darle vueltas. Serpiente, león... Si tan sólo Galahad o Luthor estuvieran allí para
aclarárselo... Si pudiese hablar con alguno de los dos, para saber qué era exactamente lo
que ellos pensaban de la profecía, lo que creían que sería el futuro de ese león y esa
serpiente, fuesen quienes fuesen...
Se levantó de un salto, sacudió la túnica, a la que habían quedado adheridas briznas
de hierba y ramitas, y dobló cuidadosamente el blasón, que guardó entre los pliegues de su
túnica. Sólo se le ocurría una cosa que podía hacer para despejar sus dudas.
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Fue a buscar a Rowena.
— CAPÍTULO 16 —
Rowena
La encontró en una de las amplias estancias de la planta baja, rodeada de una veintena de
jóvenes que intentaban sin mucho éxito hacer algo con sus varitas. Cuál era el verdadero
propósito del ejercicio, Godric no llegó a descubrirlo, ya que ni siquiera parecían estar
llevando a cabo el mismo hechizo: de hecho, los efectos de los encantamientos eran tan
diversos que más bien parecían estar intentando descubrir las innumerables posibilidades
del cultivo de especies vegetales ignotas en el cuero cabelludo humano, eso sí, con marcado
acierto.
Rowena pareció agradecer la interrupción de Godric, y aprovechó para escapar de la
habitación, dejando a sus alumnos que encontrasen por sí mismos el antídoto necesario para
contrarrestar los efectos de sus hechizos; Godric se apostó consigo mismo su parte del
castillo a que, para la hora de la cena, los alumnos de Rowena serían una patética colección
de mutantes risueños.
— Creí que sólo enseñabas a los más inteligentes... — dijo Godric con una media
155
sonrisa.
— Parece que los más inteligentes no lo son demasiado — respondió Rowena,
todavía con el ceño fruncido, y siguió a Godric escaleras arriba —. Panda de
incompetentes...
— Son patéticos.
— Más lo serán los tuyos, entonces — exclamó Rowena con una mueca —. Si los
míos son los más capaces, entonces tus protegidos se habrán convertido a sí mismos en
amebas danzarinas antes de Navidad.
Godric sonrió ampliamente.
— ¿Quién dice que la inteligencia es lo más necesario a la hora de hacer magia?
— No vamos a volver a discutir esto, Godric — dijo Rowena, y se volvió hacia él
en el rellano de la escalera —. ¿Verdad?
— No — admitió éste —. Hace tiempo que he aprendido a no discutir con mujeres.
Mi padre siempre me aconsejó que no me metiera con nadie más inteligente que yo.
— Lo has aprendido tarde, entonces.
— Todo lo aprendo tarde, princesa.
Rowena no pudo evitar sonreir.
— ¿Qué quieres, Godric? — preguntó —. No es que me moleste que me hayas
sacado de clase, la verdad... Pero supongo que habrá sido porque quieres algo, ¿no? Aparte
de verme y de cambiar agudezas conmigo, claro...
Godric suspiró.
— Quería hablarte de algo, Rowena — dijo.
— ¿De qué?
— Aquí no — contestó Godric en voz baja —. Ven.
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La condujo escaleras arriba, hasta el pasillo donde las dos gárgolas de piedra de
Helga vigilaban la entrada de sus estancias. Se detuvo frente a ellas y las observó en
silencio. Las estatuas cobraron vida y se lo quedaron mirando fijamente.
— ¿Y éste a qué viene ahora? — dijo una de ellas a su compañera, con la vista fija
en Godric.
— No sé — respondió la otra gárgola —. ¿No estabas dando clase, hombre? —
preguntó a Godric.
— No, estaba hablando con su hermana — dijo la primera —. Ya sabes, la morenita
esa tan mona...
— Uy, sí, es verdad... ¿Ya se ha ido? — preguntó a Godric.
— ¿Ido?... — dijo éste, desconcertado.
— No, tonta, su hermana vive aquí con él... — dijo la primera gárgola a la otra.
— ¿Con él? ¿Y entonces quién es ésta? — preguntó la segunda señalando a
Rowena.
— Su amiguita.
— ¡Su amiguita! — exclamó la estatua de piedra —. ¿Y su hermana no lo sabe?
— Su hermana está con el otro, tonta, con el de la lengua larga...
— Ah, es cierto...
— ¡¿Queréis dejar de decir incongruencias y dejarme pasar!? — dijo Godric,
impaciente.
— Uy, usted perdone, Su Ilustrísima... — se encrespó una de las gárgolas, y se echó
hacia un lado.
— Pase, pase, no faltaba más... — dijo la otra con voz de dignidad perdida, y se
desplazó hacia el otro lado —. Para eso estamos aquí...
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— Sí, y parece que sólo para eso...
— No servimos para otra cosa...
— Unas meras porteras, eso es lo que somos...
— Por lo menos no tenemos que fregar la escalera...
— No lo digas muy alto, no sea que se le ocurra ordenárnoslo...
— ¡Callad!
— Vaya carácter...
Godric y Rowena subieron por la escalera móvil que había detrás de las gárgolas, y
llegaron a la puerta de roble del despacho de Godric. Éste la abrió, hizo pasar a Rowena,
entró, cerró la puerta y se sentó en una butaca que había tras una mesa también de roble.
Después, estalló.
— ¡No sé cómo aguanto a esas dos! — exclamó, con el ceño fruncido —. ¡Todos
los días la misma historia! Vaya par de marujas...
— Tienen su encanto, ¿sabes? — dijo Rowena, y soltó una carcajada que hizo que
la silla que había convocado con su varita temblase en el aire y volviera a posarse con un
golpe seco en el suelo.
— Sí, claro — refunfuñó Godric —. Estoy seguro de que Helga me las regaló
pensando en su apasionante personalidad...
— En realidad — dijo Rowena, sonriendo ampliamente —, las gárgolas las hizo
ella, pero yo les dí la capacidad de hablar...
— ¿Tú?
— Sí — rió Rowena —. Pensé que te hacía falta fomentar un poco tu sentido del
humor, Godric.
— Sí, vamos, precisamente lo que estaba deseando — exclamó Godric —. Dos
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estatuas parlantes cuya única pasión es enterarse de todo lo que ocurre en el castillo para así
poder chismorrear a gusto...
— Así no tendrás que hacer ningún esfuerzo para enterarte de lo que ocurre en
Hogwarts — dijo Rowena, y su sonrisa se hizo más amplia —. Bueno, Lord Gryffindor,
dime, ¿qué quieres de mí?
— Quiero que me digas qué crees que significa esto — dijo Godric, y extrajo el
estandarte que le había entregado Gisele de su túnica —. Mira — insistió, alargándole en
estandarte —. Mira lo que me ha regalado Gisele... a petición de mi padre.
Rowena lo cogió, estiró la tela finamente bordada y se lo quedó mirando fijamente.
— Vaya — musitó al cabo de un rato —. ¡Vaya! — repitió —. ¿Sabes... sabes lo
que significa, Godric?
— ¿La canción? No — dijo éste —. Pero parece que tú sí...
— Yo... — vaciló Rowena.
— No digas nada — interrumpió Godric —. No antes de que lo veas todo.
Puso en sus manos la vasija de piedra rodeada de runas y sacó la varita de su túnica.
Después de escuchar la conversación de Luthor y Galahad, Rowena permaneció en
silencio unos minutos.
— ¿Y bien? — preguntó Godric, impaciente —. ¿Tú qué crees? ¿Es ésta — señaló
el estandarte que Rowena todavía apretaba entre sus finos dedos — la canción de la que
hablaban? ¿Hace referencia a mí?
Rowena levantó la mirada, que había tenido clavada en sus propias manos.
— No lo sé — dijo finalmente —. Aunque todo parece indicar que sí.
— ¿Qué quieres decir? — se encrespó Godric —. ¡¿Pero es que todo el mundo sabía
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de esta canción excepto yo?!
— No te pongas bruto, Godric — dijo Rowena con su mejor voz de profesora
enojada —. Esta profecía es, o más bien era, muy conocida entre los aldeanos y las viejas...
Ya sabes lo que dicen, que la sabiduría está en las canciones que conocen las viejas
comadres... Se lo has oído decir a Luthor hace un instante. Pues bien — dijo —, parece que
en este caso es así. Yo había oído hablar de esta canción — añadió, y su voz tomó un tinte
nostálgico —, Rachel me la había cantado, aunque hay que reconocer que no sabía ni la
mitad de la letra. Así, leyéndola, es mucho más fácil descubrir a qué hace referencia...
— ¿Y es?... — casi gritó Godric cuando Rowena se quedó callada otro par de
minutos.
— Mira, Godric — dijo Rowena, titubeante —, según decía Rachel, esta canción
era obra del mismísimo Merlín.
Godric abrió mucho los ojos, y después sonrió.
— Merlín era un viejo chocho — afirmó —. Venga, hombre... ¡Si creía que la
magia acabaría cuando él muriese! — rió —. Tan loco estaba que llevó a Arturo a creerse el
elegido de los dioses para unir a toda Bretaña bajo su mandato — dijo Godric con voz
burlona —. Estúpido... Lo único que consiguieron fue una vida llena de sobresaltos y una
muerte que los campesinos todavía aprovechan para hacer bromas acerca de ella cuando
beben junto al fuego...
— Pero Merlín fue un gran mago, Godric — repuso Rowena —. Y un gran vidente.
— No me hagas reír.
— Es cierto. Sólo que se equivocó de tiempo, y de persona.
— ¿Cómo...?
Rowena suspiró, y levantó la mirada hacia Godric.
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— Pensó que Arturo era el león, y Morgana la serpiente.
Godric permaneció pensativo unos segundos.
— Pues no le faltaba razón — dijo al final —. Eran antagónicos, pese a ser
hermanos... ¿Y qué mejor amigo y colaborador que un hermano?...
— Arturo no se dedicaba a la magia, Godric. Estaba en contra de todo tipo de
hechicería — dijo Rowena —. Era un muggle de la cabeza a los pies.
— Pero tenía a Merlín de su lado...
— Sólo por miedo. Y Morgana...
— Era una bruja — interrumpió Godric —. Y una bruja de las poderosas, diría yo.
—Y te equivocarías.
Godric sonrió.
— Suelo hacerlo a menudo.
— Sí — admitió Rowena con una sonrisa —. Morgana no era una bruja, Godric.
Era muggle.
Godric la miró.
— Estás de broma.
— No.
Godric se levantó se su silla y comenzó a pasearse por la habitación.
— No pudo ser una muggle, Rowena... — dijo —. La historia...
— La historia, Godric, es una pura y dura invención de algún juglar con mucho
sentido del humor y mucho vino en las venas. Arturo y Morgana fueron dos muggles a los
que un mago intentó utilizar para conseguir un poco de poder.
— No tiene sentido — dijo Godric al cabo de un rato —. Merlín ya tenía poder
entre los muggles... No le hacía falta que Arturo...
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— No quería tener poder entre los muggles — interrumpió Rowena —. Quería tener
poder entre los magos.
Godric se detuvo y la miró.
— ¿Entre los magos...? Pero...
— Por eso permaneció al lado de Arturo, y por eso le instó a unirse a todos los
caballeros que pudiera, y por eso hizo de Morgana, su hermana, una enemiga — dijo
Rowena —. Mira, Godric... Si lees entre líneas, si le quitas toda la paja a la leyenda, te
darás cuenta de que Arturo y sus caballeros de la mesa redonda, sus Lancelot, Gowain,
Galahad y etcétera, no eran más que una panda de majaderos.
