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Toms Mndez, el Poeta
Ruth Mara Ramasco
Yerba Buena, 15 de Marzo de 2014
Captulo 3
Los recuerdos no preguntan si podemos recibirlos. Si estamos sentados, para aguantar
su peso y su carga de dolor; no preguntan si sus imgenes nos resultan intolerables o si
depositan en nuestra alma la aoranza, el anhelo, el reclamo entraable del amor. Slo
aparecen, evocados por un sonido, o una rfaga de color, o un rostro. Como si se
despertaran. A veces, nos estiran las manos, pidiendo las nuestras, para llevarnos a sus
moradas; a veces, se asemejan a una bofetada violenta de la que a duras penas logramos
recuperarnos; otras, a una golpiza feroz, que ha acumulado un golpe insoportable sobre
otro el estmago, los riones, la nariz que se quiebra por las patadas, los ojos que
comienzan a inflamarse.
No, los recuerdos no nos obedecen. Pueden sobre nuestra alma. A su paso, quedamos
revestidos, guardados; en ocasiones, hechizados. Un flautista de Hamelin que arrastra en
pos de su msica todos los retoos de nuestra vida, tal como el flautista de los cuentos
se llevaba los nios de la ciudad que no haba querido pagarle. Pues lo que no logra la
presencia, se impone por la fuerza de la ausencia. A veces, nos enamoramos
recordando, como si slo la ausencia y la aoranza irreductibles nos permitieran advertir
el amor. Otras, padecemos nuestro dolor ese dolor duro que ha sido como una
muerte en recuerdos, como si estos nos entregaran aquello a lo que la sucesin fugaz
de los hechos haba vuelto imperceptible. Pero luego recordamos, y el amor o el
sufrimiento se tornan insoportables.
Mndez sinti venir la maraa de imgenes de esos das crueles en los que su cuerpo no
atinaba a reaccionar, atontado por los golpes que se seguan el uno al otro sin pausa ni
respiro. La conversacin con la directora de la escuela, que lo separaba del cargo; su
mirada desdeosa, que no crea en la acusacin, pero gozaba con desligarse de un
maestro que le impeda descansar en la abulia de las siestas calurosas y el olvido de los
alumnos. La maestra a quien Mndez haba transferido la nia que lo acusaba
falsamente (No me la pass, Mndez. No quiero tener en mi grado una alumna de los
ridculos programas de integracin escolar de alumnos con discapacidad. No me la
pass, porque la voy a hacer quedar de grado.). Y el Poeta que tena otros dos alumnos
con dificultades ms graves, a los que haba que atender ms que a la pequea; el Poeta
que no crea que una maestra pudiera hacer eso. Los padres de la nia, indignados
porque quedaba de grado; los padres feroces de un barrio feroz, demandndolo por
abuso cuando la pequea recibi la libreta y supieron que no pasaba de grado; los
padres adictos de una alumna con dificultades. La abogada que le avisaba que tenan
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que ir a presentarse en la comisara Imgenes, imgenes, imgenes Como olas de
dolor y nuestro interior una escollera que siente sus golpes impiadosos.
Natalia no conoca los oleajes que azotaban la memoria del Poeta. Haban conversado
de libros, de trabajo, de la universidad que recin terminaba, de su madre. Su mundo
pequeo y sencillo. Con grietas, como todo mundo. Pero sus grietas no se abran bajo
sus pies, ni la dejaban sin suelo.
Mndez haba venido otras varias veces a la oficina, cerca de la hora de la salida. A
preguntar por su trmite, deca. A acompaarla hasta el mnibus y conversar. Pero
jams la haba llamado, ni invitado a salir el fin de semana. Ni a tomar un caf. Sus
compaeros le hacan bromas, sobre los guardaespaldas que la acompaaban al
mnibus, sobre lo linda que vena ahora a trabajar. Hasta Luca se haba rendido al
hecho contundente de la indiferencia del Poeta hacia su persona y haba sumado su voz
a las preguntas de todos.
Y? Nada todava?
Nada de qu? contestaba Natalia, molesta.
No te hags la tonta! Nada de salida aparte de estas visitas a la oficina, nada de
nada? Se me hace que tengo que darte algunas lecciones a vos.
Luca se impacientaba con esta relacin de miradas y esperas, de cuadras que
terminaban, de mnibus que siempre llegaban. Aunque a veces los haba visto dejar
pasar alguno: porque vena lleno, porque era temprano, porque seguro que ya vendra
otro. Algunos compaeros la cargaban al verlos salir en direccin a la parada.
