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¡Más allá hay dragones! En la película “Memorias de África” Karen Blixen dice: “Cuando los descubridores del pasado llegaban al límite del mundo conocido y tenían miedo a seguir escribían: ¡Más allá hay dragones!” Cuando otros exploradores más osados se adentraban en esas tierras o en esos mares, nunca encontraron dragones, sino lugares fascinantes y seres desconocidos. En la historia de la ciencia pasa algo parecido. En cada época el mundo se ha visto de un modo. Para los antiguos egipcios, el dios Shu (el aire), mantenía a la diosa Nut (el cielo) por encima de Geb (la Tierra). En el Génesis, fue el propio Creador quien puso cada cosa en su sitio al primer intento, separando el cielo de la tierra, las aguas de los continentes, la luz de la oscuridad. En la mitología griega Atlas fue condenado por Zeus a sostener los pilares de los cielos. En la antigüedad se decía que las estrellas parecían pegadas a una gran esfera que daba una vuelta en un día. Los griegos observaron astros que se movían entre las estrellas fijas. Los llamaron planetas, que en griego significa “vagabundos”. Sin la ayuda del telescopio solo se ven cinco planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. la Luna y el Sol, formando asi 7 planetas Aristóteles imaginó un sistema de esferas concéntricas, cada una ellas arrastraría un planeta y en la última estarían fijas las estrellas. Las esferas serían transparentes o cristalinas y estarían hechas, como los astros, de un elemento celestial que llamó quintaesencia. En el siglo XV nueva concepción del mundo postulada por Nicolás Copérnico colocó al Sol en el centro de su sistema planetario. Pero en 1577, en Europa se observó un Gran Cometa. Desplegó una enorme cola que fue visible durante un par de meses. El astrónomo danés Tycho Brahe analizo el movimiento del cometa y comprendió que debería atravesar las esferas cristalinas, concluyendo que tales esferas no debían estar en el cielo. A partir de entonces, dejó de creerse en su existencia.

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¡Más allá hay dragones!

En la película “Memorias de África” Karen Blixen dice: “Cuando los descubridores del pasado llegaban al límite del mundo conocido y tenían miedo a seguir escribían: ¡Más allá hay dragones!” Cuando otros exploradores más osados se adentraban en esas tierras o en esos mares, nunca encontraron dragones, sino lugares fascinantes y seres desconocidos. En la historia de la ciencia pasa algo parecido.En cada época el mundo se ha visto de un modo.Para los antiguos egipcios, el dios Shu (el aire), mantenía a la diosa Nut (el cielo) por encima de Geb (la Tierra). En el Génesis, fue el propio Creador quien puso cada cosa en su sitio al primer intento, separando el cielo de la tierra, las aguas de los continentes, la luz de la oscuridad.En la mitología griega Atlas fue condenado por Zeus a sostener los pilares de los cielos.En la antigüedad se decía que las estrellas parecían pegadas a una gran esfera que daba una vuelta en un día. Los griegos observaron astros que se movían entre las estrellas fijas. Los llamaron planetas, que en griego significa “vagabundos”.Sin la ayuda del telescopio solo se ven cinco planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. la Luna y el Sol, formando asi 7 planetasAristóteles imaginó un sistema de esferas concéntricas, cada una ellas arrastraría un planeta y en la última estarían fijas las estrellas. Las esferas serían transparentes o cristalinas y estarían hechas, como los astros, de un elemento celestial que llamó quintaesencia. En el siglo XV nueva concepción del mundo postulada por Nicolás Copérnico colocó al Sol en el centro de su sistema planetario.Pero en 1577, en Europa se observó un Gran Cometa. Desplegó una enorme cola que fue visible durante un par de meses. El astrónomo danés Tycho Brahe analizo el movimiento del cometa y comprendió que debería atravesar las esferas cristalinas, concluyendo que tales esferas no debían estar en el cielo. A partir de entonces, dejó de creerse en su existencia.

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En ocasiones, aquello que se postula, aquello que los científicos imaginan como necesario para formular una teoría finalmente se encuentra y estos son momentos estelares de la ciencia. Predecir y confirmar es siempre más alentador que postular y rechazar. Hay una frase que nos encanta decir, no solo a los científicos, a todo el mundo: “¡Ya te lo decía yo!” El descubrimiento de Neptuno fue así. Al estudiar este nuevo planeta, los astrónomos de la época se percataron de que su órbita presentaba unas anomalías que no se esperaban. Dos de ellos, Urbain Le Verrier, francés y John Couch Adams, inglés, concluyeron, utilizando las leyes de Newton, que esa anomalía se debía al tirón gravitatorio que produciría otro planeta más alejado. Muchos factores contribuyeron al descubrimiento: estaban las observaciones de las anomalías en Urano, las mentes agudas de Le Verrier y Adams, su imaginación, las matemáticas necesarias para hacer el cálculo, y la tecnología. Un ejemplo más reciente de un momento estelar para la ciencia ha sido el descubrimiento del bosón de Higgs. Hace casi 50 años, diferentes físicos entre los que se encontraba el británico Peter Higgs, postularon la existencia de un campo, que se ha llamado campo de Higgs, que permearía el espacio y dotaría efectivamente de masa a las partículas elementales que la tienen,

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diferenciándolas de las que no la tienen y viajan a la velocidad de la luz, como el fotón.

El CERN anunció, en julio de 2012, que dos colaboraciones internacionales de miles de físicos, habían descubierto un bosón, que podría ser la partícula mediadora del campo de Higgs. Sin el bosón de Higgs, ninguna partícula tendría masa, no habría átomos, ni moléculas, ni planetas, ni estrellas, y obviamente tampoco seres vivos. Las colaboraciones ATLAS y CMS del LHC siguieron analizando los datos, en particular las propiedades cuánticas de la nueva partícula y todo sigue apuntando a que la partícula encontrada es el bosón de Higgs

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Hace más de 80 años que en cosmología se habla de materia oscura. La estabilidad de los cúmulos de galaxias y de las propias galaxias no se puede explicar con la física que conocemos y aceptamos como válida sin recurrir a la idea de un universo dominado por el lado oscuro. El astrónomo de origen suizo, pero afincado en California, Fritz Zwicky intentó, en los años treinta, determinar la masa de los cúmulos de galaxias y llegó a la conclusión de que, dadas las velocidades a las que se desplazan las galaxias en su seno (como las abejas en un enjambre), la única forma de explicar que el cúmulo no se disgregara en el espacio era que existiera una gran cantidad de materia no visible, que lo mantuviera ligado por efecto gravitatorio. Postuló, por primera vez, la existencia de materia oscura.

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Si queremos saber de qué está hecho el universo hemos de seguir investigando y quizá algún día en nuestros laboratorios, en los aceleradores de partículas como el LHC en el CERN. El éxito llegará, pero también podría ocurrir que algún día descubramos que no existe tal entidad, porque una idea mejor o una evidencia nueva explican las observaciones cosmológicas más adecuadamente. Aquí viene bien recordar el consejo del poeta inglés del s. XVIII, Alexander Pope, cuando decía “No seas el primero en probar las cosas nuevas, ni el último en dejar a un lado lo viejo”.

En ciencia la imaginación es fundamental. Albert Einstein decía que es incluso más importante que el conocimiento. Con la mente abierta y con la inversión adecuada, seguiremos explorando, seguiremos imaginando, seguiremos descubriendo, sin aferrase a ideas preconcebidas, sin temer a los dragones que podamos encontrar más allá. Decía Heráclito “quien no espera no encontrará lo inesperado”. Esa es la actitud.

La imaginación es más importante que el conocimiento