VAYAN Y ENSEÑEN
Una Carta Pastoral sobre la Transmisión
de la Fe
Mons. Ricardo Ramírez, C.S.B.Obispo de Las Cruces, Nuevo México
18 de octubre de 2007
VAYAN Y ENSEÑEN Una Carta Pastoral sobre la Transmisión de la Fe�
VAYAN Y ENSEÑENUna Carta Pastoral sobre la Transmisión de la Fe
IntroducciónLa fe en Jesucristo es uno de los dones de más valor que tenemos. Recibimos
este don de la fe por medio del bautismo. No es un objeto que poseemos, sino
una parte integral de nosotros mismos, de lo que hacemos, y lo que se nos ha
dado para compartir con los demás. Nuestra fe siempre respira y siente junto
con nosotros, al estar dormidos y cuando estamos despiertos. Por el ambiente
en el que vivimos, nuestra fe es, de hecho, como una planta que necesita ser
nutrida constantemente con la Palabra de Dios y con la gracia de los sacramen-
tos. Como san Pablo, nosotros “plantamos y regamos” pero “Dios hace crecer”
(1 Cor. 3:6).
El título de esta carta pastoral, Vayan y Enseñen, se inspira en los últimos
versos del Evangelio de san Marcos: “Todo poder se me ha dado en el Cielo y en
la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bau-
tícenlos, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a
cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días
hasta que se termine este mundo” (28:18-20).
Para apreciar la frase “vayan y enseñen”, es importante comprender qué y
cómo enseñó Jesús. En el Evangelio de san Mateo, Jesús es presentado como el
nuevo Moisés para una nueva Israel. Desde una montaña proclama las bienaven-
turanzas, un nuevo código de conducta, así como lo hizo Abraham con los Diez
Mandamientos. La mayor parte de su mensaje se resume en el mandamiento del
amor y en la proclamación del Reino de Dios. Al aceptar nosotros el desafío de la
transmisión del mensaje de Dios, necesitamos iniciar donde empieza nuestra fe,
con una firme creencia en el Señor resucitado.
Jesús le encomendó a la Iglesia el don precioso de la fe y encargó a los dis-
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cípulos a transmitirla a cada generación. Hoy, ese mismo encargo sigue siendo
guiado por el Santo Padre y por los obispos en comunión con él. La tarea de
transmitir la fe es compartida por todos los que han sido bautizados, y que son
llamados a dar testimonio de su fe según su vocación y dones particulares. Los
padres de familia en especial tienen que acoger esta tarea, ya que ellos son los
primeros maestros de sus hijos. Nadie puede estar exento de esta responsabili-
dad. Nosotros, el Pueblo de Dios, somos la Iglesia encargada de transmitir la fe
de nuestro Señor Jesucristo.
Por este motivo, mis queridos hermanos, les escribo sobre la transmisión
de la fe. Es un gran privilegio y una tremenda responsabilidad. Espero que al
escribir esta carta pastoral, pueda ofrecer ánimo y guía a ustedes que comparten
conmigo la vocación bautismal de fomentar y transmitir la fe.
Conociendo la tierraTodos estamos totalmente sumergidos en ésta, nuestra cultura en la que el
cambio es continuo. Hoy, la tecnología hace posible lo que hace 50 años hu-
biéramos llamado milagroso. La aldea más aislada ahora puede formar parte de
nuestra consciencia global. Avances en los campos de la medicina, la ciencia, la
comunicación y otras disciplinas nos han enriquecido mucho. Con la explosión
de la tecnología, toda clase de información ahora es fácilmente
accesible. Esta información debe ser evaluada críticamente
para discernir la verdad.
Nuestra fe católica se vive en medio de este mundo que
cambia tan rápidamente. Por la gracia de Dios, nosotros los
humanos, redimidos por Cristo, nos unimos a El para alcanzar
la continua creación de un mundo mejor, y buscamos la guía
en nuestra Iglesia. El Concilio Vaticano Segundo reafi rmó
nuestras ricas enseñanzas católicas, las aclaró y las aplicó a
nuestros tiempos.
En los Estados Unidos, casi cada raza, grupo étnico y cul-
tural sobre la tierra está representado en nuestra población y
en nuestra Iglesia. “Cada grupo trae consigo su propio idioma,
historia, costumbres, rituales y tradiciones ‘para edifi car el
Cuerpo de Cristo’” (Directorio Nacional para la Catequesis).
