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El mapa perdido - tony di terlizzi

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Tony DiTerlizzi - Holly Black

El mapa perdidoCrónicas de Spiderwick 3

ePUB v1.1Moower 04.01.12

TonyDiTerlizzi yHolly BlackTraducción de

Carlos Abreu

Título Original: "Lucinda'sSecret"Traducción: Carlos AbreuDiseño del libro: TonyDiTerlizzi y Dan Potash

© Tony DiTerlizzi y HolJyBlack, 2003© Ediciones B, S. A., 2004

Depósito legal: B. 40137-2005Fotocomposición: punt groc& associats, s. a., BarcelonaImpresión yencuadernación: Printerindustria gráficaN. II, Cuatro caminos s/n,08620 Sant Vicenç dels

HortsBarcelona, 2005. Impreso enEspañaISBN 978-84-666-1931-8N.° 23853

Para mi abuela Melvina, queme aconsejó

que escribiera un librocomo éste, y a quien

le dije que nunca lo haría.H.B.

Para Art hur Rackbam: quecont inúe

inspirando a otros comome ha inspirado a mí

T.D.

CARTA DE HOLLY BLACK

CARTA DE LOS HERMANOSGRACE

MAPA DE LA ESTANCIASPIDERWICK

CAPÍTULO UNODonde muchas cosas se

vuelven del revés

CAPÍTULO DOSDonde aparecen muchos

locos

CAPÍTULO TRESDonde se cuentan

historias y se descubreun robo

CAPÍTULO CUATRODonde los hermanos

Grace buscan a un amigo

CAPÍTULO CINCODonde hay muchosenigmas y pocas

respuestas

CAPÍTULO SEISDonde Jared hace

realidad la profecía delPhooka

CAPÍTULO SIETEDonde Jared se alegra al

fin de tener un hermanogemelo

SOBRE TONY DITERLIZZI….

Y SOBRE HOLLY BLACK

AGRADECIMIENTOS

Querido lector:

Tony y yo somos amigosdesde hace años, y siemprehemos compartido ciertafascinación por laliteratura fantástica. Nosiempre habíamos sidoconscientes de laimportancia de esaafinidad ni sabíamos quesería puesta a prueba.

Un día, Tony y yo —juntocon varios otros autores—estábamos firmando

ejemplares en una libreríagrande. Cuando terminamos,nos quedamos para ayudar aapilar libros y charlar,hasta que se nos acercó undependiente y nos dijo quealguien había dejado unacarta para nosotros.Cuando le preguntéexactamente a quién ibadestinada, su respuestanos sorprendió.

—A vosotros dos —señaló.La carta aparecetranscrita íntegramente enla siguiente página. Tony

se pasó un buen ratocontemplando la fotocopiaque la acompañaba. Luego,en voz muy baja, sepreguntó dónde estaría elresto del manuscrito.Escribimos una nota a todaprisa, la metimos en elsobre y le pedimos aldependiente que se laentregase a los hermanosGrace.

No mucho después alguiendejó un paquete atado conuna cinta roja delante demi puerta. Al cabo de

pocos días, tres niñosllamaron al timbre y mecontaron esta historia.

Lo que ha ocurrido desdeentonces es difícil dedescribir. Tony y yo noshemos visto inmersos en unmundo en el que nuncacreímos realmente. Ahorasabemos que los cuentos dehadas son algo más querelatos para niños. Nosrodea un mundo invisible,y queremos desvelarlo antetus ojos, querido lector.

Holly Black

Queridos señora Black y señorDiTerlizzi:

Sé que un montón de genteno cree en los seressobrenaturales, pero yo sí, ysospecho que ustedes también.Después de leer sus libros, leshablé a mis hermanos deustedes y decidimosescribirles. Algo sabemossobre esos seres. De hecho,sabemos bastante.

La hoja que adjunto es unafotocopia de un viejo libroque encontramos en eldesván. No está muy bienhecha porque tuvimosproblemas con lafotocopiadora. El libro explicacómo identificar a los seresmágicos y cómo protegerse deellos. ¿Serían tan amables deentregarlo a su editorial? Sipueden, por favor metan unacarta en este sobre ydevuélvanlo a la librería.Encontraremos el modo deenviarles el libro. El correo

ordinario es demasiadopeligroso.

Sólo queremos que la gentese entere de esto. Lo que nosha pasado a nosotros podríapasarle a cualquiera.

Atentamente.

Mallory, Jared y SimonGrace.

La volvió del revés.

J

CAPÍTULO UNO

Donde muchas cosas sevuelven del revés

ared Grace sacó una camisa roja, lavolvió del revés y se la puso. Intentó

hacer lo mismo con los pantalonestéjanos, pero le fue imposible. ElCuaderno de campo del mundofantástico, de Arthur Spiderwick,descansaba sobre su almohada, abiertopor una página que trataba sobremétodos para protegerse. Jared había

consultado el libro cuidadosamente,poco convencido de que fuese aresultarle muy útil. Desde aquellamañana en que los hermanos Gracehabían regresado con el grifo, Dedaletehabía ido a por Jared. A menudo oía altrastolillo corretear dentro de la pared.Otras veces le parecía verlo con elrabillo del ojo. Casi siempre, sinembargo, Jared simplemente caíavíctima de distintas bromas. Hasta esemomento, le habían cortado laspestañas, le habían llenado de lodo laszapatillas de deporte y algo habíaorinado sobre su almohada. Mamá habíaechado la culpa de esto último al gatito

nuevo de Simon, pero Jared sabía queno era así.

Mallory no se mostraba demasiadocomprensiva con él. «Ahora ya sabes loque se siente», decía. El único queparecía mínimamente preocupado por élera Simon. Prácticamente no le quedabaotro remedio; si Jared no hubieseobligado a Dedalete a entregarle elanteojo fantástico, Simon seguramentehabría acabado asado sobre una hogueraen el campamento de los trasgos.

Jared se ató los cordones de suzapatilla embarrada calzada sobre uncalcetín vuelto del revés. Deseaba poderencontrar una forma de pedir disculpas a

Dedalete. Había intentado devolverle lapiedra, pero el trastolillo no la habíaquerido. A pesar de todo, sabía que si seencontrase de nuevo en esa situación,volvería a hacer exactamente lo mismo.Sólo de pensar en aquel día en que lostrasgos capturaron a Simon mientrasDedalete le hablaba tranquilamente enacertijos, Jared se enfureció tanto quepor poco rompe los cordones de untirón.

—Jared —lo llamó Mallory desdeabajo—. Jared, ven un momento.

Él se levantó, se colocó la guía bajoel brazo y dio un paso hacia lasescaleras. Inmediatamente se cayó de

bruces y se golpeó la mano y la rodillacontra el duro suelo de madera. Poralguna razón, los cordones de Jaredestaban atados entre sí.

Abajo, Mallory se hallaba en lacocina, sosteniendo un vaso de aguafrente a la ventana de tal manera que laluz que lo atravesaba proyectaba un arcoiris en la pared. Simon estaba sentadojunto a ella. Los dos hermanos de Jaredestaban como paralizados.

La luz lo at ravesaba.

—¿Qué pasa? —preguntó Jared.Se había puesto de mal humor y le

dolía la rodilla. Si lo que querían eramostrarle lo bonito que se veía elestúpido vaso, rompería algo.

—Bebe un sorbo —le indicóMallory, tendiéndole el vaso.

Jared lo observó con suspicacia.¿Habrían escupido dentro? ¿Por quéquerría Mallory que él bebiera agua?

—Vamos, Jared —lo animó Simon—. Nosotros ya la hemos probado.

El microondas emitió un pitido y

Simon se puso en pie de un salto parasacar un gran montón de carne picada.

La parte superior del montón era deun asqueroso color grisáceo, pero elresto aún parecía congelado.

—¿Qué es eso? —preguntó Jared,echándole un vistazo a la carne.

—Es para Byron —respondióSimon, y la puso en un cuenco enorme alque añadió unos copos de cereal—. Yadebe de encontrarse mejor. Tienehambre todo el rato.

Jared sonrió. A cualquier otro lehabría preocupado que un grifohambriento estuviese recuperándose ensu cochera, pero Simon estaba tan

tranquilo.—Vamos —insistió Mallory—,

bebe.Jared bebió un sorbo de agua y se

atragantó. El líquido le quemó la boca,así que escupió buena parte de él sobrelas baldosas del suelo. El resto sedeslizó por su garganta, ardiente comoel fuego.

—¿Estás loca? —exclamó, tosiendosin parar—. ¿Qué era eso?

—Agua del grifo —contestó Mallory—. Desde hace un tiempo tiene siempreese sabor.

—Entonces, ¿por qué me has hechobebería? —quiso saber Jared.

Mallory se cruzó de brazos.—¿Por qué crees que está

ocurriendo todo esto?—¿A qué te refieres? —inquirió

Jared.—A todas las cosas raras que han

pasado desde que encontramos eselibro. Parece que no se detendrán hastaque nos libremos de él.

—¡Pero si ya pasaban cosas rarasantes de que lo encontrásemos! —protestó Jared.

—Da igual —dijo Mallory—. Esos

trasgos querían quitarnos el cuaderno decampo. Creo que deberíamos dárselo.

La cocina quedó en silencio duranteunos segundos.

—¿Qué? —consiguió preguntarJared con un hilillo de voz.

—Deberíamos librarnos de eseestúpido libro — repitió Mallory—,antes de que alguien resulte herido... oalgo peor.

—Ni siquiera sabemos qué le pasaal agua.

Jared miró hacia el fregadero, y larabia se le acumuló en el estómago.

—¿Qué más da? —repuso Mallory—. ¿Te acuerdas de lo que nos dijo

Dedalete? ¡El cuaderno de campo deArthur es demasiado peligroso!

