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Vietnam/Laboratorio para el genocidio

Daniel Goldstein y Alain Jaubert / Vietman laboratorio para el genocidio

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Vietnam/Laboratorio para el genocidio

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Daniel Goldstein Joel Jardim

Alain Jaubert

VIETNAM Laboratorio para el genocidio

Editorial CIÉNCIA NUEVA

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Los artículos "Vietnam: laboratorio para el genoci-dio" y "La guerra geofísica en Vietnam" aparecieron en la revista CIENCIA NUEVA, en los números 17 (julio de 1972) y 21 (diciembre de 1972), respecti-vamente. "La gran estafa de Mr. Nixon", "El sueño de Ripley" y "Los sociólogos millonarios", aparecieron en el semanario MARCHA, de Montevideo, en las ediciones correspondientes a los días 13 de marzo, 10 de abril y 6 de marzo de 1970. "Guerra química y biológica" apareció como el fascículo número 28 de TRANSFORMACIONES, del Centro Editor de Amé-rica Latina. Por último, "Vietnam: la derrota de la ciencia cómplice", apareció en el diario LA OPINION de fecha 27 de enero de 1973.

Las fotografías provienen del audiovisual "Automa-ted Air War", producido por NARMIC (National Action/Research on the Military Industrial Complex) en 1972.

Los libros de Ciencia Nueva

Portada: Isabel Carballo

© 1972 by Editorial Ciencia Nueva SRL Avda. Pte. R. Sáenz Peña 825, Buenos Aires

Hecho el depósito de ley

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Advertencia al lector

Los artículos reunidos en este volumen analizan al-gunos de los distintos ejemplos de aplicaciones bélicas de la investigación científica, tal como se manifestaron durante la guerra de agresión que los EE.UU. lleva-ron contra Vietnam, e intentan mostrar el grado de perversión a que llegaron grandes sectores de la- co-munidad académica norteamericana, haciendo posible la implementación del genocidio tecnológico. Así, los cinco primeros artículos tratan acerca de la guerra química, biológica, electrónica y geofísica, el siguiente acerca de la aplicación de la sociología a los problemas de contrainsurgencia y en los restantes se considera la deformación colectiva de la comunidad científica y los mecanismos que llevaron a ésta a convertirse en la Cuarta Fuerza Armada de los EE.UU.

Pese a que aún se lucha en territorio indochino, el análisis del genocidio perpetrado contra Vietnam pue-de parecer una reiteración inútil ante la urgencia de los problemas que se plantean hoy en América latina. Creemos, sin embargo, que este análisis es más que nunca pertinente, pues en Vietnam no sólo se luchó por el futuro de todos nosotros sino que allí se ensa-yaron las técnicas y las teorías a las que de ahora en adelante recurrirá el imperio para intentar someter a los pueblos que luchan por su liberación.

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Hace ya varios años, cuando el conflicto vietnamita aún no había llegado a perturbar la totalidad de la política internacional, grupos norteamericanos comen-zaron a estudiar y a denunciar la complicidad de los científicos con el aparato militar de los EE.UU. Entre los frutos más importantes de esa labor, que se regis-tró principalmente en las páginas de Viet Report, The Guardian, Ramparts y Minority of One, es indispen-sable destacar la aparición en 1972 de un libro clave, War Without End: American Planning for the Next Vietnams (Vintage Books), de Michael Klare, quien es tal vez el investigador más original y documentado sobre estos problemas. Aun cuando la mayoría de los artículos de la presente selección contienen referencias bibliográficas, queremos señalar al libro de Klare como la fuente de referencia fundamental.

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Introducción

El propósito de la presente selección de artículos sobre la tecnología del genocidio perpetrado por los Estados Unidos en Vietnam, es el de ofrecer una ima-gen integrada de las múltiples facetas de la complicidad de la comunidad académica norteamericana con los crí-menes de guerra cometidos contra los pueblos de In-dochina. Porque la complicidad ha sido total: va des-de los técnicos más o menos anónimos que en los la-boratorios industriales, militares y universitarios di-señaron las armas antipersonal y las municiones de la guerra biológica y química, hasta los eminentes físicos teóricos que planificaron el empleo de esas armas atro-ces y evaluaron sus resultados. Sin embargo, no se trata de condenar a la comunidad científica norteame-ricana sino de señalar que los mecanismos mediante los cuales esa complicidad se engendró, los presupues-tos ideológicos que sirvieron para convertir a los cien-tíficos estadounidenses en sirvientes de los dueños del imperio norteamericano y que los amordazaron y anes-tesiaron moralmente, también operaron con igual sol-vencia y rigor para atrapar y explotar a toda la comu-nidad científica del resto del mundo capitalista, inclui-dos los científicos de los países capitalistas dependien-tes. Todos somos culpables por no haber comprendido

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a tiempo la realidad de nuestra condición de genera-dores de conocimientos necesarios para aquellos que financian nuestro trabajo, nuestra condición de asala-riados contratados para desarrollar labores bien pre-cisas necesarias para que aquellos que detentan el po-der imperial y sus aliados en los países periféricos puedan seguir manteniendo el statu quo.

La gran mayoría de los científicos creímos que éra-mos libres intelectualmente, que investigábamos lo que se nos antojaba, qüe por el mero expediente de publi-car nuestros trabajos en revistas especializadas de libre difusión y rehuir contratos donde se hablara de secre-to militar, salvaguardábamos nuestra condición neu-tral como profesionales de la ciencia y nos colocábamos por encima del bien y del mal. Creímos que las modas de investigación las imponíamos nosotros, que los te-mas de actualidad provenían genuinamente de un de-sarrollo espontáneo del conocimiento, que los descu-brimientos se implementaban porque sí, de acuerdo a los humores o la suerte o el talento de míticos direc-tores de equipos científicos. En suma, nos habían con-dicionado para creernos superhombres, seres diferen-tes del resto de la humanidad, poseedores de la verdad y lo que es aún mucho más grave, una gran soberbia nos hizo suponer que la inteligencia y el talento cien-tífico nos eximían automáticamente de los tribunales humanos, que un premio Nobel o una teoría genial constituían un salvoconducto eterno, natural y com-pleto.

Recién cuando comprendemos cabalmente la mag-nitud de nuestros pasados errores de apreciación acer-ca de nuestra propia actividad científica podemos eva-luar en su verdadera dimensión la trayectoria de Ber-trand Russell, uno de los hombres más inteligentes que produjo nuestra civilización pero, además, el prototipo del ser humano libre, moralmente responsable por to-dos y cada uno de sus actos. Russell en Europa, Linus Pauling en los Estados Unidos, fueron los pioneros solitarios en la denuncia del genocidio perpetrado en Vietnam y de la hecatombe moral de la comunidad aca-démica. Su prédica pudo rescatar de la trampa a nu-merosos científicos y alentó una masiva toma de con-ciencia de la juventud universitaria norteamericana,

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que se convirtió en la avanzada mundial de la oposición a la guerra genocida de los Estados Unidos.

El debate sobre la guerra se generalizó y la partici-pación —directa o indirecta— de los científicos fue investigada y expuesta públicamente. Se pudo demos-trar así que el otorgamiento de subsidios militares tiene objetivos bien precisos: ampliar el conocimiento en áreas de interés militar, resolver problemas básicos y tecnológicos en áreas claves para la tecnología de la guerra.

Los directores de la investigación del Pentágono se encargaron de corroborar estas conclusiones. Así, el jefe de Investigación y Desarrollo del ejército nortea-mericano, teniente general Austin W. Betts, expresó textualmente:

. .nuestra experiencia indica que aquellos que trabajan en las universidades, contratados por el ejército, en investigaciones básicas, están sin-cera y positivamente dedicados a un objetivo: la adquisición de conocimiento. Pero ellos de-berían entender, y la mayoría efectivamente lo reconoce así, que el conocimiento que generan pueden ser y probablemente será utilizado para reforzar nuestra posición militar."1

La guerra de Vietnam sirvió efectivamente para alertar a muchos sobre esta realidad. Las denuncias sobre la aplicación de los resultados científicos para la implementación del genocidio en Indochina se hi-cieron sobre bases fácticas incontestables: los docu-mentos "liberados" de las cajas fuertes universitarias durante las ocupaciones estudiantiles. Allí aparecían netas, sin los mantos hipócritas con que se las cubre para el consumo masivo de profesores, estudiantes y legos; las razones por las cuales se financiaban los pro-yectos, cómo se planificaban las "puestas de moda" de temas concretos, la complicidad de instituciones "irre-prochables" como la U.S. National Academy of Scien-ces y la National Science Foundation y el rol paragu-bernamental y estratégico de las Fundaciones Ford y Rockefeller, destinadas no sólo a financiar proyectos

1 Army Research and Development Newsmagazine, noviem-bre de 1968.

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específicos de vanguardia, de importancia política y militar, si no a crear en el ambiente científico corrien-tes de opinión favorables para la investigación sobre temas de interés militar para los Estados Unidos. Al-gunos de los documentos ponen en evidencia el des-precio que sienten los dueños del poder por sus asa-lariados científicos. La lectura de un archivo conquis-tado por los alumnos de la Universidad de Stanford 2

muestra cómo el Departamento de Defensa le miente descaradamente a sus subsidiados: las razones ''públi-cas" por las que se da dinero nada tienen que ver con los objetivos reales que busca el Pentágono financiando esa investigación. Por ejemplo, el desarrollo del láser ultravioleta, que según el investigador subvencionado puede llegar a tener importantes aplicaciones terapéu-ticas y tecnológicas, fue financiado por el Departa-mento de Defensa para completar el diseño de cier-tas armas capaces,3 entre otras cosas, de enceguecer definitivamente al personal de las dotaciones de artille-ros que controlan las armas antiaéreas convencionales, las responsables de la mayor parte de las bajas sufri-das por los Estados Unidos durante sus masivos bom-bardeos contra Vietnam del Norte.4

En este sistema, pues, no hay garantías. Toda inves-tigación financiada por los Estados Unidos de Norte-américa, ya sea a través de sus fuerzas armadas o sus organismos financieros o de sus agencias de desarrollo o de sus instituciones académicas o de sus fundacio-nes paragubernamentales, tanto dentro de los Esta-dos Unidos como en el exterior, tienen objetivos polí-ticos y militares concretos. Aceptar esa financiación argumentando la libre difusión de los resultados es una excusa que en el mejor de los casos es infantil. Quien lo explicitó claramente fue el Dr. John S. Foster Jr., director de Defense Research and Engineering del Departamento de Defensa de los Estados Unidos:

"Los laboratorios universitarios están dedi-cados a la investigación básica destinada á

2 DOD Sponsored Research at Stanford, SWOPSI Room 590A, Oíd Union, Stanford, Calif. 94305.

3 Science, volumen 175, pág. 866, 25 de febrero de 1972. 4 New Scientist, 13 de julio de 1972, pág. 86.

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profundizar nuestro conocimiento científico de problemas fundamentales que impiden el desarrollo en,áreas claves de la tecnología de la defensa. El mayor valor de los trabajos de investigación de la universidad reside en el sector no secreto. No pretendo minimizar el valor del trabajo secreto realizado por esas instituciones. Sin embargo, creo que la parte más importante es el trabajo básico no se-creto realizado por las universidades."5

Lo importante es comprender que este problema no corresponde al pasado, que no se trata de una lec-tura de hechos históricos. Fuimos testigos de la remo-delación de la estrategia norteamericana en la década de 1960, de la instauración de las tácticas de "respues-ta flexible" para enfrentar a las guerras de liberación nacional, eufemísticamente llamadas "small wars". Y sin embargo, nos sorprendimos por el grado de la es-calada en Vietnam y nos pareció un insulto personal el Plan Camelot. Luego nos hicimos expertos en Viet-nam y ahora lo sabemos todo sobre el Plan Camelot, pero mientras escudriñamos el pasado con una cierta vocación de anticuarios se nos filtra la realidad en sus múltiples formas: espionaje sociológico financiado por la Fundación Ford, gigantescos planes de investigación sobre reproducción y fecundidad financiados por el Population Council, proyectos de neurofisiología finan-ciados por la U.S. Air Forcé, estudios sobre efectos biológicos de radiaciones ionizantes subsidiados por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, y la deformación sistemática de la totalidad de la ciencia básica hacia temas de moda que constituyen priorida-des militares y/o políticas para el imperio norteame-ricano, pero que son en gran parte financiadas con dinero del Estado argentino.

La guerra de Vietnam acabó con la total victoria del pueblo vietnamita, pero las técnicas que los Estados Unidos emplearon en Indochina se siguen desarrollan-do. El 18 de octubre de 1971 Richard Nixon anunció

5 U.S. House of Kepresentatives, Commitee on Appropria-tions Subcommittee, Department of Defense - Appropriations for 1968, Hearings, 90th Congress, Ist Series, part 3, pág. 90.

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en Fort Detrick que esas enormes instalaciones dedi-cadas a la investigación sobre armas biológicas y quí-micas serían desmanteladas y se remodelarían para convertirlas en un gran laboratorio de cancerología. Sin embargo, un año después, el coronel Stanley D. Fair, comandante del Fort McClellan Chemical Center and School, tranquilizaba a los lectores de la revista Army asegurando que si bien "el hombre de la calle puede creer que el ejército norteamericano está aban-donando su potencialidad para instrumentar una gue-rra química, nada está más lejos de la realidad".6 Las instituciones especializadas en la evaluación de arma-mentos y tácticas de guerra, como el Institute of De-fense Analysis y la Rand Corporation, inventores del campo de batalla automatizado, ahora se dedican al "crimen urbano", otro eufemismo con el que se deno-mina la organización de la represión en las ciudades, apelando a los mismos principios y las mismas técnicas ensayadas en Vietnam y en Tailandia.

Daniel J. Goldstein.

6 Neiv Scientist, 30 de noviembre de 1972, pág. 501.

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de un nuevo tijo, de operación vertical, gran autono-mía y capaces de prestar apoyo efectivo a las fuerzas terrestres. Luego de un comienzo tímido en manos de los franceses durante la guerra de Indochina, el heli-cóptero pasó a primer plano y se convirtió en uno de los principales instrumentos bélicos en Vietnam.

Las tácticas antiguerrilleras encontraron así respues-tas novedosas: un nuevo tipo de soldado, multifacético y politizado, y el uso sistemático del helicóptero para contrarrestar la sorpresa y el empleo de terrenos es-cabrosos por parte de la guerrilla.

Hacía falta, sin embargo, algo más. Ni los boinas verdes ni los helicópteros alcanzaban ya para luchar con efectividad en Vietnam, donde las densas selvas tropicales obstaculizan la detección de francotiradores, impiden localizar las emboscadas, disimulan los obje-tivos de la aviación y de la artillería. Por otra parte, dadas las características de la lucha guerrillera -—don-de según Mao (en un texto citado por todos los estra-tegas norteamericanos de la última década) "el com-batiente es como un pez que nada en el agua que es su pueblo — era importante "secar el estanque", es de-cir, cortar la conexión logística y su base de apoyo po-pular. O más simplemente aún, dejarlo sin sustento.

El presidente Kennedy no podía rehuir el compro-miso del siglo, es decir, la exploración de los fértiles campos de la ciencia para encontrar nuevas armas es-pectaculares. Y aunque los orígenes de su fortuna fa-miliar no lo entroncaban con los fundadores del esta-blishment (el contrabando de alcohol durante la Ley Seca era demasiado reciente en la maculada foja de su padre) había vivido en Massachussetts y se había edu-cado en Harvard. La ubicación geopolítica del asesi-nado presidente norteamericano es importante para comprender lo naturalmente que accedía a los pinácu-los de la ciencia norteamericana. El núcleo científico de los Estados Unidos tiene uno de sus centros en Boston, Massachusetts. Harvard y el M. I. T. (Insti-tuto tecnológico de Massachusetts) representan el pa-radigma de la acumulación de poder científico y por lítico en los Estados Unidos. El 25 por ciento de los miembros de la célebre National Academy of Science provienen de estas dos instituciones. De entre 300

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universidades, el M. I. T. mantuvo hasta hace un año el récord absoluto de contratos con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos.

Kennedy estaba en muy buenas relaciones con el es-tablishment científico. Su política interior le había va-lido el apoyo electoral de la universidad. Salvo dege-nerados sociales como Teller o Seaborg, los grandes popes de la academia coincidían con él en la necesi-dad de evitar holocaustos nucleares, pactar con la Unión Soviética y buscar otros métodos para la lucha contra el comunismo. Entusiastas con la actitud de Kennedy en todo lo referente a la cultura —un ver-dadero oasis en el perpetuo desierto del anti-intelec-tualismo norteamericano del que Goldwater, Nixon y Wallace son ejemplos contundentes— coincidieron con el presidente en la necesidad de aguzar el ingenio para diseñar armas piadosas.

Además, J . F. K. era un asiduo lector de Ian Flem-ing, el autor de James Bond. La euforia cientificista de la Casa Blanca llevaba a los asesores de Kennedy a verdaderos delirios salvacionistas, en los que se vi-sualizaban grandes batallas ganadas mediante gases soporíferos que tumbaban a ejércitos enemigos sin más consecuencias que un corto sueño reparador, sólo por el tiempo necesario para hacerlos prisioneros.

Las universidades norteamericanas constituyen la cuarta fuerza armadas de los Estados Unidos de Nor-teamérica. La íntima relación existente entre las co-munidades militar y académica nació durante la Se-gunda Guerra Mundial. El proyecto Manhattan para el diseño y la producción de la bomba atómica, el di-seño y la tecnología del radar, la invención del napalm, son ejemplos clásicos de esta colaboración. Lejos de terminarse con la derrota del Eje, esta relación entre la universidad y las fuerzas armadas se consolidó aún más con la Guerra de Corea y la Guerra Fría. El De-partamento de Defensa pasó a ser la principal fuente de subsidios federales para investigaciones básicas y tecnológicas. Pero el gobierno norteamericano no se limitó a reclutar científicos mediante subsidios mili-tares: movilizó también al máximo organismo cientí-fico de los Estados Unidos, la National Academy of Sciences, quien a través del National Science Board

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Guerra química y biológica

Joel Jardim

"Se define como guerra biológica el uso intencional de organismos vivos o sus productos tóxicos para causar muerte9 invalidez o lesiones en el hombre, ya sea causando su muerte o enfermedad o a través de la limitación de sus fuentes de alimentacón u otros recursos agrícolas. El hombre debe sostener una continua batalla para mantenerse y defenderse a sí mismo9 a sus animales y a sus plantas9 en competición con insectos y microbios• El objeto de la guerra biológica es ma-lograr estos esfuerzos mediante la dis-tribución deliberada de gran número de organismos de origen local o foráneo9 o sus productos tóxicos, haciendo uso para ello de los medios más efectivos de diseminación y utilizando puertas de en-trada inusuales. La guerra biológica ha sido adecuadamente descrita como salud pública al revés" Del folleto Efectos de los agentes de la guerra biológica, publicado por el Departamento de Salud, Educación y Bienestar de los Estados Unidos de Norteamérica, en julio de 1959.

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John Fitzgerald Kennedy llegó al poder con algunas ideas fijas. Entre ellas estaba su plan para flexibilizar una posible respuesta militar norteamericana, hasta entonces enmarcada rígidamente en el uso de disposi-tivos nucleares. J. F. K. sabía que el futuro de su país estaba poblado por guerras limitadas, en las cuales, por razones políticas, se haría muy difícil si no impo-sible utilizar todo el arsenal nuclear táctico. Los con-flictos limitados deberían pues enfrentarse con méto-dos nuevos, que aseguraran una gran versatilidad de respuestas, que se adecuaran a requerimientos tácticos variables.

Por empezar hacía falta un nuevo tipo de soldado de élite, superentrenado para operar con la mayor in-dependencia y en el cual la esencial neutralidad ideo-lógica del conscripto se reemplazara por una formación política adecuada que le permitiera matar, torturar y sabotear con cabal conocimiento de causa. Este solda-do debía ser no sólo un operador sino un formador de cuadros cívico-militares nativos de los países invadi-dos. Así surgió el cuerpo de los green berets (boinas verdes).

Los teatros de operaciones de estas nuevas guerras limitadas prometían dificultades insalvables para las armas convencionales. Hacía falta utilizar transportes

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y la National Science Foundation condujo a la élite de las universidades a la investigación de áreas de gran potencialidad bélica: la biología molecular, la física atómica, la matemática aplicada y la sociología.

Esta hábil conducción del esfuerzo científico norte-americano se hizo evidente cuando el ejército de los Estados Unidos, durante la administración de J. F. Kennedy, implemento su nueva estrategia para luchar contra los movimientos de liberación nacional dentro y fuera del país. La guerra química y biológica tomó un nuevo ímpetu y el remozamiento de los arsenales tácticos hizo que se convirtiera en una necesidad el desarrollo de la genética de microorganismos, la in-munología, la neurofisiología y la neuroquímica. Por-que sin conocimientos básicos adecuados en estas ramas de la ciencia, el desarrollo de los agentes bio-lógicos, el diseño de neurotoxinas y drogas psicotró-picas y de dispositivos defensivos para sus propios soldados es imposible. La sociología y la psicología social pasaron a tomar un lugar preponderante en los planes de investigación, frente a la necesidad de im-plementar programas complejos y amplios de control policial de poblaciones civiles, necesarios tanto en el exterior como en los mismos Estados Unidos, frente al avance del movimiento de liberación de la población negra.

Frente a la destructividad sin límite de las armas nucleares —que nunca cesaron de desarrollarse y per-feccionarse— o de las nuevas armas convencionales —cada vez más mortíferas— la farmacología, la toxi-cología y la microbiología modernas aportaban teóri-camente una posibilidad de diseño de dispositivos efectivos pero carentes de letalidad. Además, uniendo lo útil con lo agradable, los gastos de producción e in-vestigación en farmacología, toxicología y microbio-logía son ridiculamente bajos si se los compara con los del desarrollo de armas nucleares.

Las ventajas El U. S. Arrny Field Manual FM3-10 titulado Em-

pleo de agentes químicos y biológicos dice textual-mente:

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"Capacidad de búsqueda (search capacity): Los agentes biológicos «antipersonal» pueden ser disemi-nados, en concentraciones efectivas para producir ba-jas, sobre superficies extremadamente amplias. Mu-chos kilómetros cuadrados pueden ser efectivamente cubiertos por un solo avión o misil. La «capacidad de búsqueda» de las nubes de agentes biológicos y las dosis relativamente pequeñas que se necesitan para causar infecciones entre la tropa dan a las municiones biológicas la capacidad de cubrir grandes áreas donde los objetivos militares no están precisados con exac-titud pero donde los informes de los servicios de inte-ligencia hacen suponer que pueden existir tropas enemigas."

"Ausencia de aviso: Un ataque biológico puede ocurrir sin dar ningún aviso ya que los agentes bioló-gicos pueden ser diseminados, mediante sistemas de armamentos que no llaman la atención, en un área considerablemente alejada del blanco ya que se cuen-ta con el movimiento del aire para llevar el agente a su objetivo. Los agentes biológicos no pueden ser de-tectádos por los sentidos sin ayuda de instrumentación adecuada. La detección y la posible identificación de los mismos requiere por lo general una apreciable can-tidad de tiempo y técnicas de laboratorio complicadas (que por supuesto no están a disposición de unidades guerrilleras)."

"Penetración de estructuras: Las nubes de agentes biológicos pueden penetrar fortificaciones, refugios y otras estructuras (incluyendo bunkers y túneles sub-terráneos) desprovistos de filtros adecuados. Esta ca-pacidad provee un medio para atacar tropas que se encuentran en fortificaciones tales que constituyen un blanco difícil para municiones dotadas de explosivos de alto poder o para armas nucleares de potencia reducida."

"La no destrucción de material y estructuras: Los agentes biológicos antipersonal llevan a cabo su co-metido sin destruir físicamente —o afectando muy poco— sus blancos. Esto constituye una ventaja en ( . . . ) operaciones de combate, donde puede ser ne-cesario conservar esas estructuras para las fuerzas amigas."

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Historia de la G. Q. B.

Desde la antigüedad el uso de gases y gérmenes ha causado singular horror. En 1855 un almirante inglés, Lord Dundonald propuso a Su Majestad Británica el uso del azufre contra los rusos en la Guerra de Crimea, pero tras largo debate la propuesta fue dese-chada por el gobierno inglés, por considerar a la gue-rra química horrible y no honorable. También se re-chazaron sugestiones parecidas durante la Guerra Ci-vil de los Estados Unidos. Pero los posteriores usos, pronto desechados por ineficaces por el ejército bri-tánico, del ácido pícrico y la lidita en la Guerra de los Boer, hacen pensar que la tecnología de la época aún era insuficiente. Después de la Guerra dejos Boer se firmaron en La Haya, en 1899 y 1907, resoluciones prohibiendo "el uso de proyectiles cuyo único objeto fuera la difusión de gases asfixiantes". Los términos de tal acuerdo eran demasiado específicos. Así empezó la historia moderna de la guerra química, durante la Primera Guerra Mundial.

El 22 de abril de 1915 los alemanes lanzaron sobre las líneas francesas en Ypres una nube de gas de cloro, matando a más de 5.000 soldados y produciendo otras 10.000 bajas. El desastre fue tal que la línea del fren-te se quebró, abriendo a los alemanes el camino del Canal de la Mancha. Pronto empezaron las técnicas de defensa y a fines de abril de 1915 los Aliados inau-guraron el uso de máscaras antigás en los frentes de combate. Se inició una escalada continua de gases tó-xicos y técnicas paliativas, que culminó con el uso ma-sivo del mortífero gas de mostaza (iplirita). Aunque éste no fue usado hasta la última parte de la guerra, se estima que produjo 400.000 bajas. Se calcula que en total ambos bandos insumieron 124.200 toneladas de gases tóxicos en la contienda.

Los horrores de la guerra química y la presencia en los países europeos de miles y miles de veteranos ga-seados, inválidos condenados a una supervivencia de hospital, impactaron de tal modo a la opinión pública internacional que se convocó a la Conferencia que en Ginebra en 1925 convino la prohibición de todo uso de gases asfixiantes, venenosos e incapacitantes. El

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Protocolo de Ginebra fue firmado por 32 naciones —entre las que no estaban ni Japón pero sí los Esta-dos Unidos— y abiertamente violado aún antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial: en 1936 las tropas de Mussolini emplearon el gas de mostaza con-tra los etíopes durante la Campaña de Abisinia.

Dos particularidades caracterizaron los avances de la, guerra química y biológica durante la Segunda Guerra Mundial: los tremendos progresos, científicos y tecnológicos que produjeron los países en conflicto y su no utilización en los campos de batalla europeos. Años antes del comienzo de la guerra se empezó a desarrollar en Alemania un tipo de gases más mortí-fero de los conocidos hasta ahora: los gases neuro-tóxicos. Estos gases son dos órdenes de magnitud más letales que los utilizados en la Primera Guerra y ade-más carecen de olor. El primer descubrimiento fue accidental: tratando de conseguir insecticidas más po-derosos, el doctor Gerhard Schrader, investigador de las industrias I. G. Farben, sintetizó un poderoso tóxico u órgano fosforado, que fue manufacturado con el nombre de tabún. En 1938 sintetizó un gas aún más tóxico, el sarín, que mata paralizando el sis-tema nervioso; en 1944 logró el tercer gas neurotóxi-co, el más terrible, el somán. Era demasiado tarde . . . A todo esto también en los países aliados contra el Eje se investigaba en el tema.

En 1943 el Office of Strategic Services (O.S.S., ser-vicio de informaciones predecesor de la C.I.A.) in-formó a la Junta Suprema de Comandantes que los alemanes podían efectuar un ataque con armas bioló-gicas. Ese mismo año se abrieron las instalaciones de Fort Detrick, por muchos años el centro fundamental de las investigaciones estadounidenses en guerra quí-mica y biológica.

De las potencias en guerra fue el Japón la que no se limitó a la investigación de laboratorio en el tema. Además de centros de investigación en guerra quími-ca, como la Escuela de Guerra de Narashino, contó con campos de prueba, donde se experimentaba sobre víctimas humanas.

En un artículo aparecido en 1955 en la revista Bungei Shunju, Hirosh Akiyama, que trabajó en el

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centro de investigación, relata cómo murieron entre 1.500 y 2.000 cobayos humanos, infectados con gér-menes de cólera, tifus y peste bubónica.