Nati: apurate! Se te va a pasar el mnibus!
Pablito que rea: Quieren que los lleve en taxi?Pero no con un tono de voz muy
alto. Era grandote Mndez! No haba que hacerlo enojar!
Una semana no vino. Ningn da. Natalia no saba por qu. Cuando lleg el viernes, y
se dio cuenta que pasara todo el fin de semana envuelta en la ms pura intranquilidad,
mayor a la que ya haba sentido durante toda la semana, no supo que sera de ella.
Cmo aguantara cada da? Pasado el fin de semana, de nuevo otra semana esperando
da a da su presencia? La maana, llena de esperanza; la cercana con el medioda,
como una tristeza que va bajando al alma de su mangrullo; la marcha hacia el mnibus,
con la mirada teida de una ltima e ntima expectativa y luego nada. Ya ha pasado el
da, otro da vestido de distancia, nostalgia y ausencia.
No bastaba, no sera suficiente decir, decirse, que lo esperaba y no vena. Si eso fuera
todo! Pero no lo era. Lo extraaba, tanto, tan hondo, que hasta a ella misma la
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asombraba darse cuenta que su primer pensamiento, al despertar, era para l, y su ltimo
pensamiento, tambin. Y a travs del da, del flujo lento de las horas en el interior
desolado de ausencias, le pareca estar sumergida en la espera y la nostalgia, como si se
tratara de unas aguas profundas, y el trabajo o las conversaciones fueran esos pequeos
y rpidos momentos donde la nariz y los pulmones, que ya no aguantan ms, inhalan
bocanadas fuertes de oxgeno, asomada la cabeza a la superficie. Pero luego vuelven a
hundirse, porque la nostalgia parece un remolino que tironea hacia adentro, hacia abajo,
hacia ese triste lugar de nosotros mismos donde slo sentimos cunto no est. Cun
ausente sus ojos, sus manos, su cuerpo; cun callada su voz.
Natalia se asust de su nostalgia. Porque jams pens que no verlo le produjera tanta
tristeza. Como si la vida se desfondase y se tornara un mapa de huecos: un hueco, la
puerta de su oficina sin los golpes de sus manos; un hueco, las calles hacia el mnibus;
un hueco, un hueco inmenso, la parada donde esperaban o dejaban pasar al transporte
que cometiera la osada de llegar justo cuando sus pasos los depositaban all. Slo
huecos y la mirada que se perda en ellos.
Nunca haba sido romntica. No como sus compaeras o sus amigas. Siempre haba
mucho por hacer, mucho por leer. Estaba acostumbrada a concentrarse en el trabajo o en
el estudio. O en la vida y las tareas de cada da. Pero ahora senta el rostro del Poeta
tatuado en su pecho. A travs de mil pinchazos de minutos y horas sin verlo; a travs de
este dolor callado de la ausencia. No era romntica; sin embargo, ahora senta que lo
nico que le vena bien eran esas idiotas canciones de amor donde alguien llora o se
siente perdido, o abandonado, o nunca volvi a ver a quien amaba. No era romntica,
pero la ausencia estaba despedazndola.
Cuando sali a conversar con su mejor amiga, el jueves, en una larga siesta de caf en el
parque, vio la extraa expresin, o la alborotada expresin de sus ojos.
Nati, te ests enamorando! O mejor dicho, ya ests enamorada con todas las de la
ley. Nunca te he visto as. Ni siquiera con Matas. Y mir si habremos hablado de l,
despus que terminaron!
Casi no lo conozco. No exagers!
Yo exagero? A ver, cundo me has contado de alguien antes de que ya estuvieras
en una relacin con el susodicho? reclamo que siempre me haca Patricia Cundo
me has contado que alguien te gustaba? Ni en el secundario! Slo cuando ya pasaba
algo! O cuando terminabas!
La carcajada de Patricia y su mano puesta sobre la de su amiga.
Y ahora estamos aqu, hablando de cmo lo extras porque hace casi una semana
que no lo ves! Y realmente la nostalgia debe ser mucha, porque te ha sacado a
empujones de ese recelo y esa mudez tuya. Ests enamorada, Nati, como adolescente,
como tonta, como una chiquilina que va a largarse a llorar si pasa otra semana sin verlo.
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Segus exagerando! Me gusta, me gusta mucho. No s por qu no viene y eso me
pone mal. De ah a estar enamorada hay un tranco largo!