Jared no tenía ganas de pensar enDedalete.

—Necesitamos el cuaderno —dijo—. Sin él, ni siquiera habríamos sabidoque tenemos un trastolillo en casa.Tampoco habríamos sabido nada deltrol, de los trasgos ni de los demás seresfantásticos.

—Ni ellos sabrían nada sobrenosotros —señaló Mallory.

—Es mío —afirmó Jared.—¡No seas tan egoísta! —le chilló

Mallory.Jared apretó los dientes. ¿Cómo se

atrevía a llamarlo egoísta? Lo queocurría es que su hermana erademasiado cobarde para conservar ellibro. —Yo decidiré qué hacer con él, ypunto.

—¿Ah, sí? —Mallory avanzó unpaso hacia él—. ¡Si no fuera por mí,estarías muerto!

—¿Y qué? —dijo Jared—. ¡Si nofuera por mí, tú estarías muerta también!

«Necesitamos elcuaderno.»

Mallory respiró hondo. Jared casipodía ver humo saliéndole de la nariz.

—Exactamente —replicó ella—. Ylos tres podríamos estar muertos porculpa de ese libro.

Los tres bajaron la vista hacia «eselibro», que Jared sostenía en la manoizquierda. Éste se volvió hacia Simon,furioso.

—Supongo que estarás de acuerdocon ella.

Simon se encogió de hombros,

incómodo.—Es cierto, que el cuaderno nos

ayudó a averiguar lo de Dedalete y lo dela piedra con la que se ven los seresfantásticos —admitió.

Jared desplegó una sonrisa triunfal.—Sin embargo —prosiguió Simon, y

a Jared se le borró la sonrisa de la cara—, ¿qué sucederá si hay más trasgos ahífuera? No sé si seremos capaces dehacerles frente. ¿Y si entran en la casa, ocapturan a mamá?

Jared negó con la cabeza. Lostrasgos habían muerto. No volverían. ¡Sidestruyesen el cuaderno, todo aquellopor lo que habían pasado habría sido

inútil!—¿Y si devolvemos el cuaderno y

ellos siguen atacándonos?—¿Por qué iban a hacer eso? —

preguntó Mallory.—Porque seguiríamos sabiendo que

existe el libro —respondió Jared—, yque los seres fantásticos son de verdad.Podrían sospechar que hemos escritootro cuaderno.

—Yo me aseguraré de que nocometas ese error —aseguró Mallory.

Jared miró a Simon, que estabaremoviendo el revoltijo de carne mediocongelada y cereales con una cuchara.

—¿Y qué ocurre con el grifo? Los

trasgos querían a Byron, ¿no? ¿Debemosdevolvérselo también?

—No —contestó Simon, mirando alexterior a través de las cortinasdescoloridas—. No podemos soltar aByron. Todavía no se ha recuperado deltodo.

—Nadie está buscando a Byron —dijo Mallory—. Su caso es totalmentedistinto.

Jared intentó pensar en algo quedecir para convencerlos de que debíanquedarse con el cuaderno. Pero susconocimientos sobre los seresfantásticos no eran mucho más profundosque los de Simon o Mallory. Ni siquiera

tenía idea de por qué esos seresbuscaban el cuaderno de campo, quesólo contenía información sobre ellos.¿Era sencillamente porque no queríanque los seres humanos lo viesen? Laúnica persona que quizá conociera larespuesta, el propio Arthur, habíamuerto hacía tiempo. Entonces, a Jaredse le ocurrió una idea.

—Hay alguien más a quienpodríamos consultar, alguien que quizásepa qué debemos hacer —dijo.

—¿Quién? —preguntaron Simon yMallory a la vez.

Jared se había salido con la suya. Ellibro estaría a salvo, al menos por el

momento.—Tía Lucinda —respondió con una

sonrisa.

Más que un manicomio,parecía una casa

solariega.

E

CAPÍTULO DOS

Donde aparecen muchoslocos

s un detalle muy bonito por vuestraparte que hayáis pensado en visitar

a vuestra tía abuela —dijo mamá,sonriéndoles a Jared y a Simon por elespejo retrovisor—. Sé que leencantarán las galletas que le habéispreparado.

Por la ventanilla del coche se veíandesfilar los árboles, cuyas ramas,

prácticamente desnudas, presentabanalgunas hojas amarillas y cobrizas.

—No las han preparado —repusoMallory—. Lo único que han hecho esextender masa congelada sobre unabandeja.

Jared le propinó una patada alasiento del acompañante, en el que ibasentada su hermana.

—¡Eh! —se quejó ella, dándose lavuelta para intentar devolverle el golpe.

Jared y Simon se rieron por lo bajo.El cinturón de seguridad no le dejaballegar hasta ellos.

—Pues eso es más de lo que hashecho tú —le reprochó mamá—.

Todavía estás castigada, jovencita. Osqueda una semana a los tres.

—Estaba haciendo entrenamiento deesgrima —se defendió Mallory,reclinándose en el respaldo, irritada.

A Jared le pareció notar algoextraño en el modo en que enrojecieronlas mejillas de su hermana al decir esto.

Distraídamente, Jared tocó sumochila y palpó el bulto del cuaderno decampo que llevaba dentro, a buenrecaudo, envuelto en una toalla.Mientras no se separase del libro, sería

imposible que Mallory se deshiciese deél y que los seres fantásticos se loquitasen. Además, quizá tía Lucindasupiese algo sobre el cuaderno decampo. Tal vez había sido ella quien lohabía guardado en el arcón de doblefondo para que él lo encontrase. En esecaso, tal vez ella podría convencer a sushermanos de que era importante.

El hospital donde vivía su tía abuelaera gigantesco. Más que un manicomio,parecía una casa solariega, con sussólidas paredes de ladrillo rojo, susnumerosas ventanas y su césped biencuidado. Un amplio sendero de losasblancas, bordeado de crisantemos de

color marrón y dorado, conducía a unapuerta cuyo marco estaba tallado enpiedra. Al menos diez chimeneassobresalían del negro tejado.

—¡Caray, este sitio parece aún másviejo que nuestra casa! —exclamóSimon.

—Sí, más viejo pero mucho menoshecho polvo —comentó Mallory.

—¡Mallory! —la riñó su madre.La grava crujía bajo los neumáticos

mientras se acercaban al aparcamiento.Mamá aparcó junto a un coche blanco,bastante maltratado, y apagó el motor.

—¿Sabe tía Lucy que venimos averla? —preguntó Simon.

—He llamado para avisar —dijo laseñora Grace, abriendo la puerta delcoche y alargando el brazo para coger subolso—. Pero no sé qué es lo que ledicen y lo que no, así que no osdecepcionéis si no está lista,esperándonos.

—Seguro que somos las primerasvisitas que recibe desde hace muchotiempo —dijo Jared.

Mamá lo fulminó con la mirada.—Para empezar, no está bien que

digas esas cosas. En segundo lugar, ¿porqué llevas la camisa del revés?

Jared se

miró y seencogió dehombros.

—La abuelaviene a verla devez en cuando,¿no? —dijoMallory.

Mamáasintió.

—La visitaa veces, perono le resultafácil. Lucy fuemás unahermana que una prima para ella.

Por eso, cuando empezó a... ponerseenferma..., la abuela fue la única que sehizo cargo de todo.

Jared deseaba preguntar a qué serefería, pero algo lo hizo dudar.

Atravesaron la ancha puerta de nogalde la institución. En la recepción, unhombre uniformado leía el periódico,sentado en una silla. Al verlos, descolgóun teléfono marrón.

—Tengan la bondad de registrarse—pidió, señalando una carpeta abierta—. ¿A quién vienen a ver?

—A Lucinda Spiderwick. —Mamáse inclinó sobre el mostrador y escribiósus nombres.

El hombre frunció el ceño al oírnombrar a tía Lucy, y en ese momentoJared decidió que el tipo no le caía bien.

Unos minutos después apareció unaenfermera vestida con una blusa rosacon lunares blancos. Los guió a travésde un laberinto de pasillos amarillentosllenos de un aire viciado que olíaligeramente a yodo. Pasaron junto a unahabitación vacía en la que parpadeaba lapantalla de un televisor, y desde algúnsitio cercano les llegó el sonido de unascarcajadas atolondradas. A Jared levinieron a la mente imágenes de losmanicomios de las películas, en las quegente con los ojos desorbitados y

camisas de fuerza intentaba liberarse desus ataduras a dentelladas. Nervioso,Jared atisbaba por las ventanas de laspuertas ante las que iban desfilando.

En una habitación, un joven soltabauna risita tonta mientras miraba un libroque sujetaba del revés, y en otra unamujer lloraba junto a una ventana.

Jared intentó no mirar en la siguientepuerta, pero en ese momento oyó quealguien decía:

—¡Ya ha llegado mi pareja de baile!Al echar un vistazo, Jared vio a un

hombre desgreñado que presionaba lacara contra el cristal. La enfermera sepuso delante de la puerta.

—¡Señor Byrne! —lo regañó.—Todo es por su culpa —dijo el

hombre, mostrando una dentaduraamarillenta.

—¿Teencuentrasbien? —preguntóMallory.

Jaredasintió,intentandoaparentarque no sehabíaasustado.

—Y estas cosas ¿ocurren confrecuencia? —preguntó la señora Grace.

—No —respondió la enfermera—.Lo siento muchísimo. Por lo general esun paciente muy tranquilo.

Antes de que Jared pudiera decidirsi había sido buena idea realizar esavisita, la enfermera se detuvo ante unapuerta cerrada, llamó dos veces y laabrió sin esperar respuesta.