¿Por qué las armas químicas y biológicas no fue-ron utilizadas en los campos de batalla de Europa ni entre los Estados Unidos y Japón? La respuesta es parecida a la de por qué pierden valor las armas nu-cleares estratégicas ante la paridad de "poder de di-suasión" entre las grandes potencias: el desencadenar tales armas entre partes igualmente capaces de utili-zarlas se vuelve fatal para todas ellas. Hay que tener en cuenta que el uso de armas químicas y biológicas es relativamente sencillo y que, por ejemplo, menos de un cuarto kilo de toxina botulínica, conveniente-mente distribuido, alcanza para matar a toda la po-blación del mundo.

Las armas químicas no causaron bajas más que ac-cidentalmente entre los ejércitos que lucharon en Eu-ropa, pero los gases tóxicos fueron empleados durante la guerra. Con Zyklon B, un gas letal también fabri-cado por las I. G. Farbenindustrie, los nazis mataron a cientos de miles de judíos y opositores antinazis en las cámaras de gas de los campos de concentración.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las armas bacteriológicas reaparecieron en la Guerra de Corea. En febrero de 1952 se denunció el uso que de ellas hacían los Estados Unidos. Para comprobar estas de-nuncias se formó la Comisión Científica Internacional para la investigación de los hechos concernientes a la guerra bacteriológica en Corea y en China, integrada por científicos de renombre de varios países. Esta co-misión concluyó, tras una larga investigación que "los pueblos de Corea y China han servido de blanco para las armas bacteriológicas. Estas armas fueron usadas por destacamentos del ejército de los Estados Unidos, que utilizó para este fin muchos y variados métodos, algunos de los cuales son continuación de los métodos utilizados por el ejército japonés en la Segunda Gue-rra Mundial". Se produjo un informe de 700 páginas, presentado ante las Naciones Unidas en octubre de 1962, citando el uso de moscas, piojos, mosquitos, roedores, conejos y otros animales pequeños infecta-dos con gérmenes de cólera, antrax, peste bubónica y

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fiebre amarilla. Los Estados Unidos refutaron los car-gos y las Naciones Unidas nunca se pronunciaron. Egipto utilizó gases vesicantes en Yemen, desde 1963 hasta por lo menos 1967.

Los antecedentes Cuarenta años duró la soledad, el cruel aislamiento

en que vivían los militares y científicos del Army Che-mical Corps (ACC), ignorados por el Estado Mayor, despreciados por las universidades importantes y ame-nazados cotidianamente con su disolución como orga-nismo. Hartos ya de tantas postergaciones, decidieron en 1959 pasar a la ofensiva lanzando en combina-ción con la Armed Forces Chemical Association —en grupo de militares e industriales directamente subven-cionados por las principales corporaciones químicas norteamericanas— una campaña publicitaria denomi-nada Operación Cielos Azules. Era el momento del auge de los psicofármacos, y por radio y televisión y la prensa escrita estos profetas de la guerra química predicaron el evangelio de las armas incapacitantes, con su slogan hacia una guerra sin muerte. Los gru-pos de presión parlamentarios de la industria química completaron el movimiento de pinzas (la muy impor-tante Comisión de Ciencia y Aeronáutica de la Cá-mara de Representantes se puso de su lado) y en 1961 el Army Chemical Corps se vio súbitamente sumergido en dólares, constituyéndose en el núcleo central de un programa interdisciplinario en "Chemi-cal and Biological Warfare" (Guerra Química y Bio-lógica). De ahí en más, nadaron literalmente en dinero. El presupuesto inicial (1961) fue de 57 mi-llones de dólares; en 1965 había ascendido a 155 millones, pero esta cifra es parcial ya que en con-cepto de adicionales había recibido otros 117 mi-llones. En 1969, el monto de adicionales había sido candorosamente sumergido en el rubro de secreto mi-litar. Y además de este presupuesto líquido, están los fondos suplementarios para la construcción de edifi-cios y su equipamiento. El instituto más importante —y más publicitado— del Army Chemical Corps era Fort Detrick, en Maryland, que ocupaba un área de

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1.300 acres y tiene un complejo edilicio evaluado en 75 millones de dólares. De acuerdo con el folleto edi-tado por Fort Detrick para atraer investigadores, el establecimiento era "una de las granjas de animales más grandes del mundo" donde "los equipos para es-tudiar los organismos patogénicos (serán) los mejores < el mundo". A fines de 1970, Fort Detrick fue des-mantelado como parte de la campaña con que el go-bierno del presidente Nixon pretendió publicitar sus aperturas pacifistas.

Lo peculiar de Fort Detrick no residía en su tamaño ni en sus equipos. Mientras un reducido número de sus 600 científicos trabajaban en temas de microbio-logía básica, el resto del equipo se dedicaba a pro-gramas que tenían la cualidad de invertir el principio fundamental de la medicina y la salud pública: en for-ma coordinada se buscaba reforzar, perfeccionar, la capacidad patogénica de ciertos microorganismos cui-dadosamente elegidos; y en los casos en que se in-vestigaba la producción de vacunas protectoras contra ciertas infecciones, los resultados eran del más clasi-ficado secreto militar. Sólo el 15 por ciento de los resultados científicos recogidos anualmente en Fort Detrick aparecieron publicados en revistas científicas convencionales, accesibles. El resto forma parte de la literatura secreta administrada por el Departamento de Defensa (D.O.D.) y sólo accesible en parte para otras agencias gubernamentales y firmas que realizan trabajos para el gobierno.

Microbios a medida La gran mayoría de las enfermedades humanas y

animales de etiología conocida son producidas por agentes biológicos, virus, rickettsias, hongos, proto-zoarios y nematodes. La importancia de las enferme-dades infecciosas en la medicina reside precisamente en su enorme incidencia y en la contagiosidad. Si bien el desarrollo de la quimioterapia y de las técnicas de inmunización han permitido, junto a los avances de la ingeniería sanitaria y el control de insectos trans-misores, eliminar ciertas infecciones, curar otras y, en general, reducir grandemente la mortalidad y morbi-

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lidad, el problema de las enfermedades infecciosas per-siste. El porcentaje total de enfermedades causadas por agentes microbianos no ha decrecido, y han prolifera-do nuevas infecciones de muy difícil tratamiento.

Para que un microorganismo pueda ser utilizado como arma de guerra, tiene que ser altamente infec-cioso, conservar su virulencia y su capacidad multi-plicativa durante el almacenamiento, transporte y di-seminación; debe ser resistente a las condiciones ex-tremas que le esperan una vez diseminado; la tasa de inactivación espontánea debe ser mínima y la estabi-lidad genética máxima, para no retromutar a formas convencionales; y, finalmente, debe ser factible su cultivo en gran escala.

Fort Detrick se ocupaba, en síntesis, en seleccionar ciertas enfermedades tácticamente apetecibles para un enemigo y en forma meticulosa —una verdadera in-geniería de la infección— manipulaba su agente causal hasta convertirlo en un arma biológica, a la vez desa-rrollaba vacunas para proteger a los soldados norte-americanos.

La aerobiología Fort Detrick fue uno de los principales centros de

investigación en el área de la aerobiología, que es algo así como el estudio de los mecanismos de infección por vía inhalatoria. La aerobiología es especialmente im-

^ portante para la guerra biológica, porque la idea de vehiculizar agentes infecciosos por medio de aerosoles —suspensión de pequeñas partículas en el aire— está desplazando los métodos convencionales para transmi-tir enfermedades. El análisis estadístico de los recur-sos clásicos de infección masiva —por ejemplo, el en-venenamiento o la contaminación de fuentes de agua o sistemas de ventilación cerrados— ha demostrado que el número de personas simultáneamente afectadas por la enfermedad es relativamente pequeño y que las po-sibilidades de contrarrestar la maniobra son nume-rosas. Por el contrario, utilizar el aire como vehículo ofrece una masividad excepcional a la vez que hace muy difícil una respuesta sanitaria rápida y efectiva.

Muchas de las enfermedades infecciosas se transmi-

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ten normalmente por vía aérea. El resfrío común, las influenzas, infecciones mico ticas como la coccidioido-micosis, son unos pocos ejemplos que ilustran la efec-tividad de la puerta de entrada respiratoria. Las en-fermedades virales respiratorias son, como grupo, res-ponsables de la mitad o más de las enfermedades agudas que aquejan al hombre y del 30 al 50 por ciento del ausentismo al trabajo de adultos.

En las pocas ocasiones en que los científicos de Fort Detrick emergieron de sus laboratorios secretos para asistir a congresos técnicos, mostraron una es-pecial predilección por las conferencias multidiscipli-narias sobre infecciones respiratorias, donde casi todos los trabajos versaban sobre técnicas de aerosolización y desarrollo de infecciones por puertas de entrada no convencionales. Por ejemplo, les interesaba la obten-ción de aerosoles microbianos de gérmenes normal-mente infecciosos por otras vías. Es muy ilustrativo el caso de la infección de monos con aerosol conteniendo Rickettsia rickettsii, el organismo responsable de la terrible fiebre moteada de los montañas Rocallosas, y la infección con aerosol con virus de la fibre amarilla.

El virus de la fiebre amarilla cumple normalmente un ciclo en el que interviene un reservorio —el hom-bre o el mono enfermo— y un vector, el mosquito Aédes aegypti. El hombre enfermo se convierte en un dador de virus, que el mosquito transporta infectando al picar. La profilaxis clásica de la enfermedad con-siste en vacunar a los habitantes de una zona endé-mica y exterminar al mosquito. Es decir, en la forma natural de la enfermedad, la infección respiratoria no existe. Fort Detrick la inventó. Desde el punto de vista clínico, el tipo de puerta de entrada utilizado por un microorganismo dado puede o no afectar el desarrollo ulterior de la enfermedad. De por sí, él utilizar una nueva vía de acceso confunde radicalmen-te la sintomatologa clínica y convierte, en el caso de la infección por vía respiratoria, a cada enfermo en un potencial diseminador —a través de las expectoracio-nes y la tos o el estornudo, clásicos aerosoles bio-lógicos. En Fort Detrick se enfermó hace años un técnico de laboratorio, de una fulminante peste bu-bónica de forma pulmonar. Si bien por varios años

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se mantuvo el sumario en secreto, como información clasificada, el Departamento de Estado finalmente re-conoció que la persona trabajaba en un laboratorio donde se perfeccionaban aerosoles de Pasteurella pes-tis, la bacteria causante de la peste bubónica. La for-ma pulmonar de la peste, invariablemente mortal en 1 a 5 días si no se inicia inmediatamente el trata-miento específico con antibióticos es sensacionalmente contagiosa y es la más temida porque prescinde de la rata como vector; por otra parte, su sintomatología es tan diferente a la de la peste bubónica ganglionar que los médicos —si no sospechan la posibilidad de una infección por P. pestis—, encuentran muy difícil lle-gar al diagnóstico (y por ende al tratamiento) con la requerida celeridad.

Posibilidades biológicas Los manuales no clasificados del ejército norteame-

ricano sobre guerra biológica, los folletos del Departa-mento de Defensa y de Fort Detrick utilizados para atraer y reclutar investigadores y las publicaciones para militares permiten obtener una idea del tipo de en-fermedades consideradas útiles por el Pentágono. To-das son invalidantes, algunas con períodos agudos de gran mortalidad, otras con tendencia a una cronicidad siderante.

Entre los organismos estudiados y presumiblemente en primera línea de utilidad, están los causantes de la brucelosis, la tularemia, la fiebre moteada por las Mon-tañas Rocallosas, la psitacosis, la coccidioidiomicosis y el botulismo. La magnitud de los proyectos de gue-rra química y biológica y la enorme cantidad de dinero disponible hicieron muy popular en el ambiente cien-tífico norteamericano, tanto industrial como universi-tario, el tema de la guerra biológica. La cooperación e interrelación entre organismos militares y otros cen-tros de investigación comenzó cuando el Army Che-mical Corps transfirió al Servicio de Salud Pública un cuantioso subsidio, que aseguró la ayuda de esta úl-tima institución a proyectos clasificados "de interés nacional". Poco tiempo después, la National Acade-my of Sciences, el organismo más prestigioso e im-

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portante de la ciencia norteamericana —inspirada por el Servicio de Salud Pública y presionada por ciertos grupos de la American Chemical Society y de la Ame-rican Society for Microbiology— inició la colaboración con el Departamento de Defensa y abrió una serie de oportunidades para investigaciones en guerra biológica y química, muy bien remuneradas, para atraer talento a Fort Detrick.

Una vez que la Academia estableció el contacto, las universidades norteamericanas se abalanzaron sobre esta jugosa fuente de fondos y se formó así una enor-me red de laboratorios que, funcionando en diferentes instituciones, dependían económica y temáticamente de Fort Detrick. Pennsylvania State University esta-ba enteramente dedicada al D.O.D. John Hopkins University, por ejemplo, recibió entre 1955 y 1963 más de un millón de dólares dedicados a estudiar la patología y la clínica de enfermedades de potencial uso como agentes de guerra química y biológica y la eva-luación de ciertas respuestas inmunológicas y clínicas a toxoides y vacunas. Estas investigaciones, que pro-seguían hasta 1967, no eran comentadas en los semi-narios normales de la universidad, y sus resultados no se publicaron nunca en las revistas científicas habi-tuales. El Centro Médico de la Universidad de Duke ha estado trabajando desde hace 10 años en la pro-ducción de una vacuna contra el Coccidiodes immitis, y solo parte de los hallazgos ha sido publicada. En Stanford, la totalidad de los proyectos relacionados con G. Q. B. son clasificados. Varios grupos del M.I.T., Michigan State University, Ohio State Univer-sity, University of Minnesota y University of Chicago, están subvencionados por proyectos de defensa pero pueden publicar en los canales convencionales. Uno de los medios más atrayentes para desviar talento y recursos a la investigación sobre guerra química y biológica es el de ofrecer becas para doctorado a es-tudiantes graduados.

Importante como es la contribución de las univer-sidades al desarrollo de la guerra química y biológica, más de la mitad del dinero invertido con este propó-sito es otorgado a firmas industriales y de centros de investigación independientes, como la Arthur D. Lit-

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tle, Inc., que son considerados como la más prolífica fuente de nuevos compuestos y agentes químicos.

Nuevamente J . F. Kennedy El cientificismo del malogrado presidente Kennedy

produjo otro proyecto, denominado Agüe, con un pre-supuesto inicial de 30 millones de dólares anuales que contemplaba la investigación y desarrollo de produc-tos tóxicos para plantas, a ser utilizados en guerras de contrainsurgencia.

Las ventajas de estos productos aparecen expuestas en detalle en el Manual del Ejército Norteamericano TM 3-216, "Biología Militar y Agentes Biológicos", en el que se describen a los productos químicos defo-liantes y herbicidas como dotados de "un alto poder ofensivo para destruir o limitar seriamente la produc-ción de alimentos agrícolas y para defoliar vegeta-ción". Agrega que "no existen recursos defensivos probados contra estos compuestos. Cuando los sínto-mas aparecen en las plantas tratadas, nada puede hacerse para evitar la destrucción. Los productos son detoxificados en el suelo después de un período de varias semanas o meses".

Otro malogrado dirigente de pueblos libres, el pre-mier survietnamita Ngo Dinh Diem, fue el inspirador del uso masivo de estos agentes químicos. Los norte-americanos comenzaron en 1961 un plan de defolia-ción de Vietnam del Sur, cuyo objetivo táctico era la destrucción de las selvas utilizadas por el Frente de Liberación Nacional como refugios, bases de opera-ciones militares y sitios de emboscada. El pobre Diem . tenía otras ideas del respecto, y no cesaba de repetir, en un show bien estudiado lleno de mapas y cifras, que la destrucción de la selva no era lo importante. Lo que Diem quería era la destrucción sistemática de todos los campos cultivados en zonas de influencia del Frente de Liberación Nacional. Después de mucho insistir —ningún visitante norteamericano podía evi-tar, en Saigón, el show de Diem— accedieron a llevar en cada vuelo de rociamiento con gases fitotóxicos, un oficial survietnamita responsable, encargado de iden-tificar y ordenar el tratamiento de cultivos en zonas

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dominadas por el FLN. Fue entonces cuando Roger Hilsman, jefe de Inteligencia del Departamento de Es-tado y Secretario Asistente para Asuntos del Lejano Oriente durante la administración Kennedy, se opuso a la utilización de aviones y pilotos norteamericanos porque las "repercusiones políticas a la larga serían tales que dejarían sin valor las posibles ventajas tác-ticas" de la defoliación, ya que la guerra fitotóxica era "muy reminiscente de la guerra de gases".

Pentágono I Pero el Pentágono, con su clásica indiferencia por

la opinión y las órdenes de las autoridades civiles, se dedicó a entrenar pilotos survienamitas que tomaron a su cargo los programas de guerra química, utilizando aviones norteamericanos repintados con los colores de Vietnam del Sur.

Cuando en febrero de 1962 la Unión Soviética acu-só a los Estados Unidos de estar utilizando recursos de guerra química en Vietnam, el New York Times rechazó los cargos aduciendo que sólo se consideraban objetivos militares las selvas y los pastizales, y que pilotos norteamericanos no intervenían en operaciones contra sembradíos. La contestación era técnicamente correcta, pero se olvidaba del informe semioficial apa-recido en la revista Newsweek de fines de noviembre de 1961, donde se explicitaba que instructores norte-americanos de las Fuerzas Especiales estaban instru-yendo a pilotos vienamitas en el uso de agentes quí-micos que podían destruir instantáneamente cultivos de arroz o de cualquier otra planta, para ser utiliza-dos contra las bases agrícolas del Frente de Liberación Nacional.

Como hasta 1961 toda la investigación sobre herbi-cidas provenía de terrenos experimentales situados en las zonas templadas del hemisferio norte, especial-mente en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alema-nia y Suecia, poco o nada se sabía sobre el efecto de los fitotóxicos en terrenos y vegetaciones como las existentes en Vietnam. El Pentágono, urgentemente necesitado de información, concibió entonces la idea de instalar centros de investigación en herbicidas en

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otros países asiáticos, del mismo clima y tipo de terre-no que Vietnam pero sin guerrillas molestas. Este pro-yecto del Pentágono fue enfáticamente combatido por el Departamento de Estado, a través del embajador plenipotenciario Averrel W. Harriman, pero pese a la oposición se materializó a los pocos meses en forma de una serie de centros secretos, muchos de ellos en Tai-landia, país en el que se los engloba en un proyecto denominado en código Ocunus Defoliation Test. Des-de de 1964, es incesante el uso de estos centros tailan-deses, en dos regiones que comprende jungla tropical perenne seca y bosques secundarios con vegetación achaparrada, para la experimentación de fitotóxicos.

Como el resto de la aventura vietnamita, el pro-grama de defoliación norteamericano tuvo orígenes humildes. En noviembre de 1961, se utilizaban seis aviones de transporte de tropas C-123, reacondiciona-dos y provistos de tanques externos de fumigación ca-paces de transportar 10.000 libras de defoliante —casi 5.000 kilogramos—, cantidad necesaria para rociar 120 hectáreas con la concentración máxima de 28 li-tros por hectárea. Estos aviones, que utilizaban como base el aeropuerto militar de Clark Field, en las Fili-pinas, efectuaron 60 vuelos entre noviembre y diciem-bre de 1961 y 107 misiones en 1962. El nombre de guerra de la unidad de rociamiento era entonces Operative Ranch Hand y su comandante, el mayor Ralph Dresser de la Fuera Aérea, le comentó una vez al corresponsal de la revista Flying (el órgano de pren-sa de la industria aeronáutica norteamericana) que su equipo era el más odiado en todo Vietnam. A pesar de su modestia inicial, en el 1967 el programa de defo-liación tenía asignados —conocidos— 60 millones de dólares anuales y contaba con una flota mucho más numerosa de C-123 y con 18 supertanques a reacción. Y con dinero de misterioso origen, el proyecto adqui-rió para 1967 un total de 60 millones de dólares en herbicidas y defoliante no clasificados, cantidad que alcanza para 12.000 raids de C-123, es decir, para rociar 1.440.000 hectáreas, la mitad de la superficie arable de Vietnam del Sur. Esta compra desmesurada de herbicidas significó, según la revista Business Week, que las industrias dedicadas a este rubro tenían ase-

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gurada la venta de su producción por cuatro años, y que la prioridad del abastecimiento militar traería problemas a los productores agrícolas norteamerica-nos, que habían experimentado una situación similar en 1964, cuando era casi imposible conseguir 2,4,5-T y 2,4-D, dos de los herbicidas más utilizados en los Estados Unidos.

Entre lo útil y lo agradable A principios de 1968, los corresponsables acredita-

dos ante el Pentágono recogieron las razones por las cuales el comando militar norteamericano decidió de-sarrollar la guerf& fitotóxica: la necesidad de realizar experimentos de defoliación en zonas de jungla densa, las necesidades tácticas de la infantería combatiente en Vietnam, que considera la defoliación sistemática como la única manera de terminar con el constante peligro de las emboscadas en senderos y caminos sel-váticos y, por último, a la presión monstruosa ejercida por el Army Chemical Corps, que a toda costa quería vender al ejército los inventarios completos, en el ru-bro herbicida, de ciertas firmas industriales. No es ningún secreto que las principales productoras de her-bicidas son la Dupont de Nemours y la Dow Chemical —la misma firma que manufactura y distribuye el napalm.

El otro lado de la historia se deja entrever en el informe presentado por Roger Hilsman al Comité de Defensa de la Cámara de Representantes, cuando co-mentando su inspección de zonas de combate defolia-das, expresó textualmente:

"Las hojas no estaban, pero permanecían las ramas y los troncos. Pero ( . . . ) no son las hojas ni los tron-cos lo que los guerrilleros utilizan como escondite, sino las curvas del camino, las alturas y los valles. Más tarde, el decano de la Misión Militar Australiana en el Vietnam del Sur, coronel Serong, me indicó que la defoliación en realidad favorece a las emboscadas, porque cuando hay vegetación cerca del camino los soldados atacados pueden buscar protección en ella, pero cuando ha sido destruida, los guerrilleros tienen un campo de fuego mucho mayor."

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Los herbicidas

Los tres herbicidas básicos utilizados en Vietnam del Sur son los siguientes: a) agente naranja, mezcla por partes iguales de esteres n-butilos de 2,4-D y 2,4,5-T, para defoliaciones de selva; b) una combi-nación de picloram y 2,4-D en un solvente poco volá-til especial para control de arbustos y que requiere —en aplicaciones civiles— una técnica muy cuidadosa y precisa para evitar destrucciones masivas de vegeta-ción, y c) el agente azul, o ácido cacodílico, un herbi-cida arsenicado empleado en Vietnam del Sur para destruir arrozales y en Estados Unidos para el control del pasto.

Esta lista escueta, publicada por el Pentágono, re-sulta ampliamente superada por la que dio a conocer la Associated Press en marzo de 1967, que contenía en su mayor parte productos nombrados por sus de-nominaciones en código. Mientras el Pentágono in-siste en que estos productos no son tóxicos para el hombre ni sus animales, la información química habi-tual dice lo contrario. El ácido cacodílico, o agente azul, es un ácido orgánico arsenicado que tiene un 54,29.por ciento de arsénico, según el Merck Index of Chemicals and Drugs, y cuya letalidad en perros es considerable: la dosis letal media es de 1 gramo por kilo peso. Es precisamente por esta extrema toxicidad que, en el uso civil, la aplicación de ácido cacodílico requiere la colaboración de pilotos muy experimenta-dos, ya que se .debe evitar la contaminación de fruta-les y otros vegetales, según lo advierte Alden Croft, profesor de la Universidad de California, en su texto "The Chemistry and Mode of Action of Herbicides". Los compuestos 2,4-D y 2,4,5-T también requieren una cuidadosa aplicación, pues se trata de fitotóxicos inespecíficos que según la dosis, destruyen una gran variedad de árboles y plantas. Estos compuestos —áci-dos diclorofenoxiacético y triclorofenoxiacético, res-pectivamente— én pequeña cantidad se comportan co-mo si fueran las hormonas normales de crecimiento de las plantas, induciendo el crecimiento de tallos, raí-ces, hojas, la floración, la fructificación, la maduración y la caída de los frutos y las hojas. En cantidades ma-

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yores, estos derivados del ácido fenoxiacético son ve-nenos potentísimos, pues provocan en las plantas una explosión de crecimiento: los tejidos vegetales crecen y se diferencian en minutos, desenfrenadamente, cum-pliendo en poco más de un día su ciclo vital, para ter-minar marchitándose y muriéndose por el enorme gasto metabólico. La falta de especificidad de estos compuestos y su gran potencia hace que una fumiga-ción ineficiente determine una masiva destrucción vegetal en una vasta zona. Por otra parte, como la fumigación se efectúa a baja altura, en zonas de co-rrientes aéreas variables, es necesario tener un máximo de cuidado a fin de evitar la dispersión y el desplaza-miento del tóxico. Pero los detalles de las operaciones de rociamiento que ofrecen los pilotos del proyecto Ranch Hand no dejan ninguna duda sobre el particu-lar: como deben volar tan bajo, sus aviones son so-metidos a un intenso tiroteo desde tierra, que los obliga- a ejecutar maniobras evasivas constantemente y en momentos de peligro mayor, deben expulsar en 30 segundos su cargamento de 3.700 litros de herbi-cida para retomar altura y escapar de los proyectiles de rifle y ametralladora liviana que los reciben al volar sobre los pueblos. Es decir, que una operación de fu-migación de sembrados con herbicidas resulta una aventura peligrosa, que impide hacer las cosas con mucho cuidado y donde la requerida parsimonia del piloto se reemplaza por un sálvese quien pueda. El re-sultado es una ciega diseminación de tóxicos sobre un área muy amplia y en muchos casos, como las emer-gencias tan comunes, las concentraciones de compues-tos químicos rociados llegan a niveles inauditos. Los mismos norteamericanos experimentaron estos azares de la fumigación cuando el rociamiento poco cuida-doso de un área militar provocó la defoliación de la totalidad de la plantación de caucho de la Michelin, cerca de Saigón, con un costo estimado de 87 dólares por árbol para el erario público norteamericano.

En 1961 sólo se hablaba de defoliación de selvas. Recién en marzo de 1966 el Departamento de Estado reconoció oficialmente que 20.000 acres de cultivos habían sido deliberadamente tratados con herbicidas. Sin embargo, un despacho desde Saigón aparecido en

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el New York Times, elevaba a 52.000 hectáreas el total de sembradíos tratados con fitotóxicos desde 1962. En febrero de 1962 el Pentágono informó, a través del Departamento de Defensa, que se habían utilizado suficiente cantidad de fitotóxicos como para fumigar 386.000 hectáreas, pero que como muchas áreas fueron repetidamente tratadas, el "área total de defoliación es significativamente menor".

Si bien este informe no especificaba la cantidad de hectáreas defoliadas y la cantidad de cultivos destrui-dos, el general John P. McConnell, el entonces jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, declaró en 1967,. ante el Senado, que del millón de acres tratados desde 1962, 60.000 hectáreas correspondían a sembradíos. Estas cifras contrastan con las presentadas por el pro-fesor Yoisi Fukushima, presidente de la Sección de Agronomía del Consejo Nacional de Ciencia del Japón, que realizó en 1967 un estudio sobre la campaña defo-liativa norteamericana en Vietnam del Sur. Según Fu-kushima, los ataques norteamericanos con herbicidas y defoliantes habían destruido, hasta entonces, más de 1,6 millones de hectáreas de sembradíos y tierra ara-ble, con un saldo de 1.000 campesinos muertos y más de 13.000 cabezas de ganado envenenadas.

Una nueva generación de defoliantes está siendo ya utilizada en Vietnam. El corresponsal del New York Times en Vietnam, Charles Mohr, anunció el 17 de octubre de 1967 que se estaba utilizando una nueva droga defoliante en el sudeste de Laos, para contrarrestar la infiltración de guerrilleros a lo largo de la Senda de Ho Chi Minh. Este nuevo tóxico, según los informantes de Mohr, es especialmente efectivo por la rapidez de su acción y por su prolongada per-manencia en el suelo después de aplicado. Es posible —Mohr no lo identificó en su nota— que el nuevo fitotóxico aludido sea el Tordon 101, el agente blanco desarrollado por la benemérita Dow Chemical Co., comentado elogiosamente en el Technical Abstract Bulletin del 1? de julio de 1965. Entre los agentes biológicos más efectivos contra plantas se destacan los hongos. La trágica Hambruna de las Papas que desvas-tó Irlanda en 1840 se debió a una epidemia de mil-diu, una enfermedad de las papas causada por el

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hongo Phytophtora infestants. Los esporos de los hon-gos son arrastrados por el viento, la lluvia, los ríos y por insectos, animales y restos de plantas; pequeñas cantidades de esporos pueden infectar áreas muy ex-tensas. Una de las pestes más dañinas del trigo está causada por el hongo Puccinia graminis tritici; entre los proyectos conocidos del Departamento de Agri-cultura de la Universidad de Minnesota está la eva-luación de diversas cepas de este hongo en sú viru-lencia y aplicabilidad militar. Otra peste muy útil es la enfermedad del arroz causada por el hongo Piricu-laria oryzae. En 1966 el ejército otorgó a una investi-gadora de Fort Detrick la Medalla del Servicio Dis-tinguido —la condecoración más alta a que puede aspirar un civil en los Estados Unidos— por el desa-rrollo de cepas especialmente virulentas de hongos que atacan el arroz en tiempos récord.