De ah a estar enamorada no hay ningn tranco! Porque ya ests. Me estn dando
ganas de darte un golpe! A ver, acordate Nunca has dicho algo ms que me gusta;
me gusta mucho. Mucho Matas, mucho Matas, pero jams me has dicho a m que lo
amabas! Y no te lo estoy negando! S que lo queras. Digo que no me lo has dicho
nunca. Pero con ste no lo pods negar. Lo estoy viendo! Una semana, Nati, no lo has
visto una semana! Y mirate cmo ests!
Natalia sinti la avalancha de su amor sin palabras, sin reconocimientos, sin voces;
sinti que esa avalancha vena por ella e invada su conciencia. Dios mo, es verdad,
estoy enamorada de Toms! Como una tonta, como una adolescente, absolutamente
enamorada. Absolutamente enamorada y hundida en la certeza de la ausencia. Slo la
ausencia y Patricia que la penetraba con la mirada. Un espejo que le devolva sus ojos
tristes, apenas asomados, guardados en la nostalgia.
Mndez haba recibido un llamado de la abogada el lunes. Tena que presentarse en su
estudio el viernes, porque tena novedades. No iba a poder antes, porque se iba de viaje.
Prefera no decirle nada por telfono, era mejor que hablaran personalmente. Al
escucharla, no pudo sino recordar la maana de ese lunes en que fueron a presentarse a
la comisara. Lo guardaron. Por cuatro meses, y l haba credo que en un da o dos
sala. Su celda daba a uno de los extremos del patio; en el extremo opuesto estaban las
otras. A los gritos los otros presos le preguntaron por qu lo haban llevado. Mndez
haba mentido, convencido de que saldra al da siguiente. Por robar!, haba
contestado a los gritos. Al da siguiente, en el diario que los policas pasaban a los
presos despus de leerlo, estaba su foto bajo el titular: Maestro acusado de abusar de
una alumna. La furia soez de los presos se volvi alarido. No hay perdn en las
crceles para los violadores de nios. Slo una primitiva justicia que hace sentir al
violador la ferocidad del sexo que se ejerce con violencia y sujecin, el horror de estar
indefenso, la asfixia que significa el cuerpo que te aplasta y te penetra. La furia gritaba
desde el otro extremo del patio y Mndez crea que morira del miedo y el asco.
Al cabo de un mes, de un mes de miedo y temblor, de un mes agazapado en las paredes
estrechas, sin animarse a salir al pequeo patio de la comisara, encerraron en su celda a
un hombre muy joven, acusado de trfico de drogas. La polica haba allanado su casa,
justo una noche en que su novia se haba quedado a dormir. Encontraron el paquete de
drogas debajo de la cama. Los encerraron a ambos, aunque la chica no saba nada y no
traficaba. El compaero de celda de Mndez se hallaba totalmente angustiado, con la
angustia de la culpa y su Mariana encerrada sin tener arte ni parte. Maldita droga!
Maldita cana que lleg! Maldito l por haberla metido en semejante lo!
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Escribile!le sugiri MndezDecile que vos ya has dicho que ella no tena nada
que ver, que no saba nada.
Qu voy a escribir yo! Jams he escrito nada. No s! casi grit, grit de sus
manos impotentes para agarrar una lapicera, del dolor y la culpa que no podan volverse
palabras, de la mudez que encerraba su garganta.
Yo te escribo! dijo MndezTe escribo una carta y te la doy para que la copis,
con tu letra. Decime qu quers decirle.
Y el preso larg, a borbotones, todo su dolor enjaulado en la distancia, todo su amor que
haba metido a Mariana en otra comisara inmunda, como sta; toda su furia. Mndez lo
escuch y se sent a escribir. Un amigo le haba llevado papel y lapicera. De los muchos
amigos que lo haban visitado. Porque eso tena que reconocer: de ley, sus amigos!
Incluso frente a esa acusacin maldita. Escribi una carta para este jovencito que casi
lloraba por el paquete metido bajo la cama en la que tena sexo, por su novia sin culpa,
por el amor que se cuela entre la droga y la pobreza. Escribi y le salieron versos, como
los que antes haca para las mujeres de las que se haba enamorado o las que le
gustaban. Escribi para conquistarla, para recuperarla, para amarla en ese cuartucho
maloliente y amargo. Y cuando Mariana recibi ese papel, con la letra maltrecha de
Ignacio, le volvi el amor al cuerpo, a los ojos, a las manos que queran de nuevo su
rostro, de nuevo su cuerpo para amarlo.