La habitación era pequeña y delmismo color amarillento que el pasillo.En el centro había una cama de hospitalcon barandillas de metal y, sentada enella, con un edredón sobre las piernas,estaba la mujer más vieja que Jared

hubiese visto jamás. Su larga cabelleraera blanca como el azúcar. Tenía la pielmuy pálida, casi transparente, y laespalda encorvada y torcida a un lado.Un soporte metálico que se alzaba juntoa la cama sostenía una bolsa llena de unlíquido cristalino de la que salía un tuboconectado al gota a gota que le habíanpuesto en el brazo. A pesar de todo, susojos, al fijarse en Jared, despidieron unbrillo vivaracho.

—¿Qué le parece si cierro esaventana, señora Spiderwick? —preguntóla enfermera, que pasó ante una mesillaatestada de fotos antiguas y otrasbaratijas—. Va a pillar un resfriado.

—¡No! —bramó Lucy, y laenfermera se paró en seco. Acontinuación, en un tono más suave, latía abuela añadió —: Déjela como está.Me hace bien el aire fresco.

—Hola, tía Lucy —saludó mamá,titubeando—. ¿Te acuerdas de mí? SoyHelen.

La anciana asintió levemente con lacabeza, recuperando la compostura.

—Por supuesto. Eres la hija deMelvina. Cielo santo, te recordabamucho más joven.

Jared notó que a mamá no le hacíamucha gracia este comentario.

—Éstos son mis hijos, Jared y

Simon —dijo— .Y ésta es mi hijaMallory. Los niños tenían ganas deconocerte. Como estamos viviendo en tucasa...

Tía Lucy frunció el ceño.—¿En la casa? No es un lugar

seguro para vivir.—Ya hemos llamado a unos

albañiles para que hagan reformas —leaseguró mamá—. Mira, los niños te hantraído galletitas.

—Encantadores —dijo, peroobservó el plato como si estuviese llenode cucarachas.

Jared, Simon y Mallory se miraron.La enfermera soltó un resoplido.

—No hay nada que hacer —le dijo ala señora Grace como si tía Lucy noestuviera allí—. Nunca come delante deotras personas.

Tía Lucy dirigió una mirada dedesaprobación a la enfermera.

—No estoy sorda, ¿sabe?—¿No quieres probar una? —le

ofreció mamá, destapando las galletasazucaradas y alargándole el plato a tíaLucinda.

—Me temo que no —respondió laanciana—. Ahora mismo no tengo nipizca de apetito.

—Quizá deberíamos salir a hablar alpasillo —dijo mamá a la enfermera—.

No tenía idea de que las cosas siguierantan mal.

Con cara de preocupación, dejó elplato sobre la mesita de noche y salió dela habitación con la enfermera.

Jared sonrió a Simon. Esto eraincluso mejor de lo que esperaban.Ahora podrían estar unos minutos asolas con la anciana.

—Tía Lucy —dijo Mallory,hablando rápidamente—. Cuando le hasdicho a mamá que la casa era peligrosa,

no te referías a la construcción,¿verdad?

—Te referías a los seres fantásticos—intervino Simon.

—Puedes decírnoslo. Los hemosvisto —agregó Jared.

Su tía les sonrió, pero era unasonrisa triste.

—Me refería justamente a los seresfantásticos —contestó, y, dando unaspalmaditas en el colchón, junto a ella,les dijo—: Venid. Sentaos los tres.Contadme qué habéis visto.

«Contadme qué habéisvisto.»

«Venid, queridos míos.»

—T

CAPÍTULO TRES

Donde se cuentanhistorias y se descubre

un robo

rasgos, un trol y un grifo —enumeró Jared, entusiasmado,mientras se acomodaban a los

pies de la cama de hospital.Era un alivio que alguien le creyese.

Ahora sólo faltaba que ella explicase laimportancia de conservar el cuadernopara que todo fuese perfecto.

—Y Dedalete —añadió Mallory,mordisqueando una galleta—. Lo hemosvisto, pero no estamos seguros de siclasificarlo como duende o comotrastolillo.

—Muy cierto —dijo Jared—. Perotenemos algo importante que preguntarte.

—¿Dedalete? —repitió tía Lucinda,dándole a Mallory unas palmaditas en lamano—. Hace siglos que no lo veo.¿Cómo está? Me imagino que sigueigual. Ellos nunca cambian, ¿verdad?

—Pues... no lo sé —dijo Mallory.Tía Lucy abrió el cajón de su mesita

de noche y sacó una bolsa raída de telaverde bordada con estrellas plateadas.

—A Dedalete le encantaba esto.Jared agarró la bolsa, la abrió y

echó un vistazo. Dentro, unos cantillosplateados relucían junto a varias canicasde piedra y de arcilla.

—¿De verdad son suyas?

—¿Suyas? No, son mías, o al menoslo eran, cuando yo era lo bastante jovenpara jugar con estas cosas. Pero megustaría que se quedara con ellas. Elpobre debe de sentirse muy solo en esa

vieja casa. Seguro que está encantado deque viváis allí.

Jared dudaba que Dedalete estuviesetan encantado, pero no dijo nada.

—¿Arthur era tu padre? —preguntóSimon.

—Sí, lo era —respondió ella con unsuspiro—. ¿Habéis visto sus acuarelasen la casa?

Todos movieron la cabezaafirmativamente.

—Era un artista maravilloso. Hacíailustraciones para anuncios de refrescosy de medias para mujeres. Hacíamuñecas de papel para Melvina y paramí. Teníamos una carpeta llena de ellas,

con vestidos distintos para cadaestación. Me pregunto qué habrá sido detodas esas cosas.

Jared se encogió de hombros.—Tal vez estén en el desván.—Da igual. Él se fue hace ya tanto

tiempo que no estoy segura de que megustara verlas.

—¿Por qué no? —quiso saberSimon.

—Me traerían recuerdos. Nos dejó,¿sabes? —dijo, bajando la vista haciasus manos delgadas, que le temblaban—. Un día salió a dar una vuelta y nuncavolvió. Mamá dijo que sabía desdehacía mucho tiempo que se marcharía.

Jared estaba sorprendido. Nunca sehabía puesto a pensar seriamente en loque le había ocurrido al tío Arthur. Depronto recordó el retrato de rostrosevero y con gafas que colgaba en labiblioteca. Le habría gustado ser comosu tío bisabuelo, que observaba a losseres fantásticos y los dibujaba. Pero silo que Lucinda había dicho era verdad,Arthur ya no le parecía tan admirable.

—Nuestro padre nos dejó también—murmuró Jared.

—Lo único que quisiera saber espor qué.

Tía Lucy desvió la mirada, pero aJared le pareció ver el brillo de unalágrima en sus ojos. La anciana seapretó las manos con fuerza para quedejasen de temblar.

—Quizá tuvo que mudarse por sutrabajo —aventuró Simon—, comopapá.

—Oh, vamos, Simon —replicóJared—. No me digas que crees toda esasarta de estupideces.

—Callaos, par de tarados. —Mallory los fulminó con la mirada—.Tía Lucy, ¿por qué estás en estehospital? Tú no estás loca.

Jared dio un respingo, convencidode que tía Lucy se enfadaría, pero ellase rió. La rabia de Jared contra suhermano se desvaneció de golpe.

—Después de que papá se marchara,mamá y yo nos fuimos a vivir a laciudad, a casa de su hermano. Me criécon mi prima Melvina, vuestra abuela.Le hablé de Dedalete y de los espíritus,

pero dudo que me creyera.»Mamá murió cuando yo tenía sólo

dieciséis años —prosiguió—. Un añodespués, me mudé de nuevo a la finca.Intenté arreglar la casa con el pocodinero que tenía. Dedalete seguía allí,por supuesto, pero además había otrascosas. A veces veía sombras quemerodeaban en la oscuridad. De repente,un día, salieron de sus escondites.Creían que yo tenía el libro de papá. Mepellizcaban, me pinchaban y me exigíanque se lo entregase. Pero yo no lo tenía.Papá se lo había llevado consigo. Jamásse habría marchado sin él.

Jared quiso decir algo, pero su tía

estaba absorta en sus recuerdos.—Una noche me trajeron un fruto,

pequeño como un grano de uva y rojocomo una rosa. Me prometieron que novolverían a hacerme daño. Yo era sólouna niña tonta, así que tomé el fruto y midestino quedó sellado.

—¿Estaba envenenado? —preguntóJared, pensando en Blancanieves y lasmanzanas.

—En cierto modo, sí —contestó ellacon una sonrisa extraña—. Era lo mássabroso que había probado jamás. Sabíacomo uno imagina que deben saber lasflores. El sabor de una canción que noacertamos a nombrar. Después de probar

eso, la comida humana, los alimentosnormales, eran como serrín y ceniza. Pormás que me esforzaba, no podíacomerlos. Iba a morir de hambre.

Criaturas diminutas comonueces.

—Pero eso no sucedió —dijoMallory.

—Los pequeños espíritus con losque jugaba cuando era niña me daban decomer y me mantenían a salvo. —Unasonrisa beatífica se dibujó en los labiosde tía Lucy, que extendió una mano—.Dejad que os los presente. Venid,queridos míos, venid a ver a missobrinos.

Se oyó un zumbido fuera de laventana abierta, y lo que parecían motas

de polvo que flotaban en el aire depronto se convirtieron en criaturasdiminutas como nueces, que volabanagitando rápidamente sus alasiridiscentes. Se posaron sobre laanciana, enredándose en sus blancoscabellos y trepando por la cabecera dela cama.

—¿Verdad que son monos? —preguntó tía Lucy—. Mis dulcesamiguitos.

Jared sabía qué eran —espíritus,como los que había visto en el bosque—, pero eso no impedía que seestremeciese al observar cómo searremolinaban en torno a su tía. Simon

parecía paralizado.—Lo que todavía no entiendo —dijo

Mallory, rompiendo el silencio que sehabía impuesto— es quién te ingresóaquí.