Los efectos de la defoliación La totalidad de los datos científicos existentes sobre

la persistencia y metabolización de los herbicidas pro-venían, hasta la guerra de Vietnam, de estudios reali-zados en suelos norteamericanos o europeos.. Mientras que en esas regiones los microorganismos del suelo dan cuenta muy rápidamente de los herbicidas, des-componiéndolos o alterando sus moléculas hasta hacer-las inofensivas —el proceso de detoxificación— hay una creciente evidencia que en los barros anaeróbicos de los fondos de los pantanos y arrozales vietnamitas nada de esto ocurre, y que los compuestos quedan por tiempo indefinido ejerciendo su acción tóxica. Quien sin duda tiene datos sobre el particular es el Pentá-gono, que recoge información de sus campos experi-mentales asiáticos, pero en el informe ofrecido a la prensa en enero de este año, se hacía hincapié a que en base a la experiencia norteamericana, no se corría ningún riesgo de alterar gravemente la ecología por el uso de los herbicidas en cuestión. Arthur W. Galston, profesor de Biología en la Universidad de Yale y actual presidente de la Sociedad Botánica de Norteamérica, puntualizó así sus objeciones puramente científicas al uso militar de herbicidas en Vietnam:

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1. Algunos de los herbicidas utilizados, como el áci-do cacodílico, son suficientemente tóxicos para el hombre como para prohibir su uso indiscriminado sobre áreas pobladas. Otros, como los derivados del ácido fenoxiacético, son poco tóxicos en pequeñas dosis —las utilizadas en Estados Unidos con fines ci-viles— pero la exposición repetida a los mismos, y en las altas concentraciones utilizadas en Vietnam, provocan en el hombre lesiones cutáneas, oculares y respiratorias cuya evolución se desconoce.

2. Algunos de los productos químicos utilizados en Vietnam, como el picloram, tienen una vida media en el suelo que es excesivamente larga. La Dow Che-mical, que lo manufactura, informa que sólo el 3 por ciento desaparece —en suelos norteamericanos— a los 400 días. Es decir, que la falta de detoxificación efec-tiva en el suelo vietnamita permite producir un efecto desorbitado sobre las áreas rociadas.

3. Aun si fueran totalmente inocuos y se detoxi-ficaran rápidamente, los efectos del uso continuado y repetido de derivados del ácido fenoxiacético tendrán efectos terribles en la ecología del habitat selvático. La estabilidad del suelo depende de la flora micro-biana, que produce sin cesar sustancias que cemen-tan entre sí a partículas elementales de tierra, hasta formar terrones unitarios. Con las defoliaciones ma-sivas, la fotosíntesis cesa y la alimentación de los microbios, provista por sustancias nitrogenadas secre-tadas por las raíces, se interrumpe. En estas condicio-nes, el suelo pierde cohesividad, se hace inestable bajo lluvias intensas como las de Vietnam, y el resultado es la movilización de grandes capas fértiles a los ríos.

4. La defoliación de las selvas altera totalmente los ciclos vitales de insectos, roedores y mamíferos pequeños, que a su vez resulta en la alteración total de los mecanismos naturales que hacen posible la realización exitosa de labores agropecuarias, tornando a su vez el lugar altamente vulnerable a epidemias y epizootias.

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Peste bubónica, importación y exportación En 1964, Vietnam del Sur exportaba 49 millones

de toneladas de arroz, en 1968, debió comprar 800.000 toneladas al Departamento de Agricultura de los Es-tados Unidos para solucionar parcialmente la escasez del grano en ciertas zonas del país.

El 3 de diciembre de 1967, el New York Times dio a conocer el informe del Comando de Defoliación del I I I Cuerpo de ejército norteamericano —que opera en la zona norte del Vietnam del Sur— donde se asegura que 40.800 hectáreas han quedado sin ras-tros de vegetación después de campañas de rocia-miento reiterado para evitar la repoblación vegetal.

La Organización Mundial de la Salud, en su in-forme de enero de 1968, indica que las enfermedades por carencia vitamínica —beri beri, ceguera nocturna, anemias— son ya masivas en Vietnam del Sur. Por otra parte, denuncia la aparición de enfermedades in-fecciosas como la peste bubónica en tal número que se corren riesgos de epidemias masivas. La malnutri-ción ¿n la población civil, concluye el informe, ha llegado a un punto nunca visto en el país con ante-rioridad. ¿Quiénes sufren los efectos de la defolia-ción? Como los norteamericanos saben por su do-lorosa experiencia, no son las Fuerzas de Liberación Nacional las afectadas. Los viejos, los inválidos, los niños, los lactantes, las embarazadas y las parturientas configuran el grupo directamente afectado por la li-quidación sistemática de los sembradíos. Sin embargo, la campaña sigue, y el número de zonas devastadas por agentes químicos continúa el ascenso. La asime-tría de la guerra de Vietnam se muestra aquí también: el único objetivo militar alcanzable por los norteame-ricanos es la población civil, a quien diezma y con-vierte simultáneamente en enemiga. El objetivo mi-litar del Frente de Liberación es el ejército norteame-ricano, a quien diezma y confunde. El FLN mata ene-migos, los norteamericanos fabrican Vietcongs.

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Defoliación y malformaciones fetales

Mientras la defoliación continuaba en Vietnam, el Frente Nacional de Liberación y el Gobierno Provi-sional Revolucionario de Vietnam del Sur luego, de-nunciaban una y otra vez que en las áreas rociadas con 2,4,5-T la incidencia de recién nacidos con deformi-dades y de abortos de fetos monstruosos había subido alarmantemente. En tanto la prensa norteamericana y europea callaba esas denuncias o las englobaba en la categoría degradante de "propaganda", el National Cáncer Institute de los Estados Unidos había encar-gado en 1966 a los Bionetics Research Laboratories una empresa norteamericana dedicada a efectuar in-vestigaciones básicas y tecnológicas por cuenta de ter-ceros, la realización de un estudio sobre el posible efecto teratogénico (productor de malformaciones fe-tales) de los defoliantes. Estas investigaciones ultra-secretas arrojaron resultados positivos: el 2,4,5-T es altamente teratogénico para los animales de experi-mentación. Pese a que en 1968 la Federal Drug Ad-ministration y el National Cáncer Institute habían sido ya oficialmente notificados por la Bionetics acerca de la teratogenicidad del 2,4,5-T, ese año se defolia-ron más de medio millón de hectáreas en Vietnam del Sur. Sin embargo, una filtración informativa análoga a la que permitió el conocimiento público de los in-formes sobre Vietnam del Pentágono en 1971, causó una gran conmoción general en los Estados Unidos, al publicarse una comunicación secreta de los Bione-tics Research Laboratories a fines de 1969. El Na-tional Cáncer Institute no tuvo más remedio que confirmar públicamente tanto el resultado de las in-vestigaciones como el hecho de haber sido notificado casi dos años antes.

Nuevamente la opinión pública en general y los científicos en particular se enfrentaron con la realidad de la guerra colonial. La masacre de Mi Lai estaba fresca en los titulares cuando apareció el informe so-bre la toxicidad de los defoliantes para el /feto. La presión política sobre el gobierno de Nixon determinó que el físico Lee DuBridge, asesor del presidente en cuestiones científicas, prohibiera en abril de 1970 el

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uso del 2,4,5-T en los Estados Unidos, mientras el Pentágono anunciaba oficialmente que no había re-cibido ninguna orden presidencial para interrumpir los programas de defoliación en Vietnam. Una vez más el establishment norteamericano dio una prueba de racismo a escala internacional; a las bombas de Hiroshima y Nagasaki, arrojadas sobre Japón cuando la guerra estaba ya ganada, "porque los amarillos son prescindibles" se suma ahora Vietnam, donde en for-ma indiscriminada y abrumadora se rocía con agentes defoliantes teratogénicos objetivos civiles, mientras se prohibe su utilización en los Estados Unidos. Esta prohibición constituye una verdadera farsa, ya que las condiciones en que se lo usa en los Estados Unidos no revisten ninguna peligrosidad, pues se lo emplea como herbicida (no como defoliante masivo) y ja-más cerca de fuentes naturales de agua ni de po-blaciones.

Confirmando las denuncias del Frente Nacional de Liberación y del Gobierno Provisional Revolucionario de Vietnam del Sur, el doctor Mathew Meselson, pro-fesor de Biología Molecular de la Universidad de Harvard, miembro de la National Academy of Scien-ces, y recipendario del premio más importante de la ciencia norteamericana para la biología experimental —el U. S. National Academy Prize for Molecular Biology— visitó hospitales survietnamitas a princi-pios de 1971 y comprobó personalmente que desde el comienzo de los programas de defoliación las mal-formaciones congénitas se acrecentaron en ese país, como puede leerse en la revista científica norteame-ricana Science (8 de enero de 1971).

Sin embargo, la cuestión defoliantes no acabó ahí, ya que la decisión oficial sobre el uso del 2,4,5-T fue impugnada por dos de las empresas que lo ma-nufacturan, la Dow Chemical Company y la Hercules Incorporated. Y sucedió algo escandaloso: se decidió apelar a la National Academy of Sciences, el organis-mo más importante de la ciencia norteamericana y una de las corporaciones científicas de más renombre y prestigio del mundo. La Academia aceptó el papel salomónico y comenzó por confeccionar una lista de posibles nombres para integrar la comisión encargada

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de fallar sobre el caso, pero al hacerlo olvidó —pe-queño detalle— de constatar si existía o no algún conflicto de intereses entre las personas propuestas y el tema en cuestión. Sucedió que sí existía, porque entre los panelistas propuestos había un candidato de la Dow Chemical y otro de Monsanto, dos de los productores más importantes de 2,4,5-T. Inmediata-mente se planteó la incompatibilidad y si bien se excluyeron a esos nombres, la presidencia de la co-misión recayó en J. G. Wilson, lo cual también sus-citó una violenta reacción ya que no son secretas sus conexiones con la Hoechst Pharmaceutical Company, los Mcneil Laboratories y Procter and Gamble. Final-mente se formó un panel sin conexiones muy evidentes con los productores de 2,4,5,-T, que falló en contra la prohibición del defoliante en base a "falta de da-tos". Esto suscitó otro escándalo en la comunidad cien-tífica (ver Science, 13 de agosto de 1971) y la se-riedad de la National Academy of Sciences por primera vez pasó a ser cuestionada por mucha gente que hasta entonces suponía que constituía el paradigma y las garantía de juicios científicos no contaminados por los intereses corporativos.

Pentágono II " . . .Los Estados Unidos no han adherido a ningún

tratado, actualmente en vigencia, que prohiba, o res-trinja, el uso en guerra de gases tóxicos —o no— o humo, o materiales incendiarios, o de guerra bacterio-lógica". Así dice el Army Field Manual 27-10 del ejército norteamericano. El Departamento de Estado nunca fue partidario demasiado entusiasta de los agen-tes de guerra biológica y química, pero cuando en los primeros meses de 1964 el Pentágono le solicitó en forma oficial que evaluara jurídicamente el uso de gases no letales en Vietnam presentó un .informe ecléc-tico dando el visto bueno, pero con "limitaciones"—. De todos modos, el pedido del Pentágono había sido pura formalidad, porque desde 1962 estaba equipan-do a los soldados survietnamitas con una variedad de gases lacrimógenos perfeccionados, como simple preámbulo a su uso en el campo de batalla en 1964.

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En rigor, los Estados Unidos fueron parte y fir-maron el acuerdo de la Conferencia de Ginebra de 1925 que declaró ilegal el uso en guerra de gases asfixiantes, venenosos y de todo tipo/Lo ambiguo de la situación proviene del hecho que el Comité de Re-laciones Exteriores del Senado, en una sesión a puer-tas cerradas, se negó en 1926 a ratificar la firma del acuerdo. Era un peculiar momento en la vida política norteamericana, donde una nueva ola de aislacionismo se hacía sentir en todo momento y cuando la Legión Americana, con el apoyo de la American Chemical Society, tenía opiniones muy definidas a favor de los arsenales químicos.

En 1943, F. D. Rooselvet definió la política nor-teamericana referente al uso de gases en la Segunda Guerra Mundial: no iban a emplearse a menos que las potencias del Eje lo hicieran primero. El mismo Ei-senhower se negó a usarlos en Corea en forma ofen-siva. Pero en 1960 tanto el Departamento de Estado como el Pentágono, en forma oficial, ratificaron que el objetivo del desarrollo de arsenales biológicos y químicos era el tener un espectro de armamentos ade-cuado para responder a una acción hostil de todo tipo.

En 1965, ocurrió un cambio radical en el conte-nido de las declaraciones oficiales del Departamento^ de Estado: Dean Rusk y Cyrus Vanee comenzaron a asegurar, reiteradamente, que los Estados Unidos "no utilizaban gases letales en Vietnam del Sur". De los otros, sí.

El caso Utter Los técnicos de psicología social del Pentágono

efectuaron uno de los mejores trucos publicitarios que registra la historia política norteamericana, para ven-derle a la población el uso de gases en Vietnam sin que protestara por el mal olor. Fabricaron el caso Utter, que efectivamente paralizó todo tipo de pro-testa organizada de la opinión pública, mientras el uso de gases se generalizaba hasta convertirse en otro recurso habitual de la guerra. L. N. Utter era un te-niente coronel de los Marines, que comandaba un batallón. El 7 de setiembre de 1965, el comando ñor-

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teamericano en Saigón dio a conocer un comunicado de prensa anunciando que el teniente coronel Utter estaba detenido y se le había instituido un sumario por haber autorizado el uso de 18 granadas de gas la-crimógeno en el transcurso de una pequeña operación de patrulla.

Según la versión de New York Times, el coronel Utter había desechado la idea de usar granadas de fragmentación, lanzallamas o armas automáticas para desalojar a "sospechosos" de sus reductos, porque éstos se escudaban con mujeres y niños. El uso de gas lacrimógeno, pues, le había parecido lo más humani-tario. La promesa de una investigación y de ser ne-cesario, un juicio, y la abundante propaganda sobre los motivos humanitarios de la acción del teniente co-ronel Utter colmaron inmediatamente la prensa nor-teamericana. Se acusaba a Utter por no haber pedido autorización a Westmoreland antes de ordenar el uso de gases. Dos semanas más tarde, el 22 de setiembre, Westmoreland solicitaba —con una gran parafernalia publicitaria— permiso para utilizar gases cuando su aplicación fuera más humanitaria que el uso de armas convencionales. El New York Times, al comentar el pedido, recalcaba que Westmoreland había tenido siempre esa autorización.

El 25 de setiembre, Westmoreland anunció que no se tomaría ninguna medida disciplinaria contra Utter; se negó en lo sucesivo a discutir el caso y el sumario nunca fue dado a conocer a la prensa.

En octubre de 1965, en el documento público que produjo una compañía de consultores del Travellers Research Center, de Hartford, Connecticut, por en-cargo del Pentágono, para analizar la política oficial de los Estados Unidos con respecto al uso de armas químicas y biológicas, se deja bien establecido que ni el Pentágono ni la comandancia norteamericana en Saigón habían dado nunca órdenes de no usar gas, que el uso de gas de cualquier tipo lo determinaba el comandante de cada unidad en el teatro de operacio-nes y que el general Wallace M. Greene, comandante en jefe del Cuerpo de Marines, había confirmado en una carta privada que "no había habido, ni hay ahora, ni habrá ninguna intención de someter a Utter a una

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corte marcial, o aplicarle sanción disciplinaria de nin-gún tipo".

Los resultados del asunto Utter fueron evaluados así por el semanario Navy, órgano oficial de la ma-rina norteamericana, en su editorial de octubre de 1965: "La reacción de la prensa esta vez ha sido muy favorable, indicando que ahora los editores norteame-ricanos se dan cuenta cuanto más humanitario es el uso de gas que los mortales efectos del napalm, los lanzallamas y las armas automáticas."

Gas: primera generación Hasta 1964, los tres gases utilizados en Vietnam

del Sur eran el CN, el CS y el DM. Los manuales de campo del ejército norteamericano definen la acción de estos agentes como productores de "efectos fisio-lógicos irritantes o invalidantes temporariamente cuan-do entran en contacto con los ojos o cuando se in-halan. Estos gases para control de turbas, usados en concentraciones adecuadas, no lesionan en forma per-manente". Estos gases tienen una historia antigua: el CN y el DM fueron inventados en los últimos años de la Primera Guerra Mundial, y el CS fue inventado en Inglaterra en la década del 50 y adaptado por los norteamericanos. El nombre químico del CN es clo-roacetofenona. Es un gas lacrimógeno de acción rá-pida y un irritante de las vías respiratorias superiores. Según un texto militar, el TM3-215, en "concentra-ciones altas es un irritante de la piel, que causa sensa-ciones de quemadura y escozor en las partes húmedas del tegumento; concentraciones aún mayores producen ampollas, y en general la sintomatología es la de que-maduras actínicas". El CS es el -o-clorobenzalmalo-nonitrilo, y el TM3-215 comenta sus efectos fisioló-gicos: "el CS produce efectos inmediatos aún en con-centraciones bajas. El comienzo de la incapacitación es a los 20 ó 30 segundos después de la exposición y la duración de sus efectos se prolonga hasta 10 mi-nutos después que el individuo se encuentra respiran-do aire fresco. Bajo efectos de la droga, el individuo está incapacitado para efectuar ninguna acción coor-dinada. Tos, abundantes lágrimas, sensación de que-

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mazón en los ojos, dificultad creciente para respirar, dolor torácico, cierre involuntario de los ojos, mareos y pérdida del sentido. Concentraciones mayores pro-ducen náuseas y vómitos". Hasta la fecha el ejército norteamericano arrojó en Vietnam más de 7.000 to-neladas de CS.

El DM, o adamsita, es el más tóxico de estos agen-tes. Fue inicialmente desarrollado por los alemanes durante la primera guerra mundial, y es un compuesto arsenicado: difenilaminocloroarsina. Todo el mundo acepta que si bien se llora bajo los efectos del DM, la acción principal de este tóxico es la de irritar mar-cadamente las vías respiratorias: según Prentiss, un brigadier británico que dirigió el Chemical Warfare Service, una exposición de diez minutos con 3 mili-gramos de tóxico por litro de aire es letal. En Viet-nam, los norteamericanos utilizan granadas de DM y CN mezclados, con el objeto de reunir un agente de acción rápida —el CN— con otro de acción pro-longada y de efectos fisiológicos más incapacitantes.

De los túneles a los B-52 Hasta 1965, los norteamericanos y sus mercenarios

survietnamitas utilizaban los gases para controlar ma-nifestaciones callejeras, revueltas urbanas y para des-pejar túneles. En febrero de 1966, la administración Johnson cambió cualitativa y cuantitativamente el uso dejases lacrimógenos. El 21 de ese mes, un pequeño sector de jungla a 265 millas de Saigón fúe simple-mente sumergido en gas mediante granadas lanzadas desde helicópteros. Pocos minutos después, un escua-drón de gigantescos B-52 saturó el 85 por ciento del área con bombas. La evaluación militar del ataque fue tan optimista que esta técnica se extendió rápidamente a todos los frentes de lucha. El New York Times, citando fuentes de Washington, explicó al día siguien-te que la nueva táctica de lanzamiento de granadas de gas mediante helicópteros para obligar a los gue-rrilleros a salir de sus túneles para saturar luego la zona con bombardeos aéreos masivos contribuía a res-tituir la eficacia de las misiones de los B-52, que habían perdido todo valor. Es decir, del uso de gas

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con fines humanitarios se pasaba al uso de gas para facilitar un presunto exterminio masivo mediante ata-ques aéreos posteriores. Sin embargo, esto no fue todo. Se implementaron dos tácticas nuevas: la saturación desde el aire con gas, con posterior descenso en he-licóptero, de tropas de infantería aerotransportadas u§ando máscaras de gas; y saturación gaseosa de sec-tores enemigos seguidos por ataques de infantería con máscara de gas. Este último método fue utilizado el 8 de mayo, en la frontera con Camboya, y según los despachos de las agencias noticiosas norteamericanas, se había utilizado DM en concentraciones lo sufi-cientemente altas como para causar vómitos. El re-portaje de la United Press International calificó este ataque como aquel en que "más gas y en mayor con-centración se había usado hasta entonces en la guerra".

Lo notable de estas tácticas combinadas es su falta de efectividad militar, como se puede juzgar por los resultados. En enero de 1967, el corresponsal de la Associated Press en Saigón informaba que desde 1964 se habían experimentado numerosos gases y numero-sas técnicas para su utilización, pero que los resul-tados eran desastrosos: el Vietcong no salía de los túneles y el número de prisioneros no había aumen-tado significativamente.

Los viejos, los niños, los enfermos ¿Qué significa gas no-letal? Dos médicos de la

Universidad de Harvard, en un artículo publicado en el New England Journal of Medicine —una de las tres publicaciones más prestigiosas de medicina de los Estados Unidos— atribuyen a los tres gases utilizados en Vietnam del Sur las siguientes potencialidades: " . . . son invalidantes, pero generalmente no-letales, aunque pueden matar en ciertas condiciones: concen-traciones muy altas del tóxico, susceptibilidad especial del gaseado, como en el caso de ancianos, enfermos o niños". Teniendo en cuenta el ya mencionado in-forme de la Organización Mundial de la Salud del 23 de junio de 1968, la población civil de Vietnam del Sur, en su estado de malnutrición crónica agra-vado por avitaminosis específicas, anemias y enfer-

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medades infecciosas graves siempre en aumento, pa-recería ser muy fácilmente susceptible a sufrir los peo-res efectos del gas. El doctor E. W. Pfeiffer, profesor de Zoología de la Universidad de Montana, dio a co-nocer una carta de un médico canadiense, A. Ven-nema, que integraba el equipo profesional del Hos-pital Provincial de Quang Nai, fechada el 23 de no-viembre de 1967. En una parte, el doctor Vennema dice:

"Durante los últimos tres años, examiné y traté numerosos pacientes gaseados; hombres, mujeres, y niños expuestos a gases militares cuyos nombres des-conozco. El tipo de gas usado es tal que uno se en-ferma con sólo tocar la piel del paciente o inhalar el aire de sus pulmones. Después de estar con ellos du-rante tres minutos, uno tiene que dejar el consultorio para no descomponerse. La historia clínica de los pa-cientes es el haber estado en una cueva o refugio en el cual estalla una granada de gas, arrojada para obli-garlos a salir. En los pacientes que me tocó atender, me llamó poderosamente la atención la similitud de sus síntomas y signos con la de los veteranos gasea-dos de la Primera Guerra Mundial que tratábamos en el Queen Mary Veterans Hospital de Montreal. La única diferencia residía en que los pacientes vietna-mitas estaban más agudamente enfermos. Los pacien-tes están febriles, semicomatosos, severamente disnei-cos (marcada dificultad para respirar), con vómitos, inquietos e irritables. La tasa de. mortalidad de adul-tos es de un 10 por ciento, y en niños de 90 por ciento."

Pero quizás resulte más claro aún recordar un des-pacho de la agencia Reuter publicado en el New York Times del 13 de enero de 1966, que confirmaba la muerte de un soldado australiano de 24 años y el es-tado grave de otros seis luego de un ataque con ga-ses a un sistema de túneles del noroeste de Saigón. El cable señala que tanto el australiano que murió asfixiado, como sus compañeros, estaban utilizando máscaras antigás.

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Gases: segunda generación

Tampoco los gases clásicos hacen lo que deben: lo prueba una nota aparecida en el Wall Street Journal del 5 de enero de 1966, en la que se anuncia que es-taba a consideración de los jefes de Estado mayor norteamericanos el uso de nuevos gases en Vietnam, los gases de "segunda generación". Pierre Darcout, escribiendo para UExpress en 1968, describió un ata-que de la Primera División Aeromóvil en la que se utilizó BZ, el producto más incapacitante que poseen hasta ahora los norteamericanos en Vietnam. Poco se sabe sobre el BZ, y lo único que aparece en infor-mación no clasificada puede leerse en el manual téc-nico del ejército TM3-215, que cita los siguientes efectos del tóxico: interferencia con actividad ordi-naria, retardo de la actividad psíquica y física, dolor de cabeza, mareos, alucinaciones, comportamiento ma-níaco, fiebre y desorientación. Por último, cabe con-signarse la existencia de una variedad de gases que afectan en formá muy específica el funcionamiento de las terminales nerviosas que controlan los movimien-tos musculares, que si bien aún no han usado en Viet-nam, forman parte del arsenal permanente norteame-ricano, en una variedad de formas que abarcan desde bombas convencionales hasta cohetes y misiles como el Little John, el Honest John, y el Sergeant.

Napalm

El napalm es gasolina gelatinizada. Originariamente el término napalm ( derivado de las primeras sílabas de naftenato y palmitato, ácidos grasos) designaba a la droga que, al ser mezclada con gasolina, producía una gelatina incendiaria; actualmente se emplea para nombrar a esta gelatina y a sus derivados. Existen también el super-napalm enriquecido con sodio, mag-nesio o fósforo, capaz de producir temperaturas entre 1.500°C y 2.000°C. el napalm-B, una de las varieda-des incendiarias utilizadas en Vietnam, consiste en una mezcla de un cuarto de gasolina, un cuarto de benceno y un medio de poliestireno. Las armas in-cendiarias tienen una muy temprana aparición en la

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historia de la guerra: existen referencias de usos bé-licos del fuego en el tercer milenio antes de Cristo. Agentes incendiarios fueron utilizados —sin mayor efectividad— durante la Primera Guerra Mundial y este uso condujo a la prohibición de su manufactura mediante los tratados de Saint-Germain-en-laye (1919) y del Trianon (1920).

AL comenzar la Segunda Guerra Mundial, ante las posibilidades abiertas por los avances de la aviación, los Estados Unidos se interesaron en el desarrollo de agentes incendiarios. El Dr. Louis Fieser, eminente profesor de química orgánica de la Universidad de Harvard, inventó el napalm y lo desarrolló en cola-boración con el Servicio Químico de Guerra del Ejér-cito de los Estados Unidos (U. S. Army Chemical Warfare Service). Este es uno de los ejemplos más perfectos de investigación aplicada con fines bélicos realizada en una universidad. El equipo responsable nunca manifestó sentir el menor remordimiento frente a los terribles usos del descubrimiento. Las víctimas del napalm sufren fundamentalmente por las quemadu-ras de tercer grado causadas por el calor intenso y por el envenenamiento por monóxido de carbono. La adhesividad de la gelatina produce quemaduras ex-tensas y profundas embebiendo los tejidos, que siguen ardiendo mucho después del trauma inicial. La insu-ficiencia renal aguda es la más grave de las compli-caciones, además de las deformaciones y pérdidas de miembros.

4'La imposibilidad de efectuar en las áreas de com-bate transfusiones sanguíneas masivas e injertos de piel agrava considerablemente los casos. Las tasas de mortalidad y morbilidad son desproporcionadamente altas en los niños. Las anemias preexistentes, presen-tes en forma endémica en las regiones donde la po-blación está malnutrida e infectada de parásitos, ha-cen imperativa la necesidad de transfusiones. Esta me-dida no suele ser aplicable en las zonas donde se rocía con napalm." (P. Reich y W. Sidel, Napalm, New England Journal of Medicine, 13 de julio de 1967, p. 86-88).

En 1965 comenzó el uso del napalm en Vietnam. Desde entonces se multiplicaron en la prensa ñor-

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teamericana las descripciones de los espantosos efec-tos sobre la población civil y el mundo vio con horror las primeras fotografías de niños totalmente desfigu-rados por las quemaduras. (Un artículo del New York Times del 6 de junio de 1965 relataba: "Cuando los comunistas abandonaron Quang Ngal el lunes pasado, los bombarderos norteamericanos hicieron blanco so-bre las colinas hacia donde se dirigían. Muchos viet-namitas —unos 500— murieron en el ataque. Se es-tima que se trataba de soldados Vietcong. Pero tres de cada cuatro pacientes hospitalizados por quema-duras con napalm eran mujeres campesinas.")