Godric comenzó a reír.
— Menos mal que ya está muerto... A mi padre le daría algo si te oyese decir que
tenía el nombre de un majadero.
— Ya se lo dije una vez, y estuvo de acuerdo conmigo — repuso Rowena,
sonriendo a su vez.
— Así que eran unos majaderos... ¿Y Ginebra qué era, un loca absurda?
— Un pendón verbenero — corrigió Rowena —. Pero le vino muy bien que todos
creyesen a Morgana una bruja, así pudo decir que la habían hechizado para acostarse con
Lancelot... Lo que tenía en realidad no era un hechizo, era una ninfomanía aguda.
Godric rió hasta que se le saltaron las lágrimas.
— En realidad, Godric — continuó Rowena cuando éste dejó de reír —, es una
historia muy común entre los muggles, ya sabes, traición, reyes locos, lujuria, celos... La
única diferencia es que en esta ocasión tenían detrás a un mago de verdad.
— Un mago loco.
— Un mago que buscaba poder — dijo Rowena —. Poder entre los suyos. Es muy
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fácil para un mago mandar sobre los muggles, y de hecho muchos lo hacen. Lo difícil es
reinar sobre los demás magos.
— ¿Y qué idea tenía nuestro buen amigo Merlín en su linda cabecita? — preguntó
Godric, sonriente —. ¿Una horda de muggles abalanzándose sobre los magos, o algo así?
— Algo mucho más sutil — dijo Rowena —. Merlín hizo esa profecía, y Merlín
creía que, al tener a Arturo bajo su control y a Morgana bajo el control de Arturo,
controlaba, en realidad, el destino de la magia.
Godric abrió la boca, incrédulo.
— ¡Pero.. si... dos muggles!
— Sí — dijo Rowena —. Pero fíjate en la profecía... tiempo llegará en el cual la
magia dependerá de dos... Merlín creía que esos dos eran Arturo y Morgana, que, pese a
ser muggles, podían tener algo que ver con el futuro de todos nosotros...
Godric soltó una carcajada.
— Digas lo que digas, sigo pensando que Merlín estaba como una cabra.
— ¿Has olvidado el trozo de la historia que se refiere al Santo Grial?
Godric enmudeció.
Rowena se levantó a su vez, y fue hasta donde estaba Godric.
— El Santo Grial, sí... Ese fue el motivo por el que Merlín creyó que Arturo y
Morgana jugarían un papel trascendental en la historia de la magia.
— ¡Pero... pero... Rowena! — exclamó Godric —. ¡Es...!
— Absurdo. Sí, lo es — admitió ésta —. Merlín creía que el Santo Grial era un
objeto, un objeto físico con cualidades mágicas, y que la veneración con que los muggles se
referían a él tenía que ver, en cierto modo, con la Profecía... El destino del mundo, el
destino de la magia... Por eso, cuando no consiguió el poder que buscaba con Arturo y
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Morgana, hizo caso a las leyendas que ambos le contaron y les lanzó en esa loca búsqueda
del Grial, creyendo que, al conseguirlo, el Grial podría canalizar ese poder que Arturo y
Morgana debían tener en su interior y dárselo a él.
— Creo que estaba más loco de lo que pensaba...
— Y supongo que, al final, así fue — admitió Rowena gravemente.
— ¿Y no se dio cuenta, si tanto sabía de leyendas, de que el Grial no se lo podían
llevar ni Arturo ni Morgana? Tenía que ser un corazón puro... Tenía que haberle dado la
espada a... — calló de pronto.
— ¿A Galahad? — preguntó suavemente Rowena. Godric permaneció en silencio
—. Así es... — dijo Rowena después de unos segundos —. Tu padre, Galahad, lleva el
nombre del hombre de corazón puro que podía conseguir el Grial... Una vasija, Godric, una
vasija como el Pensadero, que te mostró a tí toda esta locura. Una vasija capaz de poner en
marcha la Profecía. Si Merlín creía que el Grial canalizaría el poder hacia él, Luthor pensó
que el Pensadero de tu padre te mostraría, a su debido tiempo, el modo de hacer que la
Profecía se cumpliese. Y así ha sido.
Rowena fue hacia la pared con decisión y arrancó la espada de Godric de un tirón.
Después se la mostró.
— ¿Ves?... Excalibur...
— Mi espada no tiene nombre — djo Godric con acritud —. No dice que sea el
legítimo rey ni nada por el estilo...
— Eres el legítimo primo del rey — rió Rowena —. Eso ya es algo...
— Y no la saqué de una piedra de donde nadie más pudiese sacarla.
— No — dijo Rowena —. Te la dio Luthor... Te la dio Merlín.
Godric la miró, enfurecido.
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— ¡No te atrevas a decir que Luthor... que Luthor...!
— Luthor buscaba, en cierto modo, lo mismo que buscaba Merlín — atajó Rowena
—. Poder. No poder sobre los magos: eso ya lo había conseguido por sus propios medios.
Buscaba poder sobre la magia. Sólo que Luthor era muchísimo más inteligente que Merlín.
Él sí supo interpretar la profecía, y sí supo encontrar a la Serpiente, y después tuvo suerte...
— ¿Suerte?
— Sí — dijo Rowena, tajante —. El corazón puro que Merlín buscaba para traerle
el Grial fue el que llevó a Luthor al León. Y Luthor adquirió el poder sobre la magia que
quería al hacer que la profecía pudiera cumplirse... Así que, en realidad, la búsqueda de
Merlín del Grial era una equivocación... Estaba buscando al León y a la Serpiente, pero
pensaba que ya los había encontrado, y no comprendía por qué no tenía el poder que había
querido...
— Estás desvariando, Rowena.
— ¿Sí...? — dijo ésta, y miró a Godric directamente a los ojos, con esa mirada que a
Godric le hacía sentirse desnudo e indefenso —. Luthor te dio la espada sabiendo que, si
seguía los pasos de Merlín pero evitaba cometer sus mismas equivocaciones, conseguiría lo
que buscaba... Te dio la espada para que fueses lo que Arturo no podía haber sido jamás: un
león. El León.
— ¿Equivocaciones...?
— Merlín se equivocó en muchas cosas: se equivocó cuando creyó que Arturo y
Morgana eran la Serpiente y el León, se equivocó cuando creyó que el Grial era lo que los
cristianos decían que era, se equivocó cuando creyó que uno de los dos, Serpiente o León,
debía reinar para cumplir la profecía, se equivocó cuando dió a Arturo poder sobre toda
Bretaña. Luthor, por el contrario, sabía que tú eras el León, y sabía que no debía darte un
165
poder terrenal para seguir los términos de la Profecía de Merlín. La espada de Arturo le dio
un reino: la tuya, en realidad, es un simple reflejo material de lo que tú mismo llevas
dentro.
— Luthor me dijo... — dijo Godric, frunciendo el ceño —... me dijo que yo debía
descubrir el poder que tenía la espada, pero que era poderosa y necesitaba unas manos que
la empuñasen...
— ¿Ves? — dijo Rowena. Fue hacia la ventana y miró hacia fuera, como intentando
buscar las palabras correctas que expresasen sus embrollados pensamientos —. El poder de
esa espada reside en tí mismo, puesto que tú eres el que tiene poder sobre ella.
— Luthor dijo que ella era poderosa — corrigió Godric.
— Y que necesitaba unas manos que la empuñasen — añadió Rowena —. Creo,
Godric, que es una especie de alegoría de esas que tanto le gustaban a tu maestro... Es como
decir que la magia es poderosa en sí misma, pero necesita de alguien que la canalice...
Nosotros, los magos. Y, en este caso en concreto, se refiere a tí.
— No te entiendo.
— Si la espada fuese poderosa por sí misma, no necesitaría de tí... Si la magia fuese
capaz de actuar por sí misma, no nos necesitaría a nosotros... Si nosotros fuésemos capaces
de controlar a la magia, no necesitaríamos al León ni a la Serpiente. Luthor no te habría
necesitado para tener poder sobre la magia.
Godric permaneció silencioso unos minutos.
— Luthor me pidió que usase esta espada para defender aquello que considerase
correcto — dijo —. Para actuar de acuerdo con mis principios.
Godric reanudó su paseo por la estancia, mirando hacia todas partes y sin ver, en
realidad, nada de lo que había en la habitación. Era todo tan absurdo...
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— Es un símbolo — concluyó Rowena —. Igual que Excalibur fue un símbolo por
el cual Merlín hizo a Arturo rey de toda Bretaña...
— ¿Qué soy yo, entonces? ¿Rey de Inglaterra? ¿Debo hablar con mi primo y
decirle: "Perdona, Kernel, pero Luthor me dio una espada y es porque yo soy el rey, macho,
así que aparta el culo de mi trono"?
— Quizá seas el legítimo rey de Hogwarts... — dijo Rowena, riendo, mientras
miraba hacia los terrenos bañados por el sol del atardecer.
— No — dijo Godric tajante —. Somos cuatro, ya sabes...
— Sí, pero... — y la risa bailaba en los ojos de Rowena —. ¿Sabes?... El símbolo
del rey Arturo era un jabalí...
— ¿Y eso qué..? — comenzó Godric, pero enmudeció cuando vio lo que Rowena le
señalaba. Abajo, en los terrenos del castillo, sobre dos pedestales, se elevaban las figuras de
dos jabalíes alados.
— CAPÍTULO 17 —
Sangre
— Coincidencia — dijo Godric, con el ceño fruncido.
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— Quizá — dijo Rowena —. Pero es una coincidencia divertida...
— ¿Sabes?... creo que antes te molestaba que fuese yo el que veía siempre el lado
divertido de las cosas...
— ¿Bromeas? Tú nunca has sido capaz de reconocer una broma, Godric — rió ella
—, ni aunque bailase desnuda delante de tus propios ojos.
— No le veo la gracia — refunfuñó el joven.
Rowena se acercó a él.
— Te has tomado demasiado en serio todo esto, Godric — dijo suavemente cuando
llegó junto a él —. Tienes que relajarte un poco, hombre... Si no, vas a acabar loco...
— ¿Y cómo quieres que me lo tome? — estalló Godric —. ¿Cómo quieres que esté,
Rowena? ¿Cómo quieres que reaccione cuando están haciendo daño a tanta gente dentro de
nuestro propio castillo, cuando ni siquiera podemos defenderlos porque más de la mitad de
la comunidad mágica está de acuerdo con que los sangre sucia no merecen estudiar magia,
o ni siquiera vivir? ¡Y ahora me vienes con que soy el salvador de los magos, o algo
parecido...!
— Yo no he dicho eso — dijo Rowena con voz firme. Godric sintió como si un
bálsamo se extendiera dentro de él, y su furia repentina desapareció con la misma rapidez
con la que había llegado. Fuera, encima del castillo, las nubes se disiparon como si nunca
hubieran existido —. Simplemente te he dicho lo que esa profecía puede significar, lo que
significa para mí. Y, según creo, esa profecía no te señala como el mesías del mundo de la
magia, Godric Gryffindor.
Godric bajó la cabeza, avergonzado.
— Lo siento — susurró.
Rowena asintió imperceptiblemente, y acarició con suavidad el mechón de cabellos
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negros que caía sobre la frente de Godric.
