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EL CAPITÁN CRISTERO Autor: M. Roberto Pérez Rosales [email protected] LA PROMOCIÓN DE LA LECTOESCRITURA SECTOR EDUCATIVO No. 6 GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGO SECRETARÍA DE EDUCACIÓN SISTEMA ESTATAL DE TELESECUNDARIA 16 de Febrero de 2012

El Capitán Cristero

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Page 1: El Capitán Cristero

EL CAPITÁN CRISTERO

Autor: M. Roberto Pérez Rosales

[email protected]

LA PROMOCIÓN DE LA LECTOESCRITURA

SECTOR EDUCATIVO No. 6

GOBIERNO DEL ESTADO DE DURANGOSECRETARÍA DE EDUCACIÓN

SISTEMA ESTATAL DE TELESECUNDARIA

16 de Febrero de 2012

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El capitán cristero

La avanzada del ejército federal fue tomando posiciones, el pueblo cristero estaba totalmente sitiado. Las mujeres corrían de un lado a otro tratando de esconder a los niños; los hombres, en su mayoría ancianos, se preparaban para defenderlas, consientes que su destino ya estaba marcado. Con el ocaso llegó el resto del ejército comandado por el despiadado capitán Gumersindo López, quien se había ganado el rango por inhabilitar una ametralladora que estaba causando importantes bajas, y sin temor a la muerte, se acercó lo suficiente al enemigo para arrojarle un morral lleno de granadas, haciendo volar en mil pedazos a la posición cristera.

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La fría mirada del capitán recorrió el desolado paisaje, era tal el silencio, que los cristeros tenían miedo que se escucharan sus pensamientos.

El grupo de asalto informó al militar de la ausencia de una resistencia, sin embargo, Gumersindo, ansioso de ser nombrado general, ordenó sin miramientos el ataque del pueblo. Por lo que en cuestión de minutos, lo que alguna vez fuera un paraíso, se había convertido en un verdadero infierno.

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La gente aterrada empezó a solicitar ayuda al todo poderoso, mientras buscaban inútilmente huir de esa masacre, y cuando ya todo parecía perdido, sus oraciones fueron escuchadas, pues varios soldados comandados por el capitán Pedro Rodríguez, militar de carrera, detuvieron el ataque al ver horrorizado a la tenue luz de la luna, que habían estado matando inocentes.

Consientes del significado de la insubordinación, el capitán Rodríguez y su gente, se despojaron de las insignias militares, aprestándose a coordinar la escapatoria de las mujeres, niños y ancianos.

Gumersindo, al enterarse de la traición, preparó un puñado de hombres para alcanzar a los desertores, con la consigna de ser él mismo quien jalaría la cuerda del capitán cristero a la hora de su ahorcamiento .

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Los militares inútilmente buscaron por toda la región, pero ni desertores ni cristeros encontraron. Ciego de ira, el sanguinario capitán, regresó tan sólo para incendiar completamente el pueblo, con la intención de borrar cualquier huella de su derrota, reportando a los desertores como desaparecidos en batalla, por lo que nadie mas volvió a preguntar por ellos.

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Los años pasaron y la absurda lucha de hermanos terminó. El pueblo lentamente fue recobrando su antiguo esplendor, y la gente, para no olvidar a los mártires de aquella fatídica noche, reconstruyeron la capilla, para celebrar una misa de gallo, la cual permanecería abierta toda la noche, seguros de que así, sus muertos tendrían un santo refugio para que descansaran por fin sus desconsoladas almas.

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A partir de esa noche, poco antes de que despuntara el alba, llegaba a la capilla un hombre vestido completamente de negro, envuelto en un gabán, con el que se cubría la mayor parte del rostro ya que el resto lo hacia con un sombrero de ala ancha.

El misterioso visitante no hablaba con nadie, siempre llegaba con paso lento pero firme, nadie se atrevía a interponerse en su camino y sólo se detuvo hasta que quedó a los pies del Cristo Rey, que amoroso extendía sus brazos como queriendo dar cobijo a su amado pueblo.

El hombre, en total silencio, estrujaba con sus largos dedos, la costura de su sombrero, y no era, sino hasta que el cielo anunciaba la llegada del nuevo día, que se retiraba en total silencio.

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Una noche fría y lluviosa, el misterioso caballero cumplía una vez más su cita con el destino. Las empedradas callejuelas del pueblo resonaban las pisadas del fuereño, las cuales cesaron al quedar frente a las puertas de la capilla. El hombre del gabán hizo una pausa, parecía que las fuerzas por momentos amenazaban con abandonarlo, sin embargo, tras un leve respiro, volvió a retomar su penoso andar, hasta que cayó de rodillas a los pies de la sagrada imagen del Cristo Rey.

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La lluvia afuera arreciaba, y de cuando en cuando se alcanzaba a escuchar un relámpago que iluminaba el santo Cristo, haciéndolo lucir en todo su esplendor.

Las oraciones del hombre del gabán, ante la soledad de la capilla, se podían escuchar con la claridad del canto de un ruiseñor. Fue entonces que se pudo conocer la oración que por años el caballero de negro rezara a los pies del Cristo Rey. ¡Señor, Dios mío! una vez más vengo a implorar tu perdón, por que te he ofendido, por que he derramado tu sangre divina en el cuerpo de tus hijos, y por todos los pecados que he cometido.

Las lagrimas recorrieron el rostro del anciano que entrecerró sus cansados ojos, como queriendo borrar así los terribles recuerdos de aquella noche en que masacrara a un indefenso pueblo.

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El capitán Cristero tomó con fuerza su rosario y continúo con sus plegarias de redención. Repentinamente un rayo iluminó la capilla haciendo visible la silueta de un hombre de sotana, que avanzaba lentamente como si flotara hacia el desconsolado hombre, el cual sólo se percató de su presencia, hasta que lo tuvo a su lado.

El singular personaje posó su blanca y delgada mano sobre el anciano, quien lentamente empezó a salir de una extraña somnolencia.

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El hombre del gabán pudo ver claramente al sacerdote, quien con la voz mas dulce que jamás había escuchado, le dijo: vamos hijo mio, todos tus pecados han sido perdonados, acompáñame. Pero padre, ¿y el perdón de mis hermanos? preguntó el sorprendido hombre; el cura miró hacia un rincón de la capilla, y de entre las sombras fueron apareciendo los mártires de aquella terrible noche. El capitán fue reconociendo aquellos rostros que le atormentarán durante tantos años, pero en esta ocasión, se veían felices, sólo hasta que un niño lo tomó de la mano fue que pudo reaccionar. La procesión fue saliendo uno a uno de la capilla acompañados del incesante repicar de las campanas, Pedro volteo para recoger su sombrero, pero cual fue su sorpresa al descubrir su cuerpo inerte a los pies del Cristo Rey.

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Los habitantes del pueblo al escuchar las campanas, sin importar la incesante lluvia, salieron a ver que ocurría, sin embargo, lo único que alcanzaron a distinguir fue una serie de luces que al unísono de los relámpagos fueron ascendiendo al cielo. Finalmente las campanas callaron y la lluvia terminó, dando paso a un nuevo día en el que todos los habitantes sintieron el renacer de una nueva esperanza de vida.

Fin.

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