El napalm, en tanto que arma incendiaria, no es considerada como arma química propiamente dicha sino como arma física (conjuntamente con los explo-sivos, aunque uno y otros son, técnicamente hablan-do, también químicos). De acuerdo a este concepto, el documento más importante para el control de las armas químicas y bacteriológicas, el Protocolo de Gi-nebra de 1925, no lo menciona. Dado el relativo éxito obtenido por las campañas contra las armas nucleares, se considera importante luchar por separado por la abolición de las armas incendiarias, químicas y bio-lógicas. El napalm tiene una característica muy im-portante en común con las armas químicas y bioló-gicas: su bajo costo. Por otra parte es relativamente fácil de lanzar, desde aviones comunes. Por estos mo-tivos ha sido utilizado en guerras donde no estaban involucradas directamente grandes potencias. Las or-ganizaciones palestinas han denunciado el uso del napalm por Israel. Aunque ha tenido poca difusión, han llegado ocasionalmente a la prensa evidencias de bombardeos con napalm contra los movimientos gue-rrilleros en las selvas de Guatemala, Venezuela y Colombia.

La maquinaria militar norteamericana inició la aventura survietnamita con el propósito de poner a prueba, refinar y estandarizar una tecnología moderna de contrainsurgencia. Se contaba con la economía más fuerte del mundo, con la tecnología más avanzada y con un ejército listo para acomodarse a las peculia-res exigencias de un rol policial. El número de hom-bres empleado comenzó siendo muy bajo, la cantidad

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de dólares invertidos también y proporcionalmente, las bajas militares.

Es decir, Vietnam comenzó como un banco de en-sayo y con el definido objetivo político de ser el gran escarmiento. Ahora sigue siendo el banco de en-sayo y su objetivo político, para los norteamericanos, está perdido: ya no pretenden escarmentar más a na-die, sino terminar de una vez por todas con el pro-blema y salvar algo de cara. Para los países subdesa-rrollados que deberán pasar inexorablemente por la experiencia de la guerra de liberación nacional, Viet-nam es una lección de recursos y un acabado mues-trario del tipo de dificultades y problemas creados por un enemigo altamente singular. Los bombarderos de 8 motores a reacción, los B-52, con su enorme precisión de ataque y su tremenda carga destructiva, no pueden impedir el accionar del Frente de Libera-ción Nacional. Combinar su poder de fuego con el gaseo indiscriminado tampoco prueba ser efectivo. Los helicópteros no pueden suplir la movilidad del gue-rrillero; nueve años de escalada defoliante no han destruido los pastizales por donde se desliza el ejér-cito popular de liberación. La respuesta norteameri-cana a la impotencia militar no encuentra otro camino que la intensificación ciega e inútil dentro de sus pa-trones clásicos: aumentar más el poder de fuego de sus aviones, tanques y cañones, aumentar el número y el poder de sus agentes herbicidas y fitotóxicos, pa-sar de los gases lacrimógenos convencionales a gases nauseantes y de ahí a eventuales gases psicotrópicos. La guerra química y biológica es una realidad. No sólo perdió su carácter disuasivo sino que se convir-tió en arma ofensiva. Por otra parte, nada hace supo-ner que el resto del arsenal biológico y químico per-manecerá realmente en la reserva. Es muy probable que se comience a probar tóxicos y agentes biológicos específicos, entre los cuales el hongo contra el arroz de Fort Detrick es un prototipo. Cada región del mundo subdesarrollado tiene un recurso agrícola bá-sico de sustentación; muchos laboratorios probable-mente compiten por la obtención de venenos especí-ficos para cada uno de ellos. Tampoco tiene que ser obvia como hasta ahora la guerra biológica. Hay en-

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fermedades que son endémicas en vastas zonas del mundo subdesarrollado, y la aparición de organismos más virulentos o de características nuevas puede pa-sar por natural y espontánea.

La hábil preparación psicológica de la población civil norteamericana para que aceptara el uso de ga-ses tóxicos en Vietnam, invocando razones humani-tarias consiguió algo mucho más importante: el acos-tumbramiento a su existencia. Los herbicidas, los ga-ces tóxicos dejaron de ser noticia, como las incursio-nes de los B-52 o los ataques con napalm.

Los norteamericanos no han utilizado aun en Viet-nam del Sur su arsenal de enfermedades contagiosas: quizás no han recurrido a las epidemias porque los cambios ecológicos producidos por sus campañas de-foliantes y herbicidas son tan abrumadores que las epidemias se instalan solas, en una población de mal-nutridos crónicos donde el hambre y la deficiencia alimentaria se exacerban día tras día por una verda-dera Alianza para el deceso. A fines de 1970 el presi-dente Nixon anunció que los Estados Unidos destrui-ría sus arsenales de gases tóxicos y de armas bioló-gicas. Este anuncio, muy publicitado, fue acompañado por la destrucción de gases neurotóxicos (muchas to-neladas fueron arrojadas al mar) y varios centros de investigación sobre armas biológicas, entre los cuales se contaba Fort Detrick, fueron desmantelados. La defoliación en Vietnam siguió, y se extendió a Laos y Camboya. Sin embargo, el mero hecho de liquidar existencias de gases (con el riesgo ulterior de con-taminación del mar) y desmantelar centros como Fort Detrick no varía fundamentalmente la situación: por una parte, la producción de esos gases nunca estuvo a cargo de los laboratorios militares que los estudia-ban, sino en manos de la industria privada, que ob-viamente no fue desmantelada. Las recetas para su confección, los dispositivos para su diseminación y las tácticas militares para su empleo ya están regtda-das. El conocimiento requerido para fabricar y uti-lizar gases tóxicos no fue destruido. Otro tanto sucede con la guerra biológica. La obtención de mu tan tes patógenos y su estudio desde mediados de la década de 1950 no estaban radicados únicamente en Fort

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Detrick ni en ningún otro centro militar. Cualquier laboratorio de microbiología y biología molecular del mundo selecciona cotidianamente bacterias, hongos y otros microbios resistentes a antibióticos y con otras propiedades que los hacen aptos para el uso militar. La literatura sobre el tema no es secreta: casi todo se publica. Las facilidades para cultivar gérmenes en grandes cantidades ya no es privativa de Fort Detrick; nuevas empresas de ingeniería biológica se especia-lizan en los países desarrollados en producir microor-ganismos en grandes cantidades para los laboratorios de investigaciones bioquímicas. Esos centros de cul-tivo en escala pueden producir cualquier microorga-nismo en cualquier momento. Por otra parte, no to-das las universidades han rechazado los subsidios mi-litares. Mientras las grandes instituciones como el Massachusetts Institute of Technology, Berkeley, Yale, Harvard y Princeton han tenido que cortar casi todas sus relaciones con el aparato militar debido a la pro-testa activa y militante de sus estudiantes y profeso-res, las universidades estadounidenses de segunda y tercera categorías, fundamentalmente sureñas, se es-tán expandiendo en la actualidad para desarrollar to-dos los tema^ de investigación básica y aplicada que le interesan al Pentágono. Forma parte de este plan el Proyecto Themis, de la Fuerza Aérea, que se lanzó durante la presidencia de Lyndon B. Johnson, para desarrollar a las universidades del Sur y del Medio Oeste.

La guerra química y biológica, pues, está en prác-tica. Activamente, como en Vietnam y en las ciuda-des ocupadas por fuerzas de represión, donde las pro-testas civiles se sofocan con gases, y en forma po-tencial, dado que los científicos y técnicos expanden sin cesar las fronteras de la química biológica, de la fisiología y de la microbiología, pero no tienen ningún tipo de control sobre los conocimientos que acumulan. El poder político es el que controla el uso de la cien-cia, y mientras el poder político no esté en manos del pueblo sino de los representantes de los grandes con-sorcios capitalistas, la violencia contra el ser humano podrá alcanzar cualquier grado de brutalidad ima-ginable.

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Los campos de concentración y las cámaras de ga-ses de la Alemania nazi, Hiroshima y Nagasaki y ahora el Vietnam así lo atestiguan.

Bibliografía

Seymour M. Hersh, Chemical and Biological Warfare, The Bobbs-Merril Company, Indianápolis y Nueva York, 1968.

Chemical & Biological Warfare, editado por Steven Rose, George G. Harrap & Co. Ltd., Londres, 1968.

En estos dos textos, el lector puede encontrar prácticamente todo lo que se conoce sobre la guerra química y biológica y las fuentes de información: ambos libros tienen una nutrida y actualizada bibliografía sobre el tema.

Thomas Whitegide, Defoliation, Ballantine Books, Nueva York, 1970.

Chemical and bacteriological (Biological) Weapons and the effects of their possible use. Este libro, editado por Ballantine Books, Nueva York, en 1970, es el informe N? E.69 1.20 de las Naciones Unidas.

Estos dos últimos textos son especialmente útiles para ob-tener datos acerca de defoliación. El informe de las Naciones Unidas tiene los documentos de Bionetics Laboratories sobre la teratogenecidad del 2, 4, 5-T.

The University-Military-Police Complex, publicado por North American Congress on Latín America, NACLA, P. O. Box 57, Cathedral Station, New York, N. Y. 10025.

Weapons for counterinsurgency-chemical/biological, antiper-sonel, incendiary, editado por National Action/Research on the Military Industrial Complex NARMIC, 160 North 15th Street, Philadelphia, Penn.

Estas dos publicaciones tienen una gran cantidad de infor-mación sobre la relación entre la universidad y la industria norteamericanas con la guerra de contrainsurgencia. Especial-mente valiosos resultan los documentos originales y las nómi-nas de científicos e industrias que colaboran con el ejército y la policía norteamericanas. En español, existe, traducido, el excelente artículo La guerra química, por Nguyen Dang Tam, Ciencia Nueva, año 1, N9 9, abril de 1971, Buenos Aires.

El Honeywell Project es un grupo formado en Minneapolis (la ciudad donde se encuentra la casa matriz de la compañía Honeywell, que tiene el liderazgo absoluto como productora de armas antipersonal) por ciudadanos empeñados en detener la fabricación de armas antipersonal y conseguir que el control de la corporación esté a cargo de la comunidad. "Los produc-tores de armamento antipersonal —dicen los miembros del Honeywell Project— que se disputan los lucrativos contratos para este tipo de producción, pero que se mantienen unidos

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entre sí y a las corporaciones dedicadas a las industrias extrac-tivas para mantener funcionando la política de guerra y acre-centando sus ganancias, son indudablemente los mayores cri-minales de guerra que ha conocido la humanidad".

El Honeywell Project acaba de publicar detalles técnicos y datos económicos acerca de las fabricaciones militares de la empresa. (La dirección del H.P. es 529 Cedar Ave. S, Min-neapolis, Minn. 55404, USA.)

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VIETNAM: laboratorio para

el genocidio Alain Jaubert

Los efectos devastadores de los defoliantes y los gases tóxicos sobre la vida humana y toda la ecología del Vietnam han sido tratados en otras publicaciones, por lo cual centraremos nuestra atención en aspectos menos conocidos del conflicto.

Conviene sin embargo, recordar ciertos datos nu-méricos proporcionados por el profesor Steven Rose al iniciarse la conferencia: "Hasta el comienzo de 1970 se habían utilizado en Vietnam del Sur unos 3 mi-llones de kilogramos de CS, cantidad necesaria para cubrir el total de Vietnam del Sur, 1,3 veces ( . . . ) Las estimaciones oficiales norteamericanas permiten suponer que hacia 1969 se habían rociado 2,6 mi-llones de hectáreas con 75 millones de litros de de-foliantes y se había destruido un 50 por ciento del área de los pantanos de mangle del delta del río Me-kong y un 20 por ciento de los bosques y también se había destruido suficiente arroz como para alimen-tar entre 150.000 y 1.000.000 de personas durante un año ( . . . ) . Pese a la promesa de Nixon de ir dis-minuyendo el uso de defoliantes, éstos siguen siendo utilizados en Vietnam del Sur y no existe información oficial acerca de su empleo en Laos y Camboya; 7,5 millones de litros del 'agente naranja', que contiene

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2,4,5-T, están en poder del régimen de Saigón y 'fuera de la jurisdicción de los Estados Unidos'."

Cráteres y superbombas Los doctores E. W. Pfeiffer, zoólogo de la Uni-

versidad de Montana y A. H. Westing, botánico de Windham College de Vermont, que habían estado an-teriormente en Vietnam para estudiar los efectos de las armas químicas, volvieron a ir en agosto de 1971. Su objetivo fue investigar los cráteres de bombas, el arrasamiento de la jungla y los efectos ecológicos de la "superbomba".

Los cráteres de bombas, cuyo número se estima en más de 10 millones, son unos de los principales fac-tores de deterioro ecológico en Vietnam del Sur. Im-piden él cultivo del arroz y se transforman en pozos de agua que permiten la proliferación de mosquitos y otros insectos vectores de enfermedades, muy en particular del paludismo.

Desde 1968 el ejército norteamericano "al darse cuenta que la selv)a representa una de las fuerzas de los guerrilleros, al brindarle cubierta y reparo", des-pliega esfuerzos cada vez mayores para liquidarla. Ni los cráteres de bombas, ni los defoliantes dispersados por helicópteros resultan suficientes: los gigantescos bulldozers y tractores del U. S. Engineer Command consiguen finalmente deforestar con una cadencia in-fernal. H. H. Westing ha visitado una de estas com-pañías de limpieza de la selva. ¡En 26 días ésta había nivelado 2.700 hectáreas! Las regiones así deforesta-das son, por lo general, invadidas por el bambú y, en terreno ondulado, resultan rápidamente erosiona-das o laterizadas, produciéndose como consecuencias secundarias brutales inundaciones. La pérdida econó-mica directa es enorme. En cuanto a la que ocasionará la degradación del lugar, ésta es actualmente imposi-ble de evaluar, pero sin duda será aún superior a la pérdida económica inmediata.

En el curso de su viaje, los doctores Pfeiffer y Westing obtuvieron además informaciones sobre un artefacto destructivo acerca del cual el ejército nor-teamericano no había proporcionado ningún dato has-

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ta el presente, la "superbomba". Designada por el nombre de código de BLU-82/B y apodada por los tripulantes de los bombarderos Daisy cutter (corta-margaritas) o Cheeseburger (sandwich de carne y queso), la superbomba es "una bomba cuyas dimen-siones sobrepasan todo record: tiene un diámetro de 1,35 metros, una longitud que excede los 3,3 metros y pesa 6.750 kilogramos. Su cápsula exterior de acero contiene 5.670 kilogramos de un explosivo particu-larmente poderoso, el DBA-22M, compuesto por una gelatina acuosa de nitrato de amonio y un polvo de aluminio (mezcla completada por un agente interme-diario). Esta fórmula provoca una explosión cuya po-tencia es sobrepasada solamente por la de las bombas atómicasLa bomba explota justo antes de tocar el suelo. "Si todo sucede normalmente, dice A. H. Westing, la explosión radial que resulta no cava crá-ter pero descuaja y vuelan todos los árboles y otros obstáculos en el corazón mismo de una jungla densa, creando así un espacio perfectamente limpio de di-mensiones comparables a las de un estadio de fútbol La zona de aterrizaje así obtenida puede ser inme-diatamente utilizada por helicópteros. En junio de 1970, ya se habían largado sobre Indochina 160 de estas bombas y siguen siendo lanzadas a un ritmo de varias por semana. Aunque en teoría la "superbomba" es empleada para abrir rápidamente zonas de aterri-zaje en la jungla, ha sido empleada en numerosas ocasiones sobre objetivos civiles. La fuerza de deto-nación del artefacto es tal que "toda vida terrestre y arborífera (así como todo ser humano que estuviera en la zona) es inmediatamente liquidado por la onda expansiva de la explosión en un radio de aproxima-damente 1.000 metros. La zona letal de estas bombas, se extiende así sobre una superficie de unas 340 hec-táreas. Más allá de este círculo de muerte, se produ-cen heridas por contusión en una zona que se extiende sobre una distancia de otros 500 metros. Así, la bomba determina muerte o heridas sobre una superficie de 780 hectáreas

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Armas antipersonal*: primera generación Como señalara en la conferencia el profesor doctor

Hang Thuy Nguyen, las armas incendiarias son vas-tamente utilizadas en Vietnam. Perfeccionadas sin ce-sar, son armas terroríficas que liberan enormes can-tidades de calor. El napalm (de 900 a 1.300°C) ha dado origen al napalm-pirogel de las bombas PT1 y al supernapalm (de 1.300 a 2.000°C). También se uti-lizan bombas de fósforo blanco, de termita (de 2.000 a 3.000°C) o de magnesio (de 3.000 a 3.900°C) y de mezclas de fósforo y aluminio o de fósforo y ter-mita. Algunos de estos materiales son extremadamen-te pegajosos y adherentes. Se extienden sobre el cuer-po de las víctimas —esencialmente mujeres y niños— y pueden quemar durante largos minutos fundiendo las carnes en profundidad. Además el fósforo es muy tóxico. Cuando no mata a la víctima, le afecta se-riamente el hígado, le ataca el riñon y el sistema nervioso. A veces el óxido de carbono que se des-prende por la combustión de estos productos asfixia las víctimas. Los sobrevivientes quedan monstruosa-mente deformados: huesos retorcidos, carnes fundidas y crecimientos queloides, miembros destruidos, como en ciertos sobrevivientes de Hiroshima. Pero, pese al horror, se puede decir que el napalm es un arma "convencional". Las nuevas armas "antipersonal" puestas a punto en los últimos años son aun más diabólicas en su concepción.

La idea básica es la de la Cluster Bomb Unit (CBU): una bomba madre hace las veces de recep-táculo para un cierto número de bombas hijas o Bomb Live Units (BLU). Después de ser lanzada por un bombardero, la CBU se abre a una altura que puede variar entre 800 y 1.200 metros y dispersa su contenido sobre una superficie muy grande. Algunas de estas CBU están equipadas con un motor que les imprime un movimiento rotatorio el cual tiene por efecto proyectar las bombas en todas direcciones.

* Las armas antipersonal están expresamente mencionadas en el artículo 23 inciso e) de la Convención de La Haya: "Está especialmente prohibido emplear armas, proyectiles o material deliberadamente pensado para causar sufrimientos inútiles.

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Las primeras Steel Bellet Bombs (bombas de frag-mentación), aparecieron por primera vez en enero de 1965: la bomba CBU-46 contenía bombas hijas apo-dadas pineapple (ananá), porque tenían una forma parecida a la de esa fruta. Cada pineapple pesa 800 gramos y contiene 250 perdigones metálicos de 6,5 milímetros de diámetro. La bomba pineapple fue per-feccionada y dio lugar a la Guava Bomb (BLU/26/B) que debe su nombre al parecido con la guayaba. Pesa 425 gramos y contiene 300 perdigones metálicos: gana jen peso y en volumen y es por lo tanto de una eficacia mayor. Estas bombas evidentemente no ha-cen ningún efecto sobre las instalaciones militares pero son mortales o peligrosas para el hombre. En el momento de la explosión, los perdigones proyecta-dos a una gran velocidad pueden matar o herir a muchas personas simultáneamente. Los perdigones tienen una trayectoria sinuosa. Atraviesan músculos, perforan órganos, mutilan gravemente a las víctimas. Es a menudo imposible extraerlos todos de un cuerpo. Estas armas tienen una función precisa: no se trata sólo de matar, sino sobre todo de inactivar a un gran número de víctimas para la producción o la defensa, de inmovilizar de seis a diez personas (entre médicos y enfermeros) necesarias para la extracción de los per-digones y los cuidados de los heridos y finalmente, de socavar la moral de la población. Además, según los norvietnamitas se ha añadido un perfeccionamiento consistente en reemplazar los perdigones de plomo por bolitas de plástico, material prácticamente indetecta- ble por los rayos X. Algunas de estas bombas son de detonación retardada y explotan a veces mucho des-pués que pasó la alerta o bien cuando los camilleros van a recoger a los heridos.

En marzo de 1969, John Wood, jefe de la U. S. Weapon Research División, hizo la apología de la "flechita" como "el arma del porvenir de la infan-tería norteamericanaen un artículo aparecido en la revista Infantry. John Wood omitía mencionar que las "flechitas" eran ya utilizadas desde 1966 por me-dio de las ametralladoras ultrarrápidas S. P. I. W. (Special Purpose Individual Weapon) montadas so-bre aviones y también desde cohetes Beehive (col-

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mena) que las contienen por millares o de misiles que llevan centenas de miles. Estas "flechitas" son de 3,6 centímetros de largo. Son proyectadas a una ve-locidad muy grande y no penetran ni el acero ni el cemento. Para que no atraviesen el cuerpo de las víctimas de lado a lado, están munidas de cuatro arpones que las retardan y las prenden a los tejidos. Las "flechitas" son muy* difíciles de extraer y se desplazan progresivamente en el cuerpo del herido, amenazando órganos y partes vitales. Fue el profe-sor Alexandre Minkowski, pediatra de París, quien a la vuelta de un viaje a Vietnam del Norte llamó la atención sobre el caso de un joven pescador de 19 años, Phon Quoc, a quien había examinado en Hanoi, gravemente herido por una "flechita". Ésta le había entrado por el pecho, llegando hasta la co-lumna vertebral, perforando a su paso una vena y una arteria y estableciendo al soldarlas una comuni-cación entre sangre arterial oxigenada y sangre venosa no ventilada.

Es necesario hacer notar que todos los artefactos antipersonal no tienen nada que ver, por su tamaño, con las armas convencionales. La Gravel Mine, la Tooth Dragón Mine caben en el hueco de la mano. La Spider Miner, la Shrapnel Ball, son apenas más gran-des que una pelota de ping-pong. La Perforating Bomb tiene el tamaño de una botella chica de Coca-Cola. Las Orange Bombs son del tamaño de una naranja y las primeras Pineapple Bombs, pese a su nombre, eran más pequeñas que un ananá aun cuando tuvieran la misma forma.

Es probable que para el estado mayor norteameri-cano, los bombardeos con artefactos de este tipo se hayan revelado a la larga como más "eficaces" que los bombardeos clásicos, dado que un cable reciente de la agencia Associated Press, fechado en Saigón, nos informa que hasta los bombarderos B-52 van actual-mente equipados con bombas de fragmentación. Un caza bombardero normal puede transportar cuatro containers (cargas) de 500 kilogramos, cada uno con 360 pineapple o 640 guavas, es decir, que puede sembrar una región de 10 a 18 hectáreas con entre 400 y 680 mil proyectiles. A su vez, un B-52 puede

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transportar 25 toneladas de bombas de fragmentación, es decir 50 containers. Los B-52 vuelan en escuadri-llas de por lo menos cinco aparatos a una altura mí-nima de 12.000 metros, de modo que su aparición no es advertida por las poblaciones.

Dado que en noviembre de 1971 hubo 6.300 in-cursiones —es decir, más de 200 incursiones por día— sobre Laos (país con una superficie casi igual a la de Gran Bretaña), se puede imaginar el efecto devasta-dor de estos bombardeos sobre una población mucho menos preparada, si podemos decirlo así, que la po-blación vietnamita, de la cual una gran parte vive permanentemente en refugios, o en subterráneos.

Armas antipersonal: segunda generación El principal objetivo del arma antipersonal es la

población civil. Se trata de bombas y minas de tipo especial: no están diseñadas para destruir instalacio-nes ni equipos bélicos, ni siquiera para matar, sino para producir múltiples heridas invalidantes y difíci-les de tratar. Los objetivos <a lograr son de dos tipos y están señalados en un manual de la Fuerza Aérea de los EE.UU.: "Una población preocupada en la defensa civil no puede trabajar eficazmente en la pro-ducción de material bélico" y "Debilitar la confianza del pueblo, provocar el desgaste, reducir el rendimien-to de la población activa, socavar la moral, producir el pánico y la resistencia pasiva contra el gobierno."

Los siguientes son algunos de estos artefactos. Las bombas Smooth Orange son versiones moder-

nas de las bombas de proyectiles. Lanzan a una gran velocidad centenares de pequeños fragmentos extre-madamente cortantes. En la variante Stríate Orange Bomb, el envoltorio de acero de la bomba tiene es-trías longitudinales en el exterior y transversales en el interior de tal modo que al explotar son proyecta-dos varios centenares de pequeños fragmentos.

La Spider Mine (mina araña) se emplea en Vietnam desde 1968. Es una mina pequeña, un poco más gran-de que una pelota de ping-pong. Cuando llega al sue-lo, después de haber sido lanzada por la bomba ma-dre, sus resortes se extienden y envían ocho hilos de

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nylon de unos 8 metros de longitud en todas las direcciones. La mina permanece así como una araña en medio de su tela. Para hacerla explotar basta con tropezar con uno de los hilos. A menudo la Spider Mine es lanzada simultáneamente con bombas de per-digones: así el trabajo de salvamento y de enfermería posterior a los ataques se vuelve extremadamente peligroso.

Las Shrapnel Balls son obuses lanzados por caño-nes de 155 y 203 mm de calibre. Al explotar, estos obuses proyectan sobre el suelo 104 pequeñas bolas de 3,7 centímetros de diámetro munidas de aletas. Entonces cada una de estas bolas rebota y explota a un metro cincuenta de altura proyectando 600 peque-ños fragmentos de 1 milímetro hacia el cuello, la ca-beza y el pecho. La altura de la explosión ha sido especialmente estudiada teniendo en cuenta la talla del vietnamita.

El Fuel Air Explosive Weapon (CBU55/B) con* tiene un nuevo explosivo que se dispersa sobre el suelo y después se incendia bruscamente. Es un arma empleada para limpiar la jungla, pero también se la utiliza contra las aldeas.

La Silent Button Bomblet está probablemente re-llena de fósforo blanco. Durante mucho tiempo fue manufacturada en embalajes de plástico que imitaban excrementos de animales.

La bala dum-dum, prohibida por la Convención de La Haya de 1899, ha conocido una nueva variante a partir de 1965 en la guerra de Vietnam. Esta es un proyectil de calibre 20 milímetros, tirado desde aviones y cuya cabeza explota tras penetrar en el cuerpo de la víctima.

El Shrike Missile (AGM-45A) es utilizado por la aviación norteamericana sobre zonas densamente po-bladas. La cabeza de este misil al explotar cerca del suelo, proyecta 10.000 pequeños cubos de acero de 4 milímetros de lado que penetran muy profunda-mente en el cuerpo y que son muy difíciles de detec-tar radiográficamente.

La Bottle Shaped Bomb (BLU-P B Bomb MA18) era originariamente un cohete antitanque. Utilizada desde 1965 contra las zonas densamente pobladas, ha

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sido perfeccionada como Perforating Bomb, de modo de poder penetrar en los refugios de hormigón y ex-plotar en ellos dispersando partículas penetrantes de variadas formas.

Finalmente, hay que señalar una categoría de ar-mas antipersonal que utilizan una pequeña carga ex-plosiva, la Gravel Mine XM-12, por ejemplo, es un pequeño sobre chato de tejido que contiene una vein-tena de gramos de un explosivo poderoso. Puede parecer un pañuelo delgado o una venda o si no ser de plástico y tener el color del suelo o de las hojas caídas. En telas de brillantes colores se los ha encon-trado cosidos en vestidos de muñecas. Sembrados en grandes cantidades sobre los caminos, estos sobrecitos explotan en el momento de ser pisados. A menudo arrancan el pie de un hombre, y si no lo parten en sentido longitudinal pero no consiguen hacer estallar un neumático. Dada la altísima densidad de estas mi-nas en la superficie del suelo, no es raro que una persona al caer de espaldas toque a varias de entre ellas, haciéndolas explotar.

La Dragón Tooth Mine también es muy liviana. Tiene una carga minúscula munida de un detonador ultra miniaturizado que es llevada por el viento con ayuda de una pequeña aleta de plástico, siguiendo el principio de la semilla del sicomoro.

La compañía Honeywell tiene el liderazgo absoluto como productor de armas antipersonal y ha recibido más de 50 millones de dólares por su trabajo en esta área. Es la inventora y la única productora de los dispositivos de detonación aleatoria retardada (Ran-dom Time-Delay Fus es) que posibilitan la explosión de las bombas de fragmentación a intervalos irregu-lares posteriores al lanzamiento, de modo de matar y herir a aquellos que acuden a ayudar a las víctimas del bombardeo inicial.