—Ah, sí. Te refieres al hospital —dijo tía Lucy—. A vuestra abuelaMelvina se le metió en la cabeza que yono estaba bien. Primero vio losmoretones y mi falta de apetito.Después, algo ocurrió. No quieroasustaros... Bueno, eso no es del todocierto. Sí que quiero daros miedo.Quiero que seáis conscientes de loimportante que es que os marchéis deesa casa. ¿Veis estas señales? —La

anciana levantó uno de sus delgadosbrazos. Unas cicatrices profundas lesurcaban la piel—. Una noche, muytarde, llegaron los monstruos. Unascosas verdes y pequeñas, con unosdientes horribles, me sujetaron mientrasun gigante me interrogaba. Intentésoltarme, así que me clavaron las garrasen brazos y piernas. Les dije que nohabía ningún libro, que mi padre se lohabía llevado, pero no sirvió de nada.Antes de esa noche, yo tenía la espaldarecta. Desde entonces, caminoencorvada.

»Los rasguños fueron la gota quecolmó el vaso para Melvina. Creía que

yo me cortaba a propósito. No entendíalo que estaba sucediendo... Así que meenvió aquí.

Uno de aquellos seres, vestidoúnicamente con una vaina verde ycubierta de pinchos, se acercó volando ydejó caer un fruto sobre la manta, cercade Simon. Jared pestañeó; estaba tanabsorto en el relato que casi se habíaolvidado de los espíritus. El fruto olía ahierba fresca y a miel, y su piel, finacomo el papel, dejaba traslucir la pulparoja. Tía Lucinda se quedó mirándolo yempezaron a temblarle los labios.

—Es para ti —susurraron a untiempo los seres diminutos.

Simon levantó el fruto, sujetándoloentre los dedos.

—No pensarás comértelo, ¿verdad?—preguntó Jared.

La boca se le hacía agua sólo demirarlo.

—Por supuesto que no —respondióSimon, aunque estaba devorando el frutocon los ojos.

—No os lo comáis —les advirtióMallory.

Simon se acercó el fruto a la boca,dándole vueltas entre los dedos,fascinado.

«No pensarás comértelo,¿verdad?»

—Sólo un pequeño mordisco, paraprobarlo, no me hará mal —dijo en vozbaja.

La mano de tía Lucinda salióproyectada hacia delante y le arrebató elfruto a Simon. Acto seguido, se lo llevóa la boca y cerró los ojos.

—¡Eh! —protestó Simon,levantándose de un salto. Después echóun vistazo alrededor, desorientado— .¿Qué ha pasado?

Jared miró a su tía abuela. Le

temblaban las manos, a pesar de que lastenía apretadas contra su regazo.

—Sus intenciones son buenas —aseguró—, pero no entienden el ansiaque provocan. Para ellos no es más quecomida.

Jared contempló a los seres. Noestaba seguro de lo que sabían o dejabande saber.

—Ahora comprendéis por qué esacasa es demasiado peligrosa paravosotros. Debéis hacerle entender avuestra madre que tenéis que marcharos.Mientras estéis allí, creerán quevosotros tenéis el libro y jamás osdejarán en paz.

—Pero es que sí tenemos el libro —replicó Jared.

Tía Lucy se quedó boquiabierta.—No es posible...—Seguimos las pistas que

encontramos en la biblioteca —leexplicó Jared.

—¿Lo ves? ¡ Ella también opina quedebemos deshacernos de él! —exclamóMallory.

—¿La biblioteca? Eso significaque... —Tía Lucy lo miró,repentinamente horrorizada—. ¡Si tenéisel libro, debéis marcharos de la casainmediatamente! ¿Entendéis lo que osdigo?

—Lo tenemos aquí mismo.Jared abrió el cierre de la mochila y

sacó el libro, envuelto en una toalla.Pero cuando lo deslió, el cuaderno decampo no estaba allí. Ante sus ojostenían un ejemplar viejo y desgastado deun libro de cocina: La magia delmicroondas.

Jared se volvió hacia Mallory.—¡Tú! ¡Tú lo has robado! —gritó,

dejando caer la mochila y arremetiendocontra ella con los puños.

Ent raron en la bibliotecade Art hur.

J

CAPÍTULOCUATRO

Donde los hermanosGrace buscan a un amigo

ared apoyó la cara en la ventanilladel coche e intentó fingir que no

lloraba, aunque unas lágrimas ardientesle resbalaban por las mejillas. Dejó quese deslizasen sobre el vidrio frío. Enrealidad no había llegado a pegar aMallory. Simon le había sujetado elbrazo mientras Mallory insistía en que

ella no había cogido el cuaderno. Al oírel griterío, mamá había irrumpido en lahabitación y se los había llevado arastras, deshaciéndose en disculpas conla enfermera e incluso con tía Lucy, a laque tuvieron que administrar un sedante.Camino del coche, la madre le habíadicho a Jared que tenía suerte de que lagente de la institución no lo hubieraencerrado a él.

—Jared —susurró Simon, apoyandola mano en la espalda de su hermanogemelo.

—¿Qué? —farfulló Jared sinvolverse.

—¿No se lo habrá llevado

Dedalete? Jared se dio la vuelta en suasiento, con todo el cuerpo en tensión.En el momento en que lo oyó,comprendió que tenía que ser eso. Era laúltima jugarreta, la mejor venganza deDedalete.

Le cayó como un jarro de agua fría.¿Cómo no se le había ocurrido a él esaposibilidad? A veces se enfurecía tantoque su rabia lo asustaba. La mente se lequedaba en blanco, y su cuerpo tomabael control.

Cuando llegaron a casa, bajó delcoche en silencio y, en lugar de entrarjunto con su madre, se sentó en losescalones de la puerta trasera. Mallory

se sentó a su lado.

—Yo no he tocado ese libro —leaseguró—. ¿Te acuerdas de que otrasveces nos has pedido que te creamos?

Pues ahora tú debes creerme a mí.—Lo sé —respondió Jared, mirando

al suelo—. Creo que ha sido Dedalete.Lo... lo siento.

—¿Crees que Dedalete ha robado elcuaderno? —preguntó ella.

—Simon ha pensado en esaposibilidad —dijo Jared—. Tienesentido. Dedalete no deja de gastarmebromas pesadas. Ésta es la peor detodas, de momento.

Simon se sentó junto a Jared en lasescaleras. —No te preocupes. Loencontraremos.

—Bueno —dijo Mallory, tirando deun hilo suelto en el dobladillo de su

jersey—, seguramente es mejor así.—No, ni mucho menos —replicó

Jared—. Hasta tú deberías darte cuentade eso. ¡No podemos devolver lo que notenemos! Los monstruos no creyeron atía Lucinda cuando les dijo que no teníael libro. ¿Por qué iban a creernos anosotros?

Mallory se puso muy seria, pero norespondió.

—He estado pensando —dijo Simon—. Tía Lucy nos contó que su padre lashabía abandonado a ella y a su madre,¿no? Pero si el cuaderno de campotodavía estaba oculto en la casa, tal vezno se marchó a propósito. Según ella,

Arthur jamás se separaba del libro.—Entonces, ¿cómo es que el libro

seguía escondido? —preguntó Jared—.Si los monstruos lo hubiesen capturado,seguro que les habría dicho dóndeestaba.

—Tal vez se fue antes de que losmonstruos pudiesen atraparlo —aventuró Mallory—, y dejó que Lucy selas apañara sola. Tal vez le tenía miedoal gigante que la atacó a ella.

—Arthur no haría eso —repusoJared, pero en cuanto lo dijo, sepreguntó si sería verdad.

—En fin —dijo Simon—, nuncasabremos lo que ocurrió. Vayamos a ver

a Byron. Seguro que estará hambriento,y así no pensaremos en el libro duranteun rato.

—Sí, claro —resopló Mallory—.Visitar a un grifo que vive en nuestracochera nos hará olvidar completamenteun libro que trata sobre seressobrenaturales.

Jared esbozó una sonrisa. No podíadejar de pensar en el libro, en tía Lucy yen Arthur, en su comportamiento conMallory, en la rabia que no sabíacontrolar.

—Siento haber intentado pegarte —le dijo a su hermana.

Mallory le alborotó el pelo y se

puso de pie.—Da igual. De todas formas, pegas

como una nena.—Eso es mentira —alegó Jared,

pero se levantó y la siguió al interior dela casa, sonriendo.

Sobre la mesa de la cocina había unanota escrita en una hoja de papel viejo yamarillento.

Crees que eres muy pillopero has perdido el librillo.¿Estará hecho picadillo?

¿O lo tendrá un trastolillo?

—Vaya, pues sí que está enfadado—comentó Simon.

Jared se debatía entre el alivio y elpánico. De modo que Dedalete tenía,efectivamente, el libro. Pero ¿qué habíahecho con él? ¿Lo habría destruido deverdad?

—Oye, ya sé qué podemos hacer —

propuso Mallory, esperanzada—. Ir abuscar los cantillos y las canicas de tíaLucy.

—Escribiré una nota. — Simon seinclinó sobre el papel y garabateó algoal dorso.

Byron, dormía.

—¿Qué has puesto? —preguntóMallory.

—«Lo sentimos» —leyó Simon.Jared miró la nota, poco convencido.

—No estoy seguro de que unosjuguetes viejos resuelvan el problema.

—Tarde o temprano tiene quepasársele el enfado —opinó Simon,encogiéndose de hombros.

Jared temía que eso ocurriese mástarde que temprano.