La Iglesia de los Estados Unidos tiene el desafío especial de
evangelizar dentro de este marco multicultural. En verdad, la fe es como una
semilla que debe ser sembrada. Sembrar esta semilla en nuestros tiempos no es
cosa fácil, pues la tierra, la sociedad en la que vivimos, no siempre es fértil o está
preparada para recibir la semilla de la fe.
En el área geográfi ca que conforma la Diócesis de Las Cruces, la fe es fuerte.
Como la Iglesia ha existido en Nuevo México por cientos de años, la población
del estado es, en su mayoría, católica. Así como las familias que han vivido aquí
de la tecnología, toda clase de información ahora es fácilmente
accesible. Esta información debe ser evaluada críticamente
para discernir la verdad.
cambia tan rápidamente. Por la gracia de Dios, nosotros los
humanos, redimidos por Cristo, nos unimos a El para alcanzar
la continua creación de un mundo mejor, y buscamos la guía
en nuestra Iglesia. El Concilio Vaticano Segundo reafi rmó
nuestras ricas enseñanzas católicas, las aclaró y las aplicó a
nuestros tiempos.
tural sobre la tierra está representado en nuestra población y
en nuestra Iglesia. “Cada grupo trae consigo su propio idioma,
historia, costumbres, rituales y tradiciones ‘para edifi car el
Cuerpo de Cristo’” (
La Iglesia de los Estados Unidos tiene el desafío especial de
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por siglos, los recién llegados vienen trayendo sus dones y expresiones de fe que
enriquecen a nuestra Iglesia local.
Sumergidos dentro del mundo, el país, y la Iglesia local, la familia se con-
vierte en el ambiente principal para transmitir la fe.
La familia como instrumento de feHa sido la enseñanza constante de la Iglesia que toda la comunidad cristiana
tiene la responsabilidad de educar a sus niños. Dentro de esa comunidad, la
responsabilidad mayor y más efi caz es la de los padres de familia. Por medio de
la palabra y el ejemplo los padres de familia y otros parientes adultos infl uyen
enormemente en el caminar de fe de sus hijos.
Todos somos llamados a la santidad. La espiritualidad no puede separarse de
todo lo que sea humano. La Iglesia llama a la familia a crear una espiritualidad
genuina dentro del hogar. Por este motivo, la verdadera espiritualidad tocará y
transformará cada aspecto de la vida humana: mental, emocional, físico, y social.
Una familia que toma el tiempo para rezar juntos también aprende a perdonar y
a amar en una forma respetuosa. Rezando el rosario, leyendo la Biblia y yendo en
peregrinaciones juntos, crean un ambiente de paz y armonía donde las personas
crecen y se desarrollan en adultos maduros.
Participar en la vida de la Iglesia es el centro de la espiritualidad familiar.
Participar en la misa dominical juntos marcará en la familia los objetivos para el
resto de la semana. Anima a la familia a rezar, y conecta a la familia a la comuni-
dad de fe y ésta se lleva a la escuela, al empleo y a la comunidad civil.
Además, retiros para adultos y adolescentes, cursillos, los programas En-
cuentro Matrimonial y Enriquecimiento Matrimonial, grupos pequeños para
rezar juntos y refl exionar ofrecen excelentes oportunidades para fortalecer nues-
tra fe. En nuestra diócesis, peregrinaciones a la Montaña de Tortugas durante la
fi esta de Nuestra Señora de Guadalupe, a San Lorenzo en el Valle de Mimbres y a
Cristo Rey son ocasiones para que nuestras familias den testimonio de su fe.
Obstáculos en la transmisión de la feLa cultura actual presenta muchos obstáculos al crecimiento de nuestra fe.
Mientras la tensión entre la fe y la razón ha existido durante siglos, en el mundo
contemporáneo, el sentimiento subjetivo y el individualismo se han convertido
en la norma tanto para la fe como para la acción. Esto signifi ca que no existe
una norma universal o una verdad objetiva. El individualismo, por ejemplo,
trata a la religión como “un asunto privado que cada persona debe resolver en
la intimidad de su propia conciencia” (Cardenal Avery Dulles, S.J.). Nunca antes
habíamos experimentado desafíos a nuestra moralidad y a nuestros valores como
ahora.