La Honeywell fabrica varios sistemas de Cluster Bombs antipersonal, basados en sus Guava Bombs. Las minas antipersonal fabricadas por Honeywell in-cluyen las Gravel Mines y las Silent Buttorn Bomblets. Para uso en el campo de batalla electrónico, la Ho-neywell ha inventado el People Sniffer (que se su-pone basado en un dispositivo para la detección de

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polución ambiental) y trabaja actualmente en el de-tector magnético Magid. La Honeywell también ma-nufactura, en todo o en parte minas y bombas de fósforo, ametralladoras que disparan "flechitas", cá-maras miniaturizadas para la conducción de bombas, bombas de gas CS y de Napalm, además de armas convencionales; los contratos militares aportan el 40 por ciento de sus ganancias.

El campo de batalla automatizado Podríamos continuar indefinidamente este catálogo

alucinante pero también es imprescindible mencionar la formidable infraestructura que permite que se efec-túen los bombardeos y, en particular, todo aquello que actualmente se clasifica bajo el término de "Au-tomated Battlefield" (campo de batalla automatiza-do). El concepto fue formulado por primera vez en octubre de 1969 por el general Westmoreland. Un modelo operativo había sido aprobado en el curso de la batalla de Khe-San a principios de 1968. Pero también se sabe por un informe de agosto de 1966 publicado entre los Pentagon Papers (los documen-tos secretos del Pentágono publicados por el New York Times en 1971), que en el transcurso del ve-rano de 1966, luego del fracaso de la operación Roll-ing Thunder (destrucción de los depósitos de petró-leo de Vietnam del Norte) que no había disminuido en nada la infiltración Vietcong, Robert McNamara había acogido jubilosamente las propuestas de un gru-po de científicos reunidos secretamente para estudiar los aspectos técnicos de la guerra. Algunos meses an-tes, el profesor Roger Fisher, de Harvard, había pro-puesto la construcción de una barrera anti-infiltracio-nes, munida de todos los dispositivos existentes de detección electrónica, a través de la Zona Desmilita-rizada. Fue esta propuesta la escogida por el grupo de científicos. El posterior desarrollo de esta idea llevó a resultados imprevistos.

El Automated Battlefield comprende tres niveles: 1) una red de sensores electrónicos de diferentes ti-pos, esparcidos sobre el suelo o dispuestos sobre el campo de batalla en árboles, aviones o helicópteros;

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Chango for the bottor whith f-'l /\ I [ í 1 /\ Alcoa Alummum ) A- \

Cambie por lo mejor con aluminio. ALCOA. Un soldado de infantería podría cargar un 50 por ciento más de municiones de

armas pequeñas con cartuchos de aluminio.

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i*ut nnufii tíie-(iHl llUnlt I tit ALLEY. Th<?re s & now tORAN-aidad sfcsujned fe?!- Me Atr Forcé'5 ürívJef as Hse y Gv>v)í:cop<» . m then ow!> v»«r Atoad of

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Exactamente en ruta. Se ha diseñado un nuevo sistema de bom-bardeo, asistido por LORAN, para el F-4 de la Fuerza Aérea. Probado en Sperry Gyroscope. . . y desarrollado por Sperry. . . un año antes que los sistemas de la competencia. Lo que ahorra tiempo. Completamente integrado con el actual sistema inercial de navegación del F-4 y diseñado para obtener un bajo costo de retrofit. Lo que ahorra dinero. La iniciativa de Sperry y la ex-periencia de LORAN lo han convertido en el sistema más avan-zado de que se dispone en la actualidad. Las versiones modulares del sistema permiten satisfacer los requerimientos de otros avio-

nes. Sperry. Gyroscope División.

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La fuerza aérea completa: Phantom. Se trata de un caza desti-nado a asegurar la superioridad aérea; un interceptor; un caza-bombardero o un avión de reconocimiento. Está equipado con una amplia escala de armamentos y dispositivos de navegación aérea que le permiten desempeñarse correctamente en cualquier situación táctica y en cualquier condición atmosférica. El F-4E, munido de cañones frontales Gatling de 20 mm con una caden-cia de tiro de 6.000 disparos por minuto, gana en eficacia sin sacrificar su performance. Es el Pantom. La Fuerza Aérea

completa.

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The A-7 mofees ground moMement A e r dvk a Nghtmwpe. m combd. dwMUtmg accmacy oí fcraU * b*ng apo««d lo an mcrtMtog rvom •r o< ntgN atUC* mtMKKH Th® A-7 •« •QuipfMd tt* motf advancad avigal oo wmtpon ¿•iiv*cy iy«*»m» m Mfvica r* Htad Up « o** at>ov«. ff* ik* «y* t«v«< trUormMton r«quir«d )<x ««apona eiiva y An imp<ov#d DoppJcr infligí piaflcxm kx

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Witn it» ftup*t»or navtgaiior and **dpor>« capatxiity today* A 7 cootinu#« to <j#i»v*f a *Kto var*ty o* cdnanco on targ«< b«tt»< m*r» 10-mil accuracy

So |ti#A 7 p*o*i» at ntght to#my ground mov*m«nt plan» go up <n

El A-7 convierte en una pesadilla el tránsito terrestre nocturno. Cada vez se utiliza más la devastadora precisión de este avión en misiones de ataque nocturnas. El A-7 está equipado con los sistemas de navegación y bombardeo más avanzados que se en-cuentran en servicio. Proyecciones como la que ilustramos le dan al piloto toda la información visual que requiere para utilizar sus armamentos. Un Doppler mejorado, plataforma inercial, ra-dar delantero, mapas proyectados en el tablero y computadora proveen la información integrada requerida para una navegación y un ataque exactos. Con su superior capacidad bélica y de na-vegación el A-7 puede hacer llegar a destino una gran variedad de armamentos, con una precisión que mejora los 10 metros. Es por eso que cuando el A-7 ronda en la noche los planes de mo-

vimientos terrestres del enemigo se desvanecen en humo.

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A prowling hunter/kil ler chopper that sees in the dark to destróy the enemy-SMASH combines a

forward looking infrared sensor with an MT radar to become the Army's

integrated multi-sensor gunship. Bell Aerospace

is SMASH systems integrator under the

\ direction of the U.S. Army's Weapons

Command

\ Southeast Asia Multi

sensor Armament System for the Hue

Cobra

System Integration Aircraft Modification Structural Analysis Fire Control System Sensor Integration

BELL AEROSPACE Divis ión of textronl Bu f fak ) , N e w York

Proven System Capabilities for Aerospace. •

Un helicóptero "cazador/matador" que ve en la oscuridad para destruir al enemigo: SMASH combina un sensor infrarrojo de-lantero con un radar MT para desempeñarse como la aeronave artillada del Ejército equipada con multicensores integrados. Bell Aerospace es la compañía que integra los sistemas SMASH bajo la dirección del Comando de Armamentos del Ejército de los Estados Unidos. El sistema de armamentos controlados por mul-tisensores diseñado para el Huey Cobra que opera en el Sudeste Asiático. Integración de sistemas. Modificación de la aeronave. Análisis estructural. Sistemas de control de fuego. Integración de sensores. Bell Aerospace. Una división de Textron, Buffalo,

New York. Probada capacidad en sistemas aeroespaciales.

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Cuando usted pone al alcance de los dedos de un hombre todo este poder de fuego, ¿cómo puede ayudarlo a no cometer erro-

res? Con rae Corporation.

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G E N E R A L ^ E L E C T R I C

En hora, en especificación, en costo. . . para el B-l. La nueva turbina F101 de General Electric diseñada para el B-l de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos ya ha pasado por la eva-luación inicial técnica de la USAF, y este año comenzará a en-sayarse; estos son hitos importantes en un programa que conduce a su vuelo de prueba a bordo del B-l de la North American Rockwell. . . en el momento previsto, con las especificaciones previstas y con el costo previsto. La turbina F101 representa un avance significativo en la tecnología de las plantas motrices para aeroplanos del rango de las 30.000 libras de empuje: genera la misma potencia que dos turbinas J79 en uso actualmente en aviones de alta perfomance. Y sin embargo ocupa un 30 por ciento menos de espacio y su consumo específico de combustible es un 25 por ciento menor. En su carácter de miembro del equi-po B-l, junto con la North American Rockwell y la U.S. Air Forcé, General Electric está dedicada al progreso de la tecnología

aeronáutica de los Estados Unidos.

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The Other Computer Company

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Westinghouse hizo del B-57G uno de lo mejores bombarderos tácticos nocturno, en combate. Puede detectar y destruir e¡ la noche tanto objetivos móviles com< fijos. ¿Cómo fue posible convertir un aero plano de 18 años de edad en el bombar dero táctico nocturno más efectivo de l> actualidad? Con el sistema de bombardet asistido por sensores múltiples de West inghouse. El operador de sistema de B-57G puede ver las informaciones recc gidas por el radar y el sensor electroóptia en proyecciones simultáneas. Los blanco pueden ser detectados y atacados utilizan do cualquiera de estos sensores individual mente o una combinación de varios d ellos, de acuerdo a los requisitos impues tos por las condiciones especificas del obje tivo y del tipo de combate. Casi todo l

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m comba» M r arvd d A ^ t r o y f j

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que se encuentra bajo la pintura es partí del sistema nuevo de navegación situadc en la nariz del avión y del sistema eléc trico. Westinghouse, principal contratiste de la Fuerza Aérea, ha integrado nuevoí sensores, proyecciones, controles y une, computadora destinada a controlar la libe-ración de las bombas para producir un sistema de armamento notablemente flexi-ble y preciso; de hecho, hemos convertido la noche en día. La capacidad de Westing-house en tecnología aeronáutica puede arrojar luz sobre su proyecto. Comuniqúe-se si lo desea con Westinghouse Electric Corporation, Aerospace & Electronics Sys-tems División, Baltimore, Maryland, 21203. Usted puede estar seguro con

Westinghouse.

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Loran C D: The only system of its kind that's

proved ítself in th^ field. Agaín. And again. And again.

LORAN C/0

ITT

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LORAN C/D. el único sistema de su clase que se ha probado a sí mismo en el campo de batalla. Una vez y otra vez, y una vez más. Más de 200 equipos de navegación LORAN C/D —to-dos producidos por ITT Avionics— están demostrando lo que valen en este preciso momento, a bordo de aeroplanos de gran perfomance. Conduciéndolos a las zonas de ataque y guiándolos en su retorno con absoluta exactitud, a pesar de las maniobras bruscas de los aviones. Y LORAN C/D no es tan solo un éxito operacional —su rendimiento económico es también notable—. Aprovechando la experiencia ganada desde que presentamos el sistema hace dos años, ITT Avionics ha continuado mejorando, maximizando la relación costo-eficiencia, de cada equipo LORAN C/D en operación. Y dispone también del know-how necesario para evitar costosos problemas de interfase con otros sistemas de cualquier avión. Dicho sea de paso, nuestra experiencia de más de 25 años de trabajo en el LORAN nos provee de la base técnica necesaria para el desarrollo exitoso de cualquier LORAN de la próxima generación. Vara la navegación automática de to-dos los aviones de alta perfomance, su sistema más confiable es el que siempre ha estado allí: el LORAN C/D. Y su abaste-cedor más seguro es la compañía que los instaló antes: ITT Avionics, un miembro del Grupo de Defensa del Espacio. Avio-

nics División, ITT.

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iiiermic mmsíi ¡S ÚUÑBUSINISS... EDI ELECTRONIC WARFARE ORGANIZATION

ELECTRONIC SYSTEMS GROUP-WESTERN DIVISION SVLV/ANIA * P0

Box 206 Mounfnin View, California 94040 (415)966 2163

La guerra electrónica es nuestro negocio.

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DRACONTOOTH

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Pineapple (bomba en forma de ananá).

Efectos de las bombas de fragmentación a proyectiles sobre un bebé de 19 días luego de un ataque contra la aldea de Lam Dong} cerca de Haifong. La madre también murió en ese bom-

bardeo.

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• i »

Perforating Bomb sobre la cual se puede leer el nombre del fabricante.

Efectos de las minas Gravel.

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GOOD/YEAR AEROSPACE

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2) un centro de control y de mando automático que procesa la información comunicada por los sensores; 3) un conjunto de armas variadas (cohetes, misiles, bombarderos, minas enterradas o teledirigidas), que responde automáticamente a las órdenes del oficial que dirige el centro de control o directamente a las órde-nes de una computadora.

"En el campo de batalla del futuro —dice el ge-neral Westmoreland— las fuerzas enemigas serán lo-calizadas, seguidas y atacadas casi instantáneamente mediante el uso de data links, evaluación de inteligen-cia asistida por computadora y control de fuego au-tomatizado. Con una probabilidad de blancos logra-dos en primera instancia que se acerca a la certeza, y con dispositivos de vigilancia que pueden tracear continuamente al enemigo, la necesidad de grandes fueras de infantería será menor/'

El conjunto de dispositivos electrónicos es también impresionante. Un artículo del Armed Forces Journal del 15 de febrero de 1971 describe algunos de los que han servido para atacar el sendero de Ho Chi minh. Detectores acústicos, sísmicos o térmicos fue-ron lanzados por millares. Algunos estaban destinados a quedar prendidos de los árboles con su paracaídas {Acuoubuoy), otros se enterraban dejando sobresalir una antena que imita perfectamente una planta tro-pical (Adsid y Acuousid). En un principio, un avión era el encargado de recibir los mensajes emitidos por estos detectores, pero en lo sucesivo fue un aparato sin piloto, el QU-22B quien se hizo cargo de la re-transmisión de los -datos a la base de Nakhom Pha-nom, en Tailandia. En esa base, dos computadoras IBM 360-65 S, procesan los datos y retransmiten in-mediatamente las informaciones, ya sea a las bases de bombarderos, a los jefes de unidades locales o aun a las minas teledirigidas ya distribuidas en el campo de batalla. Nakhom Phanom, que según ciertos ob-servadores es en la actualidad una de las mayores ba-ses de telecomunicaciones del mundo, está además li-gada directamente con el Pentágono por medio de nu-merosos satélites controlados desde ella. Entre estos satélites, citemos a los satélites espías encargados de la intercepción radiofónica y de la observación foto-

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gráfica (normal e infrarroja) de China e Indochina, los satélites marcadores para la artillería y los satélites de telecomunicaciones.

Este principio, aplicado a escala fantástica en la ruta de Ho Chi Minh, ha sido desarrollado en todos los sectores con sistemas miniaturizados y rápidamen-te transportables. Los oficiales de sector disponen de una computadora y de una multitud de aparatos de detección. Si la computadora detecta cualquier acti-vidad, el responsable de la vigilancia que está de guar-dia frente a una pantalla que da la posición de todos sus detectores, puede localizar inmediatamente el lu-gar preciso donde se encuentra el blanco y también seguir sus desplazamientos. Estas informaciones son transmitidas instantáneamente a la artillería o inclu-sive á las computadoras de los aviones que los dirigen automáticamente hacia el blanco.

En la actualidad los detectores son perfeccionados incesantemente. El People Sniffer XM-3 (olfateador de gente) es sensible a dosis ínfimas de amoníaco, es decir que puede detectar a distancia el sudor humano. El Loto Light Level TV, es un sistema de guía en el cual una pequeña cámara de televisión montada sobre una bomba la dirige y corrige su camino. El mismo principio existe con un radar en miniatura o con un dispositivo de detección infrarroja. Incluso hay un sis-tema, el MAGID (Magnetic Intrusión Detector) que detecta las mínimas variaciones del campo magnético terrestre, causadas, por ejemplo, por un soldado por-tador de un fusil. Este dispositivo es tan sensible que detecta una moneda o un botón metálico. El dispo-sitivo de detección infrarroja puede ser acoplado a un radar mejorando así la precisión de su bomba. Fi-nalmente, el láser acumula todas las "ventajas" de los otros sistemas: la computadora regula el camino de la bomba de modo tal que el rayo láser dé siempre en el centro del blanco (Eye Bombs).

Y sin duda, no se ha terminado de descubrir la to-talidad de la investigación militar estadounidense en Asia. Así, recientemente se mencionó ante el Senado de los Estados Unidos, un misterioso proyecto titu-lado Nill Blae, que dispone de un presupuesto de 3 millones de dólares y cuyo tema es "la investigación

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de modificaciones de clima". De este modo ha hecho aparición oficialmente la guerra geofísica, con su ar-senal de terremotos, inundaciones, saltos bruscos de clima y tifones provocados por encargo. Es posible que todo esto no esté más que en un estadio muy pri-mario —en todo caso es de desear que así sea— pero algunos ya sugieren que las lluvias torrenciales segui-das de graves inundaciones que se abatieron sobre Vietnam del Norte el año pasado no serían ajenas a este tipo de experiencias.

Reacciones y perspectivas Según el Pentágono, la nueva guerra automatizada,

practicada a distancia y sin riesgos, calmaría a la opi-nión pública norteamericana sensibilizada sobre todo, según dicen los militares, ante las pérdidas en hom-bres. Esta forma de guerra aportaría además impor-tantes oportunidades a la industria. Sin embargo, es-tos puntos de vista resultan demasiado simplistas para muchos observadores. No es más posible, ni aun al precio de una intensa propaganda, considerar la gue-rra de Vietnam como un simple conflicto local. Lo que allí sucede desde hace años sobrepasa en horror a todo lo que se produjo durante el curso de la Segunda Guerra Mundial y la opinión pública norte-americana comienza a descubrirlo con estupor. Se hi-cieron públicos los efectos abortivos y teratogénicos del "agente naranja" (defoliante). Se conocieron ma-sacres como las de My Lai. Se publicaron documentos que prueban el papel de sociólogos y de encuestado-res que trabajan directamente o indirectamente para la CIA en la manipulación de los regímenes y de las poblaciones del Sudeste asiático (en particular se ha demostrado el papel jugado por la Advanced Research Projects Agency en Tailandia). Como culminación se publicaron los documentos secretos de la CIA y del gobierno norteamericano (los Pentagon Papers): en ellos el cinismo, la mentirá y la manipulación apa-recen elevados al rango de instituciones.

No ha sido por azar que los médicos y los cientí-ficos han estado entre los primeros en denunciar esta faz oculta de la guerra. Dado que los militares han

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colonizado en su provecho casi todo el campo de la investigación científica, el genocidio vietnamita resulta la caricatura tn extremis de la investigación aplicada: el estimulante monstruoso de centenares de labora-torios donde equipos de investigadores brillantes es-tudian ocho horas por día los mejores medios de matar, de herir, de mutilar, de asfixiar, de envenenar.

Este aspecto del problema fue señalado ya en las sesiones del Tribunal Russell. Ha sido enfocado con mayor énfasis en el curso de la conferencia: el profe-sor Tran Huu Tuoc habló de "ciencia sin conciencia" y el profesor Nguyen Dang Tam de "ideología nazi". Este tema es objeto ya de lucha militante para un cierto número de investigadores tanto en Estados Uni-dos como en Europa.

Y hoy en día se- adivina qué amenaza representa para el resto del mundo, el campo de ensayo vietna-mita. Como resumió el profesor Steven Rose: "La tecnología experimental de la guerra de Vietnam está siendo adoptada en muchos lugares. Por ejemplo, los portugueses usan defoliantes en Angola y probable-mente también en Guinea. El gas CS, desarrollado en un principio en Inglaterra, es utilizado no solamente en Vietnam sino también en los Estados Unidos, en Japón, en Francia y en Irlanda del Norte. La tecno-logía de la opresión contra la lucha de los guerrilleros rurales y urbanos es internacional; para combatirla, la lucha misma debe convertirse en internacional."

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La guerra geofísica en Vietnam

Nuevos aportes para el genocidio

Daniel Goldstein

Advanced Research Projects Agency (ARPA) es una agencia de investigación y desarrollo del Departamento de De-fensa, con una organización propia, que opera bajo la dirección y la supervisión del Director de Investigaciones para la Defensa e Ingeniería. Es responsable de efectuar la investigación básica y apli-cada y de desarrollo de todos los proyec-tos avanzados que el Director de Inves-tigaciones para la Defensa e Ingeniería le plantee. La Agencia utiliza los servi-cios de los departamentos militares, de otras agencias gubernamentales9 de en-tidades públicas y privadas9 individuales, organizaciones e instituciones educacio-nales y científicas para llevar a cabo sus proyectos*

United States Government Organhation Manual 1970-1971.

Office of the Federal Register National Archives and Records Service.

General Services Administration.

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ARPA es entre las instituciones científicas estado-unidenses lo que la CIA es entre las instituciones po-líticas: un organismo casi autónomo, separado del resto del Departamento de Defensa, dedicado al de-sarrollo de proyectos militares supersecretos de alto riesgo y máxima prioridad, facultado operativa y eco-nómicamente para utiliar todos los recursos humanos y materiales disponibles dentro y fuera de los Estados Unidos de Norteamérica. Apenas se profundiza en la historia de las operaciones bélicas norteamericanas, se hace muy difícil desentrañar cuál de las dos agencias inició algunos de los proyectos macabros que se llevan a cabo en Vietnam. Así ocurre, por ejemplo, con la guerra geofísica. ¿Quién provocó la primera lluvia ar-tificial en el sudeste asiático, la CIA o ARPA? La pregunta parecía ociosa, pero lo notable es que tamaña monstruosidad ha ocurrido y ocurre en la península indochina: desde 1963 el ejército expedicionario nor-teamericano está dedicado a modificar las condiciones climáticas de Vietnam, Laos, Camboya y Tailandia de acuerdo a sus necesidades estratégicas y tácticas. Los resultados de estas modificaciones climáticas —lluvias torrenciales que exageran y prolongan la temporada del monzón— son análogos a los producidos por las

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campañas masivas de defoliación: conducen a una al-teración profunda e irreversible de la flora y la fauna de la región y provocan la muerte, enfermedades y el hambre de centenares de miles de civiles. Como en el caso de la guerra biológica y química, el objetivo de la guerra geofísica es aumentar la miseria de la población no combatiente y la destrucción de los re-cursos económicos de los pueblos atacados.

Los Documentos del Pentágono Los Documentos del Pentágono (The Pentagon

Papers: the Defense Department History of United States Decisionmaking on Vietnam, Beacon Press, Boston, Mass.) dados a conocer por Daniel Ellsberg destaparon el asunto. Se supo entonces que la Junta de Jefes de Estado Mayor (los ]oint Chiefs of Staff, JCS) estaba entusiasmada con los experimentos "exi-tosos" de lluvia inducida sobre Laos, realizados desde 1966. En 1967, la Junta instó al entonces presidente Lyndon B. Johnson a que autorizara un programa de modificación climática sistemática —bautizado Pro-yecto POP EYE— para ampliar las operaciones bé-licas en Vietnam sin generar repercusiones críticas en la opinión pública norteamericana. Nadie llegará ja-más a sospechar, argumentaban los JCS, que las lluvias cada vez más torrenciales y prolongadas de la tempo-rada del monzón no se debían a cambios espontáneos de la dinámica atmosférica en Laos, Camboya y Viet-nam. El objetivo del Pentágono era entorpecer el trán-sito de hombres y pertrechos a lo largo de la llamada senda de Ho Chi Minh, convirtiendo vastas zonas de Indochina en pantanos intransitables para vehículos convencionales. El departamento de Defensa se refe-ría así al proyecto POP EYE (The Pentagon Papers, vol. 4, pág. 421):

"4. Operaciones en Laos: continuar como hasta ahora para comenzar la operación POP EYE, para reducir la transitabilidad a lo largo de las rutas de infiltración.

"Cambios autoridad/políticos: se pide autorización para implementar la fase operativa de los procesos de

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modificación climática ensayados previamente y eva-luados con todo éxito en la misma área.

"Riesgo¡impacto: los riesgos operacionales son los normales en toda tarea militar. El riesgo de compro-miso es mínimo."

El 21 de febrero de 1967, los JCS insistieron nue-vamente ante Johnson, solicitando la venia presiden-cial para implantar ocho proyectos ("ocho áreas de opción específicas en las que se puede causar grandes daños o completa destrucción de los obejtivos en cues-tión"), el último de los cuales era:

"8. Causar lluvias que interfieran en, o cerca de Laos."

El estudio de factibilidad de la inducción de lluvias con fines militares estaba a cargo de ARPA y conta-ba ya por ese entonces con los tres elementos claves para conquistar la imaginación presidencial: un nom-bre ridículo (Proyecto Nile Blue)y un presupuesto in-menso (3 millones de dólares) y una computadora monstruo (la ILLIAC IV). En 1971 el Pentágono re-conoció que la cifra total de recursos dedicada al pro-blema de modificación climática superaba los 10 mi-llones de dólares.

También la CIA Las revelaciones sobre la guerra geofísica causaron

verdadero estupor en la opinión pública norteamerica-na, sensibilizada por los resultados de la guerra bio-lógica y química contra Vietnam. Sin embargo, ARPA aparentemente no fue la primera agencia gubernamen-tal norteamericana que incursionó en el arsenal geofí-sico. Seymour Hersh, autor del texto clásico Chemical and Biological Warfare, denunció en un artículo apa-recido en el New York Times que en 1962 la CIA había recurrido a la inducción de lluvias sobre Saigón para controlar las multitudinarias manifestaciones po-pulares contra el régimen de Diem. Los expertos en represión de la CITA habían llegado a la conclusión de que para combatir movilizaciones populares las lluvias torrenciales persistentes son un agente disuasivo mu-cho más eficaz que los gases lacrimógenos. Los éxitos obtenidos en 1963 determinaron que también en 1964

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se apelara a la inducción de lluvias en momentos de intranquilidad política en Saigón.

La técnica del camaleón Entre los Documentos del Pentágono y las eviden-

cias recogidas por Hersh, se consiguió la masa crítica de información necesaria para desencadenar interpela-ciones en el Senado de los Estados Unidos. Como la situación amenazaba adquirir una magnitud intran-quilizados, el Departamento de Defensa decidió po-nerse a la cabeza de los críticos, movilizando a un ex-empleado, el profesor Gordon James Fraser Mac-Donald, que había sido subdirector de ARPA durante todo el período de investigación y desarrollo de la inducción de lluvias con fines militares y que ahora es uno de los adalides de la "lucha" contra la contami-nación ambiental, como miembro titular del Comité por la Calidad del Medio Ambiente, un organismo que depende directamente de la presidencia de los Estados Unidos MacDonald ya había publicitado los horrores de una guerra geofísica hipotética en un libro editado por Nigel Calder, Unless Peace Comes: A Scientific Forecast of New Weapons (Viking Press, New York, 1968); su artículo comenta las potencialidades de la guerra geofísica: control de las precipitaciones, se-quías, terremotos y aun el posible deshielo del Artico, sin mencionar ni una sola vez lo que el ejército norte-americano estaba haciendo en Vietnam.

En 1971, MacDonald desarrolló una intensa acti-vidad en Washington en torno a las denuncias sobre guerra geofísica en Vietnam. La técnica rindió sus frutos, ya que si bien se hicieron interpelaciones en el Senado y se comenzó a hablar públicamente del problema, el programa militar siguió adelante y nada se supo concretamente sobre su implementación, ya que los responsables se ampararon en el secreto mi-litar para no decir nada preciso. El público quedó con-forme Ncon la existencia de comisiones parlamentarias ocupadas de la guerra geofísica, sustituyéndose así la solución de la monstruosidad por la sensación de que se estaban tomando medidas para controlar al Pen-tágono.

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Jack Anderson revolvió nuevamente el avispero al denunciar desde el Washington Post la existencia de un proyecto operacional desde 1967, denominado In-termediary-Compatriot e instrumentado por la U. S. Air Forcéy para "exagerar la época de las lluvias" y que por lo menos hasta fines de 1971 estaba en plena ejecución.

Por qué la lluvia

Los militares norteamericanos persiguen los siguien-tes objetivos con la guerra geofísica: • prolongar la época del monzón para mantener los

caminos intransitables, • producir interferencias con los radares que contro-

lan los SAM (Surface-air missiles), los cohetes tie-rra-aire que defienden Vietnam del Norte y los territorios liberados de Vietnam del Sur, Laos y Camboya.

El territorio por donde se entreteje la llamada ruta de Ho Chi Minh es montañoso, cubierto por densas selvas y atravesado por riachos y además es densamen-te poblado. En forma sucesiva, este tercio de Viet-nam, Laos y Camboya soportó y soporta cotidianos bombardeos de saturación con los B-12, defoliación sistemática, incendio de bosques, rociamiento con ga-ses, siembras de armas electrónicas antipersonal y ahora, finalmente, inundaciones masivas causadas por temporales inducidos por los expertos en modificacio-nes climáticas.