Cuando entraron en la cochera,vieron que Byron dormía. Sus costadoscubiertos de plumas subían y bajaban alritmo de su respiración. Los ojos se lemovían rápidamente de un lado a otrobajo los párpados cerrados. Simoncomentó que probablemente no debíandespertarlo, así que le dejaron otro platode carne cerca del pico y regresaron a lacasa. Mallory les propuso que jugasen aalgo, pero Jared estaba demasiadonervioso y sólo quería indagar dóndehabía escondido Dedalete el libro.Comenzó a pasearse por la sala,pensando.

Tal vez se tratase de un acertijo.

Meditó de nuevo sobre el poema,dándole vueltas en la cabeza, intentandoencontrar alguna pista.

—No creo que esté dentro de lapared —dijo Mallory, sentada con laspiernas cruzadas sobre el sofá—. Esdemasiado grande. ¿Cómo podríameterlo ahí?

—Hay muchas habitaciones en lasque ni siquiera hemos estado —observóSimon, sentado muy recto junto a ella—,muchos sitios donde no hemos mirado.

Jared se detuvo en seco.—Un momento. ¿Y si lo tuviésemos

justo delante de nuestras narices?—¿Qué? —preguntó Simon.

—¡En la biblioteca de Arthur! Haytantos libros ahí que nunca lodescubriríamos.

—Oye, tienes razón —dijo Mallory.—Sí —asintió Simon—, e incluso

aunque el cuaderno no estuviese ahí,¿quién sabe qué otra cosa podríamosencontrar?

Los tres subieron las escaleras,enfilaron el pasillo y abrieron la puertadel armario. Jared se deslizó a gatasbajo el estante inferior y se adentró en elpasadizo secreto que conducía a labiblioteca de Arthur. Las paredesestaban recubiertas de libros, excepto enel lugar donde había un gran retrato de

su tío abuelo. A pesar de que habíanvisitado la biblioteca en muchasocasiones, casi todos los estantes teníanuna gruesa capa de polvo queatestiguaba la escasa atención quehabían prestado a la mayor parte de losvolúmenes.

Mallory y Simon llegaron gateandodetrás de él.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Simon, mirando alrededor.

—Tú echa un vistazo al escritorio—le indicó Mallory—. Jared, tú buscaen aquella estantería, y yo me ocuparéde ésta.

Jared asintió e intentó quitar algo del

polvo que cubría el primer estante. Lostítulos de los libros eran tan extrañoscomo los que había visto en visitasanteriores a la biblioteca: Fisionomíade las alas, El efecto de las encamas enla musculatura, Venenos del mundo yDetalles sobre la dragonites. Sinembargo, la primera vez que Jared sehabía fijado en ellos, lo había invadidouna especie de sobrecogimiento queahora no experimentaba. Se sentíaaturdido. El libro había desaparecido,Dedalete lo odiaba y Arthur no era comoél lo había imaginado. Toda esa magia...era una estafa. Parecía estupenda, peroen el fondo era tan decepcionante como

todo lo demás.Jared examinó el cuadro de Arthur

en la pared. Ya no le parecía simpático.El Arthur del retrato tenía los labiosmuy delgados y una arruga entre lascejas que Jared interpretó ahora comoseñal de irritación. Seguramente yaentonces estaba pensando en abandonara su familia.

Ya no le parecíasimpát ico.

Se le nubló la vista y le empezaron aarder los ojos. Era ridículo llorar poralguien a quien nunca había conocido,pero no podía evitarlo.

—¿Es tuyo este dibujo? —lepreguntó Simon desde el escritorio.

Jared se enjugó las lágrimas con lamanga, esperando que su hermano no sediese cuenta de que lloraba.

—Sí. Ya puedes tirarlo.—No —dijo Simon—. Está muy

bien. Papá te ha salido muy bien.

Aprender a dibujar había sido otraidea absurda. Lo único que habíaconseguido con ello era meterse en líosen el colegio por hacer garabatos enlugar de trabajar. Se dirigió al escritorioy arrugó el dibujo para tirarlo él mismo.

—Chicos —los llamó Mallory—.Venid a ver esto.

Mallory tenía en las manos variashojas de papel enrolladas y un tubolargo de metal.

—Mirad —dijo. Se arrodilló yempezó a desenrollar varias hojas en elsuelo.

Loschicos seacercaron.Era unmapa de losalrededoresde su casa,trazado alápiz ypintado conacuarelas.No parecíamuy exacto—en laactualidadhabía más

casas y carreteras—, pero los niñosidentificaron en él muchos sitios queconocían. Lo que les sorprendió, sinembargo, fueron las notas.

Una zona del bosque que se extendíadetrás de la casa estaba señalada con uncírculo y una indicación.

—«Territorio de caza de los trols»—leyó Simon.

—¡Ojalá hubiésemos encontradoantes este mapa!— gruñó Mallory.

A lo largo de un camino próximo auna vieja cantera estaba escrita lapalabra « ¿Enanos?», y un árbol que sealzaba no muy lejos de la casa estabamarcado claramente con la leyenda

«Espíritus». No obstante, lo más extrañoera una marca en el borde de las colinas,cerca de la casa. La nota que laacompañaba había sido escrita muydeprisa, a juzgar por la caligrafíadescuidada. Decía: «14 de septiembre, alas cinco. Llevar lo que queda dellibro».

—¿Qué querrá decir eso? —inquirióSimon.

—Ese «libro» del que habla, ¿noserá el cuaderno de campo? —sepreguntó Jared en voz alta.

Mallory sacudió la cabeza. —Podríaser, pero el cuaderno todavía estabaaquí.

Se miraron en silencio por unosinstantes.

—¿Cuándo desapareció Arthur? —dijo al fin Jared.

Simon se encogió de hombros.—Probablemente sólo tía Lucy lo

recordará.—O sea: o bien acudió a su cita y ya

nunca volvió, o salió por pies sinpresentarse a esa cita —concluyóMallory.

—¡Tenemos que enseñarle esto a tíaLucinda! —exclamó Jared.

Los chicos se acercaron.

Su hermana sacudió la cabeza.—Eso no demuestra nada. Lo único

que conseguiríamos es disgustarla.—Pero tal vez él no pretendía

marcharse —protestó Jared—. ¿Nocrees que ella tiene derecho a saberlo?

—Vayamos a echar un vistazo —sugirió Simon—. Podemos seguir elmapa y ver adonde nos lleva. Tal vezencontremos alguna pista de lo quesucedió.

Jared estaba indeciso. Deseaba ir; élmismo había estado a punto de

proponerlo antes de que Simon hablara.Sin embargo, no podía evitar pensar quetal vez se tratase de una trampa.

—Me parece que seguir ese mapasería una tontería muy, muy grande —opinó Mallory—, sobre todo si creemosque algo le pasó cuando fue ahí.

—Ese mapa es muy viejo, Mallory—repuso Simon—. ¿Qué podríapasarnos?

—Esto no me huele nada bien —opinó Mallory; aun así se puso aestudiar la localización de las colinas enel mapa, pensativa.

—Es la única manera de que tíaLucy averigüe qué sucedió en realidad

—insistió Jared.—Supongo que podríamos ir a echar

una ojeada —accedió Mallory,suspirando—, siempre y cuando sea dedía. Pero en el momento en que veamosalgo raro, volvemos, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió Jaredcon una sonrisa.

Simon empezó a enrollar el mapa.—De acuerdo —dijo.

Una brisa veraniegacomenzó a soplar sobre la

colina.

J

CAPÍTULO CINCO

Donde hay muchosenigmas y pocas

respuestas

ared se sorprendió cuando su madreles dio permiso para salir a dar una

vuelta. Consideró que si se peleabantanto era porque estaban siempreencerrados en la casa, y después dedirigir una mirada admonitoria a Jared,les hizo prometer que regresarían antesde que anocheciera. Mallory se llevó su

espada de esgrima, Jared cogió sumochila y una libreta nueva, y Simonsacó de la biblioteca una red para cazarmariposas.

—¿Para qué quieres eso? —preguntó Mallory mientras cruzaban laavenida Dulac siguiendo el mapa.

—Para atrapar cosas —contestóSimon sin mirarla a los ojos.

—¿Qué clase de cosas? ¿Es que notienes ya suficientes animales?

Simon se encogió de hombros.—Si traes a casa un solo bicho más,

se lo daré a Byron para que se lo coma.—¡Eh! —los interrumpió Jared—,

¿en qué dirección tenemos que ir ahora?

Simon observó el mapa y señaló conel dedo.

Simon, Mallory y Jared subieron porla empinada ladera, siguiendo lasindicaciones del mapa. Los árbolesdispersos crecían con el troncoinclinado entre pequeñas zonas cubiertasde hierba y rocas musgosas. Durante unbuen rato subieron prácticamente sinhablar. Jared pensó que era un lugaragradable para ir con su cuaderno denotas, pero luego recordó que habíarenunciado a dibujar.

Cerca de la cima de la colina, elterreno se allanaba y la arboleda seespesaba. Pero de repente Simon dio la

vuelta y empezó a guiarlos ladera abajo.—¿Adónde vamos? —quiso saber

Jared. Simon sacudió el mapa delante desu cara.

—Éste es el camino —dijo.Mallory asintió, como si no le

extrañase que estuviesen volviendosobre sus pasos.

—¿Estás seguro? —preguntó Jared—. Yo creo que no.

—Estoy seguro —afirmó Simon.Justo en ese momento una brisa

veraniega comenzó a soplar sobre lacolina, y a Jared le pareció oír un corode risas debajo de sus pies. Perdió elequilibrio y a punto estuvo de caerse.

—¿Lo habéis oído?—¿El qué? —pregunto Simon,

mirando en torno a sí con nerviosismo.Jared se encogió de hombros. Estaba

seguro de haber oído algo, pero ahorareinaba el silencio.

Un poco más adelante, Simon sedesvió de nuevo y se encaminó otra vezhacia arriba y a la derecha. Mallory losiguió tranquilamente.