Viviendo en nuestra sociedad actual con sus opciones y abundancia, nos
transformará cada aspecto de la vida humana: mental, emocional, físico, y social.
a amar en una forma respetuosa. Rezando el rosario, leyendo la Biblia y yendo en
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hacemos vulnerables a las imágenes subliminales presentadas por la televisión y
la prensa. Los medios de comunicación están llenos de protestas sobre “mis de-
rechos” pero no dicen nada sobre “mis obligaciones” de amar a nuestro prójimo
como nos lo exige una vida de fe. Los medios modernos tienden a dictar normas
no sólo en nuestros estilos de vida sino también en nuestras conversaciones y
debates públicos. Este es un mundo visual. Compramos lo que vemos. Como
consecuencia, se deduce que lo que no se ve no existe.
En esta sociedad los miembros de las familias cada vez tienen menos tiempo
para estar juntos. La mayoría de los padres de familia, tanto el padre como la
madre, ahora trabajan tiempo completo. Las actividades después de la escuela
de los niños, como deportes y tarea, sin mencionar los mandados que se hacen
después del trabajo así como trabajar horas extras, signifi ca que muchas familias
no tienen tiempo para platicar sin prisa o para compartir una comida juntos.
A pesar de estos obstáculos, el testimonio de la fe prevalece. Pablo VI decía
que el testimonio personal es la primera forma de evangelización, pero eso no
es sufi ciente. Tiene que existir una proclamación explícita, clara e inequívoca
del Señor Jesús en el ministerio de la Palabra, o sea, la “catequesis” (Evangelio
Nuntiandi No. 22).
El papel que desempeña la catequesisEn el Catecismo de la Iglesia Católica, la “catequesis” es la transmisión de la fe.
Desde sus inicios nuestra Iglesia ha apoyado el testimonio y la enseñanza como
las formas principales de presentar al Jesucristo vivo y dador de vida. Entre
aquellos que tienen un papel indispensable en la transmisión de la fe están los
catequistas. Los padres de familia son los primeros y más importantes catequis-
tas de sus hijos. El hogar es la primera escuela de fe y el lugar privilegiado para
su transmisión.
En el proceso de la catequesis hay tres entidades: Dios, el catequista y el
que está siendo catequizado. El catequista presenta a Dios al catequizado. Para
poder hacer esta presentación, el catequista necesita conocer a Dios y al que está
siendo catequizado. Para conocer a Dios, el catequista debe desarrollar una rela-
ción cercana con las tres Divinas Personas – el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo
– así como con la comunidad eclesial. La oración, la meditación, el estudio y la
participación activa dentro de la vida de la Iglesia son elementos esenciales para
desarrollar estas relaciones.
En los últimos años, los maestros de religión han aceptado la necesidad
de reenfocar el proceso de catequesis. La catequesis está evolucionando de una
manera rutinaria de enseñar el catecismo a un énfasis en la formación de fe,
especialmente en la familia. Nosotros como fi eles ya no tenemos la mentalidad
de que “el catecismo les enseñará a mis hijos todo lo que tienen que saber sobre
nuestra fe”. Debemos desafi ar a aquellos que dicen, “Mi hijo ya terminó el cate-
cismo: ya hizo su primera comunión”. Al contrario, el proceso de la formación
Desde sus inicios nuestra Iglesia ha apoyado el testimonio y la enseñanza como
las formas principales de presentar al Jesucristo vivo y dador de vida. Entre
aquellos que tienen un papel indispensable en la transmisión de la fe están los
catequistas. Los padres de familia son los primeros y más importantes catequis-
tas de sus hijos. El hogar es la primera escuela de fe y el lugar privilegiado para
su transmisión.
que está siendo catequizado. El catequista presenta a Dios al catequizado. Para
poder hacer esta presentación, el catequista necesita conocer a Dios y al que está
siendo catequizado. Para conocer a Dios, el catequista debe desarrollar una rela-
ción cercana con las tres Divinas Personas – el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo
– así como con la comunidad eclesial. La oración, la meditación, el estudio y la
participación activa dentro de la vida de la Iglesia son elementos esenciales para
desarrollar estas relaciones.
de reenfocar el proceso de catequesis. La catequesis está evolucionando de una
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de fe es un caminar de por vida que debe seguir informando, formando y trans-
formando a las personas y a las familias como discípulos activos de Cristo. Este
proceso es posible en la asociación entre la familia y su comunidad parroquial.