La técnica utilizada en la península indochina se conoce como modificación dinámica de nubes; una descripción accesible del método se puede leer en un artículo de William L. Woodley, aparecido en Science (9 de octubre de 1970, pág. 127) donde se relata una experiencia realizada en el sur de Florida. Todo con-siste en sembrar cumulus con ioduro de plata que pro-duce nubes gigantescas y desencadena lluvias. Unos pocos aviones penetran en las nubes elegidas y dis-paran pequeños cohetes que al explotar liberan el ioduro de plata (en la jerga técnica esto se denomina

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"pirotecnia") que actúa como semilla de condensa-ción. Cualquier avión puede ser utilizado para esta siembra: una misión tipo tarda 6 horas y requiere 50 kilogramos de ioduro de plata. Por otra parte, no se siembra sobre el lugar sobre el cual se desea que llueva, sino donde hay nubes y en aquellos días en que las condiciones atmosféricas permiten predecir el desplazamiento de las mismas hacia el blanco. Esto implica que desde el punto de vista militar, la misión es poco riesgosa porque muy probablemente ñó se en-contrará fuego antiaéreo.

Pero esto no es todo. Según Deborah Shapley (La Recherche, setiembre de 1972, pág. 794) se ha de-sarrollado una nueva técnica, denominada "higroscó-pica", que resulta en lluvias ácidas, mucho más efi-cientes que las naturales para provocar interferencias en los radares que controlan los SAM. Por ahora se desconoce si esta técnica ya fue utilizada en la penín-sula indochina.

Secretos y omisiones Mientras tanto, el senador J. William Fulbright,

presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado Norteamericano, interpeló en Washington al secretario de Defensa, Melvin Laird. Science repro-dujo el siguiente diálogo (16 de junio de 1972, pág. 1218):

Fulbright: " . . . e n otras palabras, ustedes nunca han recurrido al control de las condiciones climáticas, aun cuando tienen la capacidad para hacerlo".

Laird: "Nunca hemos realizado este tipo de activi-dad sobre Vietnam del Norte".

En la respuesta de Laird está la trampa, porque se sabe que se han realizado experiencias sobre el Mar de China y que dada la dinámica de la atmósfera en esa zona, los efectos se deben sentir necesariamente sobre Vietnam del Norte. Cabe recordar que en octubre de 1971 ocurrieron en Vietnam del Norte las inundacio-nes más devastadores de los últimos 25 años, a fines de la temporada del monzón.

El Director de Investigaciones para la Defensa e Ingeniería, John S. Foster que controla las activida-

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des de ARPA, se negó a responder aduciendo que parte del trabajo sobre el tema es secreto militar.

Gordon J. F. MacDonald, interrogado por el sena-dor Clairbone Pell, dijo que "ningún proyecto para controlar o modificar el clima debería ser llevado a cabo por los Estados Unidos . . . si no se tiene idea de antemano sobre sus resultados".

Algunos científicos militares fueron mucho más ex-plícitos. Pierre Saint-Armand, director de la División de Ciencias Planetarias y Terrestres del Naval Weapon Ceníer, se manifestó entusiasta partidario de las llu-vias artificiales como armas de guerra. En un repor-taje concedido a Deborah Shapley, de Science, dijo: "No pienso que usar las condiciones climáticas para disuadir a la gente de que se traslade de un sitio a otro sea una mala cosa. Si se considera el daño que se ocasiona impidiendo el transporte y se lo compara con el que se produce quemando o bombardeando, no veo qué tiene de inmoral".

El argumento de Saint-Armanda es similar a los uti-lizados para justificar la guerra química y biológica: es más "humano" gasear y defoliar que utilizar armas convencionales. Sólo que en Indochina los que reciben el impacto de las técnicas "no convencionales" de gue-rra no son los combatientes sino la población civil, cuyos medios de subsistencia son liquidados y que desprovista de recursos de protección adecuados resul-ta víctima segura de los tóxicos y de las inundaciones. La modificación de las condiciones climáticas significa / un desastre total: se pierden las casas, los sembradíos, las comunicaciones con los centros urbanos dotados de atención médica (por más precaria que ésta sea) y todo resulta en hambrunas, epidemias y muertes.

La guerra geofísica no resulta más humana que los bombardeos, pero sin duda es más barata y sus efectos superan en masividad a los obtenidos mediante armas convencionales.

Las nuevas armas Al analizar la estrategia norteamericana en Vietnam

hay que distinguir entre lo que se hace en función di-recta del conflicto actual y el significado que tiene la

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guerra de Vietnam como campo de ensayo para gue-rras futuras.

La crónica del conflicto demuestra que la destruc-ción de las ciudades, el minado de los puertos y el descalabro de los sistemas de transporte de Vietnam del Norte no conduce a la victoria militar norteame-ricana. Más aún, los bombardeos con B-12, la defo-liación y las armas antipersonal no consiguieron inte-rrumpir el transporte de pertrechos y hombres de un lado a otro de la península indochina. La "senda de Ho Chi Minh" no es un camino, es todo el tercio me-dio de Indochina y ni aun el poderío bélico norte-americano puede congelar la vida de una franja terri-torial tan ancha.

Las ciudades de Vietnam del Norte no concentran a la población. La gente vive, produce y colabora con el esfuerzo militar en áreas rurales, dispersa y camu-flada: la ciudad como núcleo político, organizativo, productivo y militar dejó de existir. Lo mismo sucede con el transporte; no hay caminos reales, sino redes de senderos alternativos. No hay un medio de transporte, sino sistemas complementarios que integran hombres, animales, bicicletas, camiones, motocicletas, trenes y lanchas. Las comunicaciones están programadas y eje-cutadas de acuerdo a pautas que no son las conocidas ni practicadas en el mundo occidental: las dos obsesio-nes que rigen nuestra movilidad cotidiana, la rapidez y la exactitud de llegada y salida, carecen de sentido en Vietnam del Norte y en las zonas liberadas de Viet-nam del Sur, Laos y Camboya.

El fracaso de los armamentos y de los ejércitos convencionales (fuesen estos norteamericanas, sud-vietnamitas, coreanos, tailandeses, filipinos o austra-lianos) determinó que los planificadores del Pentágo-no buscaran otro tipo de solución. Era necesario un cambio cualitativo. No se trataba de producir sola-mente más y mejores armas convencionales y aun la formación de asesinos politizados como los "boinas verdes" resultó inútil. Es decir, ni las bombas ni los cuerpos especiales pueden acabar con guerras como la de Vietnam. Era preciso diseñar un nuevo tipo de armas que deben reunir tres condiciones claves: tener masividad en sus efectos territoriales,, ser capaces de

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interferir con la vida del enemigo más allá del mo-mento del ataque efectivo, es decir, debe seguir pro-duciendo efectos prolongados en el tiempo, y debe ser barata.

La guerra geofísica reúne las características ideales para suplir armas para guerras no convencionales. Unos pocos aviones sembrando algunos kilogramos de sustancias irrisoriamente baratas en una época propi-cia del año pueden aumentar en un 35 a 50 por ciento las lluvias provocando inundaciones monstruosas en territorios extensos ya degenerados por las superbom-bas de los B-52 y de 4 a 6 años de defoliación per-manente, donde los diques han sido eficientemente destruidos mediante bombas guiadas por láser.

Una potencia urbana como los Estados Unidos es-taba preparada para hacer la guerra contra otras po-tencias urbanas. La estrategia y la tecnología militares giraban en torno a la hipótesis de guerras simétricas. Vietnam introdujo la asimetría. Todo el potencial bé-lico convencional no sólo dejó de ser suficiente para ganar en Vietnam, sino que por el contrario, se con-virtió en acelerador de un proceso político de cambio radical. La guerra geofísica intenta cambiar el. panora-ma, pero aparentemente tampoco da resultados.

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La gran estafa de Mr. Nixon

Daniel Goldstein

El 28 de noviembre de 1969, Richard M. Nixon anunció al mundo que su país renunciaba a su arse-nal de guerra biológica y que en lo sucesivo quedaba también prohibido el uso por parte de las fuerzas armadas norteamericanas de agentes de guerra quí-mica, "salvo con fines puramente defensivos". En la misma declaración, Nixon excluyó explícitamente de la prohibición a los gases tóxicos y a los agentes de-foliantes de uso rutinario en Vietnam. Si bien esto último permite comprender que el "renunciamiento" de Nixon es simplemente una mentira destinada a confundir a la opinión pública mundial y aplacar las críticas parlamentarias en Washington, el análisis de-tallado de la medida depara sorpresas inmediatas por la profundidad de su cinismo.

Las armas biológicas constituyen menos del 10 por ciento del arsenal norteamericano de guerra química y biológica (GQB). Pero este 10 por ciento no está incluido en su totalidad dentro de las "armas bioló-gicas" a las que Nixon renunció con tanta gallardía, ya que se ajustó a las definiciones del término pre-sentadas por U Thant a la Asamblea General de las Naciones Unidas en julio de 1969. U Thant se refirió en esa oportunidad a un informe preparado para las N. U. por expertos en GQB de todas partes del mun-

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do, donde se reclasifican las toxinas producidas por células —es decir, productos de células vivas que no pueden autoduplicarse fuera de la célula que los sin-tetiza— como agentes químicos. Por ejemplo, la to-xina botulínica, el veneno más poderoso que se co-noce, como es un producto del Clostridium botulinum que depende de la célula bacteriana para su síntesis, no es un arma biológica sino química.

No deja de llamar poderosamente la atención la astucia diabólica de la reclasificación, pero todo se entiende mejor cuando se conoce al padre de la cria-tura: el doctor Ivan L. Bennett, Jr., M. D. Bennett uno de los eminentes patólogos de los Estados Unidos —y del mundo— de justa fama por su dedicación ininterrumpida a las enfermedades infecciosas. Du-rante muchos años, Bennett fue director del Departa-mento de Patología de la Johns Hopkins University School of Medicine, profesor "Baxley" de patología de la misma escuela de medicina, patólogo jefe del Hospital Johns Hopkins. En 1960 Ivan Bennett dejó Hopkins para asesorar en problemas de política cien-tífica al presidente Johnson y finalmente aterrizó como director del New York University Medical Center, un complejo asistencial universitario de dimensiones descomunales en constante expansión situado en el co-razón de Manhattan. Pero Ivan Bennett fue y sigue siendo el asesor principal del ejército norteamericano en epidemiología y patología, y el director de contra-tos de investigación del U. S. Chemical Corps, la agencia del Pentágono dedicada a la guerra biológica y química. Por supuesto, Bennett no niega su parti-cipación, como delegado norteamericano, en el comité de expertos en GQB. que preparó el informe de U Thant. Tampoco niega que el primer bosquejo de informe proviene directamente del U. S. Chemical Corps, que sus colaboradores inmediatos eran tres oficiales del Pentágono y que, mientras duró la redac-ción del informe, se mantuvo en "contacto telefónico diario" con el Departamento de Defensa. Para Ivan Bennett la reclasificación de las toxinas de origen mi-crobiano como armas químicas no tiene nada de malo; más aun, se trata de una definición nacional porque

•son sustancias químicas sin vida propia.

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Pero esto no es todo. El diputado Richard Me Carthy, un demócrata de Nueva York que sostiene una lucha solitaria contra la GQB en Washington, de-nunció que el "renunciamiento" de Nixon tiene ca-racterísticas muy especiales: el presupuesto total para GQB en 1970 asciende a casi 50 millones de dólares, pero cuando se realizó una interpelación ante la Cá-mara de Representantes, el representante del U. S. Chemical Corps confesó que la prohibición presiden-cial disminuía en tan sólo 2 millones de dólares el presupuesto. Es decir, Nixon renunció al 4 por ciento de los planes de investigación, desarrollo y producción de armas químicas y biológicas. McCarthy denunció también una campaña diplomática para inducir a Gran Bretaña, mediante presiones económicas múltiples, a defender el uso de gases lacrimógenos. El Protocolo de Ginebra de 1925 prohibe gases "asfixiantes, vene-nosos y de otro tipo". El Departamento de Estado sos-tiene que el protocolo no prohibe los gases lacrimó-genos y "anti-motineros". Los ingleses —si bien des-arrollaron en sus propios laboratorios de guerra quí-mica la mayoría de los gases conocidos en la actuali-dad— desde 1930 han adherido oficialmente a la pro-hibición de su uso en guerra. Sin embargo, las pre-siones norteamericanas surtieron el efecto deseado, el 22 de febrero de este año el delegado británico ante la Conferencia del Desarme, reunida en Ginebra, de-claró: "El gas CS daría oportunidades para ahorrar vidas y no matar, particularmente cuando se lucha en sectores donde hay civiles inocentes. Conforme a nues-tro punto de vista, sería miopía negar a las fuerzas armadas el empleo de quizá la única arma no mortal a su disposición y obligar, por consiguiente el empleo, en ciertas circunstancias, de medidas más terminan-tes." El humanitario Lord Chalfont quizás no hubiera podido estar en Ginebra para decir semejantes barba-ridades si los nazis hubieran bombardeado Gran Bre-taña luego de cubrir sus ciudades con gases lacrimó-genos e irritantes; él, como millones de sus compa-triotas hubieran tenido que salir, ahogándose, de los refugios antiaéreos para ser destrozados meticulosa-mente por las bombas de fragmentación alemana.

Toda la historia del "renunciamiento" de Nixon a

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la guerra biológica hace recapacitar sobre el sentido, el significado y el alcance de los acuerdos internacio-nales, lucubrados a espaldas de los pueblos, productos de un tira y afloje sistemático entre bloques y estados, de concepciones y contraconcesiones ignoradas por la gran masa de la humanidad. Nada se sabe acerca de los verdaderos motivos que llevaron a U Thant a convalidar el texto del Pentágono, y a los otros países firmantes a "colaborar" en la redacción de un docu-mento casi oficial del U. S. Chemical Corps.

El aparato norteamericano de propaganda ha hecho una gran alharaca en torno a la prohibición de Nixon. Sucede algo parecido a lo que aconteció con el dis-curso de Johnson del 30 de marzo de 1968, cuando el ex presidente norteamericano anunció que no presen-taba su candidatura a la presidencia y que además de interrumpir los bombardeos a Vietnam del Norte co-menzaría a negociar inmediatamente la paz. La guerra, como consta, siguió rampante, cruel y sangrienta. Todo el poderío aéreo norteamericano dedicó sus es-fuerzos a completar la campaña de tierra arrasada que se llevaba sistemáticamente desde años atrás contra los territorios liberados de Vietnam del Sur. Las ma-tanzas de civiles vietnamitas prosiguieron sin prisa y sin pausa. Pero después del discurso de Johnson, el ciudadano medio norteamericano estaba convencido de que su presidente era un verdadero héroe civil, que la guerra había terminado, que podía volver a dormir tranquilo, con la conciencia limpia, después de haber "presionado" y conseguido que Johnson adoptara una política de cordura ante un problema molesto. Meses después, la verdadera situación emergió nuevamente, y con ella la angustia, la mala conciencia. Nixon proce-dió igual que Johnson: cuando la presión de la opi-nión pública era máxima ante el genocidio empleado por las fuerzas expedicionarias norteamericanas en Vietnam, cuando los cuentos de horror se sucedían día tras día en las páginas de los diarios conservadores de Estados Unidos y del mundo, cuando las fotos de las atrocidades cometidas por soldados norteamerica-nos —antes sólo publicadas por valiente solitarios como Armoni en "The Minority of One" y en algunos periódicos radicales— pasaron a las primeras planas

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del "New York Times", del "Chicago Tribune" y del "Washington Post", cuando en el Senado y en la Cá-mara de Representantes la evidencia del horror era tan grande que algunos parlamentarios, movidos por la vergüenza, comenzaban a inquirir sobre el desarro-llo de la guerra y a cuestionar los inmensos desem-bolsos dedicados a proyectos superrealistas de arma-mentos no convencionales, luego de un Día de Mora-toria donde más de 500.000 personas desfilaron por Washington repudiando sinceramente una política de exterminio. Nixon disparó un discurso con renuncia-mientos.

Técnicamente, el "renunciamiento" de Nixon es una broma de mal gusto. Aun si se supone que efectiva-mente ciertas partes del arsenal de guerra biológica fueran a ser realmente destruidas, lo que no desapa-recería es el conocimiento técnico y las facilidades materiales —lo que los norteamericanos llaman tan gráficamente el know-how— que les permitirían en pocas semanas completar sus stocks.

Y en Vietnam se sigue. Ya suman centenares las denuncias documentadas sobre malformaciones en be-bés nacidos en las regiones fumigadas con agentes defoliantes. La mortabilidad y mortalidad ocasionada por los gases irritantes (y "humanitarios", según Lord Chalfont) es tal que los mismos soldados norteameri-canos, con máscaras antigás y todo, tienen miedo de operar en esas condiciones. Pero Nixon ahorra 2 mi-llones de dólares y sus técnicos van a poder limpiar algunos estantes de los arsenales de GQB eliminando sistemas obsoletos, para dejar lugar a nuevas armas "defensivas".

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El sueño de Ripley Daniel Goldstein

S. Dillon Ripley ornitólogo, es un hombre serio que ama su profesión; todo lo referente a los pája-ros lo apasiona. Hasta sus. sueños son ornitológicos. Ripley es el secretario de la Smithsonian Institution de Washington, uno de los centros científicos más importantes de los Estados Unidos. Un día —allá por el año 1962— su colega Philip S. Humphrey lo visitó para proponerle un plan sensacional: montar un operativo en gran escala para aprenderlo todo sobre los pájaros del Océano Pacífico. "Era un proyecto ma-ravilloso desde el punto de vista científico la reali-zación de un sueño", suspiró Ripley a la revista "Science" (21 de febrero 1969). Estudiar los pájaros que pueblan casi tres octavos de la superficie terrestre es un sueño que resulta un poco caro. Pero el De-partamento de Defensa de los Estados Unidos, que patrocinaba el proyecto, necesitaba la información para el desarrollo de sus programas de guerra biológica y estaba dispuesto a pagar lo necesario para obtenerla.

Un sueño clasificado Los militares estaban buscando una universidad de

categoría interesada en llevar a cabo un estudio eco-

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lógico en el Pacífico y recurrieron a Humphrey, cu-rador de la Smithsonian Institution y director del Museo de Historia Natural de la Universidad de Kan-sas. En lugar de remitirlos a terceros, Humphrey con-feccionó un plan y luego de someterlo a la aproba-ción de Ripley, les propuso la Smithsonian Institution. El Pentágono aceptó el plan, lo bautizó Pacific Ocean Biological Survey (POBS) y dejó su dirección en ma-nos de Humphrey. El sueño de Ripley era clasificado. Según el Pentágono los resultados obtenidos durante el POBS debían ser secretos porque los investigadores utilizarían bases norteamericanas en el Pacífico equi-pados con instrumental militar clasificado. Lo cierto es que el contrato con la Smithsonian estipulaba que los informes científicos debían pasar primero por el Pentágono y que sólo aquello que recibiera el visto bueno militar podría retornar a la Smithsonian para ser publicado en las revistas especializadas. Además, el Pentágono requería el envío de muestras de sangre de la fauna estudiada a sus laboratorios de Fort De-trick y al Desert Test Center de Utha, dos de los emporios de la guerra química y biológica norteame-ricana.

Vectores aéreos animales El POBS ya tiene ocho años y la Smithsonian Ins-

titution recibió para su ejecución más de 3 millones de dólares. Durante estos ocho años los equipos téc-nicos de la Smithsonian estudiaron casi millones de kilómetros cuadrados del Pacífico suboccidental. Se gún los ornitólogos, el proyecto es ideal para estudiar la distribución de la flora y de la fauna de la región y en especial para determinar los factores que influ-yen en la distribución y migración de los pájaros. Has-ta el año pasado, los pájaros marcados para estudiar su comportamiento superaban los 2 millones y ocasional-mente los grupos de rastreo llegaban a remotas islas del Mar de Bering para recoger información. Que no se trataba de algo tan puro y cándido como lo con-taban Ripley y Humphrey se pudo saber en forma espectacular cuando Tom Petitt, un reportero de la NBC, acusó delante de las cámaras de televisión en

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febrero del año pasado que la Smithsonian era una cobertura para proyectos de guerra química y bioló-gica del Pentágono. Petitt tenía consigo a un biólogo de Los Angeles, Robert Standen, que había partici-pado en el POBS y que admitió públicamente haber colaborado en ensayos con "transportadores biológi-cos" en la isla de Baker, una posesión norteamericana de una milla cuadrada que se encuentra a 2.700 ki-lómetros de Honolulu. Equipos de la marina del ejér-cito y de la aviación colaboraban en esos ensayos des-tinados a estudiar el comportamiento de "vectores aéreos animales" útiles para el acarreo de microorga-nismos en zonas de clima tropical. El Pentágono, por supuesto, comenzó por negarlo todo y luego insistió que si bien los ensayos habían tenido lugar no se ha-bían utilizado pájaros infectados. El objeto fundamen-tal del POBS, según los militares, era el estudio de las enfermedades de las áreas del Pacífico habitadas o potencialmente habitables por personal norteameri-cano y resolver el problema de las colisiones entre pájaros y aviones de reacción en los aeropuertos de la zona.

La tularemia Un bacteriólogo norteamericano, McCoy, describió

en 1911 la tularemia, una enfermedad infecciosa que hacía estragos entre las ardillas del condado de Tulare, en California. Edward Francis determinó posterior-mente que la bacteria causante de la enfermedad —que luego fue bautizada como Franásella tularen-sis— tiene su reservorio natural en el conejo de cam-po y las garrapatas son su vector. La F. tularensis es una bacteria particularmente versátil: puede penetrar en el hombre a través de la piel (picaduras de garra-patas, heridas o diminutas fisuras), por vía digestiva y por vía pulmonar. La infección aguda causa fiebre, dolores musculares, intensa cefalea y una gran pos-tración. La forma pulmonar es la más grave, y antes de la aparición de la estreptomicina, el antibiótico que cura con extraordinaria celeridad la enfermedad natural, tenía un 30 por ciento de mortalidad. Una de las características de la tularemia es que la trans-

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.misión hombre-hombre no existe. Esta pequeña reseña permite comprender el extremado interés del Pentá-gono por la tularemia, ya que reúne tres de las ca-racterísticas claves que convierten a un microrganis-mo y a la enfermedad que ocasiona en una eficiente arma biológica, se cultiva con facilidad, no existe con-tagio hombre-hombre y la infección por la vía infla-matoria es altamente exitosa.

Mutantes y vacunas Desde hace más de diez años, el Pentágono realiza

estudios en sus propios laboratorios y subvenciona generosamente a varias universidades norteamericanas y extranjeras para la realización de estudios sobre la genética, la inmunología y la bioquímica de la F.j tu-larensis. En Fort Detrick, los genetistas de bacterias consiguieron aislar dos clases de mutantes claves: toda una serie de cepas resistentes a la estreptomicina y por lo menos una cepa de patogenicidad atenuada ideal para la vacunación. La existencia de cepas resistentes a la acción bactericida de la estreptomicina se pudo saber a raíz de la infección accidental, por vía inha-latoria, de numerosos técnicos del laboratorio de Fort Detrick (American Journal of Medicine, volumen 30, página 785, 1961) . Para que un microorganismo pueda utilizarse en la guerra biológica deben existir vacunas capaces de proteger a los soldados propios. Las cepas de patogenicidad atenuada de Fort Detrick permitie-ron la elaboración de una vacuna razonablemente efi-caz, aplicable por aerosoles (jsiempre los aerosoles!) gracias a los esfuerzos combinados de Fort Detrick y la Universidad de Maryland (Bacteriological Reviews, setiembre de 1966, página 532). En Fort Detrick, por otra parte, se mantienen grandes stocks de garrapatas infectadas con las cepas virulentas de F. tularensh resistentes a la estreptomicina.

Un inconveniente molesto Lamentablemente, la Francisella tularensis no es

una bacteria que se caracteriza por su resistencia a condiciones adversas del medio ambiente. Una dosis

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efectiva para infectar un cobayo por vía inhalatoria es de 10 a 20 células bacterianas (el hombre requiere entre 25 y 50). Pero si se deja "envejecer" el aerosol durante cinco horas y media, la dosis efectiva asciende a 150-200 bacterias. Por otra parte la F. tularensis soporta mal los cambios de temperatura. Al descen-der desde el avión que arroja el aerosol, las bacterias están expuestas a condiciones extremas de frío y ra-diación solar. A una altura de 10.000 metros la tem-peratura de la atmósfera es de 60 grados bajo cero. Debido a su extrema liviandad, el descenso de las partículas del aerosol no es uniforme de modo que antes de coincidir con una corriente favorable que los conduzca a tierra, los microorganismos deambulan al-ternativamente entre zonas extremadamente frías y otras relativamente cálidas y estos cambios de tem-peratura ambiente reducen dramáticamente su viabi-lidad. Por otra parte, las bacterias son mucho más susceptibles a los efectos bacteriales de las radiaciones solares a bajas temperaturas. Siendo la tularemia una enfermedad tan ideal para su uso como arma bioló-gica, era lógico esperar que el Pentágono aguzara el ingenio para encontrar algún otro método de infección masiva que no implicara la inconveniencia del aero-sol. Y aquí aparecen nuevamente los pájaros y se puede entender un poco mejor el significado del Pa-cific Ocean Biological Survey. ,

Vermont, 1968 El 5 de junio de 1969, la revista más prestigiosa

de la medicina norteamericana, el New England Jour-nal of Medicine, publicó un artículo informando sobre una epidemia de tularemia ocurrida en un distrito de Vermont, el único estado de la Unión donde hasta el año 1968 no se había encontrado la enfermedad. Los 47 casos de Vermont habían estado todos en con-tacto con ratas almizcleras. Los autores del artículo mencionado, epidemiólogos del National Communi-cable Diseases Center, (NCDC) encontraron que efec-tivamente los roedores silvestres estaban infectados con F. tularensis y que además todos los ríos del con-dado de Addison estaban fuertemente contaminados

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con esta bacteria. "Ninguno de estos hallazgos —co-mentan los investigadores del NCDC—, ofrece una pista para poder explicar por qué ocurre este brote de tularemia en un área donde nunca había existido an-tes." Para ellos dos son las únicas explicaciones razo-nables: o se trata de una epidemia por "desborde" del nicho ecológico habitual de la F. tularensis o que las aves hubieran causado una extensa contaminación de las aguas de Vermont, haciendo inevitable la infec-ción de las ratas almizcleras y en la temporada de caza, la información de los cazadores y granjeros de la zona. "Está muy bien documentado el hecho de que la tularemia puede ser transportada por pájaros —pro-siguen los autores— y los estudios de esta trasmisión han demostrado que los microorganismos pueden ser transportados y excretados con las heces por algunas especies de aves migratorias." Y las migraciones de las aves son a veces muy caprichosas: la literatura científica está llena de informes sobre recorridos mi-gratorios anómalos. No es infrecuente hallar en las costas de New Jersey, en el noroeste de los Estados Unidos, especies provenientes de Alaska.

Los mal pensados Los epidemiólogos no sabían aparentemente, que

en 1967 el Pentágono había ensayado extensamente el transporte de tularemia por aves infectadas en Fort Greeley, Alaska. Por otra parte, los primeros infor- * mes indican que las cepas aisladas en Alaska por el doctor Cluff Hopla —el director del departamento de zoología de la Universidad de Oklahoma, contratado por el Pentágono para analizar la zona de ensayos de Fort Greeley y determinar la evolución sufrida por las F. tularensis— y las aisladas en Vermont son extre-madamente parecidas, sino las mismas. Nadie puede decir por ahora que el Pentágono es responsable de la epidemia de tularemia de Vermont, aunque las coincidencias son tan notables que resultan aterrado-ras. Pero lo importante de esta historia de pájaros y pestes no reside tanto en los peligros de diseminación accidental de enfermedades infecciosas graves sino en las coberturas, en los mantos académicos, con que el

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Pentágono y sus socios científicos adornan los pro-yectos militares. En la Smithsonian, Ripley lloraba a quien quisiera oírle que el POBS había sido y era una empresa meramente financiada por el Pentágono, que si bien había dado la idea no intervenía mayormente en el desarrollo de los proyectos. Humphrey reconoció que ocasionalmente estudiaban ciertas regiones a pe-dido expreso de los militares, pero que estos "extras" eran financiados con fondos suplementarios y no con el presupuesto inicialmente asignado al POBS. Lo cier-to es que los proyectos más inocentes, como el estudio ecológico de las aves de un océano, tiene en este mo-mento un gran interés militar. En rigor, esta pequeña historia obliga a plantear la siguiente pregunta: ¿son paranoicos los que afirman que toda investigación fi-nanciada por una agencia militar tiene objetivos pre-cisos? En otras palabras todo lo que subvenciona el Pentágono o sus equivalentes, ¿tiene en perspectiva una aplicación bélica?