— No te preocupes tanto — dijo —. Lo bueno que tienen las profecías es que, si
son ciertas, no tienes que hacer nada... Ellas mismas se cumplen.
— De cualquier forma — dijo Godric, levantando la cabeza —, según todo esto mi
símbolo no es el jabalí... sino el león.
— Desde luego — asintió Rowena con una sonrisa —. Tú no eres Arturo... más
bien, eres la versión corregida y mejorada, podríamos decir.
— Pues ni que fuese un experimento de alquimia... — refunfuñó Godric —. Ahora
me dirás que nací en el laboratorio de algún loco mezcla—hierbas...
Rowena rió, con esa risa cantarina que a Godric le hacía evocar cielos azules,
campos verdes y trinos de pájaros.
— Si te hubiesen fabricado de encargo, Godric — dijo —, te habrían hecho mejor...
— Muy graciosa — gruñó Godric.
— Venga, Godric — dijo Rowena, risueña —. Sé que las cosas no están siendo
fáciles... Pero en realidad no es para tanto, no ha habido nadie herido gravemente, y,
aunque tengamos que ir con un poco de cuidado, podemos continuar con nuestro sueño,
¿no? ¿O habías olvidado que estamos aquí para enseñar magia?...
— No, no lo he olvidado — dijo Godric, y su expresión se volvió grave —. Pero...
— Si permites que todo esto te haga renunciar, Godric — dijo Rowena —, entonces
dejarás que la Serpiente se salga con la suya. Y eso es, en esencia, lo que estás destinado a
impedir.
Godric calló y miró al techo. Al cabo de un rato, suspiró.
— Tienes razón — admitió —. Si, como creían mi padre y Luthor, yo soy el León,
entonces no puedo abandonar...
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— No — dijo Rowena.
— ...pero si, como tú dices, las profecías se cumplen solas, entonces no hace falta
que haga absolutamente nada a ese respecto.
— No es exactamente así — dijo Rowena con el ceño fruncido —. Pero lo que no
debes hacer es permitir que esa profecía guíe todos tus actos. Al menos, hasta que sepas
exactamente qué se te pide que hagas.
Godric volvió a suspirar, y sonrió tristemente.
— Ojalá lo supiera ahora... — dijo —. No me gusta estar así, sabiendo que tengo
que hacer algo pero sin saber qué es exactamente...
— Por el momento — dijo Rowena — limítate a sacarme de aquí y llevarme al
Comedor, Godric.
Éste bajó la mirada y la clavó en Rowena, desconcertado.
— Tengo hambre — Rowena se encogió de hombros, sonriendo —. Como no
sabemos qué tendrás que hacer en un futuro, ni si va a ser pronto o tarde, lo mejor que
podemos hacer es bajar a cenar, ¿no te parece...?
Godric soltó una carcajada.
— Detrás de tí, señora — dijo, señalando la puerta de la estancia. Rowena rió y se
dirigió a la salida. Abrió la puerta, y, antes de salir, se volvió y dio a Godric un apresurado
beso en la mejilla.
Después de cenar, Godric subió de nuevo a sus estancias y se acostó inmediatamente. No
tenía ganas de pensar, ni de que la idea de la profecía diese vueltas y más vueltas en su
cerebro. Quería dormir sin soñar, descansar realmente y dejar todos sus pensamientos, los
referidos a la canción de la Serpiente y el León y los que tenían que ver con su escuela,
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enterrados en lo más hondo de su mente, para volver a retomarlos al día siguiente.
Tras un rato de intentar infructuosamente dejar su mente en blanco, se incorporó,
atrajo hacia él con un movimiento de varita un frasco que reposaba en lo alto de una
estantería, lo abrió y bebió un generoso trago. El líquido pasó por su garganta sin dejar
ningún sabor ni sensación de frío o calor: era como no beber nada. Pero, instantes después,
notó cómo su cerebro se ralentizaba, y, finalmente, dejaba de pensar.
El sueño finalmente lo alcanzó. Godric se dio cuenta, con el último pensamiento
consciente, de que había olvidado preguntarle a Rowena quién era la Serpiente que Luthor
había encontrado antes que a él.
(aquí veréis un hueco: lo dejé sin escribir porque me puse con “La sombra de la serpiente”,
y ya nunca llegué a terminarlo. Por resumiros lo que tenía pensado escribir, decir que aquí
tendría que haber habido algún otro ataque a sangres sucias y una paulatina pérdida de
confianza de Godric respecto a Salazar. También se producirían algunos asesinatos reales, y
una requetepreciosa historia de amor entre Godric y Rowena. En un momento dado, Godric
descubriría que Salazar puede hablar con las serpientes)
— CAPÍTULO 18 —
La serpiente
— Salazar — musitó Godric, aturdido. Miró a Rowena sin verla.
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Rowena no dijo nada.
— Salazar — repitió Godric, como si no fuese capaz de creerlo —. Salazar es la
serpiente —. Rowena lo miró fugazmente y asintió con un movimiento imperceptible de
cabeza.
— Salazar — murmuró Godric, como una letanía. Apartó la mano que Rowena
había posado sobre su antebrazo, y avanzó por el pasillo dando tumbos, hasta alcanzar la
puerta principal del castillo. Salió al exterior, y miró impasible las lejanas colinas que
rodeaban el edificio, sin que el verde intenso del campo y el azul turquesa de las aguas del
lago hicieran mella en su confusa mente.
Un recuerdo lo invadió repentinamente.
... Salazar se detuvo de pronto, como si hubiese oído algo. Miró hacia abajo, y
Godric sintió la extraña sensación de que sus ojos se deslizaban por la orilla del lago,
como observando algo. Silbó casi en un susurro y después, como percatándose de que
Godric se hallaba a su lado, enderezó la cabeza —. Oops... — miró hacia el castillo —.
Creo... creo que llegamos tarde a la lección de la tarde, Godric...
— ¿Si? — dijo Godric, algo desconcertado por el abrupto cambio de ánimo de
Salazar —. ¿Qué... qué hora es?
— La hora de la merienda, creo.
— Bueno — sonrió Godric —. Subamos antes de que Luthor nos convierta en algo
asqueroso, ¿de acuerdo?
— Sí... bueno, es... — miró de nuevo hacia el lago —. Sube tú, yo tengo que... que
buscar unas hierbas para preparar pociones... Ya sabes, Luthor me mata si no las llevo...
— No seas tonto, te ayudaré a buscarlas...
— No — Salazar rió —. No, es mejor que uno de los dos llegue a tiempo. Sube, que
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yo iré en seguida.
— Bueno... — Godric se levantó, cogió su escoba y montó sobre ella —. Llegaré
antes si voy volando. Date prisa, antes de que Luthor se ponga verde.
— Sí, voy en seguida. Vete, que la paciencia no es precisamente una de las virtudes
del viejo.
Godric dio una fuerte patada al suelo y se elevó en el aire. Aceleró hasta que le
lloraron los ojos, tratando de llegar al castillo lo antes posible. Sin embargo, antes de
desaparecer detrás de una montaña echó una última mirada hacia donde Salazar se había
quedado. El muchacho no había hecho ni el amago de buscar las hierbas; se había
deslizado hasta la orilla del lago, y se inclinaba hacia el suelo, como si estuviese
observando la tierra húmeda...
Apretó los puños.
— Salazar ya tiene su propia arma, Godric — dijo Luthor enigmáticamente —. Y
más poderosa y magnífica que esa que tienes en tus manos. Mi regalo ha sido intentar
enseñarle a usarla para el bien. Si lo ha aprendido — volvió a encogerse de hombros —, es
cosa suya.
— Salazar — volvió a decir Godric. La rabia empezaba a sustituir poco a poco a la
sorpresa —. Ten cuidado con la serpiente... ¡Fuiste tú quien me envió a estudiar con la
serpiente, padre! ¿Qué se hace cuando tu enemigo es tu mejor amigo? ¿Cómo enfrentarte a
alguien a quien amas más que a tí mismo?
Godric miró hacia el cielo. Las cumbres de las montañas parecían frías y distantes a
su vista, en vez de acogedoras, dignas, amables, como siempre había sido. A su alrededor
todo parecía desmoronarse. Salazar, la Serpiente... No, gritó dentro de su mente su propia
voz. No. Salazar es tu amigo, Salazar jamás podrá hacer algo para poner en peligro el
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mundo de la magia, Salazar no se pondrá en tu contra, Salazar no intentaría hacer suyo el
mundo de los hombres, Salazar no crearía un círculo, o lo que sea, para hacerse con todo
el poder... Salazar no.
Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras entraba de nuevo en Hogwarts y
subía a trompicones las escaleras que, esta vez sí, le condujeron a la primera hasta su
despacho. Lágrimas de rabia y de dolor. Fuese o no la Serpiente, Salazar le había engañado.
No había sido capaz de confiar en su mejor amigo, de compartir con él que era capaz de
hablar con las serpientes... Y eso sólo podía significar una cosa: No quería utilizar ese don
para nada bueno.
Godric siempre había sido una persona confiada. Jamás habría podido creer a priori
en la culpabilidad de una persona simplemente por poseer un poder. Pero Salazar no se lo
había confesado nunca...
Y, sin embargo, dijo en su cabeza una vocecilla molesta, tú también tienes un poder
especial, y tú tampoco se lo has confesado a Salazar... ¿No te hace eso igual a él?
Empatía, lo había llamado Luthor. Pero yo no sabía que lo poseía... Yo no sabía que
era capaz de influir en el tiempo, no sabía que algo así fuese posible...
Y cuando lo supiste tampoco se lo dijiste.
Godric arrancó de un tirón la espada que Luthor le había regalado tantos años antes
de la pared y la observó detenidamente, como buscando en su brillante superficie un signo
que lo hiciera igual a Salazar, mientras caminaba hasta la ventana. El cielo se oscurecía
paulatinamente, y el sol se zambullía con lentitud entre las montañas que rodeaban el
colegio, rojo como la sangre, observando a Godric con su único ojo, como si lamentase
esconderse y tener que esperar al día siguiente para enterarse del final de la historia.
— No te preocupes, amigo mío — susurró Godric, colgándose al descuido la espada
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del cinturón, aunque no sabía muy bien si se dirigía al sol o a Salazar —. Nada va a ocurrir
esta noche. Al menos, nada que vaya a cambiar la vida en este lugar.
Se apartó de la ventana y se dirigió hacia la puerta. Tiró del pomo y la abrió, pero,
antes de salir, echó una última mirada hacia el cielo por encima de su hombro.
— Eso puede esperar hasta mañana.
— CAPÍTULO 19 —
Salazar
Godric se dirigió hacia la habitación de Rowena. Dio un golpe quedo en la puerta, y, sin
esperar respuesta, accionó el pomo y entró en la estancia. Cerró la puerta y se volvió. Y
permaneció quieto, petrificado, junto a la entrada.
Rowena estaba tumbada sobre su cama, dormida. Apoyaba el rostro sobre un brazo
doblado por encima de su cabeza, y el otro permanecía sobre el colchón, con la mano
abierta, la palma hacia arriba, los dedos flexionados. El cabello castaño y despeinado caía
sobre su rostro, y las pestañas doradas acariciaban la parte superior de sus mejillas. Un libro
permanecía en su regazo, medio caído, como si el sueño la hubiese sorprendido mientras
leía.