—Y ahora ¿adóndevamos? —inquirióJared.

Estabanascendiendo de nuevo yse encontraban casi enla cumbre de la primeracolina, lo cual no eramalo, pero a Jared le

parecía que la dirección en que habíanavanzado no los acercaría al punto dereunión señalado en el mapa.

— Sé lo que hago —aseguró Simon.Mallory lo seguía sin rechistar, lo queinquietaba a Jared casi tanto como latrayectoria zigzagueante de Simon.

Deseó tener consigo el cuaderno decampo. Intentó repasar sus páginasmentalmente, buscando algunaexplicación. Recordaba haber leído algosobre gente que se perdía, inclusoestando muy cerca de casa...

Jared dio unos pisotones a la malezacon sus zapatillas de deporte. Unhierbajo alto se escabulló a un lado.

—¡Hierba andarina! —Pensó en elartículo del libro que trataba sobre ella.De pronto comprendió por qué él era elúnico que se había percatado de queiban en la dirección equivocada—.¡Simon! ¡Mallory! ¡Poneos la camisa delrevés, como la llevo yo!

—No —dijoSimon—. Yo sé elcamino. ¿Por quéme estáismandoneandosiempre?

—¡Es un trucode los seresfantásticos! —gritó Jared.

—Ya basta. Hoy me toca mandar amí.

—¡Hazme caso, Simon!—¡No! ¿Es que no me has oído?

¡No!Jared sujetó a su hermano y los dos

cayeron rodando por el suelo. Jared

intentó arrancarle el jersey, pero Simonse protegía la ropa con los brazos.

—¡Estaos quietos!Mallory los separó.

Jared sesorprendióal ver que suhermana sesentabasobre Simony le quitabael jersey,peroenseguida sedio cuentade que ella

ya se había puesto la ropa del revés.Simon puso cara de asombro cuando

el jersey vuelto del revés se deslizó porsu cabeza.

—Vaya —exclamó—. ¿Dóndeestamos?

Una fuerte carcajada sonó porencima de sus cabezas.

—Casi nunca llegan tan lejos..., otan cerca, según cómo se mire —dijouna criatura encaramada en un árbol.Tenía cuerpo de mono, un pelaje marrónnegruzco con motitas y una larga colaque había enrollado en la rama sobre laque estaba sentada. Una poblada mata depelo le rodeaba el cuello, y su cara se

parecía a la de un conejo, con largosbigotes y orejas.

—¿Según cómo se mire qué? —preguntó Jared. No estaba seguro de siaquella criatura le resultaba divertida otemible.

De pronto, ésta giró la cabeza de talmanera que las orejas le rozaban labarriga y la barbilla apuntaba al cielo.

—Listo es el que hace listezas.Jared pegó un brinco.—¡No te muevas! —le advirtió

Mallory a la criatura, blandiendo elestoque.

—Cielo santo, una bestia con unaespada —siseó la criatura. Giró de

nuevo la cabeza hasta colocarla delderecho y parpadeó dos veces—. Mepregunto si ha perdido el juicio. ¡Lasespadas pasaron de moda hace siglos!

—No somos bestias —se defendióJared.

—Y entonces, ¿qué sois? —preguntóla criatura.

«Casi nunca llegan tanlejos.»

—Soy un chico —contestó Jared—.Y, bueno, ésta es mi hermana. Una chica.

—Ésa no es una chica —replicó—.¿Dónde está su vestido?

—Los vestidos pasaron de modahace siglos —dijo Mallory con unasonrisa maliciosa.

—Ya hemos respondido a tuspreguntas —dijo Jared—. Ahora,contesta tú a las nuestras. ¿Quién eres?

—El Perro Negro de la Noche —declaró la criatura con orgullo, antes de

que su cabeza girase de nuevo,observándolos con un ojo abierto—, unasno, o tal vez un espíritu.

—¿Qué significa eso? —inquirióMallory—. No tiene ningún sentido.

—¡Creo que es un phooka! —saltóJared—. Sí, ahora lo recuerdo. Losphookas pueden cambiar de forma.

—¿Son peligrosos? —preguntóSimon.

—¡Mucho! —aseguró el phooka,asintiendo enérgicamente con la cabeza.

—No estoy seguro —dijo Jared envoz baja. Después carraspeó un poco yse dirigió a la criatura—. Estamosbuscando algún rastro de nuestro tío

abuelo.—¡Habéis perdido a vuestro tío!

¡Qué despistados!Jared suspiró e intentó decidir si el

phooka estaba tan loco como parecía.—Pues, a decir verdad, desapareció

hace mucho tiempo: hará unos setentaaños. Esperábamos averiguar qué leocurrió.

—Todo el mundo puede llegar hastaesa edad o más. Para ello basta con nomorirse. Pero tengo entendido que loshumanos viven más en cautiverio que enlibertad.

—¿Qué? —preguntó Jared.—Cuando uno busca algo —dijo el

phooka—, debe estar seguro de quedesea encontrarlo.

—¡Oh, olvídalo! —soltó Mallory—.Sigamos caminando.

—Preguntémosle al menos qué hayen el valle que tenemos delante —sugirió Simon.

Mallory hizo un gesto dedesesperación.

—Sí, claro, y seguro que nosresponderá algo coherente.

Simon no le hizo caso.—¿Podría decirnos por favor qué

hay más adelante? Estábamos siguiendoeste mapa hasta que la hierba andarinanos ha hecho ir en círculo.

—Si la hierba puede andar —sentenció el phooka—, un muchachopuede acabar plantado.

—Por favor, te lo ruego, deja dedarle conversación —se desesperóMallory.

—Los elfos —dijo el phooka,mirando a Mallory con expresiónofendida—. ¿Debo ser directo cuandoos indique directamente el caminodirecto hacia los elfos?

—¿Qué es lo que quieren? —preguntó Jared.

—Tienen lo que vosotros queréis yquieren lo que vosotros tenéis —contestó el phooka.

Mallory soltó un gruñido.—Quedamos en que si las cosas se

ponían raras regresaríamos a casa —dijo Mallory, apuntando al phooka consu estoque—. Y más raro que esa cosa,imposible.

—Pero no parece malo. —Jaredcontempló las colinas—. Vayamos unpoco más adelante.

—No sé... —titubeó Mallory—. ¿Yqué hay de esos hierbajos que nosdesorientan?

El sendero desemboca enun prado

—¡El phooka ha dicho que los elfostienen lo que queremos!

Simon asintió.—Ya estamos muy cerca, Mallory.—Esto no me gusta —murmuró ella,

suspirando—, pero creo que más valeque seamos nosotros quienes lospillemos por sorpresa.

Echaron a andar colina abajo,apartándose del camino.

—¡Esperad! ¡Volved! —gritó elphooka—. Hay algo que debo deciros.

Los tres se dieron la vuelta.—¿De qué se trata? —preguntó

Jared.—Boni noni boni —dijo el phooka,

articulando con toda precisión.—¿Es eso lo que querías decirnos?—No, en absoluto —respondió el

phooka.—Entonces, ¿qué era? —preguntó

Jared con impaciencia.—Podría escribirse un libro entero

con todo lo que no sabe un autor —declaró el phooka.

Acto seguido, trepó por el tronco delárbol hasta perderse de vista.

Los tres descendierontrabajosamente por la otra ladera de lacolina. A medida que el bosque se hacíade nuevo más denso, advirtieron que sehacía también más silencioso. No se oíacantar a los pájaros; sólo el susurro dela hierba y el crujido de ramitas bajo suspies.

El sendero desembocaba en unprado bordeado de árboles. En el centrocrecía un espino muy alto, rodeado degruesos hongos rojos y blancos.

—Eh... —dijo Jared.—Vale. Esto es muy raro. Nos

vamos —decidió Mallory.Pero en cuanto dieron media vuelta,

los árboles se juntaron entre sí,entrelazando sus ramas, formando unabarrera de follaje que llegaba hasta elterroso suelo del claro.

—¡Oh, no! —exclamó Mallory.

Aparecieron t res seres.

A

CAPÍTULO SEIS

Donde Jared hacerealidad la profecía del

phooka

l otro lado del claro, unas ramas sesepararon y aparecieron tres seres,

altos como Mallory, con la piel pecosa ybronceada por el sol. El primero era unamujer con ojos de color verde manzanay un brillo verdoso en los hombros y lassienes. Llevaba hojas trenzadas en sucabellera despeinada. El segundo era un

hombre con lo que parecían unoscuernos pequeños en la frente. Su pielera de un tono de verde más acusado queel de la mujer y sujetaba un nudosobastón entre las manos. El tercer elfollevaba la espesa y rojiza cabellerarecogida en tres largas trenzasadornadas con bayas rojas. Tenía la pielmorena, salpicada de manchitas rojas enel cuello.

—¿Sois elfos? —preguntó Simon.—Nadie había seguido ese sendero

desde hace mucho tiempo —comentó laelfa de ojos verdes con la frente bienalta, como si estuviese acostumbrada aque la obedecieran—. Todos aquellos

que se acercan a este claro acaban pordesviarse y perderse. Pero aquí estáisvosotros. Qué curioso.

—Se refiere a la hierba —le susurróJared a su hermano.

—Sin duda lo tienen —dijo el elfopelirrojo a sus compañeros—. ¿De quéotra manera podrían haber llegado, sino? ¿Cómo habrían descubierto el modode seguir el camino sin desviarse? —Sevolvió hacia los niños—. Me llamoLorengorm. Deseo negociar convosotros.

—¿Negociar qué? —preguntó Jared,esperando que la voz no le temblase.

Los elfoseran tanhermososcomo habíaimaginado,pero la únicaemoción quepodía leer ensu rostro eraun ansiaextraña quelo ponía muynervioso.