Ahora, en Brasil Pero Philip S. Humphrey, indignado como está

por todo el alboroto creado en torno al POBS sigue adelante como un adalid de la ornitología empresarial. El Ministerio de Agricultura del Brasil, los National Institutes of Health y la Rockefeller Foundation han firmado un contrato con la Smithsonian Institution para estudiar la sociología de las selvas brasileñas de lluvia tropical, poniendo especial énfasis en la biología de las aves y en las enfermedades virales de la zona. Humphrey, director de este esfuerzo conjunto, soli-citó y obtuvo la incorporación al proyecto de la fuerza aérea y del ejército de los Estados Unidos con el pre-texto de disponer de fondos y facilidades práctica-mente ilimitadas. El gobierno del Brasil cumple así uno de los sueños de todos los buenos desarrollistas latinoamericanos: estudiar la ecología de la nación. Mientras tanto, toda la academia norteamericana se dispone a analizar este inmenso tesoro de virus y en-fermedades desconocidas escondido en las selvas ama-zónicas, dejando jugosas experiencias al Pentágono: sus fuerzas expedicionarias podrán estar protegidas

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contra las exóticas enfermedades sudamericanas cuan-do comience la fase de intervención militar directa en nuestro continente. Y sus bacteriólogos y virólogos podrán ir preparando nuevas maravillas de la guerra biológica, mejor y "más naturalmente" transportadas.

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Los sociólogos millonarios

Daniel Goldstein

66En el Congo, en Vietnam, en la Repú-blica Dominicana, es evidente que el or-den depende de obligar, de alguna for-ma, a que un estrato recientemente movi-lizado retorne a la pasividad y al derro-tismo del que ha sido extraído por un proceso de modernización. Por lo me-nos temporariamente, la conservación de ese orden requiere una depreciación de las aspiraciones neoadquiridas y de los niveles de actividad políticaIthiel de Sola Pool.

("Contemporary political science: tomarás ernpiri-cal theory", página 26 McGraw-Hill Book Co., 1967.)

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Como todo el mundo sabe, los físicos son muy pedantes. Los sociólogos lo sienten en carne propia, sobre todo desde que comparten —¡oh, el progreso!— el uso de los centros de computación del mundo des-arrollado. En el mundillo que gira en torno a las computadoras electrónicas todos se dan el lujo de mirar con aire protector a los pobres sociólogos, siem-pre dependientes de técnicas desarrolladas primitiva-mente para problemas de física, siempre preocupados por cuantificar lo aparentemente incuantificable.

Lo cierto es que, hartos de ser considerados "ciuda-danos de segunda" los líderes de la sociología nor-teamericana residentes en el área de Cambridge, Mas-sachusett, decidieron en 1967 dar el grito de Ipi-ranga e independizarse computacionalmente. Luego de un agitado seminario, los sociólogos de Massachusetts Institute of Technology y de la Universidad de Har-vard decidieron que era ya hora de poseer máquinas propias y desarrollar técnicas de computación espe-cialmente diseñadas para los problemas de sociología y psicología social.

Como todo grito libertario de la ciencia desarrolla-da contemporánea, el alarido sociológico iba acompa-ñado por un pedido de subsidio: necesitaban 300.000

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dólares anuales para llevar adelante su propósito y así se lo hicieron saber a la National Science Foun-dation. Pero la N. S. F. dijo no.

Ithiel de Sola Pool Al año siguiente, 1966, el centro de computación

del M. I. T. decidió deshacerse de dos máquinas IBM modelo 7094. Ithiel de Sola Pool, director del De-partamento de Ciencia Política del M. I.T. y uno de los instigadores de la rebelión sociológica contra los centros de computación dominados por los físicos, tomó el asunto en sus manos. Lo que se debía hacer era gestionar la obtención de fondos federados para financiar el uso y el mantenimiento de por lo menos una de las máquinas 7094 que el M. I.T. estaba por radiar de servicio. La propuesta de de Sola Pool era razonable y económica mantener una computadora es siempre más barato que comprar una nueva, y des-arrollar un sistema de computación para una máquina nueva es como empezar desde cero. Sobre todo cuan-do su departamento había producido el CTSS —el mejor sistema diseñado especialmente para las inves-tigaciones sociológicas de que se dispone hasta la fe-cha— para trabajar con la máquina modelo 7094. Las ventajas del área de Cambridge para obtener di-nero federal eran evidentes: la solidez científica y técnica del M. I. T. y de Harvard y la experiencia del proyecto MAC —financiado por el Pentágono y lle-vado a cabo por el M. I. T . — destinado a desarrollar técnicas de tiempo compartido para el uso de compu-tadoras y el procesamiento de cantidades masivas de información. Y como si todo esto fuera poco, de Sola Pool era (y sigue siendo) miembro titular del De-fense Science Board, un organismo formado por cien-tíficos muy destacados que tienen como misión in-formar directamente al Secretario de Defensa de los Estados Unidos sobre "las oportunidades presentadas por el nuevo conocimiento científico para el diseño de sistemas de armamentos radicalmente novedosos". Hombre múltiple y multidisciplinario, de Sola Pool siempre encontró tiempo para dedicarse a su tema de investigación preferido: la contrainsurgencia. Como

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miembro de la Simulmatics Corporation, con sede en Nueva York y Cambridge, Mass. (un "tanque de ideas" como llaman los norteamericanos a las firmas que se dedican a vender trabajo intelectual altamente calificado para las fuerzas de represión imperial) de Sola Pool recibió últimamente los'siguientes subsidios del Pentágono:

Años 1965-66: "Research on Urban Insurgency" (Project Agile).

Año 1966-67: "Chieu Hoi Study" (18.000 dólares) (Project Agile).

Año 1967: Problem Analysis, Republic of Vietnam (320.000 dólares).

Como sus relaciones con el Pentágono eran (y son) más que ejemplares, de Sola Pool llamó a sus puer-tas. Y las puertas se abrieron de par en par.

ARPA El Advanced Research Project Agency (ARPA) del

Departamento de Defensa dijo inmediatamente que sí. Se bautizó el plan como proyecto Cambridge (CAM) y se le asignó un presupuesto quinquenal de 7.600.000 —siete millones seiscientos mil— dólares, destinados al M. I. T. ARPA, como su nombre lo in-dica, es la fundación que posee el Pentágono para subvencionar los proyectos de investigaciones básicas de interés militar. El gran plan de estudios sobre contrainsurgencia ideado por John F. Kennedy (el proyecto Agile) estaba, precisamente, en manos de ARPA, que a su vez, delegaba las tareas de investi-gación sociológica en Ithiel de Sola Pool. Muchos otros integrantes del equipo del Proyecto CAM ha-bían sido subvencionados previamente por el ARPA, y algunos de ellos incluso habían sido altos ejecutivos en el Pentágono. J . C. R. Licklider, por ejemplo, uno de los investigadores principales del Proyecto, es un ex director del programa de procesamiento de la in-formación de ARPA. Pero existían otras razones muy poderosas para la rápida aceptación por parte del Pentágono del proyecto CAM.

Casi todas las investigaciones sociológicas, políticas y económicas del Departamento de Defensa realizadas

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en el exterior de los Estados Unidos eran financiadas y encargadas por ARPA.1 En 1967, el senador Wi-lliam Fulbright inició una campaña legislativa contra las investigaciones sociológicas en el exterior y pro-puso un corte de 48 millones de dólares al presu-puesto militar dedicado a este tipo de actividades. Si se tiene en cuenta que el presupuesto anual para in-vestigación y desarrollo del Pentágono es de 8 mil millones de dólares, semejante corte no es una gran cosa. Pero si hay algo que el Pentágono odia es la publicidad y más aun la exhibición de sus trapos su-cios en el Congreso.

El Pentágono decidió entonces un cambio de di-rección en el departamento de sociología de ARPA, recayendo la tarea en un sociólogo relativamente co-nocido, Davis Bobrow, que introdujo en la política de subsidios dos o tres novedades de interés. Con el objeto de evitar las iras del Congreso, se decidió in-terrumpir la financiación, por parte del Pentágono, de proyectos menores en el exterior, que se podían realizar bajo los auspicios de agencias privadas (la Fundación Ford, por ejemplo, o equipos locales finan-ciados por fundaciones "no gubernamentales"). De esa forma, el Pentágono no intervendría en la tarea sucia de recolectar información en las futuras áreas de conflicto, tarea que por otro lado siempre trae es-cándalos políticos. Por otra parte, Bobrow introdujo el concepto de "masa crítica" en las investigaciones sociológicas: lo fundamental era reunir la mayor can-tidad de investigadores principales en proyectos abso-

1 Este es un pequeño muestrario de los proyectos finan-ciados por ARPA en el campo de las ciencias sociales:

"POLITICA a manual countersubersion and Counterconspi-rancy game", realizado por Abt Associates, de Cambridge, Mass. como parte del Proyecto "Agile", durante 1965-66.

Research on urban disequilibrium,,, estudio secreto con-fiado a Associates for International Research Inc. de Cambrid-ge, Mass. —investigador principal: Dr. Lawrence Barass—, 1965-66.

Countersinsurgency studies in Latin America: Venezuela, Colombia" (confidencial) y "Urban Insurgency studies", tam-bién confidencial, ambos realizados en 1965 en la General Research Corporation de Santa Bárbara, California.

"Genesis of civil violence'', terminado en 1967 en el Prin-ceton University Center for International Studies.

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hitamente básicos que pudieran ser utilizados tanto por los militares como por los investigadores acadé-micos. Entre este tipo de proyectos tenían un lugar destacado aquellos concernientes a procesamiento de cantidades masivas de información y al desarrollo de técnicas de simulación. Así fue como el Proyecto CAM fue aprobado por el Pentágono, mientras otros planes de investigación eran liquidados por la mitad.2

Según Judith Coburn (Science, volumen 11, página 1251, 5 de diciembre de 1969) ARPA tiene en mar-cha proyectos similares en la Universidad de Michigan y en la Universidad de California en Berkeley. La millonaria subvención tenía por objeto, según Co-burn, constituir una especie de banco "para proveer de dinero a individuos dedicados a trabajar en nuevas técnicas de computación, o un paraguas para proyectos sustancialmente diferentes pero con problemas tecno-lógicos similares. Ithiel de Sola Pool podría usar su di-nero para procesar información sobre el Vietcong; los psicólogos de Harvard podrían utilizar el suyo para in-vestigación educacional. . . "y vivan los estudiantes".

Y cuando todos parecían felices, las agrupaciones estudiantiles antibélicas de Harvard y del M. I. T. denunciaron el proyecto CAM como un masivo pro-grama de contrainsurgencia. Hasta el periódico tra-dicional de los alumnos de Harvard, "Crimson", co-mentó que el Proyecto CAM, con el pretexto de reu-nir información, servía para poner a disposición del Pentágono los bancos de datos de las dos universida-des norteamericanas que más han dedicado al estudio de los movimientos revolucionarios. Mientras todo esto ocurría, ARPA ya había adelantado a los inves-tigadores del Proyecto CAM un millón y medio de dólares. Las objeciones liberales de Crimson eran ab-solutamente ingenuas; porque la información conte-nida en los bancos de datos de los departamentos de

2 El estudio de Frederick Frey titulado "Human factors in modernization: comparative research on behavioral change", fue uno de los interrumpidos bruscamente cuando estaba por empezar la fase de trabajo de campo. Pero Fery, un discpulo de de Sola Pool que trabaja en el M.I.T. Center for Interna-tional Studies, pudo consolarse rápidamente con el Proyecto CAM.

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sociología, por el mero hecho de existir, estaban ya en manos del Pentágono, ya que la recolección de esos datos había sido encargada, subvencionada y analizada por el Departamento de Defensa o agencias similares. En el M. I. T. por ejemplo, William Griffith tiene el mejor conjunto de datos sobre movimientos revolu-cionarios y radicales en todo el mundo que se dispone en los Estados Unidos, y comparte con de Sola Pool un impresionante archivo sobre el Frente de libera-ción Nacional vietnamita en base a interrogatorios "exhaustivos" de prisioneros de guerra. Lo cierto es que la reacción estudiantil hizo tambalear el proyecto CAM. Los profesores de Harvard y M. I. T. descu-brieron que podría no ser muy decente trabajar en semejante cosa; algunos opusieron objeciones forma-les, como la de no seguir trabajando en el asunto a menos que la financiación dejara de ser militar. El revuelo consiguiente inquietó a los administradores universitarios; en el M. I. T. contribuyó a agudizar el enfrentamiento radical contra las subvenciones mili-tares, y en Harvard, el presidente Nathan Pusey no tuvo más remedio que convocar de urgencia un co-mité de notables para estudiar las relaciones entre la universidad y el Pentágono. Mientras tanto, el inefa-ble Ithiel de Sola Pool contratacaba explicándole a todo el que quisiera oírle que el Proyecto CAM tenía por objeto "desarrollar instrumentos computacionales neutros" que pueden servir para analizar cualquier tipo de problema sociológico, desde la contrainsur-gencia en América Latina hasta el tipo de respuesta a estímulos de las palomas mensajeras.3

La nueva táctica imperial Resulta evidente que la situación política en las uni-

versidades norteamericanas ha cambiado radicalmente en los últimos años. La cuarta fuerza armada de los

3 Ithiel de Sola Pool también es un experto en guerra fría. Uno de sus estudios, financiado también por el proyecto CAM, versa sobre "Foreign communication and defense" que trata de "describir los mecanismos en comunicación en la Unión So-viética y en China y desarrollar sistemas de simulación para estudiar el flujo de noticias en el futuro".

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Estados Unidos, la universidad integrada y al servicio del brazo militar del imperio, no puede más ocultar su carácter militar tras los disfraces de academicismo puro y neutro, como lo ha estado haciendo durante los últimos 25 años. Columbia Coronell, Stanford, M. I.T. son ejemplos que demuestran que es cada vez más difícil realizar investigaciones clasificadas en univer-sidades y que el ambiente académico no garantiza la tranquilidad necesaria para que la simbiosis universi-taria-militar continúe bajo la forma clásica. Las tareas encomendadas a la universidad deben realizarse: el problema es detectar a tiempo dónde. No es de extra-ñar que el mismo Departamento de Defensa tome ocasionalmente la iniciativa. Dos de las más sombrías excrecencias de la universidad norteamericana, el Cen-ter for Research in Social Systems (CRESS) de la American Univérsity y la Human Resources Research Office (HumRRO), de la George Washington Uni-vérsity, se han desafiliado de sus respectivas sedes académicas. El HumRRO había sido creado en 1951 y era el instituto más subsidiado por el ejército nor-teamericano para investigaciones en psicología con-ductista( (motivación, conducción, sistemas "hombre-arma") y el centro principal de estudios sobre guerra psicológica, "lavado de cerebro"—practicado sobre prisioneros de guerra chinos y coreanos— y de "hu-man factors engineering" como se dio por llamar en jerga cuasi-científica a los problemas de adaptación de los individuos bajo condiciones cambiantes de stress. En 1965, brotó del HumRRO el Special Ope-rations Research Office (SORO) la agencia de la George Washington Univérsity que fabricó el Proyec-to Camelot. Cubiertos de ridículo y tratando de me-jorar "la imagen", los sociólogos del SORO se cam-biaron el nombre y pasaron a ser el Center for Research in Social Systems (CRESS) dedicado como antes a dirigir y planear investigaciones sociológicas relevantes de problemas de contrainsurgencia, guerra psicológica y acción cívico-militar. En el CRESS fun-cionaba precisamente un competidor —menos brillan-te, pero el primero en su género— del Proyecto CAM: el Cultural Information Analysis Center, el banco de datos automatizado del Ejército sobre con-

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tra insurgencia y "foreign area research". En 1969 tanto CRESS como HumRRO han pasado a ser "non-profit organizations" pero mantienen el mismo perso-nal y las conexiones con las universidades. La única diferencia es que el amparo institucional es diferente: ahora son entes autónomos. Esta es la nueva moda de la cuarta fuerza armada norteamericana: indepen-dizar de las universidades a los equipos e institutos dedicados a investigaciones militares. Si bien en estos institutos no se dicta clase ni se otorgan títulos aca-démicos, la conexión ideológica con la universidad se mantiene, ya que los investigadores principales son por lo general profesores y no pierden sus cátedras por el cambio de estado legal de sus institutos.

En el campo de la sociología y ciencias políticas, la labor de espionaje realizada por el Pentágono a través de los universitarios —alumnos graduados escribiendo tesis sobre temas extranjeros, becarios de posgrado, profesores, etc., etc.— debe seguir realizándose inde-fectiblemente. Es posible que esta tarea recaiga ahora en los sociólogos, economistas y psicólogos de los paí-ses dependientes, generalmente agrupados en institu-ciones "apolíticas" o en las universidades locales, en-trenados en las técnicas norteamericanas de obtención y procesamiento de información y, como buenos sub-desarrollados, todavía inconscientes de su papel en el diseño de políticas de contrainsurgencia.

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La perversión de la comunidad científica

Daniel Goldstein

Resulta decepcionante9 pero no sorpren-dente, la adhesión de los profesores al complejo militar-industrial norteameri-cano. Los profesores, como los hombres de negocio, los empleados y los políti-cos¡, gustan del dinero y del ser influ-yentes. Tradicionalmente desprovistos de ambas coséis, aceptaron con beneplácito los contratos y los consultorios ofreci-das por el establishment militar. Senador J . William Fulbright. Congressional Record - Senado de los Estados Unidos 13 de diciembre de 1967, pág. S18485.

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El verano europeo ejerce una poderosa atracción sobre los científicos norteamericanos y las escuelas de verano europeas aprovechan al máximo esta debilidad brindándoles la gran oportunidad de disfrutar durante unas semanas los halagos de la civilización. Los cur-sos son casi perfectos: se realizan en lugares idílicos, se seleccionan los profesores y estudiantes más bri-llantes y de más futuro y los temas de discusión son de un refinamiento exquisito. Los norteamericanos pue-den articular una fecunda labor intelectual con la cap-tación de estudiantes talentosos, la sutil imposición de temas a los laboratorios europeos, los placeres de la buena mesa y el no oír hablar sobre Vietnam ni con-vivir con la violencia doméstica cotidiana durante unas semanas.

El verano europeo de 1972 fue diferente para los físicos visitantes, porque los alumnos y el resto de los profesores se negaron a discurrir sobre física an-tes de dejar bien en claro el grado de participación de los norteamericanos invitados en el genocidio per-petrado en Vietnam. El primer susto se lo llevó Mu-rray Gell-Mann, premio Nobel 1969, profesor de fí-sica en el Instituto Tecnológico de California (Cal-tech) y uno de los físicos más importantes del siglo por sus teorías sobre partículas elementales: es el

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"padre" de los quarks. Gell-Mann debía empezar su periplo europeo pronunciando dos conferencias en el gran centro intelectual francés, el Collége de Franee de París, los días 13 y 14 de junio de 1972. Sin em-bargo, una nutrida audiencia le impidió hablar sobre física teórica, ya que primero le exigían que contes-tara algunas preguntas sobre su participación en la Jason División del Institute of Defense Analysis y el papel que había jugado en el diseño de las tácticas de contrainsurgencia y guerra electrónica practicadas en Vietnam y en Tailandia. Gell-Mann se negó a respon-der y no pudo hablar ni sobre partículas elementales ni sobre quarks.

Expulsado del Collége de Franee, el tenso Gell-Mann se fue a Erice, Sicilia, donde se lo esperaba junto a J. A. Wheeler, profesor de física teórica de la Universidad de Princeton, para participar en una escuela de verano sobre partículas elementales. La re-cepción siciliana no fue mucho mejor que la de París, porque el resto de los profesores y los alumnos se negaron a trabajar con ellos por considerarlos a ambos criminales de guerra.

El descalabro de las "vacaciones útiles" continuó. Cuando Sydney Drell, profesor de física de la Univer-sidad de Stanford, llegó a Cargese, Córcega, el 21 de julio de 1972, para participar de una importante reu-nión sobre física teórica, fue expulsado por los asis-tentes por considerárselo un criminal de guerra y el simposium terminó antes de empezar. Optimista, Drell voló a Roma, donde debía hablar en la Universidad, pero nuevas manifestaciones de estudiantes y profe-sores le impidieron pronunciar sus conferencias, exi-giéndole que antes de hablar sobre física "pura" ex-plicara su participación en la Jasan División del Ins-titute of Defense Analysis y condenara públicamente los crímenes de guerra norteamericanos perpetrados en Vietnam. Sidney Drell se negó a ambas cosas, voló a los Estados Unidos y allí se quejó amargamente por la "violación de la libertad académica".

El verano violento culminó en Trieste, donde se debía realizar un seminario multitudinario organizado por la OTAN sobre "La física y la concepción de la naturaleza", con la participación de cinco grandes pro-

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fesorés norteamericanos:' Eugene P. Wigner, premio Nobel 1963 por sus contribuciones a la teoría del núcleo atómico y las partículas elementales (particu-larmente por su descubrimiento y aplicación de prin-cipios fundamentales de simetría) y profesor de la Universidad de Princeton; John A. Wheeler, profesor de física de Princeton; Charles Townes, premio Nobel 1964 por su codescubrimiento del transistor, profesor de física de la Universidad de California en Berkeley; Elliot Montroll, profesor de física de la Universidad de Rochester, y Steven Weinberg, profesor de física del Instituto Tecnológico de Massachusetts (M.I.T.). En la sesión inaugural del 18 de setiembre más de 300 manifestantes se congregaron frente al Centro Internacional de Física Teórica —donde se efectuaba el simposium— para denunciar los crímenes de gue-rra norteamericanos en Vietnam y fueron violenta-mente dispersados por la policía. Al día siguiente, ante la reiteración de las protestas, se permitió que una delegación de los manifestantes leyera un docu-mento donde se denunciaba la presencia de crimina-les de guerra en la sala. El único que contestó las acusaciones fue Wigner, que levantó un cartel que decía "Estoy halagado por vuestras acusaciones; para mí son alabanzas". El simposium terminó antes de lo previsto. Pocos días antes se había reunido en Varenna, Italia, una escuela de verano sobre la historia de la física del siglo xx. La mayoría de los participantes firmaron un documento acusando de criminales de guerra a los físicos norteamericanos colaboradores del Institute of Defense Analysis. Entre los firmantes estaban H. B. O. Casimir (presidente de la Sociedad Europea de Física), L. Rosenfeld (director de la revista Nuclear Physics), G. Toraldo di Francia (presidente de la So-ciedad Italiana de Física), los norteamericanos C. Wei-ner (director del Centro de Historia de la Física de New York), R. Cohén, W. Goldstein, M. J . Sherwin, los israelíes J. Bromberg y Y. Levy, los italianos Nobili, Ghiraldi y Giorello y los franceses J . M. Levy-Leblond y M. Cherki.

Todos los científicos norteamericanos involucrados en los incidentes estivales, Drell, Townes, Wheeler,

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Montroll, Weinberg y Wigner eran —y son— miem-bros activos de comités asesores del Pentágono y va-rios de ellos, miembros de la Jasan División del Ins-titute of Defense Analysis.

Qué es el IDA El Institute of Defense Analysis (IDA) se fundó

en 1956 por iniciativa del M. I. T., el Caltech, el Ins-tituto Case de Tecnología y las universidades de Stanford y Tulane. Más adelante se asociaron al IDA las universidades de Chicago, California, Illinois, Mi-chigan, Columbia, Princeton y Pennsylvania State. Este consorcio interuniversitario estaba organizado como una unon profit research organizatiorí\ es decir, como una entidad privada de investigación sin fines de lucro, y controlado por un cuerpo de directores in-tegrado por los presidentes y vicepresidentes de las universidades participantes.1 El objeto de estas insti-tuciones —denominadas "think tanks}) en los círculos políticos y universitarios— era el de resolver proble-mas relacionados con la defensa de los Estados Unidos de Norteamérica con el financiapiiento directo del De-partamento de Defensa de ese país.

La función inicial del IDA era la de proveer de aná-lisis científicos y tecnológicos al Weapans Systems Eva-luation Group (Grupo de evaluación de sistemas de armamentos) de los Joint Chiefs of Staff (Junta de Comandantes en jefe) y al Advanced Research Pro-ject s Agency (ARPA)2 del Departamento de Defensa. Debido a sus conexiones con la élite de la comunidad académica norteamericana el IDA reclutó siempre cien-tíficos de primera categoría y su gran poder intelectual

1 La afiliación universitaria del IDA cesó formalmente en 1968 luego de las violentas manifestaciones ocurridas en las universidades de Chicago y Princéton y de la rebelión estudian-til en la Universidad de Columbia, motivadas por la indigna-ción del estudiantado por la complicidad de sus universidades con la guerra en Vietnam. Sin embargo, los presidentes y vi-cepresidentes de las universidades patrocinadoras siguen for-mando parte del directorio del IDA, aunque a título de "ciu-dadanos privados".

2 Ver Ciencia Nueva, número 21, página 10, diciembre de 1972.

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le permitió opinar y aconsejar dentro de un espectro amplio que abarcaba desde las armas termonucleares a las municiones biológicas y químicas.

En 1958, por instancia de ARPA y con la financia-de esta agencia, se estableció dentro del IDA la Jasan División, integrada por "45 científicos destacados, con cátedras universitarias, que dedican la mayor cantidad de tiempo posible a estudiar la vanguardia de los as-pectos científicos de los problemas de defensa". Hasta 1964 la Jason División del IDA se dedicó a efectuar análisis teóricos de sistemas balísticos de defensa y a la detección de detonaciones exoatmosfericas. El IDA y su Jason División eran el grupo asesor más impor-tante sobre armas estratégicas y guerra nuclear de los Estados Unidos, un típico engendro de la guerra fría.

En 1962 Robert McNamara le confió a ARPA la misión de avanzada de utilizar las nuevas técnicas de análisis de sistemas e investigación operativa para el desarrollo de tácticas de contrainsurgencia aplicables en el mundo subdesarollado. Con ese fin se creó el Remote Area Confliet Office y se formuló un ambicio-so proyecto, del cual surgirían posteriormente gran parte de los horrores y atrocidades padecidos por el pueblo vietnamita: el Project Agile. Ese mismo año, ARPA inauguró el campo de batalla automatizado, al contratar al IDA para desarrollar el proyecto "Village Protection Systems Study" (Project Vigil) destinado a proveer de alarmas electrónicas simples y efectivas al programa de la <(strategic hamlets" (cómo realojar a la población*civil survietnamita en campos de concen-tración controlados por la policía y el ejército de Sai-gón y el cuerpo expedicionario norteamericano). Dos años más tarde, en 1964, el ARPA movilizó a la Jason División hacia un área completamente distinta de aquella de la ciencia física: le encargó dedicarse a la sociología aplicada a los problemas de contrainsurgen-cia e insurrección.

Esta decisión de ARPA es muy notable y coincide con la gran revolución en la biología (el nacimiento de la biología molecular) que contó con el liderazgo y la significativa participación de muchos físicos "con-vertidos" a la biología. La idea subyacente en esta nue-va orientación de la Jason División del IDA parece

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haber sido la de creer que sólo los físicos pueden hacer ciencia seriamente y que la sociología, la psicolo-gía social y las ciencias políticas continuarían siendo inoperantes y confusas hasta que los físicos se hicieran cargo de esas disciplinas.

Los nuevos sociólogos El primer trabajo encomendado a la Jason "División

fue la evaluación de la investigación sociológica sobre insurgencia efectuada con subsidios del Pentágono. Los resultados fueron demoledores: "La información mili-tar sobre el tema es superficial en el mejor de los casos, y por lo general, errónea e incompleta debido a la falta de comprensión profunda de las condiciones eco-nómicas, culturales y políticas que generan conflictos entre grupos nacionales". Por otra parte, de los 10,8 millones de dólares destinados por el Pentágono a in-vestigaciones sociológicas en 1965, el 21 por ciento estaba dedicado a proyectos sobre Vietnam pero sólo el 7 por ciento tenía que ver con América latina y nada se hacía para estudiar el Africa. "No existe sufi-ciente evidencia —pontificaba el informe de la Jason División— como para inferir que el presente progra-ma sobre insurgencia pueda suplir las demandas a lar-go alcance del Departamento de Defensa. Esto se de-muestra en forma notable en el énfasis sobre proble-mas de Vietnam del Sur y del sudeste asiático y en el virtual olvido de otras partes del mundo, especialmen-te el Africa y América Latina. Estas áreas ya muestran ahora signos importantes de descontento social; un retraso en la comprensión de sus problemas puede lle-varnos a encontrar en cualquiera de estos lugares pro-blemas similares a los de Vietnam". Este informe ter-mina aconsejando que deben estudiarse esas áreas de conflicto potencial ya que "el desarrollo de teorías apropiadas va a incrementar nuestra posibilidad de comprender, predecir e influir en los cambios sociales con los que nos enfrentamos en todo el mundo".3

3 Behavioral, Political and Operational Research Programs on Counterinsurgency Supported by the Departament of De-fense, Albert Blumstein y Jesse Orlansky, Arlington, Virginia, Institute of Defense Analysis, 1965, pág. 27.