Godric se acercó. Acarició ligeramente el rostro relajado con el dorso de la mano, y
después, lentamente, se alejó de ella y se dirigió de nuevo hacia la puerta, tratando de no
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hacer ruido para no despertarla.
— Te estaba esperando — dijo una voz a su espalda.
Godric apartó la mano del pomo de la puerta y se volvió. Rowena seguía en la
misma postura, pero los ojos brillaban ahora entre las pestañas, y los labios se curvaban en
una sonrisa. Se desperezó lentamente, y se inclinó para recoger el libro, que había resbalado
desde su regazo hasta el edredón. Después, se incorporó y se sentó sobre la cama.
— ¿Estás bien, Godric? — preguntó, mirándole directamente a los ojos, lo cual hizo
que éste sintiera un escalofrío a lo largo de toda su espina dorsal.
— No pasa nada — dijo Godric, sentándose junto a Rowena en la cama. Suspiró. —
Sólo estoy muy cansado.
No tenía ganas de hablar con Rowena de lo que habían descubierto, aunque no sabía
muy bien por qué. Quizá todavía no tenía muy claras las implicaciones de su
descubrimiento, o quizá simplemente deseaba olvidarse de todo, aunque sólo fuera por un
instante. Hizo un gran esfuerzo por sonreir, y después, lentamente, se inclinó hacia ella y
rozó su boca con los labios.
Rowena respondió a su beso con uno aún más exigente, como tratando de
comprender y, a la vez, intentase absorber los problemas y preocupaciones que Godric
tuviese dentro de la cabeza. Godric gimió y continuó besándola aún con más urgencia,
buscando en ella el consuelo que su propia mente no podía ofrecerle.
Se recostó en la cama junto a ella sin separar los labios de los suyos, acariciándole
el rostro suavemente. Se separó de ella apenas un milímetro y entreabrió los ojos para
mirarla. sin embargo, lo que vió hizo que toda su pasión se congelase dentro de él, y una
sensación de horror se apoderó de sus entrañas.
Una pequeña serpiente salía lentamente de entre las sábanas, siseando amenazadora,
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a apenas un centímetro del cuello de Rowena.
Godric saltó por encima del cuerpo de Rowena y apartó las sábanas de un tirón.
Ignorando el silbido amenazador que emitía la serpiente, empujó a Rowena violentamente,
haciendo que cayera al suelo con un golpe sordo, y, de un manotazo, envió al animal al otro
extremo de la habitación.
— Godric, ¿qué...? — Rowena calló al descubrir a la serpiente, que, en cuanto tocó
el suelo, se desenrrolló y se dirigió hacia las pesadas cortinas de terciopelo que cubrían las
ventanas. Godric saltó de la cama y corrió hacia ella, pero se detuvo en seco cuando una
mano, una mano humana, apareció entre los pliegues de la cortina y la apartó con
brusquedad.
La pequeña y letal serpiente acarició suavemente la bota de Salazar Slytherin con su
cabeza triangular.
Godric abrió mucho los ojos, asombrado, y después, al ver la sonrisa sardónica de
su antiguo compañero de estudios, se volvió hacia Rowena con deliberada lentitud. Sin
embargo, la calma que aparentaba estaba lejos de reflejar los sentimientos que realmente
bullían en su interior.
— Estoy bien — susurró ella, con el rostro pálido e inexpresivo. Únicamente los
ojos dejaban entrever el nerviosismo que sentía —. No me ha tocado, Godric. Estoy bien.
Godric la miró unos segundos a los ojos, como buscando en los negros iris alguna
muestra del veneno del ofidio, y después asintió de forma imperceptible.
— Sal de aquí, Rowena — exclamó suavemente, mientras se volvía para enfrentarse
a Salazar. Rowena lo miró un instante, parpadeó como si comprendiese, se levantó del
suelo tratando de conservar su dignidad pese a que el camisón se le enredaba en las largas
piernas y la hacía tropezar a cada paso, y salió muy erguida de la habitación.
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Godric miró intensamente a Salazar un largo instante, haciendo caso omiso de la
pequeña serpiente que siseaba a los pies de su amigo. Qué le estaría diciendo, si una
advertencia, una amenaza, un simple consejo, una recomendación, a Godric no le importó.
Por un instante sintió lástima al ver los verdes ojos de Salazar prendidos en sus propios ojos
azules, creyó morir de la tristeza al comprender que jamás podría volver a compartir
sueños, esperanzas, alegrías, juegos o penas con aquel hombre. Un segundo después, no
supo quién le causaba más repulsión: si la serpiente o su antiguo compañero de estudios.
— Has sido tú, Salazar — dijo Godric, sintiendo que la amargura y el horror le
oprimían la garganta de tal forma que era casi incapaz de hablar —. Has sido tú todo este
tiempo.
— ¿Qué dices, God? — dijo Salazar.
— Tú. Has sido tú. Tú has atacado a todos esos hijos de muggle. Tú has atacado a
Rowena.
Salazar sonrió.
— Godric, Godric, Godric.... — dijo, suspirando —. Sigues teniendo esa extraña
manía de erigirte en defensor de los más débiles, Godric... — sonrió de nuevo —. ¿Cuál es
realmente tu problema?
— ¡Tú eres mi problema! — gritó Godric.
— ¡Pero si no he hecho más que mirar por el bien de Hogwarts! — dijo Salazar,
sonriendo ampliamente —. Ni más ni menos que lo que has hecho tú.
Godric lo miró, horrorizado.
— ¿El bien de Hogwarts? — dijo en un susurro —. ¿El bien de Hogwarts? — dijo,
casi gritando —. ¿Crees que el bien de Hogwarts es intentar matar a toda esa gente, a
Rowena, que todos vivamos en un ambiente de terror e incertidumbre...?
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— La selección es un principio de la naturaleza, Godric — le interrumpió Salazar
—. Sólo los mejores sobreviven, y así se va mejorando la especie. Lo ves en los animales,
lo ves en los muggles, y lo ves también en los magos —. Se encogió de hombros —. Así es
la vida, y no he sido yo quien la ha inventado.
Godric temblaba visiblemente, mientras observaba a Salazar con una mirada de
repulsión.
— No... no... — farfulló.
— Todos esos niños no son más que hijos de muggle, Godric — dijo firmemente
Salazar —. La raza de los magos no puede permitirse esos lastres. Limpieza de sangre —
sonrió —. Eso es lo que se necesita para evolucionar. O, si no, nos estancaremos y,
finalmente, nos extinguiremos.
Godric lo miró, sin poder creer lo que oía.
— Rowena...
— ¡Rowena no es más que una sangre sucia, God! — exclamó Salazar, frunciendo
el ceño —. Estaríamos mejor si me hubieses permitido terminar lo que empecé —. Al ver
que Godric seguía mirándolo asqueado, se acercó a él y posó una mano sobre su hombro —
. Rowena no merece ser una maga, Godric. Rowena tendría que haber nacido muggle.
Godric apartó la mano de Salazar de un golpe y se alejó unos pasos de él.
— ¡Estarías mejor sin ella, Godric! — gritó Salazar a su espalda —. ¡Imagina que el
primo del rey tiene hijos de sangre sucia! ¡No podrías...!
— ¡No vuelvas a decir esa frase! — gritó Godric, dando media vuelta y aferrando a
Salazar por el cuello de la túnica —. ¡No vuelvas a hablar de Rowena! Sólo consigues
ensuciar su nombre.
— Su nombre está sucio desde que fue concebida — dijo despectivamente Salazar
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—. De ese muggle... Su madre también estuvo sucia toda su vida... Acostarse con un...
Godric apartó a un lado la túnica y desenvainó su espada, la espada que Luthor le
había regalado tanto tiempo atrás, la espada que, por alguna razón incomprensible para él,
había llevado aquella noche hasta la habitación de Rowena. Al ver la hoja reluciente,
Salazar rió.
— No puedes herirme con esa espada, Godric — dijo, apartándose de él —. Y lo
sabes.
— No quiero matarte, Salazar — dijo Godric, la voz temblándole de furia —. Sería
demasiado fácil.
Salazar soltó una carcajada helada.
— Por fin el famoso Gryffindor reconoce la verdad — dijo —. Cruel hasta el final,
aunque vaya de noble y justo, de hombre bondadoso y todos esos rollos. De qué pasta estás
hecho, amigo mío...
— No me llames así — dijo secamente Godric.
— ¿Que no te llame cómo?
— Amigo mío. No soy amigo tuyo, Salazar. Ya no —. Bajó la espada y enganchó
con ella la serpiente, que siseaba a sus pies. La lanzó hacia Salazar y, cuando estuvo en el
aire, cortó limpiamente por la mitad el alargado cuerpo de un sólo tajo —. Esta espada sirve
para algo, aparte de para adornar una pared.
— Sí — dijo Salazar, riendo —. Sirve para matar pequeños animales que no te han
hecho nada. Habría sido más fácil matarla de un pisotón, Godric...
— Lo que acabo de hacer no ha sido matar a una serpiente — dijo Godric, mirando
fijamente los verdes ojos de Salazar —. Lo que he hecho ha sido cortar todos los lazos que
me unían a tí —. Guardó la espada en su funda, sin molestarse en limpiarla.
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Salazar le devolvió la mirada, furioso.
— Haz lo que quieras, Godric — dijo fríamente —. Pero al final te darás cuenta de
que yo tenía razón. De que sólo los fuertes merecen sobrevivir.
— Piensas como una serpiente — dijo Godric, con una expresión de disgusto en el
rostro.
— Hablo con las serpientes — le rectificó Salazar —. Y en muchas ocasiones me
dicen cosas más sensatas que los hombres.
— Frawaradaz ana hahai slaginaz — dijo Godric.
— ¿Cómo? — dijo Salazar, extrañado.
— Frawaradaz ana hahai slaginaz. El hombre no doma al animal: se hace uno con
él —. Godric lo miró intensamente un momento, y después dio media vuelta y se dirigió
hacia la puerta.
—¿Qué esperas, por qué me miras así? — se enfureció Salazar —. ¿Crees que me
va a desaparecer la nariz y mis pupilas van a alargarse, o algo así?
—Así es como ya te veo — dijo Godric sin volverse —. Adios, Salazar.
Salió de la habitación sin mirar ni una sola vez atrás.
(aquí hay otro hueco, en el que tenía previsto contar cómo Salazar y Gisele se van de
Hogwarts y los otros tres deciden dividirse a los alumnos en casas)
— CAPÍTULO 20 —
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Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin
Permanecieron en silencio unos minutos.
— ¿Y por qué una casa Slytherin? — preguntó Rowena con el ceño fruncido —. No
sé si quiero que en mi colegio haya un grupo de imbéciles como Salazar...
— Ah, pero piensa en las posibilidades — dijo Helga con una sonrisa soñadora —.
La cantidad de suspensos que íbamos a poder repartir, los castigos, los azotes...
— El colegio lo fundamos los cuatro — dijo Godric con firmeza —. Y, nos guste o
no, las cosas hay que hacerlas bien.
— Pues por eso — dijo Helga, repentinamente seria —. Menudo plan, si
fomentamos actitudes como la de Salazar...
— Si admitimos alumnos que piensen como él — dijo Godric —, quizá podamos
corregirlos cuando todavía son pequeños...
— ¿Y eso en qué se diferencia de lo que Salazar pretende hacer en Durmstrang? —
preguntó Rowena —. Al fin y al cabo, se trata de manipular las mentes de los niños para
hacer que piensen como nosotros creemos que deben pensar...