El Señor mandó a la Iglesia a enseñar. Ella lo hace con la humildad y con-
fi anza que nace de la convicción de que ha recibido la plenitud de la verdad de
Jesucristo. Esta verdad ha sido recibida por medio de la revelación divina que
se encuentra en las Sagradas Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento, y en la tradición de la Iglesia que juntos conforman el depósito de
la fe. De este depósito, la Iglesia saca la riqueza de la fe que transmite a través de
sus dogmas de fe y el magisterio como las escrituras del Papa y los documentos
conciliares. En años recientes esta doctrina se ha presentado en una forma clara,
sistemática y completa en el Catecismo de la Iglesia Católica, que es un instru-
mento seguro y excelente para enseñar la fe.
Elementos esenciales para transmitir la feNuestra vocación bautismal de transmitir la fe empieza en la pila del bautismo.
De allí se va a nuestros hogares. Nunca se separa de la misión de la Iglesia. Toda
la comunidad parroquial, a través del bautismo, está comprometida a cumplir
con esta misión o comisión. Esto se puede resumir brevemente en estos cuatro
puntos:
1. Proclamar las Buenas Nuevas de la salvación. La Biblia contiene la
palabra que nos fue revelada. Nuestra fe no es una “religión del libro,”
sino una religión de la “Palabra” de Dios, una palabra que no es “un
verbo escrito y mudo, sino el Verbo [Jesucristo] encarnado y vivo” (Ca-
tecismo de la Iglesia Católica, No. 108).
El Catecismo de la Iglesia Católica afi rma que el estudio de las escritu-
ras debe ser el corazón de la sagrada teología. Citando a san Jerónimo,
quien tradujo las Escrituras del hebreo y el griego al latín, la lengua
popular del pueblo de sus tiempos, “Ser ignorante de las Escrituras es
ser ignorante de Cristo”. El Catecismo también dice, “El ministerio
de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda
la instrucción cristiana…recibe de la palabra de la Escritura alimen-
to saludable y por ella da frutos de santidad” (Catecismo de la Iglesia
Católica, No. 132).
La predicación de la Palabra de Dios es una de las formas principales
por las que la fe se transmite. Como nos dice san Pablo, “Predica el
mensaje, e insiste cuando sea oportuno y aun cuando no lo sea. Con-
vence, reprende y anima, enseñando con toda paciencia” (2 Tm. 4:2).
Las personas consagradas, como los sacerdotes y diáconos, predican por
medio de sus homilías. Otros pueden ser llamados a compartir su fe y
por lo tanto compartir en el ministerio de la Palabra. La predicación
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siempre está basada en la palabra de Dios. De este modo la persona y el
mensaje de Jesucristo siempre deben proclamarse. Para tener efi cacia,
la predicación debe relacionarse con las vidas de las personas y con los
eventos mundiales. Un buen predicador puede darle vida a la palabra y
hacer que los que la escuchan la entiendan.
La proclamación del evangelio presenta a Cristo tanto a los creyentes
como a los que nunca han oído hablar de él y los invita a la conversión.
“Por la acción del Espíritu Santo dicho encuentro engendra en los que
la escuchan el deseo de conocer a Cristo, saber sobre su vida y sobre el
contenido de su mensaje” (Directorio General para la Catequesis). Esto
implica un cambio de corazón, de mente, y de la manera en que vivimos
nuestras vidas.
2. Crear una comunidad cristiana. La comunidad es esencial para nuestra
identidad cristiana. Somos creados en la imagen de la Santísima Trini-
dad: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. La propia naturaleza de Dios
es relacional. Por lo tanto, todos, siendo creados a su imagen, comparti-
mos esta naturaleza relacional y comunal. Somos llamados a acoger y a
crear comunidades de amor, justicia, perdón y reconciliación.