La lapicera y el verso en la mano, como antes, antes de la acusacin y el miedo. El
verso, los amigo, el canto de su guitarra. Mndez no pudo sino recordar aquel tiempo en
que la poesa haba comenzado a brotar de sus manos. Como casi todo en su vida, de
manos de sus amigos. Record a sus dos amigos, esos con los que despuntaba acordes;
sus amigos, tocando junto a l, cantando junto a l en las noches llenas de la alegra del
vino, de las fiestas, de los festivales y la gente que bate las palmas al escuchar la
msica. La gente que canta, la gente que re, la gente que baila; las muchachas
enamoradas de la guitarra y la poesa. La poesa que sale de las entraas y se vuelve
fiesta en los odos, las manos, el cuerpo de un pueblo. Esas tardes y noches largas de
ensayo con los amigos y el orgullo del conjunto sostenido por los tientos de la amistad y
el canto tanta vida, tanta poesa brotando de la vida! Pero no de la suya, de su vida
angosta. No, la poesa pareca salir de las miradas cmplices de vino y muchachas, de la
msica que los atravesaba, juntaba sus voces, se desataba en rasguidos, se volva
soledad en el punteo. Su poesa haba amanecido hecha canto, hecha voz prendida a la
guitarra, brote verde de su Londres catamarqueo. Su poesa, que era de todos y para
todos. Hasta que sus dos amigos salieron una noche en la moto; a un festival, como casi
siempre. Hasta que murieron en la ruta, tirados en el camino, muertos en el camino. Y la
poesa se atraves de muerte y el canto se guard en letras apretadas.
Mndez no lo saba, lo supo despus. Supo despus que su poesa se desprenda de la
muerte y lo liberaba. Como una mujer amada que te da la mano y te saca de tus crceles,
como una mujer que ha logrado fugarse antes de las suyas y te extiende las manos hasta
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sacarte. A los pocos das, llevaron a Ignacio a la otra zona de la comisara, donde
estaban los otros presos. Ignacio cont de la carta y de su mujer devuelta al amor, su
novia que lo esperaba. Una maana, sinti, de nuevo, como tantas otras veces, un grito
que lo buscaba. Desde la punta del patio, desde el lugar del odio y del miedo.
Eh, vos, Mndez! Asomateotra amenaza, pens con temorYo tambin quiero
que le escribs una carta a mi mujer. Nos ha dicho el chango ste que le has escrito para
su novia. Quiero que me la hags como la que le has hecho a l.
Mndez no sala de su asombro. Que escriba, quieren que escriba!.
Y qu quers que le diga?
Que la quiero, que la extrao! Qu venga esa hija de puta! Y hacele tambin un
verso, como le has hecho a la novia del chango.
Slo hombres vacos de mujeres; hombres violentos necesitados de cercanas y
presencias. Ahogados por ausencias de palabras, por dedos que slo pueden,
lentamente, copiar los trazos de las letras, como si copiaran del pizarrn, casi sin
entender, casi obligando a la desesperacin a agarrarse a estos insectos de tinta que
deambulan en un papel. Alguien que saba escribir! Que saba contarle a una mujer
aorada toda la nostalgia, toda el hambre de ella que guardaban sus cuerpos, todo el
miedo, toda la tristeza! Alguien que poda hacer venir a las ausentes o preguntar por los
hijos! Con versos dulces, como les gusta a las mujeres. No con gritos, ni patadas, ni
dinero. Un profesor; Mndez, el Profesor!
Arreciaron los pedidos de cartas y poemas. Porque las mujeres venan, como abejas
atradas por el polen, como moscas que buscaban los dueos de esas palabras que saban
a miel, como seres humanos hambreados de ternura. Venan sin odios, sin reclamos, sin
enojos. Buscando las manos, los ojos, los susurros en el odo, las risas cmplices.
Mndez escriba, inventaba versos y requiebros de nuevo sus manos cantaban!
Empezaron a llegar cigarrillos a su celda, papel, biromes.
Salga al patio, Profesor! No le vamos a hacer nada.la poesa y su regalo de
libertad.
El primer tiempo, escriba una carta distinta a cada uno que le peda. Despus, ya era
mucho. Se paseaba por el patio, con el cigarrillo en las manos. Y mientras tanto,
dictaba. Una nica carta de amor para todos, un nico poema. Y los presos sentados
como podan, escribiendo al dictado, gritando por las palabras que no saban cmo
escribir, vidos de respuestas y ternura de mujer. El patio de la comisara, el aula del
maestro. No haba ya miedo. Respeto, gratitud. Sin que la violencia hubiera
desaparecido. Nada de bananas para los presos, que inhalaban el vapor de sus
filamentos; nada de cordones en las zapatillas.