— Sí, pero nuestras ideas no son como las de él — dijo Godric.
— Aún así, creo que cada uno debe ser libre de pensar como quiera.
— Pues más a mi favor — dijo Godric —. Que vengan, que piensen como quieran,
pero que se acostumbren a que deben convivir con gente que piensa distinto, y que deben
compartir el colegio con nacidos de muggle, e incluso hacerse amigos suyos...
— Así me gusta, Godric — dijo Helga con una sonrisa irónica —. Que seas realista.
— Por lo menos quiero intentarlo.
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Helga se encogió de hombros con indiferencia.
— Cuestión de probar, supongo — dijo. Godric miró a Rowena, y ésta, después de
un instante de duda, asintió.
Godric sacó la varita de entre los pliegues de su túnica y la agitó brevemente.
Instantes después, un inmenso paño de terciopelo negro cubrió la pared del Gran Comedor,
exactamente detrás de donde se sentaban normalmente los tres. Miles de pequeñas agujas
comenzaron a trabajar al instante sobre el paño, bordando y cosiendo a tal velocidad que
sus ojos no eran capaces de seguirlas. Poco a poco fueron esbozando un dibujo, bordado en
oro y plata, con esmeraldas, rubíes, zafiros, y topacios, pequeños fragmentos de lapislázuli,
azabache, granates y otras piedras semipreciosas.
Cuando las agujas finalizaron su tarea y Godric las hizo desaparecer, la pared del
Comedor estaba cubierta por un enorme tapiz en el que se veía claramente un escudo,
similar a aquel que Gisele hizo para Godric tiempo atrás. Además del león rugiente, una
serpiente enroscada, un tejón rampante y un águila con las alas majestuosamente extendidas
rodeaban una enorme y dorada letra "H". La serpiente plateada estaba encerrada en un
fondo verde, y las esmeraldas brillaban en sus ojos. El águila tenía zafiros en lugar de
pupilas, y sus alas refulgían broncíneas en contraste con el azul de la seda del fondo, que
imitaba el cielo. El tejón negro caminaba sobre seda amarilla y dorada, y el león de oro,
cuya garra delantera parecía (quizá por casualidad) querer arañar a la serpiente, reinaba
sobre un trozo del escudo del color de la sangre, el mismo que brillaba en sus ojos.
Bajo el escudo brillaba, bordada en oro, la leyenda: Draco Dormiens Nunquam
Titillandus.
— Muy bonito — dijo Helga, mirando apreciativamente el escudo de Hogwarts que
Godric acababa de bordar —. El tejón no me hace justicia, pero gracias de todos modos.
183
— La intención es lo que cuenta — dijo Rowena, y una media sonrisa apareció en la
comisura de su boca.
— Claro, como tú eres un águila, so lista... — se quejó Helga, fingiendo disgusto —
. No sé qué manía le ha entrado a Godric con identificarme con un puñetero tejón...
— Es un animal simpático — Godric se encogió de hombros, indiferente.
— Ya — dijo Helga —. Como te dé un mordisco verás.
— ¿Me vas a morder?
— ¡El tejón, idiota! — se encrespó Helga —. Un día voy a meterte uno en la cama,
a ver si te hace tanta gracia.
— Oye, Godric — intervino Rowena, y apartó por un instante la mirada del blasón
—. ¿Por qué has puesto ese lema debajo? Nunca le hagas cosquillas a un dragón
dormido... ¿Tiene algún significado oculto...?
— No — dijo Godric, y sonrió abiertamente —. Pero es un buen consejo, ¿no?...
— Ah.
— Nunca le hagas cosquillas a un tejón dormido, habría puesto yo — refunfuñó
Helga, y Godric y Rowena soltaron finalmente una gran carcajada.
(otro hueco: quería contar el regreso a Hogwarts de Gisele, la hermana de Godric)
— CAPÍTULO 21 —
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Promesas
— Salazar me dijo que habíais tenido una hija, Gis...
Gisele sonrió tristemente.
— Sí — respondió —. Una niña, Godric... Tendrías que verla — suspiró —. Es
preciosa, con el cabello negro y los ojos verdes...
— ¿Y por qué no la has traído? — preguntó Godric —. Me gustaría conocer a mi
sobrina...
Gisele permaneció en silencio unos minutos, abstraída, mirando hacia los alumnos
que reían y hacían bromas mientras comían pero sin verlos realmente.
— Se llama Selene — dijo al fin, sin mirar directamente hacia Godric —. Yo misma
le puse ese nombre... Pensé que a Salazar le gustaría, ya que es un nombre oscuro,
nocturno... Y a él le gusta mucho la oscuridad —. Levantó la mirada y clavó los ojos en los
de su hermano —. Pero en realidad pensé que mi hija podría ser como aquella de la que
tomó el nombre... Una luz brillante en medio de las tinieblas —. Rió amargamente —. Sí, le
puse el nombre de la Luna, pensando que quizá ella podría iluminar la oscuridad en la que
su padre se ha envuelto.
Miró hacia la ventana, por donde entraba la triste y apagada luz del sol invernal.
— Pero Selene no es ninguna luz para Salazar. Al contrario, desde que hemos
tenido una hija se ha alejado por completo de mí y de todo aquello que era antes, y se ha
convertido en un auténtico mago tenebroso... Está enseñando sus artes a Selene, Godric —.
Ignoró el brusco movimiento que hizo su hermano —. No he sido capaz de impedírselo.
Incluso... Incluso he llegado a tener miedo de él, miedo a que fuese capaz de hacerme daño
185
si volvía a intentar apartar a Selene de su lado —. Se encogió de hombros y sonrió
tristemente —. Así que... aquí estoy.
Godric no dijo nada. No le extrañaba en absoluto que Salazar hubiese admitido al
fin lo que era, un mago tenebroso, y tampoco que en Durmstrang se enseñasen esas artes a
los niños que acudían a aprender. En cuanto a lo de Selene...
— Bueno — dijo al fin —, ya encontraremos la manera de hacerlo entrar en razón,
Gis...
Ésta rió amargamente.
— Ya conoces a Salazar — dijo —. Si algo se le ha metido en la cabeza, entonces
nadie, ni siquiera tú, será capaz de arrancárselo.
— De acuerdo — admitió Godric —. Ya veremos. Por ahora, tú te quedas aquí con
nosotros. Puedes ayudarnos, ahora que Salazar se ha convertido en el mayor imbécil del
mundo nos hace falta alguien que dé clase...
— No me hagas dar clase a los alumnos de Salazar, God — suplicó Gisele —. No
podría soportar seguir rodeada de pequeños monstruos arrogantes como los de
Durmstrang...
— Bueno — repitió Godric —, ya veremos.
(otro hueco, en el que cuento cómo Gisele se va dejando morir poco a poco de desgana, de
pena y de miedo)
— ¿Sabes? — dijo Gisele, el pálido rostro del mismo color que la blanca almohada
sobre la que descansaba su cabeza —. Nunca me he sentido tan atada a ese valle como tú,
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Godric —. Hizo una mueca de tristeza —. Tú adorabas la hierba, las montañas, las casas, la
gente... Y, en respuesta, el valle te quería más que a nadie. Más que a nada.
— A tí también, Gis... — dijo Godric, pero se interrumpió ante la mirada de su
hermana.
— El valle siempre fue para mí el sitio donde vivía, simplemente. Me alegré de
poder escapar de él cuando padre murió. Y no lo he echado de menos en todos estos años.
Tú, sin embargo...
Elevó la mirada hacia la ventana, donde la luz del crepúsculo se colaba entre las
pesadas cortinas de terciopelo.
— El valle siempre ha sido tuyo, Godric. Parecía como si hubiera estado esperando
a alguien como tú para hacerle su dueño. Yo no podría volver allí ahora, porque no
significa nada para mí, salvo que es el lugar donde nací —. Suspiró —. Tampoco Hogwarts
significa, en realidad, absolutamente nada... Ni Durmstrang. Ni ningún otro lugar sobre la
tierra. Ya no tengo nada por lo que vivir...
— Eso no es cierto — dijo Godric, ceñudo —. Tienes una hija, Gisele. Y tienes un
deber para con ella. Y para con su padre, lo quieras o no, y me guste a mí o no. Que no me
gusta, por cierto, pero eso es otro asunto...
Gisele esbozó una media sonrisa y permaneció en silencio unos minutos.
— Salazar no quiere a Selene — dijo Gisele de pronto, y levantó una mano para
impedir que Godric protestase —. No, Godric. Salazar quiere a Selene como quiere a todo
el mundo, porque puede serle útil, porque puede servirle para un fin.
— No — dijo Godric firmemente —. Estás equivocada, Gisele. Por mucho que
Salazar...
— Sabes que él no me quería, Godric — interrumpió suavemente Gisele —. Se casó
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conmigo porque necesitaba a Selene. Cuando la tuvo, no me necesitó para nada más. Y
yo... — vaciló un momento —, yo... no tuve valor para llevármela, Godric. La dejé allí, con
él...
Godric se incorporó.
— Selene está bien, Gisele... Salazar no tendría valor para hacerle daño.
— No — sentenció Gisele —. No le hará daño. Lo sé, porque la necesita. Para
hacerte daño a tí. Para haceros daño a los tres. Para deshacer todo lo que habéis creado
durante tantos años...
La voz de Gisele se fue perdiendo, como si ya apenas tuviese fuerzas para seguir
hablando.
— Te odia tanto... — susurró, con la voz anegada en lágrimas —. Te odia tanto que
es capaz de esperar siglos para poder vengarse de tí. Y yo le he dado los medios para
conseguirlo...
Un sollozo se escapó de la garganta de Gisele, repentinamente sustituido por un
ataque de tos. Alarmado, Godric se inclinó y la acunó entre sus brazos hasta que dejó de
temblar. Gisele cerró los ojos, respirando con dificultad. Después volvió a abrirlos, y sus
azules ojos se perdieron en los de Godric, tan similares a los suyos, como buscando la
fuerza necesaria para pronunciar las siguientes palabras.
— Perdóname, Godric — dijo sin apenas voz —. Perdóname... si eres capaz.
Godric sintió que se ahogaba de dolor.
— Eres mi hermanita — musitó Godric —, no tienes que pedirme perdón por nada.
Hagas lo que hagas, todo estará bien...
— No soy tu hermana — dijo Gisele con la voz entrecortada. Intentó tomar aire,
pero parecía que los pulmones no funcionaban como deberían. Jadeó, y después respiró
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profundamente —. Soy la mujer que le ha dado un heredero a Salazar para llevar a cabo sus
horribles planes.
Un nudo apretó la garganta de Godric hasta que a él también le costó respirar. Una
lágrima se deslizó por su mejilla cuando vio la mirada suplicante de Gisele.
— Godric...
Se inclinó hacia ella, ya que apenas era capaz de oír sus palabras.
— ...detenlo.
Gisele tomó aire, apartó la mirada de Godric y, con una mueca de angustia, cerró los
ojos y se quedó profundamente dormida.
El color verde que cubría el valle casi hacía daño en los ojos bajo la brillante luz del sol,
más aún después de varios meses de lluvias casi contínuas. Los árboles, las flores, la hierba,
la infinidad de matices del color verde se mezclaban armoniosamente con el blanco de las
margaritas y el rojo de las amapolas, creando una alfombra salpicada de motitas de color y
de humedad tras el rocío de la madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado
incluso.
