Lección 6 para el 5 de agosto de 2017
Al estudiar Gálatas 3:15-20, tenemos que tener en cuenta el significado y el uso que Pablo da a tres términos: Promesa, pacto y ley.
“Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade” (Gálatas 3:15)
La palabra griega traducida por “pacto” (diathēkē) tiene el doble significado de pacto y testamento. Es un pacto especial donde una parte se compromete de forma unilateral ante otra. Son promesas que se cumplen en un determinado momento (por ejemplo, tras el fallecimiento del testador).
El pacto ratificado al que se refiere Pablo es de este tipo. Son “las promesas” hechas por Dios “a Abraham” y “a su simiente”, “la cual es Cristo”(Gálatas 3:16).
Dios promete y el hombre recibe. Abraham tan solo tuvo que aceptar —por fe— la promesa. Y Dios siempre cumple sus promesas (2ª de Corintios 1:20).
Pablo contrasta la promesa recibida por fe con la ley promulgada 430 años después.
¿Abrogaba la ley la promesa anterior? No. ¿Una vez cumplida la promesa [Cristo], se abrogaba la ley? No.
En Romanos 3, Pablo trata este mismo tema: “¿Luego por la fe invalidamos la ley?” (Romanos 3:31). ¿Desechó Dios la ley al cumplir su promesa? La respuesta es clara: “En ninguna manera”.
Si la salvación es por la fe en la promesa, la ley no puede hacer nada para salvarnos. Por otra parte, tampoco la fe anula a la ley. Entonces, ¿para qué sirve la ley?
“Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después,
no lo abroga, para invalidar la promesa” (Gálatas 3:17)
“Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada
por medio de ángeles en mano de un mediador” (Gálatas 3:19)
Pablo no dice que la ley fue añadida al pacto como un apéndice de nuevas cláusulas. Debemos recordar que el pacto era unilateral, no dependía de lo que el hombre pudiera hacer.
Más bien, la ley fue introducida para mostrarnos nuestra condición pecaminosa y hacernos ver con claridad el pecado en nuestra vida (Romanos 7:13).
La expresión “hasta” puede dar la impresión de que la ley dejó de cumplir su función cuando Cristo vino. Pero “hasta” no siempre significa un periodo limitado de tiempo.
Por ejemplo, cuando Jesús dice “pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga” (Apocalipsis 2:25) no implica que, cuando Él venga, ya no necesitemos el amor, la bondad…
“Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador” (Gálatas 3:19)
Lejos de rellenar un hueco que abarcó desde 430 años después de la promesa (Sinaí) hasta su cumplimiento (Cristo), la ley tiene un periodo de vida mucho más largo.
De hecho, Dios dijo que Abraham mismo “guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5); José conocía bien que el adulterio era un pecado contra Dios (Génesis 39:7-10); el pueblo de Israel guardó el sábado antes de la promulgación de la ley (Éxodo 16:22-26).
¿Por qué, pues, fue necesario promulgar la ley en Sinaí al pueblo de Israel por medio de Moisés?
Porque durante su esclavitud en Egipto, el pueblo había olvidado gran parte de la ley.
“La ley de Dios es un trasunto de su
carácter. Fue dada al hombre en el principio
como la norma de la obediencia. En los
siglos subsiguientes, se perdió de vista esta
ley… Con el correr del tiempo, los israelitas
fueron a Egipto, donde por muchos años
soportaron una gravosa opresión a manos
de los egipcios…
Sobre el monte Sinaí la ley fue dada por
segunda vez. Con pavorosa majestad el
Señor pronunció sus preceptos y con su
propio dedo grabó el decálogo sobre tablas
de piedra.
Atravesando los siglos, encontramos que
llegó el tiempo cuando la ley de Dios debería
revelarse de una manera inconfundible
como la norma de la obediencia”
E.G.W. (Testimonios para la iglesia, tomo 8, pg. 219)
LA SUPERIORIDAD DE LA PROMESA
“Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante
la promesa” (Gálatas 3:18)
Aunque eterna, la ley dada a Israel no podía, ni puede hoy, proveer un medio de salvación a nadie.
Pero el sacrificio de Jesús (la promesa) fue un punto de inflexión en la historia de la Salvación. A partir de ese momento, ya existía un medio por el cual obtener salvación (prefigurada por la ley ceremonial).
Por más importante que sea la ley, no sustituye la promesa de la salvación mediante la gracia y la fe. Al contrario, la ley nos ayuda a entender mejor cuán maravillosa es esa promesa realmente.
“La obra mediatoria de Cristo comenzó en el mismo
momento en que comenzó la culpabilidad, el
sufrimiento y la miseria humana, tan pronto como el
hombre se convirtió en un transgresor. La ley no fue
abolida para salvar al hombre y para lograr su unión
con Dios. Pero Cristo asumió el papel de ser su garante
y libertador al hacerse pecado por el hombre, a fin de
que el hombre viniera a ser la justicia de Dios en y por
medio de Aquel que era [y es] Uno con el Padre. Los
pecadores pueden ser justificados por Dios únicamente
cuando él perdona sus pecados, los libra del castigo que
merecen, y los trata como si fueran verdaderamente
justos y como si no hubieran pecado, recibiéndolos en
el favor divino y tratándolos como si fueran justos. Son
justificados únicamente por la justicia de Cristo que se
acredita al pecador. El Padre acepta al Hijo, y en virtud
del sacrificio expiatorio de su Hijo, acepta al pecador”
E.G.W. (Mensajes selectos, tomo 3, pg. 221)