—Vosotros queréis la libertad —señaló el elfo que parecía tener cuernos.Jared se percató de que en realidad eran

hojas—. Nosotros queremos el libro deArthur.

—¿La libertad? ¿De qué estáshablando? —quiso saber Mallory.

El elfo de las hojas en forma decuerno señaló el límite de la arboledacon una mano y les dirigió una sonrisacruel.

—Seréis nuestros invitados hastaque os canséis de nuestra hospitalidad.

—Arthur no os dio el libro.Entonces, ¿por qué razón habríamos dedároslo nosotros? Jared esperaba que noadvirtiesen que no se sentía tan segurocomo parecía.

—Sabemosdesdehacetiempoque lossereshumanossoisbrutales—dijo

la elfa de los ojos verdes con el ceñofruncido—. En otras épocas, al menosteníais la excusa de la ignorancia.

Ahora, cuantos menos humanossepan de nuestra existencia, mejor.

—No se puede confiar en vosotros—añadió Lorengorm—. Arrasáis losbosques. Envenenáis los ríos, abatís alos grifos que surcan el cielo y cazáislas serpientes marinas. No osamosimaginar lo que haríais si conocieseisnuestros puntos débiles.

—¡Pero si nosotros no hemos hechonada de eso! —protestó Simon.

—Y ya nadie cree en los seresfantásticos —agregó Jared, pero luegopensó en Lucinda—. Al menos nadie queesté cuerdo.

Lorengorm soltó una carcajadaforzada.

—Ya no hay demasiados seres

fantásticos en los que creer.Establecemos nuestro hogar en losescasos bosques que nos quedan. Prontoya no quedarán ni ésos.

La elfade ojosverdesalzó lamanohacia labarrera deramas

entretejidas.

—Dejad que os muestre algo.Jared advirtió que había toda clase

de seres fantásticos en el círculo deárboles que los rodeaban,observándolos por entre los troncos. Susojos negros centelleaban, sus alaszumbaban y sus bocas se movían, peroninguno salió al claro. Era como si seestuviera celebrando un juicio, en el quelos elfos intervenían como juez y jurado.Entonces unas pocas ramas sedesenmarañaron y otra cosa emergió dela espesura.

Era blanco y del tamaño de unciervo. Tenía el pelaje de color marfil, ylargos mechones colgaban de su crin. El

cuerno que le sobresalía de la frenteestaba retorcido y acababa en una puntaque parecía afilada. Levantó su húmedanariz y olisqueó el aire. Al tiempo quese acercaba a ellos, el silencio seimpuso en el valle. Ni siquiera se oíansus pisadas sobre la hierba. No tenía enabsoluto un aspecto dócil.

Mallory dio un paso hacia él,ladeando ligeramente la cabeza yextendiendo el brazo.

—Mallory —le advirtió Jared—.No...

Pero ella estaba demasiado lejospara oírlo, con los dedos estirados haciala criatura, que permanecía

completamente quieta. Jared ni siquierase atrevió a respirar mientras Malloryacariciaba el costado del unicornio yenredaba su mano en su crin. Entonces,el cuerno le tocó la frente y ella cerrólos ojos. Todo su cuerpo se estremeció.

—¡Mallory! —exclamó Jared.Bajo los párpados, los ojos de

Mallory se movían rápidamente de unlado a otro, como si soñase. Luego cayóde rodillas.

Jared corrió hacia ella, seguido porSimon. En cuanto Jared tocó a Mallory,la visión se apoderó de su mente.

Un absoluto silencio.Matas de zarzas. Hombres a

caballo. Perros flacos de rojas lenguas.Se ve un destello blanco y un unicorniosale galopando al claro, con las patasembadurnadas de barro. Unas flechasvuelan y se hunden en la carne blanca.El unicornio relincha y se viene abajoen medio de una nube de hojas. Unosdientes caninos desgarran la piel. Unhombre con un cuchillo corta el cuernomientras el unicornio todavía semueve.

Todo su cuerpo seest remeció.

Las imágenes, inconexas, se sucedena mayor velocidad.

Una muchacha con un vestido decolor indefinido, apremiada porcazadores, intenta atraer al unicornio:una flecha perdida la derriba. Ella sedesploma, con un brazo pálido sobre elpálido costado. Los dos estáninmóviles. Después, cientos de cuernosensangrentados, en forma de copa, sonmolidos hasta acabar convertidos enamuletos y polvos mágicos. Montones

de pieles blancas manchadas de sangrese apilan, rodeadas por enjambres demoscas negras.

Jared se liberó del sueño, asqueado.Para su sorpresa, Mallory lloraba, y suslágrimas oscurecían el blanco pelaje.Simon posó una mano torpemente en elijar del unicornio.

La bestia inclinó la cabeza haciadelante, rozando el cabello de Mallorycon los labios.

—Le has caído muy bien —observóSimon, un poco molesto. Por lo generallos animales simpatizaban más con él.

—Soy una chica —dijo Mallory,encogiéndose de hombros.

—Sabemos lo que habéis visto —dijo el elfo de las hojas en la frente—.Dadnos el cuaderno. Debe ser destruido.

—¿Y qué hay de los trasgos? —quiso saber Jared.

—¿Qué hay de ellos? A los trasgosles encanta vuestro mundo —aseguróLorengorm—. Vuestras máquinas yvuestros venenos han convertido muchoslugares en refugios ideales para ellos.

—Pues no tuvisteis muchos reparosen utilizarlos para intentar arrebatarnosel libro —señaló Jared.

—¿Nosotros? —preguntó la elfa,con los ojos verdes muy abiertos y loslabios apretados—. ¿Creéis que

nosotros enviaríamos a semejanteshuestes? Es Mulgarath quien los dirige.Quiere apropiarse del libro.

—¿Porqué? —preguntó Jared—.¿Acaso no sabéis ya todo lo que dice?

—¿Y quién es Mulgarath?

Mallory se puso de pie, sin dejar deacariciar distraídamente al unicornio.

Los elfos se miraron entre sí,incómodos. Al final, el de las hojas enforma de cuerno habló.

—Nosotros hacemos arte. Notenemos la necesidad de diseccionar lascosas para saber de qué están hechas.Ninguno de nosotros sería capaz dehacer lo que hacía Arthur Spiderwick.

La elfa de los ojos verdes posó unamano en el hombro del otro elfo.

—Lo que quiere decir es que ellibro puede contener información que noconocemos.

Jared se quedó pensativo por unos

instantes.—Así que en realidad no os importa

que los humanos tengan el cuaderno decampo de Arthur. Sólo queréis queMulgarath no se apodere de él.

—Ese libro representa un peligro enmanos de cualquiera —explicó la elfa—. Encierra demasiados conocimientos.Dádnoslo. Lo destruiremos y osrecompensaremos por ello.

Jared le mostró sus manos vacías.—No lo tenemos —dijo—. No

podríamos entregároslo aunquequisiéramos.

El elfo de las hojas en forma decuerno sacudió la cabeza y golpeó el

suelo con su bastón.—¡Estáis mintiendo!—De verdad, no lo tenemos —

aseguró Mallory—. Palabra de honor.—Entonces, ¿dónde está? —

preguntó Lorengorm arqueando una desus cejas rojizas.

—Creemos que nuestro duendecasero nos lo ha quitado —terció Simon—, pero no estamos seguros.

—¿Lo habéis perdido? —preguntóla elfa de ojos verdes, alarmada.

—Lo más seguro es que Dedalete lotenga —dijo Jared con un hilillo de voz.

—Hemos intentado ser razonables—murmuró el elfo de las hojas en la

frente—. Pero no se puede confiar en loshumanos.

—¿Confiar? ¿Y cómo sabemos quepodemos confiar en vosotros? —dijoJared de pronto, arrebatándole el mapa aSimon y mostrándoselo a los elfos—.Hemos encontrado esto. Era de Arthur.Al parecer, vino aquí y supongo que seencontró con vosotros. Quiero saber quéle hicisteis.

—Hablamos con él —le informó elde las hojas—. Había jurado quedestruiría el cuaderno y se presentó enla reunión con una bolsa llena de papelennegrecido y cenizas. Pero era mentira.Había quemado otro libro. El cuaderno

de campo seguía intacto.—Nosotros cumplimos con nuestra

palabra —afirmó la elfa—. Aunque nospese, mantenemos nuestras promesas.No somos compasivos con quienes nosengañan.

—¿Qué le hicisteis? —preguntóJared.

—Le impedimos que siguiesehaciendo daño —contestó la elfa de ojosverdes.

—Ahora vosotros habéis venido —añadió el elfo de las hojas—, y podéisestar seguros de que nos traeréis esecuaderno de campo.

Lorengorm agitó la mano y unas

raíces blancas se enrollaron en lostobillos de Jared. Él soltó un chillido,pero el sonido se perdió entre el crujidode las ramas y el susurro de las hojas.Los árboles comenzaban a desenredarsey a recuperar su forma natural. Sinembargo, las raíces peludas llenas detierra seguían trepándole por laspiernas.

—Traednos el cuaderno de campo ovuestro hermano será nuestro prisioneropara siempre —les advirtió el elfo delas hojas en la frente.

A Jared no le cupo la menor duda deque hablaba en serio.

«Jared, ayúdame», aullóJared.

M

CAPÍTULO SIETE

Donde Jared se alegra alfin de tener un hermano

gemelo

allory se levantó de un salto,blandiendo su estoque, y Simon

la imitó torpemente empuñando su redpara cazar mariposas. El unicorniosacudió la cabeza, con la crin al viento,y relinchó antes de adentrarse a galopeen el bosque sin hacer el menor ruido.

—¡Vaya, vaya! —exclamó el elfo de

las hojas en forma de cuernos—. Por finestos humanos nos revelan su auténticanaturaleza.