Como células unidas en el Cuerpo de Cristo, somos interdependientes
mientras nutramos y apoyemos la fe de otros. Se nos invita a partir el
pan y a compartir el cáliz con nuestros hermanos durante la eucaris-
tía. Al hacerlo, edifi camos nuestra comunidad de fe. Nuestro ambiente
multicultural nos ofrece oportunidades para integrar los muchos
tesoros preciados de la comunidad. Nuestra comunidad católica es ese
lugar en donde el pueblo de diversos orígenes, edades y clases sociales
se reúnen sin importar si han vivido aquí por siglos, si son inmigrantes
recién llegados de otros países o si son provenientes de otras partes de
los Estados Unidos. En la comunidad católica todos somos bienvenidos
y encontramos albergue bajo el único techo de nuestra fe.
La formación y fomentación de los grupos pequeños para compartir
la fe es una manera de desarrollarse en medio de la comunidad de fe o
parroquia en general. Las familias y/o los grupos de personas se pueden
reunir fuera de la Misa para rezar, para compartir sobre las Escrituras
de la semana, para estudiar sobre la fe, para cantar música que se usa
en la misa, y para brindarse apoyo mientras acogen a la comunidad en
general por medio de la oración y el servicio. Estas pequeñas comunida-
des ofrecen oportunidades para que las personas estudien y acojan su fe
de una manera personal y comunitaria.
3. Rendirle culto al Dios vivo por medio de la eucaristía. La vida sacra-
mental de la Iglesia es el corazón latiente de cada parroquia. Recibimos
nuestro llamado de transmitir la fe por medio de nuestro bautismo y
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confi rmación. Este llamado se fortalece y se renueva con la celebra-
ción de la eucaristía. Aquí redescubrimos nuestra fe. Aquí recibimos la
fuerza y el alimento para llevar la cruz de Cristo a nuestros hogares y a
nuestro alrededor. Aquí recibimos instrucción sobre cómo transmitir
esa fe. Aquí somos, una vez más, enviados a proclamar las Buenas Nue-
vas.
Celebrados dentro del contexto de la Iglesia y la familia, los sacramen-
tos se convierten en expresiones de los valores de la vida familiar. La
celebración y el estudio del año litúrgico exponen todo el misterio de
Cristo. Al entrar en el ciclo de las celebraciones de las temporadas,
como el adviento, la navidad, la cuaresma, la pascua y el tiempo ordi-
nario, las familias profundizan su aprecio por la presencia continua de
Dios.
Se le debe dar gran cuidado al proceso de la formación de fe y la manera
en que los niños y adultos son preparados para recibir los sacramentos.
La conversión gradual del corazón es importante en el proceso. Esto
lleva a la persona a pensar como Cristo, a participar activamente en la
vida de la Iglesia y a involucrarse en la vida misionera de la Iglesia. El
proceso de preguntar y luego la formación y la transformación presen-
ta al que está aprendiendo una manera de vivir que sigue de por vida.
Arraigada en la liturgia y la vida comunitaria, la fe se fomenta por la
lectura continua de las Escrituras, la participación en la misa domini-
cal y en obras apostólicas de piedad y caridad. La oración personal y el
discernimiento son claves en este proceso continuo de conversión.
4. Servir al prójimo como lo hizo Jesús. Desde que Jesús lavó los pies de
sus apóstoles en la última cena, se nos reconoce como una comunidad
que sirve a otros. Jesús dijo, “Les he dado un ejemplo para que hagan lo
mismo que yo hice con ustedes” (Jn. 13:15). Como discípulos del Señor,
debemos ser siervos en nuestros tiempos. Nuestro servicio es una parte
indispensable para transmitir la fe. El servir como lo hizo Jesús es la
base de la enseñanza social católica y un elemento constitutivo y esen-
cial en la misión evangelizadora de la Iglesia. Por este motivo la Iglesia
siempre ha tratado de darle de comer al hambriento, sanar al enfermo,
vestir al desnudo, recibir al extranjero y visitar al encarcelado. Es esta
opción preferencial por el pobre de quien el Señor habló cuando dijo,
“Cuando lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis
hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt. 25:40).
Para resumir la encíclica de Juan Pablo II sobre la justicia social, el
Cardenal Dulles dice lo siguiente, “La enseñanza social es un medio
para la evangelización. La evangelización en su amplitud incluye la
doctrina de los derechos humanos, la promoción del bien común y todo
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lo que puede ayudar a crear una civilización de amor…Va más allá de
los límites del santuario y el claustro. Los laicos tienen una responsa-
bilidad especial de evangelizar a la sociedad seglar, incluyendo el lugar
de trabajo y la plaza pública. Los valores del evangelio pueden vivifi car
y transformar las relaciones humanas en asuntos de leyes, política,
negocios y todas las profesiones.”