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De ahí en adelante los físicos asumieron el papel de sociólogos. Gell-Mann fue uno de los más entusiastas conversos a la sociología aplicada. Del 19 de junio al 6 de julio de 1966, la Jason División se reunió eñ la Falmouth Intermedíate School de Falmouth, Massa-chusetts, para efectuar una revisión y evaluación se-creta de todo el trabajo de investigación sobre insur-gencia efectuada en Tailandia hasta entonces. Este "Thailand Study Group" 4 contó conalgunas interven-ciones sensacionales del doctor Gell-Mann, rescatadas del olvido por una acción estudiantil que consiguió las actas secretas de las sesiones y las publicó íntegra-mente en The Student Mobilizer de abril de 1970 —y que luego fueron ampliamente difundidas por el New York Times. Discutiendo el eterno problema de cómo conseguir que los sociólogos colaboraran con los mi-litares en forma efectiva, Gell-Mann defendió la ne-cesidad de instalar un equipo permanente de sociología en la Jason División, "con las siguientes ventajas:

1) Jason elige los problemas; 2) el gobierno puede así disponer del tiem-

po (de los sociólogos); 3) ellos (los sociólogos) eligen sus propios

colegas; 4) los sociólogos pueden afiliarse a las di-

versas agencias gubernamentales mucho más fácilmente;

4 Conviene aclarar por qué el entusiasmo con Tailandia: ese desgraciado país soporta una de las peores dictaduras del mun-do, instrumentada íntegramente por los Estados Unidos Hasta hace unos pocos años, todo había "funcionado bien" en Tai-landia: la represión exitosa había barrido con los grupos insu-rrectos y se habían podido diseñar técnicas de lucha antigue-rrillera muy novedosas, basadas fundamentalmente en la tortura indiscriminada y la maximización de los equipos de comunica-ciones. La intervención norteamericana en Tailandia es otra de las obras del benemérito y justiciero J . F. Kennedy y los detalles de la participación norteamericana en las consolidación de la monarquía tailandesa pueden leerse en un buen libro del profesor Frank C. Darling, un ex analista de la CIA para el Sudeste Asiático y actual presidente del Departamento de Cien-cias Políticos de la Universidad de DuPauw, Thailand and the United States, Washington, Public Affairs Press, 1965.

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5) el prestigio de Jason favorece la corrup-ción y hace que los sociólogos estén ahí para realizar las tareas que hacen falta."

Para Gell-Mann los atractivos de la. Jason División eran obvios: "un grupo agradable, dinero, problemas interesantes — como la existencia de comunistas tai-landeses". En determinado momento de la discusión el neosociólogo Gell-Mann preguntó: "¿podemos ave-riguar qué efecto tiene el aumentar la densidad de po-licía o el cortar orejas u otras medidas del mismo tipo sobre la actitud de los aldeanos?".

El genocidio

En marzo de 1966, dos veteranos colaboradores del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, los profesores George R. Kistiakowsky —de Harvard— y Jerrold R. Zacharias —del M.I.T.— sugirieron a McNamara que reuniera a un grupo de científicos bajo los auspicios de la Jason División del IDA para discu-tir e investigar posibles alternativas a la guerra aérea contra Vietnam del Norte. McNamara aprobó su-gerencia y durante tres meses (de junio a agosto del mismo año) 47 científicos del IDA se reunieron en un simposium ultrasecreto en Wellesley, Massachusetts, para evaluar todo el material de inteligencia sobre el efecto de los bombardos sobre Vietnam del Norte. El informe confeccionado por estos profesores, "Effects of U.S. bombing on North Vietnam's ability ta sup-port military operations in South Vietnamfue ele-vado a McNamara el 29 de agosto de 1966 y solo un puñado de asesores de la presidencia —el general Max-well Taylor y Walt Whitman Rostow, entre ellos— tuvo acceso al mismo. En el informe se planteaba la inutilidad total de los bombardeos contra Vietnam del Norte. Como alternativa, los científicos de la Jasan División proponían la erección de una barrera "antiin-filtratoria" controlada electrónicamente, basada en sis-temas de alarma, métodos de reconocimiento nocturno y el uso masivo de defoliación y "area-denial weapons", de acuerdo a lo sugerido por el profesor Roger Fis-cher, de la Harvard Lato School a McNamara el 3

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de enero de 1966. IDA tenía mucha experiencia en el desarrollo de sensores porque coordinaba desde ha-cía cuatro años las investigaciones de varias univer-sidades e institutos para el desarrollo de este tipo de dispositivos. Fue el panel de la Jason División, por otra parte, quien se encargó de pormenorizar cómo se debían usar las armas convencionales y antipersonal para complementar la labor de los sensores. Todo esto figura en los Documentos del Pentágono,5 y merecen ser recordados algunos párrafos del informe redactado por la cúpula del talento científico norteamericano en los que se proponían armas y tácticas de "area denial

"Los requerimientos claves serían (todos los núme-ros son aproximados debido a que las presuposiciones que hay que hacer sobre el deterioro por el uso de los componentes de los sistemas y la magnitud de la in-filtración): veinte millones de minas Gravel por mes; posiblemente alrededor de veinticinco millones de but-ton bomblets (bombitas botón, bombas de perdigones) por mes . . . estas cantidades dependen del número promedio de incursiones compatibles con un volumen de 7.000 tropas por mes y 180 toneladas de abasteci-mientos diarios sobre las rutas de infiltración".

En otro lugar del informe, se especificaba la conve- , niencia de utilizar:

"10000 SADEYE'Blu-26B cluster bombs por mes y 1600 sensores acústicos mensuales, de tal modo de abarcar un área de 100 por 5 kilómetros entre los dos Vietnam y el sur de Laos."

Vale la pena recordar qué son estos dispositivos para poder apreciar en su verdadera dimensión la monstruo-sidad del informe de los profesores de la Jason Di-visión.

La mina Gravel XM-12

Es un pequeño sobre chato de tejido que contiene unos veinte gramos de u-n explosivo poderoso —por lo general azida de plomo. Puede parecer un pañue-lo caído o una venda o, si no, ser de plástico y tener el color del suelo o de las hojas secas. Confeccionados

5 The Pentagon Papers, Gravel Edition, pág. 120.

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con telas de colores brillantes, se las ha encontrado cosidas en vestidos de muñecas. Estos sobrecitos —que caben en la palma de la mano— explotan al ser pi-sados. Contrariamente a la mayoría de las armas anti-personal, la mina Gravel lesiona por su onda expan-siva y no por fragmentación: de ahí que por lo general arranca un pie o lo parte longitudinalmente pero es incapaz de dañar un neumático. Cuando se la arroja desde un aeroplano cae planeando como una hoja de ahí el sobrenombre de "bomba-hoja'' con que la bau-tizaron los vietnamitas. El desarrollo y producción de estas minas estuvo a cargo fundamentalmente de la Honeywell Corporation, el Instituto Case de Tec-nología, la Universidad de Pittsburgh, la Atlantic Re-search Corporation y el Cornell Aeronautical Labo-ratory.

Los SADEYE cluster bombs son recipientes llenos de bombas guava, que se abren en el aire liberando su carga. Cada guava pesa 425 gramos y contiene 300 perdigones metálicos que ocasionan heridas sinuosas. Una sola bomba puede causar enorme cantidad de he-ridos y cada herido requiere varios cirujanos para su atención.

Las button bomblets están rellenas de fósforo blan-co y se utilizan embaladas en plástico simulando ex-cremento de animales. El fósforo blanco tiene la par-ticularidad de continuar ardiendo dudante días (hasta más de dos semanas) en las heridas.

Esta orgía de terror no fue planeada, pues, por en-loquecidos militares, ni por oscuros científicos o téc-nicos de cuarta categoría, amargados por su fracaso profesional y deseosos de vengarse del mundo con saña. Por el contrario, los mejores cuadros de la uni-versidad norteamericana en física, química e ingeniería, casi todos miembros de la muy honorable y prestigiosa National Academy of Sciences, varios de ellos premios Nobel, todos ellos profesores titulares y la mayoría je-fes de equipo de las universidades más importantes de los Estados Unidos, estos destacadísimos y brillantí-simos profesionales de la ciencia fueron los criminales que idearon, racionalizaron el uso y expusieron la con-veniencia de utilizar formas de armamentos vedados por la más elemental decencia.

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En el caso de Gell-Mann, la hipocresía llega a lími-tes insospechados. Ahora está muy prebcupado por la polución atmosférica y es un entusiasta protector del medio ambiente. En un muy publicitado artículo que apareció en Physics today (mayo de. 1971) escribió: " . . .necesitamos, en cambio, analistas de sistemas do-tados de corazón y científicos que, junto con otras personas, contribuyan a desarrollar planes de tal mo-do que podamos recomendar a la sociedad un con-junto de incentivos para el uso humanamente racio-nal de la tecnología." Cuando en el Collége de Franee se le preguntó textualmente: "usted que ha mostrado una gran preocupación por el medio ambiente y que participó en el "Día de la Tierra" el año pasado, ¿qué piensa de los 26 millones de cráteres de bombas sobre Vietnam? ¿Está usted dispuesto a condenar los bom-bardeos aéreos contra diques y sistemas hidráulicos en Vietnam?", Gell-Man se limitó a balbucear: "No soy libre para contestar".6 No dijo nada más. Una vez en Estados Unidos, se dedicó, en cambio, a insultar soez-mente a sus interlocutores franceses, llamándolos de-lincuentes. . .

La sorpresa La repulsa de los físicos europeos contra científicos

de la talla de Gell-Mann, Townes, Drell, Weinberg, Wheeler, Montroll, llamó poderosamente la atención y muchos son los observadores bienintencionados que piensan que las críticas han sido demasiado brutales, que han desbordado injustificadamente los marcos de la convivencia académica y que el calificativo de crimi-nales de guerra ha sido empleado con ligereza contra ocasionales adversarios políticos.

Es muy importante comprender que esto no es así. Al calificar a los miembros de la Jason División como criminales de guerra no se ha empleado ningún eufe-mismo. Estos hombres son los responsables directos

6 El desastre ecológico causado por la defoliación y la cra-terización sistemática de Vietnam está analizado detalladamente en dos artículos del profesor E. W. Pfeiffer: "Ecological effeets of the war in Vietnam", Science, volumen 168, pág. 544, V de mayo de 1970 y "The cratering of Indochina", Scientific Ame-rican, volumen 226, pág. 20, mayo de 1972.

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de las más brutales formas de genocidio cruel y discri-minado contra los más débiles que la humanidad haya conocido. Son precisamente las actividades de estos

. hombres las que hacen salir del campo académico la discusión del problema.

Hace unos años —en marzo de 1965— la Universi-dad de Buenos Aires fue escenario de un enfrentamien-to en cierto modo similar a los que tuvieron lugar en Europa en el verano de 1972. Fue cuando Walt Whit-man Rostow, profesor de economía del M.I.T. y ase-sor político principal para Vietnam de los presidentes Kennedy y Johnson, llegó al país para dictar una con-ferencia sobre su famosa (y perimida) teoría del "des-pegue" económico para las sociedades subdesarrolla-das. Rostow fue agredido de palabra y de hecho por los estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas, y este episodio desencadenó una crisis universitaria que culminó con la renuncia del entonces rector, el doctor Julio Olivera. Muchos fueron los que objetaron la conducta estudiantil, calificándola de excesiva, poco civilizada y totalmente antiacadémica. Sin embargo, si bien lo que motivó e incidente no fue el cabal conoci-miento de la magnitud de los delitos de Rostow, sino primordialmente la intuición acertada, la razón estaba de parte de quienes señalaron a Rostow como indigno de predicar desde una tribuna universitaria. En efec-to, W. W. Rostow, junto con el general Maxwell Tay-lor, Robert McNamara y McGeorge Bundy —entonces asesor presidencial para cuestiones de seguridad y ac-tualmente presidente de la Fundación Ford— fue un principalísimo responsable de la formulación de la po-lítica genocida en Vietnam y de las doctrinas "policia-les" para el imperio norteamericano. Fue el mismo Rostow el instigador directo de la intervención norte-americana contra la República Dominicana.

La diferencia entre este caso y los referidos anterior-mente estriba en la muy distinta calidad intelectual de los agredidos. Y esto mismo —el altísimo nivel de Gell-Mann y sus socios de la Jason División del IDA— es uno de los argumentos que se esgrimen para inten-tar oscurecer la cuestión: ¿cómo puede una parte de la comunidad científica agredir a algunos de sus miem-bros más destacados?

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Pero las preguntas son otras: ¿No son acaso los científicos más destacados quienes deben ser los más altamente responsables, verdaderos modelos morales? y más fundamentalmente, ¿cuál es la causa subya-cente que convierte a extraordinarios científicos en asesinos?

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Vietnam: La derrota de la ciencia cómplice

Daniel Goldstein

"Ya ha pasado el período heroico de los sabios que se creían las hombres nuevos que tienen el porvenir en sus huesos. Los físicos saben ahora que son técnicos que han colaborado para poner un pcíco de estroncio radiactivo en tos huesos de lo-dos nosotros

C. P. Snow

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Cuando James B. Connant —químico de fama mun-dial, más tarde presidente de la Universidad de Har-vard y comisionado norteamericano en Alemania des-pués de la rendición del Tercer Reich— ofreció los servicios de la American Chemical Society a la Se-cretaría de Guerra al proclamarse la decisión norteame-ricana de participar en la Primera Guerra Mundial, la respuesta oficial fue tajante: "La oferta es innece-saria porque la Secretaría de Guerra ya tiene un quí-mico'\ Durante la Segunda Guerra Mundial la situa-ción cambió en gran parte debido al talento visionario de Vannevar Bush, un ingeniero electrónico pionero en el diseño de computadoras analógicas. Bush, vice-presidente del Instituto Tecnológico de Massachussetts (M.I.T.) hasta 1933 y luego presidente dé la Carne-gie Institution de Washington, estaba estrechamente conectado con la cúpula del poder político norteameri-cano. Antes de la Segunda Guerra Mundial —comenta Bush— los laboratorios militares estaban dominados por oficiales que trataban a los ingenieros y científicos bajo sus órdenes como a parias, mientras los generales no tenían la más remota idea acerca de los efectos po-tenciales de la ciencia sobre la invención y desarrollo de armamentos. Por su parte, los científicos descon-

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fiaban de las subvenciones estatales, ya que éstas no sólo, eran muy escasas en monto sino que estaban acom-pañadas de cláusulas que limitaban su libertad opera-cional, donde se les impartían instrucciones de qué hacer y cómo hacer las cosas. Con Bush, el aporte de los científicos fue canalizado en forma efectiva para colaborar con el esfuerzo bélico contra el nazismo. Una vez establecidas las prioridades estratégicas —la bom-ba atómica y el radar— Bush impuso la creación del Office of Scientific Research and Development (OSR D), una agencia militar a cargo de científicos civiles que hizo posible que las relaciones de la estructura universitaria con el poder militar mejoraran sustancial-mente, a la vez que permitía a los científicos colabo-rar con los militares "con dignidad, efectividad y natu-ralidad", al no sentirse empleados.

El OSRD era una fuente de creatividad en materia de armamentos, una flexible y multimillonaria funda-ción estatal dedicada a otorgar subsidios a laborato-rios de categoría para colaborar en el esfuerzo bélico. El clásico recelo de los científicos norteamericanos se convirtió en franca aceptación: la investigación cien-tífica, alimentada por subsidios militares, pasó tam-bién a servir los propósitos del gobierno. Pero Bush no sólo vio el problema inmediato —la guerra— sino que concibió al OSRD como un promotor de talento y excelencia científica, como un generador de nuevos científicos entrenados desde el comienzo de sus carre-ras para aceptar como lógica y natural la dependencia económica y la orientación temática e ideológica im-puesta por el poder militar. Los estudiantes de cien-cias eran más útiles en el laboratorio que en la in-fantería, sostenía Bush. Así, todos los subsidios otor-gados por el OSRD incorporaban sectores destinados a financiar los estudios de doctorado de jóvenes bri-llantes. El éxito de esta política se puede juzgar por sus resultados: no existen prácticamente físicos o quí-micos norteamericanos de alrededor de 50 años que no se formaran como estudiantes y realizaran sus tesis de doctorado en laboratorios dedicados a resolver pro-blemas militares durante la Segunda Guerra Mundial. Glazer, Rabi, Wiesner, Alvarez, Hornig, Kistiakowsky DuBridge, son tan solo algunos de los grandes patro-

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nes de la ciencia (muchos de ellos premios Nobel) que comenzaron así sus carreras académicas. El mon-to de la ayuda financiera del OSRD indica claramente la influencia decisiva de los subsidios militares en el incremento de los presupuestos de investigación de las universidades norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial.

La posguerra

Durante la guerra, el diseño de la bomba atómica y todas las otras investigaciones de interés militar ha-bían gozado de un aval moral: era necesario detener a la Alemania nazi, acabar con Hitler.

La explosión de las bombas atómicas sobre Hiroshi-ma y Nagasaki cuando Japón ya estaba derrotado, des-encadenó una grave crisis de conciencia entre los fí-sicos y químicos que las habían diseñado, que desem-bocó en los movimientos por la responsabilidad social de los científicos.

Sin embargo, romper con los militares significaba volver a la pobreza. Muchos no quisieron. Aprove-chando la justificación ideológica de la guerra fría —que caracterizó al comunismo como el más fantás-tico de los enemigos de la democracia— muchos cien-tíficos norteamericanos estrecharon, en tiempos de paz, sus vínculos con el éstablishment militar. Los profe-sores más destacados pasaron a influir directamente en los máximos organismos políticos de los Estados Uni-dos. Los profesionales de la ciencia ya no se dedica-ron simplemente a inventar cosas, a teorizar, a inves-tigar sobre temas militares pero alejados formalmente de sus aplicaciones bélicas. En la postguerra, su rol se expandió: pasaron a ser consejeros del poder polí-tico y militar, a participar en las instancias de gobierno donde se establecen las estrategias globales del país y se esbozan los requisitos estratégicos y tácticos futu-ros. Habían nacido los war professors, los nuevos man-darines de la sociedad industrial capitalista, los pro-veedores de ciencia para uso militar, los creadores de instrumentos necesarios para apuntalar la política ex-teripr de un imperio.

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Por su parte, el Departamento de Defensa adoptó una política muy inteligente para reclutar colaborado-res en la comunidad académica. En estrecha colabo-ración con la National Academy of Sciences, la Natio-nal Science Foundation, fundaciones privadas como la Ford y la Rockfeller y las principales asociaciones profesionales, los militares y los war professors impo-nían los temas, creaban las modas científicas y estimu-laban la publicación de los resultados experimentales en las revistas de más prestigio y renombre intelectual. Publicar sobre esos temas se convertía así en una ga-rantía de promoción académica y a la vez se vencía la aversión a la producción "secreta". Los servicios de relaciones públicas y propaganda se encargaban simul-táneamente de destacar los innumerables beneficios que recaerían sobre la humanidad cuando los científi-cos pudieran develar tal o cual misterio, tal o cual in-cógnita. El Departamento de Defensa no coaccionaba; se limitaba a ofrecer dinero, subsidios generosos para esos temas, sin directivas molestas ni presiones por resultados de "aplicabilidad" inmediata. No se le pedía al científico que imaginara la forma de aplicar sus re-sultados a cierto instrumento militar, o que diseñara nuevos tipos de armas. Todo quedaba en el reino de la "ciencia pura": el científico generaba "verdades", ideas, interpretaciones del mundo. Todo esto no atraía solamente a los investigadores formados; también los estudiantes graduados cayeron en la trampa. Los pro-blemas elegidos por los militares coincidían exacta-mente con las modas científicas y además eran subsi-diados generosamente. Ellos podían trabajar en una tesis y continuar con el tema una vez doctorados, con financiación adecuada y garantías de publicación en un momento crítico de la vida profesional: el de abrir-se camino en los primeros tramos de la carrera acadé-mica.

El Departamento de Defensa sabía muy bien lo que hacía: financiaba lo que le interesaba y de la montaña de datos, ideas y descubrimientos, otros expertos se-leccionarían lo útil, y la industria bélica (las spin-off industries o industrias de punta, que comenzaban a crecer como telas de araña en torno a las universida-des de élite, listas para arrebatar cualquier resultado

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científico potencialmente útil) se encargarían del resto. El éxito de esta política se refleja en cifras: en 1965

el Comité de Operaciones Gubernamentales de la Cá-mara de Diputados de los Estados Unidos estimó que dos tercios del total de científicos e ingenieros que realizaban trabajos de investigación y desarrollo esta-ban empleados en proyectos financiados por el gobier-no federal. Dado que aproximadamente el 80 por cien-to de los fondos federales para investigaciones y desa-rrollo provenía del Departamento de Defensa (7.800 millones de dólares en el año fiscal 1970), la NASA (3.800 millones) y la Comisión de Energía Atómica (1.400 millones) es lícito suponer que la mayoría de estos científicos e ingenieros está empeñada en tra-bajos relacionados con temas militares.

Vietnam

La universidad se convirtió así en la Cuarta Fuerza Armada de los Estados Unidos de Norteamérica. Al no estallar la Tercera Guerra Mundial, los científicos pudieron seguir cómodamente esta colaboración con los militares sin sobresaltos ni crisis de conciencia: aun cuando se sospechase o se supiera que una parte significativa de la "ciencia pura" financiada generosa-mente por el Departamento de Defensa tenía deriva-ciones prácticas inmediatas, traducidas en mejores bombas termonucleares, más poderosas bombas con-vencionales, mejores aviones de guerra, cohetes más eficaces, sistemas de comunicaciones militares y de es-pionaje cada vez más refinados, satélites espías, armas químicas y biológicas de las más variadas especifica-ciones, etc, nada de esto se utilizaba. Por supuesto, quedaba el gran riesgo de la guerra atómica final, pero con los años también esta pesadilla iba perdiendo vi-gencia. Los científicos podían encogerse de hombros, sonreír beatificamente ante las denuncias de algunos colegas "paranoicos" —siempre hay resentidos socia-les, ¿no?— que los acusaban de mercenarios, y con-tinuar medrando nutridos por la gran vaca madrina de la democracia, el Pentágono. Sólo se veía el extremo superior del iceberg, aquella parte de la investigación financiada por los militares que daba origen a desarro-

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líos tecnológicos aplicables en la vida civil. De esta forma, el último reparo de conciencia era graciosamen-te salvado: si bien se investigaba sobre temas de gran importancia militar, sus desarrollos bélicos envejecían en los arsenales sin usarse y en cambio sus aplicacio-nes civiles permitían mejorar la vida del hombre so-bre la Tierra.

Toda esta égloga se terminó en Vietnam. Porque en Vietnam se usa todo. El trabajo de los físicos que desarrollaron el láser, por ejemplo, fue a parar en el diseño de "bombas inteligentes" que permiten destruir diques y hacer así infrahumana la vida de millones de personas, una táctica reiterada en Vietnam del Norte y que ni aún los nazis se atrevieron a llevar a cabo en Holanda durante la Segunda Guerra Mundial. Así el trabajo de los biólogos dedicados al estudio de pro-blemas básicos de fisiología vegetal colaboró directa-mente en la destrucción de la flora y de la fauna de Vietnam y en la futura liquidación de otros países em-peñados en guerras de liberación, al permitir diseñar mejores defoliantes, más eficaces venenos vegetales y plagas que permitan a los aviadores norteamericanos realizar la proeza de convertir a un país tropical en un desierto lunar. En cuanto a los científicos sociales —antropólogos, sociólogos, psicólogos sociales—, ellos también contribuyeron a diseñar los planes de con-trainsurgencia que empiezan por encuestas sofisticadas y culminan inexorablemente en los asesinatos y las tor-turas características de las sucesivas dictaduras milita-res padecidas por el pueblo de Vietnam del Sur.

No queda un solo rincón del arsenal utilizado por los Estados Unidos en Vietnam que no se haya benefi-ciado por la generosa inventiva de científicos y técni-cos: la electrónica de los circuitos miniaturizados, los refinamientos de la química, la física de polímeros, la física del estado sólido, la metalurgia más exquisita, el análisis de sistemas, las microondas, la matemática aplicada, la computación, la biología molecular, la biofísica, la bioquímica, la neurofisiología, la psicolo-gía, la psicología social, la antropología, la sociología, toda la ciencia contemporánea se detecta fácilmente en los sistemas de armamentos y los esquemas operativos que se utilizan cotidianamente en Vietnam.

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Lo notable es que no se trata de aplicaciones secun-darias de conocimientos adquiridos primordialmente para el uso civil. Por el contrario, casi la totalidad de las novedades tecnológicas y científicas que se aplican

^ara refinar y tornar más diabólico el arsenal nortea-mericano son fruto primario de investigaciones suge-ridas y financiadas por los militares, de los esfuerzos profesionales de aquellos que proclaman que sus tra-bajos están totalmente desligados de la política.

La responsabilidad de los científicos La guerra de Vietnam es un modelo de las guerras

coloniales del futuro. Durante su transcurso se inven-taron centenares de métodos, tácticas y aparatos de pesadilla, que tras de ser utilizados contra Vietnam, quedarán listos para volverse contra los pueblos de cualquier parte del mundo. Todo el poderío científico y tecnológico de los Estados Unidos se plasmó en el campo de batalla automatizado, que ahorra bajas ex-pedicionarias, ahorra crisis políticas en la metrópolis y moviliza masivamente a la industria. Satélites artifi-ciales y supernapalm, encuestas sociológicas y bombas antipersonal, detectores miniaturizados y torturas ba-jo los efectos de psicofármacos, bombas teleguiadas y defoliación, lluvias artificiales, destrucción de diques, malformaciones fetales, hambrunas, epidemias y mu-tilaciones, todo está estudiado por científicos y técni-cos, diseñado por científicos y técnicos, implementado con el asesoramiento de científicos y técnicos.

En el mundo moderno, la ciencia y la tecnología están indisolublemente ligadas a la guerra, indepen-dientemente de los propósitos individuales de cual-quier profesional de la ciencia. Resultó inútil el re-nunciamiento personal de muchos cogestores de la bomba atómica, que para huir del espectro de Hiroshi-ma pasaron de la física a la biología: la neurobiología y la biología molecular también son utilizadas prove-chosamente por los delirantes estrategas del campo de batalla automatizado.

Sin embargo, el propio Vietnam responde negativa-mente a los que creen que la solución del angustiante problema está en renunciar a la ciencia. La ciencia no

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es ni mala ni buena en si, su contenido moral se lo da el empleo político que se hace de sus frutos. Por eso Viet-nam, que ha experimentado como ningún otro país de la Tierra los horrores que pueden derivarse del uso criminal de la ciencia y la tecnología, ha demostrado el mayor interés en seguir formando científicos y tecnó-logos, dotándolos de mayor conciencia social para que sean capaces de ocupar como intelectuales el importan-tísimo lugar que les corresponderá en la reconstruc-ción nacional. Los científicos del mundo entero de-bemos no solamente tomar conciencia y denunciar el uso inmoral que se hace de los resultados de nuestro trabajo, sino también asumir nuestra responsabilidad colectiva en la destrucción de Vietnam y nuestro con-siguiente deber de cooperar en su reconstrucción.

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Indice

Advertencia al lector 5

Introducción 7 Daniel Goldstein

Guerra química y biológica 13 Joel Jardim

Vietnam: laboratorio para el genocidio 55 Alain Jaubert

La guerra geofísica en Vietnam 69 Daniel Goldstein

La gran estafa de Mr. Nixon 79 Daniel Goldstein

El sueño de Ripley 85 Daniel Goldstein

Los sociólogos millonarios 93 Daniel Goldstein

La perversión de la comunidad científica 103 Daniel Goldstein

Vietnam: la derrota de la ciencia cómplice 117 Daniel Goldstein

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Se acabó de imprimir el día 14 de junio de 1973 en los Talleres Gráficos Didot, S. C. A.,

Luca 2223, Buenos Aires