Un hombre deambulaba por la calle de tierra apisonada, observando nostálgico el
conocido paisaje, embelesado con el trino de los pájaros. Era un hombre joven, con arrugas
de risa marcadas alrededor de los labios y de los azules ojos, mezcladas con otras, menos
profundas pero más visibles, de dolor y de amargura.
El hombre siguió caminando por la calle, deteniéndose a cada paso a recibir el
cariño de los que paseaban por la aldea. Por los abrazos que recibía, era evidente que se
trataba de alguien muy querido. Quizá el amor que despertaba entre sus vecinos se debiera
no sólo a la risa que todos recordaban, o a su hermosura, o a la valentía que había
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demostrado a lo largo de su vida, o a la defensa que siempre había hecho de los principios
que, desde niño, habían gobernado su existencia; tampoco se debía al amor incondicional
que profesaba por todos los habitantes del valle. Quizá se debiera al amor que había
demostrado por su familia, o por esos principios, que le habían llevado a perder lo que más
había querido. O quizá era por el amor que sus azules ojos mostraban por el valle donde
había crecido y donde había dejado a las dos personas que más amaba para que descansasen
bajo la verde hierba: su padre y su hermana. El valle que el hombre seguía adorando y
seguiría amando hasta descansar, él también, bajo aquella tierra. En la tierra de un lugar
que, por fin, tenía un nombre.
El Valle de Godric.
— CAPÍTULO 22 —
El sombrero
Salazar esbozó una sonrisa irónica, y se sentó despreocupadamente en la cuarta silla.
— ¿Cuál es la idea, entonces? — preguntó, mirando alternativamente a Helga y a
Godric, e ignorando la presencia de Rowena —. ¿Cómo se supone que vamos a... ¿como
habéis dicho, preservar los fundamentos de este colegio?
Godric frunció el ceño al recordar que Gisele había asegurado que Salazar sería
capaz de cualquier cosa con tal de destruir precisamente los "fundamentos" de ese colegio.
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Pero cuando iba a replicarle, Rowena posó una mano sobre su rodilla e impidió que
hablase.
— Pensábamos que debíamos dejar algo o a alguien que conservase en la memoria
nuestras ideas — dijo Helga con voz reposada —, pero que no fuese capaz de
tergiversarlas, que no se dejase influir por nada ni por nadie, que fuese totalmente objetivo
con ellas, sin inclinarse ni para un lado ni para otro...
— Helga quiere decir que necesitamos a alguien que continúe con la selección de
los alumnos, separándolos en las distintas casas, y que sea como una memoria permanente
de lo que nosotros hemos intentado construir aquí — dijo Rowena. Salazar no la miró.
— En otras palabras, necesitáis un dios — dijo sardónicamente, con la burla
bailoteando en sus verdes ojos.
— No — dijo Rowena fríamente —. Necesitamos un receptor que registre esa parte
de nosotros que ha creado este colegio y que sea capaz de transmitirla a las futuras
generaciones.
—¿Un receptor? — preguntó Salazar, y esta vez sí clavó los ojos en Rowena —.
Cualquiera al que le prestes parte de tu cerebro, eso suponiendo que lo tuvieras, por
supuesto...
—Salazar... — advirtió Helga en voz baja —. No te hemos llamado para continuar
peleándonos contigo.
Salazar se encogió de hombros. —Cualquiera al que le prestes parte de tu cerebro,
decía, tiene necesariamente que morir alguna vez, porque el conocimiento no da la
inmortalidad...
— Salvo que sea algo que no puede morir — intervino Godric.
Salazar calló y miró a Godric con los ojos entrecerrados, evaluándolo.
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— ¿Qué propones, Godric? — dijo, suspicaz —. No existe ningún ser inmortal, y
eso hasta tú eres capaz de deducirlo.
— No me refiero a un ser — dijo Godric —. Me refiero a un objeto.
Salazar abrió mucho los ojos un intante, y después soltó una carcajada.
— ¡Un objeto! — exclamó entre risas.
— Sí — afirmó Godric —. Un objeto.
Salazar siguió riendo hasta que vio que en el rostro de Godric no había hilaridad, y
tampoco en los de Rowena y Helga.
— Dios Santo, hablas en serio — afirmó, atónito.
Godric asintió con la cabeza. Salazar volvió a reír quedamente.
— Dotar de vida e inteligencia a algo que no la posee se considera Magia
Tenebrosa, Godric — dijo suavemente, con la voz temblando de regocijo —. Pensaba que
tenías claros tus principios...
— ¡No me vengas con esas! — explotó Godric, furioso —. ¡Como si nunca
hubieras usado este tipo de magia antes!...
— Sí — admitió Salazar sin perder la sonrisa —. A veces lo he hecho... para ayudar
a mis amigos. O — añadió en un susurro — a aquellos que creía mis amigos.
Godric se echó hacia atrás, como si Salazar lo hubiera golpeado físicamente. Pero
recuperó rápidamente la compostura y sonrió a su vez.
— No hablemos de traiciones, Salazar — dijo, y había una nota de peligro en su voz
—. O tal vez te encuentres de repente con la cabeza separada de los hombros, sin saber qué
es lo que realmente te ha pasado. Claro que no habría una gran diferencia...
— ¡Godric! — exclamó Helga —. ¡No estamos aquí para eso!
Godric entrecerró los ojos, mientras Salazar volvía a reír con suavidad.
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— Otro día, quizá — dijo Salazar dulcemente, mirando a Godric.
— Otro día — prometió éste.
— Bien — dijo Rowena —. El caso, Salazar, es que hemos pensado en trasladar
parte de nuestros pensamientos a un objeto, para que éste los conserve y sea capaz de seguir
seleccionando a los alumnos que entren a estudiar a Hogwarts una vez que nosotros ya no
estemos.
— Como una memoria colectiva — dijo Helga —. Un objeto no intentará inerpretar
nuestras ideas, ni las cambiará para adaptarlas al futuro, de forma que éstas acaben
totalmente tergiversadas.
— Pero chicos — dijo Salazar burlón —, con este cuento que os estáis inventando,
lo que en realidad hacéis es negar la posibilidad de evolución... ¿Y el conocimiento no tiene
que enriquecerse con otros conocimientos obtenidos por medio de la experiencia para ser
un conocimiento válido? ¿Pensáis que lo que sabéis ahora será todo lo que tengan que saber
los magos de, digamos, dentro de mil años?
— Estás desvariando — dijo secamente Godric.
— No estamos hablando del conocimiento que enseñamos a nuestros alumnos,
Salazar — intervino Rowena —. Los profesores tendrán que seguir siendo magos, magos
que traspasen su propio conocimiento además del nuestro. No, a lo que nos referimos es a
la selección de los alumnos para estudiar en Hogwarts.
Salazar la miró con el ceño fruncido.
— Creo que tu criterio y el mío difieren en esto, Rowena Johnson — escupió.
Rowena asimiló el insulto sin mostrar reacción alguna.
— Ravenclaw — dijo Godric, y parecía estar a punto de saltar sobre él y partirle la
cabeza —. Se llama Rowena Ravenclaw, hijo de puta.
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Salazar rió.
— La llamaré como a mí me dé la gana, Godric — dijo.
— Lo importante — dijo Rowena fríamente —, es que estamos dispuestos a seguir
admitiendo a los alumnos que tú querías en nuestro colegio, Salazar. Pese a todo.
— Lo importante — graznó Salazar —, es que éste no es tu colegio, puesto que ni
siquiera deberías haber puesto los pies en él en el primer momento.
— ¡Voy a sacarte el alma por las orejas, Salazar! — gritó Godric, furibundo, y se
abalanzó sobre él. Al instante, chocó contra una pared invisible y salió rebotado hacia atrás.
Miró a Salazar, pero éste estaba tan desconcertado como él.
— Lo importante — dijo Helga, que se había levantado y tenía la varita en alto —,
es que hagamos lo que tenemos que hacer, sin permitir que nuestras emociones se
interpongan en nuestro camino. Así pues, Salazar — continuó —, si realmente deseas que
en Hogwarts haya una casa Slytherin, como la ha habido hasta ahora, bien. Si no, nosotros
tres podemos seguir con el colegio sin tu ayuda. Es tu decisión.
Salazar la miró con un odio intenso reflejado en sus verdes ojos. Después, sonrió de
nuevo.
— ¿Y.. qué se supone que vamos a utilizar para que guarde nuestros... criterios de
selección?
Los otros tres se miraron, indecisos. No habían pensado en ningún objeto en
particular. Salazar sonreía burlón, y Godric, todavía furioso, se arrancó el sombrero de la
cabeza, que no se había molestado en quitarse en todo el día, y se lo arrojó a Helga.
— ¿Servirá ésto? — preguntó secamente.
Salazar soltó una carcajada.
— ¿Un sombrero? — rió —. ¡Un sombrero!
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— Puede ser útil — dijo Helga, observando el sombrero puntiagudo de Godric —.
Un sombrero capaz de decir a qué casa va cada alumno...
— ¿Y cómo se supone que va a hacer eso? — preguntó Salazar.
— Fácil — dijo Rowena, y agitó la varita en dirección al sombrero. Un rayo de luz
azul surcó el reducido espacio entre ella y Helga, y dió de lleno en el sombrero que ésta
sujetaba. El sombrero se iluminó y brilló con una tenue luz azul grisácea, que, tan
repentinamente como había surgido de la varita de Rowena, se apagó. En las manos de
Helga seguía habiendo un simple sombrero de paño marrón, pero, ante la atónita mirada de
Salazar, Helga y Godric, el objeto abrió dos pequeños ojales, recorrió a los presentes con la
¿mirada?, y bostezó a través de un agujero que se abrió para ello justo encima del ala.
— ¿Para qué me has despertado? — preguntó con voz chillona a Rowena.
Godric se quedó boquiabierto. Helga contuvo una exclamación de asombro. Salazar,
por el contrario, rió suavemente.
— Bien, bien, bien... — dijo —. Nunca había visto a una muggle hacer magia
tenebrosa. Eres una sorpresa constante, Rowena Johnson...
Rowena no se molestó en mirar a Salazar.
— Bueno... — dijo Helga, dubitativa —. ¿Y ahora, qué?
— Supongo que tenemos que darle al sombrero una parte de nuestros pensamientos,
o algo así... — dijo Godric.
— Sí — afirmó Rowena —. Ya es un ser más o menos vivo, ahora tiene que ser un
ser pensante. Y para ello lo mejor es que cada uno piense en las cualidades que cada uno de
sus alumnos tiene que tener, y se los traspase a él...
— ¿Cómo? — preguntó Helga.
— Así — contestó Rowena. Se llevó la varita a la cabeza y la pegó a sus cabellos
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castaños. Al separarla, un hilo plateado surgió de entre su pelo, unido a la varita. Rowena
hizo un gesto rápido con la varita, y el cabello plateado voló por el aire del Comedor hasta
chocar contra el sombrero, que, sorprendido, abrió los ojales y exclamó suavemente: —
¡Ey, eso se avisa!
— ¿Cómo son los alumnos de la casa Ravenclaw? — preguntó Rowena al
sombrero, con una leve nota de amenaza en su voz.
— Inteligentes — respondió el sombrero con presteza, apartándose de forma casi
imperceptible de Rowena, como si temiese un ataque por su parte.
Rowena se volvió hacia los demás, con una sonrisa.