Las prácticas de nuestra fe católicaNosotros transmitimos nuestra fe dentro del marco de todo lo que es humano.
En nuestra debilidad humana necesitamos la fuerza espiritual que sólo la gracia
de Dios puede ofrecer. Nosotros experimentamos nuestra fe dentro y por medio
de nuestra actividad humana diaria, que es la gracia en acción.
Anteriormente hablamos del papel importante que los padres de familia des-
empeñan en la transmisión de la fe a sus hijos. Seguimos el ejemplo de nuestro
Señor cuando transmitimos nuestra fe a nuestros hijos. Nuestros abuelos nos
advertían que las acciones hablan más claro que las palabras. Decirle a nuestros
hijos que recen el rosario o que lean las escrituras o que asistan a misa los do-
mingos no es tan efi caz como hacer estas cosas juntos como familia. La manera
reverente en que recibimos la Santa Eucaristía, la manera respetuosa en que
tenemos el rosario en nuestras manos cuando rezamos y nuestras biblias cuando
las leemos dejan una impresión indeleble en nuestros hijos y nietos.
Nuestra fe católica está impregnada de simbolismo y de una rica tradición.
Los símbolos religiosos en nuestro hogar, el agua bendita, los crucifi jos, los
rosarios, estatuas, y arte sacro, fortalecen nuestra identidad católica. Coronas
de adviento, nacimientos, y palmas benditas llevan las liturgias celebradas en
nuestras Iglesias a nuestros hogares. Una imagen de la Ultima Cena puede servir
como un fondo inspirador para los alimentos de la familia.
La Iglesia celebra las vidas de los santos, que con su testimonio, nos dan
ejemplos amorosos de la transmisión de la fe. San Francisco de Asís y san Vicen-
te de Paúl predicaron a través de su testimonio de vida al compartir sus pocas
pertenencias con los pobres. San Pedro Claver, es mejor conocido por llevarles
comida y medicina a los esclavos pobres. Santa Frances Xavier Cabrini, mejor
conocida como la Madre Cabrini, recibía y ayudaba a los inmigrantes recién lle-
gados a nuestro país. La madre de Jesús, María de Nazaret, mientras cuidada de
su hijo recién nacido “los guardaba en su corazón” (Lc. 2:19). En el Evangelio de
San Juan, ella da instrucciones a los sirvientes en la boda de Caná, “Hagan todo
lo que él les mande” (Jn. 2:5). La Santísima Virgen María es el mejor modelo de
cómo escuchar la palabra de Dios y cómo transmitir la fe.
En nuestro propio caminar de fe todos podemos señalar a personas como
a nuestros padres, abuelos, amigos, y otros cuyo testimonio han ayudado a
mantener viva esa fe y a profundizarla. Por lo tanto, al escoger a padrinos para
nuestros hijos al llegar el momento del bautismo y la confi rmación, los padres
empeñan en la transmisión de la fe a sus hijos. Seguimos el ejemplo de nuestro
Señor cuando transmitimos nuestra fe a nuestros hijos. Nuestros abuelos nos
advertían que las acciones hablan más claro que las palabras. Decirle a nuestros
hijos que recen el rosario o que lean las escrituras o que asistan a misa los do-
mingos no es tan efi caz como hacer estas cosas juntos como familia. La manera
reverente en que recibimos la Santa Eucaristía, la manera respetuosa en que
tenemos el rosario en nuestras manos cuando rezamos y nuestras biblias cuando
las leemos dejan una impresión indeleble en nuestros hijos y nietos.
Los símbolos religiosos en nuestro hogar, el agua bendita, los crucifi jos, los
rosarios, estatuas, y arte sacro, fortalecen nuestra identidad católica. Coronas
de adviento, nacimientos, y palmas benditas llevan las liturgias celebradas en
nuestras Iglesias a nuestros hogares. Una imagen de la Ultima Cena puede servir
como un fondo inspirador para los alimentos de la familia.
ejemplos amorosos de la transmisión de la fe. San Francisco de Asís y san Vicen-
te de Paúl predicaron a través de su testimonio de vida al compartir sus pocas
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deben hacerlo con cuidado y previsión, ya que estas personas toman la responsa-
bilidad compartida de transmitir la fe a sus ahijados. El santo patrono que se le
da a cada niño durante el bautismo puede convertirse en su amigo e intercesor
durante toda su vida.