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Las risotadas de Mndez empezaron a orse en la comisara. Porque ahora era el
Profesor y poda mirar sin temor este mundo que ya no lo reconoca suyo.
Ud. no es como nosotros, Profesor!
Si hasta una vez le pidieron un pedazo de membrillo que un amigo le haba enviado y
los descubri machacndolo, tratando de inhalarlo, como si fuera droga! O ese chico
jovencito, que cay preso por no s qu estupidez y temblaba de fro y miedo en una
esquina del patio. Mndez tomaba mate al costado de un brasero, tapado por una colcha.
Eh, acercate, no tengs miedo!
El chico frunca los labios, negaba con la cabeza.
Acercate, te vamos a convidar un mate!
El mismo gesto terco, el mismo temblor. Mndez que insista, por el miedo, por el fro,
por la juventud aterrada en un rincn. Hasta que se par el chango tonto y le susurr al
odo:
No puedo! Estoy incomunicado.
Las carcajadas del Profesor retumbaron en el patio.
Con los de afuera ests incomunicado, chango tonto! No con nosotros, nosotros
estamos presos junto con vos.
Risas en ese mundo triste, fro, sucio. Risas y cartas, carcajadas y poesa. Hasta que
sali. Despus de cuatro meses. A la ausencia de trabajo, de casa, de mujer y de hija. A
la ausencia de todo y la pobreza. A esperar: que termine, que pase, que ya no sea ms. A
esperar y desesperar.
Ahora, un llamado de la abogada. Todo haba vuelto a su cabeza, a su estmago. El
miedo sobre todo, la desesperacin. Se haba hundido esa noche en el vino. Una
borrachera fuerte y dura, de esas que te hacen dormir, de esas que te permiten llorar por
la vida perdida. No pudo pasar por la oficina de Natalia en toda la semana. Para qu?
Qu derecho tena l a mezclarla con su vida? Ninguno! Una vida arruinada y sin
horizontes. Para tirarla en algn tacho de basura.
Se acord de la peor noche de su historia. Despus de salir de la comisara, despus de
que sus hermanos le acercaran plata para ir tirando. Slo el alcohol cada noche y la
guitarra en algn bodegn de mala muerte. Saba dnde vivan la chiquita y sus padres:
el barrio, la casa. Tom un cuchillo y sali a buscarlos; as, borracho, furioso, loco de
enojo y de pena. Baj del mnibus. Slo tena que cruzar la calle y caminar unas pocas
cuadras. En la esquina, unos muchachos jugaban al ftbol. Al acercarse, escuch un
grito.
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Mndez, hermano! Qu ests por hacer? un antiguo compaero, horrorizado por
la imagen de su amigo con un cuchillo en la mano y el rostro enceguecido de odio.
Voy a matarlos! Los voy a matar a todos! Al padre, la madre, quizs los hijos,
quizs la furia llegue hasta los hijos Me han destrozado la vida! Los mato!
Sinti el cuerpo de su amigo, de los dems, tirndose sobre el suyo, sacndole el
cuchillo Todos sobre l y l aullando, con la muerte en la mano y en el alma, con la
muerte que quiere encontrar a los que odia. Y el aullido convertido en un hombre tirado
en un descampado, en un hombre que llora a los gritos.
Quiero matarlos! Que se mueran, que se mueran todos!
Ese era l, ese haba sido l. Qu poda tener que ver con Natalia y su ternura, con
Natalia y sus ojos calmos, con Natalia que sonrea al verlo aparecer en la puerta? No ira
ms a buscarla. No importaba que la vida volviera a cerrarse y se clausurara la alegra.
Haba sido una idiotez ir a buscarla, conversar. Todo haba sido una idiotez.
Ya era tarde. Viernes. La abogada lo esperaba en su estudio a las seis. No iba a poder
dormir la siesta de los nervios. Unos pasos se acercaban. Sinti, sin poder creer, el
sonido de una voz femenina que se diriga a Rodrguez en la entrada del depsito.
Perdn, trabaja aqu el Sr. Toms Mndez? Se encuentra l todava?
Ay, Natalia querida! Natalia, amor! Por qu no me dejas alejarme?