— Bien, no parece muy difícil — dijo Helga, y sacó con su propia varita sus
pensamientos de su cabeza para enviarlos hacia el sombrero. Éste la miró al recibirlos, y
una arruga apareció en el paño, entre los dos ojales. — Eso es muy impreciso, quieres
admitirlos a todos en la casa Hufflepuff... ¿Y las otras casas, entonces...?
Godric envió sus pensamientos hacia el sombrero con un movimiento fluido de
varita.
— Bien, vale, lo he pillado... Valientes, te gustan valientes. ¿Y a quién no?... Qué
listo, Gryffindor...
— ¿Siempre es así de sarcástico? — preguntó Godric a Rowena, exasperado.
Rowena sonrió.
— Bueno... Tendrás que oírlo cuando empiece a cantar.
— ¿¡Cantar!? — exclamó Godric —. ¿Cantar?
Rowena comenzó a reír, al ver la cara de enojo fingido de Godric, mientras éste
refunfuñaba: — Gárgolas cotillas, sombreros que cantan... ¿Qué vendrá después?...
Helga, sin embargo, no rió. Permaneció de pie, con el sombrero agarrado entre las
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manos, observando a Salazar con el ceño fruncido. Salazar no hizo el más mínimo
movimiento, como si no tuviese intención de completar su parte del hechizo.
— ¿Salazar? — interrogó Helga, al ver que Salazar seguía mirando ceñudo hacia el
sombrero.
— No me parece bien — dijo al fin —. Siempre pensé que mi mente era lo que me
hacía único...
— Eres humilde, Lord Slytherin — dijo Rowena, rencorosa.
— ...y no me hace gracia prestársela a un trozo viejo de tela — continuó Salazar,
ignorando a Rowena —. No le veo la razón, sinceramente...
— La selección es un principio de la naturaleza — dijo irónicamente Godric,
imitando la voz de Salazar —. Tú mismo lo dijiste. Así pues, deja de inventar excusas y haz
tu parte del hechizo, Salazar —. Se dirigió hacia Helga y cogió el sombrero —. Al fin y al
cabo... ¿No es lo que querías? ¿Que Slytherin siguiera teniendo su sitio en Hogwarts?...
Salazar lo miró, malhumorado. Después, sacó su varita de la túnica, la acarició un
momento, pronunció unas palabras en voz queda y prácticamente inaudible y la posó sobre
sus negros cabellos. Arrancó violentamente sus pensamientos de su mente y, con la misma
violencia, los lanzó hacia Godric, que a duras penas fue capaz de interceptar el haz de luz
plateado con el sombrero que sujetaba con ambas manos — ¡Cuidado, Slytherin! ¡Que no
soy una diana! —. Salazar lo miró un instante y después, sin una sola palabra, sin siquiera
un gesto, o una inclinación de cabeza, giró sobre sus talones y salió del Gran Comedor.
Godric miró el sombrero que permanecía en su regazo y, cuidadosamente, lo guardó
entre los pliegues de su túnica, donde sintió que el sombrero palpitaba y temblaba como un
animalillo asustado. Introdujo la mano y lo acarició como lo habría hecho con un conejo o
un pájaro perdido y miró a Helga y a Rowena, que le devolvieron la mirada, angustiada la
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primera, impasible la segunda. Godric sintió una repentina sacudida de odio por Salazar,
que tanto daño había hecho y tanto parecía dispuesto a causar en el futuro. Sin permitirse
una vacilación, siguió sus pasos y salió de la habitación.
— CAPÍTULO 23 —
Godric
— ¿Tienes algo que decirme, Godric? — preguntó con voz suave Salazar,
volviéndose a mirarlo. Godric lo alcanzó en la puerta del castillo y lo empujó para que
entrase en una de las salas laterales. El sol brillaba con fuerza y caía directamente contra la
ventana entreabierta —. ¿Una disculpa por cómo me has hablado ahí dentro, quizá? —
sonrió.
— Tú mataste a mi hermana, Salazar — dijo Godric con los dientes apretados de
furia y de dolor. La sonrisa que esbozó Salazar estuvo a punto de volverle loco de rabia. Se
encontró de pronto conteniéndose para no saltar encima de él.
— Tu hermana sabía lo que era yo antes de casarse conmigo, Godric — dijo Salazar
con una risa petulante —. Sabía lo que hacía —. Se encogió de hombros —. Nunca la
engañé.
— Ella no opinaba lo mismo —. Godric apretó los puños. Sentía cómo la sangre iba
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agolpándose en su cabeza, volviéndolo ciego, sordo e inconsciente a cualquier cosa que no
fuese la furia y el odio que sentía contra el hombre que sonreía frente a él.
— Se casó conmigo porque su ansia de poder igualaba a la mía, Godric — dijo
simplemente Salazar —. Sabía que yo podía alzarla por encima de su hermano y de su
compañera de estudios. No puedes imaginar el odio que sentía por Rowena y por tí.
Siempre superiores, siempre mejores que ella, siempre condescendientes...
— ¡Cállate! — gritó Godric, haciendo un esfuerzo por no sacar la varita y fulminar
a Salazar allí mismo —. ¡Cállate, Salazar!
Salazar soltó una carcajada.
— Tu hermana te odiaba, Godric. ¿No puedes hacerte a la idea? ¿No puedes creer
que nadie odie al muy noble y recto Godric Gryffindor?
Godric avanzó hacia Salazar con gesto amenazador. Se inclinó sobre él y, cuando
habló, lo hizo a escasos milímetros de su rostro.
— Mi hermana — susurró — era una mujer buena y amable. Si en algún momento
albergó alguno de esos sentimientos que dices, fue porque tú se los inculcaste. Así que no
pretendas que ahora odie el recuerdo de la que ha sido una de las personas más hermosas
que he conocido, porque...
— ¿Hermosa? Sí, lo era — Salazar sonrió socarronamente —. Como lo fue su
madre. Igual de hermosa que su hija.
Godric tardó un segundo en captar lo que Salazar acababa de decir.
— ¿Qué... qué quieres decir? — dijo en voz baja.
— Selene... la hermosa Selene — rió Salazar —. Tengo muchos planes para mi hija,
Godric. Y, debo añadir, la mayoría de ellos te incluyen.
Godric se apartó ligeramente de él.
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— ¿Qué vas a hacer? — preguntó, temblando.
Salazar volvió a reír duramente.
— Ya te dije que no quería que los hijos de muggle estudiasen en mi colegio,
Godric. Y lo sigo manteniendo.
— Pero... Selene...
— Selene es de sangre limpia, por supuesto — sonrió con sorna —. Es mi hija, al
fin y al cabo. Y de ella nacerán más magos de sangre limpia, que estarán dispuestos a
luchar por lo que Salazar Slytherin pretendió cuando fundó este colegio.
Godric sintió unas ganas enormes de vomitar. El rostro de Salazar se contorsionó en
una mueca.
— Mis descendientes, Godric, vendrán a Hogwarts... Y tú no lo impedirás,
¿verdad?...
Godric no tuvo fuerzas para negarlo.
— Por supuesto que no... — continuó Salazar. sonriendo —. El muy noble y justo
Godric Gryffindor... Sigues creyendo que todos tienen derecho a estudiar aquí, incluso los
que piensan como yo, ¿verdad, Godric?...
Godric abrió la boca, y volvió a cerrarla.
— Antes de irme de Hogwarts — continuó Salazar, haciendo caso omiso de los
gestos de Godric —, construí una Cámara, ¿sabes?, un lugar al que me retiraba de vez en
cuando para estar a solas, lejos de todos vosotros y de vuestras estúpidas ideas sobre la
igualdad y la justicia.
Godric abrió de nuevo la boca.
— Así... así que por eso...
— Exacto — interrumpió Salazar —. Esa Cámara será lo que culmine la tarea que
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yo mismo comencé, y que no me has permitido terminar, Godric.
— No sé cómo esperas que me crea... — empezó Godric, pero Salazar volvió a
interrumpirle.
— Sinceramente, Godric, me da igual lo que creas o no — dijo, y repentinamente le
aferró la muñeca con una mano que más parecía una garra —. Dentro de la Cámara se
esconde un sirviente leal a mí, que esperará cuanto tiempo sea necesario hasta que lo
liberen. Y entonces será el momento de librarnos de los sangre sucia que todavía estudien
en este colegio.
Godric miró fijmente a Salazar unos segundos.
— No sé quién va a... — comenzó.
— Ese sirviente sólo me obedece a mí, Godric — dijo Salazar riendo —. Y, puesto
que no seré yo quien abra de nuevo la Cámara de los Secretos, como me gusta llamarla,
será mi Heredero quien lo haga —. Rió más fuerte aún —. Sí, Godric. Alguien, no sé si
pronto o tarde, pero alguien, un descendiente de tu propia hermana, se encargará de echar
por tierra todas tus esperanzas, tus anhelos, aquello por lo que has luchado toda tu vida.
— Estás loco — susurró Godric, tratando de alejarse de él. Salazar tiró de su
muñeca y lo acercó un poco más a su cuerpo.
— ¿Loco? Quizá — dijo Salazar con una sonrisa demente —. Pero seguiré adelante
con esta locura, Godric, hasta que no quede ni un solo sangre sucia en Hogwarts.
— Acaba con esto, Salazar — imploró Godric —. Deja en paz a los nacidos de
muggle. ¿No sería mejor que todos pudiésemos vivir en paz, juntos...?
— Ahora eres tú el que dice estupideces — escupió Salazar —. ¿Vivir en paz con
los sangre sucia? No son dignos de vivir, mucho menos de aprender magia en un lugar
como éste...
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— Esas palabras han dejado de tener un significado, Salazar — dijo Godric —.
Creo que tu lucha ya ni siquiera es contra los nacidos de muggle, sino que es contra mí.
— Puede ser — rió Salazar —. Pero, al igual que tú enarbolas como una bandera la
defensa de tus principios, he decidido que yo puedo hacer lo mismo.
Apretó un poco más la muñeca de Godric, que hizo un esfuerzo supremo para
controlar su ira. La luz que provenía de la ventana entreabierta se oscureció, y un trueno
retumbó a lo lejos. Contrólate. La voz de Luthor resonó en sus oídos. Pero sentía la magia
bullendo, luchando por salir a la superficie y acabar con el hombre que reía frente a él. Y
una parte de sí deseaba más que nada dar rienda suelta a su furia y permitir que su magia
golpease a Salazar con toda su fuerza.
— Y tú mismo — dijo Salazar —, con tu estúpido deseo de enseñar a todos, incluso
a aquellos que siguen mis preceptos, te has condenado, Godric. Porque tú mismo, al
permitir que siga habiendo una casa Slytherin en Hogwarts, haces posible que mi heredero,
el Heredero de Slytherin, venga a tu querido colegio y termine la noble labor de Salazar
Slytherin.
Salazar hizo una pausa y cogió aire, mientras Godric observaba cómo el rostro una
vez hermoso de su amigo se contorsionaba en una mueca de malignidad.
— Tú, Godric — continuó Salazar —, serás el responsable cuando el Heredero de
Slytherin vuelva al colegio para abrir la Cámara de los Secretos, y desencadene el horror
que contiene, que acabará con todos los nacidos de muggle.
Godric intentó librarse de la mano que sujetaba fuertemente su muñeca, pero
Salazar apretó aún con más fuerza.