Cada día somos llamados a servir como Jesús lo hizo. Cuando invitamos a
alguien a nuestros hogares, invitamos a Cristo. Ayudamos a los pobres por me-
dio de la Sociedad de san Vicente de Paúl. Servimos como voluntarios en un al-
bergue o un dispensario de comida o en el ministerio para los encarcelados. Nos
ofrecemos a cantar en el coro de un funeral o a preparar comida para los que
están en duelo. Damos la cara por los vulnerables, los afl igidos o los que no tiene
voz. Dar testimonio de la Palabra de Dios de estas formas es la mejor manera de
evangelizar. Es por lo que decimos o hacemos, la manera en que nos comporta-
mos en nuestro mundo y la manera en que desempeñamos nuestro trabajo y las
decisiones que tomamos, que de alguna manera impactamos las vidas de otros.
Como seguimiento a esta carta pastoral, habrá planes y programas para su
implementación en nuestras parroquias y hogares. Deseamos ayudar a todos los
que acepten la responsabilidad y el desafío de transmitir la fe, especialmente los
padres y abuelos. Haremos un esfuerzo especial a nivel diocesano para conti-
nuar mejorando las aptitudes de nuestros catequistas, las homilías de nuestros
sacerdotes y diáconos y proporcionaremos materiales para la formación de fe de
los jóvenes y adultos.
Vayamos adelanteNuestra fe católica sigue viva, pero existen obstáculos en el mundo contempo-
ráneo que, como dijimos anteriormente, retan nuestra fe y su transmisión a
otros. Debemos tener un gran deseo de que nuestra fe católica estará presente
y vibrante en las vidas de nuestros hijos, nietos y futuras generaciones. Por esto
debemos sembrar la semilla de la fe ahora, y hacer todo lo posible para que esa
semilla se arraigue y dé el fruto de seguidores fuertes y auténticos de Jesucristo.
Debemos comprender más a fondo lo que nuestra fe signifi ca. No es
sólo aceptar nuestras creencias sino vivirlas para así tener una relación personal
y espiritual con Cristo y un compromiso de cumplir con las implicaciones que
esa fe conlleva en cosas como justicia, compasión y amor. La Iglesia compuesta
de un pueblo de fe puede hacer la diferencia en la sociedad actual en áreas como
el respeto a la vida, inmigración y el respeto por la tierra y toda la creación.
Juan Pablo II nos exhortó a vivir en la fe y transmitirla a nuestros hijos. Sus
palabras, “remar mar adentro” y “no teman” son fuentes de ánimo para nosotros
en el desempeño de esta tarea.
La fe es el regalo más importante que les pueden dar a sus hijos, sus nietos,
sus sobrinos, sus cónyuges, sus alumnos, o cualquier otra persona en sus vidas.
Nunca es tarde para compartir su fe con otros. Empiecen con su propia fe – pro-
fundícenla asistiendo a la misa dominical, leyendo la Biblia, dedicando tiempo
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para la oración, estudiando sobre su fe, y viviendo los mandatos de su fe católica.
Permanezcan conectados a su comunidad católica. Por medio de su ejemplo, los
que los rodean aprenderán a buscar a Dios en los buenos tiempos y los malos
tiempos. Si ven el amor de Dios reflejado en sus ojos, si ven que ustedes buscan
a Dios, tanto cuando son felices como cuando están tristes, ellos también lo
buscarán. Llegarán a saber que nunca estarán solos, “yo estoy con ustedes todos
los días hasta que se termine este mundo” (Mt. 28:20, cfr. Mt. 28:19-20).
Le pido a Dios que los guíe y los anime, mientras en nombre de Jesucristo,
ustedes transmiten su fe a su familia, a los compañeros de trabajo y a su comu-
nidad. Cumplamos el último mandamiento y deseo que Jesús expresó antes de
dejar este mundo: “Vayan y enseñen”.
Mons. Ricardo Ramírez, C.S.B.Obispo de Las Cruces, Nuevo México
18 de octubre de 2007
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