—¡Soltad a mi hermano! —gritóMallory. De pronto, a Jared se leocurrió una idea.

—¡Jared, ayúdame! — aulló, con laesperanza de que Simon y Mallorycaptasen la indirecta.

Simon se quedó mirándolo, perplejo.—Jared —repitió Jared—. Tienes

que ayudarme.Entonces Simon le sonrió, con un

brillo de comprensión en los ojos.—Simon —dijo—, ¿estás bien?—Estoy bien, Jared. —Jared intentó

con todas sus fuerzas levantar la piernaque tenía sujeta por las raíces—. Perono puedo moverme.

—Volveremos con el cuaderno decampo, Simon —le aseguró Simon—, yellos tendrán que dejarte en libertad.

—No —repuso Jared—. Si volvéis,ellos son capaces de tomarnos a todoscomo rehenes. ¡Que te hagan unapromesa!

—Nosotros nunca rompemos nuestrapalabra —aseveró la elfa de ojos verdescon un resoplido.

—No nos han dado su palabra —señaló Mallory, contemplando a sushermanos con alarma creciente.

—Prometednos que dejaréis a Jaredy Mallory abandonar sanos y salvos elclaro y que, si vuelven, no los retendréiscontra su voluntad —exigió Jared.

Mallory se disponía a protestar, peroguardó silencio.

Los elfos miraron a los hermanoscon cierta vacilación, pero al finLorengorm asintió con la cabeza.

—Que así sea. Jared y Mallorypueden marcharse de este claro. Noserán retenidos contra su voluntad niahora ni nunca. Si no nos traen elcuaderno de campo, nos quedaremos consu hermano Simon para siempre.Permanecerá con nosotros, eternamente

joven, bajo la colina, durante cien vecescien años; y si osara huir, un solo pasoen el suelo lo haría envejecer de golpetodos los años perdidos.

Se dieron la vuelta paraverlo.

El auténtico Simon se estremeció ydio un paso hacia Mallory.

—Marchaos velozmente —lesindicó el elfo.

Mallory miró inquisitivamente aJared. Había bajado la punta de suestoque, pero aún lo empuñaba sin hacerel menor ademán de marcharse. Jaredintentó sonreírle de un modo alentador,pero estaba asustado y sabía que elmiedo se reflejaba en su rostro.

Sacudiendo la cabeza, Mallory

siguió a Simon. Unos pasos másadelante, se dieron la vuelta para verlouna vez más, y echaron a andar colinaarriba. Poco después, desaparecieronentre el follaje.

—Tenéis que soltarme —dijo Jaredentonces.

—¿Sí? ¿Por qué? —quiso saber elelfo de las hojas—. Ya has oído nuestrapromesa. No te dejaremos en libertadhasta que tus hermanos nos traigan elcuaderno de campo.

Jared negó con la cabeza.—Habéis dicho que retendríais a

Simon. Yo soy Jared.—¿Qué? —dijo Lorengorm.

El elfo de falsos cuernos se acercó aJared con los puños apretados.

—Los elfos nunca rompen suspromesas —advirtió Jared, tragandosaliva—. Tenéis que dejarme marchar.

—Demuestra lo que dices —leordenó la elfa, con los labios tanapretados que habían quedado reducidosa una fina raya.

—Mira. —Con manos temblorosas,Jared se quitó la mochila de la espalda.

Allí, en la parte superior, había unasiniciales bordadas en la tela roja: JEG—. ¿Lo ves? Jared Evan Grace.

—Vete —soltó el elfo con cuernos,como si estuviese profiriendo unamaldición—. Que tu libertad te valga sitopamos de nuevo contigo o con tustaimados hermanos.

Dicho esto, las raíces sedesenrollaron de las piernas de Jared,que arrancó a correr tan rápido comopudo, sin mirar atrás.

Al llegar a la cima de la colina, oyóuna risotada. Alzó la vista hacia losárboles cercanos, pero no vio el menorrastro del phooka. Aun así, Jared no se

sorprendió mucho cuando oyó la voz queya le resultaba familiar.

—Veo que no has encontrado a tutío. Qué pena. Si fueras un poco menosastuto, quizá tendrías más suerte.

Oyó una risotada.

Jared sintió un escalofrío y bajó atoda prisa por la ladera, a tal velocidadque tuvo que frenar para no acabar enmedio de la calzada. Cruzó la calle yatravesó corriendo la verja de hierropara entrar en su patio trasero, sinaliento.

Mallory y Simon lo esperaban en losescalones. Su hermana no dijo nada perolo abrazó con un cariño impropio deella. Él se dejó abrazar.

—No tenía ni idea de lo que queríashacer —se rió Simon—. Ha sido una

buena jugada.—Gracias por seguirme la corriente

—les agradeció Jared sonriendo—. Elphooka me ha dicho algo mientras veníahacía aquí.

—¿Algo con pies y cabeza? —inquirió Mallory.

—Bueno, he estado pensando —dijoJared—. ¿Recordáis que los elfosaseguraron que me retendrían?

—¿A ti? —preguntó Simon—.¡Prometieron hacérselo a Simon!

—Sí, pero piensa en lo que iban ahacer: retenerme ahí para siempre,eternamente joven, ¿os acordáis? Parasiempre.

—Entonces, tú crees que... —Lafrase de Mallory quedó en el aire.

—Cuando ya me iba, el phooka hadicho que si yo hubiera sido menosastuto, tal vez habría tenido más suerteen encontrar a mi tío.

—¿Estás diciendo que Arthur podríaser prisionero de los elfos? —preguntóSimon mientras subían trabajosamente laescalera que llevaba a la puerta de lacasa.

—Eso creo —respondió Jared.—Entonces, todavía sigue vivo —

dijo Mallory.Jared abrió la puerta trasera y entró

en el zaguán. Todavía temblaba,impresionado por su encuentro con loselfos, pero una sonrisa comenzó adibujarse en su rostro. Tal vez Arthur no

había abandonado a su familia. Tal vezlo habían capturado los elfos. Y tal vez,si Jared era lo bastante astuto, podríanrescatarlo.

Tan absorto estaba Jared fantaseandosobre la liberación de su tío, que apenasadvirtió el objeto plateado a sus piesantes de caer al suelo. Notó que algoduro se le clavaba en el muslo y en lamano extendida. Simon tropezó tambiény se dio de bruces a su lado, mientrasque Mallory, que iba unos pocos pasospor detrás de ellos, fue a dar sobre losdos gemelos.

—¡Maldición! —exclamó Jared,mirando alrededor. El suelo estaba

sembrado de cantillos y canicas.—Ay —se quejó Simon,

retorciéndose para intentar salir dedebajo de su hermana—. Quítate deencima, Mallory.

—Eso digo yo: Ay. —Mallory selevantó apoyándose en las manos—. Voya matar a ese trastolillo. —Hizo unapausa—. ¿Sabes qué, Jared? Siencontramos el cuaderno de campo deArthur, creo que debemos quedarnos conél.

Jared la miró a los ojos.—¿De verdad?Ella asintió con la cabeza.—No sé vosotros, pero yo empiezo

a estar harta de que los seres fantásticoshagan conmigo lo que quieren.

Sobre TONYDiTERLIZZI...

Autor de éxito del New York Times,Tony DiTerlizzi es el creador de la obraganadora del premio Zena SutherlandTed, Jimmmy Zanwow’s Out-of-This-Word Moon Pie Adventure, así como delas ilustraciones por los libros de TonyJohnson destinados a lectores noveles.Más recientemente, su cinematográficaversión del clásico de Mary Howitt TheSpider and the Fly recibió el CaldecottHonor. Por otra parte, los dibujos deTony han decorado la obra de nombres

tan conocidos de la literatura fantásticacomo J.R.R. Tolkien, Anne McCaffrey,Peter S. Beagle y Greg Bear. Reside consu mujer, Angela, y con su perro Goblin,en Amherst, Massachusetts. Visita aTony en la Red: www.diterlizzi.com

y sobre HOLLYBLACK

Coleccionista ávida de libros raros

sobre folclore, Holly Black pasó susaños de infancia en una decadente casavictoriana en la que su madre leproporcionó una dieta alta en historiasde fantasmas y cuentos de hadas. De estemodo, su primera novela: El Tributo dela Corte Oscura es un guiño de terror yde lo más artístico al mundo de lashadas. Publicado en el otoño de 2002,recibió buenas críticas y una mención dela American Library Association paraliteratura juvenil. Vive en West LongBrach, New Jersey, con su marido,Theo, y una remarcable colección deanimales. Visita a Holly en la red:www.blackholly.com.

Tony y Holly continúan trabajandodía y noche, lidiando con todo tipo deseres mágicos para ofreceros la historiade los niños Grace.

Un t rastolillo, duendesdespués

y ahora elfos, cielo santo.¿Qué nuevo ser o qué

espantoDescubrirán loshermanos Grace?

No perdáis de vista aJared:

Es valiente y también

noble.Pronto su hermano

descubriráque Jared t iene un

doble.

Y bajo la vieja canteramuy cercana a la ciudad

hay un rey con unacorona

mas ¿quién la lleva enverdad?

Sigue leyendoy lo sabrás…

AGRADECIMIENTOS

Tony y Holly quieren agradecerel tino de Steve y Dianna,

la honestidad de Starr,las ganas de compartir el viaje de Myles

y Liza,la ayuda de Ellen y Julie,

la incansable fe de Kevin en nosotros,y especialmente la paciencia

de Angela y Theo,inquebrantable incluso en noches enteras

de interminables discusionessobre Spiderwick.

El tipo utilizado para la composiciónde este libro es Cochin. La tipografíade las ilustraciones es Nevis Hand y

Rackham.Las ilustraciones originales son a lápiz y

tinta.

Dibujo creado por JaredGrace