— Recuérdalo, Godric — susurró —. Con tu insistencia en que los sangre sucia
estudien aquí, al final lograrás que mi Heredero acabe con todos ellos.
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Godric sintió que la furia nublaba su vista.
— Sal de aquí, Salazar.
Los verdes ojos permanecieron firmemente sujetos a los ojos azules, en una lucha
de voluntades que, de haber sido entre otras dos personas, habría acabado con uno de los
dos aplastado contra la pared, tan intensos eran los sentimientos de ambos. Sin embargo,
tanto Salazar como Godric se hicieron frente sin ceder un ápice a la voluntad y al poder del
otro.
Salazar apartó la mano de la muñeca de Godric, sin permitir a sus ojos que
abandonasen la lucha con los de su antiguo compañero de estudios. Entonces, después de lo
que parecieron siglos, se encogió de hombros, tanteó a su espalda buscando la puerta y, sin
dejar de mirar a Godric, desapareció.
— CAPÍTULO 24 —
El Heredero
Godric siguió mirando hacia la puerta un buen rato, incapaz de coordinar un pensamiento
coherente, sintiendo que la rabia y el odio lo inundaban, ahogándolo. Las paredes que lo
rodeaban parecían estrecharse poco a poco, robándole el aire. El sol que traspasaba la
ventana no iluminaba la oscuridad que veía en la estancia, y que, sabía, provenía de su
propia mente. Repentinamente, escuchó un ruido a su espalda. Hirviendo de furia y, sin
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embargo, helado por la tristeza que inundaba su interior, se volvió.
Rowena permanecía inmóvil, como petrificada, junto a la pared, mirándolo con los
ojos desorbitados, la boca muy abierta, sin emitir un sonido.
Avanzó hacia él, trastabillando, como si a ella también le costase trabajo realizar el
más mínimo esfuerzo.
— ¿Cámara de los Secretos? — formó las palabras con los labios, y una mano
crispada se posó sobre el antebrazo de Godric, donde minutos antes había estado la mano
de Salazar —. ¿Cámara de los Secretos? — repitió Rowena, en un susurro casi inaudible.
Godric esbozó una tensa sonrisa.
— Así que ya conoces los planes de nuestro querido amigo Salazar... — dijo,
aferrando a Rowena por la cintura cuando fue evidente que ella apenas podía mantenerse en
pie.
— ¿Cámara... de los Secretos? — dijo de nuevo Rowena, y en su rostro se leía
claramente que el asco estaba a punto de hacerla vomitar. Tropezó de nuevo cuando intentó
moverse, quizá porque su cuerpo había intentado a la vez acercarse y alejarse de Godric. Se
enderezó a duras penas, como si intentase recuperar su dignidad, pero las rodillas parecían
no ser capaces de sostenerla.
Godric la sujetó firmemente, y la estrechó contra su cuerpo. Cerró los ojos,
mientras la nostalgia y un pinchazo agudo a la altura del corazón se unían a los
sentimientos contradictorios que ya sentía tras la partida de Salazar. Suspiró, abrió los ojos
de nuevo y se encaminó, con ella apoyada contra su cuerpo, hacia la puerta que acababa de
atravesar Salazar.
— Ven — explicó simplemente, cuando vio un interrogante en sus grandes ojos
negros al comenzar a subir la escalinata de mármol que ascendía desde el Vestíbulo.
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Llegaron al despacho que Godric había instalado en una de las torres del castillo
minutos después. Las dos gárgolas de piedra lo reconocieron y se hicieron a un lado, sin
decir una sola palabra por una vez en la vida, y Godric agadeció la idea de Helga de hacer
una escalera móvil, puesto que era evidente que las palabras de Salazar habían debilitado a
Rowena mucho más de lo que cualquier enfrentamiento físico, cualquier penalidad o
cualquier herida podría haber hecho.
La sentó en una silla que había aparecido casi por propia voluntad, y, con otro
movimiento de varita, hizo que se materializase una copa de vino, que obligó a Rowena a
beber hasta que estuvo seguro de que el color había vuelto a las pálidas mejillas. Después,
posó la copa en la mesa y se deslizó alrededor de ella para alcanzar su propio asiento.
Cuando miró de nuevo a Rowena, ésta parecía haber recuperado su aplomo de siempre, y lo
observaba con una expresión de seriedad en el bello rostro.
— ¿Cámara de los Secretos? — dijo por cuarta vez, en esta ocasión en un tono de
demanda —. ¿De qué va todo esto, Godric?
Éste suspiró.
— Parece que nuestro antiguo camarada está dispuesto a hacerles la guerra a todos
los nacidos de muggle de Hogwarts — dijo, levantando la vista hacia el techo —. Ya lo has
oído, Rowena... ha creado una Cámara que sólo su heredero puede abrir, y cuando lo haga,
algo desde dentro matará a todos los sangre sucia del castillo.
Rowena permaneció unos minutos en silencio.
—¿Y tú lo crees? — preguntó.
Godric la miró de nuevo.
— Sí — dijo simplemente —. Conociendo a Salazar, es capaz de eso y de mucho
más. ¿Una Cámara que nadie sea capaz de encontrar y que nadie sea capaz de abrir? — rió
205
—. Si alguien puede imaginar algo así y, lo que es más, llevarlo a cabo, ese es Salazar.
Godric paseó la mirada por su despacho. Conocía cada detalle de la estancia, desde
la chimenea hasta la repisa donde descansaba su espada. Como si recordase algo
repentinamente, se levantó y fue hacia ella, introdujo la mano en su túnica y sacó su
sombrero. Sonriendo tristemente, lo depositó junto a la reluciente espada, donde el
sombrero se desperezó, abrió las pequeñas rajas en la superficie de tela que hacían las veces
de ojos, observó a Godric con cara de reproche, bostezó ruidosamente a través del gran
agujero junto al ala que era su boca — No le dejan a uno descansar a gusto... — y se hizo
un ovillo, como si fuese un gato dispuesto a echarse una siesta junto al fuego. Godric se
volvió hacia el escritorio. Rowena no se había movido ni un milímetro.
— ¿Y qué vamos a hacer? — preguntó Rowena, con un deje de angustia en su voz.
Godric se sentó de nuevo.
— Nada.
— ¿Nada? — dijo Rowena, sorprendida.
— Nada.
Miró la chimenea vacía, y, extrayendo la varita de uno de los bolsillos de su túnica,
lo dirigió hacia ella —. Incendio —. Las llamas danzaron al instante en el hueco del hogar.
— ¿Sabes? — dijo minutos después, todavía observando el alegre fuego —, ahora
es cuando lo comprendo todo.
— ¿Qué quieres decir? — le llegó la voz de Rowena desde el otro extremo de la
habitación. Godric la miró: se había levantado y había ido, ella también, hacia la repisa
donde descansaba la espada que, tanto tiempo atrás, le había regalado Luthor. Ahora la
sostenía reverentemente entre sus delicadas manos, y observaba el brillo color sangre de los
rubíes y el frío destello de la plata de la hoja.
206
— Aquella profecía... — dijo lentamente Godric —. Lo que realmente significa no
es que yo tenga que detener a la serpiente ahora, sino que debo pararle los pies hasta que
llegue otro que lo hará. Mi tarea no es derrotar a Salazar, sino vigilarle.
Rowena levantó la mirada, acariciando todavía con la mano la magnífica espada.
— Tengo que seguir como hasta ahora, Rowena — dijo Godric tristemente —. Mi
labor es enseñar magia a todos aquellos que la poseen, no emprender una lucha contra
Salazar. Quizá... — se detuvo un instante —, quizá enseñando a mis alumnos los principios
que llevo toda la vida defendiendo consiga, en cierto modo, detener a Salazar. Si los más
jóvenes creen firmemente en la igualdad entre todos los magos, Salazar no tendrá
seguidores. Y frustraré sus planes sin levantar la mano contra él.
— Seguirá habiendo alumnos de la casa Slytherin — dijo Rowena —. Seguirá
habiendo magos de sangre limpia que piensen que los nacidos de muggle somos escoria.
Seguirá habiendo un Heredero de Slytherin.
— Pero las cosas ya no serán como ahora — dijo Godric —. Las cosas cambiarán,
Rowena. Ahora la opción válida es la de ellos, pero pronto la mayoría pensará como
nosotros, y los nacidos de muggle no tendrán que esconderse.
El rostro de Rowena se contorsionó en una mueca de dolor.
— ¿Por qué seguir con esto, Godric? — dijo angustiada —. ¿Por qué no rendirnos,
simplemente, y permitir que sólo los sangre limpia puedan hacer magia? —. Bajó la vista
—. Estoy cansada — se disculpó.
— Porque todos tienen derecho a aprender magia, Rowena — dijo firmemente
Godric —. Si así lo creemos, ¿por qué no luchar por ello? ¡Imagina — dijo con fingida
alegría — la gran bruja que se habría perdido el mundo, si mi padre no hubiese sido tu
maestro!
207
Rowena fue hacia el escritorio, llevando consigo la espada.
— ¿Sabes? — dijo suavemente —. Creo que aquel día yo tenía razón. Hay algo del
rey Arturo dentro de tí, Godric.
Éste la miró, desconcertado. Rowena le tendió la espada, y él la cogió por primera
vez desde que había matado a aquella serpiente a los pies de Salazar. Bajo la empuñadura,
rodeadas de rubíes del tamaño de huevos, brillaban las palabras: Godric Gryffindor.
— Todavía no he aprendido cuál es el poder que guarda esta espada — dijo Godric
en tono ausente, observando la inscripción realizada por la mano de Luthor —. Mi maestro
me dijo que, con el tiempo, lo descubriría...
Rowena lo miró, y sonrió.
— Todavía tienes mucho tiempo por delante para averiguarlo, Godric — dijo —. Y,
si no eres tú, serán tus descendientes los que lo hagan.
— No pienso tener descendientes — dijo Godric, y levantó la mirada. Sus azules
ojos se prendieron de las negras pupilas de Rowena, que, por un momento, pareció
quedarse sin aliento —. Te quise, y te perdí, y no tendré hijos con otra mujer.
Rowena permaneció muy quieta un momento, mirándolo fijamente, y después bajó
la vista.
— ¿No piensas tener un heredero? — susurró —, ¿alguien que detenga al heredero
de Salazar cuando éste llegue?
Godric suspiró. Sintió un nudo en el estómago cuando miró a Rowena.
— No tendré descendientes — repitió —. Pero sí tendré herederos.
Rowena lo miró de nuevo, desconcertada.
— Mis herederos serán todos aquellos a los que el Sombrero — Godric señaló hacia
la repisa — elija para ello. Los alumnos de Gryffindor. Esos serán mis descendientes, esos
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serán los que descubran cómo utilizar mi espada, esos serán quienes derroten al Heredero
de Slytherin.
Rowena permaneció sentada frente a él, inmóvil, como si las palabras que acababa
de oír fuesen una maldición o una bendición, una afirmación que, por el hecho de haber
sido pronunciada, tuviese irremediablemente que cumplirse.
Las palabras que Godric leyó tiempo atrás, bordadas en oro, resonaron en sus oídos:
Y así será, dia tras día, Serpiente, León, vigilándose uno al otro,
hasta que lleguen quienes romperán el círculo
que la Serpiente creó para hacerse con todo el poder.
El heredero de la Serpiente, a quien la misma Serpiente habría rechazado,
y el único con el poder para derrotarlo.